Download PDF Número 105
Document related concepts
Transcript
Fe y Razón OMNE VERUM A QUOCUMQUE DICATUR A SPIRITU SANCTO EST Nº 105 Diciembre de 2014 EDITORIAL EVENTOS ¡Feliz Navidad a todos! por el Equipo de Dirección Mons. Juan Claudio Sanahuja en Montevideo por el Equipo de Dirección MAGISTERIO Doctrina del Santísimo Sacramento de la Penitencia Concilio de Trento TEOLOGÍA Jesús, los pobres y los otros en la exégesis de los principales teólogos de la liberación. X por el Mons. Dr. Miguel Antonio Barriola PASTORAL ESPIRITUALIDAD Trasfondo de la secularización por el Rev. P. José María Iraburu El ascensor divino. Una meditación a partir de Teresa de Lisieux por el Diác. Jorge Novoa IGLESIA Es preciso que entre vosotros haya disensiones Luis Fernando Pérez Bustamante FAMILIA Y VIDA No a la discriminación, sí al respeto por la Conferencia Episcopal del Uruguay LIBERTAD RELIGIOSA Nigeria, avanza el Califato de Boko Haram por Leone Grotti LIBROS Reflexiones sobre el “moralismo” por el Ing. Daniel Iglesias Grèzes ORACIÓN Oración a la Virgen del Adviento Tradicional Nº 105 Diciembre de 2014 ¡Feliz Navidad a todos! Equipo de Dirección En las elecciones nacionales de octubre y noviembre del presente año la mayoría de los ciudadanos uruguayos eligió mantener en el poder al actual partido de gobierno, a pesar de que (o, en algunos casos, porque) éste, durante casi una década, impulsó decididamente una política que viola el derecho humano a la vida, los derechos naturales del matrimonio y de la familia y la libertad de educación, y siguió una línea de creciente intervencionismo estatal, desconociendo el principio de subsidiariedad, parte fundamental de la doctrina social católica. Es especialmente lamentable que muchos católicos hayan contribuido con su voto a un proceso de descristianización de nuestra sociedad: la versión local de la revolución social anticristiana que se desarrolla hoy a escala global. Ante el avance arrollador de este “progresismo”, conviene que reflexionemos sobre las transformaciones culturales sufridas por la sociedad uruguaya desde hace un siglo y sobre sus raíces, que proceden de un pasado más remoto. La doctrina del Concilio Vaticano II nos hace ver que la secularización es un proceso de auto-destrucción del hombre: “Pero si ‘autonomía de lo temporal’ quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. (…) Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida.” (Constitución pastoral Gaudium et Spes, 36c). Asimismo nos convendría reflexionar a fondo sobre el proceso de debilitamiento que afecta a la Iglesia en el Uruguay desde hace décadas y que llega a ser en muchos casos una apostasía gradual y silenciosa. Aunque deploramos la actual debilidad política de los católicos en Uruguay, pensamos que ella es una simple consecuencia de la actual crisis de fe. Por lo tanto, nuestro objetivo central no puede ni debe ser político, sino religioso. Convirtámonos cada día más, tengamos más fe, seamos más dóciles a la gracia de Dios que nos santifica, y todo lo demás (incluso una acción política de los católicos coherente con su fe) vendrá por añadidura. Finalmente, recordamos aquella enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas.” (Mateo 10, 16). Desgraciadamente, la post-conciliar “apertura al mundo” fue practicada a menudo de una forma indiscriminada, sin el debido discernimiento. Con demasiada frecuencia los católicos hemos practicado sólo la mitad de esa enseñanza del Señor. Llenos de inocente mansedumbre, hemos “abatido los bastiones” y declarado la paz a todo el mundo, pero muchos de los mayores poderes de este mundo siguen atacando a la Iglesia Católica o conspirando contra ella igual que 2 Nº 105 Diciembre de 2014 antes, ante la indiferencia o complicidad de muchos que han desistido de defenderla activamente. Cuanto antes volvamos a tomar conciencia de que hemos sido enviados “como ovejas en medio de lobos” y actuemos en consecuencia, tanto mejor para la Iglesia y también para el mundo, que necesita desesperadamente que Aquélla cumpla fielmente su misión. *** En comunión con el Papa y con toda la Iglesia Católica, a todos ustedes, queridos hermanos y hermanas, residentes en tantos países del mundo y unidos a nosotros a través de Internet, les deseamos una muy santa y feliz Navidad. “En este día, iluminado por la esperanza evangélica que proviene de la humilde gruta de Belén, pido para todos ustedes el don navideño de la alegría y de la paz: para los niños y los ancianos, para los jóvenes y las familias, para los pobres y marginados. Que Jesús, que vino a este mundo por nosotros, consuele a los que pasan por la prueba de la enfermedad y el sufrimiento y sostenga a los que se dedican al servicio de los hermanos más necesitados. ¡Feliz Navidad a todos!” (Mensaje Urbi et Orbi del Santo Padre Francisco, 25 de diciembre de 2013). *** Como de costumbre, la Revista Fe y Razón no será publicada en enero. Nos reencontraremos con ustedes a principios de febrero, si Dios quiere. 3 Nº 105 Diciembre de 2014 Mons. Juan Claudio Sanahuja en Montevideo Equipo de Dirección Del lunes 17 al miércoles 19 de noviembre de 2014, invitado por el Centro Cultural Católico Fe y Razón, estuvo en Montevideo Mons. Dr. Juan Claudio Sanahuja, destacado líder pro-vida y profamilia argentino. Juan Claudio Sanahuja, nacido en Buenos Aires en 1947, es sacerdote de la Prelatura del Opus Dei, periodista y Doctor en Teología. Fue miembro de la Pontificia Academia Pro-Vida de 1998 a 2011 y ha colaborado en distintos emprendimientos del Pontificio Consejo para la Familia. Edita los boletines electrónicos Noticias Globales, que provee material de investigación sobre políticas relacionadas con la vida humana y la familia, y Notivida, dedicado a los mismos temas, pero enfocado a la Argentina. En 2011, el Papa Benedicto XVI lo nombró Capellán de Su Santidad por su trabajo a favor de la vida y la familia, al que se dedica desde hace más de treinta años. Es autor de varios libros. El lunes 17 de noviembre Mons. Sanahuja mantuvo una reunión informal en el Hotel Escuela Kolping con una veintena de militantes pro-vida católicos uruguayos invitados por el Centro Cultural Católico Fe y Razón,. Sostuvo que hoy en todos los países del mundo la situación de los pro-vida es muy difícil, debido al creciente empuje de las poderosas fuerzas culturales, políticas y económicas que promueven la “cultura de la muerte” y de los grupos de presión asociados con ellas. Afirmó que en Europa y América está comenzando una verdadera persecución incruenta de los cristianos coherentes con su fe; de ahí la necesidad de apuntalar el derecho a la objeción de conciencia, última frontera asediada por los adversarios. Sin embargo, nos transmitió un consejo recibido hace poco directamente del Papa Emérito Benedicto XVI: hemos de mantener la esperanza y trabajar para formar pequeños grupos firmemente arraigados en la fe, sin poner una confianza excesiva en las grandes estructuras. Sanahuja subrayó la importancia de que el católico pro-vida cultive la oración personal y litúrgica y busque un equilibrio adecuado entre su apostolado y sus compromisos familiares. Además, exhortó a los grupos pro-vida a unirse en torno a proyectos concretos, respetando la autonomía de cada grupo; compartió su alegría por los frutos del trabajo de la Fundación Nueva Cristiandad, de la que es Asesor Eclesiástico; alertó contra el peligro de la politización excesiva; y se mostró dispuesto a participar de un eventual congreso rioplatense de bioética. El martes 18 de noviembre Mons. Sanahuja dictó una conferencia, organizada por el Centro Cultural Católico Fe y Razón,, sobre “Los nuevos paradigmas éticos” en el Aula Magna Pablo VI 4 Nº 105 Diciembre de 2014 de la Facultad de Teología del Uruguay Monseñor Mariano Soler, ante unas ochenta personas. Expuso los nuevos paradigmas éticos promovidos por la Organización de las Naciones Unidas: el paradigma del utilitarismo sentimental mayoritario, el nuevo paradigma de la salud (que incluye la “salud reproductiva” y el concepto de que no todos los seres humanos tienen derecho a la salud), el nuevo paradigma de los derechos humanos (que considera que los derechos humanos son evolutivos e incluye “nuevos derechos humanos” tales como los “derechos sexuales” y los “derechos reproductivos”), el nuevo paradigma de la familia (que se basa en la ideología de género y promueve los “nuevos modelos de familia”, al margen de la “familia tradicional”) y el nuevo paradigma religioso, que busca una nueva religión universal sin dogmas, afín a la espiritualidad de la Nueva Era, para dar un sustento ético de corte relativista al “Nuevo Orden Mundial”, o sea a la revolución social anticristiana en curso. Sanahuja desarrolló sobre todo este último punto, debido a su gran peligrosidad. Después de su conferencia, respondió a preguntas de los participantes, enfatizando que la doctrina católica no puede cambiar sustancialmente, pues se desarrolla en el tiempo de un modo homogéneo. Quienes asistieron a esta conferencia tuvieron la oportunidad de adquirir un ejemplar de la nueva edición ampliada del primer libro de Juan C. Sanahuja: El Gran Desafío: la Cultura de la Vida contra la Cultura de la Muerte. Próximamente Mons. Sanahuja estará en Brasil para el lanzamiento de la primera edición de ese libro en portugués. 5 Nº 105 Diciembre de 2014 Doctrina del Santísimo Sacramento de la Penitencia Concilio de Trento No obstante que el sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido de los mismos Legado y Nuncios de la santa Sede Apostólica, ha hablado latamente, en el decreto sobre la Justificación, del sacramento de la Penitencia, con alguna necesidad por la conexión que tienen ambas materias; sin embargo, es tanta y tan varia la multitud de errores que hay en nuestro tiempo acerca de la Penitencia, que será muy conducente a la utilidad pública dar más completa y exacta definición de este Sacramento; en la que demostrados y exterminados con el auxilio del Espíritu Santo todos los errores, quede clara y evidente la verdad católica; la misma que este santo Concilio al presente propone a todos los cristianos para que perpetuamente la observen. Capítulo I. De la necesidad e institución del sacramento de la Penitencia Si tuviesen todos los reengendrados tanto agradecimiento a Dios, que constantemente conservasen la santidad que por su beneficio y gracia recibieron en el Bautismo, no habría sido necesario que se hubiese instituido otro sacramento distinto de éste, para lograr el perdón de los pecados. Mas como Dios, abundante en su misericordia, conoció nuestra debilidad, estableció también remedio para la vida de aquellos que después se entregasen a la servidumbre del pecado, y al poder o esclavitud del demonio; es a saber, el sacramento de la Penitencia, por cuyo medio se aplica a los que pecan después del Bautismo el beneficio de la muerte de Cristo. Fue en efecto necesaria la penitencia en todos tiempos para conseguir la gracia y justificación a todos los hombres que hubiesen incurrido en la mancha de algún pecado mortal, y aun a los que pretendiesen purificarse con el sacramento del Bautismo; de suerte que abominando su maldad, y enmendándose de ella, detestasen tan grave ofensa de Dios, reuniendo el aborrecimiento del pecado con el piadoso dolor de su corazón. Por esta causa dice el Profeta: “Convertíos, y haced penitencia de todos vuestros pecados: y con esto no os arrastrará la iniquidad a vuestra perdición”. También dijo el Señor: “Si no hiciereis penitencia, todos sin excepción pereceréis”. Y el Príncipe de los Apóstoles San Pedro decía, recomendando la penitencia a los pecadores que habían de recibir el Bautismo: “Haced penitencia, y recibid todos el Bautismo”. Es de advertir que la penitencia no era sacramento antes de la venida de Cristo, ni tampoco lo es después de ésta, respecto de ninguno que no haya sido bautizado. El Señor, pues, estableció principalmente el sacramento de la Penitencia, cuando resucitado de entre los muertos sopló sobre sus discípulos, y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo: los pecados de aquellos que perdonareis, les quedan perdonados; y quedan ligados los de aquellos que no perdonareis”. De este 6 Nº 105 Diciembre de 2014 hecho tan notable, y de estas tan claras y precisas palabras, ha entendido siempre el universal consentimiento de todos los Padres que se comunicó a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores el poder de perdonar y de retener los pecados al reconciliarse los fieles que han caído en ellos después del Bautismo; y en consecuencia reprobó y condenó con mucha razón la Iglesia católica como herejes a los Novacianos, que en los tiempos antiguos negaron pertinazmente el poder de perdonar los pecados. Y ésta es la razón porque este santo Concilio, al mismo tiempo que aprueba y recibe este verdaderísimo sentido de aquellas palabras del Señor, condena las interpretaciones imaginarias de los que falsamente las tuercen contra la institución de este Sacramento, entendiéndolas de la potestad de predicar la palabra de Dios y de anunciar el Evangelio de Jesucristo. Capítulo II. De la diferencia entre el sacramento de la Penitencia y el Bautismo Se conoce empero, por muchas razones, que este Sacramento se diferencia del Bautismo; porque además de que la materia y la forma, con las que se completa la esencia del Sacramento, son en extremo diversas, consta evidentemente que el ministro del Bautismo no debe ser juez; pues la Iglesia no ejerce jurisdicción sobre las personas que no hayan entrado antes en ella por la puerta del Bautismo. “¿Qué tengo yo que ver — dice el Apóstol — sobre el juicio de los que están fuera de la Iglesia?” No sucede lo mismo respecto de los que ya viven dentro de la fe, a quienes Cristo nuestro Señor llegó a hacer miembros de su cuerpo, lavándolos con el agua del Bautismo; pues no quiso que si éstos después se contaminasen con alguna culpa se purificaran repitiendo el Bautismo, no siendo esto lícito por razón alguna en la Iglesia católica; sino que quiso se presentasen como reos ante el tribunal de la Penitencia, para que por la sentencia de los sacerdotes pudiesen quedar absueltos, no sola una vez, sino cuantas recurriesen a él arrepentidos de los pecados que cometieron. Además de esto, uno es el fruto del Bautismo, y otro el de la Penitencia; pues vistiéndonos de Cristo por el Bautismo, pasamos a ser nuevas criaturas suyas, consiguiendo plena y entera remisión de los pecados; mas por medio del sacramento de la Penitencia no podemos llegar de modo alguno a esta renovación e integridad, sin muchas lágrimas y trabajos de nuestra parte, por pedirlo así la divina justicia: de suerte que con razón llamaron los santos Padres a la Penitencia especie de Bautismo de trabajo y aflicción. En consecuencia, es tan necesario este sacramento de la Penitencia a los que han pecado después del Bautismo, para conseguir la salvación, como lo es el mismo Bautismo a los que no han sido reengendrados. Capítulo III. De las partes y fruto de este Sacramento Enseña además de esto el santo Concilio que la forma del sacramento de la Penitencia, en la que principalmente consiste su eficacia, se encierra en aquellas palabras del ministro: Ego te absolvo, etc., a las que loablemente se añaden ciertas preces por costumbre de la santa Iglesia; mas de ningún 7 Nº 105 Diciembre de 2014 modo miran éstas a la esencia de la misma forma, ni tampoco son necesarias para la administración del mismo Sacramento. Son empero como su propia materia los actos del mismo penitente; es a saber, la Contrición, la Confesión y la Satisfacción; y por tanto se llaman partes de la Penitencia, por cuanto se requieren de institución divina en el penitente para la integridad del Sacramento, y para el pleno y perfecto perdón de los pecados. Mas la obra y efecto de este Sacramento, por lo que toca a su virtud y eficacia, es sin duda la reconciliación con Dios; a la que suele seguirse algunas veces en las personas piadosas, y que reciben con devoción este Sacramento, la paz y serenidad de conciencia, así como un extraordinario consuelo de espíritu. Y enseñando el santo Concilio esta doctrina sobre las partes y efectos de la Penitencia, condena al mismo tiempo las sentencias de los que pretenden que los terrores que atormentan la conciencia y la fe son las partes de este Sacramento. Capítulo IV. De la Contrición La Contrición, que tiene el primer lugar entre los actos del penitente ya mencionado, es un intenso dolor y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante. En todos tiempos ha sido necesario este movimiento de Contrición para alcanzar el perdón de los pecados; y en el hombre que ha delinquido después del Bautismo, lo va últimamente preparando hasta lograr la remisión de sus culpas, si se agrega a la Contrición la confianza en la divina misericordia, y el propósito de hacer cuantas cosas se requieren para recibir bien este Sacramento. Declara, pues, el santo Concilio, que esta Contrición incluye no sólo la separación del pecado, y el propósito y principio efectivo de una vida nueva, sino también el aborrecimiento de la antigua, según aquellas palabras de la Escritura: “Echad de vosotros todas vuestras iniquidades con las que habéis prevaricado; y formaos un corazón nuevo, y un espíritu nuevo”. Y en efecto, quien considerare aquellos clamores de los santos: “Contra ti solo pequé, y en tu presencia cometí mis culpas”; “estuve oprimido en medio de mis gemidos”; “regaré con lágrimas todas las noches de mi lecho”; “repasaré en tu presencia con amargura de mi alma todo el discurso de mi vida”; y otros clamores de la misma especie, comprenderá fácilmente que dimanaron todos éstos de un odio vehemente de la vida pasada, y de una detestación grande de las culpas. Enseña además de esto que, aunque suceda alguna vez que esta Contrición sea perfecta por la caridad, y reconcilie al hombre con Dios, antes que efectivamente se reciba el sacramento de la Penitencia, sin embargo no debe atribuirse la reconciliación a la misma Contrición, sin el propósito que se incluye en ella de recibir el Sacramento. Declara también que la Contrición imperfecta, llamada atrición, por cuanto comúnmente procede o de la consideración de la fealdad del pecado, o del miedo del infierno, y de las penas, como excluya la voluntad de pecar con esperanza de alcanzar el perdón, no sólo no hace al hombre hipócrita y mayor pecador, sino que también es don de Dios e impulso del Espíritu 8 Nº 105 Diciembre de 2014 Santo, que todavía no habita en el penitente, pero si sólo lo mueve, y ayudado con Él el penitente se abre camino para llegar a justificarse. Y aunque no pueda por sí mismo sin el sacramento de la Penitencia conducir al pecador a la justificación, lo dispone no obstante para que alcance la gracia de Dios en el sacramento de la Penitencia. En efecto, aterrados útilmente con este temor los habitantes de Nínive, hicieron penitencia con la predicación de Jonás, llena de miedos y terrores, y alcanzaron misericordia de Dios. En este supuesto falsamente calumnian algunos a los escritores católicos, como si enseñasen que el sacramento de la Penitencia confiere la gracia sin movimiento bueno de los que la reciben: error que nunca ha enseñado ni pensado la Iglesia de Dios; y del mismo modo enseñan con igual falsedad, que la Contrición es un acto violento, y sacado por fuerza, no libre, ni voluntario. Capítulo V. De la Confesión De la institución que queda explicada del sacramento de la Penitencia, ha entendido siempre la Iglesia universal que el Señor instituyó también la Confesión entera de los pecados, y que es necesaria de derecho divino a todos los que han pecado después de haber recibido el Bautismo; porque estando nuestro Señor Jesucristo para subir de la tierra al cielo, dejó a los sacerdotes sus vicarios como presidentes y jueces, a quienes se denunciasen todos los pecados mortales en que cayesen los fieles cristianos, para que con esto diesen, en virtud de la potestad de las llaves, la sentencia del perdón o retención de los pecados. Consta, pues, que no han podido los sacerdotes ejercer esta autoridad de jueces sin conocimiento de la causa, ni proceder tampoco con equidad en la imposición de las penas, si los penitentes sólo les hubiesen declarado en general, y no en especie e individualmente sus pecados. De esto se colige que es necesario que los penitentes expongan en la Confesión todas las culpas mortales de que se acuerdan, después de un diligente examen, aunque sean absolutamente ocultas, y sólo cometidas contra los dos últimos preceptos del Decálogo; pues algunas veces dañan estas más gravemente al alma, y son más peligrosas que las que se han cometido externamente. Respecto de las veniales, por las que no quedamos excluidos de la gracia de Dios, y en las que caemos con frecuencia, aunque se proceda bien, provechosamente y sin ninguna presunción, exponiéndolas en la Confesión, lo que demuestra el uso de las personas piadosas, no obstante se pueden callar sin culpa, y perdonarse con otros muchos remedios. Mas como todos los pecados mortales, aun los de solo pensamiento, son los que hacen a los hombres hijos de ira y enemigos de Dios, es necesario recurrir a Dios también por el perdón de todos ellos, confesándolos con distinción y arrepentimiento. En consecuencia, cuando los fieles cristianos se esmeran en confesar todos los pecados de que se acuerdan, los proponen sin duda todos a la divina misericordia con el fin de que se los perdone. Los que no lo hacen así, y callan algunos a sabiendas, nada presentan que perdonar a la bondad divina por medio del sacerdote; porque si el enfermo tiene 9 Nº 105 Diciembre de 2014 vergüenza de manifestar su enfermedad al médico, no puede curar la medicina lo que no conoce. Colígese además de esto que se deben explicar también en la Confesión aquellas circunstancias que mudan la especie de los pecados; pues sin ellas no pueden los penitentes exponer íntegramente los mismos pecados, ni tomar los jueces conocimiento de ellos; ni puede darse que lleguen a formar exacto juicio de su gravedad, ni a imponer a los penitentes la pena proporcionada a ellos. Por esta causa es fuera de toda razón enseñar que han sido inventadas estas circunstancias por hombres ociosos, o que sólo se ha de confesar una de ellas, es a saber, la de haber pecado contra su hermano. También es impiedad decir que la Confesión que se manda hacer en dichos términos es imposible; así como llamarla potro de tormento de las conciencias; pues es constante que sólo se pide en la Iglesia a los fieles que, después de haberse examinado cada uno con suma diligencia y explorado todos los senos ocultos de su conciencia, confiese los pecados con que se acuerde haber ofendido mortalmente a su Dios y Señor; mas los restantes de que no se acuerda el que los examina con diligencia, se creen incluidos generalmente en la misma Confesión. Por ellos es por los que pedimos confiados con el Profeta: “Purifícame, Señor, de mis pecados ocultos”. Esta misma dificultad de la Confesión mencionada, y la vergüenza de descubrir los pecados, podrían por cierto parecer gravosas, si no se compensasen con tantas y tan grandes utilidades y consuelos como certísimamente logran con la absolución todos los que se acercan con la disposición debida a este Sacramento. Respecto de la Confesión secreta con sólo el sacerdote, aunque Cristo no prohibió que alguno pudiese confesar públicamente sus pecados en satisfacción de ellos, y por su propia humillación, y tanto por el ejemplo que se da a otros como por la edificación de la Iglesia ofendida: sin embargo no hay precepto divino de esto; ni mandaría ninguna ley humana con bastante prudencia que se confesasen en público los delitos, en especial los secretos; de donde se sigue que, habiendo recomendado siempre los santísimos y antiquísimos Padres con grande y unánime consentimiento la Confesión sacramental secreta, que ha usado la santa Iglesia desde su establecimiento y al presente también usa, se refuta con evidencia la fútil calumnia de los que se atreven a enseñar que no está mandada por precepto divino, que es invención humana y que tuvo principio de los Padres congregados en el Concilio de Letrán; pues es constante que no estableció la Iglesia en este Concilio que se confesasen los fieles cristianos, estando perfectamente instruida de que la Confesión era necesaria y establecida por derecho divino, sino sólo ordenó en él que todos y cada uno cumpliesen el precepto de la Confesión a lo menos una vez en el año, desde que llegasen al uso de la razón, por cuyo establecimiento se observa ya en toda la Iglesia, con mucho fruto de las almas fieles, la saludable costumbre de confesarse en el sagrado tiempo de Cuaresma, que es particularmente acepto a Dios; costumbre que este santo Concilio da por muy buena, y adopta como piadosa y digna de que se conserve. 10 Nº 105 Diciembre de 2014 Capítulo VI. Del ministro de este Sacramento, y de la Absolución Respecto del ministro de este Sacramento declara el santo Concilio que son falsas, y enteramente ajenas de la verdad evangélica, todas las doctrinas que extienden perniciosamente el ministerio de las llaves a cualesquiera personas que no sean Obispos ni sacerdotes, persuadiéndose que aquellas palabras del Señor: “Todo lo que ligareis en la tierra, quedará también ligado en el cielo; y todo lo que desatareis en la tierra, quedará también desatado en el cielo”; y aquellas: “Los pecados de aquellos que perdonareis, les quedan perdonados, y quedan ligados los de aquellos que no perdonareis”; se intimaron a todos los fieles cristianos tan promiscua e indiferentemente, que cualquiera, contra la institución de este Sacramento, tenga poder de perdonar los pecados; los públicos por la corrección, si el corregido se conformase, y los secretos por la Confesión voluntaria hecha a cualquiera persona. Enseña también que aun los sacerdotes que están en pecado mortal ejercen como ministros de Cristo la autoridad de perdonar los pecados, que se les confirió, cuando los ordenaron, por virtud del Espíritu Santo; y que sienten erradamente los que pretenden que no tienen este poder los malos sacerdotes. Porque aunque sea la absolución del sacerdote comunicación de ajeno beneficio, sin embargo no es sólo un mero ministerio o de anunciar el Evangelio, o de declarar que los pecados están perdonados, sino que es a manera de un acto judicial, en el que pronuncia el sacerdote la sentencia como juez; y por esta causa no debe tener el penitente tanta satisfacción de su propia fe que, aunque no tenga contrición alguna, o falte al sacerdote la intención de obrar seriamente y de absolverle de veras, juzgue no obstante que queda verdaderamente absuelto en la presencia de Dios por sola su fe; pues ni ésta le alcanzaría perdón alguno de sus pecados sin la penitencia, ni habría alguno, a no ser en extremo descuidado de su salvación, que conociendo que el sacerdote lo absolvía por burla, no buscase con diligencia otro que obrase con seriedad. Capítulo VII. De los casos reservados Y por cuanto pide la naturaleza y esencia del juicio que la sentencia recaiga precisamente sobre súbditos, siempre ha estado persuadida la Iglesia de Dios, y este Concilio confirma por certísima esta persuasión, que no debe ser de ningún valor la absolución que pronuncia el sacerdote sobre personas en quienes no tiene jurisdicción ordinaria o subdelegada. Creyeron además nuestros santísimos Padres que era de grande importancia para el gobierno del pueblo cristiano que ciertos delitos de los más atroces y graves no se absolviesen por un sacerdote cualquiera, sino sólo por los sumos sacerdotes; y ésta es la razón porque los sumos Pontífices han podido reservar a su particular juicio, en fuerza del supremo poder que se les ha concedido en la Iglesia universal, algunas causas sobre los delitos más graves. Ni se puede dudar, puesto que todo lo que proviene de Dios procede 11 Nº 105 Diciembre de 2014 con orden, que sea lícito esto mismo a todos los Obispos, respectivamente a cada uno en su diócesis, de modo que ceda en utilidad, y no en ruina, según la autoridad que tienen comunicada sobre sus súbditos con mayor plenitud que los restantes sacerdotes inferiores, en especial respecto de aquellos pecados a que va anexa la censura de la excomunión. Es también muy conforme a la autoridad divina que esta reserva de pecados tenga su eficacia, no sólo en el gobierno externo, sino también en la presencia de Dios. No obstante, siempre se ha observado con suma caridad en la Iglesia católica, con el fin de precaver que alguno se condene por causa de estas reservas, que no haya ninguna en el artículo de la muerte; y por tanto pueden absolver en él todos los sacerdotes a cualquier penitente de cualesquiera pecados y censuras. Mas no teniendo aquellos autoridad alguna respecto de los casos reservados, fuera de aquel artículo, procuren únicamente persuadir a los penitentes que vayan a buscar sus legítimos superiores y jueces para obtener la absolución. Capítulo VIII. De la necesidad y fruto de la Satisfacción Finalmente respecto de la Satisfacción, que así como ha sido la que entre todas las partes de la Penitencia han recomendado en todos los tiempos los santos Padres al pueblo cristiano, así también es la que principalmente impugnan en nuestros días los que mostrando apariencia de piedad la han renunciado interiormente; declara el santo Concilio que es del todo falso y contrario a la palabra divina afirmar que nunca perdona Dios la culpa sin que perdone al mismo tiempo toda la pena. Se hallan por cierto claros e ilustres ejemplos en la sagrada Escritura con los que, además de la tradición divina, se refuta con suma evidencia aquel error. La conducta de la justicia divina parece que pide, sin género de duda, que Dios admita de diferente modo en su gracia a los que por ignorancia pecaron antes del Bautismo, que a los que ya libres de la servidumbre del pecado y del demonio, y enriquecidos con el don del Espíritu Santo, no tuvieron horror de profanar con conocimiento el templo de Dios, ni de contristar al Espíritu Santo. Igualmente corresponde a la clemencia divina que no se nos perdonen los pecados sin que demos alguna satisfacción; no sea que tomando ocasión de esto, y persuadiéndonos de que los pecados son más leves, procedamos como injuriosos e insolentes contra el Espíritu Santo, y caigamos en otros muchos más graves, atesorándonos de este modo la indignación para el día de la ira. Apartan sin duda eficacísimamente del pecado, y sirven como de freno que sujeta, estas penas satisfactorias, haciendo a los penitentes más cautos y vigilantes para lo futuro: sirven también de medicina para curar los resabios de los pecados y borrar con actos de virtudes contrarias los hábitos viciosos que se contrajeron con la mala vida. Ni jamás ha creído la Iglesia de Dios que había camino más seguro para apartar los castigos con que Dios amenazaba, que el que los hombres frecuentasen estas obras de penitencia con verdadero dolor de su corazón. Agrégase a esto que, cuando padecemos, satisfaciendo por los pecados, nos asemejamos a Jesucristo que satisfizo por los nuestros, y de quien proviene toda 12 Nº 105 Diciembre de 2014 nuestra suficiencia; sacando también de esto mismo una prenda cierta de que si padecemos con Él, con Él seremos glorificados. Ni esta satisfacción que damos por nuestros pecados es en tanto grado nuestra, que no sea por Jesucristo; pues los que nada podemos por nosotros mismos, como apoyados en solas nuestras fuerzas, todo lo podemos por la cooperación de Aquel que nos conforta. En consecuencia de esto, no tiene el hombre por qué gloriarse; sino por el contrario, toda nuestra complacencia proviene de Cristo, en el que vivimos, en el que merecemos y en el que satisfacemos, haciendo frutos dignos de penitencia, que toman su eficacia del mismo Cristo, por quien son ofrecidos al Padre, y por quien el Padre los acepta. Deben, pues, los sacerdotes del Señor imponer penitencias saludables y oportunas en cuanto les dicte su espíritu y prudencia, según la calidad de los pecados y la disposición de los penitentes; no sea que si por desgracia miran con condescendencia sus culpas, y proceden con mucha suavidad con los mismos penitentes, imponiéndoles una ligerísima satisfacción por gravísimos delitos, se hagan partícipes de los pecados ajenos. Tengan, pues, siempre a la vista, que la satisfacción que imponen, no sólo sirva para que se mantengan en la nueva vida, y los cure de su enfermedad, sino también para compensación y castigo de los pecados pasados: pues los antiguos Padres creen y enseñan, que se han concedido las llaves a los sacerdotes, no sólo para desatar, sino también para ligar. Ni por esto creyeron fuese el sacramento de la Penitencia un tribunal de indignación y castigos; así como tampoco ha enseñado jamás católico alguno que la eficacia del mérito y satisfacción de nuestro Señor Jesucristo se podría obscurecer o disminuir en parte por estas nuestras satisfacciones: doctrina que, no queriendo entender los herejes modernos, en tales términos enseñan ser la vida nueva perfectísima penitencia, que destruyen toda la eficacia y uso de la satisfacción. Capítulo IX. De las obras satisfactorias Enseña además el sagrado Concilio que es tan grande la liberalidad de la divina beneficencia, que no sólo podemos satisfacer a Dios Padre, mediante la gracia de Jesucristo, con las penitencias que voluntariamente emprendemos para satisfacer por el pecado, o con las que nos impone a su arbitrio el sacerdote con proporción al delito; sino también, lo que es grandísima prueba de su amor, con los castigos temporales que Dios nos envía y padecemos con resignación. Concilio de Trento, Sesión XIV, 25 de noviembre de 1551. 13 Nº 105 Diciembre de 2014 Jesús, los pobres y los otros en la exégesis de los principales teólogos de la liberación. X por el Mons. Dr. Miguel Antonio Barriola Jesús los pobres y todas las gentes en el juicio final (Mateo 25:31-46) Llegamos, con el estudio de este pasaje, al último de los textos propuestos para alcanzar el objetivo del presente curso. Se ha de recordar el enunciado de la pregunta que se quería clarificar: “El amor de predilección de Jesús por los pobres ¿quiere decir exclusión o hasta lucha contra los otros?”1 Como guía y resumen del problema se proponía allí mismo: “La respuesta podrá ser buscada en el análisis de los siguientes pasajes evangélicos: El discurso de Jesús en Nazaret (Lucas 4:16-30); las Bienaventuranzas (Mateo 5:1-12; Lucas 6:20-46); La embajada del Bautista (Mateo 11:2-6; Lucas 7:18-23); los criterios para el juicio final (Mateo 25:31-46)”2 Con el texto presente nos acercamos a un punto de gran síntesis. Tratándose, en efecto, de un “juicio final”, quiere decir que se considerarán asuntos fundamentales, se tendrá el balance, así como todo estudiante, al acercarse los exámenes, trata de hacer el repaso de todo lo que ha estudiado, de obtener la propia visión de problemas y soluciones, preparándose a responder, partiendo de este punto de vista completo. En esta grandiosa escena encontramos, pues, los principales ingredientes que han hecho parte de nuestra indagación exegética: Jesús como Hijo del hombre y soberano juez del universo; los pobres, que sirven como criterio y prueba de salvación o condenación; y los otros, que serán examinados de acuerdo al ejercicio del amor que habrán efectivamente demostrado (o no) hacia los menesterosos. Volvemos también a encontrarnos con “la exégesis de los principales teólogos de la liberación” como enunciaba el título del curso. En tal sentido y haciendo casi una inclusio con el comienzo de estas lecciones y la preocupación principal de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez escribe muy acertadamente: “El texto de Mateo 25 se encuentra en perfecta concordancia con el comienzo del Sermón de la Montaña. Felices aquellos que dan de comer al pobre, que le dan de beber, que visitan al prisionero, los que hospedan a los sin techo. El discípulo es aquel que ha de emprender el camino de las obras. Felices, pues, los que se comportan como seguidores de Jesús. Felices aquellos para quienes el pobre debe ser una preferencia para su amor”.3 1 2 3 Pontificia Universitas Gregoriana, Facultas Theologiae — Programma studiorum 1987-1988, Romae (1987) 49 Ibid. Evangelización y opción por los pobres…, 60. 14 Nº 105 Diciembre de 2014 Más adelante, en la obra recién citada, hará este comentario, a propósito de la importancia que ha tenido este texto para el trabajo teológico latinoamericano: “Un texto clave para la reflexión fue Mateo 25, que ayudó a muchos cristianos. Tan es así que en la década de los 60, en el Perú y en América Latina vi un movimiento en torno a este texto, de compromiso por el pobre”.4 Leonardo Boff, así comenta el trozo que nos ocupará dentro de poco: “En la parábola de los cristianos anónimos (Mateo 25:31-46), el Juez eterno no pregunta a ninguno según los cánones de la dogmática, ni si en la vida de cada hombre hubo o no una referencia explícita al misterio de Cristo. Pregunta si han hecho algo en favor de los necesitados. Esto lo decide todo… El sacramento del hermano es absolutamente necesario para la salvación”.5 Juan Luis Segundo ha hecho de este texto uno de los principales motivos de sus reflexiones, mucho antes de la publicación (en 1971) del célebre libro de Gustavo Gutiérrez . Ya había sido usado por él para explicar el concepto de Iglesia característico en todas sus obras.6 En varias ocasiones recurrirá a Mateo 25 en su Respuesta al Cardenal Ratzinger (77-78; 82-89). Más adelante volveremos sobre su posición al respecto. Pero, antes de continuar, es menester también aquí retomar la advertencia metodológica que hiciéramos ya antes. Como lo hace notar Léopold Sabourin: “Esta dramática representación del último juicio se encuentra sólo en el primer evangelio y sintetiza muchos elementos que son típicamente mateanos”.7 Si, por lo tanto, Mateo vale aquí por la extrema importancia que él da a los pobres, en una escena que sólo él transmite, no es honesto, exegéticamente hablando, relativizar tanto sus enfoques teológicos, en otros momentos de su obra (Bienaventuranzas), llegando casi a considerarlo un falsario. Recordemos hasta qué punto estos escritores latinoamericanos lo trataron de “espiritualizante” (“pobres de espíritu”: Mateo 5:3). Seamos honestos, pues, y tomemos en serio a Mateo, en todo su testimonio, no solamente cuando parece cuadrar con posiciones tomadas de antemano. “Jesús no está, como Mateo, poniendo las bases para una nueva ‘justicia’, por una moral mínima compatible con el reino”.8 4 Ibid., 71. Ver asimismo: La verdad…, 53-54, donde repite casi las mismas palabras. Jesucristo y la liberación del hombre, 122. Lo mismo en p. 261. 6 Función de la Iglesia en la realidad rioplatense, Montevideo (1962). Obra citada por Gutiérrez en su: Teología de la liberación…, 87, n. 9. Se puede sospechar que, en sus elucubraciones previas de Lovaina, aquellos futuros “pioneros de la teología latinoamericana”, ya habían dado con ésta, que, en sus futuras interpretaciones compartidas, significaría una mina de comprobaciones para sus posturas. 7 Il Vangelo di Matteo, 962. 8 El hombre de hoy…, 235. Ya antes (184-185) llega a decir que Mateo “tuvo miedo de la inmoralidad de la parábola de los invitados al banquete de bodas” (Mateo 22: 1-14) y por eso habría añadido la última parte sobre el vestido nupcial: vv. 11-14. En las pp. 237-238 contrapone la presentación de Lucas a la de Mateo, escribiendo: “Si rechazamos, con la versión de Lucas, la clave de Mateo, basada sobre la moralidad y sus correspondientes méritos y recurrimos a la única coherente con la versión de Lucas… el significado se vuelve extraordinariamente simple…: procurar el reino es procurar que todos tengan solucionadas sus principales necesidades” (238). Para concluir: “Constatamos que es sólo Mateo en su redacción o en sus materiales propios, quien nos desorienta a propósito del reino” (240-241). 5 15 Nº 105 Diciembre de 2014 Lo mismo dígase de Leonardo Boff, cuando en relación a Mateo 5:17-19 (versículos que podrían ir en contra de sus afirmaciones) explica: “Ya la exégesis católica, ya la protestante han demostrado que no se trata de un logion del Jesús histórico, sino, más bien de una construcción de comunidad primitiva, especialmente de Mateo…”9 Pero se da el caso que, ocho páginas más adelante (en 107), no dudará en atribuir a Jesús Mateo 5:19. Escribirá, de hecho: “Jesús permite que sean observadas aquellas tradiciones, mientras no sean nocivas, pero sí favorables al objetivo principal (Mateo 5:1920; 23-24)”. Una vez más: es necesario ser coherentes, evitando cualquier selectividad en el uso que se hace de la Sagrada Escritura, permaneciendo bien lejos de un oportunismo que, cuando es conveniente, apela a ciertos textos, claramente redaccionales y debidos a la orientación teológica de un determinado evangelista; para después minimizar otras perícopas, hasta del mismo hagiógrafo, con la escapatoria de insinuar su proveniencia comunitaria, supuestamente no reconducible al Jesús de la historia. Algunas premisas exegéticas Un aviso previo importante, que hay que hacer notar, consiste en tomar cuenta de que, si bien es solemne y grandiosa, no es la de Mateo 25 la única descripción del último juicio que nos ha transmitido la tradición evangélica. Tampoco la materia, sobre la cual se desarrollará la separación entre elegidos y condenados, se agota en el elenco aquí presentado por el primer evangelista. También en diferentes contextos encontramos diálogos o amonestaciones del Señor relativas a otras buenas obras o virtudes necesarias para ser admitidos y no rechazados por el Señor en el último día. Por ejemplo: Mateo 7:22: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿No hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos hecho milagros? Y entonces les declararé: ‘Jamás os he conocido; lejos de mí los que hacéis el mal’”. Quiere decir que ante aquel supremo tribunal se podrán encontrar tantos que conocían ya al Señor, aunque no se comprometieron a redoblar con las obras aquel conocimiento. Lo mismo sucede con las parábolas que preceden a la escena de la Parousía.10 En 25:11, lo que se ignora es el día y la hora, pero se supone que ya los que entran al banquete, ya los que quedaron, conocían el deber de vigilar. En el mismo capítulo, en los vv. 14-30, el balance tiene como materia la obligación de hacer productivos los talentos recibidos en depósito. 9 Jesucristo, liberador…, 99, n. 6. Término que aparece sólo en Mateo: 24: 27.37.39. Las otras menciones de tal sustantivo no se dan en el resto de los Sinópticos, ni en Juan, pero sí en el resto de los escritos neotestamentarios. 10 16 Nº 105 Diciembre de 2014 En Mateo 10:33 (Marcos 8:38; Lucas 12:8-9; Lucas 9:26) el juez final tendrá como criterio la confesión explícita de Jesucristo: “Quien, pues, me reconocerá ante los hombres, también yo lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; en cambio, quien me renegará antes los hombres, también yo lo renegaré ante mi Padre, que está en los cielos”. Cuanto precede sirva para recordar que la presentación literaria de Mateo no es una especie de film anticipado del juicio. “Se trata de figuraciones literarias de aquellas normas de juicio, que no deben ser entendidas a la letra como descripción de lo que efectivamente sucederá”.11 “Todas las gentes” Otro punto que es necesario esclarecer se refiere a los sujetos que serán sometidos a juicio. La expresión aparecía ya en Mateo 24:14: “Y este evangelio del reino será predicado en todo el mundo, en testimonio para todas las gentes; entonces vendrá el fin”. El dicho, que se encuentra sólo en Mateo, contiene elementos característicos, que merecen ser comentados. En 4:43 y 9:35, nuestro evangelista ha usado la fórmula “el evangelio del reino”, mientras que en 26:13 escribirá: “Por todo el mundo, por todas partes será predicado este evangelio…” En 24:14, en cambio, aparece una fórmula combinada: “este evangelio del reino”, que es característica también, en comparación con la que usa Marcos: “Pero antes es preciso que el evangelio sea predicado a todas las gentes” (Marcos 13:10). Para Mateo la presentación del Evangelio consiste esencialmente en la predicación del Reino en una perspectiva universal, que es subrayada con las palabras: “en todo el mundo”. Mientras normalmente ta éthne (las gentes) se refiere a los gentiles, en contraposición a ho laós (el pueblo — de Dios) en Mateo — sobre todo después de 21:43: “se os quitará el reino de Dios y será dado a gente que haga sus frutos” — panta ta éthne (todas las gentes) parece más bien aludir a todos los pueblos, incluido Israel, aunque no más considerado como pueblo elegido. En 24:14; 25:32; 28:19 panta ta éthne recuerda la soberanía universal de YHWH en el Antiguo Testamento. Parece, pues, obvio que todas las naciones estarán presentes en el juicio. En particular aparece inconcebible que los responsables de la muerte del Salvador se encuentren ausentes, justamente en el gran día de su manifestación autoritativa. “He aquí que viene sobre las nubes y cada uno lo verá; también aquellos que lo traspasaron y todas las naciones de la tierra se golpearán el pecho” (Apocalipsis 1:7). Es verdad que en algunos textos de la apocalíptica judía el juicio de los gentiles es presentado separadamente del de Israel, pero no hay razón para suponer que Mateo haya hecho suya esta perspectiva. Al contrario, considerando hasta qué punto es universalista la visión de Mateo, tanto en 11 Léopold Sabourin, ibid., 964. 17 Nº 105 Diciembre de 2014 esta escena como en la de la gran misión del final de su obra (Mateo 28:16-20: donde panta ta éthne no puede significar “todos los pueblos menos Israel”), es evidente que él no excluye a nadie ni a nación alguna del juicio. Es por lo tanto muy cierto que, en este contexto, Mateo no piensa respecto a éthne con el significado técnico de gentiles, no hebreos. Se sigue de ello que toda la humanidad será examinada, sea creyentes, cristianos, como aquellos que no han conocido el evangelio. Lo mismo, como se adelantó, vale para Mateo 28:19, al final del evangelio: “Amaestrad a todas las gentes”, sin excepción de ningún pueblo. Por otra parte, en rigor de términos, no son las gentes, sino los individuos, quienes son evangelizados. Se tiene en cuenta la respuesta libre y personal de cada uno. A esto parece conducirnos el uso del pronombre masculino autoús, que aparece dos veces como objeto de “bautizar” y de “enseñar”. Si Mateo hubiese querido entender a “las gentes” globalmente, habría debido usar el pronombre neutro: autá. Esto vale igualmente para 25:32, donde autoús es el objeto del verbo “separar”. De hecho es evidente que los pueblos no pueden ser divididos en “buenos y malos”, mientras que esto es posible para las personas que los componen, sin excluir ni a los judíos ni a los cristianos. “Los más pequeños entre estos mis hermanos” Gustavo Gutiérrez discute sobre este particular con Jean-Claude Ingelaere y Jacques Winandy, para quienes estos “más pequeños” se referirían sólo a los discípulos de Cristo. Las “gentes”, para estos autores, serían juzgadas de acuerdo a la acogida que hayan demostrado a los predicadores del evangelio. Creemos que tiene razón el autor peruano al rechazar esta interpretación.12 Tal sentencia tiene la ventaja de explicar mejor la sorpresa de aquellos que preguntan: “¿Cuándo te hemos visto hambriento… sediento… etc.?” (vv. 37,44). También es verdad que la identificación de “los más pequeños” con los misioneros cristianos podría encontrar fundamento en otros pasajes (Mateo 10:40-42: “uno de estos pequeños… mi discípulo”; Mateo 18, 6: “los pequeños que creen en mí”). Más aún, Cristo resucitado llama explícitamente a los once discípulos “mis hermanos” (Mateo 28, 10). Sin embargo, veremos que aquella pregunta tiene sentido también en todos aquellos que conocen ya el evangelio. En efecto, pese a toda la argumentación presentada, la mayoría de los exégetas actuales se inclina más bien a ver en “los más pequeños entre estos mis hermanos” de Mateo 25 a los pobres en general. 12 Teología de la liberación…, 254-256. 18 Nº 105 Diciembre de 2014 Esta interpretación hace ver bien cómo el último discurso de Jesús, en Mateo hace una inclusión con el primero,13 ya que así como empezó congratulándose con los pobres (Mateo 5:3), al terminar, culmina también con los actos de piedad hacia los privilegiados en el reino de los cielos. Los pobres son un importante criterio para el juicio de la historia. Mateo, por otra parte se ha caracterizado por la insistencia en “hacer obras buenas” (5:16), en el “producir frutos” (7:7) en “hacer la voluntad de Dios” (12:50). En su elenco Mateo se detiene en actos de misericordia visible por su carácter más cuantificable. Pero, obviamente, esto no anula ni invalida lo que se lee en otro lugar, a propósito de la responsabilidad ética de los actos exteriores (Mateo 5:28-4) y del valor de aquellas acciones que sólo el Padre puede ver (6:4-18). Constando sobre el alcance universal del término “todas las gentes” (incluyendo a Israel y los otros pueblos), se clarifica la extensión también genérica de los otros protagonistas: los pobres, no sólo los discípulos o los misioneros. Es necesario, igualmente (como ya recordado), no omitir los matices necesarios, que provienen de otros lugares mateanos, por ejemplo Mateo 28:19, donde aparece una vez más la expresión “todas las gentes”, que, al fin del evangelio son el objeto del explícito envío de la Iglesia, de la propuesta clara de la buena nueva, ya que deben ser “amaestrados” (v. 19),14 “bautizados” en el nombre de Dios uno y trino y “enseñados”, para que pongan en práctica lo mandado por Jesús (vv. 19-20). Tampoco se puede considerar la escena de ese juicio definitivo como un examen de “humanitarismo ecuménico”, donde sólo “el sacramento del hermano” todo lo decide, como escribe Boff. Se debe notar, con Sabourin, que “de todos modos… el juicio sigue siendo cristológico, en el sentido de Mateo 10:40-42: “Quien a vosotros recibe a mí me recibe… y al que me ha enviado”. Vale la pena ayudar a los pobres por ellos mismos, por lo que son. Además de la ley divina la misma fraternidad humana lo hace a cualquiera responsable de su condición e impone a todos el deber de socorrerlos. Pero el juicio presentado por Mateo va más allá de este último nivel, como bien lo explica un autor: ‘El juicio en base a las obras no es formulado en nombre de un vago principio ético, que es indiferente respecto al acontecimiento-Cristo. Esto es evidente ya en 25:3146, donde los justos han acudido al hambre del Hijo del hombre y lo han vestido, sin conocerlo, pero sobre todo en 16:24-26, donde los discípulos son juzgados en base a la imitación de Cristo en 13 Como es sabido, el primer evangelista ha articulado literariamente su obra en cinco grandes sermones: caps. 5-7: de la Montaña; 10: de la misión; 13: de las parábolas; 18: eclesial; 25: escatológico. 14 Mathetéusate trad. hacedlos discípulos. 19 Nº 105 Diciembre de 2014 el sufrimiento y ofrecimiento de sus vidas.15 He aquí, pues, otro capítulo de examen final, referido a una actitud muy concreta respecto a Cristo, Mesías crucificado. Cuando un hombre es juzgado ‘en base a sus obras’, esto significa que se lo interpela acerca de su relación con Cristo, del cual dan testimonio sus obras’.16 Que Cristo se declare solidario con los pobres — prosigue Sabourin — podría depender del hecho que Él mismo es uno de los pobres de Yahvé de los que habla el Antiguo Testamento… o que Él mismo ha elegido ser pobre. Es más probable que esta identificación deba ser recibida por lo que es, o sea como un acto de la voluntad soberana, revelado por Él a los discípulos y a la Iglesia. Todos los hombres, conscientes o no, a raíz de su actitud para con los pobres están llamados a responder ante un juicio que involucra su relación con Cristo, el cual no sólo es el juez soberano, sino también el criterio decisivo de aquel juicio. Esto es verdad, porque para Cristo y Mateo toda la ley y los profetas dependen del amor a Dios y al prójimo (22:40)”17 Jesús Aquí, sólo al final Jesús aparece como juez, separando los opuestos y alejadísimos campos, “los unos de los otros”, los elegidos del Padre de los condenados por la eternidad. En este estadio ultrahistórico se clarifican los puntos oscuros de la historia. Mientras nos encontramos en esta última no es posible un examen que distribuya la limpieza total de una parte y la suciedad absoluta de la otra. A esto se debe que un cristiano no puede preferir de tal modo una categoría de personas, que surja de manera judicial y definitiva contra el resto. En su corazón, hasta el fin del mundo, habrá siempre la esperanza de la penitencia para todos. Ya el profeta Ezequiel había propuesto la fragilidad de toda elección humana, con la consiguiente posibilidad de cambio (tanto hacia el bien como hacia el mal): “Si uno es justo y observa el derecho y la justicia… actuando con fidelidad, ése es justo y vivirá. Pero si uno ha engendrado un hijo violento y sanguinario, que comete acciones inicuas, mientras que él no las comete… (ese hijo) no vivirá y deberá a sí mismo la propia muerte. Pero si uno ha engendrado un hijo que, viendo todos los pecados cometidos por su padre y por más que los vea, no los comete… éste no morirá por las iniquidades de su padre, pero por cierto que vivirá. Ha de morir el que ha pecado y no otro; el hijo no descuenta la iniquidad del padre, ni el padre la del hijo. Al justo le será acreditada su justicia y al malvado su malicia… ¿Acaso me agrada la muerte del malvado — dice el Señor Dios — y no más bien que se convierta y viva?” (Ezequiel 18, 5-23). 15 “Si alguno quiere venir en pos de mí, reniéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame… El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles y retribuirá a cada uno según sus obras”. 16 Cita a: K. Barth, G. Bornkamm y otros: Tradition and interpretation in Matthew, Philadelphia (1963). 17 Il Vangelo di Matteo, 969. 20 Nº 105 Diciembre de 2014 Si, pues, entre los miembros de una misma familia no hay seguridad absoluta de su fidelidad y traición a la ley de Dios, mucho menos podemos canonizar a una clase y condenar a otra, de modo que se justifique una lucha entre ellas, para extirpar de la historia las causas de la injusticia de modo definitivo y eficaz. Jesús, juez definitivo, posterga una claridad semejante sólo para el fin del tiempo. “¿Quieres, entonces, que vayamos a recoger (la cizaña)?” preguntaron los siervos al patrón (Mateo 13:28). Pero éste respondió: “No, no sea que arrancando la cizaña, junto con ella también desarraiguen el trigo. Dejad que la una y el otro crezcan juntos hasta la siega y al momento de la siega diré a los segadores: juntad primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla; el grano, en cambio, ponedlo en mi granero” (vv. 29-30). También S. Pablo da este consejo a los corintios: “Por lo mismo, no queráis juzgar nada antes de tiempo, hasta cuando venga el Señor. Él pondrá a la luz los secretos de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones; entonces cada uno tendrá su alabanza de parte de Dios” (1Corintios 4:3). ¿Quiere decir esto que, hasta que no llegue el juicio definitivo, no nos queda otra cosa que aguardar fatalísticamente el rendimiento de cuentas ultraterreno? No es ésta la conclusión. Las precedentes consideraciones sólo nos amonestan sobre la precariedad de la justicia obtenible en este mundo, acerca de la ilusión que sería hacer creer que alguna estructura intramundana será capaz de hacer brillar absolutamente la fraternidad, la igualdad, la libertad y los derechos del hombre. San Agustín, cuyas panorámicas de la historia hacen una poderosa síntesis entre su enorme cultura humanística y su no menos profundo estudio de la Escritura, enseña al respecto: “Las aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección. La Sagrada Escritura, en efecto, no nos promete paz, seguridad y tranquilidad; el Evangelio nos anuncia, más bien, tribulaciones y pruebas, pero el que permanecerá fiel hasta el fin será salvado. ¿Qué ha tenido de bueno esta vida, comenzando desde el primer hombre, a partir del momento en que éste se hizo reo de muerte, desde que recibió la maldición, maldición de la que nos ha librado Cristo, el Señor? No hay que murmurar, por lo tanto, hermanos, como murmuran algunos — son palabras del Apóstol — y perecieron (mordidos) por las serpientes. Los mismos sufrimientos que nosotros soportamos, los debieron soportar también nuestros padres; en esto no hay diferencia… Si ya has sido liberado de la maldición, si ya has creído en el Hijo de Dios, si ya has sido instruido en las 21 Nº 105 Diciembre de 2014 Sagradas Escrituras, me asombra que tengas por bueno el tiempo en que vivió Adán… Desde el tiempo de Adán hasta el día de hoy, fatiga, sudor, cardos y espinas”.18 Por lo tanto, la liberación que Cristo nos trae es la salvación de la “maldición”, no necesariamente la de las “fatigas, sudor, cardos y espinas”. Aquella final y total libertad ya está obtenida, pero “en esperanza”: “Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte… Yo, de hecho, que los sufrimientos del momento presente no son parangonables a la gloria futura, que deberá ser revelada en nosotros… También nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, aguardando la adopción de hijos, la redención de nuestro cuerpo. Porque, en esperanza hemos sido salvados” (Romanos 8:2, 18, 23)19 La lucha principal, entonces, no tiene lugar entre ricos y pobres. Se combate más bien dentro del corazón de cada uno de los hombres. Los justos pueden caer y los malvados levantarse (como lo anunciaba Ezequiel y continúa a mantener San Pablo): “De hecho los deseos de la carne se rebelan contra Dios, porque no se someten a su ley y ni siquiera lo podrían” (Romanos 8:6-7). “La carne, en realidad, tiene deseos contrarios al Espíritu y el Espíritu tiene deseos contrarios a la carne; estas cosas se oponen entre sí, de modo que no hacéis lo que queréis” (Gálatas 5:17). Tampoco esto quiere decir que todo el trabajo del cristiano deberá reducirse al cultivo de una exquisita vida interior. En el hombre no hay interioridad que no sea exteriorizada de algún modo. El alma humana ha de informar un cuerpo y el Espíritu Santo es dado a los hombres, que son espíritu y carne, individuos y sociedad; aspiración eterna, pero que comienza a ser vivida en la historia. El “corazón”, símbolo y realidad tan usado en la Biblia, no tiene sentido desconectado de todo el flujo sanguíneo, que llega hasta los extremos del cuerpo. Pero, en caso de obstáculos, anormalidades, ya personales ya sociales, ¿cuál será la forma evangélica para aportarles remedio? No parece que sea la lucha. San Pablo aconseja: “Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna culpa, vosotros, que tenéis el Espíritu, corregidlo con dulzura. Y vigila sobre ti mismo, para no caer también tú en tentación. Llevad los pesos los unos de los otros, así cumpliréis la ley de Cristo” (Gálatas 6:1-2). La parábola del juicio en Mateo 25 es también clara a este respecto. Sólo al final las ovejas son distinguidas de los cabritos. Hasta entonces el Hijo del hombre se comporta como pastor de todos, llegando hasta a dejar las 99 ovejas fieles, para ir a buscar a la extraviada (Lucas 15:4-7). 18 Sermo Caillou — Saint Yves 2, 92; PLS II, 441-552. Reencontramos aquí el tema del primero de esta serie de artículos: Teología de la liberación y gemidos del Espíritu, que una vez más subraya la legitimidad de todo esfuerzo por mejorar situaciones de injusticia y de manifestar la preferencia de Cristo por los pobres. Aunque, sin ceder a la presunción de que podremos arreglarlo todo, ya aquí, con la vana esperanza de una lucha de clases, que suprimiría todo obstáculo en este mundo. 19 22 Nº 105 Diciembre de 2014 Los pobres Si antes hemos advertido que esta escena escatológica de Mateo no agota los contenidos del juicio final,20 no es menos verdadero que la conducta de los hombres hacia los pobres tiene un lugar singular e importantísimo entre los criterios de salvación o condenación. Aquí, como decíamos al comienzo de estas lecciones, con la Libertatis nuntius (IX, 10) reside uno de los méritos de la Teología de la liberación: haber llamado la atención sobre los pobres, con los que se identifica el Salvador. La parábola es poderosa y demuestra cómo la vida cristiana no puede reducirse a una dimensión pietista e individualista. La preocupación por los pobres no es un accesorio de ornato secundario para una existencia de fe constituida ya en sí misma por otros caminos. La tradición de la Iglesia se hace eco de la centralidad dada por Jesús en el Evangelio a todos los necesitados. Hace pocos días se leía en el “Oficio de lecturas”21 este sermón de San León Magno: “De ninguna otra devoción de los fieles se deleita tanto el Señor, como de ésta, que se dedica a sus pobres y donde encuentra el cuidado de la misericordia, allí reconoce la imagen de su piedad”.22 Juan Pablo II en su recentísima encíclica Sollicitudo rei socialis (1987) explica que los pobres están llamados “según la significativa fórmula… ‘los pobres del Señor’, porque el Señor ha querido identificarse con ellos (Mateo 25:31-46) y se toma especial cuidado de ellos (Salmos 12{11}:6; Lucas 1:52)”23 Los pobres adquieren así una nobleza y dignidad jamás oídas en la historia. Dios mismo ha querido depositar su imagen en el hombre; por eso todo ser humano, desde el feto más minúsculo al anciano más inútil, es digno de sumo respecto y sujeto de derechos. Pero, todavía, entre los hombres, el Hijo de Dios ha querido llevar a grados altísimos su ternura, ya existente en el Antiguo Testamento, hacia los pobres. Son el mejor espejo para encontrar la semejanza del Señor. De todos modos, así como el hombre, por encumbrado que sea,24 no puede ocupar el puesto de Dios, siendo de Él solamente el reflejo, estupendo y maravilloso, pero derivado de la luz plena, así se debe decir que el pobre no es Dios. Si Cristo se identifica con los desheredados, esto no significa que Él mismo se vacíe en ellos. Su persona permanece como el centro de la historia de la salvación y todo el resto, también los pobres, le es relativo y subordinado. 20 Porque hay tantos otros asuntos sobre los que seremos evaluados, y no de menos importancia, como nuestra acogida del Hijo del hombre en la fe: Mateo 10: 32-33. 21 Martes de la cuarta semana de cuaresma. 22 Sermo 10 in Quadragesima, 3-5; PL 301. 23 Ibid., 43 y n. 80. 24 “Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor” (Salmos 8, 6). 23 Nº 105 Diciembre de 2014 Por eso, no parecen justas algunas frases, si no son explicadas un poco más. Por ejemplo, estas reflexiones de Gustavo Gutiérrez: queremos subrayar en el texto de Mateo, que “no basta decir que el amor para con Dios es inseparable del amor hacia el prójimo. Hay que afirmar todavía que el amor a Dios se expresa inevitablemente en el amor al prójimo. Más todavía, Dios es amado en el prójimo: “si alguno dice: amo a Dios, y odiase a su hermano, es un mentiroso. Quien, en efecto, no ama al propio hermano que ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Juan 4:20). Amar al hermano, a todo hombre, es una mediación necesaria e imprescindible del amor a Dios, es amar a Dios: ‘a mí lo habéis hecho.’”25 A lo dicho, se puede señalar que, por más que dos cosas o personas estén íntimamente ligadas, mantienen siempre su identidad (ante todo si se trata de personas), que no puede ser sustituida por nada más. Así, no ha sido raro el fenómeno de estos últimos tiempos, según el cual muchos han pensado más o menos así. ‘Si Dios se encuentra en el prójimo, si Cristo se identifica con el pobre, atendiendo a este último, preocupándome por el trabajo social, me encuentro ya en regla con Dios’. Ha sucedido de este modo que tantos encuentran a Dios por todas partes, menos en la oración, en la Eucaristía o el resto de los sacramentos. Se escuchan por todas partes los conocidos slogans: “Yo encuentro a Dios en el prójimo”; “Para mí todo es oración”; “Nada es profano”; “Hay una sola historia”; “Dios se hace historia”. Tales actitudes, que querían escapar a los “dualismos”, fueron a parar en no menos extremosos “monismos”, que se siguieron de una superficial exégesis de Mateo 25. Pues, dado que el Hijo del hombre declara que todo el bien que se hace a los pobres está dirigido a El mismo, muchos teólogos acelerados han deducido que inclinándonos al prójimo, nos acercábamos ya a Dios. Si trasponemos un modo semejante de razonar a otros ámbitos de la teología, se verá a qué absurdos se llega. Así, por ejemplo: es verdad que “quien ve a Jesús, ve al Padre” (Juan 14:9). Pero… ¿se podrá concluir de este pasaje que la persona del Padre se vuelve así superflua, porque se ha identificada con la del Hijo encarnado, disolviéndose en Él? En modo alguno, si nos atenemos a la revelación íntegra. Ya que el mismo Jesús tiene que volver “hacia el Padre” (ibid., 13:1; 20:17). Si, por lo tanto, ni siquiera allí donde la unidad y circumincesión es la más estrecha que se pueda concebir podemos exagerar tanto la unificación que se llegue a cancelar las distinciones personales, cuánto más errado será olvidar las diferencias entre lo divino y lo humano. 25 Teología de la liberación…, 260. 24 Nº 105 Diciembre de 2014 Viendo esta negación exagerada de los “dualismos”, Y. Congar advertía: “Se puede y se debe decir Deus est esse, Dios es el existente. El Maestro Eckhart decía: Esse est Deus, la existencia es Dios. No es lo mismo. También se puede y se debe decir: ‘Dios es amor’; pero no se puede decir: ‘el amor es Dios’. Se puede y se debe decir: ‘La salvación es liberación’, pero no se puede decir: ‘la liberación es salvación’. Lo humano no se agota en lo social. El hombre plantea preguntas a las cuales no puede responder la sociedad y siente ansias que apuntan más allá de sus satisfacciones.”26 Si, pues, amar al hermano es una mediación necesaria del amor para con Dios, ¿se podrá decir igualmente que es lo mismo que amar a Dios?27 No lo creemos, porque nunca un medio puede tener la misma dignidad que el fin. Los sacramentos son medios (algunos necesarios) de la gracia; no por esto “son” la gracia y mucho menos Dios, autor de la gracia. La misma Eucaristía no es Dios. Porque cesará y Dios no pasará jamás. La Eucaristía es un modo eminente, no hay duda, de la real presencia del cuerpo de Cristo, Hijo de Dios, pero, dado que acabará sus funciones en el mundo futuro, no puede ser Dios, que es inmutable y dura “per saecula saeculorum”. Después, si se recurre al famoso paso joaneo (1Juan 4:20) para hacer notar la ineludible necesidad del amor al prójimo, si se quiere en verdad amar a Dios, no se debe pasar por alto otro pasaje, no menos importante, del capítulo siguiente, donde el ritmo del amor aparece diverso, si bien no contradictorio con el trozo anterior: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y observamos los mandamientos” (1Juan 5:2). Uno y otro amor son necesarios, el uno no va sin el otro, pero uno no es el otro; más todavía: el amor de Dios es de mayor jerarquía que el amor hacia el prójimo. Dios ha de ser amado con “todo” (corazón, alma, mente: Mateo 22:37). El prójimo “como a ti mismo” (ibid., v. 39). Ahora bien, ninguno puede amarse a sí mismo “con todo”. Sería idolatría, auto-latría. Cada uno se ama con medida, sabiendo de sus límites y así ama al prójimo, consciente también de las carencias del otro. Sería un amor distorsionado dirigirse a un ser humano como si fuese Dios. Hay, entonces, una profundidad del corazón humano que sólo Dios puede llenar y que ningún otro amor es capaz de agotar. Por lo mismo, da pena encontrar la tremenda distorsión de tomar el criterio supremo del juicio final (las premuras para con los pobres) con orgullo y poca caridad. “¡Qué numerosos son aquellos — se quejaba San Agustín — que, aunque se encuentren entre los herejes y cismáticos, se llaman mártires! Pero, si diesen la vida por los hermanos no se separarían de la universal comunidad de los hermanos. Además, ¡qué numerosos son los que distribuyen en regalos muchos de sus haberes por ostentación! Ellos no buscan otra cosa que el elogio de los hombres y el aplauso popular, hecho de viento y extremamente inestable. ¿Dónde se encontrará la 26 27 Un pueblo mesiánico, Madrid (1976) 231. Como se lo afirma en: Teología de la liberación…, 260. 25 Nº 105 Diciembre de 2014 piedra para descubrir la genuinidad de la caridad fraterna, dado que hay personas semejantes? Juan quiere que la caridad sea sometida a prueba y por ello amonesta: ‘Hijitos, no amemos a palabras ni con la lengua, sino con hechos y en la verdad’ (1Juan 3:18). Nos preguntamos: ¿con qué obras, con qué verdad? ¿Puede darse una obra más evidentemente caritativa que socorrer a los pobres? Muchos lo hacen para ser admirados, no por amor… — no queda más que esta conclusión: ama al hermano aquel que ante Dios, allí donde sólo Él ve, asegura su corazón y se pregunta en su intimidad si verdaderamente actúa así por amor del hermano; y aquel ojo que penetra en el corazón, allí donde no puede llegar el hombre, le da testimonio. Así Pablo apóstol, porque estaba dispuesto a morir por los hermanos, decía: ‘Yo me consumiré a mí mismo por vuestras almas’ (2Corintios 12:15); pero, dado que Dios veía estas disposiciones en su corazón, no ya los hombres, a los que Pablo se dirigía, el Apóstol les asegura: ‘Para mí cuenta poco ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano’ (1Corintios 4:3)”28 Hay, pues, una instancia secreta y misteriosa, donde reina solamente Dios, sobre la cual ni siquiera el propio “yo” puede contar, porque es “intimior intimo meo.”29 Por eso, siguiendo un poco más el último texto citado por Agustín, podemos añadir con San Pablo: “Más aún, ni me juzgo a mí mismo, porque, aunque no son consciente de culpa alguna, no por esto estoy justificado. Quien me juzga es el Señor” (1Corintios 4:3-4). Es preciso, pues, “entrar en la propia habitación y orar al Padre en lo secreto, donde Él solo ve” (Mateo 6; 5). Dios es una persona no soluble en las cosas que hacemos, ni en las personas creadas que amamos. Por lo cual, son por lo menos equívocas estas otras sentencias de Gutiérrez: “El cristiano no ha hecho suficientemente su conversión al prójimo, a la justicia social, a la historia. No ha percibido todavía, con la claridad augurable, que conocer a Dios es obrar la justicia. No vive todavía en un solo gesto (destaca el autor) con Dios y con los hombres.”30 Se me hace que está pidiendo imposibles. Porque es verdad que el amor todo lo une bajo su suave dominio. Así, por ejemplo, la esposa y madre, en el hogar, aunque no esté presente su marido o sus hijos, todo lo hace por amor: cocinar, hacer la limpieza, lavar la ropa, etc. Pero, si no se dieran más momentos de diálogo personal, donde todas las otras cosas pasan a segundo lugar, ¿quién no diría que el amor empieza a debilitarse? No pasa diversamente con Dios. Si no hay gestos secretos, dirigidos explícitamente a la persona de Dios, aquellos que ninguno sino Él puede captar, el amor hacia Dios se vuelve siempre más frágil. 28 In Primam Epistolam S. Johannis, Tr. 6, 2, ad 1Juan 3: 18. Confessionum Liber III, 6.11; PL, XXXII, 688. 30 Teología de la liberación…, 269. 29 26 Nº 105 Diciembre de 2014 Hay, además, ocasiones donde hay que elegir entre el primer y el segundo mandamiento. Si las asociaciones multinacionales me ofrecieran la solución económica para los países subdesarrollados a cambio de una blasfemia, no podría aceptar. La mártir Perpetua, más que por los tormentos físicos se vio desgarrada por el amor de su anciano padre, quien por tres veces le había pedido abjurar de la fe cristiana, por amor a la familia. Y su esclava Felicitas dejó el bebé que había dado a luz en la cárcel, para ir al encuentro del martirio y al amor superior de Cristo. Parece, de todos modos, que Gutiérrez, en sucesivas publicaciones, se hubiera desligado de aquellas frases de sabor monista. De hecho, vemos en qué sentido continúa una aclaración, ya citada en parte más arriba: “Un texto clave en la reflexión fue Mateo 25, que ayudó a muchos cristianos. Tan es así que en la década de los sesenta, en Perú y América Latina hubo un movimiento en torno a este texto, de compromiso con el pobre. Por eso me pareció importante evitar toda posibilidad de reduccionismo (detenernos en la mediación del pobre sin llegar a Dios). Mi idea era reflexionar teológicamente para ayudar a los cristianos, que yo veía en el recto camino, que era el empeño por los pobres, a encontrar el sentido de la fe. Sentía yo que, para muchos de ellos, la fe corría el riesgo de evaporarse. Les quedaba un vago cristianismo, que era una especie de humanismo generoso. La fascinación de la política en forma exclusiva era muy grande para muchos y me ha parecido que era importante pensar teológicamente en la importancia de la fe cristiana para el compromiso liberador”31 En torno a las mismas ideas, pero con una expresión de gran claridad, confesará más adelante: “Este texto (Mateo 25) inspiró muchas y valiosas empresas. Pero algunos creían encontrar en él la idea que bastase el gesto concreto hacia el pobre para definir la ida cristiana. Se trata, sin duda, de una dimensión indispensable, pero que debe ser enriquecida por otra. Es verdad que el prójimo, y en modo particular el pobre, es mediación para el encuentro con Cristo (‘a mí lo habéis hecho’); pero es también verdad, según el Evangelio, que el ‘pasaje’ para nuestra relación con Cristo nos permite llegar en modo más pleno hasta el prójimo. Cristo es mediador entre nosotros y Dios Padre, mas es también mediador entre los seres humanos. Las dimensión de compromiso y la contemplativa son imprescindibles en la existencia cristiana.”32 Enseguida agrega: “Hemos tenido ocasión de subrayar este punto en varios escritos”. De acuerdo, pero el primero de todos no fue tan claro y sería necesario corregir, en las sucesivas ediciones, aquel: “único gesto” de convivencia con Dios y el prójimo. Últimamente habla, con toda la claridad deseable, de “una dimensión y de otra”, las cuales no son separables, pero ciertamente diversas, siendo una superior a la otra. 31 32 Evangelización y opción por los pobres, 72. La verdad…, 53-54. 27 Nº 105 Diciembre de 2014 Trasfondo de la secularización por el Rev. P. José María Iraburu Igualitarismos y otras psicologías enfermas En realidad, antes de señalar herejías teológicas, como nestorianismos y pelagianismos, tendría que referirme a otras enfermedades mentales en cierto modo previas, pues pertenecen al mismo orden natural, y están así entre los præambula fidei. En este sentido, una de las enfermedades mentales de hoy, con carácter de epidemia, es la mentalidad igualitaria, que lleva en sí muchos componentes diversos y que, como sabemos, se difunde universalmente a partir de la Revolución francesa. Es de suyo distinta de la orientación política democrática, perfectamente legítima si reconoce la soberanía de Dios. La mentalidad igualitaria, por el contrario, implica una profunda distorsión del orden natural, una gran ceguera para todos los valores de la Revelación y de la gracia, y lleva en sí una sorda exigencia de eliminar lo sagrado, lo distinto, lo superior, lo que manifiesta autoridad... Alergia a la autoridad Alergia a ver en el sacerdote, dentro del pueblo de Dios, una autoridad real, una especial participación en la autoridad apostólica, una potenciación especial de santificación al servicio de los hombres. (Todos los cristianos somos iguales, y en el orden de la santidad o de la santificación, más todavía). Alergia a la Iglesia entendida como “sacramento universal de salvación”. (No tenemos el monopolio de la verdad ni de la salvación). Alergia a la autoridad de los padres sobre los hijos. Alergia a la idea de obediencia y a la misma palabra, en cualquiera de sus versiones, cívica o eclesial, familiar o escolar... Todo eso, por supuesto, está latente en la secularización del sacerdote y del religioso. Y también del laico. Pero, como hemos dicho (Rivera-Iraburu), “el igualitarismo moderno, de inspiración atea, es contrario no sólo a la Revelación, sino también a la naturaleza. Es una ideología falsa que solamente haciendo violencia a la realidad de las cosas puede afirmarse. Sabemos científicamente que, por ejemplo, en cualquier asociación de vivientes — una manada de lobos — domina la confusión y la ineficacia hasta que en ella se establece una estructuración jerárquica, que implica relaciones desiguales. Pues bien, la autoridad [que en su misma etimología, auctor, augere, está diciendo ser una fuerza impulsora y acrecentadora] — la jerarquía, la desigualdad — que es natural entre los animales [como no sea en un cardumen de anchoas o en otros vivientes mínimos], sigue siendo natural entre los hombres. Ciertamente en las sociedades humanas habrá que distinguir — no así en las animales — desigualdades justas, procedentes de Dios, conformes a la naturaleza, y desigualdades injustas, nacidas de la maldad de los hombres: habrá, pues, que afirmar las primeras 28 Nº 105 Diciembre de 2014 y combatir las segundas. Pero en todo caso debe quedar claro que el principio igualitario, en cuanto tal, es injusto, es violento, es contrario a la naturaleza” (Síntesis de espiritualidad católica, 25). Cuando un cristiano se considera y dice igual a un pagano, cuando un ministro sagrado se estima y se confiesa uno más entre los hermanos laicos, cuando se ve la Iglesia como algo valioso pero no necesario, se está pervirtiendo, con falsa humildad, toda una economía eclesial de gracia santificante. Y ese crimen tan grande, y tan lesivo para el apostolado y la vida de la Iglesia, viene a ser cometido con buena conciencia por aquel que tiene el nous podrido por el virus igualitario. Es un virus que deja ciegos y sordos a quienes lo padecen. Pero no mudos... La aversión al héroe La aversión generalizada al héroe, al santo, al hombre eminente o excelente (eminere, excellere: que sobresale notablemente por encima del nivel medio) implica una perversión de un sentimiento natural. Lo natural, ante el hombre admirable, es gozar en su conocimiento, pretender con entusiasmo su imitación y decirse: “Éste no es como todos, es distinto, es mucho mejor”. Pero para el igualitario resulta odioso. Enrique Heine, aunque admirador de la Revolución Francesa, no sin humor decía en 1828, en Cuadros de viaje: “han querido establecer la igualdad de todos cortando las cabezas de los que a toda costa se empeñaban en sobresalir”. El hombre de sentimientos igualitarios ve con aprensión al héroe, y sólo le perdona si muestra algún rasgo vulgar o negativo. Apreciará a aquel santo que fue un gran pecador — no le hace ninguna gracia María, la Llena de Gracia — . Sentirá simpatía por el militar heroico con la condición de que confiese que en la guerra experimenta un miedo atroz, o que siente gusto en matar. Verá con buenos ojos al científico famoso que anda en bicicleta o va a comprar al mercado. Algún pecado, alguna manía, algún rasgo vulgar debe adornar al hombre eminente: algo que al igualitario le permita decirse con alivio y satisfacción: “Es como todos, es igual que nosotros”... Por lo demás, el atractivo que a veces experimenta el igualitario es hacia hombres decadentes, que se confiesan atados a la droga o mujeriegos, o sin principio moral alguno o dispuestos a triunfar a costa de lo que sea. Hacia éstos siente una atracción morbosa, llena de admiración y respeto. Podría hablarse aquí de una admiración descendente. Aquí entra la exaltación estética del antihéroe, concepto y término antes inexistentes. En esta enferma lógica psicológica habrá que inscribir la tendencia a secularizar la figura de Cristo, de María, de los santos... y de los sacerdotes, religiosos y laicos. 29 Nº 105 Diciembre de 2014 Distinto y separado, semejante y unido Una visión del mundo jerárquica, es decir, verdadera, considera las diferencias del cosmos como algo natural, exigido por la misma naturaleza, y como algo que ayuda a la unión. Si juntamos unos cuantos lobos, no hay paz, ni caza ni reproducción hasta que se establece entre ellos el orden de una jerarquía. Esto es algo natural. En un campo de hierba, por ejemplo, donde cada brizna es semejante a su vecina y yuxtapuesta a ella, hay poca unión, y puede arrancarse una hierba sin que esto afecte a su vecina en lo más mínimo. En un árbol, en cambio, todas las partes son distintas y, por eso mismo, están trabadas orgánicamente entre sí. Y no podríamos lesionar una parte sin afectar al resto. Pues bien, el secularismo es igualitario, y piensa, o quizá mejor siente — porque no piensa con la cabeza, sino con el corazón o con el hígado — que un sacerdote o un religioso distinto, necesariamente, por serlo, ha de verse separado del pueblo. La vida de unos laicos cristianos, si es distinta de la de los mundanos contemporáneos, llevará inevitablemente al ghetto, a la separación. Y se acabó entonces la encarnación y la posibilidad de salvar. Pero la experiencia, en cambio, nos dice con fuertes voces todo lo contrario. Cristianos bien distintos del mundo han estado muy cerca de los hombres, y han procurado con gran eficacia su bien. Podemos comprobar esto en los primeros cristianos, que respecto de los hombres mundanos (topikós), eran muy distintos (utopikós), y por eso mismo resultaban muy atractivos. Un texto de los Hechos lo expresa muy bien: “Se reunían en el pórtico de Salomón [formaban comunidad], nadie de los otros se atrevía a unirse a ellos [comunidad diferenciada], pero el pueblo los tenía en gran estima [atracción], y crecían más y más los creyentes [crecimiento de la comunidad]” (Hechos 5:1314). ¿Desde cuándo se ha visto que el pueblo cristiano más secularizado y asemejado a la gente del mundo resulte más atractivo? Muy iguales y semejantes son entre sí los mundanos, y muy separados y distantes e insolidarios viven entre sí. En realidad la gente mundana está harta de sí misma. Lo que busca es otra cosa, otra vida, más verdadera, más noble, más coherente y armoniosa. El pueblo cristiano, cuando se seculariza, defrauda terriblemente al pueblo mundano, dejándolo irremisiblemente atado a sí mismo, sin salida. ¿Desde cuándo una liturgia secularizada resulta más atractiva para la gente? Cuando un cristiano entra en el ámbito de una liturgia sagrada (“La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo...”) se siente introducido en un ambiente nuevo, distinto, fascinante, más alto y santo. Cuando, gracias a un sacerdote campechano y simpático, se encuentra una liturgia secularizada, que no le ofrece sino aquello que lo rodea siempre (“Buenas tardes. ¿Calor, eh?”), termina marchándose a casa. Las estadísticas de los últimos decenios señalan que la 30 Nº 105 Diciembre de 2014 mayoría de los cristianos ya no van a misa ni se confiesan, y que en muchos países los practicantes son una minoría ínfima. ¿Se puede afirmar que la secularización de la liturgia ha tenido en esto algún influjo, o es éste un juicio temerario, y se trata de una pura coincidencia? ¿Desde cuándo un centro parroquial secularizado atrae más a los muchachos? Se quitó el crucifijo, la imagen de la Virgen y de Santa Teresita, y se pusieron unos posters de paisajes, de motocicletas potentísimas y de cantantes de moda. Antes aquello estaba lleno de muchachos. Ahora ya no va nadie. ¿Significa esto algo? ¿Desde cuándo la figura secularizada del sacerdote o religioso o religiosa resulta más atractiva para suscitar vocaciones consagradas que la figura tradicional, sagrada y distinta, de los que, dejándolo todo, siguen al Señor? ¿Desde cuándo los consagrados secularizados resultan más próximos a la gente? Es una realidad innegable que los seminarios y noviciados más secularizados se han quedado desiertos, han pasado de mil a cuatro, de cien a uno o a ninguno, y que los únicos seminarios y noviciados que florecen en vocaciones son los que prosiguen la línea tradicional sagrada de la Iglesia. Y es una realidad que los curas y frailes tradicionales, es decir, sagrados, para entrar en temas religiosos tenían y tienen una relación con la gente — con justos y pecadores — mucho más fácil y eficaz que la que tienen sus hermanos de estilo secularizado. ¿Desde cuándo los curas y religiosos, saliendo de casas parroquiales y conventos, y alojándose en viviendas normales, resultan más próximos y acogedores para la gente? Esto podrá ser conveniente cuando convenga. Pero la experiencia, practicado eso como principio y en general, dice otra cosa bien distinta. A la casa parroquial y al convento llegan con toda naturalidad pobres y emigrantes, gitanos, muchachos aburridos y personas en crisis. Allá van todos, precisamente porque es un lugar sagrado, y por tanto asequible y acogedor para todos — como lo es, y más aún, el templo, lugar más sagrado todavía, y por tanto aún más abierto y acogedor para cualquiera — . Por el contrario, la vivienda secular es mucho más cerrada en sí misma. Vale, por ejemplo, para poder ver largamente la televisión sin interrupciones y para cosas semejantes, pero, en general, para la atención pastoral muestra muchos más inconvenientes que ventajas. Por allí no aparece nadie. La gente teme que les abra la puerta un señor o una señora, de los que no queda claro si es seglar, cura, fraile o monja, y le diga, sin abrir del todo la puerta: “¿Qué desea usted?”... No sabemos hasta cuándo la mentalidad igualitaria y nestoriana mantendrá vigente la trampa mental distinto/separado y semejante/unido, pero sería deseable que todas esas engañosas pedanterías terminaran de una vez. 31 Nº 105 Diciembre de 2014 Normales y corrientes Algunos psicólogos suelen distinguir, según el grado de madurez de la persona y de la adaptación social, entre hombres normales, corrientes y neuróticos. El hombre normal es el que vive con fidelidad a su propio ser. La mayoría de los psicólogos actuales no caracterizan la persona en función de sus tareas o situaciones vitales o ambientales, sino en relación a la profundidad de su propio ser, es decir, en términos de autenticidad (authentikós: que tiene autoridad o, si se quiere, que es dueño de sí mismo). El hombre normal es raro, en el sentido de infrecuente, y muchas veces también en el sentido de diverso de la masa general alienada y manipulada. En el fondo, el hombre normal es el que vive en fidelidad a su propia norma ontológica, es decir, a su propio ser. El hombre corriente está alejado de la fidelidad debida a su propio ser, pero está adaptado al medio como pez al agua. Fiel a su vocación igualitaria, es igual a todos: uno más. El hombre neurótico, por último, no logra adaptar su vida ni a su propio ser ni al medio circundante. Rechaza la existencia del hombre corriente, quizá porque no es capaz de vivirla, pero no llega tampoco a ser normal. Los psicólogos, sobre todo los que estudian la psicología social, nos aseguran que los hombres normales son muy pocos, que los neuróticos son muchos, y que los más numerosos son los hombres corrientes, es decir, aquellos que renunciaron a vivir desde la originalidad de su propio ser, aceptando asumir la imagen falsa que por mil medios de manipulación social se les impone. Pues bien, el cristiano — sacerdote, religioso o laico — no está llamado a ser neurótico ni corriente: su vocación es ser normal, es decir, conforme a la norma, que es Cristo, el nuevo Adán. Esto le llevará sin duda a ser distinto de los mundanos, pero por eso mismo más próximo y solidario, y también más atractivo. ¿Será por esto menos secular? Mercantilmente valiosos Hace años Erich Fromm intentó una tipificación caracterológica que, a diferencia de otras ya clásicas — Jung, Kretschmer, Sheldon — tenía un fundamento psicosocial muy interesante. Y así vino a caracterizar la personalidad de orientación productiva, afirmativa y creativa, o más bien receptiva, pasiva y guiada desde fuera; o la explotadora, propia de aventureros y emprendedores, o la acumulativa, conservadora y propietaria. Pero, a su juicio, la más característica de nuestro tiempo es la personalidad de orientación mercantil, entendiendo por ella “la orientación del carácter que está arraigada en el experimentarse a uno mismo como una mercancía, y al propio valor como un 32 Nº 105 Diciembre de 2014 valor de cambio” (Ética y psicoanálisis, 82). Desde luego, sólo la descristianización puede haber hecho posible esta mentalidad en Occidente, cuya historia cristiana es tan diversa de tal orientación. “En vista de que el hombre se experimenta a sí mismo como vendedor y al mismo tiempo como mercancía, su auto-estimación depende de condiciones fuera de su control. Si tiene éxito, es valioso, si no lo tiene, carece de valor. El grado de inseguridad resultante de esta orientación difícilmente podrá ser sobreestimado. Si uno siente que su propio valer no está constituido, en primera instancia, por las cualidades humanas que uno posee, sino que depende del éxito que se logre en un mercado de competencia cuyas condiciones están constantemente sujetas a variación, la auto-estimación es también fluctuante y constante la necesidad de ser confirmada por otros. De aquí que el individuo se sienta impulsado a luchar inflexiblemente por el éxito, y que cualquier revés sea una grave amenaza a la estimación propia; sentimientos de desamparo, de inseguridad e inferioridad son el resultado. Si las vicisitudes del mercado son los jueces que deciden el valor de cada uno, se destruye el sentido de la dignidad y del orgullo.” (Ética y psicoanálisis, 86) En otro tiempo, quizá un político rechazado por el pueblo se retiraba pensando: “Este pueblo prefiere la comodidad al honor”. Hoy es más frecuente que se retire pensando: “No me aprecian, soy un fracasado”. Sólo un cuadro firmísimo de valores puede liberar a la persona de una captación mercantil de sí misma. Por eso hoy es más frecuente que el fracaso social lleve a subestimarse, a menospreciar la propia profesión y a abandonarla. ¿No explica esto en buena parte el abandono de decenas de miles de sacerdotes y religiosos? “El mundo nos rechaza, nos considera inútiles: no valemos para nada”... La orientación mercantilista, es cierto, al comprobar una baja de estimación en la bolsa mundana de valores, puede llevar también a otra conclusión: “Se hace urgente un cambio de imagen: ésta no vende”. ¿No explica esto en buena parte las ansias secularizadoras de algunos sectores clericales y religiosos de hace unos años?... Por esa lógica, Cristo, al verse rechazado por el mundo, habría dudado de su mensaje, del modo de transmitirlo, de la oportunidad de su estilo de vida — pobreza, celibato, ruptura con el mundo — y se habría puesto a la búsqueda angustiada de su propia identidad mesiánica. O pensemos en San Pablo. Tras el fracaso completo sufrido en Atenas, el centro intelectual del mundo antiguo, ¿se imaginan a un San Pablo dudando de su mensaje, de su formulación, o de su propia identidad de apóstol? Yendo al grano: ¿podemos creer que, después de veinte siglos de tradición católica, de un siglo de encíclicas sacerdotales y de un Vaticano II, puede un sacerdote situarse a la búsqueda de su identidad sacerdotal, poniendo en duda angustiadamente su estatuto social de vida y todo lo demás, si no se siente devaluado por la sociedad, y si no está profundamente afectado de esa mentalidad que Fromm califica de mercantil, según la cual la persona se estima a sí misma como un valor de 33 Nº 105 Diciembre de 2014 cambio? O los religiosos: ¿desde cuándo aquellos que, en palabras del Concilio, “no sólo están muertos al pecado, sino que también han renunciado al mundo, y viven únicamente para Dios” (PC 5a), han de vacilar en el aprecio de su propia identidad al verse subestimados por el mundo, pensando en modificarla cuanto sea preciso para sobrevivir? El mundo siente odio por los religiosos tradicionales, pero por los religiosos secularistas no siente sino desprecio, y ni siquiera se molesta en perseguirlos: sabe que ellos solos se extinguirán. No se siente respeto sino hacia quien se respeta a sí mismo. ¿Y qué es mejor, ser odiados o ser despreciados? ¿En qué situación surgen más vocaciones? A los secularistas posconciliares se dirige el cardenal Ratzinger, en buena parte, cuando dice: “Hoy más que nunca, el cristiano debe tener conciencia clara de pertenecer a una minoría, y de estar enfrentado con lo que aparece como bueno, evidente y lógico a los ojos del espíritu del mundo, como lo llama el Nuevo Testamento. Entre los deberes más urgentes del cristiano está la recuperación de la capacidad de oponerse a muchas tendencias de la cultura ambiente, renunciando a una demasiado eufórica solidaridad posconciliar” (Informe sobre la fe, 125-126). Humanismo a la baja El componente nestoriano, unido al difuso igualitarismo vigente, conduce a un humanismo a la baja. Haré la descripción de esta actitud dibujando “del natural”. En efecto, para ser verdaderamente humano debe el corazón sentir una inclinación, y mejor si es una inclinación fuerte, a la violencia y la fornicación, a la venganza y a la prepotencia de las riquezas. El hombre perfecto, el Cristo católico, en quien no hay pecado original ni verdadera inclinación al mal, la Virgen santa e inmaculada, apenas serían humanos. Y el ministro sagrado, el religioso consagrado, el laico santo, que están “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6, 11), serían hombres deshumanizados, apenas humanos. El Santo Cura de Ars, que apenas come y duerme, que no busca diversiones, ni éxitos, ni comodidades, que está apasionadamente enamorado de Dios y de los hombres, que apenas siente ya en sí inclinación a mal alguno, apenas sería humano. Verdaderamente humano sería, en cambio, el cura borracho de Graham Greene, el de El poder y la gloria, que muy a la contra de todas sus inclinaciones, permanece en su ministerio. Es muy notable esta inversión tan sorprendentemente peyorativa del término humano. Algunos autores, como Julián Marías, han hablado de ello muchas veces, pero no les hacen ningún caso. Implica en Occidente un cambio cultural antropológico de incalculables consecuencias sociales y pedagógicas, políticas y religiosas. La antropología católica ha pensado siempre justamente lo contrario: que el hombre adámico pecador, habiendo desfigurado tanto en sí por el pecado la imagen de Dios, se ha deshumanizado, apenas es hombre; y que en Cristo, restaurando esa imagen, 34 Nº 105 Diciembre de 2014 “seré de verdad hombre”, como decía San Ignacio de Antioquía (Romanos 6, 2). En efecto, el hombre más humano es el que más se asemeja a Cristo, el nuevo Adán, que, como dice el Concilio, “entró como hombre perfecto en la historia del mundo” (Gaudium et Spes 38a). Y “el que sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre” (Lumen Gentium 41a). Pero ya se ve que esta visión apenas es compatible con la mentalidad actual, en la que triunfa el igualitarismo nestoriano. Hace poco le oímos decir a un ministro socialista que “la perfección es fascista” ... Menosprecio de lo sagrado y de la Iglesia El menosprecio de la Iglesia, de lo sagrado, de su tradición de pensamiento y costumbres, adquiere entre los cristianos secularistas tantas formas que uno siente cansancio de sólo pensar en caracterizarlas. La Iglesia es la tonta de la historia, la última que se entera de la verdad, la que ha perdido ya tantos trenes, por no subirse a ellos a tiempo, la culpable de tantos oscurantismos y esclavitudes, la... La visión peyorativa de lo sagrado La mejor manera de devaluar lo sagrado cristiano es dar de él una visión caricaturizada y lamentable. El ministerio litúrgico de los sacerdotes no les hace sino “funcionarios del culto”. La bendición de los campos, una costumbre católica sagrada y santa, es pura superstición. La sagrada vida tradicional de los religiosos no hace sino hombres pálidos y escrupulosos, insanos y estériles (por falta de la imprescindible y sana secularidad), personalidades frágiles e hipócritas, distantes y hieráticas, etc. Es preciso, desde luego, acabar con todo eso. Es preciso renovar la vieja Iglesia, abriéndola en personas e instituciones, pensamiento y costumbres, al aire nuevo del mundo secular. Hace veinte años estuvo, por ejemplo, de moda en ambientes secularistas caricaturizar lo sagrado cristiano. Aquí les ofrezco, por ejemplo, un texto increíble del famoso Padre Chenu: “La consagración... es sustraer una realidad de su finalidad inmediata tal como las leyes de su naturaleza lo determinan, leyes de su naturaleza física, de su estructura psicológica, de su compromiso social, de la libre disposición de sí misma, si se trata de una persona libre. Es una alienación, en el mejor (o en el peor) sentido de la palabra, para transferirla a quien es dueño supremo, fuente de todo ser y fin de toda perfección... Frente a lo sagrado, lo profano. Es profana la realidad — objeto, acto, persona, grupo — que conserva en su existencia, en su realización concreta, en sus fines, la consistencia de su naturaleza” (Los laicos, 1002-1004). 35 Nº 105 Diciembre de 2014 A la luz de tan lamentable definición, todos desearán ser profanos y seculares, pues todos quieren conservar la “consistencia” de su naturaleza; y nadie querrá ser ministro sagrado o religioso de vida consagrada, pues nadie desea verse “sustraído y alienado” de su condición natural. Pero tómense, sin ir más lejos, los textos del Vaticano II, del Derecho Canónico o de los Rituales litúrgicos, analícese con cuidado qué sentido da la Iglesia a los términos sagrado y consagrado, cientos de veces empleados, y véase si el concepto de Chenu sobre lo sagrado tiene algo que ver con la teología de la Iglesia católica sobre lo sagrado. No tiene nada que ver. ¿Por qué, entonces, para qué Chenu emplea un concepto de sagrado que quizá fuera aceptado por Durkheim, pero que nada tiene que ver con lo sagrado-cristiano? ¿Y cómo es posible que ese planteamiento resulte tolerable si no es en el marco ambiental de una euforia secularista? No hay en lo sagrado-cristiano sustracción de la criatura respecto de su fin natural, sino elevación. Cristo, el Sagrado supremo, no se sustrajo a fin natural alguno. Se sustrajo de ciertos oficios o estados de vida concretos — política, matrimonio — pero está en lo humano tomar un camino y dejar otro. El fin natural del hombre es glorificar a Dios y amar a sus hermanos, y a eso se dedicó Cristo con fuerzas más que naturales. El agua bautismal sigue lavando, pero su eficacia natural es elevada por el Espíritu a una purificación más alta. Las velas siguen cumpliendo su fin natural de iluminar, pero las que son litúrgicas lo hacen en honor de Dios y de la asamblea santa. El templo sigue albergando gente, como toda casa, pero con un fin altísimo. El ministro sagrado o el religioso de vida consagrada no es sustraído de ningún fin natural humano: come y duerme, estudia y trabaja, viaja y sirve a Dios y al prójimo: “conservan [y de modo eminente] en su existencia, en su realización concreta, en sus fines, la consistencia de su naturaleza”. Un cáliz sigue sirviendo para que en él se beba, pero en él se bebe la sangre de Cristo. No se sustrae por tanto a ningún fin natural. Si se retira de otros usos, es por especial respeto a la sangre de Cristo. Un ministro sagrado, de modo semejante, es dedicado al servicio de Dios y de los hombres, y es retirado habitualmente de otras ocupaciones humanas, por nobles que sean; pero esto no es sino por la limitación de la condición humana, para que pueda así entregarse entero (†1Corintios 7, 32ss), y buscando también la significación más enérgica de las realidades que trata de manifestar y comunicar. Sólo hay una excepción: la transubstanciación eucarística sustrae, es verdad, el pan de su ser y eficacia naturales... ¿A qué viene, pues, el texto de Chenu y de tantos otros? Los que hablan del mundo secular con inmenso respeto, suelen faltarle el respeto a la Iglesia con insufrible frecuencia. Es algo correlativo. 36 Nº 105 Diciembre de 2014 Falsificación de la historia de la Iglesia No nos extraña que el mundo falsifique la historia, y que haga ver que en los siglos colocados bajo el influjo de la Iglesia no hubo más que oscurantismo y esclavitud. No nos choca, por ejemplo, que siendo en la Edad Media los monjes los hombres más cultos, ascéticos y respetados, aparezcan en las películas como bufones que no piensan más que en comer a dentelladas una pata de cordero, y que no sirven más que para hacer de estribo al caballero que sube a su caballo. El principio laico exaltado sobre el anacrónico principio religioso. Lo que resulta lamentable es que estos y tantos otros planteamientos falsos sean aceptados y difundidos por los católicos secularistas, que padecen sin duda una visión nestoriana de la Iglesia y de su historia, como ya lo vimos más arriba. Esto les obliga a operar una gran falsificación de la historia de la Iglesia, creando en los cristianos un profundo malestar hacia ella — lo hemos visto, por ejemplo, en las celebraciones del V Centenario de la evangelización de América. Pero veamos aquí solamente tres ejemplos. La esclavitud El milenio medieval cristiano suele ser presentado como una sociedad brutal, de señores y de esclavos. Hasta que, con el Renacimiento, la Ilustración y el Liberalismo, recuperaron los oprimidos su libertad. Pero la realidad histórica es distinta; o, digamos mejor, contraria. La esclavitud fue común a todos los pueblos antiguos, por vez primera desapareció de la sociedad en el milenio cristiano medieval, reapareció tímidamente en el Renacimiento —aún había cristianismo— y se multiplicó monstruosamente, en América, en tiempos de la Ilustración y del Liberalismo. Ofrezco de ello datos y estadísticas en los Hechos de los apóstoles de América (416-429). Cuatro quintos del total de esclavos pasados al Nuevo Mundo fueron transportados entre 1700 y mediados del siglo XIX, cuando ya los políticos no consultaban a los teólogos, como lo hacían en el XVI. De modo semejante, durante los siglos XVI y XVII hubo todavía escrúpulos teóricos y numerosas leyes y obras buenas en favor de los indios. Pero a éstos se les fue oscureciendo el panorama en el XVIII, cuando los ministros reales eran ilustrados y masones. Y en el XIX, cuando el cristianismo no tenía ya influjo alguno en la política, cuando reinaba el capitalismo salvaje de un liberalismo sin freno, fueron entonces los mayores atropellos y exterminios de los indios en América del Norte y, aunque con algo menos de dureza, también en el Centro y en el Sur (Hechos de los apóstoles de América, 548-549). Los laicos Otra historia falsificada. Los laicos, al decir de los mundanos y de los cristianos secularistas de hoy, en la antigüedad y en la edad media no eran nada, y lo más que pretendían era imitar a los monjes. Es en la época moderna cuando levantan cabeza y, cobrando conciencia de su vocación y dignidad, 37 Nº 105 Diciembre de 2014 llegan a su mayoría de edad... Bien; en todo lo que se diga hay algo de verdad, pero recordemos: San Pablo decía “sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1Corintios 4:16; 11:1), y lo mismo enseñaba San Pedro (1Pedro 5:3); y a los que tomaban en serio tales exhortaciones, no les iba mal en el camino de la santidad. Pues bien, de modo semejante, los laicos medievales mejores imitaban a los monjes y al clero más ejemplar — escaso entonces, por desgracia — y tampoco les iba demasiado mal. En la Edad Media, efectivamente, son muchos los santos laicos. Un reciente estudio “permite contar un 25% de laicos entre los santos reconocidos por la Iglesia entre 1198 y 1304, porcentaje que se eleva al 27% entre 1303 y 1431)” (Karl Suso Frank, DSp 12, 1125, citando a A. Vauchez, La sainteté en Occident aux derniers siècles du moyen âge, París 1981, 310-315). Eso era cuando los laicos imitaban a los monjes y frailes, y no se hablaba de “la teología y espiritualidad del laicado”, sino del evangelio y de la ascesis cristiana. ¿Crecerá ahora el número y la proporción de santos laicos?... Los políticos En lo que se refiere al poder político, suele considerarse que los gobernantes de la época moderna, ilustrada y liberal, fueron quienes iniciaron la actividad política entendida como servicio al pueblo. Antes de ellos sólo habría tiranía y arbitrariedad oscurantista. Ahora bien, si consideramos el tema sin prejuicios, comprobamos que en la Edad Media, cuando todavía no se hablaba del “compromiso temporal” y de otros temas semejantes, hay en las familias reales de la cristiandad europea un número sorprendente de santos o beatos. Y observamos también que los políticos católicos de los últimos siglos no muestran, ni de lejos, una ejemplaridad semejante. Recordaremos solamente algunos nombres. En Bohemia, Sta. Ludmila (†920) y su nieto S. Wenceslao (†935). En Inglaterra, S. Edgar (†975), S. Eduardo (978), S. Eduardo el Confesor (†1066). En Rusia, S. Wlodimiro (1015). En Noruega, S. Olaf II (†1030). En Hungría, S. Emerico (†1031), su padre S. Esteban (†1038), S. Ladislao (†1095), Sta. Isabel (†1231), Sta. Margarita (†1270), Bta. Inés (†1283). En Germania, el emperador S. Enrique (1024) y su esposa Sta. Cunegunda (†1033). En Dinamarca, S. Canuto II (†1086). En España, S. Fernando III (1252). En Francia, su primo S. Luis (†1270) y la hermana de éste, Bta. Isabel (†1270). En Portugal, Sta. Isabel (†1336). En Polonia, las Beatas Cunegunda (†1292) y Yolanda (†1298), Sta. Eduwigis (†1399). Y también son muchos los santos o beatos medievales de familias nobles: conde Gerardo de Aurillac (†999), Teobaldo de Champagne (†1066), S. Jacinto de Polonia (†1257), Sta. Matilde de Hackeborn (†1299), Sta. Brígida de Suecia (†1373), su hija Sta. Catalina (†1381), etc. Éste es un dato de gran importancia. 38 Nº 105 Diciembre de 2014 Puede decirse, pues, que en cada siglo de la Edad Media — a diferencia de la época actual — hubo varios gobernantes cristianos realmente santos, que pudieron ser puestos por la Iglesia como ejemplos para el pueblo y para todos los demás príncipes. Pues bien, esta perfección de los laicos santos medievales se produce cuando el hogar cristiano piadoso guarda todavía la debida homogeneidad con el monasterio y el convento, donde los religiosos tratan de vivir plenamente las normas del Evangelio. Y no sólo es el hogar: todo el mundo medieval produce muchas formas de vida — fiestas y lutos, iniciación de caballeros, unción de reyes y reinas, esponsales y bodas, entierros, gremios y hermandades, diezmos y bendiciones, campanas y procesiones — sumamente variadas y coloridas, que crean en toda la vida profana una atmósfera sagrada, de intensa significación religiosa (J. Huizinga, El otoño de la Edad Media). Por lo demás, si muchas veces los hijos de reyes y de nobles son entregados a los monasterios para recibir allí una educación integral, nada tiene de extraño que, al llegar al matrimonio, formen hogares de ambiente austero y piadoso, con capilla doméstica, y confesores y preceptores religiosos. Como también es normal que en ocasiones se retiren a un monasterio al final de sus vidas — que es lo que todavía hizo Carlos I de España a mediados del XVI — . Pero en fin, seguir hablando de estos temas es para los católicos denigrantes del milenio medieval cristiano y partidarios de la secularización liberal moderna una verdadera provocación. Es demasiado. Lo dejo, pues. Ya queda dicho. Admiración por el mundo secular El poderoso movimiento histórico de reconciliación de la Iglesia con el mundo cumple ya dos o tres siglos de existencia, y en ellos ha tenido diversas expresiones históricas, políticas y teológicas. La sociedad civil, desde hace más de un siglo, había sido progresivamente secularizada por la secularización del poder político. Fue ésta la obra del liberalismo nacido de la Ilustración. Esta laicización halló una resistencia tenaz en el pueblo sencillo y en los santos que ahora vamos canonizando, como San Ezequiel Moreno (†1906), pero terminó por imponerse. El cristianismo protestante, por su parte, ya estaba por ese tiempo secularizado, también en sus pastores. La Iglesia católica, quedaba, pues, como el Templo espiritual que, todavía enhiesto en los países de antigua cristiandad, debía ser abatido. Pues bien, el empeño para secularizar la Iglesia fue encabezado por el modernismo en su momento, y se prolongó hace unos pocos decenios en lo que vino a llamarse teología de la secularización. Los modernistas fomentan, por ejemplo, una fuerte desacralización del ministerio sacerdotal, que no tendría una realidad sacramental de origen, ni debería entenderse, según ellos, como una actualización de la misión y de la autoridad apostólica, sino más bien como una función de 39 Nº 105 Diciembre de 2014 organización comunitaria, y que debería desvincularse ya del celibato. Por otra parte, dicen, todo el régimen de la Iglesia, principalmente en lo disciplinar y dogmático, “ha de conciliarse por dentro y por fuera con la conciencia moderna” (†1907, dec. Lamentabili; enc. Pascendi). En la primera mitad del siglo XX la Iglesia supera estos embates, afirmándose en la Escritura y la tradición, es decir en la roca de la fe. A los intentos, por ejemplo, de secularización del sacerdocio ministerial responde con las grandiosas encíclicas sacerdotales, que constituyen el más alto corpus doctrinal y espiritual sobre el sacerdocio que ha conocido la Iglesia. Es después del Concilio Vaticano II cuando el impulso secularizador de la Iglesia toda, y especialmente, claro está, de sacerdotes y religiosos, cobra una fuerza renovada. El marco espiritual en el que se produce es el de un verdadero entusiasmo por el mundo moderno. Y este entusiasmo de los cristianos por el siglo se produce precisamente cuando en el mundo crecen más y más el ateísmo, la disgregación social, la angustia vital neurótica, el divorcio, la droga, el aborto, el suicidio; cuando en el mundo desfallecen totalmente la filosofía y el arte; cuando el mundo conoce regímenes y guerras que han producido cientos y cientos de millones de muertos, como nunca antes en la historia. No hay en esto paradoja inexplicable, sino íntima relación causal. Allí donde los cristianos admiran el mundo secular, el mundo se pudre, porque se han podrido los cristianos. Hoy ese entusiasmo está ya muy apagado, y prevalece más bien el desencanto y la frustración. Por eso para poder evocar lo que fue aquella admiración por el mundo secular, si no se fue testigo directo, conviene hojear las revistas católicas de los años 60 y 70. Jacques Maritain en Le Paysan de la Garonne, concretamente en el título A genoux devant le monde ( trad. De rodillas ante el mundo), señaló muy pronto esa euforia “cristiana” ante el mundo, esa veneración respetuosa hacia lo secular. Y más recientemente, en 1984, también el cardenal Ratzinger la ha descrito con gran lucidez (Informe sobre la fe). En estos años, los años precisamente de la teología de la secularización, sólo era posible hablar del mundo en términos positivos. No se podía, por ejemplo, ni mencionar a la Iglesia militante. ¿Militante contra qué, contra quién? ¿Acaso estamos en guerra? ¿Se pretende quizá que volvamos a creer que estamos en el mundo “como ovejas entre lobos” (Mateo 10, 16), que vivimos “en medio de una generación mala y perversa” (Filipenses 2:15), y que “el mundo entero está en poder del Malo” (1Juan 5:19; Juan 4:5-6)? ¿Quién puede atreverse a hablar mal del mundo? ¿Quién osa hablar de misiones, afirmando que el mundo necesita absolutamente de la gracia de Cristo para salvarse? ¡Pero si la renovación de la Iglesia y su rejuvenecimiento han de venir precisamente de una mayor asimilación del mundo secular! 40 Nº 105 Diciembre de 2014 Los secularistas lo ven todo al revés, al revés que la Biblia y la Tradición. No ven que lo nuevo en este mundo, lo único realmente nuevo, es siempre la Iglesia: Cristo, el Espíritu Santo, el matrimonio monógamo, sacramental, la Humanæ vitæ, el celibato, el perdón de las ofensas, toda la tradición de pensamiento y de costumbres cristianas, toda la limpia alegría de las fiestas populares cristianas; y que cuanto más fiel sea la Iglesia a su tradición, y más libre se mantenga del mundo secular, será más hermosa y vital, más creativa y apostólica, más atractiva y fascinante. ¡El mundo — así ha sido siempre — la necesita libre y santa! Y cuando, repasando la historia, vemos ciertas manchas en la Iglesia, siempre éstas se explican por excesiva secularización, contagios del mundo de la época. Lo ven todo al revés. Es decir, no ven que lo viejo es el mundo, todo lo que la Biblia llama “el siglo”: el olvido de Dios y la arrogancia humana, el consumismo y la fornicación, la poligamia simultánea o sucesiva, la violencia y la trivialización miserable de la vida, la guerra, la anticoncepción, el lujo y el aborto, los filósofos completamente perdidos de la verdad, que sólo difunden dudas y mentiras; todo eso es mundano, secular, viejo, gastado, indeciblemente repetido, aunque cambien las versiones. ¿Secularizando más — ¡más todavía! — su pensamiento y estilo de vida es como el pueblo cristiano, en sus diversos estamentos, se va a renovar? Biblia La atmósfera mental de la teología de la secularización, con todo su optimismo hacia el mundo, es diametralmente opuesta a la Escritura. En ésta el mundo se halla dominado por una fuerza satánica de pecado que tira de él hacia abajo, y solamente es Cristo, con su Iglesia, quien puede alzar y dignificar el mundo, ayudándole a pasar de la mentira a la verdad, de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la esclavitud a la libertad. Esta visión puede fundamentarse en cientos y cientos de textos de la Escritura, sumamente explícitos, mientras que la teología de la secularización apenas hallará uno, y mal interpretado, para fundamentar en la Escritura sus eufóricas consideraciones sobre lo secular. Los secularistas admiradores de este mundo ¿creerán que a las torvas afirmaciones de la Escritura — “el mundo entero está bajo el poder del Malo” (1Juan 5:19) — preferiremos sus encendidas elegías teilhardianas, ésas que ellos consideran más positivas, y más apreciadoras de la obra de la creación? Se equivocan. Pensamos seguir obstinadamente aferrados a la visión bíblica y tradicional. Es la verdad de Cristo. Tradición Y si nos asomamos a la tradición de los Padres hallamos lo mismo. Para ellos, por ejemplo, para el alejandrino Clemente (†214?), un converso que conocía bien el mundo, la vida sagrada en el Evangelio es la perenne juventud de la humanidad (Pedagogo I, 15-2), y la Iglesia es por eso el 41 Nº 105 Diciembre de 2014 pueblo nuevo, el pueblo joven (libro I, 14, 5; 19, 4), en tanto que la vida mundana y secular es lo viejo, lo tremendamente gastado, más aún, como él dice, “la antigua locura” (libro I, 20, 2). Los santos, otro lugar teológico fundamental. Los santos, los únicos que alcanzan a ver bien el mundo en su verdadera realidad, porque lo ven por los ojos de Cristo, es decir, tal como lo ve Dios, se quedan espantados al ver el mundo: lo que la gente piensa, lo que hace, lo que pretende, lo que olvida, lo que siente, lo que instituye y legisla, aquello para lo que la gente tiene tiempo, interés, dinero, y aquello para lo que no tiene nada de eso. Viendo el mundo secular tienen la impresión, muy bien fundada, de que están todos locos. Y de que son además locos peligrosos. A Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, el mundo entero le parecía una farsa de locos, en la que ella misma había vivido enredada tanto tiempo. Pensando en su vida antigua, “ve que es grandísima mentira, y que todos andamos en ella” (Vida 20, 26). Desengañada del engaño generalizado entre los hijos del siglo, “ríese de sí, del tiempo en que tenía en algo los dineros y la codicia de ellos” (20, 27). Y volviendo los ojos a los que todavía están sumergidos en la mentira y el desamor, se lamenta: “No hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos y la ceguera que traemos” (21:4). Ella, que era tan sociable y amistosa, sentía a veces como casi insoportable la vanidad del mundo: “¡Oh, qué es un alma que se ve aquí [en esta contemplación de la verdad de Dios y del mundo] haber de tornar a tratar con todos, a mirar y ver esta farsa de esta vida tan mal concertada” (21:6). Como en los hombres mundanos la razón “está ciega, quedan como locos que buscan la muerte... ¡Oh, ceguedad tan grande, Dios mío!; ¡oh qué incurable locura, que sirvamos al demonio con lo que nos dais Vos, Dios mío!” (Exclamaciones, 12). Cuando los cristianos hablamos al mundo con este lenguaje, pueden suceder dos cosas: que el mundo crea y se convierta, o que el mundo nos rechace y nos persiga. En todo caso, ciertamente, no se quedará indiferente, como cuando le hablan los secularistas. Es decir, con los tradicionales prosigue la eterna aventura de la evangelización; con los de la secularización en cambio no. Cuando los atenienses escucharon la predicación de San Pablo, “unos creyeron lo que les decía, y otros rehusaron creer” (Hechos 28, 24). Normal. Conviene, en fin, ver claramente que el optimismo secularista sobre el mundo no es sino una variante del pelagianismo. En efecto, si el pelagiano no cree en un pecado original que enferme al hombre, y que sea insuperable para el hombre, tampoco cree en un pecado del mundo, que no pueda ser superado por las mismas fuerzas del mundo secular. En este sentido la teología secularista no quiere dramatismos en la consideración del mundo presente. Ella ve el mundo no como un lugar de perdición, sino más bien, como un campo neutro, en el que, si no faltan los males, tampoco faltan los bienes, que en sí mismos tienen fuerza para ir venciendo los males: “hay que ser optimistas”. 42 Nº 105 Diciembre de 2014 Dentro de la misma lógica, ve también con gran optimismo la virtualidad salvífica de las religiones no cristianas, algunas de las cuales, al menos en determinados países, tendrían mayor poder de salvación que el mismo cristianismo. Todo lo cual suele ser dicho con hermosas y persuasivas palabras, que con humildad y esperanza aparentes, cantan la bondad de Dios que, desde la encarnación de Cristo — precisan los secularistas más piadosos — está actuando ya en toda la creación. De todo lo cual, lamentablemente, no estaban enterados ni Cristo ni los Apóstoles, sujetos todavía a una visión soteriológica sumamente negativa: “Id a todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda criatura; el que crea... el que no crea...” (Marcos 16, 15-16). ¡De cuántos trabajos se habrían librado los Apóstoles si hubieran conocido esa teología nueva...! San Pablo, por ejemplo, les decía a los cristianos — y el pobre lo decía convencido — que anteriormente todos habían estado muertos, sujetos al pecado y al Demonio; pero que ahora, por Cristo, habían sido liberados. Y eso mismo que decía a los efesios (2:1-6) o a los gálatas y romanos, lo decía incluso a los judíos, sus hermanos, que habían estado auxiliados nada menos que por la excelsa religiosidad de la Antigua Alianza, establecida por el mismo Dios vivo y verdadero. Y por supuesto diría, entonces y hoy, lo mismo a esos hindúes y budistas, animistas y ecologistas, tan admirados hoy por aquellos misioneros que han secularizado su misión. Si guardamos respeto a la verdad, no podemos menos de reconocer que hoy la visión pelagiana, en estos temas, está bastante más extendida que la fe católica. Dudando de Cristo Salvador San Pedro, ante el Sanedrín, confiesa su fe en el nombre de Jesús, el único Salvador del mundo: “En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, al que debamos invocar para salvarnos” (Hechos 4:12). Ésta es la convicción unánime de la Escritura, los Padres, la Liturgia: ésta es la fe de la Iglesia. Pero algunos hoy no tienen esto tan claro... La revista 30 Días informó recientemente sobre la cuestión (marzo y junio 1989). Paul F. Knitter, ex misionero verbita norteamericano, pone en duda esa unicidad de Cristo Salvador (No other name?, y con J. Hick, The Myth of Christian Uniqueness, Toward a Pluralistic Theology of Religions; ambos libros publicados por Orbis Press, de Maryknoll, New York 1985 y 1987). “La promesa fundamental del pluralismo unitivo es que todas las religiones son, o pueden ser, igualmente válidas... Esto, sin embargo, abre la posibilidad de que Jesucristo sea uno de tantos en el mundo de los salvadores y reveladores. Un reconocimiento de este tipo es inadmisible para los cristianos. ¿O no lo es?”... También el jesuita indio, Michael Amaladoss, uno de los cuatro 43 Nº 105 Diciembre de 2014 asistentes generales de la Compañía de Jesús, se hace la misma pregunta: “En el actual contexto de pluralismo religioso, ¿tiene aún sentido proclamar a Cristo como el único nombre en el que todos hallan la salvación e invitar a todos los hombres a convertirse en sus discípulos?” (Vidyajyoti, 1985). Raimundo Pannikar, nacido de padre indio y madre española, lo tiene más claro (The unknown Christ of Hinduism): Jesús de Nazaret es único, pero el Cristo-Logos, que es superior, puede aparecer de distintas formas, todas ellas reales, en otras religiones y figuras históricas. Si el mundo no es tan malo como decían Cristo y los apóstoles y la tradición cristiana, si más bien es un campo neutro en el que las propias fuerzas humanas pueden ir produciendo salvación; o bien, si el mundo es malo, pero puede obtener la salvación del Cristo cristiano tanto como del Cristo budista o de otras religiones ¿en qué queda la acción misionera de la Iglesia? La respuesta es clara: una especie de evangelización secularizada cambiará la predicación de la fe en Cristo por la promoción social de la justicia y el fomento de los valores humanos universales. Ya veíamos esta orientación al considerar el fondo pelagiano de la teología de la secularización. Hoy en el mundo, mientras que cada año el budismo crece un 10 por ciento, el hinduismo un 13, y el Islam un 16 por ciento, el cristianismo crece el 1,5 por ciento — porcentaje inferior al aumento anual de la población mundial — ... Después de ese colosal impulso misionero iniciado en el siglo XVI, que en el XIX se renueva en un formidable despliegue, ¿cómo ha podido llegar la Iglesia a una cuasi paralización de su expansión misionera? ¿Cómo explicar esta brusca disminución de conversiones? Sería bueno preguntarlo, por ejemplo, a los teólogos de la secularización, tan distantes de los planteamientos bíblicos y tradicionales de la Iglesia, tan admiradores del mundo secular, y tan respetuosos ante las virtualidades salvíficas de las religiones no cristianas. Aunque quizá ellos nos remitieran al teólogo jesuita Karl Rahner. De su cristología, sumamente ambigua, y de su teoría de los cristianos anónimos pueden derivarse perfectamente, en formas radicalizadas, los escritos antes aludidos que ponen en duda o niegan la unicidad de la salvación por Cristo y por su Iglesia. En efecto, el “suicidio de la misión”, como dice Juan Bautista Mondin, comienza al final de los años sesenta, en la teoría con la teología de los cristianos anónimos de Rahner, que trae consigo una reformulación de la función salvífica de las religiones no cristianas, y en la práctica con la sustitución de la evangelización por la humanización y la promoción social. Entendámonos: sigue habiendo, por supuesto, muchos misioneros bíblicos y tradicionales, que perseveran en el anuncio de Cristo Salvador, uniendo su ministerio muchas veces — como se ha hecho siempre en las misiones católicas — con una labor de asistencia y promoción. Pero son muchos los misioneros que abandonaron más o menos la misión evangelizadora: ya no centran su actividad en la lucha contra 44 Nº 105 Diciembre de 2014 el pecado, sino contra las consecuencias del pecado. De hecho, como dice Juan Pablo II, “la misión específica ad gentes parece que se va parando, y no ciertamente en sintonía con las indicaciones del concilio y del magisterio posterior” (Redemptoris missio, 2, 1990). “Es signo de una crisis de fe” (ib.). Nunca la Iglesia ha desconocido, tampoco en tiempos de los apóstoles, que “en cualquier nación, el que teme a Dios y practica la justicia, le es grato” (Hechos 10, 35). Nunca la Iglesia ha dudado de la posible “salvación de los infieles”, consciente, eso sí, de que todos los que se salvan se salvan por Jesucristo y por mediación, visible o invisible, de su Iglesia, “sacramento universal de salvación”, que diariamente ofrece en la eucaristía la sangre de Cristo, “por vosotros [los cristianos] y por todos los hombres”. No está aquí la cuestión. El problema surge cuando se ve en Cristo y en su Iglesia categorías salvíficas transcendentales, que admiten realizaciones históricas diversas en las distintas religiones. Aunque, para ser exactos, más que un problema eso es, simplemente, el abandono de la fe cristiana. “No hay otro nombre...”, afirma San Pedro. Y lo reafirma hoy con singular fuerza Juan Pablo II, su actual sucesor (Redemptoris missio, 4-11). Es la verdad que proclama San Pablo, haciendo un eco del Shema de Israel (Deuteronomio 6, 4), cuando afirma: “Aunque algunos sean llamados dioses, ya en el cielo, ya en la tierra33 — y de hecho hay numerosos dioses y numerosos señores — para nosotros no hay más que un Dios Padre, de quien procede el universo y a quien estamos destinados nosotros, y un solo Señor, Jesucristo, por quien existe el universo y por quien existimos nosotros” (1Corintios 8, 5-6). Publicado originalmente por la Fundación Gratis Date. 33 El César, por ejemplo. 45 Nº 105 Diciembre de 2014 Es preciso que entre vosotros haya disensiones Luis Fernando Pérez Bustamante El Señor Jesucristo ama la unidad de la Iglesia. La desea. Es más, rezó al Padre por ella: “Que todos sean uno.” (Juan 17, 21). Los apóstoles también pidieron unidad: “Por lo demás, hermanos, alegraos, perfeccionaos, animaos, tened un mismo sentir, vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz será con vosotros.” (2Corintios 13:11). “Así, pues, os exhorto yo, el prisionero en el Señor, a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad, mansedumbre y longanimidad, soportándoos los unos a los otros con caridad, solícitos de conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz. Sólo hay un Cuerpo y un Espíritu, como también una sola esperanza, la de vuestra vocación. Sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.” (Efesios 4:1-6). “Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos habléis igualmente, y no haya entre vosotros cismas, antes seáis concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir.” (1 Corintios 1:10). “Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables…” (1Pedro 3:8). Ahora bien, en ocasiones las divisiones no sólo son inevitables, sino incluso “convenientes”. El propio apóstol San Pablo lo dice: “Pues primeramente oigo que, al reuniros, hay entre vosotros cismas, y en parte lo creo, pues es preciso que entre vosotros haya disensiones, a fin de que se destaquen los de probada virtud entre vosotros.” (1 Corintios 11:18-19). Es, por tanto, altamente conveniente saber quién es quién en la Iglesia. El propio apóstol dice en otra de sus epístolas: “Os recomiendo, hermanos, que tengáis los ojos sobre los que producen divisiones y escándalos en contra de la doctrina que habéis aprendido, y que os apartéis de ellos, porque ésos no sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su vientre, y con discursos suaves y engañosos seducen los corazones de los incautos.” (Romanos 16, 17-18). Como podéis comprobar, si algunos, muchos o pocos, se apartan de la doctrina que hemos recibido y lo hace con palabras “suaves y engañosas”, hay que apartarse de ellos. Pero claro, es necesario 46 Nº 105 Diciembre de 2014 que se sepa qué dice cada cual para poder discernir quién anda en conformidad con la doctrina de Cristo y quién no. En Gálatas leemos: “Me maravillo de que tan pronto, abandonando al que os llamó a la gracia de Cristo, os paséis a otro evangelio. No es que haya otro; lo que hay es que algunos os turban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Os lo hemos dicho antes, y ahora de nuevo os lo digo: Si alguno os predica otro evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema.” (Gálatas 1:6-9). San Pablo dice que si él, siendo apóstol, anuncia otro evangelio, debe ser anatematizado. Es decir, no hay nadie en la Iglesia, literalmente nadie, que tenga autoridad para pervertir las enseñanzas de Cristo. Eso es algo que varios cardenales están recordando en los últimos meses. Entre otros Müller, Burke, Pell, Ruini, Napier, De Paolis, Sarah, Ouellet, Renato Martino, Dolan y Caffarra. Probablemente más, pero de esos tenemos constancia en InfoCatólica. Todos ellos aceptan, acatan y defienden sin discusión unas enseñanzas de la Iglesia que emanan del Evangelio y el Nuevo Testamento, que Trento definió así: “Canon XI sobre la Eucaristía. Si alguno dijere que sola la fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la santísima Eucaristía, sea excomulgado. Y para que no se reciba indignamente tan grande Sacramento, y por consecuencia cause muerte y condenación, establece y declara el mismo santo Concilio que los que se sienten gravados con conciencia de pecado mortal, por contritos que se crean, deben para recibirlo anticipar necesariamente la confesión sacramental, habiendo confesor. Y si alguno presumiere enseñar, predicar o afirmar con pertinacia lo contrario, o también defenderlo en disputas públicas, quede por el mismo caso excomulgado.” “Canon VII sobre el sacramento del matrimonio. Si alguno dijere que la Iglesia yerra cuando ha enseñado y enseña, según la doctrina del Evangelio y de los Apóstoles, que no se puede disolver el vínculo del Matrimonio por el adulterio de uno de los dos consortes; y cuando enseña que ninguno de los dos, ni aun el inocente que no dio motivo al adulterio, puede contraer otro Matrimonio viviendo el otro consorte; y que cae en fornicación el que se casare con otra dejada la primera por adúltera, o la que, dejando al adúltero, se casare con otro; sea excomulgado.” Y mucho más recientemente, San Juan Pablo II, Papa, lo explicó de la siguiente manera: “La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser 47 Nº 105 Diciembre de 2014 admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.” (Exhortación apostólica Familiaris consortio, 84). Estimados hermanos, cualquiera que os anuncie algo distinto a eso, aunque fuera un apóstol resucitado, es anatema. Cualquiera que cause escándalo contra esa doctrina que hemos recibido, aunque sea por medio de “discursos suaves y engañosos”, debe ser rechazado. En estos momentos contemplamos ante nuestros propios ojos la necesidad de tener en cuenta esos pasajes de la Escritura, que podrían ser completados con infinidad de citas de padres y doctores de la Iglesia, santos y Papas. Aunque nos cause gran dolor y gran confusión todo lo que está ocurriendo, debemos saber que Dios lo permite para que salgan a la luz tanto aquellos que defienden la verdad como los que la combaten. Y también los tibios, que no hacen ni una cosa ni la contraria. Y dado que Cristo ha prometido que las Puertas del Hades no prevalecerán contra su Iglesia, es nuestro deber confiar en su palabra y rezar para que se cumpla la voluntad divina, a ser posible pronto. Hoy toca hacer caso a estas exhortaciones: “Estad alerta y velad, que vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar, al cual resistiréis firmes en la fe.” (1Pedro 5:8-9). Y: “Carísimos, deseando vivamente escribiros acerca de nuestra común salud, he sentido la necesidad de hacerlo, exhortándoos a combatir por la fe que, una vez para siempre, ha sido dada a los santos. Porque disimuladamente se han introducido algunos impíos, ya desde antiguo señalados para esta condenación, que convierten en lascivia la gracia de nuestro Dios y niegan al único Dueño y Señor nuestro, Jesucristo.” (Judas 3-4). Que el Señor, por la intercesión de Santa María Virgen, Madre de Dios, nos conceda la gracia de, con Pedro y bajo Pedro, ser fieles a su Palabra, de ser buenos soldados de Cristo. Publicado originalmente en InfoCatólica. 48 Nº 105 Diciembre de 2014 El ascensor divino. Una meditación a partir de Teresa de Lisieux por el Diác. Jorge Novoa Santa Teresita del Niño Jesús dijo: “Estamos en un siglo de inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de una escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple ventajosamente”. Teresita constataba, como también nosotros lo hacemos hoy, los distintos avances tecnológicos y se detiene en uno en particular, el ascensor. Inmediatamente nos preguntamos: ¿qué tiene que ver esto con la fe? Las realidades del mundo material, si son adecuadamente aplicadas, pueden enseñarnos sobre las realidades del orden espiritual. Este principio de relación tiene su origen en el Verbo Encarnado. “Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección”. Teresa ha expresado el deseo que alberga su corazón, y que tiene su origen en la moción que Dios mismo pone en su alma: quiere elevarse hasta Jesús. Quiere, con todas las fuerzas de su corazón, ponerlo todo en dirección de Jesús. Pero percibe la desproporción que hay entre su pequeñez y la grandeza de su Señor. Y la absoluta impotencia para alcanzar la realización de este deseo con sus solas fuerzas. Toda su Teología queda imbuida por el conocimiento de su pequeñez. En su alma frágil y pequeña ama profundamente al Señor y quiere alcanzarlo, uniéndose con Él para siempre. Este conocimiento de su pequeñez no la sume en el pesimismo, sino que la ubica en el orden de la gratuidad. Ella comprende progresivamente que el deseo de unión es propio del orden de la gratuidad, y a pesar de la desproporción existente, se manifiesta posible, porque éste es el deseo de Jesús. Él desea ardientemente la unión y la busca a pesar de nuestras resistencias. “Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí. Y entonces fui adivinando que había encontrado lo que buscaba”. Teresa busca cómo saciar ese deseo divino que anida en su corazón humano. ¿Quién puede responder con certeza a la pregunta por el camino que conduce hacia Dios? Teresita encuentra la respuesta en la Palabra de Dios. Ella siempre es una invitación novedosa y deslumbrante. Como una saeta parte siempre raudamente del Arquero Divino e impacta en nuestro corazón. La Palabra de Dios queda prendida en nosotros por el flechazo de Amor que dirige el Espíritu Santo. El Espíritu 49 Nº 105 Diciembre de 2014 Santo, como maestro interior, interioriza la llamada exterior de Jesús. Hay una palabra exterior y una interior; tanto la palabra de Cristo como la actividad del Espíritu necesitan de la fe de Teresita. La palabra de Dios es recibida por la fe en los corazones y en ellos permanece activa, gracias a la acción del Espíritu. Siendo esto así, nunca podrán oponerse enseñanza exterior y enseñanza interior: la enseñanza exterior misma, la palabra de Jesús, es la que ha sido interiorizada en la fe. ¿Qué puede elevar a un alma tan pequeña hacia su amado Esposo? Los deseos que Dios pone le permiten gustar imperfectamente de los manjares prometidos. El deseo de la unión con Cristo anticipa el gozo, al tiempo que mueve en la esperanza de verse realizado. En esta búsqueda, el cielo se le abre repentinamente por medio de una palabra vivificadora: “El que sea pequeñito que venga a mí”. La compresión y vivencia de la pequeñez la conducen a la insondable misericordia de Dios. Cada vez que se reconoce pequeña y frágil, oye la voz del Padre que la invita a confiar abandonándose totalmente en Él. El “abismo insondable de su misericordia” se posa especialmente sobre los que se entregan confiadamente en su Amor. “Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré”. Teresita, al animarse a ir por este camino, descubre las promesas que Dios realiza a las almas que se abandonan en Él. Esto lo expresa con la imagen del niño que se abandona totalmente en los brazos de su padre, sintiéndose seguro. No puede haber una imagen más elocuente para expresar el enorme amor que Dios nos tiene, que la de una madre acariciando y meciendo sobre sus rodillas a su hijo. Este rostro de Dios lleno de ternura es el que Teresa descubre. Los que se animen a transitar por estos caminos gozarán de esta experiencia maravillosa, que Teresita comunica y vive en el corazón de la Iglesia. “Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma. ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más”. Teresita se deja llevar por Jesús. En sus brazos desaparecen las distancias. Su amor misericordioso penetra su alma llenándola de gozo. El camino de la infancia espiritual es un camino de dependencia absoluta de Aquel que nos concede la mayor libertad. Para ello hay que ser pequeño, humilde, sencillo y totalmente dependiente de Dios. 50 Nº 105 Diciembre de 2014 ¿Cuántos falsos caminos se abren ante nuestra mirada? El éxito, la fama, la popularidad, la notoriedad y “los primeros lugares” son algunos de los tantos falsos caminos que el enemigo nos propone. Son la “puerta ancha” y espaciosa llena de buenos comentarios en los “medios”. La “puerta angosta” y el camino estrecho es el que nos lleva a la salvación. El Señor quiere que recibamos como niños esta invitación, sin obstaculizar en nuestro corazón su intención de ser nuestro ascensor. Texto completo “Estamos en un siglo de inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de una escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple ventajosamente. Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí. Y entonces fui adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré. Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma. ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más”. Publicado originalmente por Fe y Razón 51 Nº 105 Diciembre de 2014 No a la discriminación, sí al respeto por la Conferencia Episcopal del Uruguay 1. Desde hace algunos años se ha incrementado a escala mundial la justa condena de cualquier clase de discriminación. 2. La viva conciencia del derecho al respeto debido a cada persona y a no ser discriminado por la raza, el sexo o la religión es aún más sensible en el caso de personas de diversa orientación sexual. 3. Este justo empeño se ve desfigurado, sin embargo, por quienes quieren imponer la “ideología de género” y no toleran otras concepciones de la sexualidad, del matrimonio y de la familia, en particular la visión judeo-cristiana de la que somos dichosos herederos. 4. La expresión más reciente de esta actitud se encuentra en dos documentos: la guía “Educación y Diversidad Sexual” y “Transforma 2014”. 5. Sería excesivo comentar todas las afirmaciones y propuestas contenidas en estos materiales. La finalidad declarada de deconstruir estereotipos impone una concepción del cuerpo humano, de la persona, del matrimonio y la familia y de la moral en total oposición a lo que sostienen tanto el cristianismo como otras religiones y filosofías, en conformidad con la ciencia. 6. Este propósito pasa por alto el derecho humano fundamental de los padres a elegir libremente la educación de sus hijos (Artículo 41 de nuestra Constitución) y, por eso, está limitada la injerencia estatal: “Queda garantida la libertad de enseñanza. La ley reglamentará la intervención del Estado al solo objeto de mantener la higiene, la moralidad, la seguridad y el orden públicos” (Art. 68). 7. Según esto, al Estado laico no le compete promover ninguna concepción filosófica de la persona y de la sexualidad y, aún menos, una ideología que, justificándose en la no discriminación, pretende “encerrar en el armario” la educación según las ideas cristianas. 8. En estas circunstancias, vemos necesario recordar que todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay (art. 5). En consecuencia, en las instituciones de la Iglesia Católica se seguirá enseñando libremente el precioso patrimonio de su doctrina. De ella forma parte esencial el respeto a todas las personas, sin ninguna clase de discriminación. 9. Queremos manifestar, además de los motivos enunciados, que levantamos nuestra voz también en nombre de las familias católicas que envían a sus hijos a las escuelas de gestión estatal. Los padres, a su vez, tienen el derecho y el deber de oponerse a lo que consideran un abuso en la 52 Nº 105 Diciembre de 2014 educación de sus hijos. De difundirse los textos referidos, en lugar de ser formados en la no discriminación de las personas, los hijos sufrirán la violencia de una educación sexual ideologizada y desnaturalizada. 10. La Iglesia quiere reafirmar su deseo de trabajar en favor de todos los ciudadanos de nuestra patria, sin distinción alguna, ofreciendo dialogar con respeto sobre las diversas ideas y proponiendo su propio modo de encarar la existencia. Los Obispos del Uruguay Florida, 10 de noviembre de 2014.34 Publicado originalmente en Noticeu. 34 NOTA DE LA REDACCION: Apoyamos enérgicamente la defensa de la libertad de educación que hacen aquí nuestros Obispos. No obstante, comentamos que la doctrina católica condena toda discriminación injusta (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2358), no “cualquier clase de discriminación”. Cuando se habla de la discriminación basada en la preferencia sexual o en la orientación (es decir, la tendencia) sexual, es sumamente importante tener en cuenta esa distinción. Por ejemplo, la no aceptación de las personas homosexuales como candidatas al sacerdocio católico es una “discriminación justa” (cf. Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las órdenes sagradas, 4 de noviembre de 2005) . Por otra parte, ¿es realmente justo el empeño de quienes son más sensibles a la discriminación basada en la orientación sexual que a la basada en el sexo, la raza o la religión? 53 Nº 105 Diciembre de 2014 Nigeria, avanza el Califato de Boko Haram por Leone Grotti En el norte 2.500 católicos muertos, 100 mil desplazados, 50 parroquias destruidas Es el balance de la sola diócesis de Maiduguri. Dos mil cristianos desplazados del norte han protestado también en Jos: “Los terroristas han matado a más de 11 mil cristianos—20 de noviembre de 2014.” Más de dos mil cristianos desplazados del norte de Nigeria se encontraron hace pocos días para protestar contra el gobierno en Jos, capital del Estado de Plateau. Reunidos frente a la Iglesia de los hermanos, lo han acusado de no preocuparse más para detener a Boko Haram, que está devastando el norte del país. 11 mil cristianos muertos El diario nigeriano Daily Post informa que Daniel Kadzai, presidente de la sección juvenil de la Christian Association of Nigeria, ha declarado: “Hemos perdido la confianza en el gobierno federal. Según nuestras informaciones, Boko Haram ya ha matado a 11.213 cristianos. Y el dato no tiene en cuenta los ataques a Mubi, Maiha, Hong y Gombi”. Pogrom Hasta hoy, “1,56 millones de personas se hallan desplazadas a causa de los terroristas. Estamos decepcionados también de la comunidad internacional — continúa Kadzai — porque se ha rehusado a ocuparse del pogrom de los cristianos. Su atención está concentrada sólo sobre Iraq, Gaza y Afganistán, como si los muertos de Nigeria no fuesen seres humanos”. Califato islámico Boko Haram ya ha conquistado más de una decena de ciudades importantes en los Estados septentrionales de Borno y Adamawa, instaurando un Califato islámico y rodeando Maiduguri. En las últimas semanas había tomado también las ciudades de Mubi y Chibok, donde 276 chicas fueron secuestradas en abril. En los últimos días el ejército nigeriano, junto a un grupo de “vigilantes”, ha logrado retomar el control de los dos centros urbanos, pero la población no se fía de los soldados y hasta ahora se ha rehusado a retornar a sus propias casas. Destrucción en Maiduguri Como ha informado la agencia Fides, el balance de la destrucción causada por Boko Haram en la diócesis de Maiduguri, que comprende los Estados de Borno y Yobe y algunas áreas del Estado de Adamawa, es el siguiente: más de 2.500 católicos muertos, 100.000 católicos desplazados, 26 54 Nº 105 Diciembre de 2014 sacerdotes desplazados sobre 46 activos en la diócesis, más de 200 chicas raptadas. Además, más de 50 parroquias han sido destruidas y unas cuarenta han sido abandonadas y ocupadas por Boko Haram. Sobre 5 conventos, 4 han sido abandonados; y un gran número de católicos han sido obligados a convertirse al islam contra su voluntad. Católicos atrapados Según el Padre Gideon Obasogie, “un gran número de católicos nigerianos están atrapados y obligados a seguir la interpretación estricta de las reglas de la Sharia en diversas ciudades como Bama, Gwoza, Madagali, Gulak, Shuwa, Michika, Uba y Mubi. Se trata de pueblos ubicados a lo largo de la carretera que une Maiduguri y Yola en el Estado de Adamawa. Los terroristas han declarado que todas las ciudades conquistadas forman parte del Califato islámico”. Publicado anteriormente por I Tempi . Traducción es de Daniel Iglesias Grèzes 55 Nº 105 Diciembre de 2014 Reflexiones sobre el “moralismo” por el Ing. Daniel Iglesias Grèzes En este post compartiré las reflexiones que me suscitó la lectura del siguiente texto: “¿Qué significa esto para los que tienen que hablar de Dios hoy? Que la Nueva Evangelización es una evangelización más radical. Que se debe anunciar la salvación, y no la salvación de algún hombre ideal y virtuoso, sino de cada fulano tal como es, con su jeta desternillante pero redimida, con sus caídas reincidentes pero que piden perdón… En esta inminencia de la aniquilación completa, la palabra está llamada a desplegarse como un arca, a recuperarse como unos buenos días: esa salvación que nos decimos todos los días, pero que por fin diríamos de veras, haciendo entrar en nuestros días la luz de una mirada divina… Eso implica principalmente no volver a caer en un moralismo que ya no vale para nada en nuestras circunstancias. Decirle a alguien que lo que hace está mal, que perjudica a su hermano, que se encamina él mismo al suicidio, no tiene mucho peso en un mundo a punto de ser engullido. Siempre nos podrá responder: “Lo que hago me lleva al suicidio, y ¿qué? ¿Acaso no tiene todo que desaparecer? Tarde o temprano, de una manera u otra, ¿qué importa?…” Su corazón sabe que lo que dice es falso. Pero esa falsedad sólo puede quedar en evidencia a la luz de la esperanza, en la medida en que tenga fe en la Vida. En esencia, la moral es solamente aquello que nos proporciona los medios para llegar a la bienaventuranza. Si mi interlocutor no cree, más o menos, en la bienaventuranza, mis sermones más persuasivos no lo conmoverán o, peor aún, mis charlas le parecerán tejidas de dogmas fantasiosos y de normas arbitrarias, creerá que intento reclutarlo, cuando lo único que quiero es preservar el misterio de su rostro. Por mucho que yo lo invitara a entrar en el arca, se imaginará que intento meterlo en una cárcel. Por eso, más que nunca, aunque desde el punto de vista temporal la búsqueda de la felicidad parece pasada de moda, hay que predicar la esperanza en vez de fabricar una moral, anunciar la misericordia en vez de denunciar al miserable. (Lo cual no quiere decir que tengamos que empapar en almíbar nuestras palabras y cambiar la sal por el azúcar. La predicación de la esperanza es terrible, porque supone que primero se predica la desesperanza del mundo. La Buena Noticia de la Misericordia es terrible, porque 56 Nº 105 Diciembre de 2014 supone que primero se anuncia nuestra miseria. Eso quiere decir mirar la realidad de frente y, después de lo que se le dijo a Moisés, nadie podría mirarla sin morir…)” 35 ¿Qué decir de semejante texto? Pienso que es posible “salvar” las proposiciones del autor, cosa que, como enseñó San Ignacio de Loyola, siempre hay que intentar, por lo menos. Pero también pienso que Hadjadj debería matizar y explicar más este texto, porque corre el siguiente riesgo: para evitar el error del “moralismo”, da la impresión de impulsar hacia el error contrario, que llamaré “amoralismo”. En esta cuestión de enorme importancia es necesario mantener un equilibrio y una armonía entre la verdad y el amor, entre la fe y las obras, entre la ortodoxia y la ortopraxis, evitando dos graves errores que son opuestos entre sí: el “moralismo” (la reducción del cristianismo a un sistema moral más, como el confucionismo o el kantismo) y el “amoralismo” (la desestimación o subestimación de las implicaciones morales de la fe cristiana). Por una parte, este argumento de Hadjadj es clásico: la moral establece la conformidad o noconformidad de los actos humanos con el fin último del hombre; pero si no se conocen o se rechazan la naturaleza y la vocación del hombre no se puede comprender y aceptar la ley moral. Como decían los escolásticos, “el obrar sigue al ser”. Para poder entender cómo debe obrar el hombre hay que entender primero qué es y qué está llamado a ser el hombre. En ese sentido, la moral viene en segundo lugar, sin ser “secundaria” en el sentido de algo poco valioso. También la comparación de la Iglesia con el Arca de Noé es muy tradicional. Se entra a la Iglesia por la puerta de la fe y del bautismo, sacramento de la fe. Las pilas bautismales suelen tener base octogonal para simbolizar el Arca de Noé, porque en el Arca se salvaron ocho personas: Noé, su mujer, sus tres hijos (Sem, Cam y Jafet) y las mujeres de sus hijos (Génesis 6, 10-18). Que estamos viviendo en “los últimos tiempos” forma parte de la Divina Revelación. Que el tiempo restante hasta el día del juicio final sea poco no forma parte de la Revelación pública, pero lo sugieren varias revelaciones privadas y varios pensadores cristianos que han auscultado en profundidad los signos de los tiempos actuales. En todo caso la opinión personal del autor sobre la proximidad del fin de los tiempos es legítima, aunque cuestionable. Por último, creo que Hadjadj acierta también al subrayar la prioridad de la evangelización en el diálogo con los no cristianos. Después de la conversión del interlocutor (si Dios la concede) se podrá practicar el camino teológico hacia la moral: primero la teología dogmática y después la 35 Fabrice Hadjadj, ¿Cómo hablar de Dios hoy? Anti-manual de evangelización, Editorial Nuevo Inicio, Granada 2013, pp. 155-156 57 Nº 105 Diciembre de 2014 teología moral. Esto no significa que haya que postergar las cuestiones morales hasta ese momento. La misma conversión implica la conciencia de pecado y la voluntad de cumplir la ley divina. Por otra parte, algunas de las expresiones citadas de Hadjadj me parecen bastante cuestionables. Dios realmente quiere que todos los hombres se salven y por eso la invitación a entrar al arca de la Iglesia y al banquete del Reino en principio va dirigida a todos. Sin embargo, a la vez se debe subrayar con fuerza que esa invitación universal no es incondicional. Las parábolas sobre el Reino de Dios ilustran muy bien estos dos puntos. Veámoslo con algunos ejemplos. En la parábola del banquete de bodas del hijo del Rey (Mateo 22:1-14), después de que los primeros invitados rechazaron ofensiva y violentamente la invitación, el Rey mandó a sus servidores que invitaran indiscriminadamente a todos los que encontraran en los caminos, malos y buenos. No obstante, luego el rey mandó echar afuera a un invitado que no tenía traje de boda. La parábola termina con una frase que resume los dos aspectos de esta cuestión: “Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos”. En la parábola del sembrador (Mateo 13:3-23), el sembrador desparrama la semilla generosamente en todas las direcciones, hasta se diría que sin ton ni son; pero luego algunas de esas semillas prosperan y dan fruto y otras no. ¡Y en el Arca de Noé entran todas las especies de animales, pero sólo ocho representantes de la humanidad! Dios castigó a todos los demás seres humanos por sus pecados, porque obraban el mal de continuo. “Cuando el Señor vio qué grande era la maldad del hombre en la tierra y cómo todos los designios que forjaba su mente tendían constantemente al mal, se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, y sintió pesar en su corazón. Por eso el Señor dijo: “Voy a eliminar de la superficie del suelo a los hombres que he creado — y junto con ellos a las bestias, los reptiles y los pájaros del cielo — porque me arrepiento de haberlos hecho”. Pero Noé fue agradable a los ojos del Señor.” (Génesis 6, 5-8). Cierto, la condición para el bautismo es la fe, no la santidad; pero no hay fe sin conversión. Ése es el primer y nuclear mensaje de Jesús: “A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.” (Mateo 4:17). “Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia.” (Marcos 1:14-15). En definitiva, la ortodoxia y la ortopraxis no son separables. La buena disposición moral influye decisivamente en el acto de fe. 58 Nº 105 Diciembre de 2014 Por último, la prioridad de la evangelización no debe llevarnos a descuidar el camino de la filosofía moral, sobre todo en el diálogo con los no creyentes. Este camino es difícil, sobre todo cuando el interlocutor está muy apartado de los principios básicos de la filosofía cristiana, como el nihilista imaginario con el que dialoga Hadjadj en el texto citado. Pero que ese camino sea difícil no significa que sea siempre impracticable o infructuoso. Fabrice Hadjhadj es un filósofo suizo y un judío convertido al catolicismo. En 2014 fue nombrado miembro del Pontificio Consejo para los Laicos. El libro citado es una reelaboración de una conferencia dictada por el autor en 2011, durante una Asamblea Plenaria de dicho Consejo. Me pareció un buen libro, con muchas cosas interesantes. El estilo de Hadjadj es provocativo, pero el contenido me parece bastante tradicional. Por ejemplo, el autor responde con sensatez a los teólogos que dicen que después de Auschwitz ya no se puede creer en un Dios omnipotente. Entre otras cosas les dice que su tesis consagra el triunfo de los verdugos sobre las víctimas. Como filósofo Hadjadj me parece muy afín al tomismo. Con su estilo fresco y original nos vuelve a hablar de doctrinas de Santo Tomás de Aquino como la analogía del ser, la bondad de todo lo creado, las propiedades trascendentales del ser, el lenguaje analógico sobre Dios, etc. Pienso que el libro contiene (además de las ya vistas) también otras expresiones que habría que matizar, como la comparación de los cristianos con payasos. Quizás se podría reprochar a Hadjadj su uso del término “fundamentalista” como una especie de comodín para descalificar muchas formas de religiosidad cristiana que encuentra erróneas o rechazables, un poco a la manera en que los izquierdistas usan hoy la etiqueta de “neoliberal” como descalificación fácil y a veces gratuita. Me parece que Hadjadj tendría que definir bien ese término. Originalmente, la palabra “fundamentalismo” designaba un error de exégesis bíblica: una interpretación “literalista”, atada al sentido aparente del texto, sin ningún estudio histórico-crítico del estilo del autor, la cultura de la época, el género literario, etc. Recientemente se extendió el sentido del término “fundamentalismo”, asimilándolo a fanatismo, con notoria injusticia para la gran mayoría de los cristianos fundamentalistas (en general no violentos), a quienes se equipara falsamente con los “fundamentalistas” (fanáticos) de otras religiones, sobre todo islámicos. Y creo que para Hadjadj “fundamentalista” quiere decir también fideísta, integrista, hipócrita, ultratradicionalista, etc. Demasiados sentidos para una sola palabra, que también es utilizada por racionalistas, liberales, relativistas y modernistas para desacreditar a todos los cristianos que, como el propio Hadjadj, siguen tomándose en serio la fe cristiana y los dogmas de la fe divina y católica. 59 Nº 105 Diciembre de 2014 Oración a la Virgen del Adviento Tradicional María, Virgen del Adviento, esperanza nuestra, de Jesús la aurora, del cielo la puerta. Madre de los hombres, de la mar estrella, llévanos a Cristo, danos sus promesas. Eres, Virgen Madre, la de gracia llena, del Señor la esclava, del mundo la reina. Alza nuestros ojos hacia tu belleza, guía nuestros pasos a la vida eterna. Amén. 60 Nº 105 Diciembre de 2014 Fe y Razón OMNE VERUM A QUOCUMQUE DICATUR A SPIRITU SANCTO EST Revista virtual gratuita de teología Publicada por el Centro Cultural Católico Fe y Razón Desde Montevideo, Uruguay, al servicio de la evangelización de la cultura Hoy se hace necesario rehabilitar la auténtica apologética que hacían los Padres de la Iglesia como explicación de la fe. La apologética no tiene por qué ser negativa o meramente defensiva per se. Implica, más bien, la capacidad de decir lo que está en nuestras mentes y corazones de forma clara y convincente, como dice San Pablo “haciendo la verdad en la caridad” (Efesios 4:15). Los discípulos y misioneros de Cristo de hoy necesitan, más que nunca, una apologética renovada para que todos puedan tener vida en El. (Documento de Aparecida, n. 229). CONTACTO: FEYRAZON@GMAIL.COM Fundadores de la Revista Ing. Daniel Iglesias, Lic. Néstor Martínez Valls, Diác. Jorge Novoa. Equipo de Dirección Ing. Daniel Iglesias, Lic. Néstor Martínez Valls, Ec. Rafael Menéndez. Colaboradores Mons. Dr. Miguel Antonio Barriola, R. P. Lic. Horacio Bojorge, Mons. Dr. Antonio Bonzani, Pbro. Eliomar Carrara, Dr. Eduardo Casanova, Carlos Caso-Rosendi, Ing. Agr. Álvaro Fernández, Mons. Dr. Jaime Fuentes, Dr. Pedro Gaudiano, Diác. Prof. Milton Iglesias Fascetto†, Pbro. Dr. José María Iraburu, Diác. Jorge Novoa, Dr. Gustavo Ordoqui Castilla, Pbro. Miguel Pastorino, Santiago Raffo, Juan Carlos Riojas Álvarez, Dra. Dolores Torrado. † 61