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1. Afrontamiento emocional de la la muerte. Información y comunicación Dr. F. Borrell Carrió Médico de Familia. ABS Gavarra. ICS. Profesor del Departamento de Medicina .Universidad de Barcelona. PUBLICADO EN: Borrell F. Afrontamiento emocional de la muerte. Información y comunicación. FMC 2005;12 (Extraordin 1): 1-13 Somos casi con toda seguridad los únicos animales para los que la muerte es una realidad. La experiencia de morir, tal como apuntaban los estoicos y epicúreos, no es una experiencia personal, pues precisamente consiste en dejar de experimentar cualquier cosa. Por consiguiente esta certeza de que moriremos es de tipo cultural, fruto de haber creado -(gracias al lenguaje)- un espacio imaginario, compartido con otras personas, donde toman cuerpo situaciones y hechos que jamás hemos visto ni podremos ver. Empero cabe decir que no todas las personas visualizan su muerte de la misma manera ni con la misma certeza. Los jóvenes, por ejemplo, ven su propia muerte como un hecho improbable, y por ello arriesgan su vida con una ligereza que asombra a los adultos. El primer encontronazo con la muerte suele ser cuando fallecen nuestros abuelos, y más tarde nuestros padres. Estos eventos marcan un hito biográfico en cada uno de nosotros, y serán las circunstancias en que dichas muertes se producen, y la cascada de hechos a que den lugar, las que marcarán de manera indeleble nuestras creencias y trayectos biográficos futuros. Valga como ejemplo la muerte de un padre a edad temprana, y la reacción de su hijo en el sentido de que él mismo se cree expuesto a un evento similar. Este tipo de profecía puede dar lugar a un sinnúmero de consultas al médico, quien en el mejor de los casos etiquetará al paciente como hipocondríaco, sin percibir la profundidad biográfica de los síntomas. En las páginas que siguen profundizaremos sobre la significación de tener a nuestro cuidado un paciente terminal, y las tareas de acomodación, información e incluso maduración biográfica que podemos desarrollar con él y su familia. En pocas situaciones nuestro role profesional tiene mayor enjundia y relevancia. o Afrontamiento emocional de la muerte. Diversas concepciones culturales de la muerte.Todas las culturas ancestrales han interpretado la muerte como el paso a otra vida. El muerto tenía que ser objeto de un rito de enterramiento que le permitiera cruzar el umbral de otra vida, (“ritos de transición”), e incorporarse con ventaja al mundo de los muertos , (“ritos de incorporación”), aunque podía en determinadas circunstancias permanecer en contacto con los vivos (1). En la Ilíada se nos aparecen los muertos como espectros sufrientes, y en las narraciones populares posteriores se mantiene esta visión del fallecido como ser incompleto, fantasmagórico. Esta visión espectral de los muertos, (actualizada en películas como “Los otros”, de Amenábar), contrasta con la visión espiritual de las religiones indostánicas y semíticas, donde el alma es depositaria de los valores más elevados del ser humano. Obsérvese por consiguiente que una misma persona puede participar de creencias opuestas: por un lado creer en los fantasmas, zombis y otros mitos similares, y a la vez creer en una alma excelsa. Buena y mala muerte.- Pero antes de profundizar en las creencias religiosas y las diferentes soluciones que los seres humanos hemos encontrado al problema del sentido de la vida, echemos un vistazo a lo que diferentes culturas entienden por buena y mala muerte. Para Callaghan (2) una muerte es ‘aceptable’ en nuestra sociedad occidental cuando se cumplen tres condiciones: a) el hecho de que hayamos consumado la mayor parte de las posibilidades que nos brindaba la vida; b) no tener obligaciones con aquellos que dependen de nosotros , y c) nuestra muerte no hiere la sensibilidad o el sentido común ni es un atentado contra la aceptación racional de la naturaleza humana como finita. El paralelismo con la buena muerte del antiguo Israel es obvia. Para los israelitas una muerte aceptable se producía tras una larga vida, cuando uno se moría en paz, cuando se producía una continuidad entre los ancestros y los herederos y cuando se encontraba sepultura en la propia tierra (3). Para un ghanés, buena muerte es aquella que acontece cuando se produce sin negocios o deudas pendientes, en paz consigo mismo, en la propia casa, rodeado por los descendientes, y de manera natural, no violenta (4). La similitud intercultural es, por consiguiente, enorme. Orpett S (2004) (5) estudia los “guiones” de los pacientes terminales en USA y Japón y concluye que hay más coincidencias que diferencias: en ambos entornos la gente desea una muerte sin dolor, apropiada en el tiempo y apropiada para los familiares que nos rodean. En ambas culturas también se evita ser una carga, y se desea una explicación científica a la muerte, sin renunciar a cierta espiritualidad y conexión con la comunidad. Existen diferencias en el acento sobre uno u otro aspecto de los mencionados, pero la similaridad es obvia. Por lo demás Orpett detectó una asimetría entre lo que se declara como buena muerte y las explicaciones que posteriormente los afectados proporcionan de la muerte efectivamente ocurrida, lo cual pone de relieve el uso instrumental que hacemos de las creencias culturales: “En una sociedad postindustrial, la gente interpreta y usa sus ideas a la luz de su propia experiencia y combina creativamente estos elementos para mantener, crear o reinterpretar la noción de “buena muerte””. Algo así detecta Solomon RC(2003) (6)cuando habla de la apropiación heroica de los jóvenes de la propia muerte, eso es, cuando arriesgan fútilmente su vida para proponer un relato que acabaría con la frase:”murió arriesgándolo todo, sin miedo, haciendo lo que más deseaba”, en una suerte de fetichismo moderno –y en general no consciente- de la muerte. Las religiones.- Las religiones, -siguiendo a Mircea Eliade (7,8)- parecen tener dos opciones básicas a la hora de proponernos creencias relativas al más allá, y que esquematizamos en la Tabla 1: a)la muerte como punto final; o b) la muerte como un paso más en el ciclo del eterno retorno. Todas las religiones, sin embargo, quieren procurarnos cierta consolación ante la muerte, aunque como apuntara B. Russell (9), las soluciones que proponen pueden ser completamente dispares e incluso contradictorias. Así, por ejemplo, para las religiones derivadas de la Torá y la Biblia, la muerte da lugar a un juicio de virtudes y faltas, y, en el mejor de los casos, a una vida más plena, (el cielo), para toda la eternidad. Sería una visión de punto final. En cambio para el hinduismo, (y también para el budismo mahayana), después de la muerte existe una reencarnación más o menos exitosa dependiendo de la conducta terrenal. He aquí el eterno retorno que también satisface el principio de justicia divina, pues “algo” o “alguien” juzga la virtud acumulada, y nos asigna un nuevo cuerpo, (humano o animal) según méritos. En cambio el budismo más primigenio propone también una solución de tipo “punto final” : para Siddharta lo deseable es procurarnos una salida del ciclo de las reencarnaciones –“samsara”- para disolvernos y reposar en la Nada. Mucho se ha comentado sobre si esta opción budista es en el fondo una forma de filosofía nihilista, o una teología apofática (R Panikkar,(10), pero lo cierto es que conecta bien con ciertas formas de espiritualidad no religiosa que se manifiestan en nuestra sociedad. Así, por ejemplo, V. Camps abunda en la idea russelliana de que no hay posible cielo que pueda colmar las inquietudes –y la estructura emocional- de un ser humano (11). Cualquier escenario de inmortalidad que nos pudiéramos imaginar , resultaría a la postre doloroso e insufrible. Esta espiritualidad que podríamos adjetivar como “laica”, o “humanismo laico”, suele considerar a cada persona como una gota más dentro del mar que constituye la raza humana. La experiencia corporal de cada uno viene condicionada por el entorno concreto que vivimos, pero resulta común a todos los seres humanos. Cuando morimos muere una célula de este tejido que es la Humanidad. Cuando nace un hijo, hereda una manera de estar en el mundo, un ethos (una manera de estar) sobre el que él o ella construirá un pathos (una manera de actuar). Este planteo vuelve a conectar bien con el budismo primitivo de Siddharta – abrazado por ciertas minorías ilustradas-, pero resulta poco consolador para la mayoría de la población. Parecería que el ser humano busca el consuelo de un más allá que nos redima de las penurias del más acá, e instaure la justicia que en nuestro mundo brilla por su ausencia. También gusta el ser humano de sentirse único, y proveerse de experiencias vitales que le hagan exclamar: “he aprovechado la vida al máximo”,(recordemos lo que Callaghan entiende por buena muerte). Esta tendencia natural a la trascendencia explicaría otra corriente de espiritualidad laica basada en una filosofía personalista, de inspiración hasta cierto punto cristiana, y que arranca con Emmanuel Mounier (12). Frente al humanismo ecológico que apuntábamos más arriba, el humanismo personalista afirma casi lo contrario, a saber: que cada persona es única, portadora de una riqueza insubstituible, y que con su fallecimiento todos perdemos algo. La única manera de preservarnos de esta pérdida es compartiendo y creando cultura. Al compartir asimilamos “al otro” en nosotros mismos. Al crear cultura nos dotamos de un entorno donde los pensamientos de nuestros ancestros están presentes. Obsérvese que en esta opción los espíritus han sido substituidos por los pensamientos y la creación cultural. Finalmente detectamos una evolución ética reciente en el humanismo ecologista, de la mano de Mosterín y Singer, entre otros, para los que la experiencia humana de sufrir y morir es una más entre las especies, y no radicalmente distinta a la de los primates superiores. Para Singer P (13) la vida humana debería desacralizarse para tomar decisiones “más humanas”, y sobre todo, evitar la sobrepoblación mundial, auténtico cáncer de la biosfera (14). La vida de un ser humano no debe ser vista “automáticamente” como más valiosa que la de otro ser vivo, y las decisiones de experimentar con animales, o matarlos, se califican de “especieísmo”, eso es, menosprecio a las otras especies animales solo porque no son humanas. El lector interesado puede profundizar en esta discusión en el Proyecto Gran Simio (http://www.uam.es/otros/ape/vol7n2.htm). El sufrimiento.- Mientras que las creencias ante la muerte no pueden ir más allá de lo apuntado, -con las matizaciones e hipérboles que se quieran considerar- las conductas y emociones que suscita para dar sentido al sufrimiento y la muerte tienen también unos grados de libertad limitadas. En concreto cuatro son los caminos que se han ensayado para dar sentido al sufrimiento (tabla 1) (15): a.-La experiencia del dolor como sacrificio a fuerzas ignotas o dioses diversos. Las religiones animistas, las más antiguas de la Humanidad, interpretaban la enfermedad y la muerte como reparación hacia los dioses. El taoísmo (16), heredero filosófico de esta corriente, aúna todas estas fuerzas de la naturaleza en el Tao, la corriente vital dotada de una lógica e inteligencia propia con la que hay que conectar para prolongar la vida e incluso alcanzar la inmortalidad. En una traducción moderna cuando hablamos de biorritmos, medicinas naturales y comprender el lenguaje secreto de las enfermedades, estamos adoptando esta perspectiva. También cuando creemos que una enfermedad expresa una reparación por una falta o un exceso de vicio. b.-La experiencia del dolor como camino de transformación y virtud. Sería el caso de la tradición hinduísta (17) y budista (18)que aprovecha el sufrimiento como oportunidad de mejora. Esta opción está muy presente en el cristianismo. Cuando hablamos de que la enfermedad es una oportunidad para aprender, que nos puede matar pero no doblegar, o que hay una manera feliz de morir, estamos adoptando este punto de vista. c.-La experiencia de dolor como experiencia expiatoria-redentora. Esta posición alcanza su versión más elaborada con el cristianismo, en el que ofrecemos nuestro dolor a Dios para ganarnos el cielo. Nuestra conformidad con las desdichas que nos envía el destino queda equilibrada con la esperanza en la Providencia, eso es, en que hay un designio, un plan divino para cada uno de nosotros que tiene un sentido oculto y trascendente, visible tal vez dentro de muchos años, cuando ya estemos muertos, o tal vez nunca (19). Cuando nos conformamos con nuestro destino, cuando mantenemos la esperanza de que la vida continúa y que nuestra contribución a la misma ha sido positiva, -seamos o no teístas-, estamos adoptando esta posición vital. d.-La experiencia del dolor como experiencia a ser evitada o superada. Sería la posición cientifista, la cual “in extremis” aboga por la sedación, la entrada inconsciente en la muerte, pero que prefiere pensar al ser humano como potencialmente inmortal y no sufriente (20). La vida tiene que ser vivida en plenitud, pero esta plenitud no incluye el sufrimiento. Una gran parte de la población adopta esta perspectiva cuando no acepta una estrategia paliativa frente a una estrategia curativa, y nos exige operar a “vida o muerte” un anciano de 85 años. Obsérvese que la interpretación de que la vida humana, (y el sufrimiento), como fruto del mero azar de la Naturaleza, no ha sido elaborada más que por filósofos muy marginales, (pues es una posibilidad que nos disgusta terriblemente). Estilos de morir. ¿Cómo morimos en nuestra sociedad actual? Hace años era inconcebible un moribundo que no recibiera la extremaunción, e incluso los sacerdotes explicaban –para los más escépticos- las conversiones “de última hora” en que incurrían los ateos más petulantes. En la España del siglo XXI es raro que las personas mueran con los santos óleos. Los sacerdotes entran muy poco en las casas de los moribundos, y si entran es dudoso que tengan un papel más relevante que los equipos sanitarios. ¿Existe por consiguiente una “medicalización” del morir (21)? Hasta cierto punto es indudable que ello ha ocurrido. Cuando un paciente moribundo entabla una conversación sobre sus creencias religiosas, lo más probable es que nos diga algo así: “yo en algo creo, creo por ejemplo que existe Dios, pero no creo en la iglesia, ni en los sacerdotes, y tampoco soy practicante”. Si le preguntamos a continuación si una visita de un sacerdote puede serle de consuelo, puede que acepte si hubiera establecido con anterioridad una relación significativa, pero en general declinará el ofrecimiento. El sacerdote se valora como persona concreta, no en su función apostólica. Este role de soporte imprescindible, en cambio, lo asume el médico y el equipo sanitario. El médico suele ser recibido en las casas de los pacientes terminales con atención cuando no devoción. Expresiones como “Juan ya estaba esperando que viniera, porque cuando usted le visita se pone mejor”, o bien, “doctor cuando usted viene se me llenan los ojos de lágrimas”, no son infrecuentes, y evidencian la demanda que muchos pacientes nos hacen de manera implícita para que entablemos con ellos una relación paternalista. Sin embargo la variabilidad de respuestas ante la muerte es amplio. Algunos estudios han intentado formular cierta taxonomía. Clover A (2004) (22), por ejemplo, analizó con metodología cualitativa como reaccionan los pacientes terminales a los cuidados de enfermería, delimitando seis estilos: a) “esperar y ver”; b) aceptación pasiva; c) aceptación activa; d) tolerar los cuidados pero desde una posición de no ceder el control; e) negociar e incluso mostrarse inflexible con los procedimientos que se les ofrecen. Esta clasificación cruza dos variables: la variable poder, eso es, quien mantiene el control de la situación, si el paciente o el cuidador, y la variable cooperación. Dibuja un espectro en que vamos de la pasividad completa a una toma de control por parte del paciente. Beadle GF (2004) (23) ha propuesto que el uso de medicinas alternativas sería una manifestación de este espacio de control que se quiere mantener contra viento y marea. Los usuarios de medicinas alternativas tienden a pensar en mayor proporción que el resto de paciente terminales que su cáncer es curable. El estudio de Beadle fue realizado con pacientes terminales australianos, de los cuales solo el 27% creían que su condición era reversible, lo que sin duda pone de manifiesto de manera contundente hasta qué punto los pacientes saben la verdad de su situación. Esta visión realista ante la propia situación es muy propia de los países anglosajones, quienes ya no quieren “la verdad”, sino que desean una información “bien dada”, en el momento apropiado, percibiendo “ganas de ayudar” por parte del profesional, que pueda ser contrastable con otros medios de información, y que pueda ser compartida con la familia, ((Kirk P, 2004) (24). Frente a un estilo de “la verdad a toda costa, tanto si la quieres como sino”, -propia de los años 80, en particular en EE.UU-, se ha progresado a un modelo más mediterráneo, (si se nos permite la expresión), en la que la familia recobra un papel crucial en todo el proceso. Podríamos dibujar varios estadios en la maduración de la familia en el afrontamiento de la muerte: a) un estadio de secretismo o negación infantil e infantilizadora del propio paciente, expresado en frases como: “no le diga nada de lo que tiene, porque no podría resistirlo”; b) un estadio en que el diagnóstico aparece, es comentado al paciente, pero que se silencia en todo el seguimiento posterior. La familia tampoco habla del tema, sino que se aferra al presente. Ha venido en llamarse “complicidad en el silencio” y “pacto de silencio”. El principal beneficiario de este pacto es la propia familia, como subraya Tizón J, liberada de contener las expresiones de angustia del paciente, el cual ve constreñida su emocionalidad y sus posibilidades de compartir y madurar o adaptarse. Finalmente podemos considerar un estadio c) en el que familia y paciente elaboran la situación. Esta elaboración puede ser –y siempre es- verbal y no verbal, marcada por “pequeños-grandes” signos de empatía, (una caricia, un sollozo compartido, etc.), silencios significativos, y un sufrimiento que no es negado, sino manifestado y compartido. Los familiares comparten las emociones de rabia, injusticia, culpa, perplejidad o aceptación del paciente terminal, y a su vez infunden al paciente una esperanza realista: aligerarlo de responsabilidades y decisiones para que disfrute de cada instante, procurarle un entorno agradable, rodeado por las personas que más quiere, pero también procurándole espacios de intimidad. Hay que decir que esta elaboración familiar de la muerte cercana no es fácil. Habrá familias que no sabrán ni podrán hacerla, pues requiere de un alto nivel de habilidades e inteligencia social. Posiblemente también requiere de cierta espiritualidad, entendida no como religiosidad, sino como una reflexión consciente de lo que queremos o hemos querido ser en esta vida, y las opciones vitales que hemos tomado, (sobre todo de quien nos hemos sabido y querido rodear, que es algo así como decir de qué emociones hemos querido impregnar nuestra vida). Ponernos en paz con nosotros mismos es una tarea fundamental sin la cual no resulta posible una posterior –o simultánea- elaboración familiar. He aquí que nuestras circunstancias son tan o más poderosas que nuestro “yo”, (matiz que por cierto explicó muy bien Ortega y Gasset). Algunas personas se han visto atrapadas en decisiones vitales que en su fuero interno consideran extremadamente erróneas, y frente a este balance vital preferirán enrocarse antes de admitirlo o elaborar los sentimientos de culpa que se agolpan ante la mera visión de un punto final biográfico. La inteligencia y cultura de un paciente nada pueden ante la falta de coraje, virtud del carácter que debe trabajarse como hábito para que en momentos cruciales como este pueda rescatarnos de una estrategia de huida o negación, siempre más cómoda. En sentido opuesto resulta impresionante la serenidad con que algunas personas casi o analfabetas aceptan su enfermedad, y saben mirar su próximo final sin pestañear. Este enfoque poco tiene que ver con el famoso modelo de Kübler-Ross (25), modelo que propone un proceso de maduración del paciente por la negación, la ira, el pacto, la negociación, la depresión, y la aceptación-adaptación. Estas fases pueden darse en éste o en cualquier orden, y pueden no darse. Puede ser útil tenerlas “in mente”, pero aún más útil comprender que estamos presenciando un proceso de gran complejidad, de toda la complejidad del individuo, añadiríamos, y que por ende nunca es ni puede ser plato de buen comer, (como apunta Tizón, para curarnos de cierto romanticismo trasnochado (26)). Una variable que puede ayudarnos a comprender estas reacciones tan variopintas frente a la muerte es el llamado locus de control. Cada uno de nosotros tiene una actitud muy profunda sobre los hechos que nos acontecen. Podemos pensar que nuestra vida es fruto de tremendas casualidades, y que estamos a merced de estas fuerzas externas; o por el contrario podemos pensar que una parte relevante de nuestra biografía se debe a decisiones que nosotros mismos tomamos. La filosofía estoica trabajó -desde Zenón a Séneca- esta última opción, remarcando que un verdugo –o la muerte natural- puede arrebatarnos la vida, pero no la dignidad. Otros autores han tratado de explicar esta serenidad e incluso despreocupación ante la muerte, como una confianza “de especie” ante la muerte. Ramón y Cajal se admiraba de que las calles estuvieran repletas de personas ajetreadas y laboriosas que probablemente en toda su jornada laboral no pensarán en que tarde o temprano tenían que morir, o que pensarían en ello como un hecho “natural” (27). Tal vez esta confianza encierra un “conocimiento” de especie, que escapa a las palabras. Finalmente se ha tratado de explicar la serenidad frente a la muerte en términos trascendentes. Se ha argumentado que las personas religiosas tienen una mejor salud y calidad de muerte (28) , y que en general las personas que ven cumplidas determinadas metas biográficas aceptan la muerte de manera más serena. Este argumento tiene una apariencia cautivadora: “alcanza tus metas y tendrás un buen morir”,o bien: “mantén tu fe y te será dada –(regalada)- una muerte tranquila”. Sin embargo todo médico observador habrá constatado como personas íntegras y “con todos los deberes vitales hechos”, -incluso muy religiosas-, experimentan una angustia enorme en las fases terminales de su existencia. Tal vez la llamada popularmente “angustia vital”, -que en realidad sería “angustia frente a la muerte”- es una variable relativamente autónoma, y que se mantiene como una constante poco modificable en determinados sujetos. Por consiguiente admitamos con humildad que aún desconocemos muchas cosas para explicar cómo afrontamos la muerte. Podemos ir muy preparados para una muerte consciente y serena, y ser víctimas, en el último instante, de una angustia incontrolable. Sin embargo no es esta la situación más común. En nuestra experiencia la claudicación –o agotamiento- corporal conlleva la claudicación del ánimo, y entrega pacífica a la muerte. Estilos de cuidar. Los profesionales de la sanidad hemos hecho del sufrimiento humano nuestro compañero de viaje. Resulta curioso constatar que muchos de nosotros jamás hemos reflexionado seriamente sobre la muerte, la nuestra y la de los demás, llevando al limbo de la memoria aquellas experiencias “desagradables” por la que hemos transitado con pie enjuto. En todo caso también nosotros hemos desarrollado formas narrativas y estrategias conductuales para afrontar este tipo de situaciones. Del Vecchio G(2004) (29), tras investigar con metodología cualitativa los patrones narrativos de 163 médicos, nos sugiere tres áreas en las que conceptualizamos este tipo de situaciones: 1.-Tiempo y proceso.¿Era esta situación terminal previsible, o se ha presentado de manera repentina?, ¿cómo se ha desarrollado en el tiempo, de manera tranquila o caótica, rápida o prolongada? 2.-Cuidados médicos y decisiones.¿Se ha producido el fallecimiento del paciente tras un cuidado sanitario apropiado, capaz de proporcionar un final tranquilo, o se ha visto jalonado por esfuerzos inútiles, agresivos, e incluso decisiones irracionales y efectos adversos? 3.-Comunicación y negociación.¿Se ha producido una comunicación eficaz y efectiva, o más bien presidida por desencuentros y conflictos? Sobre este esquema básico, perceptible ya para Glaser y Straus en 1968, se irían incorporando nuevas opciones éticas e ideológicas que la sociedad y el discurso profesional, (el profesionalismo,(30)), iría incorporando. Estamos precisamente en uno de los terrenos donde la sociedad se muestra más preocupada, posiblemente como apunta Singer porque estamos pasando de un paradigma religioso de la vida a otro paradigma laico. Las personas piden ser más autónomas, también en las decisiones frente a su muerte. Ello conlleva que sobre el esquema expuesto más arriba el profesional reciba muchos requerimientos “nuevos”, que le suponen un esfuerzo importante para reelaborar viejos hábitos de trabajo. Algunos de estos requerimientos son legales, otros éticos y finalmente otros lo son “de buena práxis”. Entre los primeros destacaríamos el discurso de la futilidad terapéutica, con la derivación más práctica de testamento vital y consentimiento informado. Estas propuestas han sido avaladas no solo como exigencia ética, sino también legal. Un peldaño hacia abajo encontraríamos requerimientos éticos. Sería el caso de algunas pautas de actuación que entran dentro de los “protocolos” o “guías clínicas” como de obligado cumplimiento, como por ejemplo las habilidades para dar malas noticias. Lo que en un momento se propuso como mejora técnica se interpreta hoy en día como exigencia ética, (en el ejemplo, no maleficencia). Otras veces podemos observar que algunas recomendaciones no cruzan el umbral ético, sino meramente se presentan como prácticas “óptimas”. Sería el caso de requerir a los médicos que discutan con sus pacientes la necesidad de rellenar el testamento vital antes de una intervención quirúrgica grave, o de elegir el enfoque terapéutico más adecuado en la fase paliativa, o incluso la recomendación reciente de que el médico se despida del paciente cuando éste entre en fase agónica (31). Este escenario tan cambiante –y en el que tantos colectivos tienen cosas interesante por decir-, contrasta con una realidad tozudamente atrasada. Chibnall JT (2004) (32) ha estudiado las barreras que, más allá de las buenas intenciones, se oponen a un abordaje compasivo y técnicamente óptimo, dividiéndolas en tres áreas: a) Area cultural, donde predomina una selección de profesionales y un aprendizaje que potencia la competitividad. B) Area organizacional, donde la presión asistencial, y el sistema de pago (en USA), dificultan un abordaje compasivo. C) Area clínica, donde los médicos (de 10 especialidades hospitalarias) percibían importantes déficits formativos en la forma de abordar aspectos no estrictamente médicos, o de tipo psicosocial y espiritual. Otros autores han encontrado similares dificultades en otros entornos culturales e institucionales y en relación a diversas modalidades asistenciales: en el ámbito de pediatría (33,34), cardiología, (dificultad para etiquetar a los pacientes cardíacos como pacientes terminales (35)), y el retraso en la percepción de las necesidades de estos pacientes, en particular sobre el hecho de que se habla demasiado tarde del dolor (36). Se han propuesto cuestionarios y entrevistas estructuradas para dilucidar los principales síntomas que deben ser abordados (37) y facilitar un dialogo. Todos estos hallazgos configuran un curriculum mínimo para abordar la información y comunicación con los pacientes terminales y sus familias, que trataremos a continuación. Antes, sin embargo, debemos apuntar algunas ideas sobre la importancia de los equipos y las políticas institucionales. Los equipos y la institución.-Poco hará un solo profesional motivado para mejorar la atención de los pacientes terminales si no se ve arropado por políticas institucionales que apoyen y formen a los equipos en su conjunto (38). Los profesionales de Atención Primaria, en concreto, tienen que tener a su alcance la posibilidad de consultar con especialistas en curas paliativas, tener a su alcance ayudas familiares y camas para descanso familiar, poder ingresar a determinados pacientes para la fase final de la enfermedad, y articular el concurso de enfermeras y fisioterapeutas en un plan de cuidados pluridisciplinar. Estamos muy lejos de este desideratum. Pero además los profesionales debemos ser cuidados, en el sentido de que las instituciones deben procurar períodos formativos, y asesoramiento regular, a los propios profesionales cuidadores (34). Algo muy alejado de nuestra realidad cotidiana. Este asesoramiento debe incluir la observación de cómo funcionan y cómo reaccionan los equipos ante los retos de comunicación. Es bien conocido que algunos equipos pueden rechazar o intentar huir frente a situaciones que provocan estrés emocional, como sería el caso de informar a las familias de la evolución de un paciente terminal. Este rechazo por lo general se “justifica” en términos ideológicos: “familiares pesados”, que interrumpen la dinámica de trabajo, que quieren mandar más de lo razonable, etc. Son opciones ideológicas –contratransferencias grupales, dirían los psicoanalistas- que debemos ser capaces de detectar, ya que de nada sirve formar de manera individual a un miembro de este equipo si a su vez no somos capaces de reconvertir esta actitud. LAS TAREAS: INFORMACION Y COMUNICACIÓN. Tenemos ya un bosquejo aproximado pero suficiente de las necesidades y lagunas en la atención al paciente terminal. Examinaremos por este orden el curriculum básico en esta área, y algunos diálogos que los profesionales sanitarios suelen encontrar difíciles. Requerimientos curriculares para el profesional al cuidado de pacientes terminales. Kimberlin (2005) identificó -mediante entrevistas a 22 pacientes terminales y 16 familiares-, las siguientes 7 áreas en las que los profesionales debían mejorar (39): 1- información a proporcionar; 2-manera de procurar la participación del paciente y de los familiares; 3-manera de mejorar los vínculos entre profesionales y paciente; 4capacidad para superar las barreras de falta de tiempo; 5-capacidad para despejar los miedos en relación a los fármacos analgésicos; 6-capacidad para dar un papel apropiado a los cuidadores y resto de familiares; 7-mejorar la comunicación y trabajo en equipo entre diferentes proveedores. Estos requerimientos nos dibujan un curriculum básico que sintetizamos en la Tabla 2 . El paciente terminal y su familia tiene que percibir que en todo momento el equipo asistencial hace todo lo humanamente posible para procurarle la mejor atención. Suele ocurrir en esta tesitura que el médico confunda un estilo realista de comunicar una mala noticia, con un estilo pesimista, (“no se puede hacer nada, su pronóstico es infausto”). Morita T (2004) (40), enfatiza en un trabajo de campo realizado sobre 630 miembros de familias que acababan de tener un deceso este peligro, y recomienda las siguientes estrategias para aliviar el distrés familiar en la fase final: asegurar que el médico puede aún hacer cosas, que no se quedará pasivo o en actitud derrotista; dar información, en especial en relación al pronóstico, con una cuidadosa individualización hacia las necesidades del paciente y de su familia; explorar las reacciones emocionales de la familia y apoyarla en todo el proceso; conocer las novedades y las últimas terapias; crear una atmósfera suficientemente relajada como para permitir a los familiares hacer preguntas. Entonces, ¿debemos los médicos mentir de manera piadosa para “animar” a nuestros pacientes? Y de manera más general, ¿Cuál es la frontera entre esta actitud esperanzada y optimista, y cierto realismo insoslayable? Brewin T (1996) (41) nos advierte que al menos inicialmente hay que suavizar el impacto emocional de una mala noticia, enfatizando los aspectos positivos. Una aproximación “realista” suele interpretarse por parte del paciente en el sentido de que el médico tira la toalla. Coyle N (2003) (42) nos advierte que fallos de este tipo en la comunicación, por no decir una percepción de que se lesiona en algún punto del proceso terapéutico la dignidad del paciente, conllevan pérdida de la autoestima, desesperanza y cierta sensación de abandono. Y finalmente Tizón nos advierte: “también para morir (...) necesitamos esperanza, y la esperanza no necesitamos estimularla con la mentira de que seguiremos viviendo. (...) Hay otras formas de preservar la esperanza, por ejemplo, estimulando la valoración de la trascendencia , de que nuestras obras y creaciones (entre otras, los hijos, la familia, la ideología, (...)) nos sobrevivirán. Pero también, esperanza en que podremos llegar al miércoles, (...)a la visita de, al viaje previsto. Sobre todo esperanza en que podremos morir tranquilos, (...)en que los otros en los cuales confiamos (...) no nos dejarán morir con dolor” (43). A esta esperanza le llama Tizón “pequeña esperanza”. Pasemos a continuación a abordar los aspectos más sustantivos del curriculum básico, (Tabla 2). 1-Malas noticias.Hemos desarrollado en otros lugares la metodología básica de cómo dar malas noticias, (44), por lo que nos bastará aquí mencionar la necesidad de cuidar los interlocutores a los que nos dirigiremos, el entorno donde procederemos a conversar, y que las palabras tengan un contenido emocional neutro. Podemos distinguir tres estilos básicos de dar malas noticias: a) Estilo telegráfico: somos unos técnicos que sencillamente comunicamos los resultados de un test; b) Estilo empático-realista-dramático: los datos estadísticos son los que son, y si hay una mayor probabilidad de que las cosas vayan mal eso es lo que por lógica tendrá que ocurrir; c) Estilo optimista o esperanzado: algunas veces las cosas han ido bien en pacientes similares a usted, ¿Por qué no debería ser así?. Brewin T, (1996) (45), es un acérrimo defensor de este último estilo, y nos recomienda una estrategia para abordar los casos más difíciles: empezar en el orden inverso que solemos usar, es decir, por las medidas o disposiciones que tomaremos, de tipo diagnóstico y terapéutico, e ir hacia después al pronóstico y diagnóstico. Observe el siguiente diálogo en un paciente con neoplasia de colon recién biopsiada: CUADRO 1.APLICANDO UN ESTILO OPTIMISTA A LA COMUNICACIÓN DE MALAS NOTICIAS 1-Médico.- Bueno, ya tengo todas las pruebas, y a continuación lo que haremos será un plan que incorpora quimioterapia y radioterapia. 2-Paciente.- Así que se ha confirmado que el tumor era malo. 3-Médico.- (Sin confirmarlo) La buena noticia es que lo hemos pillado muy pronto. Todos los procedimientos se han hecho en apenas unas semanas. Esto nos hace prever un pronóstico favorable. 4-Paciente.- Pero llegaré a viejo, ¿no? 5-Médico.- Tengo casos como el suyo que han ido muy bien, no veo por qué razón el suyo no debiera ir igual. Pero ahora hay que mentalizarse que hay que luchar, y hay que hacerlo con el mejor estado de ánimo posible. Usted ponga el ánimo y yo pondré todo lo mejor que sabe hacer hoy por hoy la medicina, ¿qué le parece? ****** Obsérvese varios aspectos del diálogo: el médico no necesita confirmar la malignidad del tumor, pues al no desmentirlo ya lo confirma. En cambio contesta enfatizando el aspecto positivo: “lo hemos pillado muy pronto”. El siguiente reto del médico es dar cierta idea del pronóstico. A la pregunta de “¿voy a llegar a viejo?”, es muy diferente responder: “¡Si, por supuesto!”, que decir: “Sinceramente es poco probable”. Entre ambos polos –y de más a menos optimismo- estarían: *Otros pacientes como usted lo están consiguiendo. *Debemos intentarlo, aunque no le voy a ocultar que es difícil. *Lo más realista sería pensar en un horizonte de lo que vamos a hacer en los próximos 5 años, más que en llegar a viejo. En todo caso debemos siempre evitar mentir a levantar unas esperanzas poco realistas, pues a la postre, con la idea de favorecer el ánimo del paciente, le dejaríamos con menos resortes adaptativos ante una recaída o empeoramiento clínico. Del mismo estilo sería la siguiente técnica informativa llamada “de la buena y mala noticia”: “debo informarle que tengo una buena y una mala noticia. La mala noticia es que la biopsia de mama ha salido positiva. La buena es que lo hemos pillado a tiempo, y las expectativas son del todo favorables”. 2-Informar de la situación, siendo positivos (esperanzados) y aportando un optimismo adaptado a la fase de enfermedad del paciente. Hay que partir de la base de que la misma evolución de la enfermedad va a ser crucial para que el paciente adopte una posición realista en relación a su pronóstico. Por consiguiente nos inclinamos por una estrategia en la que un optimismo inicial –(nunca mentiroso)- vaya adaptándose poco a poco a la evolución de los hechos. Un paciente joven difícilmente puede aceptar un pronóstico infausto a corto término, sobre todo cuando se nota aún lleno de energía. En cambio la propia evolución de la enfermedad le conducirá a una percepción de su cuerpo que nos facilitará una reflexión sobre su pronto final. Imaginemos un paciente joven, que ve como físicamente declina, y en esta fase nos exige un pronóstico más con la idea de que le confirmemos que “todo va bien” que por verdadero deseo de “saber la verdad”, fenómeno que llamamos “complicidad en la negación”: CUADRO 2: CUANDO EL PACIENTE NOS PIDE COMPLICIDAD EN LA NEGACION 1.- Paciente.- A mi me gustaría que me dijera usted cuanto tiempo más tengo. 2.- Médico.- Es difícil de decir, porque depende de las fuerzas con que tu te sientas…. ¿cómo te ves? 3.-Paciente.- Hoy estoy más animado que ayer… Creo que me estoy recuperando. 4.- Médico.- Me alegro. Esto es una excelente noticia. 5.-Paciente.- Yo creo que si me mantengo con los ejercicios de respiración que he aprendido, puedo irme recuperando poco a poco, y dar guerra unos añitos más… 6.-Médico.- Ojalá sea así, hay que poner todos los medios para que sea así… ******* La complicidad en la negación tiene un problema muy serio para el médico: si no lo compartimos podemos desanimar al paciente y… ¿acaso no tiene derecho a disfrutar de unos días o semanas de mejoría?. Pero si confirmamos la bonanza nuestras palabras pueden volverse contra nosotros cual bumerán. Obsérvese que en realidad el paciente está tratando de negociar con nosotros el pronóstico, como si esta conversación dictaminara la realidad de su padecimiento. Por ello el médico actúa de manera juiciosa al evitar llevarle la contraria. Ahora bien, si el médico hubiera afirmado: “ya verás como a partir de ahora empezarás a mejorar”, el paciente más adelante le pasaría factura: “estoy empeorando y usted me dijo que mejoraría, ¿en qué quedamos?, ¿por qué no hace algo?”. En la Tabla 3 resumimos algunos “jóquers” de conversación, útiles para ser usados en momentos cruciales. Como botones de muestra de cuando y como usarlos: Situación: el paciente se queja de cómo le fue notificado en el Hospital el resultado de la biopsia, (excesiva frialdad y brusquedad). Profesional.- Tiene razón, a veces los sanitarios tendríamos que aprender a comunicarnos. Pero este es el precio de querer saber, aunque yo, sinceramente, prefiero siempre saber que ignorar lo que me ocurre, ¿no le parece? Situación: el paciente se queja de las muchas molestias que le supone la quimioterapia. Profesional.- Es un camino muy duro, dice bien. Pero hay que hacerlo y lo mejor es poner el piloto automático, como los aviones, anestesiar un poco la propia sensibilidad, y dejarse hacer todo. Piense en la parte positiva: ya tenemos todos los tests hechos, ya tenemos un diagnóstico, y ahora luchamos por una calidad de vida. Situación.- El paciente –tras meses de quimioterapia- se queja amargamente de su mala suerte, con muestras de ansiedad. Profesional.- Está bien que se queje, tiene todo el derecho, incluso a llorar y a patalear, pero después tiene que reflexionar: “¿para qué he hecho yo todo este camino tan arduo?, ¿para comerme el coco con mi mala suerte? ¿O para disfrutar de este momento que es mío, completamente mío, y que nadie ni mucho menos la enfermedad me lo puede robar?”. Por eso le digo que tiene que permitirse también reír, no solo llorar. Situación.- El paciente nos aprieta mucho para conseguir un pronóstico. Profesional.- Es muy difícil darte un pronóstico exacto… ¿tú, midiendo tus fuerzas, cuanto crees que puedes desfallecer? Paciente.- No se, tal vez en unos meses. Profesional.- Sí, creo que es una estimación muy sensata. (O por el contrario: “yo más bien pensaría en semanas que en meses”). 3.-Ser capaces de dialogar sobre las medidas terapéuticas a nuestra disposición, implicar al paciente en la toma de decisiones y favorecer el nombramiento de un familiar o amigo que participe en el proceso. Consentimiento informado y testamento vital.Observe estos aspectos en el siguiente Cuadro 3, donde reproducimos un diálogo con un paciente que no aceptaba ser trasladado a una clínica, (deseaba morir en su casa), pero su esposa estaba al límite de sus fuerzas y declaraba que no podía aguantar un solo día más.CUADRO 3.- DIALOGANDO SOBRE LAS MEDIDAS A TOMAR Profesional.- Ricardo, debo plantearle un tema importante. Usted ha manifestado muchas veces que no quería marchar de su casa, y hemos hecho todo lo posible para complacerle. Su esposa también está enferma y ha hecho un esfuerzo enorme, ¿no le parece? Paciente.- Si, es verdad. Profesional.- Ahora quisiera pedirle un esfuerzo por su parte, casi un acto de cariño hacia su esposa. Verá, ella ya no puede atenderle porque está al límite de sus fuerzas, y no tienen ustedes otros familiares para compartir las tareas. ¿Cómo vería usted marchar por unos días a una clínica para que ella pudiera recuperarse? Paciente.- Bueno…. ¿pero me mandarán de vuelta? Profesional.- Harán todo lo posible, pero también tiene que entender que su esposa tiene que estar en condiciones para poderle atender a su regreso, ¿no es así? ******* Algunos autores anglosajones serían partidarios en esta situación de despedirse del paciente (32), por ejemplo: “por si no volviéramos a vernos ha sido un verdadero placer haber sido su médico; lo recordaré siempre con mucho afecto”. Posiblemente en nuestro marco cultural esta intervención tenga un tinte dramático que haga sentir incómodos a muchos profesionales. Vale la pena subrayar que solo aplicaremos en situaciones tan delicadas aquellas sugerencias que percibamos como útiles y coherentes con nuestro estilo y nuestro contexto cultural, y nos tememos que la intervención anterior no cumple en general estos requisitos. Debemos evitar caer en modas de comunicación, que bastante daño ya nos han producido, (véase nuestra crítica a los “ángeles de la verdad”, (46)). He aquí, por ejemplo, algunas maneras de introducir el tema del testamento vital y la subrogación de responsabilidades: Profesional.- Señora Lucía, debo ahora introducir otro tema delicado. En el Hospital le harán varias pruebas y la tendrán algunos días. Lo más probable es que la manden otra vez para aquí casa. En el caso improbable de que estando en el Hospital usted tuviera una complicación, y no tuviera el ánimo o la cabeza para decidir, ¿con quién quiere que nos pongamos en contacto? (….) Quisiera preguntarle también si tiene interés en que dejemos constancia en su Historia Clínica de que rechaza algún medio terapéutico, por ejemplo, que le pongan una sonda para alimentarla, o cuales serían sus deseos si en el Hospital tiene usted un paro del corazón…. 4.-Habilidades en el abordaje de la familia y del cuidador principal. La familia encubridora.- Con la mejor voluntad la familia trata de que no comuniquemos el diagnóstico al paciente: “Por lo que más quiera, no le diga nada a Juan, no lo soportaría”. Hay varias maneras de abordar esta dificultad, por ejemplo: “Entiendo perfectamente su interés por no producirle un daño innecesario, pero Juan es muy inteligente, y verá que su enfermedad avanza; en tal caso, ¿en quien va a confiar si ahora le mentimos?” Y más adelante: “De todas maneras entiendo su preocupación, y si les parece vamos a dejar que sea el propio paciente quien vaya preguntando. Yo no le puedo mentir, eso está claro, por la misma razón que ustedes, si fueran Juan, exigirían que no se les mintiera, ¿verdad?, pero dejaremos que sea Juan que vaya haciendo sus preguntas, más que imponerle una información que tal vez no esté preparado para recibir o no quiera recibir… ¿Les parece bien?”. La familia negadora .- El profesional de la salud tendrá buen cuidado para, desde el primer momento del proceso asistencial, dar un trato exquisito al cuidador principal y al conjunto de la familia. Ocurre de manera más frecuente cuando el papel de cuidador recae sobre el marido, que éste adopta a veces un papel pasivo, como si no supiera muy bien qué hacer, esperando tal vez que otra mujer, (una hermana, una cuñada), adopte el role que no se atreve a asumir. En tales casos vale la pena tener una entrevista en la que nuestros mensajes más o menos se hilvanarán alrededor de estos argumentos: “Usted se ha quedado desorientado porque nunca había considerado la posibilidad de tener que cuidar de su esposa, ¿es así? Tal vez lo perciba como una carga, o tal vez crea que no será capaz de hacer bien este trabajo, pero se quedará sorprendido de lo fácil que es hacer lo que uno piensa que debe hacer. Además nosotros podemos ayudarle. Hay pequeñas grandes necesidades en las que usted es una pieza clave, por ejemplo el tema de las comidas…”, etc. Otras veces la familia deja en completa soledad al cuidador/a. En tales casos suele ser la mejor estrategia entrenar a la propia cuidadora para que sea capaz de activar y motivar a otros miembros clave. La familia culpabilizadora.- La organización emocional más primitiva gira alrededor de la atribución de culpa. Cuando acaece un hecho luctuoso como es una enfermedad terminal, este tipo de familias buscan una causa externa a la que imputar la culpa, y muchas veces esta causa es el médico o el sistema sanitario. Motivos para la queja sin duda pueden encontrarse en todos los procesos largos y complejos, (como suelen acumular este perfil de paciente), y basta con quererlo para encontrar excelentes argumentos para derivar las tensiones a un chivo expiatorio. Se suele escoger como chivo el eslabón más débil y más próximo, de manera que un retraso en una lista de espera puede imputarse al médico de cabecera, aunque éste no tenga arte ni parte. Resulta muy conveniente en tales casos mantener una entrevista clarificadora, en la que más o menos nuestros argumentos irán por estos derroteros: “He querido reunirme con ustedes porque observo por algunos comentarios que tienen alguna queja en relación a mis servicios, y me gustaría que lo conversáramos con la máxima franqueza… (Después de oír las quejas). Me gustaría que rememoráramos como empezó toda la enfermedad… (aquí haríamos una síntesis del debut y posteriores actuaciones). Siempre es posible aligerar las demoras, pero en el caso que nos ocupa, 15 días no parece una demora importante… ¿alguien les dijo lo contrario? (Contrastaríamos opiniones en un clima lo menos tenso posible, y si observáramos que las actitudes no cambian añadiríamos:) ¿Tienen ustedes alguna otra queja o alguna crítica a mi actuación profesional? Creo que es bueno que lo conversemos. Se nos avecinan días en los que vamos a tener que trabajar juntos, y necesitaré de su máxima confianza. (Si a pesar de esta apelación no se clarifican los sentimientos de culpa, podemos añadir: ) Tal vez quieran ustedes considerar un cambio a otro facultativo con el que poder mantener una relación de mayor confianza, ¿han considerado esta posibilidad? Por mi parte no hay inconveniente en que continuemos trabajando juntos, pero me gustaría oír su opinión”. El cuidador sin límites emocionales.- Algunos cuidadores o elementos de la familia pueden vivir el proceso con un dolor extremo. En tales casos hay que ofrecerles un apoyo individualizado, como si se tratara de otro paciente. En estas sesiones ofreceremos los recursos necesarios para controlar los síntomas ansiosos o depresivos según la gravedad, sin que la etiqueta de “depresión reactiva” sea óbice para usar psicofármacos. Nuestros esfuerzos psicoeducativos se dirigirán a que el cuidador sepa “separarse” del familiar, y que entienda que no tiene la obligación de sentir el dolor que siente el paciente, ni debe sentirse culpable por no poderle ofrecer más alivio o más confort. Frases como “usted está haciendo lo que debe y más de lo que debe”, “es usted un/a cuidador/a que para sí quisieran muchos pacientes”, “no tiene por qué culpabilizarse de lo que no ha sido en ningún caso de su responsabilidad”, etc., sirven para ganar autoestima y apaciguar los demonios siempre inquietos de la culpa. 5.-Preparando al paciente y a la familia para la agonía. El paciente puede percibir que su estado se deteriora, y nos puede protestar o interrogar de manera muy directa. Esta situación suele provocar pánico en los profesionales implicados en el cuidado más directo, y motiva que tengan a veces actitudes esquivas en estas fases finales del cuidado. Una manera de sentirse seguro es tener bien aprendidos los posibles diálogos que se suscitan en tales situaciones (47), y que de manera muy sintética podemos resumir así: a) intervenciones en las que el paciente protesta o se queja de la falta de progresos; he aquí un diálogo demostrativo de las técnicas que se pueden aplicar (Cuadro 4): CUADRO 4.- EL PACIENTE TERMINAL QUE NO ACEPTA EL CURSO DE LA ENFERMEDAD Paciente.-Esto va de mal en peor.No se por qué no me ingresan y hacen algo de provecho, en lugar de venir tanto y decirme cada día lo mismo. Profesional.- (Empatizando) Entiendo su disgusto. Tal vez usted pensaba que poco a poco iría mejorando, ¿es así? Paciente.- Por supuesto. En el hospital me dijeron que con este jarabe ganaría peso. Profesional.- Es lógico que si usted entendió esto se muestre disgustado. ¿Qué tipo de enfermedad le dijeron que tenía? (Este punto del diálogo es crucial, pues el profesional reta al paciente a que reconozca la naturaleza de su padecimiento). Paciente.- (Repentinamente acobardado).- Bueno…. Un tumor…. Que se me había extendido al hígado…. Profesional.- Si, eso es. En tales casos la mejoría que podemos esperar es poca. Más bien iremos tirando como hasta ahora, y lo más importante será estabilizar el cuadro. **** Obsérvese que el profesional da una de cal y otra de arena. Es muy claro negando una mejoría franca, pero habla de “estabilizar” el cuadro, abriendo un poco la puerta a cierta esperanza. No olvide lo que apuntábamos más arriba: debemos mostrarnos esperanzados en la medida en que el paciente quiere luchar, pero siempre sin mentir. Este equilibrio entre realismo, honestidad y deber de optimismo, es la habilidad que el profesional encuentra más difícil (48). b) Petición de un pronóstico; un diálogo paradigmático podría ser el siguiente: Paciente.- Me pregunto si tengo para mucho… empiezo a estar harto…. Profesional.- (Empatizando). Tiene toda la razón. Lo que usted está pasando es muy duro. Paciente.- ¿Usted cree que llegaré a Navidad? Profesional.- (Aplicando el jóquer de la Tabla 3) Nunca se sabe, pero yo estaría pensando en un plazo más de semanas que de meses. c) Petición directa o indirecta de eutanasia. Un diálogo típico sería: Paciente.-¿Y por que´no me da una inyección y acabamos con todo esto? Médico.- Bueno, esto no se puede hacer, pero lo que sí haremos siempre es darle la medicación más buena para evitarle que sufra… ¿está de acuerdo? No entraremos en otras consideraciones éticas por la complejidad del tema, y dirigimos al lector interesado en profundizar al capítulo 10 de la presente obra. La familia llega a acostumbrarse a cierto statu quo –¡por esforzado que pueda parecernos!- y a veces permanece ciega a los cambios somáticos y psíquicos que experimenta el enfermo. En tales ocasiones el médico o la enfermera percibirán con mayor exactitud que por fin el momento del deceso se acerca. Adivinar que el paciente va a entrar en agonía no es tarea sencilla, e incluso profesionales muy experimentados pueden equivocarse, por lo que evitaremos afirmaciones categóricas para preferir: “¿Usted como ve a Mercedes?”, y si el familiar nos dice que bien o estable añadiremos: “en los próximos días no me extrañaría que el/la Sr/a X empezara a empeorar”, e incluso: “hay que mentalizarse de que la situación en la que estamos es transitoria, y que en unos días el paciente nos podría entrar en agonía”. 6.-Cuidando a la familia después del deceso. El médico suele ser llamado para certificar la muerte. Este tipo de llamadas se efectúan en escenarios de ansiedad y dolor a veces extremos. Algunas familias no toman consciencia del fallecimiento hasta que el médico lo certifica, momento en que arrancan a llorar. Otras veces la presencia del fallecido en la casa pesa como una losa, y los familiares desean que cuanto antes se proceda a su traslado al Tanatorio. Ocurre también que si el médico se demora, la vivienda del finado es ocupada literalmente por familiares y allegados. En tales casos deberá tener cierto domino escénico y proceder a sacar a todos los familiares excepto uno de la habitación, antes de proceder al reconocimiento del cadáver. Si observa que la reacción de duelo es muy extrema, (y por supuesto no nos referimos a reacciones de tipo cultural, sino a reacciones emocionales genuinas), deberá también procurar reunirse con los familiares y tener una charla en una habitación tranquila. Esta situación ocurre cuando se trata del fallecimiento de una persona joven, o en circunstancias imprevistas. Puede iniciar la reunión por ejemplo así: “he pedido de veros a solas porque creo que estáis muy desconsolados, ¿es así?... ¿cómo te/se siente? ¿En qué cree que puedo ayudarle? Por el trabajo no se preocupe, podemos hacerle una baja para que se recupere…. etc.”. El diálogo tiene que respetar los silencios, nos mostraremos tranquilos y abordaremos a todos y cada uno de los familiares que estén allí reunidos, (interés personalizado). Otras sugerencias para trabajar el duelo pueden consultarse en Tizón J, 2004 (1) y Arranz P (2003). Más allá de las habilidades de comunicación. La espiritualidad. Nos hemos referido más arriba a la espiritualidad –religiosa o laica- y bueno será retomar algunos aspectos de la misma, desde una perspectiva más práctica. Los profesionales de la salud solemos confundir religiosidad con espiritualidad. Espiritualidad es construir espacios de estima con familiares y amigos, es escoger las emociones que queremos que impregnen nuestra vida, y adoptar compromisos que suponen altruismo, salida de uno mismo, superación del narcisismo primigenio. Esta espiritualidad tiene cimientos semíticos, cristianos y filosóficos muy profundos, pero no tiene por qué afirmar una opción religiosa concreta, ni la presencia de una divinidad. Tampoco es contraria a una opción religiosa. A lo que sí es contraria es a cierta manera de andarse por la vida con la fantasía de una eterna juventud, de una fiesta que no cesará, de una estima que recibimos pero no tenemos por qué dar, y que si marcha será sustituida por otra, sin el concurso de nuestro esfuerzo. Si así actuáramos dejaríamos de lado el esfuerzo más importante para darnos una buena vida: la querencia, construir cariño o ejercitarnos en la estima. Educamos a nuestros hijos para un mundo competitivo, les animamos a que sean ambiciosos, pero es casi excepcional que los padres dirijamos al menos una parte de sus facultades hacia lo que significa la amistad, la generosidad o la ternura. El adolescente de 16 años sale del Instituto sabiendo como se utiliza un preservativo, pero algunas veces no sabrá la diferencia entre lo que es una cópula y lo que es hacer el amor. Construir querencia, y unos valores sólidos entorno a ella: he aquí la versión actual,no religiosa, de la espiritualidad de siempre. Construir una estima cuyo principal valor es el cuidado mutuo, la solidaridad, la simpatía emocional, la generosidad, sin que forzosamente de ello se derive una ganancia. Estos son los valores que dan sentido a la vida... y por ende a la muerte. Probablemente no sean suficientes para asegurarnos esta buena muerte, fruto tantas veces de la casualidad, pero es todo lo que podemos hacer para merecerla. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.1.-Tizón J Pérdida, pena, duelo. Vivencias, investigación y asistencia. Ed Paidós Barna 2004. (pag 117) 2.-Callahan, D. Setting Limits. Medical goals in an aging society. 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J Am Coll Surg. 2002 Sep;195(3):411-22; discussion 422-3. QUE SE DEBE HACER SIEMPRE EN LA COMUNICACIÓN CON UN PACIENTE TERMINAL *Honestidad. No mentirle. *Tener un contacto estrecho y continuado. Telefonear. Visitarle a su domicilio. *Apreciar el grado de verdad que desea. Adaptarse a su ritmo, siempre abiertos a sus preguntas. Favorecer –sin imponer- una tarea de reflexión biográfica e incluso espiritual. *Ofrecer de manera prioritaria la información que más va a necesitar para adaptarse y colaborar en el plan terapéutico. *No renunciar nunca al optimismo, y a dar esperanza, aunque sea la “pequeña esperanza”. Concéntrese en pequeños objetivos de alivio sintomático. Tampoco renuncie al buen humor. *Si la situación clínica nos afecta, hemos de estudiar el tipo de intervenciones y respuestas que vamos a ofrecer al paciente, antes de entrevistarnos con él/ella. *La familia, y en especial los cuidadores, son parte del plan terapéutico. Hacerles participar y también cuidarles. QUE NO SE DEBE HACER NUNCA EN LA COMUNICACIÓN CON UN PACIENTE TERMINAL *Convertirnos en “ángeles de la verdad”: “usted tiene esta enfermedad y tiene 3 meses de vida, se haga lo que se haga”. Por el contrario escogeremos un estilo informativo que deje espacio a la esperanza. *Huir de la situación, tratar de esquivar el contacto con el paciente. Por el contrario nos armaremos de coraje y le visitaremos, o le llamaremos por teléfono. *”Tengo malas noticias para darles”…. Por el contrario dejaremos que sea el paciente quien valore la información. *Imponer un tratamiento sin antes explicarlo al paciente y/o a la familia, en especial cuando se trata de morfina o derivados, o terapias sedativas. Por el contrario le hablaremos de manera honesta, priorizando los beneficios. *Usar palabras o términos de alto contenido emocional. Por el contrario usaremos palabras neutras. *Querer “hacerlo todo” o “decirlo todo” en una visita. Por el contrario marcaremos unos plazos, un plan. *Dar falsas esperanzas o dar seguridades de que “todo saldrá bien”, “seguro que mejora”, etc. Por el contrario venderemos la “pequeña esperanza” del dia a dia, con sentido del humor y optimismo. BIBLIOGRAFIA COMENTADA.Borrell F. Entrevista Clínica. Manual de estrategias prácticas.- Libro que compendia las habilidades en entrevista clínica para la fase exploratoria y resolutiva de la misma, con abundantes ejemplos. Completa sección de cómo dar malas noticias, adaptada a nuestro entorno cultural. Tizón J Pérdida, pena, duelo. Vivencias, investigación y asistencia. Ed Paidós Barna 2004. Exhaustivo estudio que aborda tanto los aspectos históricos como psicológicos del duelo y la pérdida. Importancia biográfica de la pérdida, variables que afectan al duelo, duelo e infancia, familia y psicopatología. Completa sección de cómo acompañar duelos y pérdidas. Brewin T. Relating to the relatives. Radcliffe Medical Press. New York 1996. Un texto de claridad meridiana, a pesar de estar escrito en inglés, destinado a cómo dar malas noticias a los familiares, como darles apoyo y cómo comunicarse con ellos de manera efectiva. El familiar como consejero; cuando el familiar es un padre; cuando el familiar es víctima del paciente. Arranz, P., Barbero, J.J., Barreto, P. y Bayés, R. (2003). Intevención emocional en cuidados paliativos. Modelos y protocolos. Madrid: Ariel Ciencias Médicas. Libro multidisiplinar, cruce del interés de enfermería, medicina paliativa y psicología clínica, nos ofrece un completo abordaje de los aspectos relacionales y psicológicos del sufrimiento, sin olvidar la faceta institucional. RECURSOS DE LA RED.http://www.um.es/eglobal/5/05b01.html Web de la revista Enfermeria global, que trata de manera monográfica los cuidados de enfermeria en la fase terminal. Muy sintético, y posiblemente útil si el lector tiene una visión y conocimientos previos. http://www.secpal.com/revi_gral.html Revista de Medicina Paliativa de la SECPAL. Diversos numeros al alcance del lector. http://www.secpal.com/guiacp/ Guia de Cuidados Paliativos de la SECPAL SOCIEDAD ESPAñOLA DE CUIDADOS PALIATIVOS.- Completa guía con el aval de la sociedad científica, muy sintética en sus contenidos. Posiblemente útil si el lector tiene conocimientos previos. PREGUNTAS.- EN ARCHIVO APARTE TABLAS.EN ARCHIVO APARTE