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José Rafael Herrera El marxismo oriental: fenomenología de una contradicción en los términos Quisiera comenzar esta conversación –que en realidad contiene algunos esbozos introductorios para un ensayo de mayores dimensiones, o sea, para una fenomenología sobre el tema a debatircitando a dos pensadores pertenecientes a lo que podríamos calificar como de la llamada ortodoxia marxista: me refiero a Federico Engels y a Vladimir Ilich Lenin, respectivamente. El Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana 1 , de Federico Engels, termina con la siguiente frase: El movimiento obrero alemán es el legítimo heredero de la filosofía clásica alemana 2 . Es evidente que la condición de ‘heredero de la filosofía clásica alemana’ hace del movimiento obrero moderno un fenómeno histórico no sólo de una significativa importancia teorético-conceptual, sino, además, de una muy particular y específica implicación política y cultural, como Engels, de hecho, intenta mostrar minuciosa y pacientemente a través de las páginas del ya citado opúsculo. Pero, además, así como en opinión de Engels el movimiento obrero es el resultado determinante y necesario del idealismo clásico alemán, la concepción filosófica de Marx, según el propio Engels, no sólo es heredera directa de dicho idealismo, sino también de las teorías políticas francesas y de la –por entonces- novísima ciencia económica inglesa. En efecto, y como dice Engels 3 : El socialismo moderno es, en primer término, por su contenido, fruto del reflejo de la inteligencia, por un lado, de los antagonismos de clase que imperan en la moderna sociedad entre 1 2 3 Op.cit., Grijalbo, México, 1983 Cit. Federico Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico 2 poseedores y desposeídos, capitalistas y obreros asalariados, y, por otro lado, de la anarquía que reina en la producción. Pero, por su forma teórica, el socialismo empieza presentándose como una continuación, más desarrollada y más consecuente, de los principios proclamados por los grandes pensadores franceses del siglo XVIII. Como toda nueva teoría, el socialismo… hubo de empalmar, al nacer, con las ideas existentes 4 . Estas ideas existentes, de las que habla Engels, son, de nuevo, y como ratifica Lenin, la filosofía clásica alemana, las teorías políticas francesas y la economía política inglesa: La historia de la filosofía y la historia de las ciencias sociales –dice Lenin- enseñan con toda claridad que no hay nada en el marxismo que se parezca al “sectarismo”, en el sentido de una doctrina encerrada en sí misma, rígida, surgida al margen del camino real del desarrollo de la civilización mundial. Al contrario, el genio de Marx estriba, precisamente, en haber dado solución a los problemas planteados antes por el pensamiento avanzado de la humanidad. Su doctrina apareció como continuación directa e inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la filosofía, la economía política y el socialismo 5 . Como podrá observarse, tanto Engels como Lenin coinciden en presentar al marxismo como una concepción que tiene sus fundamentos no en un dogma ni en una religión, sino en las tres formas más acabadas, esenciales y constitutivas de la experiencia de la conciencia europea moderna, las cuales, en el fondo, son tres modos diversos –pero a la vez complementarios- del pensamiento occidental: la filosofía alemana, la economía inglesa y la doctrina política francesa. El marxismo es, pues, hijo de lo más decantado de la cultura occidental moderna, es decir –y de nuevo-: de la filosofía de Kant, Fichte, Schelling y Hegel; de la llamada por Hegel National Ökonomie de Smith y Ricardo; y de las teorías políticas de SaintSimon, Fourier y Cabet, entre los más importantes. 4 5 Cit. V. I. Lenin, Tres fuentes y tres partes del marxismo, Grijalbo, México, 1979. 3 El marxismo, pues, es fruto de la inteligencia moderna europea. Y, en este sentido, sus fundamentos culturales, políticos y conceptuales son radicalmente antagónicos respecto de las formas características de la civilización oriental. Piénsese, por ejemplo, en el hecho de que, mientras Marx y Engels definían los términos del antagonismo existentes entre la burguesía y el proletariado, en los países de Asia, África, India, o inclusive en la Europa oriental, el modo de producción imperante –es decir, el asiático- seguía siendo la despóticamente milenaria relación de un amo todopoderoso y de sus esclavos. Una diferencia de enormes distancias sociales y culturales que tiene su expresión en dos formas de organización política diametralmente opuestas, y que ya Maquiavelo –cuatrocientos años antes de Marx-, en El Príncipe, había advertido claramente: Todos los principados, de los que se conserva alguna noticia por la historia, han sido gobernados de dos diferentes modos: o bien por un príncipe y todos sus siervos a quienes, como ministros y por su gracia, concede la facultad de ayudarle a gobernar su reino; o por un príncipe y por barones, los cuales no gobiernan por gracia del señor, sino que por la antigüedad de la sangre tienen ese grado… Los ejemplos de estas dos diversidades de gobierno –prosigue Maquiavelo- son en nuestros tiempos, el Turco y el Rey de Francia. Toda la monarquía del Turco está gobernada por un señor, los otros son sus siervos, y, distinguiendo su reino en diferentes sancajados, les manda diversos administradores, a quienes releva y varía como a él le parece. Pero el Rey de Francia está puesto en medio de una antigua multitud de señores, reconocidos en aquel estado por sus súbditos y amados por ellos: tienen sus preeminencias y el Rey no puede quitárselas sin peligro. Quien considera, pues, lo uno y lo otro de estos estados encontrará dificultad en adquirir el estado del Turco, pero vencido éste es muy fácil retenerlo. Así, por anverso se encontrará por cualquier respecto más facilidad para ocupar el puesto del Rey de Francia, pero gran dificultad para retenerlo 6 . Como puede verse, el modelo de gobierno francés –y, en última instancia, occidental- se sustenta no el ejercicio coercitivo, despótico o autocrático, característico del gobierno de “el Turco” –es decir, del 6 Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Los Libros de El Nacional, Caracas, 1999, pp. 30-1. 4 modo de gobierno típico de la civilización oriental-, sino en el acuerdo o consenso con los diferentes estamentos que componen la sociedad. El modelo occidental de Estado se compone, pues, de una sociedad política relativamente débil y de una sólida sociedad civil, y cuyo equilibrio funciona por consenso. El modelo oriental, en cambio, posee una poderosísima sociedad política que aplasta a la siempre débil sociedad civil, y que funciona por coerción, imponiendo la voluntad del déspota sobre el resto de la sociedad. Y fue por cierto del estudio de estos sugerentes parágrafos de El Príncipe de Maquiavelo de donde Gramsci pudo sorprender el establecimiento de las notorias diferencias políticas y sociales existentes entre Oriente y Occidente, a la hora de concebir el modelo de socialismo que, a diferencia del que terminaría imperando en la llamada Unión Soviética, Occidente podía –y era menester- concretar: En Oriente el Estado lo es todo, la sociedad civil es primaria y gelatinosa; en Occidente, en cambio, entre Estado y sociedad civil existe una justa relación, y frente al trémulo Estado se observa inmediatamente la robusta estructura de la sociedad civil. El Estado es sólo una trinchera avanzada, detrás de la cual se halla una robusta cadena de fortalezas y casamatas 7 . Lo cual significa, ni más ni menos, devolverle a Occidente el socialismo, tal y como Marx lo había concebido: esto es, como el desarrollo, hasta sus últimas consecuencias, de la filosofía clásica alemana, de la economía política inglesa y de la teoría política francesa: en otros términos, se trata de la más radical expresión de la racionalidad filosófica, de las libertades individuales inglesas y de la organización política francesa: en síntesis, de la razón –y no del dogma-, de la autonomía –no de la heteronomía- y del derecho –no de la injusticia-, según el modelo de República que, desde el siglo V antes de Cristo, forma parte del concepto de vida propio de la cultura occidental. Llevar a su máximo grado de expresión racional, autonómica y de justicia a la sociedad civil, al tiempo de ir 7 Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, Einaudi, Torino, 1977, II, p.866 5 progresivamente prescindiendo de todas las formas de coerción, de explotación y de dominio: en eso consiste el socialismo para Marx, esto es, en más y mejor democracia. Son estos, en principio, algunos elementos que ponen al descubierto la falsa conciencia –el ropaje ideológico- que se oculta detrás de la existencia de un supuesto marxismo oriental. Y, en efecto, una contradictio in terminis atraviesa semejante definición, porque: si es marxismo no puede ser oriental, y si es oriental no puede ser marxismo. Es cierto que Lenin, Mao Tse Tung, Ho Chi Min, entre otros, se formaron en Occidente, y que en Occidente fueron cautivados por el pensamiento de Marx, al cual leyeron y del cual se nutrieron medularmente. Pero la incorporación del marxismo a sus respectivas formaciones sociales les impuso la extravagante tarea de tener que revestir a Marx o bien con la casaca de los zares o bien con la toga de los emperadores. La patética experiencia es bien conocida: el socialismo de Marx terminó por no ser socialismo sino, más bien, un adefesio, la aberrante conformación de un capitalismo de Estado erigido sobre las espaldas de los hijos y los nietos de los antiguos siervos de los zares, con acentuadas reminiscencias propias del modo de producción asiático –al cual Marx, por cierto, equiparaba con la barbarie-, y a la cabeza del cual se halla un Turco, es decir, un déspota, una suerte de “guía iluminado” y “carismático”, un “gran conductor” que controla todos los hilos del poder, que lo gobierna todo y que decide por todos: se trata de la figura fenomenológica del fatídico Big Brother, según la conocida definición dada por su creador, George Orwell, en la novela 1984: Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado. El Gran Hermano te vigila… Es, en última instancia, lo que Marcuse, no sin amarga decepción, designa con el nombre de Marxismo soviético. Pues bien, fue ese el “marxismo” que la conciencia latinoamericana, sin comprender, reconoció como tal: un “marxismo” 6 desfigurado, doctrinario, ortodoxo, bizantino, en el estricto sentido religioso de éste término, promotor del odio y el resentimiento, de la dependencia y la agresión, de la sumisión al “camarada-líder” y la devoción por la mediocridad. Y así, la inversión del marxismo es llevada más allá del desdoblamiento: LA GUERRA ES LA PAZ LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD LA IGNORANCIA ES LA FUERZA No se leyó a Marx, sino a las apologías de Engels sobre Marx o a los deformados resúmenes que de sus obras hiciera la Academia de Ciencias de Moscú. Me bastará con un ejemplo para evidenciar el fraude: En el segundo capítulo del Manifiesto del Partido Comunista, titulado “Proletarios y Comunistas”, y a propósito de la propiedad privada, Marx señala lo siguiente: En este sentido, los comunistas pueden resumir su teoría en esta única expresión: la superación y conservación de la propiedad privada, simultáneamente 8 comprendidas . Y, en efecto, la expresión alemana utilizada por Marx es: Aufhebung des Privateigentums, zusammenfassen. Mas, como se sabe, el término Aufhebung es de origen hegeliano, y significa, literalmente, “superar conservando”. Ahora, bien, ¿cómo ha sido traducida esta frase de Marx por la Editorial Progreso, de Moscú, o Viento del Este, de Pekín?: respectivamente, en la primera de ellas se lee: abolición de la propiedad privada. En la segunda: liquidación de la propiedad privada. Cabe preguntarse, pues, si la superación y conservación de la propiedad privada tendrá el mismo significado que el de abolirla o liquidarla. Y sin embargo, en estos tiempos de presuntos “procesos revolucionarios” y de “proyectos” que nadie ha leído ni conoce -probablemente porque no han sido escritos y que deben reposar en las profundidades de la mente preclara del “Gran conductor”-, no pocas veces se ha oído hablar o se ha leído de una de 8 K. Marx, Manifiesto del Partido Comunista, trad. de José Rafael Herrera, EBUCV, Caracas (en imprenta) 7 las cualidades superiores del llamado “Socialismo del siglo XXI”, lo cual consiste, precisamente, en abolir o liquidar la propiedad privada. Como se observará, ya no se trata de la superación y conservación, simultáneamente comprendidas, sino, más bien, de una simple, abstracta y muy empírica abolición y liquidación de la propiedad privada. En el fondo, es Marx quien ha sido abolido y liquidado. Es Marx, a fin de cuentas, convertido en el Ayatola de una secta, quien aun no ha sido leído en su condición de filósofo y de crítico social. La mente filosófica más brillante del siglo XIX europeo, ha sido convertida, por obra y gracia de su deformación cultural y teorética, en una suerte de Ghenghis Khan del quehacer filosófico. El despotismo asiático, acorde con su espíritu, transfiguró, no sólo para sí misma, sino también para la conciencia latinoamericana, la filosofía de Marx en una mera religión. Por eso mismo, no se leyó ni a Bernstein ni a Kautsky, sino a Lenin y, peor aún, a Stalin. No se leyó a Lukács, ni a Gramsci, ni a Marcuse, sino a Plejanov, a Bujarin o a Politzer. Los no leídos, fueron prohibidos, execrados y malditos. Curiosamente, algunos de ellos debieron vivir desterrados, como lo hiciera Marx, durante los años de la “Santa Alianza”. Mejor hubiese sido leer Sujeto-Objeto de Ernst Bloch que las Cinco tesis filosóficas de Mao Tse Tung. La conciencia invertida y el desgarramiento, propician esta contradicción en los términos, que ha terminado por desdibujar, hasta conducirla al borde de la certeza sensible, a la más auténticamente occidental, por su condición esencialmente crítica e histórica, de las filosofías modernas: Pedes eorum qui efferent te sunt ante ianuam: La hora de reivindicar al marxismo está tocando a nuestra puerta.