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_______________________________ DE NUEVO EL PENSAMIENTO ES POSIBLE Devenir‐nómada con Gilles Deleuze ________________________________ Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Medellín – Colombia Diciembre de 2005 Ilustración portada: Ilustración del libro de Jacqueline Duheme, L’oiseau philosophique Disponible en www.webdeleuze.com Diseño, edición y corrección: Carlos Enrique Restrepo Bermúdez Camilo Ernesto Mejía Jiménez Editor © Asociación de Investigaciones Filosóficas asoheterodoxa2@yahoo.com Euphorion www.revistaeuphorion.org revistaeuphorion@gmail.com Apartado Aéreo 49050 Medellín – Colombia Realizado en colaboración con la revista Sé Cauto No. 24, junio de 2005 Sé Cauto Revista de filosofía, ciencia y arte E‐mail: fundacioncomunidad@yahoo.com DE NUEVO EL PENSAMIENTO ES POSIBLE Devenir‐nómada con Gilles Deleuze CONTENIDO Presentación 7 Dossier Deleuze Causas y Razones de las Islas Desiertas Gilles Deleuze 11 Control y Devenir Entrevista de Gilles Deleuze con Toni Negri 17 La Sociedad Mundial de Control Michael Hardt 25 Crear un Mundo, Creer en el Mundo 39 Carlos Enrique Restrepo – Ernesto Hernández B. Geoaisthesis. Trazado de una Estética Bruta Germán Guarín Jurado 53 Terrorismo El Espíritu del Terrorismo Jean Baudrillard 67 Colaboradores 81 PRESENTACIÓN El terrorista es la obra de arte de la insurrección. Surgido en el momento mismo de la coronación del poder unitario, focalizado y total, opera una devastación ante la que sucumben los dispositivos maquínicos que sustentan el ejercicio de la dominación. Su acción es una contraefectuación por la cual se le restituye al poder su carácter de microfísica («el poder está en todas partes y viene de todas partes», decía Foucault); ella vale como una potencia de inversión que pone a su servicio los medios mismos que le ha provisto el poder opresor, vale decir, el capitalismo mundial integrado, para la fundación de una nueva forma de soberanía individual que está más allá de la simple ideología. El devenir-terrorista del filósofo, por su parte, equivale a un contra-agenciamiento del modo en que ese poder unitario se ha filtrado en los discursos. El filósofoterrorista libra su propia guerra, no en el terreno de la macropolítica, sino de la política subyacente a la relación poder-saber y de los procesos de subjetivación inherentes a la producción de discurso. Se trata de efectuar formas de resistencia que valgan como acontecimientos de palabra en el juego-guerra de las enunciaciones. Sólo librando esta guerra discreta, sólo mediante el ejercicio de una suerte de terrorismo filosófico, resuena el grito deleuziano: «De nuevo el pensamiento es posible». Devenir guerrero minoritario en el pensamiento, devenir nomádico e imperceptible que tiene lugar bajo la impronta –histórica y filosófica– del acontecimiento. Este número está dedicado a la memoria de Edgar Garavito DOSSIER DELEUZE Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia CAUSAS Y RAZONES DE LAS ISLAS DESIERTAS * Gilles Deleuze Los geógrafos dicen que hay dos clases de islas. Se trata de una valiosa indicación para la imaginación porque ésta encuentra en ella una confirmación de lo que, por otra parte, ya sabía. Este no es el único caso en el que la ciencia hace la mitología más material, y la mitología hace la ciencia más animada. Las islas continentales son islas accidentales, islas derivadas: separadas de un continente, nacidas de una desarticulación, de una erosión, de una fractura, sobreviven al hundimiento de lo que las retenía. Las islas oceánicas son islas originarias, esenciales: unas veces están constituidas de corales, presentándonos un verdadero organismo; otras veces surgen de erupciones submarinas, trayendo al aire libre un movimiento de las profundidades; algunas emergen lentamente, otras en cambio desaparecen y vuelven a aparecer, no hay tiempo de anexarlas. Estas dos clases de islas, originarias y continentales, atestiguan una profunda oposición entre el océano y la tierra. Unas nos recuerdan que el mar está sobre la tierra, aprovechando el menor hundimiento de las estructuras más elevadas; otras nos recuerdan que la tierra aún está allí, bajo el mar, reuniendo sus fuerzas para romper la superficie. Reconozcamos que los elementos se aborrecen en general, tienen horror los unos de los otros. No hay en esto nada tranquilizador. Por eso, que una isla esté desierta debe parecernos filosóficamente normal. El hombre no puede vivir bien y seguro más que suponiendo concluido (o al menos dominado) el combate viviente entre la tierra y el agua. Estos dos elementos, él quiere llamarlos “padre” y “madre”, distribuyendo los sexos al capricho de su ensoñación. Debe mediopersuadirse de que no existe combate de esta clase, y medioprocurar que no exista más. La existencia de las islas es, de una u otra manera, la negación de tal punto de vista, de tal esfuerzo y de tal convicción. Nunca dejará de asombrarnos que Inglaterra esté poblada; el hombre no puede vivir en una isla más que olvidando lo que ella representa. Las islas están antes que el hombre, y después. Pero todo lo que la geografía nos decía sobre estas dos clases de islas, la imaginación ya lo sabía por su propia cuenta y de otra manera. * Texto manuscrito de los años 50, inicialmente destinado a un número especial consagrado a las islas desiertas por la revista Nouveau Fémina. Este texto nunca fue publicado. Figura en la bibliografía esbozada por Deleuze en 1989 bajo la rúbrica “Diferencia y Repetición” [N. del E.]. Gilles Deleuze. L’île déserte et autres textes. (Textes et entretiens 1953-1974). Édition préparée par David Lapoujade. París. Les Éditions de Minuit, Collection “Paradoxe”, 2002, 416p., pp. 11-17. 11 De nuevo el pensamiento es posible El impulso del hombre que lo atrae hacia las islas repite el doble movimiento que produce las islas en sí mismas. Soñar con islas, con angustia o alegría poco importa, es soñar que uno se separa, que se está ya separado, lejos de los continentes, que se está solo y perdido, o bien es soñar que se vuelve a empezar de cero, que se re-crea [recrée] 1 , que se recomienza. Hay islas derivadas, pero la isla es también aquello hacia lo que se deriva, y hay islas originarias, pero la isla es también el origen, el origen radical y absoluto. Separación y recreación [recréation] sin duda no se excluyen: hay que ocuparse cuando se está separado, así como vale más separarse cuando se quiere re-crear, pero una de las dos tendencias domina siempre. Así, el movimiento de la imaginación de las islas repite el movimiento de su producción, pero no tiene el mismo objeto. Es el mismo movimiento, pero no el mismo móvil. Ya no es la isla la que se separa del continente, es el hombre quien se encuentra separado del mundo al estar en la isla. Ya no es la isla la que se crea desde el fondo de la tierra a través de las aguas, es el hombre quien re-crea el mundo a partir de la isla y sobre las aguas. El hombre, pues, repite por su cuenta ambos movimientos de la isla, y puede asumirlos en una isla que carezca justamente de este movimiento: se puede derivar hacia una isla sin embargo original, y crear en una isla solamente derivada. Bien vista la cuestión, he aquí una nueva razón por la cual toda isla es y permanece teóricamente desierta. Para que una isla deje de estar desierta, en efecto, no basta con que esté habitada. Si bien es cierto que el movimiento del hombre hacia y en la isla repite el movimiento de la isla antes de los hombres, si bien los hombres pueden ocuparla, ella sigue estando desierta, más desierta aún, por más que ellos estén suficientemente –es decir, absolutamente– separados, por más que sean suficientemente –es decir, absolutamente– creadores. Sin duda, esto no es nunca realmente así, si bien el náufrago se aproxima a tal condición. Pero para que sea así, no hay sino que llevar a la imaginación el movimiento que conduce al hombre hacia la isla. Sólo en apariencia tal movimiento viene a romper el desierto de la isla; en verdad repite y prolonga el impulso que la producía como isla desierta; lejos de comprometerlo, lo lleva a su perfección, a su cima. Bajo ciertas condiciones que lo atan al movimiento mismo de las cosas, el hombre no rompe el desierto, lo sacraliza. Los hombres que llegan a la isla la ocupan realmente y la pueblan; pero en verdad, si estuvieran suficientemente separados, si fueran suficientemente creadores, solamente le darían a la isla una imagen dinámica de sí misma, una conciencia del movimiento que la ha producido, al punto que, a través del hombre, la 1 He traducido el verbo francés recréer y el sustantivo recréation respectivamente por “re-crear” y “re-creación”. El sentido de estas expresiones es “volver a crear”, “crear de nuevo”, que hay que diferenciar del verbo récréer (“recrear”) [N. del T.]. 12 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia isla tomaría finalmente conciencia de sí como desierta y sin hombres. La isla sería solamente el sueño del hombre, y el hombre la pura conciencia de la isla. Para esto, una vez más, una sola condición: sería necesario que el hombre restableciera el movimiento que lo conduce a la isla, movimiento que prolonga y repite el impulso que la producía. Entonces la geografía sería una con lo imaginario. Tanto que para la pregunta favorita de los antiguos exploradores: “¿qué seres existen en la isla desierta?”, la única respuesta sería que el hombre ya existe en ella, pero un hombre poco común, un hombre absolutamente separado, absolutamente creador: en una palabra, una Idea de hombre, un prototipo, un hombre que sería casi un dios, una mujer que sería una diosa, un gran Amnésico, un Artista puro, conciencia de la Tierra y del Océano, un enorme ciclón, una bella hechicera, una estatua de la Isla de Pascua. He aquí al hombre que se precede a sí mismo. Tal criatura en la isla desierta sería la isla desierta misma en tanto se imagina y se refleja en su movimiento primero. Conciencia de la tierra y del océano, tal es la isla desierta, lista para recomenzar el mundo. Pero puesto que los hombres por más que quieran no son idénticos al movimiento que los arrastra hacia la isla, puesto que no se unen al impulso que la produce, encuentran siempre la isla desde fuera, y de hecho, su presencia contraría al desierto. La unidad de la isla desierta y de su habitante no es pues real, sino imaginaria, como la idea de ver tras el telón cuando uno no está detrás. Por lo demás, es dudoso que la imaginación individual pueda por sí misma elevarse hasta esta admirable identidad; veremos que es precisa la imaginación colectiva en lo que ésta tiene de más profundo, en los ritos y las mitologías. En los hechos mismos se hallará la confirmación –al menos negativa– de todo esto, si se piensa en lo que una isla desierta es realmente, geográficamente. La isla, y con mayor razón la isla desierta, son nociones extremadamente pobres o débiles desde el punto de vista de la geografía; no tienen más que un débil tenor científico. Esto en su honor. No hay ninguna unidad objetiva en el conjunto de las islas. Menos aún en las islas desiertas. Probablemente la isla desierta puede tener un suelo extremadamente pobre. En cuanto desierta, puede ser un desierto, pero no necesariamente. Si el verdadero desierto está inhabitado, es en la medida en que no presenta las condiciones de derecho que harían posible la vida, vida vegetal, animal o humana. Por el contrario, que la isla desierta esté inhabitada sigue siendo un hecho que depende sólo de las circunstancias, es decir, de los alrededores. La isla es lo que el mar rodea, y éste lo que la limita; es como un huevo. Huevo del mar, ella está rodeada. Todo sucede como si la isla hubiera puesto su desierto alrededor de sí, fuera de sí. Lo que está desierto, tal es el océano que la rodea. Es en virtud de las circunstancias, por razones diferentes al principio del cual ella depende, que los navíos pasan a lo lejos y no se detienen. Está abandonada [désertée], pero no es un desierto [désert]. De manera que en sí misma puede contener los más vivos recursos, la fauna más ágil, 13 De nuevo el pensamiento es posible la flora más colorida, los alimentos más asombrosos, los salvajes más vivaces, y el náufrago como su más precioso fruto, en fin, por un instante, el barco que viene a buscarlo; y aún con todo ello, no es menos la isla desierta. Para modificar esta situación sería necesario operar una redistribución general de los continentes, del estado de los mares, de las líneas de navegación. Es decir, una vez más, que la esencia de la isla desierta es imaginaria y no real, mitológica y no geográfica. En consecuencia, su destino está sometido a las condiciones humanas que hacen posible una mitología. La mitología no nace de una simple voluntad, y los pueblos muy pronto dejan de comprender sus mitos. Es en ese momento que comienza la literatura. La literatura es el intento de interpretar muy ingeniosamente los mitos que ya no se comprenden, en el momento en que ya no se los comprende porque ya no se sabe soñarlos ni reproducirlos. La literatura es la contienda [le concours] 2 de los contrasentidos que la conciencia opera natural y necesariamente sobre los temas del inconsciente; como toda contienda, ella tiene su precio. Sería necesario mostrar cómo en este sentido la mitología colapsa y muere en dos novelas clásicas de la isla desierta, Robinson y Suzanne. Suzanne et le Pacifique 3 pone el acento sobre el aspecto separado de las islas, sobre la separación de la joven que se encuentra en ella; Robinson pone el acento sobre el otro aspecto, el de la creación, el del recomienzo. Es cierto que, en estos dos casos, la manera en la cual la mitología colapsa es muy diferente. Con la Suzanne de Giraudoux la mitología sufre la más bella muerte, la más graciosa. Con Robinson, la más pesada. Difícilmente uno imagina una novela más aburrida, es una tristeza ver todavía a los niños leerla. La visión del mundo de Robinson reside exclusivamente en la propiedad, nunca se ha visto un propietario tan moralizante. La re-creación mítica del mundo a partir de la isla desierta es sustituida por la recomposición de la vida cotidiana burguesa a partir de un capital. Todo es sacado del barco, nada es inventado, todo es penosamente llevado y aplicado a la isla. El tiempo no es sino el tiempo necesario al capital para producir un beneficio al concluir un trabajo. Y la función providencial de Dios es la de garantizar la renta. Dios reconoce a los suyos, la gente honesta, porque tienen bellas propiedades, a los malos porque tienen malas propiedades, mal conservadas. El compañero de Robinson no es Eva, sino Viernes, dócil al trabajo, feliz de ser esclavo, hastiado demasiado pronto de la antropofagia. Todo lector sensato soñaría con verlo comerse finalmente a Robinson. Esta novela representa la mejor ilustración de la tesis que afirma el vínculo del 2 Traduzco le concours por “la contienda”, pero también puede ser “la concurrencia”; sólo que esta palabra pierde cierto matiz disputativo [N. del T.]. 3 J. Giraudoux, Suzanne et le Pacifique, París, Grasset, 1922; reeditada en Œuvres romanesques complètes, Vol. I, París, Gallimard, Collection “Bibliotèque de la Pléyade”, 1990. 14 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia capitalismo y el protestantismo. Robinson Crusoé desarrolla el colapso y la muerte de la mitología en el puritanismo. Todo cambia con Suzanne. Con ella la isla desierta es un conservatorio de objetos ya fabricados, de objetos lujosos. La isla contiene en sí inmediatamente lo que la civilización ha tardado siglos en producir, en perfeccionar, en madurar. Pero también con Suzanne la mitología muere, ciertamente de manera parisina. Suzanne no tiene nada por recrear, la isla desierta le da el doble de todos los objetos de la ciudad, de todas las vitrinas de los almacenes, doble inconsistente separado de lo real puesto que no alcanza la solidez que los objetos toman ordinariamente en las relaciones humanas en el seno de las ventas y de las compras, de los intercambios y de los regalos. Es una muchacha insulsa; su compañero no es Adán, son más bien jóvenes cadáveres, y cuando reencuentre a los hombres vivos, los amará con un amor uniforme, a la manera de los curas, como si el amor fuera el umbral mínimo de su percepción. Se trata de reencontrar la vida mitológica de la isla desierta. Sin embargo, en el colapso mismo, Robinson nos da una indicación: necesitaba ante todo un capital. En cuanto a Suzanne, ella estaba de antemano separada. Y ni el uno ni la otra podían finalmente ser el elemento de una pareja. Es preciso restituir estas tres indicaciones a su pureza mitológica, y volver al movimiento de la imaginación que hace de la isla desierta un modelo, un prototipo del alma colectiva. Ante todo es cierto que, a partir de la isla desierta, no se opera la creación misma sino la re-creación, no el comienzo sino el recomienzo. Ella es el origen, pero el origen segundo. A partir de ella todo recomienza. La isla es el mínimo necesario para este recomienzo, el material sobreviviente del primer origen, el núcleo o el huevo irradiante que debe bastar para re-producirlo todo. Esto supone, evidentemente, que la formación del mundo tenga lugar en dos tiempos, en dos niveles, nacimiento y renacimiento, que el segundo sea tan necesario y esencial como el primero, es decir, que el primero esté necesariamente comprometido, nacido para un reinicio y ya re-negado en una catástrofe. No hay un segundo nacimiento porque haya habido una catástrofe, sino a la inversa, hay catástrofe después del origen porque debe haber, desde el origen, un segundo nacimiento. Podemos encontrar en nosotros mismos la fuente de este tema: para juzgar la vida, la consideramos no en su producción, sino en su reproducción. Entre los seres vivos, hasta ahora no ha tenido lugar el animal del cual se ignore su modo de reproducción. No basta que todo comience, es preciso que todo se repita, una vez concluido el ciclo de las combinaciones posibles. El segundo momento no es el que sucede al primero, sino la reaparición del primero cuando el ciclo de los otros momentos ha concluido. El segundo origen es, por tanto, más esencial que el primero, porque nos da la ley de la serie, la ley de la repetición de la cual el primero nos daba solamente los momentos. Pero este tema, aún más que en nuestras ensoñaciones, se manifiesta en todas 15 De nuevo el pensamiento es posible las mitologías. Es bien conocido como mito del diluvio. El arca se detiene en el único lugar de la tierra que no está sumergido, lugar circular y sagrado desde el cual el mundo recomienza. Es una isla o una montaña, ambos a la vez: la isla es una montaña marina, la montaña una isla todavía seca. He aquí la primera creación presa en una re-creación, concentrada en una tierra santa en medio del océano. Segundo origen del mundo más importante que el primero, tal es la isla santa: muchos mitos nos dicen que allí se encuentra un huevo, un huevo cósmico. Como la isla forma un segundo origen, está confiada al hombre, no a los dioses. Ella está separada, separada por todo el espesor del diluvio. El océano y el agua, en efecto, son el principio de una segregación tal que, en las islas santas, se constituyen comunidades exclusivamente femeninas como las de Circe y Calipso. Después de todo, el comienzo partía de Dios y de una pareja, pero no así el recomienzo, que parte de un huevo, la maternidad mitológica que es a menudo una partenogénesis 4 . La idea de un segundo origen confiere todo su sentido a la isla desierta, supervivencia de la isla santa en un mundo que tarda en recomenzar. En el ideal del recomienzo hay algo que precede al comienzo mismo, que lo repite para volverlo más profundo y hacerlo retroceder en el tiempo. La isla desierta es la materia de esto inmemorial o de lo más profundo. Traducción: Carlos Enrique Restrepo 4 Reproducción sin fecundación en una especie sexuada; desarrollo de un organismo a partir de un huevo no fertilizado [N. del T.]. 16 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia CONTROL Y DEVENIR Entrevista de Gilles Deleuze con Toni Negri * En su vida intelectual el problema de lo político parece haber estado siempre presente. Por una parte, la intervención en los movimientos de las prisiones, de los homosexuales, de la autonomía italiana, de los palestinos; por otra parte, la problematización constante de las instituciones, que se busca y se entremezcla en su obra desde el libro sobre Hume 1 hasta el libro sobre Foucault 2 . ¿De dónde viene esta aproximación continua a la cuestión de lo político y cómo tal cuestión logra mantenerse siempre presente en el curso de su obra? ¿Por qué la relación movimiento-instituciones es siempre problemática? Me interesaban los movimientos, las creaciones colectivas, y no tanto las representaciones. En las “instituciones” hay todo un movimiento que se distingue a la vez de las leyes y de los contratos. Al comienzo me interesé más por el derecho que por la política. Yo encontraba en Hume una concepción muy creadora de la institución y del derecho. Y lo que me gustaba en Masoch y Sade 3 eran las concepciones completamente torcidas, del contrato según Masoch y de la institución según Sade, relacionadas con la sexualidad. Aún hoy, el trabajo de François Ewald para restituir una filosofía del derecho me parece esencial. No es que me interese la ley ni las leyes (ley es una noción vacía y leyes son nociones serviles) ni siquiera el derecho a los derechos; lo que me interesa es la jurisprudencia. Porque lo que verdaderamente es creador de derecho es la jurisprudencia. Sería importante que ella no sólo quedara confiada a los jueces. Los escritores deberían leer no tanto el código civil sino, sobre todo, los atados de jurisprudencia. Hoy, por ejemplo, se sueña ya con establecer el derecho de la biología moderna; pero todo en la biología moderna, en las nuevas situaciones que ella crea, en los nuevos acontecimientos que hace posibles, es asunto de jurisprudencia. Y de lo que hay necesidad no es de un comité de sabios, moral y pseudocompetente, sino de grupos de usuarios. Ahí es cuando se pasa del derecho a la * Esta entrevista fue publicada inicialmente en francés en la revista Futur Antérieur. Nro. 1, 1990 y luego en el libro Pourparlers. Minuit, 1990 (Conversaciones. Valencia: Pre-Textos, 1996). La versión que presentamos aquí fue publicada por el Magazín Dominical. Nro. 511 “Dossier DeleuzeGuattari”, febrero 7 de 1993, pp. 14-18. 1 Empirisme et subjectivité. PUF, 1953 (Empirismo y Subjetividad. Barcelona: Gedisa, 1993). 2 Foucault, Minuit, 1986 (Foucault. Barcelona: Paidos, 1989). 3 Presentation de Sacher Masoch, 1967 (Presentación de Sacher Masoch. Madrid: Taurus, 1973). 17 De nuevo el pensamiento es posible política. En cuanto a mi paso a la política lo viví en carne propia en Mayo del 68, a medida que entraba en contacto con problemas precisos y gracias a Guattari, gracias a Foucault, gracias a Elie Sambar. El Anti-Edipo 4 fue por completo un libro de filosofía política. Los acontecimientos de Mayo del 68 fueron para usted el triunfo de lo intempestivo, la realización de la contraefectuación. Ya en los años anteriores al 68, en el trabajo sobre Nietzsche 5 o incluso un poco más tarde en Sacher Masoch, lo político es reconquistado como posibilidad, acontecimiento, singularidad. Hay corto-circuitos que abren el presente hacia el futuro y que modifican las propias instituciones. Pero después del 68 esta evaluación parece matizarse: el pensamiento nómada se presenta siempre, en el tiempo, bajo la forma de la contra-efectuación instantánea; en el espacio, solamente un “devenir minoritario es universal”. ¿En qué consiste, sin embargo, la universalidad de lo intempestivo? Sucedió que me fui volviendo sensible, y cada vez más, a la posible distinción entre el devenir y la historia. Nietzsche decía que no se hace nada importante sin un “nubarrón no histórico”. No se trata de una oposición entre lo eterno y lo histórico, ni entre la contemplación y la acción: Nietzsche habla es de aquello que se hace, del acontecimiento mismo o del devenir. Aquello que la historia capta del acontecimiento es su efectuación en los estados de cosas, pero el acontecimiento en su devenir escapa de la historia. La historia no es la experimentación; ella es solamente el conjunto de condiciones casi negativas que hacen posible la experimentación de algo que escapa a la historia. Sin la historia, la experimentación quedaría indeterminada, incondicionada, pero la experimentación no es histórica. En un gran libro de filosofía, Clio, Péguy explicaba que hay dos maneras de considerar el acontecimiento, una que consiste en transcurrir el acontecimiento recogiendo la efectuación en la historia, el condicionamiento y el pudrimiento en la historia, pero otra que consiste en elevar el acontecimiento, instalándose en él como en un devenir, rejuveneciendo y a la vez envejeciendo en él, pasando por todos sus componentes o singularidades. El devenir no está en la historia, no es de la historia; la historia designa solamente el conjunto de condiciones, por recientes que sean, de las que nos apartamos para “devenir”, es decir, para crear algo nuevo. Eso es exactamente lo que Nietzsche llama lo intempestivo. Mayo del 68 fue la manifestación, la irrupción de un devenir en estado puro. Hoy se ha puesto de moda denunciar los horrores de la revolución. Eso no es nada nuevo, todo el romanticismo inglés está colmado por una reflexión sobre Cromwell 4 El Anti-Edipo (1972) fue un libro nacido de Mayo del 68, escrito en colaboración con Félix Guattari (El Anti-Edipo. Barcelona: Paidos, 1985). 5 Nietzsche et la philosophie, PUF 1962 (Nietzsche y la Filosofía. Barcelona: Anagrama, 1990). 18 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia muy análoga a la que se hace hoy sobre Stalin. Se dice que las revoluciones tienen un mal porvenir. Pero es que no se cesa de entremezclar dos cosas, el porvenir de las revoluciones en la historia y el devenir revolucionario de la gente. En los dos casos no se trata de la misma gente. La única oportunidad de los hombres está en el devenir revolucionario, lo único que puede conjurar la vergüenza o responder a lo intolerable. Me parece que Mil Mesetas 6 , al que considero una grandiosa obra filosófica, es también un catálogo de problemas irresolutos, sobre todo en el campo de la filosofía política. Las parejas conflictuales proceso-proyecto, singularidad-sujeto, composición-organización, líneas de fuga-dispositivos y estrategias, micro-macro, etc., todo ello es sin cesar abierto y permanece abierto con una voluntad teórica inaudita y con una violencia que recuerda el tono de las herejías. No tengo nada en contra de semejante subversión, por el contrario... Pero algunas veces me parece escuchar una nota trágica, cuando no se sabe a dónde conduce “la máquina de guerra”. Estoy muy impresionado con la que usted me dice... Creo que ni Félix ni yo abandonamos el marxismo, aunque de dos maneras diferentes tal vez. Y es porque nosotros no creemos en una filosofía política que no esté centrada en el análisis del capitalismo como sistema inmanente que no cesa de repeler sus propios límites y que se los vuelve a encontrar en una escala ampliada, porque el límite es el propio capital. Mil Mesetas indica muchas direcciones de las cuales habría tres principales: primera, nos parece que una sociedad se define menos por sus contradicciones que por sus líneas de fuga, ella fluye por todas partes y es muy interesante tratar de seguir, en tal o cual momento, las líneas de fuga que se perfilan. Tomemos el ejemplo de la Europa actual: los políticos occidentales y los tecnócratas han hecho un esfuerzo enorme para construirla uniformizando regímenes y reglamentos, pero lo que comienza a sorprender es, por una parte, las explosiones entre los jóvenes, entre las mujeres, en relación con el simple ensanche de los límites (esto no es “tecnocratizable”). Y, por otra parte, que esta Europa ya está completamente superada, aún antes de haber comenzado, superada por los movimientos que vienen del este. Estas son muy serias líneas de fuga. Hay otra dirección en Mil Mesetas que consiste en tener en cuenta las minorías en vez de las clases. Y por último, una tercera dirección, que consiste en buscar un principio básico para las “máquinas de guerra”, las cuales no se definirían por la guerra sino por una cierta manera de ocupar el espacio-tiempo o de inventar nuevos espacios-tiempo: por ejemplo, no se ha tenido suficientemente en cuenta cómo la Organización de Liberación Palestina (O.L.P.) tuvo que inventar un espacio-tiempo en 6 Mille plateux. Minuit, 1980, en colaboración con Félix Guattari (Mil Mesetas. Valencia: Pre-Textos, 1993). 19 De nuevo el pensamiento es posible el mundo árabe. Los movimientos revolucionarios y también los movimientos artísticos son así máquinas de guerra. Dice usted que todo ello tiene un tono trágico o melancólico. Me parece ver por qué. Yo fui muy afectado por las páginas de Primo Levi donde explica que los campos de concentración nazis insertaron en nosotros “la vergüenza de ser hombres”. No que seamos todos responsables del nazismo, aclara él, como se quisiera hacernos creer, sino porque hemos sido manchados, mancillados por él: incluso los sobrevivientes de los campos de concentración tuvieron que pactar compromisos con el fin de sobrevivir. Vergüenza de que haya habido nazis, vergüenza de no haber podido ni sabido impedirlo, vergüenza de haber pactado compromisos, es todo aquello que Primo Levi llama la “zona gris”. Y sucede también que experimentamos la vergüenza de ser hombres en circunstancias irrisorias: ante la vulgaridad de pensamiento, ante una emisión de variedades, ante el discurso de un ministro, ante las declaraciones de las “buenas gentes”. Este es uno de los motivos más poderosos de la filosofía y forzosamente provoca una filosofía política. En el capitalismo sólo hay una cosa universal, el mercado. No hay Estado universal justamente porque hay un mercado universal del que los Estados son centros o Bolsas. Ahora bien, el mercado no es universalizante, homogeneizante, sino una fantástica fábrica de riqueza y miseria. Los derechos del hombre no nos harán bendecir los “gozos” del capitalismo liberal, del cual participan activamente. No hay Estado democrático que no esté comprometido hasta el fondo en esta producción de miseria humana. La vergüenza es que no tengamos ningún medio para defender y realizar los devenires, comprendiendo ahí aquellos que están dentro de nosotros mismos. Cómo girará un grupo, cómo recaerá en la historia, es algo que impone una perpetua “preocupación”. Ya no disponemos de la imagen del proletario al que le era suficiente tomar conciencia. ¿Cómo puede ser potente el devenir minoritario? ¿Cómo puede la resistencia volverse insurrección? Al leerlo tengo siempre dudas sobre las respuestas que habría que darle a tales preguntas, incluso si en sus libros encuentro el impulso que me obliga a reformular teórica y prácticamente tales preguntas. Sin embargo, cuando leo sus páginas sobre la imaginación o las nociones comunes en Spinoza 7 o cuando sigo en la Imagen-Tiempo 8 su descripción sobre la composición del cine revolucionario en los países del Tercer Mundo y yo asumo con 7 Spinoza, philosophie practique, Minuit, 1981 (Spinoza: Filosofía Práctica. Barcelona: Tusquets, 2001). 8 Cinema 2: L´Image-Temps, Minuit, 1983 (La Imagen-Tiempo. Estudios sobre Cine 2. Barcelona: Paidos, 1969. Véase también La ImagenMovimiento. Estudios sobre Cine 1, en la misma editorial). 20 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia usted el paso de la imagen a la fabulación, a la praxis política, casi tengo la impresión de haber encontrado una respuesta... ¿O me equivoco? ¿Existe un modo por el que la resistencia de los oprimidos pueda volverse eficaz y lo intolerable definitivamente borrado? ¿Existe un modo para que la masa de singularidades y de átomos que somos todos pueda presentarse como poder constituyente o, por el contrario, debemos aceptar la paradoja jurídica según la cual el poder constituyente no puede ser definido sino por el poder constituido? Las minorías y las mayorías no se distinguen por el número. Una minoría puede ser más numerosa que una mayoría. Aquello que define la mayoría es un modelo al que hay que conformarse: por ejemplo, europeo medio, adulto, varón, habitante de las ciudades... Mientras que una minoría no tiene modelo, es un devenir, un proceso. Se puede decir que la mayoría no es nadie. Pero todo el mundo, bajo un aspecto u otro, es agarrado por un devenir minoritario que lo llevaría a caminos desconocidos si se decidiera a seguirlo. Cuando una minoría crea modelos es porque desea volverse mayoritaria, y sin duda es inevitable para su supervivencia o su salvación (por ejemplo tener un Estado, ser reconocido, imponer sus derechos). Pero su potencia viene de lo que ella ha sabido crear y que pasará más o menos por el modelo sin depender de él. El pueblo es siempre una minoría creadora y lo sigue siendo incluso cuando conquista una mayoría: las dos cosas pueden coexistir porque no se viven en el mismo plano. Los más grandes artistas (jamás los artistas populistas) apelan a un pueblo y constatan que “el pueblo falta”. Mallarmé, Rimbaud, Klee, Berg. En el cine los Straub. El artista no puede sino apelar a un pueblo, tiene necesidad de él en lo más profundo de su empresa, no tiene que crearlo y no lo puede hacer. El arte es aquello que resiste: resiste a la muerte, a la servidumbre, a la infamia, a la vergüenza. Pero el pueblo no puede ocuparse de arte. ¿Cómo se crea un pueblo? ¿Con qué sufrimientos abominables? Cuando un pueblo se crea es por sus propios medios pero para reunirse con alguna cosa del arte (Garel dice que el Museo de Louvre contiene una cantidad abominable de sufrimiento) o para que el arte se reúna con aquello que le faltaba. La utopía no es un buen concepto: lo que hay es más bien una “fabulación” común al pueblo y al arte. Habría que retomar la noción bergsoniana de fabulación para darle un sentido político. En su libro sobre Foucault y también en la entrevista de televisión en el INA (Instituto Nacional Audiovisual), propone usted profundizar el estudio de tres ejercicios de poder: El Soberano, El Disciplinario y, sobre todo, el del Control sobre la “comunicación” que hoy se está volviendo hegemónico. Este último argumento remite, por una parte, a la más alta perfección de la dominación, que afecta también la palabra y la imaginación, pero, por otra parte, nunca antes como ahora todos los hombres, todas las minorías, todas las singularidades, están en la 21 De nuevo el pensamiento es posible capacidad potencial de tomar la palabra y llegar con ella a un grado más alto de libertad. En la utopía marxista de los Grundrisse, el comunismo se configura justamente como una organización transversal de individuos libres, sobre una base técnica que garantiza las condiciones. ¿Es pensable aún el comunismo? ¿En una sociedad de comunicación es menos utópico que antes? Ciertamente hemos entrado en sociedades de “control” que ya no son exactamente disciplinarias. Con frecuencia se cree que Foucault es quien piensa las sociedades de disciplina y su técnica principal, el encierro (no sólo el hospital y la prisión sino también la escuela, la fabrica, el cuartel). Sin embargo, Foucault es uno de los primeros en decir que las sociedades disciplinarias son aquello que estamos abandonando y aquello que ya no somos. Entramos en sociedades de control que ya no funcionan por encierro sino por control continuo y comunicación instantánea. Burroughs comenzó el análisis de estas nuevas sociedades. Claro que no se deja de hablar de prisión, de escuela, de hospital: instituciones que están en crisis. Pero si están en crisis es precisamente en los combates de retaguardia. A tientas se implementan nuevos tipos de sanciones, de educación, de asistencia. Los hospitales abiertos, los equipos de curación a domicilio, etc., han aparecido desde hace un rato. Se puede prever que la educación será cada vez menos un medio cerrado y que se distinguirá cada vez menos del medio profesional como otro medio cerrado, pero que los dos desaparecerán en provecho de una terrible formación permanente, de un control continuo ejercido sobre el obrero-alumno o sobre el técnico-universitario. Se intenta hacernos creer en una reforma de la escuela, cuando lo que se está haciendo es liquidarla. Usted mismo analizó, hace tiempo, una mutación del trabajo en Italia, con formas de trabajo interino, a domicilio, que se han confirmado después (y nuevas formas de circulación y de distribución de los productos). A cada tipo de sociedad se puede hacer corresponder evidentemente un tipo de máquina: máquinas simples o dinámicas para las sociedades de soberanía, máquinas energéticas para las disciplinarias, máquinas cibernéticas y computadoras para las sociedades de control. Pero las máquinas no explican nada; hay que analizar los agenciamientos colectivos de los cuales las máquinas no son sino una parte. Frente a las próximas formas de control incesante en espacio abierto, puede suceder que los más duros encierros nos lleguen a parecer como pertenecientes a un pasado delicioso y benévolo. La investigación de los “universales de la comunicación” tiene por qué hacernos temblar. Es verdad que antes incluso de que se organicen realmente las sociedades de control, las formas de delincuencia o de resistencia a ellas (dos casos distintos) han aparecido también. Por ejemplo los virus de los computadores, que reemplazarán las huelgas y aquello que en el siglo XIX se llamaba “sabotaje” (el chapuz en la máquina). 22 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia Pregunta usted si las sociedades de control o de comunicación no suscitarán formas de resistencia capaces de hacer posible cierto comunismo concebido como “organización transversal de individuos libres”. Yo no sé, quizá. Pero no en la medida en que las minorías puedan tomar la palabra. Tal vez la palabra, la comunicación, están podridas. Están penetradas completamente por el dinero, y no por accidente, sino por naturaleza. Es necesaria una desviación de la palabra. Crear siempre ha sido una cosa distinta que comunicar. Lo importante será tal vez crear vacuolas de no comunicación, interruptores, para escapar del control. En Foucault y en El Pliegue 9 parece que los procesos de subjetivación son estudiados con mucha más atención que en sus otros libros. El sujeto es el límite de un movimiento continuo entre un adentro y un afuera. ¿Qué consecuencias políticas trae esta concepción del sujeto? Si el sujeto no puede reducirse a la exterioridad de la ciudadanía, ¿puede sí instaurar tal ciudadanía en el poder y la vida? ¿Puede el sujeto volver posible una nueva pragmática militante que sea a la vez “pietas” por el mundo y construcción muy radical? ¿Cuál es la política adecuada para prolongar en la historia el esplendor del acontecimiento y de la subjetividad? ¿Cómo pensar una sociedad sin fundamento pero potente, sin totalidad pero absoluta como en Spinoza? Se puede en efecto hablar de procesos de subjetivación cuando se consideran las maneras diversas como individuos y colectividades se construyen como sujetos: tales procesos no cuentan sino en la medida en que escapen a la vez de los saberes constituidos y de los poderes dominantes. Incluso si después ellos engendran nuevos poderes o vuelven a pasar por los saberes. Pero en su momento, los procesos de subjetivación tienen una espontaneidad rebelde. No hay ningún retorno al “sujeto”, es decir, a una instancia dotada de deberes, poder y saber. Más que procesos de subjetivación podría hablarse de nuevos tipos de acontecimiento. Acontecimientos que no se explican por los estados de cosas que los suscitan y en los que recaen. Los acontecimientos se elevan un instante y es ese momento el que es importante, es la oportunidad que hay que saber asir. O simplemente podríamos hablar del cerebro: el cerebro es exactamente el límite de un movimiento continuo y reversible entre un adentro y un afuera, es la membrana entre los dos. Las nuevas aperturas cerebrales, las nuevas maneras de pensar, no se explican por micro-cirugía; sin embargo, la ciencia debe esforzarse en saber lo que puede haber ocurrido en el cerebro cuando se empieza a pensar de manera diferente. Subjetivación, acontecimiento o cerebro, me parece que de alguna manera vienen a ser una misma cosa. Lo que más nos hace falta hoy 9 Le pli, Leibniz et le baroque, Minuit, 1988 (El Pliegue. Leibniz y el Barroco. Barcelona: Paidos, 1989). 23 De nuevo el pensamiento es posible es poder creer en el mundo. Hemos perdido el mundo o hemos sido desposeídos de él. Creer en el mundo es suscitar acontecimientos, incluso muy pequeños, que escapen del control o que den lugar a nuevos espacios-tiempo. Es lo que usted llama pietas. A nivel de cada tentativa es como se juzga la capacidad de resistencia o, por el contrario, la sumisión a un control. Y a la vez son necesarios creación y pueblo. Traducción: Edgar Garavito (†) 24 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia LA SOCIEDAD MUNDIAL DE CONTROL * Michael Hardt Deleuze nos dice que la sociedad en la cual nosotros vivimos hoy es la sociedad del control, término que se remonta al mundo paranoico de William Burroughs. Deleuze afirma seguir a Michel Foucault cuando propone esta visión, pero hay que reconocer que es difícil encontrar dónde, en la obra de Michel Foucault (en libros, artículos o entrevistas), hay un análisis claro del paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control. De hecho, con el anuncio de este paso, Deleuze formula, después de la muerte de Foucault, una idea que no se encuentra expresamente formulada en su obra. La formulación de esta idea por Deleuze es, de todas maneras, muy escasa –el artículo apenas tiene cinco páginas 1 . Nos dice muy pocas cosas concretas sobre la sociedad de control. Constata que las instituciones que constituyen la sociedad disciplinaria –escuela , familia, hospital, prisión, fabrica, etc.– están en crisis. Los muros de las instituciones se están derrumbando, de tal suerte que sus lógicas disciplinarias no se han vuelto ineficaces, sino que más bien se encuentran generalizadas bajo formas fluidas a través de todo el campo social. El “espacio estriado” de las instituciones de la sociedad disciplinaria cede el lugar al “espacio liso” de la sociedad de control. O, para retomar la bella imagen de Deleuze, los túneles estructurales del topo son reemplazados por las ondulaciones infinitas de la serpiente. Allí donde la sociedad disciplinaria forjaba moldes fijos, distintos, la sociedad de control funciona con las redes flexibles, modulables, “como un molde auto-deformante que cambia continuamente, de un instante a otro, o como un tamiz en el que las mayas cambian de un punto a otro” 2 . Deleuze nos da, de hecho, una imagen simple de este paso, imagen sin duda bella y poética, pero que no está suficientemente “definida” para permitirnos comprender esta nueva forma de sociedad. Para hacerlo, pretendo ponerla en relación con una serie de pasos que se * Texto presentado en los “Encuentros Internacionales Gilles Deleuze” realizados en Sao Pablo y Rio de Janeiro entre el 10 y el 14 de junio de 1996, y publicados en el recopilatorio Gilles Deleuze Una Vida Filosófica, bajo la dirección de Eric Alliez. La versión castellana de estos encuentros fue publicada bajo la dirección de Ernesto Hernández por Euphorion y la Revista Sé Cauto (e-book, Cali: 2002). 1 Cf. Deleuze, Gilles. Poruparlers (1972-1990). París: Les Éditions de Minuit 1990 (“Post-Scruptum sobre las Sociedades de Control”. En: Conversaciones. Valencia: Pre-Textos, 1995, pp. 277-286). 2 Ibid, p. 242 (en la edición francesa). 25 De nuevo el pensamiento es posible han propuesto como características de la sociedad contemporánea. Voy entonces a intentar desarrollar la naturaleza de este paso, poniéndola en relación con el paso de la sociedad moderna a la sociedad posmoderna, tal como se presenta en la obra de autores como Fredric Jameson, pero también con el “fin de la historia” descrito por Francis Fucuyama, y con la nuevas formas de racismo en nuestras sociedades según Étienne Balibar y otros investigadores. Pero sobre todo, quiero situar la formación de la que habla Deleuze en función de dos procesos que Toni Negri y yo hemos intentado elaborar en el curso de estos últimos años: nosotros calificamos el primero de estos procesos de debilitamiento de la sociedad civil, lo que, como el paso a la sociedad de control, remite al declinar de las funciones mediadoras de las instituciones sociales; con el segundo, se juega el paso del imperialismo, logrado ante todo por los estados-naciones europeas, al Imperio, en el nuevo orden mundial que se despliega hoy en torno a los Estados Unidos, con las instituciones transnacionales y el mercado mundial. Dicho de otra manera, cuando hablo de Imperio entiendo una forma jurídica y una forma de poder muy diferente de los viejos imperialismos europeos. De un lado, según la antigua tradición, el Imperio es el poder universal, el orden mundial, que se realiza por primera vez hoy en día. De otro lado, el Imperio es la forma de poder que tiene por objeto la naturaleza humana, y es de este modo el biopoder. Lo que quiero sugerir es que la forma social que toma este nuevo Imperio no es más que la sociedad de control mundial. Ya no Hay Afuera El paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control se caracteriza de entrada por el hundimiento de los muros que definían las instituciones. Cada vez menos se distinguirá entre el adentro y el afuera. De hecho, es un elemento de cambio general en la manera como el poder marca el espacio durante el paso de la modernidad a la postmodernidad. La soberanía moderna siempre se ha concebido en términos de territorio (real o imaginario) y de relación de ese territorio con su afuera. Es así como los primeros teóricos modernos de la sociedad, de Hobbes a Rousseau, comprendían el orden civil como un espacio limitado e interior, que se opone o se distingue del orden exterior de la naturaleza. El espacio delimitado del orden civil, su lugar de ejercicio, se define por su separación de los espacios exteriores de la naturaleza. De manera análoga, los teóricos de la psicología moderna han comprendido las pulsiones, las pasiones, los instintos y el inconsciente metafóricamente en términos espaciales como un en-el-afuera en el marco del espíritu humano, un prolongamiento de la naturaleza enterrada en el fondo de nosotros mismos. La soberanía del individuo reposa aquí sobre una relación dialéctica entre el orden natural de las pulsiones y el orden civil de la razón y de la conciencia. Para terminar, los diversos discursos de la 26 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia antropología moderna sobre las sociedades primitivas funcionan, muy frecuentemente, como el afuera que define las fronteras del mundo civil. El proceso de modernización reposa entonces, en esos diferentes conceptos, sobre la interiorización de en-el-afuera de la civilización de la naturaleza. En el mundo postmoderno, sin embargo, se acabó esta dialéctica entre adentro y afuera, entre orden civil y orden natural. Como lo dice Fredric Jameson: “el postmodernismo es lo que se obtiene cuando se ha concluido el proceso de modernización, y la naturaleza, por su parte, ha desaparecido” 3 . Ciertamente, siempre tenemos la floresta, las langostas y las tormentas en nuestro mundo, y creemos todavía que nuestro psiquismo está sometido a la acción de instintos y pasiones, pero no tenemos naturaleza, en el sentido en que esas fuerzas y esos fenómenos ya no son comprendidos como afuera, y no son percibidos como originales e independientes del artificio del orden civil. En un mundo postmoderno, todos los fenómenos y todas las fuerzas son artificiales, o, como lo dicen algunos, hacen parte de la historia. La dialéctica moderna del adentro y el afuera ha sido sustituida por un juego de grados y de intensidades, de hibridación y de artificialidad. En segundo lugar, el en-el-afuera también ha declinado desde el punto de vista de una dialéctica moderna muy diferente de la que definía la relación entre lo público y lo privado en la teoría política liberal. Los espacios públicos de la sociedad moderna que constituían el lugar de la vida política liberal tienden a desaparecer en el mundo postmoderno. Según la tradición liberal, el individuo moderno, que está consigo en sus espacios privados, considera lo público como su afuera. El afuera es el lugar propio de la política donde la acción del individuo se encuentra expuesta a los ojos de los otros y donde busca ser reconocido. Ahora bien, en los procesos de postmodernización, esos espacios públicos se ven cada vez más privatizados. El paisaje urbano ya no es el del espacio público, del encuentro al azar y de la reunión de todos, sino el de los espacios cerrados de las galerías comerciales, de las autopistas y de las parcelaciones con entrada reservada. La arquitectura y el urbanismo de algunas megalópolis, como Los Ángeles o Sao Pablo, están tendiendo a limitar el acceso público y la interacción, creando más bien una serie de espacios interiores, protegidos y aislados. Igualmente podemos observar que las afueras parisinas se han convertido en una serie de espacios amorfos y no-definidos que favorecen el aislamiento, en detrimento de cualquier interacción o comunicación. El espacio público ha sido privatizado de tal manera que ya no es posible comprender la organización social a partir de la dialéctica “espacios privados-espacios públicos”, o “adentro-afuera”. El lugar de la actividad política liberal moderna ha 3 Jameson, F. Posmodernism. Or the cultural logic of late capitalism. Duke University Press, 1991, p. IX. 27 De nuevo el pensamiento es posible desaparecido, y así, desde ese punto de vista, nuestra sociedad imperial postmoderna se caracteriza por un déficit de lo político. El lugar de la política ha sido desrealizado. A este respecto, el análisis de Guy Debord de la sociedad del espectáculo, escrito hace treinta años, parece más apropiado y más actual que nunca. En la sociedad postmoderna, el espectáculo es un lugar virtual, o más exactamente, un no-lugar de la política. El espectáculo es a la vez unificado y difuso, de tal manera que es imposible distinguir un adentro de un afuera, lo natural de lo social, lo privado de lo público. La noción liberal de lo público, como el lugar de en-el-afuera donde nosotros actuamos bajo la mirada de los otros, se encuentra a la vez universalizada (pues nosotros estamos hoy permanentemente bajo la mirada del prójimo, bajo la vigilancia de cámaras) y sublimada, o desrealizada, en los espacios virtuales del espectáculo. Así, el fin de en-el-afuera es el fin de la política liberal. En fin, en la perspectiva del Imperio, o del orden mundial actual, en un tercer sentido ya no hay en-el-afuera, y este es un sentido propiamente limitado. Cuando Francis Fucuyama afirma que el paso histórico que estamos viviendo se define por el fin de la historia, quiere decir que se acabó la edad de los grandes conflictos: dicho de otra manera, la potencia soberana no confrontará su Otro, ya no estará confrontada con su afuera, pero extenderá progresivamente sus fronteras hasta abrazar el conjunto del planeta como su dominio propio. Ha concluido la historia de las guerras imperialistas, interimperialistas y antimperialistas. El fin de esta historia introdujo el reino de la paz. Salvo que, en realidad, hemos entrado en la era de los conflictos menores e interiores. Cada guerra imperial es una guerra civil, una acción de policía –desde Los Ángeles y la Isla de Granada hasta Mogadicio y Sarajevo–. De hecho, la separación de las tareas entre el aparato interior y exterior del poder (entre la policía y la armada, entre el FBI y la CIA) se convierte cada vez más vaga y mal determinada. Para nosotros, el fin de la historia del que habla Fucuyama marca el fin de la crisis que está en el centro de la modernidad, con la idea del conflicto coherente, que tiene una función de definición, y que ha sido el fundamento y la razón de ser de la soberanía moderna. La historia termina sólo en la medida en que se la concebía en términos hegelianos: como el movimiento de una dialéctica de las contradicciones, como el juego de las negaciones y las superaciones absolutas. Las parejas que definían el conflicto moderno se han desvanecido. El Otro, que podía limitar un Yo soberano, se ha pulverizado y vuelto indistinto; de manera que ya no hay afuera para limitar el lugar de la soberanía. Mientras que durante la guerra fría, en una versión exagerada de la crisis de la modernidad, cualquier enemigo imaginable (desde los clubes de jardinería para damas o las 28 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia películas de Holliwood hasta los movimiento de liberación nacional) podía identificarse como comunista, es decir, como formando parte del enemigo unificado (el afuera era eso que daba a la crisis del mundo moderno e imperialista su coherencia), hoy en día, para los ideólogos de los Estados Unidos es cada vez más difícil señalar al enemigo, o más bien, parece que por todas partes hay enemigos menores e imperceptibles. El fin de la crisis de la modernidad da nacimiento a una proliferación de crisis menores y mal definidas en la sociedad imperial del control, o como preferimos decirlo, da nacimiento a una omni-crisis. No es inútil recordar aquí que el mercado capitalista es una máquina que siempre ha ido al encuentro de cualquier división entre el adentro y el afuera. El mercado capitalista es contrariado por las exclusiones, prospera incluyendo en su esfera efectivos siempre crecientes. El provecho sólo puede ser generado por el contacto, el desarrollo, el intercambio y el comercio. La realización del mercado mundial constituirá la culminación de esta tendencia. Bajo su forma ideal, no hay afuera del mercado mundial: todo el planeta está en su dominio. Podríamos utilizar la forma del mercado mundial como modelo para comprender en su integralidad la forma de la soberanía imperial. De la misma manera como Foucault ha reconocido en el panóptico el diagrama del poder moderno y de la sociedad disciplinaria, el mercado mundial podría proporcionar una arquitectura de diagrama (aún si no es una antiarquitectura) para el poder imperial y la sociedad de control. El espacio estriado de la modernidad constituye un lugar perpetuamente libre y fundado sobre un juego dialéctico con su afuera. El espacio de la soberanía imperial, al contrario, es liso. Podría parecer exento de las divisiones binarias de las fronteras modernas, o de cualquier estriaje, pero, en realidad, está recorrido a lo largo y ancho de tantas líneas de falla que sólo en apariencia constituye un espacio continuo, uniforme. En ese sentido, la crisis claramente definida de la modernidad, cede su lugar a una omni-crisis en la estructura imperial. En ese espacio liso del imperio, no hay un lugar del poder: él está en todas partes y en ninguna. El Imperio es una utopía, o mejor, un no-lugar. El Racismo Imperial El final del afuera, que caracteriza el paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, muestra ciertamente uno de sus rostros más extraordinarios en las configuraciones cambiantes del racismo y de la alteridad en nuestras sociedades. De entrada, debemos señalar que se ha vuelto cada vez más difícil identificar las vías generales del racismo. De hecho, escuchamos decir infatigablemente, 29 De nuevo el pensamiento es posible de los políticos, de los medios, y aún de los historiadores, que el racismo ha cedido progresivamente en las sociedades modernas: desde el fin del esclavismo hasta los conflictos de descolonización y los movimientos por los derechos cívicos. Sin duda han declinado ciertas prácticas tradicionales específicas del racismo, y podríamos estar tentados a ver en el fin de las leyes del apartheid en África del Sur la clausura simbólica de toda una época de segregación racial. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, es claro que por el contrario el racismo no ha cedido y que, en realidad, ha progresado en el mundo contemporáneo, tanto en extensión como en intensidad. Sólo parece haber declinado porque ha cambiado de forma y de estrategias. Si tomamos como paradigma de los racismos modernos las divisiones maniqueas entre adentro y afuera y las prácticas de exclusión (en África del Sur, en la ciudad colonial, en el Sur de los Estados Unidos o en Palestina), debemos ahora plantear la pregunta: hoy en día, ¿cuáles son las formas y las estrategias del racismo en la sociedad imperial del control? Muchos analistas describen este paso como un deslizamiento, en la forma dominante de la teoría del racismo, de una teoría del racismo fundada sobre la biología a una teoría racista basada en la cultura. La teoría racista dominante de la modernidad y las prácticas de segregación que lo acompañan se focalizan sobre diferencias biológicas esenciales entre las razas. La sangre y los genes son los que, detrás de las diferencias de color de piel, constituyen la verdadera sustancia de la diferencia racial. Concebimos así (al menos implícitamente) pueblos sojuzgados como diferentes a humanos, como si se tratara de un orden de seres diferentes, de otra naturaleza. De hecho, nos vienen al espíritu numerosos ejemplos de discursos colonialistas que describen a los indígenas por medio de calificativos animales como si no fueran humanos. Esas teorías racistas modernas fundadas sobre la biología, sub-entienden –o tienden hacía– una diferencia ontológica: una ruptura necesaria, eterna e inmutable, en el orden de los seres. Como reacción a esta posición teórica, el antiracismo moderno se posiciona contra la noción de esencialismo biológico y afirma firmemente que las razas están más bien constituidas por fuerzas sociales y culturales. Esos teóricos antiracistas modernos operan a partir de la creencia de que el constructivismo social debe liberarnos del corset del determinismo biológico: si nuestras diferencias están determinadas social y culturalmente, entonces todos los seres humanos, en principio, son iguales y pertenecen a un mismo orden ontológico, a una misma naturaleza. De todos modos, el paso al Imperio, a la sociedad de control, a la post-modernidad, ha implicado un desplazamiento en la dirección dominante de la teoría racista, de tal suerte que las diferencias biológicas, representaciones claves del odio y el miedo raciales, han 30 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia sido reemplazadas por las significaciones sociológicas y culturales. La teoría racista imperial toma así al inverso la teoría anti-racista moderna, y de hecho, coopta y retoma sus argumentos. La teoría racista imperial está de acuerdo en decir que las razas no constituyen unidades biológicas aislables y que no se podría dividir la naturaleza en razas humanas diferentes. Igualmente reconoce que el comportamiento de los individuos y sus capacidades o sus aptitudes no son el producto de su sangre ni de sus genes, sino que se deben al hecho de que pertenecen a diferentes culturas históricamente determinadas 4 . Así, las diferencias no son fijas e inmutables, sino efectos contingentes de la historia social. La teoría racista postmoderna y la teoría anti-racista moderna dicen, de hecho, en gran parte, lo mismo, y es muy difícil diferenciarlas. De suerte que es precisamente porque se supone que esta argumentación relativista y culturalista es necesariamente anti-racista, que la ideología dominante en nuestra sociedad parece, hoy en día, hostil al racismo, y que la teoría racista post-moderna parece no ser racista en lo más mínimo. Debemos mirar más de cerca el modo de funcionamiento de la teoría racista imperial. Étienne Balibar califica este nuevo racismo de racismo diferencialista, de racismo sin raza, o más precisamente, de racismo que no reposa sobre un concepto biológico de raza. Si se abandona la biología como fundamento y apoyo del racismo, la cultura es la llamada ahora a cumplir el papel que jugaba la biología. Tenemos el hábito de pensar que la naturaleza y la biología son fijas e inmutables, pero que la cultura es maleable y fluida: las culturas pueden cambiar en la historia y mezclarse para suscitar híbridos al infinito. Sin embargo, hay un límite a la flexibilidad de las culturas en la teoría racista post-moderna. Pues, en último análisis, las diferencias entre las culturas y las tradiciones son insuperables. Es vano y peligroso, según la teoría racista post-moderna, permitir o imponer una mezcla de culturas: los Serbios y los Croatas, los Hutus y los Tutsis, los Afro-Americanos y los Coreano-Americanos deben permanecer separados. La posición cultural no es menos “esencialista” como teoría de la diferencia social que una posición biológica, o al menos establece una base teórica igualmente fuerte para la separación y la segregación social. Se trata de una posición teórica de un pluralismo indiscutible: todas las identidades culturales son iguales en principio. Ese pluralismo acepta todas las diferencias en nuestras identidades todo el tiempo en que estemos de acuerdo en actuar fundándonos sobre diferencias de identidades y mientras las preservemos como indicadores, tal vez contingentes, pero de hecho sólidos, de la separación social. La sustitución teórica de la raza o la biología por la cultura se encuentra así, paradójicamente, metamorfoseada en teoría de la preservación de la raza. Este 4 Cf. E. Balibar – I. Wallerstein. Race, nation, classe. París: Éditions de la Découverte, 1988. 31 De nuevo el pensamiento es posible deslizamiento en la teoría racista nos muestra cómo la teoría imperial y postmoderna de la sociedad de control puede adoptar lo que se concibe, generalmente, como una posición anti-racista (es decir, una posición pluralista contra todos los indicadores necesarios de la exclusión racial), conservando un sólido principio de separación social. En este estadio debemos notar, con mucha atención, que la teoría racista imperial de la sociedad de control es una teoría de la segregación y no de la jerarquía. Allí donde la teoría moderna coloca una jerarquía entre las razas como condición fundamental que hace necesaria la segregación, la teoría imperial no se pronuncia sobre la superioridad o inferioridad, de principio, de las razas o los grupos étnicos diferentes. Esto lo considera como contingente, como una cuestión práctica. En otras palabras, la jerarquía de las razas no es percibida como una causa sino como un efecto de las circunstancias sociales. Por ejemplo, los jóvenes Afro-Americanos de tal región tienen resultados generalmente más flojos en los tests de aptitud que los jóvenes asiáticos. La teoría imperial ve ahí el resultado, no de una inferioridad racial necesaria, sino de diferencias culturales: la cultura de los Americanos de origen asiático atribuye una mayor importancia a la educación, estimulando a los jóvenes a estudiar en grupo, y así sucesivamente. La jerarquía de las razas es determinada a posteriori, como efecto de sus culturas, dicho de otra manera, a partir de sus performances. Según la teoría imperial, la hegemonía y la sumisión de las razas no es una cuestión teórica sino que aparece a lo largo de una libre competencia, una especie de ley del mercado de la meritocracia cultural. Sabemos que la práctica racista no corresponde necesariamente con la teoría racista. A partir de lo que acabamos de ver, es claro que la práctica racista en las sociedades de control se encuentra privada de un sostén central: no dispone de una teoría de la superioridad racial, percibida como fundante de las prácticas modernas de la exclusión racial. Ahora bien, según Deleuze y Guattari, “el racismo europeo [...] nunca ha procedido por exclusión, ni asignación de alguien designado como Otro. [...] El racismo procede por determinación de las diferencias de desviación, en función del rostro del Hombre blanco que pretende integrar en las ondas más excéntricas y retardadas los trazos que no le son conformes. [...] Desde el punto de vista del racismo, no tiene exterior, no hay gentes del afuera” 5 . Deleuze y Guattari nos llevan, entonces, a concebir la práctica racista, no en términos de exclusión, sino de inclusión diferencial. Ninguna identidad es designada como Otro, nada es excluido del dominio, no hay afuera. Si no estamos enteramente convencidos de que tal ha sido 5 G. Deleuze – F. Guattari. Mille plateux. Les Éditions de Minuit, 1980, p. 218. 32 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia el caso, como lo presentan Deleuze y Guattari, ciertamente hay aquí una excelente descripción de la condición racista de la sociedad de control. Pues, de igual manera que la teoría racista postmoderna no puede plantear como punto de partida las diferencias esenciales entre las razas humanas, la práctica racista imperial no puede comenzar por una exclusión del Otro racial. Lo propio de la dominación blanca es desarrollar el contacto con la alteridad para enseguida someter las diferencias según los grados de desviación con el carácter blanco. Esto no tiene nada que ver con la xenofobia, que es el odio y el temor al bárbaro desconocido. Es un odio nacido de la proximidad y que se desarrolla con los grados de diferencia de la vecindad. Lo que no quiere decir que nuestras sociedades estén exentas de exclusión racial: están seguramente recorridas de numerosas líneas que crean un obstáculo racial, y eso a través de todos los paisajes urbanos, e implicando el mundo entero. Sin embargo, lo importante es que la exclusión racial aparece generalmente como un resultado de la inclusión diferencial. Entonces sería erróneo plantear como paradigma de la jerarquía racial las leyes del apartheid sudafricano o el código segregacionista que existía al Sur de los Estados Unidos. La diferencia no está inscrita en el texto de las leyes, y la imposición de la alteridad no llega hasta designar a alguien como Otro. El Imperio no piensa la diferencia en términos absolutos, no plantea nunca las diferencias raciales como diferencias de naturaleza, sino siempre como diferencias de grado; nunca las plantea como necesarias sino siempre como accidentales. La sumisión es realizada en los regímenes de las prácticas cotidianas más móviles y más flexibles, pero que crean jerarquías raciales que no son menos estables y brutales. La forma y las estrategias adoptadas por el racismo postmoderno contribuyen más generalmente a poner en evidencia el contraste entre soberanía moderna y soberanía imperial. El racismo colonial, el racismo de la soberanía moderna, comienza por llevar la diferencia hasta el extremo, después recupera en un segundo tiempo al Otro como fundamento negativo del Yo. La construcción moderna de un pueblo se encuentra directamente implicada en esta operación. Un pueblo no se define solamente en términos de pasado común, de deseos o de potencial comunes, sino ante todo en una relación dialéctica con su Otro, su afuera. Un pueblo (sea o no diaspórico) se define siempre en términos de lugar (sea virtual o real). En contraste, el orden imperial nada tiene que ver con esta dialéctica. En la sociedad de control, el racismo imperial o diferencial integra a los otros en su orden, pues orquesta esa diferencia en un sistema de control. Las nociones fijas y biológicas de los pueblos tienden así a disolverse en una multitud fluida y amorfa, a la que atraviesan, seguramente, líneas de conflicto y de antagonismo, pero sin que ninguna aparezca como frontera fija y eterna. La superficie de la sociedad imperial se mueve continuamente, de tal suerte que desestabiliza cualquier noción de 33 De nuevo el pensamiento es posible lugar. El momento central del racismo moderno se produce en su frontera, en la antítesis global entre adentro y afuera. Como lo ha dicho W. E. B. Du Bois hace casi cien años, el problema del siglo XX es el problema de la barrera del color. Pero el racismo imperial, pensando quizá en el siglo próximo, reposa sobre el juego de las diferencias y la gestión de micro-conflictualidades en una zona en expansión ininterrumpida. Bien visto, hay mucha gente en el mundo para quien el relativismo racial del Imperio y su movimiento primero de inclusión universal son, en sí, amenazantes. Estar afuera ofrece una cierta protección, una cierta autonomía. En ese sentido, podemos ver, en el ascenso de diversos discursos de la diferencia, racial o étnica, esencial y original, una reacción de defensa contra la inclusión imperial. Los progresos del confucionismo en China o de los fundamentalismos religiosos en los Estados Unidos y en el mundo árabe plantean, todos a su manera, la identidad del grupo como fundado sobre orígenes antiguos y, en última instancia, inconmensurable con el mundo exterior. Así, hemos adoptado el hábito de comprender los conflictos étnicos en Ruanda, en los Balcanes y aún en el Medio Oriente como re-emergencias de alteridades antiguas, irreprimibles e irreconciliables. Pero desde nuestro punto de vista, esas diferencias y esos conflictos no podrían comprenderse en el contexto de orígenes perdidos en la noche de los tiempos; al contrario, es necesario volver a colocarlos en la configuración imperial actual. El Imperio acepta siempre las diferencias raciales y étnicas que encuentra, y sabe utilizarlas; permanece a la sombra, observa esos conflictos e interviene cuando es necesario un ajuste. Cualquier tentativa de seguir siendo otro en el cara-a-cara del Imperio es vana. El Imperio se nutre de la alteridad, relativizándola y gestionándola. De la Generación y de la Corrupción de la Subjetividad El fin del afuera, o la falta gradual de distinción entre el adentro y el afuera en el paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, tiene implicaciones importantes para la forma de la producción social de la subjetividad. Es una de las tesis centrales y más comunes en los análisis institucionales de Deleuze y Guattari, Foucault, Althusser y otros: la subjetividad no está dada de entrada y originalmente, se forma, en cierto grado al menos, en el campo de las fuerzas sociales. Las subjetividades que interactúan sobre el plano social son ellas mismas sustancialmente creadas por la sociedad. En ese sentido, esos análisis institucionales han vaciado de su contenido cualquier noción de subjetividad pre-social, para firmemente arraigar la producción de la subjetividad en el funcionamiento de las instituciones sociales mayores, tales como la prisión, la familia, la fabrica y la escuela. Debemos subrayar dos aspectos de ese proceso de 34 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia producción. Primero, no consideramos la subjetividad como algo fijo y dado. Es un proceso de engendramiento constante. Cuando el patrón saluda en el taller, o el director en el colegio llama a izar la bandera, se forma una subjetividad. Las prácticas materiales dispuestas por el sujeto en el contexto de la institución (sea que se trate de arrodillarse para orar o de cambiar los pañales para algunos) forman procesos de producción de su propia subjetividad. El sujeto es activo, engendrado de manera reflexiva por las vías de sus propios actos. Enseguida, las instituciones proporcionan sobre todo un lugar discreto (el hogar, la capilla, el salón de clase, el taller) donde se monta la producción de la subjetividad. Las diversas instituciones de la sociedad moderna deberían considerarse como un archipiélago de fabricas de subjetividad. En el transcurso de una vida, un individuo entra en esas diversas instituciones (de la escuela al cuartel y a la fabrica) y en la serie lineal formada por ellas. Cada institución tiene sus reglas y sus lógicas de subjetivación: “La escuela nos dice: ya no estás en la familia, y la armada dice: ya no estás en la escuela” 6 . De otro lado, en el interior de los muros de cada institución, el individuo está, al menos parcialmente, al abrigo contra las fuerzas de otras instituciones: en el convento, estamos en un lugar seguro contra el aparato de la familia; en casa, fuera del alcance de la disciplina fabril. La relación entre adentro y afuera es central para el funcionamiento de las instituciones modernas. De hecho, el lugar claramente delimitado de las instituciones se refleja en la forma regular y fija de las subjetividades producidas. En el paso a la sociedad de control, el primer aspecto de la condición disciplinaria moderna ciertamente es todavía válido, es decir, que las subjetividades continúan siendo producidas en la fábrica social. De hecho, las instituciones sociales producen la subjetividad de una manera más intensa que nunca. Nosotros podríamos decir que la postmodernidad es lo que se obtiene cuando la teoría moderna del constructivismo social es llevada al extremo y toda subjetividad es reconocida como artificial. El paso no es de oposición sino de intensificación. Como lo dijimos antes, la crisis contemporánea de las instituciones significa que los espacios cerrados que definían el espacio limitado de las instituciones han dejado de existir, de tal manera que la lógica que funcionaba hasta hace muy poco en el recinto de los muros institucionales se extiende hoy en día sobre todo el terreno social. Debemos señalar, sin embargo, que esta omni-crisis de las instituciones tiene un aspecto muy diferente según el caso. Por ejemplo, en los Estado Unidos la proporción de la población implicada en una familia de tipo nuclear decrece constantemente, mientras la proporción de la población encerrada en prisiones crece regularmente. Pero podemos decir que esas dos instituciones, familia nuclear y prisión, están igualmente y por todas partes en crisis en el 6 Ibid, p. 254. 35 De nuevo el pensamiento es posible sentido en que el lugar de su efectividad es cada vez más indefinido. Los muros de las instituciones se derrumban, de tal suerte que afuera y adentro devienen imposibles de distinguir. No hay que creer que la crisis de la familia nuclear haya llevado al declinar de las fuerzas patriarcales; al contrario, los discursos y las prácticas que invocan los “valores de la familia” parecen investir todo el campo social. La crisis de la prisión significa que las lógicas y las técnicas carcelarias están cada vez más extendidas a otros dominios de la sociedad. La producción de la subjetividad en la sociedad imperial del control tiende a no limitarse a lugares específicos. Uno está siempre y todavía en familia, siempre y todavía en la escuela, siempre y todavía en prisión, y así sucesivamente. En el colapso generalizado, el funcionamiento de las instituciones es a la vez más intensivo y más extenso. Como el capitalismo, entre más desarregla, mejor funciona. Comenzamos a saber, en efecto, que la máquina capitalista sólo funciona estropeándose... Sus lógicas recorren las superficies ondulantes en olas de intensidad. La no-definición del lugar de la producción corresponde a la indeterminación de la forma de las subjetividades producidas. Las instituciones sociales de control en el Imperio podrían, entonces, percibirse en un proceso fluido de engendramiento y de corrupción de la subjetividad. El control es así una intensificación y una generalización de la disciplina, donde las fronteras de las instituciones han sido violadas, vueltas permeables, de tal suerte que ya no se distingue el afuera del adentro. Se debería reconocer que los aparatos ideológicos del Estado operan así en la sociedad de control, y quizás con más intensidad y flexibilidad de lo que jamás lo imaginó Althusser. Ese paso no es exclusivo de los países económicamente más avanzados y más poderosos, sino que tiende, en diferentes grados, a generalizarse en el mundo entero. La apología de la administración colonial apunta hacia la creación de instituciones sociales y políticas en las colonias. Las formas no coloniales de dominación contemporánea implican igualmente la exportación de instituciones. El proyecto de modernización política en los países subdesarrollados o dependientes tiene como finalidad establecer un conjunto estable de instituciones que sea capaz de formar la espina dorsal de una nueva sociedad civil. ¿Es necesario recordar que los regímenes disciplinarios necesarios para poner a punto el sistema taylorista mundial de producción han demandado que se constituya toda una gama de instituciones sociales y políticas? No es difícil dar ejemplos de esta exportación de instituciones (que simplemente indica un proceso más general y más difuso) donde las instituciones-madre, en los Estados Unidos o en Europa, adoptan y protegen instituciones aún balbucientes: los sindicatos oficiales como la AFL animan y forman sucursales extranjeras, los economistas del mundo desarrollado contribuyen a crear instituciones financieras y enseñan la 36 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia responsabilidad fiscal, y también los parlamentos europeos y el Congreso de los Estados Unidos enseñan las formas y procedimientos de gobierno. Brevemente, mientras que en el proceso de modernización los países más poderosos exportan formas institucionales hacia los países dependientes, en el proceso actual de postmodernización lo exportado es la crisis general de las instituciones. La estructura institucional del Imperio es como un programa de computador que llevaría en sí mismo un virus, de tal suerte que modulara y corrompiera continuamente las formas institucionales que lo rodean. Es necesario que olvidemos cualquier idea de una secuencia lineal de las formas por las cuales debería pasar cada sociedad –desde el así llamado “estadio primitivo” hasta la “civilización”–, como si las sociedades contemporáneas de América Latina o de África pudieran tomar la forma que tenía la sociedad europea hace cien años. Cada formación social contemporánea está ligada a todas las otras, como haciendo parte del proyecto imperial. Quienes hoy en día reclaman a grandes gritos una nueva constitución de la sociedad civil como medio para salir de los estados socialistas o de los regímenes de dictadura, coincidiendo en el sueño de una modernización política que no era tan rosa cuando ella tenía todavía una cierta efectividad, son simplemente nostálgicos de un estadio anterior de la sociedad capitalista. Pero poco importa: la postmodernización imperial hace de todo esto, irrevocablemente, una cosa del pasado. Tendencialmente, la sociedad de control está por todas partes al orden del día. Conclusiones Quisiera proponer tres hipótesis con respecto a las sociedades de control, tres hipótesis embrionarias, que puedan ser materia de discusión. Primera hipótesis: La sociedad de control (imperial y postmoderna) se caracteriza por la corrupción. La sociedad moderna, lo sabemos, estaba caracterizada por la crisis, es decir, por una contradicción bipolar y una división maniquea. Piensen, si ustedes quieren, en la guerra fría o en el modelo moderno del racismo. La sociedad de control, al contrario, no está organizada alrededor de un conflicto central sino en una red flexible de micro-conflictualidades. Las contradicciones en la sociedad imperial son múltiples, proliferantes. Los espacios de esta sociedad son impuros, híbridos. El concepto que la caracteriza es, entonces, ya no la crisis sino la omnicrisis; o bien, como prefiero llamarlo, la corrupción. No daremos a este concepto de corrupción una significación moral o apocalíptica. Hay que concebirlo, a la manera de Aristóteles, como el proceso inverso de la generación, como un devenir de los cuerpos, 37 De nuevo el pensamiento es posible un momento en el vaivén de la formación y de la deformación de las subjetividades. Entonces hay que pensarlo según su etimología latina: corrumpere, estropear. Si la máquina capitalista sólo funciona estropeándose, como lo dicen Deleuze y Guattari, la sociedad de control también se estropea, y no funciona más que estropeándose. He aquí su corrupción. Segunda hipótesis: La sociedad de control representa una etapa ulterior hacia una sociedad propiamente capitalista; en ese sentido propone una forma de soberanía (o una forma de gobierno) que tiende hacia el campo de inmanencia. Ahora bien, me parece que en la época moderna siempre había conflicto entre la trascendencia de la soberanía y la inmanencia del capitalismo. El concepto de soberanía de la soberanía moderna implicaba siempre una trascendencia, es decir, una superioridad y una distancia entre el poder (del Estado, por ejemplo) y las potencias de la sociedad. Aún la noción de institución en la sociedad disciplinaria, con su territorialización y su estriaje del espacio social, indicaba una cierta distancia, una cierta trascendencia con relación a las fuerzas sociales inmanentes. El capitalismo, en cuanto a sí mismo, no es una forma trascendente. Según Deleuze y Guattari, “el capitalismo define un campo de inmanencia, y llena permanentemente ese campo. Pero ese campo desterritorializado se encuentra determinado por una axiomática [...]” 7 . El desmoronamiento de los muros de las instituciones, que caracteriza el paso hacia la sociedad de control, constituye un paso hacia el campo de inmanencia, hacia una nueva axiomática social, que quizá es más adecuada a una soberanía propiamente capitalista. Una vez más, como el capitalismo mismo, la sociedad de control sólo funciona estropeándose. Con la sociedad de control llegamos finalmente a una forma de sociedad propiamente capitalista que la terminología marxiana llama la sociedad de la subsunción real. Tercera y última hipótesis: No podemos pensar la sociedad de control sin pensar el mercado mundial. El mercado mundial, según Marx, es el punto de partida y el punto de llegada del capitalismo. Con la sociedad de control tocamos finalmente este punto, el punto de llegada del capitalismo. Como el mercado mundial, ella es una forma que no tiene afuera, sin fronteras, o mejor aún, con límites fluidos y móviles. Para volver al título de mi exposición, la sociedad de control es ya, e inmediatamente, una sociedad mundial de control. Traducción: Ernesto Hernández 7 G. Deleuze – F. Guattari. El Anti-Edipo. París: Les Éditions de Minuit. 1973, p. 298. 38 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia CREAR UN MUNDO: CREER EN EL MUNDO ∗ Carlos Enrique Restrepo Ernesto Hernández B. Intervenir como un coro, asumir esa función de lateralidad del comentario, de multiplicación de la interpretación, de insinuación menor, de tensión continua del canto –como en un cuento de Kleist–, tomar la palabra en medio del rumor de la multitud de voces que pueblan nuestra voz, a la manera de Josefina La Cantora, y hacerlo a dúo, intentando consonar una multitud disonante, conjugándolas en una sola voz –un poco afónica y tartamudeante–, es nuestra manera de convocar esa fuerza popular de la que tanta necesidad tenemos, ese “pueblo que falta” –como dice Deleuze retomando la expresión de Klee–, y cuya convocación implica quebrar las identidades asignadas, predefinidas, y hacer pasar algo del orden del devenir... producir nuevas pertenencias, en las cuales “pertenecer a” es conectarse localmente, en una relación sin mediación, por vecindad y alianza, y en modo finito; pertenencias que incluyen su propia abolición, que acogen la dificultad y encuentran en ella la forma proliferante y creadora de la perplejidad. Perplejidad ante la insoportable cotidianidad, tanto como ante el hecho de que lo intolerable se haya convertido en cotidiano, singular perplejidad ante el acontecimiento, ante su inactualidad; pero esta perplejidad no es pura y simple irresolución, duda, confusión o vacilación, pues antes que una pasividad es una tensión, tensión que envuelve el grito y la creación en el momentum mobile de una enunciación colectiva, de hecho inasignable, y que prefigura constantemente un porvenir tanto como enriquece y modula los materiales elásticos de los que está hecho el pasado. Perplejidad que es al mismo tiempo potencia de olvido –pues no se trata de saber de dónde venimos, sino de darle una función actual a la memoria– y fuerza creadora, modulación continúa de los nuevos materiales complejos en función de lo posible. Esta dificultad y esta perplejidad son como los trazos expresivos de esa “huida ante la huida” de la que nos habla Blanchot 1 , “huida ante la huida” que –eso esperamos– prefigura una línea de fuga, movimiento infinito, en conexión con las luchas actuales o con su relanzamiento en nuevas luchas y nuevas formas de lucha, cuando aquellas son traicionadas. Pues toda línea de fuga es producción de un real aquí y ahora, real que designa, como afirman Deleuze y Guattari en su libro ¿Qué es la filosofía?, “esta conjunción de la filosofía o del concepto con el medio ∗ Intervención en el Seminario Internacional Gilles Deleuze: Una Imagen del Pensamiento, realizado en Santafé de Bogotá entre el 25 y 27 de agosto de 2005, convocado por la Universidad Javeriana. 1 Maurice Blanchot, La Risa de los Dioses. Madrid: Taurus, 1976, p. 182. 39 De nuevo el pensamiento es posible presente” 2 , conjunción que se da en un espacio de conexiones intensas. Esta conjunción no se reduce a una coincidencia, es más bien un entrelazado, un vínculo, una operación de afirmación simultánea, pero en la cual el concepto no se confunde con el medio, actúa, hace máquina con él, lo modifica. Cópula del concepto con el medio, operación ilativa de consecuencias y condicionamientos recíprocos. Espacio conjuntivo-conectivo en el que una nueva conexiónconjunción modifica su naturaleza a tal punto que cuando creemos haber llegado a puerto seguro, dice Leibniz, en el instante siguiente nos encontramos en pleno mar. Ahora bien, esta conjunción de la filosofía con el medio presente no deja de correr peligros, y estos peligros amenazan permanentemente con abatir la multiplicidad conectivo-conjuntiva sobre una trascendencia cualquiera, o peor aún, lanzarla hacía una línea de abolición. Uno de los peligros y una gran dificultad de esta enunciación colectiva, en el poblamiento andino, en este sur americano, respecto de una filosofía, tiene que ver con la disyuntiva de una referencia exclusiva a Europa (o al otro-atlántico) o una re-codificación discursiva a nombre de una homogenización identitaria –sea ella latinoamericana, sudaca, bolivariana u otra–. Peligro y dificultad que no podemos eludir a nombre de una universalidad de cierta filosofía o por el reconocimiento identitario de una subordinación del pensamiento a secularizaciones académicas. Se trata, entonces, en las difíciles condiciones que implican para la práctica filosófica las coacciones político-sociales, de re-crear, de usar –quizá para fines inconfesables–, en un “entre nosotros”, la filosofía. Repoblar el plano, del que sin duda disponemos y sobre el cual se proyectan tantas figuras en su viaje teofánico, con una re-creación conceptual que sea provocación y devenir para el pensamiento en su intensa relación con la vida: una sophía que conjuga el bíos y el éthos en un renovado philos sobre el plano intenso de la vida. Hacer surgir un “Oriencidente” marginal y sureño, que mezcle las líneas en fuga, las marginalidades de Oriente con los minimalismos de Occidente, mezcla, mixtura en deriva hacia el sur como en los poemas de Vallejo, de Lezama Lima, y de Borges; y como en las novelas de Asturias, de Amado, de Rivera; y como en el Lugar sin Límites a lo Donoso; y como en los cuentos de Quiroga, y en los cuadros de Matta, y de Zyslo, y en la extraordinaria creación literaria de Castaneda. Huir, partir, mirar al sur, modificar los ejes de orientación, hacer diferir las latitudes y orientarse siguiendo los flujos, los ritmos y las variaciones geológicas, étnicas, descomponer y recomponer los hábitos y los arraigos para levantar nuevas tiendas de campaña, que conformen una especie de arlequín geo-político y ético-estético capaz de conjurar los ordenamientos actuales pesados y excesivamente significantes... 2 Deleuze, G. – Guattari, F. “Geofilosofìa”. En: ¿Qué es la Filosofía? Barcelona: Anagrama, 1993. 40 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia Doblete meridional, trópico en fuga, fuga que es en sí misma composición de un virtual-real en el que los conceptos y los afectosperceptos establecen sus nuevas relaciones... producir y multiplicar, sobre fondo de no-estilo, cien estilos afirmados en su diferencia y afirmando su diferencia, de tal modo que su multiplicidad no sea adjetivada, sino afirmativamente sustantivada, multiplicidad sustantivada de esa “flagrancia de construir leyenda”, de ficcionar y construir conceptos. Sentimos, pues, que en el sur de América, no del todo arraigado, ha sido la literatura la que ha señalado y trazado de modo constante, y siempre en función de la multiplicación de los posibles, las líneas y caminos por los cuales el viaje teofánico deviene fuga filos-sófica. La literatura ha sabido retomar los componentes básicos del concepto, para así, en las nuevas condiciones de enunciación colectiva, dotar a los conceptos –para estos nuevos usos– de un orden sintagmático interno, conectarlos con un afuera inminente, liberarlos de cualquier referencia dominante o derivada para hacerlos consistentes en sí mismos, y establecer entre los conceptos relaciones de plurivocidad. Para la literatura de este sur de América, que es una literatura de márgenes proliferantes, una literatura de fronteras y de cómo franquearlas, literatura en la que todos los problemas se dirimen directamente en una relación con el afuera, la filosofía no es un asunto de género literario, ni ocupa un simple margen en la escritura; la filosofía libera su carga potencial directamente como problema, construcción de problema, posición de problema que reclama un estilo. La literatura interviene filosóficamente, no en el sentido en que se confunda con la filosofía, sino en el sentido en que asegura ese paso de la figura proyectiva teofánica al concepto intuido, entre dos, relación límite, pues el concepto le es extranjero y permanece extranjero, y es la literatura –el literador autóctono– quien hace posible su vida, la vida del concepto, en las condiciones de indeterminación real en las que territorio y tierra pasan el uno en el otro, para lo mejor y para lo peor. Para este literador, para este diagnosticador, el concepto –que antes que derivar simplemente de los afectos o las percepciones, permanece autónomo–, la vida del concepto es experimentación real, arte de vivir resistiendo a la muerte, nuestra manera particular de redescubrir la formula de Châtelet según la cual el hombre no muere, se lo mata 3 ... Sin que ello signifique un mero “esteticismo” frente a la violencia y aún el sufrimiento o más exactamente el agon que desata la escritura, el estilo (en la filosofía como en la literatura) es un asunto de gusto. Pero este gusto no es la sola elegancia ni el genio que acompañan la creación de una obra, sino el ímpetu con el que una 3 Citado por Deleuze en Pericles y Verdi, Valencia: Pre-textos, 1989, p. 11. 41 De nuevo el pensamiento es posible escritura se alza para construir cada vez una nueva armonía capaz de unir un conjunto espacio-temporal y un bloque conceptual, articular otra “gramática”, y llevar así al pensamiento (La Vida) hacia nuevos devenires. La filosofía de Deleuze ha sabido componer una nueva armonía que sin embargo no se corresponde con una armonía ya dada, ni con una bella y constante ascensión hacia una inteligibilidad del mundo o hacia su claridad y distinción, sino que tiene que formarla, inventarla mediante una operación de pliegue que sabe llevar la caosmosis del presente a su Darstellung filosófica. En la filosofía de la diferencia, que abandona cualquier esencialismo en favor del acontecimiento productor y multiplicador del sentido, el estilo se define por una heterogénesis de las relaciones entre los conceptos en su lógica interna, como producción del concepto, y por una experimentación en la multiplicidad del afuera que asocia los conceptos a la violencia de los afectos y los perceptos, tanto como a las variables de límite y umbral de las funciones en las condiciones geo-históricas en las que tales conceptos y tal multiplicidad vinieron a anclarse, y recíprocamente a condicionarse. “Lo que se denomina un estilo, que puede ser la cosa más natural del mundo, es precisamente el procedimiento de una variación continua” 4 . El estilo se pone en variación según el desarrollo diferencial de los conceptos y la carga que reciben del choque con los afectos y la coacción de las funciones. Así el estilo es un diagrama: encadenamiento riguroso de una lógica interna con los encuentros externos. Para nosotros, ahora, la filosofía ha de devenir agenciamiento colectivo de enunciación y agenciamiento maquínico de deseo, capaz de producir los conceptos que minen, aquí y allá, el terreno domesticado y cuadriculado por la tradición filosófica, conceptos que respecto de sí mismos se descompongan y recompongan en mil secretas velocidades revolucionantes y subversivas que desmonten los regímenes de signos dominantes. La filosofía debe llegar a funcionar como una máquina de guerra contra la lengua, contra esa máquina semiótica productora de las formas presentes de subjetividad, de toda esa política de los cuerpos cansados (cuerpo-escolar, cuerpotrabajador, cuerpo-turista), roles y lugares, yoes sociales, que son la efectuación de los poderes que hoy se agencian en los discursos. De manera silente, aparentemente indirecta pero lo suficientemente directa por cuanto compone nuevos conceptos como estados de cosas, la filosofía ejerce un trastocamiento de ese uso de la lengua como consigna del que nos habla Mil Mesetas 5 , propiciando siempre nuevos 4 Deleuze, G. – Guattari, F. Mil Mesetas. Valencia: Pre-Textos, 2002, p. 101. 5 Cf. Deleuze, G. – Guattari, F. “Postulados de la lingüística”. En: Mil Mesetas, ed. cit., pp. 81-116. 42 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia agenciamientos de “subjetividad” como brotes de singularidad. Enfrentada a poderosos enemigos, la filosofía inventa su propia lengua minoritaria, menor, en lucha con el estilo prosaico y tecnocratizado, banalizante e infantilizante de los nuevos conceptuadores (la mercadotecnia, la lingüística, la publicidad, etc.,), “rivales insolentes y bobos” 6 que florecen a la sombra del capital. El estilo en filosofía se mide simultáneamente por el quantum de fuerzas que despliega al confrontar los enunciados que desmonta, operación sólo posible en razón de la inventiva y producción de sus propios conceptos. Crear en esta línea filosofante significa, dicho una vez más, componer nuevos conceptos como estados de cosas, hacer apropiar a la filosofía por una especie de máquina de guerra discursiva, de apertura nomádica de la lengua que recodifica el orden de los significados en una transvaloración de los poderes más que de los simples “valores supremos”. Quizá pueda decirse que el estilo es la manera como cada filósofo establece las relaciones entre los conceptos y el plano de consistencia; en ese sentido, el estilo es plenamente filosófico, se produce en el paso de lo pre-filosófico a la filosofía misma, se produce a partir de una especie de reserva experimental para la construcción del plano filosófico y para la producción de los conceptos. El estilo es, entonces, positivo y creador; es un elemento esencial del sistema, de un espíritu de sistema filosófico. Irreducible a un lirismo o a una sequedad pura y dura, el estilo es potencia de variación, de paso y de afirmación en la conexión de los conceptos con su plano. El estilo es un movimiento intenso, una manera de poblar. Así, en el estilo de un filósofo sentimos levantarse un plano de trascendencia –Hegel, por ejemplo–, o por el contrario constituirse una inmanencia, una problematización, como en Foucault. El filósofo reorienta o se orienta en el pensamiento al ritmo de un estilo, pero el estilo es producido en el movimiento mismo de la orientación en cuanto esa orientación es ruptura de sentido y acogida del sin-sentido productor. Entonces el nacimiento de ese ritmo y la producción de un determinado estilo están en relación con el caos y un no-estilo esenciales. El estilo no remite, pues, a una identidad del filósofo y a su fijeza en el tiempo; el estilo incorpora el tiempo, se envuelve en el tiempo como una dimensión esencial, desarrolla un “en el tiempo” –el tiempo de una obra–, una geografía singular en cuyo mapa se recapitulan, para cada filósofo a su manera, las imágenes del pensamiento que se suceden en el tiempo histórico de la filosofía y que se desarrollan de acuerdo a las condiciones que las hacen posibles en función de sus alianzas y filiaciones, de sus mutas y contagios, de sus devenires y detenciones. Cada filósofo reordena el plano y reposiciona los conceptos según una imagen del pensamiento siempre renovada y en 6 Deleuze, G. – Guattari, F. ¿Qué es la Filosofía? ed. cit., p. 17. 43 De nuevo el pensamiento es posible permanente relación con un pensamiento sin imágenes, con un pensamiento que se aboca a la experiencia de su propia impotencia interna: la de lo impensable en el pensamiento mismo. La mutación del plano o de la imagen del pensamiento es histórica, sin duda, pero sucede fuera de la historia, pues la relación del concepto con un bloque espacio-temporal es apertura hacia el afuera, creación inédita, salto intempestivo del caos a la complejidad, y esa experimentación es más bien acontecimiento en el tiempo histórico y al mismo tiempo fuera de él. Capaz de transtornar el destino de una época, el acontecimiento permanece no obstante inasimilable e irreducible a su expresión histórica; su relación con la historia es una relación de nosemejanza, la imagen no semeja la muta, puesto que la muta es un entre dos. La mutación no va de una imagen a otra del pensamiento, la mutación está entre las imágenes. Es el caso de Diálogos; ese libro, esas conversaciones, alejadas de la búsqueda de la verdad, no concluyen de entrada. En Diálogos tenemos que ir con el texto hacia un afuera que siempre invoca y sin el cual el texto permanece incomprensible, casi cifrado. Solamente en ese movimiento de relación con su afuera, el diálogo –sin sujeto referencial, sin enunciador privilegiado– deviene provocación para pensar, positividad productora de una verdad instantánea, finita, que siempre es necesario re-crear. Choque, destello, acontecimiento, hay una violencia extrema que reclama una manera nueva de leer, una lectura que sea construcción de la multiplicidad, una lectura que sea posición de multiplicidad, punto de vista, foco de subjetividad siempre descentrado. Diálogos, ese libro-máquina de despersonalización, ese libro-agenciamiento de una microfísica y una micropolítica de montaje y desmontaje de los procesos de individuación, ese libroconstrucción de un punto de vista en variación continúa, punto de vista que en su movilidad infinita traza el mapa, establece la cartografía y la cuantificación de las líneas de composición de individuos y grupos. Diálogos, libro evidentemente útil, y útil a fuerza de ser actual. Esta cartografía de las líneas que componen a un individuo, grupo, o grupúsculo –pues cada individuo es siempre un grupúsculo respecto de las líneas que lo atraviesan o lo envuelven– es una caja de herramientas, cuya función ético-política actual es cada vez más urgente. Esta cartografía, o nomadología, o esquizoanális, o geología, o rizomática, también micropolítica, diagramatismo, pragmática, o como se la quiera llamar, poblada de inusitadas provocaciones, describe tres tipos de líneas (“de naturaleza muy diversa…”, “de las que estamos hechos…” 7 ): líneas de segmentariedad dura, líneas segmentarias-moleculares, líneas de fuga. La tarea correspondiente a 7 Deleuze, G. – Parnet, C. Diálogos. Valencia: Pre-Textos, 1980, p. 141 ss. 44 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia esta creación es para nosotros –y respecto de Deleuze, entre nosotros– la de escribir de nuevo, volver a narrar, a ficcionar y a describir estas líneas, a la manera de un sintomatólogo que realiza un “diagnóstico del mundo”, produce una política de la lengua en lucha con las significaciones dominantes, y alcanza así una zona de puras intensidades. En esta narratividad se levanta el mapa histórico mundial de nuestra actualidad en función de un porvenir que es ya eso que estamos deviniendo, flujo y muta, movimiento aberrante. Ninguna narratividad, sea filosófica, literaria o científica, funciona si no es estropeada y estropeándose, desorganizando y desorganizándose precisamente por las fuerzas que libera. Sin duda se escribe en el quiasma, en el tejido, pero también en la turbulencia del encuentro y la mezcla de estas tres líneas. Las líneas de segmentariedad dura son líneas molares de compartimentación, tabicación, delimitación, establecimiento de umbrales, en espacio-temporalidades muy definidas. En un sentido el mundo está organizado, ordenado, pre-definido según estas segmentariedades duras, pero se mueve y fluye según un sistema de segmentariedades flexibles, móviles. La segmentación instaura siempre límites, cercos claramente discernibles que dividen los territorios o separan el interior de un territorio, impidiendo las relaciones abiertas de vecindad no mediada. Capturan y sobrelinearizan el territorio mediante la operación de un trazado, de una catastro-metración, organizando y distribuyendo en su interior jerarquías, razas, linajes y mandos; procediendo por segmentación o división, introducen cantidades discretas en un espacio continuo. Esta operación de intervención atraviesa dominios de todo tipo, absolutamente heterogéneos, y que son organizados y re-distribuidos siguiendo los trazos que describen estas líneas y por los cuales tanto individuos como grupos son modelados, estructurados, en un complejo sistema de condiciones y normas. Por ejemplo, se segmentarizan en círculos concéntricos los espacio-tiempos públicos y las espacio-temporalidades privadas, sobre una primera segmentariedad que binariza lo público y lo privado; se le dan objetos al deseo consiguiendo que su expresividad sea fácilmente predecible y condicionable, y que ese “objeto del deseo” –por oscuro que sea– se convierta en medida común contra todo brote de singularidad; se dispone tanto de un aparato de impuestos, aduanas y rentas como de una ordenación de los sentimientos, la salud, la enfermedad; se alinean las fuerzas productivas tanto para la concentración de la riqueza mediante la acción del trabajo, como se alinean las filas para ejercer las guerras (paso de un régimen de producción a uno de destrucción en el que se invierte todo capital). En suma, frente a la estrategia fundamental para la gestión de la vida, que en las condiciones actuales de inseguridad-seguridad es la de “sembrar en cada corazón la necesidad de la seguridad”, en Mil Mesetas Deleuze y Guattari nos ofrecen esta magnífica fórmula para decodificar esta estrategia y 45 De nuevo el pensamiento es posible comprenderla: “La administración de una gran segmentaridad molar organizada tiene como correlato toda una microgestión de pequeños miedos, toda una inseguridad molecular permanente, hasta el punto de que la fórmula de los ministerios del interior podría ser: una macropolítica de la sociedad para y por una micropolítica de la inseguridad” 8 . Kafka, agrimensor, cartógrafo esquizo, es el maestro en el arte del desciframiento de estas líneas y segmentos. Partiendo de la enunciación de la justicia de-construye el mapa intensivo de la segmentariedad en las condiciones de la Praga de inicios del siglo XX, al tiempo que se lanza en la más violenta experimentación política, tanto más política por cuanto él se juega su propio cuerpo. La política, desde el punto de vista de su experimentación, se desprende de las reducciones ideológicas, deviene ontológica. La política es la ontología actual de la relación de un pueblo con la tierra para constituir un territorio (“antes del ser está la política”, decía Guattari). Pero ya no se trata del nacimiento de una nación, ni de la constitución correspondiente de una identidad, sino de la construcción de un relato mezclado, múltiple, local y fragmentario, cuyo sujeto es el pueblo que falta y cuyo objeto es la tierra desposeída, perdida. Ese es el terreno de la lucha, de la confrontación, del devenir real de los individuos en función de la constitución de un pueblo por venir. La Tierra, el Socius, sufren –se ahogan– en y de estas sedimentaciones y re-ordenamientos en estratos y de la segmentariedad de la que es objeto cada estrato. Estratificar y segmentar son operaciones, indiscernibles en su orden de sucesión, propias para la producción de un bloque de materiales y funciones que definen, para el estrato propiamente humano, un campo social. En ellos se engendran identidades absolutas, segmentos saturados, que se forman mediante operaciones binarias en las que los términos se definen por oposición de elementos predefinidos: rico-pobre, blanconegro, hombre-mujer, ley-delito, trabajo-vacaciones, paz-guerra, familia-escuela-ejercito-fabrica. Es la línea de las macrosignificaciones, allí donde se deciden los valores supremos que establecen el orden de las visibilidades y las enunciaciones, línea de sobrecodificación-territorialización. Por ejemplo el tiempo de la polis, o de la city, pulsado con machacona regularidad, emplaza las fuerzas productivas mediante el establecimiento de una jornada laboral, pero de igual modo establece el modelo: una manera afectada de caminar, una manera afectada de vestir, una manera afectada de hablar (en Kafka, la pequeña mancha de aceite en la camisa del portero lo marca y lo articula a la máquina, de tal manera que su tiempo de ocio forma 8 Deleuze, G. – Guattari, F. “Micropolítica y segmentariedad”. En: Mil Mesetas, ed. cit., p. 220. 46 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia parte esencial de su trabajo por cuanto él es pieza de la máquina-hotel 9 ); de este modo se define una modalidad de segmentaridad temporal que establece todo un estado de situación social, todo un ordenamiento del deseo, distribuible en estratos, organizado en clases. Pero es justo por su macroterritorialidad que estas líneas se contorsionan y se desestabilizan al ritmo de la acontecimentalidad de las épocas que atraviesa y suspende el tiempo de larga duración de la historia: “los modos de habitar estas líneas siempre están relacionados con acontecimientos sociales” 10 . Estas líneas efectúan una territorialización primaria e incluso primitiva, en la cual las formas primarias (orda, tribu o pueblo) vienen a componer toda una política. El capitalismo no dejará de estar referido a ese momento en el que –como enseña Pascal– se abandona el estado natural al exclamar “¡Esto es mío!”, de lo que resulta “el principio y la imagen de la usurpación universal de la tierra” 11 . Rousseau no duda por ello en considerar la propiedad privada como el principio del establecimiento del Estado y de toda economía política. Pues esta línea suspende la materia pura, captura el devenir que es puro flujo gratuito que se dona sin finalidad, para convertirlo en energía productiva, capital. Que cada vez sea más necesario contar, distribuir, asignar, medir y rendir el tiempo en el capitalismo (todo el discurso empresarial de la eficiencia y también del éxito) hace visible el movimiento de fijación (modus operandi) que se interpone cuando esta línea traza territorios y cruza la tierra tasándola como un campo de distribuciones (siervo-señor feudal, patrón-obrero, hacendadoagricultor, privado-publico). No es difícil ver cómo estas líneas que territorializan la tierra se prolongan en formaciones y codificaciones que coexisten con esa apropiación y la soportan, a la manera de una gran máquina administrativa y burocrática que funciona mediante la distribución de dominios que adquieren y procuran cada vez una mayor especialización (primero una división de los poderes judiciallegislativo-ejecutivo que luego se torna caduca a medida que las antiguas políticas de soberanía fundadas en la forma-Estado son desplazadas por la emergencia de una economía mundial que se articula en función de una compleja y delirante empresa de macroexplotación suicida fundada en la forma-Imperio a cuyo engendramiento asistimos en la actualidad). Pero las líneas segmentarias no producen sólo zonas de distribución, sino también zonas de contigüidad. Al establecer la identidad de uno y otro segmento introducen la diferencia como reconocimiento, condenando a un sub o infra estrato todos los componentes diferenciales: la otredad, las alteridades; pues solamente 9 Kafka, F. América. Madrid: Alianza Editorial, 1998. Deleuze, G. – Parnet, C. Diálogos, ed. cit., p. 143. 11 Pascal. Pensamientos, § 295. 10 47 De nuevo el pensamiento es posible a partir de identidades fijas se puede organizar la usura en la forma temperada –bien temperada, dice Eric Alliez– de los intercambios, del tránsito, del paso transfronterizo, tanto como del intra e inter monadismo. Señalemos entonces que en el reconocimiento se anula la potencia expresiva, y la expresión se ve condenada a realizarse en la forma de la representación, del intercambio, de la inter-subjetividad. Y sin embargo, bajo esta molaridad segmentaria anidan y proliferan mil molecularidades que desestabilizan, contorsionan e imponen una sinuosidad y variabilidad a lo molar, que se traducen en derivas, devenires moleculares fluentes. Siendo ellas mismas el principio de su heterogénesis, las líneas molares segmentarias están pobladas por una multiplicidad de segmentos moleculares que hacen permeables los secretos devenires que trastornan y complotan el estado de cosas existente, operaciones de transvaloración de todos los valores, pseudosistemas de transgresiones que en ocasiones permanecen no obstante referidos de manera relativa a la binariedad de las formaciones históricas y a las dicotomías macrosignificantes sin llegar a efectuar y a mantener efectuante sus velocidades y remolinos; pero hay también ocasiones en que esas incursiones nomádicas llegan a constituir auténticas mutaciones, microlinealidades de ritmicidad intensiva, que se pueden describir como osciladores moleculares que atraviesan dominios heterogéneos y heterocrónicos. En este caso, estas líneas moleculares no se pueden representar en una forma, ni medir o ritmar de manera regular. Remiten pues a una fuerza, o mejor, a una potencia del orden del material-fuerza, potencia de un material altamente elaborado, en movimiento a velocidad infinita. Se convierten entonces en verdaderas líneas de fuga, compuestas de materiales altamente complejos que ya no concluyen, por arribo de sentido, en un objeto ni significan en un sujeto; más bien hacen perceptibles, vuelven sensibles fuerzas que no lo eran. Su movimiento desmonta y decodifica las significaciones territoriales y las identidades absolutas, provocando identidades relativas, de variación relativa, intervalos de clandestinidad y espacios de huida momentánea de sí mismo, zonas de contigüidad, umbrales de transgresión. Entre uno y otro despacho burocrático se articula una imprecisa máquina de la más suspicaz corrupción administrativa, “una comunicación entre despachos, una perversión burocrática, una inventiva o creatividad permanentes que se ejercen incluso contra los reglamentos administrativos” 12 , todo a medida que el cosmos se caotiza, a medida que las cosas se tornan más inmanejables. Una guerrilla que se forma en una zona mal controlada, un ghetto que brota en el seno mismo del diagrama del poder formado por la ciudad, un amotinamiento carcelario o el alzamiento insurrecto de una movilización popular, se mueven en estos segmentos como agentes de desestabilización y descomposición de los ordenamientos y regímenes, brotan clandestinamente como un 12 Deleuze, G. – Guattari, F. “Micropolítica y segmentariedad”. En: Mil Mesetas, ed. cit., p. 218. 48 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia poder constituyente que opera un contra-agenciamiento del orden de significaciones instaurado por el poder constituido: “Siempre hay una frontera, una línea de fuga o de fluencia, aunque no se vea, aunque sea, como es, lo menos perceptible... las cosas pasan siempre en esta línea de fuga, en ella tienen lugar los devenires y se planean las revoluciones […]. Los fuertes no son quienes ocupan uno u otro campo, lo potente es la frontera”; así lo atestigua la historia de quienes ocupan los márgenes de la historia: Gengis Khan o Genserico, T.E. Lawrence, Sandino o Quintín Lame. “De Norte a Sur, encontraremos siempre esas líneas que desequilibran los conjuntos, un “y, y, y” que impone nuevos umbrales, nuevas direcciones de la línea quebrada, nuevos trazados de fronteras […]. Hay toda una micropolítica de las fronteras que se opone a la macropolítica de los grandes conjuntos” 13 . Hay que pensar, sin embargo, en las nuevas capturas a las que las segmentariedades duras someten a estos otros trazados moleculares o linealidades flexibles. Sin duda, éstos proceden por movimientos de desterritorialización, intervalos de ruptura, sacudidas, incursiones de riesgo que reordenan la distribución de los poderes y la demarcación de fronteras y límites, pero que no pasan de ser descargas momentáneas de un caos contenido, de una callada insatisfacción que no logra agenciarse en un temple de ánimo dominante y duradero. Itinerantes, girando en circuitos organizados según el sistema de la oferta y la demanda, pasando por circuitos artificiales, invistiendo identidades axiomatizadas del tipo drogo, guerrillero, punk, gay, feminista, etc., otras tantas redundancias que se convierten en lugares de referencia generalmente de los que se originan los microfascismos. Aquí la resistencia es absorbida y la relación límite tiende a devenir línea de abolición: un “pase” que es un paseo nocturno pero también un password por la cocaína, pequeña licencia autoconcedida como poblamiento de un espacio de riesgo contra el agobio del deber, se reterritorializa en adicción. Quizá habría que ir un poco más allá, alcoholizarse, drogarse, hacer guerrilla, pero a fuerza de sobriedad e inyectando dosis de prudencia para conjurar la absorción en el agujero negro de la locura, de la adicción, etc., formas que delatan –dice Nietzsche– “una especie de genio que tuvo que desarrollarse en condiciones desfavorables”. Se trata, entonces, más bien, de trazar a partir de ellas esa otra línea derivada cuyo cometido constituye toda una empresa de creación. Crear, desde este punto de vista, sería precisamente captar estas fuerzas y producir –enriquecer, como cuando se habla de uranio enriquecido– este material liberado de las segmentaciones duras. En este caso se trata de otra línea, ni de identidad relativa ni de identidad absoluta, línea de caída más que de simple desvío, línea en variación continua de despojamiento del yo que tienta y sucumbe en su peculiar precipitud a la seducción del intenso afuera, del desierto, líneas de fuga no meramente disidentes 13 Deleuze, G. Conversaciones. Valencia: Pre-Textos, 1996, pp. 74-75. 49 De nuevo el pensamiento es posible que al efectuar una póiesis infinita fundan nuevos devenires, travesías nómades como las de un bateau ivre que ha perdido todo norte y deriva hacia la inmensidad de la noche. Las líneas de fuga son líneas de desterritorialización, de creación, de errancia. Ningún segmento las sobrevive, pues están hechas de una potencia insurrecta y creadora que subvierte y desdibuja todo el espacio simulado de los poderes centralizados que interponen límites y codificaciones al intenso afuera (códigos penales, de tránsito, de importaciones, toda una policía que administra, articula y diagramatiza los dispositivos de apropiación de las fuerzas en devenir). Son líneas de apertura que conjuran los regímenes de trascendencia e instauran la deriva de la inmanencia, líneas nómades, líneas libertarias susceptibles y dispuestas al encuentro de la exterioridad, líneas de celeridad e intensidad en las que se producen contra-agenciamientos de flujo: “líneas de fuga activas y positivas, porque tales líneas conducen al deseo, a las máquinas del deseo y a la organización de un campo social de deseo” 14 . El deseo, vis motrix, es el que anima estas irrupciones dinámicas que no conocen de regularidades, de límites que aseguren la tierra desposeída que, imposeíble, él posee, pero no a la manera de un segmento sino en cuanto la puebla y sabe cruzarla mediante trazados imperceptibles, sendas de errancia que son transitadas de manera nómade en cuanto no salen de sí mismas, de su estancia en el puro hay. Por eso los viajes que estas líneas permiten son devenires in situ, porque no hay otro lugar que ese estado de arrojado a la inhospitalidad del mundo, de esta tierra que no entrega su secreto, que permanece en el estado de pura sustracción, y sin embargo inmensamente poblada por los ecos de la existencia anónima, la del nómada que atraviesa la inmanencia. Ausencia de pensamiento, ausencia de imágenes para el pensamiento que apenas si alcanza a captar en la subitaneidad de un instante la presencia pura, una nada inelocuente y pavorosa que convoca sobre sí el ardor primario del caos que la estremece, siendo un cuerpo sin órganos que se da a sí mismo su propia organización. Línea de cesura, línea de quiebre, bella línea vagabunda que no contornea nada, línea caótica, línea de caída, línea inclinada, transversal, línea de clinamen, puchero de líneas trazando las rutas imperceptibles de un viajero que en la relación consigo mismo es un reloj adelantado, un “yo es otro”, que se orienta y guía siguiendo el ritmo de los vientos, sobre una superficie fluida y cambiante. Líneas en fuga, líneas de fuga, sutil línea de pecas desfilando, deslizándose sobre la línea cambiante de un horizonte a-referencial, deshaciendo el rostro, desenvolviendo y fractalizando las líneas de rostridad y las líneas de paisajilidad para conjugarlas en una única línea de travesía, de nomadización, línea por la cual una cabeza buscadora hace huir, 14 Deleuze, G. Conversaciones, ed. cit., p. 34. 50 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia hecha a correr las caoideas que reinventarán, que recrearán los tres caoides con los que recortar el caos 15 . Línea de caída o de levante del pájaro de tres alas, del pájaro de fuego, que en su fuga sobre la línea del “eterno recomenzar” (como dice Guattari en su despedida 16 ), abraza lo que más ama: la tierra, la fluida. El pájaro de fuego, el pájaro de tres alas, abraza la tierra para renacer como jardín público: jardín Felix, jardín Gilles, como dice Deleuze: “potencias esquizo”. Líneas de creación que nos devuelven a lo impersonal de una máquina de guerra que pone al pensamiento “en relación inmediata con el afuera”, el espacio liso de aquellos para quienes la tierra no ha llegado a ser codificada con la significación del territorio, siendo originariamente –como la isla desierta– “deshabitada y sin hombres” 17 (un “jardín de lo inhóspito”). Crear estas líneas, crear en ellas, es plegar el afuera intenso mediante nuevas individuaciones: individuaciones del tipo paisaje (inmensidad e intensidad del océano, el hielo, la estepa: campo de inmanencia); individuaciones como las de la conquista de un verdadero nombre propio, como las de la confección de un cuerpo sin órganos transindividuante y en trance continuo de mutación, es decir, enteramente impersonal 18 . De lo que está pasando, de lo que va a pasar, como en Blade Runner, “¡uno que sabe!”, si el tiempo histórico, con sus sucesividades, con sus progresividades, “se ha salido de sus goznes”. Quizá entonces para el deseo, como afirma Gabriel Tarde, queda sólo un objeto, la creencia, creencia en el mundo, en un mundo que en su forma definitiva ha contagiado a la tierra entera con la enfermedad de la seguridad, enfermedad de la que uno de sus síntomas, más allá de “las plenas seguridades del espíritu prudente” con su “solidez y tranquilidad”, sus “convicciones enérgicas y sus pasiones muertas”, se expresa bajo la forma de “la barbarie como último término de una evolución social completa” 19 ; pero igualmente un mundo en el que crecen las zonas intensivas, se ladea y fluye un volcán de porcelana, que hiende los territorios y hace emerger una tierra, la tierra, la desterritorializada sobre la que, como dicen Deleuze y Guattari, se deslizan y corren, se entrecruzan y mezclan mundos inciertos, inseguros, frágiles, finitos y mutantes, poblados de ecceidades, de 15 Ver, Deleuze, G. – Guattari, F. “Del caos al cerebro”. En: ¿Qué es la Filosofía? Op.cit. 16 Cf. Revista El Vampiro Pasivo, Nro. 13. Cali, 1995. 17 Cf. Deleuze, G. “Causas y razones de las islas desiertas”. En: Sé Cauto, Nro. 24. Cali: Enero-junio de 2005, pp. 6-13; también publicado en Euphorion, Nro. 3. Medellín, noviembre de 2005. 18 Cf. Deleuze, G. – Guattari, F. “¿Uno solo o varios lobos?”, y también “¿Cómo hacerse un cuerpo sin órganos?”. En: Mil Mesetas, ed. cit., respectivamente pp. 33-45, y 155-171. 19 Tarde, Gabriel. Las Leyes de la Imitación. Madrid: Daniel Jorro Editor, 1907, p. 178. 51 De nuevo el pensamiento es posible vivientes que se individúan siguiendo el ritmo anómalo de las molecularizaciones de la materia intensa, aún no formada, y de las funciones aún no formalizadas. Entonces, finalmente, el deseo como fuerza creadora y la creencia como objeto de esa fuerza se presuponen y conjugan. Creer en el mundo: crear un mundo, crear un mundo: creer en el mundo 20 . 20 Cf. “Control y Devenir. Entrevista de Gilles Deleuze con Toni Negri” (parte final). Publicado en Euphorion, Nro. 3. Medellín, noviembre de 2005. También en Conversaciones, ed. cit. 52 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia GEOAISTHESIS TRAZADO DE UNA ESTÉTICA BRUTA Germán Guarín Jurado I. CONEXIONES Y ESTRATOS DE LA OPERACIÓN TEXTUAL EN TRES TEXTOS CONTEMPORÁNEOS La escritura como teoría-caja de herramientas –Foucault–; el pensamiento como territorio nómade que recupera la fuerza del simulacro por la diferencia y la repetición –Deleuze–; el pensamiento como intervención diferencial que hace trizas el origen del ser pleno, diferenciándolo en las operaciones de espaciamiento y temporalización –Derrida–; este enunciamiento apunta a una TRAYECTORIA-EMPEÑO-PROGRAMA que compromete la obra que se gesta articulada y/o distante según sus intereses, coincidencias e interpretaciones, o sus despliegues y efectos en todo el horizonte terminal del siglo XX y que instaura una lectura atenta, emotiva y tentadora de la obra de los pensadores materialistas clásicos de occidente, articulada al acercamiento a textos literarios del este y oeste de la tierra y cuyos agentes y líderes son Michel Foucault, Gilles Deleuze y Jacques Derrida, quienes firman un gran gesto riesgoso y detonante que está conmoviendo los fundamentos del saber –sus epistemes, estatutos y rasgos–, la arquitectónica de las formaciones discursivas así como de las operaciones de modelización etnosocial que detentan e identifican la socialidad humana, el ámbito e incidencia de la producción artística –sus vanguardias, reglas y accesibilidades–; este gesto está trazando una práctica crítica (del archivo, la cartografía, la transformación, el proceso en Foucault), una práctica geológica-rizomática (del deseo, la creación, el esguince, la repetición y la diferencia en Deleuze), una práctica textual-deconstructiva (del espaciamiento, la temporalización y la huella en Derrida). No es posible por ahora, y a pesar de la fuerte tendencia de la crítica y audiencia especializadas en catalogar y clarificar como postestructuralista este gesto riesgoso, no es posible, decimos, calificar como disciplinar y sistemático, como monumental y concomitante el as no arborescente y no abigarrado de estas tres prácticas que, si bien como lo indicamos arriba, encuentran momentos de coincidencia y/o alejamiento, evitan y exceden la centralidad y convergencia que los pondrían en neocomplicidad de sistema o de matrícula, en efectos de atadura lineal y horizontal, en efectos de discursividad lógico-téticahermenéutica. Específicamente, es a partir de esta naturaleza arisca y erosionada como esta gran operación textual situada y escenificada por Foucault-Deleuze-Derrida logra penetrar e intervenir las estratificaciones tradicionales del ENCICLOPEDISMO CLÁSICO 53 De nuevo el pensamiento es posible MODERNO OCCIDENTAL, tanto a nivel de su estatuto epistémico como de su prolongación axiológica-ética-política. De esta manera entramos a mostrar los niveles predilectos de la intervención que podríamos tipologizar inicialmente en EPISTEMECREACIÓN-ESCRITURA como ejes directrices de cada actorescritor, esto es, de Foucault gestualizador de la episteme, Deleuze interventor del estatuto del deseo y la pulsionalidad, Derrida deconstructor del signo fenológico-original, inventor del trazo escritural diferente. ¿Qué es la teoría como caja de herramientas? a) Es un instrumento que interviene en las lógicas propias de las relaciones de poder y sus luchas. b) Esta intervención se lleva a cabo poco a poco, utilizando la reflexión, en torno a situaciones dadas. No se propone la teoría imponer una imago mundi; la teoría como herramienta, junto a otras, se prueba a sí misma en su exterioridad, con otros quehaceres teóricos, con otros libros; el libro pierde su estatuto monocósmico-intelectualista y se presenta como espacio de experimentación, forma máquina con alguna cosa, se convierte en un pequeño útil sobre un exterior, es una ramificación que conecta a otras y cancela el significante singular. ¿Qué línea de impulsión atraviesa el pensamiento nómade? Este pensamiento está atravesado por la dispersión, la diferencia, frente a una pretendida unidad de lo real, la anarquía. Su tarea consiste en mostrar los simulacros, y las máscaras que se fugan desterritorializan el modelo sedentario ideal. Inciden en su despliegue: la velocidad, las singularidades, el deseo positivo que a la vez lo animan, posibilitan de nuevo el pensar. Se reta a la filodoxia a quebrantar su estrato de opinión común, de soporte grave y solemne representacional para dar cabida a un antilogos o máquina literaria, máquina de guerra como en Proust y Kafka, a una deflagración del estilo como en Barthes, a una impulsióndespliegue de lo poético como en Zarathustra, cuyo empeño fulgurante es el descubrimiento de puntos brillantes, indecibles, irreductibles a una lógica representacional, ama, idéntica, centrada. Imposibles de un pensar diferencial: a) Instaurar una crítica como dispositivo general de intervenciónadulteración frente a un texto. 54 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia b) Ordenar una metodología estética de la cual la crítica obtendría sus principios. c) Hacer devenir la crítica en filosofía literaria, en filosofía de la literatura. d) Acercarse a la euritmia de la geometría, del privilegio del mirar, a su éxtasis apolíneo. Posibilidades de la différance: Excederse hasta la escritura: involucrar fuerza y movimiento, amar el movimiento como deseo mismo; el litigio entre Apolo y Dionisos es interminable, inconcluible, insacrificable. La différance está más allá de la Historia y la Estructura, más allá de la crítica literaria, las excede. Habría que pensarla como afín a la danza y acoger la recomendación nietzscheana de danzar con la pluma, aprender a escribir en estilo: campus ajeno, hechura y a la vez eclosión de ESPACIALIDAD. Por estilo ha de leerse/desplegarse una práctica gramatológica, no gramaticalista; el estilo se convierte en una postura que reconoce y recorre la superficie como práctica erotizante/erosionante. A propósito de este trance dice Barthes: “La escritura es precisamente ese compromiso entre una libertad y un recuerdo, es esa libertad recordante que sólo es libertad en el gesto de elección, no ya en su duración. Sin duda puedo hoy elegirme tal o cual escritura, y con ese gesto afirmar mi libertad, pretender un frescor o una tradición, pero no puedo ya desarrollarla en una duración sin volverme poco a poco prisionero de las palabras del otro, incluso de mis propias palabras” 1 . Esta oscilación, este vaivén entre la libertad de mi palabra y la prisión de la de otro e incluso de la mía, este acontecimiento de la escritura me lanza fuera de las seguridades que me proporciona la gramática como norma, como remitencia a un conjunto de principios que me atarían a la monotonía, a la dicción, a la posición; al optar por la postura estoy abocado al Atrapamiento, pero ese riesgo es el único modo de CREAR ESTILO, de abandonar las esteticidades reguladas y elegir, optar por una avenida desconcertante y liberante. El mismo Derrida, a propósito de los estilos de Nietzsche, ha escrito un precioso texto titulado Espolones, en el cual realiza como en una práctica eroescritural su encuentro con el amo de los nuevos estilos y descubre la imposibilidad de su aplicación, la posibilidad de su creación. 1 Bartthes, Roland. El Grado Cero de la Escritura. Traducción de Nicolás Rosa. México: Siglo XXI Editores, 5ª ed. 1981, p. 24. 55 De nuevo el pensamiento es posible II. TRAZADO DE UNA ESTÉTICA BRUTA El arte no espera al hombre para comenzar. Deleuze-Guattari Camino, dimensionalización de una estética bruta, el texto Ritornelo de Gilles Deleuze y Félix Guattari, marca, firma, hace pancarta de un territorio animal en el arte, en la vida del zoo humano; lo que visceralmente, entrañas de bestia, se opone al antropomorfismo raciocognitivo inteligente, idealista, y se fija a la tierra, se enraíza subterráneamente (rizomaticidad), buscando formas geográficas para la música, para la pintura, pentagrama y tela de una existencia corporal que se da en ritmos, en melodías, en trazos, motivos y contrapuntos de un hacer territorial y territorializante, energizado y energizante, en un afán improvisado por unirse al mundo. El arte no es significado y sentido, es fuerza viva, germinante que se resiste al orden. Frente al caos la respuesta de un niño en la oscuridad es la música; su miedo se territorializa con un canto, así como el aparato massmediático fulge pared sonora para cada hogar y marca territorios, así como un pájaro con su trinar señala su dominio, o como un mono lo hace exponiendo en múltiples colores sus órganos sexuales, o como lo hace un conejo del particular olor de sus glándulas anales; con arte de movimientos (líneas motrices), de gestos (líneas gestuales) y de sonoridades (líneas sonoras), de poses, posturas, siluetas que semejan sombras, pasos y voces que dicen de la relación impulso-circunstancia exterior, el animal humano crea los ritmos de frontera y territorio, donde no hay leyes necesarias para mantener su dominio en el territorio natural y social. Esta estética bruta, estética animal, estética que desde el cuerpo vive la relación adentro-afuera en orden de la relación impulso-medio, se sale del signo lingüístico, se autoexcluye de la posible lectura que en la dualidad significante-significado se pueda hacer de ella, pues es una estética que rechaza los sentidos profundos, trascendentales y sublimes de una espiritualidad cultural, para acercarse, vía de elementos biológicos, zoológicos, al hombre que, líneas de errancia habital, rompe la circularidad propia de la unidad psicofísica almacuerpo, espíritu-materia, y que en lingüística y en la estetolingüística se tradujo en relación de significado (sentido oculto y profundo) y significante (signo externo, accidental y técnico), para acceder a la unión apresurada, quizá improvisada, no racionalmente pensada e instituida con el mundo, donde la creación puede surgir de una improvisación, de un afán de aprendizaje que no puede darse espera, que no tiene tiempo, pues si se lo toma en la competencia hace perder al animal su lugar, hace perder al animal su derecho al territorio, su dominio, convirtiendo en vano su esfuerzo, haciendo trizas su ritmo. 56 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia Aquello viviente, actuante en cuerpo, en competencia física impulsiva y no lingüística y comunicativa, ese animal humano, acción en territorios, en dominios, entre fuerzas caóticas, terrestres, cósmicas, y componentes direccionales, dimensionales, de paso y de fuga, a ritmo, lucha jadeante, ya veloz, ya lento, a veces paso a paso, a paso constante, otras veces cansado, desfalleciente, casi muerto, hace todo ello para constituirse siempre como animal nuevo, para traducir, para transcodificar su relación con el medio, con los medios, dando la posibilidad alternativa de ir de un medio a otro. Lo que hace al ritornelo un motivo natal, originario, de afirmarse a la tierra, a esa gran morada. En el medio (vibratorio: bloque de espacio-tiempo que se repite periódicamente en sus componentes), el animal se hace a una o varias de tres zonas: zona externa de dominio o de materiales; zona interna de domicilio, de abrigo, o de elementos componentes o sustancias compuestas; zona intermedia o de membranas y límites; zona anexa o de fuentes de energía y de percepción-acción. Es la interdependencia de medios, la necesidad de ir de un medio a otro, lo que da lugar a la transducción o transcodificación. De ahí que se pueda dimensionar que en ese medio de medios, el caos (caosmicidad), se dé entre los diversos medios una comunicación abierta rítmica que es respuesta al caos. El ritmo es el entre-dos medios, entre-dos espacio-tiempos, que no es una medida (ella es dogmática) sino una distancia (distancia crítica): “cambiar de medio tal como ocurre en la vida, eso es el ritmo”, 2 y eso es el arte. En la vibración periódica espacio-temporal de cada medio, si bien cuenta la repetición codificante, se resalta que, a pesar de ello –y allí está su valor– de esto resulta la diferencia; si el ritmo se fundamenta en la repetición periódica de sus componentes, hay que considerar que la repetición produce una diferencia que permite ir de un medio a otro. Diferencia de transitoriedad o, si se quiere, tránsito diferencial que dimensiona, no intencionalmente, no atencionalmete, sino impulsionalmente –fuerza animal– la “Haecceidad”, esto es, ese aterrizar, ese amerizar, ese volar que es, en fin de cuentas, el cambio de medio (Twiligh-Zwielicht). La “Haecceidad” es una dimensionalización impulsiva, impulsional, propia del “Scenopoietes”, que no prefigura, que no modela, que no construye a distancia en un abstracto narcisismo yoico, sino que en un crepúsculo, medio en el que día, tarde y noche se conjugan en baile de sombras, hace su territorio, indica, firma su hábitat, su geografía. La “Haecceidad” es la impulsión creativa por excelencia, es el ritornelo que transcodifica, esto es, que a ritmo (no a 2 Deleuze, Gilles – Guattari, Félix. Mil Mesetas. Barcelona: Editorial Pretextos, 1994, p. 320. 57 De nuevo el pensamiento es posible acción: la acción es exclusiva de un medio y sólo de él), transitoriamente, se pone en el entre-dos medios: la “Haecceidad” no es comprensión, es una intrusión, es una invasión que va entre espacios-tiempos destruyendo planos, construyendo planos. Para que la “Haecceidad” artística haga territorio es necesario que el ritmo se exprese; esa expresión es la marca: la huella que se pone sobre el territorio. En la “Haecceidad” scenopoiética, dimensión estética impulsiva, esa marca-firma son los colores, los olores, las espesuras, las texturas, los gestos, los estertores, los movimientos, las siluetas (que son como sombras), no las formas, en conjunto, esas líneas de errancia que, en contrapunto pictórico, o mejor, rítmico, hacen estilo. Esta marca-firma, esta que es estilo, pero no como un nombre, no como un sustantivo propio, sino como un trazo instintivo, hace el territorio. Sin ella, él no existe. Por eso, por arte se puede dimensionar (no entender, ni comprender, ni definir) un devenir expresivo, estilístico del ritmo, de la “Haecceidad”. Bien se puede arriesgar que la bioesteticidad o zooesteticidad, al margen de intenciones subjetivas, de actos lingüísticos, de acciones con sentido, más bien intima con impulsiones geográficas que tienden a un territorio para marcarlo, firmarlo, hacer pancarta de él, es una auto-objetivación. El territorio es un efecto del arte, del arte bruto, porque sin la rúbrica de éste no puede ser aquel. El arte es, entonces, auto-objetivación individual o colectiva; no es entendimiento intersubjetivo, no es psíquica expresión emocional y sentimental, es auto-objetivación que se automueve en cualidades expresivas rítmicas (color, sonido, silueta, olor), que producen arte en función del trabajo. He aquí el arte como consigna. III. CREAR FUNDAR CONSOLIDAR El Scenopoietes dentirostris, pájaro de los bosques lluviosos de Australia, hace caer del árbol las hojas que corta cada mañana, las gira para que su cara interna más pálida contraste con la tierra; se construye de ese modo un escenario como un “ready-made”, y se pone a cantar justo encima, en una liana o una ramita, con un canto complejo compuesto de sus propias notas y de las de otros pájaros que imita o en los intervalos mientras saca la base amarilla o de las plumas debajo del pico; es un artista completo. Deleuze-Guattari El señalamiento del territorio, propiedad animal que hace aparecer tardía y transfiguradamente al arte humano, como a la creación en general, apenas como un ritual, un trabajo artificial, mímesis expresiva, interpretativa, mecánica o robótica, en fin, apenas como supuesto vital-sacro de agenciamiento industrial de subjetividad 58 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia creativa, impone dos “efectos notables”: el de reorganización de funciones, el de reagrupamiento de fuerzas; pues bien, la reorganización funcional del territorio hace “crear” diversos artilugios: casas-cueva, radio-fonos, tele-visores, antenas para-bólicas, y a la par, diversas profesiones: arqui-tectura, comunicación, ingeniería, las que se cruzan en un griterío feroz de mercado: “Tanto en el animal como en el hombre son reglas de distancia crítica para el ejercicio de la competencia: mi trozo de acera” (Mil Mesetas, p. 327). El cambio de medio que es la Haecceidad es una creación animal y profesional de competencias para el marcaje de un territorio; tan feroz, tan competente en sí, tan desequilibrada, como la Haecceidad colombiana o norteamericana por la franja espacial geoestacionaria. La competencia, bien que territorializa, además desterritorializa, y para unos el cambio de medio y de ritmo es la pérdida del territorio. La función creativa que en dimensiones de competencia territorializante-desterritorializante emerge en la ética de la modernidad científico-tecnológica, haciéndose arte mismo para la satisfacción de necesidades vía de arte-factos (objetos industriales), es el trabajo. El trabajo se desplaza luego, hace su Haecceidad, a “reagrupamiento de fuerzas”, en instancias rituales, religiosas, que se ligan al sentido de la tierra: el cuerpo vale para el trabajo, con su trabajo el animal paga el tributo a su natural derecho de vivir. Trabajar es para el cuerpo virtud competente: “En el territorio siempre existe un lugar en el que todas las fuerzas se reúnen, árbol o boscaje, en un cuerpo a cuerpo de energías. La tierra es ese cuerpo a cuerpo” (Mil Mesetas, p. 327). Lo que Deleuze y Guattari apuntan en una de sus tantas voces es que la Haecceidad Creativa, desde una estética bruta, apunta a la religión universal de la tierra, religión del cuerpo, religión del trabajo. Ahora bien, se puede leer en Deleuze y Guattari una Haecceidad que deviene trabajo crítico, distancia, en proporción a una creación que se da al margen de los códigos de la especie, del territorio ya ocupado, que permite a ciertos seres de la especie diferenciarse; un tipo de trabajo diferencial, marca, huella fuera del territorio común, hace su código. Ese sería el arte animal en innovación. De todas formas, las creaciones que se dan en un territorio, esas creaciones a las que llamaremos “infra-agenciamientos” y que constituyen en sí lo que nuestros autores denominan ritornelo, se produce en un universal territorio, en el universal-tierra. El intraagenciamiento del ritornelo se da en el infra-agenciamiento. Las pancartas se suceden dentro de motivos y contrapuntos (paisajes). Pero si el intra-agenciamiento (la pancarta) está referido al infraagenciamiento (el territorio), éste está referido al inter-agenciamiento (relación de territorios). La tierra no sería como el mundo, totalidad de los hechos, sino inter-agenciamiento de territorios. Esta apertura se 59 De nuevo el pensamiento es posible debe a la presión de competencia, presión selectiva en la que el creador-animal se ve envuelto. Pero lo que cabe decir es que un paso a paso de este tipo, territorialización-desterritorialización, o agenciamiento territorial de un campo y agenciamiento territorial de otro campo, atenta contra el agenciamiento territorial mismo, pues de campo a campo no hay ningún campo, ningún territorio, ningún agenciamiento. Sólo hay CAOS, cosmos desterritorializados. Los ritornelos, creaciones animales, se pueden clasificar, entonces, así: 1. Ritornelos territoriales 2. Ritornelos territorializados de funciones 3. Ritornelos de territorialización-desterritorialización 4. Ritornelos que agrupan fuerzas De 1, el ejemplo humano puede ser la empresa; de 2, el trabajo; de 3, el bar; de 4, el deporte (como rito corporal, cercano al ascetismo religioso). En suma, una cósmica maquinaria de creación, un plano de consistencia que une muchos componentes, que aúna en el caos todas las fugas: caosmicidad. Esta caosmicidad puede generar una caosmicidad arborescente en la que el caos es un organizado lineal, jerarquizado centralizadamente según binariedades innato-adquirido, ideal-material, subjetivo-objetivo. Entonces, el caos que es cósmico es estructurado en un modelo formal, como cuando la realidad es puesta en correspondencia, en adecuación con un mapa mental que, transcrito, opera como técnica de registro de la verdad adecuada. Pero un “engineering” de nuevo tipo, trazado desde la teoría de la consolidación del filósofo Eugene Dupréel, asume no intencionalidades, no modalidades, no modelaciones mentales, sino “densificaciones, intensificaciones, refuerzos, inyecciones, rellenos… intervalos, distribución de desigualdades, agujeraciones”, de donde la creación, no iluminación, no inspiración, no proceso de lo ideal a lo material, es un intermezzo, una ocurrencia “entre-dos”, como un siempre comienzo, acto de principios deseados, no pensados, aún con toda la agresividad que acto tal pueda implicar. Las grandes obras de la arquitectura, de la ingeniería moderna, son saltos, construcciones no tan exuberantes, no tan magistrales y magnas como agresivas: hormigones armados, pilares-árboles, vigas-ramas, bóvedas-follaje, robots-hombre (armaduras más que estructuras). En idéntica proporción se habla de la arquitectura musical, pictórica, danzarina (el arte monumental de Kandinsky, heredero de la arquitectónica del Idealismo alemán), en la que el artista-constructor edifica no-símbolos que transfiguran formas naturales y hacen de la materia una intensa dinámica de formas sintetizadas, ecualizadas, sincronizadas, analizadas. En este contexto, el ritornelo ofrece tres 60 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia consolidaciones: es consolidado de medio, es consolidado de espaciotiempo, es consolidado de consistencia y sucesión, esto es, ópera maquínica de sonidos, colores y gestos, que van de especie a especie de los artistas, de género a género de las artes, en una consistencia de estilos y pancartas, de full-song (creaciones) a sub-song (imitaciones), gramáticas agramáticas, diseminadas, fugaces pero maquinadas, maquinadas en su heterogeneidad armada, no mecánica. Colores que responden a sonidos, a gestos, viceversa, en una sinfonía animal que representa el trinar de los pájaros, el verde de la naturaleza, el cafénegro de la tierra. Lo maquínico es “la síntesis de heterogéneos”, “enunciación maquínica”: “Las variadas relaciones en las que entra un color, un sonido, un gesto, un movimiento, una posición, en una misma especie y en especies diferentes, forman otras tantas enunciaciones maquínicas” (Mil Mesetas, p. 336). La estética bruta que Deleuze y Guattari dimensionan no habla de comportamientos sino de agenciamientos. Los agenciamientos territoriales no tienen sede, no ocurren en parologismos de lo innato y lo aprendido, ya que en ellos lo considerado innato se descodifica y lo llamado adquirido se regula en materias de expresión. Toda pancarta, que es una obra de arte, se la juega en un agenciamiento territorial músico-pictórico-gestual (arquitectura) en la que lo innato-interno o adquirido-externo no ofrece antinomia sino un consolidado, pues lo innato descodificado se hace adquirido, aprendido, medio de expresión: sonido, color y movimiento. El paralogismo innatoaprendido se resuelve en “lo natal”, o lo natal es estar siempre perdido, sin patria, o tender a la patria desconocida, o hallada. Lo natal: aquí, allá, acullá, más allá, más acá, en fin, desplazamiento. Dicen Deleuze y Guattari: “Lo natal consiste, pues, en una descodificación de lo innato y una territorialización del aprendizaje, la una sobre la otra, la una con la otra. Hay una consistencia de lo natal que no se explica por una mezcla de lo innato y lo adquirido, al contrario, ella es la que explica esas mezclas en el seno del agenciamiento. En resumen, la noción de comportamiento resulta insuficiente, es demasiado lineal con relación al agenciamiento. Lo natal va de lo que pasa en el inter-agenciamiento hasta el centro que se proyecta fuera, recorre los inter-agenciamientos, llega hasta las puertas del cosmos” (Mil Mesetas, p. 337). En el valor natural o artificial cartografiado por Deleuze y Guattari, no hay lugar a símbolos, a imaginarios, ya que lo que sucede de paso a paso, de relevo a relevo en los inter-agenciamientos, es real. Las materias de expresión artística con-sisten en “enunciados maquínicos”, no mecánicos, dependientes de una “máquina” relacionada con el agenciamiento, y en dis-posición de desplazarse a otro agenciamiento. Interagenciamiento es intermaquinización: de 61 De nuevo el pensamiento es posible máquinas de música a máquinas de pintura y a máquinas gestuales y móviles, de máquinas músico-gestuales y móviles a máquinas de saber, de sexualidad, de guerra. Este ir de máquina a máquina es “apertura al cosmos”; pero también es oportunidad de cierre, de caída en agujeros negros. Muchos de los procesos de creación penetran primero en un agujero negro, en algo así como una real catástrofe, caos angustioso, desencadenante: grito de vacío, resonancia de la sociedad individual, que como un eco va a otros ecos. La máquina se vuelve alarido colectivo de jóvenes pinzones, artistas-constructores descodificados, desterritorializados en un limbo increativo, pero rebeldes, sin puertas al cosmos. Las materias de expresión con-sisten en semióticas; semióticas átomo-molécula, individuo-grupo, molar-molecular, que plantean un interagenciamiento de materia y vida, inicialmente en encuadramientos, horizontalidades y verticalidades de sistemas de estratificación codificada lineal causa-efecto (semántica legislativa del ethos animal) y jerarquías de grupos (estructura sígnica del ethos animal) que se unifican en la forma-sustancialidad del agenciamiento territorial-desterritorial. Los sistemas de estratificación codificados emergen aquí como el proto-plan que aúna, conjunta, da con-sistencia a códigos estratificados, clasificados. La creación en competencia es para algunos darle formalidad a la lingüística (animal) en jerarquizaciones de grupo y casualidades lineales entre elementos que se unifican en la transversalidad. “Lo que hace que se mantengan unidas todas las componentes son las transversales, y la transversal sólo es una componente que carga con el vector especializado de desterritorialización” (Mil Mesetas, p. 341). De otro lado, se puede hablar, no de sistemas codificados de estratificación, sino de conjuntos consistentes, autoconsistentes, que agrupan las materias de expresión en otra índole de semiótica; esta es la de “consolidados” de componentes muy heterogéneos, que se “cortocircuitan” en “casualidades invertidas”, que capturan materias entre materias y fuerzas desestratificadas, en un filum maquínico de transversalidad desestratificante. De ese lado, el filum de transversalidad desestratificante es la VIDA. Deleuze y Guattari la nominan como “incremento de consistencia”, como “plusvalía de desestratificación”: “La vida ya es un desestratificante, puesto que su código no se distribuye en todo el estrato, sino que ocupa una línea genética eminentemente especializada… La vida es… un sistema de estratificación particularmente complejo, y un conjunto de consistencia que trastoca los órdenes, las formas y las sustancias” (Mil Mesetas, p. 340). 62 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia Si la vida mezcla medios, también agencia territorios, y en ello descodifica y desterritorializa todo orden, toda jerarquización, toda casualidad lineal; agenciar es transversalizar. La transversalización emerge, en el ritornelo del Scenopoietes, como fuerza vital que captura estratos de lado a lado en una genética transcodificante, azarosa, y a la vez necesaria. La Scenopoiésis, fuera de formas encuadrantes, fuera de causalidades lineales, de relaciones forma-sustancia, fuera de relaciones significante-significado, en el filum de lo vital, no crea, sino que funda; esa fundatividad es un discernimiento entre lo semiótico y lo material, entre los signos y la tierra, en busca del territorio perdido, en el intermezzo (mediodía, medianoche), que un apego romántico hace sentir al artista un viajero, un exiliado, un desterritorializado, un rechazado de la naturaleza. Fundar (fondar, desfondar) es un sentirse atraído por el fondo, por las entrañas de la tierra, como desde ese llamado de Dionisos, el GranPan, el Ur-ritornelo. “De manera que el artista ya no se enfrenta al caos, sino al infierno y al subterráneo, al abismo. Ya no corre el riego de disiparse en los medios, sino de hundirse profundamente en la tierra, Empédocles… ya no se identifica con la creación sino con el fundamento o la fundación, la fundación ha devenido creadora. Ya no es Dios, sino héroe que lanza a Dios su desafío. Fundemos, dejemos ya de crear” (Mil Mesetas, p. 342). La fundatividad es un canto heroico a la tierra que, en movimiento, es la materialidad en variación continua y no una materia modelada, creada; la fundatividad sigue el ritmo de lo terrestre. Ritmo protestante, crítico y popular, nómada, separatista y reagrupante, reivindicante y llorante, atacante o padeciente. Héroe de la tierra, el fundador es héroe del pueblo, es UNO-TIERRA, es UNOMuchedumbre, y no UNO-TODO. El artista, el fundador es individuación en el pueblo, en el grupo, no en el ser-sujeto. Pero, más allá de la fundatividad está la forcidad, esto es, las fuerzas, las densidades, las intensidades con que se captura la tierra (no con lo que se la expresa) cósmica: fuerzas gravíficas, fuerzas de plegamiento, fuerza magnética y térmica, fuerzas de germinación; es aquí donde lo que no es creación, lo que era fundación, se hace consolidación. “Se sale pues de los agenciamientos para entrar a la edad de la máquina, inmensa mecanosfera, plan de cosmización de las fuerzas a captar…” (Mil Mesetas, p. 337). Eso son los sintetizadores. La consolidación, y eso es la filosofía, sintetiza pensamientos; haciéndolos viajar, extrañarse, los incorpora a la fuerza del cosmos, como fuerza del caos. 63 De nuevo el pensamiento es posible Deleuze y Guattari, al tenor de lo anterior, lo que hacen es distinguir entre la creación clásica, la fundación romántica y la consolidación moderna, sin que deban entenderse como tres edades de una evolución histórica, en cuanto cada una de ellas encierra su manera de maquinización. Es el clasicismo el que se interesa por ver la creación como un problema forma-sustancia, significantesignificado, dentro de codificaciones sistematizadas, que impone las formas a las semánticas, como si el artista –siendo un propio dios– impusiera orden al caos. Su creación es la creación de una genealogía cerrada, arbórea, dada en binariedades: iluminación-creación, inspiración-elaboración, o masculino-femenino, necesidad-azar. El romanticismo es un grito a la tierra, y por ello su fundación es el agenciamiento de un territorio. Si el clasicismo es ratio cognoscendi, el romanticismo es ratio essendi que va al subterráneo, al abismo. Lo moderno es cósmico, que en vez de materia de romántica expresión de lo terráqueo suma fuerzas de captura de la energía, de la fuerza cósmica, por lo que más que fundar lo que hace es consolidar. La consolidación es un cálculo plástico de las fuerzas, en cuanto mide sin numerar, sin matematizar. “El pintor Millet llega a decir que, en pintura, lo fundamental no es lo que transporta el campesino, por ejemplo, un objeto sagrado o un saco de patatas, sino el peso exacto de lo que transporta” (Mil Mesetas, p. 346). Lo que plastifica es la fuerza, en esa cualidad que se le escapa a la mecánica matematizante de la vieja modernidad. Es la fuerza de la TIERRA-BÁSCULA: “Es el giro post-romántico: lo esencial ya no está en las formas y las materias, ni en los temas, sino en las fuerzas, las densidades, las intensidades” (Mil Mesetas, p. 346). Esto se logra en la sobriedad de la técnica. No hay niño, no hay loco, no hay artista, hay artesano cósmico: “Ser un artesano, no un artista, un creador o un fundador, es la única manera de devenir cósmico, de salir de los medios, salir de la tierra. La invocación al cosmos no actúa en absoluto como una metáfora; al contrario, la operación es efectiva desde el momento en que el artista pone en relación un material con fuerzas de consistencia o de consolidación”. 64 TERRORISMO Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia EL ESPÍRITU DEL TERRORISMO * Jean Baudrillard Hemos tenido acontecimientos mundiales –de la muerte de Diana al mundial de fútbol–, o acontecimientos violentos y reales, de guerras a genocidios. Pero, acontecimiento simbólico de envergadura mundial, es decir, no solamente de difusión mundial, sino que ponga también en jaque la mundialización misma, no habíamos tenido ninguno. A lo largo de aquel estancamiento de los años 90 acontecía la “cesación de los acontecimientos” (según la expresión del escritor argentino Macedonio Fernández). Pues bien, la cesación ha terminado. Los acontecimientos han levantado la huelga. Aún hay algo de que ocuparnos; con los atentados de Nueva York y del World Trade Center, tenemos el acontecimiento absoluto, la “madre” de los acontecimientos, el acontecimiento puro que concentra en él todos los acontecimientos que no han tenido lugar nunca. Todo el juego de la historia y del poder se ha trastocado, pero también las condiciones del análisis. Hay que tomarse el tiempo, pues mientras que los acontecimientos estaban estancados, era preciso anticiparse e ir más rápido que ellos, y cuando se aceleran a este punto, hay que ir más lento. Con todo, no hay que dejarse sepultar bajo el fárrago del discurso y la nube de la guerra, conservando al mismo tiempo intacto el fulgor inolvidable de las imágenes. Todos los discursos y los comentarios revelan una gigantesca repulsión al acontecimiento mismo y a la fascinación que ejerce. La desaprobación moral y la unión sagrada contra el terrorismo están a la medida del prodigioso regocijo de ver destruir esta superpotencia mundial, más aún, de verla en cierto modo, destruirse a sí misma, suicidarse con señorío, pues es ella quien por su insoportable poder ha fomentado toda esta violencia infundida en el mundo, y por consecuencia, esta imaginación terrorista que (sin saberlo) nos habita a todos. * Artículo aparecido en el periódico Le Monde en la edición del 3 de noviembre de 2001. Es un texto muy controvertido y provocador por el que Baudrillard ha sido tildado en Francia de sofista y nihilista retrógrado. No obstante, mientras que la mayor parte de los discursos tienden sólo a “moralizar” los atentados del 11 de septiembre, Baudrillard se atreve a aceptar la “inmoralidad” de su texto afirmando la complicidad secreta e inconfesable de todos en este “acontecimiento”. Este artículo arroja además un agudo análisis en que se plantea el desafío simbólico de la muerte de los terroristas suicidas contra la lógica abismada de la guerra que quiere lanzar Estados Unidos. 67 De nuevo el pensamiento es posible Que hayamos soñado este acontecimiento, que todo el mundo sin excepción lo haya soñado –porque nadie puede negar el imaginar la destrucción de una potencia que ha alcanzado tal hegemonía–, eso es lo que resulta inaceptable para la conciencia moral occidental, siendo sin embargo, un hecho que está justamente a la altura de la violencia patética de todos los discursos que quieren borrarlo. Después de todo, son ellos quienes lo han hecho, pero somos nosotros quienes lo hemos querido. Si no se tiene en cuenta esto, el acontecimiento pierde toda dimensión simbólica; sería un accidente puro, un acto puramente arbitrario, la fantasmagoría sangrienta de algunos fanáticos a quienes tan sólo habría que suprimir. Ahora bien, sabemos perfectamente que no es así. De aquí parte todo el delirio contra-fóbico del exorcismo del mal: pues él está aquí, por todas partes, como un oscuro objeto del deseo. Sin esta complicidad profunda, el acontecimiento no tendría la repercusión que ha tenido, y en su estrategia simbólica, los terroristas saben sin duda alguna que pueden contar con esta complicidad inconfesable. Esto sobrepasa con creces el odio hacia la potencia mundial por parte de los desheredados y los explotados, aquellos que han caído en el lado malo del orden mundial. Este malvado deseo está en el corazón mismo de aquellos que comparten los beneficios. La alergia a todo orden definitivo, a todo poder definitivo, afortunadamente es universal, y las dos torres del World Trade Center, justo en su gemelidad, encarnaban perfectamente ese orden definitivo. No hay necesidad de una pulsión de muerte o de destrucción, ni incluso de efecto perverso. Lógica e inexorablemente, el incremento de poder de la potencia exacerba la voluntad de destruirla, siendo ella cómplice de su propia destrucción. Cuando las dos torres se desplomaron, se tenía la impresión de que respondían con su propio suicidio al suicidio de los pilotos-suicidas. Se ha dicho: “Dios no puede declararse la guerra a sí mismo”. Pues bien, sí puede. Occidente, en posición de Dios (de omnipotencia divina y legitimidad moral absoluta) se convierte en suicida y se declara la guerra a sí mismo. Las innumerables películas-catástrofes dan testimonio de este fantasma que evidentemente conjuran en la imagen, diluyendo todo bajo los efectos especiales. Pero la atracción universal que ejercen, al igual que la pornografía, muestra que el paso al acto está siempre cerca –la veleidad de denegación de todo sistema es más fuerte en tanto se acerca a la perfección o a la omnipotencia. De otro lado, es probable que los terroristas (¡tal como los expertos!) no hayan previsto el derrumbe de las Torres Gemelas, que fueron, mucho más que el pentágono, el shock simbólico más fuerte. 68 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia El derrumbe simbólico de todo un sistema se ha llevado a cabo mediante una complicidad imprevisible, como si, derrumbándose a sí mismas, suicidándose, las torres hubiesen entrado en el juego para concluir el acontecimiento. En un sentido, es el sistema entero quien, por su fragilidad interna, se presta para la acción inicial. En cuanto más se concentre mundialmente el sistema, constituyendo en últimas una única red, más vulnerable ha de volverse en un solo punto (desde el fondo de su computador portátil, un solitario hacker filipino había logrado ya lanzar el virus I love you, que dio la vuelta al mundo devastando redes enteras). En este caso, han sido dieciocho suicidas quienes desencadenaron un proceso catastrófico global gracias al arma absoluta de la muerte. Cuando la situación es monopolizada así por la potencia mundial, cuando se está implicado en esta formidable condensación de todas las funciones mediante la maquinería tecnocrática y el pensamiento único, ¿qué otra vía hay diferente a una transmisión terrorista de situación? Es el sistema mismo quien ha creado las condiciones objetivas de esta retorsión brutal. Recogiendo todas las cartas para él, obliga al Otro a cambiar las reglas de juego. Y las nuevas reglas son feroces puesto que aquello que está en juego es feroz. En un sistema en el que el exceso de poder mismo plantea un desafío insoluble, los terroristas responden con un acto definitivo en el que el intercambio es también imposible. El terrorismo es el acto que restituye una singularidad irreductible en el corazón de un sistema de intercambio generalizado. Todas las singularidades (las especies, los individuos, las culturas) que han pagado con su muerte la instalación de una circulación mundial regida por una sola potencia, se vengan hoy mediante esta transmisión terrorista de situación. Terror contra terror: ya no hay ideología detrás de todo esto. Ahora estamos mucho más lejos de lo ideológico y de lo político. Ninguna ideología, ninguna causa, ni siquiera islámica, puede dar cuenta de la energía que alimenta el terror. Esto ni siquiera apunta ya a transformar el mundo, esto apunta (como las herejías en su tiempo) a radicalizarlo mediante el sacrificio, mientras que el sistema pretende realizarlo mediante la fuerza. El terrorismo, como los virus, está por todas partes. Hay una difusión mundial del terrorismo, algo así como la sombra producida por todo sistema de dominación dispuesto a despabilar en todas partes como un espía doble. Ya no hay línea de demarcación que permita delimitarlo, está en el corazón mismo de esta cultura que lo combate, y la fractura visible (y el odio) que opone sobre el plano mundial los explotados y los subdesarrollados al mundo occidental, une secretamente la fractura interna al sistema dominante. Éste puede 69 De nuevo el pensamiento es posible hacer frente a todo antagonismo visible. Pero el otro posee una estructura virulenta –como si todo aparato de dominación secretara su antidispositivo, su propio fermento de desaparición– y contra esta forma de reversión casi automática de su propio poder el sistema es impotente. En consecuencia, el terrorismo es la onda de choque de esta reversión silenciosa. No es pues un choque de civilizaciones ni de religiones, esto va mucho más lejos del Islam y de Estados Unidos, sobre los cuales se ha intentado focalizar el conflicto para dar la ilusión de un enfrentamiento visible y de una solución de fuerza. Se trata ciertamente de un antagonismo fundamental que, no obstante, señala a través del espectro de Estados Unidos (que es tal vez el epicentro, pero de ningún modo la encarnación de la mundialización por sí solo) y a través del espectro del Islam (que tampoco es la encarnación del terrorismo), la mundialización triunfante enfrentada consigo misma. En este sentido, se puede hablar sin duda de una guerra mundial, no la tercera, sino la cuarta y la única verdaderamente mundial, pues lo que pone en juego es la mundialización misma. Las dos primeras guerras mundiales respondían a la imagen clásica de la guerra. La primera puso fin a la supremacía de Europa y de la era colonial. La segunda puso fin al nazismo. La tercera –que sin duda tuvo lugar– bajo la forma de guerra fría y de disuasión, puso fin al comunismo. En el tránsito de una a otra, nos hemos acercado cada vez más a un orden mundial único. Habiendo llegado virtualmente a su término, éste se halla enfrentado hoy a las fuerzas antagonistas difundidas por doquier en el corazón mismo de lo mundial, en todas las convulsiones actuales. Guerra fractal de todas las células, de todas las singularidades que se sublevan bajo la forma de anticuerpos. Enfrentamiento tan inaprehensible que de vez en cuando es necesario salvar la idea de la guerra mediante unas escenografías espectaculares, tales como las del Golfo o actualmente la de Afganistán. Pero la cuarta está en otra parte. Está en lo que ronda a todo orden mundial, a toda dominación hegemónica (si el Islam dominara el mundo, el terrorismo se levantaría contra el Islam). Pues es el mundo mismo quien se resiste a la mundialización. El terrorismo es inmoral. El acontecimiento del World Trade Center, ese desafío simbólico, es inmoral, y responde a una mundialización en sí misma inmoral. Entonces, seamos nosotros mismos inmorales, y si queremos comprender algo de esto, llevemos la mirada un poco más allá del Bien y del Mal. Ya que tenemos un acontecimiento que desafía no sólo la moral, sino también toda forma de interpretación, tratemos de tener la inteligencia del Mal. El punto crucial está justamente aquí: en el contrasentido total de la filosofía occidental, la [filosofía] de las Luces, en lo que corresponde a la relación del Bien con el Mal. Creemos ingenuamente que el progreso del Bien, su incremento de poder en todos los dominios (ciencias, 70 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia técnicas, democracia, derechos humanos) corresponde a una derrota del Mal. Nadie parece haber comprendido que el Bien y el Mal aumentan su potencial al mismo tiempo y según el mismo movimiento. El triunfo de uno no acarrea la desaparición del otro, por el contrario. Se considera el Mal, metafísicamente, como una imperfección accidental, pero este axioma, de donde se desprenden todas las formas maniqueístas de lucha del Bien contra el Mal, es ilusorio. El Bien no reduce al Mal, ni tampoco a la inversa: son a la vez irreductibles el uno al otro y su relación es inextricable. En el fondo, el Bien sólo podría poner en jaque al Mal renunciando a ser el Bien, puesto que, apropiándose el monopolio mundial del poder, ocasiona por eso mismo un efecto reversible de una violencia proporcional. En el universo tradicional había aún una balanza del Bien y del Mal según una relación dialéctica que aseguraba de algún modo la tensión y el equilibrio del universo moral, un poco como en la guerra fría, donde el cara-a-cara de las dos potencias aseguraba el equilibrio del terror. Así pues, ninguna supremacía del uno sobre el otro. Esta balanza se rompe a partir del momento en que haya una extrapolación total del Bien (hegemonía de lo positivo sobre cualquier forma de negatividad, exclusión de la muerte, de toda fuerza potencialmente adversa, triunfo de los valores del Bien en todo sentido). A partir de ahí, el equilibrio se ha roto, y es como si el Mal retomara entonces una autonomía invisible, desarrollándose en lo sucesivo de un modo exponencial. Guardando las proporciones, es un poco lo que se ha producido en el orden político con la desaparición del comunismo y el triunfo mundial de la potencia liberal: surgió entonces un enemigo fantasmal, propagándose sobre todo el planeta, filtrándose por todos lados como un virus, surgiendo de todos los intersticios de la potencia: el Islam. Pero el Islam sólo es el frente móvil de cristalización de este antagonismo. Este antagonismo se halla en todas partes y en cada uno de nosotros. Así pues, terror contra terror. Pero terror asimétrico. Y es esta asimetría la que deja a la omnipotencia mundial completamente desarmada. En el enfrentamiento consigo misma, sólo puede hundirse en su propia lógica de relaciones, sin poder jugar sobre el terreno del desafío simbólico y de la muerte, de la cual ya no tiene ninguna idea puesto que la ha excluido de su propia cultura. Hasta aquí, esta potencia integrante ha logrado con creces absorber y reabsorber toda crisis, toda negatividad, creando por esto mismo una situación profundamente desesperante (no sólo para los condenados de la tierra, sino también para los acomodados y los privilegiados, en su comodidad radical). El acontecimiento fundamental consiste en que los terroristas han cesado de suicidarse en pura pérdida, en que ponen en juego su propia muerte de manera ofensiva y eficaz, según una 71 De nuevo el pensamiento es posible intuición estratégica que es simplemente la de la inmensa fragilidad del adversario, la de un sistema llegado a su cuasi-perfección, y de golpe vulnerable al más mínimo destello. Han logrado hacer de su propia muerte un arma absoluta contra un sistema que vive de la exclusión de la muerte, cuyo ideal es el de cero muerte. Todo sistema de cero muerte es un sistema de suma nula. Y todos los medios de disuasión y de destrucción nada pueden contra un enemigo que ha hecho ya de su muerte un arma contra-ofensiva. “¡Qué importan los bombardeos americanos! ¡Nuestros hombres tienen tanto deseo de morir como los americanos de vivir!”. De ahí la inequivalencia de los 7.000 muertos infligidos de un solo golpe a un sistema de cero muerte. Así pues, aquí todo se juega desde la muerte, no sólo por la brutal irrupción de la muerte en directo, en tiempo real, sino además por la irrupción de una muerte mucho más que real: simbólica y sacrificial, es decir, el acontecimiento absoluto y sin apelación. Tal es el espíritu del terrorismo. No atacar nunca el sistema en términos de relaciones de fuerzas – éste es el imaginario (revolucionario) impuesto por el sistema mismo que sólo sobrevive induciendo sin cesar a quienes lo atacan a combatir sobre el terreno de la realidad que es por siempre el suyo–, sino desplazar la lucha a la esfera simbólica, donde la regla es la del desafío, de la reversión, de la sobrepuja. Tal como la muerte, a la que sólo puede respondérsele con una muerte igual o superior. Desafiar al sistema mediante un don al cual no puede corresponder más que con su propia muerte y su propio hundimiento. La hipótesis terrorista consiste en que el sistema mismo se suicida en respuesta a los múltiples desafíos de la muerte y del suicidio. Pues ni el sistema ni el poder escapan en sí mismos a la obligación simbólica, y es sobre esta trampa que reposa la única oportunidad de su catástrofe. En este ciclo vertiginoso del imposible intercambio de la muerte, la muerte del terrorista es un punto infinitesimal que, no obstante, provoca una aspiración, un vacío y una convección enormes. Alrededor de este punto ínfimo, todo el sistema, de lo real y de la potencia se vuelve denso, tetánico, se encoge en sí mismo y se hunde en su propia sobre-eficacia. La táctica del modelo terrorista es la de provocar un exceso de realidad y hacer que el sistema se hunda bajo este exceso de realidad. Todo el escarnio de la situación, al unísono con la violencia movilizada del poder, se vuelven contra él, pues los actos terroristas son a la vez el espejo exorbitante de su propia violencia y el modelo de una violencia simbólica que le es prohibida, de la única violencia que él no puede ejercer: la de su muerte. 72 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia Por esta razón, todo el poder visible no puede hacer nada contra la muerte ínfima, pero simbólica, de algunos individuos. Es preciso reconocer la evidencia de que ha nacido un terrorismo nuevo, una forma de acción nueva que juega y se apropia de las reglas del juego para perturbarlo más. Esta gente no sólo lucha con armas desiguales, puesto que ponen en juego su propia muerte, a la cual no hay respuesta posible (“son unos cobardes”), sino que además se han apropiado de todas las armas de la potencia dominante. El dinero y la especulación bursátil, las tecnologías informáticas y aeronáuticas, la dimensión espectacular y las redes mediáticas: de la modernidad y la mundialidad han asimilado todo, sin cambiar su rumbo, que es el de destruirlas. Colmo de la astucia, han utilizado la banalidad de la vida cotidiana americana como máscara y doble juego. Durmiendo en sus suburbios, leyendo y estudiando en familia, antes de despertarse de un día para otro como bombas de explosión diferida. El dominio infalible de esta clandestinidad es casi tan terrorista como el acto espectacular del 11 de septiembre, pues hace sospechar de cualquier individuo: ¿Cualquier ser inofensivo no es un terrorista en potencia? Si aquellos pasaron inadvertidos, entonces cada uno de nosotros es un criminal inadvertido (cada avión también se vuelve sospechoso), y en el fondo tal vez es cierto. Esto corresponde quizás a una forma inconsciente de criminalidad potencial, disfrazada y meticulosamente inhibida, pero siempre susceptible, si no de resurgir, por lo menos de vibrar secretamente ante el espectáculo del Mal. Así, el acontecimiento se ramifica hasta el detalle, fuente de un terrorismo mental todavía más sutil. La diferencia radical es que los terroristas, disponiendo de las armas que son las del sistema, disponen además de una fatal: su propia muerte. Si se contentaran con combatir al sistema con sus propias armas, serían eliminados inmediatamente. Si ellos no opusieran al sistema más que su muerte, desaparecerían con igual velocidad en un sacrificio inútil, cosa que el terrorismo ha hecho casi siempre hasta ahora (como en los atentados suicidas palestinos) condenándose por ello al fracaso. Todo cambia en cuanto conjuran todos los medios modernos disponibles con esta arma altamente simbólica. Ésta multiplica al infinito el potencial destructor. Es esta multiplicación de los factores (que nos parecen inconciliables) la que les da tal superioridad. En cambio, la estrategia de cero muerte, aquella de la guerra “limpia”, tecnológica, deja precisamente de lado esta transfiguración del poder “real” mediante el poder simbólico. 73 De nuevo el pensamiento es posible El problema se arma con el éxito prodigioso de semejante atentado, y para comprender algo de esto es preciso alejarnos de nuestra óptica occidental para ver lo que pasa en la organización y en la cabeza de los terroristas. Semejante eficacia supondría en nosotros un mayor cálculo, una mayor racionalidad, que nos cuesta imaginar en los otros. Y aún así, como en cualquier organización racional o servicio secreto, habrían todavía imperfectos y cosas que se nos escaparían. Pues bien, el secreto de semejante éxito está en otra parte. La diferencia es que en el caso de los suicidas no se trata de un contrato de trabajo, sino de un pacto y de una obligación sacrificial. Tal obligación está a salvo de cualquier deserción y de cualquier corrupción. El milagro consiste en haberse adaptado a la red mundial, al protocolo técnico, sin perder nada de la complicidad con la vida y la muerte. Al contrario del contrato, el pacto no ata los individuos; incluso su “suicidio” no es un heroísmo individual, es un acto sacrificial colectivo sellado por una exigencia ideal. Y es la conjugación de dos dispositivos, el de una estructura operacional con un pacto simbólico, lo que hizo posible un acto tan desmesurado. No tenemos ya ninguna idea de lo que es un cálculo simbólico, como en el poker o en el potlach: apuesta mínima, resultado máximo. Exactamente lo que obtuvieron los terroristas en el atentado de Manhattan, que ilustraría demasiado bien la teoría del caos: un choque inicial que provoca consecuencias incalculables, mientras que el despliegue gigantesco de los americanos (“Tormenta del Desierto”) obtiene tan solo unos efectos irrisorios (el huracán que termina, por decirlo así, en un aleteo de mariposa). El terrorismo suicida era un terrorismo de pobres, éste es un terrorismo de ricos. Y es esto particularmente lo que nos produce terror: que se han vuelto ricos (tienen todos los medios) sin cesar de querer arruinarnos. Claro está, según nuestro sistema de valores, ellos hacen trampa: no es un juego poner en juego su propia muerte. Pero no les importa esto, y las nuevas reglas del juego ya no nos pertenecen. Todo vale para desacreditar sus actos. Se les trata de “suicidas” y “mártires”, para añadir inmediatamente que el martirio no prueba nada, que no tiene nada que ver con la verdad, que es incluso (citando a Nietzsche) el enemigo número uno de la verdad. Desde luego, su muerte no prueba nada, pero no hay nada que probar en un sistema en que la verdad misma es inasequible; o bien, ¿somos nosotros quienes pretendemos detentarla? De otro lado, este argumento altamente moral se invierte. Si el martirio voluntario de los suicidas no prueba nada, entonces el martirio involuntario de las víctimas del atentado tampoco prueba nada, y hay algo inconveniente y obsceno en hacer de ello un 74 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia argumento moral (esto no prejuzga en nada su sufrimiento y su muerte). Otro argumento de mala fe: estos terroristas cambian su muerte por un lugar en el paraíso. Su acto no es gratuito, y en consecuencia, no es auténtico. Sería gratuito sólo si no creyeran en Dios, si la muerte fuera sin esperanza, como lo es para nosotros (a pesar de ello, los mártires cristianos no contaban con otra cosa que esta equivalencia sublime). Entonces, aún en este caso, ellos no luchan con armas iguales puesto que tienen derecho a la salvación, de la cual nosotros ni siquiera podemos mantener la esperanza. Así, nosotros representamos el duelo de nuestra muerte, mientras que ellos pueden hacer de ella una apuesta de muy alta definición. En el fondo, todo esto, la causa, la prueba, la verdad, la recompensa, el fin y los medios, son formas de cálculo típicamente occidentales. Incluso la muerte la evaluamos en tasas de interés, en términos de relación calidad/precio. Cálculo económico que es un cálculo de pobres que no tienen ni siquiera el valor de poner el precio. ¿Qué puede ocurrir por fuera de la guerra, que es en sí misma sólo una pantalla de protección convencional? Se habla de bioterrorismo, de guerra bacteriológica o de terrorismo nuclear. Pero esto no corresponde en nada al orden del desafío simbólico, sino más bien al aniquilamiento sin frase, sin gloria, sin riesgo, al orden de la solución final. Ahora bien, es un contrasentido ver en la acción terrorista una lógica puramente destructiva. Me parece que su propia muerte es inseparable de su acción (es justamente lo que la convierte en un acto simbólico), y de ningún modo la eliminación impersonal del otro. Todo está en el desafío y en el duelo, es decir, una vez más en una relación dual, personal, con la potencia adversa. Ella ha humillado, es ella quien debe ser humillada. Y no simplemente exterminada. Hay que hacerle perder la cara. Y esto no se obtiene nunca mediante la fuerza pura y la supresión del otro. Éste debe ser puesto en la mira y debe ser herido en plena adversidad. Por fuera del pacto que une a los terroristas entre sí, hay una especie de pacto dual con el adversario. Es pues exactamente lo contrario de la cobardía de la cual se les acusa, y es exactamente lo contrario de lo que hicieron por ejemplo los americanos en la guerra del Golfo (y que están retomando en Afganistán): blanco invisible, liquidación operacional. De todas estas peripecias nos queda, por encima de todo, la visión de las imágenes. Y tenemos que retener esa imposición de las imágenes y su fascinación, pues ellas son, se quiera o no, nuestra escena primitiva. Al radicalizar la situación mundial, los acontecimientos de Nueva York han radicalizado, al mismo tiempo, la 75 De nuevo el pensamiento es posible relación de la imagen con la realidad. Mientras participábamos de una profusión incesante de imágenes banales y una oleada de acontecimientos simulados, el acto terrorista de Nueva York resucita a la vez la imagen y el acontecimiento. Entre las demás armas del sistema que los terroristas han vuelto contra él, han sacado partido del tiempo real de las imágenes, de su difusión mundial instantánea. Se lo han apropiado así como se han apoderado de la especulación bursátil, de la información electrónica o de la circulación aérea. El papel de la imagen es extremadamente ambiguo, pues al mismo tiempo que exalta el acontecimiento, lo convierte en rehén. Actúa como multiplicación al infinito, y simultáneamente como diversión y neutralización (así fue también para los acontecimientos de 1968). Lo que siempre se olvida cuando se habla del “peligro” de los medios de comunicación. La imagen consuma el acontecimiento, en el sentido en que lo absorbe y lo da a consumir. Sin duda le da un impacto desconocido hasta hoy, pero en cuanto acontecimiento-imagen. ¿Qué queda entonces del acontecimiento real, si por doquier la imagen, la ficción y lo virtual se difunden en la realidad? En el presente caso se ha creído ver (tal vez con cierto alivio) un resurgimiento de lo real y de la violencia de lo real en un universo supuestamente virtual. “Han culminado todas sus historias de lo virtual. ¡Esto es real!”. Así mismo, se ha podido ver aquí una resurrección de la historia más allá de su anunciado fin. ¿Pero es cierto que la realidad supera a la ficción? Si aparenta hacerlo es porque absorbe su energía y porque ella misma se ha vuelto ficción. Casi podría decirse que la realidad tiene celos de la ficción, que lo real tiene celos de la imagen... Es una especie de desafío entre ellos para ver cuál será más inimaginable. El derrumbe de las torres del World Trade Center es inimaginable, mas no basta para hacer de él un acontecimiento real. Un incremento de violencia no es suficiente para acceder a la realidad, pues la realidad es un principio y es este principio lo que se ha perdido. La realidad y la ficción son inextricables, y la fascinación del atentado es ante todo la de la imagen (las consecuencias, que encierran a la vez el júbilo y la catástrofe, son ellas mismas lo suficientemente imaginarias). En este caso, entonces, lo real se suma a la imagen como una prima de terror, como un estremecimiento de más. No sólo es terrorífico, sino que además es real. No es que la violencia de lo real esté ahí primero, ni que se sume al escalofrío de la imagen, sino que es la imagen la que está ahí primero, sumándose al escalofrío de lo real. Algo así como una ficción de más, una ficción rebasando la ficción. 76 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia Ballard (después de Borges) hablaba así de reinventar lo real como lo último y la más temible ficción. Esta violencia terrorista no es pues un efecto reversible de la realidad, ni mucho menos de la historia. Esta violencia terrorista no es “real”. Es peor, en el sentido en que es simbólica. La violencia en sí puede ser perfectamente banal e inofensiva. Sólo la violencia simbólica es generadora de singularidad. Y en este acontecimiento singular, en esta película-catástrofe de Manhattan se conjugan al más alto nivel los dos elementos de la fascinación de masas del siglo XX: la magia blanca del cine y la magia negra del terrorismo. La luz blanca de la imagen y la luz negra del terrorismo. Se busca imponerle ulteriormente cualquier sentido, encontrarle cualquier interpretación. Pero no las hay, y es la radicalidad del espectáculo, la brutalidad del espectáculo lo único original e irreductible. El espectáculo del terrorismo impone el terrorismo del espectáculo. Y contra esta fascinación inmoral (aún si desencadena una reacción moral universal), el orden político no puede hacer nada. Es nuestro teatro de la crueldad privado, el único que nos queda, extraordinario en tanto reúne el más alto nivel de lo espectacular y el más alto nivel del desafío. Es al mismo tiempo el micro-modelo fulgurante de un núcleo de violencia real con cámara de eco maximizado –por ende la forma más pura de lo espectacular– y un modelo sacrificial que opone al orden histórico y político la más pura forma simbólica del desafío. Cualquier masacre les sería perdonada si tuviera un sentido, si pudiera interpretarse como violencia histórica: tal es el axioma moral de la buena violencia. Cualquier violencia les sería perdonada si no fuese realzada por los medios de comunicación (“el terrorismo no sería nada sin los medios de comunicación”). Pero todo esto es ilusorio. No hay un buen uso de los medios, los medios hacen parte del acontecimiento, hacen parte del terror, y actúan en uno u otro sentido. El acto represivo recorre la misma espiral imprevisible que el acto terrorista, nadie sabe dónde va a detenerse ni las reversiones que van a resultar. No hay distinción posible, al nivel de las imágenes y de la información, entre lo espectacular y lo simbólico, no hay distinción posible entre el “crimen” y la represión. Y este desencadenamiento incontrolable de la reversibilidad es la verdadera victoria del terrorismo. Victoria visible en las ramificaciones e infiltraciones subterráneas del acontecimiento: no sólo en la recesión directa, económica, política, bursátil y financiera del conjunto del sistema, y en la recesión moral y psicológica que resulte de ello, sino además en la recesión del sistema de valores, de toda la ideología de libertad, de libre circulación, etc., que representaba el orgullo del mundo 77 De nuevo el pensamiento es posible occidental y del cual se vale para ejercer su influencia sobre el resto del mundo. Hasta el punto de que la idea de libertad, idea nueva y reciente, está ya borrándose de las costumbres y de las conciencias, y de que la mundialización liberal está realizándose bajo la forma exactamente inversa: la de una mundialización policial, un control total, un terror de la seguridad. El desajuste culmina en un máximo de coerciones y restricciones equivalente al de una sociedad fundamentalista. Disminución de la producción, del consumo, de la especulación, del crecimiento (¡mas no de la corrupción!): todo transcurre como si el sistema mundial efectuara un repliegue estratégico, una revisión que anula sus valores –al parecer, en reacción defensiva al impacto del terrorismo, pero respondiendo en el fondo a sus exhortaciones secretas–, regulación forzada nacida del desorden absoluto que el desorden se impone a sí mismo, interiorizando en cierto modo su propia derrota. Otro aspecto de la victoria de los terroristas consiste en que todas las otras formas de violencia y de desestabilización del orden actúan en su favor: terrorismo informático, terrorismo biológico, terrorismo del ántrax y del rumor, todo es imputado a Ben Laden. Él podría incluso reivindicar a su favor las catástrofes naturales. Todas las formas de desorganización y de circulación perversa sacan provecho de él. La estructura misma del intercambio mundial generalizado actúa en favor del intercambio imposible. Es como una escritura automática del terrorismo, realimentada por el terrorismo involuntario de la información. Con todas las consecuencias terroríficas resultantes: si en toda esta historia de ántrax, la intoxicación actúa por sí misma mediante una cristalización instantánea, como una solución química al simple contacto de una molécula, es porque todo el sistema ha alcanzado una masa crítica que lo vuelve vulnerable a cualquier agresión. No hay solución a esta situación extrema, sobre todo no a la guerra, que ofrece tan sólo una situación ya muy conocida, con el mismo diluvio de fuerzas militares, información fantasma, golpizas inútiles, discursos pérfidos y patéticos, despliegue tecnológico e intoxicaciones. En resumen, como en la guerra del Golfo, un noacontecimiento, un acontecimiento que no ha tenido lugar verdaderamente. Por lo demás, aquí está la razón de ser de la contra-ofensiva norteamericana: sustituir un verdadero y formidable acontecimiento, único e imprevisible, por un pseudo-acontecimiento repetitivo y ya visto. El atentado terrorista correspondía a una primacía del acontecimiento sobre todos los modelos de interpretación, mientras 78 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia que esta guerra bestialmente militar y tecnológica corresponde, al contrario, a una primacía del modelo sobre el acontecimiento, por ende a una apuesta artificial y a un no-lugar. La guerra como una prolongación de la ausencia de política por otros medios. Traducción: Luis Antonio Ramírez 79 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea Asociación de Investigaciones Filosóficas Diciembre de 2005 Medellín – Colombia COLABORADORES Edgar Garavito Pardo (1948-1999) Doctor en Filosofía de la Universidad París VIII, con una tesis titulada La Transcursividad. Crítica de la Identidad Psicológica (Bogotá: Editorial Universidad Nacional de Colombia, 1997), dirigida por Gilles Deleuze. Profesor de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, sedes Bogotá y Medellín. Tras su muerte se recogieron algunos de sus escritos en el volumen Escritos Escogidos (Medellín: Editorial Universidad Nacional de Colombia, 1999) y en la revista Cuaderno Transhumantes, Nro. 1. Universidad Nacional de Colombia, Noviembre de 1999. En este volumen publicamos su traducción de la entrevista de Deleuze con Toni Negri Control y Devenir. Este número quiere conmemorar la feliz deriva de sus enseñanzas. Ernesto Hernández Director de la Fundación Comunidad (Cali, Colombia) y de la Revista Sé Cauto (Cali, Colombia, 25 números publicados a la fecha). Buena parte de su trabajo ha consistido en la traducción y comentario de los autores franceses contemporáneos (Deleuze, Foucault, Guattari, Canguilhem, Gabriel Tarde, J.-C. Martin, E. Alliez, Lazzarato). También ha publicado artículos en la Revista Nómadas (Bogotá, Colombia). Algunas de sus traducciones están disponibles en www.webdeleuze.com. En este número contribuye con la traducción de Michel Hardt La Sociedad Mundial de Control y con el artículo conjunto Crear un Mundo: Creer en el Mundo. Germán Guarín Jurado Filósofo egresado de la Universidad de Caldas (Manizales, Colombia). Creador y director del Instituto “Pensamiento sin Fronteras” en dicha ciudad, vinculado a IPECAL (México). Investigador y profesor universitario en las líneas de epistemología de las ciencias sociales y hermenéutica. Recientemente ha publicado Otras Razones para la Racionalidad. La Autocomprensión Hermenéutica (Manizales, 2004). 81 De nuevo el pensamiento es posible Colaborador permanente de esta revista. En este volumen publicamos su artículo Geoaisthesis. Trazado de una Estética Bruta. En el número 2 de Euphorion había sido también publicada su Agonística Filosofante. Luis Antonio Ramírez Zuluaga Filósofo egresado de la Universidad de Antioquia (2001) con una tesis sobre La Desintegración del Pensamiento Consciente, a propósito de la filosofía de Nietzsche. Actualmente realiza estudios de Doctorado en Filosofía en la Universidad Michel de Montaigne (Francia). En el número 2 de Euphorion publicamos su artículo sobre Heidegger La Nostalgia de lo Cercano. En este número aparece su traducción de Jean Baudrillard, El Espíritu del Terrorismo. Es colaborador permanente de esta revista. Carlos Enrique Restrepo Licenciado en Filosofía (Universidad de Antioquia, 1998). Actualmente profesor y estudiante de doctorado del Instituto de Filosofía de dicha Universidad. Director y colaborador de Euphorion Revista de Filosofía donde ha publicado De la Gran Política. Sobre Nietzsche (Nro. 1) y De Cosas Nuevas (Nro. 2). En este volumen contribuye con la traducción del escrito de Gilles Deleuze Causas y Razones de las Islas Desiertas, y con el artículo conjunto Crear un Mundo: Creer en el Mundo. 82 Colección Dossiers Filosofía Contemporánea es una publicación de Asociación de Investigaciones Filosóficas Nit: 811.020.881‐1 Medellín – Colombia A.A. 49050 (Medellín) revistaeuphorion@gmail.com