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YO TENGO UN ATAQUE DE PANICO Viviana Pumar Índice Prólogo ¿Por qué este libro? ¿Quién no se acuerda de su primer ataque de pánico? 13 15 17 1. ¿Qué son las fobias en general? Características generales Cómo funciona el cuerpo y la mente Autoexamen 19 21 22 24 2. Ataque de pánico y agorafobia Características generales Viviana, testimonio Conocer a otras personas que están en la misma situación que uno 27 29 30 34 3. Fobia Social Características generales Marisa, Testimonio Los pensamientos catastróficos Fernando, testimonio 37 39 41 43 46 4. Pánico Características generales Adrián, testimonio Algunas consecuencias de las crisis de ansiedad 51 53 53 58 5. TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) Características generales Patricia, testimonio Diego, testimonio Carola, testimonio 61 63 64 67 67 6. TAG (Trastorno de Ansiedad Generalizada) Características generales Raquel, testimonio 71 73 76 7. Hipocondría Características generales Aspectos típicos de los pacientes hipocondríacos ¿Cuáles pueden ser las causas de la hipocondría? Jorge, testimonio ¿Se puede curar la hipocondría? Pasos a seguir en una terapia cognitiva Agenda de ejercicios para hipocondríacos 81 83 84 86 87 89 90 90 8. Anorexia y Bulimia Características generales Anorexia Testimonios, varios Bulimia Testimonios, varios Dismorfia 93 95 96 98 102 104 106 9. Depresión Características generales Autoexamen Depresión bipolar Depresión en niños y adolescentes Factores de riesgo en adolescentes con problemas de estas Características Insomnio 109 111 112 113 114 10. El camino hacia la curación Cómo empezar Los grupos terapéuticos 119 121 123 11. ¿Tiene usted miedo a los medicamentos? por el Dr. Oscar Carrión 125 12. Después de la curación Ser constante Ayudas para superar el problema 131 133 133 Epílogo 135 115 115 PRÓLOGO ¿Por qué este libro? Decidí escribir este libro porque sé muy bien lo que es un ataque de pánico y algunas otras fobias. Atravesé este infierno durante muchos años y si bien aún me falta recorrer parte del camino, podría decirse que soy una persona recuperada. Pensé que sería muy agradable llegar a través de estas páginas a tanta gente que padece esta enfermedad y no ha encontrado aún una cura; también a aquellos familiares y amigos de personas que buscan una respuesta a su padecimiento. Seguramente, muchos recorrieron varios consultorios, se hicieron todo tipo de análisis –y la mayoría salían bien- pero siguen hasta hoy sin haber encontrado una respuesta satisfactoria. Soy una persona común tratando de transmitir un mensaje para aquellos que lo necesiten. Estudié periodismo, no medicina, así que usaré un lenguaje coloquial donde muchas veces quizás falten términos técnicos, pero sé que ustedes me entenderán y que los profesionales sabrán disculparme. El objetivo principal de este libro es que la gente tenga un mayor conocimiento sobre los ataques de pánico, cómo abordarlos, tratarlos y superarlos. Cuando uno reúne la información necesaria sobre el tema el temor disminuye. Conozco muy bien el miedo, la angustia y la sensación de pensar que este “monstruo” nunca va a desaparecer: uno se acostumbra a vivir aterrado a la espera de que otro ataque de pánico vuelva a presentarse. Por lo general los tratamientos tradicionales nunca hablan de una cura, pero definitivamente existe. Hay cientos de relatos que lo avalan; algunos médicos dicen que la cura es total y que dentro de unos años, con los avances de la medicina, estas crisis serán historia. Insisto en que es sumamente importante la difusión de la información. Es vital para poder aprender a conocer los ataques, afrontarlos y llegar a curarse. Llegué a la Fundación Fobia Club después de haber recorrido muchos lugares sin obtener ningún resultado. En la televisión, mi madre había visto un reportaje que le hacían a pacientes y médicos hablando de sus trastornos y pensó que sería bueno que yo asistiera a una de las charlas informativas que daban. En el Fobia Club fue donde finalmente encontré el camino para curarme. La Fundación es una entidad de orientación y ayuda solidaria. En todas sus filiales se realizan reuniones semanales gratuitas destinadas a brindar información sobre los trastornos de ansiedad, el pánico, el trastorno obsesivo-compulsivo, la ansiedad generalizada, la depresión y las distintas clases de fobias. Allí se ofrece información, boletines y también explicaciones a través de medios audiovisuales: diapositivas y videos. Las reuniones son dirigidas por el director o el vicedirector de la filial. Cuentan con la presencia de los coordinadores de grupo, que son personas recuperadas, entrenadas para ayudar y colaborar con los pacientes nuevos. A todos aquellos pacientes que comienzan un tratamiento se les realizan estudios específicos y distintos tests a través de los cuales se obtiene un diagnóstico preciso, fundamental para evaluar el tratamiento correcto a seguir. Una vez obtenidos los resultados, un psiquiatra deriva a los pacientes a los distintos grupos determinados para cada trastorno. Hasta el día de hoy sigo pensando que el trabajo que se realiza en estos grupos es una de las partes más importantes del tratamiento. Seguramente hay muchas entidades similares en todo el país. Esta es la que yo encontré, el lugar donde conocí a algunas de las persona que van a dar testimonio en este libro. Muchos estamos recuperados, al menos pudimos regresar a nuestra vida normal y encontrar la libertad. Lo importante es tener conciencia de que recuperarse es un trabajo que debemos seguir día a día. ¿Quién no se acuerda de su primer ataque de pánico? No creo que alguien lo pueda olvidar. Ese recuerdo queda grabado en la mente para siempre. Es muy fuerte la huella que deja y aunque no vuelvan a repetirse otros ataques, se sufre un síndrome espantoso que es el miedo al miedo; síntoma casi peor que el trastorno en sí. Por lo general, el primer episodio o ataque es espontáneo, aparece de la nada, puede suceder en un tren, mirando televisión, en una fiesta o inclusive durmiendo. Algunas personas lo padecen a causa de un fuerte estrés, por motivo de un examen o por tener que dar una charla en público. Aparece sin previo aviso. Más allá de los distintos trastornos, varios síntomas son similares: taquicardia, opresión en el pecho, temblores, mareos, sudoración, sensación de ahogo, etc. Muchos corren a la guardia de un hospital porque temen estar padeciendo un ataque al corazón o algo peor. Los resultados de esta visita suelen ser tranquilizantes ya que por lo general el paciente no tiene nada. Pero los síntomas siguen o vuelven a repetirse en algún momento si no son medicados correctamente. Normalmente, los ataques de pánico tienen un tiempo de duración que no supera los 15 o 20 minutos, aunque para aquellos que los sufren parecen durar mil horas. Pero hasta el día de hoy nadie se murió de un ataque de pánico. Por más terrible que sea el momento, mientras padecemos el ataque debemos recordar que es transitorio, mantener la calma y pensar que nada terrible nos va a pasar. Algunos creerán que es fácil decirlo para quien ya no lo padece más. Es verdad, tienen razón. Siempre me molestó que me dijeran frases como “ya va a pasar”, “esto no va a durar toda la vida”, “vos no estás poniendo voluntad” y otras que mejor ni recordar. Mientras padecemos los ataques, y al no hallar una respuesta satisfactoria, la cura parece imposible. Pero el solo hecho de pensar que pasaremos el resto de nuestras vidas así también es imposible de sobrellevar; nos llena de angustia y soledad. Nadie nos comprende y nuestro único deseo es que un milagro ocurra: despertar una mañana y que todos los síntomas hayan desaparecido. Pero esto no sucederá, al menos no de un día para el otro. Espero que después de leer las páginas que siguen comprenderán que curarse es más posible de lo que creen. 1 ¿QUÉ SON LAS FOBIAS EN GENERAL? Temor irracional y persistente que se manifiesta ante la exposición de ciertos objetos o situaciones temidas Características generales La fobia es uno de los trastornos de ansiedad más reiterado entre las personas. ¿Qué es la ansiedad? Es angustia que se manifiesta a través del cuerpo por medio de sensaciones físicas y en el pensamiento por ideas recurrentes. Puede aparecer en distintos niveles, desde un simple desasosiego, una sensación de inquietud o nerviosismo hasta un ataque de pánico. Las fobias consisten en sentir un miedo irracional y persistente que se manifiesta como respuesta a ciertas cosas o situaciones temidas. Por lo general suelen dar lugar a comportamientos de evitación. Son incontrolables e incomprensibles y nada las justifica. Las investigaciones han demostrado que existen más de 7.000 clases diferentes de fobias, cada una con un nombre específico. Las hay en distintos grados o niveles: las fobias más simples como el miedo a las arañas, a las palomas, a las tormentas y a la oscuridad; o las fobias a los lugares cerrados (claustrofobia) como los ascensores, los túneles, etc. En general producen taquicardia, temblores, sudoración, opresión en el pecho y otros síntomas. ¡Y eso que son leves! Las fobias más graves son la agorafobia, la fobia social, el pánico, los trastornos de ansiedad generalizada (TAG), los trastornos obsesivo compulsivo (TOC), el trastorno por estrés post-traumático, la ansiedad de separación y muchas otras. Las consecuencias de este tipo de trastornos son devastadoras: personas que no se animan a salir de su casa, otras que pierden el trabajo y sus parejas, algunos que consumen alcohol y/o drogas. Más adelante, a través de los testimonios que aquí se presenta, aparecerán ejemplos específicos de estos casos. Los desórdenes de la ansiedad son las enfermedades mentales más comunes. En los Estados Unidos el 13,3% de la población que tiene entre 18 y 54 años se encuentra afectada, es decir 19,1 millones de personas. En un estudio quedó efectivamente demostrado que de 100 pacientes sólo 8 tenían tratamiento psiquiátrico y no en todos los casos era el adecuado, 32 eran tratados en servicios de cardiología por hipertensión arterial, 19 en servicios de gastroenterología, 9 en servicios de piel y el resto se dividía en ginecología, urología y otros servicios. Estas estadísticas explican el hecho de que muchos pasamos tantos años enfermos, sin encontrar la cura. Hay personas que han llegado a estar 20 o 30 años de su vida dependiendo totalmente de algún familiar y sin salir de sus casas. El desorden post-traumático consiste en la aparición de una serie de síntomas que se sufren después de hechos específicos como una separación, la pérdida de un ser querido, un accidente, etc. Las estadísticas arrojan que 5,2 millones de personas o sea 3,6% de la población mundial lo padece. Las mujeres son más propensas a sufrirlo que los hombres, siendo la violación la causa más importante de este trastorno. El abuso sexual en la niñez es un fuerte antecedente para que los niños desarrollen este desorden. Cómo funciona el cuerpo y la mente Los sentidos envían mensajes a la corteza cerebral sobre la percepción de un hecho próximo. Por ejemplo: veo un tigre que me va a atacar; la información es confrontada con todos los registros de nuestra memoria y el cerebro determina: “esto quiere decir que estoy en peligro”. En ese momento se manda un mensaje al hipotálamo, que ubicado en la base cerebral e identificado como centro primitivo, tiene la función de coordinar todas aquellas acciones corporales que no están en estado consciente, como el metabolismo y el latido del corazón. Este aviso, recibido por el hipotálamo, indica que algo “va mal”, entonces activa la alarma y envía indicios a la hipófisis, glándula que controla y rige nuestro sistema nervioso endocrino. Después de la alerta, la hipófisis produce altas cantidades de una hormona activadora de las glándulas suprarrenales, localizadas sobre cada uno de los riñones. Una vez que las suprarrenales están en alerta, producen adrenalina y noradrenalina que en cantidades excesivas preparan al cuerpo para la reacción. El efecto que producen las hormonas es inmediato. Esto es lo que ocurre: . El hígado libera reservas de glucosa en la sangre para enviarlas a los músculos que así obtienen una energía rápida para funcionar. . La respiración se acelera para adquirir mayor cantidad de oxígeno, necesario para ayudar a los músculos en la transformación del azúcar en energía. Una respiración más rápida también contribuye a eliminar el exceso de dióxido de carbono. . Los latidos del corazón aumentan para transportar la sangre que distribuye el oxígeno a las partes del cuerpo que lo demandan en ese momento. Se incrementa la presión arterial como consecuencia del acrecentamiento de la frecuencia cardíaca. . Para mantener la energía, las funciones esenciales como la digestión se detienen. Las secreciones también se interrumpen, por lo tanto sentimos la boca seca por la ausencia de saliva. . Se sienten deseos de eliminar toda la carga excesiva de la vejiga y los intestinos y así se vuelve imperiosa la necesidad de ir al baño. . Debido al proceso del organismo aparecerá una sudoración para calmar la temperatura de la piel que, durante la acción inminente se calentará debido al ejercicio del organismo. . La visión y la audición se intensifican y casi se puede “oler” el miedo. . La sangre se dispara hasta los músculos de locomoción desde los lugares donde NO es necesaria; como consecuencia se puede palidecer. . Los músculos tensos suprimen el ácido láctico en el torrente circulatorio, lo que provoca el aumento de la ansiedad. Esta lista de acciones que tienen lugar tan sólo en unos segundos, llegado el caso en que uno se encuentre frente a un tigre, mantiene gran similitud con lo que le sucede a una persona cuando padece un ataque de pánico. El miedo provoca todo esto en nuestra mente y en nuestro organismo, con la diferencia que frente a nosotros no hay ningún tigre, tampoco ningún peligro visible. Sin embargo el miedo está ahí y dispara toda esta adrenalina sobre nuestro cuerpo. Autoexamen Las personas que tengan ciertas dudas sobre si padecen o no alguna fobia, pueden practicar un simple ejercicio: escribir en una hoja aquellas cosas o situaciones que les causan miedo o que les producen alguna de las sensaciones de ansiedad nombradas anteriormente. Estos son algunos escenarios posibles: . . . . . . . . . . . . . . . . . Caminar por la calle. Ir al cine. Ir a clases. Ir a un centro comercial. Ir al supermercado. Asistir a reuniones. Asistir a reuniones o fiestas. Salir de noche solo/a. Alejarse de la casa. Miedo a estar solo/a en su casa. Hacer una fila. Pasar por un túnel. Tomar un subte / colectivo/ tren. Viajar en avión. Viajar el interior o al exterior del país. Temor a sufrir una desgracia si hace tal o cual cosa. Miedo a las arañas, palomas, cucarachas, etc. Indicar con un puntaje de 1 a 5 qué nivel de ansiedad les producen éstas u otras situaciones considerando como síntomas de ansiedad: taquicardia, sudoración, temblor, miedo al desmayo, mareos, problemas visuales, opresión en el pecho, etc. Estos son los valores: 1) 2) 3) 4) 5) Ninguno. Leve. Regular. Fuerte. Muy fuerte. Si en varios de los ítems mencionados superan el valor 2 pueden estar padeciendo una fobia que debe ser tomada en cuenta, porque de algún modo está alterando su forma de vida. Que esto suceda es algo serio, no es una simple manía o “cosas raras que pronto van a pasar”, como nos dicen muchos. Por lo general no pasan, y lo que es peor se acrecientan por no ser tratadas. 2 ATAQUE DE PÁNICO Y AGORAFOBIA Crisis espontáneas de temor y miedo a los espacios abiertos Características generales Un ataque de pánico es una crisis espontánea de temor que normalmente dura poco tiempo y actúa como disparador de algo que ya estaba gestado dentro de cada uno. El día en que el ataque de pánico se manifiesta es fundamental comenzar la búsqueda de un buen diagnóstico para curarnos. Luego de obtener los resultados de los exámenes físicos y psicológicos se nos diagnostica qué tipo de fobia padecemos y ahí empieza el tratamiento. Las estadísticas muestran que en Estados Unidos 2,4 millones de personas (1,7%) padecen alguna vez ataques de pánico; afecta dos veces más a las mujeres que a los hombres. En mi caso, no sabía lo que la palabra agorafobia significaba hasta que recibí mi diagnóstico. Ahora lo aprendí, después de padecerlo e informarme correctamente. La agorafobia es miedo a los espacios abiertos. Consiste en un fuerte temor a alejarse del domicilio o caminar solo por la calle, viajar en colectivo, tren, subte o micro, ir a lugares donde hay mucha gente, como los supermercados, centros comerciales, cines, etc. Muchas personas tienen serias dificultades para permanecer en la fila de un banco, ir al teatro o a un restaurante, donde en caso de sufrir una crisis de pánico el escape puede resultar dificultoso. Por eso, tantos de nosotros dejamos de hacer varias actividades de la vida cotidiana y con el tiempo nuestros círculos se van cerrando. El siguiente es el relato de mi experiencia. Viviana Hace casi seis años tuve mi primer ataque de pánico. En el mes de diciembre fui al cine con Andrea, una amiga a ver Avión Presidencial protagonizada por Harrison Ford. Estábamos mirando las propagandas y comiendo pochoclos (cotufas). Las luces se apagaron y los títulos indicaban el comienzo del film. De pronto, en un segundo, sentí una fuerte taquicardia que parecía que iba hacer explotar mi corazón. Pensé que tal vez había comido algo que me había hecho mal. Respiré profundo para relajarme, pero mis manos empezaron a humedecerse y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Empecé a transpirar, mis manos, mi frente y mi nuca estaban mojadas. Pensé ¿tal vez me bajó la presión? Sentí que se me oprimía el pecho y que me costaba mucho respirar, cada vez más; la taquicardia no cesaba. Le pedí a mi amiga que saliéramos del cine, me miró sorprendida porque aún la película no había empezado. Le dije que realmente me sentía muy mal y que me sacara de ahí inmediatamente. Una vez en el hall de entrada, empecé a llorar y Andrea me abrazó muy fuerte. Nos fuimos a casa de mi mamá, que me dio un calmante, un té de manzanilla y me acostó para que durmiese allí. Así comenzó una larga pesadilla que, durante los seis años de lucha, pareció interminable. Creía que iba a vivir con “eso” toda mi vida y que ningún médico iba a encontrar una cura para mi enfermedad. Me hice todo tipo de análisis: hepatogramas, encefalogramas, cardiogramas, radiografías. Visité médicos clínicos, gastroenterólogos, psiquiatras, neurólogos, etc. Los resultados de los análisis daban siempre bien. Volviendo a mi primer episodio, al día siguiente del ataque visité a mi terapeuta. En ese momento hacía una terapia alternativa y ella enseguida me dijo que había tenido un ataque de pánico –fui muy afortunada de tener el diagnóstico tan rápido- y que era conveniente ver a un psiquiatra. Me recomendó un amigo suyo, que me atendió al día siguiente. Después de mi primer entrevista me explicó brevemente lo que me estaba sucediendo, y me medicó con Prozac –que es un antidepresivo- y Rivotril (un ansiolítico convencional) y me dijo que recién después de 15 días de tomarlos comenzarían a hacer efecto. Fue así como el medicamento calmó mis taquicardias, temblores y opresiones. Esas semanas fueron un caos total. Me despertaba con taquicardia y así seguía todo el día. En el trayecto hacia mi trabajo, siempre en auto, el pánico me amenazaba a cada rato con hacerme volver. Pero yo sabía que lo tenía que superar, que si me quedaba en mi casa iba a pasar lo que ocurre con muchas personas panicosas: no iba a querer salir nunca más. Entonces me obligaba a mi misma a seguir adelante. Continuaba rumbo a Constitución mientras me daban temblores y mi pierna se movía sobre el acelerador sin poder controlarla. Superaba ese momento y en cuanto subía a la General Paz creía que no iba a llegar hasta el próximo puente porque el sudor en mis manos y las ganas incontenibles de ir al baño iban a hacer que volviese. Pero no, yo seguía adelante. Sentía de todo: la vista borrosa, sensación de pérdida de la orientación y miles de cosas más. Aunque tardase más de lo habitual, que nunca pasaba, llegaba a mi trabajo igual. Muchas veces corría al baño o a la oficina de una de mis amigas y lloraba en sus brazos desconsoladamente. No podía creer que eso me estuviera pasando a mí; yo, que siempre había sido independiente, extrovertida, divertida, sociable, ahora me encontraba deprimida, sin ganas de salir ni de ver a nadie. Con los medicamentos, estos síntomas se fueron yendo. Por eso, a los dos años decidí dejar el tratamiento porque sentía que me había curado. La alegría duró poco tiempo. Nuevamente empecé a sentirme deprimida porque volví a tener temores; no sentía deseos de salir y poco me interesaba estar con mis amigas. Lo peor y más difícil de explicar es el miedo: es como sentir que uno tiene tres años y en medio de un gentío pierde la mano de su madre. Es ese segundo de desesperación, sentir que el corazón se desborda y que uno no puede hacer nada porque es muy chico; sólo estar ahí, inmóvil, esperando que alguien lo venga a rescatar. En mi caso, ésta fue la lucha más dolorosa y solitaria, la de vencer el miedo al miedo. De a poco, y sin darme cuenta, mi vida cambió completamente, quedó reducida a ir de mi casa al trabajo, siempre en auto. En el ámbito laboral, al ser una empresa familiar, me sentía segura. En mi casa tuve que contratar a una señora con cama para que viva conmigo porque estar sola, más que nada a la noche, me daba miedo. Acostarme, muchas veces, era uno de los peores momentos, una tortura. Enseguida me daba cuenta de que dormirme esa noche me iba a costar mucho. Empecé a obsesionarme poniéndome límites. Por ejemplo si a las 23:30 no me dormía me tomaba mi primer Sidenar, un inductor al sueño, que, supuestamente, a los 20 minutos comienza a hacer efecto. El segundo límite era 40 minutos después, cuando la desesperación se empezaba a apoderar de mi mente pensando que no iba a dormir en toda la noche. ¿Qué iba a hacer? Ya no había películas que me interesaran ni libros en los que me pudiera concentrar, entonces me tomaba un Rivotril. A la una de la mañana ya estaba en el living, aterrorizada y desesperada, pensando que si alguien no venía urgente a mi casa podía morir de miedo. ¿Miedo a qué? No hay respuesta. No es miedo a la oscuridad, ni a que entren ladrones, ni a nada que uno pueda explicar. Sólo miedo: el estómago empieza a emitir un latido, como el del corazón, sentís que tu cuerpo se pone rígido y lo recorre el temor hasta saber que no aguantás más. Yo estaba rodeada de amigas que, al primer llamado a esa hora de la madrugada, acudían a mi casa enseguida. Por lo general cuando terminaba una conversación con alguna de ellas, me dormía esperándola en el sillón. Esta fue una de las etapas más difíciles para mí. Como parte de mi trabajo era viajar al exterior, tuve que resolver ese miedo viajando siempre acompañada por alguna amiga o por mi mamá. El avión dejó de ser un transporte normal para mí; ir a trabajar a Europa o a Miami pasó a ser un problema que no quería enfrentar. No me interesaba pensar que además iba a ir a la playa, de compras o a algún evento interesante. Sólo quería que me dejaran en Buenos Aires, trabajando en una oficina y que al exterior fuera otra persona. Resultado: dejé de viajar. Para salir a cenar o ir a algún otro lugar tenían que venir a buscarme a mi casa y luego traerme. Así, muchos amigos quedaron en el camino. No más vacaciones, ni fines de semana en el campo ni nada que me alejara de mi casa o de mi entorno familiar. Sólo podía ir a trabajar y volver, alrededor de las siete de la tarde, siempre a mi casa para no salir más. La noche me daba terror. También empezaron las mentiras porque ante alguna invitación debía inventar un argumento para no ir. Era imposible responder: “no, gracias no puedo ir porque tengo miedo”. Resultaba absurdo. Llegó un momento en que esto se volvió normal para mí. Pero, de a poco, la depresión interna iba creciendo hasta darme cuenta de que mi vida había quedado reducida a una cárcel de la que no podía escapar y donde la palabra libertad ya no existía. En febrero del 2002, tras el derrumbe del país me derrumbé yo también. Lloré como nunca creyendo que así no tenía sentido seguir viviendo. Necesitaba que alguien me ayudara, que alguien me dijera que había una forma de vida mucho mejor que la que estaba teniendo. A la semana siguiente mi madre me llevó a una reunión de la Fundación, donde tratan todos los trastornos de ansiedad con excelentes resultados y ahí comencé mi camino hacia la libertad. Después de un par de entrevistas me hicieron estudios que no me habían hecho antes en ningún otro consultorio. Me explicaron que lo mío era en parte genético. En el cerebro se encuentra un neurotransmisor denominado serotonina. En mi caso los estudios indicaron que los valores estaban duplicados respecto al valor de referencia. ¿Qué pasa al tener la serotonina tan alta? Cuando hay tanta cantidad de este neurotransmisor circulando se produce un gran desbalance en las conductas emocionales. Me medicaron para regular este problema. A las tres semanas, cuando los medicamentos comenzaron a hacer efecto, me enviaron a trabajar en las terapias grupales de apoyo. Entré en un grupo para la agorafobia. Al poco tiempo estaba en la calle, viajando sola en tren, en subte, en taxi, medios de transporte que no usaba desde hacía mucho tiempo. Mi auto era como mi casa, el único medio en el que podía moverme. Fue gratificante andar por la ciudad sin marearme, entrar al supermercado o al centro comercial sin sentir que me ahogaba y que debía salir corriendo. Empecé a mejorar muy rápido. Volver a disfrutar estar en la cama mirando una película o leyendo un libro, dormirme, simplemente, entre el calor de mis sábanas, son placeres que no se pueden describir. También descubrí otro gran monstruo que me atormentaba desde hacía años y nunca había podido enfrentar: la hipocondría, tema que desarrollaré más adelante. Conocer a otras personas que están en la misma situación que uno Una de las actividades más importantes es la de asistir a los grupos de ayuda. Debido a la agorafobia, comencé a concurrir a uno que funciona los días sábados. Solemos reunirnos por la mañana en un bar y desayunarnos hasta que llegan todos. Regla número uno: hay que llegar en un medio de transporte público; nada de auto, ni taxi, moverse solo. El objetivo de los grupos es lograr que cada uno pueda recuperar su libertad, volver a ser uno mismo, sin depender de nadie. Volver a incorporar todas las cosas que dejamos de hacer, esta vez sin miedo. Para eso están los coordinadores, para contenernos en esta etapa. Nunca voy a olvidar mi primer día. Me llamó la atención llegar al bar y ver más de veinte personas reunidas allí; eran muchos. Me senté y comencé a hablar con algunos presentándome y comentando lo que me pasaba; ellos me contaban sus historias. Fue un gran alivio saber que todos hablábamos un mismo idioma. No tenía que explicar lo que había vivido ni lo que sentía porque todos habían padecido lo mismo. En mi primera salida, las palabras de la coordinadora fueron una especie de revelación. Fuimos a Plaza Francia en subte, hacía años que no viajaba en uno. Tenía calor y no sabía si era por el clima o por la ansiedad, pero estar debajo de la tierra sin mucho oxígeno me puso nerviosa, empecé a transpirar y a sentirme rara. Ella me dijo: “no hay que preocuparse pensando si te sentís mareada o con temblores ya que ésta es un medio seguro. Lo que sí te puedo decir es que sería interesante que, en lugar de pensar en negativo, empieces a mirar a tu alrededor y veas el mundo maravilloso que se abre ante vos. Fijate en los detalles de las cosas, en el subte podés ver los asientos que están tapizados de distintos colores, que hay televisores en las estaciones con información muy interesante, además de otras cosas. No hace falta que estés todo el tiempo mirando adentro tuyo. Lo importante acá es que empieces a manejarte sola, que puedas ir y venir a donde quieras y que sepas que muy pronto vas a recuperar tu libertad”. Nunca voy a olvidar estas palabras tan reconfortantes. Durante los cinco primeros meses fui a trabajar en tren y subte. Recuerdo que al principio decidí que debía tener una ropa adecuada para estos viajes porque la que usaba todos los días no era conveniente. Sin darme cuenta adquirí un look de combatiente: borceguíes, pantalones verdes o jeans, pelo atado adentro del abrigo, sin maquillaje y campera de montaña. ¿De dónde saqué este pensamiento? En ese momento no lo sabía. Pero después lo descubrí: creía que todos lo que viajaban en el tren o en el subte me iban a atacar. Me sentaba con mi mochila pegada al pecho y miraba a las personas una por una y pensaba: “éste me va a robar, aquél seguro me quiere tocar, ése tiene cara de asesino ¿y si alguien me quiere empujar del andén?”. Y claro, me vestía de combatiente porque para mí eso era como ir a la guerra. Tal vez les cause gracia, a mí ahora también, pero antes era un infierno. Ahora viajo vestida como una mujer normal. Gracias al grupo, empecé a moverme sola por todo Buenos Aires, y hoy soy una turista en mi propia ciudad. Todas las semanas recorremos lugares diferentes, conocemos todos los shoppings y supermercados de Buenos Aires, vamos a museos y al cine, visitamos barrios como la Boca, Puerto Madero, San Telmo, recorremos exposiciones de arte, entramos a librerías, paseamos por la Reserva ecológica y por lugares alejados del centro como Lugano, Tigre, La Plata y sitios que tal vez nunca hubiese conocido. Viajamos también a Mar del Plata, Córdoba y seguramente haremos otros viajes más adelante. Lo mejor del grupo es compartir entre todos las distintas experiencias personales. En este caso todos sufrimos agorafobia. Aunque tuvimos vivencias diferentes, la esencia de los síntomas es muy parecida. Con el tiempo nos fuimos convirtiendo en una gran familia, a la que siempre llega gente nueva y a quienes entre todos apoyamos en su inicio. Es muy gratificante saber que ellos están para mí y yo para todos ellos. 3 FOBIA SOCIAL Terror a ser evaluado ante un grupo de gente. Dificultad para hablar ante el público o relacionarse con personas desconocidas. Características generales Es el temor a ser evaluado o criticado ante un grupo de personas. Se presenta como una gran dificultad para hablar en público, mantener conversaciones con la gente, dar discursos o exámenes, comer delante de otros o relacionarse con personas desconocidas. Su característica principal se define como un miedo persistente a situaciones que resulten embarazosas. Cuando alguien es expuesto a una situación de este tipo, de inmediato la ansiedad aparecerá como respuesta y se manifestará con sudoración en exceso (las mujeres suelen llevar varias remeras (franelas) en la cartera, los hombres guardan toallas en sus maletines o se abrigan de más para que no se note la transpiración), temblores en la voz y en las manos, rubor, palpitaciones, mareos, visión borrosa, tartamudeo, cólicos intestinales. En Estados Unidos 5,3 millones de personas (3,7%) padecen este trastorno. La fobia social afecta más a los hombres que a las mujeres y se complica frecuentemente con depresión secundaria, drogas o medicamentos ansiolíticos mal administrados. Las estadísticas dicen que el 70% de los pacientes han caído en el alcohol para superar su timidez. Quienes padecen fobia social, tanto adolescentes como adultos, reconocen estos síntomas como excesivos e irracionales, por eso, habitualmente suelen evitar todo lo que los incomoda. Las situaciones que más se eluden son: . . . . . Hablar con personas en general. Asistir a fiestas o reuniones. Dar discursos en público, rendir exámenes orales. Ir a entrevistas de trabajo o de cualquier tipo. Comer, escribir, fumar o hacer cosas específicas frente a otras personas. Una mañana, en el grupo de los sábados que es de agorafobia, apareció una chica nueva que me llamó la atención porque venía demasiado abrigada. Llevaba puesto varios pullovers, campera (chaqueta), bufanda, guantes y unos lentes negros que no se quitó en toda la jornada. Se sentó a desayunar en mi mesa y rápidamente advertí que no pidió nada de tomar y que no sacaba las manos de debajo de la mesa. Le pregunté cómo se llamaba y me respondió: “Marisa”. También quise saber si era la primera vez que venía y asintió con la cabeza. Yo estaba sentada con otra compañera del grupo llamada Laura y como a las dos nos encanta conversar empezamos a indagarla lentamente. Nos contó que tenía fobia social y recordé que ya había escuchado hablar de esa fobia cuando acudí a mi primera charla, pero nunca había estado con nadie que la sufriera. Continuamos conversando. Marisa nunca se quitó los lentes y hablaba con mucha dificultad; las palabras parecían salirle en cámara lenta como a la gente que está alcoholizada. Explicó que tenía ese problema desde hacía años, que nunca había trabajado porque no podía enfrentar a la gente y que para superarlo se había convertido en alcohólica. Nos dijo que tomaba muchísimos calmantes y que prácticamente no había tenido amigos, que ni siquiera podía atender el teléfono en su casa porque del pánico no le salían las palabras. Ese día, con Laura la acompañamos muy de cerca en la salida y la apoyamos en su terapia, incentivándola a entrar en varios negocios a preguntar precios y elegir prendas para que se fuera relajando. Fue increíble verla llegar al grupo meses después, tras un largo y duro trabajo, aunque aún le falta mucho: ya no usaba anteojos y pudimos conocer sus ojos verdes, apreciar la piel blanca de su cara distendida y notarla más conversadora. Marisa Tengo 38 años. Hace más de 20 que padezco fobia social. Mi historia comenzó en el colegio secundario. Esos años fueron de mucha angustia y soledad. Así fue el comienzo de mi pesadilla: Estaba en tercer año cuando tuve que dar una lección frente a todos mis compañeros. No era común exponerse ante la clase, como mucho uno iba al escritorio de la profesora o al pizarrón. Pero esta vez era distinto, había que hacer un trabajo y presentar un tema que nos habían asignado. Nunca voy a olvidar el que me tocó a mí: “Monografía sobre el maíz”. De pronto cuando estaba ahí parada, sentí una fuerte taquicardia y una opresión en el pecho, comencé a transpirar, me temblaban las manos, me costaba dar vuelta las páginas de la carpeta para seguir el tema y las palabras no me salían bien. Las chicas de la primera fila me miraban y se dieron cuenta de que algo raro me pasaba. No pude terminar mi exposición y me volví al banco sin dar explicaciones. A los 18 años, cuando empecé a ir a bailar, aparecieron los temblores fuertes y aumentó la taquicardia. Me costaba estar con gente y mucho más entablar conversaciones con los hombres. Una amiga con la que salía sabía que el contacto con los demás me ponía nerviosa, entonces, antes de ir a la discoteca íbamos a un bar a tomar unos tragos. Un par de veces me trajo unos tranquilizantes que le sacaba a los padres. Descubrí que de este modo me empezaban a bajar las revoluciones, los temblores disminuían y mi vergüenza se apaciguaba pudiendo relacionarme con la gente, bailar y divertirme. Así entró el alcohol en mi vida. Otro síntoma que se presentó fue un temblor en las manos. Entonces trataba de hacer mis comidas a solas, sin mis padres, con la excusa de mirar televisión. No sé si ellos se daban cuenta, pero en ese momento no me decían nada. Al año siguiente entendieron que algo andaba mal. Los fines de semana me veían llegar a la madrugada alcoholizada y pensaron equivocadamente que ése era mi problema. Decidieron llevarme por tres meses a España, a una aldea en Santiago de Compostela. Casi me muero. Vivir en un pueblo donde sólo había diez casas no era lo que había soñado y no me ayudó en nada. Mi vida siguió igual, con todos los síntomas: temblores, taquicardia, opresión en el pecho. Seguía tomando alcohol para apaciguarlos. Al regresar a Argentina comencé a trabajar en la panadería de mi familia. Al levantarme cada mañana, de sólo pensar que tenía que enfrentar a los clientes, me invadía el miedo, sentía una fuerte taquicardia y no dejaba de transpirar. Iba al kiosco, compraba un cartón de vino y lo tomaba casi entero antes de salir para el trabajo. De esta forma más o menos me controlaba, hasta que al mediodía debía ir al banco y de sólo pensar en la cola y estar con tanta gente entraba en pánico. Otra vez tomaba alcohol para atravesar el momento. No sabía medirme y muchas veces estaba demasiado alegre y los empleados lo notaban. Pensaba que lo importante era que podía modular la voz, temblar menos, estar relajada y sentirme segura. Después de dos años no pude trabajar más y eso me hizo sentir aliviada. Pedro el encierro empeoró mi enfermedad. Me quedé sola. No podía atender el teléfono ni la puerta. Por los temblores ya no bebía y no me dieron más dinero. Así fue como empecé a buscar desesperadamente una solución y terminé haciendo cualquier cosa. Descubrí que con 1 peso podía comprar una botella de alcohol en la farmacia y rebajarla con agua. Llegué a extremos catastróficos como tomar perfume y lavandina; me producían vómitos y no me hacían nada. No tomaba por placer sino para aliviar mi mal. Esta enfermedad te hace pensar que te vas a volver loca o te vas a morir. Es muy desesperante. Desde la mañana tenía temblores y entonces me quedaba en cama. Todos los médicos que visité no hacían más que darme calmantes, órdenes para exámenes de sangre, de orina y otros. Como nunca me encontraban nada, el diagnóstico decía que yo era alcohólica. En consecuencia, una vez más, mis padres me llevaron a la aldea, en Santiago de Compostela, pero ahora por seis meses. No me dejaban salir de la casa para ir a ningún lado, excepto a visitar a algún familiar. Fui a un médico y me recetó un medicamento y calmantes. Pasé seis meses espantosos sin alcohol para aliviarme. La única forma de hablar era con monosílabas; si me preguntaban algo decía: “sí, no, no sé…”. Eso era todo lo que podía hacer. El alcoholismo resultó ser una consecuencia de mi enfermedad. Finalmente inicié un tratamiento integral, a instancias de mis padres. Ingresé a un grupo especial de gente que padece fobia social y ahora voy los martes y los sábados al de agorafobia que me ayuda a vencer mi temor a los espacios abiertos. Salir y movilizarme por mis propios medios me hace bien. Descubrí que me gusta estar en contacto con la gente, aunque todavía no me doy con todos. Pero sé que lo voy a lograr. Los pensamientos catastróficos Hay muchas frases o pensamientos muy comunes entre los fóbicos que son difíciles de superar. Veamos con cuántos se identifican ustedes: . . . . . . . . . . . “Nunca me voy a curar.” “Desde la mañana tengo síntomas, mejor no voy a ningún lado.” “Mejor no voy a ese viaje. Si me siento mal, ¿quién me va a llamar al médico? Si me desmayo ¿quién me va a encontrar, sola en una habitación y en otra ciudad.” “No voy a contar más las cosas que siento porque van a pensar que estoy loca.” “Soy un fracaso, fui al supermercado y no logré estar ni cinco minutos.” “¿Y si los mareos que tengo son un tumor cerebral que no me detectaron?.” “Hoy fui al centro en colectivo, pero volví en taxi. No sirvo para nada.” “No voy a viajar en subte porque tengo tanta mala suerte que quizá se corta la luz.” “Nunca me voy a curar. No hay solución para mi caso.” “¿Por qué tuvo que pasarme esto justo a mi?” “Ya no siento deseos de ir a ningún lado. La depresión debe ser crónica.” Sin ninguna explicación, al menos yo no la encontré y la verdad es que ahora ya no me interesa, uno empieza a tener esta clase de pensamientos catastróficos. Se hace muy común que un simple hecho se convierta en un problema enorme para nosotros. Y no poder resolverlo nos hace sentir sumamente frustrados. Por ejemplo: un día una amiga cumple años y me invita a ir a un restaurante a las nueve de la noche. Ese día, a partir de que me levanto, mi vida se convierte en un verdadero problema. Desde temprano me pregunto si realmente tengo ganas de ir. Por lo general la respuesta es negativa. Pero no puedo fallarle a mi amiga. Tengo dos posibilidades: plan A: ir, plan B: no ir. Aplico el plan A ya que siento que no hay alternativa. Durante la mañana la angustia crece al pensar en cómo voy a ir hasta el restaurante: ¿en auto? ¡no!, descartado, es muy peligroso volver. Se cuentan muchas historias extrañas de los taxistas. ¿Llamo a alguna amiga para que me venga a buscar? Sí…esa es buena. ¿Pero qué le digo? ¿que tengo miedo? No, mejor no llamo a nadie. Tres de la tarde: pensé todas las alternativas posibles para ir a ese bendito cumpleaños, que sólo queda a diez minutos de mi casa, pero es imposible, no hay ninguna manera de llegar ahí. Entiendo que es difícil creerlo, pero así funciona nuestra mente. Para las ocho de la noche mi cabeza y mi cuerpo están desbastados por la adrenalina. A las nueve y media, después del llamado de varias amigas para confirmar mi presencia, no queda otra que aplicar el plan B: no ir. No hay forma de llegar. Por supuesto me voy a la cama, llena de culpa, de frustración, de vergüenza por haber mentido y por las dudas, desconecto el teléfono. Es serio, así actuamos y realmente no vemos salida a nuestros problemas, los cuales parecen insignificantes para alguien normal. Pero a nosotros nos trastorna tanto la vida que de esta manera vamos quedando cada vez más aislados. Cuántas veces uno quiere ir a un centro comercial, a pasear, a caminar, pero todos los pensamientos catastróficos vienen a nuestra mente y decretamos: “mejor no voy a ningún lado”. A mí, por ejemplo, me encanta el deporte. Pero cuando quería ir a correr y no tenía a nadie que me acompañara, pensaba: “¿y si me pasa algo?”, “¿si me mareo o me desmayo?”. Nadie podría llevarme a mi casa porque no tengo los documentos, ni nada que me identifique. Lo único que faltaba era ir a correr con la cédula en la mano. Al tiempo, me dieron un cuestionario que me ayudó mucho a resolver estas situaciones: . . . . . . ¿Cuántas veces me desmayé en mi vida? ¿Estoy completamente segura de que sufro mareos? Si jamás me desmayé, ¿por qué me voy a desmayar mientras corro, me oxigeno y hago deportes? ¿No será que estoy exagerando? ¿Estoy segura de que me voy a desmayar o sólo tengo miedo de alejarme sola? ¿Siento los mismos mareos cuando estoy en mi casa, a salvo? Este cuestionario lo apliqué con una amiga mía que tiene una fobia específica, aunque no lo sabe y vive con esto como si fuese normal: le tiene terror a las palomas. Juntas vamos a correr a Palermo. Desde hace un tiempo hacemos distintos ejercicios acercándonos a las aves. Le pregunto: ¿cuántas veces te atacó una paloma?, ¿cuántas veces leíste en el diario que una persona murió atacada por una paloma?, ¿qué posibilidad hay de que una de estas palomas nos ataque?, ¿crees que estas hermosas aves se van a convertir en monstruos y que se nos van a arrojar en la cara? Según las respuestas que ella me da, le recuerdo la edad que tiene, porque ciertas veces sus contestaciones parecen las de una nena de 5 años. Una vez en una plaza me aseguró, acusando a un chico que estaba cerca, que él había provocado a una paloma para que la atacara. Sí, lo acusó. Ella tiene 35 años y el niño 7 y sólo les estaba dando de comer. Así de ridículas pueden ser las respuestas de los que sufrimos trastornos de ansiedad. Sufren de fobias específicas 6,3 millones de personas en Estados Unidos (4,4%). Las mujeres resultan dos veces más afectadas que los hombres. El que sigue es otro testimonio de alguien que padece fobia social: Fernando Tengo 27 años. Empecé a padecer fobia social desde muy chico. Tenía 7 años y a esa edad ya me iba aislando de todos, hasta de jugar con otros chicos. Durante los recreos, las maestras me venían a buscar porque yo me quedaba solo por los rincones. A los cumpleaños de mis compañeros no iba y en las reuniones familiares me quedaba siempre al lado de mi mamá. Era excesivamente tímido. Crecí con miedo a la gente. Sufrí durante toda la escuela primaria. Recuerdo que una vez me invitaron a un baile frente a mi casa; fui y la pasé horrible; estaba muerto de vergüenza, transpiraba y tenía la cara colorada. Entonces preferí abocarme a los estudios y terminé la escuela con un promedio de casi diez. En la secundaria, hasta segundo año, no me llevé ninguna materia y en tercero mi vida cambió por completo: descubrí el alcohol. A los 15 años, cuando los chicos del curso empezaban a ir a bailar, yo me sentía incómodo; me daba cuenta de que no me desenvolvía bien, ni siquiera podía entablar una conversación con una chica. Hasta que una vez, en la casa de un compañero que había organizado una fiesta por el día del amigo, comencé a beber cerveza y descubrí que tomando me desinhibía. Así fue como empecé a tomar alcohol todos los fines de semana. Al principio con un litro de cerveza estaba bien; con el tiempo ya no me alcanzaba y tomaba vino, ginebra, cualquier cosa. Estudiaba en el industrial y a veces si no me sentía muy seguro, tomaba algo de vino a la mañana antes de irme. También lo hacía durante la semana cuando aparecía algún evento especial. Si tenía que encontrarme con una chica a las cuatro de la tarde, dos horas antes me iba a tomar algo a un bar para que a las tres de la tarde me vaya haciendo efecto y estar relajado para las cuatro. Me ocultaba para tomar sin que nadie se diera cuenta: lo hacía porque estaba inhibido, no porque fuese un tomador social. Cada vez me costaba más encontrar gente que me acompañara, porque antes de ir a bailar tenía que pasar por un bar y eso no se lo podés decir a cualquiera porque te miran mal. ¿Qué les iba a decir?, ¿qué me acompañaran a emborracharme porque de lo contrario no podía encarar a ninguna chica? El alcohol me hacía sentir bien, me hacía creer que era una especia de Robert Redford, un ganador. Uno lo siente así, aunque sea la decadencia total. Ahora que lo veo desde afuera me resulta patético. Así siguió mi vida, cada vez peor, La fobia social fue mi enfermedad de base y ésta me llevó a la adicción; como consecuencia llegó la depresión. Mis padres se dieron cuenta de que tomaba alcohol cuando tenía 16 años y me llevaron a un psiquiatra. Fue el primero de una larga lista. Yo me oponía porque para mí, ellos no entendían que mi problema era la timidez y que para eso yo había encontrado la fórmula exacta para curarla: el alcohol. Comencé a trabajar en la fábrica de mi padre y como era un grupo reducido de gente me sentía cómodo. A veces llegaba tarde o faltaba cuando salía la noche anterior o los lunes cuando tenía toda la resaca del fin de semana. Iba a un grupo llamado “Viva la timidez”, donde seguía buscando alguna forma de superarla. Los grupos eran buenos pero yo no ponía mucha voluntad porque el fin de semana me emborrachaba y tiraba por la borda todo lo aprendido. No me daba cuenta que con el alcohol no vencía mi timidez sino que la acrecentaba. A los 17 años conocí a alguien muy especial y estuvimos de novios durante cinco años. Ella sufrió a la par mía pero actuó incondicionalmente; muchas veces la lastimé sin querer, sólo con mi inconsciencia. Siempre le voy a estar agradecido. También dentro de mis recuerdos dolorosos de esos años está el haberla hecho pasar por situaciones difíciles. Nunca voy a olvidarla, fue muy fuerte. Ella siempre resistió y le pido profundamente perdón por todo. Finalmente, mi padre me echó de la fábrica. Yo estaba contento, tenía plata guardada y salía todos los días. Llevé ese ritmo durante un año. En el 2002 me agarró una gran depresión, sin plata, sin trabajo, sin objetivos, ni interés en nada. Los últimos meses me levantaba al mediodía, comía mientras miraba Kachorra (una telenovela) y me volvía a acostar hasta la hora de cenar. En julio de ese año, mi madre vio una nota que hablaba sobre fobias en una revista y fue con mi padre a una charla para ver de qué se trataba. Cuando escucharon hablar de la fobia social me identificaron. Al volver, me contaron todos los estudios que hacían, las tareas en los grupos y cómo se manejaban, entonces decidí probar. Hice todo lo que me indicaron; los estudios me dieron el diagnóstico exacto: fobia social. Me medicaron y fui al grupo donde se trataba este trastorno. Tenía fe, pero mejoraba muy lentamente porque los fines de semana seguía tomando. Un domingo de octubre jugaban River y Boca y nos juntamos en mi casa con un grupo de chicos y chicas. Destapé una botella de champaña: yo seguía empalmando la borrachera del viernes y la del sábado. Mis amigos tomaron bastante pero cuando terminó el partido se fueron, ellos no querían seguir tomando y, era obvio, no estaban enfermos como yo. Entonces lo seguí haciendo solo: más champaña, vino, cerveza. Llegaron mis padres y cuando me vieron me sugirieron que me fuera a dormir. Ellos me ayudaron de la mejor manera, haciendo todo lo que consideraban que era correcto (me han encontrado durmiendo en el piso, sobre un plato de comida, y no quiero contar las peores borracheras ni las más humillantes para mí). Ese día mi padre, curado de espanto, quería que me fuera a dormir porque ya estaba muy pasado e insistía con quedarme; me dio una palmadita en la cara y me dijo: “dale, anda a dormir…”. Estaba tan deprimido que sufrí mi peor crisis, toqué fondo, pensaba que estaba haciendo bolsa a mi familia, que nunca me iba a curar, que no me entendían, o sí, pero yo no sabía cómo arreglar las cosas. Me fui al quincho de mi casa, elegí un cuchillo, el más filoso y me corté las venas de una muñeca. Mientras me desangraba me fumaba un cigarrillo, tranquilo, porque sabía que había hecho lo correcto. Mi madre me fue a buscar pensando que tal vez me había quedado dormido afuera y me encontró en ese estado. Me llevaron al hospital y me dieron ocho puntos. El lunes mi madre llamó a mi psiquiatra y le dijo que yo me había querido suicidar. Nos hizo ir a todos a su consultorio. Finalmente, el Dr. Carrión atendió a mis padres y yo fui a ver al psicólogo de la Fundación, el Dr. Bustamante. Me habló sobre el tema, me dijo que estaba atravesando una gran crisis, que necesitaba ayuda y que lo mejor iba a ser que me internaran para que no intentara hacerlo otra vez. Yo lo acepté porque me miré y pensé: “o soy más eficaz tratando de matarme o me curo”. Y me curé. Fue muy difícil todo, pero no bajé los brazos. Estuve internado 30 días y fue tremendo. Más que nunca me di cuenta de que me quería curar. Cuando salí de la internación, volví a los grupos y seguí con mi tratamiento. Nunca más tomé alcohol. Ahora que estaba limpio, cada semana que pasaba realizaba más avances en el grupo. A los pocos meses noté una mejoría tan grande que no lo podía creer, estaba totalmente cambiado. Podía hablar tranquilamente con la gente, disfrutar sin ponerme colorado ni transpirar. Volví a trabajar con mi padre y pude hacer un trabajo mucho más eficaz, hablar con los clientes, negociar, etc. Ahora lo hago ad honorem, quiero devolverles un poco de todo lo que me dieron. Estoy contentísimo de encontrarme tan bien, con mi familia estamos felices. Les estoy muy agradecido al igual que a mi íntimo amigo que me bancó siempre. Me gusta caminar por la calle, viajar en tren, observar a la gente. A veces entro en un negocio o me subo al colectivo y me encanta hablar con el que tenga al lado. Todo es un mundo nuevo para mí y estoy complacido por poder vivirlo. Quiero empezar una carrera, estudiar teatro, no sé… quiero hacer de todo. Es más, desde hace unas semanas dejé de fumar. ¡Quiero estar cada vez mejor, mejor y mejor! 4 PÁNICO Crisis espontáneas de temor intensas e inexplicables Características generales El pánico es muy común entre las personas que padecen fobias. Se manifiesta en crisis espontáneas de temor con descompostura y se asemeja a un ataque cardíaco. Los síntomas más frecuentes son: taquicardia, opresión en el pecho, temblor, mareos –con o sin sensación de desmayo inminente-, sudoración y sofocación (no debidas al calor), falta de aire, náuseas, sensación de nudo en el estómago, trastornos intestinales, temor a enloquecer o perder el control. El miedo es de gran intensidad, insuperable, terrible y superior a las propias fuerzas. En el grupo conocí a un joven llamado Adrián. Enseguida nos llevamos bien. El pudo recuperarse rápidamente; lo más importante fue el esfuerzo que puso de su parte. No todos somos como Adrián, a muchos nos lleva más tiempo porque quizá no ponemos lo mejor. Esta es otra clave muy importante para la sanación: poner todo de uno. El siguiente es su relato: Adrián Tengo 26 años y mi primer ataque de pánico lo sufrí a los 18. Una noche estaba mirando televisión y de pronto sentí una fuerte opresión en el pecho y mucha taquicardia. Mi primer impulso fue levantarme de la cama, mirar el crucifijo y decir: “Dios, por favor no me lleves”. Me puse muy nervioso porque la taquicardia no se me pasaba. Vomité tres veces, traté de tranquilizarme y dormir pero no podía hacerlo porque temía no volver a despertarme. En esa época iba a la facultad y trabajaba en el estacionamiento de un centro comercial. Dejé el estudio porque estaba todo el día tocándome el pecho y no podía concentrarme en nada. Trasladé esos síntomas a todas las cosas de mi vida y no me iba bien. El punto máximo llegó cuando adquirí un tic: mover la cabeza hacia el costado del hombro. Al principio lo hacía para descontracturarme el cuello pero después, cada vez que tenía ansiedad, lo repetía y me avergonzaba mucho frente a las personas. En el trabajo me decían: “Adrián, ya empezaste con los cabezazos”. Nadie me hacía notar que tenía un tic; se lo tomaban a broma ante la ignorancia de mi enfermedad. Yo no me animaba a decir lo que me pasaba porque ni sabía cómo nombrarlo. Trabajar en el estacionamiento era terrible. Estaba todo el día en un subsuelo, lleno de autos que entraban y salían más el movimiento de la gente. Los sábados eran los días clave para sufrir un ataque por la gran cantidad de personas que venían al centro comercial y también porque yo sabía de antemano que ese día siempre tenía un episodio de ansiedad. Una vez, creo que era víspera de alguna fiesta, había demasiado movimiento en el estacionamiento, autos, bocinazos; en plena hora pico, la gente se acercaba pidiendo sus tickets, queriendo pagar, todos al mismo tiempo. Empecé a temblar, a sofocarme y a ver todo nublado. No aguanté más y salí corriendo de la cabina, dejé a la gente y me fui a la sala de mantenimiento. Ahí me encontraron, casi desvanecido, empapado en transpiración y temblando. No reconocía a nadie, sólo escuchaba las voces. Llamaron a la ambulancia y me enviaron a mi casa. Estuve dos días sin ir a trabajar por vergüenza y por miedo a que me despidieran. Cuando finalmente tomé coraje y me presenté, me llamó mi jefe, un cubano muy amable, y me habló como un amigo. No mencionó ni una palabra del episodio y me contó su historia: desde los 20 años sufría una enfermedad llamada fobia, con ciertos síntomas que, a medida que los enumeraba, parecía que estuviera hablando de mí. Después de compartir su experiencia conmigo me trasladó a la administración, un espacio mucho más tranquilo, y me ascendió de puesto debido a los años que hacía que yo trabajaba ahí. Gracias a lo que me contó acudí a un médico clínico. Me hicieron todo tipo de estudios, que me dieron bien. Luego me enviaron a un neurólogo que me habló de los ataques de pánico a nivel profesional. A todo esto habían pasado dos años en los que viví siempre en el mismo estado de ansiedad. Me derivaron a una psiquiatra que me medicó y en un tiempo los síntomas desaparecieron y pude salir a flote. Empecé una vida normal, trabajando de lunes a viernes, 6 horas, y no 9 todos los días de la semana como antes. Inclusive me pude ir de vacaciones y pasarla bien. Retomé la facultad y con el tiempo dejé la medicación y la terapia porque me sentía bien. Pero después de un tiempo fueron volviendo los síntomas y los tics mucho más fuerte que la primera vez. Tuve que volver a dejar la facultad y entonces quedé inmerso en una profunda depresión. Evitaba reuniones, perdí todos mis amigos porque no tenía ni ganas de hablar. Tomaba Rivotril como calmante para aliviar la ansiedad, pero el efecto era sólo momentáneo. En la televisión empezaban a aparecer las primeras notas sobre pánico y eso fue de gran ayuda para mi familia que no comprendía muy bien mi enfermedad. Mi mamá decía que era mi forma de ser, que yo era muy ciclotímico. El desconcierto era producto de la desinformación. En octubre de 2001 me puse de novio y lo primero que hice fue aclararle a ella todo lo que me pasaba. Más que nada porque me daba vergüenza el tema de los tics, como me la pasaba cabeceando todo el tiempo mentía diciendo que eran problemas de columna. Entendió todo y fue, y es, un gran sostén para mí. Salíamos a dar una vuelta por el barrio porque eso era todo lo que podía hacer. Ella supo contenerme, aguantarme y estar preparada en caso de que tuviese un ataque de pánico. En la librería del centro comercial encontré el libro del Fobia Club. Lo leí y decidí acercarme a la Fundación. Empecé el tratamiento, entré en los grupos y fue bárbaro encontrar gente que cuando yo contaba lo que me pasaba, asentía identificándose con mi relato y yo con el de ellos. Empecé a ver el mundo de otra manera; cambió mucho mi forma de ser. Me abrió puertas comprender esta enfermedad. En su momento la padecí. Ahora que estoy curado y disfruto más de la vida, me doy cuenta de que uno hace hincapié en tantas tonterías que realmente no tienen importancia. Hoy ante cada situación que se me presenta digo: “es un problema, pero si estuve como estuve, puedo enfrentar cualquier cosa”. Por ejemplo mi madre, al igual que tantas otras personas, siempre suele comentar que alguien conocido tiene un cáncer o sufrió un infarto. Antes, frente a esas palabras yo empezaba a padecer los síntomas, me reflejaba en todos y aparecían los tics. Mi mamá me reprochaba constantemente que a mí no me podía contar nada. Ahora estoy bien: mi madre se enfermó y yo pude ayudarla, ir al hospital, contenerla y estar durante las curaciones. Poder acompañarla fue lo más lindo del mundo. Logré enfrentar la situación sin preocuparme por mí, sino por ella. En lo laboral hubo crisis, me bajaron el sueldo, se cayó el país y yo pude enfrentarlo todo. Conseguí otro trabajo más y salí adelante. En otro momento no hubiese podido hacerlo. A medida que empecé a mejorar y a abrirme al mundo comenzaron a suceder cosas buenas, una de ellas fue que me eligieran coordinador de la Fundación. Me siento bien y hago las cosas con ganas. Me gusta dar testimonio cada vez que puedo, a veces la gente se pone a llorar con mi relato, porque se sienten reflejados y después se acercan a contarme su problema o el de algún pariente que padece lo mismo. Me gusta darles ánimo y decirles que hay una oportunidad de curarse. Veo en ellos la misma expresión que yo tenía antes. Ahora en mí aflora una sonrisa, producto del optimismo y la tranquilidad de poder contestarles lo que necesitan oír: que se puede salir, que depende de uno, de la voluntad que se ponga para tratar de curarse y que podemos transformar tanto sufrimiento en una enseñanza que nos ayude a vivir mejor. El testimonio de Adrián me parece fabuloso. Sus palabras dan aliento y con sólo escucharlo entendés que se puede, que hay que intentarlo porque siempre hay una salida. El pudo y todos podemos. Adrián trabajó mucho: no sólo participa de los grupos sin faltar casi nunca, sino que también hace lo que pocos podemos: exponerse solo a las situaciones que más temor producen. A los pocos meses de estar en recuperación se tomó un micro a Mar del Plata y pasó tres días allí. Como si esto fuera sencillo no se quedó encerrado en el hotel, muerto de miedo, sino que recorrió el puerto, pasó tres días allí. Como si esto fuera sencillo no se quedó encerrado en el hotel, muerto de miedo, sino que recorrió el puerto, paseó por las peatonales y viajó a Sierra de los Padres. A la noche iba al casino y se volvía caminando al hotel. Esto puede parecer simple y placentero para cualquier persona pero para quien padece ataques de pánico, viajar solo y tan lejos es todo un logro. En otra oportunidad fue a pescar a la laguna Adela, a 135 km de Buenos Aires, con un grupo de desconocidos. Se tomó un micro en Liniers a las cinco de la mañana y emprendió otro desafío. Allí pescó, alquiló un bote y se fue, solo, a la otra punta de la laguna con la felicidad de estar disfrutando el momento. También enfrentó la noche. Para muchos fóbicos es un momento especial, la noche nos cambia la perspectiva dentro de lo que es la enfermedad. Muchos recuperados nos movemos bien durante el día, pero en la noche nos cuesta más. Adrián se tomó un colectivo, caminó por la calle, y fue a buscar a su novia para llevarla a bailar. Lo hizo una y otra vez hasta que llegó a saber que estaba completamente recuperado; ya no tenía miedo y no necesitaba tomar un taxi para volver a su casa. Escuchar su historia es un gran aprendizaje para todos nosotros, porque sabemos la garra que puso y sigue poniendo. Actualmente, estudia para ser contador, trabaja, está feliz con su novia y ayuda a muchas personas que en este momento están como antes él. Con todo este esfuerzo muy pronto Adrián se convirtió en coordinador del grupo de los sábados y transmite todas las experiencias que fue aprendiendo por sí solo. Otro caso que me gustaría que conozcan, en forma muy breve, es el de Marcela. Ella también entró unos meses antes que yo y su recuperación fue muy rápida. Pasó más de diez años con ataque de pánico y agorafobia encerrada en su casa, con una mujer que la acompañaba durante todo el día hasta que su marido llegaba de trabajar por la tarde. Perdió los mejores años de su vida sin poder hacer nada. Ahora no sólo coordina los grupos sino que entró en la facultad y está estudiando psicología. Marcela debe tener unos 45 años. Todos nos sentimos muy orgullosos de ella, por eso o quería dejar de contarles su logro y demostrar una vez más que nunca es tarde y que todo lo que deseamos, si queremos, lo podemos lograr. Algunas consecuencia de las crisis de ansiedad A medida que pasan las semanas, los meses y hasta los años, las víctimas de los ataques de pánico van experimentando sus consecuencias. Debido a esta enfermedad que no logran superar, las personas se sienten cada vez más asustadas, ansiosas, contracturazas con los nervios destrozados. De a poco se empiezan a perder las cosas más importantes de la vida, básicamente el deseo de seguir adelante porque no se encuentra placer en nada y se pierde el incentivo. No tenemos voluntad para las actividades normales como hacer gimnasia, tomar clases de piano, ir al cine, o simplemente salir a caminar. Muchas veces se deterioran las parejas por la incomprensión. La familia nos atosiga con nuevos médicos para visitar, notas de revistas para leer, cursos de meditación, flores de Bach, etc. Los amigos se alejan porque no nos comprenden y se sienten desilusionados por nuestro cambio; algunos se quedan para boyar alrededor nuestro y otros pocos para ayudarnos. En este punto comienza la desmoralización y día a día crece más. La curación parece estar tan lejos de nosotros que no visualizamos el horizonte y finalmente aparece la depresión. Cada mañana es, en lugar de un volver a empezar, tratar de resistir otro día más. Nuestra mente está tan conectada con este pensamiento que no nos deja mucho espacio para otra cosa. Cada noche sentimos el fracaso por no experimentar mejoría alguna. Muchos, leyendo este libro, se sentirán aliviados al saber que existe gran cantidad de gente que se encuentra en la misma situación. Por eso considero que los testimonios personales aquí presentes son tan importantes. En todos estos años me encontré con muchas personas que, por distintas razones, se automedicaban. Los ansiolíticos o sedantes, sólo logran calmarnos momentáneamente, pero no curan. También yo me automediqué durante mucho tiempo y si bien al principio obtenía resultados, con el tiempo tuve que aumentar las dosis porque no me hacían efecto. Sólo los remedios bien tomados, en los horarios correctos, y obviamente bajo la supervisión del psiquiatra, logran la cura de las fobias, la depresión y otras enfermedades. Lo mismo ocurre con el alcohol o las drogas, logran disminuir los síntomas momentáneamente. Esto se da mucho en los fóbicos sociales que deben vencer su timidez. Con el tiempo los problemas aumentan y no sólo no logran curarse sino que deben arrastrar los problemas familiares y laborales producto de este hábito. Las drogas y los medicamentos mezclados llegan a ser devastadores para cualquiera. 5 TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) Presencia de ideas, imágenes persistentes o impulsos que deterioran la calidad de vida Características generales Consiste en la presencia de ideas, imágenes persistentes o impulsos que el individuo considera externas y que provocan un malestar significativo. Para evitar esto realizan rituales o conductas compulsivas. Hay varios tipos de obsesiones, algunas consisten en el temor a contaminarse o contagiarse enfermedades. Las personas TOC creen que si no realizan el ritual se va a desencadenar un hecho trágico. Los rituales pueden ser: lavarse las manos cientos de veces al día, mantener un orden especial de las cosas convirtiéndolo en sintomático, limpiar objetos o espacios irracionalmente, etc. Algunos piensan que se van a contagiar el sida y por eso se bañan varias veces al día creyendo que así pueden evitarlo. Otra obsesión de tipo mental es la necesidad imperiosa de llevar a cabo algún acto. Puede se por ejemplo, contar baldosas o postes de luz, repetir frases como latiguillos o tener ideas catastróficas o violentas. Las obsesiones se relacionan también con la hipocondría, la anorexia y la bulimia, los tics, la cleptomanía, etc. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 3,3 millones de personas padecen este trastorno, o sea el 2,3% de la población mundial. Se da igual forma en hombres y en mujeres. Un tercio de adultos afectados han tenido sus primeros síntomas en la niñez. Una de las mejores cosas que nos pasó en el grupo fue ir como invitados a Mar del Plata para la inauguración de una nueva filial. Parte del desafío era llegar a esa ciudad en el medio de transporte que más nos costara enfrentar: avión, tren o micro. Otro desafío era poder alejarse de Buenos Aires sin la compañía de ningún familiar o amigo. Teníamos que pasar tres días a 400 km de nuestros hogares. A mí me tocó viajar en avión con Raquel, en su primer viaje, y con Laura, que no lo había hecho durante muchos años. Ambas estaban tan nerviosas que casi no durmieron la noche anterior. Tomamos el primer vuelo del día, una mañana lindísima de sol y con un cielo completamente despejado. Al embarcar, las tres respiramos profundo. El viaje fue maravilloso y nos sacamos muchas fotos. Nos alojamos en el hotel y durante el día fueron llegando nuestros compañeros. Las habitaciones permanecían con las puertas abiertas porque siempre estábamos todos juntos, tomando mate y charlando de nuestras vidas. Conocí a Patricia y a Mariel, que pertenecían a un grupo de TOC al que yo nunca había asistido y muy pronto todas entramos en confianza. Con nuestra coordinadora, Adriana, vi llegar a Marisa. Fue una verdadera alegría porque jamás pensé que iba a venir. Por la tarde fuimos a la conferencia y me impresionó ver que en el lugar había más de 300 personas. ¿Tanta gente tiene fobia en esta ciudad? Pensé. Todos quedaron impactados e identificados con la charla que dieron los doctores y a la hora del testimonio de algunas de mis compañeras, vi que muchísima gente lloraba. Yo conocía la historia de casi todas, menos la de Patricia. Ella es una chica preciosa, frágil y delicada. Cuando subió al escenario y compartió su experiencia, me costó creer lo que estaba escuchando. Habló con voz suave pero segura, e inmediatamente se transformó en alguien fuerte ante la vista de todos. Patricia Desde muy pequeña sentí que cualquier cosa podía infectarme y eso hizo que mi niñez y mi adolescencia fueran un infierno. Siempre tenía que lavar todo cuando llegaba de la escuela a mi casa. Vaciaba la mochila y limpiaba los útiles uno por uno. Me bañaba varias veces al día y lavaba mi ropa cada vez que la usaba. De grande, cuando llegaba a mi casa empezaban mis obsesiones: le pasaba a todo un trapo húmedo: zapatos, cartera, llaves, etc. Me daba un baño y después tenía que pensar que cada cosa que me iba a poner o a tocar tenía que estar limpia, aunque sabía que ya lo estaba. Limpiaba irrazonablemente. Si se me caía una prenda al piso, no me la ponía. La colocaba en un balde con agua y jabón para lavarla. Si había tocado el piso del baño, después de haberme bañado, me volvía a asear los pies. Así pasaban dos o tres horas, tiempo perdido que se iba en algunas de mis obsesiones. Después de tocar cualquier cosa me lavaba las manos. Podía hacerlo miles de veces en un día. Se me lastimaban de tenerlas tanto tiempo mojadas. Me llevó muchos años curármelas. Mi obsesión era el miedo a la contaminación o al contagio de enfermedades. Eso me llevó a asociar cosas y las ideas perturbadoras se iban trasladando a otros objetos. No podía tocar nada si no era con un trapo, con papel o guantes. Cuando los descubrí, creí que había hallado una solución a mi problema, pero se convirtieron a su vez en otra obsesión. Andaba por mi casa todo el día con los guantes puestos. Cerraba y abría las puertas con los codos o estiraba las mangas de mis pullovers, con tal de no tocar nada directamente con las manos. Cuado todos se iban de mi casa, cada cosa que tocaban, familiares o amigos, las limpiaba una y otra vez. Creía que tenía el control. Esta enfermedad me consumía todo el día. Cuando hacía el ritual me sentía aliviada, calmaba mi ansiedad. Sabía que era ilógico, pero no podía para de hacerlo. La necesidad del ritual era más fuerte que todo lo que podía racionalizar, me quitaba fuerzas hacerlo pero me rendía ante ese monstruo tan difícil de manejar. Esto que viví me atrevo a asemejarlo con el infierno. Durante mucho tiempo no tuve idea de que esto era una enfermedad, por lo tanto no sabía contra qué luchar. Cada vez frecuentaba menos gente, no podía soportar la idea de que alguien me rozara por la calle. Mi mente generaba reacciones físicas indicándome que había peligro, entonces transpiraba, caminaba en zigzag con tal de no tocar a nadie, las manos me sudaban. Mi corazón me pedía a gritos un poco de paz. Cuando me veía obligada a salir era una tortura permanente. Al volver a casa, mi nivel de estrés estaba en el pico más alto. Hasta que un día, hace más de tres años, encontré este lugar y hoy estoy totalmente recuperada. Me llevó mucho tiempo, paciencia y un arduo trabajo. Pero lo logré. Pude abrir las rejas que me tenían presa y volar. Encontré la llave, luché mucho y pagué un precio muy alto por ello, dejé dos carreras por la mitad, abandoné varios trabajos porque ya no podía sostener mi realidad oculta, pero salí triunfante. Rompí las cadenas y las obsesiones que me ataban a un mundo cada vez más oscuro, lleno de miedos, dudas, tristezas, angustias e impotencias en el cual mi calidad de vida fue disminuyendo notablemente en todos los niveles. Estoy muy agradecida por haber tenido esta segunda oportunidad. Soy una persona feliz, trabajo, me casé y estoy llena de proyectos. Patricia recorrió un largo camino. Su enfermedad no es fácil, nada que un medicamento pueda curar en semanas. Tuvo que hacer terapia cognitiva, totalmente dirigida a su enfermedad y con el tiempo ingresó al grupo de los TOC y compartió su experiencia con otras personas. Dirigidos por los coordinadores y doctores, los TOC realizan muchísimos ejercicios que ayudan a la curación. Pasó bastante tiempo hasta que Patricia logró recuperarse; hoy ayuda a muchos otros, que como ella, llegaron sin esperanzas, con sus vidas destrozadas y en muchos casos, lastimados físicamente. El siguiente testimonio de un hombre de 39 años, puede ayudar a otras personas a encontrar un nuevo camino. Esto me contó: Diego Me lavaba las manos miles de veces al día. Mientras lo hacía sentía una gran tranquilidad, parecía que mi nivel de ansiedad bajaba completamente. Pero en cuanto terminaba y me las secaba, pensaba: esta toalla no está muy limpia, creo que hoy la cambié sólo dos veces. La ponía en el lavarropas y volvía al baño a lavarme las manos de nuevo. Por las dudas abría un nuevo jabón, para estar tranquilo de que no estuviese sucio. Mientras me lavaba también limpiaba la bacha (lavamanos) y alrededores. Vuelta a lavarme las manos para terminar. Me ponía a acomodar la ropa o mis libros y otra vez a lavarme las manos. Muchas veces me tiraba en la cama a llorar porque pensaba que no tenía las manos limpias y me daba mucho miedo. El estrés era tremendo y mis manos estaban tan dañadas que prácticamente no tenía uñas. Mi relación con las mujeres se dificultaba porque para estar con ellas necesitaba que antes se bañaran, que estuviesen limpias, y si no era una novia con quien tuviese confianza la situación me resultaba muy bochornosa. Otro relato de una persona TOC, con otro tipo de obsesión, es Carola. Su testimonio es muy ilustrativo. Me encantó que la protagonista pensara que su testimonio puede ser leído por padres y que tal vez puedan ayudar a sus hijos si es que se identifican con lo que cuenta. Carola Se me hace muy difícil plasmar en palabras todo lo vivido durante los años de mi enfermedad y digo enfermedad porque recién cuando uno toma conciencia de esto es cuando empieza a buscar una solución. Hace aproximadamente cuatro años empecé el tratamiento, que es lo que hoy me permite estar bien y disfrutar de la vida. Yo soy TOC. Cronológicamente no sé bien cuando empezó esta enfermedad, pero mis recuerdos de la niñez tienen que ver con obsesiones de todo tipo. Cuando iba al colegio no lo podía disfrutar, iba caminando con mis hermanas y lo hacía ensimismada, contando baldosas o tratando de avanzar sin pisar las rayas. En ese momento, no lo vivía con angustia sino como un juego, a veces hasta cansador. Las obsesiones fueron muchas, algunas casi no las recuerdo. Me gustaría al menos que a través de mi testimonio, los padres de esos chicos que quizás tienen obsesiones puedan darse cuenta, para poder tratar esta enfermedad a tiempo y darles a sus hijos la posibilidad de tener una vida feliz. El sufrimiento es fuertísimo, todos los pensamientos se transforman. De niña pensaba que una persona muerta se iba a presentar frente a mí, que me moría de tétano, que un maremoto me ahogaba y otras cosas más que no recuerdo con precisión. Estas ideas que a los 6 o 7 años me acosaban las vivía con mucho dolor, en silencio y creyendo que tal vez eran normales. A medida que la angustia crecía fue creando depresión y ansiedad y rondaba en mi mente la idea de matarme pero nunca lo intenté. Era una persona sin proyectos y sin ganas de vivir, todo me tiraba para abajo, dejándome en un estado de mucha angustia. No sé qué se presentó primero en mí, si la obsesión, la ansiedad o la depresión. Hoy al estar recuperada me doy cuenta de que ya no tiene sentido saberlo. Lo que me hizo tocar fondo y darme cuenta de que no podía más fueron unos pensamientos catastróficos que empezaron a rondar en mi mente: pensaba que iba a matar a mi familia o a un ser querido con un cuchillo, una tijera o un elemento punzante. Uno no puede creer que esto le pase por la cabeza y ahí es cuando uno piensa que está loca y que perdió la razón. Las sensaciones corporales son espantosas porque realmente se siente que lo imaginado está sucediendo. Uno lo ve, y es tal el desgaste mental entre no querer pensar y pensar, que va aumentando la ansiedad y la angustia que produce. Después de horas y horas intentando desprenderme de esos pensamientos, el agotamiento era tan grande que me tiraba en la cama todo el fin de semana entero, sin ganas de vivir. Pensaba que la solución era morirme o tener una enfermedad Terminal que me diera un motivo verdadero para poder decir “ahora realmente estoy enferma”, y justificarme, porque es difícil creer que esto sea una enfermedad, sólo se asocia con la locura. Es duro desear la muerte más que la vida. A veces me resulta increíble creer que pude aguantar tantos años viviendo así. Estudiar en la facultad se me hacía imposible porque me aparecían ideas terribles como pensar que el chico que estaba sentado delante de mí estaba ahorcado con una soga o que yo le clavaba una tijera. La palabra concentración no existía en mi vida. No podía leer, ni mirar una película, ni mantener mi presencia en ningún lado. En mi casa cuando empezaba a obsesionarme con algo me retiraba a mi cuarto y me encerraba. Puedo decir que siempre intentaba volver a empezar creyendo que me iba a curar. Pero cada vez aparecían más obsesiones. Me tuve que alejar de mi hermana cuando tuvo su bebé, tenía terror de violar a los chicos, y como dije anteriormente, el pensamiento que se instalaba en mi mente era para mí un hecho que yo había realizado, a pesar de que ahora sé muy bien que sólo fueron ideas y que jamás hice nada malo. Alejarse de la familia por esta enfermedad es muy doloroso. Hoy lo puedo contar porque estoy bien pero sé que la lucha aún no terminó. Todos los días debo enfrentarme a los pensamientos obsesivos que tuve y olvidar lo vivido. A veces creo que no lo voy a lograr pero la realidad es que ya no los tengo más y soy una persona sana y recuperada. Puedo disfrutar de las cosas simples, vivir como una persona normal. Agradezco eternamente a las personas maravillosas que tuve la oportunidad de conocer en los grupos. Y a Dios por ponerlas en mi vida y darme otra oportunidad. El siguiente autoexamen puede ayudar a muchas personas que aún no tienen certeza de su enfermedad o conciencia de ella. 1. Cuando se apoya en la baranda de una escalera, en el pasamanos del colectivo, subte o tren, ¿cree que puede contagiarse alguna enfermedad? 2. ¿Necesita lavarse las manos demasiadas veces al día siguiente de una rutina o ritual especial? 3. Cuando le encargan un trabajo en su oficina, ¿pierde horas en revisarlo una y otra vez? 4. ¿Guarda material de trabajo durante muchos años, por si alguna vez necesita utilizarlo nuevamente? 5. ¿Comprueba más de dos veces si cerró la llave del gas, si bloqueó la puerta, las ventanas o el auto? 6. ¿Cree que si no realiza alguno de estos rituales, a usted o algún familiar puede ocurrirle alguna desgracia? 7. Al caminar ¿evita pisar las rayas que dividen las baldosas de la vereda (acera)? ¿Le pasa lo mismo con las cerámicas de la cocina o del baño? ¿Observa si sus hijos practican alguna de estas rutinas? 8. Por la mañana, ¿ocupa mucho tiempo en la ducha y en elegir la ropa? 9. ¿Llega tarde a todos lados porque demora horas en dejar limpio, ordenado y bien cerrado el hogar? 10. ¿Se siente invadido por pensamientos o imágenes desagradables casi todos los días? Si la respuesta a varias de estas preguntas resulta afirmativa, no hay que alarmarse, éste no es un test científico ni significa que padezca un trastorno obsesivo compulsivo. Sin embargo, quizá sería conveniente acudir a un especialista para descartar cualquier duda y así lograr una mejor calidad de vida, tanto para usted como para quienes lo rodean. Las obsesiones compulsivas no sólo afectan al enfermo, sino a toda la familia. 6 TAG (Trastorno de Ansiedad Generalizada) Preocupación constante y excesiva sobre una amplia gama de acontecimientos y situaciones Características generales Consiste en una preocupación constante y excesiva sobre una amplia gama de acontecimientos u situaciones. Produce inquietud, fatiga, falta de concentración, etc. Por ejemplo, la persona imagina situaciones horribles cuando un familiar debe reunirse con él y se retrasa o no contesta el teléfono. Conocí varias mujeres con este trastorno. El relato de todas ellas es similar, por esta razón voy a referirme al TAG de acuerdo a lo que me contaron. Este trastorno se presente como una preocupación excesiva en relación a una situación, a un evento o a otras personas. Aquellos que sufren este trastorno están constantemente pensando y anticipándose negativamente a los hechos. Imaginan posibles accidentes o desgracias, que puede sufrir algún familiar aunque ellos no se encuentren en peligro. El TAG es crónico, se mantiene en el tiempo y por consecuencia la persona necesita tener constantes pruebas a fin de poder bajar su nivel de ansiedad. Por ejemplo, llamar o hacer que las personas cercanas llamen varias veces al día para decirles que están bien y que nada malo les ocurrió. Este trastorno, cuando se mantiene a lo largo del tiempo, suele confundirse con un tipo de personalidad ansiosa y por eso es normal padecerlo muchos años sin tratamiento. La ansiedad generalizada es constante, por eso los familiares y amigos lo toman como un patrón característico. Existe una predisposición hereditaria para sufrir el trastorno de ansiedad generalizada al igual que ocurre con todas las personas que sufren un cuadro de ansiedad. A las personas que lo sufren se les dificulta concentrarse en otras actividades, pasan varias horas al día preocupados tratando de poder confirmar o dudar de sus pensamientos. Por lo general el poder imaginativo de estas personas es muy alto y desafortunadamente no muy variado. Sospechan que pronto van a tocar a su puerta y un extraño les informará de la muerte de alguien cercano. Si escuchan una sirena, inmediatamente lo asocian con un accidente de un familiar o hasta a veces imaginan el accidente en sí mismo viendo cómo el familiar es arrollado por un automóvil, incluso visualizan la sangre, el golpe, etc. Los síntomas con que se presentan son: . . . . . . . Tensión motora: temblores, dolores musculares, inquietud, fatiga. Sensaciones corporales: ahogos, taquicardias, diarrea, náuseas, nudo en la garganta, etc. Hipervigilancia. Aprensión. Dificultad para concentrarse. Dificultad para dormir. Exageración en la respuesta frente a situaciones de alarma. La realidad muestra que existe una disminución notable en la calidad de vida del paciente. No sólo se ve afectada la persona que lo sufre, sino también sus familiares que se encuentran limitados en sus propias actividades debido a que tienen que estar constantemente informando sobre sus movimientos. Frente a un imprevisto o tardanza inmediatamente los familiares tratan de avisar lo más rápido posible a fin de no dar motivos a una preocupación exagerada. Por ejemplo, los hijos tratan de no salir demasiado para no preocupar a su madre que constantemente les expresa el miedo que siente cuando van a bailar o están en la calle. Muchas veces, la persona que padece ansiedad llama a todos los conocidos de un familiar para saber su paradero porque éste se retrasó 30 minutos en su llegada. Roxana, una paciente de la Fundación que sufría ansiedad generalizada me comentó: si mi hija llega media hora antes del trabajo yo creo que la echaron y si llega media hora después, durante ese tiempo pienso que tuvo un accidente y está muriéndose. A Raquel la conocí en el aeropuerto cuando nos embarcábamos en un viaje con el grupo a Mar del Plata. Era la primera vez que ella subía a un avión, que pasaba un fin de semana lejos de su familia, de su casa y estaba muerta de miedo. Enseguida tuvimos muy buena química y pasamos el fin de semana contándonos nuestras vidas y conteniéndonos mutuamente. Después de este viaje empezamos a llamarnos por teléfono y a los pocos meses la volví a ver en una visita especial que hicimos con el grupo a la catedral de La Plata. A medida que pasaron las semanas me di cuenta de que Raquel no asistía a los grupos de los sábados, razón por la cual tuvimos una conversación. Le pregunté por qué no venía y su respuesta fue simplemente que vivía muy lejos. Le expliqué una y otra vez que debía venir para terminar de sacarse los miedos poder recuperar su libertad. Aún no está preparada para dar este paso. Siempre hablamos por teléfono como si fuésemos amigas de toda la vida y sé que muchas otras personas del grupo también la llaman. Entre todos la contenemos y cuando ella esté segura, ahí estaremos, esperándola. Si bien su situación como TAG mejoró muchísimo, creo que no logra curarse del todo porque no hace los ejercicios, que es un porcentaje muy algo para la cura definitiva. La incluí en este libro porque su testimonio es muy claro y porque se evidencia que si el tratamiento no es completo tampoco es completa la cura. Raquel Nací en el Chaco hace 46 años y desde chico tuve una tendencia depresiva bastante notable. A los 6 años mi mamá tenía que vigilarme porque yo siempre tenía la idea de tirarme dentro de un aljibe que había en mi casa. No sabía explicar lo que sentía, eran sensaciones que estaban dentro mío. A los 8 años casi todos los días me concentraba mirándome los brazos durante un rato y veía mi propio reflejo frente a mí, me desdoblaba. Corría asustada fuera del cuarto, respiraba profundo y al relajarme volvía a la normalidad. Quedaba exhausta; el miedo y la adrenalina que corrían dentro mío me paralizaban pero no podía hablarlo con nadie porque era muy chica y ni yo misma me daba cuenta qué era lo que me pasaba. Como tenía conciencia de que eso no era normal prefería el silencio. Durante toda la primaria viví atormentada con la presencia de un compañerito. Jamás me asustó ni me hizo daño, pero sólo con verlo yo entraba en pánico y lo único que quería era irme a mi casa con mi mamá. Ella me retaba y me decía que dejara de llorar y de inventar historias; en aquel momento ni yo ni nadie podía darle un nombre a esta enfermedad, hoy me doy cuenta de que esas reacciones eran parte de este trastorno que me provocaba pensamientos catastróficos sin ningún motivo específico. A los 12 años nos vinimos a vivir a Buenos Aires, a la casa de mi hermana. El cambio para mí fue tremendo. En Chaco teníamos una casa con todas las comodidades y cuando llegamos aquí nos encontramos con un rancho en una calle de barro. Enseguida me deprimí y al poco tiempo tuve mi primer ataque de pánico con síntomas físicos. Me acuerdo que fui a pasar el fin de semana a la casa de una tía que tenía una hija de mi edad, no aguanté ni un día, me descompuse, empecé con una fuerte taquicardia, me temblaban las manos y sudaba. Mi tía trataba de consolarme yo no podía reconocerla, le decía: “señora por favor lléveme a mi casa, con mi mamá”. Cuando llegó mi hermano a buscarme me tuvieron que acompañar a la puerta porque me ahogaba y no podía respirar; creí que me moría. Me acostumbré a que estos episodios se repitieran cada tanto aunque tenía lapsos en los que estaba mejor por algunos meses. El trastorno de ansiedad generalizada, si bien lo tuve siempre, se manifestó en forma insoportable cuando me casé y tuve hijos. La casa era mi gran obsesión, tenía que hacer todo en un día, no podía ver nada desacomodado, un cuarto sin hacer, la ropa sin planchar o la comida sin preparar en el momento justo. Las 24 horas del día no me alcanzaban, la ansiedad me mataba y como no lo podía controlar me deprimía y muchas veces lloraba sola en mi cuarto. Mi marido todavía no sabía de mis crisis. Otro síntoma era ponerme colorada cada vez que veía a mi cuñado. Al principio no le di importancia pero cuando todos me lo hicieron notar comencé a sentir tanta vergüenza que trataba de evadirlo. Era imposible porque trabajaba con mi esposo al lado de mi casa. Para superar este problema cuando iba a la oficina, antes de entrar, me metía los dedos en la garganta provocándome arcadas. De esta forma cuando me veían con los ojos llorosos y con tos, les decía que me había atragantado o cualquier otra excusa y sentía que esto me distraía del verdadero conflicto. Cuando tenía 30 años falleció mi mamá. En ese momento le confesé a mi marido los reiterados ataques que sufría y la sensación de que me iba a morir. Ese primer año estuve muy mal por la falta de mi madre, sufría palpitaciones y ahogos más intensamente. Le pedía a mi marido que me abrazara. El me contenía y me llevaba afuera a respirar y caminar un poco. Empecé a ir a la psicóloga. Ella me decía que eran problemas del pasado de mi familia, de algunos episodios confusos durante mi infancia, etc. Me dio Rivotril y por un tiempo creí que me estaba curando; el sedante no evitaba el ataque pero me tranquilizaba en forma momentánea. Con el tiempo dejé de ir a la psicóloga y de tomar la medicación. El trastorno de ansiedad generalizada llegó a su punto máximo cuando mis hijos se hicieron adolescentes: tres jóvenes queriendo salir de noche a bailar, a reuniones y yo con los nervios destrozados. Si mi hija salía una noche y yo luego escuchaba la sirena de una ambulancia creía que la traían muerta. Llamaba a sus amigas y si no la encontraba lloraba, me tiraba en el piso y quedaba atrapada en esa crisis de nervios hasta que la veía llegar. Mis hijos varones iban a bailar y yo no dormía hasta que llegaban, rezaba, caminaba por la casa. Si sonaba el teléfono pensaba que era la policía para avisarme que estaban en un hospital o presos. Me volvía loca, era una tortura. Mi marido me tuvo paciencia, por suerte somos muy unidos y me ayudaba. Una vez él se tuvo que ir de viaje a Santiago del Estero por trabajo. Lloré los tres días; pensaba que si me daba un ataque y él no estaba nadie me iba a ayudar en el trance y me iba a morir. No podía soportar la idea de estar sola. Yo tenía una familia hermosa de la que no podía disfrutar porque siempre estaba sufriendo y sintiéndome mal físicamente. Estaba tan desesperada y cansada de todo que fui a la virgen de San Nicolás a pedirle que me ayudara. Cuando mi cuñada me vio tan mal, me dio la tarjeta de un médico llamado Carrión. Me dijo que era muy buen profesional y que fuera a verlo y me contó también que existía una fundación donde se reunían en grupos para hablar de estos problemas. Mi marido me acompañó a la primer reunión y escuchamos juntos los relatos de la gente sobre los síntomas que padecían. Me identifiqué con muchos de los casos y me dije a mi misma: “no estoy loca”. Un especialista nos explicó que todos estos trastornos eran los síntomas de una enfermedad y que existían tratamientos para curarla. Yo no lo podía creer y mi marido también se alivió al saber que todo lo que me pasaba tenía que ver con una enfermedad y que no eran sólo ideas mías. Mi hija me acompañó a la primer consulta con el doctor, pero en el viaje hasta el consultorio –de la zona sur al centrome dio un ataque de pánico en el subte. Nos tuvimos que bajar y tomar un taxi. Cuando finalmente llegamos y vi al doctor Carrión me di cuenta de que era el mismo que había visto varias veces en televisión, entonces supe que me lo había mandado la virgen. Así empecé mi tratamiento, ahora soy mucho más feliz ya que puedo disfrutar de mi familia y de lo que Dios me dio. Lo más importante es haber dejado de padecer todos los síntomas físicos, los ataques de pánico y la ansiedad generalizada. Sé que me falta mucho porque no voy a los grupos. Aunque muchas veces lo hago, alejarme tanto de mi casa me da no sé qué… Comprendo que para curarme completamente debo hacer los ejercicios todos los días y no faltar los sábados. Estoy en el camino hacia la curación. 7 HIPOCONDRÍA Trastorno en el que se siente una preocupación constante y angustia por la salud Características generales La hipocondría es un trastorno en el que las personas empiezan a somatizar, a causa de la depresión y la ansiedad, los síntomas de una enfermedad determinada, que por lo general no está presente en su cuerpo sino en su imaginación. Estas personas son sanas y lo que no saben es que la única enfermedad real que padecen es la hipocondría. Genera una actitud aprensiva a través de la cual los sujetos están permanentemente atentos a las sensaciones de su cuerpo, dándoles una interpretación negativa. Como tienen la creencia de sufrir una enfermedad grave, están continuamente atentos a las sensaciones físicas, se observan detenidamente y se tocan el cuerpo generando una preocupación excesiva. Así, estas personas entran en un círculo del cual no pueden salir manteniendo este trastorno, seguramente, durante años. Si los estudios arrojan resultados buenos se sienten un poco más tranquilos pero rápidamente volverá la duda y se preguntarán si los diagnósticos fueron hechos correctamente. Por lo general, las personas que la padecen cambian de médico porque la relación se puede volver un poco agresiva debido a la insistencia del paciente que piensa que no ha tenido la atención adecuada o que el médico no captó la esencia de su problema. Cuando esto sucede, cambia de consultorio y vuelve a empezar. Las posibles enfermedades suelen ser siempre las mismas: cáncer, infarto, sida, etc. Por esta razón, están todo el tiempo analizando las sensaciones de su cuerpo. La hipocondría, al igual que la anorexia y la bulimia deberían entrar, a mi entender, dentro de las obsesiones compulsivas (TOC). Tienen las mismas características mencionadas en el capítulo anterior. Son obsesiones que están más allá de todo razonamiento lógico. El sujeto no puede controlar lo que le pasa ni lo que hace y siente que nada lo cura, a menos que realice un tratamiento completo. Es un trastorno frecuente, entre el 10 al 20% de la población mundial puede padecerlo en algún momento de la vida. En Estados Unidos se ha realizado un estudio donde se demostró que entre el 4 y el 9% de los pacientes que acuden a los hospitales con síntomas de alguna enfermedad lo hacen debido a respuestas hipocondríacas. Aspectos típicos de los pacientes hipocondríacos El hipocondríaco siente una excesiva ansiedad por dos motivos: buscarse una enfermedad y también padecerla. Esta ambigüedad está continuamente en la mente del enfermo La canaliza a través de sensaciones físicas: calor, sudoración, taquicardia, sequedad en la boca, depresión. El hipocondríaco puede ir a la consulta solo, con una larga lista de todas sus sensaciones pero es mejor que concurra acompañado de algún familiar porque al sufrir ese estado de deseo y temor se bloquea mentalmente y puede no entender bien lo que le dicen. Necesita de otra persona para evaluar el diagnóstico conjuntamente. El paciente tiende a cambiar de médico por varias razones: no le gusta lo que le dice, no le gusta porque no le quiere hacer todos los exámenes que él pretende o por vergüenza a repetir muy seguido las consultas. La preocupación le provoca un malestar significativo, deterioro social, laboral o de otras áreas importantes en la actividad del individuo. Su estado de ánimo atraviesa distintas etapas. Cuando en su mente se instala la idea de una enfermedad, se apodera de él una fuerte sensación de ansiedad y depresión. Se altera, se pone hipersensible y finalmente se enceguece porque si no recurre rápidamente al médico para calmar su miedo no puede vivir tranquilo. Generalmente no puede concentrarse en ninguna actividad, ni laboral ni personal. Su mente está enfocada en su temor, lo que lo lleva a estar en un estado emocional negativo y le resulta difícil entablar una conversación. Conozco muchas personas hipocondríacas, yo misma lo soy. Creía que la hipocondría era un aspecto de mi personalidad y nunca se me ocurrió, ni ningún médico me dijo, que era una enfermedad y que existía una cura. Sé bien lo que es esta enfermedad y padecerla es terrible. A diferencia de los ataques de pánico, donde las crisis duran entre 10 y 20 minutos, los ataques hipocondríacos duran mucho más. Desde el momento en que uno tiene una sensación extraña o se nota algo raro en el cuerpo hasta que llega al médico o espera el turno, dos o tres días después, el tiempo parece una eternidad. En caso de tener que hacerse algún análisis, los resultados pueden demorarse, mínimo, una semana. Soportar todo esto lleva a un estado de desánimo y provoca falta de interés en general y hasta depresión. La ansiedad que se acumula en todos esos días puede dejarnos en un estado físicomental devastador. Por eso, los hipocondríacos aprendemos muchas técnicas como las que relato a continuación. Generalmente llegamos al consultorio sin turno. Vamos ese mismo día y con nuestra mejor cara de inocentes le decimos a la secretaria: “justo pasaba cerca y como no me siento bien quería ver si el doctor me puede revisar. No importa si tengo que esperar”. Por lo general nos atienden. Las radiografías nos las llevamos en el momento, sin el diagnóstico, total sabemos que el médico al verlas ya entiende qué tenemos. Tratamos de encontrar algún médico atento a quien explicarle la enfermedad que padecemos y que nos consienta en poder visitarlo ante cualquier duda. En mi caso llegué a acudir a uno que, con sólo verme en la sala de espera, me hacía pasar sabiendo que no iba a ser una consulta larga. Sólo le contaba el miedo que se me presentaba ese día, él me revisaba en el lugar que me dolía y me confirmaba que todo estaba bien. Yo respiraba tranquila y me iba feliz. Obviamente al año dejó de resultarme confiable, porque cuando salía de su consultorio pensaba: “pero acá arriba no me tocó y ¿si en lugar de ser acá era abajo del brazo o en la pierna? Ahí no me revisó”. Viajamos con la tarjeta de nuestra obra social y por las dudas, si el viaje es al exterior, con otra que compramos en el aeropuerto. Llevamos nuestro pequeño botiquín con lo imprescindible para cualquier acontecimiento que pueda presentarse: antibiótico para la fiebre, jarabe para la garganta, termómetro, gotas para el hígado, pastillas para el dolor de cabeza y para dormir, laxantes y calmantes de todo tipo. ¿Cuáles pueden ser las causas de la hipocondría? . . Excesiva protección y una crianza basada en el miedo. Alguna experiencia traumática relacionada con la enfermedad o la muerte como puede ser el fallecimiento de un ser querido por cáncer. . . . . Darle a los síntomas que se presentan mayor importancia de la que tienen. Reacciones psicológicas: uno enferma para despertar la atención de los demás. Antecedentes físicos concretos durante la infancia. Búsqueda de información sobre enfermedades y sentirse reflejado con lo que se lee. El siguiente es el testimonio de Jorge, al que conocí a través de mi trabajo. Cuando le conté sobre mi enfermedad (como lo hago habitualmente con todas las personas que conozco) él se fue identificado con mis relatos sobre la hipocondría. Con el tiempo se dio cuenta que lo que él padecía hacía años se asemejaba mucho a mi experiencia. A partir de nuestras charlas comenzó a abrirse cada vez más hasta admitir que la hipocondría era su enfermedad y no los cientos de episodios que padecía tan a menudo. Decidió empezar terapia y finalmente pudo compartir con su familia el gran sufrimiento de su vida. Estas son sus palabras: Jorge Tengo 48 años, soy hipocondríaco hace tantos años que ya ni me acuerdo. Sufrí mucho. Por suerte hace poco empecé un tratamiento psicológico cognitivo, dirigido directamente a la enfermedad (jamás me imaginé que la hipocondría era un desorden). Hace unos meses que me trato así que espero ver resultados muy pronto. Desde joven tuve miedo a padecer alguna enfermedad seria. En realidad siempre escuché a mi vieja hablar con las amigas de males incurables, de personas del barrio que se morían y llegué a creer que estas habladurías eran el origen de mis fantasmas. Con el tiempo empecé a asustarme cada vez que me pasaba algo. Si amanecía con gripe, pensaba en un montón de cosas trágicas que me iba a decir el médico cuando llegara: “acá veo que usted tiene un ganglio inflamado, no es normal. Va a tener que realizarse una tomografía”. Me quedaba acurrucado en la cama esperando lo peor. Los pensamientos catastróficos eran terribles, se me hacía un nudo en el estómago, tenía chucho de frío, que no eran del estado gripal. Por supuesto, cuando llegaba el doctor y me daba un simple antigripal respiraba profundamente y daba las gracias en silencio. Volvía a ser feliz. Pero no duraba mucho. Siempre me aparecía algo: una mancha, un dolor en el pecho, cualquier razón para terminar en la guardia de un hospital sometiéndome y sometiendo al médico a realizar todo tipo de estudios. Lo más grave de esta enfermedad es el tiempo que los pensamientos negativos y el miedo ocupan en tu cabeza. Uno está preocupado por eso y es imposible concentrarse en cosas realmente importantes como el trabajo a la familia. Si estoy por recibir amigos en mí casa y, después de bañarme, por casualidad me toco o me rasco alguna parte del cuerpo notando algo raro, comienzan las palpitaciones, me transpiran las manos y se me nubla la mente. Empiezo a tocarme ese hueso o costilla con una mano y con la otra hago lo mismo pero del otro lado. Lo peor es que de los nervios ni siquiera puedo detectar si están igual o no, entonces disimuladamente le pregunto a mi mujer, ella me toca y me dice que está todo bien. Por unos instantes me tranquilizo hasta que al rato me pregunto ¿me habrá dicho eso para tranquilizarme? En ese punto me gustaría decirle a mis amigos que no vengan porque lo único que quiero es irme a dormir lo antes posible. Después de 12 años de casados pude decirle a mi mujer – en realidad me presionó para que lo confesara- que vivía paranoico con las enfermedades. Ella, con buenas intenciones pero con la misma ignorancia que yo, me decía que tenía que parar de darme manija porque iba a terminar enfermándome en serio. ¡Para qué! Fue peor, esas palabras fueron terribles, todo el tiempo pensaba que con los próximos síntomas podía padecer algo maligno. Yo soy muy religioso y voy a la iglesia pero en esa época iba mucho más porque me aferraba a la fe para solucionar mis males. Pedía por favor que no tuviera más pensamientos negativos. El sacerdote me decía que debía alejar de mi mente todo eso, que rezara mucho. Pero nada me hacía sentir mejor, ni rezar, ni los médicos, ni los resultados positivos de los exámenes. Empecé a engañar; ahora me doy cuenta que me engañaba a mi mismo con la esperanza de que todo pasara. Al principio iba a los médicos con todos los estudios que me había hecho en los últimos años por si querían comparar. Tengo todos los análisis míos archivados por año, nunca tiro nada, están todos en una caja especial. Cuando me di cuenta de que el especialista nunca aceptaba mis estudios previos empecé a desconfiar: ¿por qué no los compara?, ¿cómo sabe si estoy mejor o peor que el año pasado? Me iba del consultorio con la esperanza de sentirme bien pero la verdad es que nunca estaba satisfecho con la explicación, por lo cual siempre decidía realizar otra consulta. Nunca más le hice notar a mi esposa mis paranoias sin sentido, pero ahora que ambos tenemos conciencia de que es una enfermedad y que sigo el tratamiento, podemos conversar sobre el tema. Ella es una gran ayuda para mí. Podría pasarme horas contando todo tipo de anécdotas, que ahora, al compartirlas, me causan risa. Nunca había hablado con gente que había padecido sensaciones tan similares a las mías. Por eso ahora me relajo y puedo asumir las cosas que hice. No le deseo a nadie atravesar por algo parecido. Si mi relato sirve de algo a quien lo lea va a ser bárbaro. Nunca pensé que mi experiencia pudiera ayudar a muchas personas, así como me ayudaron a mí las experiencias de otros. ¿Se puede curar la hipocondría? Hace más de ocho meses que realizo una terapia cognitiva y mis cambios han sido increíbles. Si alguien me pregunta si estoy curada le digo que sí, pero que siempre sigo haciendo los ejercicios y ante cualquier alarma tomo conciencia de mi enfermedad y me tranquilizo. ¿Qué es una terapia cognitiva? Es una terapia corta y dirigida directamente al problema que trabaja con el aquí y ahora de la persona. Trata de descubrir cuáles son los esquemas del pensamiento del paciente y su función es modificarlos. El terapeuta da instrucciones específicas guiando a la persona para resolver el trastorno. Incluye técnicas que tienen que ver con cambios de conductas, por ejemplo: dejar de tocarse el cuerpo en forma continua si es que tiene miedo al cáncer; si tema a algún contagio, no realizarse exámenes de sangre más de lo habitual, etc. Así el paciente logrará cambiar sus creencias acerca de sí mismo dejando de sobredimensionar sus síntomas y podrá adquirir una nueva perspectiva del mundo que lo rodea y de su futuro, pudiendo aumentar su calidad de vida. Pasos a seguir en una terapia cognitiva . . . . . . . Los objetivos primordiales de la terapia son: perder la angustia y el miedo a la enfermedad. Plantearse una serie de prohibiciones y tareas. Se le pide al paciente que no acuda a más médicos ni a las urgencias hospitalarias, que no hable de salud ni de enfermedad. Esto va acompañado con ejercicios que se realizan durante toda la semana. Perder el miedo a estar enfermo, terminar con las angustias y sufrimientos que producen estos pensamientos. Evitar el desgaste físico-mental que en los hipocondríacos es tan grande y termina con la posibilidad de poder tener una vida normal y placentera. Con el tiempo, comenzar a conocer nuevas sensaciones corporales que resulten agradables y placenteras. El cuerpo deja de ser un lugar de dolor o temor para convertirse en un generador de confianza. Aumentar los parámetros de valoración. El padecer tanto tiempo esta enfermedad genera una baja autoestima, por lo tanto la terapia apunta a revertir esta vulnerabilidad. Trabajar con el placiente para que pueda enfrentar con éxito otros problemas que hay en su vida cotidiana: cambio de trabajo, separaciones, abandono de las cosas que no le gustan hacer para realizar elecciones propias. Agenda de ejercicio para hipocondríacos . . . . . . . . . . Dejar, de a poco, la costumbre de estar todos los días observándose o tocándose. Hay que luchar día a día. Tratar de alejar los pensamientos o ideas irracionales. No leer los prospectos que están dentro de los remedios. El hipocondríaco tiende a somatizar y puede apoderarse de algunas de las acciones terapeúticas colaterales, secundarias o contraindicaciones. Disminuir la tendencia a hablar siempre de enfermedades, médicos, medicinas y de todas las pastillas que toma como si fuese algo gracioso. No nombrar más la palabra hipocondría. Alejarla para siempre del vocabulario. No leer nada sobre medicina. No prestar atención a programas de televisión ni de radio relacionados con el tema. Dejar de tener miedo a mirar películas o series donde haya gente enferma de cáncer o sida. Empezar a ponerse límites para ir al médico. Proponerse, para empezar, no acudir durante dos meses (a no ser que padezca algo en serio). Llevar una vida sana que incluya salidas al aire libre. Hacer deportes todas las semanas, aunque sean caminatas. 8 ANOREXIA Y BULIMIA Trastornos relacionados con la comida con síntomas de depresión, ocultamiento y obsesión por la pérdida de peso Características generales Estos dos trastornos están relacionados con la comida y tienen en común la depresión, el ocultamiento y una marcada obsesión por la pérdida de peso. Son más frecuentes entre los adolescentes que entre los adultos aunque los casos de adultos que padecen estos desórdenes normalmente se dieron por arrastre desde una edad temprana sin haber logrado curarse o sin haber tenido la suficiente información para superar el problema. Varios factores pueden producir anorexia o bulimia: . . . . . . . Predisposición genética o biológica Problemas emocionales no resueltos y canalizados a través de distintas conductas, específicamente a través de la alteración alimenticia. La delgadez define el prototipo comercial de la mujer ideal y exitosa. La mala alimentación, producto de la aceleración de la vida moderna y de la falta de tiempo para elegir alimentos sanos. La comida chatarra tan promocionada y tan consumida desde la infancia. Problemas familiares. El aislamiento por sentirse diferentes. Tengo dos amigas que padecieron el trastorno de anorexia. Nunca me había dado cuenta, hasta que conviví con ellas en vacaciones y las vi consumiendo laxantes y diuréticos. Lo hacían en forma oculta: apenas se levantaban por la mañana corrían al baño y repetían esta acción varias veces al día. Tampoco lo había notado porque todas, en general, nos cuidábamos mucho con las comidas y tratábamos de comer alimentos con bajas calorías; pero ellas además salteaban el desayuno o la cena. Ciertas veces cuando nos juntábamos en algún restaurante decían que ya habían comido en sus casas o le encontraban mal olor al plato que habían pedido, u opinaban que el lugar no era muy higiénico y rechazaban la comida. Anorexia Ciertos especialistas se refieren a la anorexia como la fobia del peso. Es una alteración grave de la percepción de la propia imagen y un temor terrible a la obesidad. Los anoréxicos comienzan realizando una dieta estricta que contiene pocos alimentos asegurándose que sean de dieta: gaseosas, pan, leche, yogur y hasta algunas golosinas que se permiten; pero todo Light. Adelgazan al punto de inanición y pueden llegar a perder entre 15% y 60% de su peso corporal normal. Pero aun así, con un muy bajo peso, siguen viéndose gordos. Hay dos tipos de anoréxicos: 1) Los que llevan una dieta estricta y para bajar aún más de peso hacen mucho ejercicio físico. 2) Los que recurren regularmente a atracones sobre todo cuando nadie los ve por eso es muy normal que se levanten a medianoche a atacar la heladera y después utilicen laxantes o purgas. Los adolescentes, por lo general, piensan que ser gordo es insano y poco atractivo, mientras que la delgadez es saludable y deseable. Se calcula que en Argentina más del 50% de los jóvenes siguen una dieta para el control de su cuerpo. Cerca del 95% de los enfermos son mujeres. Síntomas . . . . . . . . Obsesión desmedida con el peso. Se pierde la objetividad; la imagen que devuelve el espejo es siempre desproporcionada. Se presentan períodos menstruales alterados. Distorsión del propio cuerpo. Estreñimiento. Vómitos. Mentiras recurrentes. Hiperactividad. Insatisfacción e incapacidad de disfrutar la vida normalmente. Al igual que los hipocondríacos, los anoréxicos también acuden al médico bastante seguido, pero no por propia voluntad sino porque los obliga la familia. En principio los llevan al gastroenterólogo para ver por qué razón comen tan poco; luego al ginecólogo por la falta de menstruación y a una consulta clínica por los cambios físicos y emocionales. En la actualidad hay muchas instituciones que se dedican a los trastornos de la alimentación. Por lo general este tipo de pacientes tiene que acudir acompañados por un familiar porque son ellos los que aportan la información necesaria y objetiva para poder evaluar el caso. Es recomendable hacer terapias cognitivas, dirigidas específicamente al problema, tomar medicación adecuada y ante todo aprender nuevamente a alimentarse. Saben los padres… . . . . . . ¿Cómo maneja el control de su peso un adolescente? ¿Cuánto le gustaría pesar a su hijo? ¿Cada cuánto se pesa? ¿Tiene balanza en su casa? ¿Tiene cierta obsesión con las dietas? ¿Nota que su hijo está siempre disconforme con su peso? ¿Sabe si usa pastillas adelgazantes, si se induce el vómito, abusa de purgantes o de diuréticos? Testimonios En la Fundación no hay grupos específicos de trastornos alimenticios, por eso decidí investigar por mi cuenta. Recurrí al buscador de Internet donde encontré infinidad de páginas y salas de chat. Para darme una idea de lo que sienten estas personas elegí una sala a la que entran adolescentes a charlar y a confesarse. Fue increíble leer los testimonios devastadores pero lo más impresionante fue descubrir lo jóvenes que eran las chicas que chateaban, lo solas que se sentían y la ignorancia absoluta que tenían sobre el valor de la salud. Estos son algunos de los testimonios impactantes que obtuve. Hay que prestarles atención, sobre todo a los de aquellos que tienen hijos adolescentes. Son también una muestra de los valores cambiados que está recibiendo la juventud actualmente. Hola chicas: Leí algunos e-mails pero no encuentro a ninguno que está pasando una situación parecida a la mía. Estoy desesperada. Tengo anorexia, pesaba 55 kilos, y fui bajando hasta los 41. Pasé por una internación y subí hasta los 48. El médico me dio el alta y las cosas marcharon bien por un tiempo. Me sentía delgada y feliz. Pero de pronto, empecé a subir otra vez. Peso 55 kilos y me siento como una ballena. ¡Ah! Mido 1,60. Quiero bajar de peso pero no puedo. Tengo claro que nunca voy a vomitar, quiero bajar comiendo menos, sólo tomo laxantes todas las noches y algunos diuréticos, pero no muchos, tres o cuatro. No tengo la fuerza de voluntad de antes. Me digo a mi misma que no bajo por miedo a volver a la anorexia, pero la verdad es que cuando empiezo a comer no puedo parar, como mucho, como una desesperada. A veces me doy atracones tremendos; cada vez estoy engordando más. Tengo miedo. Lo único que quiero es volver a esos maravillosos 48 kilos. No puedo hablar con nadie porque los defraudaría. Todo el mundo cree que superé este problema. Me estoy volviendo loca. ¿Qué hago? Hola a todos: Tengo 17 años y sufro de anorexia crónica hace dos. Mi vida es un caos, trato de esforzarme para mejorar pero las cosas me salen mal, me derrumbo empiezo a pegarme fuerte en todas partes del cuerpo. No conozco a nadie con anorexia y que se maltrate a sí misma, ¿será común? Creo que soy muy depresiva, pegarme y castigarme me calma los nervios. Cuando engordo me pongo agresiva y deseo morir. Mi pena es muy grande, me siento aislada del mundo. No me siento bien en esta sociedad farsante. No tengo apoyo de mi familia, ellos no saben de mi anorexia. Deseo contar con el apoyo de alguien sincero y que no me critique por como soy. Soy Vilma: Estoy totalmente abatida, desolada y desorientada. Por momentos quiero vivir y otras veces deseo morir. Estoy totalmente enceguecida; toda mi vida está llena de abundante comida e inodoros. Desde los 14 años que tengo anorexia y bulimia, ahora tengo 18 y me tuvieron que internar. Me puse mejor pero volví a caer. No paro de comer a ir al baño; me doy muchos atracones pero después voy y vomito. Me siento débil, con dolor constante de garganta, tengo los nudillos de las manos marcados y soy infeliz. Empecé a vomitar sangre, no sé por qué… no se lo dije a nadie. La cara me adelgazó muchísimo, creo que más que el cuerpo, ¿por qué? Soy egoísta y egocéntrica, me gusta salir con los hombres para que me digan lo bien que me veo, lo delgada que estoy. Quiero recuperar mi salud pero no sé cómo. Gracias por escucharme, necesitaba hablar con alguien de verdad… Hola: Soy María, en mis momentos de mayor delgadez pesaba 45 kilos (mido 1,75), casi no comía, hacía gimnasia todos los días y tomaba diuréticos y laxantes. Tenía anemia, acetona en la orina, amenorrea, taquicardia pero nunca llegué a desmayarme ni tampoco me internaron, sólo sentía desgano. ¿Qué quiere decir? ¿Que no estuve tan enferma como me decían? ¿Cómo hacen ustedes para hacer sus actividades a ir al gimnasio estando más flacas y débiles de lo que yo estuve? Tal vez no toqué fondo y eso es lo que estoy buscando, ¿no? Gracias a todos. Hola María: A mí me pasó lo mismo, yo llegué a los 37 kilos y mido 1,60, pero nunca me desmayé. No me internaron ni me pasó nada grave. También tomo varios laxantes y unos cinco o seis diuréticos por día. Subí hasta los 41 y al ver que no pasaba nada y nadie se daba cuenta, seguí subiendo hasta los 46 kilos, pero en realidad sentía que como anoréxica no había llegado hasta el final, así que bajé hasta los 37 y nada. ¿Será que no hay un límite? Yo estoy bien… Hola: María, yo me preguntaba lo contrario. Cuando estuve peor me dio un paro cardíaco, pesaba 37 con 1,65 de altura, me desmayaba todo el tiempo, estaba realmente mal. Le pregunté al médico cómo podía pasarme esto a mí, si hay chicas que llevaban más tiempo flacas que yo y están como si nada. Dicen que los cuerpos son diferentes, unos aguantan y otros no. Lo de tocar fondo no creo que sea necesario, hay como una competencia por ver quien está más flaca. Hola: Peso 39 kilos y mido 1,60. Mis desmayos y mareos son muy frecuentes. Me siento débil todo el día y casi siempre estoy en la cama. Ahora entiendo por qué hay chicas que pesan menos y no se sienten como yo, depende de la resistencia de cada cuerpo. Algo está mal ¿cómo es eso de una competencia por querer estar peor que las otras? Para mí es todo lo contrario. Daría lo que fuera por sentirme bien, no por estar peor que las demás. ¿Por qué decís lo de la competencia? Hola a todas: ¡No puedo creer sus testimonios! Yo soy anoréxica, tomo más de siete diuréticos por día y laxantes. Me siento débil y me duele la espalda o los riñones, no sé bien qué es… También me duelen muchos las articulaciones. Lo único que me importa es estar súper flaca y gustarle a los hombres y ser la envidia de todas las mujeres. Soy Ana Laura: Les cuento que sufrí anorexia desde los 15 años hasta los 22. Siempre estuve obsesionada con el peso, seguía dietas estrictas, tomaba muchos laxantes, diuréticos, pastillas para adelgazar, purgantes y hacía gimnasia hasta quedar sin aliento. Todo eso era una caída al vacío sin que nada lo detuviera. Lo único que lograba era la destrucción de mi cuerpo y de mi mente; los dañé durante siete años. Para salir, con la ayuda de mi familia, realicé distintas terapias, fui a nutricionistas y todo tipo de especialistas. Nada lograba sacarme de ese infierno hasta que encontré una asociación que se dedica a la gente que sufre anorexia y bulimia. El tratamiento integral fue largo y muy difícil psicológicamente porque siempre estaba el miedo a engordar. Pero finalmente nada de eso sucedió. Hace cuatro años que estoy recuperada; soy delgada pero no raquítica y con cuidarme moderadamente con las comidas no engordo y me siento muy a gusto con mi cuerpo. Les cuento todo esto porque ustedes no saben las consecuencias irreparables que toda esta ingesta de pastillas le hace al cuerpo. Tengo problemas en los riñones y en el hígado, sufro de gastritis y tuve problemas de corazón y jaquecas por mucho tiempo. Lo peor de todo sucedió cuando me casé. Al ver que no quedaba embarazada me hice varios estudios y, aparentemente, el haber tomado tantos laxantes y diuréticos provocó algunos daños que están obstaculizando mi deseo de tener un hijo. Espero que mi testimonio las haga reflexionar porque lo que hoy parece insignificante mañana puede ser irreparable. Estoy curada y soy feliz. Ahora sé que si se quiere salir, se puede. Estoy pagando algunas consecuencias pero estoy segura de que todo va a estar bien. Espero que mi mensaje les sirva… Bulimia La bulimia también tiene causas psicológicas. Se caracteriza por los desórdenes realizados en la ingesta de comida, pasando por períodos de compulsiva deglución y luego vómitos. El abuso de laxantes y de pastillas para adelgazar es común; generalmente se atraviesa por momentos de dietas abusivas. Los pacientes diagnosticados con bulimia severa tienen cerca de 14 episodios de atascamiento – purgación por semana. En general estas personas tienen un peso corporal de nivel normal – alto, pero éste puede fluctuar en más de 15 kilos debido a las prácticas de expulsión alimenticia que realizan. Síntomas . . . . . . . . . . Abuso de laxantes y diuréticos. Obsesión con dietas diversas. Deshidratación. Inflamación de las parótidas. Pequeñas rupturas vasculares en la cara o bajo los ojos. Irritación crónica de la garganta. Fatiga y dolores musculares. Inexplicable pérdida de piezas dentales. Vómitos. Alteraciones menstruales. . . . . . . Brusco aumento y descenso del peso normal. Aumento de caries dentales. Realización de las comidas en soledad. Introversión y aislamiento de la vida social. Agresividad, tristeza y distanciamiento de la familia y amigos. Calificación de la vida por la imagen personal, la belleza, el triunfo, etc. Tratamiento El terapeuta establecerá un plan a seguir para cada caso. Para obtener buenos resultados es fundamental la confianza absoluta por parte del paciente, quien deberá poner mucha voluntad porque el trabajo es arduo y difícil. Es necesario ser firme y realizar los siguientes pasos: 1) Tener disciplina en la dieta para respetar un programa establecido y evitar la hospitalización en caso de lastimar continuamente el cuerpo. 2) Tratarse con una terapia cognitiva dirigida a la obsesión específica y un nuevo aprendizaje en la forma de comer. 3) Hacer terapia grupal. 4) Seguir un tratamiento farmacológico pero únicamente si se presentan patologías añadidas, como depresión. 5) Realizar ejercicios educativos. 6) Llevar una vida social normal. 7) Tener reuniones frecuentes entre padres e hijos para comprender la enfermedad en familia. 8) Asistir al control médico. 9) Restablecer la autoestima. 10) Pedir orientación nutricional. Testimonios Hola: Hace seis años que tengo bulimia. Vomité por tanto tiempo que tengo hernia de hiato, esofagitis, gastritis y principio de úlcera. Deseo curarme porque mi estómago no aguanta más, estoy muy acostumbrada a vomitar, no quiero que parezca que el vómito me causa placer, pero me siento mejor y no por haberme deshecho de la comida, aunque a veces me importa. Sé que no es normal que las personas coman y vomiten, pero no puedo parar, más allá de todas las enfermedades que me está generando. Hola a todas: Me siento identificada con muchos de los mensajes que leí y quisiera dar las gracias a quienes intentan ayudarnos. Siempre fui una persona grandota, con tendencia a engordar. No pretendo ser una modelo: tengo 22 años, mido 1,70 de altura y peso 85 kilos. Conseguí adelgazar 22 kilos con dieta y esforzándome mucho para no comer. En alguna ocasión me di un atracón pero el cargo de conciencia y el miedo a perder lo que tanto me había costado conseguir fueron los motivos por los cuales me provoqué el vómito. Tomo laxantes y una vez por semana me purgo. Durante años subí bajé los 22 kilos varias veces por eso me tomé la manía de correr al baño y provocarme el vómito. Estoy ansiosa por hacerlo lo antes posible y sin que nadie se de cuenta. Cada vez que vomito me juro que no lo voy a volver a hacer, que me voy a controlar y que si me excedo será de manera controlada y que lo compensaré ingiriendo menos calorías en la próxima comida. Sin embargo, no lo consigo. Vuelvo a pasarme con las comidas y vuelvo a vomitar. No me resulta difícil ni desagradable siempre y cuando no espere demasiado tiempo después de comer, antes de que los ácidos digestivos estén en pleno rendimiento. Me aterra volver a engordar, me niego, no lo acepto. Muchas gracias. Hola: Soy Valeria, nunca he compartido esto con nadie. Sufro de bulimia hace algunos años y es algo de lo que no quiero salir. Mi gran problema es que soy muy introvertida, no sé lo que es expresar emociones, mi desahogo es vomitar. Me deprimo mucho al ver a mis padres, que lo dan todo por mí, y yo, la muy imbécil que hace todo esto. Siento tanta culpa que busco lo que esté más cercano y me corto los brazos, necesito sentir dolor. Hago esto hace mucho tiempo y estoy muy marcada aunque todavía nadie se dio cuenta. Si alguien me lastima psicológicamente no digo nada pero me encierro en mi habitación lloro y me corto. No sé lo que me pasa, no se quien soy, ¿será parte de esta maldita enfermedad? Por favor alguien que me ayude, me aconseje o al menos saber que alguien me ha leído… gracias. Hola Valeria: Entiendo perfectamente como te sentís: soy bulímica, vomito y me corto algunas partes de mi cuerpo. No sé… siento que me lo merezco… me siento inútil, tonta, me corto los brazos y piernas, me golpeo toda… y siento tristeza… como hoy. Saludos. Hola: Muchas gracias por contestarme. Me hacen sentir bien. Cuando lo hago (lo de cortarme) me siento peor, por eso después me doy unos atracones tremendos. No sé lo que me está pasando y oculto lo que hago usando ropa de manga larga para que no se den cuenta. Luego empiezo a temblar transpiro mucho. A veces quiero morirme pero siempre hay algo que me lo impide. Por favor, sigamos comunicándonos. Muchas gracias por contestarme. Estamos juntas en esto y necesitamos mucho apoyo. Además nadie nos puede entender mejor que nosotras mismas. Saludos. Dismorfia La dismorfia o dismorfofobia corporal es una patología en la que la persona está convencida de que tiene un defecto físico aunque éste no exista. Pueden ser las rodillas gordas, orejas o nariz grande, caderas anchas, piernas flojas. Al sobredimensionarlo generan una preocupación excesiva que conlleva a una obsesión imposible de manejar. Los que padecen este trastorno sufren permanentemente porque nada logra satisfacerlos. Invierten muchas horas diarias pensando en su defecto y tratan de camuflarlo utilizando cualquier tipo de artimaña: ponerse medias negras opacas con las minifaldas, peinarse flequillos abundantes para disimular algunos defectos del rostro e incluso maquillajes especiales para delinear los labios y que parezcan más gruesos, rubor en los costados de la nariz para afinarla, etc. Tanto la dismorfia como la anorexia, la bulimia y la vigorexia (culto al músculo) entran dentro de los trastornos obsesivos compulsivos, comparten la frustración por una imagen impuesta por los modelos sociales que al tratar las personas de alcanzarlos ponen en riesgo sus propios cuerpos. Las consecuencias que traen los parámetros de belleza, éxito y dinero se ven en los hombres que pasan horas en los gimnasios dándole forma a sus músculos y en las mujeres que suelen ir de las camillas de las dermatólogas a las de los cirujanos plásticos como si nada. Las personas diagnosticadas con dismorfia no pueden llevar una vida normal porque este trastorno los obsesiona desde la adolescencia y trae aparejado ansiedad, depresión, infelicidad, etc. Es un problema psicológico, no físico. Sin una terapia dirigida hacia la obsesión específica, quien lo padece no estará nunca satisfecho con lo que ve y no podrá curarse. Características: . . Falta de autoestima. Excesiva preocupación por una parte del cuerpo. . . . Realización de rituales constantes, como mirarse al espejo o pedir constantemente una opinión a los demás sobre su obsesión física para ver si mejora o no. Exagerada atención hacia uno mismo. Predisposición genética a tener trastornos psicológicos. Quiero cerrar este capítulo con un mensaje que recibí una vez por e-mail y que me parece divertido y cierto: ¿Sabías que…? . . . . . . . . Marilyn Monroe usaba talla 44 y tenía a los hombres locos. ¿Quién se fijó en la talla? Fue la mujer más sensual de todos los tiempos. Si Barbie fuera una mujer real, sus proporciones la obligarían a caminar como un gato porque sus piernas no podrían mantenerla en pie. La mujer promedio pesa unos 59 kg y usa talles 40 o 42. Una de cada cuatro mujeres en edad universitaria sufre desórdenes de alimentación. Las fotos de las modelos en las revistas están retocadas por una computadora. ¡No son perfectas! Un estudio psicológico mostró que el leer una revista de modas durante tres minutos causa bajón y envidia en muchas mujeres. Las modelos de hace 20 años pesaban 8% menos que la mujer común. Las de hoy en día pesan 23% menos. La belleza de una mujer no es la de sus facciones, sino el reflejo de la belleza verdadera de su alma. Es el cuidado amoroso que da, la pasión que ella muestra. La belleza de una mujer solamente se desarrolla con el paso de los años. 9 DEPRESIÓN Estado de melancolía que hace perder el ánimo y las fuerzas Características generales Todos los trastornos que hemos visto traen aparejada, por lo general, una depresión profunda que puede tener distintos niveles de acuerdo a las diferentes personas. Casi todos los que integran mi grupo no parecen tener depresión pero cuando hablamos, todos coincidimos en que la padecemos aunque se manifieste en distintas formas. Por esta razón se la conoce como la enfermedad de las mil caras: a veces no se nota, pero está. La depresión no es una enfermedad del espíritu ni de la instancia psicológica sino que afecta a la totalidad del organismo llegando a provocar diversos trastornos en varias áreas corporales, por ejemplo: 1) 2) 3) 4) 5) Pérdida de peso. Pérdida del deseo sexual. Trastornos hormonales y frecuentes trastornos gastrointestinales, dolores de estómago, crisis de espasmo en vías biliares con vómitos biliosos, constipación y en algunos casos irritabilidad del colon por las diarreas. Síntomas respiratorios: angustia, respiración suspirosa, sensación de esfuerzo respiratorio. Pocos deseos de salir o realizar actividades. Si hay que hacerlas, por lo general resultan una carga muy difícil para las personas. La depresión es la enfermedad mental más común que enfrenta la gente hoy en día, un mal de nuestros tiempos que provoca un estado emocional de tristeza, desamparo, falta de autoestima, melancolía y vacío. Una de cada cuatro personas presenta síntomas de depresión y millones de personas en el mundo sobreviven en medio de la depresión, tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) indicó que en el año 2000, la depresión ocupaba el cuarto lugar entre las causas de incapacidad en el mundo, luego de la insuficiencia coronaria, los accidentes cerebro-vasculares y los infartos. Según la OMS, en el 2020 ocupará el segundo lugar entre las enfermedades más comunes. Lejos de disminuir, este trastorno amenaza con incrementarse, por eso la investigación se está potenciando día a día. Es frecuente tener una depresión por la pérdida de un ser querido, debido al fin de una relación amorosa, o por problemas en el trabajo. En estos casos, la depresión es puntual, intermitente y se caracteriza por abatimiento y tristeza. Breves episodios de depresión también se dan en personas con cambios hormonales, embarazadas, por depresión post-parto, síndrome premenstrual, entre otras causas. Cuando la depresión es leve, el sujeto presenta problemas de comunicación y socialización. En las depresiones más severas la persona se muestra ausente, sin ganas de nada, por la pérdida de interés general y la indiferencia hacia el entorno. Autoexamen Este simple autoexamen puede ayudar a distinguir una depresión de un “bajón” normal. Muchas veces podemos sentirnos mal, “deprimidos” por la pérdida de un amigo, una separación o un despido, pero este sentimiento aparece como ocasional e inclusive es lógico. Pero cuando la tristeza no se revierte y se instala en forma profunda se está en presencia de la depresión clínica. . . . . . . . . . . ¿Perdió el interés en su trabajo o en su rutina? ¿Tiene problemas para seguir una conversación? ¿Dejó de ocuparse de las cosas que antes le gustaban, como cocinar, juntarse con los amigos o pintar? ¿Tiene pensamientos negativos? ¿Tiene ganas de quedarse solo con más frecuencia y aislarse de su entorno? ¿Se encuentra irritable? ¿Ha disminuido su deseo sexual? ¿Tiene problemas para dormir a la noche o levantarse en la mañana? ¿Toma medicamentos sin control médico? ¿Pensó en hacerse daño o en el suicidio? Si respondió que sí a más de cuatro preguntas, usted puede estar deprimido y no sólo con un bajón. Consulte de inmediato con algún médico especialista. Depresión bipolar La depresión bipolar presenta, como su nombre lo indica, dos polos opuestos. Por un lado, un estado de ánimo depresivo: tristeza, angustia, ideas de culpa, muerte, síntomas somáticos como pérdida del apetito, del sueño o del deseo sexual por el otro, un estado de euforia, felicidad, bienestar, exceso de actividad, escasa necesidad de sueño. Las personas que la padecen pasan de un estado al otro sin intermediaciones y de manera repentina. Cuando van de la tristeza a la alegría, comienzan a arreglar cosas o a trabajar hasta tarde, luego de haber permanecido varias horas tiradas en la cama. Sufren ciclos rápidos, en forma cotidiana, lo que es un verdadero calvario para el paciente y para su familia. Por lo general, este tipo de depresión tiene rasgos hereditarios. Existen medicamentos que evitan la aparición de los ciclos, atenuándolos y reinsertando al paciente, a veces por primera vez, en un mundo de normalidad. Depresión en niños y adolescentes Un niño, al igual que un adulto o un adolescente, puede padecer una depresión. Surge como fenómeno primario, debido a predisposiciones genéticas o hereditarias, pero también puede aparecer por un trastorno fóbico previo o en conjunción con otras enfermedades tales como el hipotiroidismo, la artritis reumatoidea, diabetes, etc. Frecuentemente la depresión infantil se manifiesta con tensión, inquietud, tristeza. En ocasiones se presentan sentimientos de culpa, aparece el pensamiento de no ser querido por sus padres o de ser hijo adoptivo, demuestran problemas de concentración y aprendizaje. Así mismo, un hecho desencadenante importante como la muerte de un ser querido, un accidente o una enfermedad pueden descargar en el niño una depresión. También hechos banales para los demás como la muerte de un perro o la pérdida de un juguete dan lugar a la depresión secundaria, tan severa e importante como la otra, debido a la predisposición constitucional fóbica y a la vulnerabilidad del pequeño. La depresión del niño puede ser prevenida actuando sobre la inseguridad, compensando las separaciones tempranas como en el caso de las madres que deben trabajar se ven obligadas a dejar a sus hijos en guarderías o con familiares y rodeando al niño de afecto y cuidado en las horas en que están juntos. Un error muy común entre los padres es esperar o pensar que ya se le va a pasar el estado de angustia. La ignorancia o escasa información de los males que puede ocasionar a un niño sufrir una depresión desde tan temprana edad es la causa de una política de este tipo adoptada por los padres. Factores de riesgo en adolescentes con problemas de estas características . . . . . . . - Tendencia a los pensamientos negativos. Abandono de algunas actividades placenteras sin una razón lógica. Signos de aburrimiento constante. Aislamiento en su habitación sin escuchar música ni mirar televisión. Pérdida del apetito. Búsqueda de refugio en ambientes desconocidos donde el consumo de alcohol y drogas es común. Disminución del rendimiento estudiantil o laboral. Faltas frecuentes a la escuela o al trabajo. Ausencias del hogar sin aviso o justificativo por más de 24 horas y fugas reiteradas. No debe subestimarse el problema de los jóvenes creyendo que es algo pasajero, con pensamientos del estilo: “yo también pasé por eso”. Un estado depresivo detectado a tiempo puede evitarle a los adolescentes muchos sufrimientos innecesarios. Insomnio ¿Quién no sufrió alguna vez de insomnio en este mundo? Conozco muchas personas que no padecen ataques de pánico ni otro trastorno, pero sí tienen problemas para dormir y por lo general lo solucionan con pastillas que compran o se pasan unos a otros lo cual no es adecuado. ¿Cuál es la causa del insomnio? Puede ser provocado por varias razones: estrés, exceso de cafeína, depresión, cambios en el trabajo o de algún otra índole. En definitiva, es un aviso del cuerpo de que algo no anda bien. Si bien no todas las alteraciones del sueño pertenecen al área de la depresión, sí ocurre lo contrario: no hay paciente depresivo que no tenga alterado su mecanismo del sueño. Estas perturbaciones van desde el insomnio común con la dificultad de conciliar el sueño o despertarse en medio de la noche –que caracteriza a la depresión endógena- hasta levantarse muy temprano por la mañana. El primer caso es más frecuente en el deprimido ansioso o en el fóbico, situación que muchas veces provoca la reacción familiar, como si el problema dependiera de la voluntad del sujeto. Lo más importante es saber que cuando se produce una alteración frecuente en el sueño es porque se está frente a un problema personal no resuelto. Frecuentemente este trastorno de sueño es el primer síntoma de un brote depresivo, que de ser tratado con rapidez facilitará la curación. Las pastillas para dormir son de uso común hoy en día, pueden ayudar pero definitivamente no son la solución, no curan. Son solamente un alivio temporal. Se pueden tomar únicamente por unos días si realmente existe un problema específico. El uso continuo puede hacer que cuando la persona deja de tomarlas el insomnio vuelva. El insomnio es una situación irritante, no sabemos qué hacer y nos desesperamos ante la falta de sueño. La experiencia nos indica que lo mejor es: . . . . . . No quedarse en la cama sufriendo. Es preferible levantarse, cambiar de ambiente y leer o mirar televisión. Comer liviano antes de ir a la cama. Tomar un vaso de leche tibia para relajarse y conciliar el sueño. No consumir café, chocolate, té, alcohol ni tabaco en las horas previas a dormir. No ir al gimnasio a la tarde-noche. No dormir siestas. Recurro otra vez a mí para dar testimonio en este caso. Durante los años que sufrí ataques de pánico, ir a dormir era el peor momento del día. Por lo general, los domingos y los lunes ya sabía que conciliar el sueño iba a ser un verdadero problema. Aunque mi consciente me decía que era de la cabeza y que debía resolverlo, me resultaba imposible. Ahí estaba otra vez, cada semana sufriendo los avatares de los distintos tipos de insomnio, algunos me daban miedo, como en los días mencionados en los cuales tenía la sensación de que el mismo vacío de la ciudad era el que tenía dentro mío. Empezaba sintiendo la rareza que me provocaba la noche y a medida que pasaban las horas el miedo iba contrayendo cada uno de mis músculos hasta dejarme exhausta. Sentía los latidos del corazón más veloces que lo habitual y sobre todo sentía latidos en mi panza; tenía la manía de poner mi mano sobre mi vientre y veía como subía y bajaba por los latidos. Mi mandíbula se contraía al igual que mi garganta. Finalmente, las manos empezaban a entumecerse y mi pecho tenía una especie de temblor, que era una extraña sensación sin ser taquicardia. Mi dormitorio ya no me parecía el mismo de siempre, sino más oscuro y frío. Sentía una inmensa necesidad de que alguien viniese a protegerme, me resultaba imposible seguir en ese estado un solo minuto más. Cuando el miedo irracional nos invade paraliza no hay una explicación lógica para dar. Otro tipo de insomnio frecuente que sufría era el de no poder conciliar el sueño pero sin miedo y sin síntomas físicos. Era más leve que el anterior porque al no tener miedo era más llevadero pero no dejaba de ser estresante. Lo peor es que todo lo que uno podría hacer para combatir el insomnio es imposible de llevar a la práctica. Recuerdo que me había comprado varios álbumes de fotos para, llegada la noche fatal, ponerme a ordenar todas las fotos que tenía en cajas. Jamás pude hacerlo porque el insomnio parece venir acompañado con un alto grado de impaciencia. Ninguna cosa que durante el día podía hacer con placer como leer un libro, mirar una película u ordenar las fotos, podía realizarla en las noches de insomnio. Lo único que quería era dormir. Pasé así cinco años; acostumbraba a tomar postillas para dormir pero, como todos los medicamentos mal tomados, en las noches que más los necesitaba no me hacían efecto por más que duplicara la dosis. Hoy duermo como un angelito, inclusive suelo dormir siestas los fines de semana sin tener ningún problema para conciliar el sueño a la noche. Ocasionalmente, como le puede suceder a cualquier ser humano, si estoy muy nerviosa por algún acontecimiento importante tal vez me cueste un poco más dormir. Pero ahora, la llegada del sueño es placentera porque mientras espero puedo ver una película muy concentrada o leer un libro sin tener que repetir la misma hoja varias veces. 10 EL CAMINO HACIA LA CURACIÓN Cómo empezar Diversos caminos pueden tomarse para la curación. Hay que tener en cuenta que los ataques también pueden venir por distintas razones. Los ataques de pánico, según las investigaciones, pueden tener dos bases: una psicológica, ya sea de la infancia o por un hecho traumático, como puede ser una separación, la muerte de un ser querido, etc. Incluso podría ser un hecho agradable el que lo provoque: casarse o un trabajo nuevo. Los acontecimientos de mucho estrés pueden también desatar una crisis de ansiedad. Una segunda base es la biológica, muchos ataques pueden ser incluso hereditarios. Por consiguiente, está dentro de nosotros desde que nacemos hasta que por una causa indeterminada, algo lo desencadena. Así como existen variadas causas que nos llevan a padecer ataques de pánico, también hay distintas formas de curarse. Algunas personas eligen realizar una terapia, otras, tomar medicación –sobre todo si padecen trastornos por causa genética-, practicar yoga, homeopatía, etc. La realidad es que lo más importante es tener un diagnóstico acertado para después evaluar el tratamiento a seguir. Por lo general, la mayoría de los trastornos deben ser tratados con medicación, a la cual no hay que temerle. Muchas personas “huyen” al pensar en tomar medicamentos para el cerebro. Pero esto es un mito; sería como pedirle a una persona con diabetes o hipertensión que no se medique. Si genéticamente hay algo que funciona mal en el cerebro y con un medicamento se puede mejorar y de esta forma evitar los espantosos ataques de pánico para comenzar a curarse en 15 días ¿por qué no hacerlo? Los medicamentos son la base para bajar los niveles de ansiedad o normalizar las áreas cerebrales funcionalmente afectadas. Existen casos de pacientes que padecieron durante diez años agorafobia, y a los quince días de tomar la medicación sienten una mejoría sorprendente; lo mismo sucede con la fobia social, las depresiones, etc. Pero también es muy importante el complemento de la terapia grupal, donde cada uno trata su trastorno. El estar en contacto con otras personas que padecieron iguales situaciones informa y posibilita compartir experiencias. Con la ayuda del grupo, los pacientes empiezan a salir paulatinamente del aislamiento al que se vieron sometidos por la enfermedad. Es muy importante, ante todo: . . . . . . Aceptar que se sufre de una enfermedad. Actualmente hay muchos tratamientos con pronóstico de curación muy buenos. Reconocer que para curarse es necesario una ayuda profesional. Tener toda la información necesaria para enfrentar la enfermedad. No perder el tiempo con tratamientos que no dan resultados. Saber que se tiene la información correcta. Si es así, los resultados tienen que ser rápidos. Saber que no se es el único en padecer esta enfermedad. Hay muchas más personas de las que imaginamos que sufren este trastorno. Los grupos terapéuticos (en Venezuela lamentablemente no existen) Ofrecen ventajas terapéuticas que no se pueden obtener trabajando solo. El trabajar en un grupo nos motiva y nos alienta continuamente a ir por más. Siempre aprendemos algo de nuestros compañeros que más tarde pondremos en práctica para nuestro beneficio. También a la inversa, cuando alguien recae o tiene miedo a hacer algo, apoyado, ayudarlo y contenerlo nos alimenta y nos fortalece. Descubrir con el grupo que la enfermedad no nos pasa a nosotros solos es alentador y sanador. Ver trastornos peores que el nuestro y ver sus avances nos da esperanzas y nos hace querer trabajar más. Estamos coordinados por personas, absolutamente recuperadas y preparadas para esa función. Saben contenernos, ayudarnos en la curación y transmitirnos sus experiencias. Cada semana nos enfrentamos cara a cara con nuestros miedos y nos zambullimos en ellos para darles batalla hasta derrotarlos. Los grupos no son una alternativa más. Tienen características específicas que no recibimos en tratamientos individuales. Hay distintos grupos para las distintas fobias. También hay terapias individuales para quienes tienen que resolver algún problema específico. Es bueno saber que para cada problema hay una solución. 11 ¿TIENE USTED MIEDO A LOS MEDICAMENTOS? por el Dr. Oscar Carrión En nuestras habituales charlas de los martes hemos hecho referencia al problema del prejuicio y del temor a utilizar determinadas palabras. Analizamos el temor a la locura, al psiquiatra, a la epilepsia, al sida, observando cómo a veces se desplazan sobre las palabras hechos que sólo competen a los hombres. Un problema similar ocurre con los medicamentos. Estos han sufrido a través de la historia una larga evolución pasando de ser originalmente elementos naturales, que no se diferenciaban de tóxicos o venenos excepto por sus dosis, a los actuales y sofisticados medicamentos, generalmente productos sintéticos y en ocasiones con alto poder de especificidad sobre la acción que deben desarrollar. Lo real es que el medicamento, a la par de la evolución de la tecnología, ha llevado el promedio de vida del ser humano a límites antes insospechados. ¿A qué se debe entonces el temor que algunas personas expresan hacia los medicamentos? Como ya se mencionó, muchos medicamentos eran sustancias altamente tóxicas y las diferencias entre su nivel de acción curativo y su acción tóxica eran demasiado sutiles, cuando no mínimas. Se trataba entonces de medicar lo menos posible, lo justo y necesario para permitir que el organismo se recuperara. Muchos han sufrido una mala experiencia por haber tomado remedios mal indicados por un especialista no capacitado. La aparición de medicamentos que son reemplazantes de sustancias que faltan en el organismo enfermo como es el caso de algunas hormonas, vitaminas, sustancias neurotransmisoras y elementos metabólicos ha cambiado totalmente el concepto de medicación en la actualidad. Un niño que nacía sin hormona tiroidea moría tempranamente o desarrollaba una grave deficiencia mental. La síntesis de hormona tiroidea y el diagnóstico precoz permiten hoy que sobreviva, no sólo sano mentalmente sino que desarrolle una vida absolutamente normal. Claro que deberá tomar esa hormona de por vida. Lo mismo ocurre con el niño diabético: necesitará hormona pancrática, o sea insulina, toda su vida salvo que un trasplante pueda reemplazar su órgano enfermo. En otros casos el medicamento, aunque no actúe como reemplazo, ayuda a mantener un nivel de funcionamiento normal de determinado sistema, el cual funcionará siempre y cuando se administre en forma permanente y adecuada. Así ocurre con ciertos tipos de epilepsia, enfermedades del corazón, depresión, ansiedad y tantas otras. Lo más importante es que el uso permanente de esos medicamentos evitan el deterioro del paciente, producto de las complicaciones y secuelas de las enfermedades. Un error común es creer que el medicamento sirve solamente para una enfermedad específica, por ejemplo para el corazón, el estómago o un dolor de muelas. Se rotula entonces a una droga anti-ulcerosa, anti-epiléptica, anti-vertiginosa, muchos “antis” más según la necesidad del mercado. Esta tendencia está siendo abandonada por los laboratorios más serios, pero aún persiste en una elevada proporción y sobre todo en productos que llevan algún tiempo en plaza. La realidad es que una droga o remedio posee un sinnúmero de acciones e interacciones con otros medicamentos. Suele elegirse a una de ellas como acción principal, llamando a las otras acciones complementarias, colaterales o secundarias. Así sucedió que una droga investigada para el tratamiento de la tuberculosis hace ya más de veinticinco años, al observarse un notable efecto sobre el ánimo de los pacientes tratados, se convirtió en uno de los más poderosos antidepresivos conocidos y actualmente empleados, más que nada, en el tratamiento de los procesos fóbicos. Muchas drogas que inicialmente fueron catalogadas como antiepilépticas porque producían mejorías sobre las crisis convulsivas, al ser evaluado su profundo mecanismo de acción dejaron al descubierto su efecto estabilizante sobre la membrana de la célula nerviosa. Aparecen así los modernos antirrecurrenciales, medicamentos que producen una marcada estabilidad en el humor de las personas con depresión bipolar. Naturalmente que no pierden su capacidad de curar la epilepsia, sino que actúan según el deseo del profesional de acuerdo con las dosis y la forma de administración. La gente aún no toma conciencia de lo malo que es automedicarse, pedirle un remedio al vecino o esperar que un empleado de la farmacia nos diga, a escondidas, qué medicamento tomar para tal o cual dolor (aunque el farmacéutico jamás haría una indicación de esa naturaleza). Es probable que en alguna etapa de la vida toda persona deba tomar medicamentos. Con la tecnología actual, sería muy difícil, si no imposible, encontrar a una persona que no haya tenido que tomar medicamentos o aplicarse vacunas. No sólo es importante vivir, sino vivir lo más sanamente posible, disfrutando a pleno de las capacidades que el organismo posee. Si tiene que medicarse, ¿por qué no hacerlo bien?, ¿por qué no aprender a manejarlo, como si fuese una buena herramienta? El médico es quién sabe utilizarla con destreza. El es el único que ha sido especialmente preparado para usarla con propiedad. Entonces: . . . . . . Obedezca al pie de la letra a su especialista. Tome el medicamento sólo como él lo ha indicado. No cambie las dosis por su cuenta por temor o porque cree que ya es suficiente. No tome la mitad para aliviarse económicamente, el resultado puede ser catastrófico y costarle mucho más. No es importante que lea el prospecto, y si lo hace y tienen alguna duda, primero consulte a su médico; no cambie nada por su cuenta, diga lo que diga el folleto. El folleto contiene generalidades, muchas veces en prevención de posibles problemas legales, otras para favorecer la venta en determinados campos. Pero no fue escrito especialmente para usted y menos para su problema en particular. Sólo su médico conoce su caso. Hay que destacar que es importante seguir los consejos del médico y si no está conforme con su opinión consulte a otro especialista autorizado. Pero no actúe por su cuenta ni siga consejos de personas no capacitadas. En mecánica, los errores se pagan con dinero, en medicina pueden costar la vida o arruinarla para siempre. No es conveniente olvidarlo. 12 DESPUÉS DE LA CURACIÓN Ser constante Lo importante es seguir haciendo siempre los ejercicios que se aprenden en las terapias, tanto grupales como individuales. La traición de la mente, a veces, puede jugar una mala pasada, sobre todo en esos días que las defensas están bajas y uno puede llegar a sentir mareos al caminar o la vista borrosa. Lo más probable es que, tal vez por estrés o por un estado nervioso, pueda llegar a aparecer la sensación de algún síntoma. Por eso al seguir los ejercicios, uno se da cuenta que es un pensamiento negativo el que tuvimos horas antes, porque al salir a caminar, entrar a un negocio o tomar un colectivo, nada malo ocurrió. Siempre hay que practicar y ante el primer síntoma, abordarlo, enfrentarlo y superarlo. Ayudas para superar el problema . . . . . . . Si ha sido medicado por su doctor, tome regular y exactamente los medicamentos tal como fueron indicados. Luego de la terapia realice todas las tareas en la forma que el psicoterapeuta aconsejó. Haga ejercicios regularmente. La actividad física es un gran aliviador de la ansiedad. Siga una dieta balanceada y sana. Duerma las horas que necesite para recuperarse. Si es necesario, acuda a los grupos de apoyo que le recomienda su médico, son una gran ayuda. Lea y aprenda sobre el trastorno que padece, pida a su familia que también lo haga. EPÍLOGO Pasaron varios meses desde que comencé a escribir este libro y me sentí muy bien al hacerlo. Fue un proceso de mucho aprendizaje. Los testimonios de mis compañeros me enseñaron más de lo que esperaba. A través de ellos fui recibiendo información experiencias e interminable cantidad de nuevos ejercicios. Si bien me siento muy recuperada, sé que debo continuar y que aún falta por recorrer parte del camino. Por eso sigo participando de los grupos de los sábados, continúo tomando los medicamentos y mantengo el contacto con todos. En los primeros años de mi enfermedad, la desesperación me hizo recurrir a todo tipo de experiencias: ¿Una carta astral? Si, es buena idea, sabiendo cómo estaban las estrellas el día en que nací, la energía… quizá encuentro alguna pista. ¡Tal vez me ayude! ¿Un seminario de fin de semana? Si me cura estaré salvada. Total serán sólo dos días de 8 a 18 hs., nueve horas seguidas y escucharé todas las formas de sanar el cuerpo y la mente hasta quedar exhausta y encontrar la felicidad. Haré ejercicios de respiración, me revolcaré por el piso como si fuese un reptil, me abrazaré a un desconocido y lloraré, sin saber bien por qué, pero en él encontraré el consuelo y seguro le diré que lo quiero, aunque no lo vuelva a ver más… ¿Cuántos hice? Montones. ¿Flores de Bach? Y bueno... no son fármacos así que mal no me van a hacer. Seis gotas debajo de la lengua cada hora. El frasco es chico, estoy despierta sólo 15 horas, no lo tengo que tomar tantas veces y no molesta en la cartera. ¿Terapia freudiana? ir tres veces por semana no es la muerte de nadie. Seguro todas las fobias que tengo tienen que ver con algún problema no resuelto con mis padres, pensamiento que obviamente mi terapeuta me confirma. Pasan los años y mi mochila de culpas y miserias se va descargando, pero las fobias y ataques de pánico parecen no rendirse ante nada de todo lo que intento, ni siquiera tiene piedad del dinero que gasto. Tal vez me muera pero quiero que en mi lápida diga: ¡No van a decir que no lo intenté! ¿Homeopatía? Me lo recomendaron tanto y pensé que con probar no perdía nada. Solo dos pastillas debajo de la lengua a la mañana y dos a la noche. Los polvitos, las gotas… ¿No habrá problema que las tome con las flores de Bach? ¿Acupuntura? 45 minutos llena de agujas por todas partes… Sin palabras. ¿Un libro de autoayuda? Si, me regalaron algunos compré doscientos más. Son fantásticos porque durante la lectura crees que por primera vez encontraste las respuestas a todas tus dudas. El amor existe, la felicidad es posible, la sanación es rápida, el éxito y el dinero son tan fáciles de obtener si uno está bien. El universo está con uno y uno forma parte de él. Ahí decís: ¡Sí, lo logré! Pero resulta que todo lo que aprendiste en ese mes de lectura se termina tan rápido como la acción de cerrar el libro. Hay que ponerle un poco de humor a la vida, sino sería terrible recordar todo lo que hemos hecho para curarnos. Yo probé todas estas cosas. No digo que no sirvan. Hay mucha gente que encuentra su bienestar haciendo yoga, tai chi o tantas otras cosas. Pero en mi caso sólo me ayudaron para darle una mirada a mi pasado y tener una visión más amplia de mi vida, no para curar los ataques de pánico. Por eso trato de mostrar en este libro que no se debe retrasar la curación, no hay que dejar pasar el tiempo. Yo perdí diez años de mi vida, que no te suceda lo mismo. Hace más de un año que empecé mi tratamiento y siento que logré mucho más de todo lo que intenté durante los últimos diez. Desde que comencé este proceso mi vida cambió completamente. Antes me levantaba y con todo el esfuerzo de mi alma iba tres veces por semana a un psicólogo; después me arrastraba hasta el trabajo y volvía alrededor de las seis de la tarde con el único deseo de tirarme en el sillón y mirar televisión hasta irme a dormir. Los fines de semana, al no tener una actividad que me distrajera, la angustia se apoderaba de mí llenándome de sensaciones físicas y psíquicas. Ahora siento que las 24 horas del día no me alcanza. Me levanto súper feliz, voy al gimnasio, nada de terapias agobiantes, voy al trabajo, vuelvo y escribo hasta las nueve de la noche, que es mi gran pasión y antes no lo podía hacer, salgo con amigos. Los fines de semana tengo muchos programas y realmente disfruto de todo. Estoy más que conforme con mi vida. ¿No que valió la pena este tratamiento? Busca un sitio donde traten esta enfermedad. De la misma manera que yo encontré un lugar, donde quiera que vos estés, seguro encontrarás algo similar. Así como el cuerpo y la mente son de uno, las sensaciones también lo son. Se debe tener la fuerza para enfrentar todas las emociones y ponerles límites. Curarse de un ataque de pánico es posible. Todo lo que venga del exterior, como tratamientos terapéuticos y medicamentos, nos ayuda. Para la curación es muy importante el compromiso que uno hace consigo mismo cuando empieza el tratamiento y decide terminar con la enfermedad. Por mi parte espero poder ser, a través de este libro, la voz de todos aquellos que padecen distinto tipos de fobias y ayudarlos no sólo con consejos y experiencias, sino aportándoles una solución. No luches contra el miedo, enfréntate a él. Para más información Si querés comunicarte conmigo podés hacerlo a las siguientes direcciones: viviana.pumar@leadermusic.com vivianapumar@yahoo.com También podés contactarte con la Fundación Fobia Club llamando al (54 11) 4804-3750 o a través de la página web: http://www.fobiaclub.com