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LA METAÉTICA (Extraído de Nicolás Zavadivker, La ética y los límites de la argumentación moral, Fac. de Filosofía y Letras de la UNT, 2011. pp. 12 a 16 y 32 a 34) La metaética es una disciplina filosófica cuyo centro de interés es el análisis del lenguaje moral. El Principia Ethica de G. E. Moore, de 1903, es considerado su carta de nacimiento, aunque en él que ni siquiera se menciona la palabra ‘metaética’ (deudora de la posterior distinción de Russell entre lenguaje y metalenguaje). Pero sí se otorga particular importancia en esa obra al análisis de los predicados ‘bueno’ y ‘malo’ como propiedades definitorias de los juicios éticos. Nótese que la acción humana, por un lado, y la metafísica, por el otro, dejan de ocupar el centro de atención en la filosofía moral analítica, reemplazadas por el lenguaje moral. La metaética como tal no intenta responder, como lo hizo la tradición filosófica, interrogantes tales como “¿qué es ‘lo bueno’?”, sino problemas más modestos como “¿qué hace una persona cuando habla acerca de lo ‘bueno’?”, o bien ¿qué características son propias del lenguaje moral? Se trata, en suma, de un discurso elucidatorio que se ocupa a su vez de otro discurso, el moral. Uno de los logros de las corrientes analíticas consistió en replantear el problema en torno a la objetividad de la ética en el terreno del lenguaje, dando lugar a fructíferas discusiones filosóficas. 1 Desde el Principia Ethica y su intento por definir la palabra ‘bueno’, la metaética ha crecido notoriamente en su alcance. Actualmente incluye no sólo asuntos relativos al significado y uso de los términos y las proposiciones morales, y más en general a todo desbrozamiento conceptual ligado a tales temáticas, sino también cuestiones vinculadas a la posible lógica de los enunciados morales. Y quizás su función más importante sea de carácter epistemológico: establecer el modo en que podrían fundamentarse, si esto es posible, los juicios normativos o de valor. Es decir que, aunque en la metaética prima una pretensión de neutralidad normativa y valorativa de sus análisis, su hacer está estrechamente relacionado con la cuestión de la validez de las proposiciones morales. En ese sentido, la metaética puede examinar la validez de al menos parte de los argumentos utilizados por las diferentes propuestas ético-normativas, que intentan a su vez fundamentar la aceptación de los principios éticos que proponen como válidos. Desde una perspectiva metaética, las principales posiciones en torno a estos asuntos son las siguientes: por un lado se encuentran quienes consideran que existen verdades morales y que éstas pueden conocerse; y por otro quienes sostienen que no es posible tal conocimiento. Los primeros de ellos son llamados cognitivistas (o descriptivistas); y los segundos no cognitivistas (o no descriptivistas), en tanto descreen que exista un genuino conocimiento moral. Dentro del cognitivismo se reconocen usualmente posiciones naturalistas y transnaturalistas. Las posiciones naturalistas, vinculadas al intento por fundamentar la ética en el orden de la naturaleza (sea la naturaleza humana o la naturaleza de las cosas), sostienen que los términos morales (bueno, justo, deber, etc.) pueden ser reducidos sin pérdida de significado a términos no morales. Los juicios de valor, en ese sentido, no son de índole diferente a los enunciados que describen alguna propiedad natural. Un ejemplo clásico de esta postura está dado por el utilitarismo, que en su dimensión metaética sostiene que decir que una acción es buena es decir -aproximadamente- que sus consecuencias proporcionarán la mayor felicidad a la mayor cantidad de gente. Las posiciones transnaturalistas, en cambio, definen los conceptos morales en términos metafísicos o teológicos. Así, por ejemplo, pertenece a esta categoría la teoría de inspiración religiosa que considera que todo valor y mandato objetivo emana de la mera voluntad de Dios, por lo que los pronunciamientos divinos constituyen el fundamento veritativo de los juicios de valor. “Bueno” significaría algo así como “ordenado por Dios”. 2 Un tercer tipo de posición cognitivista está dado por el intuicionismo, defensor de la imposibilidad de definir los términos morales. Este se caracteriza por interpretar las palabras morales como descripciones de cualidades morales irreductibles a cualquier realidad empírica o transempírica. Esta postura suele venir acompañada de la creencia en un reino autónomo de valores, al que no se puede acceder por las vía ordinarias de conocimiento; de allí que postulasen la existencia de una intuición moral (o de alguna otra facultad) que permita captar lo valioso o lo que debe hacerse. Quienes más explícitamente sustentaron esta concepción en la filosofía contemporánea fueron los británicos Moore, Ross y Prichard; pero también los alemanes Scheler y Hartmann fueron, desde posiciones más cercanas a la fenomenología, intuicionistas. Quisiéramos sugerir la posible existencia de un nuevo tipo de propuesta metaética cognitivista, que no suele ser tenida en cuenta en las clasificaciones sobre el tema, a la que podríamos denominar ‘racionalista’. La misma es sostenida por algunos pensadores vinculados al intento por rehabilitar la razón práctica. El racionalismo ético no es, primariamente, una posición metaética pero, como toda postura ético-normativa, posee tácita o explícitamente una visión del funcionamiento de los términos morales. Una postura racionalista claramente metaética es la que afirma que decir que algo es ‘bueno’ es decir que contamos con buenas razones que avalan esa calificación. Así, por caso, dice el racionalista James Rachels: “Un juicio moral -o bien, para el caso, cualquier tipo de juicio de valor- debe estar apoyado en buenas razones. Si alguien te dice que una determinada acción debería ser mala, por ejemplo, tú puedes preguntar por qué debe ser mala, y si no te ofrece una respuesta satisfactoria, puedes rechazar el consejo por falta de fundamento. […] No se trata simplemente de que sería bueno tener razones para nuestros juicios morales. La idea es más fuerte. Uno debe tener razones, o de lo contrario no estará formulando juicio moral alguno”.1 Adviértase que la intención de Rachels no es proponer un ideal (“No se trata simplemente de que sería bueno tener razones para nuestros juicios morales”), sino la de ofrecer un criterio para determinar cuando estamos ante un juicio de valor. James Rachels, “El subjetivismo”, en Peter Singer (comp.), Compendio de Ética, Alianza Editorial, Madrid, 1995, p. 589. 1 3 Quizás pueda considerarse también como parte de un cognitivismo racionalista la posición adoptada por Carlos Nino. El filósofo argentino afirma que quien participa de una discusión moral se compromete implícitamente a adoptar la solución indicada por un árbitro ideal y sostiene: “…un juicio moral que estipula que la conducta x es moralmente correcta sería verdadero si la conducta x estuviera permitida o prescrita por un principio moral que es aceptable en condiciones ideales de imparcialidad y racionalidad”.2 Por su parte, los propios Apel y Habermas, principales representantes de la ética del discurso, consideraron que su posición –referida primariamente a juicios normativos- puede ser calificada como cognitivista; pero nos parece claro que su postura no puede equiparase ni al cognitivismo naturalista, ni al transnaturalista, ni al intuicionista. En líneas generales, los pensadores enrolados en la posición metaética que hemos denominado cognitivismo racionalista consideran que los juicios de valor detentan pretensiones de validez. Así, enunciar un juicio de valor implicaría, por ejemplo, considerar que el mismo pretende ser aceptable racionalmente o que aspira a una validez intersubjetiva que cualquiera, en condiciones ideales, debería reconocer. Las diversas posiciones mencionadas (naturalismo, transnaturalismo, intuicionismo, racionalismo) tienen de común el hecho de considerar que existe un fundamento de la moral, que tal fundamento puede establecerse objetivamente y –en su aspecto metaético- que los enunciados morales reflejan algún tipo de conocimiento moral.3 Dentro del no-cognitivismo metaético, que niega explícitamente la última tesis y cuestiona tácitamente las dos anteriores, las posiciones más importantes son el emotivismo y el prescriptivismo.4 Las versiones más conocidas del emotivismo (todas ellas del siglo XX) son debidas a Alfred Ayer5 y a C. L. Stevenson6. Ayer, filósofo británico ligado al Positivismo Lógico, sostuvo que cuando se pronuncia un juicio de valor no sólo no se Carlos Nino, “Los hechos morales en una concepción constructivista”, Cuadernos de Ética, Nº 1, Buenos Aires, 1986, p. 76. 3 Existen algunas excepciones a lo afirmado en este último párrafo. Así, por ejemplo, el subjetivismo puede ser considerado como un caso de naturalismo, y no necesariamente viene acompañado de la creencia en la posibilidad de fundamentar la ética. 4 Igualmente existen otras, tales como el imperativismo de Carnap. Hay autores que incluyen también al decisionismo. 5 Ayer, Alfred Lenguaje, verdad y lógica, Buenos Aires, Eudeba, 1971, cap. VI “Crítica de la ética y la teología”. 6 Stevenson, C. L. Ética y lenguaje, Paidós, Buenos Aires, 1971. 2 4 afirma nada sobre algún objeto del mundo (como piensa en general el objetivismo), sino tampoco sobre el estado personal de ánimo (como sostiene el subjetivismo). Decir que es algo es “bueno” o “malo” sólo expresa un sentimiento de aprobación o desaprobación por ese algo. Pero expresar no es lo mismo que afirmar: decir “Robar dinero es malo” es como decir “¡¡Robar dinero!!”, con un particular tono de horror. “Malo” no agrega ninguna información: sólo manifiesta un sentimiento de desaprobación, del mismo modo que “¡Ay!” no es una afirmación acerca de un dolor que se siente, sino la expresión de ese dolor. El lenguaje moral es, pues, esencialmente emotivo, no informativo, por lo que sus juicios no son ni verdaderos ni falsos. En la particular versión del emotivismo debida a C. L. Stevenson, se destaca no tanto la función expresiva como el carácter “magnético” de los términos éticos, esto es, su capacidad para influir en la opinión y en el curso de la acción de las personas. Así, para Stevenson, aceptar que algo es bueno nos haría en principio tender a obrar en su favor. El prescriptivismo, por su parte, también niega que los juicios morales representen cierto tipo de hechos, pero afirma que su especificidad consiste en prescribir comportamientos más que en expresar emociones. Ahora bien, las prescripciones morales parecen diferir de cualesquiera otras. Para R. M. Hare, principal representante de esta posición, lo que distingue a los juicios éticos de otras formulaciones prescriptivas es su condición de universalizables: cuando una persona dice que X ‘debe hacer algo’ se compromete a aceptar que cualquiera, en iguales condiciones, deba hacer lo mismo.7 Ver Richard M. Hare, “La estructura de la ética y la moral”, en Dianoia, Anuario de Filosofía, nº XXXIV, 1988. Como se percibe, esta postura incorpora algunos elementos provenientes de la tradición racionalista en ética. 7 5