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América Latina y el Caribe: progreso social con sentido nacional que construyen los ciudadanos1 América Latina y el Caribe dejaron de ser una invención para inventar ellos mismos su destino. Nuestro continente, en la expresión de José Martí, busca el equilibrio entre erudición y naturaleza. Solo que ahora la erudición se orienta a crear y no a imitar. Nuestros países buscan la “naturaleza americana” para responder a los desafíos del Siglo XXI desde una perspectiva nacional, sin negar la cultura previa al encuentro de dos mundos y la posterior a ella. Esta búsqueda comienza con la reconciliación de lo que hemos sido, lo que rompe con una negación ontológica que ha tenido en la dicotomía civilización-barbarie uno de sus indicadores más acabados. Hoy, la dicotomía se diluye porque la idea de barbarie deja de ser tal y el planteamiento civilizatorio averigua una definición propia la que, sin negar los aportes europeos y norteamericanos a la reflexión sobre nuestros países, ayude a construir una visión latinoamericana y caribeña del progreso. Hablar de civilización en nuestro continente supone una elaboración que no viene de, sino que es desde nuestros países. En la búsqueda del camino hacia el progreso Una conclusión sugerente es que las naciones latinoamericanas y caribeñas están en la búsqueda de un camino viable hacia el progreso, entendido como la inserción equitativa en los circuitos de globalización, junto a la existencia de políticas sociales que promuevan la equidad y el crecimiento de las oportunidades de los individuos, dentro de una forma de gobierno democrática. La tensión que se observa en el hemisferio es porque ese rumbo no está claramente definido y se quiere evitar seguir los caminos del pasado: la “sociología revolucionaria del todo o nada”, el 1 Versión corregida y actualizada de la que está en el libro AA.VV (2006), Una mirada sobre Venezuela: reflexiones para construir una visión compartida. Caracas: UCAB-Fundación Centro Gumilla. El propósito del ensayo es ofrecer una visión de las principales tendencias que ocurren en América Latina y el Caribe, en tres áreas: económica, social y política. Destaca los aspectos más resaltantes que ocurren en cada una de ellas de manera descriptiva. Es una interpretación que tiene una visión macro de los procesos, y en él no se destacan desarrollos particulares, dada la diversidad de los mismos, porque el propósito del texto es ofrecer al lector una visión general que le permita situarse en las orientaciones más destacadas que ocurren en América Latina y el Caribe. Para el examen de situaciones particulares, se remite al lector a la referencias bibliográficas que se incluyen en el trabajo, que lo ubicarán en temas más focalizados por regiones o países. Ricardo Sucre Heredia realizó estudios simultáneos y en 1991 obtuvo las licenciaturas de Comunicación Social (Universidad Católica Andrés Bello) y Ciencias Políticas (Universidad Central de Venezuela). Esta última, con la mención Summa Cum Laude. Es Magíster en Psicología, área Social (Universidad Simón Bolívar, 1996), graduado Con Honores. Es egresado del programa Liderazgo y Visión. Es director-gerente de la firma Smart Thinkers, consultora de asuntos públicos. Es profesor en la Escuela de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela, en la asignatura Psicología Social. Dicta el módulo político-institucional dentro del Programa de Formación Política Ciudadana de la Fundación Centro Gumilla. Autor del libro “La amenaza social y el autoritarismo en Venezuela” (UCV, 1998). Su última publicación se halla en el libro editado por Margarita López Maya, titulado “Ideas para debatir el socialismo del Siglo XXI” (Alfa editorial, Caracas, 2007), en el capítulo “Socialismo y la cuestión militar” 1 populismo económicamente irresponsable, y las dictaduras modernizadoras. Hoy la utopía busca asentarse en la realidad de lo que somos, pero la idea de progreso se mantiene. La aspiración de bienestar es una constante histórica de nuestros pueblos. Como sugiere Latinobarómetro (2007), los ciudadanos latinoamericanos y caribeños son críticos, con formación y educación, y tienen expectativas, con una posición política mayormente de centro (5,3/10). La aceptación de la democracia es la prueba de que los países de la región asumen su propia realidad como primer paso para transformarla y es, al mismo tiempo, un reto para su consolidación definitiva como forma de gobierno en el continente. Hay muchas iniciativas políticas, económicas, y sociales que se desarrollan de forma simultánea –desde la “opción venezolana” hasta la “opción chilena”, las alternativas que buscan perfilarse como la “opción boliviana” y la “opción ecuatoriana”, junto a las redefiniciones de proyectos nacionales como ocurre lentamente en Cuba- pero todavía no aparece la “receta” latinoamericana y caribeña para el logro del bienestar deseado, dentro de un mundo con mayores niveles de intercambio cultural y económico. Desde los 50 hasta la crisis mexicana de 1982, el esquema de sustitución de importaciones sirvió como modelo de gobernabilidad para nuestros países. Agotado este modelo, todavía no se ha hallado quien lo releve. Los ajustes neo-liberales pusieron “orden en las cuentas de la casa”2, pero no dejaron abierto un camino definido en cuanto a cuál modelo de crecimiento y equidad seguir. Ese camino se construye hoy. Globalización humana y modernización nacional Aquí entra el debate acerca de la globalización y la modernización. La OIT (2004) recogió que en América Latina y el Caribe se perciben más amenazas que oportunidades en la globalización, pero que había que aceptar el reto que este proceso plantea, ya que se le asocia a la diseminación de la democracia en la región y al debate público sobre temas como la igualdad de género, los derechos humanos, el desarrollo sostenible, y la imbricación con movimientos sociales en el mundo. Se 2 Cuando se habla de ajustes que pusieron “orden en las cuentas de la casa” lo que se quiere decir es que las políticas neoliberales pusieron freno a la tasa de inflación, extremadamente elevada en algunos de nuestros países hasta la década de los 80. Por ejemplo, en Perú la tasa de inflación de 1990 fue de 7.482 por ciento. En ese año, Brasil alcanzó 2.938% y Argentina 2.313 por ciento. La más alta, la vivió Bolivia en 1985: 38.000 por ciento. Hoy, estas tasas de inflación parecen ser cosa del pasado. No obstante, hay señales de alerta que deben ser atendidas. Como sugiere Machinea (2007), en las economías de nuestros países se observa una subida en el nivel de precios de manera constante desde mediados de 2006. Chile es un buen ejemplo, con una inflación estimada mayor al 7,4% en 2007, y Venezuela que alcanzó la cifra de 22,5% en un año. Para una evaluación de las políticas neo-liberales Vid. Del Búfalo (2002) y Huber y Solt (2004) 2 afirma en nuestros países la idea de una “globalización más humana”, y para ello se reivindica el papel del Estado con capacidad para establecer alianzas estratégicas con el sector privado y las instituciones de la sociedad civil. Latinobarómetro (2007) revela que la percepción de los ciudadanos y ciudadanas de América Latina y el Caribe se orienta a favorecer una mayor presencia del Estado en la sociedad. En 2005, el 29% opinó que el Estado “puede resolverlo todo”, mientras que en 2007, la cifra subió al 38 por ciento. Las opiniones más intensas hacia la presencia del Estado en la sociedad se encuentran en Venezuela y en la República Dominicana. Sobre la modernización, el consenso apunta a superar lo que algunos estudiosos han llamado la “mentalidad colonial”, que consiste en la importación y evaluación de afuera de los criterios de lo que es moderno y la sola importación ya define que la modernidad es buena para nuestros países, como una receta a aplicar. No se trata de rechazar lo que encierra el concepto de modernidad, sino de definir un juicio propio que apoye una idea de modernización que parta de la realidad de las naciones de América Latina y el Caribe. El acuerdo es que para hablar de modernización, primero hay que apropiarse de la realidad del continente. Romper con la “mentalidad colonial” es apropiarse de lo nuestro para lo cual hay que sentir que se pertenece a algo. Si se siente que no se pertenece, que nuestra referencia es definida externamente, que se necesita una valoración de afuera; no se puede conocer lo que nos identifica como países, siempre se estará a la zaga de la evaluación externa. Estaremos extrañados de lo nuestro y, errantes, buscaremos muestra identidad en otra parte cuando, en realidad, nuestros países la tienen allí: sólo hay que apropiarse de ella para poder valorar con mayor fuerza los aportes foráneos dentro de un juicio propio. Es en este sentido en que hay que entender la vocación nacional de los países de América Latina y el Caribe. No como etnocentrismo, sino como una valoración que no rechaza aportes foráneos, y que busca soluciones desde un conocimiento de lo que es propio de nuestros países: a partir de los aportes de los indígenas hasta llegar a la evaluación crítica del concepto de modernidad en los actuales momentos. 3 La diversidad cultural como expresión de la complejidad de la sociedad latinoamericana y caribeña Mención especial merece la emergencia de la diversidad cultural en la región, que se manifiesta con fuerza en la esfera pública. Un 56% de los habitantes del continente expresó que hay conflictos “muy fuertes” y “fuertes” entre personas de diferentes razas (Latinobarómetro, 2007). Así las cosas, la valoración de lo que es propio permitirá que la pluralidad cultural pueda canalizarse como expresión ciudadana, que la dote de identidad y representación dentro de las reglas de juego de la democracia representativa y de la democracia participativa. La participación ciudadana que estimula la diversidad cultural es una característica central en nuestros países. Son muchas las formas en que esta participación ocurre: comunidades indígenas, grupos de base, comunidades organizadas, comités populares, grupos de interés, ONG, periodismo ciudadano. Por ejemplo, se ha encontrado que hay un aumento de la membresía a ONG en la región en el lapso 1990-2000. En el primer año, la pertenencia a ONG se ubicó en 22.697 personas por cada millón de habitantes, mientras que en el 2000, la cifra fue de 33.565 personas por cada millón, sólo superado por Europa y Asia Central con 35.235 personas por cada millón de habitantes y la más baja pertenencia se halla en Japón con 3.569 personas por cada millón de habitantes (Azcargorta, Briceño, y Hurtado, 2005). Hay una ciudadanía en movimiento que busca referencias para definir su espacio como ciudadanos, sobre la base de una diversidad de historias de vida. Los ajustes estructurales de los 80 que causaron una erosión en el tejido político y social en el continente, desplazó los criterios de formación de identidades basados en la pertenencia a partidos de masas o a un proyecto nacional desarrollista por la pobreza, la informalidad, y la exclusión por diferentes causas. Esta realidad promovió la aparición de nuevas formas de expresión social distintas a las corporativas de mediados del Siglo XX, para dar cuenta de la complejidad de la región en cuanto a identidades políticas y sociales: étnicas, lingüísticas, indígenas, de genero, de poder, sociales, generacionales, y económicas. De aquí brotan los nuevos movimientos sociales en nuestros países, con diferentes grados de adhesión política y de ideologías. 4 En síntesis, hay consenso en que nuestras sociedades desean prosperidad, quieren crecer, buscan oportunidades, en un contexto donde las instituciones políticas no responden a las demandas de identidad, bienestar y oportunidades que hacen los ciudadanos. Frente a una ciudadanía vigorosa aunque no totalmente movilizada hacia la política como lo revela el PNUD (2004a), al constatar que 30% de los ciudadanos de la región se hallan políticamente “desmovilizados”, la participación política y social es una característica fundamental de nuestros países como lo revelan los indicadores de gobernabilidad de la CEPAL en el cual los países de la región alcanzan la puntuación más alta en el indicador de Participación y responsabilidad (0,09 sobre 2,5, y la media mundial es 0), de un total de seis indicadores (CEPAL, 2005a). De la misma manera, los seis indicadores de gobernanza del Banco Mundial3 (2007), sugieren que en el indicador Voz y rendición de cuentas, se observa el mejor desempeño de los países del continente, al ubicarse en 0,09 (en valores que oscilan entre -2,5 y +2,5). Para Latinobarómetro (2007), los hispanoamericanos e hispanoamericanas definen que la condición de ciudadano o ciudadana se origina, principalmente, en el acto de votar (71%). Ante esta realidad de una mayor demanda por bienes políticos, económicos y sociales que hacen los ciudadanos, conviven estructuras políticas, económicas y sociales, rezagadas ante la realidad de una “sociedad en movimiento”. La brecha entre el liderazgo y la ciudadanía es amplia, y esto explica las tensiones que experimenta la transformación hacia sociedades más globalizadas dentro de un perfil nacional, que es el movimiento que hoy hacen las naciones de la región. Los habitantes de nuestra región están conscientes del desafío del progreso con sentido social. Hay expectativas, pero también se perciben amenazas: la mayoría opina que más corrupción y menos igualdad ante la ley, es lo que les espera a las nuevas generaciones de americanos del Sur y el Caribe (Latinobarómetro, 2007). Después del ajuste macroeconómico viene la construcción de lo microciudadano Luego de los ajustes económicos neo-liberales que presentan un balance mixto entre aciertos y errores; aunque sí lograron restablecer equilibrios macroeconómicos 3 Es relevante destacar que los indicadores de gobernanza del Banco Mundial se fundamentan en indicadores subjetivos y en juicio de expertos: una diversidad de encuestas de opinión en el mundo y de análisis de expertos, que son seleccionados y agregados a partir de seis indicadores elaborados sobre la base del concepto de gobernanza o gobernabilidad. Los indicadores son: Voz y rendición de cuentas, Estabilidad política, Efectividad del gobierno, Calidad de la regulación, Estado de derecho, y Control de la corrupción. Algunos cuestionan estos indicadores. Sin embargo, la diversidad de fuentes para elaborarlos, indica un nivel de confianza razonable en el tiempo, que hace válido su empleo como valores de análisis 5 básicos en las sociedades en las que se aplicaron las “recetas neo-liberales”4, la etapa siguiente es la de, una vez logrado el punto de equilibrio, avanzar hacia la inserción en el mundo y darle piso a unas políticas sociales más equitativas dentro de los países de la región y a una política social más inclusiva. En este asunto es donde se hallan los Estados del hemisferio ¿Cómo insertarse dentro de un mundo cuyos actores económicos también se redefinen, y hacerlo de manera permanente, con beneficios también sostenibles para los pueblos de la región, dentro de una forma de gobierno democrática? En resumen, se plantea para América Latina y el Caribe un escenario si se quiere optimista: la ciudadanía quiere prosperidad y bienestar, pero no se ha hallado la política ni el conjunto de políticas que traigan esa mejoría de manera sostenible. El acuerdo apunta hacia una combinación de mecanismos de mercado con la regulación del Estado, pero éste esquema todavía no termina de bosquejarse como modelo de gobernabilidad. Se quiere una democracia “responsiva y responsable” (Sartori dixit), pero sus instituciones no terminan de calzar en la realidad social que las demanda. Desde el plano sobre cómo abordar las opciones para construir un modelo de gobernabilidad que sustituya al esquema sustitutivo de importaciones, sobresalen los enfoques que sugieren que el Estado es importante y las perspectivas que afirman que el mercado debe llevar la batuta. En lo que sí hay consenso es que el regreso al modelo “Estado-céntrico” parece ser cosa del pasado –aunque países como Venezuela buscan revivir el modelo, y otras naciones como Bolivia y Ecuador se orientan a ampliar la franja de la presencia del Estado en la sociedad- y que cualquier alternativa de desarrollo que se escoja debe tener como motor al sector privado, y el Estado ser una suerte de cuidador, de cultivador del desarrollo (el llamado Husbandry State), y regulador, que promueva el capital nacional. Según la CEPAL (2005a), las empresas del Estado en la región han descendido de un 32,5% en 1990 a un 17,1% en 2000, centradas principalmente en áreas y servicios “estratégicos” como los recursos energéticos y el agua, mientras que se han desarrollado 25 empresas latinoamericanas y caribeñas que son globales, 4 Al igual que la nota Nº 2, se refiere al control de la inflación principalmente 6 “translatinas”, que generan ventas por 130 mil millones de dólares al año (CEPAL, 2005b). El reto de la formalización de lo informal: superar la fragmentación social y avanzar en la cohesión social En un balance global, América Latina y el Caribe han mejorado en los indicadores económicos y sociales, pero menos en los indicadores políticos. Existe un elevado consenso en que una de las consecuencias políticas no deseadas del ajuste neoliberal, fue la desarticulación de las bases de la movilización política de tipo corporativa, que caracterizó a la región desde los 40 hasta la década de los 80 del Siglo XX. Hay una nueva realidad social que no tiene representación política, y que actúa políticamente a través de ONG, agrupaciones ciudadanas y de pueblos indígenas, en un contexto de alta desigualdad porque el Gini5 de América Latina en 1982 fue de 0,50/1 y en la actualidad es de 0,57, el más alto si se le compara con Africa (0,50), Asia (0,35), Estados Unidos (0,41), y Europa (0,25), lo que hace del continente la región más desigual del planeta (PNUD, 2005; Roberts, 2002). Esta desigualdad ha crecido, principalmente, porque el trabajo informal se mantiene en la región, y hoy conforma el 43% de la fuerza de trabajo (OIT, 2006). Aunque en las naciones de la región la presencia del trabajo informal ha sido una constante, incluso durante la mejor época del modelo sustitutivo de importaciones en la que no bajó la proporción del trabajo informal como ocurrió en los países llamados desarrollados durante la etapa industrializadora, el ajuste neo-liberal expulsó a trabajadores del sector formal al sector informal, al ocurrir una heterogeneización del trabajo asalariado y la reducción del empleo en el sector industrial. De acuerdo a la OIT (Roberts, 2002) el 59% del empleo no agrícola y el 85% de los nuevos empleos en nuestros países, se generaron en el sector informal y en las PYMES. Igualmente, esta organización halló que entre un 65-95 por ciento de los trabajadores en el sector de las PYMES no tenían un contrato de trabajo escrito, y entre un 65-80 por ciento de la masa laboral, no estaba afiliada a un sistema de salud ni a un programa de pensiones de retiro. 5 El Indice Gini mide la extensión en que la distribución del ingreso (o el consumo, en algunos casos) entre individuos o familias dentro de una economía, se desvía de una distribución igualitaria perfecta. En consecuencia, un Gini igual a 0 significa la igualdad perfecta (todos tienen los mismos ingresos) mientras que un Gini de 1 representa la desigualdad perfecta en la distribución del ingreso (una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno). De acuerdo el IDH (2006), el Gini más bajo del mundo lo tiene Azerbaiyán (0,19) y el más elevado lo posee Namibia (0,74) 7 La realidad socio-política de América Latina y el Caribe es la existencia del trabajo informal que no está organizado políticamente, y que es disperso y fragmentado. La era de los partidos políticos populistas pasó, momento que buscó la movilización de los sectores populares dentro de estructuras políticas de representación corporativas como gremios profesionales o grandes sindicatos. Hoy, la “desigualdad desclasada” que existe en América Latina y el Caribe reclama, no la movilización sino la inclusión para reducir la inequidad que estimula el trabajo informal. En concreto, hay una crisis de representación porque la informalidad no tiene un partido político, y esto ocurre en un ambiente de sociedades económicamente polarizadas, de partidos con ideologías difusas, de erosión de identidades políticas, y de maneras erráticas de participación política no partidista. Las sociedades latinoamericanas se han informalizado en todos los aspectos y hay una ciudadanía en movimiento, que no tiene representación, y que se vincula a las instituciones mediante liderazgos personales y carismáticos, de diferente signo ideológico. Es la vía para existir como ciudadanos, y esto se hace mediado por los órganos de difusión social. El carisma construye políticamente a la informalidad, a los excluidos, y los hace socialmente visibles. Entre el carisma y la informalidad, hay un contrato de servicios: eficacia a cambio de apoyo político. Esto puede explicar la inestabilidad presidencial en la región: desde 1993 hasta 2007, 14 Jefes de Estado no han podido culminar su mandato. Cuando el carisma llega al gobierno, la sociedad demanda, y si no hay eficacia, la legitimidad de los mandatarios se resiente. El punto es ¿Cómo organizar a la mayoría de la población para que conozca y represente sus intereses, no sólo mediante la ciudadanía vertical (el voto) sino la ciudadanía horizontal (el Estado de Derecho)? El desafío que tienen los países del hemisferio es organizar la representación de la informalidad para avanzar, en lo económico, hacia un esquema de desarrollo nacional que genere empleo en el sector formal. La creación de “trabajo decente” que no es otra cosa que la creación de empleos en el sector formal (Cuarta Cumbre de las Américas, 2005; Infante y Sunkel, 2004), como vía para reducir la exclusión. La creación de empleos viene mejorando en América Latina y el Caribe (Machinea, 2007b), pero hace falta hacer sostenible este aumento. Esta búsqueda la presionan los pueblos de la región. Los ciudadanos de América Latina y el Caribe quieren 8 democracia y bienestar, aunque eso signifique romper con las reglas, con las estructuras económicas, sociales, y políticas de los países (Latinobarómetro, 2005). El desafío es que el quiebre no sea traumático para las sociedades latinoamericanas y caribeñas. La XVII Cumbre Iberoamericana (Chile, noviembre 8-10 2007), acordó que el año 2008 será el “Año Iberoamericano contra todas las formas de discriminación” ¿Es posible? Para saberlo, es menester examinar tres áreas que definen el momento actual de América Latina y el Caribe: la económica, la social, y la política. I. La economía: hay crecimiento ¿Será sostenible en el tiempo? El período de ajustes estructurales logró bajar la inflación ¿Ahora hacia dónde? Una vez lograda la estabilidad macroeconómica ¿Hacia dónde dirigir los esfuerzos? ¿Es la gobernabilidad democrática o la equidad económica? ¿Regreso al esquema de sustitución de importaciones ahora renovado o avanzar en el modelo de industrialización exportadora? La evidencia revela que hay un mejor manejo de la política fiscal y monetaria de los países de América Latina y el Caribe. Desde el año 2002, las economías de la región comienzan a crecer de manera continua. En ese año, el crecimiento económico en la región fue de -0,5% y tuvo su pico en 2004 con un 6% (el crecimiento más alto logrado en América Latina y el Caribe desde 1950, sólo obtenido en el lapso 1960-1973). En 2007, el crecimiento promedió el 5,6% y el incremento del PIB per cápita fue del 3 por ciento, cifra que se repite desde 2003 (el segundo valor más alto desde 1950, después del 3,3% alcanzado en el período 1960-1973), aunque este crecimiento no ocurrió de forma homogénea: América del Sur y el Caribe crecen más rápidamente que México y Centroamérica (BID, 2004b; CEPAL, 2005c; CEPAL, 2006). Para el 2008, se espera que la región crezca 4,9 por ciento (CEPAL, 2007) Hoy, el 74% de los países del continente tienen tasas de inflación de un dígito y han reducido la tasa de endeudamiento de un 5,5% del PIB en 1992 al 4,7% del PIB en 2005, aunque el 97,9% de los países tienen una relación PIB/deuda del 40 por ciento (Singh, 2005; ECLAC, 2006). El desempleo ha venido bajando desde 2003 cuando alcanzó el 11% (la tasa más alta desde 1990) al 7,6% de 2007. La balanza de bienes revela un saldo positivo desde 2002 (antes de esta fecha hasta 1996, el saldo fue negativo), y se ubicó en 2006 en US$ 103.646 millones, 22.400 millones 9 de dólares mayor a la realizada en 2005 (CEPAL, 2006). La inversión extranjera directa en la zona bajó. En 2006, fue de US$ 33.483 millones, inferior a la lograda en 2005 que alcanzó US$ 49.206 millones, y todavía por debajo de la lograda en 2001, que frisó los 63 mil millones de dólares (CEPAL, 2006). Hay crecimiento pero menos inversión Sin embargo, aunque nuestros Estados crecen, lo hacen a una tasa menor a otros países del mundo. Para 2008, la tasa de crecimiento esperada para los países del hemisferio es de 4,9 por ciento, menor si se compara con la calculada para los países en desarrollo que es de 6,14% para el mismo lapso (FMI, 20076). El desafío de la región en el campo económico es hacer las inversiones suficientes para sustentar a mediano plazo tasas de crecimiento medias (alrededor del 5 por ciento interanual). Parte del aumento logrado en 2007 se debe al crecimiento de la economía mundial, a una mejoría de los términos de intercambio, y a mejoras en el empleo y en la inversión, pero esto no es suficiente a largo plazo (Machinea, 2007b). Sin una tasa de inversión constante, lo logrado hasta el presente no será sostenible. Los niveles de inversión siguen bajos en la región, aunque la formación bruta de capital fijo crece de forma sostenida desde 2003. En 2006, la tasa fue del 20,9 por ciento. El mayor crecimiento en esta área lo registraron Haití y Nicaragua, con 34,7% y 26,8% respectivamente (CEPAL, 2006). América Latina y el Caribe tienen como metas para hacer del crecimiento un hecho sostenible en el tiempo, alcanzar altos niveles de competitividad, aumentar la inversión, y darle mayor valor agregado a las exportaciones (CEPAL, 2005c; Machinea, 2007b). ¿Cuáles reformas para cuál crecimiento económico? Para el logro de estos tres objetivos, es importante mantener el camino de las reformas en el área de la economía, porque los beneficios del crecimiento son mayores en los países con un mejor marco institucional (IADB, 2002). No obstante, en la región ocurre una “fatiga de reformas” (BID, 2004a). La “gobernabilidad económica” todavía está detrás de otros países en desarrollo, a pesar de los ajustes estructurales iniciados en el continente durante la década de los 80 (el índice de 6 Información obtenida en el portal del FMI, visitado el día 2-1-08, en la dirección: http://www.imf.org/external/pubs/ft/weo/2007/02/weodata/weorept.aspx?pr.x=76&pr.y=13&sy=2008&ey=2008&scsm=1&ssd= 1&sort=country&ds=.&br=1&c=001%2C110%2C163%2C119%2C203%2C123%2C998%2C200%2C605%2C603%2C904%2 C901%2C505%2C510%2C405%2C205&s=NGDP_RPCH&grp=1&a=1 10 reformas estructurales pasó de 0,34 en 1985 a 0,58 en 1999). En los indicadores de gobernanza de la CEPAL, en la Eficacia del gobierno, América Latina y el Caribe lograron -0,43/2,5 (Asia=1,12/2,5) y en la Calidad regulatoria la cifra es de -0,02 (Asia=1,04), ambos valores negativos que sugieren retrocesos. Los índices de gobernabilidad del Banco Mundial concuerdan con la CEPAL: en la Eficiencia gubernamental, la mayoría de los países oscilan entre -0,8 y +1,2/-2,5+2,5 y algunos países están en “rojo claro” (<0,1-0,25/-2,5+2,5): Ecuador, Nicaragua, Paraguay, y Venezuela. Sólo un país está en “verde claro” (0,7-0,9/-2,5+2,5): Chile. Igual ocurre con el indicador Calidad regulatoria: la gran cantidad de Estados se ubican entre -1,35 y +1,41/1 y hay un país en “rojo oscuro”: Venezuela (<0-0,1). De nuevo, Chile es la única nación que está en “verde” (CEPAL, 2005a; World Bank, 2007). ¿Se retrocede al populismo, se busca una socialdemocracia a la latinoamericanacaribeña, una centro-derecha con impacto en lo social, un modelo desarrollista nacional-democrático, en el marco de la globalización, o no hay ningún modelo que caracterice a los países de la región? En 1998, el 77% de los consultados en 17 países latinoamericanos y caribeños apoyaban la economía de mercado; en 2003, la cifra fue del 18% (BID, 2004a). Para Latinobarómetro, la percepción sobre la importancia de la economía de mercado se mantiene, pero baja con respecto a 1998. En ese entonces, logró 66% de opinión favorable. En 2007, la cifra fue del 52 por ciento. Igualmente, la opinión sobre si la economía de mercado es el único sistema económico para ser desarrollado, tuvo una caída grande entre 2005 y 2007: de 63% descendió a 47% quienes consideran que es el único sistema para ser desarrollados (Latinobarómetro, 2007). El PNUD recoge que el 70,3% de la población respalda la intervención del Estado en la economía, mientras que un 26,4% prefirió al mercado (PNUD, 2004a). El Latinobarómetro, por su parte, reveló que un 27% está satisfecho con la economía de mercado (8 puntos más arriba que en 2004, que fue de 19%); y un 38% consideró que el Estado puede resolver “todos los problemas” frente al 29% que opinó igual pero en 2005. Sin embargo, la importancia de la empresa privada a los ojos de los consultados es relevante, aunque menor en 2007 que en 1998: 56% frente a 69 por ciento (Latinobarómetro, 2007, 2005). La Heritage Foundation indica 11 que la libertad económica en la región, en 10 años (desde 1995), sólo se ha incrementado en 0,05 puntos aunque es más alto el promedio de las Américas que el promedio mundial, con 12 países de la región que tienen mejoras y 12 que se han mantenido estáticos, junto a naciones que han registrado importantes retrocesos (Argentina, Cuba, Haití, Paraguay, y Venezuela) ¿Se quiere un capitalismo de Estado, un mercado con regulación pública para corregir sus distorsiones, o inventar una nueva economía? ¿Cuál? ¿Cómo será? Porque los resultados de Latinobarómetro (2007), sugieren que no se confía mucho en la economía de mercado, pero sí más en el Estado, pero no hay satisfacción con los servicios que éste presta, aunque se quiere que aquél asuma nuevos servicios ¿Un Estado gerencial, pero socialmente incluyente y dador de oportunidades? ¿Un modelo económico en el medio del medio o en el medio de algún extremo? Se quiere mercado, pero no mucho; se quiere Estado, pero tampoco mucho. Ese parece ser el modelo que busca la opinión pública de nuestros países. Nuevos clivajes económicos: avanzar, reinventar, o retroceder Una consecuencia de lo anterior es que los países se dividan entre aquellos que mantengan y avancen en el proceso de reformas, y aquellos que las reviertan en la búsqueda de un nuevo esquema económico o regresen a modelos ya superados en el continente. Este clivaje económico va a estar afectado por el clivaje político. Lo anterior también va a estar influido por la manera cómo la región negocie su inserción en el mundo global, lo que requiere transformar el tejido productivo creado en el “cepalismo desarrollista”, pero no en los términos que nos coloca la globalización; una participación limitada, centrada en materias primas y tecnologías bajas con una participación en el comercio mundial de apenas 5,3 por ciento, aunque alta si se le compara con la participación de China que es del 6 por ciento, con un crecimiento promedio de su PIB de 9% interanual, aunque la estructura de su comercio es 9% productos primarios, 91% manufacturas, y 27% tecnologías (CEPAL, 2005a; PNUD, 2005). El nivel de exportaciones de los países de América Latina y del Caribe se expandió a una tasa promedio casi cuatro veces mayor que la del producto (en China fue de 1,6 veces y la India 1,8 veces) entre 1990 y 2003 (PNUD, 2003; CEPAL, 2005a), con un cambio en la estructura de las exportaciones del continente en: Productos primarios, en 1990: 65% en 2001: 40%; Manufacturas, 12 en 1990: 34% en 2001: 49%; y Tecnologías, en 1990: 4% en 2001: 15%. Las exportaciones de América Latina y el Caribe crecieron 13% en 20077. Diferentes aproximaciones a la globalización Aquí, también, surgen diferencias: países que parecen van a liderizar a América Latina sea por tamaño y tejido industrial (por ejemplo, Argentina, Brasil y México) o por desempeño macroeconómico y desarrollo continuo (por ejemplo, Colombia, Chile, Trinidad y Tobago, y Perú). Estos países pueden ser un factor de contención, al tener como eje de negociación el ALCA –no lo rechazan totalmente- sino que buscan correlaciones de poder favorables para la inserción de sus economías en el juego mundial. Por otra parte, están países como Venezuela y eventualmente Bolivia y Ecuador, que no han logrado desarrollar en su totalidad un tejido industrial ni tampoco una burguesía con conciencia de clase, y que buscan una suerte de negociación en bloque con el mundo (la propuesta del ALBA y la “politización” de MERCOSUR, junto a la adopción de esquemas hacia una mayor integración intraregional), pero que no están en capacidad de competir mundialmente, y optan por definir una economía tipo enclave –petróleo, gas, minerales- que genere los excedentes de capital, para desarrollar un modelo que, en teoría, permita que estos países se inserten en el juego global de la economía; una suerte de “sustitución de importaciones combinada a la ortodoxia económica” (más para Bolivia y Ecuador, y menos para Venezuela) dentro de un discurso que promueve la formación de un capital nacional no imperialista. En síntesis, el desafío central en lo económico es que el crecimiento en el continente sea sostenible en un contexto global que apunta hacia una desaceleración de la economía mundial y una mayor volatilidad de los mercados internacionales (Machinea, 2007b), y para eso hay que mejorar los niveles de inversión, que dependen del grado de institucionalización de las reformas económicas y de la gobernabilidad de la economía, lo que a su vez permite una adecuada inserción mundial al darle mayor estabilidad a nuestra estructura de exportaciones, que debe orientarse a la producción de manufacturas y productos de tecnología, y menos a la exportación de materias primas. Todo esto para seguir creando empleos en el sector formal que, de acuerdo a lo datos del PNUD, es la 7 Portal Infolatam visitado el día 3-1-08, www.infolatam.com/entrada/cepal_exportaciones_de_america_latina_cr-4946.html en la dirección: 13 prioridad más importante de los ciudadanos latinoamericanos y caribeños: un 34,6% la colocó a la cabeza de la agenda de reformas, seguida de la pobreza y la desigualdad con 26,3 por ciento (PNUD, 2004a). II. Lo social: mejoran los programas sociales pero la desigualdad se mantiene Son evidentes los esfuerzos hechos por los gobiernos de la región en promover mejores políticas y programas sociales. Se constata, a partir de 2004, una disminución de la pobreza y de la indigencia. Las proyecciones para 2007 revelan que la tendencia a la baja que comienza en 2002, se mantiene, con un valor de 35% para la pobreza y de 12,7% para la indigencia (Machinea, 2007). En la región, la pobreza ha descendido de 48,3% en 1990 a 36,5% en 2006. La indigencia pasó de 22,5% en 1990 a 13,4% en 2006 (Machinea, 2007). En 2006, 15 millones de personas dejaron de ser pobres, y 10 millones abandonaron la indigencia. Sin embargo, todavía hay en la región 194 millones de personas en situación de pobreza, de las cuales 71 millones son indigentes, cifra mayor a la de 1980, en la que habían 136 millones de pobres y 62 millones de indigentes (CEPAL, 2006a). Si se comparan algunos indicadores sociales del continente con otras partes del mundo, son evidentes los resultados de las políticas sociales. América Latina y el Caribe es la zona que registró el mayor crecimiento en el acceso a servicios de saneamiento y en el acceso a agua potable, en los países en vías de desarrollo: 12 naciones de 25 han logrado el acceso a servicios de saneamiento en zonas urbanas, y 18 países de 30 en la región han hecho importantes esfuerzos en el acceso de agua potable en zonas urbanas. Igualmente, nuestros países tienen la esperanza de vida más alta de las naciones en vías de desarrollo: en 1972 era de 61 años, en 2005 la esperanza de vida se ubicó en 72,9 años. La mortalidad infantil en niños menores de 5 años (por cada 1.000 nacidos) pasó de 110 en 1960 a 22,5 en 2005, aunque hay cinco países retrasados en este punto para cumplir las metas de los Objetivos del Milenio antes de 2015. La desnutrición bajó 4 puntos durante los 90, pero sigue siendo elevada pues afecta a 189 niños por cada mil, y sólo 5 países de 24 lograron el Objetivo del Milenio de reducir el hambre, 7 han hecho progresos insuficientes, y en tres la situación ha empeorado. La cobertura educativa es de 94,9% para primaria, 66,6% para secundaria y 28,1% en la educación terciaria. La 14 escolaridad promedio es de 5,2 años y la tasa de analfabetismo en adultos bajó de 21,5% en 1980 a 9,5% en 2005. EL PIB per cápita promedio en los países del continente es de US$ 4.055 (PNUD, 2004a; Machinea, 2005a; Machinea, 2005b; PNUD, 2005; ECLAC, 2006). El gasto social por habitante viene aumentando desde 2002, y en 2006 equivale al 15,9% del PIB. En valores nominales, el gasto social promedio por habitante para el 2006 fue de 660 dólares por año. Ningún país de la región tuvo retrocesos en el IDH en el lapso 1990-2003. El IDH pasó de 0,67 en 1975 a 0,79 en 2006 (Machinea, 2005b y 2007; PNUD, 2005 y 2006; CEPAL, 2006a). En síntesis, la región ha hecho avances y está en camino de reducir el hambre, de bajar la desnutrición infantil, de disminuir la mortalidad infantil, de subir el acceso al agua potable, y lograr una mayor equidad de género en la educación (Machinea, 2005a). Lo anterior parece que tiene efectos en la percepción ciudadana. Un 17% opinó que la distribución de la riqueza en la región en 2007 es “justa”, frente a un 10% que dijo lo mismo en 2002 (Latinobarómetro, 2007). Es un modesto avance, pero indica una mejor percepción sobre la dinámica de la inclusión en nuestros países. La visión desde lo microciudadano: la desigualdad se mantiene No obstante, pese a todos estos importantes esfuerzos y resultados, la desigualdad en la región se mantiene. El Gini es el más alto del mundo, y en nuestros países el 10% más rico percibe 30 veces más ingresos que el 10% más pobre (valor alto si se compara con la diferencia para que la remuneración total de un obrero manufacturero iguale a la de un gerente general, que en España es de 17 veces y en Corea del Sur 8 veces). El porcentaje de pobres que vive con menos de un dólar al día pasó de 10,1% en 1981 a 9,9% en 2001, una reducción modesta si se toma en consideración que el tiempo de medida es de 20 años. Es muy probable que seis países de la región no puedan cumplir con la reducción de la pobreza extrema para el 2015, y el número de personas en esta situación aumentó de 3 millones en 1990 a 71 millones en 2006. La evidencia revela que el gasto social afecta menos la desigualdad –medido por el indicador Gini- y más la distribución de los ingresos en los hogares pobres, salvo en los países que tienen un elevado gasto social como, por ejemplo, Argentina (el 15 gasto per cápita más alto de la región con US$ 1.283), Brasil, y Costa Rica (CEPAL, 2004; Machinea, 2005a; PNUD, 2004a; CEPAL, 2005d). Esta diferencia tal vez se explique por un factor asociado a la desigualdad: la exclusión. Puede reducirse la pobreza, pero mantenerse la exclusión, como lo revela la situación de Chile, ubicado como un país con IDH alto, pero tiene el coeficiente Gini más elevado (0,57) de las naciones en esa categoría (similar al de Paraguay ubicado como de IDH medio, pero este país tiene mayor pobreza que Chile: 41,3% frente al 20,6% del país del Cono Sur), en la que se hallan otros nueve países del continente, y el Gini más bajo se ubica en Jamaica (0,37). En Chile, el 10% más rico tiene una participación del 47% del ingreso o del consumo, mientras que el 10% más pobre alcanza el 1,2 por ciento. En Noruega, el país que tiene el puesto número uno en el IDH de 2005, la relación es 23,4% y 3,9% respectivamente (Infante y Sunkel, 2004; Rivarola, 2004; PNUD, 2005 y 2006). La desigual distribución de los ingresos es, entonces, el principal reto de la región. Tenemos programas sociales que alivian pero no incluyen, junto a una ciudadanía activa que ha recibido las mejoras de los programas sociales pero, en virtud de esto, quiere consolidar su progreso. La variación interanual del PIB per cápita en nuestros países durante el período 98-03 fue negativa: -0,1 por ciento, y la caída más alta fue en Venezuela con un -4,9% y la subida más elevada ocurrió en México con un 1,3 por ciento (Singh, 2005). Entre un 30 y 60 por ciento de los latinoamericanos y caribeños expresaron haber sido objeto de alguna forma de exclusión social, negadora de su ciudadanía (PNUD, 2004a), especialmente las mujeres, en salarios, violencia doméstica, y representación política. La elevada presencia de mujeres sin ingreso es un factor importante para mantener la desigualdad de género, junto a nuevos retos que enfrentan las mujeres: son propensas a un mayor contagio de VIH/Sida, principalmente aquellas que habitan en el Caribe, y a un mayor índice de fecundidad no deseada en mujeres pobres (Machinea, 2005a y 2005b). Esta realidad llevó a que la XVII Cumbre Iberoamericana (2007), asuma la “Agenda Iberoamericana de la Igualdad”, para enfrentar las diferentes formas de exclusión que hay en el continente. 16 Para los latinoamericanos, latinoamericanas, caribeños y caribeñas, los clivajes a la hora de percibir los conflictos son mayormente sociales, centrados en temas redistributivos y menos en asuntos de clase o género: un 75% opinó que hay conflictos “fuertes” y “muy fuertes” entre ricos y pobres; un 72% entre empresarios y trabajadores; un 67% entre empleados y desempleados; un 64% entre la gente joven y la sociedad; un 57% entre hombres y mujeres; un 56% entre personas de distinta raza; un 54% entre nacionales y extranjeros; y una cifra igual entre la “gente vieja” y la sociedad (Latinobarómetro, 2007). Ciudadanías activadas que buscan su inclusión en la sociedad Posiblemente, los programas sociales hayan activado con fuerza la noción de ciudadanía social y esto se observa en un atributo común en los países del hemisferio: la emergencia de la diversidad y de grupos que buscan su autonomía e inclusión, en un marco de redistribución del poder acelerada, aunque principalmente político, y menos en el campo de la ciudadanía civil y la ciudadanía social. A diferencia de la experiencia populista de mediados del Siglo pasado, es un poder que busca ser autónomo, con una mínima mediación, y que busca un espacio directo en la esfera pública para representar sus propios intereses. No obstante, el punto es integrar los tipos de ciudadanías porque hay una ciudadanía social que no tiene una representación política, y que lucha por sus derechos en tanto ciudadanía civil. Un factor que comienza a recibir creciente interés para el análisis sobre su efecto en los ingresos de las familias pobres, son las remesas que envían los trabajadores migrados a sus países de origen. Durante 2004, las remesas totalizaron US$ 45 mil millones en la región, cifra cercana a la inversión extranjera directa (IED), y la tendencia en el comportamiento de las remesas es a aumentar. Por países, México recibió un total de 17.000 millones de dólares, mientras que Guatemala y El Salvador sumaron 7.800 millones de dólares. América del Sur totalizó 14.100 millones de dólares, y los receptores más importantes fueron Brasil con 5.600 millones de dólares y Colombia con 3.900 millones de dólares. En el Caribe, la cantidad recibida fue de 6.500 millones de dólares. Las remesas ya son un componente importante del PIB en algunos países del continente como Haití (29%), Nicaragua (18%), Guyana y Jamaica (17%), y El Salvador (16%), y son porcentajes más elevados de los destinados por estos países al gasto social (CEPAL, 2005d). 17 Las consecuencias del envío de remesas en términos de pobreza de toda la población no son homogéneas en todos los países, y sus efectos son más importantes en El Salvador y República Dominicana, donde la reducción de la pobreza originada por las remesas es de 4,5 y 2,2 por ciento respectivamente. En los demás países, la reducción se ubicó en 2 por ciento aproximadamente. El efecto sí es significativo dentro de la estructura de los hogares pobres, especialmente en el caso de los indigentes: el 50% o más estarían bajo la línea de la pobreza de no contar con estos ingresos. En síntesis, las remesas mejoran la distribución del ingreso de las familias pobres, y permiten a muchas de ellas salir de la pobreza y mejorar su posición relativa (CEPAL, 2005d). ¿Liderazgos carismáticos para el bienestar social? Lo que ha ocurrido en nuestros países es el nacimiento del “ciudadano con poder dado por líderes carismáticos”, en una relación no de subordinación, sino transaccional: poder y bienestar a cambio de votos, que es lo que produce la inestabilidad política: ciudadanías con expectativas y activadas, y gobiernos que no responden adecuadamente, con la posibilidad que ocurran crisis de gobernanza en la dimensión eficacia y legitimidad del gobierno. Una explicación tentativa para esta búsqueda de liderazgos carismáticos que sean mediadores para lograr el bienestar, es que los ciudadanos de la región confían más en el gobierno y en los presidentes, y menos en las instituciones políticas de la democracia representativa (aunque la causalidad, también, puede ser al revés), salvo el voto, el cual tiene una elevada percepción como instrumento para hacer que las cosas cambien (de manera similar, la percepción de elecciones limpias en la región alcanzó sólo el 38% y un 30% piensa que hay cohecho). La confianza hacia la gestión de los gobiernos viene en aumento desde 2003: de un 36% la cifra es de 52 por ciento en 2007. La confianza en quienes dirigen a los países ha venido subiendo, aunque con menos pendiente que la confianza hacia el gobierno: en 2001 era 26% y en 2005 el valor es de 33 por ciento (Latinobarómetro, 2005). La era de las multitudes El voto se considera como el mecanismo por excelencia para lograr la ciudadanía social, ya que permite colocar en la Presidencia a personas que se perciben pueden adelantar cambios en la sociedad, como el caso más reciente ocurrido en Bolivia con 18 la elección de Evo Morales o de Rafael Corre en Ecuador. Un 62,7% de los potenciales votantes ha participado en las elecciones celebradas en nuestros países entre 1990 y 2002, y los padrones electorales tienen registrados a un 89,3% del total de electores, cifras nada desdeñables si se las compara con las de los Estados Unidos y la Unión Europea, con porcentajes de 73,6% y 96,2% respectivamente. Para los latinoamericanos y caribeños, la eficacia del voto –para cambiar las cosastuvo una aceptación en el 58% de los consultados, y el valor más alto fue en Uruguay con 80 por ciento y los más bajos en Ecuador y Honduras con 45% en cada país (PNUD, 2004a; Latinobarómetro, 2005). La “era de las multitudes” ha generado la emergencia de nuevos clivajes producto de la diversidad social: por clase social y etnicidad, aunque ésta última en menor grado, y esto ha traído la reconformación de las clases sociales en América Latina y el Caribe, que hoy está distribuida en capitalistas 1,8 por ciento; ejecutivos 1,6 por ciento; trabajadores elite 2,8 por ciento; pequeña burguesía 8,5 por ciento; proletariado de cuello blanco 12,4 por ciento; proletariado de cuello azul 23,4 por ciento, y proletariado informal 45,9 por ciento (Portes y Hoffman, 2003). En resumen, los ajustes estructurales de los 80 causaron una erosión del tejido social creado en la modernización sustitutiva de importaciones, y los ciudadanos buscan maneras de organizar la participación popular la que, en parte, ha sido activada por los programas sociales, y que hoy se orienta a mejorar el ingreso de las personas y su distribución en la sociedad, dentro del propósito de darle visibilidad a las diversidades culturales que existen en nuestros países. Los individuos quieren sentirse más ciudadanos mediante la inclusión social, que pasa por la institucionalización de programas sociales viables y solidarios, que reduzcan la desigualdad y la exclusión. Las políticas sociales han beneficiado a millones de habitantes de la región. Elementos básicos como la vivienda, agua potable, salud, y educación, son realidades para millones de personas. Hay posesión de bienes por parte de los individuos del continente. Ahora se quiere avanzar hacia un sistema social que cubra a todos los ciudadanos y ciudadanas. El sistema de pensiones es la nueva meta. Para Latinobarómetro (2007), sólo un 19% afirmó que tiene una pensión para jubilarse. Algunos países inician modelos focalizados, como Bolivia, para los niños, 19 niñas, y adultos mayores. En Chile está planteada una reforma al sistema de pensiones. Venezuela espera por su modelo desde 2002. El sistema de pensiones y la seguridad social universal, apuntan como los retos a futuro para la política social de la región. Uno de los avances concretos de la XVII Cumbre Iberoamericana (2007), fue adoptar el “Convenio multilateral Iberoamericano de seguridad social” entre todos los países, y se colocó como punto importante dentro del “programa de acción” acordado en la Cumbre. Los espacios sin ley Un desafío no menos importante es la emergencia de actores ilegales y no estatales, y los “espacios sin ley” en donde no existe el monopolio de la violencia por parte del Estado, y van desde zonas urbanas controladas por grupos delincuenciales, regiones fronterizas en donde la ley la definen grupos violentos como guerrillas o paramilitares, y los espacios que son usados para la producción y almacenamiento de drogas. La violencia cotidiana es muy alta en nuestros países. La tasa de homicidios en la región es de 25,1 por cada mil habitantes, la más alta luego de Africa, y el número de presos sin condena es del 54,8 por ciento (OPS/OMS, 2002; PNUD, 2004a). La inseguridad ciudadana es un tema de creciente importancia para los habitantes de nuestros países. Un 63% expresó que “vivir aquí cada día es más inseguro” (en su respectivo país), y un 73% expresó temor porque considera que va a ser víctima de un delito en algún momento (Latinobarómetro, 2007). III. Lo político: de la euforia a la realidad Si en lo económico y lo social se observan resultados que apuntan a un crecimiento y a una mejoría en una serie de indicadores sociales, en la política el clima es de tensión. Esto explica por qué los latinoamericanos y caribeños consideran principalmente la situación política de nuestros países como regular (44%), seguida de mala (37%), y la opinión buena es del 15 por ciento. En una escala de 1 al 10 donde 10 es que el país es “totalmente democrático” y 1 que es “no democrático”, la respuesta promedio de los latinoamericanos y caribeños es de tensión: 5,5 puntos. Es una democracia, pero a medias, no completa. El valor más alto fue Venezuela (7,6 puntos) y el más reducido en Paraguay con 4,2 puntos (Latinobarómetro, 2005). La gente quiere democracia, pero que sea completa. Lo 20 anterior abre una reflexión importante ¿Qué entendemos los latinoamericanos y caribeños por democracia? ¿Es un concepto similar para todos los países de la región? ¿Nuestra concepción de democracia es republicana, liberal, conservadora, o radical? ¿Son las libertades para actuar como ciudadanos o las libertades para protegerme de los abusos del poder, lo que cuenta a la hora de definir cuál democracia, o es otra cosa? Esto, porque la democracia pierde apoyo como forma de gobierno. En 2005, alcanzó el 58 por ciento. En 2007, bajó al 54 por ciento. A pesar de este discreto descenso, la satisfacción con la democracia logró 37 por ciento, y superó al 31% alcanzado en 2005, con el valor más alto en Uruguay (66%) y el más bajo en Paraguay con 9 por ciento. (Latinobarómetro, 2007). Es en este punto donde aparecen las diferencias: para que sea completa, muchos piensan que es posible lograrla por la vía autoritaria. Ante la pregunta si se prefiere un gobierno democrático o a veces se justifica uno autoritario, las dudas o no respuestas de los habitantes del continente ante esta pregunta aumentaron: de 6% en 2003, la duda subió a 13% en 2005. Se valora la democracia como idea pero no la gobernabilidad de la democracia La razón es que la activación de la sociedad busca una forma de gobierno que canalice las demandas por bienestar e inclusión, que es lo que genera el malestar. La democracia parece sólida, pero su desarrollo no es homogéneo en los países de la región. La inserción global y la necesidad de reformas para crecer y ser equitativos plantean desafíos para la gobernanza que cada país responde de manera diferencial. A esto hay que agregar que las formas por excelencia de articulación de intereses –los partidos políticos- no están representando adecuadamente los intereses de la ciudadanía y aparecen actores no partidistas que buscan cumplir ese rol. La caída del apoyo electoral a los partidos grandes en la región fue del 19,11% en el lapso 1990-2002, y el nivel de confianza hacia los partidos políticos bajó de un 20% en 1996 a un 11% en 2003 (PNUD, 2004a). En algunos países como Perú y Venezuela, ocurrió un desplome del sistema de partidos en los 90, mientras que en otros como Brasil y Guatemala, se han creado nuevas formaciones políticas, en Ecuador se ha atomizado el sistema de partidos y el foco está en la Presidencia, y en Costa Rica se observa un cansancio de la población con el bipartidismo (Fundación Konrad Adenauer/Polilat.com, 2005; Alcántara, 2001). 21 En síntesis, si en la economía y la sociedad se puede hablar de fortaleza en tanto hay esfuerzos y resultados, en la política hay tensión, derivada de la fragilidad de los gobiernos para darle cauce a las demandas de la sociedad. Los países latinoamericanos y caribeños se mueven entre dicotomías como gobernabilidad democrática-igualdad económica, elites e instituciones-lo popular y lo social, instituciones formales-la informalidad, globalización-desarrollo nacional, capital financiero-capital industrial. El problema para la política es ¿Cómo mantener la democracia en momentos en que hay crecimiento económico y una activación de la ciudadanía social, que se expresa en múltiples identidades, y que demanda cambios en las estructuras de la sociedad? Esta pregunta es respondida de manera diferente por los países, pero las respuestas se mueven en un continuo: autoritarismodemocracia (Siavelis, 2004). La recuperación de la política para canalizar la conflictividad social El reto político de los países del continente es la institucionalización de las fuerzas políticas y la promoción de una cultura política democrática, que la arraigue sólidamente, para lograr la gobernabilidad, y la emergencia de las diversidades políticas, que buscan canalización política. Es decir, cómo evitar la pretorianización – la participación fuera de los canales institucionales- crónica; y por otra parte, un equilibrio y juego de poderes en el Estado, es decir, la democracia. La conflictividad social en la región se mantiene estable, pero con pendiente positiva: en enero-abril de 2004 se registraron 2.139 conflictos en la región, y en el lapso enero-abril de 2005, la cifra fue casi igual: 2.131 conflictos, con la emergencia de nuevos actores sociales: indígenas, agrupaciones de ciudadanos, desempleados urbanos, movimientos para la defensa de los recursos naturales (Seoane y Algranati, 2005). Desde el punto de vista de la participación social, hay una diversidad de organizaciones que hacen política, con diferentes grados de adhesión a los sistemas políticos vigentes, pero que tienen como común denominador el deseo de cambiar las estructuras de los países del continente. Algunas organizaciones políticas como el MAS de Bolivia, han accedido al poder por la vía electoral; mientras que otras como los zapatistas en México, postulan “redes de resistencia y autonomía” como una manera de separarse de la política electoral y promover una política pos-racista y pos-colonial. Entre estas opciones, se hallan movimientos que actúan dentro de los 22 marcos políticos de cada país, aunque con severos cuestionamientos como los piqueteros en Argentina y el Movimiento de los Sin Tierra (MST), en Brasil. Igualmente, hay espacios para el debate de posturas con vocación transformadora, pero que difieren en las maneras sobre cómo hacer la transformación: el Foro Social Mundial. Las versiones de la democracia en la región Desde el punto de vista político, puede decirse que en América Latina y el Caribe parecen institucionalizarse dos formas de gobierno, con sus matices: democracias delegativas que nacen o están en vías de institucionalización (por ejemplo, Venezuela, Argentina, Colombia, Bolivia, Ecuador) y democracias institucionalizadas en proceso de reforma (por ejemplo, Brasil, Uruguay, México, Costa Rica y Chile). Son, pues, dos ejes políticos: pretorianismo-canalización (sociedad) y delegacióninstitucionalización (gobierno). Entre estos dos modelos, hay matices que sugieren diversas formas de democracia. La delegación supone la personalización del poder en una figura carismática o paternal, pero la ideología puede ser diferente en esa personalización: más cercana a la derecha (Colombia), más hacia la izquierda (Venezuela), centrada en referencias indígenas y étnicas (Bolivia, Ecuador, Perú), pero tienen en común figuras en el poder o que lo disputan: Uribe, Chávez, Correa, Morales o, en actores políticos como Ollanta Humala en Perú o el ex-obispo Fernando Lugo en Paraguay. Igual ocurre con la democracia institucional que se caracteriza por la presencia menos saliente de la figura presidencial y la existencia de sólidos sistemas de partidos y mecanismos de balance institucional. Aquí también hay diferencias entre los grados de adherencia ideológica: desde una Kirchner (y su esposo) que se acerca a un patrón delegativo, la transición hacia la izquierda dentro de la concertación con Bachelet en Chile (aunque la concertación muestra agotamiento), la versión socialdemócrata uruguaya con Tabaré, el modelo de izquierda con globalización que adelanta Lula en Brasil, el inicio socialdemócrata de Colom en Guatemala, o desafíos sociales en gobiernos institucionalizados como República Dominicana, país que tiene elecciones en mayo de 2008. Aunque no puede hablarse de democracias sólidamente consolidadas –salvo el caso de Costa Rica, aunque con un cansancio de la población hacia el bipartidismo- 23 pero tampoco pueden ubicarse en un tipo de democracia delegativa, están los países de Centroamérica, en donde las opciones de centro-derecha tienen un espacio sólido en el poder, con la excepción de Nicaragua y el arranque de un gobierno socialdemócrata en Guatemala, pero en la que las opciones de izquierda tienen posibilidades de acceder al poder. Tensión en los indicadores de gobernanza Tal vez lo anterior explique el comportamiento de los indicadores de gobernanza política (CEPAL, 2005a). Acerca de la Estabilidad política, la región alcanzó -0,22/2,5 (Asia=0,76/2,5), lo que indica una baja estabilidad. Desde 1993, 14 presidentes no han podido culminar sus mandatos (Latinobarómetro, 2005). El indicador Estado de derecho tiene un valor de -0,43 (Asia=0,96) y el Control de la corrupción sumó -0,38 (Asia=0,86), aunque en este último indicador la percepción de los ciudadanos es que hay una mejoría en materia de corrupción, al menos con respecto a 1992 frente a 2002. En este año la corrupción se percibió menor que en 1992 (Singh, 2005), opinión que coincide con el Latinobarómetro en la tendencia positiva en este asunto: en 2004 un 26% opinó que había progresos en la lucha contra la corrupción, y en 2005 esa cifra subió a 30 por ciento, y la percepción más alta fue en Colombia con 45% y la menor en Guatemala con 18 por ciento. La percepción que el dinero de los impuestos está bien gastado por el Estado aumentó de un 15% en 2003 a un 21% en 2005, una cifra modesta pero con pendiente positiva. No obstante, para los latinoamericanos y caribeños, 68 de cada 100 funcionarios públicos son corruptos, con el valor más alto en Ecuador con 82% y el más bajo en Uruguay con 41 por ciento (Latinobarómetro, 2005). Los indicadores de gobernabilidad del Banco Mundial sugieren en el indicador Control de la corrupción que la mayoría de los países de la región están en “amarillo” (0,5-0,75/-2,5 y +2.5) y “naranja” (0,25-0,5), salvo tres países que están en “rojo claro” (<0,1-0,25) que son Venezuela, Honduras, y Nicaragua, y uno que está en “verde claro” (0,7-0,9): Chile (World Bank, 2007). Posiblemente esta evidencia de una baja gobernabilidad se debe a que, frente a la demanda de articulación política que hace la sociedad, los gobiernos tratan de generar una forma política para responder adecuadamente a esta realidad, que es la que causa el clivaje autoritarismo-democracia. Es valioso notar que para los 24 ciudadanos del continente los gobiernos no son el actor político más fuerte, sino que el poder político lo tienen actores extra-estatales. Para los latinoamericanos y caribeños, el sector económico y los medios de comunicación social ejercen más poder que los gobiernos, con una percepción de 79,7% y 65,2% respectivamente (PNUD, 2004a). En otro estudio, un 49% opinó que el gobierno tiene “más poder” en 2005 frente al 57% que expresó lo mismo en 2003. Las grandes empresas, por su parte, registraron 40% y 44% respectivamente, y los medios de comunicación social con 15% y 17% respectivamente. Los partidos políticos registraron 39% y 34% respectivamente. Sólo dos actores estatales aumentaron la percepción de poder de 2003 a 2005: el congreso al pasar de 22% al 24% y los militares que se movieron de un 16% a un 18 por ciento. Aquí entra el aparato judicial el cual, en la percepción de los ciudadanos, no ha mejorado: apenas 1/3 cree que la justicia castiga a los culpables mientras que cerca de 2/3 opina lo contrario, y un 48% en la región considera que “la justicia tarda pero llega” (Latinobarómetro, 2005). Una mayor concentración de poder en el Ejecutivo La mayor concentración de poder y personalización de la política que se observa en los gobiernos del hemisferio es, como se dijo, una manera de responder a esta realidad. Frente a la existencia de “poderes fácticos”, las instituciones del Estado se blindan y se recentralizan para poder responder a las demandas ciudadanas, en un mejor contexto económico, porque consideran que es el momento para avanzar en el progreso de nuestros países, por lo que a veces se saltan procedimientos democráticos. Influye también en esta concentración del poder la disputa por la hegemonía entre proyectos sociales en la región: entre los que postulan una “democracia revolucionaria” (Venezuela), los que plantean volver a colocar en el tapete los temas del desarrollismo de los 60 y los 70, bajo la idea del “nuevo desarrollismo”, como Argentina y Brasil; o los países que buscan promover opciones de centro (en sus versiones de derecha o izquierda): Uruguay y los países de Centroamérica, por ejemplo. Lo cierto es que en nuestros países se libra, también, una “batalla por las ideas” para definir un nuevo “bloque histórico” que oriente la dirección de nuestros países en un mundo más globalizado, y esta “batalla” es, en líneas gruesas, entre 25 promover un mayor acercamiento a la globalización o adelantar un mayor nacionalismo en los estados del continente. Aquí entra la política internacional, ya que se van dando en la región diferentes patrones de relación con el mundo. El parte aguas en este asunto son las relaciones con los Estados Unidos, en donde se puede observar un mayor acercamiento por parte de los países de Centroamérica, mientras que otros países buscan ser interlocutores para negociar la inserción de América Latina y el Caribe en la globalización, como Brasil, Chile, México, Argentina, Uruguay, los países del Caribe, junto a otros que estrechan relaciones políticas y militares con los EE.UU: Colombia y Perú. En otro grupo, están las naciones que han definido una postura de hostilidad hacia los Estados Unidos como Venezuela, Bolivia y, en menor medida, Cuba y Ecuador, que buscan colocarse en otros ejes de poder, mayormente Venezuela, para estrechar relaciones geopolíticas con Rusia, Francia, España, India, China, e Irán, como una manera de depender menos de los EE.UU. De los Estados Unidos hacia la zona, la orientación es la búsqueda de aliados estratégicos como Colombia, Perú, y Brasil, para vincularse con la realidad de la región y un cambio en la política exterior de ese país, a partir del discurso del “estado de la Unión” del presidente Bush en enero de 2006: menos unilateralismo y menos aislacionismo, pero también se observa una “hostilidad infantil” al abordar los casos de Venezuela y Cuba. Esta búsqueda de aliados incluye también a países no latinoamericanos y caribeños: España, como gobierno iberoamericano, se considera preferente para dialogar con el continente. De un desinterés en la región porque se consideraba que no había cambios, la tendencia actual en la administración norteamericana es a una acción más estratégica y menos unilateral, con determinados países como interlocutores y privilegiando foros diplomáticos como la OEA, los acuerdos comerciales, y las cumbres entre los jefes de Estado. El comienzo del proceso electoral en los EE.UU – que parece indicar que habrá un Presidente demócrata en 2009, que puede ser una mujer o un negro; Clinton u Obama- indica que es muy posible que las relaciones con América Latina tengan cambios no radicales, pero sí en la manera como los americanos del Norte abordan sus consensos y disensos con los americanos del Sur y el Caribe. 26 Ciudadanos que no tienen representación política Por otra parte, la ciudadanía activada que tampoco consigue representación política organizada, irrumpe en la esfera pública y presiona para obtener políticas públicas, pero en la tensión entre el Estado y los poderes no estatales que produce ingobernabilidad, los ciudadanos se han tornado menos democráticos, al privilegiar valores como crecimiento económico exclusivamente y por encima del deseo de una forma de gobierno democrática. Una visión materialista-pragmática, pero que se considera va a permitir llegar al ansiado progreso. Esta dualidad de ejecutivos fuertes y ciudadanías activas, es lo que genera inestabilidad ya que, al presentarse la crisis por el no cumplimiento de las expectativas, los sistemas políticos no cuentan con mecanismos institucionales para resolver las crisis de gobernanza. Es aquí donde algunos plantean el debate entre el sistema presidencial y el sistema parlamentario, como un mecanismo institucional para superar crisis de gobierno sin que perezca la democracia. La preferencia por la democracia frente a otras formas de gobierno es alta, pero ha caído con respecto a 1996: en esa fecha, la opinión era del 61% y en 2002, la cifra fue de 57 por ciento. Un 48,1% de los “demócratas” de la región prefiere el desarrollo económico antes que la democracia, y un 44,9% del mismo grupo, apoyaría a un gobierno autoritario si resuelve los problemas económicos (PNUD, 2004a). En la región, las personas pueden ser clasificadas en “demócratas” con un 43% de la población, los “no demócratas” que totalizan un 26,5% de las personas, y los “ambivalentes” con una cifra de 30,5%, que son personas que se mueven entre los fines democráticos y el ejercicio autoritario del poder. Los habitantes de Centroamérica y México son los más demócratas (46,6%) y los menos demócratas se hallan en la región MERCOSUR y Chile (34,5%), mientras que los ambivalentes están mayormente en la región andina (34,3%). Esto refleja la topografía democrática de la región, que recoge los procesos sociales y políticos que han vivido nuestros países. Posiblemente, el mayor nivel de adhesión hacia la democracia en América Central sea resultado de dolorosas guerras civiles y la experiencia, en el caso de México, de un partido hegemónico en el gobierno desde la década del 30 hasta el año 2000. La ambivalencia en la región 27 andina tal vez ocurra por la crisis en los sistemas de partidos en países como Ecuador, Perú, y Venezuela, lo que abre las puertas a un tipo de democracia delegativa, con variantes para cada país, y esta forma de gobierno se mueve entre la democracia y el autoritarismo. Finalmente, la adhesión menos democrática que ocurre en Chile y los países del MERCOSUR se explique por el legado de los regímenes burocráticos-autoritarios que vivieron esos países, especialmente Argentina, Chile, y Uruguay. La socialización política de los jóvenes En este punto también contribuyen otras variables. Una importante es el tema de la construcción de ciudadanías y la socialización política, ya que hay una presencia no desdeñable de jóvenes entre los no demócratas. La juventud no recibe referencias políticas ni mecanismos de participación, tampoco ve oportunidades para su crecimiento personal y profesional, en un contexto postmoderno en donde todo es relativo, lo que lleva a la construcción de mundos individuales, alejados de la política y, como respuesta al abandono de aquélla, muchas veces con un sesgo autoritario. Los jóvenes no tienen anclaje con el pasado y tampoco un proyecto a futuro. Desde Cuba donde los niños de los 90 son los adolescentes de hoy, que no sienten una fuerte adherencia hacia la revolución cubana, hasta el surgimiento de Las Maras en Centroamérica, que son pandillas juveniles que establecen su identidad por la pertenencia a estas bandas, y la violencia es su medio de comunicarse con la sociedad (Rojas, 2005b). Desde el punto de vista social, los grupos perdedores con los ajustes económicos tienden a ser menos demócratas: las personas que han experimentado una movilidad social descendente ven en los autoritarismos un camino para superar la privación relativa, causada por los ajustes estructurales de los 80 que erosionaron, principalmente, a la clase media y que, en la actualidad, mantienen el rechazo al llamado neo-liberalismo. Variedad en la unidad, y unidad en la variedad Lo anterior plantea otro desafío ¿Hasta qué punto el no reconocimiento a la diversidad cultural no amenaza la integración política? Y, desde otra perspectiva ¿Cómo hacer de la diversidad cultural una realidad incluyente? El punto es que si la inclusión no es tolerante, nuestros países pueden ser testigos de secesiones de 28 partes de Estados (como está planteado en Bolivia) o formas de violencia colectiva como manera de responder a la intolerancia de los gobiernos por la forma cómo promueven la inclusión de los diferentes. Una fortaleza es que la democracia goza de buena salud en la región. El índice de Apoyo Ciudadano a la Democracia (IAD) es de 2,03 que significa una situación favorable a la democracia (1=equilibrio entre demócratas y no demócratas; 0<1=situación precaria para la democracia), medida que encuentra soporte en otros indicadores. Destaca que el mayor significado que los habitantes del continente le atribuyen a la democracia son libertades (38%), seguida de elecciones (26%), y una economía que asegure un ingreso digno (21%). El valor más alto en libertades es Venezuela (69%), en elecciones son Bolivia y México (39% cada uno), y en una economía que asegure un ingreso digno es Brasil (37%). Un 53% estima que la democracia sí soluciona los problemas, mientras que un 37% dijo que no (PNUD, 2004a; Latinobarómetro, 2005). Lo que lleva a la conclusión que la democracia como forma de gobierno es la preferida, pero las tensiones se hallan en la gobernabilidad de la democracia. El desafío es la gobernanza de la democracia, y esto pasa por la recuperación de los partidos políticos. Un 54% piensa que no hay democracia sin partidos políticos y un 59% sin congreso, aunque cerca de un 1/3 considera que sí pueden ocurrir ambas cosas. Puede decirse que los “críticos duros” de la democracia en la región promedian el 30 por ciento. Esta es la debilidad de la democracia: deseada como forma de gobierno, pero se desconfía de su capacidad para generar bienestar en libertad, y esto da cuenta de la apuesta autoritaria en algunas partes de la región. Un 66% considera que la democracia es el “único sistema” para ser un país desarrollado, aunque esa cifra en 2004 fue de 72 por ciento. La percepción más alta se halla en Venezuela (78%) y la más baja en Paraguay 49 por ciento (Latinobarómetro, 2005). Las tensiones delegativas y autoritarias se disminuirán en tanto la política en la región regrese a lo que es: la representación de los intereses, y esto pasa por el tema de los partidos políticos, que para los líderes de la región es el asunto central, junto a las reformas políticas. Un 35,2% consideró que hay que reformar a los 29 partidos políticos, la opinión más alta en el tema de la agenda política para el continente (PNUD, 2004a). El reto es hacer que la democracia funcione y la vía es darle la capacidad para canalizar demandas de bienestar y del crecimiento económico que ocurre en nuestros países, y se le pide a los gobiernos que hagan esto, manteniendo relativamente el criterio liberal de las libertades. De aquí la tensión comentada. IV. En síntesis: integrar lo político, lo social, y lo económico El reto de nuestros países es la integración de los tres procesos que están en marcha: el económico, el social, y el político. Hoy caminan por rutas diferentes, y la tarea es armonizarlos. Este es el desafío y el consenso en el continente: cómo hacer de nuestro espacio geográfico un lugar para la vida buena de sus habitantes. Aunque no lo parezca, esta es la búsqueda que se hace, y cada nación lo intenta conseguir por su lado, lo que genera tensiones, no sólo internas sino externas, entre los países del hemisferio. Hay una economía que superó la época de los desequilibrios macroeconómicos y que parece agarrará con fuerza la idea de crecer y de entrar, sin miedo pero en términos justos, a la globalización. Igualmente, hay una sociedad activada, mayormente informal y culturalmente diversa, y unas políticas sociales que con rezagos, han ido ampliando su cobertura y beneficios a la población. Finalmente, la política no sabe cómo articular ni ser canal de representación de las demandas de crecimiento económico con equidad, y se producen tensiones producto del rezago en vislumbrar el modelo de gobernabilidad para el Siglo XXI, una vez cumplida la etapa sustitutiva de importaciones y del ajuste neo-liberal. Lo que tienen en común los países del hemisferio es esta búsqueda de la vida buena para sus ciudadanos, con fortaleza económica, solidaridad social, y gobernabilidad política. Se diferencian en la manera en cómo quieren llegar a esa común meta. Lo anterior plantea un desafío y una amenaza. El primero, en tanto se avance en un continente diverso pero con un propósito dentro del nuevo marco de la mundialización; una América Latina y el Caribe con sus diferencias entre países, pero integrada al mundo. Lo segundo, porque el riesgo que enfrentan las naciones latinoamericanas y caribeñas es repetir un hecho histórico, que nace con la 30 Independencia: que cada país vaya por su lado, que aparezcan clivajes no sólo internos sino entre los países: países más abiertos al mundo, países más cerrados; naciones con una renovada democracia; naciones con menos democracia; sociedades de derecha e izquierda, pero con versiones más innovadoras o conservadoras de estas ideologías políticas; Estados que prosiguen con reformas y Estados que las detienen y, en algunos casos, retroceden a momentos ya superados. En fin, una América Latina y el Caribe con velocidades distintas y, en algunos casos, con países más cercanos al mundo y otros más alejados del planeta, aunque estén dentro de él. Una América Latina y el Caribe globalizada, pero fracturada en su interior. Hace 200 años, nuestros países lograron su Independencia, al precio de una fragmentación de los nacientes Estados, cada uno son sus particularidades, pero siempre con la idea de la unión de nuestros países. Hoy el desafío es similar: que se mantenga la constante histórica de países fragmentados, ahora dentro de un contexto global, o definir un propósito común como continente, que respete las diversidades de cada país, y que tenga como objetivo nuestra presencia como espacio de producción, diversidad cultural, y equidad dentro del concierto de países del planeta. Lograr esto pasa por normalizar a nuestros países para que las instituciones respondan a la sociedad, y esta es la demanda de la colectividad: que la región sea el espacio para desarrollar su historia de vida, sin sobresaltos, pero con la seguridad de lograr el bienestar, la equidad, el reconocimiento, y el trabajo productivo. V. Post Scriptum Este ensayo se presentó por primera vez en enero de 2006 ¿Qué puede decirse luego de dos años? Las tendencias principales en la región se mantienen: la inserción dentro de una sociedad global, pero en términos de equidad y bajo formas de gobierno democráticas. Todavía se sigue buscando el “sueño latinoamericano y caribeño” de progreso, democracia, y libertad. Sin embargo, a diferencia de 2006, el 2008 será el año de la validación de los modelos políticos que se aplican en la región. 2006 fue el año de la euforia. 2008, será el año de los resultados. Los números macroeconómicos son favorables –aunque hay señales de desaceleración de la economía a nivel mundial que tendrán impacto en América 31 Latina y el Caribe- y la microeconomía también tiene condiciones favorables. En lo social, se mantiene el interés en los programas sociales, y se avanza en el planteamiento de sistemas de seguridad social universales. En la política es que el comportamiento es menos lineal, y más desafiante. Los países del hemisferio han tomado conciencia de la globalización, y de la importancia de no quedar al margen de este proceso, especialmente cuando en el llamado mundo en desarrollo, se asume el desafío global. Van a la cabeza China e India, pero le siguen países asiáticos como Vietnam, y en los países del Medio Oriente y Africa, el tema es objeto de debate. América Latina y el Caribe tienen competencia, no sólo dentro de los países llamados desarrollados, sino también con las naciones que aspiran a mejorar su posición global. Esto plantea desafíos para nuestros países. El continente ya no está solo. El primero de ellos, es que el hemisferio tenga visibilidad mundial, más allá de ser la tierra del “buen salvaje, y del buen revolucionario”. El espacio en donde se experimenta con toda clase de utopías sociales y políticas. En los medios mundiales, Asia, Africa, y el Medio Oriente, tienen más presencia que América Latina y el Caribe, zona que mantiene su tradicional posición residual en la información mundial. América Latina y el Caribe no son temas de interés en los medios mundiales, como ocurre con otros países. En un mundo menos globalizado, tal vez esta ausencia no tenía mayor importancia. En un mundo globalizado, sí la tiene. En un buen número de foros mundiales, la presencia de los representantes de América Latina y el Caribe no es tan intensa como la de representantes de Africa, Medio Oriente, y Asia. Por país, el panorama político es diverso, aunque lo que hay en común es que hay una mayor cautela política. Los radicalismos no lograron imponerse en la región en 2007. Lo que queda es un intenso proceso de diálogo entre los actores sociales de los países, para promover cambios estructurales sin romper con la democracia y sin caer en experiencias populistas. Las demandas de inclusión social y progreso se mantienen, pero las maneras de lograrlas son diferentes. Ni el populismo de los 40, ni la revolución de los 60, ni las dictaduras de los 70. El común denominador es que los cambios se hagan en democracia y libertad. 32 Los modelos que planteaban cambios políticos con mayor velocidad y fuerza – Venezuela y Bolivia- fueron detenidos por las sociedades de cada país. En el caso venezolano, con la derrota a la propuesta de cambios a la Constitución impulsada por el gobierno de Chávez Frías en el referéndum del 2 de diciembre; y en Bolivia, con la amenaza de secesión de seis regiones del país. Chávez Frías arrancó el 2008 con un cambio de gabinete, y la línea que parece va a desarrollar es medir antes de actuar; a diferencia de 2007, en donde el gobierno venezolano desarrolló una política de avasallamiento y de no dialogar con la sociedad, que comenzó con el anuncio de cerrar el canal 2 de televisión en diciembre de 2006, y culminó con la derrota de Chávez en el referéndum. La posible cautela del gobierno, no debe entenderse como un cambio en las líneas estratégicas sino, más bien, como un intento de lograr el apoyo de la sociedad para la reelección indefinida de Chávez –el fondo de la reforma- pero por métodos diferentes: midiendo, evaluando la respuesta de determinados sectores del país ante las medidas del gobierno, para tratar de evitar una situación de aislamiento, que fue lo que ocurrió en 2007. En el caso de Bolivia, la amenaza de separarse del país de seis regiones, generó fisuras en la coalición de gobierno, porque en el parlamento boliviano la fracción del MAS solicitó al Presidente Morales dialogar con la oposición. Estos diálogos comenzaron en enero de 2008, y es de esperar que contribuyan a generar una agenda política gobierno-oposición, principalmente en el tema de la nueva Constitución aprobada aunque no sometida todavía a referéndum, junto al tema de la propiedad de la tierra y la descentralización. Morales ha tenido más prudencia política que Chávez, y supo atajar las tensiones políticas en su momento de mayor intensidad, sin llegar al desborde, como le ocurrió al venezolano. Lo que sigue es demostrar que Morales tiene capacidad de diálogo y a la oposición, aceptar la necesidad que tiene la sociedad boliviana –como todas las sociedades de la regiónde cambios estructurales. En Ecuador, la constituyente de Rafael Correa goza del apoyo popular que todo gobierno tiene cuando arranca. La oposición del congreso ecuatoriano se resolvió a favor de Correa con el cese de los parlamentarios y del parlamento, y Ecuador enfrenta el reto de no repetir los errores constituyentes de Venezuela y Bolivia. En 33 ambos, la pretensión hegemónica de imponer un proyecto de país, no tuvo éxito. Rafael Correa tiene la tarea de mostrar que son posibles cambios de fondo, pero que respeten las libertades y el pluralismo, y evitar lo que pasó en Venezuela –la no aceptación del proyecto político de Chávez Frías por una parte considerable de la sociedad- o como pasa en Bolivia, el rechazo a que se imponga una hegemonía mediante la amenaza de separarse del país, que se intenta evitar con los diálogos entre el gobierno boliviano y la oposición. Ecuador puede ser el modelo que haya aprendido de Venezuela y Bolivia, y se eviten las tensiones radicales, como ejemplo para países que pueden transitar el camino constituyente. Por ejemplo, Paraguay, país en donde lanzaron sus candidaturas el ex-obispo Fernando Lugo de tendencia radical, y el general Lino Oviedo, quien representa el pasado militar en esa nación, país que tendrá elecciones en abril de 2008. De la región, posiblemente Paraguay pueda ser la nación que asuma una vía constituyente para los cambios que requiere. Esta vía parece que ya pierde fuerza en todos los países, salvo el caso de Ecuador. En naciones como Uruguay, Brasil, Argentina, Chile, Colombia, y Perú, los gobiernos avanzan normalmente, aunque se observa un cansancio con determinadas maneras de hacer política e instituciones, que puede presagiar innovaciones en el futuro. Brasil avanza en su modelo de globalización y de mantener las banderas de izquierda, y se perfila como un actor mundial de peso, no sólo por el tamaño de su economía, sino por el rol que va a jugar en materia de energía, con el desarrollo de los biocombustibles y el anuncio del descubrimiento de grandes reservas de petróleo. El tema de la sucesión de Lula se perfila como el principal punto de la agenda política brasilera. Argentina arranca con el gobierno de la Presidenta Kirchner, quien mantiene un razonable nivel de apoyo, y sus primeras acciones apuntan a mantener las políticas desarrolladas por su esposo. Chile muestra el cansancio que hay en la concertación. La Presidenta Bachelet comenzó 2008 con cambios en su gabinete y en las regiones (intendentes), de 34 manera de lograr una mejor posición para las elecciones municipales de 2008 y las presidenciales de 2009. La principal crítica que se hace a la gestión de Bachelet es que no ha estado a la altura de las expectativas creadas a su llegada: mujer, hija de un respetado oficial asesinado por la dictadura de Pinochet, con una visión social. Su gobierno no ha sido mediocre, pero tampoco brillante. Es posible que la mandataria busque reavivar la esperanza de los chilenos y chilenas en su gobierno, para recuperar la opinión que tuvo al inicio de su mandato. Perú es un éxito macroeconómico, aunque en lo social falta un mayor impulso. Sin embargo, la gestión de Alejandro Toledo echó las bases para una mayor institucionalización política y un desarrollo económico de importancia en el país andino. La gestión de Alan García es evaluada de manera regular, pero ha mantenido las líneas principales del consenso peruano: macroeconomía sólida, progresivo desarrollo social, y mantenimiento de la democracia. La firma del TLC con EE.UU plantea nuevos retos para la sociedad peruana, que mira al Norte pero también al Pacífico. Colombia ya no sólo tiene el reto de la violencia política de la guerrilla y de los paramilitares. La creciente influencia del gobierno venezolano en la política doméstica colombiana –detenida por el fracaso de Venezuela en gestionar la liberación de tres personas secuestradas por las FARC- plantea la posibilidad de un gobierno de izquierda, como resultado de las elecciones presidenciales del 2010. En las municipales de 2007, la izquierda no tuvo un mal desempeño, y puede cuajar el llamado “frente amplio”. El desafío del gobierno de Uribe Vélez es neutralizar las influencias del gobierno de Chávez Frías para que, si eventualmente gana la izquierda en los comicios de 2010, el nuevo gobierno no sea influenciado por la política de Venezuela, y no tome el camino que siguió su vecino. De los países de América del Sur, Colombia puede ser el que tenga más presión de sus vecinos –Venezuela, Ecuador, Nicaragua- por ser percibido como el Estado más pro-norteamericano de la zona, y los tres países mencionados lo evalúan como una amenaza a sus respectivos proyectos internos y externos, en el caso de Venezuela. En Centroamérica, México superó la prueba que puso López Obrador al gobierno de Felipe Calderón. Este logró mantener la gobernanza de ese país, contra muchos 35 pronósticos que indicaban que no tendría éxito. López Obrador vio deteriorarse su credibilidad, especialmente cuando se supo que el político de izquierda tenía resultados de encuestas a boca de urna que daban la victoria a Calderón, y ocultó esa información el día de las elecciones. En Nicaragua, el gobierno de Daniel Ortega intenta revivir una política crítica, pero mantiene los acuerdos con el FMI, y se colocó como aliado confiable de Venezuela. Su gobierno no ha estado a la altura de las expectativas, por la esperanza de cambio en lo personal que había en Ortega. Guatemala arranca con el experimento socialdemócrata con Alvaro Colom, país que también puede ser vitrina en cuanto a cambios de peso sin romper con la democracia, especialmente de signo de izquierda, en una región muy marcada por la Guerra Fría entre los EE.UU y la extinta URSS. República Dominicana avanza hacia las elecciones presidenciales en mayo de 2008, con el Presidente Leonel Fernández, quien busca la reelección, y tiene competencia en Miguel Vargas, candidato del PRD. Cuba plantea el reto más interesante en el Caribe. Raúl Castro ha mostrado el deseo de promover cambios dentro del socialismo, y muchos apuestan a que en Cuba ocurrirá una transición similar a la ocurrida en China, aunque con una aproximación al mercado más pausada, menos espectacular que la ocurrida en el país asiático. Las elecciones de los EE.UU en noviembre de 2008 y el comienzo de las primarias, muestra que la sociedad americana busca cambios radicales en la conducción de la política interna y externa. Hasta ahora, el tema de América del Sur y del Caribe no ha tenido el peso debido en los pre-candidatos, pero destacan el asunto de la inmigración y la energía. Lo cierto es que los EE.UU se focalizan en lograr su independencia energética y, de ganar Hillary Clinton o Barack Obama, es posible que las relaciones con el Sur sean diferentes a las que desarrolló Bush, e incluyan temas distintos al energético o comercial con los TLC. Es probable un mayor acercamiento a determinados países de la región y una evaluación de las relaciones del país del Norte con Venezuela y Cuba, principalmente. En síntesis, en 2008, América Latina y el Caribe entran en una etapa en que las experiencias radicales parecen ser superadas. El ciclo que comienza no supone que 36 no habrán tensiones, pero indica que las sociedades de la región valoran que no es posible un progreso social que ponga en riesgo la democracia y las libertades. Venezuela es el primer ejemplo de ese imposible. Bolivia y Ecuador están a tiempo de demostrar que es posible conciliar cambios con democracia. Todavía existen franjas de la sociedad con una vocación autoritaria, pero la tendencia actual sugiere una mayor mesura en la política, sin que eso implique ceder u olvidar las necesarias reformas estructurales que requieren las sociedades de nuestros países. No sólo por la demanda global –Asia, el Medio Oriente, y Africa están allí- sino porque los habitantes en cada país han experimentado con la idea de progreso, y es una meta buscada con intensidad. Progreso, inserción global, y democracia, se perfilan como las tres orientaciones que serán prioridad en la región para el futuro, y el 2008 estará signado por la posible consolidación de este trío de manera sostenible, o su fracaso, lo que plantea que América Latina y el Caribe puedan darle vuelta al reloj de la historia para probar de nuevo con recetas fracasadas, pero que vendrían en nuevos empaques. 37 Cuadro 1 Selección de indicadores económicos, sociales, y políticos para América Latina y el Caribe Indicador América Latina México-Centroamérica El Caribe PIB 6,24% 5,54% 5,93% Nivel de precios (2006) 7,03% 6,24% 7,9% Desempleo (2006) 9,04% 6,38% 8,88% Población bajo línea de 36,97% 39,26% 37,43% IDH (2003) 0,79 0,74 0,77 Gini (2005) 0,51 0,52 0,41 3,72% 1,87% 3,10% de 20,39% 20,51% 24,75% como 13,90% 10% 13,78% 504,4$ 358,4$ 414,25$ 4,75/10 5,15/10 3,82/10 0,11/2,5 0,07/2,5 0,11/2,5 -0,46 -0,17 0,17 -0,26 -0,28 -0,44 0,29 0,05 -0,12 Estado derecho (2006) -0,51 -0,46 -0,5 Control -0,27 -0,38 -0,59 Crecimiento (2007) pobreza (varios años) Variación per PIB cápita (2005) Formación bruta capital fijo (2006) Gasto social porcentaje del PIB (2004-2005) Gasto social per cápita en US$ (2002-2003) Indice de Desarrollo de la Democracia (IDD, 2005) Participación y responsabilidad (2006) Estabilidad política (2006) Eficacia gubernamental (2006) Calidad regulatoria (2006) de la corrupción (2006) Fuentes: CEPAL (2005ª, 2005c, y 2006); ECLAC (2006); PNUD (2005); World Bank (2005 y 2007); Machinea (2005b, 2007, y 2007a); y Fundación Konrad Adenauer y Polilat.com (2005) 38 REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS 1. 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