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101 EN BUSCA DEL REINO UNA MORAL PARA EL NUEVO MILENIO Joan Carrera i Carrera Indice: 0. Introducción 1. Una moral para el nuevo milenio 2. Una moral “autónoma desde la fe en Cristo” 3. Una moral en diálogo 4. Retos antiguos y nuevos a la moral cristiana Notas Cuestionario para el trabajo en grupo Joan Carrera i Carrera, sj., (Barcelona 1960), es Médico y Doctor en Teología. Prof. de Moral Fundamental en el ISCREB (Inst. Sup. Ciencias Religiosas), en la Fac. de Teología de Catalunya y en el Inst. de Teología Fundamental (Sant Cugat). Es miembro del Instituto Borja de Bioética y del Centre d’Estudis Cristianisme i Justícia. 1 0. INTRODUCCIÓN “Cuando nos abrimos al diálogo con los demás,nos abrimos nosotros mismos a Dios” Juan Pablo II En este cambio de siglo, nuestro mundo vive, tal vez, una de las transformaciones más fuertes de su historia. Lo que llamamos “globalización” ha convertido aquel ancho mundo en donde vivieron nuestros antepasados en un global village. Un mundo que, con sus enormes capacidades de comunicación y transporte, pone en contacto culturas y pueblos distintos con una intensidad inusitada. Las sociedades de nuestro mundo globalizado ya no son aquellas sociedades compactas, que compartían una cultura homogénea. En aquel entonces, las demás sociedades y culturas quedaban lo bastante lejos y eran suficientemente desconocidas como para ser consideradas algo “extraño”, ajeno, y, generalmente, “bárbaro” e “incivilizado”. Pero esto ya no es posible en la actualidad. Hoy nos vamos a un chino cuando queremos comer sin complicaciones, buscamos a una mujer peruana para cuidar a la abuela, nuestros hijos comparten pupitre con una muchacha que lleva siempre un pañuelo en la cabeza y celebra el ramadán, compramos ropa confeccionada por mujeres del extremo oriente, y nuestros vecinos han adoptada a un niño nacido en el altiplano boliviano. Retos a la ética Estas nuevas circunstancias han puesto a la orden del día la reflexión sobre temas, como pueden ser, la “tolerancia”, el respeto a las diferencias, el diálogo. Es conveniente que seamos capaces de entendernos con “cualquier persona” de nuestro mundo. ¿Cómo establecer unas pautas, comunes a todos, que nos permitan convivir en medio de la gran diversidad de nuestro mundo? ¿Qué principios deberían ser compartidos por cualquier persona, de cualquier país y creencia, para poder vivir en armonía? Este es un primer reto ético de hoy en día. Y no se trata de una cuestión tan sencilla como pueda parecer. La primera tentación que hay que evitar es la de confundir el respeto a la diferencia con la aceptación de “cualquier cosa”. El rechazo a cualquier tipo de intolerancia ha generado un rechazo a los “grandes relatos” que pretenden dar razón de “la totalidad”. El comportamiento moral, consecuentemente, debería encontrar su fundamentación en el ámbito estrictamente subjetivo. Una instancia con un valor universal podría resultar, tal vez, “peligrosa”, porque podría servir de punto de apoyo para cualquier tipo de fundamentalismo o de neo-fascismo (en cualquiera de sus versiones de derecha o de izquierda) De ahí nacen las actuales tendencias morales subjetivistas. 2 Sin embargo, un subjetivismo radical no puede ser aceptado por una moral cristiana. Porque la moral cristiana parte de la asunción de un proyecto: el Reino de Dios. Un Reino que propone toda una constelación de valores. Por lo tanto, todo aquello que el hombre hace no es indiferente, puede estar a favor o en contra de este Reino. Es decir, que existe una cierta objetividad en cualquier propuesta ética cristiana. He aquí, pues, un nuevo reto. Una moral que sea “autónoma” (basada en la subjetividad) y, al mismo tiempo, objetiva. Finalmente, es preciso decir que los nuevos tiempos en que vivimos plantean problemas que, hasta el presente, no habían aparecido. Por un lado, nos encontramos ante algunos asuntos que afectan al conjunto de la humanidad: la cuestión ecológica, el comercio internacional, el comercio de armas, la deuda externa de los países emprobrecidos, la globalización financiera, etc. Se trata de temas que requieren acuerdos de alcance global, y que exigen, por lo tanto, la participación de todos los implicados. Por otro lado, los progresos tecnológicos nos enfrentan a nuevas situaciones que implican nuevos derechos y obligaciones, y que reclaman una palabra ética: clonación, ingeniería genética, xenotrasplantes, uso de tejidos fetales, transgénicos, nuevas tecnologías militares, Internet, etc. Con todas estas premisas, nos encontramos con que la moral cristiana, sin dejar de considerar sus cuestiones “de siempre”, deberá afrontar las nuevas interpelaciones que se derivan de esta nueva situación. Por esto, una propuesta ética cristiana para el siglo XXI deberá presentarse, al mismo tiempo, como defensora de la autonomía de la subjetividad humana y, también, de la objetividad de los valores evangélicos; tendrá que constituirse con la participación de todos; y deberá afrontar las cuestiones nuevas que han aparecido. Y, además, la Iglesia no podrá limitarse a dar una orientación ética. Su palabra deberá ser “evangélica”, portadora de una “buena nueva” que no se reduce a unas pautas de valoración moral, sino que debe estimular y acompañar a una humanidad que, hoy como ayer, se encuentra en camino hacia su mayor plenitud. 3 1. UNA MORAL PARA EL NUEVO MILENIO Si la voz de la comunidad cristiana pretende proponer, también para hoy, un camino ético, deberá estar atenta a los “signos de los tiempos”, a fin de dar una respuesta adecuada. Si quiere dar respuesta a los retos que hemos recordado y ser semilla del mensaje de Jesús de Nazaret en el mundo, tal vez algunos de los rasgos inexcusables, para la moral cristiana del nuevo milenio, podrían ser los siguientes: 1. Una moral que escuche Una moral que se deje interpelar por la vida que viven y sufren miles de hombres y mujeres. Esta moral tiene que entrar en un serio diálogo con la cultura contemporánea. Un texto de la última Congregación General de la Compañía de Jesús nos recuerda que: “... debemos escuchar atentamente a todos aquellos a quienes el Evangelio no les dice nada, y tratar de comprender la experiencia cultural que se esconde en aquello que dicen. Lo que nosotros hacemos y decimos, ¿corresponde a las necesidades reales y urgentes de quienes nos rodean, en sus relaciones con Dios y con los demás? Si la respuesta es “no”, significa que no estamos comprometidos a fondo con la vida de las personas a quienes servimos” (CG 34, NMC, n. 27,7). Una moral que, antes de reflexionar y dar consejos, se ponga a la escucha de los hombres y mujeres, sean o no cristianos. Y, de este modo, se pregunte, como el joven rico: “Qué debo hacer de bueno...? Mt.19,16. Nos gusta recurrir a esta traducción de la Biblia interconfesional, ya que pone el acento en aquello que debemos hacer como cristianos, no tanto para ser buenos –no se trata de una cuestión puramente de perfección personal, como se ha insistido a menudo–, sino en beneficio del prójimo. 2. Una moral en actitud de búsqueda sincera Búsqueda con todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Que no se apresura en buscar respuestas fáciles y precipitadas. Que admite convivir con la duda y la incertidumbre. Muchas veces, la comunidad cristiana tiene que expresar públicamente su opinión sobre cuestiones que afectan a todos los hombres y mujeres, sobre cuestiones nuevas; pero debe reconocer que en muchas ocasiones, no puede tener la última palabra. Siempre debe advertir que sean respetados los más vulnerables, los más pobres y marginados... La Iglesia, después de siglos, ha de admitir, tal como propuso Juan Pablo II, que se equivocó en algunas cuestiones de moral que había afirmado de manera absoluta, basándose en datos que no eran teológicos, sino, por ejemplo, propios de la ciencia... del momento concreto. Admitirlo, pedir perdón, es un gesto que honra a la Iglesia, y su humildad le hace ganar credibilidad. 4 3. Una moral que acompañe a las personas en la toma de decisiones Con un componente profético y crítico respecto a las actitudes y valores predominantes del mundo injusto e insolidario en el que vivimos. Un acompañar que no abandone a las personas que han tomado decisiones que puedan no ser correctas o deseables. Que tenga siempre en cuenta aquellas situaciones límite en donde las personas optan por el mal menor o no son plenamente libres en sus acciones (ver el capítulo 4). La comunidad cristiana debe ser acogedora y misericordiosa para con todas estas personas. 4. Una moral reflexionada desde la comunidad Reflexionada en la oración humilde ante Dios, que ayude a los hombres y mujeres a discernir en el Espíritu. En donde las tareas de pastor y de profeta estén presentes en la comunidad y desde la comunidad, con sus preocupaciones y esperanzas. Una moral que escuche a las iglesias domésticas (las familias) y las pequeñas comunidades, donde se dan relaciones más fraternales, donde el afecto, la gratuidad, la atención al más débil, se convierten en algo más importante que la justicia legal. Una moral que crea más en el Espíritu presente en las comunidades, que considere a los cristianos de una forma más adulta, a fin de aportar, al discernimiento de toda la Iglesia, su opinión discernida y orada. Si se acepta que, en muchas cuestiones, los cristianos son libres y responsables, y, por ello, tienen la posibilidad de pecar (pueden alejarse de la fidelidad al mensaje de Jesús), también se les debería considerar libres y responsables para poder aportar su discernimiento moral, sobre cuestiones concretas, a toda la Iglesia universal. Una moral desde la comunidad debería hacer participar de manera activa a las mujeres, que han sido las grandes olvidadas en este terreno, de tal manera que la ética cristiana se ha configurado desde una sensibilidad masculina, en la que se ha olvidado la sensibilidad femenina. 5. Una moral que escuche el clamor del los pobres El clamor de los oprimidos de la tierra, de los que han perdido la esperanza. Una moral que, como Dios, escuche el clamor del pueblo esclavo de Egipto y que, en consecuencia, ofrezca una palabra de denuncia frente a las nuevas esclavitudes de nuestro tiempo. Una moral que esté atenta a los más vulnerables de nuestra sociedad, que defienda a las minorías culturales, lingüísticas, religiosas, a los inmigrantes, a los pueblos sin tierra, a los desposeídos, a los refugiados..., así como a las mujeres, que, en tantos lugares, son privadas de la enseñanza y de la cultura, y sometidas a situaciones de esclavitud. Que se comprometa con firmeza, por ejemplo, en la defensa de los derechos de los inmigrantes y ejerza la denuncia, cuando estos derechos sean violados. Que atienda a aquellos que la sociedad no valora, a los disminuídos físicos o psíquicos, a quienes todavía no han nacido o nacen con disminuciones... Una moral donde el “rostro del otro” se convierta en interpelación ética a la que uno deba responder, más allá del derecho que se tenga a ello.(1) Una moral que muestre que la comunidad cristiana está al lado de los débiles y vulnerables, y que no debe tener miedo de mostrarse débil y, por lo tanto, desprovista de poder, sin demasiados medios, sin privilegios... Que, en consecuencia, no tema hacer signos visibles que manifiesten este talante, como, por ejemplo, renunciar a su Estado, a su organización burocrática, a ir, en algunos países, del brazo de los políticos y militares... (pues son símbolos evidentes de ambigüedad, que muestran el poder político y económico de nuestra sociedad). 5 6. Una moral profética Que no se exprese en un discurso pesimista y focalizado sobre el mal y las cosas incorrectas (denuncia), sino en un discurso que anime a la gente a buscar el bien. San Pablo nos recuerda que “donde está el Espíritu, hay libertad” (2 Cor, 3). Una moral que no sólo denuncie las cosas que no funcionan, sino que haga gestos (anuncios) que rompan el silencio en el cual nuestra sociedad se encuentra inmersa. Este silencio, esta mentalidad de que no hay nada que hacer, de que el sistema económico, social, político no se puede cambiar, tan sólo podrá quebrarse si se dan signos proféticos que pongan en práctica valores alternativos. Estos signos pueden hacerlos presentes pequeñas comunidades humanas en donde se viven determinados valores alternativos. Comunidades que anuncian que es posible vivir de forma distinta. Por ejemplo, las cooperativas, el comercio justo, la comunidad de bienes o el intercambio de servicios de forma gratuita, las formas políticas de democracia participativa... ofrecen alternativas a una economía que genera injusticia y desigualdad social. Los cristianos tenemos que ir creando espacios alternativos que den testimonio de los valores en los que creemos. La palabra (la norma moral, el consejo...) debe dar paso a los hechos, a las vidas que encarnen dichos valores. De este modo, presentaremos el Evangelio de Jesús como una experiencia liberadora para el hombre y la mujer de hoy. Una moral que reconozca que, la mejor manera de expresar el disentimiento sobre los valores con los que no estamos de acuerdo, sea el testimonio de otros valores. Podemos hablar en defensa de los inmigrantes, de sus derechos, reclamar que no vivan marginados... pero ¿están, nuestras escuelas cristianas, abiertas a ellos? En resumen, una moral que señale los valores a descubrir, como fuente de una vida en el amor y la libertad. 7. Una moral con una dimensión universal Que tenga en cuenta que, para hacer frente a determinadas cuestiones que nos afectan a todos, creyentes o no creyentes, los cristianos debemos ser una sola voz con toda la humanidad. Por ejemplo, no tiene sentido que un pueblo o un país tome determinadas medidas, como limitar la contaminación atmosférica o acuífera, si el vecino continúa contaminando, puesto que el agua o la atmósfera son bienes comunes. Las nuevas tecnologías, el progreso, nos han hecho descubrir que, a pesar de la pluralidad y las diferentes maneras de pensar, no dejamos de ser una misma especie que comparte una misma biosfera...Muchas cuestiones nos afectan como humanidad, y, por lo tanto, es preciso buscar soluciones globales, y no limitadas a determinados territorios. Para recuperar la universalidad ética, se podría recobrar una categoría tradicional de la moral católica: la llamada Ley moral Natural. Entendida como la existencia de grandes principios éticos, comprensibles para todos los humanos, creyentes o no, a fin de que un comportamiento sea verdaderamente humano. Estos grandes principios pueden descubrirse mediante una búsqueda sincera con la participación de todos. Y podrían ser representados, como aproximación, en la Declaración de los Derechos Humanos. Esta moral diferenciaría unos mínimos éticos humanos, que compartimos todos los humanos, de unos máximos éticos, que podemos vivir dentro de nuestra comunidad. Los máximos éticos pueden ser mostrados a los no creyentes como invitación a una vida plenamente humana y feliz, pero no podemos imponerlos, ni pretender que, dentro de un país plural y democrático, sean reflejados por las leyes. Por supuesto que la comunidad cristiana sufrirá cuando vea que, algunas cuestiones que considera “mínimos éticos”, no son aceptados en el diálogo, y, por lo tanto, no son 6 protegidos por las leyes de los países. Esta cuestión será tratada cuando hablemos del disentimiento dentro del diálogo. Una moral cristiana para el nuevo milenio debe tomarse en serio el reto del “ecumenismo moral”. Se han dado pasos importantes, en este ecumenismo; cuando el Parlamento de las Religiones del Mundo elaboró la Declaración de una Ética Mundial (1993), afirmando unos “mínimos éticos comunes” a todas las principales religiones mundiales.(2) Estos mínimos pueden aportarse para la creación de una ética mundial que ya hemos comentado anteriormente. 8. La necesidad de establecer una moral política Una moral política que recupere la dimensión social y haga frente a los retos de una economía globalizada, injusta para las dos terceras partes de nuestro mundo. Una moral política que no tenga miedo de las nuevas formas de democracia participativa, sino que las fomente. Este año 2000, en España, la consulta para la abolición de la deuda externa de los países del Sur, sin ningún soporte oficial, ha sido un ejemplo de cómo se podría fomentar una democracia más participativa. Asimismo, una moral que deje de estar inculturada solamente en la cultura liberalburguesa y primermundista, y que se deje interpelar profundamente por las demás culturas (Orientales, Africanas...) puede perder su respiro individualista, poco comunitario... De igual modo, puede verse interpelada por las sub-culturas occidentales, marginadas por el estatus oficial (consumo responsable y ecológico, ecologistas, okupas, feministas, movimientos alternativos, pacifistas radicales...), que cuestionan el individualismo burgués, el “privatismo” moral, la propiedad privada, la forma de progreso depredador... Algunos de estos “valores” se han convertido en los nuevos ídolos de nuestro tiempo, pues ya nadie los cuestiona. 9. Una moral centrada en el corazón humano Porque es el lugar en donde la persona da unidad y sentido a su obrar. En donde la persona vive la relación profunda consigo misma y la realidad de los demás. El Evangelio habla al corazón de los hombres y mujeres sobre cómo deben ser el hombre y la mujer nuevos, qué actitudes deben tener. Es en el corazón, en donde el hombre-mujer nuevos participan del Espíritu de Jesús. Una moral basada en el discernimiento desde un corazón rebosante del Espíritu de Jesús. Las actitudes básicas de la vida del cristiano se juegan en este núcleo, en donde Dios habita. El cristiano, de forma personal y comunitaria, va adquiriendo el hábito de vivir el bien en los comportamientos de la vida cotidiana. De este modo creemos que tiene que nacer una moral más pneumatológica, en donde las “virtudes” (los hábitos hacia el bien) adquieran una importancia superior a las normas, a las leyes; que indiquen los valores. Recordemos cómo ya Santo Tomás centra su propuesta moral en las virtudes. Una moral más centrada en las opciones, actitudes profundas de las personas, y no en los actos concretos aislados, creemos que responde mejor a una antropología integral y permite clarificar el concepto de pecado. Con todo, sería ingenuo olvidar que es en estos actos concretos en los que se decide la opción fundamental para con Dios y, por lo tanto, en donde se juega la vida moral, las actitudes profundas del cristiano. Una moral que se deje interpelar por la psicología moderna, a fin de aprender a conocer mejor el corazón humano, sobre todo en aquellos aspectos que puedan matizar la responsabilidad de las personas en algunos actos, pues hay que recordar que la moral 7 cristiana debe ser misericordiosa. Y sólo así, desde una vertiente comunitaria, se puede recuperar la seriedad del concepto cristiano de pecado. 10. Una moral que respete la autonomía humana, entendida como una autonomía relacional Los humanos nos vamos realizando mediante la relación con los demás y con Dios. La propuesta ética cristiana se ofrece a todos, porque se trata de un proyecto humanizador para toda la humanidad, y, como tal, puede ser comprendida por todos. Al fin y al cabo, no nos cansaremos de repetirlo, el proyecto del Reino de Dios es, sobre todo, un proyecto de humanización para toda la humanidad. Así pues, las pretensiones éticas de los cristianos, como veremos más adelante, deben caracterizarse por su plausibilidad racional. Todo ser humano de buena voluntad debería sentirse interpelado por el mensaje cristiano, ya que puede captar estas pretensiones de humanización. 11. Una moral que intente ser más coherente Es decir, que trate todas las cuestiones desde una misma forma de valoración. Por ejemplo, que tuviera, como muchos piden y parece que empieza a apreciarse de este modo, la misma actitud ante una vida no nacida (absoluta condena del aborto) que ante una vida nacida (todavía existe una cierta justificación de la pena de muerte, de la guerra...). Una moral que se esforzara en ser coherente: dejando de valorar algunas cuestiones, por ejemplo referentes a la ética sexual, desde posturas rigoristas (deontológicas); y, en cambio, en otras cuestiones, como las referentes a la justicia, a la economía o a la política, aceptando posturas que requerirían más matizaciones (en términos morales, desde posturas más teleológicas o consecuencialistas). Creemos que todas estas características se podrían resumir en la necesidad de una moral que respete la autonomía y tenga en cuenta la gran importancia del diálogo. Estos serán, pues, los puntos que ampliaremos a continuación. 8 2. UNA MORAL “AUTÓNOMA DESDE LA FE EN CRISTO” Creemos que una moral cristiana debería presentarse como una moral “autónoma”. Pero, ¿qué queremos decir cuando hablamos de autonomía desde la moral cristiana? La integración de este concepto en el campo de la moral no ha sido fácil, ya que puede dar pie a malentendidos. De ahí que, a menudo, se prefiera hablar de teonomía, que es una “tercera vía” entre una moral heterónoma (dictada desde fuera de la persona) y una autonomía entendida como puro subjetivismo o como exclusión de cualquier postulado de fe. Creemos que sería preferible hablar de “moral pneumatológica”. Sea cual sea el término usado, lo que pretendemos expresar puede resumirse en los siguientes puntos: 1. Todo hombre puede captar la manera más humana de actuar En primer lugar, la premisa de que cualquier hombre o mujer de buena voluntad puede captar la manera más humana de actuar. De este modo, somos capaces de interpretar la realidad como predispuesta y ordenada en vista a la plena humanización. Para los cristianos, el Espíritu de Dios participa en esta realidad. Es en virtud de este presupuesto que el Concilio Vaticano II se dirigió a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y no sólo a los creyentes. Así, la propuesta cristiana es ofrecida a todo el mundo, porque se trata de un proyecto humanizador para toda la humanidad y, como tal, puede ser comprendida por todos.(3) De manera que las pretensiones éticas de los cristianos, como veremos más adelante, deben caracterizarse por su plausibilidad racional. Todo ser humano de buena voluntad debería sentirse interpelado por el mensaje cristiano, pues su razón puede captar estas pretensiones de humanización. Por otro lado, presupone que los cristianos debemos estar siempre dispuestos a dejarnos enseñar, por todos los hombres y mujeres, a crecer en humanidad. Por esto, más adelante insistiremos en el valor del diálogo. 2. La fe no aporta contenidos morales específicamente cristianos En segundo lugar, la fe de los creyentes no aporta contenidos morales específicamente cristianos que no puedan ser descubiertos por cualquier hombre o mujer de buena voluntad. Esta afirmación nos lleva a preguntarnos qué aporta la fe cristiana a nivel ético. La fe, la experiencia creyente, otorga un nuevo horizonte de sentido, una nueva manera de ver las cosas, una motivación, gracias a lo cual se puede captar el destino que Cristo viene a dar a los hombres y mujeres. El Evangelio, la Buena Noticia de Jesús, hace madurar comportamientos de fondo y motivaciones específicas (fe, amor, gratuidad...) Este horizonte de comprensión confiere un efecto de integración, de crítica y de estímulo sobre los valores autónomamente descubiertos. De este modo, la comunidad cristiana y su Magisterio tienen una función con respecto a las normas éticas desarrolladas autónomamente. La comunidad cristiana, en virtud de su esperanza en el fin último, tiene que estimular a todos los movimientos auténticamente morales que se dan en la historia. A pesar de que la Iglesia, a lo largo de la historia, no haya sido siempre un estímulo directo de valores morales, muchas ideas cristianas (como la dignidad, el valor de la igualdad hombre-mujer y de todos los hombres entre 9 si...) han hecho progresar la conciencia de la humanidad; incluso, muchas veces, por medio de sus oponentes secularistas. Por otro lado, los cristianos, cuando asumen modelos de conducta mundanos, deben ponerlos bajo el discernimiento de la Palabra de Dios, ya que, a pesar de todos los progresos de la conciencia moral, el hombre permanece, todavía, sujeto al pecado, al error y a la tentación de encerrarse en si mismo. De este modo, la Iglesia realiza una función de integración del ethos(4) hallado por la razón. La reflexión ética no es monopolio de la Iglesia, sino que corresponde hacerlo a todos los hombres y mujeres y por tanto la comunidad cristiana, asumirá todas sus reflexiones que conduzcan a una mayor plenitud humana. Afirmar la no especificidad de los contenidos de la moral cristiana no significa que desde sus inicios la comunidad cristiana no haya intentado orientarse de acuerdo con el comportamiento y las palabras de Jesús, y, en consecuencia, haya ido elaborando unas ciertas normas de comportamiento ético, a fin de responder, en fidelidad a Jesús, a las nuevas situaciones que iban apareciendo. De modo que podemos hablar de un “ethos cristiano”4 de la comunidad. Pero este “ethos” no es exclusivo, ya que su peculiaridad no se encuentra en proposiciones normativas particulares, sino en la actitud global basada en la fe, en un nuevo horizonte interpretativo de las distintas normas de comportamiento. El recuerdo constante de lo que Dios ha hecho y continúa haciendo por el hombre, a través de Cristo, señala el motivo fundamental de la vida de los cristianos. Este recuerdo exige de los hombres una conversión, una opción fundamental, que determina la raíz de toda la existencia cristiana. Es la opción producida por Dios en el hombre. La respuesta corresponde al hombre, pero viene provocada por la presencia de Dios. Esta opción fundamental, como acto ético trascendental, debe traducirse a todos los actos particulares. El auténtico motivo del obrar es el amor que el hombre experimenta por parte de Dios, siendo este amor el orientador de la opción fundamental. Tampoco negamos que, del mensaje de Jesús, no se desprenda una antropología que lleva a una ética determinada, la cristiana. Lo que afirmamos es que esta antropología, al representar la plenitud del ser humano, puede ser descubierta por todo hombre y mujer de buena voluntad. Recordemos la afirmación cristológica acerca de que Cristo es la plenitud de ser hombre-mujer, y por esto se puede afirmar que, en su resurrección, la escatología ha entrado en la historia humana. Desde la fe cristiana, podemos afirmar que esto puede ser así, pues todos somos hijos de Dios, y el Espíritu de Dios no permanece recluido en la comunidad cristiana. Algunos cristianos critican este enfoque, porque parece devaluar la especificidad cristiana. Afirman, en cambio, que existen valores específica y exclusivamente cristianos: el valor del martirio, del celibato, del amor a los enemigos... Pero estos valores también son compartidos por otras culturas; y, además, si no fuesen valores humanos, tampoco podrían serlo cristianos, pues ser cristiano es la utopía de ser plenamente humano. El problema no es tanto de contenidos, ya que todos podemos conocer muy bien los valores a respetar. Lo que muchas veces falta es la fuerza, la motivación para llevarlos a cabo. Tal vez era ésta, la experiencia de San Pablo, que opuso el régimen del pecado al régimen del Espíritu, cuando dijo: “... porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm. 7, 19). De ahí la importancia de la comunidad cristiana, de la presencia del Espíritu y del testimonio de los Santos (de quienes viven más a fondo el mensaje de Jesús) dentro de ella. El Espíritu puede actuar donde quiera, pero, mientras nos mantegamos fieles a Jesús, tiene su morada permanente dentro de la comunidad cristiana. 10 la Iglesia ha de ser estimuladora de todos los movimientos auténticamente morales de la historia 3. Pérdida del sentido del deber y de la responsabilidad En tercer lugar, debemos tener muy presente que el problema actual no radica tanto en la confrontación entre la autonomía y la heteronomía, sino en la pérdida del sentido del deber y de la responsabilidad. Recordemos los últimos asesinatos de hijos por parte de sus madres, o entre amigos adolescentes, que han sacudido la conciencia del país. La armonización entre la autonomía y el sentido del deber se da cuando se tiene presente, en primer lugar, que el ser humano va haciéndose, y, en segundo lugar, el hecho de la gratuidad de nuestra respuesta a las interpelaciones del prójimo. Como ya hemos dicho, la autonomía debe ser entendida de manera interrelacional y como una autonomía que tiene muy presente el reto de una objetividad en la moral: no todo vale por un igual. 11 3. UNA MORAL EN DIÁLOGO Se habla mucho del diálogo como la manera humana de resolver los conflictos. Pero un análisis más profundo de cómo se dan los diálogos en nuestra sociedad nos dice que, a menudo, estos se convierten en una manera refinada de entablar batalla, en donde uno impone sus ideas al otro. Observemos, por ejemplo, muchos de los debates entre políticos de nuestro país durante las campañas electorales. Nuestra sociedad occidental prefiere la estética del diálogo a la de la violencia, pero todavía se encuentra en la misma lógica. Muchas veces el diálogo se convierte en el vehículo en donde los más fuertes, los que dominan, imponen sus ideas a los demás. Si los diálogos fuesen verdaderamente un día-logos, en el sentido originario del término, deberían exigir, en primer lugar, que fuesen simétricos, es decir, desde una igualdad de sus participantes, lo cual permitiría que la fuerza de los argumentos sacara la verdad a la luz. En la mayoría de los diálogos no parece resultar importante que nos vayamos aproximando a la verdad, sino más bien que venza la verdad que uno posee. Tampoco nos preocupamos de que se den las condiciones de una verdadera simetría en el diálogo, ya que la asimetría permite que nuestros argumentos venzan, no por si mismos, sino por la debilidad de nuestros oponentes. Las condiciones de la manera en que debería desarrollarse un verdadero diálogo han sido propuestas por la llamada ética dialógica de J. Habermas y K.O. Apel. Esta propuesta ética es puramente “de procedimiento”, donde la fundamentación de toda norma radica en su legitimación a través del consenso. El hombre o mujer bueno no es ya el hombre feliz, ni tampoco el hombre o mujer que se somete a su propia ley, sino aquel que, ante situaciones de conflicto, está dispuesto a resolverlas mediante un diálogo encaminado a conseguir un consenso. Este diálogo debe cumplir una serie de condiciones; algunas puramente lógicas y otras claramente éticas.(5) 1. El valor teológico del diálogo La palabra diálogo no puede reducirse a un término secular, ya que tiene toda una dimensión religiosa que debemos conocer. Recordemos unas palabras de la Encíclica Eclesiam Suam de Pablo VI: “Daremos a este impulso interior de caridad, que tiende a convertirse en don exterior, el nombre, hoy común, de diálogo” (n. 76). A los cristianos, estas palabras deberían interpelarnos profundamente, puesto que nos indican que la caridad, el amor, como don de Dios a los hombres que es, recibe el nombre de diálogo cuando se abre a los demás. Dialogar es la forma de amar a los demás. Este diálogo debe hacerse con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, pues “Nadie es extraño a su corazón. Nadie le es indiferente en su ministerio. Nadie es enemigo, si él mismo no quiere serlo” (n. 110). Merece la pena conocer, también, estas palabras de Juan Pablo II en referencia al diálogo entre las diferentes religiones: “Por el diálogo hacemos presente a Dios entre nosotros; cuando nos abrimos al diálogo con los demás, nos abrimos nosotros mismos a Dios”.(6) La historia del Dios con nosotros es la historia de un diálogo amoroso entre Dios y los hombres y mujeres. La iniciativa es de Dios, pero este diálogo no es sólo unidireccional, 12 sino que Dios entra en un verdadero diálogo de intercambio. Recordemos la manera con la que Dios se deja interpelar por los hombres y mujeres. Dios escucha, y no sólo nos habla. Dios no sólo se hace palabra y los hombres oyentes, sino que se muestra como interlocutor que se deja afectar por la situaciones que viven los hombres y mujeres. Dios escucha el clamor del pueblo que sufre la esclavitud en Egipto (Ex. 2, 23-24). Dios, al entrar en diálogo; llega, incluso, a modificar sus planes ante la interpelación humana. Abraham, por ejemplo, hace cambiar el plan de Dios, que quería destruir Sodoma; incluso regatea con Dios (Gn.18,16-33). Así pues, el Dios cristiano se convierte en un verdadero Dios dialógico. El amor de Dios convierte a los hombres en interlocutores en un verdadero plano de igualdad con Él. “Ya no os llamo siervos... sino amigos” (Jn. 15, 15). La historia del Dios que dialoga nos enseña cómo debemos dialogar entre los hombres y mujeres como forma de amarnos los unos a los otros. Por tanto, el diálogo forma parte de la manera de ser de nuestro Dios. Los hombres y mujeres podemos rogar a Dios, pues es un Dios “dialógico”. Para que esto sea posible, Dios prepara el lugar de encuentro con Él. Es el Espíritu de Dios en nosotros, quien nos permite convertirnos en interlocutores en plano de igualdad con Dios. Otro aspecto a tener en cuenta en la búsqueda de una ética cristiana desde el diálogo es que los Evangelios, en su origen, son un diálogo entre el mensaje de Jesús y la manera cómo este mensaje era vivido en una comunidad concreta y con una cultura determinada. De este modo, los Evangelios son una invitación al diálogo; en otras palabras, invitan a entrar en un proceso dinámico entre la propuesta de Jesús, ya inculturada, y nuestra cultura de hoy. Este proceso de diálogo, de inculturación, es ya un acto evangelizador, pues transmite una manera de entender el diálogo, una forma de amar, de saber ponerse al lado del otro (tanto si se trata de una persona como de una cultura distinta a la nuestra). No es de extrañar, pues, que Juan Pablo II, en su encíclica Fides et Ratio, escriba: “Entre los diversos servicios que la Iglesia debe ofrecer a la humanidad, hay uno, del cual es responsable de una manera muy particular: la diaconía de la verdad. Por una parte, esta misión hace partícipe a la comunidad creyente del esfuerzo común que la humanidad lleva a cabo para alcanzar la verdad, y por otra, la obliga a responsabilizarse del anuncio de las certezas adquiridas, aun en la conciencia de que toda verdad conseguida es sólo una etapa hacia aquella verdad total que se manifestará en la revelación última de Dios” (encíclica Fides et Ratio, n. 2). 2. Características del diálogo “en cristiano” Pasemos, ahora, a describir qué características deberían tener nuestros diálogos desde el paradigma del diálogo entre Dios y los humanos. El diálogo debe estar presidido por el deseo de cada interlocutor de presentarse ante el otro tal como uno es; de presentar toda su existencia, experiencia, conocimiento. La palabra de uno se coloca junto a la del otro desde la igualdad de los interlocutores. Ambas palabras que se encuentran deben perseguir la búsqueda de la verdad, a través de un análisis objetivo del problema en cuestión. Por lo cual, los dos interlocutores deben ser sinceros ante si mismos, conocer el ingrediente subjetivo de su palabra y aceptar que la verdad irá surgiendo en un proceso de convergencia entre ambas palabras. Converger no significa dominar, sino irse acercando a la verdad, cediendo cada uno a partir de sus posiciones iniciales, purificándolas o plenificándolas. 13 El primer paso para una convergencia se da en la capacidad de escuchar, de comprender desde el otro.(7) La escucha significa querer estar en comunión con él, acoger sus palabras tal como son, sin manipularlas a partir de cómo uno quisiera que fuesen. Esta capacidad de escucha, de querer entrar en convergencia hacia la verdad, debe estar presidida por el amor al otro. Amar la diferencia es estar dispuesto a dar la vida por quien la defiende. Este diálogo, como forma de amar al otro, ve en éste a un posible hermano, y no a un enemigo que pueda causar algún daño. Aprender a dialogar es aprender a apreciar la diferencia como fuente de enriquecimiento, de crecimiento en el proceso de búsqueda de la verdad. Entrar en este diálogo es entrar en una lógica de comunión, opuesta a la lógica de posesión, en donde las relaciones humanas se convertirán en libres y liberadoras. El cristiano, desde esta perspectiva, entra en el diálogo, consciente de no poseer la verdad en su plenitud, y de que todo diálogo requiere salir de uno mismo, y que, por lo tanto, es necesario un cierto aprendizaje. Únicamente desde el diálogo se aprende a amar al otro. Los miedos que tenemos al entrar en diálogo son miedos a perder nuestras propias seguridades, pues nos encontramos ya bien, y satisfechos, dentro de nuestra cultura eclesial. Por esto, se requiere la fe de Abraham, para partir hacia la “tierra extranjera” y saber que Dios “puede sacar, de las piedras, hijos de Abraham”. El cristiano está llamado a iniciar el diálogo con estas cualidades que hemos enumerado, a pesar de que su interlocutor parta de una posición de dominio, de manipulación. Hay que entrar desde el amor, que es capaz de dar confianza al otro, a fin de que éste abandone sus mecanismos de defensa y entre en el diálogo. Como dice K. Rahner: “Un cristiano cumplirá su diálogo con la seriedad de quien conoce el peligro de que la culpa de su orgullo, testarudez, falsa autoseguridad, violencia, pervierta este diálogo y haga de él una mentira social; sabe que él mismo es pecador, y por eso pone su propia parte en el diálogo bajo el juicio y la misericordia de Dios (...). El cristiano sabe que sólo el amor es la suprema luz del conocimiento y que, del diálogo, vale también lo que dice S. Pablo: Si hablo con lenguas de hombres y ángeles, pero no tengo caridad, soy como bronce que resuena o címbalo que retiñe (1Co 13, 1)”.(8) La autoridad del diálogo es, según la encíclica Ecclesiam suam, “... intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone” (n. 95). Por otro lado, cuando se inicia un diálogo, es conveniente que no esté presidido por la urgencia de encontrar acuerdos con una mentalidad pragmática, aunque a veces se tengan que buscar formas provisionales de acuerdos, ante las necesidades urgentes de la situación. La vida humana personal y la vida en comunidad se va construyendo a partir de este diálogo, de la comunicación entre todos los hombres y mujeres. Los humanos, desde nuestro nacimiento y en el primer contacto con nuestra madre, somos seres abiertos a la palabra que nos viene del exterior y que nos va formando y construyendo. Nuestra indeterminación instintiva nos hace abiertos a recibir desde fuera, nos convierte en seres culturales, que tenemos que aprender e irnos formando. Toda nuestra vida es un irnos acercando a la verdad a través de un diálogo con toda la realidad. 3. Las condiciones del diálogo Sin embargo, el diálogo, tal como lo estamos proponiendo, no es una cuestión meramente intencional, o “metafísica”. Al contrario, implica unas ciertas condiciones humanas y sociales muy concretas. El diálogo se opone a todo tipo de violencia, y 14 requiere que todo el mundo pueda ser interlocutor. Rechaza la lógica del dominio o de la violencia, y por eso requiere que se den unas condiciones que lo hagan posible. En consecuencia, presupone crear previamente las condiciones de igualdad entre los interlocutores. De este modo, la ética basada en el diálogo requiere una reforma social, a fin de que todos, incluso aquellos que viven en el Tercer Mundo, puedan participar realmente en él. Si esto no se realiza, entonces esta ética sólo será aplicable al Primer Mundo, y únicamente servirá para justificar el mantenimiento de las desigualdades que el Primer Mundo ha provocado entre el Tercer Mundo y él. El diálogo no puede reducirse a una estética, sino que tiene que hacer viables las condiciones que lo posibiliten. Como dice un filósofo crítico con la “ética dialógica”: “...es preciso que resurjan los profetas, los que optan por el sur de entrada, deponiendo la arrogancia de una razón logocéntrica, que sólo concede reconocimiento a los ”loquicapaces", y que silencia a los que no tienen ni siquiera voz. Es menester una lógica de la acción moral utópica y profética, (...) Como el conejo al león decimos: demuestra tu voluntad dialógica deponiendo la arrogancia de tus garras y la fiereza de los colmillos...”.(9) Así pues, esta ética no está vacía de contenido profético, si realmente se la considera en sus últimas consecuencias. Pero es fácil que resulte una ética difícilmente aplicable en las situaciones de violencia, de injusticia generalizada, en donde, previamente, deben crearse las condiciones para establecer el diálogo, tal vez, incluso, con una cierta dosis de “violencia”. 4. El diálogo y el disentimiento La cultura del diálogo debe permitir, también, el disentimiento; pero éste debe ser expresado sin violencia. Así, el disentimiento se debe expresar en las categorías de la tolerancia y del testimonio. El testimonio será siempre la forma de hacer comprender a los demás hombres y mujeres los valores de determinadas prácticas o actuaciones propias de los cristianos. En la historia, quienes han hecho progresar a la humanidad han sido siempre personas que han roto los consensos sociales. Los profetas siempre han sido personas con este temple, lo cual les ha conducido a un enfrentamiento con el status quo, y a menudo éste ha reaccionado eliminándolos. Las ideas de los profetas perduran, y, al fin, se imponen. Las generaciones posteriores recuperan la figura del profeta, e incluso lo mitifican o lo convierten en santo. Son precisamente estos profetas, quienes pueden hacer progresar el diálogo en el proceso dialógico, para que no se detenga nunca. Por ejemplo, si nadie hubiese roto el consenso, todavía hoy incluso los cristianos aceptarían la esclavitud. Pero, a diferencia de lo que ha sucedido a lo largo de la historia, estas quiebras de los consensos no deberían darse desde la fuerza y el poder, al menos por parte de los cristianos, sino desde el testimonio. Jesús de Nazaret rompió el consenso religioso a través del testimonio, desde el servicio y la debilidad, y no desde la fuerza y el poder. Su ejemplo lo han seguido muchos profetas que escogieron la denuncia de las injusticias desde el servicio y la no-violencia. “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mc. 10, 45); “Como Dios lo ha enviado para persuadirnos, y no para violentarnos, pues en Dios no se da la violencia” (Carta a Diogneto VII, 4 del siglo II). El amor que reclama Jesús para con el prójimo, implica que uno debe encarnar de manera coherente, en su propia vida, los valores que defiende, y sólo así serán vistos y apreciados como valores, y no como imposiciones. El diálogo, el ejemplo y el servicio 15 son las formas más adecuadas para expresar el amor al prójimo en nuestro mundo. Así, por ejemplo, una comunidad, como la cristiana, que no acepta el aborto, debería acoger y ayudar a las madres sin recursos, a las madres solteras, a mantener a niños con alguna disminución y ayudar en la planificación familiar... a fin de mostrar que se valora la vida humana desde su concepción (tal como exhorta a hacerlo la Encíclica Evangelium Vitae, n. 88). El diálogo puede suponer tener que aceptar que a veces no se llegue a un acuerdo inmediato allí donde uno ve claramente que está en juego un valor importante. También el diálogo entre Dios y los hombres ha supuesto una marcha progresiva y pedagógica, en donde la humanidad ha ido aprendiendo a ser más plenamente humana. Desde la formulación del “no matarás”, del Decálogo, hemos ido aprendiendo a respetar el valor de la vida: la fórmula bíblica “no matarás”, al principio sólo hacía referencia a no matar a otro de la propia tribu, hasta que significó, también, no matar al extranjero, no matar a nadie. De manera parecida, muchas cuestiones han sido profundizadas, como pueden ser la ilicitud de la tortura o de la pena capital, durante largo tiempo defendidas, y totalmente rechazadas en la actualidad. 5. Diálogo dentro de la Iglesia A otro nivel, la comunidad cristiana, la Iglesia, a través del diálogo con todo el mundo, se ha convertido ella misma en una “comunidad de diálogo”. La comunión eclesial se expresa allí donde se da un verdadero diálogo. Recordemos las palabras de la Ecclesiam Suam: “La Iglesia debe encaminarse hacia el diálogo con el mundo que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra, mensaje, diálogo” (n. 77). Así pues, la aceptación del diálogo supone, a nivel intraeclesial, una comunidad presidida por la comunión. Así, y sólo así, se podrá dar testimonio de una nueva manera de entender el diálogo, en un mundo en el cual dicho diálogo ha sido muchas veces manipulado. La comunidad cristiana, en su vida interna, debe estar presidida por un diálogo amoroso que sea capaz de amar a los que no piensan de igual manera,(10) en donde los valores éticos sean mostrados y comunicados, en lugar de impuestos. Una comunidad que cree sinceramente en el diálogo, debe, también, tener fe en la presencia del Espíritu en todas las realidades del mundo; en otras palabras, debe ver el mundo no sólo impregnado de pecado, sino grávido del Espíritu Santo. Algunos discursos que se oyen en la Iglesia, también de su Magisterio, y que son catastrofistas o que subrayan excesivamente los aspectos negativos de la sociedad actual, aun sin negar que puedan responder a la realidad, muestran implícitamente a una Iglesia que mira al mundo con miedo y que no sabe apreciar las cosas buenas que el mundo ha encontrado desde su autonomía. Hace falta una Iglesia que tenga más fe en el Espíritu Santo, y en la cual quizá sea necesario elaborar una nueva eclesiología más pneumatológica. En este aspecto, resultaría enriquecedor un verdadero ecumenismo con las Iglesias Ortodoxas orientales. 6. Diálogo como Discernimiento Entre el “ya sí” y el “todavía no”, se encuentra la vida del cristiano. Es en esta vida, en donde vivimos nuestra vida moral; al irnos realizando a través de nuestras acciones. Por lo tanto, la moral debe mantener siempre esta “tensión escatológica”. Por esto se insta al cristiano a saber discernir. De manera que el discernimiento se convierte en la categoría más importante de la moral. Podría definirse como la capacidad de valorar toda circunstancia conforme al Evangelio, a la Buena Noticia del Reino de Dios. 16 Esta categoría del discernimiento corresponde al tiempo del Espíritu. La comunidad cristiana es capaz de leer los signos de los tiempos según el Espíritu, en la oración, para discernir cuáles son las actitudes, las acciones más acordes con el Evangelio de Jesús. En otras palabras, éste es el tiempo de la creatividad en el Espíritu, ya que sólo la comunidad o la persona fiel a este Espíritu es capaz de discernir adecuadamente, en las nuevas situaciones, cuál es el camino a escoger. Con palabras de Pablo: “...dejarse transformar por la nueva mentalidad...” (Rm. 12,2); “No sofoquéis al Espíritu, ni despreciéis los dones de profecía. Examinadlo todo y quedáos con lo que es bueno” (1Te 5, 19-20). Con razón decía B. Häring que el Magisterio de la Iglesia más auténtico y eficaz es el que ejercen los santos y los mártires.(11) El discernimiento en la oración representa el “lugar teológico” en donde la razón del creyente o de la comunidad (una razón plena, iluminada por el Espíritu) selecciona los comportamientos más adecuados con la radicalidad del mensaje de Jesús. Este discernimiento se realiza a dos grandes niveles. Un primer nivel, que es al que nos hemos referido principalmente, se da cuando la comunidad cristiana, en oración, busca orientaciones morales ante los nuevos retos. Por ejemplo, determinar si la utilización de los transgénicos en la agricultura va en la línea del bien humano (de todos los humanos o en bien de unas pocas multinacionales) y del bien de la biosfera (si respeta la biodiversidad) o no. De este modo, se enuncian normas morales que muestran valores a tener en cuenta. Pero el discernimiento puede darse, también, en la conciencia individual. El discernimiento requiere, igualmente, escuchar, en las cuestiones morales, la lectura que la ciencia (biológica, sociológica...) hace de la realidad, como ayuda imprescindible para la valoración moral. Recordemos que, en la historia de la moral, ésta ha sido siempre mediada por la cultura y la ciencia de su tiempo.(12) Por lo tanto, la moral cristiana, en lugar de estar tan próxima al Derecho, como ha ocurrido hasta el Concilio Vaticano II, debe convertirse en inseparable de la espiritualidad. Es preciso enfatizar esta idea, en un momento como el nuestro en el que, ante el relativismo moral imperante en nuestra sociedad, la Iglesia puede caer en la tentación legalista. El “buen moralista” debería ser místico. La comunidad, en actitud de plegaria y adoración, debe discernir aquellos valores que más humanizan; en otras palabras, que nos divinizan, que más nos acercan al Reino de Dios. Concluyendo con unas palabras de Pablo: “Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y clarividencia, a fin de que podáis discernir lo mejor, para ser puros y sin tacha para el día de Cristo” (Fil. 1, 9-10). De modo que se ha disuelto la disociación secular entre la espiritualidad y la moral cristiana. 7. Conclusión sobre el diálogo Podemos concluir diciendo que los cristianos debemos entender el diálogo como una forma de amor a los demás, y de estar presentes y tener eficacia histórica dentro de nuestra sociedad pluralista. Debemos ser críticos frente a las maneras de dialogar que se dan en nuestra sociedad, a fin de exigir auténticos diálogos, y no formas más estéticas de hacer la guerra, en donde el que tiene el poder y/o la fuerza económica es quien gana. El Dios en quien creemos, ha sido un Dios que ha ido haciendo camino en nosotros como comunidad, a través de un diálogo permanente en la oración comunitaria. Y nuestra comunidad, si es verdaderamente un núcleo de amor y de comunión, debe ser un ámbito en donde se dé un verdadero y sincero diálogo entre todos sus miembros, desde los diversos carismas y ministerios. 17 Si exigimos, a los no creyentes, que nosotros, los cristianos, podamos estar presentes en los diálogos que se dan en la sociedad y que estos sean sinceros y verdaderos, tenemos que dar ejemplo viviendo plenamente el diálogo dentro de nuestra comunidad. La Iglesia es verdadero sacramento de Cristo cuando se convierte en una comunidad de amor, y este amor se traduce en la capacidad de saber dialogar. Jesús nos ha enseñado a amar, a dar la vida por los demás. Cuando expresamos que el Dios cristiano es Trinidad, comunidad de amor, no estamos lejos de afirmar que nuestro Dios es “dialógico”. El Dios trinitario es, a la vez, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todo un Dios que es comunidad. Dios es amor, y, como tal, no puede ser un Dios solitario. Si lo fuera, no sería amor. El Padre, que es fuente de amor, necesita comunicarlo, y el Hijo es su receptor. Éste acoge el amor que le viene del Padre y se lo hace suyo. Y, como el Hijo es también amor, no se lo reserva para si mismo, sino que se lo devuelve amorosamente al Padre. De este intercambio de dar y recibir, recibir y dar, surge el Espíritu Santo. De este modo, el Espíritu surge del “diálogo” en la intimidad del Padre y del Hijo. 18 4. RETOS ANTIGUOS Y NUEVOS PARA LA MORAL CRISTIANA La moral cristiana parte de la asunción de un proyecto: la construcción del Reino de Dios en el seguimiento de Jesús. Por lo tanto, rechaza la arbitrariedad de considerar que toda manera de actuar tiene la misma validez, ya que algunas acciones van en la línea de construir el Reino de Dios, y otras nos alejan de él. En un mundo en donde a menudo la tolerancia es mal entendida como la aceptación de “cualquier cosa”, los cristianos afirmamos que hay algunos principios morales objetivos que nos humanizan, que están en la línea del Proyecto de Dios. 1. El reto del conocimiento (moral) objetivo Lo que el hombre hace no es indiferente: no es lo mismo dialogar que manipular, no es lo mismo trabajar que explotar, etc. En todo cuanto el hombre hace, en sus decisiones, está implicada una “manera de ser hombre” que conduce hacia un mundo más humano o bien hacia un mundo más inhumano. Existen, por consiguiente, unos principios éticos que tienen valor por si mismos. Además de la existencia de estos valores y principios, la moral supone la posibilidad de conocer estas grandes verdades éticas o, al menos, de irnos aproximando a ellas. Para los cristianos, el acceso a estas verdades que nos hacen más humanos no es sólo cognitivo, sino, sobre todo, práxico (vivir, amar a los demás, amar a Jesús). El ser humano no progresa éticamente sólo a través de la reflexión, sino a través de sus opciones libres y de su experiencia. Afirmamos la presencia del Espíritu de Jesús dentro de la comunidad cristiana, que nos va enseñando estas verdades en el decurso de la historia. Por lo tanto, los cristianos tenemos, aunque no en exclusiva, un acceso privilegiado a la verdad a través del don de la Revelación. La Revelación, la manera de vivir de Jesús de Nazaret, contrastada con la realidad, ha ido configurando un estilo de actuación (un “ethos”) dentro de la comunidad cristiana. Este “ethos” aparece cuando esta comunidad, con la ayuda del Espíritu, ha ido discerniendo qué actitudes y acciones acrecientan su fidelidad al mensaje de Jesús de Nazaret. Así pues, una ética cristiana, reclama siempre una cierta objetividad. El comportamiento moral pretende seguir unos principios que tienen una “solidez propia”: la solidaridad, la vida y felicidad humanas, el respeto al otro, etc., son valores propios del ser humano, independientemente de que uno lo reconozca o no. En oposición a esta manera de entender el acceso a la verdad, la postmodernidad afirma la imposibilidad de acceder a ella. Por esta razón, han aparecido toda una serie de éticas de carácter emotivista(13), decisionista, etc., que niegan la existencia de grandes principios éticos universales que podamos compartir todos los seres humanos. En nuestro mundo, la valoración de la individualidad y la subjetividad ha llevado a muchos a negar cualquier objetividad; de este modo, la moral dependería únicamente de opciones puramente subjetivas. Esto, llevado al extremo, impide cualquier interpelación ética seria: ¿con qué autoridad se puede cuestionar la actuación de alguien, si no existen valores objetivos (válidos, por tanto, para todo el mundo) en donde encontrarnos todos? Ahora bien, esta objetividad, que resulta más clara para los grandes principios (p.e.“no matarás”) debe vivir, en el día a día, en una inevitable tensión con sus materializaciones 19 en el aquí y ahora. Los cristianos han buscado, desde siempre, cómo ser más fieles al mensaje de Jesús en las concreciones que cotidianamente se iban encontrando. El principio dice: “No debemos matar”; pero, ¿qué encierra este imperativo ético? Se puede matar en defensa propia, en la guerra... Los primeros cristianos, por ejemplo, tuvieron que discernir si podían servir en la milicia romana, pues este oficio obligaba a matar y a asistir a ceremonias en donde se adoraba a dioses paganos. Las grandes verdades éticas exigen su concreción, a fin de tener eficacia histórica. Sin embargo, ninguna concreción refleja la verdad de manera plena. El despliegue de la humanización es precario, pues somos limitados, sometidos a un espacio y un tiempo, y, además, pecadores. La plenitud del Reino la encontraremos en los tiempos escatológicos como regalo de Dios, y, por lo tanto, toda aproximación a esta plenitud será parcial y siempre mejorable. Nos encontramos, pues, en camino; llamados a la plenitud de la humanidad. 2. El reto de la historicidad El discurso teológico en moral debe asumir plenamente la dinamicidad del hombre. El hombre es un ser histórico, que va haciéndose. La teología moral debe entender lo absoluto de las verdades morales como objetividad de lo real, y no como inmutabilidad (imposibilidad de cambios a través del tiempo). Dicho de otro modo, debe asumir la historicidad humana a nivel de la reflexión moral. Es preciso partir de la afirmación de la capacidad humana para conocer la verdad y llegar a la objetividad de lo real. En otras palabras, partir de una antropología que suponga que el hombre es un ser incompleto, que se encuentra en camino acogiendo aquello que debe llegar a ser. Que acepte, además, que el hombre se va construyendo a si mismo en su encuentro con la realidad, en la confrontación con lo concreto. Sólo en la actuación, incluso a veces incorrecta, el hombre va captando cómo debe actuar, en qué dirección debe ir para alcanzar su realización plena. De modo que la realidad no está terminada, ultimada, sino que está en camino hacia su plenitud. La verdad de la realidad es el cariz, anunciado en la misma realidad, de no ser todavía completa, sino llamada a la plenitud. Este contraste que se da en la realidad entre lo que es y su potencialidad es percibido por el hombre como impulso moral.(14) A lo largo de nuestra historia, hemos ido descubriendo, por ejemplo, qué significa el “no matarás”, el “poner la otra mejilla”, pasando por momentos en los que se han justificado prácticas que, hoy día, consideramos, sin lugar a dudas, contrarias al mensaje de Jesús, e incluso contrarias a los derechos humanos universales. La moral, por tanto, no está hecha “de una vez por todas”, sino que participa de la historicidad de todo aquello que es humano. 3. El reto de la “participación” Nos encontramos en un mundo en donde, a pesar de la deficiencia del modelo político de la democracia occidental, la mentalidad democrática está plenamente presente, es decir, existe la participación en los distintos niveles de la vida social. Esta mentalidad debe poder traducirse en el ámbito de la comunidad cristiana y en el de la reflexión moral. Por supuesto, no se trata de que pensemos que los grandes principios morales, que nos indican y expresan valores morales, sean consensuados dentro de la comunidad cristiana de tal manera que creáramos nosotros el bien y el mal. Sería la tentación de los primeros humanos, expresada en el libro del Génesis y repetida en la historia de la humanidad, y que ha conducido a tantos actos inhumanos. Pero la reflexión sobre si determinadas técnicas nuevas (pensemos en la clonación, en la ingeniería genética...) van en la línea de una mayor humanización o no, debería hacerse 20 dentro de la comunidad cristiana con la participación de todos. Los grandes principios éticos están reflejados en la antropología que nos propone Jesús y en la experiencia de las primeras comunidades, pero todavía no nos dicen nada sobre cómo aplicarlos a temáticas nuevas. Por ejemplo, en el Decálogo no existe el “No clonarás”; en cambio, existe el “No matarás”, y en nombre de Dios se ha matado (se ha justificado la pena de muerte, o matar a los herejes...). A este respecto, la comprensión de la Iglesia desde un modelo más comunitario y no tan jerárquico, tal como propone el Concilio Vaticano II, debe tener repercusiones en la manera de concebir cómo se elabora la reflexión moral dentro de la comunidad cristiana. Un modelo que concibiera el papel de la jerarquía al margen de la vida de la comunidad y de los diversos carismas que se dan en ella, sería inadecuado. Un modelo que todavía considerara a los laicos o a las mujeres en inferioridad con respecto a quienes tienen ministerios dentro de la Iglesia, sería, también, inadecuado. Pensemos que toda reflexión moral, al preguntarse si alguna cosa es un bien para los hombres y mujeres, supone, como primer paso, la lectura de la realidad, entender qué valores están en juego, etc. y, por lo tanto, requiere la participación de todos los que tengan alguna palabra a decir. Esta participación es muy importante, a fin de que las diversas sensibilidades que se dan dentro de la Iglesia aporten su reflexión. Por ejemplo, parece imprescindible que, para valorar moralmente algunas técnicas de ingeniería genética, se escuche la voz de los genetistas y de los médicos... 4. El reto de la “autonomía” humana Nos encontramos en una sociedad que valora mucho la autonomía humana. Sin caer en una concepción de la autonomía humana demasiado individualista, desprovista de cualquier aspecto intersubjetivo, la moral cristiana debe presentarse como una moral “autónoma”, “adulta”. El problema será cómo debemos entender los cristianos esta “autonomía” (incluso podríamos plantearnos si es preciso conservar este término). Lo que nos resulta claro es que la moral cristiana no puede ser presentada con rasgos heterónomos: una moral impuesta “desde fuera”, como una ley que es aceptada por puro respeto a la autoridad, independientemente de su contenido. Dios quiere aquello que es un bien para el hombre; por lo tanto, la reflexión moral cristiana no puede dar en primer lugar argumentos puramente teológicos (que pueden ser entendidos como heterónomos), sino mostrar las razones de si tal comportamiento es humano o inhumano, un mal o un bien para los hombres y mujeres. No se puede decir “hay que hacer (o evitar) esto, porque Dios lo quiere”, sino que “Dios quiere que se haga (o se evite) esto, porque es bueno”. La moral cristiana, en sus principios más generales, pretende ser una moral de la plena humanización, y, por consiguiente, comprensible para todo ser humano de buena voluntad. Por este motivo, cuando dialoga con los no creyentes, no puede presentar argumentos de carácter más bien heterónomo, que tal vez sólo pueden ser comprendidos dentro de la comunidad cristiana, si son considerados como portadores de la plena humanización. Por ejemplo, los argumentos del Magisterio sobre el tema de la Eutanasia pueden resultar poco comprensibles a los no creyentes, por su carácter más teológico, que puede ser considerado como excesivamente heterónomo. Por ejemplo: “Dios es el Señor de la vida, y nosotros no podemos disponer de ella”, es un argumento apreciable para el creyente; pero, ¿qué pasa con el agnóstico? 5. El reto de una humanidad global Dentro de nuestra sociedad, se alzan numerosas voces pidiendo respuesta globales a diversos problemas que sufrimos como humanidad (problemas ecológicos, bioéticos, de 21 distribución de recursos...) Por lo tanto, es preciso buscar acuerdos en estas cuestiones entre todos los hombres y mujeres del planeta, independientemente de nuestras creencias o convicciones de cualquier tipo. Por ejemplo, ahora que todo el mundo habla de la deuda de los países del Tercer Mundo, quisiera indicar la no tan conocida “deuda ecológica” que contrajeron los países del Primer Mundo cuando se industrializaron y progresaron económicamente con un coste ecológico muy alto para todo el planeta..., ¡y ahora exigen a los países del Segundo o Tercer Mundo que se desarrollen de forma limpia y sin contaminar! Se hace necesaria una “solidaridad económica mundial”, para resolver este problema. Ante cuestiones de alcance mundial, se precisan soluciones de alcance mundial. Más que nunca, son necesarios unos principios éticos a nivel planetario y, en su elaboración, la tradición cristiana tiene una palabra muy cualificada que decir. 6. El reto de las “situaciones límite” Cada vez más, nos encontramos con el caso de personas en situaciones “envenenadas por el pecado estructural”, en donde la única salida posible es optar por el “mal menor”. Así como situaciones concretas en donde, optar por el bien, supone una heroicidad que sobrepasa las fuerzas de las personas. En estas situaciones, una moral “rigorista” no ofrece soluciones (pues el ideal es casi imposible de cumplir), y no hace más que alejar a las personas del amor y la misericordia de Dios. En estos casos límite, es aceptable optar por el “mal menor” o por una “gradualidad”, tender al bien ideal, pero aceptando los pasos intermedios, que suponen “males menores”.(15) Este ponernos en camino hacia el bien, implica, ya, ir por el camino de la Salvación. 7. De qué manera la Iglesia se ha sentido interpelada por estos retos Estos retos que acabamos de ver han sido acogidos de distinta forma por parte del Magisterio de la Iglesia. Veremos, ahora, brevemente, cuál ha sido esta reacción. El Concilio Vaticano II El Concilio Vaticano II representó un ánimo de dialogar con el mundo de la modernidad. De él se desprende la aceptación plena de la libertad religiosa y de conciencia. Así como la esperanza de que, a pesar de que todos los humanos no compartimos una misma fe, podemos compartir una misma moral ante los retos que nos plantea el nuevo mundo. De igual modo, la Iglesia, desde su carácter de depositaria de la palabra de Dios, reconoce que no tiene respuestas a todas las cuestiones que se plantean en el mundo actual, y que éstas deben ser buscadas entre todos los hombres mediante el diálogo. Así, la Iglesia podrá enriquecerse de las aportaciones de todos y compartir el empeño común por una sociedad más humana. “La Iglesia, que guarda el depósito de la palabra de Dios, de donde se deducen los principios de orden religioso y moral, a pesar de que no siempre tenga una respuesta a punto para cada una de las cuestiones, desea unir la luz de la revelación a la pericia de todos, a fin de que sea iluminado el camino por donde acaba de entrar la humanidad” (GS, n. 33). “La Iglesia, al mismo tiempo que rechaza totalmente el ateísmo, profesa sinceramente que todas las personas, creyentes o no creyentes, deben contribuir en la acertada construcción de este mundo en el que todos viven, lo cual es imposible sin un auténtico y prudente diálogo” (GS, n. 21)(16). 22 Mediante el diálogo, la Iglesia muestra su solidaridad con toda la familia humana, y su amor hacia ella, aportándole la luz del Evangelio(17). A tal fin, la Iglesia debe ponerse a la escucha, con la ayuda del Espíritu Santo, y discernir las diferentes voces de nuestro tiempo para poder valorarlas a la luz de la Palabra divina(18). Parece que el Concilio anima a los cristianos a ver al mundo con ojos nuevos, para que no perciban sólo los aspectos negativos, sino que se convenzan de que el Espíritu actúa, también, en las diferentes realidades que constituyen nuestro mundo. El Concilio manifiesta que el cristianismo quiere ofrecer a todos los hombres y mujeres todas sus creencias sobre el ser humano, a fin de que podamos buscar, entre todos, el bien de la humanidad en las cuestiones concretas. Se presenta como un ofrecimiento, ya que acepta que no siempre tiene la respuesta a todas las nuevas cuestiones que se plantean, pero cree que la luz de la fe puede contribuir en la búsqueda de estas respuestas. Este deseo de diálogo se establece a distintos niveles, intraeclesial (por tanto, acepta que, de hecho, se da una pluralidad intraeclesial(19)), y entre los creyentes y todos los hombres y mujeres (G.S. n. 92). La aceptación del diálogo debe suponer, lógicamente, estar dispuesto a dejarse enseñar en humanidad y, también, aprender a corregir los propios errores. De modo que no se puede entrar en diálogo con la convicción de que ya se tiene la palabra definitiva sobre una determinada cuestión. Una encíclica que representa una visión positiva del diálogo es la Ecclesiam Suam, de Pablo VI. Ante la postmodernidad Ante la irrupción de la postmodernidad, el Magisterio ha adquirido un trasluz más duro y preocupante. Lo podemos constatar en la Encíclica Veritatis Splendor o en la Instrucción Pastoral de los obispos españoles La verdad os hará libres. La postmodernidad ha puesto en crisis no sólo la fe, cosa que ya hizo la modernidad, sino también la razón. Y, de este modo, los principios morales quedan en la arbitrariedad de cada cual. Como ya hemos dicho, aparecen las éticas decisionistas, emotivistas, en donde la preferencia y/o el sentimiento se convierte en referente ético, quebrando el universalismo de la ética. La pérdida de los referentes objetivos, universales, conduce, a menudo, a las éticas en donde el más fuerte se impone, en donde el vulnerable sufre, en donde impera el liberalismo económico salvaje... A menudo, los económicamente poderosos siguen una ética (más o menos) cristiana en los asuntos individuales, pero, en las cuestiones de tipo social, no siguen principio ético alguno que no sea el puro egoísmo y la explotación de los demás. Una lectura global de la Veritatis Splendor nos hace ver cómo da una respuesta a los retos de lo que se vive éticamente en nuestra sociedad postmoderna. La Encíclica acentúa la visión evangélica de la moral para los creyentes, mientras que, para los no creyentes, intenta recuperar la razonabilidad de la moral apelando a una formulación medio olvidada por el Concilio Vaticano II, la Ley Natural. Al encontrarse, la Encíclica, frente a un puro subjetivismo, acentúa unilateralmente la objetividad de la verdad moral. De este modo, ante las grandes cuestiones dialécticas de la moral fundamental (como por ejemplo: orden objetivo, o ley versus conciencia subjetiva) se inclina por la primera parte del binomio. 23 La Encíclica también presta atención al análisis objetivo del acto moral aislado, a fin de remarcar que no basta con la buena intención y la buena fe. Mediante estos acentos, rechaza el relativismo creciente en el campo de la moral. Si bien en la situación actual es necesario acentuar el aspecto objetivo, no relativista, no hay que olvidar, al mismo tiempo, que la moral cristiana debería mantener siempre un equilibrio entre los dos aspectos: la objetividad y la subjetividad. La Encíclica no entra a considerar las complejas situaciones en las que algunos valores principales pueden entrar en conflicto entre si. Sin embargo, la vida práctica presenta muy a menudo este tipo de conflictos entre diversos valores importantes. En estos casos, deben introducirse consideraciones que puedan ayudar a resolverlos. No sería justo apelar a la Encíclica para caer en fundamentalismos legalistas que no solucionan nada, pues no dan respuesta a las complejas situaciones morales que se dan en la realidad, y, por consiguiente, a largo plazo, son semilla de mayor relativismo y subjetivismo. Los cristianos deberíamos recordar que poseemos grandes verdades morales, pero que, como decíamos antes, debemos aplicarlas a las realidades del aquí y ahora, en medio de una compleja situación de valores que hay que tener en cuenta. Respecto a esto, Tomás de Aquino nos recuerda algo que puede ser plenamente actual: que, cuanto más nos alejamos de los grandes principios de la Ley Natural (es decir, del referente ético objetivo y universal), más diferencias se dan entre las distintas concreciones de estos mismos grandes principios (S. Th I-II, q. 94 a. 4). El descrédito de la reflexión moral viene dado cuando, por un exceso de objetividad y por miedo a la libertad, queremos asegurar excesivamente, mediante las normas, todas las situaciones morales, ahorrando el trabajo de la conciencia personal y de la conciencia de la comunidad cristiana. Ésta, ante las nuevas situaciones en que nos coloca el progreso de la ciencia y de la técnica, no tiene una respuesta inmediata a mano; en estos casos, debemos discernir y, tal vez, tomar posturas provisionales, ante la falta de datos o ante la incertidumbre de los datos aportados por la ciencia. La misma Encíclica Veritatis Splendor pide creatividad, a la moral: “... la vida moral exige la creatividad y el ingenio propios de la persona humana, origen y causa de sus actos deliberados” (n. 40); “Las prescripciones morales (...) deben ser fielmente custodiadas y permanentemente actualizadas, a lo largo de la historia, en las diferentes culturas” (n. 25). Creemos que una actitud de humildad no es contraria a la firmeza moral, sino que le confiere credibilidad, en el mundo actual. El proyecto moral cristiano, si es el de Jesús de Nazaret, representa a la plenitud humana, y, por lo tanto, debe poder ofrecerse como un bien para todos los hombres y mujeres. Y, a pesar de que uno puede suponer que el pecado estructural acecha a la cultura actual, no se puede atribuir, sin más, la culpa, a este pecado, cuando una verdad moral concreta no es entendida como razonable ni generadora de verdadera humanización. Una moral fundamental cristiana para el nuevo milenio debería recuperar las intuiciones del Concilio Vaticano II, sin dejar de tener muy presentes las advertencias de la Veritatis Splendor. 24 Epílogo Terminamos con unas palabras, atribuidas a San Agustín y repetidas por algunos moralistas, que, actualmente, tienen mucha vigencia para la moral del nuevo milenio: “In necessariis, unitas; in dubiis, libertas; in omnibus, caritas”.(20) Para poder seguir estas palabras en el campo de la moral cristiana es necesaria una comunidad cristiana que crea plenamente en la presencia del Espíritu de Jesús de Nazaret en nuestro mundo. Una comunidad que tolere la diversidad, cuando es en el amor y en el diálogo sincero y honesto de quien es consciente de estar en el camino hacia la plenitud del Reino de Dios. NOTAS 1. Levinas, E., Totalidad y Infinito, Salamanca, Sígueme, 1977, p. 89. 2. Küng, H; Kuschel, K.J., Hacia una ética mundial. Declaración del Parlamento de las Religiones del mundo, Madrid, Trotta, 1994. 3. El Concilio Vaticano II entiende la ética como un lugar de encuentro y cooperación entre todos los hombres.: “Por la fidelidad a la conciencia, los cristianos se unen a los demás hombres para buscar la verdad y solucionar en la verdad tantos problemas morales como surgen, tanto en la vida individual como social”. (Gaudium et Spes, n. 16). Así pues, el Concilio tiene la esperanza de que, a pesar de no compartir una misma fe o confesión religiosa, todos los hombres y mujeres de buena voluntad podrán compartir una misma ética. 4. Llamamos “ethos” a las orientaciones morales realmente vividas dentro de la comunidad cristiana o dentro de una sociedad. 5. Estas reglas son enunciadas en Habermas, J., Conciencia moral y acción comunicativa, Península, Barcelona, 1985, p. 110-113. Habermas nos dice que estas reglas han sido establecidas por T. Alexy en Eine theorie des praktischen Diskurses, in W. Oelmüller (comp), Normenbegründung, Normendurchsetzung, Paderborn (1978). 6. Juan Pablo II., A representantes de religiones no cristianas (Madrás 5/02/1986), dentro de AAS 78 (1986) 769. O Ecclesia 22/02/1986, p.32-33. 7. Ecclessiam Suam, núm. 96. 8. Rahner, K., Sobre el diálogo en la sociedad pluralista, dentro de Escritos de teología, Vol VI, Taurus, Madrid, 1969, p. 56. 25 9. Díaz, C. , Pluralismo ético y convivencia social: un punto de vista más crítico, dentro de Documentación Social 83 (1991) 40. 10. L.G. nº 37. Este número habla del diálogo entre los laicos y la jerarquía, como un derecho y una obligación en aquellas cosas que afectan al bien de la Iglesia. Debe ser un diálogo desde la veracidad, la prudencia y presidido por la caridad. 11. Häring, B., Magisterio dentro de Diccionario enciclopédico de Teología moral, Madrid. Paulinas, 2 ed, 1974, p. 601. 12. Recordemos unas palabras de Santo Tomás: “... lo que pertenece a la ciencia moral se conoce siempre a través de la experiencia” (Comentario Ética a Nicomaco, lib 1, lect. III, n. 38). 13. El emotivismo es una corriente ética que mantiene que los juicios morales no son más que expresiones de preferencias a nivel de sentimientos, y que, por lo tanto, no pueden ser considerados como verdaderos o como falsos. 14. Éste es el pensamiento de A. Auer, Morale Autonoma e Fede Cristiana, Cinisello Balsamo, Paoline, 1991; P. Carlotti, Storicità e Morale. Un’indagine nel pensiero di Alfons Auer, Roma, LAS, 1989. 15. La encíclica Familiaris Consortio, de Juan Pablo II, ya habla de “gradualidad” como norma de pastoral (n. 9). 16. Otros pasajes bien significativos: “Por esto, dirigimos también nuestra atención a todos cuantos reconocen a Dios y conservan elementos religiosos y humanos en sus tradiciones, deseando que un diálogo abierto nos empuje a todos a recibir con fidelidad y a cumplir con prontitud los impulsos del Espíritu” (Gaudium et Spes, n. 92). “Por el hecho de tener una estructura social visible, signo, ciertamente, de su unidad con Cristo, la Iglesia también se puede enriquecer y se enriquece mediante la evolución de la vida social humana...” (Gaudium et Spes, n.44). 17. “Por esto, el Concilio, al testimoniar y exponer la fe de todo el pueblo de Dios reunido por Cristo, no puede demostrar con más elocuencia su vinculación, respeto y estima hacia la familia humana, de la cual forma parte, que estableciendo un diálogo con ella entorno a todos los problemas aludidos, proyectando en ellos la luz derivada del Evangelio y ofreciendo al género humano las fuerzas salvíficas que la misma Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, recibe de su Fundador” (Gaudium et Spes, n. 3). 18. “... Incumbe a todo el pueblo de Dios, sobre todo a los pastores y teólogos, escuchar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, los diversos lenguajes de nuestro tiempo y evaluarlos a la luz de la palabra de Dios, a fin de que la Verdad revelada pueda ser percibida cada vez con mayor profundidad, mejor comprendida y propuesta con más acierto” (Gaudium et Spes, n. 44). 19. Lumen Gentium, n. 13, 22, 32. 20. “En lo fundamental, unidad; en la duda, libertad; en todo, caridad”. 26 CUESTIONARIO PARA EL TRABAJO EN GRUPO 1. Elige las dos características de la moral cristiana para el nuevo milenio (cap. 1) que te parezcan más importantes o urgentes. Justifica tu elección. Puede discutirse en grupo la elección de cada uno e intentar llegar a un consenso sobre cuáles serían las características más importantes. 2. En la página 11 encontramos que “la fe de los creyentes no aporta contenidos morales, específicamente cristianos, que no puedan ser descubiertos por cualquier hombre o mujer de buena voluntad”. — ¿Estás de acuerdo con esta afirmación? ¿Por qué? — ¿Qué aporta, pues, la fe cristiana, en el ámbito de la moral? 3. En el cap. 3 se habla del diálogo en la moral, de sus características y condiciones. Intenta hacer un listado de estas “características y condiciones” propias de un auténtico diálogo. Según tu opinión: — ¿Qué factores pueden facilitar la autenticidad en el diálogo? 4. La Iglesia siempre ha defendido una cierta “objetividad” en la moral. — ¿Por qué crees que lo ha hecho? — ¿Te parece una cuestión importante? 5. “La ética de máximos es un proyecto de felicidad que ofrecemos a los demás” (pág. 8). — ¿Qué lenguaje, qué maneras debemos usar para que nuestra propuesta cristiana pueda resultar comprensible y motivadora? 6. “Entre las características para el diálogo “en cristiano” el autor señala la sinceridad, la autenticidad, el amor al prójimo...” (pág. 16). — En nuestros conflictos personales, sociopolíticos, ¿cuáles de éstas u otras características han favorecido el diálogo? ----------------------------------------------© Cristianisme i Justícia • Roger de LLúria, 13 - 08010 Barcelona tel: 93 317 23 38 - fax: 93 317 10 94 espinal@redestb.es - http://www.fespinal.com agosto 2000 27 MUNDO GLOBAL, ÉTICA GLOBAL Joan Carrera i Carrera 1. "Otro mundo es posible"... con otra mentalidad. 2. Nuevos parámetros para la ética. 3. Necesidad de una ética común, o mínima, o global. 4. Ética civil y moral cristiana. 1. "Otro mundo es posible"... con otra mentalidad «Globalización» es una palabra de moda. Casi a cada paso hablamos de ella. Que si los flujos financieros internacionales, que si el comercio internacional, que si las multinacionales, que si la inmigración. Muchos de los fenómenos sociales que nos afectan mantienen una relación más o menos estrecha con la globalización. A menudo, oímos hablar de la globalización como de una promesa de nuevas oportunidades. Y a menudo, también, oímos hablar de ella de una manera crítica, e incluso airada. La globalización, tal como la conocemos, ha levantado numerosas críticas por parte de muchos movimientos sociales, conocidos bajo el nombre de «movimientos anti-globalización». Esta denominación es rechazada, por cierto, por muchos de los protagonistas de dichos movimientos, los cuales pretenden corregir los efectos negativos de la globalización, pero no están en contra de la idea misma de globalización. Con palabras de Susan George, una representante cualificada de este movimiento, en un artículo publicado en la revista Dissent (winter 2001, vol. 48, n.1): «Yo rechazo la palabra antiglobalización que los medios de comunicación nos atribuyen. El combate se da, en realidad, entre los que queremos una globalización inclusiva, basada en la cooperación y la seguridad, y aquellos que quieren que todas las decisiones las tome el mercado». No se trata, pues, de luchar en contra de la globalización, sino en contra de esta forma concreta de globalización. De este modo, unos hablan de la necesidad de una globalización de los derechos sociales, otros de la necesidad de valores éticos planetarios, otros de una teoría sobre la justicia planetaria que ayude a equilibrar la creciente desigualdad, otros de la necesidad de organismos supraestatales que controlen los flujos financieros del mercado global, otros de fomentar la democracia participativa. En resumen, todos ellos proponen una globalización llevada a cabo desde una mayor solidaridad planetaria. Esta parece ser una lucha que debe polarizar una gran parte de los esfuerzos de nuestro tiempo. 1. La necesaria utopía 28 Los cambios de la realidad van siempre precedidos del hecho de que alguien, o algunos, hayan soñado. Las nuevas formas de relaciones humanas en el ámbito político, económico y social sólo pueden construirse si recuperamos la capacidad de imaginar alternativas, nuevas formas de convivencia y de organización de nuestro mundo. Hacen falta, pues, nuevas utopías para emerger del pesimismo, del «no hay nada que hacer...» Recordemos algunas propuestas de los filósofos: el paraíso marxista, la comunidad ideal de comunicación, el estado natural, el estadio hipotético con el velo de la ignorancia1[1]. Utopías que han servido a la humanidad para mejorar las condiciones de vida, para afrontar los problemas sociales del momento. Los cristianos debemos recuperar el «cielo», no como evasión, sino como «horizonte escatológico», horizonte crítico frente a las realidades presentes y, al mismo tiempo, horizonte esperanzador que nos atrae. Imaginar un mundo mejor es el primer paso para mejorar el mundo. Ahora bien, a pesar de la fuerza imprescindible de la utopía, tampoco debemos descartar el factor «miedo», como móvil de estos cambios, o bien como sensibilizador previo a los cambios. No un «miedo» paralizante, sino un «miedo» que es prudencia, que nos impele a ocuparnos de los problemas. Nos guste o no, las grandes declaraciones éticas han sido enunciadas después de grandes desastres. La Declaración de los Derechos Humanos de 1948 tuvo lugar después de la II Guerra Mundial; o las declaraciones éticas sobre la investigación médica con seres humanos, después de darnos cuenta de las barbaridades que la medicina nazi llevó a cabo en los campos de concentración. 2. Estructuras de mal En nuestro mundo, encontramos estructuras de mal que fomentan la injusticia. Dichas estructuras, a menudo, nos superan, pues aparecen como grandes «monstruos» a los que no sabemos por donde atacar. Y digo «monstruos», porque estas estructuras permanecen difuminadas, sin una cabeza visible y clara, pero con innumerables «tentáculos» que llegan a todas partes. Estas grandes estructuras perpetúan la injusticia y parecen tener poder sobre laspersonas. Son como nuevas formas de «divinidades del mal». Esta percepción, bastante generalizada, conduce hacia un radical pesimismo: «no hay nada que hacer». Esta idolatrización de las estructuras provoca el no saber cómo deben afrontarse para poder cambiarlas. Este es el momento de recordar el hecho de que estos grandes «monstruos» que han escapado a nuestro control son criaturas construidas por personas de carne y hueso como nosotros. De ahí que no sean estructuras absolutas, todopoderosas. Y con todo, los pequeños actos de solidaridad y de justicia que uno realiza en el día a día, van construyendo unas estructuras de solidaridad donde ésta tiende a perpetuarse y a incrementarse. Aquello que realizamos, por pequeño que sea, tiene repercusión, tanto si ayuda a construir justicia y solidaridad como si va en la dirección contraria. Nos preguntamos: ¿es importante el reciclaje de los desperdicios domésticos? Tal vez se trate de un pequeño acto aislado, sin gran repercusión en la ecología global y actual del planeta, pero nos ayuda a tomar conciencia y a que otros hagan, también, lo mismo; ayuda a que los gobiernos vean que la gente se toma el problema en serio... En nuestro mundo, hacen falta gestos, signos proféticos que rompan con las dinámicas contrarias a la solidaridad. Por eso son importantes los movimientos sociales que detectan las insatisfacciones y, al mismo tiempo, proponen alternativas concretas para afrontar los problemas concretos. Sin embargo, muchos de estos movimientos carecen de propuestas globales para cambiar los modelos imperantes en el ámbito social, económico y político. 3. Un cambio de mentalidad Sin embargo, para ir construyendo un mundo más solidario, donde no exista exclusión alguna, es necesario, previamente, un cambio de mentalidad. Esta nueva forma de pensar se irá operando, quizá, sólo en algunas personas, pero se convertirá en una semilla que irá multiplicando la solidaridad por doquier, mostrando que las cosas pueden cambiar. Además, es muy importante que nos demos cuenta de que no estamos solos en este camino, y de que los pequeños cambios son posibles, porque es posible detectar que algo empieza a cambiar, a pesar de las dinámicas contrarias. 29 Estas transformaciones empiezan a aparecer como pequeñas semillas en medio de un mundo marcado por realidades de una insolidaridad e injusticia totales. Como primera reacción a esto, muchos hechos sencillos van creando mentalidad dentro de nuestras sociedades. Al mismo tiempo, encontramos, dentro de nuestra sociedad, fuerzas que se oponen a una mayor solidaridad y que aprovechan cualquier ocasión para atizar la lógica de la insolidaridad. Por ejemplo, los hechos del 11 de septiembre en Estados Unidos, si en un primer momento suscitaron gestos concretos de solidaridad para con las víctimas, después han llevado a una reacción defensiva por parte de Occidente. Y así, la prensa y los gobiernos se llenan la boca con la amenaza terrorista y con las medidas para combatirla, olvidando, a menudo, que el fenómeno terrorista es un síntoma de que nuestro mundo no funciona bien. Otro ejemplo: la llegada, a Europa Occidental, de un importante contingente de personas procedentes de África provoca reacciones de miedo, brotes de xenofobia, pero no parece cuestionarnos seriamente sobre el hecho de que el continente africano ha quedado marginado de la globalización, y de que su población llega al Norte buscando aquello de lo que el Norte ya goza, como derechos adquiridos, en el ámbito social. De este modo, la solidaridad va apareciendo en el seno de una estructura insolidaria. Debe hacerse camino para superar las inercias y las «inevitabilidades» que el sistema ha creado para perpetuarse. Se va construyendo una «nueva mentalidad». 4.... y una ética Sin embargo, cuando hablamos de «globalizar la solidaridad», convirtiendo en socialmente efectivos todos aquellos valores, deberíamos plantearnos la necesidad de buscar algunos acuerdos entre todos los hombres y mujeres, a fin de poner en práctica medidas sociales y políticas para conseguir una mayor solidaridad planetaria. El mundo de los valores es el mundo de las éticas. Por lo tanto, deberíamos plantearnos la necesidad de elaborar un marco ético global o, en otras palabras, una mínima ética compartida, más allá de las éticas particularistas. ¿Cómo podremos entendernos, en un mundo que se nos ha hecho pequeño, sin algún referente ético que nos sea común a todos? 30 2. Nuevos parámetros para la ética Del mismo modo que el mundo ha cambiado, también los problemas a los que se enfrenta la Humanidad son nuevos, o, al menos, se nos presentan bajo estructuras nuevas, o con un grado de interrelación y complejidad que exigen una reflexión nueva. La manera de enfrentarse a muchas cuestiones nos sitúa ante la necesidad de abrir nuestra conciencia a nuevos parámetros: «o renovarse o morir». Seguidamente, enunciaremos algunos de los nuevos rasgos de esta nueva mentalidad que ya se está creando y que debe ayudarnos hoy a construir un mundo que pueda convertirse en la casa de todos. 1. Renovar coordenadas Pasar, de nuestro espacio, a la perspectiva planetaria. Nuestro mundo, el mundo de cada uno de nosotros, se ha ampliado. Ya no se trata de nuestro pequeño mundo (nuestra familia, nuestro barrio, nuestro país). Todo lo que hacemos en nuestro entorno cercano influye, posiblemente, en otro lugar distante. Nuestro poder tecnológico es tal que, cuando alguien emprende ciertas acciones, es necesario que tenga en cuenta las repercusiones que dichas acciones pueden tener en otros lugares distantes del planeta. Todos los hombres y mujeres compartimos la biosfera como espacio común e interconectado. De modo que nuestro prójimo puede encontrarse a mucha distancia de nosotros, a pesar de que, para nosotros, se trate sólo de rostros anónimos que vemos a través de los medios de comunicación. La solidaridad exige que todos nos pongamos unas gafas que nos ayuden a superar nuestras miopías. Del corto al largo plazo. Cada vez más, uno se da cuenta de la necesidad de pensar en términos de «largo plazo» más que de «corto plazo». Por ejemplo, la solución al problema ecológico y la sostenibilidad de nuestro modelo de crecimiento económico nos obligan a pensar en términos temporales más amplios. ¿Podemos hipotecar a las futuras generaciones entregándoles un planeta agotado y no recuperable? El planeta Tierra ha pertenecido a nuestros antepasados y nosotros lo entregaremos a nuestros descendientes. Nuestro prójimo puede encontrarse lejos, no en la distancia, sino en el tiempo. En el ámbito de la política, uno se da cuenta de que es necesario distanciarse de los períodos inmediatos, donde los políticos sólo piensan en sus intereses electoralistas, y entrar en un tiempo más amplio, donde se tengan más en cuenta los intereses de los futuros ciudadanos. Determinadas medidas para preservar la ecología pueden resultar impopulares, a corto plazo, para un gobierno, si no se explican bien y la ciudadanía no participa en su elaboración. De las distancias a la inmediatez. Pasar, de vivenciar que estamos lejos unos de otros y que el tiempo es largo, a experimentar la proximidad y la contracción del tiempo. El abaratamiento y la masificación de los medios de transporte y de las telecomunicaciones hacen variar nuestra vivencia profunda acerca del tiempo y del espacio. Estamos todos cercanos, y nos influimos mucho más de lo que podamos pensar. Las decisiones de una empresa transnacional que tiene su sede en un país lejano influyen en nuestro lugar de trabajo de acá. De este modo, muchas decisiones lejanas y en las que uno no participa, alteran y modifican la vida cotidiana de muchos de nosotros. Y, al contrario, un grupo local que inicie, por ejemplo, un boicot a la compra de un producto de una multinacional por motivos ecológicos o sociales (contaminación, subcontratación de empresas que practican la explotación infantil, despidos masivos de trabajadores, etc.) puede producir un efecto en cadena en todo el mundo y representar importantes pérdidas para dicha multinacional, de tal manera que se vea obligada a cambiar una determinada política. Es así como se han llevado a cabo campañas de determinadas ONG, sobre todo a través de las redes establecidas entre ONG locales y globales, y con el fácil acceso a Internet. Por otro lado, el abaratamiento de los medios de transporte ha producido un aumento de los viajes (comerciales, turísticos), lo cual lleva consigo un incremento de las relaciones entre personas de culturas distintas. El conocimiento de aquel a quien considerabas extraño conduce hacia una mayor proximidad. Esto favorece el sentimiento de «ciudadanía universal» y de solidaridad. En este sentido, por decirlo de una manera simple, resultan más difíciles las guerras. 31 De este modo, el aumento de los viajes permite, también, que los abismos culturales se vayan reduciendo. Pero, con todo, hay que estar muy atento a la forma como son presentadas las informaciones, sobre todo cuando hacen referencia a culturas muy alejadas de la propia. Deberíamos sospechar, cuando los mass media presentan noticias de una forma «excesivamente» clara y simplista: a unos países como malos (los que violan los derechos humanos, los terroristas) y a otros como defensores de la humanidad. Será preciso buscar, más bien, fuentes fiables que analicen con profundidad los problemas. Con respecto a esto, la globalización presenta dos caras: por un lado, las asequibles comunicaciones y las prestaciones de la red de Internet favorecen la veracidad, pero se da, al mismo tiempo, el fenómeno de la concentración, en pocas manos, de los medios informativos con más audiencia... Del "nosotros tribal" al "nosotros plural". Pasar a un modelo de sociedad donde «los demás», los que no son de mi comunidad (país, lengua, etnia, religión...), no sean «ellos», sino que formen parte de un «nosotros» mayor. Una sociedad en donde su modelo uniforme ceda el paso a un modelo pluriforme. Pasar de la «tolerancia» (un hito importante en la historia de la humanidad) a entender la diferencia como una fuente de enriquecimiento. Esto, como comentaremos posteriormente, llevaría consigo la creación de un marco de convivencia común donde se señalarían unos mínimos irrenunciables consensuados (que podrían tomar distintas formas: mínimos éticos comunes, derechos fundamentales...) La sociedad no podría admitir violación alguna de estos mínimos que le otorgarían cohesión a ella misma. La existencia de estos mínimos debería representar, en el ámbito internacional, la existencia de instituciones jurídicas y sociales supraestatales que superaran la omnipotencia de los Estados y garantizaran estos mínimos irrenunciables, a la vez que permitieran a los ciudadanos sentirse pertenecientes a diversas esferas (barrio, ciudad, nación, Estado, entidad supraestatal, planeta Tierra...), pero conectadas entre si. Del "nosotros y la naturaleza" al "nosotros dentro de la naturaleza". Deberíamos pasar, como proponen los movimientos ecologistas, a tener una relación distinta con nuestro entorno natural. De considerar, a la naturaleza, inagotable y como permaneciendo «fuera de nosotros», a verla como susceptible de agotarse y formando parte de nuestra realidad. En otras palabras, pasar de una relación de explotación («está a nuestro servicio y podemos disponer de ella como queramos») a una relación de protección y cuidado de una entidad vulnerable. Los humanos constituimos una especie más dentro de la biosfera, y debemos mantener un equilibrio con las demás especies de nuestro mundo. Debería haber una mayor solidaridad entre las criaturas vivientes. El bien humano está vinculado a la causa de la vida. Una naturaleza empobrecida lleva consigo, también, una humanidad empobrecida. En Occidente, podemos aprender mucho de otras cosmovisiones mucho más respetuosas para con la naturaleza, que no se aproximan a ella a partir de las categorías sujeto-objeto. Así, por ejemplo, algunas tradiciones orientales (budistas, taoistas, hinduistas) o las tradiciones amerindias. 2. Renovar políticas De la competencia a la cooperación. En la relación entre los países, deberíamos pasar, de los modelos competitivos a modelos más cooperativos. Este paso no es nada fácil, tanto para los Estados como para las empresas. Los Estados pueden cambiar a modelos de mayor cooperación, si forman parte de estructuras supranacionales, siempre y cuando dispongan de una estructura participativa. Esta supranacionalidad debe ser considerada como positiva por los ciudadanos, de tal forma que responda a los problemas reales, cuya resolución supera, a menudo, el ámbito de los Estados (pensemos en los problemas ecológicos, de defensa frente a otros modelos económicos, de política internacional). También las minorías dentro de los Estados pueden ver en estas estructuras supraestatales una protección frente a unos Estados que tienden a la uniformidad cultural. Del libre mercado al control democrático. El ámbito económico está pasando rápidamente de los mercados locales a un único mercado global. Y éste escapa con facilidad al control de los Estados tradicionales. El mercado local era limitado y sus principales actores estaban constituidos por las 32 empresas del propio país. El mercado global, en cambio, responde a otra lógica, en donde los principales actores son las multinacionales que pueden escapar con facilidad al control de los Estados. De este modo, estas multinacionales crean y eliminan instalaciones en unos países determinados, motivadas por el coste de su mano de obra o por las facilidades que ofrece el país en política fiscal, laboral o medioambiental. Estos agentes del mercado global, al escapar al control de los estados, eluden cualquier control democrático. Se podría discutir si el control de los Estados tradicionales al mercado local era verdaderamente democrático, pero, sin duda, en la actualidad, el mercado global hace más difícil cualquier posibilidad de control democrático. Lo cual debería hacer pensar en la conveniencia de crear instituciones políticas globales y democráticas que respondan a una lógica parecida a la del mercado global. Únicamente de este modo, desde la elaboración de leyes globales, podrán ser controlados los aspectos negativos de la globalización del mercado. Una de las formas de seguimiento y control de las actividades de las multinacionales han sido los movimientos sociales, que representan formas democráticas de base y que acostumbran a superar el ámbito de los Estados o funcionan como una red de movimientos locales. El progreso tecnocientífico: de la rentabilidad al servicio público. Los actuales avances de la ciencia en el campo de la investigación están motivados, a menudo, por su rentabilidad en el mercado libre y global. Tal vez deberíamos empezar a considerar más la investigación como un servicio público, en el que las diferentes comunidades humanas pudieran participar. La investigación debería reformularse en términos de servicio público global, a nivel de humanidad entera y desde una solidaridad intergeneracional. En estas condiciones, sería incomprensible que determinadas líneas de investigación, que producirían innumerables beneficios a grandes sectores de la población, no pudieran llevarse a cabo por el mero hecho de que esta población se encuentra en países que no disponen de recursos para adquirir los productos resultantes de dicha investigación. Por ejemplo, en términos de solidaridad, resulta un escándalo que determinadas vacunas contra enfermedades que afectan a grandes contingentes de población no sean financiadas, mientras que los fármacos contra las migrañas o contra la artrosis inundan los mercados de los países del Norte. O que algunos productos obtenidos de las plantas y usados por la medicina tradicional de muchos países del Sur sean patentados por las multinacionales farmacéuticas2[2], como si éstas las hubieran «descubierto». Los ejemplos al respecto son abundantes y algunos han sido denunciados ante la justicia, como es el caso de la patente sobre el aceite del árbol del Nim de la India, cuyos efectos fungicidas se encuentran testimoniados en la literatura hindú de hace ya más de dos mil años. En estas cuestiones, es necesaria una corrección del libre mercado, que únicamente puede ser ejecutada por organismos que trasciendan el ámbito de los Estados. También la solidaridad debe ser pensada en términos intergeneracionales, de tal manera que cuidemos a nuestros ancianos. De ahí que se hable de encontrar trabajos adecuados y servicios de voluntariado que permitan a los jubilados contribuir al bien común y sentirse útiles. Al mismo tiempo, debería aceptarse la solidaridad inversa: la de los ancianos para con los jóvenes. De este modo, atendiendo a los escasos recursos de que disponemos y a las posibilidades de la medicina de alargar la vida de las personas -incluso hasta el punto de no respetar la dignidad humana-, debería aceptarse la finitud humana y, por solidaridad, renunciar a ciertos recursos médicos agresivos y costosos. De la seguridad al riesgo. Deberíamos, también, ser cada vez más conscientes de que nuestra sociedad se enfrenta a muchos riesgos que es preciso valorar. Cualquier progreso tecnológico conlleva riesgos que deberían ser evaluados según criterios lo más objetivos posible. El progreso tecnológico no puede convertirse en una nave sin piloto, sino que debe ser regido por los intereses de la comunidad, la cual debería evaluar cuidadosamente sus riesgos y sus beneficios. Deberíamos preguntarnos: ¿Qué riesgos podemos permitirnos? ¿Qué colectivos resultarán más afectados por dichos riesgos? 33 Peligros en todos los ámbitos: sociales, económicos, ecológicos... Recordemos, por ejemplo, que el famoso Informe Belmont sobre la experimentación con personas, elaborado por el Congreso de los Estados Unidos, fue motivado por el hecho de que la mayoría de personas que eran sometidas a programas de investigación biomédica pertenecían a determinadas minorías étnicas (negros, chicanos...) que no se beneficiaban de los resultados de la investigación. Este hecho (aparte de suponer un sesgo estadístico que podría afectar al rigor científico de los resultados) señalaba un serio problema de justicia. De la empresa tradicional a la empresa responsable. Las empresas, factores generadores de riqueza en el seno de una sociedad, deberían ir reconociendo -e incluyendo dentro de sus objetivos- no sólo su producción de riqueza, entendida ésta como beneficios económicos, sino su papel como motor cultural dentro de las sociedades. Estos objetivos deberían incluir políticas para preservar el medio ambiente, o para fomentar buenas condiciones laborales. Es así como se consigue "la riqueza de las naciones". El empresario debería asumir, también, dentro de su rol ciudadano, su responsabilidad para con los problemas de la sociedad que van más allá de una mera producción económica. 3. Renovar convicciones De la fragmentariedad a la unidad de vida y corazón. Cada vez más, los hombres y mujeres vivimos en diferentes esferas, cada una de las cuales aporta algo a nuestra vida. Por ejemplo, la familia nos aporta calor afectivo; la empresa, el trabajo y el sueldo; el club, el tiempo libre y el deporte; pertenecer a una iglesia, una fe que da sentido a la vida, etc. Cada perspectiva se mueve con su propia lógica y aporta sus valores concretos. De este modo, uno se socializa de manera distinta en cada esfera, en donde puede comportarse conforme a lo que se espera de él. En la empresa, se funciona mediante una lógica de contraprestación, de contrato...; en la familia, en cambio, esperamos gratuidad y afecto en la relación... Estas distintas lógicas, tal vez necesarias en cada ámbito, pueden conllevar, a la persona, algunos peligros. El primero de ellos, el vivir de una manera fragmentaria, como si a cada esfera se le asignara un cajón distinto con su vestido específico. Por ejemplo, en el trabajo no se puede ser afectivo, a no ser que se pretenda conseguir algo; no se pueden entablar amistades... Un segundo peligro: que las lógicas de cada esfera se influyan entre si, y que uno utilice lógicas inadecuadas a los lugares y no sean bien recibidas. Por ejemplo, actuar de un modo compasivo o excesivamente afectivo en los negocios. Otro factor a tener en cuenta es el hecho de que hoy se va cambiando de esfera muy a menudo. La pertenencia no se da, con frecuencia, de por vida o por un largo período, debido a la movilidad geográfica (cambios de lugar de residencia) y laboral (cambios frecuentes de trabajo). Esta movilidad afecta, también, a una realidad que, en el pasado, gozaba de una estabilidad mucho mayor: la familia. De este modo, cada vez tienen lugar más separaciones y cambios de pareja. Esta movilidad puede representar, a menudo, desarraigo afectivo. Al disponer, los humanos, de una psicología unitaria, normalmente tendemos a cultivar una esfera en calidad de originante, a partir de la cual vivimos las esferas restantes. Antes, esto resultaba espontáneo, quizá por el hecho de que se disponía de más tiempo. Ahora, la dinámica de nuestro tiempo tiende a dispersarnos y a disponer de poco tiempo para cultivar esta esfera originante. Si dicha esfera, para muchas personas, podía ser, antes, la familia, cada vez más algunos padres descubren que sus hijos les resultan totalmente desconocidos, después de muchos años de vivir juntos. El corazón (el afecto) se coloca en los sitios en donde se les dedica tiempo y presencia. En la nueva sociedad, se hace necesario cultivar esta esfera primaria, para poder moverse en las otras esferas y vivirlas como un lugar de enriquecimiento y apertura. Por otro lado, para crear una mayor solidaridad, debería cultivarse, también, la cordialidad y la simpatía en las esferas donde imperan otras lógicas. Además de dar una mayor unidad a nuestra actuación, se introducirían, de este modo, lógicas necesarias, también, en otras esferas, como pueden ser las relaciones laborales. El actual fenómeno del aumento del voluntariado social puede responder al hecho de que muchas personas están hartas de las lógicas excesivamente competitivas, y buscan tiempo para refugiarse en esferas más gratuitas y afectivas. Este fenómeno aumenta la solidaridad para con los excluidos (que dejan de ser cifras o imágenes, para convertirse en rostros de personas), pero no deja de 34 ser, a menudo, una reacción, cuando uno no es capaz -o no ha sido posible- de introducir lógicas más solidarias y gratuitas en el resto de esferas por donde se ha movido o se mueve. Sin pretender hacer ninguna valoración ética de este hecho, se puede constatar que algunas personas dedican tiempo a un voluntariado y, al mismo tiempo, se mueven con unas lógicas harto distintas en su trabajo o, incluso, dentro de su familia. De la indignación al compromiso. Muchas veces nos indignamos ante los pequeños hechos que nos afectan o que acaecen cerca de nosotros; pero los vivimos como inevitables, fruto de una situación general que nos supera. Nos indignamos ante los atracos, ante la violencia que vivimos en nuestro entorno, y, a veces, incluso gritamos contra el gobierno. Sin embargo, nos detenemos aquí, sin dar un paso más. Es preciso pasar de estas reacciones de indignación sobre lo que vivimos de cerca a reflexionar sobre sus causas, sobre el estilo de nuestra sociedad, sobre la responsabilidad. Y así, siguiendo con el mismo ejemplo, nos indignamos ante la violencia de las guerras que vemos en la televisión, sin darnos cuenta de que somos cómplices de un gobierno que invierte, produce y vende armas. Nuestro gobierno vende armas a países que quizá no tienen demasiados escrúpulos, favoreciendo, también, la violencia (eso sí, lo más lejos de nosotros posible). Si bien es cierto que algunos claman en contra del gobierno, son muchos más los que ni se preocupan de ello. Pero, de este modo, vamos dejando que la democracia, la participación en lo que es común, sea gestionado por los intereses de unos cuantos. Tenemos que aprender a pensar que la causa de todo lo que vemos cerca de nosotros reside en factores que, a menudo, podrían ser evitados o atenuados. No podemos condenar una cosa sin darnos cuenta de que, en el fondo, de manera indirecta, la estamos favoreciendo. Por ejemplo, nos quejamos de determinados comportamientos de los jóvenes; sin embargo, a nivel educativo, cada vez reducimos más los gastos en los barrios marginales. Del gran relato al pequeño relato. Pasar, de la fe en los grandes proyectos, a creer en lo más pequeño, en las acciones concretas. Dejar de creer en las grandes utopías que pretendían haber encontrado la piedra angular para cambiar las cosas y salvar a la humanidad. Un ejemplo de estos grandes proyectos han sido las grandes ideologías de los siglos XIX y XX. En la actualidad, preferimos creer en lo que es pequeño y cotidiano, aunque sea parcial, preocupándonos sólo por un determinado ámbito de la compleja realidad. Hemos perdido la pretensión de haber hallado aquello que debía resolverlo todo. A partir de esta mentalidad, han ido surgiendo los movimientos sociales (ecologismo, feminismo, pacifismo, ONG...), que, aun pretendiendo un futuro mejor, no pretenden abarcar toda la complejidad de la realidad ni pretenden haber encontrado la solución a todo. Son las necesidades concretas, las que nos motivan por sí mismas, sin la elaboración de un gran relato que actúe como motor de un cambio global. Se trata de un nuevo realismo que se ciñe a lo concreto, tal vez sin darse cuenta de que también desde lo simple se va construyendo lo más global. Porque, de hecho, trabajar en lo concreto transmite unos valores que trascienden este ámbito, abriéndose a una cierta universalidad. Por ejemplo, una movilización contra el abocamiento de mercurio en el río de tu pueblo, más allá de una preocupación concreta, constituye una actitud cultural de fondo de respeto a la naturaleza. Una asistenta social, más allá de resolver el problema laboral de una madre soltera que acude a su consulta, se convierte en una expresión social de un valor universal: que los excluidos del sistema siguen teniendo la dignidad de personas. Por lo tanto, desde lo pequeño nos abrimos a la realidad más global, cuando nos damos cuenta de que estamos estrechamente unidos (compartimos una misma biosfera) y de que, para solucionar los problemas, nos es precisa la cooperación. 35 3. Necesidad de una ética común, o "mínima", o "global" Nuestro mundo de hoy es plural. En él convivimos personas que pensamos de manera distinta, procedentes de distintas tradiciones culturales, religiosas, ideológicas... Basta con pasear por las calles de nuestras ciudades. Una pluralidad que lo puede ser todo menos pacífica, pues, a menudo, complica la solución de los problemas comunes. Entre todos, podríamos ir buscando, en el seno de este pluralismo, aquello que nos pueda unir en el ámbito de los valores o de los derechos fundamentales de las personas y de los pueblos. De este modo, podríamos construir una sociedad donde tuviera lugar la cooperación, y no una mera coexistencia. 1. La búsqueda de unos "mínimos éticos" Esta búsqueda ha sido ensayada por muchos. Algunos han intentado elaborar una Ética Mundial, o unos Derechos Fundamentales comunes a todos los seres humanos. Otros prefieren hablar de la elaboración de una teoría de la justicia, para nuestra sociedad planetaria, que promueva la solidaridad y la máxima igualdad en la distribución de los recursos entre todos los hombres y mujeres. Esta «ética mundial» -o como se la quiera llamar- no pretende reconstruir una nueva ética a modo de gran relato «salvador», sino ser sólo como una guía, en forma de irrenunciables éticos o principios mínimos, para poder sobrevivir y para humanizar este mundo que se está globalizando. Los nuevos problemas de nuestra sociedad (ecológicos, de distribución de recursos, tecnologías que afectan a los períodos en que la vida es más frágil...) nos han hecho tomar una viva conciencia de que formamos parte de una misma especie que comparte una misma biosfera. Muchas de estas cuestiones nos afectan como humanidad, y, por consiguiente, debemos buscarles soluciones globales, y no sólo limitadas a determinados territorios. Es, pues, preciso que nos pongamos de acuerdo en lo básico, y al mismo tiempo dejar un amplio margen de libertad para las cuestiones restantes. Así pues, estos nuevos proyectos éticos pretenden ser respetuosos para con las distintas tradiciones culturales y religiosas. Este planteamiento supone una cierta alternativa a la máxima «que cada cual haga lo que quiera, mientras no interfiera la legítima libertad del otro». Porque esto conduciría a la explotación del más débil, a un neoliberalismo económico salvaje, a no tener en cuenta a las minorías culturales. De este modo, la fórmula del necesario pluralismo ético no debería significar que todo sea válido, sino que, en lo que a los proyectos de felicidad se refiere, cada cual puede perseguir los suyos propios e invitar a los demás a hacer lo mismo, mientras se respeten unos mínimos irrenunciables, comunes a toda la humanidad. En estos momentos, recobra nueva fuerza el discurso del primer autor que habló de la necesidad de una cierta «ética mínima», W. Adorno, quien, después del impacto de la Segunda Guerra Mundial, la propuso como requisito para poder juzgar y evitar las aberraciones de inhumanidad que llevaron a cabo los nazis. A partir de esta mentalidad, surgió el movimiento en favor de los Derechos Humanos. Las propuestas que se pueden denominar éticas de mínimos pretenden, mediante un diálogo bajo una serie de condiciones, estos irrenunciables éticos que deberían aceptar todas las éticas de «máximos». Llamaríamos, en cambio, «ética de máximos», a aquellas éticas que presentan un sistema de bienes ordenados de forma jerárquica; que ofrecen modelos de vida e invitan a orientar de tal modo la propia conducta que se llegue a conseguir una vida plenamente realizada o feliz. El problema que presentan estas éticas de mínimos es determinar la manera de llegar a definir estos mínimos, de modo que puedan ser aceptados por todas las culturas y sistemas éticos. Recordemos 36 aquí las críticas de que ha sido objeto la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU (cuyos contenidos pueden ser considerados como un posible núcleo de una Ética Mínima), por haber sido elaborada con poca participación de las diferentes culturas que pueblan la tierra, y porque reflejan sólo a la predominante cultura occidental. Nos preguntamos hasta qué punto pueden ser impuestos, estos derechos humanos consensuados mediante un proceso de diálogo, a aquellas culturas que no han podido participar en él. Lo que para los occidentales es un «mínimo», tal vez será considerado como un «máximo» por estas otras culturas. Sin embargo, pensemos que muchas de las críticas a esta Declaración pueden responder, también, a intereses particulares. Por ejemplo, las críticas procedentes de personas o grupos que, en estas culturas, han adquirido una posición de privilegio, gracias a la opresión de otros seres humanos. Incluso puede darse el caso de que las mismas personas que sufren la violación de sus derechos fundamentales (según la mentalidad occidental) puedan aceptarla de buena gana, sea por ignorancia o porque han sido educadas en una tradición concreta que no ha descubierto, todavía, determinados derechos. Estos mínimos éticos se hacen necesarios cuando queremos legislar sobre la manera de solucionar problemas que sufrimos como humanidad global. Sería ingenuo pensar que las leyes pueden ser éticamente neutras, pues, tras toda ley, encontramos preferencias de valores. Finalmente, esta propuesta de unos irrenunciables éticos comunes nos lleva a la cuestión sobre la necesidad de una «autoridad mundial» que vele por el cumplimiento de estos mínimos. 2. ¿Qué es la Ética Civil o Mínima? La Ética Civil es un buen ejemplo de entre las posibles éticas de mínimos, puesto que propone, tanto un método para buscar los contenidos, como estos mismos posibles contenidos3[3]. La Ética Civil se presenta como un nuevo intento de construir una ética universal. De este modo, esta propuesta pretende encontrar unos mínimos éticos compartidos por todos los hombres y mujeres del mundo. Supone: a) la no confesionalidad de la sociedad, b) la posibilidad de una ética puramente racional, c) que los humanos viven ya sus éticas de felicidad, y no podemos esperar que puedan ser compartidas. La Ética Civil pretende asegurar unos mínimos éticos, compartidos entre todos, que se conviertan en la base de nuestra legislación. No pretende ser una ética independiente de otras éticas, sino que las supone a todas, pues los hombres y mujeres viven ya sus particulares «éticas de felicidad» o de máximos. Esta ética propone un método para conseguir estos contenidos mínimos compartidos y poderlos ir ampliando. Dicho método lo toma de la Ética Discursiva propuesta por J. Habermas y K.O. Apel. En él los contenidos son buscados mediante un diálogo bajo una serie de condiciones. Por ejemplo4[4]. Por ejemplo: 1) Hay que tener presente a todos los afectados por la cuestión propuesta. 2) Todos los seres humanos deben ser considerados como interlocutores válidos. 37 3) Todas las conclusiones son siempre revisables hasta que se llegue a un punto de verdadera "comunicación racional". 4) Todos pueden manifestar su posición. El diálogo propuesto llega a un consenso sobre determinadas cuestiones, pero no consiste en un consenso «estratégico» o «de mayorías», sino que debe ser una verdadera convergencia ética entre todos los participantes. De modo que, para la Ética Discursiva, el fundamento de toda norma moral radica en su legitimación a través del consenso. Los contenidos consensuados deben ser aceptados por todos, y los contenidos éticos de máximos o de felicidad que viven las distintas comunidades o individuos deben ser tolerados, ya que no han sido consensuados. A veces, llegar a un consenso es difícil por el papel que juega en el diálogo la disparidad de convicciones, la tendencia al dogmatismo y las implicaciones emocionales e inconscientes, y por los prejuicios que uno tiene sobre cada cuestión antes de establecerse el diálogo, así como por la dificultad de conseguir que éste resulte simétrico, entre iguales, cuando en dicho diálogo se dan relaciones de jerarquía o de poder. Los contenidos básicos de la Ética Civil, en el momento actual, podrían concretarse en el respeto a los Derechos Humanos de la primera, segunda y tercera generación. Suelen llamarse de primera generación los derechos que hacen referencia a la libertad individual (derecho a la vida, a la libertad de expresión, de reunión y de desplazamiento, a intervenir en la política...), y que proceden de la tradición oral. Los de la segunda generación, en cambio, son los llamados derechos sociales, económicos y culturales. Hacen referencia a la vivienda, a la alimentación suficiente, a la cultura, a la salud, a la jubilación, a la protección frente al paro, etc. Fueron conquistas de los movimientos socialistas. Estas dos generaciones fueron reconocidas por la Declaración Universal de Derechos de la ONU (1948). Los derechos de la tercera generación, aunque están presentes en la conciencia social, no han sido recogidos en ninguna declaración internacional. Entre ellos se encuentran: el derecho de toda persona a nacer y vivir en un ambiente sano, no contaminado, y el de nacer y vivir en una sociedad en paz. Es interesante fijarse en el hecho de que estas generaciones de derechos constan de rasgos distintos. Y así, los de la primera generación son derechos que defienden al individuo ante la intervención de los Estados, y deben darse de manera plena, pues son derechos sobre libertades. En cambio, los derechos de segunda generación, los derechos sociales, dependen de la intervención de los Estados, ya que son éstos quienes velan por ellos y procuran los medios para que puedan ser ejercidos. Además, la posibilidad de garantizar en mayor o menor grado estos derechos sociales depende del contexto económico y social del país. Por ejemplo, el derecho a la educación se da de manera distinta en un país europeo que en un país africano. En el primer caso, supone muchos años de estudio subvencionado por el gobierno, y, en el segundo, sólo unos pocos años de escolaridad. Desgraciadamente, estos derechos sociales, por ser relativos, están muy lejos de ser conseguidos, en muchos países. 3. El valor del disentimiento Al hablar de consensos, hay que hablar, también, del valor del disentimiento. El disentimiento tiene un carácter negativo, pues siempre hace referencia a un consenso previo. El disentimiento rompe los consensos, permitiendo, de este modo, que el diálogo pueda prosperar. La historia de la humanidad está llena de hombres y mujeres que han quebrantado los consensos sociales, políticos y éticos imperantes. El disentimiento puede formar parte del diálogo pacífico para conseguir un nuevo consenso, pero también, a lo largo de la historia, se ha expresado de forma violenta contra las estructuras políticas, sociales y religiosas que mantenían el consenso fáctico. El valor ético del disentimiento depende de la cualidad ética del consenso. Uno podría disentir de los Derechos Humanos desde una postura que pretendiera ampliarlos, con la finalidad de conseguir más protección para las culturas más vulnerables, para las 38 minorías amenazadas, para los grupos económicamente más débiles..., pero también podría hacerlo por razones no aceptables para la mayoría que mantiene el consenso; por ejemplo, mantener una situación de privilegio social o económico. En nuestro mundo cada vez más complejo, debemos aprender a distinguir la cualidad ética del disentimiento. Este debería expresarse de una forma pacífica y, a veces, conlleva la aceptación de situaciones que no son las que uno desearía y que es preferible aceptar en favor del bien general y «pro bono pacis». 4. Necesidad de una autoridad La propuesta de la Ética Civil requeriría establecer una autoridad mundial que velara por unos mínimos que todo el mundo debería respetar. Las formas prácticas de tal autoridad pueden ser muy distintas y, de alguna manera, han empezado ya, con todas sus deficiencias. Sería preciso tomarse eso muy en serio desde un principio. De lo contrario, las formas de autoridad mundial que van apareciendo funcionan de tal modo que más bien merman la credibilidad de la idea. Por ejemplo, la actual ONU puede ser objeto de la desconfianza de muchos países que ven que, a menudo, actúa conforme a los intereses de las naciones más poderosas. ¿Cómo se pueden legitimar intervenciones humanitarias o pacificadoras que se llevan a cabo en unos países sí y en otros no, según conveniencias de los países poderosos, como, por ejemplo, los que son miembros del Consejo de Seguridad? Tal vez sería preferible un proceso, mediante el cual se fueran cediendo competencias a una autoridad internacional que velara por los acuerdos ya conseguidos, mientras seguiría el diálogo para ir ampliando estos acuerdos mínimos. El realismo es un buen consejero. Sin embargo, requeriría audacia, porque algunas cuestiones han sido pensadas, ya desde un principio, de una manera global, pues son interdependientes. 5. Los puntos débiles de la Ética Civil A pesar del valor de la Ética Civil como propuesta de trabajo ético, creemos que tiene, también, sus limitaciones y dificultades. 1) La Ética Civil propone un proceso de diálogo progresivo sobre las cuestiones que afectan a los intereses de todos. En este proceso de diálogo, nos encontramos con que, cuanto más amplia sea la base participativa (las personas que entran en dicho diálogo) para buscar estos mínimos, más difícil será llegar a acuerdos. Y, probablemente, algunos de los contenidos a los cuales se llegará resultarán excesivamente genéricos, con la finalidad de incluir a todas las sensibilidades. Y, por el contrario, cuantas menos personas participen en el diálogo, más fácil será llegar a acuerdos, si bien estos resultarán siempre parciales, porque responderán sólo al pensamiento de determinados grupos culturales. Hemos hablado ya de las críticas que ha recibido la Declaración de los Derechos Humanos de ser sólo un reflejo de la predominante cultura occidental y de la necesidad de la regionalización de dicha Declaración. 2) Si estos contenidos que propone se quedan a un nivel muy genérico, a fin de poder incluir a muchos participantes, dejará, entonces, sus concreciones en manos del Derecho. Y como quiera que el Derecho deba elaborar leyes concretas y aplicables, hará uso de un método de consenso fáctico de mayorías. El Derecho no puede quedarse en unos mínimos genéricos, pues la legislación debe ser concreta y sujeta a pocas posibilidades de ambigüedad, y, si así fuera, esta ambigüedad debería resolverse en los tribunales y en la interpretación de los jueces, tal como se realiza en los países anglosajones. El Derecho puede optar, también, por dejar muchos vacíos legales en las cuestiones en donde no exista un consenso social, a la espera de llegar a acuerdos. 3) El presupuesto de la existencia de valores ya compartidos entre los humanos es fundamental para la Ética Civil, y constituye un «a priori» indemostrable. Por consiguiente, puede haber grupos que afirmen que no existen valores compartidos más allá de las diversidades culturales. 4) Difícilmente se cumplirán las condiciones de diálogo que propone la Ética Discursiva, y, por lo tanto, los contenidos serán siempre provisionales y estarán sometidos a posteriores aclaraciones. Este 39 hecho puede dar un cariz de relativismo a sus concreciones, de tal forma que puede provocar que la gente no se las tome muy en serio. 5) La propuesta de esta ética mínima puede dar lugar a una mentalidad de mínimos, de tal forma que esta ética sea tomada como una ética más, con la ventaja de ser mínima. 6) En un mundo postmoderno como el actual, esta ética se presenta como una propuesta que todavía cree en una racionalidad y en un proyecto universalizador, en un mundo fragmentado y decepcionado de la razón. Esta ética cree que los hombres y las mujeres pueden compartir algo en común, aunque sólo sea una racionalidad que permita establecer un diálogo en busca de lo que compartimos como humanos. En cambio, muchas corrientes éticas actuales no creen ya en la posibilidad de una universalización. 7) El método de Ética Civil (tomado de la «ética dialógica») presupone crear previamente las condiciones de igualdad entre los interlocutores válidos. Por lo tanto, se trata de una ética que exige una reforma social, a fin de que todos, incluso la gente del Sur, puedan participar de ella. Si esto no se lleva a cabo, entonces esta ética sólo será aplicable al Mundo Occidental, y únicamente servirá para justificar el mantenimiento de las diferencias entre el Sur y el Norte. Recordemos que fue la razón ilustrada la que fue exportada -y utilizada-, durante el colonialismo del siglo XIX, a los países africanos... Podemos preguntarnos: ¿no será, ahora, la razón dialógica la que, mal entendida, se utilizará para una nueva colonización? La Ética Civil no puede quedar sólo en «estética del método», sino que debe hacer viables las condiciones de posibilidad del diálogo. Creemos que esta ética no está desprovista de contenido profético, si se la considera en sus últimas consecuencias. Pero es fácil que se limite a ser una ética difícilmente aplicable en situaciones de violencia, de injusticia generalizada, en donde, previo al diálogo, deben crearse las condiciones para llevarlo a cabo. 8) La Ética Civil, a pesar de que debe ser incluida en el sistema educativo de los países democráticos, no pretende sustituir la educación ética o de valores que, a nuestro modo de ver, tiene que darse en el seno de cada comunidad moral, ya que todos los valores están relacionados, y es dentro de las comunidades donde deben aprenderse los modelos de comportamiento. La educación se imparte desde una ética de máximos, desde un proyecto de felicidad, de vida buena. Los valores de la ética mínima son fomentados y reforzados desde las virtudes de la ética máxima o de felicidad. La educación debe ser sistemática e integral, y no puede reducirse sólo a unos valores, ya que es necesario vivir en un universo de valores, y éste sólo se da en una propuesta de máximos. Otra cuestión sería que, habida cuenta del pluralismo existente, en las escuelas con niños procedentes de comunidades con proyectos de felicidad distintos se intente educar explícitamente en los valores que promueve la Ética Civil, dejando en manos de los padres y de las comunidades particulares la verdadera educación axiológica. Esto no será fácil, si tenemos en cuenta que habrá niños o niñas que pertenecerán a comunidades que pueden no aceptar determinados mínimos de la Ética Civil, o que poseen determinados máximos, contradictorios con los mínimos. Pensemos en los problemas que pueden presentar en niños o niñas que formen parte de grupos religiosos integristas (como han sido determinadas corrientes nacional-católicas o el cristianismo integrista de EE.UU., o grupos islamistas fundamentalistas). 9) A fin de definir la Ética Civil de forma que pueda ser bien aceptada por parte de las éticas de máximos, se hace necesaria la afirmación de su provisionalidad, en el sentido de que, en sí misma, tiene la pretensión de ir profundizando en el diálogo, y que no se limita a ser una afirmación de lo que ya compartimos. 10) Creemos que la Ética Civil, expresada en derechos, no satisface algunas necesidades humanas básicas, a las cuales los humanos podemos sentirnos obligados. La Ética Civil debería hablar de ello, y no suponer que se trata de aspectos que pertenecen a las llamadas éticas de máximos, como las éticas religiosas. Para profundizar en esta cuestión, distinguiremos, al menos, tres tipos de obligaciones. Al primer tipo, pertenecen las exigencias básicas de justicia. Serían propiamente los derechos y deberes de la Ética Civil, de ámbito universal. Al segundo tipo, pertenecen los derechos y deberes acordados a través de los pactos sociales. Serían concreciones de los primeros, a nivel de las leyes positivas de los Estados. El tercer tipo de obligaciones proviene de las necesidades básicas de los seres humanos, pero que no pueden ser exigidas mediante derechos. Por ejemplo, dentro de estas necesidades 40 básicas se encontraría la demanda de todo hombre o mujer a morir en compañía, a que le den esperanza... Ante un enfermo, uno se siente obligado, pero esto no puede exigirlo el mismo enfermo como un derecho. Ante una necesidad, nos sentimos constreñidos, pero la respuesta sólo funciona de una manera gratuita. Estas respuestas entrarían más bien dentro de una cierta ética de la compasión que de la obligación. No sirve de nada hablar del derecho que tiene todo enfermo a gozar de compañía. La demanda del enfermo no queda satisfecha por la mera presencia física de una persona a su lado, puesto que lo que realmente necesita es la presencia de una persona con quien tenga una relación afectiva: su mujer, sus hijos, o alguien capaz de amarle... 11) Una de las críticas más importantes que ha recibido la Ética Civil es el peligro de que menosprecie las diferencias y las particularidades. A pesar de que se presenta con vocación de globalidad, nos invita a devolver la experiencia ética a la comunidad. Las éticas de máximos sólo se pueden vivir dentro de las comunidades particulares. De este modo, vemos un cierto retorno de la experiencia ética a las comunidades. Las éticas nacen dentro de las comunidades, donde se desarrollan proyectos de sentido, de felicidad. Este retorno de las éticas de máximos a las comunidades particulares permite que, en el seno de estas mismas comunidades, se den pequeños relatos de sentido, lejos de los grandes planteamientos ideológicos y metafísicos. Las grandes propuestas de máximos, como pueden ser las grandes ideologías de los siglos XIX y XX, han estado siempre al servicio de unas minorías que han dominado sobre los demás. De modo que la ilusión de una ética de máximos intercomunitaria es una utopía, pues siempre supondrá la imposición de una ética particular sobre las restantes. La Ética Civil evita el riesgo de convertir una ética de máximos de una comunidad particular en universal de tal manera que el gran relato de máximos ahogue los pequeños relatos de las distintas comunidades. La Ética Civil, sin renunciar al gran relato (universal), lo convierte en relato de mínimos (en el sentido de ser general y referido a cuestiones consensuadas), y así permite, al mismo tiempo, que existan múltiples relatos de sentido vinculados a las distintas comunidades particulares. 6. Otras éticas de mínimos Cabe decir que la propuesta de Ética Civil que acabamos de exponer no es la única. Existen otras, si bien pueden resultar excesivamente minimalistas. Como, por ejemplo, la presentada por H. T. Engelhardt5[5]. Este autor propone una ética mínima basada en el «principio de permiso». Este principio tiene la virtud de permitir la convivencia entre personas muy distantes, desde el punto de vista de valores éticos («extraños morales», los llama él). De modo que esta propuesta permite la existencia de comunidades particulares, cada una con su ética particular y sin interferencia alguna entre ellas. Cuanto más extrañas sean las comunidades o los individuos, más podemos apreciar la virtud de esta propuesta. Otras propuestas pretenden concienciar a la población para que elabore unos principios éticos compartidos a partir del factor miedo, a saber, a las amenazas de desastres ecológicos a que conduciría un relativismo ético. Así, por ejemplo, H. Jonas, frente a los peligros de las nuevas tecnologías, propone un nuevo imperativo categórico de la conducta humana: «Obra de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la tierra, o, expresado negativamente: obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de esa vida, o simplemente, no pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la humanidad en la tierra»6[6]. Otros aplican una vía negativa buscando aquellos aspectos que serían rechazados de manera unánime, independientemente de la concepción acerca del bien que uno pueda tener. Como, por ejemplo, la vía propuesta por Partha Dasgupta: «Mi idea es que, estudiando una forma extrema de malestar (ill- 41 being), podemos obtener una comprensión del bien-estar (well-being)».7[7] Resulta más fácil buscar un consenso, mediante el diálogo, sobre los males radicales. E. García Valdez, que defiende esta vía, propone que los pasos para buscar los males que evitar deberían satisfacer dos requisitos mínimos: «1) No lesionar la razonable pluralidad de todo agente. Los principios morales no prescriben comportamientos supererogatorios que impongan a sus destinatarios sacrificios propios de un santo o de un héroe. Así, por más que uno respete a los demás, privilegia su propia vida (...). 2) No dar lugar a situaciones de privilegio más allá de una razonable parcialidad. Esta segunda condición impide la aparición de infiernos egoístas, en donde la satisfacción de nuestras necesidades y deseos se realice a costa del sacrificio de las demás personas. En terminología más común, la propia realización como persona -que siente unas necesidades, unos deseos- ha de ser compatible con la realización, también, de los demás miembros de nuestra especie».8[8] Estas dos condiciones se aproximan a dos principios, el uno referido a la no-maleficencia en el ámbito personal, y, el otro, referido a la justicia en el ámbito comunitario. Otros, como R. Petrella, proponen, desde la economía, «cuatro contratos sociales» que deberían ser asumidos por todos los ciudadanos. El objetivo de estos contratos sería estimular el desarrollo mundial de la forma más aceptable, desde el punto de vista social, humano, económico, medioambiental y político. Estos contratos consisten en el desarrollo de unos principios que deberían ser compartidos: principios de eficiencia, de responsabilidad, de pertenencia y de tolerancia universal. Estos cuatro contratos serían: 1) "acerca de las necesidades básicas" (para superar la desigualdad), 2) "cultural (tolerancia y diálogo entre culturas), 3) "democrático" (con vistas a un gobierno mundial), 4) "de la Tierra" (por un desarrollo sostenible).9[9] Como podemos ver, en la discusión entre los filósofos se dan distintas variantes, que son un reflejo de las dificultades que conlleva la construcción de una ética común, aunque sea de «mínimos». A pesar de eso, ahora es más necesaria que nunca, para hacer frente a los retos que tenemos planteados como humanidad. Dialogar para ir encontrando «derechos consensuados» puede acercar posiciones, a la vez que generar valores compartidos que permitan afrontar colectivamente los retos que se nos plantean. Y la gran ventaja de consensuar sólo mínimos es el respeto a la diversidad de valores culturales y de éticas de máximos. Creemos que es la alternativa más humanizadora, pues valora a todos los hombres y mujeres, y, a la vez, tiene la modestia de no responder a una mentalidad uniformadora que cree poseer la verdad y la solución de los problemas. Esta propuesta, al requerir participación, pretende asegurar que las soluciones sean para todos, y que los más débiles (bien sean personas, territorios o culturas) no resulten perjudicados en el nuevo escenario mundial. 42 4. Ética Civil y moral cristiana En este último capítulo presentamos cómo se sitúa una ética religiosa (por consiguiente, de máximos) como la cristiana frente a la propuesta de la Ética Civil o de mínimos. Cualquier otra ética de máximos, religiosa o no, también debería explicar cómo se sitúa en un mundo éticamente plural. Creemos que la comunidad cristiana podría tomar, en principio, dos alternativas: permanecer cerrada en el gueto de sus seguidores o, si pretende realmente tener una presencia eficaz en la sociedad plural, entrar en el juego del diálogo propuesto por la Ética Civil. Otras «posibles» alternativas pasarían por la conversión de todos a su propuesta, o bien por imponer, mediante la fuerza, la propuesta ética. Recordemos que la Ética Civil se presenta como una ética laica, es decir, que, a diferencia de la religiosa o de la laicista, no hace referencia alguna a Dios. Así pues, es perfectamente articulable con las éticas religiosas dentro de una sociedad pluralista. La Ética Civil reconoce que en la vida ética de las personas hay unos mínimos que compartimos todos los humanos y unos máximos de los que ella no puede disponer. Estos mínimos comunes son exigibles a todo el mundo. En cambio, los máximos son presentados como una invitación por parte de los diferentes grupos, comunidades y religiones. 1. En diálogo Si los cristianos queremos compartir, con los demás hombres y mujeres, cuestiones éticas, en esta sociedad plural y fragmentada, la única forma de hacerlo es que nos presentemos con la idea de que todos podemos compartir unos mínimos, a fin de asegurar que podamos convivir. Entre todos, podemos buscar estos mínimos, estos valores éticos. El proceso dialógico será una forma de diálogo, en donde los cristianos, junto con todos los hombres y mujeres, intentarán construir un mundo mejor, tal como propuso el Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes: «Sin embargo, la Iglesia, al mismo tiempo que rechaza totalmente el ateísmo, profesa sinceramente que todas las personas, creyentes y no creyentes, deben contribuir a una eficaz construcción de este mundo en el que todos vivimos, lo cual es imposible sin un auténtico y prudente diálogo» (n.21). «Por fidelidad a la conciencia, los cristianos se unen a los demás hombres para buscar la verdad y resolver tantos problemas morales como surgen, no sólo en la vida individual, sino también en la social» (n.16). A su vez, el Parlamento Mundial de las Religiones ha contribuido al tema de la creación de una Ética Mundial elaborando, en el año 1993, una declaración ética acordada, a fin de demostrar como las diferentes religiones contienen unos principios éticos comunes. Para el Parlamento Mundial de las Religiones no es posible un nuevo orden mundial sin una Ética Mundial, entendida como un «consenso básico sobre una serie de valores vinculantes, de criterios inamovibles y de actitudes personales básicas. Sin semejante consenso ético de principio, toda comunidad se ve, tarde o temprano, amenazada por el caos o la dictadura, y, los individuos, por la angustia».10[10] Los creyentes deben entrar en el diálogo propuesto por la Ética Civil conscientes de que, por la razón común a todos los hombres y mujeres -inspirada por la presencia del Espíritu-, podemos irnos acercando a la verdad. Dios, para los creyentes, no está ausente de nuestro mundo, de nuestra realidad; por lo tanto, debemos considerar este diálogo entre distintas concepciones éticas como una huella de Dios, que quiere que su Reino sea de todos y para todos. A lo largo de la historia de la humanidad, Dios ha ido manifestando progresivamente cual era la forma más humanizadora de vivir. En otras palabras, Dios ha respetado, en su Revelación, la progresividad del aprendizaje humano. Si Dios lo ha aceptado así, nosotros, que creemos en Él, debemos aceptar que el descubrimiento de las verdades, en este diálogo, es un proceso lento, en el que se llegará a verdades parciales; incluso tolerando acciones que los creyentes consideramos como males. 43 2. Iglesia en diálogo Los cristianos no podemos recluirnos en un gueto, encerrados dentro de nuestra comunidad de creyentes; debemos salir al exterior, a fin de proclamar la Buena Nueva, y debemos escuchar a los demás para aprender, ya que la nueva humanidad ha de ser construida entre todos. Este planteamiento es posible, pues los cristianos vivimos de una fe que afirma que el Espíritu de Dios está presente en cada hombre y en cada mujer, y en toda la realidad de nuestro mundo. Creemos que recluirse dentro de la comunidad de fe sólo puede responder a una inseguridad ante el mundo, o a una visión muy negativa acerca del mundo (que no forma parte de su comunidad), como si el bien, o la misma presencia del Espíritu, se encontraran únicamente dentro de ella. La aceptación de esta propuesta moral por parte del creyente tiene mucho que ver con la concepción teológica de fondo sobre la Pneumatología y la Revelación. De este modo, determinadas posturas teológicas más escépticas sobre la presencia del Espíritu en el mundo, o con la visión de un mundo excesivamente marcado por el pecado, o que niegan que la razón de todo ser humano pueda llegar a alcanzar el bien sin gozar de una fe explícita en Dios, difícilmente considerarán positiva la propuesta de la Ética Civil. La aceptación del diálogo debe suponer, también, a nivel intraeclesial, una comunidad presidida por la comunión. Sólo de este modo podrá dar testimonio de una nueva manera de entender el diálogo, en un mundo en el cual éste ha sido muchas veces manipulado. Recordemos unas palabras de Pablo VI: «La Iglesia debe dirigirse hacia un diálogo con el mundo en el que le ha tocado vivir. La Iglesia se convierte en palabra, mensaje, diálogo» (Ecclesiam Suam, núm.73). La comunidad cristiana, en su vida interna, debe estar presidida por un diálogo amoroso que sea capaz de amar a quienes no piensan de manera similar11[11], en donde los valores éticos sean mostrados y comunicados, y no impuestos. Al mismo tiempo, una comunidad que cree sinceramente en el diálogo debe tener fe en la presencia del Espíritu en todas las realidades del mundo; en otras palabras, debe ver el mundo, no sólo impregnado de pecado, sino grávido del Espíritu Santo12[12]. Debe ser una Iglesia que tenga más fe en el Espíritu Santo, y en la cual tal vez sea necesario elaborar una nueva manera, más pneumatológica, de entender la Iglesia. 3. Verdad y tolerancia Los creyentes deberíamos aceptar que mediante el diálogo sólo se puede llegar a unos mínimos y que, en algunas ocasiones, hay que tolerar el mal, que no es visto como tal por los demás. Esta tolerancia no debe ser presentada exclusivamente como un mal menor, como la imposibilidad de conseguir el bien de una manera total. En otras palabras, la tolerancia es un reflejo del amor al prójimo, renunciando a imponer las propias verdades y respetando que los demás todavía no hayan captado el valor que se defiende. Para el creyente, esta tolerancia no debe representar ninguna claudicación, ya que el diálogo debe proseguir; es decir, hay que seguir profundizando hasta conseguir que los mínimos se vayan ampliando. El creyente debe convencerse de que, hasta que no se dé una comunidad ideal de diálogo, los resultados serán siempre provisionales. El creyente debe entrar en este diálogo convencido de que no dispone de toda la verdad13[13], y consciente de que, muchas veces, en la historia de la moral cristiana, se han defendido posturas que no eran propiamente de Ley Natural (en cuanto a principios inmutables se refiere), sino que se habían hecho pasar, como Ley Natural inmutable, leyes ligadas a costumbres o a culturas. Las cuestiones éticas que preocupan a la humanidad pueden resultar el marco a través del cual la ética cristiana se muestre al mundo al resto de comunidades particulares- como portaestandarte de un proyecto humanizador para todos. Por todas estas razones, la moral cristiana debe encontrarse a gusto en medio de una propuesta ética que la impele a dialogar con todos los hombres y mujeres, y que respeta su propuesta de máximos y deja que dicha propuesta pueda vivirse dentro de una comunidad de creyentes. A menudo, el problema no es la 44 imposibilidad de encontrar un principio compartido, sino el discernimiento posterior, para ver si una situación nueva entra o no dentro del principio. Todo el mundo estaría de acuerdo con el respeto a la igualdad humana y con el respeto a la persona (aceptando que la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU no sea cuestionada y sea considerada como un contenido mínimo de la Ética Civil), pero, ¿podemos intervenir sobre el genoma humano para otorgar más facultades (físicas o psíquicas) a la especie humana? Esto ya es más difícil de argumentar... 4. Ética Civil y Ley Natural Aceptar la propuesta de la Ética Civil es retomar la intuición de fondo de la Ley Natural, una idea clásica de la moral cristiana. Tomás de Aquino, al sistematizar el paradigma de la Ley Natural, afirma que todo el mundo, haciendo uso de la razón, puede captar los grandes principios de esta Ley, en el conocimiento de los cuales no puede haber error ni ignorancia. En cuanto a los principios inmediatamente derivados de estos primeros principios, Sto. Tomás cree que únicamente puede haber error en unos pocos casos. Creemos que los contenidos mínimos, consensuados, de la Ética Civil se mueven, de manera análoga, al menos en el segundo nivel (conclusiones inmediatas de los primeros principios). Para esta Ética Civil, aquellos individuos que no hayan entrado en el consenso serán vistos de una manera análoga a como Sto. Tomás consideraba a quienes no llegaban a aceptar las conclusiones inmediatas de los grandes principios. En tiempos de Sto. Tomás, era excepcional que los individuos no aceptasen estas conclusiones inmediatas; hoy en día, en cambio, no es así. El diálogo, propuesto por la Ética Civil, será el instrumento para ir buscando, entre todos los individuos, el consenso sobre determinadas cuestiones. Siguiendo la analogía con el pensamiento de Sto. Tomás, él nos diría que el diálogo sería el instrumento mediante el cual los individuos que no aceptan estos principios podrían salir del error o de la ignorancia o del dejarse llevar por sus pasiones, de tal manera que serían conducidos a su aceptación. En cambio, la Ética Civil concibe el diálogo como una convergencia, de tal forma que todos se aproximan a la verdad, no sólo quienes todavía no han entrado dentro del consenso. De este modo, también los individuos que ya han consensuado una cuestión han de estar dispuestos a dejarse interpelar y, posiblemente, a modificar los acuerdos, cuando se incorporen al diálogo nuevos individuos. 5. Ética Civil y moral cristiana Por consiguiente, la propuesta de la Ética Civil posibilita que los cristianos participen en la construcción de una moral común mínima, a fin de enfrentarse a los problemas comunes de nuestra sociedad. Y así, la ética cristiana, cuando entra en juego con la Ética Civil, no niega en absoluto sus orígenes. Al mismo tiempo, los cristianos vivirán, dentro de la comunidad de fe, sus ideales de vida plena. Estos ideales jugarán un papel crítico para con los mínimos que vive la sociedad, de tal forma que impelerán a los cristianos a continuar el diálogo para ir ampliando estos mínimos. Esta propuesta de mínimos no ha de ser para los cristianos toda la moral que ellos viven, sino la moral común a todos los hombres, creyentes o no. Siempre hemos hablado de la moral mínima de forma tal que se insista en su cualidad de ser mínima, pero pensamos que las formulaciones que se nos han dado distan de ser unos mínimos, ya que no son cumplidas por todos los países que las han aceptado, como puede ser el caso de la Declaración de los Derechos Humanos. En la práctica, estos mínimos todavía resultan máximos, para muchos. El cristianismo no puede renunciar al hecho de que su dimensión ética se abre más allá de quienes comparten su misma fe. El proyecto de Jesús anuncia una fraternidad universal; de ahí que, desde sus comienzos, las comunidades cristianas tuvieran un afán por dar un testimonio comprensible y entusiasta. De este modo, su estilo de vida fue admirado y considerado, por parte de los paganos, como algo que valía la pena. La teología cristiana fundamenta esta universalidad en el hecho de que todos los hombres y mujeres han sido creados a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1,26) y, por lo tanto, hay algo que podemos compartir entre todos los humanos. 45 Conclusiones La aceptación de la ética mínima no debe suponer la disolución de la ética cristiana, que es una ética de máximos. En primer lugar, por el hecho de que los consensos conseguidos serán siempre provisionales (tal como acepta la Ética Civil), y, por lo tanto, las distintas «comunidades de máximos» no deben renunciar a ampliarlos. La Ética Civil, como hemos dicho, debe entenderse como una ética en proceso, en continua reelaboración y perfeccionamiento. Y éstos vienen movilizados, por un lado, por los nuevos retos y problemáticas que van apareciendo, y, por otro, por la «éticas de máximos» que conviven en nuestra sociedad. En segundo lugar, para la Ética Civil son muy importantes los consensos, pero también los disentimientos, pues estos son los que permiten que el proceso del diálogo no se detenga, en la búsqueda de la verdad. Una ética de máximos como la cristiana, en un momento dado puede representar una fuerza de disentimiento, dentro del colectivo plural de una Ética Civil. La aceptación de los mínimos, como ya hemos dicho, supone la tolerancia y la aceptación de determinadas cuestiones que pueden ser consideradas por los cristianos como un mal. Pero esta tolerancia no debe significar la claudicación de los máximos, ni la imposibilidad de proseguir el diálogo. Un cristiano vivirá aceptando una ética civil de mínimos, pero sin renunciar, en el diálogo, a proponer sus propios ideales. A veces, bajo forma de un leal disentimiento. Quienes han hecho avanzar la sociedad han sido siempre personas que han quebrantado los consensos sociales. Los profetas han sido personas que han roto los consensos, lo cual les ha llevado a un enfrentamiento con el statu quo. Enfrentamiento que, a menudo, ha concluido con la eliminación del profeta. Pero las ideas de los auténticos profetas perduran, y, a la postre, se imponen. Las generaciones posteriores recuperan la figura del profeta e incluso lo mitifican o canonizan. Son, pues, precisamente, estos profetas quienes hacen avanzar el proceso dialógico, porque jamás se detiene. Por ejemplo, si nadie hubiera quebrantado el consenso, todavía hoy, inclusive los cristianos, aceptarían la esclavitud. Que quede claro que cuando hablamos de disentir y de romper el consenso no nos referimos, en ningún caso, a una acción desde la fuerza y el poder, sino desde el testimonio. Jesús de Nazaret rompió el consenso religioso a través del testimonio, del servicio y de la debilidad, y no desde la fuerza y el poder. Su ejemplo ha sido seguido por muchos profetas que eligieron la denuncia de las injusticias desde el servicio y la no-violencia: «El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10, 45). El disentimiento, pues, debe expresarse en la tolerancia y el testimonio. La manera de hacer comprender a los demás los valores de determinadas prácticas o maneras de obrar propias de los cristianos deberá priorizar siempre el testimonio. El amor que pide Jesús para con el prójimo supone que uno debe encarnar de manera coherente, en su propia vida, los valores que defiende. Sólo así serán vistos y apreciados como valores, y no como imposiciones. El diálogo, el ejemplo y el servicio son las formas más adecuadas de expresar el amor al prójimo en nuestro mundo. Así, por ejemplo, una comunidad como la cristiana, que no acepta el aborto, debería mostrar claramente de qué manera da valor a la vida humana desde el momento de la concepción: acogiendo y ayudando a las madres sin recursos, a las madres solteras, y ayudando a la planificación familiar. Estas acciones tienen hoy en día no sólo un valor humanitario, sino también un valor profético, que denuncia una injusticia a la vez que anuncia el valor de la vida humana, de la maternidad y la paternidad. De esta manera, pues, se hace posible la convivencia en una sociedad plural, respetando la pluralidad de concepciones éticas, sin renunciar a los propios valores y convicciones morales. Aceptando una cierta base ética común, a la vez que comprometiéndose activa y lealmente en el proceso del consenso ético, desde la fuerza que moviliza la fe, en la comunidad creyente. 46 Notas 14[1] Los paraísos de los filósofos, de Marx, de J. Habermas, de los contractualistas (Hobbes, Locke, Rousseau, Nozick...), de J. Rawls, respectivamente. 15[2] Ver la campaña iniciada por Oxfam: www.oxfam.org.uk./cutthecost 16[3] Seguiremos a dos autores cualificados de esta línea, el uno desde el campo de la filosofía, A. Cortina, y el otro desde la teología, M. Vidal 17[4] Estas reglas son enunciadas por J. Habermas, Conciencia moral y acción comunicativa, Barcelona, Península, 1985, p. 110-113. Según Habermas, han sido establecidas por R. Alexy en Eine theorie des praktischen Diskurses, in W. Oelmüll (comp), Normenbegründung, Normendurchsetzung, Paderbom, 1978. 18[5] . H.T. Engelhardt, Los Fundamentos de la Bioética, Paidós, Barcelona, 1995 19[6] H. Jonas, El principio responsabilidad, Barcelona, Herder, 1995, p. 40. 20[7] Partha Dasgupta, An Inquiry into Well-Being and Destitution, Oxford, Oxford University Press, 1993, p.8 21[8] García Valdez, E., Acerca de la universalidad de los derechos humanos y su posible fundamentación, en Los derechos humanos en un mundo dividido, Fórum Deusto, Bilbao, Universidad de Deusto, 1999, p. 109-110. 22[9] Grupo de Lisboa (dir. R. Petrella), Los límites de la competitividad. Cómo se debe gestionar la aldea global, ed. Sudamericana, Buenos Aires 1996, (pp. 187-201). 23[10] Hacia una ética mundial. Declaración del Parlamento de religiones del mundo, H. Kung: K. J. Kuschel eds, Madrid, Trotta, 1994, p.23. 24[11] L.G. núm. 37. 47 25[12] Algunos discursos del magisterio de la Iglesia, castastrofistas o mostrando excesivamente las cosas malas de la sociedad actual, aun sin negar que puedan responder a la realidad, muestran implícitamente una Iglesia que mira al mundo con miedo, y, a la vez, puede transmitir la impresión de que no participa de este pecado, y de que no sabe apreciar las cosas buenas que el mundo ha encontrado a partir de su autonomía. 26[13] En este punto, podemos ver cómo la Ética Civil se presenta como distinta a la propuesta de la Ley Natural de Sto. Tomás. Éste habla como quien dispone de la verdad, ya que las variaciones eran presentadas, como hemos dicho, como fruto del error, de la ignorancia o de un dejarse llevar por las pasiones. Sólo acepta que, en algunos casos, dichos principios no son aplicables en un caso concreto. El caso concreto no niega la validez del principio, sino que uno ve que, si se aplicara, iría en contra de uno de los primeros principios, que jerárquicamente se encuentran por encima de estas conclusiones inmediatas. Sto. Tomás nos pone el ejemplo del deber de devolver los bienes a sus amos, cuando uno sabe que con ellos se atacará a la patria. El principio, según el cual se deben restituir las cosas a sus amos (conclusión inmediata de los grandes principios) no se aplicaría en un caso concreto, porque se observa que iría en contra del gran principio: Haz el bien, evita el mal o de actuar en conformidad con la razón (S. Th. I-II, q. 94, a. 4, c.). Por lo tanto, podemos afirmar que la Ley Natural tenía como objetivo llegar a la unidad moral, ya que partía del presupuesto de que la moral era única. 48 FE Y JUSTICIA EN LA EDUCACIÓN Gabriel Codina 1. Introducción: Maduración de la problemática Fe y Justicia en América Latina 2. Capacidad de la Institución Educativa para educar en la Fe y la Justicia a) videtur quod non (parece que no) b) sed contra est (pero es que sí) 3. Los Contenidos de la Institución Educativa: a) Los contenidos b) Los pobres como contenido c) La Fe como contenido d) La justicia como contenido 1. La Justicia de la Institución Educativa 2. Mensaje de Justicia 3. Aprendizaje de Justicia 4. Conclusión 49 Este Cuaderno recoge la conferencia que el autor dio en Sucre (Bolivia), el abril pasado, en un encuentro de Delegados Provinciales jesuitas de América Latina. Aunque el trabajo está dirigido a un público jesuita y utilizando documentación de la Orden, creemos también que solamente con cambios mínimos es aplicable a otras situaciones. Gabriel Codina, jesuita catalán, nacido el 1938, trabaja en Bolivia desde 1954. Está vinculado desde siempre al mundo de la educación, como docente, director de escuelas, Delegado Provincial de Educación, etc. Actualmente es coordinador regional de las Escuelas Fe y Alegría. 50 1. INTRODUCCIÓN: MADURACIÓN DE LA PROBLEMÁTICA DE FE Y JUSTICIA EN A.L. Una vez más' una reunión de educadores jesuitas de América Latina (desde ahora A.L. en el texto) se plantea el problema de Fe y Justicia en la Educación. En los 10 años largos que nos separan de la CG XXXII (1975), que fue la que definió la misión de la Compañía de Jesús dentro de las coordenadas de Fe y Justicia, no ha habido institución educativa que no se haya interrogado seriamente sobre los alcances de una y otra en el ámbito de la Educación, y que no haya tratado de profundizar sobre esta problemática, y tomar decisiones en esta línea. El tema, por consiguiente, no es nuevo para ninguno de nosotros. Tanto a nivel de Provincias como de instituciones educativas en particular, se ha llegado a síntesis más o menos logradas y a opciones operativas de diverso alcance. Fe y Justicia, de tanto hablar de ellas, casi parecen a ratos un estribillo rutinario o una frase hecha, que sale obligatoriamente en todas nuestras planificaciones, idearios, filosofías educativas, charlas, conferencias, artículos, reuniones y seminarios. Sin embargo, más allá de todo ritualismo, y sin desconocer el real peligro de habituarnos a las palabras que nos acecha, Fe y Justicia siguen teniendo vigencia. Y, por mucho que hablemos y escribamos de ellas, el tema no está de ninguna manera agotado, ni en la teoría ni mucho menos en la práctica. Tiene todavía sentido el cuestionarnos sobre la vivencia de Fe y Justicia en nuestras instituciones educativas, y tratar de desentrañar todas sus implicaciones y los compromisos a que deben llevarnos. Esta exposición no pretende ninguna presentación original del tema. Trataremos simplemente de tocar algunos aspectos que pueden ayudarnos a avanzar en la reflexión, en esta espiral de profundización que empezó el año 1975, con el famoso Decreto 4.o. Procuraremos centrar nuestra reflexión en lo referente a los contenidos de la institución educativa, en el sentido más amplio que daremos más adelante al concepto de ''contenidos,,. Será bueno, para comenzar, recoger 108 hitos de la reflexión sobre Fe y Justicia que nos han precedido. No partimos en absoluto del punto cero. La espiral de reflexión arrancó hace muchos años, y por cierto mucho antes de la CG XXXII, al menos en A.L. Hay un enfoque latinoamericano de Fe y Justicia, bastante diferente del que existe en otras Provincias o Continentes, precisamente porque en A.L. el problema y el tema se platearon mucho antes que en otras partes, y con tonalidades muy específicas. No estará de más tener presente la trayectoria de Fe y Justicia en A.L., y en la Compañía de A.L., y seguir el hilo que nos ha llevado al presente nivel de reflexión y de maduración. 1. Existen varios documentos o acontecimientos, unos generales, otros propiamente latinoamericanos, que se anticiparon al Decreto 4. , y de alguna manera lo prepararon o lo reforzaron. Para no remontar demasiado lejos, podríamos partir de la "Populoram Progressio" (1967) . Es cierto que la Encíclica utiliza todavía el término "cuestión social", como en los buenos tiempos en que la fórmula "doctrina social de la Iglesia" parecía como la respuesta cabal a todos los problemas de la sociedad y el tema obligado de nuestras clases de sociología. El mismo concepto de desarrollo que describe la PP se presentaría hoy de otra manera. Pero no cabe duda que la Encíclica presenta ya un enfoque estructural del problema de la Justicia en el mundo (1). 2. Con seguridad, el acontecimiento latinoamericano más importante en la reflexión sobre el problema de la Justicia fue Medellín (1968). No obstante, meses antes de Medellín, en el ámbito de la Compañía hubo un hecho muy significativo que marcó época en todas nuestras instituciones educativas: la famosa "Carta de Río " (mayo 1968), dirigida por los Provinciales de A.L. reunidos con el P. General Pedro Arrupe. También el lenguaje 51 es propio de la época ("los marginados", el "apostolado social", "los abandonados"). Pero su denuncia valiente sobre "las injustas estructuras sociales de 108 países latinoamericanos", su invitación a desplazar "una parte de nuestras fuerzas apostólicas hacia la masa innumerable y creciente de 108 abandonados", la persuasión de que "la Compañía de Jesús en A.L. necesita tomar una clara posición de defensa de la justicia social", el afirmar la urgencia de que Colegios y Universidades "acepten su papel de agentes activos de la integración y la justicia social en A.L.", todo ello rompe moldes. La Carta de Río leída hoy resulta en eco anticipado del Decreto 4.0. Es cierto que el tema de la Justicia resalta más que el de la fe, como en otros documentos posteriores. Pero hay que reconocer que, en A.L., es el clamor de la injusticia y de los pobres el que interpela a la Fe, y adquiere así históricamente cierta prioridad cronológica en la dialéctica Fe-Justicia. La Carta de Río no se quedó en la mera teoría. Nuestros Colegios— recordémoslo—se tomaron en serio el "servicio social" propuesto por Río como condición para graduarse. En un momento de serio cuestionamiento a nuestras instituciones educativas, dentro y fuera de la Compañía, éstas recogieron el reto de reconvertirse, se comprometieron en la línea de ser factores de cambio social, y descubrieron en este compromiso su misma razón de ser. 3. En agosto del mismo año 1968, Medellín marca un nuevo hito para la Iglesia de A.L. y para la Iglesia universal . El mismo método inductivo empleado en la Conferencia, en que se parte de la realidad concreta de A.L., para iluminar esta realidad a la luz de la fe, y desde allí diseñar las orientaciones pastorales, se sale de los esquemas clásicos en este tipo de documentos. No sólo en el documento "Justicia", sino en todos los demás, Medellín inaugura una nueva manera de abordar las relaciones entre Iglesia y Mundo, no a partir de la doctrina, sino de la realidad. El nuevo enfoque es de capital importancia para una metodología de Fe y Justicia en nuestras instituciones educativas. Partir sólo de 108 principios nos lleva a disquisiciones estériles, en las que tantas veces hemos caído, donde sólo en la teoría se logra la síntesis. Es preciso partir de la realidad. 4. En octubre-noviembre de 1971, el Sínodo de los Obispos trata de la "Justicia en el Mundo ". Sus expresiones sobre Justicia y Educación, con sus críticas alusiones nada veladas al "orden establecido" y al "sistema educativo vigente", y a la transformación de la sociedad que debe operar la educación, resultan realmente sorprendentes y hasta revolucionarias en un documento de este género (2). (Recuerdo muy bien el respaldo que nos dio en Bolivia el documento del Sínodo, en tiempos de dictadura militar, en 108 años 70, cuando nos apoyábamos en él para citarlo textualmente y denunciar, no sin cierto temblor en la voz, que la educación no podía hacer al hombre "objeto de manipulaciones, ni por parte de 108 medios de comunicación, ni por parte de las fuerzas políticas". No digamos el impulso grande que supuso Medellín y su "educación liberadora", en aquellos tiempos en que la frase era tan sospechosa como hoy la de "teología de la liberación"...). 5. En diciembre de ese mismo año 1971, Gustavo Gutiérrez publica precisamente su "Teología de la Liberación". El impacto que causa su libro como marea ascendente irá creciendo y avanzando con los años. El reflujo llega también al terreno de las instituciones educativas, que se ven otra vez cuestionadas ahora desde el ángulo teológico: el hombre nuevo, la dimensión política del Evangelio, la pobreza y los pobres... 6. Ese mismo diciembre—año fecundo el de 1971—, otro acontecimiento, esta vez jesuítico, deja una huella profunda. El Seminario sobre el Apostolado Educativo de la Compañía de Jesús en A.L., realizado en Oaxtepec (México). La célebre ponencia de Pablo Latapí sobre Justicia y Educación, levanta un revuelo que durará años. Es la época en que Iván Illich, en Cuernavaca, y Everett Reimer arremeten contra la vaca sagrada de la escuela, y en Bolivia el escritor y ex Ministro de Educación Mariano Baptista Gumicio publica su libro de titulo iconoclasta y provocativo "Salvemos a Bolivia de la Escuela" (3). 52 La Tesis de Latapz irrita y escandaliza, y las instituciones educativas, bastante cuestionadas ya y vapuleadas de todo lado, vuelven a recibir una nueva andanada que les toca en carne viva. Pero Oaxtepec, se quiera o no se quiera, hace pensar y marca época. Una reflexión seria sobre Educación y Justicia Estructural, ya no podrá prescindir en adelante de Oaxtepec y de la tesis de Latapi. 7. Pero el precursor del tema Fe y Justicia en la Educación, es sin lugar a dudas el P. Pedro Arrupe, sobre todo en su ponencia magistral en el Congreso de AA.AA. de Valencia (1973). Las palabras del General señalaron el camino que iba a tomar la Compañía un año y medio más tarde. No hizo falta la CG XXXII para que muchos de nuestros ex alumnos y adictos empezaran a distanciarse de la Compañía. 8. Cuando en 1975 aparece el Decreto 40, se desencadena en toda la Compañía un proceso de reflexión y una efervescencia que durará hasta nuestros días. Hay que reconocer que el tema de Fe y Justicia no cae como nuevo en A.L. ni despierta la misma sorpresa que en otras partes. El terreno ya estaba preparado. Los acontecimientos señalados, y sobre todo la misma realidad punzante de A.L., habían favorecido un notable avance en la reflexión. Pero quedaba mucho por hacer. Después de la CG XXXII, la espiral de profundización se acrecienta. El tema FeJusticia se aborda por primera vez a nivel latinoamericano en la Reunión de Educación SJ de A. L. Septentrional (Bogotá, julio 1975) . Se constata entonces que, en la práctica, Fe y Justicia no están integradas, y se pide una base teológica más sólida. Meses más tarde, la Asistencia Meridional (Santiago, diciembre 1975) acusa la misma deficiencia y propone la necesidad de un mayor esclarecimiento de la relación Fe-Justicia aplicada al campo educacional. Finalmente, en la reunión plenaria de las dos Asistencias (Lima, julio 1976), la deseada profundización teológica llega. Esta vez será Ignacio Ellacuría quien remueva el auditorio con su enfoque de Fe y Justicia en la perspectiva de la Teología de la Liberación. En adelante, la reflexión sobre Fe y Justicia en la Compañía de A.L. no podrá ignorar la Teología de la Liberación en su enfoque, cosa que no ocurre en otras áreas de la Compañía. Hay un matiz propiamente latinoamericano en el tratamiento de la problemática de Fe y Justicia (4). Vendrá después Puebla (1979), que presenta la injusticia como un desafío a la evangelización. A nivel de Compañía, se institucionaliza el intercambio y la información entre educadores jesuitas desde el Secretariado de Educación (Reunión de Educación Secundaria, Roma 1980. Primer CIAE-SJ, Puerto Rico 1982. Segundo CIAE-SJ, Roma 1984. Reuniones Regionales de Delegados de Educación). En los documentos oficiales de la Compañía, tanto del P. General como otros, se pone en guardia ante las polarizaciones simplistas (sobre todo en favor de la Justicia y en desmedro de la Fe), y cierta inquietud ante las derivaciones que Fe y Justicia parecen tomar especialmente en A.L. Sin duda, la promoción de reuniones como la presente no es ajena a esta preocupación de unificar criterios y diseñar orientaciones comunes en la Compañía de A.L. Basta leer las actas de esas reuniones internacionales, para darse cuenta que los aportes están muy teñidos de la problemática de cada país, como es lógico y que, sin pretender establecer ningún tipo de comparaciones, salta a la vista que A.L. tiene un bagaje y una vivencia que datan de mucho tiempo atrás. Ciertamente, no partimos de cero, y mucho se ha avanzado, sobre todo en A.L. No vale la pena detenernos en esfuerzos de síntesis y en discusiones sobre el modo como Fe y Justicia se implican e integran mutuamente; o si en el cumplimiento del Decreto 40 adolecemos de cojera de "justicia con fe" o de "fe con justicia" (5). Damos por supuesto que hemos superado, al menos teóricamente, todo dualismo y dicotomía, y que aceptamos que se trata de una misión única de la Compañía, en que Fe y Justicia se contienen recíprocamente Descartamos lo que se ha dado en llamar la "islamización" de la imagen de 53 Dios, en la que la fe se utiliza como motor de una guerra santa en favor de los pobres y en contra de toda clase de injusticia, opresión o discriminación (ó). De la misma manera, rechazamos una imagen de la fe desencarnada y etérea, sin compromiso con la realidad. Siempre que en adelante utilicemos cualquiera de los dos términos, Fe-Justicia, damos por sobreentendido que una y otra se toman en forma inclusiva y global. 54 2. CAPACIDAD DE LA INSTITUCIÓN EDUCATIVA PARA EDUCAR EN FE Y JUSTICIA Puestos a considerar la relación entre instituciones educativas y Fe-Justicia, el problema de fondo que salta inmediatamente es el de la capacidad de la institución educativa de educar para la Fe y la Justicia. La tesis de Latapí de los años 70, merece ser tomada en cuenta, para no hacernos falsas ilusiones a partir de un supuesto cuestionable sobre las posibilidades de la institución educativa. Tal vez hace 10 años éramos más críticos y cautos que ahora. La virulencia en contra de la institución escolar nos hizo entonces más lúcidos y quizás en cuanto a sus defectos y limitaciones. Hoy, calmada en gran parte la tormenta, y en régimen de posesión pacífica, nos preocupa más la manera de hacer frente a la disminución de efectivos, y cómo incorporar a los laicos: y damos a veces por probada la que sigue siendo materia contenciosa. ¿Puede una institución educativa educar para la Fe y la Justicia? ¿Hasta qué punto? Recojamos a modo de beneficio de inventario las razones en pro y en contra, al menos para aclarar en qué marco nos movemos. Al estilo de las disputaciones medievales, catalogaremos los argumentos en dos series. a) "Videtur quod non" (parece que no) La respuesta a la pregunta no depende de la buena voluntad de los educadores, ni de la claridad meridiana de nuestros idearios, sino que constituye un problema global de la estructura social. La educación es dependiente tanto respecto al sistema político, como al económico y cultural. Desconocer esto es ignorar los mecanismos y presiones que se ejercen sobre la institución educativa, y la mordaza de la estructura social sobre ella. Sonar en la institución educativa para una transformación de la sociedad en la línea de la Justicia—y consiguientemente de la Fe—constituye una posición idealista, como si el fenómeno educativo estuviera al margen de la realidad y fuera perfectamente autónomo y controlable; o una posición voluntarista, al atribuir a la educación y a los educadores un poder milagroso que no tienen. Queda claro que son muy estrechos los límites en que la educación (no sólo formal) puede inducir cambios estructurales en favor de la Justicia (7). La escuela nunca estará en la vanguardia de las conquistas sociales toda vez que su cambio está directamente ligado al medio social y político (8). Los valores que traen los alumnos a nuestras instituciones educativas, los intereses de los padres de familia, los influjos de la sociedad y de los mass media sobre nuestros alumnos, por no hablar de los condicionamientos políticos, económicos y culturales ya mencionados, deben hacernos abrir los ojos para no magnificar los limitados y reales márgenes dentro de los que nos movemos, y no sobrestimar nuestras fuerzas (9). Como en un gigantesco dispositivo de contaminación valoral, la sociedad mantiene viciado el aire que inhala la misma institución educativa, por más que ésta crea respirar aire puro. E1 mismo P. Pedro Arrupe en su famoso discurso a los antiguos alumnos sostiene: ''No olvidemos que, aunque la raíz del reino de la injusticia está en nosotros mismos (...) esa injusticia está asentada estructuralmente en el mundo, con independencia objetiva de cada uno de los hombres. Más aún, que no podemos cambiarnos hasta las últimas consecuencias, si no cambiamos nuestro mundo" (10). En este contexto, resultan falsas, o por lo menos ambiguas, ciertas buenas intenciones que no son sino ''soluciones,' reformistas, a las que muchas veces cedemos, para cubrir con visos de Justicia lo que es simple parche (11) . Son superficiales, y hasta 55 cierto punto burdos, los dilemas de cambiar la clientela de nuestras instituciones educativas—ricos-pobres—, y de dejar a unos por otros para curarnos en justicia. 0 de cambiar formas institucionales de educación, por formas no institucionales. 0 de pasarnos de la educación privada a la pública. 0 de abandonar las élites tradicionales por las masas. En el fondo de todas estas aparentes soluciones late el mismo problema: la contaminación de la injusticia estructural lo invade y lo infecta todo, y no hacemos sino cambiar de posición, encerrados en el mismo recinto. En esta misma línea habría que clasificar ciertas falacias, como la de la integración de clases, olvidando que las clases ''altas" acaban siempre prevaleciendo, y las ''bajas" mimetizándose y dejándose absorber. La gratuidad de nuestros centros (becas, pensiones diferenciadas, etc.), que deja intactos los principales factores de desigualdad, que son exógenos a la escuela. La igualdad de oportunidades educativas, que suena a mito o a sarcasmo, cuando se piensa en la aguda desigualdad de las oportunidades no educativas (12). Los ideales de excelencia académica y de selección del alumnado en función de la capacidad de cambio, que se convierten en una nueva y sutil discriminación. Todos estos esfuerzos a nivel ''micro", denotan excelente voluntad, nos crean buena conciencia y nos tranquilizan; pero no llegan ni a hacer parpadear al sistema, que es incluso capaz de fomentar y alentar este tipo de experiencias, que en fin de cuentas no le inmutan en los más mínimo. El pecado original subsiste. A nivel ''macro", la injusticia estructural sigue en pie. Desde la perspectiva del Evangelio, cabría todavía preguntarnos si esta justicia es mayor que la de los escribas y fariseos, que se cuelan el mosquito y se tragan el camello. Desde el punto de vista ignaciano, nos podríamos preguntar si no es el 20 binario clásico. Mientras no se atente a los puntos vitales de la injusticia estructural, todos los intentos de justicia ''descafeinada,, se estrellarán contra la mole de la estructura, que seguirá impertérrita. En fin, ¿podrá realmente la institución educativa educar para la Fe y la Justicia? A juzgar por este tipo de análisis, ''videtur quod non,,... b) "Sed contra est" (pero es que Sí) No nos creamos tan contaminados, tan alienados y en situación de pecado, que no podamos resurgir. Desde el punto de vista evangélico, el reconocimiento de nuestro pecado y de nuestra impotencia, es el comienzo de la revelación de la Justicia de Dios. No será poco el empezar por reconocer nuestros límites y condicionamientos, nuestra situación de pecado estructural e individual. Pero el determinismo que apuntan los argumentos anteriores, no es absoluto. No neguemos la posibilidad de Salvación. La liberación arranca precisamente de la opresión y esclavitud de Egipto, del desierto y del exilio. Para no caer en el idealismo del preso que sueña estar libre, analicemos un poco los argumentos en defensa de la posición contraria. Si la educación acusa una fuerte dependencia de la sociedad, no hay que pensar que esta dependencia sea en sentido único. La relación de subordinación entre educación y sistema socio-económico ''no es tal que resulte imposible actuar, si no sobre el conjunto al menos sobre tales o cuales elementos del conjunto,, (13). Determinar los alcances de este desigual juego de dependencias, es de capital importancia para precisar las posibilidades y condicionamientos de nuestra acción transformadora. Es cierto que la institución educativa paga un elevado tributo, a veces de servilismo, a la sociedad. Pero al propio tiempo guarda un secreto poder liberador. Al fin y al cabo, nuestras instituciones tratan con hombres: y el hombre, en comunidad, es el único que puede torcer el curso de la historia y adueñarse de él. No hay que olvidarlo: los líderes de la Independencia salieron de las escuelas y universidades de sus mismos colonizadores. No se puede impunemente educar a un 56 hombre. Y aunque las estructuras sean paralizantes, y los márgenes a través de las cuales se puedan inducir cambios estructurales sean muy angostos, el sistema tiene fisuras. Hay todavía resquicios, espacios libres donde el aire es puro. Se pueden ejercer ciertas fuerzas en el sentido de una renovación de las estructuras y de los contenidos de la educación, de modo que ésta pueda concurrir a las transformaciones sociales. Sin tener por ello que caer en el “reformismo” (14). No se puede, por tanto, descalificar sin más a la institución educativa en sus intentos de promover la Fe y la Justicia. Ni hay que pensar que cualquier experiencia ''micro,, sea un paliativo inútil. Raro será que en nuestros países una revolución global arrastre consigo a la educación, al estilo de lo ocurrido en Cuba o Nicaragua. Pero siempre será posible educar desde el cautiverio, elaborando la esperanza y los mecanismos necesarios para el momento de la ruptura liberadora (15). Desde el ángulo cristiano, si es cierto que el Señor vino a traer la Buena Nueva a los pobres y a anunciar a los cautivos su libertad, no hay que creer que, precisamente por ser pobres y cautivos, no puedan ser liberados y liberar. No por estar en el destierro dejaremos de sembrar los campos, plantar viñas y construir casas, mientras cantamos a la liberación y trabajamos por ella. Otros quizá recogerán lo que sembramos y cosecharán la libertad. Argumentos a favor, argumentos en contra. Dejemos a esta misma reunión criticar y analizar unos y otros, para deducir qué tesis se prueba y qué tesis se invalida. O qué aspectos de una y otra tesis son válidos o falsos. En cualquier caso, no podemos presuponer lo que todavía está por probar, ni menos actuar en forma ingenua o simplista. Por nuestra parte, damos por probado que la institución educativa, con todas sus salvedades, puede ser plataforma para el servicio de la Fe y la promoción de la Justicia. Si no fuera así, esta exposición debería concluir aquí mismo... 57 3. LOS CONTENIDOS DE LA INSTITUCIÓN EDUCATIVA a) Los contenidos Dentro de los límites que acabamos de señalar, es posible enfocar ya el problema de los contenidos de la institución educativa. Plagiando a MacLuhan podríamos empezar diciendo que el contenido es el continente. Continente Latinoamericano, en primer lugar, que es el escenario donde se desarrolla nuestra acción educativa de Fe y Justicia. Si nuestro punto de partida debe ser la realidad, y nuestro método el inductivo, convendremos en que no es lo mismo Fe y Justicia en A.L., que Fe y Justicia en otros Continentes y hemisferios. El telón de fondo será nuestra realidad sufriente y angustiosa, la de los hombres y mujeres de nuestro pueblo, la de la deuda externa impagable, la de las frágiles democracias y últimas dictaduras, la que describen Medellín y Puebla, y la que vemos en la calle y en el campo cada día. Ser cristiano hoy en A.L. no será lo mismo que el ser cristiano de un Hans Kung en Europa, porque la realidad y los desafíos son distintos. El contenido-continente podríamos identificarlo también bajo tres notas características que, a mi juicio, vienen a resumir todo un conjunto de constantes de la realidad latinoamericana: la pobreza, la injusticia, la creencia o fe cristiana. A.L. es un Continente de pobres, un Continente de creyentes, un Continente donde la injusticia se ha instalado. Desde estos tres ángulos' y en forma necesariamente esquemática, enfocaremos los contenidos. b) Los pobres como contenido Si la institución educativa debe dar una respuesta a la realidad, en una primera lectura de la realidad de A.L. resalta inmediatamente la presencia de los pobres. El primer contenido de la educación deben ser los pobres. No es el momento de disertar sobre la prioridad de los pobres en el Reino, la opción preferencial pero no exclusiva—sutil distinción—por los pobres, la dignidad de los pobres, etc. Existe una abundante literatura, sobre todo en los últimos años, que ha tocado más que ampliamente el tema. No trataremos este aspecto. Los pobres como contenido de nuestra educación, significa que nuestro proyecto educativo debe estar hecho en función de los pobres, desde la perspectiva de los pobres, teniendo a los pobres en el centro y no en la periferia, como generalmente ocurre. Nuestra educación debe ser claramente asimétrica. El problema de fondo no es con qué clientela trabajamos (esa trampa que más arriba hemos apuntado) , sino nuestra mentalidad. Un proyecto educativo que trata de anunciar un orden nuevo donde los últimos son los primeros, los poderosos son derribados de sus tronos y los hambrientos son saciados, mientras que los ricos son despedidos con las manos vacías, significa una inversión de estructuras muy seria, una verdadera subversión, al estilo del Magnificat. Quienes acuden a nuestras instituciones, profesores, alumnos, familias, colaboradores, deben comprender muy bien que estamos en función de los pobres y que nuestro compromiso prioritario son ellos, cualquiera que sea nuestro público. Tal vez no podremos todos vivir entre los pobres, ni menos como los pobres, ni podremos todos trabajar con los pobres: pero sí decididamente para los pobres. Sin que esto signifique de ninguna manera una coartada fácil para guardarnos las espaldas y justificar nuestro trabajo con los ricos so pretexto de pobres. Al contrario, es necesaria una auténtica metanoia, y, en la práctica educativa, una verdadera revolución copernicana. La causa de los pobres es un absoluto, y esto determina que nuestra educación, con todas las distinciones de inclusión y no exclusión que se quieran alegar, está polarizada hacia el lado de los pobres (16). 58 Los pobres, no piadosa sino estructuralmente hablando, deberán aparecer como los que no tienen, precisamente porque otros tienen, como ''producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas,' (17). El oído atento de Dios a los pobres y a su clamor, la defensa que el Señor hace de ellos, la parcialidad que Jesús muestra con ellos, deberán forzosamente reflejarse y traducirse en nuestra educación. Dejemos las aplicaciones prácticas de este cambio de mentalidad a cada uno de nosotros, personal e institucionalmente. Un proyecto educativo de estas características, necesariamente tropezará y tropieza con obstáculos, si nuestros alumnos y colaboradores no participan del mismo espíritu de conversión: ''No trabajaremos, en efecto, en la promoción de la justicia, sin que paguemos un precio,, (18). Este aguijón critico, este peligroso recuerdo de Jesús que es la pobreza, como le llama Rahner (19), siempre será una amenaza para el funcionamiento natural de los poderes de este mundo. Los pobres como contenido no se quedarán en la esfera de las intencionalidades, sino que se plasmarán en hechos concretos: objetivos operativos, planes, programas, contenidos académicos, relaciones institucionales, etc. Si ''la promoción de la justicia es parte integrante de la evangelización,, (20), los pobres no podrán estar ausentes en un anuncio completo del Evangelio y en una pedagogía verdaderamente evangelizadora (21). c) La fe como contenido Nuestro Continente se presenta como un Continente de creyentes. Frente a la increencia de otros Continentes y países industrializados, y ante el encargo de combatir el ateísmo recibido del Papa en la CG XXXl (22), nos quedamos a veces perplejos: ¿hacer frente al ateísmo en tierra de creyentes? Sin embargo, lo cierto es que ésta es también "tierra de infieles,' como la que el Rey temporal invita a conquistar (23) El pecado de ''injusticia institucionalizada,' que niega al hombre su dignidad y sus derechos, ''el culto del dinero, del progreso, del prestigio, del poder,, constituyen una forma de ateísmo práctico que se va extendiendo por toda A.L. (24). Si nuestra institución educativa quiere ser fiel a su misión de promoción de la Fe, deberá recoger el reto de combatir el ateísmo, luchando contra la idolatría y rechazando los falsos dioses, mediante el anuncio de una nueva imagen de Dios. En lugar de un dios perteneciente a la esfera de la otra vida y del más allá, y que cohonesta la injusticia de unos con la resignación y el premio futuro de los otros, es preciso anunciar al Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que quiere la Justicia ya en este mundo y toma partido por los pobres. En lugar de un dios ídolo que no ve ni oye y parece impasible al sufrimiento de los pobres, es preciso proclamar al Dios atento al clamor del pueblo, que se preocupa del pobre y del desvalido y sale por él como su liberador y justiciero. Es necesario derribar las falsas imágenes de Dios que consagran y legitiman la permanencia de estructuras injustas (25). Hay que desenmascarar la imagen del dios ambiguo que está al servicio de los poderosos y justifica sus intereses y privilegios: Dios Patria Hogar, Tradición Familia y Propiedad, In God we trust. El sentido cristiano de nuestro pueblo ha captado muy bien cuál es el Dios verdadero: ''Vos sos el Dios de los pobres - el Dios Humano y sencillo El Dios que suda en la calle - El Dios de rostro curtido" (Misa Nicaragüense). Es preciso hacer una purificación y complementación de la religiosidad popular, que, pese a sus defectos, está más cerca del Dios verdadero que la otra religiosidad. Hay aquí un desafío para nuestra pastoral, nuestra liturgia, nuestra catequesis. El culto debe volver a encontrar su pleno sentido de celebración solidaria de la Salvación de Dios, que se ha acordado de su pueblo en Jesucristo. 59 Es preciso también exorcizar y arrojar los demonios del poder, los ''elementos,,, los ''príncipes de este mundo,,, los posesos de todo orden que nos rodean. La lucha por la Justicia aparecerá así como un exorcismo de todos los demonios de la injusticia (26). Lo mismo se podría decir en cuanto a la nueva imagen de la Iglesia. A la mentalidad de Iglesia de cristiandad, bienpensante y tranquilizante, que legitima el statu y en la que los ricos se sienten a sus anchas, debe suceder una Iglesia profética, la Iglesia de Medellín y de Puebla, que ha hecho su opción por los pobres, se ha puesto a su lado, y comparte su crucifixión y resurrección. Iglesia de comunión y participación, Iglesia, ahora sí, no favorita de los poderosos sino perseguida por ellos, Iglesia sacramento histórico de liberación (27). Una imagen tal de Dios, de la Iglesia, de la Fe cristiana, supone que nuestras instituciones educativas rediseñen su educación de la Fe, como creemos ya se está haciendo. La Fe como contenido, deberá tener esta dimensión profética, nada convencional, inquietante para quienes se han adormecido en el sopor de sus falsos dioses, del culto ritual, del ateísmo disfrazado de cristianismo. La lucha contra este ateísmo ha cobrado ya sus víctimas, y es probable que el martirologio latinoamericano se acreciente con nuevos nombres. Esta es la persecución por la Justicia que Jesús predijo y privilegió con una bienaventuranza. Los perseguidos por la Justicia hoy lo son en nombre de la Fe. d) La Justicia como contenido Como contenido de la institución educativa, podríamos considerar a la Justicia bajo tres aspectos (28): 1.—Justicia de la institución educativa. 2.—Mensaje de Justicia. 3.—Aprendizaje de Justicia. 1.—Justicia de la Institución educativa. La misma institución tiene que empezar por enraizarse en la Justicia y dar testimonio de Justicia, no solamente esgrimiendo la pancarta del ideario o de su filosofía educativa, sino en su práctica. La reunión de Educación Secundaria SJ de Roma (1980) trató ya de este punto (29). El testimoniar de valores opuestos a la sociedad de consumo, la austeridad institucional y personal, el no permitir fiestas, viajes, etc. que desentonen de la realidad de pobreza que nos rodea, el no adquirir instrumentos o aparatos demasiados costosos, a no ser que sea realmente necesarios, etc., son algunos de los ejemplos concretos que allí se propusieron. Se podrá discutir si este tipo de indicadores son los más acertados para plasmar lo que debe ser la Justicia de la institución, o si tienen más de publicitario y llamativo que de realista. Siempre corremos el peligro de quedarnos en la corteza de nuestros 20s. binarios eternos. No obstante, no es poco el que nos hayamos planteado qué podemos y qué debemos hacer. Hace años, el P. Pedro Arrupe ya se preguntaba: ''¿Qué cambios se hacen necesarios en la estructura legal, la organizativa, el proyecto educativo, el cuadro administrativo, sin que con ello se modifique el carácter del Colegio?', (30). Esta es la verdadera pregunta para ir al meollo de la Justicia institucional: la estructura misma de la institución. Ciertos cambios no pasan de una simple ''modernización,,, sin impacto serio en el alma de la institución. Cambios más radicales con frecuencia se estrellan contra sistemas bloqueados o contra miedos profundos, que paralizan e impiden cualquier acción. Es necesario, donde no se haya hecho ya, establecer un análisis institucional de nuestro que 60 hacer educativo, un cuestionamiento de fondo de la intencionalidad real de nuestras instituciones educativas, en función de los pobres y del Decreto 4. No se puede proceder a la ligera en este punto. Cualquier dilettantismo, toda agresividad y apresuramiento pseudo profético, toda falta de respeto a las personas afectadas y a la misma institución, puede ser fatal e irreversible. Pero la necesidad de tal análisis institucional, realizado de la forma más seria y científica posible, es insoslayable. Existen métodos ya elaborados para una crítica institucional, y equipos que tienen experiencia de investigación científica en la materia (31). Muchas Provincias de A.L., entre ellas varias de las aquí representadas, han elaborado y aplicado instrumentos de análisis y métodos de autoevaluación. Sería preciso tal vez, ir más a fondo de la cuestión y tocar los puntos neurálgicos de nuestras instituciones. Anoto una serie de preguntas, a titulo de ejemplo: ¿Qué relación existe entre el trabajo que realizamos y las necesidades reales del medio? ¿Al servicio de qué fuerzas o grupos sociales se ha puesto la institución? ¿Qué mensaje da la institución, o pretende dar, y cómo es percebido? ¿Qué coherencia hay entre las finalidades y los métodos? ¿Qué "producto" queremos obtener, con qué calidad, y cuáles obtenemos' y por qué? ¿Qué tipo de hombre queremos formar, y para qué sociedad, y qué hombres formamos de hecho? Etcétera. Un análisis institucional debe tocar temas tan espinosos y capitales como el del poder en nuestras instituciones, la participación en el poder, la propiedad de la institución, el tipo de relaciones interpersonales, la identidad del grupo, la línea ideológica, los niveles de compromiso requeridos en los implicados en el proceso, la imagen de hombre y de sociedad que se pretende, la utopía creadora. Tampoco en este punto partimos de cero. Mucho se ha hecho en todas nuestras Provincias en esta línea. Sin embargo, probablemente se pueda avanzar más en lo fundamental, diferenciándolo bien de lo que es simplemente lateral o secundario. Dentro de esta perspectiva, y solamente dentro de ella, podremos sin temor a invertir el orden de importancia plantearnos esos temas que crónicamente rebrotan en todas nuestras reuniones y seminarios. Por ejemplo, el problema de la excelencia académica, el de la selección en las admisiones, el de los pobres y la ayuda económica a quienes la necesitan (32). Todos estos planteamientos pueden ser un arma de doble filo, o un simple "contentar el ánima", si no se inscriben en un marco estructural muy nítido, dentro del cual estamos muy conscientes de lo que pretendemos, y nos damos cuenta de las ambigüedades y males menores que toleramos. En definitiva, es la misma institución educativa la que debe cuestionarse en orden a la Justicia, y no para una reforma sino para una verdadera conversión, personal e institucional. 2. Mensaje de Justicia. Nuestras instituciones educativas deben contener una carga muy grande de Justicia en el mensaje que comunican, no sólo con su intencionalidad confesada y con su testimonio, sino con palabras y hechos explícitos. No es necesario para ello recargar los programas o añadir materias especiales (punto en el que en varias reuniones siempre se ha advertido fuerte reticencia; esto demuestra por sí solo la rigidez programática dentro de la que nos movemos). Sí se puede, en cambio, trabajar a partir del curriculum ya existente, para mejorarlo e imprimir en él la intencionalidad de la Justicia. El proceso de mejoramiento del curriculum realizado en EE.UU. por la JSEA, o el trabajo de revisión del curriculum y elaboración de textos efectuado por el CERPE en Venezuela, nos puede dar una pauta de lo que se está haciendo y lo que se puede hacer en este terreno. 61 El curriculum debe incluir en su momento un análisis crítico de la sociedad, por supuesto en forma gradual, para no enfrentar a nuestros alumnos con una problemática que todavía no son capaces de asimilar, o que pueden digerir mal. Los mecanismos cognoscitivos de los adolescentes y de los jóvenes no son como los de los adultos, y sus niveles de razonamiento y análisis son todavía pobres, a pesar de la aparente soltura con que manejan el cúmulo de información de que disponen (33) . Es preciso que se aborde el problema de la injusticia de las estructuras sociales, dando a nuestros alumnos métodos de análisis y pistas de solución. Los métodos para la interpretación de la realidad, no se pueden dejar al azar, ni a discreción de profesores o alumnos. De parte del profesorado, ello supone una filosofía y una metodología acordes con el proyecto educativo de la institución y con la fe cristiana, y la debida lealtad. Se deben conocer los mecanismos generadores de la pobreza, que no es fruto de la suerte, de la desidia o de desajustes sociales imponderables, sino que obedece a causalidades sociales muy precisas (34). Dentro de este análisis de la realidad, se deberá hacer una crítica de las teorías e ideologías que comúnmente se aducen para la interpretación de los hechos, de manera similar a como Puebla critica las visiones inadecuadas del hombre en A.L. (visión determinista, psicologista, economicista, estatista, cientista) (35). Es importante en el análisis de las causas de la injusticia estructural y su interpretación, distinguir entre las causas históricas, coyunturales y estructurales, y descubrir qué ideología sustentan las diversas estructuras. E1 punto de referencia, además de las ciencias humanas, será la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia (36). El Evangelio, como ''poderosa fuente de cuestionamiento" deberá ayudar a un discernimiento sobre las ideologías dominantes en A.L. y los sistemas que en ellas se inspiran (37) . Habrá que evitar el ideologizar el mismo Evangelio, y la tentación fácil de una tercera vía cristiana. Pero será bueno dejarnos interpelar y enriquecer por las ideologías en lo que tienen de positivo, manteniendo la sana distancia crítica que nos da la Fe. Supuesta la realidad candente de A.L., es ineludible que los contenidos programáticos se hagan eco de ciertos temas que están planteados con actualidad dramática. Enumeramos sólo algunos como ejemplo: La propiedad privada y la hipoteca social que pesa sobre ella. La ética individualista en el uso de la propiedad y el destino universal de los bienes de la tierra. E1 recurso a la violencia y la lucha de clases. Las relaciones entre trabajo y capital. Los derechos humanos y las libertades personales, sindicales y políticas. Las relaciones entre personas y economía. Las teorías sobre el poder. E1 método de análisis marxista de la realidad. Etcétera. En una institución educativa enfocada a la Justicia estructural, no será solamente la clase de sociología o de filosofía donde se toquen estos temas. Es la institución toda, por su impregnación doctrinal y por su vivencia práctica, la que irá sembrando criterios, orientaciones, líneas de acción, en clase y fuera de clase, en lo curricular y en lo extracurricular, en su enfoque global, con su testimonio, de todas las maneras posibles. No basta la iluminación teórica, que puede dar lugar a generaciones de teóricos de la realidad y pedantes sin experiencia. La dinámica de una Justicia que brota de la Fe la vivirá toda la institución en la teoría y en la práctica. Esta dinámica supone consecuentemente una educación política seria. La educación de la Iglesia bastante tiempo ha estado recluida en recipientes asépticos, en casi total aislamiento del medio social que la rodeaba, con una concepción maniquea del fenómeno político y una concepción falsamente neutral de la educación. Hoy las instituciones educativas son plataforma de encuentro de ideologías, que se disputan la 62 conquista de las mentes de los jóvenes. Fe y política deben formar parte del mensaje de Justicia que nuestras instituciones deben comunicar. Los contenidos programáticos de nuestras instituciones están, en general, muy condicionados por las disposiciones legales. Sin embargo, existen espacios libres y márgenes elásticos desde los que se puede actuar en la línea de la Justicia estructural, sin forzar artificialmente los objetivos propios de cada materia. Es posible, a partir de los programas, incidir en el cambio valoral de los alumnos, en su mentalidad, en sus actitudes y hábitos, llevándolos a desembocar en el compromiso y la acción. El Documento base de la X Asamblea General de la OIEC (Bogotá, 1978) precisó qué materias y campos se prestan a una educación social y para la Justicia. La escuela maternal y la primaria, por ejemplo, son básicas desde el punto de vista psicológico y pedagógico para desarrollar actitudes y valores en los niños, que se arraigarán muy profundamente. En la enseñanza primaria, el lenguaje, las ciencias sociales (historia, geografía, cultura) y el estudio del medio ambiente son lugar privilegiado para la formación social. En la secundaria, un enfoque interdisciplinar puede dar a todas las materias una relación con la paz y la Justicia, en cuanto abarcan el conocimiento del hombre, de la cultura, de la vida en sociedad, en sus dimensiones históricas y espaciales. En la enseñanza superior, donde está más marcada la especialización, la dimensión de la Justicia se realizará sobre todo bajo el ángulo de la investigación y la perspectiva profesional (38). Por referirnos en concreto a algunas materias más significativas, la historia deberá estudiarse y presentarse no desde el lado de los vencedores únicamente y de los que alcanzaron el poder, sino también desde su reverso: los oprimidos, los vencidos y colonizados de todos los tiempos, los pobres, los campesinos. Sugerente enfoque a las puertas de la celebración del 5.o Centenario (39). El estudio de la geografía no podrá prescindir de los problemas relacionados con las ambiciones expansionistas de los imperios, los intereses económicos, el control de las materias primas, las fuerzas hegemónicas de las metrópolis, los mecanismos de las multinacionales. La literatura, especialmente los clásicos y la actual novela latinoamericana, deberá superar la visión costumbrista y técnica para penetrar en la estructura social y la mentalidad de nuestro pueblo. Incluso las materias científicas, puras o aplicadas, pueden prestarse a una educación para la Justicia, sin necesidad de extrapolarlas de sus objetivos, aunque no fuera más que a través del rigor lógico, la observación de los fenómenos, la investigación, la experimentación. No hablemos de materias como la filosofía, la sociología, la economía, cuya relación con la problemática de la Justicia es inmediata (40). En fin, la ''cura personalis" tan propia de la Compañía, la atención a la persona y al grupo, y el seguimiento de la evolución que cada uno vaya experimentando, es insustituible. Hay que acompañar de cerca el proceso de maduración y crecimiento, ayudar a asimilar, interiorizar, reaccionar. Se trata de una verdadera dirección espiritual y un discernimiento al estilo del de los Ejercicios, para "sentir y conocer las varias mociones que en el ánima se causan: las buenas para recibir, y las malas para lanzar" (41). 3. aprendizaje de Justicia No basta la toma de conciencia, si no va acompañada de la práctica. Conocer los mecanismos que generan la injusticia, diagnosticar las causas y los hilos secretos que manejan la telaraña de las estructuras injustas que nos aprisionan, no es todavía "hacer" la Justicia. Como en el caso de la Fe sin obras, no hay verdadera conversión a la Justicia si no 63 hay obras de Justicia. No tiene sentido que los hombres cambien en sus corazones, si las estructuras permanecen intactas. Ya Medellín puntualizaba que hombres nuevos y estructuras nuevas van a una (42). En la línea de Paulo Freire, podríamos decir que la conciencia no se transforma con cursos o discursos, sino por la acción de los hombres sobre el mundo. En un movimiento dialéctico de vaivén, teoría y práctica, práctica y teoría, modifican tanto la conciencia como la realidad. Esta praxis—reflexión y acción—es el verdadero camino del aprendizaje (43). La vida sólo se capta en la experiencia de vida, no en la teoría de la vida. Se podría encontrar cierta similitud con la frase de Ignacio: ''no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente" (44), donde el sentir sería la experiencia. De ahí la necesidad de experiencias concretas de la realidad de los pobres, inmersión en el mundo de los pobres y de la injusticia, para ir aprendiendo a hacer la Justicia. El principio clásico de que ''no se salva sino lo que se asume,,, tiene aquí una aplicación práctica muy concreta. Esta solidaridad real con los pobres la debemos experimentar en primer lugar los propios jesuitas, y todos los jesuitas. Como expresa la CG XXXII, la solidaridad con los oprimidos y los que llevan una vida dura no puede ser asunto de unos pocos, sino que debe caracterizar la vida de todos, tanto en el plano personal como en el comunitario e incluso institucional (45). Sólo así, después de una experiencia personal de la realidad de la injusticia podremos invitar a nuestros alumnos y colaboradores a dar el paso. Toda teoría que no se compruebe y avale por la realidad, resulta en fin de cuentas estéril. Buenos son los programas de servicio social, y las experiencias que todos tenemos en esta materia son muy positivas. Pero no hay que descuidar el enfoque estructural de los problemas y de las soluciones. Hay muchos niveles de experiencia, desde la sorpresa y el susto del que se zambulle por primera vez en un mundo desconocido e insospechado, pasando por reflexiones generales y primarias, hasta el nivel del mayor compromiso, análisis, investigación, y opción de orden cristiano y político. Es importante no mezclar ni confundir los niveles, y respetar el grado de maduración de la persona, de acuerdo a su evolución psicológica y su capacidad de captación y posibilidad de respuesta. No todos tienen "subiecto", ni todos pueden ser sometidos por igual al mismo tipo de experiencias. Olvidar las leyes que rigen este proceso, y querer quemar las etapas, puede llevar a frustraciones y crispaciones inútiles, cuando no al profetismo agresivo o al heroísmo suicida. Los "termocéfalos", que quieren precipitar la revolución y lanzarse a cambiarlo todo de la noche a la mañana, son tan peligrosos como los cobardes que nunca creen llegado el momento de dar el primer paso. El problema, a mi modo de ver, no está tanto en que no nos decidamos a lanzar a los jóvenes a programas de servicio y experiencias fuertes de injusticia, sino en que los lanzamos y no los acompañamos suficientemente, o los abandonamos a su suerte. Cuando ellos quieren ir más lejos de lo que había previsto, y nos damos cuenta de que nos hemos adentrado demasiado en un campo que escapa a nuestro control, los dejamos en alta mar mientras nosotros nos batimos en retirada, considerando que no es propio de los religiosos cruzar con ellos la frontera de las opciones políticas concretas. Es duro escuchar el reproche de que nosotros los hemos empujado, y nos hemos quedado en retaguardia. Para no cometer errores irreversibles, o pecar de cobardía, es preciso planificar bien este tipo de experiencias, medir sus alcances, evaluar—reflexión en la acción—, acompañar, prever, y al menos orientar para las etapas que van más allá de donde nosotros podemos ir. Debe quedar muy claro cuál es el tipo de compromiso del religioso y del laico en el terreno político. 64 Este género de problemática no se presenta tanto con los alumnos de Colegio, sino sobre todo con los exalumnos y colaboradores cercanos, y cada vez con mayor conflictividad. Faltaría ver si nuestro pecado en este punto es más por exceso o por defecto. El método del ver-juzgar-actuar, enmarcado en la reflexión-acción de que hemos hablado, parece el más apropiado para este tipo de aprendizaje de la Justicia a través de experiencias de inserción. El caminar con los pobres, como nos pide la CG XXXII, no es nada sencillo (46). El aprender de ellos, el aceptar recibir de ellos, el no adelantarse a su paso, el dejarse evangelizar por ellos, supone mucha paciencia y humildad. En este aprendizaje con el pueblo no hay más camino que el Éxodo, la larga marcha (47). Hay que aprender la travesía con los oprimidos, para renacer como hombres libres, liberándose los unos con los otros. Y la marcha no se hace en la conciencia, sino en la historia, en el desierto real y polvoriento de la opresión compartida y vivida. El aprendizaje de la Justicia pasa por el misterio de la Encarnación, igual que Cristo se encarnó en nuestra realidad de pecado. El hombre-para-los-demás propuesto por Arrupe, lo es con-los-demás y en-la práctica. Siempre acechará el peligro de que esta experiencia del mundo de los pobres resulte un hecho aislado, que produjo su impacto en un momento dado, pero que luego se esfumó para "volver a la normalidad". Tal tipo de experiencias no integradas en la vida, acaba por no tener ninguna significación. Volvemos a la dicotomía teoría-práctica, trabajo intelectual-trabajo manual, reflexión-acción y hasta Fe-Justicia, desmembradas y sin sentido al privárseles de su globalidad. La experiencia de integración debe continuarse permanentemente. 65 4. CONCLUSIÓN Preguntarse sobre la posibilidad de que la institución educativa eduque en Fe y Justicia, equivale a preguntarse si es posible vivir el Evangelio en este mundo, si es posible hacer presente el Reino, precisamente en los dominios del príncipe de este mundo, que opera la injusticia. Es preguntarse si es posible vencer el pecado y el mal. Creer que sí es posible educar en Fe y Justicia, es creer en el poder de Dios, que es mayor que todo, es creer en Jesucristo Salvador, en el misterio de la Encarnación, en que el Magnifilcat ha empezado ya a cumplirse. Nada hay en todo ello de ilusión o idealismo ingenuo. Como la mirada de las Tres Personas Divinas sobre la redondez del mundo se convierte en Redención, nuestra contemplación se hace acción. Contemplando nuestro mundo nuestro mundo latinoamericano, a la manera de Ignacio, sentiremos una vez más el llamamiento de Cristo a la acción, ''conmigo" y ''como yo". Nuestra contemplación lo es en-la-acción-de-laJusticia. Sucre, abril de 1986. 66 NOTAS (1) Populorum Progressio, n. 3. (2) La Justicia en el Mundo, Sínodo de los Obispos (1971), n. 51. (3) Mariano Baptista, Salvemos a Bolivia de la Escuela, La Paz, Los Amigos del Libro, 1973. (4) Reunión Latinoamericana de Educación, en: CERPE, n. 3, Caracas, 1976. (5) Francisco lvern S.J., El futuro de Fe y Justicia, en: Promotio Justitiae, n. 28, marzo 1983, p. 25. (ó) Josep Vives, S.J., El ídolo y la voz. Reflexiones sobre Dios y su Justicia, en: La Justicia que brota de la Fe, Sal Terrae, Santander, 1982, p. 63. (7) Pablo Latapí, Justicia y Educación. Las relaciones estructurales de la educación con la economía y la política, en: Que la llama no se apague, Educ International, Roma, 1972, p. 57 -71. (8) CIEC, Metodología para una Educación en la Justicia, Documento Preparatorio al XIII Congreso Interamericano de Educación, Bogotá, 1978, n. 0.ó. (9) Oaxtepec, Reflexiones de un grupo de jesuitas sobre el apostolado educativo en América Latina, México, 1971, n. 1 (Diagnóstico). (10) Pedro Arrupe, S.J.,La promoción de la Justicia y la formación en las Asociaciones de Antiguos Alumnos, en: Iglesia y Justicia, Actas del X Congreso de la Confederación Europea de Asociaciones de AA. de Jesuitas, Valencia, 1973, p. 112-113. (11) Pablo Latapí, op. cit., p. 70. (12) Oaxtepec, n. 3.1.2. (13) Edgar Faure y otros, Aprender a Ser, La educación del futuro, Alianza-UNESCO, Madrid, 1973, p. 120. (14) Edgar Faure, op. cit., p. 120-121. (15) Leonardo Boff, Teología desde el Cautiverio, Indoamerican Press, Bogotá, 1975, p. 23. (16) Josep Ma. Rambla, S.J., Espiritualidad Cristiana en la lucha por la Justicia, en: La Justicia que brota de la Fe, Sal Terrae, Santander, 1982, p. 188-189. (17) Puebla, 30, 1208, 1209. (18) CG XXXII, d. 4.o, n. 46. (19) Karl Rahner, S.J., Palabras de Ignacio de Loyola a un Jesuita de hoy, Sal Terrae, Santander, 1979, p. 17. (20) CG XXXII, d. 4., n. 30. (21) Evangelii Nuntiandi, n. 25, 27, 29, 30. (22) CGXXXI, d.3.;cf .CGXXXII, d.4.,n.O19. (23) Ejercicios Espirituales, n. 93. (24) CG XXXII, d. 4.o, n. 29. (25) CG XXXII, d. 4.o, n. 26. (26) José I. González Faus, S.J., Jesús y los demonios, en: Fe y Justicia, Sal Terrae, Santander, 1981, p. 87, 91. (27) Víctor Codina, S.J., De la modernidad a la solidaridad, CEP, Lima, 1984, p. 90-101. (28) cf. Que la llama no se apague, Educ International, Roma, 1972, p. 163-164. (29) Education SJ n. 31, enero-abril 1981, p. 35. (30) Education SJ, n. 30, oct-dic. 1980, p. 8. (31) cf. Michel Séguier, Crítica Institucional y Creatividad Colectiva, Una Introducción a la Autoevaluación, México, 1976. Y los trabajos publicados por el INODEP, de París. 67 (32) Education SJ, n.o 31, enero-abril 1981, p. 33, 35; n. 40, enero-febrero 1983, p. 9, 10, 11, 12. (33) Robert J. Starratt, S.J., Sembrando Semillas de Fe y Justicia, JSEA, p. 16. (34) Puebla, 1160. (35) Puebla, 304-315. (36) Gregorio Iriarte, Esquemas para la interpretación de la realidad, SENPAS, 2a. ed., La Paz, 1985, 150-151. (37) Puebla, 535-557. (38) OIEC, La Educación social de los Jóvenes en la Escuela, Bruselas, 1978, p. 47. (39) Cf. La interesante publicación de Xavier Albó, S.J. y Josep Barnadas, La cara campesina de nuestra Historia, UNITAS, La Paz, 1981. (40) Metodología de una educación en y para la Justicia, XIIICongreso Interamericano de Educación Católica, Santo Domingo 1980. CIEC, Bogotá, 1980, p. 95-96. (41) Ejercicios Espirituales, n. 313. (42) Medellín, Justicia, 1,3. (43) Carta Pastoral sobre Educación, Conferencia Episcopal de Bolivia, La Paz, 1971, n. 54. Paulo Freire, Las Iglesias, la Educación y el proceso de liberación humana en la Historia, La Aurora, Buenos Aires, 1974, p. 12. (44) Ejercicios Espirituales, n. 2. (45) CG XXXII, d. 4.O, n. 48. (46) CG XXXII, d. 4.O. n. 50. (47) Paulo Freire, op. cit., p. 25. ---------------------------------------------------------------© Cristianisme i Justícia, Roger de Llúria 13, 08010 Barcelona Telf: 93 317 23 38;Fax: 93 317 10 94 espinal@redestb.es; www.fespinal.co octubre 1986 68