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¿ LOS CATOLICOS SE HAN DADO CUENTA ... ?
Los acontecimientos dolorosos siguen su curso en este siglo. En el ámbito local lo sucedido en una
escuela de Patagones con la muerte de varios jóvenes; luego el asesinato de un comerciante de productos
agrícolas; las muertes por suicidio, desnutrición, abortos o sin causa aparente; sumados a tantos otros
motivos de dolor en familias enteras del campo o de la ciudad: desencuentros entre padres e hijos,
drogadicción en el hogar y en los colegios, secuestros extorsivos, organizaciones delictivas de todo tipo,
piratería, venta de menores, trata de blancas, perversión y degeneración del sexo, corrupción en los
poderes del Estado, etc., descriptos con lujo de detalles en los medios cotidianos de comunicación, parecen
confirmar una era de intranquilidad y desasosiego en nuestro país y en el mundo entero.
Recientemente
el fallecimiento del Sumo
Pontífice pareció provocar una sacudida enorme en la comunidad internacional sin distinción
de razas o credos.
La muerte de un Papa no debería ser más
dolorosa que la de cualquier ciudadano común;
al contrario, por tratarse de un hombre que se
ha consagrado a Dios parecería más lógico
que el consuelo de los que lo lloran tendría que
producirse en forma más natural, ya que presupone precisamente una santa muerte de
quien detenta tan magna jerarquía.
Sin menoscabo de quienes verdaderamente
se sintieron muy apenados, llama poderosamente la atención la enorme divulgación de
escenas de desconsuelo y adhesiones de tantos personajes de toda condición, cuando se
sabe que hay muchos que siempre demostraron su enemistad o estuvieron enfrentados con
la Iglesia Católica de antes del Concilio Vaticano II, y aun después.
Hay en todos estos sucesos como una sinrazón, perceptible en el ambiente que respiramos todos los días. Algo confuso que turba y
desorienta los espíritus.
Es como si conviviera con la sociedad un
despropósito que se manifiesta en la lógica, en
el discernimiento, en la inteligencia, en el juicio,
en el entendimiento, en la comprensión, en el
razonamiento y en los argumentos de la vida
social.
El hombre moderno, junto con el dolor y
sufrimiento provocados por la muerte, o la pobreza extrema o la miseria, parece aceptar la
corrupción de las costumbres, el lujo y los placeres mundanos, la destrucción de la familia, el
vicio y la degradación de la cultura, como si
fuera algo normal y sin importancia.
Y erige falsos dioses e ídolos, engendra
legisladores y educadores corruptos o incapaces, elige como ciudadanos ilustres a los audaces, se manifiesta con un arte malsano y decadente, idolatra a exégetas de falsedades y
acepta una engañosa religiosidad que aquieta
su alma, mientras se hunde en el ruido y la vorágine buscando “paz”.
Existe un doble juego en el que se evidencia
una adhesión total a las cosas mundanas
mientras se pretende ser fiel a Jesús.
Se implementa una técnica de acomodamiento del Evangelio a la conciencia de cada
uno, en tanto las costumbres se vuelcan al demonio.
Los católicos progresistas aparentan ser
ahora una gran mayoría, cuando en realidad en
las últimas décadas han huido a otras religiones o sectas en forma masiva, y ha cundido un
indiferentismo absoluto sobre las verdades de
la Iglesia y tradición católicas.
La mayoría de los jóvenes no tienen religión, pero se unen en loas al Papa desaparecido, junto a los que siempre fueron sus enemigos declarados: masonería, judaísmo, islamismo, protestantismo.
Y al mismo tiempo que lloran desconsolados se identifican con los errores siempre condenados: el divorcio, la educación pública sin
religión, la pluralidad de principios éticos y morales, la libertad de conciencia, las misas profanas, los sacramentos sacrílegos, la pareja
como expresión máxima del amor libre, y el
futuro de los hijos encadenado a una instruc-
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ción sin religión verdadera ya que todas son
aceptadas, aún las más depravadas.
Y para las prácticas religiosas se han acostumbrado a buscar entre los sacerdotes a los
que sean más piadosos, o los que doblen su
rodilla ante un supuesto altar, o que no den la
comunión en la mano, o que no permitan el
desorden y ruido en el templo, o parezcan más
santos.
¿Es la nueva Iglesia Católica, surgida del
Concilio Vaticano II con el consentimiento,
aprobación y puesta en vigencia por parte de
este Papa que acaba de morir y sus dos predecesores, un camino de espiritualidad, o una
confusión de ideas sacrílegas y cismáticas?
El Sacerdocio en una comunidad, “enseñaban los viejos catecismos”, representa la autenticidad de la Iglesia Católica y el ejemplo viviente de lo que significa la vida sobrenatural plantada sobre el mundo terreno.
“El Orden Sagrado, es el sacramento instituido por Jesucristo para que aquellos hombres
que sientan vocación para consagrar sus vidas
a Dios, puedan acceder, si es dignamente recibido, a la Gracia Santificante, que los convertirá en hijos de Dios y herederos del Cielo.
Es el Misterio y Juramento que les permite
ser cristianos por su Fe y estar ofrecidos a su
santo servicio, teniendo la potestad de ejercitar
los sagrados ministerios por estar impreso en
sus almas el carácter de Ministros de Dios.”
¡Ministros de Dios! ¡Que dignidad tan
grande! ¡Cuánto más si se trata de la máxima
jerarquía!
Su representatividad y misión son imprescindibles para los creyentes modernos, tanto
como para el pundonor y honra de quienes recibieron las prédicas del catecismo antiguo, y
de las “vidas de miles de santos y mártires del
pasado”.
¡Cómo ha sido pisoteada y utilizada esa
dignidad!.
Un Sacerdote Católico, el más modesto de
los sacerdotes, debería merecer el máximo
respeto por la legitimidad de su función; de él
tendríamos que esperar la máxima sabiduría y
la guía segura para no equivocar nuestro rumbo y orientar nuestras vidas según las enseñanzas de nuestra doctrina católica, esa doctrina y liturgia que ahora, modificadas, descatolizadas, desacralizadas y desacreditadas, se ha
convertido en burla de sus oponentes.
No debería ser motivo de idolatría, como
representante de Dios, por sus acciones terrenas y posiblemente demagógicas.
Al sacerdote nuevo le han inculcado que la
vida terrenal, no la sobrenatural, es más importante para resolver las miserias humanas.
Por eso le han quitado la sotana, otrora
símbolo de vida interior y de pureza.
Lo han popularizado para hacer que él se
acerque al pueblo y comparta con el pueblo de
cualquier condición y credo, su hambre, su falta
de vestiduras, sus pecados.
La salvación eterna, la vida sobrenatural ya
no existe. No se predica ni se enseña, Los defectos humanos pertenecen a todos, también al
sacerdote.
Lo han expuesto a ser presa fácil de los lobos del materialismo ateo, a quienes pretende
convertir con el trato chabacano, la confianza
del tuteo, el amiguismo decadente y el falso
ecumenismo.
No lleva su prédica a combatir los errores
sino a compartirlos.
No practica la humildad, sino que la ostenta.
No da el ejemplo, sino recibe el ejemplo de
los fieles y trata de disimularlos e identificarse
con ellos.
No lo han preparado para luchar sino para
claudicar a todas las opiniones y costumbres
aunque sean de otras religiones o de otras
idiosincrasias.
No es indignidad que un modesto sacerdote se una a su gente, al contrario, es una buena muestra de su deseo de reunir a los fieles,
en estos días en que los fieles no se acercan a
la Iglesia; sí lo es, que se apropie de su mundanidad, de su lenguaje inculto y de su vestimenta insolente.
Es deshonroso de la representatividad de su
investidura y del rango a que se subordina.
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¿Será católica esta Iglesia postconciliar, o
es la deformación de la Iglesia verdadera por
la obra destructora de la masonería judaica y
del ateísmo liberal y socialista, implementada
desde mucho tiempo atrás, y que pretenden
justificar y garantizar con este multitudinario y
póstumo aplauso a su representante máximo
ante Dios?
¿No es mediante la oración, la penitencia y
el ejemplo como la Iglesia y sus seguidores
hubieran logrado la asistencia del Espíritu Santo para lograr el bien espiritual de sus fieles, en
lugar de tanto populismo sectario, ficticio y vanidad pública?
¿Cuáles son los frutos de las reformas litúrgicas y doctrinarias que logró el Concilio Vaticano II con su tan difundido ecumenismo?
¿Cuál es la paz que se consiguió en el
mundo?
¿Se disipará esta niebla por sí sola para lo
que es suficiente sentarse y esperar?
¿O deberíamos, los católicos, ilustrarnos en
la verdadera Fe, la de los Pontífices y Santos
que durante dos mil años lucharon, rezaron,
hicieron infinidad de sacrificios y hasta dieron
sus vidas por defender a la única religión verdadera?
¿Tendremos el valor que nos pide la Iglesia
para salvaguardar la moral y cultura que nos
han despojado los mismos que desde sus ideologías lloran al que abrió las puertas al error?
¿Vendrán, por fin, tiempos en que el sacerdote católico lleve bajo el brazo aquel catecismo que enseñaba a confesar los pecados, individualmente, para conseguir el perdón de Dios
y alcanzar la gracia necesaria para salvar el
alma?
¿Y a rezar la “penitencia”, el santo rosario y
demás oraciones con la unción y devoción que
otorga el arrepentimiento de las culpas y su
reparación?
¿Y que grite desde el púlpito que el pecado
mortal más perverso en nuestra época es el
adulterio, cometido con el divorcio y la cohabitación en pareja?
¿Y no menos graves el orgullo, la vanidad,
la lujuria, no solo practicadados, sino vistos y
aceptados en la televisión, cine, diarios, revistas, libros y en los espectáculos populares?,
¿así como la avaricia, la envidia, la pereza, la
homosexualidad y en fin, todos los vicios y degeneraciones humanos actuales?
¿Los católicos no se atreven a gritar estas
verdades para no ofender al “hermano”, o por
temor a que los tilden de dogmáticos, autoritarios, opresores y fundamentalistas, en tanto los
verdaderos fundamentalistas, déspotas y dictadores siguen construyendo una sociedad con
niños sin inocencia, adolescentes y jóvenes sin
guía ni ejemplos y futuros viejos decadentes y
libertinos?
Algunas reflexiones de los católicos de antes y de siempre nos ayudarán a comprender
estos momentos de incertidumbre.
Escribe el Rdo. P. Andrés. Morello S. J. M. :
(“Jesucristo es la Verdad Suprema”)
“La revolución mundial, guiada por Satanás y
puesta en ejecución por sus hombres, destruyó las
monarquías católicas en el siglo XIX y debió esperar hasta el s. XX para clavar su puñal en la Santa
Iglesia, eso suponía una lenta corrupción de su
doctrina, un relajamiento de sus costumbres y la
corrupción de su clero y de las ordenes religiosas”.
“El encuentro de Asís, el segundo suscitado por
Juan Pablo II, es una consecuencia lógica del pensamiento modernista que controla e inunda a Roma
y a la Iglesia. La religión ya no es la única fundada
por N. S. Jesucristo. La religión es para los hombres de la Roma de hoy lo mismo que “el sentimiento religioso”. Basta con que haya sentimiento
religioso para que haya religión y que la misma sea
verdadera. Esto explica los pedidos de perdón blasfemos y la admisión de rezos a cualquier falsa divinidad; quizás la mayor burla jamás concebida a la
sangre de los Mártires cristianos. Pensar que San
Hermenegildo prefirió morir antes que comulgar de
manos de un obispo arriano. ...”
Citado en “Sociología Cristiana”( J.M. Llovera )–
“ En el plan divino, determinó Dios restaurar en
Cristo el orden sobrenatural. Por los méritos de
Cristo Redentor, el hombre ha vuelto a poseer la
gracia, y con ella los derechos a la felicidad sobrenatural; pero el estado de integridad primitiva de
sus facultades no le ha sido restituido: sólo cuenta
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con auxilios divinos que lo suplen, si él coopera
con su voluntad.
La ejecución inmediata del plan divino de restauración está confiada a la Iglesia, cuyo fin directo
es proveer a las necesidades sobrenaturales del
hombre, con sus enseñanzas, sus sacramentos y
sus preceptos. El destino natural y sobrenatural del
hombre están inseparablemente vinculados por
disposición divina, de modo que ninguno que haya
alcanzado el uso de razón puede conseguir el primero sin el segundo. Falsos son, por consiguiente:
el naturalismo, que niega todo destino sobrenatural, rechaza el dogma de la caída y del pecado original, suponiendo bueno al hombre por naturaleza,
no haciendo cuenta de su degradación; el luteranismo, que exagerando, por el contrario, los efectos del pecado de origen, enseña la extinción del
libre albedrío; el indiferentismo, que juzga igualmente buenas, equiparándolas con la Iglesia de
Cristo, todas las religiones. Falsos son el materialismo, que elimina del hombre la parte espiritual,
reduciéndolo a la categoría de animal perfeccionado que vive sobre la tierra un cierto número de
años y se extingue luego en su totalidad, como la
llama al acabarse el combustible; el racionalismo,
que reconoce como única fuente y criterio de verdad la razón; el determinismo, que suprime la facultad natural del libre albedrío; el liberalismo moral, que exagerando sus fueros, la declara independiente de toda ley; el utilitarismo, sea privado
(egoísmo), sea social (humanitarismo), que coloca
exclusivamente el fin de la vida humana en la utilidad propia o de los demás; el hedonismo, que lo
fija en el placer; el progresismo, que lo pone en la
cultura. ...”
No parece difícil descubrir, comprendiendo
estos principios, cómo este conglomerado de
falsedades, que atenta contra la integridad natural y sobrenatural del hombre, se identifica en
cada uno de los miles de católicos y no católicos que hoy prestan su incondicional simpatía
a un Sumo Pontífice que ya no existe. Que fue
proclamado el abanderado de la paz, la libertad y la tolerancia, y que sin embargo deben
custodiar, a su cadáver y a sus seguidores, con
un previsor y complicado despliegue de armas.
Decía San Pío X:
“La Iglesia no tiene que despegarse de su pasado; le basta con retomar, con el concurso de los
verdaderos obreros de la restauración social, los
organismos quebrantados por la Revolución (anticristiana), y adaptarlos en el mismo espíritu que los
ha inspirado, al nuevo ambiente creado por la evolución material de la sociedad contemporánea:
pues los verdaderos amigos del pueblo no son ni
los revolucionarios ni los novadores, sino los tradicionalistas.”
Es de importancia hacer notar que al Papa
Juan Pablo II, los mentirosos profesionales, lo
quieren hacer aparecer como tradicionalista,
cuando en realidad se apartó del Magisterio de
la Iglesia, conculcando inexplicablemente sus
enseñanzas.
De San Vicente de Lèrins: (Siglo V)
“Y si algún nuevo contagio amenaza envenenar
no ya una pequeña parte de la Iglesia sino a la Iglesia toda entera a la vez, entonces su gran empeño
deberá ser el de aferrarse a la antigüedad que evidentemente ya no puede ser seducida por ninguna
novedad mentirosa.”
¿ LOS CATOLICOS SE HAN DADO CUENTA…?
Roberto Oscar Robles
Abril de 2005