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Schvarzer, Jorge. Problemas actuales de la estructura productiva argentina. Elementos para un diagnóstico. CISEA, Centro de Investigación de la Situación del Estado Adiministrativo, Buenos Aires, Argentina. 1997. p. 18. Disponible en la World Wide Web: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/argentina/cicea/PB.DOC www.clacso.org RED DE BIBLIOTECAS VIRTUALES DE CIENCIAS SOCIALES DE AMERICA LATINA Y EL CARIBE, DE LA RED DE CENTROS MIEMBROS DE CLACSO http://www.clacso.org.ar/biblioteca biblioteca@clacso.edu.ar Problemas actuales de la estructura productiva argentina. Elementos para un diagnóstico Jorge Schvarzer1 . La economía argentina presenta signos claramente contradictorios. La tasa nominal de crecimiento del producto bruto parece muy elevada, pero se registra un inédito grado de desocupación. La estabilidad de precios es un logro, pero está acompañada por la mayor pobreza de las últimas décadas. Y así sucesivamente. Una parte de estas contradicciones se origina en la propia lógica del nuevo modelo económico; otra, que es la que más nos interesa en este trabajo, se deriva de problemas de medición y de las formas cómo se presentan los resultados. En efecto, las estadísticas sobre el producto ofrecen un elemento decisivo para evaluar la coyuntura que, por eso mismo, se convierte en un problema de orden político. En la medida en que la tendencia de las series ofrece argumentos para apoyar o criticar la política económica, surge la tentación de organizar los datos de modo favorable a quienes exponen los resultados. Para superar esas fallas, este trabajo se propone revisar los datos de evolución del producto con una perspectiva de mediano plazo (que reduce distorsiones propias de la coyuntura) y las contrasta con informaciones sectoriales para extraer conclusiones sobre la situación actual de la economía argentina. La presente investigación intentó cubrir la etapa que se inicia en 1974, momento final de un extenso período de crecimiento estable y base de referencia adecuada para la evolución siguiente. El análisis culmina en 1994, el mejor año del ciclo de auge generado por el lanzamiento del Plan de Convertibilidad y el más favorable para una comparación a largo plazo; conviene agregar que los datos adelantados para 1997 ofrecen resultados semejantes a los de 1994, de modo que las comparaciones válidas para aquel momentos son igualmente válida para este último, a excepción de algunos sectores específicos. La etapa analizada cubre veinte años y se inicia y termina en dos momentos de máxima del ciclo económico, evitando los resultados equívocos o falaces que surgen cuando se comparan circunstancias 1 Este artículo es una versión resumida del trabajo del autor "La estructura productiva argentina a mediados de la década del noventa. Tendencias visibles y un diagnóstico con interrogantes", publicado en julio de 1997 por el CEEED (Centro de Estudios Económicos de la Empresa y el Desarrollo), del Instituto de Investigaciones Económicas de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Las fuentes, datos básicos y criterios detallados de ese análisis se dan por descontados en este resumen que se limta a presentar las principales afirmaciones y resultados del mismo. 2 diferentes. De todos modos, dada la construcción de la serie del PBI, se ha tomado a veces la etapa 1980-1994 por dificultades de comparación con la anterior; esta opción no afecta a los resultados dado que 1980 fue un año razonablemente bueno en el ciclo económico. El trabajo comienza con un breve panorama acerca del desempeño global de la economía en los últimos años, para extender el análisis, luego, a la evolución concreta de los sectores productores de bienes. A partir de allí, pasa a estudiar con cierto detalle la evolución concreta del proceso fabril; ello permite apreciar los cambios en las funciones de producción de las firmas, la evolución de la capacidad instalada, la inversión en maquinaria y equipos, el costo del capital, el desempeño de la productividad, las exportaciones y las grandes empresas locales. Finalmente, culmina con un análisis acerca del sector financiero y servicios. Una perspectiva de largo plazo Antes de indagar si la economía se encuentra en una senda de crecimiento sustentable (como sostienen algunos), conviene reseñar algunos indicadores significativos sobre la evolución de la economía argentina en las últimas cuatro décadas. Esos indicadores destacan, por ejemplo, que el PBI se duplicó en el período 1954-74, pero sólo registra un alza del 40% en los veinte años siguientes (1974-94). El análisis de la industria, exponente clásico de la producción de riqueza material, arroja un contraste aún más pronunciado: el valor agregado por ese sector se multiplica por tres durante el primer período pero apenas crece el 9% en el segundo, de modo que se presencia se contrae. Estos indicadores no hacen más que señalar la notoria desaceleración del crecimiento local. Esa referencia de largo plazo, sin embargo, permite apreciar el efecto real del alza de los años de la Convertibilidad. Aún asignándole todo el crecimiento de las última dos décadas a este período (lo que no es correcto, como se verá) resulta que su efecto positivo apenas permitió recuperar el efecto del crecimiento de la población. Es decir, que el producto per capita de estos momentos (1994 ó 1997) es igual, en pesos constantes, al de 1974 de acuerdo a las series oficiales. Los resultados positivos de los últimos años deben ser matizados por esa observación. Es cierto que la estabilidad generó una mejora del producto, per ese avance, como se verá, tuvo más carácter cíclico de recuperación de valores previos (que se explica por la profunda recesión de 1989-90) que de crecimiento real. Más aún, los datos de ese crecimiento señalan la preferencia por la extracción de materias primas (en una tendencia a la "primarización" de las actividades productivas) y el vuelco a los servicios antes que a la producción moderna. Por eso, a lo largo del trabajo se cuestiona tanto la capacidad potencial de la estructura productiva local para sostener un proceso de crecimiento como la medición del aporte de los servicios que distorsionan los resultados finales. Ambos temas convergen en un balance exageradamente optimista de la situación real que se emsaya de condicionar a continuación. Evolución de los sectores productores de bienes La producción de bienes representa algo menos de la mitad del PBI aunque su rol resulta crucial para entender la evolución del conjunto. Su aporte apenas creció a un ritmo inferior al 1% anual en las dos décadas que transcurren entre 1974 y 1994; lo mismo puede decirse si la 2 3 comparación se inicia en 1980. La marcha de estos sectores contrasta con la difusión de cifras sobre los últimos años que se limitan a mirar la coyuntura. Si en lugar de mirar el corto plazo se observa la evolución de la década el resultado impresiona: dada la larga recesión de los ochenta, en 1992 recién se recupera el nivel absoluto de valor agregado en pesos constantes que registró la producción de bienes en 1980, doce años antes. Luego, entre 1992 y 1994, dicha producción crece a una tasa de 6,5% anual, pero ese ritmo se quiebra al año siguiente, de modo que en 1997 apenas se regresa a los niveles de 1994. Nada indica, por ahora, que esos impulsos resulten duraderos, aunque para explicar esta hipótesis hay que entrar en el detalle sectorial. La producción de bienes está formada por los sectores extractivos de materias primas (agro, pesca y minería), más la industria, la construcción y la oferta de electricidad, gas y agua. La industria tiene la mayor parte (casi el 60% de ese conjunto, aunque exhibe una participación decreciente); los otros cuatro aportan el 40% que resta. La producción agraria y la pesquera, resultaron las más dinámicas en términos relativos. La pesca multiplicó por 4,4 su aporte al valor agregado entre 1980 y 1994, pero dicho progreso tiene mínimo efecto sobre el conjunto debido a su escasa dimensión relativa (ella representa 0,5% del producto de bienes físicos en 1994, luego de su expansión). La rama agraria creció 25% entre 1980 y 1994, siendo su porción más activa la agrícola . El avance de la oferta de la región pampeana, y básicamente de la soja, explica tres cuartas partes de su aumento absoluto. Esos avances contrastan con la baja performance que exhibe el resto del sector agrario. La clásica actividad pecuaria permanece estancada y el stock de ganado ha caído a lo largo del período en una clara evidencia de su retroceso. La minería exhibió un crecimiento apreciable (38,5% en ese mismo período), cuyo mayor impulso provino de la extracción de petróleo y gas, que aumenta significativamente a partir de 1990. La minería metálica promete un avance apreciable una vez que se pongan en marcha las grandes inversiones en proceso, que se estiman en 2.700 millones de dólares hasta el año 2000. Esa expansión tendrá efecto sobre las exportaciones y un impacto que puede resultar clave al interior del sector, así como en algunas provincias receptoras. Igual que en el caso de la pesca, ese avance no alcanza para contribuir de modo apreciable al aumento del producto nacional; el sector minero (incluído el petróleo) participa con el 3,8% de la producción de bienes y su baja presencia indica que el avance estimado para el resto de esta década apenas agregaría medio punto anual al crecimiento global. La producción de electricidad, gas y agua siguió una tendencia de alza continua durante todo el período hasta ubicarse, en 1994, 75% por encima del valor agregado en 1980. El aporte de las grandes obras hidroeléctricas construidas en las últimas dos décadas, más el aumento de la oferta de gas, trasladado a los centros de consumo mediante las tuberías que se instalaron sin pausa, explica la mayor parte de ese notable avance; las actividades ligadas a la distribución de agua parecen haber comenzado a tomar impulso en fechas más recientes. El sector es muy pequeño en el conjunto y su evolución afecta poco a la marcha de los sectores productivos. El último sector relevante es la construcción, que muestra hoy las consecuencias de una prolongada crisis. Su valor agregado se contrajo a la mitad entre 1980 y 1990 y su notable avance posterior no alcanzó para recuperar esa caída; ni siquiera en el nuevo auge, que se registra en 1997, su aporte absoluto volverá al nivel de 1980. Este estancamiento es por lo 3 4 menos sorprendente y sus consecuencias se agravan aún más si se lo compara con la evolución de la población. El comportamiento negativo del sector refleja la situación de otras variables estratégicas de la economía: el bajo consumo de cemento (que tampoco recuperó los niveles de hace dos décadas), el reducido nivel de la inversión (del que la construcción es una parte y que se trata más adelante) y la escasa demanda de empleo (dado que dicha rama demanda gran cantidad de trabajo por unidad de valor). En definitiva, la producción de bienes no industriales exhibe ciertos núcleos dinámicos pero de dimensiones reducidas en el conjunto y basados exclusivamente en la extracción de materias primas. Se registran avances en pesca, petróleo y gas, oleaginosas y cereales, donde la Argentina posee ventajas comparativas naturales; al mismo tiempo, se observan datos negativos, como el prolongado estancamiento de ramas tradicionales (carne y cultivos regionales), y una caída que todavía no permite recuperar los niveles previos en el rubro construcciones. Esos cambios reflejan la mencionada “primarización” de las actividades productivas locales, estimuladas por las nuevas políticas económicas; ellos explican, además, la elevada presencia de las materias primas en las exportaciones nacionales, un fenómeno conocido que se trata más adelante. Conviene agregar que el dinamismo de esos sectores se basa, en substancia, en la disponibilidad de recursos naturales para su expansión. Aún así, su potencial latente sólo se hizo efectivo gracias al efecto de diversas políticas de promoción aplicadas mucho tiempo antes de que se comenzaran a cosechar sus frutos. La disponibilidad de recursos naturales ofrece una primera explicación al avance registrado en esos rubros. Las prolongadas políticas públicas aplicadas en el pasado en busca de fomentar su explotación es otra causa de dicho progreso. Ahora que la oferta de recursos parece cerca de su saturación, mientras que las políticas mencionadas han sido suprimidas, cabe dudar, en una perspectiva de largo plazo, sobre la posibilidad de que esos factores productivos continúen aportando bases para el crecimiento del producto local. Problemas de oferta y disponibilidad de recursos El crecimiento basado en los recursos naturales, exige la permanente disponibilidad de los mismos; para incrementar su explotación se necesitan reservas adicionales de materias primas o recursos que aseguren ese avance. La información disponible al respecto no es abundante, pero una somera revista de la situación que plantean los mayores recursos conocidos para esas actividades locales (petróleo y gas, tierra fértil y equipos para explotarla) permite evaluar las posibilidades actuales de esas actividades primarias y su capacidad de ofrecer bases más amplias para continuar su expansión. El aumento en la actividad petrolera y gasífera se basa en la explotación de las reservas detectadas por las intensas inversiones de YPF durante su acción como empresa pública. Hoy, esas reservas son utilizadas a un ritmo creciente y no están siendo reemplazadas por el descubrimiento de nuevos yacimientos. Si bien algunas empresas llevan a cabo tareas de exploración, el volumen de las reservas disponibles permanece estancada, o cae. Entre 1985 y 1995, por ejemplo, la extracción de petróleo y gas se incrementó en el orden del 50%, mientras que las reservas crecieron 13% (petróleo) o bien cayeron 8% (gas). Por ese motivo, las reservas de petróleo alcanzan sólo para nueve años a los ritmos actuales de extracción, 4 5 una caída notable frente a los 14 estimados para 1985. Esa misma relación ha caído de 35 a 20 años en el caso del gas. El desgaste de los recursos naturales (agotamiento de reservas o pérdida de fertilidad del suelo) es un dato que no debe despreciarse. El agotamiento de las reservas de petróleo y gas genera una contradicción entre la cifra positiva que asignan las cuentas nacionales del valor agregado a la extracción del combustible y el efecto negativo que se desprende de la reducción de dichas reservas. En rigor, el país está consumiendo su "capital" natural y ese deterioro puede bloquear la continuidad operativa del sector en el futuro previsible. La producción de electricidad ofrece otra faceta especial dentro del rubro de la energía. Su oferta creció de manera continua desde mediados de la década del setenta, basada en el uso de los abundantes recursos hídricos locales y la instalación de centrales nucleares. El desarrollo de ambas fuentes de energía estuvo a cargo del sector público hasta que el proceso privatizador anuló su protagonismo; en los últimos años se nota la adición de una pequeña porción generada en el uso de gas como combustible, cuyo aporte puede crecer en el futuro. Las grandes centrales hidroeléctricas exigen inversiones masivas hasta entregar el fluido a un precio que depende de los costos de capital incurridos. Esa ventaja basada en los recursos naturales se frenará en la medida en que el sector público no se propone construir nuevas represas (que será difícil que encare el sector privado debido a la larga etapa de maduración de esos proyectos). La oferta eléctrica va a requerir el uso del gas, además del reemplazo de las centrales de ciclo de vapor, muy antiguas y con bajo grado de explotación debido a sus escasos rendimientos. Ella puede crecer con exportaciones a Brasil y Chile pero sobre la base de procesar un recurso natural agotable (a diferencia del hidroeléctrico que marcó la etapa anterior). La pesca es otro recurso primario que plantea cuestiones similares dado que su límite está dado por una masa de capturas que mantenga el stock de recursos vivos. Si la extracción excede ese monto, la población de peces tiende a disminuir y puede llegar a agotarse. El peligro es real; un informe de la Secretaría de Recursos naturales afirma que se excedió en 44% el máximo de pesca estimado por los expertos para mantener estable el recurso natural. Las capturas no operan bajo controles adecuados, agrega, y se corre el riesgo de un quiebre del equilibrio del “ecosistema” que afecte la disponibilidad del recurso para las generaciones futuras. Finalmente, la expansión de la oferta de granos y oleaginosas plantea algunos aspectos más matizados pero no menos significativos. El aumento de la capacidad productiva potencial del agro pampeano es un dato relevante que no debe desecharse, pero conviene insistir en que ese aumento no es una novedad, pues se notó desde los setenta debido a las inversiones masivas en el área, promovidas oficialmente. El sector público fomentó dicha actividad otorgando subsidios para la compra de equipos y realizando ensayos para desarrollar nuevas semillas y difundir el cultivo de soja, factores que explican la mayor parte del incremento observado. En efecto, la cosecha de cereales de 1997 (la mayor de la década) equivale a la de 1987 en volumen; la de oleaginosas exhibe una expansión continua durante los últimos veinte años. Por otro lado, la evolución de los rindes por hectárea señala que los mayores cultivos, excepto el maíz, alcanzaron máximos en la década del ochenta que no se volvieron a repetir. Es decir que la estabilidad alentó el uso del potencial existente en el agro antes que 5 6 su expansión efectiva. De allí se deduce que la evolución futura va a depender de las inversiones adicionales que puedan ampliar la capacidad instalada en el sector. La capacidad potencial del agro pampeano para continuar con esta evolución productiva parece limitado. El área cultivada tiene límites físicos, de manera que las opciones consisten en afectar el área dedicada a la ganadería (que plantea problemas para la oferta de carnes) u ocupar tierras menos aptas (provocando un aumento de costos). Además, la práctica actual de efectuar cosechas sucesivas sobre la misma tierra tiende a erosionar la fertilidad del suelo, cuyo deterioro pone un límite a la oferta potencial y agrega una presión por el lado de los costos (debido a los insumos adicionales que se necesitan para reponer esa capacidad). No es casual que un aumento de los precios internacionales haya generado una demanda masiva de fertilizantes, pero el futuro de esa aplicación depende de que se mantengan dichas relaciones de precios (ahora en retroceso). Para terminar, la “capacidad instalada” en el sector agrícola requiere maquinaria, cuyo stock está estancado y la incorporación de equipos nuevos se mantiene por debajo de las exigencias de reposición. A las consideraciones específicas presentadas para cada uno de esos sectores se debe incorporar otro aspecto válido para el conjunto. Las actividades primarias que crecen en el país exhiben mínima presencia de impactos dinámicos hacia otras ramas productivas locales; más aún, sus impactos en ese sentido tendieron a reducirse en estos últimos años. La mayor extracción de petróleo, por ejemplo, no contribuyó a impulsar las tareas de refinación; el excedente de oferta se exporta como materia prima sin procesar. Además, dada la ubicación de los yacimientos, el producto sale directamente al exterior con mínima demanda de transporte en el mercado local. Por su lado, la oferta de gas no genera mayores efectos sobre la cadena de actividades que se le relacionan. La misma escasez de impulsos hacia otras actividades ocurre en la pesca, que tiende a exportar con escaso o nulo valor agregado. La industria aceitera agrega poco valor a las oleaginosas y el trigo y el maíz salen como materia prima antes que como harina o derivados. Estas actividades primarias difieren de la industria por exhibir eslabonamientos débiles y pocos estímulos cruzados (verticales u horizontales), con las otras actividades locales. Su reducida presencia en la actividad global les permite crecer con escaso efecto impulsor sobre otras ramas productivas (escaso no quiere decir nulo, pero sí inferior al que se nota en otros sectores promotores de progreso). Evolución global del proceso fabril Ya se señaló que la industria creció sólo 9% en los años 1974-94, medida por su valor agregado a pesos constantes. Ese ritmo de avance está entre los más bajos observados para la evolución del producto y supone un alza mínima, del 0,5% anual de promedio, para todo ese período. La evolución fabril es errática y se ve afectada por los vaivenes de política económica y los cambios ocurridos en el contexto; impactos como la apertura del mercado local a la competencia externa, las variaciones del tipo de cambio, la escasez de crédito y las elevadas tasas de interés, la eliminación de la promoción sectorial, etc., marcan su derrotero en el período. La crisis de 1989-90 llevó la actividad del sector a un mínimo; su nivel en 1990 era equivalente al aportado veinte años antes. Luego se recuperó, pero recién en 1993 alcanzó 6 7 los valores de 1974. Desde el punto de vista estadístico, el alza registrado en 1994 (9%) equivale a todo el aumento real de esas dos décadas. El año 1994 fue excepcional y su registro contiene sobreestimaciones que conviene ver con más detalle. Por otra parte, en 1995 la industria retrocedió a los valores registrados dos años antes, equivalentes de nuevo, a los de 1974; la recuperación de 1996 y 1997 apenas la repone en ese máximo previo. Esa medida de la evolución global de la industria disimula los intensos cambios ocurridos en su composición interna. En el curso de los últimos veinte años, algunas ramas crecieron y se consolidaron, otras quedaron estancadas, y el resto incluye algunas que retrocedieron y hasta desaparecieron; es decir que el promedio no permite efectuar afirmaciones generales antes de observar ciertas ramas claves. Entre las ramas dinámicas en ese lapso figura “Alimentos, bebidas y tabaco”, cuya actividad se ve motorizada por la oferta de materias primas donde el país posee ventajas comparativas (como aceite, lácteas y otras menores que están surgiendo) y se apoya en la gradual expansión de la demanda local debido al aumento vegetativo de la población. Esta rama, la más favorecida por las políticas de “mercado” y única que exhibe un comportamiento tan positivo en las cuentas fabriles, crece 26,3% entre 1980 y 1994; su empuje le permite mantener su impulso ascendente durante la etapa recesiva de 1995 y 1996, a diferencia de lo observado para el conjunto. Es así que su participación trepa a lo largo de todo el período y prosigue en el presente. Su aporte, medido en pesos constantes, explica, por sí solo, 45% del aumento del valor agregado por todo el sector industrial entre 1980-1994. Celulosa y papel, petroquímica, metales básicos (acero y aluminio) y automotores, son cuatro ramas que también avanzan y aumentan su participación en el producto. Las tres primeras crecen 27,4% entre 1980-94 como consecuencia, entre otras, de las políticas oficiales de promoción aplicadas desde fines de la década del sesenta. Dada la posición de estas tres ramas en el total, su incremento absoluto explica otras tres cuartas partes del alza de la producción industrial en los 14 años considerados. La producción automotriz es otra rama que fue objeto de políticas ad hoc y evolucionó de modo positivo, si bien su aporte queda disimulado por su inclusión en una rama más grande (Productos metálicos, maquinaria y equipos). Esta última exhibe una caída a lo largo del período 1980-94 y su valor agregado se reduce en 10% entre puntas pese al efecto en sentido contrario de la evolución automotriz. Esas cifras implican que se produjo una contracción intensa de muchas actividades específicas al interior de la rama (que no se pueden extraer de las cifras globales del producto debido a su forma de agregación) . Ninguna otra rama exhibe tendencias claramente positivas en el largo plazo, mientras que algunas se reducen en dimensiones absolutas (como minerales no metálicos, que incluye la elaboración de cemento). En consecuencia, la primera conclusión sobre la marcha de la industria local reside en que los mayores impulsos positivos ocurrieron en las ramas que fueron promocionadas desde fines de la década del sesenta, incluyendo la automotriz (que recibe beneficios específicos negociados de manera continua entre el gobierno y el sector privado). La rama de alimentos es la única excepción observada a la regla anterior. Ella registra un crecimiento “natural” basado en las ventajas comparativas de la oferta primaria local y es prácticamente la única donde los impulsos de “mercado” tuvieron un efecto positivo en su dimensión productiva. El resto del sector industrial no exhibe alzas 7 8 significativas; se destaca que los avances de algunos rubros (curtiembres y plásticos) se compensan con la caída de otros (máquinas y herramientas ó electrónica de consumo). El efecto de la promoción oficial se verifica tambén en la distribución geográfica fabril. La comparación del Censo industrial de 1994 con el de 1985 exhibe un desplazamiento de plantas desde las grandes urbes tradicionales (y en especial Buenos Aires) hacia el interior del país. Esa marcha, que se originó en las políticas de promoción regional decididas durante el gobierno militar, y cuyos efectos se extendieron durante toda la década del ochenta, implicaron una caída absoluta de la demanda de trabajo en la región metropolitana y su reemplazo por menor cantidad de mano de obra en las nuevas áreas. El estancamiento global de la industria, acompañado por la mudanza de una parte hacia el interior del país, explica la contracción de la misma en las mayores áreas urbanas y su impacto negativo sobre el mercado de trabajo, fenómeno que se destaca en la década del noventa. Si el resultado anterior parece más modesto que muchas afirmaciones difundidas con más fuerza que seriedad, todavía sobreestima lo ocurrido. En efecto, los cambios en las funciones de producción, que no se toman en cuenta en los cálculos del producto, afectan la evolución real del sector y se deben observar con especial cuidado. Cambios en las funciones de producción Uno de los mayores fenómenos generados por la apertura reciente de la economía surgió de la posibilidad ofrecida a las empresas locales de incorporar partes importadas a su producción en reemplazo de insumos nacionales (antes comprados en el país o fabricados enla propia planta). Esta opción se transformó de alternativa en necesidad urgente a medida que la competencia externa exigía la reducción de costos y la mejora de calidad de los bienes que ofrecía la industria. Muchas empresas optaron por, o fueron obligadas a explorar rápidamente, el uso de partes importadas y ese tipo de respuesta tendió a desarticular sus estructuras productivas a medida que estas quedaban entrelazadas a la oferta externa. En poco tiempo, la producción industrial quedó reducida en su aporte relativo y opera ahora bajo considerable dependencia de la oferta externa. Una parte importante de este proceso no se contabiliza en las estadísticas. Las cuentas nacionales calculan el aporte de cada rama a partir del supuesto de que las funciones de producción se mantuvieron constantes; por definición el aporte en valor asignado a cada unidad que sale de la planta es el mismo que el definido en el momento de origen de la serie. La no consideración de ese cambio en la actividad fabril genera una brecha gigante entre el valor agregado y el calculado. La notable reducción del valor agregado por la industria respecto a sus ventas (en un proceso que continua aunque ahora a menor velocidad) se verifica en todo el sector, pero ha tenido efectos considerables en ciertas ramas específicas. Las empresas de la llamada “línea blanca” (cocinas, heladeras, lavarropas, etc.), por ejemplo, ya incorporan hasta 35% de partes importadas, mientras que las de electrónica de consumo estiman que 50% de sus partes llega del exterior. En muchos casos, esos reemplazos alcanzan tal magnitud que la producción previa de algunos bienes se convirtió en una simple tarea de “armado” con rutinas tan simples que resulta exagerado seguir considerando "industriales". 8 9 El impacto más intenso de este proceso ocurrió en la industria automotriz, que puede ser tomada como caso testigo del proceso reciente. Si bien esta rama se cuida mucho de ofrecer información pormenorizada al respecto, ella pasó de un régimen que le exigía un 90% de producción local, durante toda la década del ochenta, a otro nuevo que rebajó esa demanda al 60% en los noventa. En consecuencia, una parte de los autos de “fabricación nacional” contienen una proporción importada tan apreciable que primer dudar sobre ese rótulo: un Volkswagen Gol, por ejemplo, contiene 40% de piezas brasileñas, entre las que incluye algunas tan sencillas como los espejos retrovisores y el tanque de combustible. Para superar la ausencia de datos precisos sobre el reemplazo de partes locales por otras provenientes del exterior, se construyó una serie que mide el aporte teórico al valor agregado del sector automotriz mediante el método de transformar las unidades producidas cada año en unidades-auto equivalentes que tuvieran el 100% de producción nacional. Debido a la ausencia de datos fidedignos se supuso como hipótesis de trabajo que las empresas se ajustan a los requisitos oficiales sobre contenido local. Esos criterios implican en concreto que cada cien vehículos armados en 1980 equivalían a 80 unidades completas; esta relación se mantiene hasta 1990, y a partir de ese año se aplica una hipótesis adicional de cambio gradual, hasta llegar a 60 unidades equivalentes en 1994 por cada 100 nominales, tal como autorizan las normas. Los resultados obtenidos del ejercicio son expresivos. La producción record de 338.000 automóviles de pasajeros registrada en 1994 fue 64% mayor a la cifra de 1980, medida en unidades nominales, pero esa diferencia se reduce a sólo 1% cuando se consideran autos de valor equivalente. La diferencia entre los resultados aparentes y los calculados (que se aproximan más a los reales) es tan abrumadora que no se puede explicar por errores de la hipótesis; ella sería apreciable aún si se aplicaran otras estimaciones más conservadoras. Además, la razonabilidad de la hipótesis se puede certificar si se tiene en cuenta que los propios autopartistas reclaman mayor control sobre las terminales que, según ellos, no cumplen las exigencias de integración local. El ejercicio consolida la afirmación de que las funciones de producción industrial han cambiado a favor de un menor valor agregado local por unidad final producida y, por lo tanto, que las cuentas nacionales (igual que otros índices que miden la actividad fabril, como el de FIEL), sobrestiman el aporte de la industria (y, sobre todo de la rama automotriz) al utilizar la serie nominal. Es cierto que las normas oficiales exigen que el valor de las importaciones de la rama se compense con exportaciones de unidades o partes; en ese caso, el menor aporte de las terminales se compensaría con sus propios despachos de piezas o con el aporte adicional de los autopartistas. Dicho objetivo todavía no se ha logrado, de modo que la pérdida de valor agregado se podría evaluar por la diferencia entre las exportaciones e importaciones de la rama automotriz en su conjunto. Si se pasa de esos casos sectoriales al conjunto y, para consolidar ideas, se estima que el valor agregado por la industria cayó diez puntos en relación a la oferta física observada de bienes terminados, se deduce que las cuentas del producto del sector contendrían una sobre estimación del 10% para los últimos años. El cálculo es conservador pero esa sola corrección elemental de las cifras reduciría 10% el valor real del producto fabril en 1994 respecto a las cifras oficiales; en ese caso, y dada la evolución de la serie, resulta que el valor de 1994 estaría 1% por debajo del equivalente a 1974. No está de más agregar que la misma 9 10 conclusión valdría para 1997, lo que arroja un estancamiento de casi un cuarto de siglo en la dimensión productiva de la industria local. Una situación similar ocurrió en Chile. Allí se revisaron los cálculos del valor agregado fabril, tomando en cuenta lo ocurrido a partir de la “apertura” a los insumos externos en la década del ochenta, hasta detectar sobreestimaciones que oscilaban entre 3,5 y 17 puntos porcentuales del producto oficial del sector. Este antecedente sugiere que las hipótesis usadas para el caso argentino, basadas en datos disponibles, son razonables y posibles. Esta reducción del valor agregado del sector fabril forma parte del proceso de “desindustrialización” argentino. Si la especialización productiva, que se supone está ocurriendo, fuera acompañada por un incremento de la actividad suficiente para superar la caída derivada de la desarticulación interna, el fenómeno tendría un aspecto positivo en el valor agregado del sector. Eso no ocurre, como surge de los datos globales, a pesar de que diversos analistas tienden a presentar dicha hipótesis sin el apoyo de datos suficientes; en rigor, el proceso real parece mas volcado a una contracción del aporte fabril que a generar contrapartidas en el nivel real de actividad. Otro argumento optimista sobre la evolución fabril argentina señala que el estancamiento sería correcto para el pasado pero no para el presente, ya que estaría ocurriendo un cambio de tendencia. Esa hipótesis no puede sostenerse, por falta de datos, aunque se puede rechazar mediante el análisis de otros factores como la evolución de la capacidad instalada (a semejanza de lo que se hizo con las actividades primarias) para observar si los datos sobre ella ofrecen un panorama distinto al descripto. Evolución de la capacidad instalada en la industria La industria puede crecer por dos vías diferentes: utilizando mejor su capacidad ya instalada o mediante su ampliación efectiva. La segunda, que es la vía de todo proceso de desarrollo, es menos conocida en la Argentina que la primera. En efecto, no se dispone de buenas informaciones acerca de la marcha de la inversión fabril, ya que las estadísticas siguen la “actividad industrial” y no su “capacidad instalada”. Medir dicha capacidad plantea complicados problemas cuando se la encara en términos globales; en la Argentina, en particular, la tarea resulta difícil ya que apenas se dispone de estimaciones sobre el stock de capital y los mayores sectores que lo componen. Uno de los problemas que complica el efectuar esos cálculos reside en el escaso conocimiento sobre la vida útil de los equipos (dato esencial para calcular el stock de los mismos); por eso las series conocidas se diferencian de acuerdo al período estimado de uso. La más reconocida (efectuada por Goldberg e Ianchilovici en 1991) presenta una evolución del stock de capital en maquinaria (excluída la agrícola) que crece toda la década del setenta hasta 1983-84; luego la curva entra en una” meseta” que sigue hasta el final de la serie en 1991. Un primer resultado de interés de este cálculo es que ese stock aumenta en condiciones de producto estancado, a inicios de la década del ochenta, dato que refleja la existencia potencial de capacidad productiva ociosa, que a su vez explicaría la expansión posterior. Esas estimaciones llevan a un stock de capital en maquinaria y equipo (incluyendo material para transporte) que oscila entre los 107 mil y los 151 mil millones de dólares para ese año, en función de la paridad adoptada para el tipo de cambio. Si se admite un monto de 130 mil 10 11 millones de esa moneda para esa fecha, y se acepta una vida útil de veinte años, resulta que haría falta un monto anual de 6.500 millones de dólares sólo para neutralizar el desgaste del equipo instalado2. Las cifras de inversión conocidas llevan a suponer que el stock no habría variado hasta 1993, y estaría creciendo a un ritmo del orden de 2 a 3 % anual desde entonces, en coincidencia aproximada con los resultados previos. Para salvar las restricciones derivadas de la falta de datos y el uso de hipótesis demasiado generales, se puede realizar un ejercicio tendiente a evaluar la marcha de la capacidad instalada en la industria para obtener resultados prácticos. Con ese fin, se buscó seguir el valor aportado por una rama de la industria cada año hasta su máximo; ese mismo valor se mantiene cada año siguiente (si se registran caídas) hasta que sea superado por otro mayor, y así sucesivamente. La repetición del criterio para cada rama y su adición en el conjunto permite llegar a una curva que refleja el potencial máximo teórico ofrecido por la industria, como indicador aproximado de la capacidad productiva potencial del sector fabril (aunque con amplio márgen de imprecisión). Teniendo en cuenta esa advertencia, el ejercicio propuesto revela que la capacidad potencial “teórica” de la industria en 1990 resulta de 3085 pesos (de 1986) frente a los 2384 de aporte calculados en las cuentas nacionales. Esa capacidad ociosa fue utilizada en buena medida en la etapa siguiente, dado que todo el incremento posterior llevó al valor agregado del sector fabril a 3224 pesos en 1994, monto sobrevaluado por la forma de cálculo. Comparando este valor con el anterior, surge que el aumento de capacidad instalada habría sido inferior al 1,2% anual entre 1990-94; luego, ese uso volvió a reducirse por la recesión y aponerse en marcha con la recuperación de modo que los valores de 1997 no serían sustancialmente distintos. Esta evaluación contrasta con algunos informes que pretenden demostrar el período 1990-94 puso “a la industria argentina a la cabeza del crecimiento industrial de occidente y el tercer mundo” (según la Secretaría de Industria en 1994). Las cifras disponibles sugieren que apenas se asistió a poco más que una recuperación de la capacidad ociosa fabril, cuyos efectos positivos se acentúan por la sobrevaluación de algunas variables tomadas en los criterios de medida. Un análisis pormenorizado de lo ocurrido en ciertas ramas donde, por alguna razón, se dispone de informaciones regulares sobre la evolución real de la capacidad instalada, permite verificar esos resultados. La siderurgia, desalentada por la crisis del mercado interno y por problemas puntuales, sólo utilizó entre 60% y 80% de su capacidad instalada durante la década del ochenta. La recuperación iniciada a fines de esa etapa se basó en el uso de dicha capacidad ociosa antes que por una expansión real; más aún, ese avance tiende a colmar toda la capacidad disponible para 1997 de modo que no queda lugar para un nuevo avance sin inversiones masivas que no estan a la vista. La expansión y la renovación de la rama se originó en las etapas previas debido a la promoción final y la eliminación de esta plantea dudas sobre el recorrido futuro del sector. Aún así, las inversiones previas permitieron mejorar de modo notable la productividad y eficiencia de las empresas, resultado que no puede adjudicarse sin más a las condiciones del contexto presente. 2 Si la vida útil fuera menor a veinte años, como sugieren algunos observadores, la necesidad de inversión anual en nuevos equipos para reponer las bajas naturales sería aún mayor que la estimada. 11 12 La celulosa y papel, igual que la siderurgia, fue objeto de la promoción que se aprobó a comienzos de la década del setenta, cuyo resultado fueron varias plantas nuevas y eficientes, instaladas para producir pastas, papel de diario y otros papeles especiales. Los aumentos de producción registrados en los últimos años no responden a una expansión de la capacidad instalada en la rama sino a fluctuaciones en su uso. A su vez, las perspectivas de expansión son dudosas, ya que los elevados costos de inversión que requieren esos proyectos, la intensa fluctuación de los precios de la pasta y el papel en el mercado mundial, y la carencia de técnicos y personal capacitado, son las causas más mencionadas en la incertidumbre actual sobre el futuro de la rama. La petroquímica recibió subsidios oficiales, bajo la forma de promoción oficial, incluídos largos períodos en que se fijaron precios muy bajos para los insumos que le vendían las empresas estatales. La inversión en esas plantas “promocionadas” durante la década del ochenta estuvo en el orden de 1.200 millones de dólares; a fines de la misma se sumaban proyectos “en carpeta” por 3.500 millones adicionales. En cambio, las nuevas reglas de juego para la rama (que incluyó el fin de la promoción, la aplicación de precios internacionales para los insumos, la apertura a la oferta externa y la privatización de las plantas estatales) llevó a la suspensión de la gran mayoría de esos proyectos (de los que se concretaron en estos años apenas el 10%). La actividad trepó muy rápido durante la década del ochenta, a medida que se ponían en marcha las grandes plantas promovidas desde comienzos de la década anterior, pero ese proceso se desaceleró en los noventa, debido a los cambios de política. Ello no impidió que mejorara la productividad, gracias a los ajustes de personal y a la integración final de las plantas existentes, en medio de un escaso aumento de la capacidad instalada. La producción de cemento, en fin, aumentó utilizando capacidad disponible, de modo que no necesitó recurrir a inversiones para atender la demanda de los últimos años. A diferencia de los anteriores se trata del único caso donde se detecta capacidad ociosa tan elevada a lo largo de un período de más de 15 años. El lógico deterioro de equipos que no funcionaron durante un período tan prolongado, sumado a la ausencia de nuevas inversiones apreciables, sugieren que esta rama estaría sometida a una contracción de su capacidad productiva real. En resumen, todos los datos mencionados relatan una misma historia: inversiones previas, realizadas con el apoyo de algún régimen de promoción oficial, que aumentaron la capacidad productiva y/o la eficiencia sectorial, hasta máximos alcanzados durante la década del ochenta. Luego, se nota una estabilidad relativa de la capacidad instalada que no impidió cierto incremento de la producción debido a la existencia de un potencial ocioso. Ahora, a medida que la curva de producción se acerca al máximo admitido por la capacidad real existente, se plantean dudas sobre la continuidad del crecimiento. Es obvio que una evolución positiva requiere nuevas inversiones, mientras que los proyectos que se conocen no ofrecen, en general, ni la magnitud ni los ritmos suficientes para suponer que tendrán un impacto decidido en la producción de esos sectores en los próximos años (con la posible excepción de la petroquímica de acuerdo a los primeros esbozos que se difunden). En definitiva, la evolución de la capacidad instalada en los mayores sectores fabriles sugiere que la industria no estaría creciendo en el sentido que se le asigna a esta palabra. Las cifras positivas y elevadas que exhibe la actividad industrial en los últimos años responden al mayor uso de dicha capacidad cuyos límites ya se avizoran. 12 13 El crecimiento nominal de la industria en la década del noventa es un hecho; su carácter y dimensión son otro distinto. El aumento real de la actividad fabril resulta menor al indicado por las cifras oficiales (que la sobreestiman por el método utilizado) y se debe en buena medida al mayor uso de capacidad ociosa (como en toda recuperación cíclica). Este diagnóstico difiere del que supone que estaríamos frente a un enérgico proceso de inversión; se trata, más bien, de una reactivación coyuntural que no implica crecimiento real. Curiosamente, la caída de 1995 posibilitó el registro de nuevas cifras positivas para la actividad fabril en 1996 y 1997 que, en esencia, permiten recuperar el nivel registrado en aquel año; en 1998 se verá si aparecen, o no, otros efectos dinámicos en el sector que hasta ahora no se aprecian. Verificando el diagnóstico Los resultados sobre evolución de la capacidad disponible se condicen con los señalados para la producción fabril; ellos pueden verificarse mediante un cotejo con otras facetas del proceso productivo como la inversión productiva, el costo del capital, la evolución del la productividad, las exportaciones industriales y, finalmente, la evolución de las grandes empresas locales. Esos temas se veran en la presente sección. a. La inversión productiva La inversión bruta interna cayó entre 1980-85, se recuperó durante los dos años siguientes (por el Plan Austral) pero volvió a desplomarse hasta llegar a un mínimo en 1990. La recuperación iniciada en 1991 no fue suficiente para recuperar el nivel de 1980 hasta despues de 1993; recien en 1994 se ubicó en un 10% encima de 1980, pero su valor vuelve a caer abruptamente en 1995, acorde con el ciclo recesivo. La recuperación posterior no ha modificado significativamente estas tendencias. Decir que el monto total de la inversión sigue en los niveles de fines de la década del setenta (luego de una enorme caída que reclama una compensación por el período perdido) es decir que esta todavía no es suficiente para asegurar un proceso de desarrollo sostenido. La composición de esa inversión ratifica la hipótesis. Una primera lectura de las cifras permite observar que su único componente dinámico fueron los equipos importados. Las inversiones en construcciones y en equipo durable de producción de origen nacional exhibieron un derrumbe hacia 1990 que no logró recuperarse con el repunte de 1994; en cambio, las importaciones de bienes de capital se multiplicaron por ocho entre 1990 y 1994. La retracción de las construcciones, ya mencionada, más la caída de incorporación de bienes de capital producidos localmente confirman la situación negativa de esa rama fabril. Los bienes importados ofrecen una curiosa mezcla de rubros que no resulta fácil considerar "productivos". El salto espectacular que registra ese sector se ve motorizado por rubros como “máquinas y equipos para oficinas” (donde estan las computadoras personales), “transporte” (que incluye automotores) y “comunicaciones” (generado por la demanda de las firmas del área); esos tres rubros explican, por sí solos, casi la mitad del salto de esa cuenta. Es decir que buena parte de ese resultado exitoso se debe al criterio oficial de agrupar a las computadoras y parte de los automóviles dentro de la cuenta bienes de capital; la otra mitad 13 14 del monto de la cuenta “bienes de capital” requiere un análisis más detallado, pero se puede adelantar que presenta sorpresas como la inclusión de 100 millones de dólares en rubros tan lejanos de la actividad productiva real como las escaleras mecánicas, las expendedoras automáticas, las cámaras de televisión y las bombas de combustible para las estaciones de servicio. Es decir que un análisis pormenorizado de las importaciones de bienes de capital podría mostrar que el monto que se destina realmente a la producción es muy inferior al supuesto por las cuentas oficiales y que solo una porción menor se dirige a la industria. En rigor, todo indica que la mayor parte de ese flujo se destina a las actividades de servicio privatizadas en condiciones de reserva de mercado, al petróleo, la minería y los servicios comerciales. En otras palabras, se verifican las dudas ya expuestas sobre la marcha futura de la industria y, por lo tanto, de la economía nacional, si se tiene en cuenta que la orientación de dicha inversión no sería óptima desde el punto de vista productivo. El costo del capital El pensamiento ortodoxo afirma que el costo de los bienes de capital ha bajado y que ese menor costo explica tanto el un incremento de la inversión como la menor demanda de trabajo (debido al encarecimiento relativo de esta). Este diagnóstico surge de una doble confusión teórica y fáctica. En primer lugar, el que ha bajado es el costo relativo de los bienes de capital, que no se puede asimilar sin más al costo del capital; el primero se define por el precio de los equipos, pero el segundo por el costo de oportunidad del dinero, que puede o no destinarse a la inversión. Es cierto que el precio de los bienes de capital bajó, pero no puede decirse lo mismo del costo de oportunidad del dinero, que se define por el rendimiento que ofrece el mercado financiero, y que es reconocidamente elevado. Esta es una de las causas que lleva a que los montos reales de inversión no sean los deseados y uno de los problemas que se debe superar para que el ahorro se destine desde los negocios financieros hacia la inversión productiva. El segundo error de este análisis consiste en comparar el costo nominal de los bienes de capital como si los agentes empresarios se hubieran enfrentado a las mismas condiciones de mercado, la década pasada y la presente. Es bien sabido que una parte decisiva de las inversiones de la década del ochenta se efectuó de modo independiente de esos costos, ya sea porque las realizó el sector público, o bien un sector privado que percibía subsidios significativos. Esos agentes enfrentaban un costo de los bienes de capital bajo o nulo en el período previo, de tal forma que para ellos, este no bajó sino que subió en la década del noventa. La baja global de esos precios puede resultar positiva para inversores ideales, pero no necesariamente para los numerosos agentes concretos de la economía local. Para que la baja relativa del precio de loa bienes de capital repercuta en el proceso de inversión hace falta una serie de condiciones adicionales que no parecen haber ocurrido. La evolución de la productividad Se ha mostrado que las inversiones locales no tuvieron la dimensión ni el ritmo suficiente para impulsar un aumento de la productividad. Esta, sin embargo existió, y por eso cabe preguntarse cómo se produjo el mencionado incremento. 14 15 Durante la década del setenta y ochenta, amplios sectores productivos se equiparon gracias a medidas promocionales que facilitaron la inversión. Esa capacidad permaneció en estado latente hasta que, durante la década del noventa, los cambios de la coyuntura impulsaron a mejorar la eficiencia productiva. Ello ocurrió porque se efectuaron inversiones marginales, de corto plazo de maduración, para utilizar dicha capacidad ociosa, proceso factible porque ya estaban instalados los equipos básicos. Además, porque se decidió el cierre de plantas antiguas y obsoletas que sobrevivían al amparo de la protección; esa práctica redujo muchas veces el producto sectorial pero a costa de un aumento de una sola vez en la productividad, porceso que se agotó en este período. El último factor que influyó en el aumento de productividad residió en el cambio de las condiciones del mercado de trabajo. La modificación de los precios relativos encareció el costo laboral (que trepó más de 300% medido en dólares), al tiempo que se reducía casi irónicamente el salario real (25% en relación a los valores promedio de la década del ochenta). Esta relación resultó decisiva para la estrategia de las empresas a medida que la apertura las obligaba a afrontar la competencia externa; ella condujo a una frenética reducción de los planteles laborales para bajar costos. La ola de despidos, provocada por estas estrategias en un contetxo de debilitamiento de la resistencia de los trabajadores, sumada al cierre de plantas obsoletas, explican que el aumento de la productividad fuera acompañado por el alza del desempleo y el bajo incremento del producto real. En definitiva, todas las explicaciones convergen: el aumento de la productividad ocurrido mientras el producto potencial en el sector de bienes se mantenía transitando una meseta (antes que una suba), fue permitido por la acumulación anterior de equipo y la caída del poder de negociación laboral en las nuevas condiciones políticas y de mercado vigentes en el país. Esos resultados combinados provocaron un salto de productividad en forma de shock, o sea, de una sola vez y que no puede proyectarse hacia el futuro. El agotamiento de los márgenes físicos disponibles para que ese proceso continúe vuelve a poner sobre el tapete la necesidad de nuevas inversiones productivas para promover el desarrollo. Las exportaciones El rápido incremento de las exportaciones, que es una de las variables más positivas que exhibe la economía argentina hoy, debería reflejar un crecimiento de actividad, que, a primera vista, parece contradictorio con el análisis anterior. La revisión del fenómeno permite verificar la coherencia de los resultados que se presentan. En primer lugar, resulta que el 63% del aumento de las exportaciones en el período 19891995 se origina en cinco rubros primarios (cereales, aceite, pescados, petróleo y cuero). El avance de esa oferta coincide con el alza ya observada en dichos sectores productores debido a la reestructuración de la economía local hacia bienes naturales que ofrecen ventajas comparativas estáticas. Esos bienes primarios, despachados sin mayor proceso fabril y dependientes de las fluctuaciones cíclicas de la oferta, lograron mejorar su oferta en magnitudes físicas mientras que sus efectos en divisas se multiplicaron gracias a la evolución favorable de los precios internacionales. Otros dos rubros (automotriz y petroquímico) explican 21% adicional del aumento de las ventas al exterior. No parece necesario explicar que el primero se debe al creciente rol de los 15 16 intercambios automotrices con el Brasil, mientras que las ventas petroquímicas se originan en las plantas básicas ya creadas previamente y consolidadas antes de iniciado el proceso de apertura. Es decir que 84% del aumento de las exportaciones argentinas en este período se origina en materias primas y ramas industriales sometidas a estímulos oficiales y naturales antes que en un desarrollo productivo de orden fabril. Por otro lado, es evidente que el Mercosur esta tomando una importancia decisiva en el aumento de las exportaciones de manufacturas de origen industrial. La expansión de las exportaciones automotrices se debe al proceso de integración las firmas en la región, que implicó una menor integración de las terminales locales, que importan partes antes producidas en el país. Este aumento de las importaciones, debería compensarse mediante el despacho de piezas nacionales, pero los montos vendidos de las mismas, hasta ahora, resultan menores a los comprados. Otra parte apreciable del aumento de las exportaciones de MOI al Mercosur surge de un nuevo comercio intrafirma cuya importancia se extiende a medida de que las empresas transnacionales especializan su producción en cada uno de los países participantes. La importancia decisiva del Mercosur se verifica en el hecho de que las exportaciones a Brasil explican el 48% del aumento total de las mismas, el 62% de las exportaciones conocidas como MOI, y el 90% del flujo comercial de las automotrices. Estos resultados son significativos frente a la imagen transmitida por quienes creen que está ocurriendo una salida de las exportaciones argentinas “al mundo”. Ellos suponen que éste está formado por mercados “ideales” (es decir, en donde no haría falta el apoyo estatal y ventajas como las economías de escala para penetrar en otros ámbitos nacionales muy protegidos) y que las ventas se expanden en todas direcciones. Lo cierto es que las ventas argentinas se concentran en el Mercosur; fuera de él, los aumentos se originan en rubros tradicionales, a los que se han sumado otras commodities incorporadas a la tarea fabril (como acero y aluminio). Se puede concluir, finalmente, que el crecimiento de las exportaciones se basa en ventajas comparativas naturales y en los efectos de políticas específicas oficiales dirigidas a ramas y a empresas; además, una proporción abrumadora del aumento de su oferta se explica por la expansión de aquellas actividades apoyadas sobre la capacidad productiva instalada en épocas anteriores. Evolución de las grandes empresas locales La marcha de las mayores empresas industriales ofrece una última verificación indirecta de las afirmaciones contenidas en este trabajo. En efecto, los cambios que ocurren en la estructura fabril reflejan la evolución de dichas firmas que concentran buena parte de la producción y lideran la marcha del resto. Las cien empresas con mayores ventas en 1987 contenían 80 industriales mientras que en 1994, estas últimas han caído a 55. Esa reducción implica que las empresas más grandes del país contienen un número creciente de firmas no industriales, cuya actividad se concentra en el comercio y en los servicios. Una parte corresponde a las nuevas empresas de distribución masiva que se instalaron en el mercado local, y otra a las actividades privatizadas que tienen reservas de mercado y posiciones de privilegio. Esto implica que la apertura no contribuyó, 16 17 al menos hasta ahora, a crear empresas competitivas capaces de operar en el mercado internacional, sinó que permitió el ascenso de firmas con posiciones oligopólicas en el mercado local. Por otra parte, se observa que un tercio del conjunto tiene propietarios nuevos; la mitad de ese cambio se explica por las privatizaciones y la otra mitad por el ingreso de firmas extranjeras, generalmente mediante la compra directa de empresas locales. Si, en lugar del total, se toman las cien mayores empresas fabriles, se verifica que 89 son las mismas que en 1987; las once que se incorporan incluyen a siete aceiteras en clara relación con los cambios ya mencionados y confirmando el escaso dinamismo de la industria en estos años. Conviene agregar que estos resultados están mediatizados por el hecho que las empresas fabriles exhiben un aumento creciente de actividades comerciales (que se refleja en sus ventas donde no se puede distinguir entre las que se originan en la producción y esos nuevos negocios); ello ocurre en particular debido a la estrategia de las filiales de empresas transnacionales, que se han volcado a ofrecer los productos de sus matrices, a partir de su red de distribución local. Además, numerosas empresas han incorporado piezas importadas en el armado de sus productos, con lo cual deja de ser la misma la relación entre ventas y nivel agregado. Es decir que la permanencia de las empresas fabriles en el listado ni siquiera implica que ellas mantengan una dimensión productiva acorde con las magnitudes de facturación que estos registran. Este rastreo de datos empresarios no ofrece contradicciones con los resultados previos. El bajo dinamismo del sector productivo (y en especial del fabril) se refleja en los cambios en la composición de las empresas más grandes. El escaso ingreso de nuevas firmas industriales (donde las más grandes siguen correspondiendo a aquellas consolidadas en la década del ochenta), contrasta con el avance de las comerciales y las que atienden los servicios promovidos por la política oficial. Los resultados convergen y consolidan las observaciones destacadas en los análisis anteriores. Evolución de los servicios y el sector financiero La evolución poco alentadora de la producción local de bienes materiales puede llevar a pensar que el sector servicios ofrecería mejores condiciones como motor del desarrollo local. Por eso, y dado su ritmo de avance en las últimas dos décadas, que excede tanto al de la producción material, merece un análisis cuidadoso de su composición y características. Los servicios ofrecen una composición muy heterogénea y presentan problemas de medida cuyos criterios son objeto de polémica en todo el planeta. Esos fenómenos exigen revisar tanto los resultados como la manera en que se llegó a ellos, única forma de saber si las cifras reflejan un aumento real o una consecuencia (deseada o no) de los criterios de medida. Esos métodos permiten una evaluación mejor del contenido de dicho avance que, como se verá, no ofrece mejores perspectivas reales para la economía argentina. Los sectores de servicios crecieron 31,8% entre 1980 y 1994. Los servicios financieros fueron los más dinámicos y aumentaron su presencia de modo decisivo hasta explicar, por sí solos, más de un tercio de ese aumento total y, por lo tanto, una parte decisiva del aumento del producto global. La importancia e impacto del sector financiero exige un análisis especial. Su expansión absoluta, 41,4% entre 1980 y 1994, es superior a la de cualquier otro rubro importante del 17 18 conjunto. Debido a ese ritmo, llega a representar casi la sexta parte del producto bruto global hacia el final del período (15,8%). Hoy, su presencia relativa duplica el aporte del sector agropecuario local y triplica el correspondiente a la construcción en una clara distorsión de las relaciones entre actividades tradicionales en la economía argentina. Su participación actual en el PBI se destaca respecto al 6,8% que registraba en 1974, y permite visualizar el cambio ocurrido en el interin. La dimensión relativa alcanzada por el sector financiero se puede evaluar mediante una perspectiva internacional. Su presencia en el producto local equivale a la exhibida por países con sistemas financieros muy grandes, que oepran en el mercado mundial, y supera a la incidencia de este sector en la mayoría de las economías desarrolladas. Aunque en general, los valores de cada nación no son de fácil comparación directa, las diferencias observadas parecen razonables para sugerir que la presencia desproporcionada del sector financiero local no se debe a su aporte real a la economía argentina. El sector financiero se divide en tres rubros en el PBI, que son “establecimientos financieros y seguros”, “bienes inmuebles y actividad inmobiliaria” y “servicios prestados a las empresas”. El primero crece nada menos que el 51,7% durante el período 1980-94 y su expansión resulta, en valores absolutos, casi igual al aumento del valor agregado por todo el sector industrial en esos mismos años. El incremento de su valor agregado durante el período resulta tan intenso que explica por sí solo una sexta parte del aumento del sector servicios. Ningún valor material de la evolución del sector parece coincidir con esas cifras que derivan en buena medida de los métodos de medida de su aporte. Resulta curioso en ese sentido que el máximo anterior de la serie (en las cuentas nacionales) se haya registrado en 1981, año de liquidación y cierre de gran número de bancos y financieras. Por otra parte, su ritmo de crecimiento en 1992-94 osciló entre un mínimo de 15,3% (1993) y un máximo de 22,8% anual (1994), valores difíciles de imaginar en economías “normales” y ni si quiera en aquellas de crecimiento “milagroso” como las del sudeste asiático. Esa evolución no coincide con la tendencia que se observa en diversos indicadores disponibles. La relación M2/PBI, por ejemplo, que mide el total de dinero y depósitos en el sistema, resultó inferior, en 1994, a los valores observados en cada año del trienio 1986-1988 y hasta resultó menor a la observada en 1980. Es cierto que esa relación sólo ofrece un indicio de la evolución de la masa monetario financiera pero es dificil imaginar que el valor agregado sectorial haya crecido tanto sin estar apoyado materialmente en bases como esa. En general, puede afirmarse que el stock local de recursos financieros no registra aumentos que expliquen la evolución de este rubro. Hay actividades, como las bursátiles, que experimentaron un salto grande en los últimos años, medido tanto en cantidad de transacciones como en stock total de títulos del mercado, pero la parte de ese rubro en el grupo analizado es tan baja que no puede tener incidencia de consideración en el total. El aporte financiero no se evalúa por las variaciones en el stock de depósitos sino por los intereses y comisiones cobradas por los bancos y financieras. Los intereses que se deben computar son los cobrados menos los pagados, pero las dificultades para estimar esos montos reales llevan a un desvío práctico: las cuentas toman los devengados en vez de los efectivamente desembolsados. Ese criterio tiende a crear diferencias apreciables con la realidad en situaciones de crisis, ya que los intereses devengados y no pagados por acreedores insolventes se contabilizan como un aporte positivo al valor agregado del rubro 18 19 financiero (aunque reflejen, en rigor, la crisis de los sectores productivos que no pueden afrontar sus deudas). Estos fenómenos, junto con otros problemas de medición, plantea problemas en torno a la representatividad de las cifras. Sobre todo, porque la actual dimensión absoluta este rubro es de tal magnitud que sus resultados afectan todo el cálculo del producto en su conjunto. Este repaso permite observar que es el sector financiero quien se convierte en una de las mayores causas de la evolución del sector proveedor de servicios, que, a su vez impulsa hacia arriba las cifras del producto global. El resto exhibe un avance más matizado por rubros que se tratará de modo general. El resto de lo sectores de servicios El resto de los sectores de servicios se compone de tres grandes partes: Transporte y comunicaciones, Servicios varios, y Comercio, cuyas tendencias y efecto se pueden ver a grandes rasgos, dado que no interfieren demasiado en el análisis que se presenta. El Transporte crece 57,2% motorizado por la expansión de las comunicaciones (correos y teléfonos) que triplican su valor agregado absoluto a lo largo de los años considerados. De todas formas, este último sector no afecta a las tendencias generales del producto debido a su reducida dimensión relativa. Los “Servicios comunales, sociales y personales” crecen 33,7%, de modo que mantienen su participación a lo largo del tiempo. Dado que su ritmo se asemeja al aumento de la población en el período, se puede asumir que este conjunto de servicios mantuvo su aporte per cápita, relación que no indica dinamismo alguno. Comercio al por mayor y menor, restaurantes y hoteles, crece solo 16,7% en el período y su escaso ritmo de avance estadístico implica una continua pérdida de su participación. Como se observa, los diferentes rubros que componen los servicios exhiben tendencias muy variadas. En general aparecen pocos rubros dinámicos; aunque algunos casos pueden estar sub o sobre valuados, lo más probable es que una corrección eventual de dichas cifras tendría efectos negativos sobre la evolución global del producto. En definitiva, la imagen del rápido crecimiento de la economía argentina proviene sobre todo del impacto del cálculo de los servicios en las cuentas nacionales y estos de problemas de medida más que de avances reales. Cabe advertir, por último, que ciertas corrientes creen que el crecimiento de los servicios puede impulsar a toda la economía, pero confunden bajo esa denominación a las actividades más modernas (como las comunicaciones y las informática) que se despliegan en las economías avanzadas, con el aumento de las actividades tradicionales que miden las cuentas locales. La clasificación de los rubros de servicios en el país, y los criterios que los miden, dejan poca esperanza de que ellos incluyan los factores del crecimiento de las economías modernas. Por último, debe señalarse que ese avance de los servicios contrasta con las expectativas de impulsar el crecimiento de la economía argentina sobre la base del mercado externo. Las actividades locales de servicios no ofrecen ni las magnitudes ni el dinamismo exportador suficiente como para suponer que ellas puedan sostener el avance esperado de la economía argentina. 19 20 Conclusiones La primer conclusión de este trabajo consiste en que no se aprecia todavía un crecimiento sostenido de la economía argentina, si por crecimiento se entience producir más que en cualquier período anterior. Una gran cantidad de rubros registran un nivel de actividad inferior al que se observaba en la década anterior y aquellos que han ganado posiciones se limitan a un puñado de ramas con ventajas comparativas naturales o que avanzaron gracias a la promoción previa. Las nuevas condiciones de funcionamiento de la economía argentina dieron lugar a un rápido proceso de incremento de la productividad relativa, a partir de posibilidades latentes, más que a un aumento significativo de la oferta global. Estos resultados permiten derivar la hipótesis de que el nuevo contexto no resulta positivo para el desarrollo real y que, a menos que ocurran procesos inesperados y no observables en las estadísticas, el ritmo de avance de estos años se agotará a corto plazo a medida que se terminan de utilizar las capacidades ociosas disponibles y las reservas de recursos naturales. Si la inversión real no avanza, tanto en magnitud como en orientación, hacia la consolidación de nuevas actividades productivas, la economía argentina podrá enfrentar una situación dificil dentro de un período relativamente breve. El entusiasmo con las cifras exitosas que se difunden ante el gran público es una de las explicaciones de la falta de medidas adecuadas para tratar el problema. Pero ese balance es un mal consejero porque alienta la inacción cuando todavá puede ser posible remediar los inconvenientes. Otro resultado que surge se refiere al pasado: las políticas previas no fueron tan perversas como se pretende sugerir ni pueden ser desechadas para entender lo que ocurre en la actualidad. En rigor, gran parte de la actividad de la economía argentina se debe a las bases creadas por esas políticas (más allá de sus defecto notorios), mientras que poco puede adjudicarse al modelo actual de apertura (más allá de sus éxitos notorios en materia de estabilidad de precios). La revalorización de la marcha de la economía argentina permite revaluar estrategias y políticas y, por lo tanto, abre las bases para un debate tan urgente como necesario. El diagnóstico de la situación actual, en ese sentido, es poco positivo y merece un pronóstico reservado. 20