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Título: El modelo de gestión público privado en la implementación de las Políticas Sociales: nuevos escenarios, tensiones y desafíos. Autoras: Laura Paulo Bevilacqua - Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República Constituyente 1502, Montevideo, Uruguay. Teléfono 2413 63 97 laura.paulo@cienciassociales.edu.uy Doreli Perez Mazlimian - Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República Constituyente 1502, Montevideo, Uruguay. Teléfono 2413 63 97 doreli.perez@cienciassociales.edu.uy El modelo de gestión público privado en la implementación de las Políticas Sociales: nuevos escenarios, tensiones y desafíos La matriz de protección de Uruguay se caracteriza por haberse constituido tempranamente y con perfil universal. Esto habilitó al desarrollo de una sociedad integrada, es decir, una sociedad con desigualdad controlada y estabilidad democrática. Ernesto Castellano (1996) analiza esa construcción y la denomina ciudadanía integral, en función de la consagración simultánea de derechos políticos y sociales. Si se pensara en hitos históricos para organizar los períodos que ha atravesado Uruguay, podría mencionarse en primer término una etapa de expansión (1904-1958), presidida por un fuerte optimismo en cuanto a la capacidad del Estado para regular el mercado, incorporar la sociedad e impulsar el desarrollo del país. Una segunda etapa (1959-2000), en la que nuestras elites primero, nuestros grupos sociales después y nuestros ciudadanos finalmente fueron plasmando en el Estado la idea de que los mercados y la sociedad civil deben adquirir un mayor protagonismo en el desarrollo nacional. El Estado en Uruguay no fue un mero espejo de su política doméstica ni de su entrono internacional. Inició antes su estatismo y antes su liberalismo (Filgueira, Yaffé, Garcé, & Ramos, 2003: 176) De acuerdo a los autores, si bien en la segunda etapa se comenzó a habilitar cierto repliegue estatal, nunca se llegó a un Estado mayoritariamente privatizado y minimalista como se dio en otros países de la región. Según lo expresan, primero se replegó la función reguladora del Estado y luego hubo modificaciones de menor magnitud en las dimensiones social y empresarial cumplidas por el Estado uruguayo. El análisis de los autores deja en evidencia que las crisis en Uruguay, históricamente han sido basamento tanto para reforzar opciones como para virar el camino. Un hecho relevante que también posibilitó la introducción de virajes, fue el cambio en la conducción de gobierno en Uruguay, con la asunción del partido de izquierda Frente Amplio (FA) en el poder en 2005. La definición programática de esta fuerza política durante sus dos períodos de actuación, indica las principales orientaciones en términos de gestión de las políticas públicas. En el plano económico continua la tendencia hacia el equilibrio macroeconómico y la estabilidad institucional pero apostando al crecimiento con mayor valor agregado nacional. Asimismo, presta especial atención a la revisión de la forma de distribución de los beneficios. Por ello, reconoce un rol activo del Estado en relación con el desarrollo económico y el bienestar de la población. En lo social, los Gobiernos del FA no se limitaron a políticas focalizadas, sino que fueron coherentes en el intento de vincular estas iniciativas con la matriz de protección existente, como forma de complementarla. Se respondió exitosamente a la emergencia social resultante de la crisis del 2002 con políticas de distribución monetaria focalizada en los más pobres. Una vez resueltos los problemas más acuciantes, las transferencias monetarias focalizadas disminuyeron y dieron paso a un sistema más complejo en que las políticas focalizadas se articulan y dan acceso a prestaciones universales como los planes de capacitación y trabajo o la extensión de las asignaciones familiares a los hogares sin empleo (Midaglia & Castillo, 2010; Midaglia y Antia, 2011). (Narbondo, 2012:319) Esta nueva etapa iniciada en 2005, se respalda en un referente ideológico distinto al paradigma que concibió una institucionalidad parcialmente privatizada, con participación de diversos actores en el abordaje del campo social. Sin embargo, la articulación público-privado para la implementación de políticas sociales continuó su vigencia. En efecto, el Repertorio de Programas Sociales del Ministerio de Desarrollo Social en Uruguay, muestra que una importante cantidad de programas actuales, han tomado este modelo como fórmula para su instrumentación. La mayoría de los convenios de este tipo, están radicados principalmente -aunque no exclusivamente- en dos reparticiones: el Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) y el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU). Esto es así, sobre todo por su relevancia en la instrumentación de servicios en las diferentes áreas de protección social dirigidos a sectores de población en condiciones de vulnerabilidad. Tales proyectos tienen presencia en todo el territorio nacional y muchos de ellos están relacionados con políticas sociales enmarcadas en las estrategias de descentralización y participación ciudadana. En este escenario, cabe preguntarse si los rasgos de la articulación público-privado han sufrido algún tipo de re-estructuración, considerando el nuevo escenario político. En el ejercicio de su función reguladora, el Estado tiene posibilidades de profundizar la articulación tal cual estaba establecida desde antes o redefinirla en base a nuevos términos o tender a su mínima expresión y eventual extinción. El vínculo establecido entre el Estado y las organizaciones de la sociedad civil, es de una naturaleza peculiar y con recurrentes tensiones. El Estado ya no establece convenios sectorialmente por lo que no solo hay impacto a la interna de su institucionalidad sino también en su articulación con el sector privado tanto mercantil como no mercantil. Ello fundamenta la posibilidad de convertirlo en objeto de análisis para una mejor comprensión de sus particularidades y exigencias. De esta forma, podrá generarse el referente adecuado para la comprensión de la articulación como un proceso en permanente construcción. Resulta clave esta noción de proceso ya que el diálogo entre los actores está directamente vinculado a contextos socio-económicos en constante cambio. La incorporación de estas concepciones –continuidad del modelo, necesidad de revisión, su comprensión como proceso en contextos dinámicos-, es parte de la construcción y reconstrucción de esta propuesta y de sus posibilidades de éxito. La discusión se vincula además, con la necesidad de que el Estado, como actor clave y cuasi determinante, realice un debate en profundidad al respecto. (Pérez & Paulo, 2012: 19-20). En este sentido, son varias las interrogantes que se pueden formular para dinamizar la discusión y hacer emerger perspectivas que constituirían un importante insumo para los diseñadores de políticas. Así por ejemplo, cabe cuestionarse acerca del perfil de Estado que se entiende necesario para la implementación de los programas sociales así como las incumbencias que le cabrían en tanto órgano rector. Según la definición que se asuma en cada uno de estos aspectos, será el tipo de alianza que se establezca con las organizaciones de la sociedad civil. El diseño de la actual matriz de protección social en Uruguay, destaca el rol central del Estado pero no descarta la participación de las organizaciones de la sociedad civil en la implementación de proyectos sociales. Lo que no aparece aún -al menos explicitado- es la existencia de una revisión de la asociación público-privado que contemple los cambios en la dinámica de funcionamiento de los actores involucrados. Esto es, los cambios del Estado hacia una intervención intersectorial con el sector privado reposicionado a partir de las transformaciones económicas y sociales. Como ya se dijera, la articulación público-privada es una modalidad de larga data pero no en todos los modelos de desarrollo, conjuga las mismas características. Es por esto que la revisión adquiere importancia si se tiene en cuenta el cambio en la orientación de gobierno, que experimentó Uruguay en 2005. LA EXPRESIÓN INTERSECTORIAL DEL ESTADO Una de las mutaciones más notorias de los Estados latinoamericanos ha sido la expansión de programas sociales con diseños intersectoriales. Esta reorientación de la acción, se basa en la convicción de que la intersectorialidad es la manera más eficiente de superar los problemas de integración social. La intersectorialidad, desde esta última perspectiva, implica que diversos sectores gubernamentales no sólo entreguen a un mismo público específico los servicios que son propios de cada uno, sino que de manera articulada atiendan necesidades sociales o prevengan problemas que tienen complejas, diversas y relacionadas causas en sus orígenes.(Cunill-Grau, 2014, p. 8) No es la simple distribución de tareas sino que implica que esos diferentes ámbitos de gobierno, formulen en forma conjunta, colaborativa y consensuada, una estrategia de intervención para producir los resultados pre-visualizados. Los términos que esa colaboración adopte, determinará la viabilidad de materializar las metas enunciadas. Desde el punto de vista político, se asume que las intervenciones con abordaje integral de los problemas, solo pueden plasmarse si se planifican e implementan en forma intersectorial. Complementariamente, el supuesto técnico es que la articulación de especificidades sectoriales, permite una mejor resolución de los problemas sociales, en la medida en que se comparten conocimientos, aprendizajes, sistemas de información, presupuestos que constituyen fondos comunes, etc. En este punto, es interesante resaltar la diferencia que Cunill-Grau establece entre la coordinación interinstitucional y la intersectorialidad. En términos generales, la coordinación, aunque es necesaria para lograr la integración (por lo que sus herramientas pueden ser muy útiles), no siempre la asegurará. En este sentido, el abordaje de la intersectorialidad que proponemos sugiere que su especificidad radica en su fundamento político, así como también en que implica un grado de intensidad más alto de relación entre sectores que la coordinación. (Cunill-Grau, 2014, p. 17) En ese rango de intensidades, pueden ubicarse distintas situaciones pero en última instancia, la variada literatura sobre colaboración interagencial llama la atención sobre la necesidad de establecer arreglos comunes de gobernanza, o sea espacios o instancias donde los sectores involucrados en una acción intersectorial puedan por lo menos expresar sus intereses y tratar de zanjar sus diferencias o conflictos. Si tenemos en cuenta todo lo anterior, la integración entre los sectores puede aludir a todo (o parte) del ciclo de políticas, traducirse en la creación de una mancomunidad (total o parcial) respecto de la información, recursos y responsabilidades, y suponer alteraciones (fuertes o débiles) en las estructuras organizativas de los sectores. Por lo tanto, es evidente que hay distintas elecciones posibles. En tales sentidos, la mayor integración se produciría cuando hay inclusividad en la formación de las decisiones junto con mancomunidad en su ejecución, y estructuras para la gobernanza común. (Cunill-Grau, 2014, p. 24) El análisis sobre los aspectos que se deciden integrar y los que se comparten, los integrantes que participarán de esa integración y sobre qué ámbito operacionalizará la integración entre sectores, dará en última instancia, la tónica que adquirirá la intersectorialidad. Por ejemplo, en términos de los programas prioritarios1 desarrollados a partir de 2012, Uruguay parecería un caso de integración centralmente dirigida, donde no se transfieren ni responsabilidades ni recursos hacia el segundo y tercer nivel de gobierno. En un país como el nuestro que no registra clivajes tan fuertes como para requerir 1 Uruguay Crece Contigo, Cercanías, Programa Jóvenes en Red. reconocimiento de marcadas especificidades territoriales, ese tipo de integración en sí misma no connota algo negativo. Sin embargo, podría estar incidiendo en el desaprovechamiento de la capacidad de esos niveles de gobierno para activar las redes intersectoriales de sus respectivas jurisdicciones. La existencia de formas descentralizadas de gobierno, exige revisar los mecanismos interactivos entre niveles y de éstos con la sociedad. Por otro lado, en el caso del Plan Caif2 que existe desde 1988, se observa la intersectorialidad como rasgo distintivo. Es la política pública que más sostenidamente ha implantado esa modalidad de acción incluyendo no solo diferentes sectores del Estado sino a las organizaciones de la sociedad civil en tanto uno de los actores fundantes de la estrategia. Este Plan no se limita a la generación de acciones coordinadas, sino que se implementan los llamados convenios marco, con varias agencias sectoriales del Estado (salud, educación, alimentación). Los acuerdos adquieren una formalidad que obliga de alguna forma a las partes, al cumplimiento de los objetivos trazados. Estos convenios tienen carácter nacional y se expresan en las diferentes jurisdicciones departamentales del país, según las realidades particulares de cada ciudad, localidad pequeña o zona rural. Los convenios otorgan una formalidad mayor a las acciones implementadas, pero no son la única forma de expresión de la intersectorialidad. En cada territorio se generan acciones coordinadas con organizaciones públicas y privadas. La cercanía o proximidad geográfica es un facilitador, se generan vínculos que de alguna forma se institucionalizan y habilitan la optimización de recursos. Cabe destacar que la intersectorialidad en el Plan Caif es un proceso en construcción, que de alguna forma se ve atravesado por los cambios de los referentes organizacionales de las diferentes agencias estatales. Se alcanzan acuerdos en el nivel central que muchas veces no se implementan en lo local. Más allá de las dificultades en el camino desde el diseño a la implementación de las propuestas, el proceso de integración ha logrado un nivel importante de involucramiento de los actores que participan: desde los funcionarios estatales a los profesionales de los centros Caif y la población con la que se trabaja. Se han establecido redes locales y comunitarias que activan acciones conjuntas desde las diferentes agencias estatales y diferentes niveles de gobierno. 2 Centros de Atención Integral a la Infancia y a las Familias basados en acuerdos entre el Estado y la sociedad civil. En los citados ejemplos de programas prioritarios y Plan Caif, queda en evidencia que las organizaciones estatales ya no solo se analizan por sus propias capacidades a nivel nacional sino también con relación al medio en el que operan, incluyendo el conjunto de niveles sectoriales así como otros actores gubernamentales. No en todos los casos, el desarrollo de nuevas concepciones en materia de políticas públicas, es acompañado de la necesaria transformación en la gestión gubernamental y administrativa. (Ramírez López & Fernández de Lara, 2014) Las relaciones entre diferentes niveles del sistema político-administrativo, hacen a la integralidad y a la inclusión de diferentes actores con distintos recursos y competencias. En este nuevo contexto, se requiere un sostenido involucramiento de las autoridades de escala territorial así como condiciones propicias para profundizar la gestión relacional (pluralidad de actores, intercambio de recursos, prioridades consensuadas, proyecto común, protocolos compartidos) y la gestión multinivel (interdependencia, intercambio, liderazgos rotativos). Esa es la forma de proyectar la superación de la tradicional sectorialidad donde cada actor hace su parte, sin necesariamente conjugar los avances y/o estrategias logradas por las otras instituciones involucradas y por tanto, sin visualizar la interdependencia de las intervenciones. Lo antedicho llama la atención sobre la necesidad de atender la formación de funcionarios de base para que puedan internalizar la orientación política que propende a intervenciones con abordaje integral de los problemas, mediante la planificación e implementación en forma intersectorial. En Uruguay, algunos niveles de las líneas sectoriales, evidencian que no se ha instaurado la consecuente nueva cultura funcional/tecnológica que sintonice con la estrategia marcada por los órganos técnicopolíticos. En última instancia, ese desfasaje puede erosionar el curso de las acciones y afectar los objetivos. Aun reconociendo que el contexto político institucional fija limitaciones (u oportunidades) a la conducta de los actores, no puede obviarse que ellos, por sí mismos, disponen de distintos márgenes de maniobra tanto para colaborar con otros como para resistirse a hacerlo. De hecho, las diferencias entre los sectores (y niveles) gubernamentales, si bien pueden proveer la racionalidad para trabajar juntos, también generan resistencias. Es sabido que la autonomía organizacional suele visualizarse (y usarse) como un recurso de influencia política y que, en general, los recursos de todo tipo, incluidos el capital simbólico y el social, que controla cada actor son clave en la economía política de la intersectorialidad. (...) La interdependencia “simbiótica” versus la interdependencia “competitiva” de recursos (McQuaid, 2010, 141) y, especialmente, la percepción que se tenga de ella resulta así un elemento a analizar. Esto es especialmente relevante cuando la acción intersectorial no se origina por un mandato exterior a los propios sectores concernidos (Cunill-Grau, 2014, p. 33) Cuando el mandato está atravesado por un alto desconocimiento a nivel territorial y por tanto, no habilita a la comprensión de la orientación política en general y los acuerdos específicos en particular, se generan peligrosas brechas entre los acuerdos a niveles superiores y los mandos a nivel territorial. Ello exige pensar en términos del proceso de construcción subjetiva de las experiencias de quienes están en la primera línea de vinculación con los sujetos. Supone observar aspectos vinculados a las formas en que se desarrollan cotidianamente las normas, los tipos de dirección, hábitos, estilos de trabajo y formas de relacionarse. En suma, el vínculo entre la institución sectorial, las organizaciones de la sociedad civil y los sujetos partícipes de los diferentes programas, estará influida por las culturas organizacionales instituidas. LAS ASOCIACIONES PÚBLICO-PRIVADO El apartado anterior discurrió sobre la intersectorialidad principalmente a la interna del Estado, donde el foco son problemas sociales entendidos en su multicausalidad y por tanto, abordados desde la integración sectorial. Ya al plantearse la intersectorialidad como expresión de la relación entre el sector público y el sector privado, lo que está destacado es la provisión más eficiente de servicios. No resulta evidente, si en la elaboración de estrategias para el abordaje de las nuevas expresiones de la cuestión social en Uruguay, se ha incorporado la conceptualización y discusión acerca de la función reguladora del Estado. Es decir, la capacidad para administrar la delegación de acciones de protección social en las organizaciones de la sociedad civil. Por otro parte, surgen diversas interrogantes vinculadas a la capacidad de gestión de estas organizaciones, que han pasado por diferentes ciclos en cuanto a su papel, su relevancia en la sociedad, su composición y cometidos. A este respecto, aparece como tópico de discusión, la formación que las organizaciones sociales deben tener, para poder asumir la implementación de proyectos sociales de calidad. Existe un interés expresado por las organizaciones respecto a la formación en algunas áreas, considerando que las temáticas que se abordan con estos proyectos, conllevan una gran complejidad y suponen procesos de largo plazo. Más allá de las particularidades que esas temáticas complejas exigen en cuanto a formación, un tema recurrente entre las organizaciones participantes de convenios, alude a asuntos de gestión. En ese rubro suelen ser muy sensibles las áreas de la gestión financiera y la administración de recursos humanos. Esto plantea el desafío de valorar si esta demanda es posible de satisfacer y a quién le correspondería canalizarla. Otro aspecto de discusión, se liga al ámbito político-cultural de las organizaciones, sus respectivos marcos referenciales, sus estrategias para controlar decisiones, recursos y procesos. En este plano, aparecen dilemas vinculados a la preservación de la autonomía frente al Estado así como vinculados a la identidad. En el primer caso, cabe destacar que los proyectos que abordan problemáticas sociales, no están librados a los criterios de cada organización que suscribe convenios sino que se insertan en propuestas marco. Ello plantea una delicada disyuntiva ligada a cómo lograr un razonable equilibrio entre la función reguladora del Estado y la autonomía de las organizaciones. Con referencia a la cuestión de la identidad, hay organizaciones que entienden que muchas veces su identidad queda desdibujada o con limitaciones para ser expresada. Los referentes estatales establecen lineamientos homogeneizantes que pueden ser atendibles en términos de la naturaleza del proyecto social en cuestión pero que fagocitan los objetivos organizacionales y en última instancia, afectan sus rasgos identitarios. En suma, se instala una dinámica exigida a conjugar decisiones guiadas por la racionalidad estatal por un lado, desafíos derivados de la compleja problemática social que se aborda así como interacciones internas de las propias organizaciones. Además de esto, la asociación se formaliza a través de contratos que establecen obligaciones y derechos entre las partes. En ese contrato se enuncia que las partes son socias que se obligan a implementar determinados servicios en los términos pautados. Esta noción de sociedad entre partes, introduce otro nivel de polémica sobre el que pueden hacerse dos principales observaciones. En primer término, el obvio corrimiento de las organizaciones de la sociedad civil con respecto al Estado. Su posición de antaño orientada a la intermediación de demandas y valoración crítico-externa del accionar estatal, progresivamente fue mutando hacia la co-ejecución de programas estatales. Como derivación de esta reacomodación de los actores, se abandona el formato de confrontación extrínseca y se pasa a un vínculo símil empresarial en el que las partes se denominan socias en los proceso de gestión. La calidad de socios implicaría una relación de razonable horizontalidad, sin embargo, en los hechos se dan vínculos más cercanos a la relación Estado contratante-organización contratada, con la consecuente asimetría y restricciones de movimiento, que ello supone. Entonces, cuando el Estado ejerce su responsabilidad inherente al control y mejora, activando sistemas de información y monitoreo para el seguimiento del flujo organizacional, aparecen reclamos, descontentos, tensiones, es decir se generan situaciones de malestar que pueden afectar el adecuado cumplimiento de los objetivos. En algunas de estas situaciones se confrontan la lógica técnica, la lógica administrativa y el sentido común en el caso de organizaciones que tienen una base netamente vecinal y no un origen de asociación de profesionales. Es necesario señalar que desde el Estado se observan intensidades o modalidades diversas en la aplicación de criterios de monitoreo. Si bien el mecanismo legal es el mismo, la normativa específica varía según las diferentes unidades estatales. Ello provoca contradicciones que son claramente identificadas por las organizaciones que tienen convenios con diferentes organismos y captan las dualidades según la entidad rectora a la que le corresponda el seguimiento del proyecto específico. Esta situación no es desconocida para los referentes estatales, sin embargo aún cuando puede ser visualizada, no se han generado aún los dispositivos necesarios para desarrollar abordajes comunes y exigencias estandarizadas para la gestión de los proyectos. Como se señaló antes, esta asociación implica un proceso, el cual está a su vez sujeto a cambios que responden a la propia dinámica del devenir de la realidad social. Si los actores en los cuales se sustenta el modelo configuran una sociedad, entonces sostenerla requiere de la construcción de un vínculo que incluya la posibilidad de negociación entre las partes. La clave estaría en los márgenes de negociación aceptables y este aspecto se relaciona directamente con los objetivos centrales de las políticas sociales que estén en juego. Es decir, qué es negociable y qué no lo es de acuerdo a los ejes sustantivos de las propuestas, de acuerdo a los logros que se pretende alcanzar. Lo expresado también requiere considerar el tema de la participación de las organizaciones en el propio diseño de las políticas. Esto, eventualmente, podría evitar que se sientan solo ejecutores, como lo han expresado en los ámbitos de encuentro que periódicamente se organizan. Otro aspecto a considerar se relaciona con las posibilidades y/o oportunidades que brinda el escenario social actual, de apelar a organizaciones de la sociedad civil para implementar los proyectos. Tal cuestión interpela el interés que puedan desarrollar las organizaciones frente a estos convenios, considerando los cambios en la dinámica social. En la actualidad resulta relativamente difícil encontrar disponibilidad de parte de organizaciones sociales que puedan estar interesadas en subscribir convenios con el Estado. La motivación desde la solidaridad se mantiene pero establecer convenios con el Estado suele suponer un esfuerzo en términos administrativos, organizativos y de pérdida de autonomía, que muchas veces no es una opción deseada. No cualquier organización puede ser tenida en cuenta para este tipo de convenios y a la vez, no todas las que están en condiciones de ser incluidas, desean asumir esa responsabilidad en los términos planteados. Este escenario, complejiza el panorama y plantea como necesario el contemplar estos cambios, revisar la eventual flexibilización de criterios, promover nuevos espacios de diálogo y análisis de contexto. COMENTARIOS FINALES Las intervenciones sociales actuales continúan registrando un rol protagónico tanto del Estado como del sector privado. El análisis del posicionamiento de ambas partes en el contexto actual, ha dado lugar a reflexiones acerca de sus respectivos avances y dificultades. Un primer aspecto a considerar es que si cada institución mantiene sus lógicas organizacionales con sus intereses particulares y hasta ideologías individuales, no podrán esperarse logros consistentes con el supuesto político de desarrollar abordajes integrales de problemas, a través de la intersectorialidad. De no haber sinergia entre concepciones e intervenciones de los actores tanto públicos como privados, se corre el riesgo de perpetuar reglas propias, procedimientos repetidos o superpuestos, sujetos que vuelven a ser indagados sin reconocimiento de otros abordajes institucionales ya realizados. Tal escenario, hace difícil a nivel territorial, la asignación acordada de responsabilidades, el reconocimiento recíproco de las intervenciones institucionales frente a una misma situación. Los estudios empíricos consultados para este documento, dejan ver que a veces, esas diferencias/escisiones no solo son entre instituciones sino también a la interna de ellas mismas (ejemplo: policlínica barrial/hospital general; comisión directiva/otros integrantes de la asociación). Ello da cuenta de que las organizaciones no son homogéneas ni responden automáticamente; tienen sus propias lógicas, criterios y valores. La autoridad formal o el mandato programático, no es condición suficiente para alinear las acciones hacia la meta política establecida a niveles superiores. Los procesos intersubjetivos que conforman la cultura organizacional tanto de una agencia estatal como una organización de la sociedad civil, influyen en los resultados esperables. No es el caso enfatizar la cultura organizacional en su carácter instrumental sino -como lo plantean las perspectivas críticas- abogar por el “análisis de los contextos donde las organizaciones están inmersas, que permitan identificar los discursos hegemónicos que atraviesan dichas organizaciones y de esta forma los sujetos producidos por estos discursos.” (García Álvarez, 2006, p. 172). Algunas instituciones prestadoras de servicios sociales, tienen una larga trayectoria mayoritariamente ligada a otros proyectos político-administrativos. Esto ha consolidado discursos hegemónicos que se han incorporado en gran parte del personal y producen una manera automatizada de responder a la tarea cotidiana. El hecho de que ciertas prácticas estén naturalizadas, no las convierte en inmutables pero para que esa mutación se produzca a nivel de todos los actores, se requiere una interpelación expresa al sentido de las prácticas y al horizonte simbólico al que apuntan. Propiciar estos procesos reflexivos, es lo que posibilitará dimensionar la magnitud de la brecha que se ha identificado entre el fundamento político de los programas sociales de nueva generación y los hábitos de comportamiento y de pensamiento de los integrantes de las instituciones públicas y las organizaciones de la sociedad civil. Lo antedicho, no propende a la refundación de las instituciones. Por el contrario, reconoce que la memoria colectiva, los aprendizajes pasados, deben ser tenidos en cuenta para lograr combinarlos en los procesos de cambio. La innovación que supone la intersectorialidad, conjuga estabilidad y creatividad; coordinación y control por un lado y promoción de la autonomía por el otro. BIBLIOGRAFÍA Castellano, E. (1996). Uruguay: un caso de "benestar de partidos". Revista Uruguaya de Ciencia Política , 107-126. Cerutti, A., Bigot, A. Camaño, G., García, A. & Ramos, M. (2008) Plan Caif. Montevideo: INAU Cunill-Grau, N. (2014). 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