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INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA fundado por san Juan Bosco y por santa María Dominica Mazzarello N. 912 Comunidades proféticas Desde el 7 al 11 de mayo de 2010 estuve en Roma participando en la Asamblea Plenaria de la Unión de Superioras Generales (UISG) sobre el tema «El futuro de la Vida Religiosa está en la fuerza de su mística y de su profecía”. La palabra de Dios que acompañó el itinerario de aquellos días es el salmo 42, «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo», mientras que una frase del gran místico San Juan de la Cruz fue el punto de referencia para sondear la realidad de hoy: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche…». En la Asamblea vivimos juntas una profunda experiencia de Dios, que habita en la vida consagrada y la guía en el corazón de su pobreza. En efecto, queridas hermanas, la vida consagrada parece que atraviesa un período de crepúsculo. En este tiempo el Señor nos pide fidelidad, amor, creatividad, mirada de futuro. Pide que nos convirtamos a Él, que escuchemos su palabra para conocer la fuente que mana y atraer a otros a sus aguas. Benedicto XVI recordó la función mística y profética de la vida consagrada, llamada a ser signo de la presencia de Dios que nos transfigura (22-05-2006). Ser signo de su amor constituye un referente concreto y reconocible en un tiempo en el que abundan las palabras y la fascinación por la imagen, pero en el que también se constata la necesidad de personas que testimonien de forma transparente, coherente y gozosa lo que proclaman. El Capítulo General XXII nos invita a «reavivar la identidad carismática en su dimensión de profecía para el mundo» (Actas, 9). Por consiguiente no podemos contentarnos con una vida mediocre que no dice nada a nadie. Nuestra identidad nos interpela y provoca un deseo de cambio. Proféticas porque sois místicas Se ha dicho que sin místicos y profetas no existe el futuro. La mística termina necesariamente en el compromiso profético. El significado de la experiencia mística es el gozoso descubrimiento de que Dios, amándonos, nos hace buenos interiormente, nos da una nueva mirada capaz de ver a los demás como prójimo que nos pertenece y al que debemos cuidar, nos hace vislumbrar nuevos caminos misioneros como modernos areópagos de la profecía. Pero es necesario que la calidad de nuestro encuentro con Dios sea auténtica, que la familiaridad con Él inspire actitudes y comportamientos, cambie profundamente el corazón. En la Asamblea de la UISG se dijo que nuestra fe hoy, está particularmente expuesta a las intemperies porque no cuenta con apoyos socioculturales. Resonaron las palabras de Karl Ranher: «El cristiano del futuro o será místico o simplemente no existirá». Solo subsistirá quien vive la fe en profundidad y hace de ella experiencia en la vida cotidiana. La escucha de la Palabra debe llevar a colocarla en el centro de nuestra vida, meditarla, rezarla, celebrarla, compartirla. La Palabra de Dios es una carta de amor para nosotras que exige ser correspondida. El amor auténtico hacia Dios mantiene el compromiso por los demás, la pasión por Dios se convierte en pasión por la humanidad. Tal compromiso se concreta en la denuncia de la injusticia y en la responsabilidad de promover una convivencia humana abierta a la comunión, a la solidaridad, al anuncio gozoso y creíble de Jesús. 1 San Juan de la Cruz hacía a sus hermanos esta pregunta: «Decidme si Dios ha pasado entre vosotros». Si Dios está entre nosotros, nos deja como regalo el amor que nunca es exclusivo: abarca a todos en una única familia humana y suscita en nosotros el amor misionero. Desde Mornese, María Dominica Mazzarello confiaba a las hijas lejanas que su corazón lloraba de emoción cuando oía que se querían. Pedía bendiciones para que se revistieran de los sentimientos de Jesús y se comprometieran a ayudar al prójimo necesitado de atención (cfr. C 26). Para nosotras, ¿quién es el Señor? ¿Notamos de verdad su presencia? ¿De qué manera cambia nuestra vida, transforma nuestros pensamientos, dirige nuestras opciones a favor de las y de los jóvenes? ¿Somos capaces de reconocer las huellas de su paso en comunidad y de compartir nuestra experiencia de encuentro con Él? La gente hoy está cansada de escuchar, es alérgica a las palabras; comprende mejor el lenguaje de los hechos. Ser personas místicas abre la vida a la dimensión profética, lleva a sentir el dolor del mundo, sus esperanzas y desilusiones, sus inseguridades y sus crisis. El mundo – evidenciamos en el CG XXII - sufre sobre todo por la falta de amor. En una época en que se han perdido los puntos de referencia significativos, es importante ofrecer un lugar, abrirse a la hospitalidad; hacer sentir, especialmente a las y los jóvenes, que son acogidos, esperados, escuchados. Nuestras comunidades quieren ser una casa abierta, un signo de comunión en la Iglesia donde se pueden compartir experiencias de vida, aprender a acoger la palabra de Dios y a ser felices. La dimensión profética, cuando está arraigada en la mística, se manifiesta como humanización de las relaciones y de la cultura. Nuestra vida religiosa sólo será profética si se hace humanizadora de sus miembros, superando los criterios de la productividad y de la eficiencia propios del mercado y abriéndose para acoger la fragilidad como dimensión de la persona; cuidando la formación del corazón y el servicio de la caridad; valorando el alcance de los pequeños signos. En nuestra pobreza, podremos generar vida y despertar la esperanza; podemos hacer comprender el paso de Dios en nuestros caminos: un Dios que transforma nuestro corazón y lo hace humilde, alegre y confiado. La profecía de nuestro carisma La profecía se manifiesta por su vitalidad y fecundidad para el hoy. Quien visita la “exposición del carisma” en la Casa General, enseguida se siente atraído por un grupo de piedras iluminadas por luz azul, que recuerdan las del Roverno. El símbolo del agua recorre toda la Biblia y se eligió también para representar la inspiración originaria de nuestro Instituto. Como el agua, el carisma es realidad viva y dinámica porque está conectada a la fuente de la que saca alimento para difundir en el mundo. El carisma revela su carga profética cuando cada una de nosotras vive la misión de ser signo y expresión del amor preventivo de Dios para las y los jóvenes (cfr. CG XXII). Esto requiere dejarse provocar cada día por la palabra de Dios y por la historia. Exige que testimoniemos la belleza de nuestra consagración, el valor de esperar, la fuerza de dejarnos interpelar por las y los jóvenes y la audacia de retarlos para que afronten la aventura de dar una respuesta gozosa al proyecto de Dios. Tal vez lamentamos que no somos capaces de hablarles y que nuestras llamadas no son eficaces. Nos sentimos limitadas y estamos tentadas de retirarnos. Valoramos con demasiada frecuencia los resultados externos y ello puede llegar a afectar a las mismas motivaciones de nuestra opción de vida. Somos FMA por un determinado proyecto de Dios manifestado en la experiencia carismática de los Fundadores y condensada en las Constituciones. Las Constituciones no sólo son un libro, sino una llamada que atañe a mi vida hoy, un reflejo de la experiencia viva de don Bosco y de la Madre Mazzarello. En este sentido constituyen una realidad profética que involucra a nuestras comunidades hasta 2 convertirse en proyecto de vida, continuamente enriquecido por lo vivido personalmente por cada una y por la confrontación con las instancias evangélicas y culturales de hoy (cfr. PF 15). Si no nos sentimos comunidades proféticas, ¿no será también porque ha disminuido la experiencia de búsqueda cotidiana de la voluntad de Dios por medio de las Constituciones? Sin embargo, es justo reconocer que muchas hermanas lo están descubriendo como itinerario de conversión personal, como punto de referencia para vivir en el hoy la experiencia de la llamada. Los votos religiosos, como expresión de las bienaventuranzas evangélicas, son un camino privilegiado de conversión al amor, una profecía para el mundo. Viviéndolos, somos capaces de anunciar y denunciar, testimoniamos una forma alternativa de vivir, orientada no hacia el placer, el poseer, el poder, sino hacia el compartir y la solidaridad, hacia la interdependencia y la comunión. Con la castidad vivimos la transparencia del amor y denunciamos la profanación de todo lo que lo despoja de su significado humano y espiritual. Con la pobreza utilizamos nuestros recursos para ayudar a las y los jóvenes pobres a salir de su indigencia; a reconocer la dignidad, el valor y la fecundidad de su existencia y a mirar al futuro con esperanza. Con la obediencia aseguramos la dimensión de la interdependencia y de la responsabilidad en el amor. Superando posibles bloqueos por miedos y egoísmos, hagamos con libertad lo que requiere la caridad (C 35,3); proclamemos que la vida está llena de significado porque se abre al don de sí; demos testimonio que ser memoria viva de Jesús se convierte en impulso para la misión que Él nos confía; descubramos que el da mihi animas caetera tolle es amor apasionado por todo lo que promueve la vida de los jóvenes y les da un futuro en el que puedan ser honrados ciudadanos, personas coherentes viviendo su fe. La emergencia educativa muchas veces es emergencia de esperanza no solo en los jóvenes, sino también en los adultos y, quizás, hasta en nuestras comunidades. La vida profética no solo se manifiesta en los grandes proyectos, sino también en la grandeza de corazón con que realizamos el proyecto de Dios, en los pequeños signos que aportamos cada día, en la caridad paciente y benigna recomendada por don Bosco. Hoy, más que en otros tiempos, los pequeños gestos están cargados de una impredecible profecía. En un mundo donde no es extraño encontrar familias divididas y en discordia, nuestras comunidades pueden ofrecer un signo profético de reconciliación y de comunión. El espíritu de familia que nos caracteriza es espíritu de acogida, de humildad, de generosidad, de perdón; despertar humano, escucha recíproca, amistad auténtica. Las comunidades animadas por este espíritu se convierten en lugar donde la imagen de Dios resplandece a pesar de nuestras pobrezas; donde el amor recíproco nos abre cada vez más a los otros. Os invito a recordar vuestra propia vocación y a descubrir como comunidad la fuerza incandescente de los inicios, reavivando el fuego de la confianza recíproca y de la fidelidad gozosa; recordando la transparencia del agua de manantial, evocada también por símbolos concretos de la tierra de los orígenes: el torrente Roverno, el pozo del Colegio. Bruñidas por el agua del Espíritu, seremos piedras resplandecientes de aquel monumento vivo de gratitud a María que don Bosco soñó para nosotras. El contagio vocacional Las ilustraciones del pasillo central de la “exposición del carisma” centran la atención sobre el paisaje de Mornese y sobre los jóvenes, destacados allí con un contorno luminoso. Los pasillos laterales recorren como ríos la historia que desde la fuente se 3 dilata, en el tiempo, hasta abarcar el mundo entero. Ayudan a meditar sobre la expansión del carisma partiendo de María, la piedra miliar del sistema preventivo. Nombres, rostros, documentos, testimonian el recorrido del carisma que ha llegado a los confines del mundo. ¿El secreto? La fecundidad del Espíritu y la fidelidad creativa de nuestras hermanas, su audacia misionera y la capacidad de inculturarse en los diversos contextos manteniendo viva la frescura de los orígenes. Eran mujeres felices de gastarse por los demás, de darse incluso en situaciones difíciles, confiando en la presencia de Dios que realiza milagros en quien confía en Él. Mujeres que contagiaban vocacionalmente. Hoy, ciertamente, la situación sociocultural ha cambiado de manera distinta según los contextos, pero las y los jóvenes albergan en el corazón las preguntas existenciales de siempre y buscan respuestas en testimonios creíbles, capaces de lanzar el reto «Venid y ved» (Jn 1,39). Si no nos manifestamos como comunidades atentas a los que quieren “ver” a Jesús, no tenemos una respuesta que ofrecer y no somos comunidades proféticas porque no podemos mostrar que Dios es nuestro presente, nuestro futuro, el sentido y la felicidad de nuestra vida. Las fronteras de la profecía estarán cada vez más en la voz humilde y convencida de las comunidades que se comprometen a vivir la palabra del evangelio según el testimonio de la primera comunidad cristiana. Una comunidad nacida en el Cenáculo que sale a los caminos y anuncia con audacia la verdad de Jesús crucificado y resucitado, se alimenta de la Palabra y de la Eucaristía, del perdón dado y recibido y es capaz de volver al Cenáculo para permanecer a la escucha del Espíritu y releer la misión a su luz. Así era la comunidad de Mornese, casa del amor de Dios. Para ser proféticas debemos preguntarnos sobre las nuevas pobrezas, las nuevas necesidades, las presencias de frontera, sin olvidar que la primera frontera de la vida consagrada es nuestro testimonio de personas que viven con entusiasmo su propia llamada y hacen partícipes de ella a los laicos. El contagio vendrá de las comunidades que viven la belleza de su vocación y son capaces de contarla a otros, despertando en el corazón el deseo de hacer de la propia vida un proyecto de amor y de servicio. El Instituto tendrá un gran futuro si continúa siendo impulsado por un potente soplo misionero, arraigado en la experiencia de Dios. Un ámbito de profecía de nuestra vida consiste en volver a ser sal y luz en el mundo, levadura en la masa. Tal vez no sepamos nunca qué levaduras la hicieron fermentar porque es el Espíritu quien fecunda nuestros pobres signos llenándolos de vida y de significado, pero sabemos que la gracia de Dios los hará eficaces. La comunión y la alegría que vivimos, incluso en la fragilidad y pobreza, crean las condiciones para mirar al mundo con empatía. Si Jesús está en el corazón y en la vida, será Él mismo quien transformará en fuego ardiente la pasión misionera que pone en nosotras. De hecho, el impulso misionero no es distinto del impulso de seguir a Jesús con corazón apasionado y fiel. No sólo estamos comprometidas en ofrecer respuestas a las futuras vocaciones, aunque esto sea importante, sino que también debemos ayudarnos recíprocamente a consolidarnos en nuestra propia vocación. Termino con las palabras de Benedicto XVI en el Mensaje para la Jornada misionera mundial (24-10-2010). «No se puede promover un nuevo humanismo si quien habla de Cristo no está alimentado con la oración, la meditación de la Palabra de Dios y el estudio de las verdades de fe. Es este – dice él - el perfil del verdadero cristiano que sabe responder a la exigencia de los hombres de nuestro tiempo, los cuales, quizá no siempre conscientemente, piden a los creyentes no sólo que hablen de Jesús, sino que les hagan ver a Jesús en cada rincón de la tierra ante las generaciones del nuevo 4 milenio y especialmente ante los jóvenes de todos los continentes, destinatarios privilegiados y sujetos del anuncio evangélico.» Que María nos ayude a vivir la espiritualidad del Magníficat y a manifestar comunitariamente la alegría de haber sido elegidas por Dios para testimoniar su misma presencia y su amor entre las generaciones jóvenes. Roma, 24 de septiembre de 2010. Afma. Madre M. Yvonne Reungoat 5