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Año: 10, Junio 1968 No. 176 Tragedia o Inutilidad Planificación Estatal William Henry Chamberlin En el cuarto volumen de la obra de Winston Churchill «La Segunda Guerra Mundial» (págs. 498/499) relata la conversación que sostuvo con el mariscal Stalin: «Dígame», pregunté «¿han sido las tensiones de esta guerra tan duras personalmente para usted como las que sufrió al llevar a cabo la política de colectivización agrícola?» «Este tema estimuló inmediatamente al Mariscal». «Oh, no», dijo, «la política de colectivización agrícola fue una lucha terrible». «Pienso que le resultaría difícil», le dije, «porque no estaba usted tratando con unas pocas decenas de miles de aristócratas o grandes terratenientes, sino con millones de pequeños campesinos». «Diez millones», dijo alzando las manos. «Fue espantoso. Duró cuatro años...» «Registro tal como vuelven a mí esos recuerdos, así como la fuerte impresión que sufrí en el momento ante la imagen de millones de hombres y mujeres eliminados o desplazados para siempre». Disponemos así del propio testimonio de Stalin en prueba de la proposición de que la guerra que emprendió contra una sección considerable de su propia población para impo ner la colectivización agrícola fue más amarga y terrible que la lucha con la Alemania de Hitler en la segunda guerra mundial. La excusa de Stalin para esta acción cruel, la superioridad de la explotación agrícola colectiva, es completamente falsa. Hoy en día, casi cincuenta años después del establecimiento del régimen soviético, la Unión Soviética ha sido esclava del hambre, cuando no de una inanición generalizada, gracias a las repetidas y cuantiosas adquisiciones de cereales a los agricultores individuales de Estados Unidos, Canadá y Australia. Resultados similares de la reforma agraria de la China Roja Han ocasionado resultados igualmente espantosos, en términos de muertos y sufrimientos humanos, los intentos realizados por los gobernantes comunistas de China para imponer formas extremas de comunismo a los campesinos de esa paciente nación. También aquí, sólo se ha evitado un sufrimiento todavía mayor gracias a que la China Roja ha destinado una parte considerable de sus escasas disponibilidades de divisas extranjeras a la compra de trigo en los países capitalistas. La planificación económica estatal tiene, junto a sus aspectos trágicos, sus aspectos cómicos. El rendimiento de una fábrica soviética fue evaluado durante largo tiempo por la cuantía en peso, de la producción, sin prestar atención alguna a su calidad o a la posibilidad de venderse. El propio Krushchev, antes de su caída, informó sobre un resultado de ese procedimiento. Las fábricas que producían lámparas las hacían tan pesadas que rompían los techos interiores de las habitaciones en las cuales se colgaban. Ésta es la razón por la cual una de las más importantes y nuevas informaciones que proceden de la Unión Soviética y de los países comunistas satélites es el desarticulado y tambaleante esfuerzo de lograr, dentro de una estructura comunista general, caracterizada por la dictadura política y el colectivismo económico, alguno de los beneficios del sistema de precios de mercado. Es evidente que estos experimentos no han de lograr sus objetivos. El motor de una economía libre es la propiedad privada y la reacción en serie de motivaciones e incentivos que ella desencadena. Esa reacción en serie no puede tener lugar bajo un sistema cuya última autoridad reposa en las manos de un grupo anónimo de burócratas. Planificación gubernamental en Gran Bretaña ¿Cuáles son las posibilidades de la planificación económica estatal en los países cuyas poblaciones disfrutan de libertades políticas y civiles y donde la mayor parte de la economía se encuentra en manos privadas? En tales casos, la objeción no reside en el hecho de que la planificación pueda conducir a los espantosos horrores de la Unión Soviética y de la China Roja. Reposa en que el intento de planificar una economía que no está íntegramente sujeta a control gubernamental se ha de transformar inevitablemente en un ejercicio un tanto inútil en labores fragmentarias de adivinación. Véase a tal respecto el Plan Nacional Británico 1 recientemente publicado, un documento que consta de 492 páginas y está acompañado de cuadros y gráficos impresionantes. Este documento supone que, en 1970, el producto británico habrá crecido un 25 por ciento, iniciando el despegue a comienzos de 1965 y la tasa media proyectada de 1 Este artículo fue escrito a finales de 1965. El fracaso del plan pronosticado por el autor constituye historia contemporánea. 1 crecimiento será de 3.8 por ciento anual. Supone que las exportaciones aumentarán en un 5 1/4 por ciento y las importaciones, en un 4 por ciento; las primeras, por encima y las segundas, por debajo de sus niveles anteriores, de modo que eliminen el embarazoso déficit de la balanza de pagos que ha sido la causa fundamental de los espasmos periódicos de desconfianza internacional en la estabilidad de la libra esterlina. Se formulan hipótesis similares sobre salarios, ingresos y productividad y oferta de trabajo. Posibilidades imprevisibles Lo que los planificadores olvidan es que las tendencias económicas están determinadas por una multitud de factores que los pronosticadores técnicamente más competentes no están lógicamente en capacidad de anticipar. Una nueva invención que altere sustancialmente los datos de la tecnología puede, por ejemplo, desplazar la inversión y la mano de obra hacia una dirección enteramente nueva. El curso de la producción y del comercio internacional depende de los sentimientos y de las reacciones de un número enorme de individuos que desafían cualquier intento de ser exactamente incorporados en el más esmerado diagrama. ¿Sabemos, por ejemplo, el modo cómo han de reaccionar ante alguna medida legislativa o financiera británica los banqueros de Zürich y de otros centros financieros internacionales con la consecuencia de que la libra esterlina pueda verse sometida a una nueva presión? ¿Quién puede asegurar que los habitualmente independientes sindicatos británicos han de obrar de acuerdo con los deseos gubernamentales de mantener los aumentos de salarios dentro de un margen de 3 ó 4 por ciento, o de que, aun si los sindicatos acceden, no han de ser sobrepasados por huelgas intempestivas «no oficiales»? En el caso de que los acontecimientos se desenvuelvan desfavorablemente en este campo, todos los cálculos del plan caerán por su base. Y, ¿dónde está la prueba de que las importaciones, que han estado aumentando a la tasa del 5 por ciento durante los últimos 10 años se reducirán a un aumento de 4 por ciento, en tanto que las exportaciones, que han estado aumentando en un 3 por ciento anual durante la última década, se elevarán en un 5¼ por ciento? Las tendencias del comercio exterior dependen de factores que se escapan al control de los planificadores, del hecho, por ejemplo, de que las mercancías británicas se ajusten a los requerimientos competitivos de los clientes extranjeros. De igual manera, el creciente volumen de las importaciones es parcialmente atribuible al fracaso de los industriales británicos de producir, en algunos casos, mercancías de calidad y deseabilidad comparables con las que se manufacturan en el exterior. ¿Pueden garantizar los planificadores que esta situación ha de cambiar? Por supuesto, las importaciones pueden ser restringidas mediante cuotas y otras formas de control directo. Pero este procedimiento se convierte fácilmente en un boomerang que induce a represalias y conduce a una disminución del volumen del comercio exterior. Errónea distribución del capital Otro grave defecto de la planificación estatal, si se trata de adoptar seriamente, es la tendencia a desviar la inversión de capital a largo plazo hacia finalidades inconvenientes. Durante la última década, por ejemplo, la cifra de 200 millones de toneladas de producción anual de carbón resultó ser demasiado alta. De otro lado, hubo una gran demanda adicional imprevista de gas. Si hubiera estado en vigencia un «plan nacional», el resultado habría sido probablemente una inversión excesiva en carbón y una inversión insuficiente en gas. El Sr. John Brunner, comentarista inglés, plantea en el semanario The Spectator algunas preguntas sagaces y reduce a sus verdaderas dimensiones el Plan Nacional, aclamado por algunos entusiastas socialistas como la panacea de todos los males británicos: «¿Qué es lo que supone enunciar ese numeroso conjunto de cifras?» ¿Lo que podemos lograr en el año 1970? ¿Lo que efectivamente hemos de lograr? ¿O lo que deberíamos lograr? En diferentes momentos, el Plan parece adherirse a las tres interpretaciones, aunque las tres son en realidad enteramente incompatibles... El Plan Nacional no es, en consecuencia, esencialmente, ni una medida seria del potencial económico del país ni un pronóstico genuino de su desarrollo futuro, sino una especie de manifiesto político, una visión de lo que el gobierno imagina que debe efectuarse...» «¿Hemos llegado realmente a tal estado en nuestro país que no somos capaces de adoptar una acción sin una referencia a un cuadro más o menos ilusorio del futuro? El deseo de certidumbre es indudablemente algo profundamente humano... y los periódicos populares han aprendido hace tiempo a explotarlo con los horóscopos. ¿Es realmente necesario que el gobierno incurra en esa medida en ello y que lo haga, además, de una manera completamente equívoca?» El lado irónico Es ciertamente irónico que justamente cuando los gobiernos comunistas de la Unión Soviética y de los Estados de Europa Oriental están haciendo tanteos, hasta ahora sin demasiado éxito, con el intento de corregir los errores e inconveniencias de sus economías planificadas, inyectando en ellas algunas imitaciones artificiales del mercado libre y del sistema de precios (pero sin el motor vital de la propiedad privada), los países democráticos occidentales, como Gran Bretaña y Francia, están sucumbiendo a la droga engañosa de la planificación. Sería útil prestar mayor atención a esta seria advertencia de Adam Smith: «El político que tratase de dirigir a los hombres en el modo cómo deben emplear sus capitales, no sólo se cargaría a si mismo con una función totalmente innecesaria, sino que asumiría una autoridad que no puede ser confiada con seguridad a ningún consejo ni senado, y que en ninguna parte sería tan peligrosa como en las manos de un hombre que tuviese la locura y la presunción suficiente para imaginar que era capaz de ejercerla». La planificación compulsiva, como la de Rusia y China, conduce a la tragedia; la planificación central permisiva, a la inutilidad. El Centro de Estudios Económico-Sociales, CEES, fue fundado en 1959. Es una entidad privada, cultural y académica , cuyos fines son sin afan de lucro, apoliticos y no religiosos. Con sus publicaciones contribuye al estudio de los problemas económicosociales y de sus soluciones, y a difundir la filosofia de la libertad. Apto. Postal 652, Guatemala, Guatemala correo electrónico: cees@cees.org.gt http://www.cees.org.gt Permitida su Reproducción educativos y citando la fuente. con fines