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PARADIGMAS DE LA INFANCIA UNIDAD II TEMA 4: “HACIA CULTURAS QUE FOMENTAN COMUNIDADES QUE APRENDEN” En un mundo desbocado por la globalización neoliberal estamos viviendo asediados por una cultura tremendamente individualista, hedonista y que además de ser narcisista, está asociada al consumo desenfrenado. Estamos atrapados en medio de una cultura anómica, de la monocultura europea u occidental, donde actualmente las prácticas sociales son trasgresoras, cínicas, amorales, hechos que se remontan a la época de la colonia. Somos herederos de la epistemología eurocéntrica que nos impuso la monocultura del saber y del rigor : la idea de que el único saber riguroso es el saber científico, y por lo tanto, otros conocimientos no tienen la validez ni el rigor del conocimiento científico. Esta monocultura reduce de inmediato, contrae el presente, porque elimina mucha realidad que queda afuera de las concepciones científicas de la sociedad, porque hay prácticas sociales que están basadas en conocimientos populares, conocimientos indígenas, conocimientos campesinos, conocimientos urbanos, pero que no son evaluados como importantes y rigurosos. En consecuencia, todas las prácticas sociales que se organizan según este tipo de conocimientos no son creíbles, no existen, no son visibles. Esta monocultura del rigor se basa, desde la expansión europea, en una realidad: la de la ciencia occidental1 que hoy más que nunca nos avasalla, nos ahoga y nos niega que levantemos nuestras utopías de Otro mundo es posible. Esta monocultura europea destruye otros conocimientos (culturas originarias), produce un “epistemicidio”: la muerte de conocimientos alternativos. Reduce la realidad porque “descredibiliza” no solamente las conocimientos alternativos sino también a los pueblos, los grupos sociales cuyas prácticas sociales son construidas en esos conocimientos alternativos. Entonces, ¿cuál es el modo en que crea inexistencia esta monocultura? La primera forma de producción de inexistencia, de ausencia, es la ignorancia2. Es por ello, la importancia que tiene reivindicar la identidad cultural 1 Véase De Sousa Santos, Boaventura. Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social. 2006. Pág. 23 2 De Sousa Santos, Boaventura. Op. Cit. Pp. 23-24 Latinoamericana y de este modo fomentar comunidades que aprendan a vivir junto a los diferentes en la globalización en curso. La globalización es una identidad que se expande en el mundo y, al expandirse, adquiere prerrogativa de nombrar como locales a las entidades o realidades rivales. Es decir hay una globalización sin localización. Cuando se globaliza Mc Donald’s, Kentucky, Pizza Hut, ACE Center, etc., localizas tus comunidades: las tornas étnicas, locales. Y no hay universalismo sin particularismo. Y aquí, en estas dos formas, hay una manera de crear ausencias que es lo particular y lo local. La realidad particular y local no tiene dignidad como alternativa creíble a una realidad global, universal. Lo global y universal es hegemónico; lo particular y local no cuenta, es invisible, descartable, desechables3. Una cultura vibrante y de colaboración, es una estrategia vital para el desarrollo individual y de la comunidad de aprendizaje, que deberá estar formada por niños(as) y adultos(as). El hecho de que la cultura pueda cumplir un papel legitimador o transformador del orden social, según las circunstancias y las clases, muestra que es también un campo de confrontación en el que están en juego distintas alternativas sociales e institucionales y diferentes racionalidades, formas de asumir los ámbitos afectivos y de definir lo deseable. Esta confrontación, vista desde otro ángulo, expresa la lucha entre dos tendencias y pretende la homogenización social y cultural a partir de la imposición hegemónica y dominante de una clase, grupo o sector; y otra, que no le teme a las diferencias, y que las asume como parte de la vida social, de la democratización y del desarrollo de capacidades individuales y colectivas. En una u otra visión, el tema de la identidad cultural tiene distinto significado e importancia, y los objetivos del desarrollo también son definidos de manera diferente4. Es por ello, que no obstante los 500 años que nos separan de la llegada de los conquistadores españoles y portugueses donde hemos asistido a la mutilación del cuerpo y el alma de las culturas en América, cuyas heridas aún cargamos hoy día. El cuerpo y el alma de las culturas de América, el cuerpo y el alma de las culturas originarias, así como el cuerpo y el alma de los hombres y las mujeres que nacieron en el solar americano, hijos e hijas de cualesquiera combinaciones étnicas, el cuerpo y el 3 4 Ibíd. Pp. 24-25 Véase Plaza, Orlando. Desarrollo Rural. Enfoques y métodos alternativos. 1998. Pp. 79-80 alma de mujeres y hombres que dicen no a la dominación de un estado sobre otro, de un sexo sobre otro, de una clase social sobre otra, saben, el cuerpo y el alma de los progresistas y las progresistas, lo que representó el proceso de expansión europea que llevaba consigo las limitaciones que nos imponían5. No obstante haberse producido una rica hibridación cultural entre occidente y las culturas originarias. Los pueblos de América Latina y de El Caribe viven hoy una realidad marcada por grandes cambios que afectan profundadamente sus vidas. Es por ello, que como educadores democráticos, debemos interpelarnos para discernir sobre los “signos de los tiempos” y a la luz de los procesos de cambios acelerados en un contexto de la globalización, que dicho sea de paso, está conduciendo a nuestras sociedades a considerar como insignificantes a los seres humanos, tenemos que educar comunitariamente a los niños para el desarrollo de la conciencia ciudadana, del sentido de la justicia, de la comprensión de bien, de la valoración de nuestra cultura, de una imprescindible ética social y política centrada en la responsabilidad, en la libertad y en la valoración de cada sujeto. Sólo así podremos vislumbrar como una posibilidad de preservar nuestra identidad cultural con inmensos saberes acumulados en el tiempo y la historia6. “Situación Sociocultural: La realidad social, que describimos en su dinámica actual con la palabra globalización, impacta, por tanto, antes que cualquier otra dimensión, nuestra cultura y el modo como nos insertamos y apropiamos de ella. La variedad y riqueza de las culturas latinoamericanas, desde aquellas más originarias hasta aquellas que con el paso de la historia y el mestizaje de sus pueblos, los grupos sociales, las instituciones educativas y la convivencia cívica, constituye un dato bastante evidente para nosotros y que valoramos como una singular riqueza. Lo que hoy día está en juego no es esa diversidad, que los medios de información tienen la capacidad de visualizar y registrar. Lo que se echa de menos es más bien la posibilidad de que esta diversidad pueda converger en una síntesis, que, envolviendo la variedad de sentidos, sea capaz de proyectarla en un destino histórico común. En esto reside el valor incomparable del talante mariano de nuestra religiosidad popular, que, bajo distintas advocaciones, ha sido capaz de fundir las historias latinoamericanas diversas en una historia compartida...”7 5 Véase Freire, Paulo. Pedagogía de la Indignación. 2001. Pp.84-85 Véase Cussiánovich Villarán, Alejandro. Entre el mercado y la solidaridad. 2007. Pp. 44-50. En: Revista Tarea 66, Lima, agosto 2007 7 Aparecida. Documento final. 2007. Pp. 47-48 6 Estamos viviendo una época donde se está produciendo una profunda reorganización de las estructuras del saber que se establecieron con la expansión y consolidación del sistema-mundo moderno, cuyo nivel más profundo es el cultural. Estas formas de conocimiento eurocéntrico expresaban al sistema mundo-mundo capitalista y se ha caracterizado -como ha señalado Immanuel Wallerstein- por la tesis de las “dos culturas” y por su epistemología de su simplificación. En los siglos XIX y XX se impusieron como la única forma de saber válido, excluyendo o subordinando los saberes de los pueblos originarios conquistados y colonizados. Esta colonialidad del saber –que hace parte del fenómeno que Aníbal Quijano Obregón ha denominado acertadamente la colonialidad del poder- ha sido el núcleo constitutivo y dominante de las relaciones intersubjetivas de la modernidad Europea. La hegemonía de este saber eurocéntrico desvanece la concepción integral del ser humano y su relación respetuosa y amorosa con la naturaleza. Asistimos, pues, a la exacerbación del individualismo y a un consumismo sin precedentes, que en su paso arrollador hiere la dignidad de la persona convirtiéndolo en un ser insignificante. Sin embargo, surge hoy en Latinoamérica y El Caribe, con gran fuerza, una sobrevaloración de la subjetividad individual. Independientemente de su forma, la libertad y la dignidad de la persona son reconocidas. El individualismo debilita los vínculos comunitarios y propone una radical transformación del tiempo y del espacio, dando un papel primordial a la imaginación. Los fenómenos sociales, económicos, políticos y tecnológicos están en la base de la profunda vivencia del tiempo, al que se le concibe fijado en propio presente, trayendo concepciones de inconsistencia e inestabilidad. Se deja de lado la preocupación por el bien común para dar paso a la realización inmediata de los deseos de los individuos, a la creación de nuevos y, muchas veces, arbitrarios derechos individuales, a los problemas de la sexualidad, la familia, las enfermedades y la muerte prematura de millones de niños, niñas y adolescentes. En esta hora dramática que vive América Latina y El Caribe, urge tomar conciencia de la situación precaria que afecta a la dignidad de muchas mujeres, niños, niñas y adolescentes, tanto del mundo rural y urbano. Algunas, mujeres desde niñas y adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa: tráfico, violación, servidumbre y acoso sexual; desigualdades en la esfera del trabajo, de la política y de la economía; explotación publicitaria por parte de muchos medios de comunicación social, que las tratan como objeto de lucro y consumo. Los cambios culturales producidos por la hegemonía del pensamiento eurocéntrico en el devenir histórico de nuestras sociedades, han modificado los roles tradicionales de varones y mujeres, quienes buscan desarrollar nuevas actitudes y estilos de sus respectivas identidades, potenciando todas sus dimensiones humanas en la convivencia cotidiana, en la familia, en la sociedad, a veces por vías equivocadas que niegan la condición humana de las personas. Cabe hacer hincapié que la avidez del mercado descontrola el deseo de niños, jóvenes y adultos para vivir en condiciones dignas. Actualmente, las personas más pobres en la Región están viviendo estremeciéndose, envileciéndose, muriéndose prematuramente. La publicidad que existe hoy conduce ilusoriamente a mundos lejanos y maravillosos, donde todo deseo puede ser satisfecho por los productos que tienen su carácter eficaz, efímero y hasta mesiánico. Se legitima que los deseos se vuelvan felicidad. Como sólo se necesita lo inmediato, la felicidad se pretende alcanzar con bienestar económico y satisfacción hedonista tapando, envileciendo la realidad cada vez más injusta. Hoy en América Latina y El Caribe las nuevas generaciones son las más afectadas por esta cultura del consumo en sus aspiraciones personales profundas. Crecen en la lógica del individualismo pragmático y narcisista que suscita en ella mundos imaginarios especiales de libertad e igualdad. Afirman el presente porque el pasado perdió relevancia ante tantas exclusiones sociales, políticas y económicas. Para ellos, el futuro es incierto. Asimismo, participan de la lógica de la vida como espectáculo, considerando el cuerpo como punto de referencia de su realidad presente. Tienen una nueva adicción por las sensaciones y crecen, en una gran mayoría, sin referencia a los valores e instancias de creencias religiosas de cada cultura. En medio de la realidad de cambio cultural, emergen nuevos sujetos, con nuevos estilos de vida, maneras de pensar, de sentir, de percibir y con nuevas formas de relacionarse. Son productores y actores de una nueva cultura en una sociedad ganada por la economía de mercado que es como un monstruo frío que degrada al ser humano. Por otra parte, la riqueza y la diversidad cultural de los pueblos de América Latina y El Caribe resultan evidentes. Existen en nuestra región diversas culturas indígenas, afroamericanas, mestizas, campesinas, urbanas y suburbanas. Las culturas indígenas se caracterizan, sobre todo, por su apego profundo a la tierra y por la vida comunitaria, y por una cierta búsqueda de dios. Los afro americanos se caracterizan, entre otros elementos, por la expresividad corporal, el arraigo familiar y el sentido de esperanza de un nuevo amanecer. La cultura campesina está referida al ciclo agrario. La cultura mestiza, que es la más extendida entre muchos pueblos de la región ha buscado en medio de contradicciones sintetizar a lo largo de la historia esta múltiples fuentes culturales imaginarias, facilitando el diálogo de las respectivas cosmovisiones y permitiendo su convergencia en una historia compartida. A esta complejidad cultural habría que añadir también la de tantos inmigrantes europeos que se establecieron en los países de nuestra región están contribuyendo a valorar, investigar, enseñar y divulgar nuestra rica trama cultural. Por consiguiente, la cultura tiene raíces hondas en la gente, en los ayllus, en los pueblos, en las representaciones sociales y el imaginario popular. Está incorporada en su actitud, valores y destrezas; y estos arrancan de sus antecedentes personales, de sus experiencias vitales, y de las comunidades a las cuales pertenecen. En suma, a pesar de los encuentros y desencuentros entre dos matrices culturales: el eurocéntrico y el de las culturas originarias hay una revaloración de lo nuestro, sin despreciar por su puesto los aportes de occidente. Actualmente, a pesar de los acelerados cambios que vivimos, las comunidades rurales y urbanas siguen enriqueciéndose y practicando el diálogo amoroso y reflexivo, la unidad de criterio, la reciprocidad y solidaridad como formas de vida comunitaria y más humana. Según Peter Senge, los aprendizajes colectivos y comunitarios se distinguen por: Diálogo reflexivo: los miembros hablan entre sí abierta y reflexivamente sobre su situación y sus retos. Unidad de propósito: los miembros desarrollan un sentido de responsabilidad colectivo. Enfoque colectivo en el aprendizaje de los(as) niños(as), los(as) adultos(as), dan por sentada que todos los(as) niños(as) pueden aprender y que ellos les pueden ayudar. Colaboración y normas de compartir: Una vigorosa comunidad estimula el esfuerzo colectivo más que el individual y aislado. Apertura y mejora: asumir riesgos y ensayar nuevas ideas se estimula y se espera. Desprivatización de prácticas y revisión crítica: la responsabilidad de los adultos(as) va más allá de la organización. Comparten, observan y discuten diariamente sus respectivas prácticas. La retroinformación relativa al rendimiento es un medio muy importante para el aprendizaje. Confianza y respeto: las comunidades de aprendizaje son lugares sin peligro para examinar prácticas, ensayar nuevas ideas, y reconocer las equivocaciones. Renovación de la comunidad: Una vital comunidad de aprendizaje presta atención a sus miembros con ceremonias, símbolos y festejos. Los sucesos personales o profesionales importantes se celebran y se presta atención a las relaciones sociales con miembros nuevos. Dirección que sostiene y es instruido: una comunidad de aprendizaje vigorosa no aparece porque sí. Requiere atención deliberada por parte de los personas protagónicas en todo el sistema.