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MEDITACIONES (T.O. semanas 22-26) (Tiempo Ordinario / 22º, hasta Tiempo Ordinario / 26º) “Evangelio 2015”. José A. Martínez Puche. EDIBESA. SEÑOR, por una vez mi confesión coincide con la rabia del demonio: Sé quién eres: el Santo de Dios. Esa tu santidad divina la captaba la gente de Cafarnaún, la ciudad de Pedro. Yo también cada día puedo admirar la sabiduría de tus palabras, la misericordia de tus obras, y tu cercanía a los débiles. Tus palabras iluminan el camino de mi vida; tu misericordia me es necesaria, porque soy débil; tu cercanía hace posible que nuestra amistad se vaya consolidando. SEÑOR, es ejemplar la reacción de la suegra de Pedro cuando fue curada por ti: Levantándose enseguida, se puso a servirles. El servicio es la mejor respuesta a los bienes que nos das. Y Pedro, testigo tan cercano de las maravillas que hacías en su casa, en su ciudad, en todo Israel, cuando tuvo que hablar de ti el día de Pentecostés a la muchedumbre, definió tu vida terrena con una frase certera: Jesús de Nazaret, el que pasó haciendo el bien. Tu paso por este mundo fue para hacer siempre el bien. Yo también soy testigo de tu buen hacer conmigo: me diste la vida, , me elegiste para ser de tu familia en el bautismo con el don de la fe, me perdonas mis pecados, me alimentas con tu Palabra y con la Eucaristía, no te avergüenzas de llamarme amigo tuyo … ¡Gracias! SEÑOR, es verdad que he intentado muchas veces hablar de ti a otros, y no siempre he logrado que se interesaran por ti. Pero, por tu palabra, echaré la redes. Quien te sigue, es inaccesible al desaliento: cuento siempre con tu amor y tu poder. Por tu amor, quieres lo mejor para mí y los míos. Por tu poder, haces lo que más me conviene. Te diría lo que te dijo Pedro, pero cambio la frase: No te apartes de mí, que soy un pecador. Tú has venido para los pecadores. ¡Pues, quédate conmigo! SEÑOR, cuando la novedad del vino nuevo y de los nuevos odres llega a la ida del hombre, está garantizada la fiesta, la alegría de sentirte cercano, amigo. Para mí es un estupendo privilegio que me llames amigo y que me invites a la fiesta de tu boda con la humanidad. Cada día veo con más claridad cuál es el objetivo más importante de mi vida: que mi amistad contigo sea cada día más fuerte, hasta consumarla en el abrazo que nos demos cuando me llames de este mundo a tu presencia. Y no quiero olvidar que ser amigo tuyo es hacer lo que te agrada. SEÑOR, todo lo has hecho bien en mi vida: lo que ha habido de mal ha sido cosecha propia de mis pecados. Te doy gracias por mis padres, que me llevaron a tu Iglesia: en el Bautismo se me abrió el oído para escuchar tu Palabra, y la boca para proclamar tus maravillas. ¡Que nunca me aparte de tu camino, que nunca me desentienda de tu amistad! SEÑOR, es absurdo anteponer la ley del descanso sabático al amor, que es la síntesis de la ley y está por encima de ella. Tu poder para hacer el bien al hombre no conoce barreras. Todos los días y todas las horas son del Señor del tiempo, para servir a los demás. Tu vida por este mundo fue un continuo hacer el bien, sin mirar el calendario: de domingo a domingo. Y mi experiencia me dice que jamás me abandonas. Eso es lo que aprendo de ti: hacer siempre el bien a los demás, sin apartarme nunca de ti. SEÑOR, tu Iglesia está de fiesta: celebramos contigo el cumpleaños de tu Madre. A ella la felicitamos todos sus hijos, tú el primero. Y a ti te alabamos por el acierto que tuviste al elegirla por Madre tuya y luego Madre nuestra. Pero no queda todo en familia: su nacimiento alegra a toda la Humanidad, porque María es la estrella que anuncia el tiempo nuevo de la salvación para todos los hombres. Gracias por tu Madre, gracias por hacerme partícipe de su maternidad, gracias por tu salvación. SEÑOR, ¿no es pedirme mucho al decirme que salte de gozo cuando me odien, e maginen, me insulten? – No. Veo que esos malos tratos serían por causa del hijo del hombre, por tu causa. Lamentablemente ese no es mi caso. Ojalá fuera mi testimonio tan claro y en toda circunstancia, que me tomaran por un chiflado por ti. ¡Bendita locura! SEÑOR, tus consejos son altamente sabios: amar a mis enemigos, hacer el bien a los que me odian y orar por ellos …Pero sabes que para mí no es que sea difícil: es imposible, si tu Espíritu no cambia mi corazón de piedra por uno de carne a la medida del tuyo, manso y humilde, que perdonó desde la cruz a quienes te quitaban la vida. ¡Envíame tu Espíritu! SEÑOR, qué fácil me resulta ver los defectos ajenos y las virtudes propias, y qué difícil detectar los propios defectos y las virtudes de los demás: es fruto de mi egoísmo. A la luz de tu Evangelio compruebo cada día lo que falta a este pobre discípulo para asemejarse al Maestro: para mi propia vida, y para poder ayudar a los demás a caminar en la luz, y no guiados por un ciego. JESÚS, está claro que no basta decirte con palabras “Señor, Señor”, sino que es preciso que ponga por obra tu Palabra. Tampoco me basta ser devoto de María, nuestra Madre, sin tomarla como ejemplo de vida evangélica. Pero permíteme, que me una a ti, y a todos sus hijos. Sólo tu Nombre supera al de María, la Madre. ¡Que mis últimas palabras antes de morir sean tu nombre, Jesús, y el de María! Gracias, Jesús, por dejarme a María como Madre que me enseña y me ayuda a seguirte. SEÑOR, tu pregunta me llega directa: ¿Quién digo yo que eres tú? Tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero: eres mi Señor y mi Dios, mi Maestro y mi único Amigo de verdad, en quien puedo descansar sin ningún temor. Quiero seguirte adonde quiera que vayas, negándome a mí mismo, cargando con mi cruz a tu lado: así, hasta que te é el abrazo definitivo que nos una para siempre al otro lado de esta vida. SEÑOR, tu Iglesia canta en tu nombre el Viernes Santo: “Pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido? Yo te levanté con gran poder; tú me colgaste del patíbulo de la Cruz”. Ya ves, así te pagamos los hombres tantos bienes recibidos de tu amor. Pero tú no viniste a condenarme, que ya lo estaba, sino a salvarme: esa es tu obra en mí y en todos los que quieran tu amistad. Al contemplarte en la Cruz, confieso con mis labios y creo en mi corazón que tú eres mi Señor y mi Salvador: te pido que te acuerdes de mí, ahora que estás en tu Reino. SEÑOR, nos tenías reservado para el último momento tu mejor regalo, tu Madre, que compartió contigo los atroces dolores de la pasión. Con Juan, al pie de la cruz, acojo a María en mi casa, en mi corazón, para adaptar mi vida a la suya: es tu discípula más fiel, es mi madre y mi maestra. SEÑOR tú hablabas de tu generación, pero lo que dices de entonces podemos aplicarlo a la del siglo XXI. Los falsos maestros nos ofrecen el paraíso en la tierra y se extrañan de que algunos no les hagamos caso, ni sigamos su ritmo, ni ajustemos nuestra conducta a sus consignas. Haz de mí un fiel discípulo de la Sabiduría, que sepa discernir y seguirte a ti, no al mundo, a sus maestros con sus criterios. SEÑOR, es tanto lo que me has perdonado, que mil vidas no me bastarían para amarte en la medida del amor que me tienes. Yo me acojo a tu misericordia y te agradezco tu perdón y tu paz. SEÑOR, entre tus acompañantes en las correrías apostólicas por Galilea había jóvenes puros, como Juan, y otros que venían de una vida de pecado. No importa mi pasado, del que me confieso, me perdonas y no olvidas. Importa mi presente y mi futuro: estar siempre en tu compañía, anunciando el Evangelio del reino de Dios, de palabra y de obra. ¿Hay misión más fascinante? SEÑOR, quisiera que te refirieras a mí cuando hablas de la buena tierra: Son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando. Sólo tú tienes la llave de mi corazón, y seguro que no lo ves tan noble y generoso. Pero no pierdo la esperanza. Sé que me amas como soy, pero también me consta que quieres que sea como tú me propones en la parábola. Dame nobleza y generosidad de corazón para que, cuando vengas al árbol de mi vida, encuentres fruto. SEÑOR, es incomprensible la alienación de tus discípulos, que miran para otro lado y discuten quién es el más importante, mientras tú les hablas de tu pasión y muerte. Yo quiero ser tu discípulo, el último de todos, el servidor de todos, sin las grandes ambiciones que no tienen los niños, a quienes me uno para ser acogido por ti. ¿Me aceptas? ¡Gracias! SEÑOR, es estupendo verte comer con publicanos, sanar a enfermos y salvar a pecadores … Entre ellos me tienes a mí, a quien has venido a sanar y a salvar. ¿Qué sería de mí si tuvieras asco de lo que no es justo, sano y santo? Incluso, si me llamas a un seguimiento más cercano, como a Mateo, dame su prontitud para dejarlo todo y seguirte. SEÑOR, quiero ser miembro de tu familia más allegada. Tu madre física sólo puede ser una. Pero la definición que das de ella es perfecta y es imitable: la que escucha la palabra de Dios y la guarda. Todos los días escucho o leo tu palabra, quiero guardarla en mi corazón y ponerla por obra en mi vida. Como María. SEÑOR, das a tu Iglesia naciente poder sobre toda autoridad y sobre toda clase de demonios. Por eso, como dijiste en otra ocasión, el poder del infierno no la derrotará. Aunque estemos llamados a servir a la humanidad, tus discípulos nos sentimos seguros en la barca de la Iglesia, por encima de todo poder terreno, y, lo que es más importante, por encima del poder del enemigo, Satanás, que quiere arrebatarme el tesoro de la fe. SEÑOR, Herodes quería verte hacer algún milagrito, que él interpretaba como algo mágico. Por eso no te manifestaste a él. Yo deseo verte como mi Dios y mi Señor. Como la cierva sedienta desea el agua fresca, así mi alma quiere ver tu rostro. ¿Cuándo podré contemplar el rostro de mi Dios? SEÑOR, me uno a la respuesta que Pedo da a tu pregunta personal y directa Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? – El Mesías de Dios. Mi respuesta permanece firme, aunque me anuncies tu terrible pasión y tu muerte ignominiosa. Toda vida tiene cruces. Pero sólo cuando te tengo a ti puedo cargar con mi cruz y encontrar sentido a mis dolores y a mi muerte. Concédeme el don de poder ayudar a los que sufren sin ver sentido a su vida SEÑOR, es fácil entenderte cuando narras parábolas deliciosas o te refieres a las aves del cielo y los lirios del campo. Otra cosa es cuando anuncias tu muerte cruenta: nos da miedo, no sea que nos salpique la sangre. Yo me atrevo a abrir bien el oído, porque sé que con tu muerte matarás mi muerte, y con tu resurrección me darás vida nueva: por la cruz a la luz. SEÑOR, tu bendita obsesión es la expansión del Reino de Dios para que los hombres se salven. Por eso, cualquier ayuda que lo haga posible, es bienvenida. Por eso, el que favorezca a los que evangelizan tendrá su premio. Por eso, el que escandaliza a un pequeño, que tan bien acoge tu mensaje, lo tiene difícil. Por eso, todo lo que me impida serte fiel, fuera de mí. Aunque me cueste sangre. Lo primero es antes. SEÑOR, para poner como modelo eliges la actitud acogedora y sencilla del niño, que en aquel tiempo no contaban para nada. Creer en tu palabra, acogerla con sencillez, esperarlo todo de ti es lo más parecido a esa actitud, que quiero para mí. También me invitas a estar abierto a quienes, sin ser cristianos, hacen el bien en la humanidad. Sin saberlo, siguen tus pasos, están a favor tuyo. SEÑOR, Quién como Dios, Mensajero de la mejor noticia, Salud de los enfermos, son el significado de los tres arcángeles. Ellos nos llevan siglos de adelanto en dedicar toda su existencia a alabarte, adorarte y servirte. Es inexplicable que yo, siendo un pobrecillo, grite el “no serviré” de Luzbel. Te adoro, Señor Jesús, eres mi único Dios. SEÑOR, me mandas, desprendido de todo, como cordero en medio de lobo, sabiendo que soy débil y que la tarea es enorme. Pero no me dejas solo, y sé que teniéndote a ti lo tengo todo: llevo dentro de mi corazón el Reino de Dios, la gracia y la fuerza de tu Espíritu.