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Correo electrónico: corellana@buho.uca.edu.sv Departamento de Psicología Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” 1 Introducción Con bastante seguridad, los pormenores biográficos de Ignacio Martín - Baró antes estudiados, han hecho patente que la vida personal y el trabajo intelectual, no son aspectos separables ni aparecen con toda claridad sin considerar las circunstancias históricas en las que los mismos se desarrollan (Blanco, 1993; 1998). Debido a esto, puede afirmarse que en la consolidación del pensamiento de Martín - Baró jugó un papel crucial la convergencia de al menos tres circunstancias críticas. Críticas en el doble sentido de determinantes o cruciales para entender su trayectoria vital e intelectual, pero sobre todo, críticas también en cuanto a su capacidad de ruptura y cuestionamiento de su persona, de la realidad circundante y de la psicología como ciencia en particular. La primera de estas circunstancias críticas es la de su llegada, siendo joven y en proceso de formación, a un 2 contexto radicalmente distinto del que provenía, o al que pudo haberse dirigido, marcado por la desigualdad, la exclusión y la violencia. En segunda instancia, precisamente una realidad inmediata que compele a ver sus aristas más cortantes en la forma de represión, pobreza, conservadurismo alienante y autoritarismo, así como una realidad más amplia que se desarrolla bajo el paraguas de la guerra fría, el avance de movimientos insurgentes, el intervensionismo norteamericano en la región y su lucha contra el comunismo. El impacto de estas dos circunstancias a su vez, no pueden ser desligadas de la decisiva influencia del irrepetible grupo de jesuitas que arribaron con él a El Salvador, y que marcarían mucho de la senda que seguiría su producción intelectual (De la Corte, 2001). Finalmente, la última circunstancia crítica es el período de efervescencia y cuestionamiento que acusan las ciencias sociales y que en la psicología social – rama que estudiaría Martín - Baró nada menos que en Norteamérica, se cristalizará en una crisis de pertinencia o de relevancia (De la Corte, 1999; Martín-Baró, 1983; Sánchez Vidal, 2001). Esta matriz histórica tan propia de los años 70´s y 80´s del siglo recién pasado, permite encuadrar con mayor propiedad el derrotero intelectual de Martín-Baró y sobre todo las cualidades de su obra. Pues el impacto y la interpelación de un contexto desgarrador, convulso e intoxicado por la mentira y la desigualdad, no dejarían intacta a la persona, al religioso, y de forma especial, al científico social. De ahí el alto cariz erudito como original, científico como ético, y tan comprometido con su circunstancia como adelantado a su tiempo, que vertebra toda su propuesta epistemológica. Sin lugar a dudas, son estos rasgos de su obra los que le conceden la autoridad intelectual y la vigencia imprescindible de los grandes pensadores, a pesar de su muerte, de la desmemoria social y académica, y ante la apremiante necesidad que aún tiene este contexto de miradas lúcidas y voces valientes como lo fue la suya. Asimismo, estas cualidades generales de su obra tomarán forma en unas ideas incombustibles, 3 algunas de las cuales han sido caracterizadas por su recurrencia y transversalidad como supuestos metateóricos (De la Corte, 1999, 2001). En este módulo de aprendizaje, sobre la vida y obra de Ignacio Martín-Baró, serán presentados conceptos fundamentales de su obra que permitirán un acercamiento a su pensamiento a través de la revisión de sus conceptos centrales. Así, el objetivo general de esta unidad de aprendizaje es el siguiente: Que los y las estudiantes tengan un acercamiento teórico a los conceptos fundamentales desarrollados por Ignacio Martín-Baró relacionados con el objeto de estudio de la Psicología Social, el quehacer del psicólogo social y el análisis de la realidad latinoamericana. Contenidos 4 Los contenidos a desarrollar se han organizado de una manera particular, sin atender, por ejemplo, a criterios de supuesta relevancia o a su aparición temporal en la producción intelectual de Nacho. Es posible por tanto, que algunas nociones reciban más énfasis que otras, que se eché en falta un desarrollo más amplio en ciertos puntos, o que algunas nociones sean traídas a colación sólo al abordar determinados conceptos, sin que eso signifique que son conceptos secundarios o de exclusiva aplicación en el contexto en el que se han empleado. De igual forma la mención de un concepto fundamental permitirá mencionar otras ideas implicadas o estrechamente relacionadas que pueden considerarse transversales e igualmente relevantes en la obra de Martín-Baró; en cada caso, estas serán visibilizadas en el texto con cursivas. En total serán seis los conceptos fundamentales que serán sintetizados –más otros tantos conceptos transversales, siendo el índice general de contenidos el siguiente: 1:. El objeto de estudio de la Psicología Social: la acción en cuanto ideológica 2:. El Poder 3:. Fatalismo 4:. Violencia 5:. Trauma Psicosocial 6:. La Psicología de la Liberación Desarrollo de Contenidos 1: El objeto de estudio de la Psicología Social: La acción en cuanto ideológica. 5 Cualquier manual de psicología social dirá, con más o menos palabras, que el objeto de estudio de la psicología social es la interacción entre personas o la influencia entre personas. También es posible que de forma más elaborada, aunque cómoda, trasladen la misma idea haciendo suya la clásica definición de finales de los años 70 de Allport, la que establece que “la psicología social estudia la manera en que los pensamientos, sentimientos y comportamientos de los individuos son influidos por la presencia actual, imaginaria o implícita de los demás” (ver, Baron y Byrne, 2005; Myers, 2005; Rodríguez, Assmar y Jablonski, 2002). En todos los casos, la referencia o influencia entre personas, constituye el objeto de estudio de la psicología social. En su manual de psicología social de 1983, Martín-Baró, alude a dicha noción como una primera aproximación al concepto de psicología social. Pero le resultara insatisfactoria. Para nuestro autor la psicología social y su definición arrastran cuando menos tres defectos epistemológicos congénitos: el mecanicismo, el individualismo y el ahistoricismo. Los tres aspectos marcaran la psicología social dominante y serán derivados, en buena medida, de la fuerte impronta conductista, del modelo de sujeto social propio de la sociedad capitalista norteamericana y de la metodología experimental como modelo privilegiado de aproximación a la realidad. En esencia, el mecanicismo surge de la concepción del ser humano como un organismo estimular o respondiente a influjos externos, en la que se vuelven secundarias sus motivaciones, aspiraciones o valores. El individualismo, por su parte, consiste en un reduccionismo que concibe al ser humano como aislado de unas decisivas influencias sociales y como unidad de análisis o de estudio en la que se resume los social. Como colofón, el ahistoricismo consiste en la eliminación del carácter procesual y las coordenadas espacio-temporales que condicionan el comportamiento humano, o lo que es decir, considerar como universal aquello relativo a un contexto histórico determinado que, por supuesto, no puede 6 recrearse en la artificial situación experimental (Martín-Baró, 1983, 1986/1998a; Pancer, 1997). Como se coliga de lo anterior, para Martín-Baró, el sentido del comportamiento humano, su desenvolvimiento en vinculación con los otros y con el contexto en el que aquel se desarrolla, son cruciales. Será por ello que lejos de partir de una concepción respondiente, aislacionista del individuo, se decantará por una propuesta más integral de la psicología social, se decantará por una perspectiva dialéctica: aquella capaz de superar la idea de la simple interacción entre realidades cerradas y constituidas por separado (individuo-otros-contexto), por la idea de la mutua constitución de estas realidades en un contexto histórico determinado. La posición de Martín-Baró rehuye así de un reduccionismo micro propio de una concepción psicologista/individualista de los fenómenos –el error, según él, más frecuente entre los psicólogos y psicólogas– como también de un reduccionismo macro u holista, usual en concepciones de corte sociologista. Para él la psicología social debía partir de la idea de que individuo y sociedad son entidades constitutivas cada una en la otra. Por eso la psicología social será concebida como una ciencia bisagra y se interesará por las realidades psicosociologicas, vale decir, las relativas al funcionamiento psicológico o al comportamiento humano, individual o social, en su contexto histórico proveedor de sentido. Todo este encuadre preliminar permite llegar de una vez a la aproximación definitiva de Martín-Baró al objeto de estudio de la psicología social. Allende de las tendencias dominantes, Nacho establecerá como objeto/definición de la psicología social “el estudio científico de la acción en cuanto ideológica” (1983, p. 17). Esta nada ortodoxa definición se nutre del trasfondo crítico que antes se expuso. Para Martín-Baró, el interés de la psicología social debe ser la acción antes que la conducta y con esta postura se 7 desmarca, nominalmente pero sobre todo epistemológicamnte, de las concepciones que reducen el comportamiento humano a la conducta observable, predecible y concreta. Más importante, dirá Nacho, es comprender que todo comportamiento no es una simple cadena de estimulaciones y reacciones sino sobre todo la puesta en marcha de un sentido. La acción, el comportamiento individual o social, traduce significados que no se explican “de la piel hacia adentro” de quien los realiza. Es verdad que cada comportamiento supone un sello personal de quien lo actúa, pero de forma más radical, lo que se quiere afirmar es que el sentido que la acción traduce es el reflejo del entramado social particular de los individuos, de su posición concreta en una sociedad dada. Esta lógica para entender la acción nos indica que la definición de Martín-Baró en ningún momento riñe con la idea tradicional de influencia de la psicología social. Pero, como ya se dijo, sí que supera la visión aditiva que sugiere que lo social es externo al individuo al igual que la noción que lo relevante es sólo la conducta visible. Con la perspectiva dialéctica y la noción de acción, queda claro que en realidad lo social y lo individual son realidades constituyentes entre sí y que traducen algo más que una concatenación motriz. Toda la propuesta anterior se ve completada considerando que un pilar fundamental de la psicología social de Martín-Baró es el marxismo, postura de la que retomará su esquema explicativo básico así como categorías de análisis, especialmente la de ideología. Se ha dicho que la acción traduce un sentido que imbrica lo social y lo individual, y que la acción también pone en marcha una serie de significaciones sociales fruto del contexto social, lo que traduce la idea de que la influencia se ha producido (por eso la acción de la que se habla, se manifiesta). Ahora, desde la perspectiva marxista, la raíz última del comportamiento está en la estructura social y sobre todo en el conflicto de clases que en ella se lleva a cabo, mismo que atraviesa y condiciona la existencia de los individuos. En esta lucha de clases resulta imprescindible 8 considerar que las estructuras sociales, sobre todo en países como los nuestros, devienen en grandes desigualdades, al estar regidas por una minoría dominante que acapara los medios de producción y por una mayoría que sólo cuenta con su fuerza de trabajo. Esto tiene por implicación que aquellos contenidos que tienden a convertirse en la cultura, y que por lo mismo, se viven con independencia de la voluntad de los individuos (después de todo, en principio, nadie elige dónde ni cuándo nace, ni de qué cultura se nutre), son en realidad los significados que favorecen a los intereses de la clase dominante. Sucede además, y esto es muy importante, que así como no es voluntaria la pertenencia a una sociedad y a una clase social determinada, estos contenidos o, como se ha dicho, esta cultura, se ve apropiada por los individuos independientemente de su conciencia o de las implicaciones o consecuencias de dicha apropiación. Serán los procesos de socialización, aquellos por los que un individuo deviene en miembro de una sociedad dada, y en los que participan agentes diversos –personales, como la familia, e impersonales, como los medios de comunicación– (ver Berger y Luckmann, 1968/1999; Martín-Baró, 1983), a través de los cuales se producirán y concretizarán los procesos de influencia objeto de la psicología social. La acción individual subsiguiente, que es la de un sujeto socializado, consistirá en la puesta en marcha de esos contenidos propios de su cultura, con sus contradicciones, según su pertenencia de clase o los niveles posibles de conciencia, entre otros aspectos. Dicho de otra manera, la socialización y lo que se socializa está en intima relación con la cultura en la que el proceso se desarrolla, y lo que incorpora cada individuo a su estructura psicológica en cuanto miembro sociohistórico, para Martín-Baró, es la cultura dominante, es ideología. De ahí que importe estudiar la acción, la puesta en marcha de un sentido de raíz social, y sobre todo, aquella acción que traduce unos procesos de influencia acaecidos, la más de las veces sin pasar por la conciencia de las personas, que conllevan las mismas contradicciones sociales y por lo mismo, pueden ocultar sus raíces últimas o los intereses que se favorecen 9 al reproducirlas. Una acción pues, en cuanto ideológica. Definir en estos términos, y especialmente de la mano del marxismo, el objeto de la psicología social conlleva otras consideraciones, a saber: a) Recupera la noción de conflicto y repolitiza el campo de acción de la disciplina: reconoce que el orden social se funda en la desigualdad y el choque de intereses contrapuestos. Cualquier punto de vista sobre la sociedad que sea de corte funcionalista, armonioso, será desdeñado por Martín-Baró por sostener una no poco ingenua y sesgada visión de la realidad social. La psicología social de Nacho tiene que ver y le interesa escudriñar el poder social (categoría que luego será abordada), y sobre todo como éste se reproduce, se oculta o se ensaña con quienes más carecen del mismo. Conflicto y poder así, no son meras categorías teóricas, sino de manera más precisa, herramientas críticas que fundamentan una postura ética, comprometida, como demanda una realidad conflictiva. b) La ideología es, en esencia, una estructura de legitimación del orden social: ésta traduce la visión de los grupos dominantes y la misma es incorporada por los individuos con el concurso de agentes y procesos mediadores (lo que antes se sintetizó al hacer mención de la socialización) como las instituciones sociales, por ejemplo. La ideología sirve para explicarse el mundo, para darle sentido y razón de ser. c) Trae consigo consecuencias individuales: los procesos de socialización suponen la estructuración psicológica y la conformación de esquemas cognitivos y valorativos que servirán como filtros interpretativos de la realidad. Cada persona interpretará el mundo según su ideología y en virtud de la misma justificará sus acciones, su vida, los acontecimientos, etc. d) También comporta consecuencias sociales, y por sociales, políticas. La ideología tendrá la función última de preservar, reproducir y naturalizar el orden de las cosas. Ya se decía que la ideología sirve para explicarse el mundo, ahora cabe añadir que también supone una acción consonante con esa explicación, la que perpetuará la misma visión dominante y 10 los intereses en juego. Si se dijo que el objeto de la psicología social para Martín-Baró es poco ortodoxo, su objetivo además de ello, también será muy ambicioso y distante del típico aserto positivista de “describir, explicar, predecir y controlar” el comportamiento humano, más cercano al cliché teórico que a la realidad científica. Para Nacho, el objetivo de la pisocología social es posibilitar la libertad individual y social (Martín-Baró, 1983, P. 48). Pero, ¿cómo se logra semejante horizonte? Precisamente, ayudando a las personas a ver, a entender. En resumen, desideologizando o concientizando la experiencia vital de los individuos, para que desarrollen su vida de acuerdo a una conciencia renovada y no a intereses ajenos (Martín-Baró 1983, 1985a/1998). De formas esquemática y por si algo de lo mencionado no ha sido explicado con suficiencia, recapitulo qué sería una acción en cuanto ideológica: 1) un comportamiento, individual o grupal, con un significado o sentido que no se agota en quién lo expresa (no es una mera reacción y es producto de procesos de influencia); 2) dicho sentido es intrínseco y propio de la acción (no es un añadido, lo social está en lo individual y viceversa, dialécticamente), y encuentra su explicación última en el grupo social (clase) concreto de pertenencia; 3) es histórica (principalidad del contexto, todo comportamiento está situado); 4) la acción, en cuanto ideológica –e interpretada desde el marxismo–, puede ocultar sus raíces últimas a los propios individuos que la manifiestan y servir como falsa conciencia (alienación). 2: El Poder Martín-Baró, basado en Weber, define al poder como aquel “carácter de las relaciones sociales basado en la posesión diferencial de recursos que permite a 11 unos realizar sus intereses, personales o de clase, e imponerlos” (1989, p. 101). Este será uno de los puntos cruciales del pensamiento de Nacho al constituir, por mucho y desde un punsto de vista psicosociológico, el núcleo explicativo de la desigualdades y de las dificultades de las grandes mayorías para alcanzar cotas mínimas de salud mental y desarrollo. La carencia de poder o el abuso del mismo, son extremos perversos que se manifiestan en sociedades injustas, y en todos los niveles de las relaciones sociales. Esta omnipresencia del poder (De la corte, 1999), le conferirá la capacidad de naturalizarse en la cotidianeidad, de mostrarse con la máscara del mandato legal, divino, paternal, etc, en una palabra, le permitirá ocultarse como tal, le permitirá mostrarse como un simple imperativo circunstancial. Por lo mismo, quienes tienen poder, en virtud del diferencial de recursos que éste les concede, tendrán la capacidad de ejercerlo en su forma descarnada como violencia o sutilmente, como ideología. Dialécticamente, al que carece de poder “vivirá” una realidad, sea por la fuerza o “voluntariamente”, a través de cosmovisiones impuestas, ideologizadas. Así pues, poder tendrán los padres y madres cuando corrigen a sus hijos, o el maestro en la escuela, o el macho maltratador, o los medios de comunicación cuando “informan”, etc. Estas afirmaciones sirven también para reforzar mejor el concepto antes expuesto de la acción en cuanto ideológica: cada una de estas acciones suponen un ejercicio y una relación de poder, en cada caso hay un sentido social puesto en marcha y por lo mismo, un proceso de influencia, un sentido latente, ideológico, que amerita ser desmontado para iluminar los intereses en juego. Es importante hacer notar que todos nosotros, en cuanto seres sociales por supuesto, pero, para el caso, especialmente en cuanto psicólogos y psicólogas, no escapamos a la influencia del poder. Hay que tener cierto poder para poder escribir lo que ustedes, con otras cuotas de poder, están leyendo en este instante. El poder se demuestra al sancionar determinadas realidades y 12 oponerse a otras, y en cada caso, conviene caer en la cuenta de aquellas fuerzas que, por ejemplo, nos pueden llevar a suscribir ideas de opresión o de liberación, ideas de supuesta neutralidad científica, de ver terrorismo sólo de un lado de la realidad (que casualmente no suele ser en el que uno se encuentra), de negar las potencialidades de otros o dar por “anormal” o “patológico” lo que en realidad es adaptativo y socialmente configurado (Prilleltensky y Nelson, 2002). 3: El Fatalismo Un constructo derivado de las reflexiones sobre poder de Martín-Baró es el fatalismo. Este constituye un buen ejemplo del interés esencial, de la coherencia y de la capacidad del autor que nos ocupa, de prestar atención a la realidad circundante por encima de los conceptos, o lo que es lo mismo, el realismo crítico característico de su pensamiento. Martín-Baró, fiel al sujeto epistemológico de su obra, notará que las mayorías populares, por su situación de opresión e histórica marginalidad, se debaten en una situación existencial que les conmina a ver el presente como una situación sin salida, predestinada, de la que sólo puede esperarse un desenlace fatal. Esta concepción, o más operativamente, esta actitud ante la vida dirá Martín-Baró, es propia de los sectores marginales y campesinos, justamente aquellos que desde siempre han carecido de poder social. El Fatalismo pone de manifiesto como las estructura social, las condiciones de vida, se concretizan en la psique de las personas. Pero más de fondo, Nacho dirá que el fatalismo pone de manifiesto la dominación social, el binomio de opresores y oprimidos, en donde los primeros, al detentar los recursos necesarios, mantienen a los segundos en una situación que, por necesidad adaptativa, la viven e interpretan como algo natural o fruto del mandato divino (Martín-Baró, 1987/1998, 1989). Con ello, la situación se perpetúa y confirma, mientras permite consolidarse al estado de las cosas, sin 13 el recurso de la violencia. Es interesante como Martín-Baró, al tiempo que recurre a temas clásicos de la psicología social como las actitudes, es muy crítico con los constructos que utiliza. Muestra de ellos sus insuficiencias para explicar los fenómenos y hasta como más bien contribuyen a distorsionarlos. Este es el caso de la motivación de logro, la desesperanza aprendida, el locus de control, entre otros, que son todas explicaciones ampliamente conocidas en el acervo teórico de la psicología pero que a juicio de nuestro autor, psicologizan el problema del fatalismo, es decir, lo reducen a explicaciones disposicionales o “internas”, obviando el decisivo impacto de la realidad circundante. Por si lo dicho no ha sido suficientemente explícito, el pensamiento de Martín-Baró, puede considerarse como una expresión de psicología crítica (Burton, 2004), al reflexionar sobre el estatus quo, pero también al desmontar aquello potencialmente alienante de la psicología misma. Soy de la opinión que el tema del fatalismo aún amerita profundización, sobre todo si consideramos el escenario actual de nuestras sociedades, con sus problemáticas históricas de pobreza, inseguridad y violencia, pero también ante el actual embate del todopoderoso mercado, la celeridad de la vida y la rápida caducidad de las cosas y de las instituciones sociales, todo lo que impide a las personas tener experiencias vitales significativas, existencias más plenas (Bauman, 2005). Dicho de forma más sucinta, el tema del sentido vital o la esperanza, como factor esencial coadyuvante a la salud mental, continúa siendo esencial para la psicología. 4: Violencia La violencia como interés esencial de Martín-Baró, confirma la necesidad de construir una psicología social consecuente con el propio momento histórico. La guerra salvadoreña de los 80´s, será el marco de referencia que perfilará mucho de las reflexiones sobre el tema, sin que eso deje por fuera otras 14 expresiones descaradas o sutiles de violencia: violencia contra la mujer, represión política, tortura, la vida opresiva en el mesón, etc. (Martín-Baró, 1983). De este tema conviene destacar la vigencia de su análisis en lo que a las justificaciones de la violencia se refiere. Es decir, con el afán de desmarcarse de explicaciones de corto alcance –situacionales o de psicologistas–, Martín-Baró procura analizar además del hecho objetivo, la “lógica” de la violencia, las justificaciones o el fondo ideológico que subyace a un acto de violencia (Blanco y De la Corte, 2003). Dicho de otra forma, constituye un reduccionismo conveniente para el sistema, cuando se buscan sólo explicaciones individuales o patológicas en los hechos de violencia, porque se deja por fuera el peso decisivo de los sistemas sociales con sus normas y las justificaciones o la ideología que se encuentra a la base de los actos de violencia. Desmontar el andamiaje argumentativo –y por tanto ideológico– que permite a unos individuos o estructuras ejercer violencia contra otros, es un deber ético esencial de la psicología social, y es precisamente en las situaciones de conflicto cuando éstas narrativas saturan y moldean el imaginario social (De la Corte, Sabucedo y Blanco, 2004). 5: Trauma psicosocial El trauma psicosocial, como el fatalismo, es para Martín-Baró, una concreción del carácter de la estructura social en el psiquismo humano. Si el fatalismo es una consecuencia de la pobreza, el trauma psicosocial lo será de la violencia bélica, del conflicto armado. Este trauma será concebido como el resultado en el psiquismo humano de la vivencia de relaciones sociales aberrantes como las que se producen durante la guerra (Martín-Baró, 1988/1992). A propósito del conflicto armado, nuestro autor, previamente y fiel a su perspectiva psicosocial, habría hecho explícita la concepción de la “direccionalidad” de la salud mental que ayuda a entender mejor la idea de trauma psicosocial. La 15 salud mental se entiende como una construcción de afuera hacia adentro (Martín-Baró, 1984/1992). Es decir, si las persona en cuanto seres sociales son el resultado de sus vínculos y procesos de influencia, en la medida en que estas relaciones sean humanizadoras, o por el contrario, deshumanizantes, así serán sus niveles de salud mental posibles. Para el caso, el escenario de una guerra fraticida con los hechos que conlleva (graves violaciones a los derechos humanos, persecuciones, masacres, desinformación, polarización social, desestructuración familiar, desplazamientos forzados, etc.), conforma un caldo de cultivo propicio para una sociedad traumatizada y en la que cabe esperar consecuencias sostenidas en el tiempo. Efectos de este trauma serán la deshumanización en las relaciones sociales (la desensibilización ante la violencia y el sufrimiento, por ejemplo), la incapacidad de leer lúcidamente la realidad, la polarización social, la desconfianza interpersonal, entre otros. Este concepto, aunque amplio, es muy prolífico, y supera con mucho el ampliamente criticado estrés postraumático y confirma la necesidad de repolitizar los problemas de salud mental: la gente no “se traumatiza” sola, siempre existen individuos y estructuras responsables por comisión u omisión, y lejos de constituir problemáticas individuales, éstas atañen a todo un tejido social que ha sido vulnerado, lo que significa que la salud mental de los individuos en estas situaciones, depende de reparaciones de corte social y político. En el caso salvadoreño, estudios y análisis posteriores al conflicto armado, sostienen que existen indicios de trauma psicosocial en niños que durante la guerra fueron soldados, e incluso, en población víctima de desastres “naturales” (Gaborit, 2005; Portillo, 2005). En este punto cabe destacar el papel de la Opinión pública para Martín-Baró (Martín-Baró, 1985b/1989). Si algo trastoca la guerra es la inteligibilidad de la vida cotidiana. La existencia no se puede dar por sentada, la desconfianza 16 personal se acrecienta, la polarización se hace extrema, la muerte acecha a cada instante y las versiones sobre los acontecimientos es contradictoria, no es confiable. En este estado de cosas, Martín-Baró busca reflejar a las personas su propia voz silenciada y para ello recurre a las encuestas de opinión para indagar la subjetividad social. En 1986 funda el Instituto de Opinión Pública (IUDOP) e institucionaliza una práctica que probaría tanto su efectividad metodológica como una de las exigencias básicas de las ciencias sociales como es la necesidad de denunciar, y de manera más específica, denunciar lo que llamaría la mentira institucionalizada: la práctica corriente de distorsionar la realidad por parte de las instancias oficiales. En otras palabras, sondear la opinión pública lejos de ser un simple afán investigativo, constituyó y constituye hasta nuestros días, la cristalización metodológica de un ímpetu ético y epistemológico de Nacho. 6: Psicología de la Liberación Tras la mejor perspectiva que concede el paso del tiempo y la revisión del legado teórico de Martín-Baró, es posible afirmar con toda seguridad que toda su psicología social es una psicología crítica (De la corte, 1999). Y sobre esas bases de cuestionamiento a la realidad pero a la propia disciplina también, es que, como un producto necesario, aparece su “ideal” epistemológico y propuesta moral: una Psicología de la Liberación (De la Corte, 2001; MartínBaró, 1986/1998). La Psicología de la Liberación puede entenderse como la propuesta de Martín-Baró, de construir un paradigma desde la ciencia psicológica, cuyo núcleo crítico del propio quehacer y de la realidad circundante, lleve a realizar una labor comprometida con las realidad de injusticia de aquellos sectores sociales que padecen oprobio y carencia (Montero, 1998). Es decir, ante un mundo desigual, se trataría de poner el conocimiento psicológico al servicio de la construcción de una sociedad mejor, prioritariamente de la mano de aquellos estamentos sociales que hoy en día son 17 víctimas de cualquier forma de injusticia. Hoy en día este paradigma muestra muchos adeptos y posibilidades de desarrollo. Los numerosos congresos sobre el tópico confirman la aceptación y la necesidad del ideario planteado, lo que simultáneamente constata el reconocimiento de la existencia de victimas que aún necesitan ser acompañadas en sus procesos de liberación. Asimismo, el núcleo crítico de la propuesta necesita mantenerse alerta pues, como suele suceder, ésta no exenta del riesgo de las modas en la ciencia, de los territorialismos epistemológicos, metodológicos o políticos (Orellana, 2006) o de las fricciones con otras formas de psicología cuyo talante posmoderno, rehuyen la necesidad de buscar la verdad y optan por el relativismo (Ibáñez, 1998). De cualquier modo, no parece haber dificultad en suscribir la idea de que en la actualidad la Psicología de la Liberación se concreta bajo la forma de análisis político-sociales, el trabajo con víctimas de represión estatal y la misma Psicología Comunitaria (Burton, 2004). Referencias Baron, R. y Byrne, D. (2005). Psicología social (10a Edición). Madrid: Pearson Prentice-Hall. Bauman, Z. (2005). Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Berger, P. y Luckmann , T. (1968/1999) La construcción social de la realidad. 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