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CONFIRMADOS PARA SER ENVIADOS
Objetivo: la formación que hemos recibido durante estos sábados es importante.
En ningún otro lugar nos van a comprender y amar como Jesús, ha sido un
espacio de resolver dudas e interrogantes acerca de nuestra fe, pero esto no
puede quedarse en el olvido, es necesario ponerlo en práctica en nuestra realidad.
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En el transcurso del año presente hemos analizado y estudiado la doctrina
de la iglesia y de la fe. La entrega que Jesucristo hace por su iglesia que la
toma como su esposa, un amor de cruz y de sacrificio. Todo lo hace por
obediencia al Padre que lo “envía” para anunciar con su vida y con sus
palabras la salvación. De igual manera la invitación para nosotros es ser
mensajeros de amor, misioneros de la alegría y artesanos de paz.
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El sacramento de la confirmación tiene su fundamento bíblico en
Pentecostés, es decir, en los cincuenta días después de la pascua, cuando
Jesús resucita de entre los muertos y sube a los cielos (ascensión ), nos
envía el Espíritu Santo nuestro consolador, leamos el relato de
Pentecostés:
Lectura de los Hechos de los Apóstoles, Hechos 2, 1-11
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar.
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento,
que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron
aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado
sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y
comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía
expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las
naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó
de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran
admiración y estupor decían: “, Acaso estos hombres que hablan no son
todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia
lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o
en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y
Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y
prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras
lenguas las maravillas de Dios”.
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El texto que meditamos es una muestra del descenso del Espíritu Santo
sobre nuestras vidas el día en que nos confirmemos, vamos a estar llenos
del amor de Dios, pero no debemos solamente estar felices por lo que
recibimos de manera personal, debemos servir al mundo, a los demás y a
la iglesia en especial, con nuestra vida y desde nuestra condición.
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El mundo nos necesita con nuestra alegría, con nuestra juventud y con
nuestras ganas de vivir, vivimos para Dios. Las faltas y debilidades que nos
atormentan no son un impedimento, son el material para que Dios actué en
nuestra vida y con su mano poderosa nos perdone.
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El papa francisco nos habla:
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“La misericordia de Dios es muy concreta y todos estamos llamados a
experimentarla en primera persona. A la edad de diecisiete años, un día en
que tenía que salir con mis amigos, decidí pasar primero por una iglesia.
Allí me encontré con un sacerdote que me inspiró una confianza especial,
de modo que sentí el deseo de abrir mi corazón en la confesión. Aquel
encuentro me cambió la vida. Descubrí que cuando abrimos el corazón con
humildad y transparencia, podemos contemplar de modo muy concreto la
misericordia de Dios. Estaba seguro de que en la persona de aquel
sacerdote Dios me estaba esperando, antes de que yo diera el primer paso
para ir a la iglesia. Nosotros le buscamos, pero es él quien siempre se nos
adelanta, desde siempre nos busca y es el primero que nos encuentra.
Quizás alguno de ustedes tiene un peso en el corazón y piensa: «He hecho
esto», «he hecho aquello…». No teman. Él les espera. Él es padre: siempre
nos espera. Qué hermoso es encontrar en el sacramento de la
Reconciliación el abrazo misericordioso del Padre, descubrir el
confesionario como lugar de la Misericordia, dejarse tocar por este amor
misericordioso del Señor que siempre nos perdona.
Y tú, querido joven, querida joven, ¿has sentido alguna vez esta
mirada de amor infinito que, más allá de todos tus pecados,
limitaciones y fracasos, continúa fiándose de ti y mirando tu
existencia con esperanza? ¿Eres consciente del valor que tienes ante
Dios que, por amor, te ha dado todo? Como nos enseña san Pablo, «la
prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando
todavía éramos pecadores» (Rm 5,8). ¿Pero entendemos de verdad la
fuerza de estas palabras?”