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1 abril 2017 «Yo soy la luz del mundo» El mundo no tiene otra luz sino la verdad. La verdad, que es Cristo; la verdad, que es siempre la misma, que no cambia ni en los tiempos ni en las formas de pensar de los hombres. La verdad no es el invento del pensamiento de ningún hombre. La verdad es una Persona Divina, es un Pensamiento que lo abarca todo, que lo conoce todo, una razón que no tiene que pensar para llegar a una verdad. «Yo soy luz… el que me sigue…»… … el que me obedece, el que se somete a mi verdad, que soy Yo mismo, el que me obedece a mí… … «no anda en tinieblas»… Seguir a Jesús es seguir un camino divino en la vida humana, camino trazado por el mismo Jesús, camino que el hombre no conoce, porque es necesario seguir las huellas de Jesús, hay que ir detrás de Él. No se puede ir acompañando a Jesús, como si los dos hicieran el camino. Sólo Jesús sabe el camino, sabe por dónde ir; el hombre no sabe nada. El hombre sólo tiene que obedecer a Jesús, no desviarse de ese camino, confiar en Jesús. Yo soy la luz del mundo… La luz que ilumina las tinieblas, que es este mundo. Este mundo es tiniebla, oscuridad. Tiniebla del pecado, oscuridad debida a las obras del pecado. Yo soy la luz del mundo… Una luz que ilumina y que no es acogida por ningún hombre, que es perseguida por la mayoría de los hombres, que es despreciada en todo ámbito del hombre. Es una luz divina, la que Cristo da. Y es una luz que lleva a la vida: «tendrá la luz de la vida» El camino de Jesús tiene una cima, una perfección, un fin, un objetivo: la vida. Se camina para alcanzar la vida, para vivir sin morir, sin sufrir, sin apartarse de Dios por el pecado. El camino lleva a esa vida en que todo es en el orden de Dios. No hay nada desordenado: no hay pecado, no hay imperfecciones, no hay apegos de ninguna clase. Yo soy la luz del mundo, porque el mundo vive sumergido en las tinieblas. Y todo hombre que viene a este mundo, vive en la oscuridad de su mente humana, en las tinieblas de su pecado, y en la amargura de su corazón. Y Jesús da a ese mundo, da a los hombres que viven en este mundo, la luz para su mente humana, para que la mente del hombre razone en la rectitud de la verdad, en el orden de Dios, según la ley de Dios. Jesús es la luz de la gracia, que impide que el hombre peque, se aparte de Dios. Jesús es la alegría del corazón, que se abre a las maravillas de la vida de Dios. El hombre, sin la verdad en su mente, sin la gracia en su alma, y sin el amor en el corazón, no puede vivir, no alcanza la vida, no encuentra el sentido a su vida, a su existencia. Tres cosas hay en el camino, que es Jesús: verdad, vida y amor. La verdad divina, la vida en Dios, y el amor espiritual, el amor del Espíritu. Estas tres cosas son la luz, que es Cristo. Estas tres cosas tiene todo hombre que sigue a Jesús, que obedece a Jesús, que se somete al plan divino, que vive buscando la voluntad de Dios para su vida. Por eso, hemos leído en Isaías: «Serán apacentados en los caminos, y su pasto estará en todas las llanadas. No tendrán hambre, ni sed, y no les molestarán el calor y el sol: porque les regirá el que tiene piedad de ellos, y les abrevará en las fuentes de las aguas». Les regirá, les gobernará el que tiene piedad de ellos, el que ha venido a este mundo a revelar la Misericordia del Padre, que es Cristo Jesús, el cual dice «a los presos: salid; y a los que moran en tinieblas: venid a la luz». El hombre tiene que ir a la luz, que es Cristo Jesús. El hombre no puede quedarse en sus luces, en sus razones, en sus pensamientos, en su forma de concebir su vida. Tiene que ir a la luz. Esa luz que es verdad divina, que es vida en Dios y que es amor divino. «Y les abrevará en las fuentes de las aguas». Quien sigue a Jesús no tiene hambre de este mundo, no desea los placeres de este mundo, no vive sediento de gloria humana, no da descanso a su corazón en las cosas de este mundo. Con Jesús lo tiene todo. Jesús da el alimento para el camino, y apaga la sed de los corazones. Y le dijeron los fariseos: «Tú das testimonio de ti mismo, y tu testimonio no es verdadero». Los fariseos no podían aceptar la verdad que Jesús hablaba. Siempre se oponían a Jesús cuando hablaba. Siempre buscaban una razón para torcer las palabras de Jesús. Ellos no creían en Jesús: tú das testimonio de ti mismo. No creen, se oponen. Y el Señor les contesta: «Aunque Yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde vengo y adónde voy». Ningún hombre que nace en esta tierra sabe de dónde viene ni a dónde va. Viene a este mundo sin conocimiento. Y si el Señor no le ayuda a entender de dónde viene y a dónde va, la vida carece de sentido. El testimonio de todo hombre siempre es mentiroso, porque el hombre no se conoce en su interior, no se conoce a sí mismo. Y si no conoce lo que es, su vida íntima, menos conoce el interior de las otras personas. El hombre es un perfecto desconocido, tanto para sí mismo como para los demás. El hombre viene a este mundo sin luz. Y, por eso necesita de la luz que venga, no de un hombre, sino de Dios. Jesús es más que un hombre. Es el Dios-Hombre. Es Dios y Hombre verdadero. Por eso, Jesús puede dar la luz a cualquier hombre que viene a este mundo, para que se conozca y decida su vida en esa luz divina. Por eso, Jesús se manifiesta a toda alma, aún la más pecadora, para que salga de las tinieblas en las que se encuentra, y alcance la luz que no puede llegar con las solas fuerzas de su naturaleza humana. El hombre, por más que piense su vida, no se entiende ni comprende a los demás. «Vosotros no sabéis ni de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne: Yo no juzgo a nadie». Yo no juzgo a nadie. Es la Misericordia del Señor para con todo hombre que nace en el pecado original. Misericordia. Si Dios empleara su Justicia, no existiría ningún hombre sobre la tierra. Pero el Señor viene a un mundo sumergido en las tinieblas del pecado, de la obra del pecado. Un mundo dominado por multitud de espíritus contrarios a la Voluntad de Dios. Un mundo que es el primer escalón del infierno. Un mundo sin Dios, sin Verdad, sin Vida, y sin Amor. Y, por lo tanto, tiene que tener misericordia de todos los hombres, y no juzga. Yo no juzgo a nadie. Porque ningún hombre se conoce a sí mismo. Por lo tanto, no te juzgues a ti mismo. No sabes quién eres. No sabes qué Dios quiere de ti. No sabes el camino de tu vida. Sí, tropiezas muchas veces, caes en muchos pecados, tu vida no es como tú la quieres. Sabes muchas cosas, pero en verdad no sabes nada. Si no sabes cómo quitar de forma definitiva un pecado de tu vida, entonces no sabes nada. Todo hombre es ignorante desde que nace hasta que muere. En su ignorancia aprende muchas cosas, lee muchos libros, se sabe a los filósofos o a los teólogos afamados del mundo, pero en verdad no sabe nada. Sabe meditar y no sabe nada. Sabe dar vueltas a las ideas en su cabeza, y no sabe nada Es el sólo sé que no sé nada, de Sócrates. O aquello de San Juan: Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada. Los fariseos creían saberlo todo, medían a Jesús con su delicada y soberbia mente humana, y el Señor les dice la verdad de lo que son: «Vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy» Vosotros, cargados de tantos conocimientos, no sabéis nada. No sabéis escuchar a Dios, no sabéis abrir el corazón al amor de Dios, no sabéis usar la gracia que os da la vida verdadera, la vida en Dios, la vida en el Espíritu. Vosotros sólo sabéis decir que lo sabéis todo, que tenéis muchos conocimientos, y sois todos unos grandes ignorantes. Hoy el hombre se idolatra a sí mismo, idolatra su mente, hace culto de su propio lenguaje humano. Estamos en un mundo de hombres que se creen dioses, que se creen con derecho de dominarlo todo, de investigarlo todo, de decidir el destino y la vida de los hombres. Es un mundo de pervertidos mentales, de gente loca con su voluntad torcida, de personas que han perdido la transcendencia de la vida, el sentido común, y sólo miran, como los cerdos, las cosas de este mundo. Y pretenden enseñar a vivir a todos los hombres mirando el pecado y obrando el pecado. Cuando el hombre lo cree saberlo todo, entonces esa es la señal de que el hombre se ha puesto como dios en este mundo. Esa es la señal para apartarse de una sociedad que impide la verdad sólo por el hecho de que es verdad. Porque no se va a Dios, que es el todo, sabiéndolo todo. Si quiere ir al todo, si quieres saberlo todo, tienes que ir en la nada, no quieras saber algo en nada. No quieras conocer que conoces algo. Conoces tantas cosas y, en verdad, no conoces nada. Estamos ante una sociedad que ha puesto sus leyes, las cuales van en contra de la Voluntad de Dios, y que se cree poderosa y con ciencia para llevar a los hombres hacia ese mundo del pecado, mundo tenebroso, mundo de oscuridad. Y hay que apartarse de esa sociedad, que no lleva a Dios, que cree saberlo todo, y hay que formar el pueblo de Dios, aquel pueblo que Dios lo guía en la verdad de su espíritu. Porque los guiará el que de ellos se ha compadecido y los llevará a aguas manantiales. Los gobernantes del mundo quieren llevar a los hombres hacia la maldad, hacia el pecado. Hay que apartarse de los gobernantes del mundo, que creen saberlo todo y no saben nada. El hombre ha sido llamado por Dios para la verdad y sólo para la verdad. Fue creado en la verdad y para una obra de verdad. El pecado trastocó el llamado divino y son pocos los hombres los que, en verdad, se interesan por la verdad. Son muchos los hombres que les gusta vivir dentro de sus mentes humanas, dando vueltas a sus ideas, que consideran como la luz de sus vidas. Y es Cristo el que es la luz de la vida de todo hombre, no es la mente del hombre la luz del hombre. Esto cuesta entenderlo en un mundo que idolatra la mente del hombre, y que pone esa mente por encima de la Mente de Dios. Cristo es la luz de la inteligencia humana: no son tus ideas que concibes en tu mente, que están revoloteando todo el día en ella, la luz de tu existencia humana. Cristo es la luz de tu corazón. Cristo ilumina tu corazón con su Verdad. Si el hombre acepta esa verdad, entonces su mente se pone en orden, en la rectitud, en la justicia. La mente del hombre tiene una guía para construir su vida: la ley de Dios, los mandamientos divinos, la Voluntad de Dios. Pero, si el hombre desprecia esa verdad que Dios pone en su corazón, si se cierra a esa verdad, entonces la mente del hombre se extravía por tantos caminos mentales, concibiendo tantas ideas, que sólo sirven para complicar la vida del hombre. El hombre vive una vida complicada, porque quiere ser él mismo luz en un mundo de tinieblas, quiere guiarse por su mente, por sus razones, y no sabe caminar. No sabe pensar rectamente, en el orden divino. El hombre que acepta la verdad como es, vive una vida muy simple, sabiendo lo que tiene que hacer en cada momento, porque Cristo, con su luz, lo guía. Cristo, con esa luz, que es verdad divina, vida en Dios y amor en el Espíritu, lleva a los hombres a la plenitud de su existencia, al conocimiento de sí mismo y a la obra de la verdad en sus vidas humanas. JosephM