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PISANDO EL DOMINIO DE DIOS PERSPECTIVAS PARA LA ERA DE LA MANIPULACIÓN GENÉTICA Daniel Lezcano Medina daniel.lezcano@estudiante.uam.es Resumen El nuevo ámbito de posibilidades que se abre con la nueva era de la manipulación genética suscita numerosos problemás ético-políticos. Aunque haya que desterrar desde un principio los vaticinios infundados que sobre esta nueva era han vertido sus detractores, en el presente artículo evaluo las diferentes consideraciones sobre el impacto negativo que la selección de embriones y la ingeniería genética podrían tener sobre la sociedad. En la última parte, muestro cómo muchos de estos problemas se encuentran prefigurados, entre otros clásicos de la literatura universal, por la obra de Mary Shelley, Fankenstein o el nuevo Prometeo. Palabras clave: vida, vida consciente, ingeniería genética, clonación, fecundación in vitro, embrión. Abstract The new area of possibilities that is opened with the new age of the genetic manipulation provokes numerous ethical-political problems. Though, from the beginning, we have to exile the groundless predictions that detractors have spilt on this new age, in the present article I assess the different considerations on the negative impact that the selection of embryos and the genetic engineering might have on the society. In the last part, I show how many of these problems have been prefigured, among others all time fauvorites, by the work of Mary Shelley, Fankenstein or the new Prometheus. Keywords: life, conscious life, genetic engineering, cloning, in vitro fertilization, embryo. Bajo el optimismo de la Ilustración los hombres se propusieron alcanzar su mayoría de edad, “liberarse del miedo y constituirse en señores”, y ello sólo podían lograrlo adquiriendo el poder que les permitiera dominar la Naturaleza. Ejemplificando el dictum baconiano según el cual “el conocimiento humano y el poder humano son una misma cosa”, nos pertrechamos con el conocimiento científico que nos hacía poderosos y pusimos riendas a la Naturaleza de un modo en que nunca antes lo habíamos hecho, dejando atrás nuestra embarazosa adolescencia. Sin embargo, con su aplicación instrumental (según interpretación de Horkheimer y Adorno) el hombre no sólo consiguió el dominio de la Naturaleza, sino que también terminó por someter al hombre mismo, devolviéndonos a un nuevo género de barbarie que ha quedado manifiesta en la violenta historia del pasado siglo. En el nuevo milenio, la técnica, la ingeniería genética, dota al hombre, no sólo de la capacidad de dominar el mundo natural, sino también del poder de modificar su propia naturaleza. El desarrollo de las técnicas de fecundación in vitro (FIV) ha marcado el punto de la historia en el que los seres humanos ganan el poder de controlar su propio destino evolutivo. Comunmente se ha pensado que los niños son el fruto de una relación sexual entre dos personas, y que además sólo pueden tener una sola madre y un solo padre. Sin embargo, la inseminación artificial posibilita los nacimientos virginales. Como consecuencia de ello, la relación sexual ya no es un prerequisito para la reproducción. De hecho, una nueva vida humana ni siquiera tiene que tener sus orígenes en un embrión formado mediante la fusión de gametos de una madre y un padre ya que, con la clonación, un ser humano puede nacer, a partir de una sola célula, en ausencia de cualquier suceso de fertilización. Y, a pesar de las animadversiones que suscita, y las numerosas voces que claman en su contra, la probabilidad de que se pueda clonar a seres humanos es bastante alta: los defectos de nacimiento en niños clonados (una de las razones más convincentes para oponerse a la clonación) pueden darse con menos frecuencia que en niños concebidos de forma natural; y además hay medios técnicos suficientes y profesionales cualificados dispuestos a realizarla. La oposición a la clonación de seres humanos se debe a que muchas personas tienen una idea confusa de lo que es la clonación. Muchas personas creen que la clonación humana copiaría no sólo el cuerpo de una persona sino también su conciencia. Pero la clonación sólo tiene lugar a nivel celular y es sólo mucho tiempo después cuando una vida única puede emerger en el feto en desarrollo. Muchas de las confusiones en torno a estas cuestiones se deben a no saber distinguir la noción de vida, en sentido general, y otra noción de vida mucho más restringida que sólo encontramos en los seres humanos, la de vida consciente. La vida en sentido general tiene sus raices en la célula individual, mientras que la vida consciente tiene sus raíces en el funcionamiento cerebral que da lugar a la conciencia. Muchos de los que se oponen a la aplicación de las diversas técnicas de ingeniería genética defienden que el embrión, al margen de si es o no equiparable a un ser humano, merece respeto. Pero es la posesión de sentimientos lo que nos hace respetar a algunas cosas vivas, y estos sentimientos no pueden aparecer en ausencia de un sistema nervioso funcional, como ocurre en el caso del embrión. Otra razón, en defensa del respeto al embrión, se basa en la potencialidad que este tiene para formar un ser humano, y esto, unido a la idea de identidad genética completa. Pero esta idea ha perdido fuerza tras los adelantos técnicos en clonación. Todas las células de nuestro cuerpo tienen esta potencialidad de formar un ser humano, y nadie estaría dispuesto a pedir respeto para las células que mueren diariamente como consecuencia de nuestras actividades cotidianas. Podríamos también otorgar respeto al embrión apelando a su significado simbólico. Pero todo símbolo depende de un intérprete y, por ello, el hecho de que un embrión pueda ser un símbolo de vida humana para una persona determinada no significa que, del mismo modo, deba serlo para otra. De hecho la consideración de que el embrión es merecedor de respeto sólo puede hacerse en base a creencias de tipo religioso o espiritual, pero nunca apoyándose en una razón científica; no hay lugar en ninguna célula viva, incluyendo al embrión humano, para algo así como un alma o una “fuerza vital”. Pero retomemos la cuestión de la clonación. Una de las ideas má comunes es la de que un clon es una imitación imperfecta de la cosa real carente de alma. Sin embargo,un clon no es más que un gemelo idéntico nacido más tarde, un ser humano único con una conciencia única y un único conjunto de recuerdos que se construirán partiendo de cero. Otra consideración que se suma a las anteriores, en la oposición a la clonación humana, es la de que gobiernos o grupos organizados podrían utilizar la clonación como una herramienta para construir sociedades futuras con ciudadanos criados para satisfacer una necesidad particular. Pero los niños sólo pueden desarrollarse dentro del vientre de una mujer, y en una sociedad libre el Estado no puede controlar los cuerpos y las mentes de las mujeres. Por ello, en una sociedad democrática, parece difícil la creación de “ejércitos de clones”. Pero, aún en el caso de un Estado totalitario, esto no parece factible, pues no hay ninguna sola ventaja estratégica que un gobierno pudiera obtener de la clonación de seres humanos. Todo indica, pues, que la clonación sería escogida solamente para satisfacer objetivos reproductivos particulares. El uso de diferentes técnicas reprogenéticas confunde las nociones tradicionales de herencia y relaciones familiares. Hoy ya se ha hecho común la distinción entre padres biológicos, que son aquellos que contribuyen con un núcleo de espermatozoide a la creación de un niño; y padres sociales. Pero también existen tres tipos de madres: madres genéticas, que aportan el óvulo; madres de parto, aquellas en cuyo vientre se desarrolla el feto; y madres sociales. Los padres y madres sociales se distinguen de los padres biológicos en que los padres sociales crian al niño. La FIV hace posible que una mujer sea la madre de parto de un niño concebido por otra mujer. Pero, en este caso ¿cuál de estas mujeres debe considerar que el niño es suyo? El significado de “hijo propio” también queda difuminado: por ejemplo, en el caso de una doble donación de gametos el niño que surge no tiene ninguna relación genética con ninguno de los padres sociales. De este modo la “especificidad humana” no se encuentra en la reproducción, ni en ningún otro aspecto de la biología humana, salvo en una cosa, su conciencia que está localizada en el cerebro. Hay dos importantes consecuencias que se derivan de todo lo considerado anteriormente así como de la utilización de la selección de embriones y la ingeniería genética. En primer lugar, la aplicación de técnicas reprogenéticas produce resultados eugenésicos, pues conlleva la alteración en el acervo genético de una pequeña parte de la población. En segúndo lugar, hay quienes piensan que cualquier acto de procreación que se extienda más allá de las fronteras tradicionales de la relación sexual entre un hombre y una mujer, constituye un desafío a la voluntad de Dios: con la manipulación genética el ámbito del dominio de Dios sobre la creación de la vida ha quedado poco a poco reducido a los núcleos del óvulo que contienen el ADN. Si, con la manipulación genética, se permite que el dominio del hombre se extienda hasta el núcleo, entonces el dominio de Dios queda reducido a la nada. De este modo Dios queda excluido del proceso de creación al mismo tiempo que el hombre alcanza el poder de cambiar la naturaleza de la humanidad. Según Lee Silver (Silver: 1998), catedrático de biología molecular en la Universidad de Princeton, existe la certeza casi completa de que un mundo de niños virtuales seleccionados genéticamente se hará posible hacia mediados del siglo XXI. Actualmente existen muchas preocupaciones sobre el impacto negativo que la selección de embriones y la ingeniería genética podrían tener sobre la sociedad. La primera de estas preocupaciones es la de que la aceptación social de la selección de embriones conducirá inevitablemente a su uso de una forma coactiva: existirán presiones en forma de normas sociales que desalienten el nacimiento de niños que se estimen inadaptados de alguna forma; otras presiones vendrán de compañías de seguros que limiten la protección de la salud sólo a niños que hayan sido protegidos contra enfermedades concretas y genotipos con predisposición a las mismas, dando lugar a nuevos tipos de discriminación. Durante el siglo XX se han utilizaron supuestas diferencias genéticas para legitimar políticas discriminatorias. En particular Murray y Herrstein (The Bell Curve: intelligence and class structure in American live) consideraron científicamente demostrado que la media intelectual de los negros era inferior a la de los blancos. Puesto que las diferencias de coefieciente intelectual, y con ellas las de status, tienen su raíz en la genética, las políticas auxiliadoras que discriminan positivamente a los miembros de esa raza son una pérdida de recursos públicos. Lewontin, Rose y Kamin deslegitimaron estas posturas poniendo de manifiesto que, en realidad, no hay evidencia de ningún tipo de diferencia genética en cuanto a la puntuación de los tets de coeficiente intelectual (Lewontin: 1984), y mostraron la ideología que subyace al cientificismo del determismo biológico y la sociobiología. Analogamente las críticas al concepto de raza se han basado también en una falta de evidencia en cuanto a las diferencias genéticas de las distintas poblaciones. Además, la aptitud mental que se nos transnmite como parte de nuestra herencia genética condiciona menos nuestros futuros logros sociales que la herencia económica y familiar. Es cierto que han sido los racistas y los xenófobos quienes han sostenido la existencia de alguna vinculación entre la ascendencia y las aptitudes. Pero, con todo, no es menos cierto que la mitad de las diferencias de inteligencia en los seres humanos está relacionada con la herencia, y que el coeficiente intelectual lo está con el éxito. Por ello los problemas que plantea la escisión del ser humano entre “genricos” y “naturales” es considerable, sobretodo, dado el aire de inevitabilidad con el que Silver rodea la llegada de la ingeniería genética. Cuando, como resultado de la acumulación del enriquecimiento genético en un sector de la población, haya diferencias constitutivas entre grupos humanos, las críticas al determinismo biológico no podrán plantearse en términos científicos, pues las diferencias genéticas serán evidentes; dicho de otro modo, no se podrá impugnar una de sus tesis fundamentales, a saber, que las desigualdades sociales están determinadas biológicamente. Así pues, para cuando esto ocurra, las críticas al determinismo biológico sólo podrán ser dirigidas a sus efectos políticos reaccionarios. Y en este punto la resolución del problema dependerá de las “sensibilidades políticas” (libertarismo/ comunitarismo) de quienes lo consideran. Silver (1997) se ha pronunciado a este respecto. Partiendo de que es la libertad y la fortuna personal la guía de lo que a los individuos les está permitido y son capaces de hacer, alega que, puesto que se admite que con dinero se pueden comprar múltiples ventajas, no hay razón para prohibir a alguien que gaste dinero en el el uso de estas técnicas. Pero esta es una falacia naturalista: Silver no repara en que el hecho de que el destino de las personas dependa de las riquezas personales no implica que ello debiera continuar siendo así. No se trata, pues, de prohibir el uso de estas tecnologias por considerarlas nefandas, sino de no agrabar las inícuas diferencias sociales ya existentes. Coda (…) estos filósofos modernos(…) han conseguido verdaderos milagros. Sondean las honduras de la naturaleza humana y muestran cómo actúa esta en lo más recóndito. Ascienden a los cielos; han descubierto cómo circula la sangre y cuál es la naturaleza del aire que respiramos. Han adquirido poderes nuevos y casi ilimitados; dominan los rayos del cielo, reproducen el terremoto… “Y hasta son capaces de cambiar el destino evolutivo del hombre”, habría que añadir a estas palabras del doctor Frankenstein para que tuvieran plena actualidad. Pero, a pesar de todo, nihil novum sub sole…. Cuando nuestros padres Adán y Eva se deleitaron en el jardín del Edén, con el fruto del árbol que hallaron en su centro, se hicieron poseedores del conocimiento del Bien y del Mal. Y, de acuerdo con la conocida fórmula de Francis Bacon, ya se sabe: el conocimiento humano y el poder humano son una misma cosa. Era de esperar, pues, que el hombre alcanzase por el conocimiento el poder de cambiar su propia naturaleza. Este cambio es posible con la ingeniería genética. Sin embargo muchos la aborrecen y vaticinan respecto a su aplicación las situaciones más ominosas: seres sin alma, sin identidad, y monstruosamente diferentes de los seres humanos (tal y como los conocemos hoy); ejércitos de clones, guerras entre especies, genocidios… La mayoría de estas ideas han sido inspiradas por la literatura o el cine; la novela de Shelley, Fankenstein o el nuevo Prometeo, es sin duda una “precursora” en el género que a contribuido al contagio de estos temores. En las argumentaciones contra la manipulación genética suelen incluirse augurios sobre las consecuencias detestables que traerá su aplicación. Para Bill McKibben, un futuro de niños enriquecidos genéticamente es un futuro “abonado para que florezca la neurosis y las inseguridades hasta un punto que dificilmente podemos llegar a imaginar. Si la pregunta esencial de los tiempos modernos es la de quién soy yo, ustedes habrán conseguido que sus hijos no sean capaces jamás en la vida de darse una respuesta que les sirva” (McKibben: 2003). Así que, de acuerdo con McKibben, las personas enriquecidas genéticamente, a quienes compara con autómatas (¡el Golem!), experimentarán la misma solitaria desdicha que el ser creado por Frankenstein, cuando se pregunta: ¿qué era yo? No sabía nada en absoluto de mi creación ni de mi creador […] Mi figura era odiosa, y mi estatura gigantesca; ¿qué significaba aquello? ¿Quién era yo? ¿Qué era yo? ¿De dónde había salido? ¿Cuál era mi destino? […] Me hacía una y otra vez la pregunta, y sólo podía responderla con suspiros?. Estos cruzados contra la manipulación genética no encuentran otro modo de considerar a los niños genéticamente enriquecidos que como meros productos fabricados en serie. Ello se deriva de la idea de que la creación de la vida es ámbito excluisvo de Dios. Y por ello a muchos les resultea amenazador la creación de seres humanos por medios distintos a los considerados “naturales”, caracterizados , precisamente, por la intervención divina. Y es aquí donde radica la diferencia. A este respecto reflexiona la criatura a la que Frankenstein da vida: Al igual que Adán, me habían creado sin nigún vínculo aparente con ningún ser existente; pero el estado de Adán era muy distinto al mío (…) [Adán] Había salido de las manos de Dios como una criatura perfecta, feliz y próspera, protegido por la providencia especial de su Creador. Así pues, los científicos modernos se erigen en creadores de la vida desdivinizando el acto de la creación. Aunque, en lugar de ello, bien podrían divinizarse a sí mismos por tal hazaña y repetir con el Dr Frankenstein: la vida y la muerte me parecían unas fronteras imaginarias que yo sería el primero en franquear, para derramar un torrente de luz sobre nuestro mundo oscuro. Una especie nueva me bendeciría como creador y origen suyo…. Pero, al igual que a principios de los ochenta, con los prometedores avances de la informática, muchos se figuraban un futuro en el que las máquinas, más inteligentes que los seres humanos, se rebelaban contra el hombre, hoy existe el temor de que el enriquecimiento genético de seres humanos acarree problemas similares: aunque se marcharan de Europa y vivieran en las regiones deshabitadas del Nuevo Mundo (…) se propagaría por el mundo una raza de demonios que podía hacer precaria la existencia misma de la especie humana y llenarla de terrores. Y es que, al igual que la critatura de Frankenstein, estos seres podrían volverse “insensibles y despiadados; podrían convertirse en el azote de sus semejantes y en causantes de su ruina inmediata; unos seres depravados que se complazcan en las matanzas y la maldad”. Sin embargo, y muy pesar de estas hostilidades hacia la manipulación genética, todo indica que estas técnicas van a ser utilizadas originando seres que, afortunadamente, distarán mucho, tanto en apariencia como en capacidades, de la mostruosa criatura imaginada por Shelley. Pero, finalmente, ¿podrá el hombre, mediante el conocimiento de la técnica, derrotar al “querubín que blande flameante espada”, y conquistar el Árbol de la Vida? …¡qué descubrimiento tan glorioso sería el mío, si conseguía desterrar las enfermedades del cuerpo humano y salvaguardar de la muerte al hombre, salvo por causas violentas!. Bibliografia -Lewontin, R. C. (et al.) (1984): Not in our genes, Panteon Books, Nueva York. -McKibben, Bill (2003): Enough. Staying Human in an Engineered Age, Times Books. - Shelley, Mary (2003) : Frankenstein o el nuevo Prometeo, EDAF, Madrid. -Silver, M. Lee (1997): Remaking Eden, Avon Books, New York.