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¿Qué pueden aprender las ciencias sociales de los guiones de M Heidegger? (NOTA BENE: Rogamos al lector que no se amilane por la exótica jerga que viene a continuación y siga leyendo hasta el final del epígrafe donde será recompensado espléndidamente) Es bien sabido que en contra de la metafísica convencional desde Platón a Hegel que busca refugio en la alucinación de las grandes categorías del Ser para morar en lo abrigado de la existencia, Heidegger (1977) explora en Sein und Zeit (SuZ) como nadie lo había hecho antes, -si exceptuamos a San Agustín, Lutero o Kierkegaard-, ese mundo pre-subjetivo, pre-conceptual, pre-teórico definido por un encontrarse (befindlichkeit) de todo ser humano radicalmente pragmático, haciendo cosas: martilleando o trabajando la tierra; un encontrarse que todavía no es ni un sujeto, ni un alma, ni un espíritu, ni mucho menos un Lógos, sino un estado de ánimo sobrecogido por su condición de yecto, es decir, de arrojado a la existencia. Ligado a ese encontrarse anterior a cualquier cumplida subjetividad se halla el comprender(se) que nada tiene que ver tampoco con formarse una imagen teorética de algo sino que apunta más bien a la idea de montárselo o hacérselo con las cosas y los otros seres humanos o seres-ahí que Heidegger denomina da-sein. Finalmente, el da-sein, la condición de existente del ser humano, habla, pero ciertamente más que hablar y decir la verdad de los entes de su entorno, se limita a ser hablado y devorado por el habla, el “lenguajeo” (Maturana) que le conducirá fatalmente a la avidez de novedades, a la cháchara inacabable y a la banalidad del uno impersonal. Algo que sólo comenzará a cambiar con la cura, cuando el da-sein “empuñe” la propia existencia para evadirse de la trivialidad y la inautenticidad. Heidegger descubre que esa analítica abierta por esos existenciarios o formas radicales de existencia pre-subjetiva, sólo es posible cuando el tiempo deja de ser un ente entre los otros entes (una Idea entre las Ideas) para convertirse en experiencia, en promesa viva de finitud, desolación, herida, enigma y sentido último de la condición humana, cuando el ser humano se reconoce como ser-para-la muerte. ¿Qué pueden aprender las ciencias sociales de esos ominosos guiones que tratan de dramatizar de un modo rabiosamente expresionista el ser-en-el-mundo, el ser-ahí, el ser-a-la mano, el ser-con-los-otros, etc., opuestos por completo en su fragilidad y vulnerabilidad decisiva a cualquier Morada Filosófica protegida por un Ser concebido como Presencia, Quietud, Eternidad y Autoensimismamiento al que se han ido a vivir confortablemente todas las grandes escuelas de la vieja Metafísica? (L Castro et alia, 2008: 445 ss). ¿Qué pueden aprender las ciencias sociales de este pragmatismo también a ras de suelo, de esta condición pre-subjetiva, de esta afectividad originaria que define mejor que ningún otro existenciario la condición humana? Varias cosas pueden aprender las ciencias sociales de M Heidegger y de SuZ, su obra maestra: 1 Heidegger destruye toda la metafísica denunciándola como falsa Morada de la existencia, del hombre de carne y hueso, del da-sein. Nosotros, del mismo modo, deconstruimos el ME interpretándolo igualmente como falsa, artificiosa, Morada (al modo de aquellas Ideas estáticas y eternas a las que tanto se parecen las estructuras de muchos sociólogos) que pretende sujetar, reducir y determinar por completo la existencia humana a su imagen y semejanza. Y si las Ideas desde Platón a Hegel abrigaban al hombre dándole un sentido imaginario a su condición arrojada y de-yecta, el ME hace lo propio al insistir en que lo social (¡sic!) en forma de reglas y recursos (Giddens) o de estructuras coercitivas (Durkheim) o de sistemas autorregulados (Parsons) o de un devenir histórico reglado por ciertas leyes o tendencias teleológicas (Marx) determina y acoge igualmente al hombre amparándolo y proporcionándole una solución final a su condición humana penetrada por la complejidad, la indecidibilidad y la incertidumbre. Un ser humano, sin embargo, en-redado siempre ahí (da-sein) con otros seres humanos componiendo colonias de algas, pues si tiras de uno de ellos siempre te llevas algunos otros con los que se halla entretejido, liado o “envuelto” (en muchos lugares todavía suele decirse de los enamorados que están envueltos, aunque lo más habitual es decir liados o enrollados). Y si el tiempo deja der ser una Idea entre las ideas para convertirse en la condición que abre los existenciarios del da-sein y su peculiar, temblorosa, existencia, del mismo modo será ahora el tiempo, el espacio-tiempo- social (ETS) quien recuerde al ME su anclaje en el mundo de la vida, irreductible por completo a cualquier combinatoria de reglas y recursos, instituciones, estructuras o sistemas, convertidas ellas y ellos en un paisaje u horizonte incapaz de determinar, enganchar, agotar y colonizar por completo la facticidad del encontrarse, el comprender(se) y el hablar(se) de homo suadens. Un homo suadens cuya “cura” jamás podrá consistir en someterse a las grandes categorías de ese ME cada vez más parecido a las moradas muertas de la vieja metafísica. Por ello, hay que partir como M Heidegger y B Latour de un desolado escenario lleno de guiones que este último comprende como un actor-red-en-redado-en-un-mundo-deobjetos-cuasi-sujetos. En el fondo, el ME funciona como esos ganchos celestes (Dennet) que pretenden elevar al hombre sobre su condición animal, menesterosa y arrojada, emparentándole con la hipertrofia de un Estado Moderno como forma neohegeliana de lo divino. Con un lenguaje que le pone en el camino de una Verdad comprada a un alto precio a los teóricos sociales y determinada enteramente por unas estructuras que le convierten en ciudadano normalizado dotado de un habitus, de una conciencia de clase y de una conciencia colectiva. ¿Qué pueden aprender las ciencias sociales de los guiones de B Latour? 2 El gran científico social e ironista B Latour nos propone en Reensamblar lo social (2008) algunas consideraciones de la mayor importancia, basadas en sugerencias de G Tarde, M Foucault y G Deleuze. Son las siguientes: Los seres humanos pertenecen simultáneamente a grupos y colectivos contradictorios y/o inconsistentes. Así que ni la clase ni el estatus ni el poder agotan la naturaleza social del hombre (algo que M Maffesoli (1990) denomina socialidad y nosotros socialidad originaria). Lo mismo sucede con la acción: los actores y actantes (actores no humanos como tecnologías, edificios, objetos y cuasi-objetos, fenómenos y organismos naturales) que rastrea la Teoría del Actor-Red (TAR) nunca son el foco exclusivo/excluyente de la agencia social: son nudos/nodos donde confluyen otras agencias, otros vínculos, otras relaciones y otros ensamblajes; no existen actores privilegiados: los actores son también producto de ensamblaje; se hacen y se deshacen continuamente en el ETS: existen multiplicidades de agencias, al modo de los rizomas deleuzeanos o la microfísica del poder de Foucault: legislación penal, arquitecturas panópticas, normas para internos, horarios, disciplinas, aislamientos, controles, vigilancias. Estos elementos son mediadores-distorsionadores de la acción social y no meros intermediarios que se limitan a transmitir (sin modificar) las cadenas causales. Los líderes sindicales y los sindicatos locales son a menudo elementos mediadores y no simples intermediarios de macrofuerzas sociales; lo mismo sucede con ciertos párrocos y ciertas parroquias o ciertos artistas y ciertas escuelas de arte. Además, los objetos cuasi sujetos (M Serres) poseen agencia y actúan formando parte de las redes en las que se en-redan los actores. Por ello, la relevancia determinante de lo material, lo natural, lo no-humano en pie de igualdad con lo humano: ese mundo técnico de objetos actantes responsables de tantos cursos, discursos y bifurcaciones en el campo de los ensamblajes sociales. Por todo ello, recomienda Latour, hay que aplanar lo social: espaciotemporalizar lo social y componer lo global en términos de una mayor densidad de conexiones locales, jamás como presuntas entidades que sobrevuelan lo local al modo de conceptos panorámicos autosubsistentes, tales como clases sociales, corrientes suicidógenas o imaginarios colectivos. ¿Y lo local? Lo local hay que redistribuirlo más acá de la familiaridad de los enfoques fenomenológicos: lo local está tan construido y depende de tantas agencias del pasado como lo global. Nada de espontáneas interacciones cara a cara. Lo local también es un complejo constructo de agencias humanas y no humanas, de actores y actantes, de otros tiempos y otros espacios que confluyen en nudos de acción: en nada se parece lo local a esas otras interacciones gestionadas por la fenomenología y la hermenéutica convencional donde existen actores perfectamente naturales, dotados de una misma racionalidad e intencionalidad en interacción competitiva o cooperativa: los actores y actantes de lo local son ellos mismo un by-product de todas las interacciones locales y los flujos de subjetivación que circulan incesantemente por el ETS. 3 Un actor, dictamina Latour, no es algo natural sino un artefacto producto de plugs-in, de oleadas, turbulencias y paquetes de subjetividad, ligado a ciertos lugares, objetos, materialidades, situaciones y nodos del ETS. Algo que, por cierto, aunque no lo diga expresamente Latour, es la estofa misma del arte, la literatura, el teatro, el cine y, por cierto, la cultura popular en todas sus dimensiones. En todo caso, frente al fantasma de lo social lo colectivo en trance de hacerse y deshacerse. Esta es la clave de la de-construcción oficiada por Latour de las ciencias sociales: algo, como se ve, muy parecido a nuestra propia de-construcción del ME: la oposición latouriana de intermediarios/mediadores es simétrica a nuestra oposición habitus/fluxus. En ambos casos el segundo término marca la diferencia en un sentido literal: el accidentado, caótico, magmático, paisaje social que se ve desde mediadores y fluxus en nada se parece al orden more geométrico de las estructuras e instituciones reificadas del ME. Pero es que, además, (algo que, sin embargo, ay, no parece entender el propio Latour) los mediadores humanos(nunca meros intermediarios) se hallan a su vez de-mediados, partidos en varios formando multitudes, pues cada uno se entreteje y entra en flujo con algún otro/a y/o con su grupo de referencia en el que se halla im-plikado, y desde cuyo ámbito y atmósfera percibe, siente y piensa el mundo: es lo que nosotros llamamos “envolturas”: “burbujas” ”pliegues” y “plikas” que se des-pliegan e im-pliegan en una nano-ontología de plektopoi (L Castro Nogueira, 1997: 29 ss) inseparablemente semiótico-materiales. Así que si juntamos a Heidegger y a Latour sobre el horizonte de G Tarde tenemos una sociología de las asociaciones (del socius) más que una sociología de lo social ya formateado y ensamblado. Lo esencial en los tres casos son los guiones como recordatorios de la complejidad, indecidibilidad e incertidumbre de las interacciones humanas antes de refugiarse en el metafísico confort construido por las Moradas de la Ideología, las Estructuras, los Sistemas o el Habitus. 4