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09 ENE 08 | Bioética Permiso para morir en la justicia Argentina Análisis médico y bioético del Dr. Carlos Gherardi de un fallo denegatorio que afecta a una mujer en estado vegetativo permanente. Dr. Carlos R. Gherardi ÍNDICE Desarrollo Bibliografía Desarrollo Se analiza la presentación judicial efectuada en Octubre del 2000 por el esposo (AMG) de una señora (MdelC.) con 35 años y un estado vegetativo permanente (EVP) de más de 2 años de evolución, en la que solicitó autorización para el retiro de la hidratación y nutrición artificiales con el fin de permitir su muerte. Los fundamentos de la denegatoria del Tribunal de Familia Nro. 2 de San Isidro el 2/05/2002 y también de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires por un fallo unánime justifican un análisis médico y bioético del caso en cuestión (S.MdC, SC Buenos Aires, 09/02/2005). Se debe comenzar por la descripción que el Asesor de Menores efectúa de la paciente, y que fuera repetidamente citada en los correspondientes fallos: “Verdaderamente me sorprendí pues no hallé lo que esperaba, pensé que encontraría, según el diagnóstico, a una persona físicamente deteriorada, inmóvil, como dormida, desarreglada, conectada a algún respirador mecánico y con máquinas que controlaran su pulso o ritmo cardíaco, pero lo cierto es que hallé a una mujer con excelente aspecto físico y estético, arreglada, despierta, respirando por sus propios medios y sin ninguna máquina que la controlara. Solo cuenta con una sonda de gastrostomía mediante la cual se la alimenta e hidrata. Quedé realmente impresionado por su parpadeo, dirigía su mirada hacia distintas partes, tosía, se movía al toser y efectuaba algunos gestos con el rostro”. Este Asesor pidió el rechazo de la petición “in limine” por la defensa del derecho a la vida y por considerar que hacer lugar a la petición eventualmente configuraría el abandono de persona seguida de muerte u homicidio calificado. En su argumentación, el Asesor se refiere al Creador y a la parábola de los talentos. Y concluye “que debe mantenerse incólume la esperanza del Milagro. El amor y la fe demandarán siempre reposo en un corazón heroico. Ese heroísmo puede radicar en saber esperar los tiempos de Dios, que sabemos no son los tiempos del hombre”. La credibilidad y el impacto que este insólito relato –que parece corresponder a una persona casi normal, cuando en verdad se trata un trágico cuadro de quien ha perdido irreversiblemente toda actividad cognitiva sin exhibir los atributos esenciales de comunicación y afectividad que caracterizan la identidad de la persona- efectuado por el único funcionario judicial que efectivamente vio a la paciente, puede haber ejercido sobre los magistrados es imaginable cuando se observa que su cita ha sido frecuente por parte del Procurador de la Corte y algunos de los jueces en los fundamentos de sus votos. La probable percepción equívoca en quienes han tenido que decidir una cuestión tan compleja y opinable se acentúa cuando ninguno de ellos ha visto a la paciente, ni tampoco recogieron ningún testimonio de los múltiples testigos ofrecidos, (familiares, profesionales, religiosos) y tantos otros. Aunque no existiera obligación procesal nada prohibía a los jueces contar con declaraciones testimoniales para enriquecer su propio conocimiento por parte de quienes tiene la difícil obligación de fallar en un caso tan complejo. Y es inimaginable que algún juez no haya sentido la obligación moral de ver a la paciente o conocer al esposo y a sus hijos para evaluar el entorno familiar que este caso suscita. 1. El derecho a la vida. El soporte vital La vida es el derecho humano básico que se defiende primariamente como pilar fundamental de los objetivos de la medicina desde la época hipocrática. (1,2). Pero la defensa de la vida considerada como un valor absoluto, que todos los jueces invocan, significa en esta etapa tecnológica de la medicina un verdadero mandato de encarnizamiento terapéutico. No es correcto expresar “los galenos tienen el deber de prolongar la vida”(Hitters) ni que ante un hipotético rechazo de tratamiento “cesaría el deber de los galenos de mantener la vida a ultranza”(Hitters) porque desde Hipócrates ese nunca fue un deber absoluto de la medicina (2). En todo el fallo se ignora la existencia del “soporte vital” en la atención médica y quizá de allí proviene incorrecta percepción de la medicina crítica y la ausencia de una perspectiva bioética. La vida comprende un comienzo, un transcurso y un fin y en este caso debemos centrarnos en el fin de la vida y concretamente en la muerte que la define e integra constitutivamente (1,2). La aparición del soporte vital en la medicina asistencial ha cambiado el eje del debate e inicia la primera experiencia de campo en la cual debe aceptarse la vinculación entre una acción médica y la llegada de la muerte. Su existencia desde hace más de cuarenta años generan la posibilidad de aplicarlos, no aplicarlos o suspenderlos por lo que en este escenario las decisiones sobre la utilización de estos métodos de soporte tienen una influencia decisiva y generalmente cercana en la determinación de la muerte del paciente (muerte intervenida) (3.4). Y los problemas éticos son distintos cuando el paciente está inconsciente, como en este caso (EVP), donde al hablar de vida biológica se intenta definir la existencia vital a través de números, fórmulas y gráficos que indican las funciones de órganos y sistemas por imperio del sostenimiento externo (4).Si algún juez hubiera visto a la paciente quizá pudiera haberse preguntado, tal como lo hizo el Juez Stevens en el fallo de la Suprema Corte de Estados Unidos de 1990 sobre Nancy Cruzan, si la vida de esa joven era la misma a la que se refería la Constitución y la Declaración de Independencia de su país (5). 2. La muerte cerebral. La muerte natural La muerte encefálica fue el resultado del informe del Comité de Harvard (integrado por diez médicos con la asistencia de un abogado, un historiador y un teólogo) que aconseja en 1968 una nueva definición de muerte basada en la irreversibilidad del daño cerebral producido (JAMA 5/08/1968). La propuesta fue que en pacientes en coma y ante la presencia de determinados signos taxativamente descriptos, debía suspenderse todo método de soporte asistencial en especial el respiratorio. Simultáneamente se sugiere la elaboración de una norma legal que, para protección de los médicos, declarara a la persona muerta antes de retirarle del respirador y la explícita mención de los dichos del Papa Pío XII respecto que la prolongación de la vida y la verificación del momento de la muerte eran de incumbencia estrictamente médica (6).La muerte encefálica expresó la necesidad de poner límites en la atención dado el avance tecnológico, fue producto de una convención, instaló a la muerte como un diagnóstico médico, y abrió la posibilidad futura y cierta de modalidades de muerte intervenida como formas frecuentes y hasta predominantes en el final de la vida, por oposición a la muerte natural que era la única existente durante toda la historia de la vida del hombre (6). La muerte natural que invocan en este fallo muchos jueces (Negri, Soria, Pettigiani y otros) citando la Constitución de la Provincia de Buenos Aires (art.12 inciso 1) casi no existe en la era tecnológica de la medicina mas allá del lenguaje de la propia Constitución Provincial. Salvo en el supuesto de una muerte súbita, o se muere en terapia intensiva actuando hasta que la desaparición de la reversibilidad de un cuadro con amenaza de muerte exija cesar con la aplicación del soporte vital o se muere en medio de cuidados activos para paliar el dolor y el sufrimiento omitiendo la aplicación de toda la tecnología que impida una muerte digna. E incluso, dentro de lo que se llama muerte súbita, los procesos de reanimación efectivos que se aplican (masaje cardiaco y ventilación, aunque sea boca a boca) se suspenden si no se recupera el ritmo cardiaco y respiratorio propio después de un tiempo variable o cuando se constata la presencia de una enfermedad crónica incurable. El juez Soria fue el único juez que menciona a la muerte cerebral como manifestación del cese de la actividad de la corteza y del tronco cerebral (whole brain criterion) (3.4). Esto último implica el cese de las funciones corticales (coma, ausencia de motilidad voluntaria y sensibilidad) y aquellas dependientes del tronco cerebral (reflejos que involucran pares craneanos, ausencia de respiración espontánea (3,4,6). El juez Soria -afirma correctamente que en "los términos de perspectiva jurídica a que el tribunal debe ceñirse, que el caso que se trata es ajeno a lo prescripto en el artículo 23 de la ley 24193" donde la legislación argentina acepta la muerte encefálica- manifiesta también que la paciente exhibe alguna funcionalidad de su tronco cerebral, y que no obstante su nula posibilidad de reversión aun está con vida o al menos "con cierto tipo de vida". Este el momento de recordar que más allá de la ley, el muerto encefálico también tiene cierto tipo de vida (7,8) como lo demuestra la integridad endocrina, la actividad eléctrica cortical, las respuestas a su estimulación externa por parte del sistema nervioso autónomo, la vitalidad de las células germinales como la esperma y el registro de muertes encefálicas en las que su corazón no se detiene en pocas horas o días sino después de semanas, meses y hasta en algunos casos después del año (9). Finalmente, hay mujeres embarazadas con muerte encefálica en quienes se han mantenido los signos vitales (vitales?) hasta plazos de cien días para permitir el nacimiento de niños con absoluta normalidad (10). 3. Los estados vegetativos Los estados vegetativos son cuadros intermedios con menor daño neurológico que la muerte cerebral, y donde el coma es el resultante de una injuria cerebral con lesión variable como en el estado vegetativo persistente, demencias profundas y otros, en los que no se cumplen los criterios aceptados de muerte cerebral (indemnidad del tronco cerebral y de las funciones respiratoria y circulatoria), pero transcurren con pérdida absoluta de las funciones corticocerebrales superiores. Tienen abolida la conciencia, la afectividad y la comunicación con conservación de los ciclos sueño-vigilia, y fuertes estímulos pueden provocar apertura ocular si los ojos permanecen cerrados y también acelerar la respiración, el pulso y la tensión arterial. Los reflejos y movimientos oculares están conservados y también los reflejos protectores del vómito y de la tos. El estado vegetativo implica inexistencia de la percepción de sí mismo y de su entorno y es el paradigma de las situaciones clínicas desarrollaron el criterio de muerte neocortical (high brain criterion) en los que la lesión neurológica irreversible se asienta en los centros superiores existentes en la corteza cerebral aunque con indemnidad del tronco cerebral. El estado vegetativo persistente (hasta un mes) no implica irreversibilidad. El calificativo de estado vegetativo permanente y que denota irreversibilidad corresponde a aquel que dura tres meses después de una injuria no traumática y doce meses después de una injuria traumática (3,4).Este estado vegetativo permanente (EVP) es el que tiene nuestra paciente M.del C. hace casi ya nueve años. El criterio cerebral superior (high brain criterion) abandona completamente el sentido puramente biológico de la vida que regula la homeostasis de las funciones vegetativas y prioriza los aspectos vinculados a la existencia de la conciencia, afectividad y comunicación como expresión de la identidad de la persona (11). Esta línea de pensamiento es la base de la teoría de la identidad personal de Wikler que argumenta que cuando queda abolida totalmente la conciencia como en el EVP la persona desaparece, quedando en cambio ‘vivo’ el cuerpo biológico que la albergó. El juez Negri objeta la calificación de “vegetativo (en lo que se ha dado en llamar con fuerte matiz cosificante) del paciente” como si esta mención significara un demérito para el ser humano. También el juez Pettigiani cita a la Real Academia Española, y sugiere que se está calificando de vegetal a un ser humano. Debieran saber estos jueces que la regulación involuntaria de las funciones del sistema nervioso se llama vegetativo y comprende el sector simpático y parasimpático y éste es el significado de la nomenclatura neurológica por siempre aceptada en medicina. La frecuencia aumentada de los estados vegetativos es dependiente, como en el caso que examinamos, de una “exitosa” reanimación cardiovascular que no le impidió, no obstante, el establecimiento de una encefalopatía anóxica muy grave. Los muertos encefálicos primero y ahora los estados vegetativos, se presentan como claros “emergentes del progreso médico”, y han sido muy bien interpretados por el juez Brennan ya en 1990 cuando en el fallo sobre el caso Cruzan dice “los progresos de la medicina han creado en efecto una zona crepuscular en donde la muerte comienza y la vida, en cierto sentido no ha cesado todavía” (5). 4. Indicaciones de abstención y suspensión de soporte vital Las indicaciones de tratamiento o su contraindicación se gestan siempre por iniciativa médica pero no son absolutas ni indiscutibles desde el punto de vista científico. El carácter de extraordinario o desproporcionado, obligatorio u optativo de un soporte dependerá de en qué circunstancias son aplicadas. Entre las indicaciones absolutas y obligatorias y las contraindicaciones claras y no objetables, existen una mayoría de decisiones optativas y a su vez, dentro de ellas existen las neutras que son aquellas que no son necesarias ni está prohibido aplicar (no están indicados ni contraindicados) y las supererogatorias, que se refieren a las que exceden la obligación propiamente dicha (12). Y dentro de las acciones consideradas optativas (neutras y las supererogatorias) existe un amplio margen para la discusión profesional. La hidratación y nutrición en un estado vegetativo permanente es optativa pudiendo ser considerada por algunos como de acción neutra (no modifica el cuadro clínico del paciente) o supererogatoria (va más allá del deber médico). Siguiendo la nomenclatura anterior son medidas extraordinarias y desproporcionadas, calificaciones que solo indican su posicionamiento respecto de la enfermedad de base y ninguna obligatoriedad o prohibición para su uso. Contrariamente a los jueces que se refieren a la misma, la jueza Kogan ha sido la única que considera como extraordinaria a la hidratación y nutrición justamente teniendo en cuenta la manifiesta irreversibilidad del estado vegetativo permanente de la paciente. Además de los estados vegetativos existen otros cuadros clínicos críticos irreversibles y/o irrecuperables en los que, cuando se ha aplicado algún método de soporte vital, es corriente y habitual que en algún punto deba decidirse sobre la continuidad o la suspensión de algún procedimiento como la asistencia respiratoria mecánica, la resucitación cardiopulmonar, medicación vasopresora, hemodiálisis, nutrición, etc. Este conjunto de situaciones ante los cuales se debate el retiro o suspensión de soportes vitales, consensuadas académicamente en forma similar por Consensos y Comités Internacionales han sido normatizados en nuestro país por el Comité de Bioética de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (12.13,14). Las decisiones médicas guiadas en el principio bioético central de la beneficencia deben respetar también otros valores junto con el de la vida. La vida y la libertad, la identidad la integridad, la salud y el bienestar constituyen valores que apareados constituyen la fundamentación de una bioética apoyada en los derechos humanos. La obligatoriedad ética de no dañar es anterior y más importante que la exigencia de promover el bien (“primun non nocere”) y ha sido reconocido como principio bioético (no maleficencia).Cuando la técnica actualmente disponible y aplicada a la medicina, y en este caso el soporte vital, sustituye como medio a los fines se produce una inversión de las metas de la medicina. Esta medicina de hoy, donde la soberanía de los medios se justificarían a sí mismos nos lleva no sólo a que el fin justificaría los medios, sino que puede hasta consentir que la aplicación indiscriminada de algún medio justificara cualquier fin. La traducción de este imperativo tecnológico a la medicina (“porque se puede se debe”), es el sustrato de formas indignas de muerte con sufrimiento, aislamiento y desfiguración (12). 5. Autonomía. Sustitución de la decisión El principio de autonomía por el que la fuente de autorización primaria de la decisión de tratar o no tratar emana del paciente y admite el rechazo de tratamiento independientemente de la naturaleza y la evolución de la enfermedad ha sido reconocido expresamente por varios de los jueces (Haibide en primera instancia) y aunque con matices diferenciales por varios jueces de la Corte (Hitters, Roncoroni, Genoud, Kogan y Soria). En este sentido es bueno aclarar que en medicina crítica hay decisiones sobre el soporte vital que se deben tomar sin consulta o comunicación previas por la agudeza de la situación clínica (detención cardiocirculatoria, shock, insuficiencia respiratoria), por la urgencia en la toma de decisión (reanimación cardiopulmonar, intubación y colocación de un respirador mecánico,), o por la valoración inmediata del resultado (futilidad fisiológica). La cuestión que se analiza extensamente en los fallos es la sustitución de la decisión cuando el paciente no está consciente y no ha dejado directivas anticipadas. Sin perjuicio de la validez de las mismas en el ordenamiento jurídico argentino, para los médicos resulta indispensable atender a las preferencias del paciente cuando se conocen a través de familiares, amigos o médicos. Las directivas anticipadas son infrecuentes hasta en Estados Unidos donde se las ha impulsado desde hace décadas y generalmente existen en pacientes con enfermedad crónica (por ejemplo cuadros neurológicos), que ya han estado en terapia intensiva o tienen mucha probabilidad de ingresar por la naturaleza de su enfermedad. En cambio son excepcionales en personas jóvenes y en pleno estado de salud como el caso de M.delC. En nuestro caso su esposo refiere no conocer ninguna opinión sobre las preferencias de la paciente al respecto, aunque dos personas muy allegadas a ella, una de ellas psicóloga, manifestaron que por conversaciones mantenidas con la paciente su opinión es que no hubiera deseado ser mantenida viva en estas condiciones. Este testimonio no fue tomado en cuenta por ninguno de los jueces y tampoco se las aceptó como testigos de igual forma que con todos los ofrecidos. En medicina crítica se torna difícil cumplir con el principio de autonomía porque es habitual la incompetencia del paciente (coma, estupor o acción farmacológica) o en razones del privilegio terapéutico (no es aconsejable la consulta al paciente sobre sus preferencias en virtud de la gravedad del estado). Ante esta situación, cuando es posible, para el médico es indispensable la participación de la familia o su representante en la toma de decisión.(12). En este punto de la discusión del caso tres son los problemas que se presentan como conflictivos en el fallo de la Corte y que finalmente inclinan la decisión denegatoria: (i) si es posible la sustitución de la decisión sobre la vida, (ii) quién es la ‘familia’ y (iii) el particular carácter de la hidratación y nutrición como tratamiento. La sustitución de la decisión cuando el paciente es incompetente es lo normal en el paciente crítico, y la resolución siempre es tomada por terceros, su apoderado, un familiar, los médicos, o aun un juez, todos ‘terceros’ al fin, como bien dice el Dr. Bidart Campos en la presentación del recurso por este caso ante la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires. Cuando el juez Roncoroni pretende distinguir entre la conducta médica para conseguir la cura o el alivio de una enfermedad en contraposición con la decisión sobre la vida o la muerte muestra su desconocimiento sobre las decisiones en medicina crítica respecto del soporte. El planteo que hace el juez entre tratar para vivir y matar para morir es equivocado porque ignora la esencia misma de la terapia intensiva donde la muerte siempre es posible y hasta esperable. Y en este caso particular es menester darse cuenta que el EVP es la cronificación de la evolución de un coma de un estado crítico, con amenaza de muerte, como final de un proceso emergente del progreso tecnológico. La excelente resucitación que se le efectuó a M.delC. resultó no obstante tardía y quedó con el cuadro de EVP que hoy tiene y que también pudo haber finalizado con muerte encefálica que es simplemente un paso más de injuria cerebral (3). La afirmación del juez Roncoroni de que aceptar actitudes como la solicitada en este expediente judicial llevarán al peligro de “desembocar en atrocidades como las que provocó la Alemania nazi o en la reimplantación de una nueva roca tarpeya” sólo pueden explicarse a partir del absoluto desconocimiento del problema que se analiza. Se puede sostener una opinión contraria por otros motivos atendibles pero no es el mejor argumento sugerir la calificación de asesinos a quienes no piensan como el Sr. Juez. En el mismo sentido que lo anterior puede encuadrarse la expresión del Dr. Hitters que dice “no poder proveer una autorización para la muerte”, porque el marco del ‘permitir morir’ es el encuadre que cabe a este proceso en que la vida biológica pende del hilo que significa el soporte vital (4). Y en este sentido la referencia del mismo juez respecto de que "la irrazonabilidad del tratamiento no está demostrada palmaria y manifiestamente", no es comprensible por cuanto nadie duda médicamente de la irreversibilidad del cuadro y de la imposibilidad absoluta de modificar su evolución. Aun más, el EVP es el mayor ejemplo de futilidad médica que se expone en la bibliografía al hablar sobre este tema (12). La referencia que el mismo Dr. Hitters efectúa sobre el criterio bioético de los mejores intereses no es absoluto porque esto se vincula no solo con los intereses del paciente (intrapersonales) sino también con los que comparan la vida del paciente con la de otros (interpersonales) como el entorno familiar y social donde transcurren los hechos e incluye decisiones que por definición y eventualmente pueden conducir a la muerte en este tipo de pacientes. 6. La familia En este caso el esposo de la paciente solicita la autorización para la interrupción de la hidratación y nutrición, sus hijos son menores de edad y los padres y hermanos de la paciente se presentan en el juicio manifestando su oposición al citado pedido. El juez Hitters parece finalmente condicionar incluso su voto a la falta de unanimidad en la decisión familiar. No es infrecuente la falta de consenso en todo un grupo familiar y cuando esto ocurre el diálogo permanente con los médicos permite acuerdos y eventualmente un Comité de Ética puede ayudar a la mejor elaboración de los argumentos encontrados. “Si no obstante esto no fuera posible convendría priorizar la opinión del familiar que resulte con mayor compromiso afectivo con el paciente por su convivencia habitual." dice la pauta 13.3 del Comité de Bioética de la Sociedad antes aludida. Para un médico la familia es aquel familiar, amigo, allegado o compañero que está todo el día y todos los días con el drama que significa tener un afecto muy cercano en estado crítico. Es quien transmite la opinión reflexiva y racional de quien estuvo, está y estará con el paciente, con el que lo quiere, lo cuida, lo protege y ocupa un lugar prominente en la célula familiar donde esta instalado el paciente de que se habla. La familia para el médico no es una entidad abstracta y su opinión no es la suma algebraica de todas las opiniones, ni el resultado de una votación ni de la unanimidad, que aunque deseable, no siempre se puede lograr. En el caso de M.delC. su esposo, que la ha cuidado y la cuida desde el comienzo de su infortunio y quien también cuida a sus cuatro hijos, uno de los cuales es producto del parto cuya complicación marcó el comienzo de este drama y de cuya situación psicológica ningún juez se preguntó en tantas fojas del fallo, tiene y representa toda la autoridad moral que puede esperarse de la familia de la paciente. Esta autoridad moral deviene entonces de quien protege y cuida la célula familiar soportando el diario dolor que representa la convivencia con este cotidiano sufrimiento que no tiene fin, durante estos largos casi nueve años. Sería mejor el consenso de los padres y hermanos pero si no se lo tiene a pesar del diálogo que ha existido, este hecho no nos puede paralizar. Hasta en este caso se cumple con el ordenamiento que nuestra propia ley 24.193 de transplantes indica en su art..21 para la familia respecto de la facultad de autorizar la ablación de un muerto cerebral, decisión también importante y grave. Primero el cónyuge o compañero, luego los hijos y finalmente los padres y los hermanos. Aunque obviamente esto no es aplicable a este caso, como lo dice el Juez Soria, la ley no prevee lógicamente que deban sumarse todos los acuerdos o desacuerdos de la cadena familiar. Cuando a pesar de otras consideraciones respecto de la inexistencia de normas en el derecho positivo para acceder a la petición, el Juez Hitters manifiesta finalmente como un problema que no puede resolver la falta de un "criterio unívoco" en la familia por la opinión de los padres que están en "las antípodas" todo hace presumir que una unanimidad podría haber cambiado su decisión. De igual forma el Juez Roncoroni menciona como importante para él, más allá de todos los argumentos jurídicos, en la toma de decisión final "los disímiles deseos del círculo familiar íntimo". También la jueza Kogan, que considera la hidratación y nutrición como métodos extraordinarios para un EVP, no accede a la petición ante "la falta de voluntad consensuada de los familiares más cercanos". Finalmente la opinión del tercero, en este caso el familiar debe respetarse cualquier sea el sentido en que lo exprese. El sufrimiento de quien padece semejante infortunio con un familiar no termina con la decisión cualesquiera fuera la elegida. Quien desee seguir con su vida adelante con el cuidado eterno de un EVP merece el mismo respeto que quien desea se permita morir a quien ya ha perdido los rasgos y atributos que lo identifican como persona respecto a la comunicación, conciencia y afectividad. El sufrimiento será permanente en ambos casos, solo que cada uno tiene el derecho de elegirlo. Y en este caso quizá sólo el esposo de M.delC. y sus hijos, que no desean convivir con la herida permanente abierta, podrán decirnos cuánto de cierto y razonable hay en la teoría de la identidad personal de Wikler cuando afirma que en el EVP la persona desaparece, quedando en cambio ‘vivo’ el cuerpo biológico que la albergó (11). 7. Hidratación y nutrición. Hambre y sed Lamentablemente el hambre y la sed, a la que alude el Juez Negri en la última apelación de su voto por la negativa de la solicitud del esposo, no son sensaciones que pueda tener M.delC. Porque ella está privada de poder disfrutar de toda percepción subjetiva. La visión simbólica de la muerte producida por hambre y por sed no tiene ninguna relación con la decisión solicitada. La provisión del oxígeno que nos da el aire respirado también integra nuestra cultura de la vida pero no obstante ello se detiene la respiración mecánica en la muerte cerebral en virtud del daño encefálico y en muchas otras circunstancias de cuadros clínicos de evolución irreversible que se asisten cotidianamente en terapia intensiva (4).Cuando los jueces Negri y Pettigiani, con mucho efectismo, hablan de interrupción de bebida y comida al referirse a la interrupción de la hidratación y alimentación, y se refieren a la sed y el hambre debe recordarse que la paciente no toma un vaso de agua ni come una porción de comida como nosotros. La gastrostomía no es la vía natural para la administración de nutrientes y como todo procedimiento primariamente quirúrgico tiene complicaciones, como la paciente ya tuvo varias. La hidratación y nutrición es un tratamiento ordinario y proporcionado para cualquier circunstancia médica que no sea absolutamente irreversible como en este caso en donde se transforma en extraordinario y desproporcionado. Pero cuando se apela a las formas del morir también debe saberse que en los pacientes terminales conscientes que mueren en su casa rodeado de sus familiares, como era habitual hace más de cincuenta años, la enfermedad misma autoregula la homeostasis del final de la vida con poca o nula ingestión de líquidos y sólidos y los pacientes aun competentes no perciben sed ni hambre 8. Milagros y creencias El juez Pettigiani luego de citar la desconcertante descripción de la paciente por parte del Asesor de Menores concluye: “no estamos frente a una paciente claudicante sino frente a quien con un contexto físico suficiente carece momentáneamente de una función que siéndole restituida podría llevarla al goce de una vida plena. No es un organismo decrépito sino más próxima a la vida que a la muerte". No se puede interpretar con seriedad esta afirmación que parece más producto de la fantasía que del raciocinio. Quizá si hubiera visto a la paciente tendría otra opinión. El mismo Sr. Juez, como ya lo ha expresado en otro fallo de la Corte en el que se solicitaba una autorización para interrumpir un embarazo con feto anencefálico (B.A. s/ Autorización Judicial – SCBA 22/06/2001) dice creer en el milagro y en que “lo que hoy no es posible quizá mañana sí”, y que “mientras hay vida hay esperanza”, pensamiento que con referencia a estos dos casos (anencefalia y EVP) significaría la aparición de los hemisferios cerebrales ausentes y la restitución de la corteza cerebral destruída respectivamente en cada uno de ellos. Cualquiera tiene todo el derecho de creer en el milagro pero lo cierto es que en este caso no creen en él ni los ministros de la religión católica que profesa la familia y que testimoniaron a favor de la petición. "El amor y la fe demandarán siempre reposo en un corazón heroico. Ese heroísmo puede radicar en saber esperar los tiempos de Dios, que sabemos no son los tiempos del hombre”. Este texto del Asesor de Menores y que el Procurador de la Corte repite en su rechazo a la petición de la apelación, merecen una reflexión final. Más allá de toda creencia nadie puede imponer a otro la obligación supererogatoria de ser héroe o mártir cuando no se lo quiere ser. El mismo Juez Brennan, en el fallo sobre Nancy Cruzan, ya citado, dice sabiamente “el instante de la muerte, en otro tiempo cuestión del destino, hoy día se halla en manos del hombre”(5). 9. Conclusiones Con la denegatoria judicial MdC hoy lleva casi nueve años de evolución y todavía no se ha efectuado el retiro del soporte hídrico y nutricional que le permitiría morir en paz. La decisión judicial condena a un esposo e hijos, no sólo a no poder disfrutar jamás de una esposa y madre con los atributos humanos que conocieron, sino tampoco a poder, nadie sabe por cuánto tiempo, venerarla y recordarla como muerta. La decisión judicial ignora que, desde hace varias décadas, el debate sustantivo de la medicina de estos tiempos pasa por la interrupción o no aplicación de un método de soporte vital, lo que en términos de asistencia médica implica el no-tratamiento y consecuentemente el establecimiento un límite en la atención médica en situaciones de clara irreversibilidad clínica. Es necesario hoy abrir el debate hacia las situaciones que hoy son habituales en medicina crítica reconociendo el diagnóstico de muerte cerebral como una convención derivada de la observación clínica, de su frágil y discutible argumentación biológica, de la controversia vigente en la discusión bioética y si reducir la cuestión únicamente en la compleja metafísica de la muerte. Si ahora se observa todo este proceso como un continuo gracias a los hechos operados en estos últimos cuarenta años, resultará difícil aceptar llanamente que la muerte (la muerte cerebral) existe antes del establecimiento del límite, o si finalmente puede debatirse si la muerte (¿la única?) ocurre en realidad después de establecido ese límite. Varios jueces en el fallo de la Corte de la Provincia de Buenos Aires se refieren a la ausencia de normas del derecho positivo argentino para legitimar jurídicamente una decisión como la solicitada en estas actuaciones. No nos corresponde efectuar ninguna consideración al respecto más que decir que hemos escuchado y leído muchas veces que los principios generales del Derecho, el Derecho Internacional, el Derecho comparado y la propia Constitución Nacional pueden permitir la apertura de un cauce legal posible frente a situaciones no explícitamente expresadas en la legislación cuando se logra transmitir la realidad de los acontecimientos y su racionalidad moral, bioética y médica. Creemos haber hecho un aporte a esa transmisión de la realidad como parte de nuestra obligación. Dr. Carlos R. Gherardi* La Ley Actualidad. Año LXXI. Nro. 245. 20 diciembre 2007 *Doctor en Medicina *Breve CV de Carlos Gherardi: Doctor en Medicina por la Universidad de Buenos Aires, donde fue profesor regular de Medicina Interna y jefe del Servicio de Terapia Intensiva del Hospital de Clínicas. Paralelamente a su extensa labor científica y académica en el campo de su especialidad, ha estudiado con particular interés y profundidad los conflictos éticos vinculados con el progreso científico y tecnológico en el paciente grave y en el final de la vida. *El Dr. Carlos Gherardi es autor del libro: "Vida y muerte en Terapia Intensiva", Editorial Biblos cuyos comentarios pueden leerse aquí 07 NOV 07 | Divulgación científica Los avances de la medicina, entre el secreto y la vulgata Es preciso evitar el manejo indiscriminado de la divulgación científica que lleva a transmitir a la sociedad promesas inciertas, lindantes muchas veces con la fantasía. Diario Clarín Por: Carlos Gherardi Desde las ciencias sociales en general y desde la filosofía en particular se repite con razón el fenómeno contemporáneo de la medicalización de la vida y el absoluto escamoteo de la muerte del acontecer personal, familiar y social. El avance en el conocimiento de las ciencias biológicas y la sostenida aplicación de la tecnología han pasado de ser un hecho constante y conocido que promovió y acrecienta el progreso de la medicina, medido en años de expectativa de vida, para formar parte de uno de los más atractivos capítulos de la noticia diaria en todos los medios masivos de comunicación. Cuando esto ocurre, con una frecuencia hasta hace poco impensada, debemos preguntarnos sobre el porqué y si ello será bueno o malo. El porqué, en principio, resulta bastante claro en tanto los anuncios conllevan una esperanza de solución para enfermedades aun incurables (Alzheimer), anuncian la presunta generalización de procedimientos diagnósticos o terapéuticos por sofisticadas tecnologías aun experimentales y hasta se sugieren fantásticas extrapolaciones de controvertidos hallazgos científicos que han permitido hablar hasta de resurrección cuando fue posible la reconstitución de la bacteria Deinococcus radiodurans, que aun después de muerta parece capaz de volver a la vida en pocas horas a través de su reconstitución a nivel genético. En los últimos años resulta habitual, ante muchos hallazgos obtenidos en investigaciones y estudios en ciencias básicas, que los propios investigadores participen, voluntariamente o ante un especial requerimiento, en plantear y difundir públicamente sugerencias y opiniones que, a partir de su aporte científico pudieran desarrollarse una nueva terapéutica o influir en situaciones clínicas en las que hoy es imposible aún incidir. Existe una particular atracción por comunicar, entre tantos otros, los hallazgos experimentales en animales que se vinculan a las funciones cognitivas, a la naturaleza de las emociones, a la fijación de la memoria y recientemente a la percepción neurológica de las variaciones del reloj biológico. Naturalmente la participación de la genética y la biología molecular en este proceso comunicacional ha sido central, hasta el extremo de parecer cercano el anuncio de vida artificial a partir de la síntesis de un cromosoma humano. A este respecto es bueno no olvidar que Craig Venter, el presunto autor de este hallazgo, fue denunciado por John Sulston —integrante del Sanger Centre de Cambridge y participante decisivo en la secuenciación del ADN humano y Premio Nobel de Medicina en el 2002— como quien, a partir de su vinculación con el grupo privado Celera, estuvo a punto de hacer fracasar el intento de la comunidad internacional de poner la secuencia descubierta a la libre disposición de todos. La participación económica privada en la investigación, también en la básica, es muy peligrosa porque puede atentar contra la libre disponibilidad de un hallazgo que debe ser beneficioso para la humanidad y no sólo para el lucro de unos pocos hombres y sociedades que ya se cotizan en Bolsa. Cuando la noticia pertenece a la investigación clínica no necesariamente farmacológica y proviene de un centro asistencial, generalmente privado, que se presta a la difusión coloquial de un procedimiento aún en investigación y hasta con imágenes del preciso ámbito donde se realiza la práctica, es difícil liberarla de un cuestionamiento ético que excede las razones de prudencia científica y puede extenderse hacia una intencionalidad comercial. Del mismo modo que la credibilidad de una publicación científica debe basarse también en el control de la investigación biomédica que se efectúe en cada país, en cada universidad, en cada Instituto y en cada laboratorio, será bueno evitar el irresponsable manejo de la información científica que transmite a la sociedad promesas inciertas, y algunas lindantes con la fantasía y la ilusión. Un hallazgo científico experimental siempre estará sometido al escrutinio de que otro laboratorio pueda reproducirlo bajo las mismas condiciones. Pero la introducción permanente de la esperanza cierta y próxima de un progreso que hoy sabemos que es inexistente e inaplicable genera en la sociedad una cultura de "curación siempre posible" que es desaconsejable para el ejercicio de la medicina y que no es posible refutar en un tiempo concreto. En el final de la vida la posible aplicación del soporte vital, que sustituye y reemplaza las funciones de órganos y sistemas vitales, está sometida a la pulsión del "imperativo tecnológico" cuya filosofía consiste en el uso real o potencial de todas las herramientas disponibles, a veces para prolongar una vida sin sentido. Esta tecnología, que abruma con su poder y omnipotencia a toda esta sociedad que nos toca vivir, legitima con su incontenible avance su presencia, olvidando su carácter de medio. Y en medicina la confusión entre medios y fines perturba la identidad de su meta que no es la evitabilidad de la muerte sino promover el bienestar, prevenir la enfermedad y aliviar todo sufrimiento y dolor. La pretendida y esperada fusión entre la técnica y el hombre no anticipa nada bueno, aunque pareciera ser deseable para algunos. Ya hay síntomas de que lo posible no sería seguramente lo mejor. La necesaria recuperación del humanismo en la medicina está más cerca de la solidaridad y de la equidad social que de nuestro patrimonio tecnológico, cibernético y molecular. El autor de esta nota publicó recientemente "Vida y muerte en Terapia Intensiva"(Biblos). http://www.clarin.com/diario/2007/11/07/opinion/o-02701.htm 22 AGO 07 | Carlos Gherardi “Nos vamos a llenar de enfermos en estado vegetativo” Durante 30 años, Gherardi fue jefe de Terapia Intensiva del Hospital de Clínicas. www.pagina12.com.ar| Durante 30 años, Gherardi fue jefe de Terapia Intensiva del Hospital de Clínicas. el cotidiano límite entre la vida y la lo convenció de que morir dignamente “es verdadera cultura de la vida”. Acaba de publicar Vida y muerte en Terapia Intensiva. En esta entrevista, pone en Allí, muerte la debate los conflictos éticos vinculados con el progreso científico y tecnológico. Mariana Carbajal – ¿Por qué decidió escribir el libro? Por –En los medios, diariamente se habla de la clonación y de la biología molecular. Pero hace más de treinta años que se sacan y se ponen respiradores artificiales en terapia intensiva y nadie habla de eso. A los médicos no les gusta hablar de lo que sucede en ese ámbito. Y digo respirador como paradigma del soporte vital. La tecnología está presente en distintos campos de la medicina, pero la terapia intensiva es el único donde está aplicada siempre en forma continua y terapéutica. – ¿Qué tiene que saber la sociedad? –La sociedad debe hablar y conocer las relaciones entre la muerte y el soporte vital, que es el eje por donde pasa la terapia intensiva. He visto nacer estos servicios, en los años setenta, para rescatar la vida y ahora cuando hablamos de terapia intensiva hablamos de la muerte: se han convertido en la antesala de la muerte en lugar de ser la antesala de la recuperabilidad. Esto es una paradoja inexplicable. Hoy en la terapia intensiva se muere un 20 por ciento de los pacientes. Antes de la creación de estos servicios, el 80 por ciento restante no vivía; algunos ni siquiera existían como pacientes porque no eran sometidos a muchos tratamientos y operaciones que hoy pueden hacerse porque la seguridad tecnológica que les da la terapia intensiva les permite sobrevivir. Las intervenciones tremendas de corazón o en la cabeza, los trasplantes de órganos se pueden hacer porque el paciente está en condiciones de seguridad. El soporte vital se aplica, pero no es para toda la vida. Todo lo que un médico está dispuesto a aplicar, también tiene que estar dispuesto a retirarlo en algún momento o a no aplicarlo porque no corresponde. En terapia intensiva esto significa la proximidad de la muerte. Es lo que yo llamo muerte intervenida. Para un médico es más difícil hablar del tema con la familia del paciente si no está al tanto de estas cosas antes del momento crítico. Pensando además en el futuro, es imprescindible que la sociedad internalice este conocimiento porque cada vez va a haber más posibilidad de que estas cosas ocurran. –Hoy la muerte natural parece reducida a la muerte por accidente o a la que se espera en la intimidad de la casa, de la mano de la llamada medicina paliativa ... –La muerte ha sido expulsada de la casa, no tanto por motivos filosóficos, sino por cómo está compuesta la sociedad: casi hay más población de más de cincuenta años que de menos de esa edad. Son pocos los que están en la casa, son muchos los que trabajan, y los hijos de los ancianos que están enfermos ya también son grandes y también tienen sus enfermedades. Es difícil morirse en la casa sin ayuda. Entonces, aparece el geriátrico. La muerte también es expulsada de las salas de los sanatorios: hay una tendencia a que el enfermo cuando se va a morir pase a terapia intensiva. – ¿Hay un encarnizamiento terapéutico por temor a los juicios por mala praxis? –La medicina defensiva existe. Yo viví la época en que un enfermo decía “yo tengo un amigo médico” o “mi papá es médico” y ahora uno escucha que a veces dicen: “ojo que tengo a mi cuñado abogado”... si siente una presión. Yo no voy a justificar la medicina defensiva, pero tengo la obligación de explicarla. – ¿En qué consiste? –Es la que se preocupa más por el bienestar del médico que por el del paciente. Muchos médicos tienen miedo de que se les cuestione por qué sacaron un respirador, por qué no lo pusieron, por qué no mandaron al paciente a terapia intensiva. Muchos médicos mandan enfermos a terapia intensiva cuando son irrecuperables. Eso es una crueldad. – ¿Hay un negocio asociado al encarnizamiento tecnológico? –Yo no lo veo desde ese punto de vista. El lucro existe en la sofisticación de la tecnología como existe en la producción de medicamentos. Pero hay que reconocer que gracias a ellos, pero no necesariamente a los sistemas de salud, el promedio de vida aumentó 30 años desde el siglo XX en las poblaciones que tienen acceso a usufructuar el derecho a la salud. Hoy no creo que lleven a los pacientes a terapia intensiva para facturar más. Cuando un enfermo entra a terapia intensiva y no se lo saca, se pone en juego un imperativo tecnológico: “porque se puede, se debe”. Contra eso hay que luchar. Ante un paciente grave, siempre hay algo para hacer. En realidad, lo que hay para hacer cuando alguien se está por morir es ayudarlo a morir, ayudarlo a permitir que se muera. – ¿Es difícil encontrar el límite entre lo que se puede y lo que se debe hacer en la terapia intensiva, con un paciente moribundo? –El límite hay que establecerlo médicamente pero también éticamente. Y ahí, el límite entre lo médico y lo ético se hace cada vez más borroso. La familia del paciente tiene que saber cuándo hay que ir abandonando la tecnología y cuándo al enfermo hay que ir sacándolo de terapia intensiva o no poniéndolo en ese ámbito. – ¿Cómo se puede cambiar este paradigma? –Hay que cambiarlo con una bioética del fin de la vida que tenga en cuenta lo que ya no es cantidad de vida sino calidad de vida. Se vive más, pero ¿se vive mejor? ¿Está bien hacerle de todo a un paciente aunque viva unos meses más? ¿Viven mejor con capacidades cognoscitivas disminuidas, con capacidades de autovalidez casi imposibles? Yo creo que cuando uno llega a no tener calidad de vida es el momento de la diversidad, en el cual uno puede elegir. A veces uno no está en condiciones de elegir –cuando está inconsciente–, ése es el problema. Y rescato en esos casos el papel fundamental de la familia. Si existen directivas anticipadas del paciente hay que respetarlas a rajatabla, pero no debemos olvidarnos que en el país que más las impulsó –porque es un invento norteamericano–- fracasaron. Hoy en Estados Unidos, del total de personas que mueren en terapia intensiva menos de un diez por ciento han dejado una directiva anticipada de cómo morir, porque esa voluntad la expresa quien es portador de una enfermedad crónica. Ahora se quiere judicializar la directiva anticipada, pero lo importante, el valor moral que tiene es que la sepa su familia, que es la persona que está permanentemente en la puerta de la habitación o de la terapia intensiva preguntando como está todos los días el paciente, que conoce los valores, las creencias, las cosas por las que el paciente luchó: es a esa persona a quien el médico tiene que escuchar. Pero me parece que éste es un momento difícil porque está roto ese vínculo entre el paciente y el grupo familiar y la medicina. El médico pasó a ser el eslabón de un sistema de salud que hoy es una telaraña burocrática que de pronto se torna insoportable. – ¿Qué opina de la ley que se aprobó recientemente en Río Negro y que ahora debe pasar por una segunda vuelta legislativa? –Esa ley estimula la judicialización, porque la directiva anticipada se debe decir ante un escribano. Además, es una ley con pocas precisiones, que aumenta la confusión porque no dice claramente qué se hace con el enfermo inconsciente. Esa directiva anticipada existe en el paciente enfermo, no en el sano. Los problemas de las inconsciencias y los estados vegetativos ocurren en jóvenes o no tan jóvenes sanos pero que han tenido un accidente. –Usted destaca en el libro que en realidad la definición de muerte cerebral fue la primera respuesta que la medicina dio hacia la sofisticación del tratamiento. ¿Cómo se llegó a esa decisión? –El Comité de Harvard que lo decidió, en 1968, trabajó urgido por el acelerado desarrollo de la trasplantología y a pedido expreso de eminentes médicos del Massachusetts General Hospital. Luego de un breve tiempo de análisis emitió un informe que se publica en una de las revistas de medicina de mayor prestigio, editada por la Asociación Médica Norteamericana, el JAMA, en el que aconseja una nueva definición de muerte basada en la irreversibilidad del daño cerebral producido en ciertos pacientes en coma. El comité declaró dos fundamentos centrales: en primer lugar, la carga que estos pacientes significan para ellos mismos o para otros como su familia, hospitales, falta de camas para pacientes recuperables; y en segundo lugar, la controversia médica existente sobre el momento en que era razonable efectuar la ablación de órganos para trasplantes. Lo que hizo este comité fue cambiar el órgano que presidía la muerte: el cerebro en lugar del corazón. No fue un descubrimiento científico. Es importante que la gente sepa que es una convención y que la muerte cerebral ya es una muerte intervenida. El comité –integrado por diez médicos con la asistencia de un abogado, un historiador y un teólogo–- decidió que a esos pacientes que están en esas condiciones hay que sacarles el respirador, pero –dijeron– tenemos que sacar una ley que diga que la muerte ocurrió antes y no después del retiro. Es un eufemismo jurídico: la muerte ocurre porque se saca el respirador. Y cada vez va a tener que ser más intervenida porque cada vez son más exitosas las reanimaciones, las resucitaciones y nos vamos a llenar de enfermos en estado vegetativo, de enfermos que tienen tantas comorbilidades que no pueden movilizarse, pero respiran y les funciona el corazón. Nadie es capaz de enterrar a una persona en estado vegetativo, pero finalmente en ese estado la persona perdió las condiciones que diferencian a un organismo vivo de una persona, que son la afectividad, la comunicación, la actitud cognoscitiva. Yo creo en esa clasificación que se ha hecho entre organismo, individuo y persona. Quien ya no sabe más dónde está, quién es, comunicarse y expresar sus anhelos y exhibir sus emociones –lo que nos separa de ser un animal– ya no es una persona, aunque lata el corazón y pueda respirar. – ¿Usted sacaría la hidratación y la alimentación a un paciente cuyo corazón late? –Si lo tuviera que decidir para mí, digo que sí, que lo hagan. Tuve que opinar en un caso que llegó a la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires y trascendió en los medios, el de una mujer que quedó en estado vegetativo hace ocho años, luego de dar a luz. El marido quería desconectarla, pero los padres de la mujer se opusieron y la Corte respaldó su posición. Yo, como médico, seguí la opinión de la familia. El que moralmente tiene que tenerse en cuenta en ese caso es el marido, que es el que está con la paciente (en otros casos puede ser otra persona). Yo respetaría tanto al que quiere brindar toda la vida que le queda para cuidar a un familiar en estado vegetativo –en una actitud que me parece supererogatoria moralmente–, como al que toma la decisión de pararle la alimentación y la hidratación, para permitir morir a esa persona. En ambos casos el familiar se queda con un sufrimiento que no va a poder sublimar nunca, pero cada uno tiene derecho a elegir. – ¿En qué sentido debería legislarse sobre el tema? –Los médicos deberían estar cubiertos legalmente frente a la muerte intervenida. Hoy si alguien nos demanda por sacar el respirador o dejar de suministrar drogas para permitir que se le pare el corazón y se muera un paciente, la figura prevista en el Código Penal es la de homicidio. Me parece que cuando ética o médicamente y con el consenso familiar se toma esa decisión, debe haber un respaldo legal. – ¿Cuál es la diferencia con la eutanasia? –Eutanasia es la que se aprobó en Holanda y en Bélgica y tiene cinco características: 1) consiste en provocar la muerte de un paciente; 2) a pedido del paciente –más allá de estar o no de acuerdo con este procedimiento, moralmente es una diferencia central–; 3) cuando el paciente tenga una enfermedad incurable o un sufrimiento insoportable a juicio del paciente, 4) que sea en propio beneficio del paciente de acuerdo a su criterio –y esto se aclara para diferenciarlo de lo que fue el genocidio nazi– y 5) que se efectúe por la administración de una droga o un tóxico en dosis mortales. No hay que confundir los términos. El juez de la Corte bonaerense (Francisco) Roncoroni dijo en el fallo que le negó el retiro de la alimentación y la hidratación a la mujer en cuyo caso intervine que permitirlo significaría convalidar prácticas como la del genocidio nazi o como la de la roca Tarpeya de Roma. Si un juez llegó a escribir esta barbaridad en una sentencia se hace muy difícil avanzar en el debate. – ¿Bélgica y Holanda son los únicos países donde está permitida la eutanasia? –Sí. El Estado de Oregon, en Estados Unidos, lo que tiene permitido es el suicidio asistido, que no es lo mismo. En ese caso, el médico le prescribe al paciente una droga, que generalmente es un psicofármaco, y el paciente se la guarda y cuando lo decide, se la toma. – ¿Lo que pedía el español Ramón Sampedro? –Exacto. Tiene que ver con el derecho a vivir y el derecho a morir. Finalmente, como decía el filósofo Hans Jonas, el morir es ausencia de vida. Vivimos sin pedir permiso. Sampedro decía que vivir no tiene que ser una obligación sino un derecho. Y realmente, ahora, con la incorporación del soporte vital, genera una discusión alrededor de la muerte que es totalmente distinta de lo que era antes de los años setenta. – ¿Cuál es el porcentaje de pacientes que mueren en terapia intensiva por el retiro del soporte vital? –En la Argentina hay una sola estadística. Es la que hicimos a partir de una investigación prospectiva de las muertes en terapia intensiva en el Hospital de Clínicas. Sobre 500 casos –a lo largo de tres años– el médico de guardia dice qué influencia pudo haber tenido el retiro del soporte vital en cada muerte. En un 45 por ciento hubo límites en la atención (de pronto dijimos acá no vamos a hacer tal cosa). De ese 45 por ciento, un 25 por ciento fueron casos en los que no se reanimó a pacientes que tuvieron un paro cardíaco en terapia, a un 7 por ciento se le retiró algo y a un 10 por ciento no se le puso algo. Si nos comparamos con lo que sucede en países de Europa Central como Francia, España, Italia, vemos que “retiramos” en mucha menor medida que ellos. Los bioeticistas dicen que moralmente es lo mismo sacar un respirador que no ponerlo. Moralmente será lo mismo pero la sensación fáctica no es igual. Se observa que cuando más libertario es un país, mayor es el porcentaje de retiro de soporte vital. Si uno no se anima a retirar, a lo mejor a veces no le ofrece todo lo que tiene que ofrecer a un paciente. Si uno moralmente se siente mejor cuando no lo pone, puede ocurrir que algún paciente sea privado de un recurso o que cuando se lo puso, no se anime a sacarlo: eso es encarnizamiento terapéutico, le dejo todo puesto hasta que las complicaciones de las complicaciones finalmente lo matan. –El papa Juan Pablo II se refirió al tema en una de sus encíclicas, Evangelium Vital, de 1995. ¿Qué aportó al debate? –Confusión. Porque dice que la eutanasia es todo hecho que por acción u omisión facilita la muerte de un paciente sufriente y en esa clasificación entraría el retiro de soporte vital. Pero fíjese, sin embargo, que Juan Pablo II eligió la muerte digna: fue un Papa que se internó una decena de veces, cada vez podía caminar peor, se le entendía menos lo que hablaba, tenía un Parkinson grave, hasta que la última vez tuvo una complicación –-no por el Parkinson– por una infección urinaria, con mucha fiebre, e hizo un cuadro de Sepsis, y decidió que se quedaba en su cama. Esa infección podría haberse tratado en terapia intensiva y seguramente con éxito. Pero él eligió quedarse en su cama y murió ahí. Esa es la verdadera cultura de la vida. Porque a propósito de la encíclica Evangelium Vital, cuando se habla de la eutanasia se habla de una cultura actual de la muerte y se incluye también el genocidio, el aborto y la planificación familiar. Permitir morir en condiciones dignas es la verdadera cultura de la vida. Cultura de la muerte es la guerra. – ¿Tuvo algún paciente en estado vegetativo que luego se recuperó? –No. Ahora en el mundo han aparecido casos de pacientes que tienen un grado de conciencia mínima, son personas que tienen algunos islotes de capacidad cognitiva. Hubo un caso, hace algunos años, de un joven que se llamaba Terry Wallis, en Estados Unidos, que estuvo en estado semiinconsciente durante casi dos décadas después de un accidente y un día sorprendentemente dijo “mamá” y hasta pidió “Coke”. Este caso, que tuvo gran repercusión mundial en 2003, se presentó como demostración de que un paciente en estado vegetativo se puede recuperar. Sin embargo, estudiado posteriormente se comprobó que tenía un estado de conciencia mínima y que esta recuperación espontánea de algunas funciones como el habla, mínima por cierto pero existente, podía deberse a la regeneración de algunas vías nerviosas axonales (no neuronales). Estos aislados casos que no son estados vegetativos y que se anuncian como milagrosas recuperaciones han prestado sustento, por ejemplo a la Iglesia Católica, para combatir la posibilidad cierta, lógica y razonable de plantear el cese de la hidratación y de la alimentación en los casos verdaderos de estados vegetativos y así permitirles morir, como a Terri Schiavo. – ¿Se practica eutanasia en el país? – ¿Activa? No lo he verificado. Hice una vez una encuesta entre médicos en la que pregunté si alguien la había pedido: menos de un dígito dijo que sí. – ¿Cómo se vive el momento de quitar un respirador y saber que con esa acción se va a producir la muerte? –Si uno está convencido de que lo que va a hacer está bien, tiene una sensación de dignificación, de permitir el buen morir. El no tomar alguna medida de restricción, de muerte intervenida, de no favorecer y permitir la muerte, lo vivo como una situación de crueldad. ¿Qué pasa después con ese paciente al que le hice lo que no tenía que hacerle? ¿Qué pasa cuando yo reanimo a un enfermo al que el corazón se le iba a parar y yo se lo impedí? Puede a lo mejor que quede en estado vegetativo o en un estado de tipo demencial. No solamente no podemos siempre evitar la muerte, sino que a veces no hay que evitarla. El objetivo de la medicina no es evitar la muerte, es prevenir la enfermedad, restaurar la salud, acompañar al dolor y al sufrimiento hasta la cesación de la vida. ¿POR QUE CARLOS GHERARDI? La ética, la vida y la muerte Por Mariana Carbajal “Nos vamos a llenar de enfermos en estado vegetativo, de enfermos que tienen tantas comorbilidades que no pueden movilizarse, pero respiran y les funciona el corazón”, advierte Carlos Gherardi y plantea que la sociedad debe conocer y reflexionar sobre lo que pasa actualmente dentro de las terapias intensivas para frenar el “encarnizamiento terapéutico” que cada vez permite menos el buen morir. “A los médicos no les gusta hablar de lo que sucede en ese ámbito”, reconoce. Pero él decidió romper el silencio. Durante 30 años fue jefe de Clínica de la División Terapia Intensiva del Hospital de Clínicas, donde vivió diariamente en contacto con la muerte “intervenida”. En ese lugar nació su interés por estudiar en profundidad los conflictos éticos vinculados con el progreso científico y tecnológico en los pacientes graves y en el final de la vida. Hoy, ya jubilado, es director del Comité de Etica del Clínicas y miembro del de Bioética de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva. Y acaba de publicar el libro Vida y muerte en Terapia Intensiva. Estrategias para conocer y participar en las decisiones (Editorial Biblos), donde expone un conflicto creciente cuyo examen –dice– le corresponde a la sociedad en su conjunto y no a la medicina en particular. “El paciente como persona no debe ser nunca un rehén del poder tecnocientífico ni una víctima de las decisiones ajenas a sus deseos o a sus valores”, sostiene y se explaya sobre la muerte, cuando deja de ser un proceso natural o accidental y queda en manos del retiro del soporte vital. “No solamente no podemos siempre evitar la muerte, sino que a veces no hay que evitarla”, afirma. El maltrato cotidiano enferma Determinantes de salud y enfermedad. Clarín La Organización Mundial de la Salud extendió el concepto de salud a la suma del bienestar físico con el psíquico y social. Esa idea integral tambalea ante nuestra realidad, en la que sortear el tránsito o lograr viajar en avión o en tren generan malestares de todo tipo. Carlos Gherardi La vida cotidiana de los niños, mujeres y hombres de esta sociedad que transitan sus horas entre la escuela, el hogar, el trabajo o la distracción transcurre en medio de un entretejido sociocultural que los penetra e influye con sus condiciones positivas y negativas. Y así influye sobre nuestro humor y determina nuestro bienestar o malestar. Todavía se recuerda hoy, casi sesenta años después, la definición que dio la Organización Mundial de la Salud: la salud es extensión del bienestar físico hacia el psíquico y el social, afirmando un concepto de salud integral que comprende todos los aspectos de la vida. Sin embargo en los hechos, la salud sigue vinculada formalmente a la medicina, cuya meta de prevenir, curar y aliviar —según se pueda— resulta su principal mandato. Por ello, el binomio salud/enfermedad depende para su cuidado del Ministerio de Salud que en nuestro país, como en la mayoría de los países, resulta el vértice de una pirámide decisional construida desde la medicina. Pero, más allá de los consejos adecuados sobre perniciosos hábitos que deben abandonarse, de velar por el cumplimiento de las normas de medicina preventiva, de la mejoría en los sistemas de salud para la atención de la enfermedad, del cumplimiento del calendario de vacunaciones, del perfeccionamiento de la legislación para facilitar la curación y el cuidado del paciente, entre otros objetivos, el examen desapasionado de las condiciones de la vida cotidiana nos lleva a una reflexión más amplia. La pregunta central que debe responderse es cuál es el nexo entre la salud declamada y requerida y nuestra vida cotidiana. De qué vida y de qué salud estamos hablando. Porque, así las cosas, hoy no hay argumentos ciertos para confiar en cambios inmediatos si todos los actores sociales no reconocen autocríticamente su responsabilidad. No estamos, desde hace bastante tiempo, bajo el efecto directo de hechos que conmocionaron nuestro país hasta extremos que comprometieron nuestra viabilidad como nación; sin embargo, el maltrato diario que se ejerce y se padece en el ajetreo del tránsito, del trámite o del transporte es siempre insoportable. Cómo será posible disfrutar de una salud integral si diariamente —caminando o en un vehículo terrestre, o en un viaje aéreo— toda la sociedad está sometida a graves imprevista y a imposiciones de terceros, de las que frecuentemente nacen la inseguridad, el accidente o incluso la muerte. Lo excepcional se ha vuelto frecuente y el desatino forma parte de la normalidad de todos los días. Cómo creer que se comprende el concepto de salud si, hasta dentro de los propios hospitales, se toleran manifestaciones tumultuosas y corporativas en un recinto destinado al cuidado de quienes requieren protección y respeto. Cómo creer en una mejor educación de nuestros niños, agentes de cambio a los que siempre se alude, si nunca se puede cumplir el total de días de clases que se propone al comienzo de cada año. Cómo confiar en el porvenir de la ilustración universitaria si en su ámbito, en lugar de discutir ideas y construir conocimiento, se confronta el poder de la fuerza en todos los niveles con la bochornosa evidencia de un mal ejemplo institucional generalizado. Estas situaciones, que forman parte de nuestra vida cotidiana, perturban la salud de nuestra sociedad porque alimentan la imprevisibilidad, la angustia, el descuido y la irreflexión, y terminan constituyéndose en agentes de enfermedad. No basta con no olvidarse de aplicarse una vacuna si al mismo tiempo no nos vacunamos contra la peligrosa incertidumbre que acecha la vida cotidiana. Así como la salud corporal no se previene con el deporte imperativo ni con maratones, la salud psíquica tampoco se resuelve con mejores sedantes. Tampoco es bueno el refugio de nuestros jóvenes en la noche, el ruido, el vértigo y el vagabundeo callejero sin sentido. Pero la salud social, en grave déficit en nuestro país, puede derivar en comportamientos aún más perjudiciales. La vida será saludable sólo si logra incluir la prudencia, la moderación, el respeto y la inteligencia. No hay ninguna explicación que justifique la constante agresión que sufrimos como comunidad. La medicina agoniza ante cada tribunal al que recurre Es un mal signo para la sociedad toda que los médicos deban pedir autorización judicial para hacer lo que deben: ayudar a morir con dignidad. Clarín Carlos Gherardi Hace pocas semanas un Juzgado de Familia de Neuquén autorizó a que los médicos de Cuidados Paliativos de un hospital provincial que asisten a un niño portador de una enfermedad incurable y en fase terminal fueran eximidos de trasladarlo a terapia intensiva para que la aplicación de un soporte vital impidiera su muerte, tal como lo solicitaron sus padres. La solicitud judicial la efectuó el director del hospital, dice el fallo, "para solicitar autorización para respetar las directivas anticipadas que constaban en la historia, dada la supremacía del valor vida en nuestro orden constitucional y el eventual conflicto de intereses atento a que el médico está obligado a actuar en cumplimiento del deber legal en defensa de la vida (…) y ésta constituye un bien insustituible una vez que se pierde". La jueza accede a la petición y agrega los informes favorables del Comité de Ética, del equipo médico de gabinete interdisciplinario, de un médico forense y de la Defensoría de los Derechos del Niño y el Adolescente. Esta sentencia, muy difundida y elogiada, hasta fue calificada de valiente. Nadie hizo observaciones sobre quien efectuó la solicitud ni sobre su naturaleza. Este artículo tiene por objeto mostrar que lo sucedido resulta una tragedia para la medicina, para la sociedad y para la relación médico-paciente en particular. Si hay que pedir autorización judicial para que los médicos puedan hacer lo que deben hacer con un infortunado niño que padece una enfermedad terminal, con el acuerdo de sus padres para esta decisión que la hacen propia, y alguien, médico o autoridad judicial, sospechan que el mandato constitucional del derecho a la vida colisiona con permitir la muerte que deviene de una enfermedad incurable, y debe fundamentar en sede judicial la ausencia de ese conflicto moral, algo peor que lo imaginable está ocurriendo en nuestro país en relación con las decisiones médicas y con la Justicia. Si el niño está bajo la atención de cuidados paliativos en su domicilio, el responsable de ese servicio deberá explicar por qué sería posible que, frente a la claudicación de algún órgano vital previo a la muerte (se cita una crisis respiratoria) se pudiera proponer su envío a terapia intensiva para su asistencia respiratoria mecánica. La esencia del cuidado paliativo es proveer al paciente incurable, a través de un entrenado equipo de salud, una forma de morir alejada del sufrimiento, del aislamiento y con toda la comunicación posible con el paciente y su familia. También el servicio de terapia intensiva debería informar si esta especialidad, que existe para evitar la muerte próxima en aquellos pacientes portadores de una enfermedad reversible y de evolución aparentemente transitoria, no contraindica su ingreso en esta área de manera absoluta. También el director del hospital que inicia las actuaciones, asesorado por un letrado, debe responder lo anterior y denunciar si esta presentación la hace para defender al grupo médico (en una reprobable medicina defensiva) de alguien que pudiera acusarlos en un futuro de abandono u homicidio. Y el mismo director primero y el propio tribunal después debieran preguntarse si tienen el derecho moral de sumar este inexplicable trámite al infortunio de los padres de un niño que deberá irremisiblemente esperar la muerte en las mejores condiciones posibles. Toda la parafernalia discursiva (dicho esto con el mayor respeto) sobre la protección, administración, disponibilidad del derecho a la vida en situaciones como las que se plantean en el presente caso son innecesarias desde que la medicina hipocrática enseñó en su milenaria historia que en ciertas circunstancias el esfuerzo debía aplicarse al cuidado del paciente hasta su muerte. La meta central de la medicina no es evitar la muerte sino promover el bienestar a través de la curación o prevención de la enfermedad, cuando es posible, y siempre procurar el alivio del dolor y del sufrimiento. La llegada de la muerte en la enfermedad incurable y la consiguiente ayuda al buen morir ha formado parte del deber de todo el equipo de salud. No obstante, desde hace cuarenta años, la aparición del soporte vital ha cambiado el eje del debate en una profesión como la medicina en que se debe poner un límite a la desmesura y la crueldad del imperativo tecnológico, por lo que ahora es lícito y moral abstenerse y retirar un soporte vital para permitir la muerte. Esto lo saben bien los médicos y lo debiera saber bien el conjunto de la sociedad y los jueces en particular sin acudir a ninguna cita constitucional, jurisprudencial ni religiosa. ¿O alguien inocentemente puede creer que el deseo de los padres, que representan naturalmente al niño, va ser mejor protegido, si está mejor escrito en una historia, en una escribanía o con una tutela judicial? ¿Qué quedó de la virtud de la comunicación con el paciente o su familia y del respeto por sus preferencias y más en este caso en que la acción debida constituye una auténtica obligación médica? Es muy peligroso menospreciar con el silencio este vínculo entre el equipo médico y la familia como aquí se lo ha hecho en el ámbito médico y también en la decisión judicial. Si la preocupación de los médicos y del tribunal por la defensa de la vida y de la salud es elogiable, no ha sido este ejemplo trágico la mejor oportunidad para expresarla. En EE.UU. (Chicago, 1988) el señor Linares, llevó a su niño Samuel de ocho meses a una guardia por una asfixia ocasional por la ingestión de una pelota, pero no pudo ser recuperado y quedó con un coma irreversible con asistencia respiratoria mecánica, en terapia intensiva primero y luego en una unidad de larga duración. Sus padres no pudieron lograr en los meses subsiguientes el quite del respirador para permitir una muerte digna para su hijo. Un día Rudy Linares, el padre, entró violentamente a Terapia, y bajo amenaza de muerte a todo el personal tomó a su hijo en sus brazos, lo acunó y lo liberó del respirador hasta que constató su muerte. Hecho esto, se desmoronó llorando y se entregó a la Policía. Perdió su libertad luego de haber conseguido la de su hijo. Este angustiado padre finalmente no fue condenado. Por favor, aprendamos que la incomprensión puede generar una violencia inesperada. 18 AGO 05 | Lúcidas reflexiones de un médico ilustre El frágil vínculo entre la medicina y la sociedad Un análisis humanista acerca de la realidad actual del ejercicio de la Medicina. La Nación Por Carlos R. Gherardi Para LA NACION La relación médico-paciente fue el eje que sostuvo toda medicina hipocrática desde hace 2500 años. El bienestar del paciente como objetivo excluyente del acto médico se apoyó en la esencial vocación del médico para curar y cuidar y en la confianza del paciente en prestar su cuerpo y también su alma para ser cuidado y ser curado. Esta relación, que era asimétrica porque uno indicaba y ordenaba activamente, como depositario del saber, y el otro obedecía "la orden del doctor", estaba teñida por la afectividad. El médico era quien sabía lo que era mejor para el paciente, algo que facilitaba esta credibilidad ciega y cierta. En los últimos cuarenta años, la tecnociencia impregnó la práctica de la medicina. El correlato inmediato que este cambio provocó en la relación con el paciente fue el desplazamiento del médico como agente personal a los equipos de cada especialidad y subespecialidad y el corrimiento del consultorio tradicional hacia las instituciones. La consulta médica ya no fue un acto único y central, sino múltiple y despersonalizado. Su motivo no era ya el padecimiento de una persona, sino la interpretación de una imagen, de un signo o de un número. La interposición de los exámenes complementarios y de las interconsultas dificulta, con el paso del tiempo, el reconocimiento de cuál fue el motivo de la consulta inicial, el establecimiento claro de quién es el médico principal y la definición precisa del padecimiento fundamental. En esta exploración actual del contacto del paciente con la medicina no puede obviarse su relación con el equipo de salud, constituido por una pléyade de trabajadores no médicos: bioquímicos, enfermeros, trabajadores sociales, instrumentadoras, psicólogos, kinesiólogos y, seguramente, algunos más, y también por las secretarias, auxiliares y técnicos. Pero a pesar de estos inconvenientes, se registró en este período un importante avance de la medicina, manifiestamente superior al de toda la historia de la civilización, que se puede medir fácilmente por el importante aumento de la esperanza de vida en aquellas comunidades que tienen garantizados el derecho y el acceso a la salud. Sin embargo, este avance no excluye actualmente las situaciones conflictivas generadas por la aparición de una verdadera industria de la salud y de la enfermedad, que perturbó para siempre la tradicional relación médico-paciente hasta alcanzar, virtualmente, su disolución. La constante presencia en el sistema de salud de un "ente financiero" impulsó a Callahan a hablar de una relación triádica paciente-médicoente pagador, por oposición a la diádica, o cuasi diádica, definida por Laín Entralgo. ¿Cómo compatibilizar la necesaria confianza del paciente en el médico con la praxis de la medicina actual, que tiende a transformar al médico en un experto y al paciente en un objeto exterior? Nunca como hoy las múltiples especializaciones han promovido que la frecuente lejanía entre el operador y el paciente pueda ser casi absoluta, hasta el extremo de no existir, en muchos casos, ningún vínculo, ni siquiera visual. En estas situaciones, que empalidecen la actuación del antiguo médico de cabecera, la pregunta es en quién deposita el paciente su confianza. Es posible considerar, como hipótesis, que gran parte de la credibilidad, antes encarnada en el médico, se ha desplazado hacia la certidumbre inapelable de la verdad estrictamente científica, que hoy parece sustentar a toda la práctica de la medicina. En este punto, que parece de no retorno, es importante que la sociedad conozca el carácter transitorio del conocimiento científico y la ausencia de inmutabilidad, de previsibilidad y de infalibilidad de ese conocimiento. Este cambio cultural, que es alentado por intereses absolutamente ajenos al paciente, tiende a reemplazar la presencia y la figura del médico por los dictados de un dogma científico que traslada sus postulados a la medicina, ahora instrumentada a través de un conjunto de eslabones técnicos constituidos por el llamado sistema de salud. Este "paternalismo científico" es ajeno al médico como persona y lo separa o retira del vínculo humano que constituyó el eje de la medicina por milenios. El médico es sólo uno de los numerosos operadores en ese complejo sistema que tendría como misión segura la cura del paciente. Si desaparece del todo la confianza del paciente, nacida del vínculo personal con su médico, y si los trabajadores de la salud resignan su vocación de curar al otro a través de su acción, podemos hablar de un paternalismo científico: la sociedad cree en la "ciencia médica" y los actores del sistema de salud se sienten instrumentos de ese menester. Hay señales objetivas de este proceso, desde que el acceso a la información médica a través de todos los medios universalizó los progresos y resultados, aunque ni la sociedad ni el paciente puedan discriminar lo cierto de lo incierto, lo permanente de lo fugaz o la investigación en curso de la certeza. En el otro extremo, los médicos y sus colegas de la atención sanitaria ven reducir progresivamente su campo de acción dentro de un sendero cada vez más estrecho y complejo que los impulsa con mayor frecuencia a interpretar un examen, comprender un mecanismo o descubrir un procedimiento. Y aunque el sistema no olvide el objetivo final de las acciones médicas, en el trajinar diario todos son diagramas para el diagnóstico, pasos de tratamientos, disposición de nuevas prácticas, gráficos y sofisticados trazados, elaboración de complejas estadísticas, respeto dogmático de algoritmos, sumatoria de riesgos e índices de probabilidad. ¿Cómo compatibilizar una medicina basada en la presunta evidencia con otra basada en la certera afectividad? Resulta dudoso que la medicina, aun la del siglo XXI, pueda prescindir totalmente de un vínculo afectivo, porque el paciente lo necesitará en algún momento de la evolución de su enfermedad y porque el médico que ve pacientes sentirá seguramente el deseo de canalizar su vocación de ayudar. Pero lo cierto es que por ahora los esfuerzos reales y mayores del sistema de salud por recrear este espacio vincular han nacido en virtud de razones económicas y no por preocupaciones filosóficas y humanísticas. Un producto no deseado es la creciente y progresiva opacidad de la figura del médico. No obstante, ese médico, que ha perdido la credibilidad de la sociedad sobre su vocación y su virtud, sigue siendo, paradójicamente, el depositario de la responsabilidad profesional. La judicialización creciente de la medicina y el clima de sospecha sobre el trabajo médico completan un panorama poco alentador en el presente y en el futuro. No es bueno que la sociedad crea que el progreso del conocimiento científico torna próxima la curación de toda enfermedad y el alejamiento seguro de la muerte, porque tal creencia puede confundirla en sus expectativas y provocar reacciones equivocadas ante la frustración y el infortunio. El autor es doctor en Medicina y director del Comité de Etica del Hospital de Clínicas. 20 AGO 07 | Se publica un libro fundamental "Vida y muerte en Terapia Intensiva", Carlos Gherardi Una visualización completa del problema, que es filosófico y no médico. Biblos La medicina instrumentó a través de las salas de terapia intensiva una modalidad asistencial en la que la tecnología es capaz, a través del soporte vital, de recuperar para la vida a pacientes que antes morían irremediablemente. Pero el progreso de los medios, sin un control ético de sus fines, no será tal sin reflexionar suficientemente sobre si todas las acciones posibles son buenas o malas. Se inició un camino cuyo cotidiano desafío y costo moral no ha sido convenientemente explorado y explicado a pesar de una historia de décadas. Una visualización completa del problema, que es filosófico y no médico, puede ser efectuada por la sociedad sólo si se le ofrecen todos los conocimientos de la situación despojados de un hegemonismo médico y tecnológico deshumanizante. En un lenguaje accesible para todos, se trata de exponer un conflicto creciente cuyo examen le corresponde a la sociedad en su conjunto y no a la medicina en particular. El paciente como persona no deberá ser nunca un rehén del poder tecnocientífico ni una víctima de las decisiones ajenas a sus deseos o a sus valores. Breve CV de Carlos Gherardi. Doctor en Medicina por la Universidad de Buenos Aires, donde fue profesor regular de Medicina Interna y jefe del Servicio de Terapia Intensiva del Hospital de Clínicas. Paralelamente a su extensa labor científica y académica en el campo de su especialidad, ha estudiado con particular interés y profundidad los conflictos éticos vinculados con el progreso científico y tecnológico en el paciente grave y en el final de la vida. Acoso laboral: el 70% de las mujeres maltrata a otras mujeres Se debe a que esperan una menor respuesta ante la agresión, afirman los especialistas. La Nación Mickey Meece, The New York Times Gritos, intrigas y sabotajes son los signos que delatan la presencia de un abusador en el trabajo, tendiendo trampas a los empleados a cada paso. Quienes estudian los ambientes laborales aseguran que en tiempos de crisis económica, como la actual, los niveles de estrés aumentan y es probable que los maltratadores afilen la lengua y salgan al ataque. Quizá no sea sorpresa para nadie que la mayoría de los abusadores son varones, como revelan las investigaciones de un grupo de defensa, el Instituto contra el Acoso Laboral. Sin embargo, el 40% de los abusadores son mujeres. Pero por lo menos los abusadores varones no hacen distinción de género, e intimidan prácticamente a hombres y mujeres por igual. Las mujeres, en cambio, prefieren, al parecer, a las de su mismo sexo, y más del 70% de las veces eligen como blanco a otras mujeres. ¿Cómo van a atravesar las mujeres el "techo de vidrio" de la desigualdad laboral si tienen que esquivar los ataques verbales que les dedican otras mujeres entre boxes de oficina, pasillos y salas de reuniones? No nos gusta hablar de eso porque "va en contra del comportamiento que se espera de nosotras como mujeres," dijo la señora Klaus. "Se supone que somos las que alimentan, las que apoyan." Muchas mujeres que aún trabajaban se mostraron reacias a hacer público el hecho por temor a empeorar las cosas o poner en peligro su carrera. Una contadora de California dijo que se incorporó recientemente a una empresa y que de inmediato fue excluida por dos mujeres que trabajaban allí. Una de ellas incluso la empujó durante una discusión en la cafetería, aseguró la contadora. "Es como si estuviéramos de nuevo en la secundaria", señaló. Una ejecutiva de alto rango comenta que cuando finalmente logró "romper el techo de vidrio", otra mujer que andaba atrás del mismo puesto les dijo a los directivos: "No puedo trabajar con ella, es una pasiva-agresiva". La estrategia funcionó: pronto la ejecutiva perdió su empleo y se lo dieron a su acusadora. Una de las razones por las que las mujeres eligen como blanco a otras mujeres "es probablemente la idea de que se enfrentarán con una persona menos hostil, alguien menos propenso a responder a la agresión con agresión", afirma Gary Namie, director de investigaciones del Instituto contra el Abuso Laboral. Los especialistas en liderazgo se preguntan: ¿las mujeres están siendo "demasiado agresivas" porque hay muy pocas oportunidades de progreso? ¿O es un estereotipo y las mujeres sólo están siendo percibidas de esa manera? Estereotipos de género Los estudios sobre los estereotipos de género de la organización Catalyst sugieren que sin importar cómo decidan mandar las mujeres, la percepción de los demás nunca será "del todo buena". Es más, la organización descubrió que las mujeres tienen que trabajar el doble que los hombres para lograr el mismo grado de reconocimiento y demostrar que pueden liderar. "Si las mujeres de negocios actúan género, se las considera demasiado Catalyst, realizado en 2007. "Y si estereotipos del género, se las ve según los estereotipos de su blandas", reveló el estudio de actúan en contra de los como demasiado duras." "Las mujeres sienten que tiene que ser agresivas para que las asciendan, y entonces lo son cada vez más. Después, de pronto, parecen sentir la necesidad de ser compañeras y ayudarse, en lugar de ser competitivas", dijo Laura Steck, presidenta del Centro para el Crecimiento y el Liderazgo de Sunnydale. Newman y su colega Loraleigh Keashly, de la Universidad Estatal de Wayne, han elaborado un cuestionario para identificar el espectro completo de los comportamientos que constituyen el abuso, lo que podría ayudar a las compañías a detectar problemas que, en la mayoría de los casos, no son denunciados. Es abuso toda forma de agresión (hostilidad) verbal o psicológica que persiste durante más de seis meses. Las 29 preguntas del cuestionario incluyen: durante los últimos 12 meses, ¿lo han mirado sistemáticamente de manera hostil? ¿Le han hecho el vacío? ¿Lo han tratado repetidamente de manera brusca o irrespetuosa? ¿No logró que otros denunciaran falsos rumores contra usted? El Instituto contra el Acoso Laboral dice que el 37% de los trabajadores han sido acosados o intimidados. Sin embargo, muchos empleadores ignoran un problema que, según el instituto, atenta en definitiva contra los resultados, la productividad y los gastos de salud. Los casos rara vez van a juicio, pues no existe una ley que se les aplique de manera directa, y los costos legales son muy altos. Recientemente, dos investigadores canadienses se propusieron estudiar el tipo de abuso al que someten las mujeres a otras mujeres. Y descubrieron que algunas mujeres se sabotean entre sí porque sienten que ayudar a sus compañeras de trabajo podría poner en riesgo su propia carrera. Trad. de Jaime Arrambide