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RECORDANDO A MARÍA ELENA WALSH Cuando a mediados de los cincuenta la joven y genial escritora decide ponerle música a sus originales poemas para niños y, sin más, se larga a cantarlos con la guitarra, probablemente no sabía que estaba abriendo surcos profundos en la estética del canto popular infantil... El cancionero de María Elena Walsh, nuestra “adelantada” de la canción infantil, se proyecta a través de todo el mundo hispano inaugurando una era de autonomía y libertad expresiva que permanece viva y activa (V.H.deG, diario La Gaceta de Tucumán, enero 2011, con motivo del fallecimiento de M.E.W.) Nuestra común gran amiga Dina Rot hizo de puente para que nos conociéramos personalmente. Llegué así una tarde a lo de María Elena a la hora del té y tuve el privilegio de pasar varias horas conversando amablemente con ella sobre distintos temas. Aunque, por cierto, tomé mis anotaciones éstas permanecieron inéditas. Al releer, luego de casi dos décadas, las notas que conservaba de aquel memorable encuentro y revivir la intensidad y hondura del mismo decidí compartir con los lectores de este ANUARIO algo de lo que ella me refirió y también de lo que yo misma escribí bajo el mágico efecto del encuentro de aquella tarde, tan alegre y dicharachera, en compañía de una MEW todavía plena de un vital entusiasmo Le propuse a ME que nos centráramos, para comenzar, en su mundo sonoro interno desde donde, supuestamente, habrían nacido sus canciones. Le pedí que intentara remontarse a las raíces de su música, de su canto, y ella fue respondiendo con estas palabras a algunas de las preguntas e inquietudes que le fui planteando: “Yo me crié en un ambiente de música improvisada y de autodidactas. Mi padre no era músico profesional pero tocaba instrumentos, el piano y la mandolína; también había tocado de joven el cello, daba serenatas… Por supuesto, mis padres nos mandaron a mi hermana y a mí a estudiar música. Mi hermana se recibió de profesora de música, en cambio yo no pude… empezaba y dejaba, no me resultaba, copiaba lo que hacía mi hermana, pero nada más. Aprendí a solfear, a escribir, a anotar; pero no, mis intentos fueron vanos... “Había dos cosas que yo rechazaba claramente: éstas eran hablar inglés –lo que pedía mi padre- y estudiar música. A lo mejor, por esa natural expresión de rebeldía infantil o juvenil, uno se resiste a hacer lo que los padres le indican. Sin embargo yo estaba adquiriendo, inevitablemente, una cultura musical y un disfrute de la música, de toda clase de música. Porque en casa se tocaban tanguitos…además a mi padre le daba mucho placer ejecutar la zamba “Siete de abril” (la recuerdo porque me gustaba muchísimo) y los valses de Waldteufel; porque todos los domingos se escuchaba por la radio la ópera transmitida desde el Colón. Y también por supuesto, desde temprano, por los estudios de mi hermana -que luego ingresó al conservatorio- y los conciertos que comencé a frecuentar desde pequeña los domingos por la mañana y recuerdo con mucho placer… “Pero me parece que la base es haber mamado la música, tener una casa donde sonaba el piano (y sonaba en función de instrumento musical) bien o mal tocado. Lo tocaba mi papá y también, un poco, uno de mis hermanos mayores aunque éste después abandonó; mi hermana y yo cantábamos. Papá leía e incluso recuerdo que escribía música (mi hermana seguramente conserva unas partituras escritas por él con una caligrafía musical extraordinaria). Él era uno de esos improvisadores que tocan de oreja. Había estudiado música por su cuenta y llegó a ser un buen lector. Fue autodidacta, ya que no asistió a ninguna escuela de música; comenzó comprándose algunos libros de solfeo y un instrumento... Desde muy joven, desde los quince años, trabajó como empleado y tuvo la familia a su cargo; pertenecía a una generación que carecía de medios económicos como para poder trabajar y estudiar al mismo tiempo. “A mi papá le gustaba mucho tocar con mi hermana, ella en el piano y él en con la mandolina. Mi hermana es cinco años mayor que yo, de modo que cuando yo tenía siete años, supongo que ella ya tocaba piezas en el piano. Hacíamos dúos y también cantábamos canciones irlandesas, sajonas, tradicionales... Luego con mi hermana, ya un poco mayores, nos juntábamos para cantar con alguna otra amiga; empezamos a investigar algún lied de Schubert… Fue un aprendizaje natural y doméstico. Poco tiempo después, mi hermana comenzó a tocar el armonio en la iglesia durante los casamientos y una de sus amigas, que tenía buena voz, cantaba el Ave María. (en esa época ella ya tocaba algo de Bach). El armonio era otro instrumento del cual yo me sentía muy cerca; generalmente me iba arriba, al coro, para escucharlo. Pero el canto, en realidad, estaba en el aire. En ese momento era el auge de la radio; escuchábamos muchos programas y teníamos nuestros cantantes predilectos, Corsini, Gardel o los conjuntos folklóricos que a mí no me atraían demasiado. “Me encantaba la orquesta de Fresedo y toda esa música popular que yo escuchaba en mi casa, aquellos valses… También me gustaban La Traviata, Rigoletto, las óperas y, sobre todo, el jazz. La música americana era lo que predominaba en el ambiente, no tanto a través de la radio sino del cine; entonces, claro, me atraían los cantantes, seguía a Fred Astaire y Ginger Rogers, las grandes comedias musicales… Luego de escuchar en el cine esas melodías, las cantaba como loca, incluso sola por ahí, trepada a un árbol. Recordaba los textos por fragmentos, tenía muchos trozos de las letras en la cabeza... Más tarde, ya en la pubertad, cuando estudiaba Artes Plásticas en la escuela de Bellas Artes, empezamos a registrar en cuadernos especiales las letras de nuestra canciones favoritas , sobre todo las de jazz. Entonces solía cantar con mis compañeras -teníamos un grupito, “Las Andrew Sisters”- y nos divertíamos muchísimo. Para practicar el repertorio recurríamos a nuestra libreta de canciones; pero eso era algo personal, nada que ver con la escuela. La guitarra la aprendí mucho después, cuando Leda me pasó algunos conocimientos. En aquella época no sentía la necesidad o me asustaba mucho un instrumento. “Ahora soy consciente del complejo mío de toda la vida: ¿Sé música o no sé música? ¡Ay, cómo me gustaría descifrar, leer! Eso lo dije y me lo dije siempre... Hasta que, no hace mucho tiempo, pensé que lo que realmente importaba es que yo tenía la cultura del oído, aquello que mamé y absorbí desde pequeña… También mi madre tenía una tremenda sensibilidad; a veces decía: “Me hace llorar esa música” o “¡Ay, cómo me gusta como canta Magaldi!”… Por cierto, no era una sorda y lamentaba mucho no haber estudiado música “En esa época yo sentía una gran admiración por todos los artistas, aunque no fueran muy famosos. Sin que llegara a ser cholulismo, si algún amigo que tocaba un instrumento venía de visita a casa era todo un acontecimiento. Creo que es importante saber leer y escribir música así como leer y escribir las letras del lenguaje hablado. Lo ideal sería que los chicos pudieran descifrar el lenguaje de la música además de desarrollar el oído; pero me parece fundamental aprender primero a oír, de lo contrario el solfeo resultará aburrido y las notas incomprensibles. Lo esencial es comprender que ese es un camino para entender mejor, para disfrutar más profundamente de la música, que puede llegar a ser tan maravilloso como cuando uno aprende a leer el idioma de uno, si se lo enseñan en el momento justo y en relación a la práctica. El otro día, venía subiendo en el ascensor con un montón de gente grande y un piojo chiquitito; estábamos hablando y, de pronto, el nene dice: “¡Mamá el cuatro, el cuatro!” ¡Estaba aprendiendo los números! Y eso me hizo recordar que a mí me pasó lo mismo porque estaba encantada de poder descifrar, entender…. Y ese deslumbramiento debe ser maravilloso si pasa con la música, ………… V: Tus palabras, María Elena, en realidad me confirman lo que yo había supuesto acerca de tu trayectoria o tu “novela” musical personal. Que tus maravillosas canciones no surgieron por generación espontánea; si salieron así es porque en cierto modo ya estaban adentro tuyo. Se puede apreciar de qué manera tu extraordinaria creatividad, tu inteligencia musical, se nutre y se desarrolla luego a partir del estímulo que ejerce tu entorno familiar. Lo que planta la música adentro de uno es el entorno, un entorno calificado. La música es portada por la familia, especialmente por los padres, y por eso tiene el valor emocional que todos conocemos. La música valoriza a la persona que nos la ofrece y, a la vez, la música se valoriza también desde la intensidad afectiva en el vínculo con quien la está acercando. M.E: Por supuesto, sería ideal que fuese la familia, pero cuando uno es chico nunca se sabe de dónde salió la chispa. Eso yo lo he experimentado también. En alguna parte he contado la emoción tremenda que sentía de pequeña cada vez que pasaba la música, la bandita del circo para anunciar la función o los bailes en el club con orquesta de jazz y tango. Entonces, ahí estaba yo en primera fila. Es verdad que a la música hay que disfrutarla en forma directa y no limitarse a lo envasado. Tal vez fue un guitarrero o el circo que pasó, o no sé qué… También en la escuela a mí me encantaba cantar en el coro; en el coro escolar gritábamos como pulmón perdido… Ahora, yo me pregunto: A esta altura del partido, a nuestros chicos, a nuestros jóvenes, ¿les queda sensibilidad para la música directa y natural?, ¿les queda sensibilidad para escuchar una guitarra española? El oído, ¿no está percudido por tanto amplificador? No es que yo esté en contra de los amplificadores ni de los aparatos sino porque me importa aquello de lo que estamos hablando, de ese contacto directo que es como la teta, lo físico, lo concreto. Lo que falta es, de repente, alguien que toque un instrumento en tu presencia; no allá a la distancia, en los estadios, en los discos. Todavía esto se vive en provincias, donde continúa la música en familia, el acordeón, la guitarra… Todavía existe; poco, pero existe. V: Lo que pasa es que en este mundo de hoy todo parece ser más complicado porque se dan muchas cosas al mismo tiempo. La música tiene muchos significados y se usa para calmar una cantidad de necesidades que no son ya los estrictamente musicales. Pero aún no se ha indagado suficientemente… …………….. Luego de centrarnos en María Elena Walsh, en su mundo sonoro interno, en las raíces de su música y de su canto, ¿qué hemos aprendido, qué nos queda de este diálogo? He aquí algunas apretadas conclusiones: La musicalidad de las personas es algo que se va construyendo lentamente, desde las vivencias sonoro-musicales tempranas entramadas en el afecto. Quienes ofrecen la música a los niños se constituyen en un factor clave en su proceso de musicalización. No siempre los profesores pueden responder adecuadamente a las expectativas del niño que, movido por su amor a la música, pide ingresar al conservatorio o acepta someterse a una enseñanza sistemática. Es de lamentar que lo institucionalizado represente a veces un factor crítico en el desarrollo de la vocación musical. Si en el campo de la salud se avanzara tan poco como en la pedagogía musical en materia de actualidad y calidad seriamos sin duda muchos menos en el planeta. A la mala pedagogía se sucumbe como en la guerra; y por cierto duele o importa mucho más cuando lo que buscábamos era algo verdaderamente amado o apreciado por nosotros. Cuántas personas reprochan a sus padres la falta de firmeza que tuvieron para exigirles, cuando eran niños, la permanencia bajo el yugo de la enseñanza opresora, por sentir, de adultos o de jóvenes, que igualmente hubiera valido la pena resistir. Lo que importa destacar es que la musicalidad se cultiva y las aptitudes se construyen, con placer o no, pero siempre artesanalmente. La música está cerca nuestro, ofreciendo sus flores y sus frutos a los cuatro vientos para que la tome y se sirva de ella aquel que la precise. Lo esencial es sembrar la música alrededor del niño y permitir que ésta lo acompañe durante sus primeros años. Saber que, así como en el caso de María Elena y a pesar de la frustración en el intento académico, la estimulación positiva es necesaria para que emerjan nuestros propios cantos, junto con los otros que hemos absorbido desde antes de nacer y podamos así producir nuestra música y nuestros juegos sonoros. Todo lo que María Elena “mamó”, como ella dice, es lo que luego surgió, metabolizado, en sus maravillosas y frescas canciones. Nada más que por el puro, el purísimo placer, de sentir y de hacer, de crear desde el sonido; del mismo modo que creamos y nos expresamos desde nuestros propios movimientos, desde nuestras líneas y colores, desde nuestras palabras... Violeta Hemsy de Gainza Buenos Aires, Octubre de 2011