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Ni son niños ni son fieras. Necesitan libertad, autonomía. Una ocupación. Sobreprotegerlos, tratarlos como enfermos o hacer como si no existieran no es la solución. No son invisibles. Están ahí. Y ni son niños ni son fieras. Son personas. Personas sordas. Por Cristina García Ruiz LA JAULA DE LA PENA Pie de foto: Dibujo de una persona enjaulada. Foto de archivo. libros digan; él no tiene ningún problema en vivir su día a día. Él no solo estudia Comunicación Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Él vive la Comunicación Audiovisual cada día, a cada instante. Él no solo se dedica a la magia — ese “virus”, como él la llama, que se instaló en su cuerpo desde el día de su Primera Comunión, cuando por primera vez vio la actuación de un mago —. Él vive la magia cada vez que actúa para discapacitados como él o para personas capaces de oír, personas oyentes. Pie de foto: Domingo Simón, alias Mago Sunday, en una entrevista para el programa de radio “Solos ante el peligro”. Foto de archivo. El libro que arropan sus manos es nuevo. De su portada, destaca en letras azules una palabra: Sócrates. Lo miro mientras habla con sus manos que, inquietas, acarician objetos invisibles y con sus ojos, eternamente expresivos y abiertos, buscadores del tesoro del conocimiento. Él, como aquel filósofo griego, también es un genio de la mayéutica. No solo muestra la luz de su experiencia interior con su voz, ligeramente afrancesada, sino también con sus manos, sus ojos, su cuerpo y su alma por entero. Su nombre es Domingo Pisón y padece una deficiencia auditiva profunda, adquirida y prelocutiva. Domingo es, en una palabra, sordo. El tipo de sordera que padece es, según la mayoría de manuales médicos, no funcional para la vida diaria. Pero Domingo no parece resignarse a comportarse como los “No me gusta decir ‘discapacitado’; yo no tengo falta de capacidad”, nos dice.”Tengo otras capacidades diferentes que otra persona que no es sorda”. No miente. Su actitud positiva, sus ganas de hacer, de comerse el mundo se contagian. Nos hace replantearnos si la figura invisible y desamparada que todos tenemos del “discapacitado típico” es verdaderamente real o solo un espejismo social. Dejar de ser invisibles: ¿imposible? Pruebe una cosa: váyase a un lugar público y mire a su alrededor con atención. Ahora siga leyendo y conteste: ¿cuántas de las personas que ha visto se mueven en silla de ruedas? Pongamos que ha visto a dos; de acuerdo, usted ha visto a dos minusválidos. Dos. Ahora vuelva a mirar y conteste de nuevo: ¿cuántas de las personas que ha visto son sordas? ¿Ninguna? ¿Todas? ¿No está seguro? Este sencillo juego nos indica un dato muy importante de la sordera: no es una afección física, sino sensorial, de los sentidos. No podemos verla a simple vista. Bien es cierto que, si nos fijamos bien, podemos observar que algunos sordos llevan audífonos y esto los “identifica” de alguna forma. Pero un audífono es mucho más discreto que una silla de ruedas, sin duda. Y no todos los sordos quieren o tienen por qué llevar audífonos. Esto acentúa la sensación de invisibilidad de la sordera. Por otro lado, en España, según el diario El Mundo, somos ya más de cuarenta y seis millones de personas desde enero del 2011. Según los datos más recientes sobre discapacidad del Instituto Nacional de Estadística (INE), existen casi dos millones de personas sordas en España. Aparentemente no son muchas en comparación con la población total, lo cual vuelve a subrayar la sensación de invisibilidad de la sordera. Y esta sensación se acentúa todavía más si cabe cuando descubrimos que existen diferentes tipos de sordera, lo que estratifica aún más la estadística. No obstante, vamos a tratar de hacerlo. Por un lado, existen los sordos hipoacúsicos. Tienen deficiencias auditivas relativamente leves. Su oído comienza a dejar de percibir los sonidos más leves poco a poco. El uso de prótesis para poder oír no es necesario, pero sí recomendable. Este tipo de sordera suele ser habitual en personas ancianas y en niños cuyos padres son hipoacúsicos o cuyos padres porten el gen que produce la hipoacusia (estos padres no tienen por qué padecerla). Es el caso de Inés, una niña con hipoacusia que explica en el programa “En lengua de signos” de RTVE2: “Es como que voy oyendo cada vez un poquito mal”. Ella pudo tratarse a tiempo porque su madre supo estar alerta. Pero son habituales las situaciones en que los hijos heredan la hipoacusia de sus padres sin que estos lo sepan. Dime qué oyes y te diré cómo eres El INE recoge la sordera en cuatro subtipos de deficiencias auditivas: mala audición, deficiencias de oído en general, sordera prelocutiva y sordera postlocutiva. No obstante, esta división no es totalmente correcta, porque las deficiencias auditivas son mucho más complejas y diversificadas. En realidad, es complicado establecer una división válida porque cada persona sorda es un auténtico mundo de silencio apartado del resto. Pie de foto: Fragmento del reportaje “El misterio de Julia” del programa “En lengua de signos” de RTVE2. Paloma Sora, la presentadora, interpreta en lengua de signos las palabras de Laura, hipoacúsica como ella, mientras unos subtítulos expresan la misma información de forma gráfica. Foto capturada de la página web Youtube. Por otro lado, existen los sordos profundos, como Domingo. Estos tienen una pérdida auditiva bastante grande, que les imposibilita oír totalmente incluso con ayuda de audífonos. Su lenguaje oral también está seriamente mermado (aunque puede ejercitarse con mucho esfuerzo), sobre todo si su sordera comienza antes de la adquisición del lenguaje (sordera prelocutiva). ¿Y por qué es esto?, se preguntará. ¿Qué tiene que ver la sordera con la forma de hablar de una persona? Primeramente, hemos de tener algo claro: los sordos no son necesariamente mudos, a no ser que tengan algún tipo de problema extra en su aparato fonador. Una persona sorda puede emitir sonidos, pero no vocalizar lo suficiente para emitir palabras si no practica afanosamente. Y esto es debido a que sabemos hablar porque podemos escuchar. Parece algo muy obvio, de acuerdo. Pero imagine que usted es un niño sordo. Tiene cuatro años y su madre insiste en que aprenda a hablar. Ve los labios de esta moverse, lentamente. Usted los imita, pero es difícil que el sonido que salga de su garganta sea el mismo que producen esos labios, dado que no ha podido oír ese sonido. Y, sobre todo, es realmente complicado que usted entienda la palabra, el concepto abstracto, que le están enseñando. Lo más probable es que para usted no exista esa palabra, ese concepto como tal. Para usted solo existirá un movimiento de labios y la cara triste de su madre porque su hijo aún es incapaz de decir “mamá”. Por tanto, la sordera prelocutiva es, a comparación con la postlocutiva (producida después de la adquisición del lenguaje) mucho más dura para la persona, dejando a un lado que esta sea sorda profunda o hipoacúsica. Esta persona tendrá más dificultades para conseguir hablar y para hacerse atender, así como problemas para comprender conceptos, especialmente si son abstractos. Dentro de la sordera prelocutiva, es importante saber si la sordera es hereditaria o adquirida, sobre todo porque una sordera hereditaria tiene más facilidad para detectarse si se manifiesta a edades tempranas. Por último y no menos importante, podemos clasificar a las personas sordas según la intensidad del sonido que puedan oír. Así, por ejemplo, según la tabla número uno, una persona con pérdida ligera de audición no podría oír una conversación suave, una respiración tranquila y los sonidos de una biblioteca, mientras que una persona con pérdida de audición media con su nivel de audición no podría, además de todo lo anterior, oír los ruidos de una aglomeración. La libertad es el trabajo Jesús Recuenco pasea por los campos manchegos de su tierra natal mientras piensa para sí mismo. A él no parecen gustarle las aglomeraciones. Es un hombre introvertido que disfruta del silencio, de su propio silencio... cuando lo encuentra, claro. Jesús padece también sordera; sordera súbita, más concretamente. Ya desde los dieciséis años tenía falta de audición (perdió cerca del 60%) en uno de sus oídos. Ahora tiene cuarenta y nueve años y, desde hace diez, arrastra una pérdida de audición en el otro oído de un 80% a causa de un trombo, una infección que, según los médicos, no parece tener solución. “Lo más complicado no es no oír sino la cantidad de ruidos que padece; a veces, le resultan insoportables”, nos cuenta su hija, Villar. Nivel de intensidad del sonido (en decibelios) 200 dB 180 dB 130 dB 120 dB 110 dB 90 dB 80 dB 70 dB 60 dB 40dB 20dB 10 dB Fuentes del sonido según intensidad Bomba atómica Explosión de volcán Avión despegando Motor de avión en marcha Concierto Tráfico en la ciudad Tren Aspiradora Aglomeración de gente Conversación suave Biblioteca Respiración tranquila Pérdidas de audición según nivel de intensidad del sonido Ausencia de audición Pérdida profunda Pérdida severa Pérdida media Pérdida ligera Audición normal Pie de foto: Elaboración propia. Tabla número uno. Fuente: “Fundamentos psicopedagógicos de la atención a la diversidad”, Gómez Montes, J., Arrayo García, P. y Serrano García, C. Por eso, hay veces que a Jesús le resulta complicado disfrutar del silencio. Y, también, de algo con lo que disfrutaba antes mucho y que añora ahora en sobremanera: su trabajo. Se dedicaba a la construcción, pero ahora está en paro, como tanto españoles. Siente que su discapacidad solo empeora las cosas para volver a trabajar. Y el audífono no le ayuda mucho: “Tuvo que dejar de usarlo porque le daba mucha infección y dolor”, añade de nuevo su hija. Comunicarse con Jesús es complicado. Para mantener una conversación con él hay que gritar. Y mucho. Él no lee los labios ni habla mediante el lenguaje de signos. Su hija suele hacer de “intérprete”, pero es frustrante para él. “Él no es de exteriorizar problemas, pero sé que está pasando por una temporada difícil. Su trabajo era un apoyo, una evasiva; ahora no le queda ni eso”, termina Villar con un suspiro. Tanto Villar como Jesús parecen tener la sensación de que si Jesús volviera de nuevo a trabajar, cambiarían las cosas. Quizá no en el mismo trabajo, quizá en otro distinto, el caso es que el trabajo haría que Jesús volviera a sentirse libre, autónomo, útil. De nuevo. Como antes. Pero no es fácil, especialmente porque a Jesús no le han enseñado a desenvolverse con sus nuevas “capacidades”. Y es que trabajo y educación van ligados de la mano. Pie de foto: Jesús Recuenco, junto a su hija Villar. Foto de álbum familiar. Enséñame tus armas Una buena educación adaptada a las necesidades de una persona sorda le haría encontrar un trabajo adecuado a estas. Porque a los sordos potencial y ganas de trabajar no les faltan, como vemos. Pero no tiene lógica ubicar a un sordo en un trabajo como tele-operador, por ejemplo. Hay que ser consecuente. O más que ser consecuente, hay que evitar ser ignorante. Acercar a las personas sordas e incluirlas en la sociedad comienza por conocerlas. A ellas y a las capacidades que tienen. Y esto es fundamental desde un punto de vista empresarial. Diversas y numerosas leyes respaldan el acercamiento entre la sociedad empresarial y los discapacitados. Una de las más importantes es el Título VII de la Ley de Integración de Minusválidos, que exige la no discriminación, la igualdad de oportunidades y la integración de los discapacitados en general. Asimismo, el Estado en España ha establecido una serie de subvenciones para las empresas que contraten a discapacitados. Además, las empresas públicas o privadas que incluyan una plantilla de más de cincuenta trabajadores fijos están obligadas por ley a contratar un número de trabajadores discapacitados no inferior al 2% de la plantilla de la empresa. También es importante el Plan Nacional de Acción para el Empleo (1999), pues en él ya se empieza a hablar de equipos adaptados a personas con discapacidad y de los intermediarios entre empresarios y trabajadores discapacitados. Todo eso suena muy bien. Pero la realidad es otra. Para empezar, no existe un derecho legislativo específico para la sordera. Y, como hemos visto, es una de las discapacidades más invisibles respecto al resto de discapacidades y, por tanto, más abandonadas, sobre todo en el aspecto laboral. Además, es importante recalcar que la adaptación de una empresa para un discapacitado varía mucho en función de la discapacidad. No es lo mismo adaptar una oficina para una persona con problemas motrices que para una persona con problemas sensoriales. “¿Qué me saldrá más a cuenta? ¿Edificar una rampita de entrada y ensanchar las puertas de mi empresa para un minusválido? ¿O tener a mi cargo a una persona a la que tendré que gritar para comunicarme porque no me oirá, que hará que me frustre porque insistirá en que le repita todo diez veces, que me resultará incomprensible?”. Lamentablemente, esta es la opinión de algunos empresarios. Y es que las barreras arquitectónicas suelen ser más fáciles de superar que las comunicativas. Esos empresarios están sumidos en “el desconocimiento y el miedo ante las deficiencias auditivas”, como dicen Herminia Torreblanca y Francisca Albert en su artículo “Integración socio-laboral de personas con deficiencia auditiva”. Ambas forman parte del Departamento de Empleo de la Asociación de Padres y Amigos de Niños y Adolescentes Hipoacúsicos (APANAH), el cual ha luchado por la integración laboral de las personas sordas con el proyecto DINAMI que ellas recogen en su artículo. Pie de foto: Tabla número dos. Fuente: “Integración socio-laboral de personas con deficiencia auditiva”. Torreblanca Capdevila, H. y Albert Cantó, M. “La inserción en el trabajo de personas con discapacidad auditiva es difícil, pero posible”, escriben en él. De entre la marabunta de datos recogidos en el pequeño experimento de estas mujeres, llama especialmente la atención una cosa, en la que, además, inciden: de los 360 empresarios con los que contactan los discapacitados de su asociación, solo conciertan una entrevista 136 para un posible futuro trabajo. Eso no llega al 40%. Y esto nos indica algo fundamental: muchos empresarios no saben cómo comportarse ni cómo comunicarse ante una persona sorda. “¿Cómo dice?” Nosotros ya sabemos algo que muchos empresarios y muchas personas en general no saben: no todos los sordos son mudos. Y eso significa que no todos usan necesariamente el lenguaje de signos o señas para comunicarse. Ya es un punto a nuestro favor. Muchos sordos todavía conservan algo de audición para entender nuestras palabras e incluso hay algunos que se apoyan en la lectura de labios para “escucharnos” visualmente. No obstante, hay personas sordas que se sienten más cómodas usando el lenguaje de signos para intercambiar ideas o pensamientos porque es un lenguaje mucho más ágil y sencillo para ellos. Y, dado su facilidad, nosotros también podemos intentar aprender este lenguaje igual que aprendemos otros idiomas, como el inglés o el francés, dado que cualquier lengua es enriquecedora y acorta distancias. Pero el lenguaje de signos también tiene sus desventajas. Por ejemplo, no existe un lenguaje de signos universal, sino muchas lenguas de signos diferentes, tal y como ocurre con las lenguas orales. Sí es cierto que existe el Sistema de Señas Internacional (SSI), pero no se considera como lengua, sino como una serie de señas muy básicas para situaciones comunicativas bastante limitadas. En España, se usan la Lengua de Signos Española (LSE), que es la mayoritaria, así como la lengua de signos catalana, andaluza, canaria, valencia, gallega y vasca. Todas ellas están reconocidas como lenguas; la española, más concretamente, desde el 2008. Otra desventaja añadida a la lengua de signos es que no puede ser escrita; está hecha para ser “interpretada” por la persona. También resulta complicada su extrapolación a algunos ámbitos, como la televisión, porque la imagen del intérprete se arrincona en una esquina, empequeñeciéndose, y dificultando la lectura de esta. Pie de foto: un niño aprende lengua de signos en Anantapur (India). Los gestos que le sirven para expresar lo que quiere en su país (“pato”) no coincidirán con los gestos de otro niño que use la lengua de signos en España y, por tanto, no podrán comunicarse entre ellos. Foto de archivo. La jaula de la pena: conclusiones Tantas dificultades en la vida de estas personas nos pueden llevar fácilmente a minusvalorar a los sordos. Esto es, como hemos visto, un grave error. Sentir lástima y sobreproteger a este colectivo solo nos llevará a excluirlo aún más, aunque sea tras barrotes de algodón. Las personas sordas pueden y quieren trabajar. No tienen el empleo asegurado totalmente por su afección, pero eso no quiere decir que vayan a renunciar a la oportunidad de conseguirlo. Trabajar puede ser la mejor terapia para ellos. Hacer algo útil nos ayuda a sentirnos realizados a todos, oyentes y sordos, y ellos no son una excepción. Bien es cierto que falta integración y concienciación en esta sociedad, especialmente en el ámbito laboral. Pero no es cuestión de rendirse, sino de luchar. No por ellos, sino con ellos. Es muy diferente. No podemos dejar llevarnos por la falacia de que los discapacitados son personas con falta de capacidad. Como dice Domingo: “nosotros tenemos otra serie de capacidades diferentes, pero no somos discapacitados”. Sabias palabras de un mago filósofo. Aún recuerdo el final de nuestro encuentro en el Campus de Vicálvaro de su universidad. Al ver él a un muchacho con discapacidad reducida charlando con unos amigos al pasar frente a nosotros, me acuerdo que dijo: “eso, eso es la integración, lo que a mí me da la felicidad; ahora solo hace falta llevarlo al ámbito laboral”. Domingo tiene razón. No basta con liberar a los discapacitados de la jaula de la pena. Hay que enseñarles a volar libres, fuera del nido. Pero nosotros solo podemos enseñarles, darles las herramientas necesarias. Son ellos los que tienen que aprender y conseguirlo por su cuenta para ser verdaderamente autónomos. Pie de foto: Campus de la Universidad Rey Juan Carlos. Foto de archivo. la lectura de labios para “escucharnos” visualmente. No obstante, hay personas sordas que se sienten más cómodas usando el lenguaje de signos para intercambiar ideas o pensamientos porque es un lenguaje mucho más ágil y sencillo para ellos. Y, dado su facilidad, nosotros también podemos intentar aprender este lenguaje igual que aprendemos otros idiomas, como el inglés o el francés, dado que cualquier lengua es enriquecedora y acorta distancias. Pero el lenguaje de signos también tiene sus desventajas. Por ejemplo, no existe un lenguaje de signos universal, sino muchas lenguas de signos diferentes, tal y como ocurre con las lenguas orales. Sí es cierto que existe el Sistema de Señas Internacional (SSI), pero no se considera como lengua, sino como una serie de señas muy básicas para situaciones comunicativas bastante limitadas. En España, se usan la Lengua de Signos Española (LSE), que es la mayoritaria, así como la lengua de signos catalana, andaluza, canaria, valencia, gallega y vasca. Todas ellas están reconocidas como lenguas; la española, más concretamente, desde el 2008. Otra desventaja añadida a la lengua de signos es que no puede ser escrita; está hecha para ser “interpretada” por la persona. También resulta complicada su extrapolación a algunos ámbitos, como la televisión, porque la imagen del intérprete se arrincona en una esquina, empequeñeciéndose, y dificultando la lectura de esta. La jaula de la pena Tantas dificultades en la vida de estas personas nos pueden llevar fácilmente a minusvalorar a los sordos. Esto es, como hemos visto, un grave error. Sentir lástima y sobreproteger a este colectivo solo nos llevará a excluirlo aún más, aunque sea tras barrotes de algodón. Las personas sordas pueden y quieren trabajar. No tienen el empleo asegurado totalmente por su afección ni mucho menos, pero eso no quiere decir que vayan a renunciar a la oportunidad de conseguirlo. Trabajar puede ser la mejor terapia, la mejor cura para ellos. Hacer algo útil nos ayuda a sentirnos realizados a todos, oyentes o sordos, y ellos no son una excepción. Bien es cierto que falta integración y concienciación en esta sociedad, especialmente en el ámbito laboral. Pero no es cuestión de rendirse, sino de luchar. No por ellos, sino con ellos. Es muy diferente. No podemos dejar llevarnos por la falacia de que los discapacitados son personas con falta de capacidad. Como dice Domingo: “nosotros tenemos otra serie de capacidades diferentes, pero no somos discapacitados”. Sabias palabras de un mago filósofo. Aún recuerdo el final de nuestro encuentro en el Campus de Vicálvaro de su universidad. Al ver a un muchacho con discapacidad reducida charlando con unos amigos al pasar frente a nosotros, me acuerdo que dijo: “eso, eso es la integración, lo que a mí me da la felicidad; ahora solo hace falta llevarlo al ámbito laboral”. Domingo tiene razón. No basta con liberar a los discapacitados de la jaula de la pena. Hay que enseñarles a volar libres, fuera del nido. Pero nosotros solo podemos enseñarles. Tienen que aprender y conseguirlo por ellos mismos. Una buena educación adaptada a las necesidades de una persona sorda le haría encontrar un trabajo adecuado a estas. Porque a los sordos potencial y ganas de trabajar no les faltan, como vemos. Pero no tiene lógica ubicar a un sordo en un trabajo como teleoperador, por ejemplo. Hay que ser consecuente. O más que ser consecuente, hay que evitar ser ignorante. Acercar a las personas sordas e incluirlas en la sociedad comienza por conocerlas. A ellas y a las capacidades que tienen. Y esto es fundamental desde un punto de vista empresarial. Diversas y numerosas leyes respaldan el acercamiento entre la sociedad empresarial y los discapacitados. Una de las más importantes es el Título VII de la Ley de Integración de Minusválidos, que exige la no discriminación, la igualdad de oportunidades y la integración de los discapacitados en general. Asimismo, el Estado en España ha establecido una serie de subvenciones para las empresas que contraten a discapacitados. Además, las empresas públicas o privadas que incluyan una plantilla de más de cincuenta trabajadores fijos están obligadas por ley a contratar un número de trabajadores discapacitados no inferior al 2% de la plantilla de la empresa. También es importante el Plan Nacional de Acción para el Empleo (1999), pues en él ya se empieza a hablar de equipos adaptados a personas con discapacidad y de los intermediarios entre empresarios y trabajadores discapacitados. Todo suena muy bien. Pero la realidad es otra. Para empezar, no existe un derecho legislativo específico para la sordera. Y, como hemos visto, es una de las discapacidades más invisibles respecto al resto de discapacidades y, por tanto, más abandonadas, sobre todo en el aspecto laboral. Además, es importante recalcar que la adaptación de una empresa para un discapacitado varía mucho en función de la discapacidad. No es lo mismo adaptar una oficina para una persona con problemas motrices que para una persona con problemas sensoriales. “¿Qué me saldrá más a cuenta? ¿Edificar una rampita de entrada y ensanchar las puertas de mi empresa para un minusválido? ¿O tener a mi cargo a una persona a la que tendré que gritar para comunicarme porque no me oirá, que hará que me frustre porque insistirá en que le repita todo diez veces, que me resultará incomprensible?”. Lamentablemente, esta es la opinión de algunos empresarios. Y es que las barreras arquitectónicas suelen ser más fáciles de superar que las comunicativas. Esos empresarios están sumidos en “el desconocimiento y el miedo ante las deficiencias auditivas”, como dicen Herminia Torreblanca y Francisca Albert en su artículo “Integración socio-laboral de personas con deficiencia auditiva”. Ambas forman parte del Departamento de Empleo de la Asociación de Padres y Amigos de Niños y Adolescentes Hipoacúsicos (APANAH), el cual ha luchado por la integración laboral de las personas sordas con el proyecto DINAMI que ellas recogen en su artículo. “La inserción laboral de personas con discapacidad auditiva es difícil, pero posible”, escriben en él. Fuente: “Integración socio-laboral de personas con deficiencia auditiva”, Albert Cantó, F. y Torreblanca Capdevila, H. De entre la marabunta de datos recogidos en el pequeño experimento de estas mujeres, llama especialmente la atención una cosa, en la que, además, inciden: de los 360 empresarios con los que contactan los discapacitados de su asociación, solo conciertan una entrevista 136. Eso no llega al 40%. Y esto nos indica algo fundamental: muchos empresarios no saben cómo comportarse ni cómo comunicarse ante una persona sorda. ¿Qué de qué? Nosotros ya sabemos algo que muchos empresarios y muchas personas en general no saben: no todos los sordos son mudos. Y eso significa que no todos usan necesariamente el lenguaje de signos o señas para comunicarse. Ya es un punto a nuestro favor. Muchos sordos todavía conservan algo de audición para entender nuestras palabras e incluso hay algunos que se apoyan en la lectura de labios para “escucharnos” visualmente. No obstante, hay personas sordas que se sienten más cómodas usando el lenguaje de signos para intercambiar ideas o pensamientos porque es un lenguaje mucho más ágil y sencillo para ellos. Y, dado su facilidad, nosotros también podemos intentar aprender este lenguaje igual que aprendemos otros idiomas, como el inglés o el francés, dado que cualquier lengua es enriquecedora y acorta distancias. Pero el lenguaje de signos también tiene sus desventajas. Por ejemplo, no existe un lenguaje de signos universal, sino muchas lenguas de signos diferentes, tal y como ocurre con las lenguas orales. Sí es cierto que existe el Sistema de Señas Internacional (SSI), pero no se considera como lengua, sino como una serie de señas muy básicas para situaciones comunicativas bastante limitadas. En España, se usan la Lengua de Signos Española (LSE), que es la mayoritaria, así como la lengua de signos catalana, andaluza, canaria, valencia, gallega y vasca. Todas ellas están reconocidas como lenguas; la española, más concretamente, desde el 2008. Otra desventaja añadida a la lengua de signos es que no puede ser escrita; está hecha para ser “interpretada” por la persona. También resulta complicada su extrapolación a algunos ámbitos, como la televisión, porque la imagen del intérprete se arrincona en una esquina, empequeñeciéndose, y dificultando la lectura de esta. La jaula de la pena Tantas dificultades en la vida de estas personas nos pueden llevar fácilmente a minusvalorar a los sordos. Esto es, como hemos visto, un grave error. Sentir lástima y sobreproteger a este colectivo solo nos llevará a excluirlo aún más, aunque sea tras barrotes de algodón. Las personas sordas pueden y quieren trabajar. No tienen el empleo asegurado totalmente por su afección ni mucho menos, pero eso no quiere decir que vayan a renunciar a la oportunidad de conseguirlo. Trabajar puede ser la mejor terapia, la mejor cura para ellos. Hacer algo útil nos ayuda a sentirnos realizados a todos, oyentes o sordos, y ellos no son una excepción. Bien es cierto que falta integración y concienciación en esta sociedad, especialmente en el ámbito laboral. Pero no es cuestión de rendirse, sino de luchar. No por ellos, sino con ellos. Es muy diferente. No podemos dejar llevarnos por la falacia de que los discapacitados son personas con falta de capacidad. Como dice Domingo: “nosotros tenemos otra serie de capacidades diferentes, pero no somos discapacitados”. Sabias palabras de un mago filósofo. Aún recuerdo el final de nuestro encuentro en el Campus de Vicálvaro de su universidad. Al ver a un muchacho con discapacidad reducida charlando con unos amigos al pasar frente a nosotros, me acuerdo que dijo: “eso, eso es la integración, lo que a mí me da la felicidad; ahora solo hace falta llevarlo al ámbito laboral”. Domingo tiene razón. No basta con liberar a los discapacitados de la jaula de la pena. Hay que enseñarles a volar libres, fuera del nido. Pero nosotros solo podemos enseñarles. Tienen que aprender y conseguirlo por ellos mismos. Estos tienen una pérdida auditiva bastante grande, que les imposibilita oír totalmente incluso con ayuda de audífonos. Su lenguaje oral también está seriamente mermado, porque para saber hablar primero necesitamos escuchar y el no escuchar bien dificulta nuestra pronunciación afanosamente. Es por ello que se habla de los sordomudos. Hemos de tener algo claro: los sordos no son mudos, a no ser que también tengan algún tipo de problema en su aparato fonador. Ellos pueden emitir sonidos, pero no pueden hablar porque no oyen las palabras. Su aparato fonador puede encontrarse perfectamente, pero su dificultad para ser entrenado es más costosa que la de un niño oyente. Para comprender la sordera, es necesario primero describir la estructura del oído. Prometo que no les aburriré mucho. Esto se estudia en cualquier colegio, así que seré breve. El oído comprende tres zonas: oído externo, medio e interno. El externo es lo que popularmente se conoce como la oreja, el inicio de nuestro oído y el tímpano, gracias al cual podemos percibir sonidos. El medio posee una cadena de huesecillos y unos cuantos músculos. Con esos huesecillos se transmiten las vibraciones de un sonido y van pasándose unos a otros ese movimiento como los niños se pasan una pelota. También existen en esta parte el tensor del tímpano, que es la “válvula de seguridad” del tímpano: en caso de producirse un sonido muy elevado, se encargaría de proteger el tímpano para que no se dañara. Y por fin (y ya termino la explicación, lo prometo) tenemos el oído interno, donde está el caracol y el aparato vestibular, que se encarga de que no perdamos el equilibrio. Lo más importante del caracol es que posee el órgano de Corti, unas células gracias a las cuales podemos registrar los sonidos. Hablando desde una perspectiva educativa, las personas con discapacidad se suelen clasificar en hipoacúsicos o sordos profundos. De los sordos profundos ya sabemos algo; hemos conocido a Domingo. Estos tienen una pérdida auditiva bastante grande, que les imposibilita oír totalmente incluso con ayuda de audífonos. Su lenguaje oral también está seriamente mermado, porque para saber hablar primero necesitamos escuchar y el no escuchar bien dificulta nuestra pronunciación afanosamente. Es por ello que se habla de los sordomudos. Hemos de tener algo claro: los sordos no son mudos, a no ser que también tengan algún tipo de problema en su aparato fonador. Ellos pueden emitir sonidos, pero no pueden hablar porque no oyen las palabras. Su aparato fonador puede encontrarse perfectamente, pero su dificultad para ser entrenado es más costosa que la de un niño oyente. Los hipoacúsicos tienen deficiencias auditivas menos graves. El uso de prótesis para poder oír no es necesario, pero sí recomendable y tienen mayor facilidad para adquirir el lenguaje oral al poder oír mejor. Asimismo, la sordera va a depender de la causa por la que haya producido. Podemos hablar entonces de sorderas hereditarias o adquiridas. Las hereditarias pueden ser recesivas, en caso de que la persona porte el “gen de la sordera”, o dominantes, cuando además de portar dicho gen esa persona sufre sordera. En cuanto a las adquiridas, estas pueden producirse antes, durante o después del parto. También influye el momento de aparición de la sordera: antes, durante o después de adquirir el lenguaje oral. La razón ya la hemos explicado con anterioridad. Además, atendiendo a la intensidad, podemos establecer el umbral de audición de la persona sorda: ¿hasta qué punto puede percibir los sonidos? *añadir tabla umbral dolor* La mala audición y las deficiencias del oído generales no nos resultan muy desconocidas. La mala audición es común a medida que envejecemos, dado que nuestros oídos envejecen con nosotros. Por ejemplo, igual que nuestros ojos desarrollan presbicia (disminución de enfoque de nuestro ojo), nuestros oídos pueden desarrollan presbiacusia: dificultad para oír altas frecuencias de un sonido. Las deficiencias del oído es un concepto mucho más amplio y ambiguo que la mala audición de nuestro oído. Incluso un simple tapón de cera puede causarnos una deficiencia auditiva temporal, pero nadie consideraría que estuviéramos “discapacitados”, aunque fuera temporalmente. También la mala audición podría considerarse una deficiencia del oído, ya sea del yunque, del martillo, etc. http://www.ine.es/jaxi/tabla.do?type=pcaxis&path=/t15/p418/a2008/hogares/p01/modul o1/l0/&file=01010.px