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LA GESTIÓN 'RACIONAL' DE LA ALIMENTACIÓN CONTEMPORÁNEA Paloma Herrera Racionero (paherra@esp.upv.es) Universidad Politécnica de Valencia Introducción Hasta prácticamente mediados del siglo XX, buena parte de la población española tenía una experiencia directa con la agricultura. Se vivía y trabajaba en el campo, se comía lo que se cultivaba, y se daba una estrecha relación entre momentos –estaciones- y lugares, que determinaban la disponibilidad de los productos. La “calendarización” de los alimentos (M. Montanari, 2006) era parte integrante de la vida familiar y social. La experiencia directa de las secuencias naturales de cultivo se reflejaba en un tiempo cíclico y heterogéneo1: la Navidad no era la Pascua, el verano no era invierno; cada momento y cada lugar tenían sus propios productos y sus comidas apropiadas. Los momentos estaban vinculados a los lugares, el ‘cuándo’ estaba vinculado al ‘dónde’, y ambos venían identificados por acontecimientos naturales habitualmente regulares (A. Giddens, 1999). La actividad agropecuaria constituía la riqueza básica de las comunidades, en las cuales las familias campesinas eran a un tiempo productoras y consumidoras de sus alimentos, preparados y consumidos en el hogar o en el entornoespacial y temporal- inmediato. Es fácil comprobar que en la actualidad esta situación es muy poco corriente; una gran mayoría de los españoles puede acceder a casi todo tipo de alimento, incluso a aquéllos considerados ‘de lujo’ tan sólo hace unas décadas, con mayor facilidad y frecuencia. Las nuevas tecnologías han elevado vertiginosamente la producción agrícola y ganadera; las nuevas técnicas de conservación de alimentos (principalmente refrigeración, congelación y esterilización por calor) permiten a la industria mantener una oferta constante de productos con independencia de su estacionalidad natural, una industria que además proporciona toda una gama de alimentos-servicio (congelados, precocinados, ‘listos para servir’) y de tecnologías que ahorran tiempo y dinero; los desarrollos en las redes de transporte y distribución consiguen que casi cualquier tipo de 1 Lo cual no impedía concebir también un tiempo lineal en las tareas ordinarias, por ejemplo, preparando ingredientes y esperando que la comida se cocine. No obstante, también este tiempo susceptible de una medida lineal abstracta (el tiempo del reloj) estaba impregnado por cualidades simbólicas y materiales que son propiedad de los objetos o acontecimientos: cada comida, cada plato, e incluso cada tipo o estado de materia prima “lleva su tiempo”, lleva incorporado un tiempo que es suyo: el tiempo que exige su preparación, su degustación, o su ocasión. 1 producto llegue en casi cualquier momento a casi cualquier lugar… La accesibilidad, la variedad alimentaria y la facilidad y comodidad en la cocina se deben, en buena medida, a la tecnología e industria alimentaria. Todo ello suele presentarse como la emancipación del comensal actual de restricciones y coacciones seculares (económicas, espaciales, temporales). Pero posiblemente, y este será el objeto de este artículo, tal liberación esconda la sujeción a un nuevo tipo de dependencias que, no por ser menos explícitas, dejan de ser igualmente coactivas. Metodología Los modos en que los sujetos del comer (los comensales) perciben y reconstruyen los significados de esta actividad son precisamente el eje de este trabajo, por lo que nuestro análisis se centrará precisamente en sus propios discursos2. Una primera incursión en nuestro tema nos puso de manifiesto la dificultad existente en verbalizar algo tan cercano y cotidiano como es la alimentación. Daba la impresión de que el carácter problemático que tantas veces es presentado como característico de la alimentación contemporánea no existía: la alimentación para los comensales es un hecho obvio, irreflexivo, con escaso interés para hacer de él tema de conversación. Nos encontramos, por ejemplo, con que a una primera pregunta -utilizada como medio de introducir el tema- sobre "¿qué es para ti la comida?", las respuestas eran breves, muy genéricas y, a menudo, precedidas por un “¿cómo?”, un “pueesss” o directamente un “no sé”… La siguiente respuesta de Felipe reflejaría esa primera sensación compartida por muchos de nuestros informantes ante la presentación del tema3: Puff... Bueno, eso es ya... eso es mucha filosofía. Comida, punto. Me gusta comer pero, vamos, no tengo ningún pensamiento profundo sobre ello4. 2 El cuerpo principal de ese material empírico utilizado en nuestro procede del proyecto de investigación “Cambio en el consumo alimentario en España: factores sociales que intervienen en la transformación de los comportamientos alimentarios” financiado por el plan de I+D+I del Principado de Asturias y dirigido por Cecilia Díaz Méndez (Universidad de Oviedo), en el que la autora de este trabajo participó desde su gestación. Los nombres que aparecen junto a los extractos son transcripciones ficticias de los nombres originales de las y los entrevistados de los que se da un breve perfil en el anexo. 3 Los nombres que aparecen junto a los extractos son transcripciones ficticias de los nombres originales de las y los entrevistados, de los que se da un breve perfil en nota a pie de página. El lector observará la escasa representación de hombres, una escasez que refleja los datos aportados por el Mº de Trabajo y Asuntos Sociales que cifran en cerca de un 70% el porcentaje de hombres que no asume ninguna responsabilidad en las tareas domésticas (Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo, 2006). 4 35 años. Director sucursal bancaria, recién emancipado. 2 Desde el comienzo de nuestra investigación, se hizo patente la dificultad de hacer de la comida tema de reflexión y debate, más bien se intuía que se manejaran una serie de lugares comunes y respuestas estereotipadas. Este estatus de evidencia incuestionable que parecía tener la alimentación nos condicionó la selección tanto de los y las entrevistados como de las integrantes de nuestros grupos de discusión. Se imponía, pues, introducir factores de disonancia que motivaran la verbalización de aquellos aspectos que, de otro modo, hubieran permanecido como meras obviedades y presupuestos que apenas afloraban a la conciencia de los participantes de nuestro estudio. De este modo, la elección de entrevistados y entrevistadas se ha realizado en función de que concurrieran en ellos ciertas situaciones que alteraran su cotidianidad y exigieran así un replanteamiento. Comenzar a -o dejar de- trabajar, tener un hijo, independizarse de la familia de origen para vivir solo o sola, casarse o enviudar… son nuevas situaciones que, previsiblemente, han podido modificar en algún sentido los hábitos alimentarios o, por lo menos, hacerlos más conscientes. Por otro lado, a la homogeneidad habitual requerida para la formación de los grupos de discusión, se añadieron ciertas variaciones que estimularan pequeñas discrepancias –que no posiciones opuestas- y, por tanto, el afloramiento de aquellos aspectos que nos interesaba conocer. Por esta razón, las integrantes de cada grupo (8-10 participantes) se seleccionaron de modo que tuvieran en común el ser mujeres responsables de la alimentación en el hogar, similares condiciones culturales y/o laborales y de edad (tres grupos estaban formados por mujeres entre 25 y 40 años, y otros tres por mujeres de 45 a 60 años). Pero, junto a ello, esta homogeneidad se alteró con la presencia simultánea en cada grupo de distintas situaciones familiares (familias con y sin hijos) y laborales (con trabajo remunerado y doméstico). Ahora bien, con las entrevistas y los grupos no estamos analizando a todos los comensales, ni siquiera a los más representativos de entre ellos. Esta metodología no busca una representatividad estadística (que a partir de una muestra, extraída de una población mediante un procedimiento determinado, permita inferir ciertos rasgos generalizables al conjunto de esa población) sino una representatividad a partir “de la suposición de común inconsciente colectivo generada en la matriz del estrato social” (J. Callejo, 2001: 113). De este modo, con las entrevistas no se pretende analizar un yo individual o psicológico sino un yo que actúa y reconstruye el sistema de representaciones sociales en sus prácticas individuales (L.E. Alonso, 1994: 226). Con los grupos, se aspira a generar unos discursos -serán las 3 propias mujeres las que, sin intervención de la moderadora, los irán elaborando- en los que la conversación y la discusión hagan aflorar las representaciones ideológicas, creencias, deseos, resistencias, temores, anhelos... de modo que se puedan observar las formas en que los miembros de una colectividad interpretan, orientan y categorizan los atributos y prácticas que integran el universo del comer. Hemos dado al material utilizado (fragmentos de discursos esencialmente) un papel relevante en la investigación, procediendo a un análisis pormenorizado del mismo que conjugue una doble perspectiva: de un lado, su misma capacidad expresiva, toda la riqueza que encierra la aparente trivialidad de la cháchara de un ama de casa o de un diálogo poco imaginativo; de otro, la capacidad que aporta nuestro marco conceptual para hacer decir a ese material lo que en él se está presuponiendo, lo que él no dice explícitamente pero sin lo cual no podría decir lo que se está diciendo. Ciertamente, el marco conceptual que hemos adoptado y la estructuración de nuestro propio discurso han determinado la selección de unos fragmentos u otros de las entrevistas o las discusiones de los grupos, así como su ubicación en un contexto de problemas o en otro. Pero no es menos cierto que, con no poca frecuencia, la lectura reposada del ingente material analizado ha provocado, a su vez, ciertos replanteamientos, reformulaciones o importantes matizaciones de nuestras hipótesis iniciales. Ha sido precisamente esa recursividad, ese ir y venir de los conceptos y las hipótesis a las expresiones literales de nuestros entrevistados, y viceversa, la que permitido, tras sorpresas y dudas, construir esta investigación como una totalidad. Pero este diálogo entre el material empírico, por una parte, y el aparato conceptual y los objetivos del estudio, por otra, sólo se apreciará aquí en su momento final. Dependencias veladas Como hemos esbozado al comienzo, en los últimos cincuenta años la alimentación española ha sufrido una transformación radical en un proceso en el que su industrialización, junto con el desarrollo de la distribución y la comercialización, ha jugado y juega un destacado papel, siendo a la vez causa y consecuencia de los cambios en los comportamientos alimentarios (J. Sanz, 1997, J. Contreras, 2002). Estos procesos no sólo acentúan, o incluso hacen posibles, muchas de estas alteraciones, sino también generan nuevos criterios de consumo. Con frecuencia, ya no orientan éste tanto hacia 4 los alimentos mismos como hacia las marcas, sus componentes químicos, o cualesquiera de los aspectos que de ellos destaque en cada momento la publicidad de los mismos. Efectivamente, más del 85% de los alimentos que comemos han sido sometidos a algún tipo de elaboración industrial que hacen de ellos verdaderos Objetos Comestibles No Identificados -OCNI- (C. Fischler, 1995), sin ninguna relación con un lugar o con un tiempo concretos, sin relación con su procedencia más directa. El alimento, descontextualizado de todo lugar y tiempo (J. Sanz Cañada, 2002; M. Fonte, 2002), se convierte así en un objeto sin historia conocida y el comensal se siente incapacitado para identificar y clasificar los productos de la industria alimentaria (P. Ariès, 1997). Ésta es una situación ciertamente nueva desde hace tan sólo unos pocos años: “Yo no soy muy mayor pero me acuerdo de cuando las fresas venían de Aranjuez realmente y se comían en una época. Y cómo estábamos comiendo naranjas y plátanos todo el invierno y manzanas y peras que se podían guardar y en un momento determinado estábamos deseando que llegara la fresa, que era lo primero que llegaba, y luego las cerezas que venían del Jerte, y luego las peritas de San Juan, que era cuando iba a empezar el verano, y no comíamos mucho más en invierno, me acuerdo de las ensaladas sin tomate, comíamos mucha legumbre, que le hace falta al suelo, ahora eso lo hemos sustituido por la carne. (Amelia5) La descontextualización del alimento provoca una sensación de invariabilidad en el tiempo y en el espacio que el pensamiento moderno construye precisamente sobre el modelo newtoniano de un tiempo y un espacio absolutos (A. Giddens, 1999). Se recuerda, quizá con añoranza, cuando el comer se insertaba en un tiempo y espacio concretos, cuando los productos tenían un lugar y un tiempo propios. El tiempo que evoca nuestra informante es una colección de tiempos cualitativamente diferentes entre sí: el “tiempo de las fresas” no es el mismo que el “tiempo de las naranjas”. Además, cada tiempo se asocia intrínsecamente a un lugar: el tiempo que acotan las fresas es un tiempo ligado a Aranjuez, mientras que el definido por las cerezas es un tiempo emparentado con el valle del Jerte. “La carne”, en cambio, que hace abstracción del tipo de animal del que proviene y de la parte de él del que se obtiene, que permanece igual a 5 55 años. Casada con dos hijos. Empleada de banca recién jubilada. 5 sí misma en cualquier época del año, funciona aquí como metáfora de ese otro tiempo descontextualizado con el que “hemos sustituido” el tiempo cargado de diferencias y cualidades. Lo mismo ocurre con los lugares, unos lugares que ahora -como la línea recta- atraviesan las diferencias, encadenándolas en una sucesión continua de lo mismo: (OVD, mayores) I: Sí, sí, y la traen envasada y todo con la etiqueta de Alemania, y tú compras el queso creyendo que es asturiano y no es asturiano. L: Pues mira lo que estábamos comentando ahora, que creemos que estamos consumiendo productos de aquí de “La Central Lechera” y por lo visto el queso es de Alemania, y claro es que eso no puede ser. Si no tenemos información de eso, nosotros vamos a comprar la barra pero no sabemos cuál es el origen. MS: Yo es de lo que me quejo, no tenemos información. Z: Pero estás comprando una barra de pan que la estás comprando aquí al lado pero tú no sabes ese trigo de dónde viene. Nuestro moderno comensal ya no depende de su distancia a los lugares de producción ni de los ciclos estacionales, ni de las restricciones religiosas ni de la escasez, lo que puede entenderse ciertamente como el logro de una notable autonomía respecto de esas variables, pero esa autonomía parece generar más incertidumbre que seguridad y confianza: “me quejo”, “no sabemos”, “creemos que”… Esta inseguridad acaso no le venga tanto de la multitud de opciones que se le abren como de nuevas formas de heteronomía. El comensal depende hoy tanto de la falta de información y conocimiento, que denuncian las anteriores informantes, como de los expertos y de los mecanismos de inducción de gustos y necesidades que también, como aquellas limitaciones hoy superadas, escapan a su saber y capacidad de decisión: R.- Pues que yo creo que estamos comiendo mucha porquería, mucho producto adulterao, mucha hormona en, en todo, mucha fruta que no sabes si es un melocotón o un, un...qué. O sea, que al final... Bueno, por ejemplo, tú la carne la puedes ver con buena pinta pero en realidad no sabes todo lo que se ha tomao la vaca, como lo que ha salido ahora de las vacas locas. Y nosotros no... no, no vas a ir analizando las piezas. O sea, tú te tienes que fiar de la garantía que te den ellos. Si ellos no te 6 dan esa garantía y por sacar más dinero o por lo que sea lo adulteran pues, pues somos unos tristes inocentes, poco podemos hacer. P.- ¿Cuándo dices ellos a quién te refieres? R.- Pues todos los que han estado adulterando lo que le han dado de comer a las vacas, los del aceite de Colza… Pues todas las cosas que han vendido que han tenido muchos problemas, y lo que no sabemos que seguirá saliendo. Ahora pues eso, las sandías salen sin pepitas o los melones... Sí, los que lo hacen dicen que está bien pero, o sea que, en realidad pues yo creo que eso no puede ser muy sano, la verdad. (…) Yo pienso que la gente, nos movemos mucho por la información que nos da la tele, y... y sé que hubo un tiempo que la gente no compraba carne, y yo misma, no sé, que no me apetecía comer carne porque sabía que la carne era mala, pues entonces te acaban vendiendo esa idea y tú te la acabas creyendo, por mucho que por ejemplo el vendedor te diga no, no, que es buena, que de verdad, que no se qué. (Eva6) Con ese expresivo “ellos” Eva alude genéricamente a los distintos poderes que se sustraen a su control, desde los genetistas gracias a lo cuales “las sandías salen sin pepitas”, hasta los publicistas que “te acaban vendiendo esa idea”, pasando por los empresarios “que han estado adulterando”. Y como “no vas a ir analizando las piezas”, como “no sabemos”, no queda otra opción que la resignación (“somos unos tristes inocentes”) y la impotencia (“poco podemos hacer”). La acción del comensal no es ya el resultado de su experiencia personal en la satisfacción de necesidades, sino que se ve forzada, de una manera creciente, a buscar en los protectores profesionales consejo y orientación para hacer sus elecciones. Lo que el comensal percibe no es, por tanto, una sensación de supuesta autonomía sino su dependencia de una intricada red de gestores, productores, publicistas y expertos. Cuando a Belén le pedimos que comente el enunciado “El problema de las vacas locas ha provocado que muchas personas hayan dejado de comer carne”, manifiesta su sospecha en una trama opaca de complicidades: En un principio yo creo que sí, ahora ya no, no porque yo cuando iba a la carnicería no había nadie, y ahora vuelve otra vez a estar a tope. Eso es como cuando dicen que hay la peste porcina, que baja el cerdo, o lo de los pollos y bajan los pollos. Son épocas que les da porque, yo 6 36 años. Administrativa. Casada con un hijo recién nacido. 7 ¿sabes qué digo siempre a la carnicera?, yo pa mí que hay exceso de una cosa y matan a una pa que suba la otra y cuando ya se ha equilibrado…, sí, sí, porque eso es un camelo. (Belén7) Análogos recelos experimenta Berta hacia el entramado administrativo-empresarial que “entremedia” entre productores y consumidores de alimentos: P-. ¿Con los intermediarios a quién te refieres? R-. Pues supongo que por ejemplo, del pescador a que llegue al mercado para venderlo, para yo comprarlo, yo siempre he dicho que, yo estaría de acuerdo pagar 10 euros por una merluza, el kilo, si al pescador, al que está pescando le dieran como mínimo 8, pero yo sé que les dan 2 y entremedio es donde se pierde, que no hacen nada esos tíos, y están ahí a la pobre gente que está en la mar, que yo no saldría a pescar ni loca, exponiendo su vida por culpa de cuatro sinvergüenzas que se lo quedan. Y eso supongo que también tendrá culpa el gobierno porque tendría que estar más controlao ¿no? Porque gana más un intermediario que un… el otro día mismo dijeron que las patatas las pagaban a 5 céntimos y las estás pagando a ciento y pico, no puede ser, ¿y dónde se queda ese dinero? (Berta8) La ‘artificialización’ de los alimentos y el desconocimiento de las materias primas y las formas de producción e intermediación provocan en el comensal moderno la necesidad de información, la necesidad de confianza en esos alimentos. Esta demanda de seguridad y confianza a menudo se traslada hacia las marcas de los productos o a los lugares de compra, cuyo mero nombre se supone que acredita la calidad de sus productos. Quebrada la anterior unión de producción y consumo y quebrado también todo conocimiento directo del origen y calidad de los productos e, incluso, sus referencias más habituales, la marca y los lugares de compra son ahora, junto al etiquetado, los que recontextualizan el producto y permiten identificarlo y acreditarlo. Pese a ello, la profusión de productos alimentarios de origen y calidad desconocidos hace al consumidor más dependiente de una información ajena por completo a su experiencia directa. Las normas culinarias, además de flexibilizarse, no ofrecen en la mayoría de los casos criterios unívocos ni coherentes, creándose un estado de 7 8 50 años. Ama de casa. Divorciada, vive con una hija y dos nietos 31 años. Comercial. Separada, con tres hijos pequeños. 8 preocupación y desconcierto en el comensal y en sus comportamientos alimentarios (C. Fischler, 1995) que reclama no sólo información sino también educación alimentaria. Médicos, biólogos, educadores, publicistas, medios de comunicación, instituciones nacionales e internacionales… son reclamados ahora como agentes informadores y educadores en el ámbito alimentario, pasando a formar parte integrante –y a menudo decisiva- de un sistema agroalimentario que se ve así notablemente ampliado en sus elementos. Así podemos observarlo en la reacción de Blanca ante un anuncio de Actimel: Actimel…sí, sí, todas esas cosas nuevas con ele-no-sé-qué y omegasno-sé-cuantos. ¿Qué tienen de malo los yogures de siempre? No me lo creo, no sé si es bueno. Sí, sí, lo dicen los médicos… pero no sé, lo probaré. (Blanca9) Blanca empieza por constatar la voluntad de deslegitimación y descrédito que las novedades tecno-científicas intentan ejercer sobre su alimentación tradicional: “¿Qué tienen de malo los yogures de siempre?”; “No me lo creo, no sé si es bueno”. Ese descrédito se ve compensado en parte por la certificación que los expertos otorgan a los nuevos productos (“Sí, sí, lo dicen los médicos… pero no sé”). Por último, zanja el dilema apelando a su propio criterio para tomar una decisión: “Lo probaré”. La prueba experimental es un requisito científico que Blanca lleva a hacer coincidir con esa otra piedra de toque que es, en el ámbito de la alimentación, la prueba gustativa, por la que los sujetos también reclaman probar lo que se quiere que coman. Ese “lo probaré” aúna el contraste con la experiencia abstracta cuya confianza reclama el experto con el contraste con la propia experiencia personal que será, al final, la que le hará decidir. Celia sí manifiesta una explícita desconfianza hacia ese tipo de pruebas expertas: P-. ¿Exactamente quién crees que son los responsables de las crisis alimentarias? R-. Pues… no sé, los científicos por una parte, por intentar probar cosas en nombre de… y de querer ser más poderosos que la propia naturaleza, que… cambiar los… los hábitos alimenticios de los mamíferos, o como, bueno, las vacas, los herbívoros, y meterle, mmm… y después, de toda la cadena que lo consiente, porque esto se sabe y… (Celia10) 9 43 años. Asistenta. Vive con su marido y dos hijos, todos ellos en paro. 34 años. Profesora universitaria. Hijo recién nacido. 10 9 Su crítica a la intromisión de los científicos, tanto en la naturaleza como en los hábitos alimenticios, no se restringe a su actividad específica, sino que se extiende a “toda la cadena que lo consiente”. En otro fragmento, Celia ahonda en la sospecha hacia el sistema experto, incluyendo en el complejo de responsables a la publicidad (“te engaña mucho”), la complicidad entre las estrategias del mercado y el discurso científico nutricional (“ahora todo tiene que ser sano (…) pa vender”)11 y la credulidad de los propios consumidores (“todo el mundo se cree”, “todo el mundo compra”), una credulidad que compara con el oscurantismo (“palabras que nadie sabe lo que es”) que suele acompañar a la credulidad religiosa (“parece que ‘Bio’ es la fuente de la juventud y de estar muy sano”): (Ante un anuncio de Actimel) R-. “Actimel”, bueno este me parece que te engaña mucho, si, porque ponen palabras que nadie sabe lo que es, y siempre están hablando con, que sea sano, y que sea (eee)… con las defensas y te ponen diez mil cosas que nadie sabe lo que es, pero todo el mundo se cree que esto es muy bueno, y yo en esto estoy en desacuerdo, no me gustan estos productos. (Ante un anuncio de Bio) R-. Pues más de lo mismo, que ahora todo tiene que ser sano, “Bio”, pa vender, y… que, y que nadie sabe lo que es “Bio”, pero todo el mundo compra “Bio” porque parece que “Bio” es toda la fuente de la… de la juventud y de la… de estar muy sano. Aunque precios, marcas, etiquetas o lugares de compra son utilizados en cierta medida como una guía para la recontextualización de los productos alimentarios, éstos, en sí mismos, siguen siendo una verdadera caja negra. No es extraño, pues, que el ataque marxiano a la economía liberal traslade el eje de sus críticas a la oferta (constructora de las necesidades y deseos del consumidor), denunciando, simultáneamente, el supuesto ideológico de la autonomía de las necesidades individuales tan aclamada por la modernidad. Desde este punto de vista, se destaca cómo las sociedades capitalistas esconden, tras una fachada de libertad y soberanía, unos consumidores sometidos por las organizaciones productivas y cuyas decisiones son sólo aparentemente autónomas, pues están en realidad estructuradas por la publicidad y el marketing. La oferta poseería 11 Esta complicidad fue ampliamente desarrollada en un en un artículo anterior (P. Herrera, 2005a) 10 el dominio sobre unos consumidores subordinados y pasivos: la producción crea al consumidor ya que no sólo crea la mercancía para consumir sino que crea también una necesidad que debe satisfacerse. Así, para J. K. Galbraith (1992) el consumidor se encuentra lejos de poder elegir libremente, ya que está sometido a las fuerzas de la publicidad y de la emulación a través de las cuales la producción crea su propia demanda. Los siguientes diálogos así parecen confirmarlo: P-. Cuándo se habla de seguridad alimentaria, ¿a qué crees que se hace referencia? R-. Mmm…yo pienso que se hace referencia a todo esto que deberíamos leer de los alimentos y que no leemos, todos estos componentes, conservantes y colorantes, y toda esta cosa, que no sabemos de dónde vienen, que nos dicen que son necesarios, y que nosotros consumimos sin saber nada más, pienso que va más por aquí, cosas más descontroladas, que, pienso que tiene que ir por ahí, la seguridad alimentaria, pero que los ciudadanos de a pie no rascamos bola, simplemente comemos, trabajamos y, y… por desgracia, a veces, simplemente porque esté más bien de precio o… ya no se mira más allá y esto es un error. (Olga12) [Ante un anuncio de Bio de Danone] R.- Sí, sí, yo esto lo uso mucho, mi médico me dijo que era bueno, que lo tomara. Y también ésos del colesterol, los omega 3 ésos que anuncian. Sí, sí, yo los uso. (María13) Olga declara sin cortapisas que “los ciudadanos de a pie” nos limitamos a asumir un papel pasivo, pues “consumimos sin saber nada más” alimentos “que no sabemos de dónde nos vienen”: “simplemente comemos, trabajamos”, lo cual no dista mucho de la actitud propia del jardín del que hablaba Z. Bauman 14 (1997, 2005). Ante la presentación de un producto novedoso, la respuesta de María asume la misma pasividad 12 53 años. Casada, con dos hijos. Prejubilada. 33 años. Secretaria de dirección. Recién separada. 14 Z. Bauman (1997: 147 y ss.) compara la acción política moderna con el diseño y cultivo de un jardín bajo la tutela de científicos y expertos y señala cómo los seres humanos se ven degradados a la condición de plantas necesitadas de continuos cuidados y mejoras y privados de responsabilidad sobre sus vidas, salvo en lo que atañe a someterse a las medidas que, por su bien, el jardinero experto juzgue oportunas en cada momento. La nutrición correcta de las plantas será entonces de capital interés tanto para el jardinero como para las plantas mismas. 13 11 e irresponsabilidad nutricional, justificándola además por remisión a una autoridad externa (“mi médico me dijo”) cuyo dictamen alimentario está dispuesta a seguir aunque esas sustancias que el carisma de la publicidad le induce a ingerir -“esos del colesterol, los omega 3 ésos”- le sean por completo desconocidas. La capacidad de seducción y manipulación ideológica del consumidor es uno de los temas centrales de la obra de J. Baudrillard (1972, 1974). Para este autor, el capitalismo de consumo, lejos de articular la producción con las necesidades individuales y sociales, se esfuerza en potenciar los deseos de posesión de objetos-signos en los consumidores. El consumo no debe entenderse, pues, como consumo por el valor de uso de los productos sino como consumo de ‘signos’: los consumidores no consumen tanto objetos específicos para conseguir fines concretos (cubrir necesidades primarias o mejorar la salud) como valores simbólicos artificialmente impuestos. Para ello, el capitalismo se sirve de estrategas y decisores que, al servicio del poder de la oferta, diseñan una cultura de masas con el objetivo de modelar la conducta del consumidor a través de sus prácticas. Esa lógica se centra en crear la necesidad de necesitar, el deseo de desear: P-.¿Dirías que la publicidad influye en la gente? R-. Sí, por supuesto, mucho. Claro es que te acaban convenciendo de que ese producto es muy sano, y tú ¿cómo lo sabes? Si no te lo venden así, ¿cómo lo sabes que ese producto es sano? Por ejemplo el “Actimel” éste, pues que sí, que te regenera y que no sé qué y que no sé cuántos y te lo acabas creyendo, y tú tomas ese producto porque crees que es sano y porque te está regenerando, y... claro, por supuesto. Igual un yogurt es lo mismo de una marca o de otra, te está ofreciendo lo mismo, pero tú sabes que ése, o te han vendido la idea de que ese producto es más sano, y acabas comprando ése. (Carlota15) El Actimel del que nos habla Carlota se convierte así en ese objeto-signo cuyo significado (“ése”) sólo se adquiere de forma arbitraria por su posición en un sistema autorreferencial de significantes (el resto de los yogures: “lo mismo de una marca o de otra”) en el sentido estructural levi-straussiano. La materialidad del producto llega 15 30 años. Administrativa. Vive con su compañero. 12 incluso a desaparecer, como en el discurso de Ana, que no tiene por referentes sino signos: Y sí, me fijo mucho en el precio, quizá porque a mí me gustan todas las cosas que son muy caras, es una, una de esas desgracias (risas) entonces, sí me fijo, me fijo en el precio. Pero me fijo mucho en... y en la presentación del, del producto. En esas cosas sí me fijo mucho. En un frasco muy bonito y que tenga una tela de cuadros y atada con un lazo y una cosa que diga que es natural, natural y hecho en Francia y… (entre risas) y yo ya pierdo los papeles. (Ana16) De este modo las necesidades que la producción satisface son las necesidades de la producción misma, es la exigencia de su propia reproducción. El productor, por tanto, no sólo ha de fabricar bienes, sino que ha de elaborar signos que susciten el deseo de necesitar, sirviéndose de la publicidad y el marketing como enlace directo entre la producción y las necesidades (V. Borrás, 1998: 57). El papel de la publicidad La ruptura de hábitos y referencias tradicionales es especialmente necesaria para mantener activo un mercado, como es el de la alimentación, cuyas características limitan fuertemente el consumo acumulativo al tiempo que, por su cotidianeidad, tiende a estabilizarse en pautas rutinarias. La incesante transformación de productos –y de sus imágenes- de cuya renovación permanente depende la venta, va provocando así la erosión, ruptura e incluso desaparición de las referencias simbólicas que todo alimento conlleva (J.L. Lambert, 1987), unas referencias que la industria agro-alimentaria ha de reestablecer, trasladando hacia sus productos las connotaciones provenientes de otros significantes como la salud, la estética, la racionalidad, el hedonismo..., o recuperando connotaciones previamente descalificadas, como las de naturaleza o tradición. Estos valores, lenta y culturalmente creados y recreados, irán impregnando ideológicamente una parte importante del comportamiento alimentario contemporáneo 17 (M. Gracia, 2002). Muchos de ellos no son, ciertamente, valores nuevos, pues aportan cualificaciones que, con mayor o menor fuerza, han acompañado siempre al alimento. 16 34 años. Profesora de instituto. En paro. A partir de un exhaustivo estudio, M. Gracia (1996) identifica y analiza cinco ejes discursivos en los que se insertaría la publicidad alimentaria: tradición-identidad; médico-nutricional; estético; hedonista; progreso-modernidad; exotismo-diferencia. 17 13 Pero sí son valores que se traducen en cada momento a un determinado lenguaje sociocultural que les otorga sentidos particulares en una forma determinada de entender el mundo: “se reencuentran los mismos temas, quizás la misma música, pero con distinta letra” (E. Espeitx, 2005:133). En buena medida, este papel de instancia traductora lo ejerce en la actualidad la publicidad, una poderosa fuente de comunicación social que resume y reelabora significaciones culturales y sintetiza discursos de ámbitos muy diferentes para resolver así, al menos aparentemente, la información demandada por los consumidores (M. Gracia, 1996). Lo importante del discurso publicitario no estaría entonces en que ofrezca una información veraz sobre los productos que publicita, ni siquiera una información más o menos creíble para los receptores, sino en la creación y recreación de significantes culturales que garanticen un tipo determinado de consumo18. Para P. Ariès (1997), si bien los modos de comer no han dejado nunca de cambiar, lo que marca la diferencia con la actualidad es que ahora los cambios no vienen promovidos tanto por la invención de técnicas nuevas como por el impulso de la publicidad. Ésta desculturaliza el mundo de la alimentación, desgajándolo de sus vínculos con la historia y con los hábitos sociales, al tiempo que lo psicologiza y biologiza, convirtiendo las prácticas vinculadas con la comida en una cuestión estrictamente individual19. Desasistido de sus habituales referentes culturales, el comensal se vuelve más modelable: si antes era tributario de la tradición, ahora se encuentra a merced de la publicidad y el marketing, que sustituyen a aquélla en su papel de normalización. Con este fin, la publicidad deja de centrarse en el objeto para hacerlo en el sujeto, en sus deseos y emociones: la “trampa del psicologismo” sitúa al consumidor en un cara a cara con el producto (ya sea en el supermercado, ya en el restaurante) que excluye toda cuestión social. La comida deviene así celebración de la libertad, entendida como elección personal (del menú, de la marca, del alimento). El producto, que en este proceso se ha hecho indiferente, sólo recobrará significado a través de la marca y no de su contenido. “La publicidad ya hace tiempo que no evoca al 18 Concretamente en el caso español, estudios como los de M. Gracia (1996) y E. Espeitx (2005) ponen de manifiesto cómo la publicidad no proporciona nuevas informaciones o saberes alimentarios – todo lo contrario, suelen transmitir conocimientos parciales y eclécticos- pero sí refleja modelos de referencia y legitima discursos que constituirán buena parte de nuestras imágenes culturales, condicionando por tanto nuestra alimentación. 19 Este ideal de psicologización y biologización del comer se expresa con toda rotundidad por boca de Guillermo Reglero, Catedrático de Tecnología de los Alimentos del Departamento de Química Física Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid: “En un futuro no muy lejano, habrá suficientes conocimientos para personalizar las dietas” (Revista digital Madrid+, 18-06-2007). 14 objeto en tanto que tal, sino que nos habla de nosotros mismos para permitirnos llevar a cabo esas identificaciones primarias” (Ibíd., p: 63). La marca, al personalizar el producto, remite también a esa subjetivación del consumo que recrea en la relación con el alimento las relaciones humanas con las que éste se asocia: alimentos que son amigos, compañeros, maternales, divertidos, protectores, como el primo del Zumosol, o seductores, como el langostino de Pescanova. La sociabilidad del comer se recupera entonces, tras una progresiva individualización, a través de las asociaciones imaginarias que cada producto permite establecer al consumidor/comensal con otras figuras personales o roles sociales20. Este análisis se complementa con las significativas matizaciones que introducen ciertas estrategias de publicidad alimentaria en el caso español, al menos según se sigue del análisis de la entrevista que mantuvimos con un publicista que lleva las campañas de una importante empresa de alimentación en nuestro país21: Cada vez menos trabajamos con los productos. Trabajamos con lo emocional, con lo interior, con la motivación. Se trata de hacer asociaciones más o menos conscientes pero importantes para el consumidor. Ése es el intríngulis de la cosa: tienes que coger elementos que de alguna manera sean… entiendas que de alguna manera son relevantes para el cambio…Fíjate que es difícil, porque lo tienes que coger de territorios que no estén agotados, que no se haya abusado de ellos. Por ejemplo, para este producto, nos interesaba más la idea del afán de superación, que la fuerza está en el interior, que sólo hay que potenciarla. (…) Luego se crea un concepto y se asocia a una imagen, a una película que pasamos a distintos grupos para ver realmente qué tipo de teclas estás tocando con todo esto, en qué código están, y poder así reelaborarlos. 20 Para P. Ariès esta re-socialización no sólo tiene lugar a través de la relación personal con lo que evocan los alimentos humanizados, sino que se extiende a las identificaciones que pretenden sugerir las diferentes imágenes de los supermercados. En Francia, Carrefour evocaría encuentro y urbanidad; Alcampo, pureza y naturaleza; Mammouth, aplastamiento de los precios y naturaleza salvaje, etc. 21 Los siguientes extractos lo son de la mencionada entrevista. Evidentemente, una sola aportación de este tipo no permite extrapolar ninguna conclusión general. Sin embargo, ésta parece especialmente relevante dado el carácter de empresa líder en España, tanto de la marca alimentaria publicitada como de la agencia que la publicita. 15 El producto, el alimento, se ha vuelto literalmente insignificante, ya no tiene significado por sí mismo. Las estrategias publicitarias reflejan –y refuerzan- esa refocalización del interés del consumidor. Ahora lo que se enfatiza no es el objeto sino el sujeto, sus emociones, sus roles y sus motivaciones. Pero ese interior tampoco es un dato fijo y permanente; por el contrario, la subjetividad del destinatario del alimento es aún más moldeable que el alimento mismo: En el caso concreto de los productos de alimentación ha habido un cambio clarísimo en los protagonistas de la publicidad. Antes era la madre, el ama de casa… (…) Antes ¿cómo hacías la comida? Lo cogías, lo lavabas, lo pelabas, lo cortabas y lo ponías en la sartén o hacías un guiso o… Ahora una forma de hacer la comida es usar congelaos. Ahora no es ya la solución a un problema que tienes frente a la no posibilidad de hacer la forma normal, no, ahora es una manera más de hacer la comida. Ese es un cambio muy importante… por ejemplo, en XXX [la marca] era muy importante, y es un poco en lo que trabajamos ahí, en ese argumento, que la mujer tenía que identificarse con XXX, que era como ella para hacer la cocina, ahora no, porque ahora no es ella que se siente que ella es quien hace la comida ni que tiene que hacerla, eso viene ya hecho, por eso ya no es tan importante esa identificación con alguien que hace la comida, son importantes otros valores que tienen que ver con una buena elaboración, seguridad en la elaboración, la salud. Aunque en las entrevistas con mujeres sí se observa en muchas de ellas que el uso de comida congelada o precocinada sigue produciendo sensaciones de culpa e irresponsabilidad, el publicista ya centra su trabajo en aquellas otras mujeres que se han distanciado del antiguo rol de cocinera o ama de casa, mujeres para las que los precocinados son un alimento como cualquier otro y que han asumido los nuevos valores asociados a la comida: seguridad, salud, comodidad… El nuevo problema que ha de afrontar la publicidad es cómo dirigirse a ambos tipos de mujeres (que a menudo son el mismo cuando la mujer cambia su situación familiar o laboral) para no perder cuota de mercado: 16 Bueno, ese es mi trabajo, o sea, la capacidad de elaborar cosas a partir de lo que es o puede ser posible que encaje con la gente aunque no esté ocurriendo todavía. Por supuesto que existen sentimientos negativos por utilizar los congelados. No en las chicas jóvenes, pero sí cuando se casan y sobre todo tienen un hijo. Está claro que esos sentimientos existen. ¿Qué es lo que hacemos nosotros con la publicidad? De todo el espectro cogemos aquel que está en los extremos, porque hay mujeres que se sienten malas madres, y gente que todavía utiliza el congelao muy ocasionalmente, pero junto con eso hay algo que ha llevao a usar congelao que tiene que ver con que, en la práctica, me resuelve la vida, yo trabajo, antes no trabajaba… y sobre todo una cosa muy importante y es que cocinar ya no construye valor. ¿Cómo conciliar esos dos extremos, manteniendo el énfasis en la subjetividad y, sin embargo, evitando volver a recurrir al objeto (“el congelao”) en el que ambos podrían converger? ¿Qué valor puede ser común a ambas sin que excluya, no obstante, lo que es valioso para cada una de ellas? La conclusión de nuestro publicista está próxima a una de las tesis principales que venimos manteniendo en este trabajo: Ahí, en el documento que te he dado, lo recojo como una metáfora… El tiempo es valioso ¿vale? Cocinar además, significa distinto que hacer la comida. Entonces la idea es… que la mujer no se siente bien haciendo las tareas domésticas, no es un trabajo remunerado, entonces, lo curioso es que se convierte en trabajo; como trabajo, es un trabajo mal pagao y, por tanto, es una mierda de trabajo. Eso pierde valor, entonces, hacer la comida ya no tiene valor para la gente. (…) Entonces ¿qué hacemos nosotros de la publicidad? Recoger todos esos valores que están impulsando esa nueva actitud. Pero nosotros en esta campaña ni siquiera estamos ahí. Evocar esos valores de buena ama de casa lo que estás dando es una imagen de marca antigua y de añoranza, y la mujer ya no está ahí, lo que la mujer necesita es otro tipo de cosas que están en otro plano. Entonces, nosotros, en vez de poner el foco en la elaboración, ponemos el foco en la comida y en el disfrutar. El movimiento que hacemos es de sabor de casa, lo trasladamos a sabor a 17 casa. Lo que queremos es recoger lo afectivo del comer en vez de lo afectivo de hacer la comida. Devaluado el cocinar para esa nueva mujer que “ya no está ahí”, el acento se traslada de la elaboración del alimento a su ingestión y degustación. “La casa” es el ámbito que comparten ambos tipos de mujeres, por lo que se conserva como elemento central, pero trasladando su centro de gravedad de la cocina al comedor. El “sabor de casa” que aún remitía a la solitaria preparación de la comida entre fogones y cacharros se mueve hacia ese “sabor a casa” que ahora se quiere asociar la acción de comer, subrayando los registros hedonistas y afectivos que el comer conlleva. La promoción publicitaria recupera así, sin proponérselo explícitamente, toda una serie de registros que la promoción alimentaria gestionada por administradores y expertos había ignorado o despreciado; recupera el comer como una actividad del sujeto frente a la nutrición que lo reducía a objeto de alimentación, recupera los afectos y emociones ligados a la comida, recupera los placeres y los sabores, recupera el lugar donde se come, y recupera, en fin, la dimensión colectiva del comer como actividad compartida y afectiva. Pero esta recuperación no tiene lugar como negación de los cambios introducidos por la modernidad, lo que daría una “imagen de marca antigua y de añoranza” que ya no vende, sino como integración de esos cambios (hedonismo, premuras, desvaloración de las labores en la cocina… ese “otro tipo de cosas que están en otro plano”) en un contexto que parece inseparable del comer: el lugar, los afectos, la compañía… La evolución del discurso publicitario sobre la comida que se describe en esta entrevista también marca una serie significativa de desplazamientos. Primero, y en coincidencia con P. Ariès, un desplazamiento del objeto al sujeto, del producto a quien lo cocina; segundo, de este sujeto que cocina hacia el sujeto que come, de la subjetividad individual de la cocinera a la intersubjetividad de los comensales, a “lo afectivo del comer”. Se devuelve así al comensal esa sociabilidad que, al menos en España, parece intrínseca al comer. Pero ello no se opera en este caso a través de la socialización de unos alimentos a los que se dota de atributos humanos, como observara P. Ariès para el caso francés, sino directamente, mediante la reinserción de la actividad de comer en un contexto afectivo y compartido. Llegaríamos así a otra conclusión aparentemente paradójica. La acción conjunta de los efectos de poder ejercidos sobre el comensal por los expertos, la administración política y la industria agro-alimentaria tiene como consecuencia una progresiva des18 socialización de la comida, una creciente biologización y psicologización de la alimentación. De estas tres instancias, es la industrial la que, a través de la publicidad y el marketing alimentarios, recompone esa sociabilidad sistemáticamente erosionada. Ahora bien, esa recomposición de lo social lo es ya de una sociabilidad secundaria: una sociabilidad reconstituida por la agregación de individuos construidos como unidades de consumo alimentario y por la mediación de un alimento-mercancía que incorpora en la insignificancia de su composición toda una red de significaciones imaginarias de índole social (belleza, salud, protección, compañía… “sabor de hogar”). A modo de conclusión Junto con la actividad de la Administración pública y la de los expertos, se desarrolla, en estrecha relación con ellos, la de todo el complejo empresarial e industrial asociado a la alimentación. Gran parte de las funciones de producción, conservación y preparación de los alimentos se han trasladado desde el ámbito doméstico y artesanal a complejas estructuras industriales y de servicios que han facilitado una situación de profusión alimentaria desconocida hasta hace pocos años. Pero, sin entrar a sopesar los beneficios o perjuicios de la industrialización -y democratización- de la comida, se observa, por una parte, que esa profusión proviene de las necesidades mismas de la propia producción y, por otra, que la descontextualización que provoca una ignorancia generalizada hacia lo que se come. Esta descontextualización o des-animación de un alimento desvinculado de su origen, cualidades y tiempo propios, resulta después recontextualizada por la misma industria a través de la re-animación que en ellos reintroduce la publicidad, como es el caso de las marcas. Otro tanto ocurre con la psicologización y biologización de la alimentación, inherente a su tratamiento administrativo y experto. También serán aquí la publicidad y el marketing quienes recompongan la sociabilidad perdida de la comida, dotando a aquellos OCNIS de Fischler de nuevas connotaciones al margen del producto mismo. De este modo -y muy sutilmente-, la asunción de la alimentación como una cuestión de Estado, la legitimidad otorgada a los expertos en salud y nutrición y la provisión industrial de alimentos y su promoción publicitaria en una economía de mercado, lejos de permitir la liberación del comensal actual de restricciones y coacciones que siempre han acompañado al acto de comer, otorgan a las modernas tecnoburocracias un poder sobre el universo de la comida que no puede decirse que sea menor que el antes 19 ejercido por la costumbre, la escasez, las determinaciones de clase o los impedimentos estacionales y ecológico-locales. Bibliografía: Alonso, L.E. (1994): “Sujeto y discurso: el lugar de la entrevista abierta en las prácticas de la sociología cualitativa”, en Delgado y Gutiérrez (coord.), Métodos y Técnicas Cualitativas de investigación en Ciencias Sociales, Madrid, Síntesis, pp. 225-240. Ariès, P. (1997): La fin des mangeurs. 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