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LA EVOLUCIÓN TRAS LA REVOLUCIÓN: EGIPTO, ISRAEL Y LOS ESTADOS
UNIDOS
Nathan J. Brown
Cuando ocurren eventos totalmente inesperados y sin precedentes, los seres humanos no tienen
otra opción que comprenderlos en términos del pasado. Cuando los egipcios se levantaron en
conjunto para expulsar para siempre a su líder en 2011, hubo paralelos regionales (unas pocas
semanas antes en Túnez y décadas antes en Irán) y otros paralelos de períodos previos de la historia
egipcia (como la revuelta de 1919 contra el dominio británico, un evento que, al igual que la
revolución de 2011, sorprendió completamente a los supuestos líderes). Pero la mayoría de los
egipcios rápidamente cayeron en los términos que habían aprendido en el período entre 1952 y
1954, con vocabulario familiar (“revolución”) y actores conocidos (oficiales del ejército, los Hermanos
Musulmanes, una generación nueva, fuerzas no islamistas desorganizadas pero articuladas).
Los observadores extranjeros, menos familiarizados con estos eventos, llegaron a otros paralelos. La
tendencia de los estadounidenses fue vacilar entre la idea de que había similitudes entre los eventos
de Egipto y las “revoluciones de colores” de Europa Central y del Este y la preocupación de que lo
que estaba sucediendo era en realidad una repetición de la revolución iraní. Los israelíes tendieron a
gravitar hacia este último concepto, tal vez temiendo de manera reflexiva que cada vez que una
multitud de la sociedad de Medio Oriente se reúne en las calles, los resultados son desagradables
para cualquiera de las partes involucradas.
Lo que es claro, casi dos años después de la renuncia forzada de Mubarak, es que ninguno de estos
paralelos nos ayudó a comprender el rumbo probable de la política egipcia. El nuevo sistema político
de Egipto se encuentra aún en proceso de evolución y se está convirtiendo en algo totalmente
diferente. El escenario nacional es difuso e incierto, y la sorpresa es su única constante.
A nivel internacional, hasta el momento, la situación ha sido precisamente lo contrario. De hecho,
entre las secuelas de la revolución egipcia de 2011 se destaca el hecho de que la política regional se
ha mantenido muy normal. El actual presidente de Egipto luce una barba y habla de la Shari’ah
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islámica, pero su política exterior se diferencia básicamente del estilo y énfasis que exhibía su
predecesor, quien estaba siempre bien afeitado y se había perpetuado en el poder. El cambio en la
política egipcia está en marcha, pero en lo que se refiere a la política exterior y de seguridad, la
consigna pareciera ser evolución en lugar de revolución. Los motivos se ven claramente. Sí, el apoyo
de la causa palestina está sumamente arraigado en la cosmovisión de los Hermanos Musulmanes. Sí,
Hamas se presenta orgullosamente basado en el modelo de los Hermanos Musulmanes de Egipto y
como el “movimiento matriz” que cuida de su filial como si fuera un desprendimiento totalmente
legítimo. Y sí, a todos aquellos que conocíamos a Muhammad Morsi antes de que asumiera la
presidencia, nos parecía diferente del resto de los líderes de la Hermandad. En general, los demás
parecían educados y de voz suave, mientras que Morsi era irritable y en particular no tenía ganas de
agradar. Durante la campaña presidencial, la mayoría de los egipcios se asombraron más con el
volumen de sus discursos que con la naturaleza de su retórica.
Pero, sobre todo, Morsi es un producto leal del movimiento. A otros líderes de los Hermanos
Musulmanes que lograron ser reconocidos antes de unirse al movimiento (por ejemplo, como líderes
estudiantiles) siempre les resultó difícil adaptarse. En cambio, toda la vida política de Morsi tuvo
lugar dentro de la Hermandad y, si bien ha abandonado su posición de liderazgo en el movimiento
(así como en su desprendimiento, el Partido de la Libertad y la Justicia), ha absorbido completamente
la cosmovisión de los Hermanos. Y eso no conduce ni al deseo de olvidar la causa palestina o ni a
priorizarla por el momento. De hecho, las prioridades a corto plazo de los Hermanos son claras, y de
naturaleza nacional. El enfoque actual está en gobernar, y esto significa lidiar con el poder militar y
judicial, administrar la economía, superar a la oposición, prepararse para las olas de elecciones y
conducir el proceso de transición. No significa entrar en peleas con Israel o los Estados Unidos. El
movimiento ha logrado comprender lo que los interlocutores occidentales necesitan oír y ha
aprendido a decirlo: que honrará las obligaciones internacionales de Egipto y que no hará
modificaciones unilaterales en el tratado de paz con Israel. Y también ha aprendido a colocar la
mayor parte de la carga de la relación con Israel en otras estructuras, principalmente en el aparato
militar y de seguridad.
Por supuesto, Israel no puede ignorar que el actual presidente de Egipto proviene de un movimiento
que ha sido por mucho tiempo hostil frente al Estado de Israel y que ha cruzado la línea entre el
antisionismo y el antisemitismo demasiadas veces. Incluso el lenguaje de Morsi desde que asumió la
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presidencia ha sido reservado y cauteloso, pero no ha hecho nada en repudio de sus declaraciones
pasadas o las de la Hermandad.
Aún así, existen diferencias en el énfasis de la política exterior posrevolución. El liderazgo islamista de
Egipto trata a los dos gobiernos palestinos (el de Ramallah y el de Gaza) como pares, y considera
seriamente la reconciliación como una meta. Si bien el régimen de Mubarak demostró estar alejado
de la posibilidad de ser un mediador ecuánime entre Hamas y Fatah, el gobierno de Morsi no tomará
partido. Esta neutralidad provoca cierto grado de frustración en los círculos de Hamas, que había
puesto grandes esperanzas en la revolución egipcia. Hamas creyó que un amigo llegaba al poder en El
Cairo. Pero si Hamas considera que el cambio ha sido incompleto, al menos los eventos parecen ir en
su favor. El liderazgo en Ramallah se está quedando sin opciones, lo que significa que si los líderes de
Egipto son capaces de lograr algún tipo de acuerdo de reconciliación, los términos serán más
favorables para Gaza de lo que hubieran sido uno o dos años atrás.
También existe otra diferencia en el énfasis. Bajo el liderazgo de Hosni Mubarak, las relaciones entre
Egipto e Israel se habían enfriado, pero la disputa bilateral entre ambos países se resolvió en gran
parte. Bajo el liderazgo de la Hermandad, esto no es tan claro. Sí, se continuará respetando el
tratado. Y sí, la idea de una nueva pelea con Israel apela a la sensibilidad de muy pocos egipcios, a la
mayoría de los cuales les desagrada Israel, pero a quienes una guerra les parece aún menos
oportuna. Pero Morsi ha aprendido a hablar en plural, ya no en singular, de los Acuerdos de Camp
David, y ha recordado deliberadamente que Anwar Sadat y Menachem Begin firmaron dos acuerdos,
uno que es la base del tratado bilateral y el otro, un marco no ejecutado para resolver el conflicto
palestino-israelí. Sin embargo, la distinción entre estos dos senderos ya no es tan clara en las mentes
de los líderes de Egipto.
Israel, le guste o no, finalmente deberá ajustarse a la nueva realidad en El Cairo, aunque tendrá
bastante tiempo para hacerlo. Desde el punto de vista israelí, la situación actual es un respiro, pero a
largo plazo podría parecer más bien una pausa ominosa. La cuestión es cómo usar la calma
extrañamente provista por el levantamiento islamista en África del Norte.
Una alternativa sería aprovechar la oportunidad para permitir que el proceso de reconciliación
palestina avance y, en consecuencia, que vuelva a surgir un socio en la negociación. Tal vez, al mismo
tiempo, los Hermanos Musulmanes podrían ser convocados en relación con su deseo de renegociar
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el tratado de paz. Por ejemplo, una presencia más fuerte de la seguridad egipcia en Sinaí podría ser
útil para Israel y permitir que la Hermandad reclame una victoria propagandística y, en el proceso,
enredar al movimiento para que legitime una relación por el tratado que rechazó una generación
atrás. Este conjunto de enfoques probablemente tendría costos reales para Israel, en términos de
cambios en las posiciones de larga data con respecto a los enemigos implacables. A medida que
Israel acepta la muerte (o hibernación) de la solución de los dos estados, el mayor afianzamiento de
Hamas y el deterioro de su posición estratégica en la región, esta primera alternativa podría incluso
forzar a ambos extremos de la derecha e izquierda del espectro político israelí a reconsiderar qué es
posible alcanzar.
Una segunda alternativa para Israel es no hacer nada. Con esta opción, Israel efectivamente usaría la
calma relativa para afianzarse aún más en la Ribera Occidental, ya sea por intención o por falta de
atención. Podría llegar tan lejos como para anexar toda o parte de la Ribera Occidental, ya sea de
hecho o de derecho, con la esperanza de que el deterioro del movimiento nacional palestino sea
permanente. Y podría lidiar con la situación que se desarrolla en Egipto simplemente buscando
garantías de los Estados Unidos sobre cuál será la política egipcia en el largo plazo. La pelea reciente
en Gaza demuestra que dicho enfoque podría ser funcional para las necesidades de Israel en el corto
plazo (aunque sus consecuencias a largo plazo sean menos prometedoras).
Por el momento, la primera alternativa parece constituir un riesgo estrafalario; mientras que la
segunda se respalda en un elemento de inercia muy fuerte. Por lo tanto, no existen muchas dudas
acerca de qué decidirá Israel. Pero cabe destacar que los riesgos de la segunda opción podrían ser
más importantes de lo que parecen. Los costos de dicha inercia para las relaciones de Israel con la
mayoría de los estados se han oscurecido solo porque los ciudadanos israelíes se han habituado a las
denuncias diplomáticas y a los votos y las censuras de las Naciones Unidas. También se han
oscurecido debido a la continua estrecha relación con los Estados Unidos. Si bien se ha hablado
mucho acerca de la mala química entre el Presidente Barack Obama y el Primer Ministro Benjamín
Netanyahu, el caso es que Washington continúa viendo el conflicto entre israelíes y palestinos
básicamente a través de los ojos de Israel. Esto tal vez no sea tan evidente para el extremo derecho
del espectro político de Israel (probablemente porque en los Estados Unidos, el Ejecutivo tiende a
tener una perspectiva similar a la de la centro-izquierda israelí). Pese a toda la irritación con el tenor
de las declaraciones de los Estados Unidos sobre cuestiones como los asentamientos, cualquier
observador de la política palestina se siente golpeado por el hecho de que los Estados Unidos hacen
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oídos sordos a los problemas de los adversarios de Israel. Washington intenta suavizarlos con
promesas de actividad diplomática y discursos sobre revivir el proceso de paz. Les suplica que
suspendan parte de su actividad diplomática, ignorando completamente que estas cuestiones ya no
tienen significado para la desesperada población palestina.
Podría esperarse que un observador proveniente de Washington recomendara un rumbo a corto
plazo para los Estados Unidos. Pero no está claro que exista una estrategia a corto plazo viable para
los Estados Unidos, excepto esforzarse por continuar con la calma. Lo que debería ser preocupante,
tanto para los Estados Unidos como para Israel, es que los cimientos del enfoque estadounidense en
la región podrían estar cambiando radicalmente. En consecuencia, una continuidad a corto plazo no
ocultará la realidad acerca de que los eventos de Egipto podrían provocar un temblor en las actitudes
de larga data de los Estados Unidos. Dos de los pilares de la política de los Estados Unidos en el
mundo árabe desde la década de 1970 - una relación cercana con un régimen egipcio autoritario y la
búsqueda de un proceso de paz - han colapsado en los últimos años.
En la actualidad, los Estados Unidos han reaccionado con una agilidad táctica, pero además han
demostrado que también pueden sucumbir a la enfermedad regional de dejar las decisiones
estratégicas esperando hasta mañana. Y esto no funciona ni para los Estados Unidos ni para Israel.
Los Estados Unidos aún cuentan con fuertes activos económicos, militares y diplomáticos, y su
capacidad para mediar en la relación entre Egipto e Israel ha sobrevivido a los cambios de los últimos
dos años. Tal vez sea tiempo de recurrir a estos activos antes de que pierdan su valor.