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PADRE NUESTRO Introducción Nuestra imagen de Dios colorea nuestras actitudes hacia la vida, las personas y los acontecimientos. Dios, encarnado en Jesucristo, camina con nosotros a lo largo de la historia. La Palabra se hizo hombre para revelarnos el rostro de Dios, que es Padre y Madre. Su relación con Dios como “Abba”– Papá, fue íntima a través de toda su vida terrena; y se convirtió en fuente de alegría, seguridad y fuerza, hasta en los momentos más obscuros de su Pasión. Su confianza en el amor del Padre, le dio fuerzas para abrazar su voluntad: “Padre, no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras”. (Cf. Mc 14,36, Mt 26,40). María de la Pasión experimentó cómo Dios la guiaba a través de las personas y los acontecimientos. Obtuvo su fuerza de la Palabra de Dios y de la Presencia Eucarística. El amor la hizo capaz de aceptar la voluntad del Padre, y de superar las dificultades, para vivir ya en el reino del amor, la verdad y la justicia. En esta primera década del tercer milenio, estamos llamadas a revisar nuestra misión en mundo destrozado por las divisiones y la violencia. Como Franciscanas, estamos llamadas a devenir instrumentos de paz y reconciliación, a aceptar las diferencias como un enriquecimiento, a trascender las barreras del miedo y del prejuicio, para crear una familia global, donde todos/as podamos vivir como hermanos y hermanas, hijos/as de un mismo Padre. La meditación de algunos textos de María de la Pasión nos ayudará a ahondar el alcance de esta oración por excelencia, que crea en nosotras un corazón filial y fraterno. PADRE NUESTRO Dios es mi Padre, Él está siempre conmigo y todo lo que El posee es mío. Si quiero estaré siempre con Él y todo lo que poseo será suyo. Veo en mí, de un modo que me resulta imposible explicar, la libertad del amor, que no es otra cosa que Dios mismo. Veo la perfección, lo bello, el amor que me hace partícipe de Dios en la medida en que yo soy amor. ¡En la tierra y en el cielo! Veo muy bien cómo estoy en el Padre por su conocimiento, que es el Verbo, y por el Espíritu Santo, que es su manifestación. Veo en mí esta Trinidad viviente, que me ha dado la existencia y me la conserva. Y de una manera más sensible aún, la veo en mí por la Eucaristía. El Verbo Encarnado, el conocimiento del Ser del amor, manifestado al mundo y encarnado por él. Todo esto tiene el esplendor de una sencillez y de una belleza que seduce y fascina mi alma, pero explicar esta paternidad de Dios engendrando en mí el amor, que deseo siempre creciente, me resulta imposible. La verdad es que estamos llamadas al amor, que Él está siempre con nosotros y que todo lo que Él posee nos pertenece. Esta es la gran verdad. Veo a Dios en mí de una manera irresistible. ¡Cuánto desearía que esta presencia creciera siempre más! Esto depende de mí. Procuraré que también mis hijas participen copiosamente en esta herencia paterna y, para ello, yo seré madre de las almas de quienes mi padre celeste es el Padre celestial. Haré todo lo 1 posible para que, incluso las más miserables, lleguen a comprenderlo y correspondan al amor de su Padre divino; tendré presente que el amor únicamente se hace comprensible por el amor. Alma mía, si tú lo comprendieras, ¡cuál no sería tu abandono! Entonces podrías repetir como Francisco: MI Padre y mi Todo. NS: 289, Me habla en….# 11, 29 enero 1888 ¿Somos de esas almas que el amor de sí mismas y de las cosas terrenas detiene? Si fuese así, veamos en este momento la mirada de Jesús fija en nosotras. Nos llama en su seguimiento, para reproducir la perfección del Padre celestial: “sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. Quiere nuestra perfección. Levantémonos y sigamos a Jesús como Mateo; compartamos la vida mortificada del Señor. Divino Maestro, ven a buscar tu oveja descarriada. Siguiéndote a ti, camino, verdad y vida, encontraré la verdadera felicidad. Quiero vivir bajo tu cayado y déjame guiar por ti. (MD:574). El Evangelio y los apóstoles, se expresan y actúan siempre según la justicia, la verdad y el amor: sin política y sin rodeos. Lo mismo sucede en san Francisco. Nuestro seráfico Padre nos dice las cosas como Jesús nos las decía y nos manda observarlas sin glosa. Los prudentes del siglo que emplean mil medios humanos, con frecuencia ilegítimos, para lograr sus deseos y salvaguardarse, en general son decepcionados. Los que llegan a hacer grandes cosas son los humildes, los mansos los que van a Jesús a decirle que están cansados y agobiados, pero que quieren, por él, conocer al Padre. Sabemos el camino que escogió Jesús: el de la Pasión y del abandono al Padre. El que sigue el camino de los humildes y de los sencillos, sufre las pruebas en paz. Lleno de fortaleza y de consuelo, experimentará la verdad de estas palabras: “mi yugo es suave y mi carga ligera”. Señor, tú que conoces el corazón de todos los hombres, haz que yo sea verdaderamente elegida para seguir el camino franciscano que es el del Evangelio; haz que me gloríe de haber sido escogida para formar parte de los sencillos, los pequeños, los mansos, los humildes, y que me haga acreedora de la elección a una vocación tan santa. (MD: 175) En lo más profundo de nosotros mismos, el Espíritu del Hijo clama incesantemente: ¡Abbá! ¡Padre! Dios que actúa sin cesar en nosotros transformándonos, nos invita a entrar en comunión son él y en él, con todos nuestros hermanos. Acogiendo su presencia, nuestra vida se convierte en oración. (Const. 8) 2 VENGA TU REINO Sí, es un misterio es un misterio divino, es el Cordero de paz que quita el pecado del mundo. Adorémosle en el seno de María y digámosle con ella y como ella: ven, Señor Jesús; ven y haz la paz entre el cielo y la tierra. Me atrevo a pedírtelo porque mi vocación es continuar la misión de mi Madre Inmaculada y repetir contigo sin cesar: Padre nuestro que estás en los cielos, venga tu Reino”. (MD: 39) El que tiene el secreto del anonadamiento de Jesús Niño y de Jesús Eucaristía, tiene también el del menosprecio de las agitaciones estériles del mundo; el del menosprecio de las agitaciones estériles del mundo; por consiguiente, conoce la sabiduría de la paz. Si sabemos aprender y profundizar los misterios que penetró nuestro beato, estaremos como él, más cerca del cielo que de la tierra: “donde está tu tesoro allí está tu corazón “. Si le imitamos participaremos del reposo de Dios y gozaremos del don divino de la paz. Es tan precioso, que fue el saludo preferido de Jesús durante su vida, hacia aquellos a quienes deseaba un bien particular. La medida del menosprecio y del anonadamiento de sí mismo es la medida de la paz. …tú que sabes que el reino de Dios está dentro de nosotros mismos y que las cosas externas no llegan a ocasionar turbación a este reino, cuando el alma ve en todas las cosas, la voluntad del Padre celestial, concédenos tu humilde abandono. (MD: 332) En Portugal, a pesar de que gritan contra los jesuitas, nuestros padres y nosotras somos los más maltratados. Es uno de esos misterios incomprensibles de los que nuestro tiempo ofrece muchos ejemplos. Los franciscanos no tienen dinero, no tienen el apoyo del mundo, por eso se les golpea con tanta osadía. Pero el Señor ha dicho: “En esto conocerán que sois discípulos míos”. Lo mismo da, a Dios no se le engaña. Hagamos el mes de María con mucho fervor para lograr que venga el Reino de Dios: éste será el de la verdad y de la caridad. (JO: 529, Abril 1900) Cuando estamos en estado de gracia, ¿no somos templos de la Santísima Trinidad? Sólo tenemos que hacer una cosa: unirnos a la voluntad de Dios que habita en nosotras, hacer que nuestra voluntad sea una con la suya. Pero el espíritu de la mentira trata de engañarnos sin cesar; sabe bien que el reino de Dios está dentro de nosotros y su ocupación constante es hacer que lo busquemos en las cosas humanas y externas, en las fantasías de nuestra imaginación, en nuestros deseos y la necesidad incesante de movimiento y de inestabilidad, en nuestra sed insaciable de felicidad y de amor. Siempre buscamos en el exterior y en las cosas humanas esta verdadera felicidad, esta unión con Dios que está dentro de nosotras y que nadie nos podría quitar si comprendiésemos su ser, su conocimiento y su deleite, correspondientes a las tres Personas de la Santísima Trinidad, que son un solo y único Dios. Por mi parte, a medida que pasa el tiempo, mayor es la sed que tengo de entrar en este reino interior que llevamos por todas partes y que es independiente de todo lo que pasa. (JO: 315, 31 de julio 1897) ¡Tengamos confianza! Hay algo que me dice al corazón que Dios avanza hacia una efusión de su reino. 3 Digamos como oración jaculatoria esta frase del Pater tan querida: “Venga tu reino” Y sobre todo, que nuestra fidelidad atraiga, como María, este reino a la tierra. (JO: 659, 29 enero 1902) … me ha impresionado una frase de san Pablo que da plenamente razón a mi modo de comprender las cosas de Dios: “ni los impuros, ni los idólatras, ni los avaros heredarán el Reino de Dios”. En efecto todo apego es un robo hecho a este Dios único, a quien debemos adorar y amar únicamente. Comprendamos de una vez, por qué san Francisco ha sido tan amado de Dios, incluso antes de recobrar el estado primitivo precedente al pecado original. Fue porque su divisa era: “Mi Dios y mi todo”, y porque ninguna idolatría ni de sí mismo ni de las criaturas ni de cosa alguna creada, le quitaba ni siquiera la mínima parcela de su corazón. Realmente, leyendo esto que te escribo… tú podrías decirme lo que decían aquellos que rodeaban a nuestro Señor: “Este lenguaje es duro de escuchar”. Y yo te respondo con una frase de la segunda meditación, que la madre de san Melitón dirigió a su hijo: “Hija mía, sufre un poco más. Cristo está a la puerta y él te ayudará”. (JO: 590, 10 marzo 1901) El reino de Dios lo alcanzaré por María… Este reino que yo deseaba tanto… hubiese querido arrancarlo del corazón de Dios y de los hombres, pero me sentía tan pobre! ¿Qué hacer? Exclamaba mi alma. Y de pronto pensé que María no había hecho nada por sí misma: “Toma al Niño y a su Madre”, dijo el Ángel… Esta palabra: toma, expresa muy bien que María no tenía voluntad y se abandonaba. Tómame, pues, Padre, y condúceme adonde quieras para la salvación y el reino de Dios. Ni siquiera preguntaré adónde voy. (NS: 9, 28 de agosto 1882) HÁGASE TU VOLUNTAD En cuanto a mí… me complazco en repetir las dos últimas palabras de nuestro Señor en la cruz: “Padre celestial, en tus manos pongo esta alma querida” Esta es para Él. La otra es para mí: “Todo está cumplido”. Hubiese deseado tanto verlo sacerdote [su sobrino Fr. François-Marie], recibir de sus manos el Santísimo Cuerpo de nuestro Señor: pero los designios de Dios han sido otros. Los adoro, reconociéndome muy indigna. Quizá no podía ofrecer mayor sacrificio por la Iglesia, las almas, la Orden y el Instituto. Rezad por él y también por mí que trato de unirme a María al pie de la cruz, repitiendo con ella: “Todo está cumplido”. (JO: 500, 5 febrero 1900) Debemos comprender mejor que nadie, que “la mies es mucha y los obreros pocos”. Pidamos al Dueño de la mies que envíe obreros dispuestos a ir como corderos en medio de lobos. Pero sobre todo, debemos dejar que el Dueño de la mies actúe en nosotras. En este abandono a la voluntad de Dios está la esencia misma del Evangelio y, en consecuencia, el espíritu franciscano. Allí encontraremos la clave de nuestra vocación misionera, la valentía de los apóstoles y la bendición poderosa que hace se realicen plenamente los designios de Dios. (MD: 137) 4 Imitemos mejor a María: si nuestra voluntad es una con la de Dios, Jesús habitará en nuestro corazón, que será un tabernáculo digno del Esposo, y la Santísima Trinidad reposará en este santuario de amor. (MD: 228, NS 101. “Me habla en el corazón…” # 210) […] El himno de alabanza esté siempre en vuestros labios, alabadlo en toda la amplitud de su poder, dejad que este poder se ejerza sobre vosotras sin que la voluntad lo dificulte. Alma mía, comprende hoy el secreto de los santos: servirte de todas las criaturas para unirte al creador y abandonarte en todo a su divina voluntad. (MD: 288) … tú que sabes que el reino de Dios está dentro de nosotros mismos y que las cosas externas no llegan a ocasionar turbación a este reino, cuando el alma ve en todas las cosas la voluntad del Padre celestial, concédenos tu humilde abandono (MD: 332) Al abrazar la vocación religiosa, también nosotras dijimos de todo corazón: “Señor, ¿qué quieres que haga? Y Dios respondió a nuestra petición: “aléjate del mal y haz el bien”. ¿Hemos sido siempre fieles a su consejo divino? Veamos el pasado. Volviendo a nuestra promesa, ¿no hemos dejado el bien para hacer lo que no lo era? ¡Oh ingratitud! ¡Oh locura! En adelante queremos entrar resueltamente… en el camino recto y verdadero. Viviendo de la voluntad de Dios, le pediremos cada día y en cada instante: “Señor, hágase tu voluntad”. Que nuestro amor llegue hasta renunciar a toda imperfección para alimentarse de tu beneplácito. Para ser buena misionera hay que ser discípula del Corazón de Jesús, del Cordero divino inmolado; entonces podremos conducir a los paganos y a los herejes a la fe, a los pecadores a la penitencia y a los enemigos a la paz y a la concordia. (MD:374) Secreto de Nazaret, cautivas mi alma; allí, oh Jesús mío, eres realmente “un rey oculto; Dios de Israel nuestro Salvador”, allí eres víctima por nosotros. Tu vida entera decía al Padre: “Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo – pues de mí está escrito en el rollo del libro – a hacer Oh Dios tu voluntad! A todas las lamas, tu Corazón divino hacía oír estas palabras: “Dichoso el hombre que me escucha velando ante mi puerta cada día, guardando las jambas de mi entrada. Aleluya”. Nuestra vida está oculta con Cristo, en Dios. Haz que podamos decir en verdad, después de esta meditación: ¡Nuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Aleluya! (MD: 717) Me he detenido en “que tu voluntad se cumpla y no la mía”. Me parece que penetro cada vez más en la Pasión de Jesús. Todo lo que leo de mi Seráfico Padre y de su espíritu me ayuda mucho. Y ahora beso con amor la cruz que me punza el corazón… y a cada rasgo de la Pasión quiero decir siempre: “Gracias por habérmelo enviado sin preguntarme si yo lo quiero”. (NS 115: 10 octubre 1883, “Me habla…” Nº 65) “Mi corazón está pronto ¡Oh Dios de mi corazón, para hacer tu santa voluntad”. “Mi Dios es hermoso, mi Dios es grande, mi Dios es feliz. ¡Qué importa la miseria de su sierva! Ejercitad vuestro poder sobre mí, beneplácito del amor; yo sufro, pero soy feliz de ser vuestra víctima. (NS: 202, 14 junio 1885. “Me habla…” Nº 101) “El amor para estar en su lugar debe poder dar y tomar libremente todo lo que no sea El. He visto que se apoya en esto toda la santidad de mi seráfico Padre, la ciencia de la verdadera felicidad. (NS 139. “Me habla…” Nº 42, 28 de enero 1884) 5 Actualmente tengo que decidir graves cuestiones para las partidas. Testigo me es Dios que no tengo voluntad propia; no tengo sino un deseo: conocer la voluntad de Dios para cumplirla. Y esto no es siempre fácil. Con frecuencia hay tantos pros y contras que, hasta con la mayor voluntad, no siempre se ve claro. En estos casos me gusta mucho decirle al Señor estas palabras: “Señor haz que vea; Señor ¿qué quieres que haga?” Cuando hemos rezado mucho y actuamos en consecuencia estamos mucho más tranquilas. (JO: 39, 5 feb. 1896) Cuánto desearía, hija mía, obtener para ti que fueses fiel como ella lo fue desde la cuna hasta la Asunción. Su gran secreto consistió en poseer su alma por la paciencia, esta paciencia que Dios nos hace vislumbrar al decirnos: “Los mansos poseerán la tierra”. No se puede llegar a esta paciencia sobrenatural sino conformándose en todo a la santa voluntad de Dios. Ahonda en esta voluntad y que la luz del Espíritu Santo te la manifieste tan claramente, que no puedas dejar de cumplirla. Es cierto que cuando Dios, en su bondad, nos manifiesta una perfección cualquiera o una falta cualquiera, amamos tanto lo bello y detestamos tanto el mal – incluso bajo la forma de imperfección – que no podemos menos de huir del mal y realizar lo que es bueno y hermoso. (JO: 458, 9 septiembre 1899) Cf. En este folleto p. 6: JO: 315, 31 de julio 1897 Para realizar el designio de amor del Padre, la comunión de todos los hombres en él. Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. El Espíritu nos introduce en su movimiento de obediencia filial. En la fe, ponemos como él nuestra voluntad en la del Padre: don de nosotras mismas que puede llegar hasta la renuncia total: aportando la actitud de María, enteramente disponible a Dios. Acogemos las llamadas del Señor a través de las mediaciones: entre ellas, las Constituciones, las responsables y la comunidad, son específicas de la obediencia religiosa. Puesto que hemos sido llamadas a vivir un mismo carisma, buscamos juntas y personalmente la voluntad de Dios sobre nosotras escuchando al Espíritu que actúa en cada una para realizar la comunión y la unidad. A través de las decisiones, nos adherimos a la voluntad de Dios en una actitud permanente de conversión. Constituciones 67 – 68 – 69 – 70 6 “DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA” Dame mi pan de cada día, cuando pareces abandonarme, mi pan cotidiano de sumisión, de paciencia, de abandono. (NS: 257, “Me habla en el corazón…” 71, 10 octubre 1886) Coman cada día, hijas mías, el pan que nuestro Dios da a nuestra alma”. Cuando decimos: “el pan de cada día dánosle hoy, pedimos, con el alimento del cuerpo, sobre todo el del alma. Dios nunca rehúsa ese pan y hay que comerlo tanto cuando está seco y amargo, como cuando está blando y agradable, porque Dios nos da siempre lo que es mejor para nuestra alma y porque desearlo es el gran secreto de la santidad”. (Biografía: “La muy Reverenda Madre María de la Pasión”, capítulo XXV, edición mexicana, p.430, edición paraguaya p. 458) Lo mejor es vivir día a día descubriendo que el pan cotidiano que la bondad de Dios nos ha destinado para el presente, es siempre lo mejor. (JO:296, 23 junio 1897) Aprendamos a decir bien: “Padre nuestro que estás en los cielos, danos hoy nuestro pan de cada día” y si buscamos primero el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás se nos dará por añadidura. (JO: 117, 1 de junio 1896) La contemplación de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza nos lleva a la dependencia filial del Padre -sumo bien y fuente de todo bien – y a la desapropiación de todo por él. (Const. 52) “PERDONA NUESTRAS OFENSAS” Amemos a Santiago que tuvo los sentimientos de Pedro y escogió la parte de los gentiles. Fue el segundo de lis apóstoles a quien el Señor resucitado se manifestó. Su virtud fue tan grande que en Jerusalén todo el mundo la llamaba el Justo, y podemos penetrar en su caridad viéndole en el momento de su muerte elevar las manos al cielo, rezar por sus verdugos y exclamar con el Redentor: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Para llegar a soportar las injurias hay que ser mortificado, saber sufrir. Los sacrificios de toda clase y la oración nos preparan para la caridad heroica. (MD: 298) Profundicemos este Evangelio (Mt 5,20-24) y que nos sugiera enérgicas soluciones. No guardemos nunca en nuestro corazón un resentimiento a propósito de nuestras hermanas ni de nadie, menos aún de nuestras superioras. ¿Qué importa dar el primer paso aunque seamos nosotras las ofendidas? En la India, donde en muchos puntos están en vigor las costumbres de la Iglesia primitiva, siempre es el más joven quien pide perdón al de más edad, aunque sea éste el culpable. 7 La madre de la Fundadora del Instituto, no permitía nunca que sus hijos se durmiesen con el más pequeño resentimiento en el corazón. Había que reconciliarse antes. Nosotras, Franciscanas, es decir, seráficas y menores, ¿nos atreveríamos a comulgar con algún rencor, alguna ofensa, sin pedir perdón? No lo hagamos nunca. Con una humildad digna del fundador de los Menores, una caridad digna de san Francisco el seráfico, dejemos nuestra ofrenda delante del altar, y vayamos primero a reconciliarnos con nuestro hermano, o nuestra hermana: luego volvamos y presentemos nuestra ofrenda”. Que nuestro pobre corazón, al recibir la sagrada Eucaristía, pueda entrar de verdad en comunión con el Dios de paz y de caridad. (MD: 835) La epístola del día nos recomienda la verdad y la caridad. “Hablad con verdad cada cual a su prójimo, no se ponga el sol mientras estéis airados” (Ef. 4,25) Aprovechemos de estas dos luces resplandecientes: que toda nuestra vida religiosa esté marcada con el sello de la verdad, y no nos acostemos nunca, y menos aún, no nos presentemos jamás ante la mesa eucarística, con algún resentimiento. (MD: 851) Nosotras también somos muy pequeñas; necesitamos ver a Jesús para conocerlo. Con frecuencia, el amor propio nos presenta algún medio que nos eleva, para procurarnos este conocimiento de Jesús. Comprendamos el amor, la obediencia, los dos a una nos dicen: “baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa”. Imitemos a Zaqueo, anonadémonos por amor, apresurémonos a bajar, despojémonos no sólo de la mitad de nuestros bienes, Esto basta para un siervo del mundo, pero es insuficiente para una esposa de Cristo. Renunciemos a todo apego, a toda criatura, a nosotras mismas, y reparemos el mal que hubiésemos hecho. (MD: 868) Permitidme hijas mías, conjuraros con insistencia que no abuséis de la sagrada Eucaristía recibiéndola sin reparar vuestras faltas. Ofender a Dios, a las superioras, a las hermanas y acercarse a la sagrada Mesa sin haber pedido un humilde perdón, es colocar a Jesús Amor entre nuestro amor propio y nuestra falta de caridad; es exponernos a hacer la comunión por rutina y a caer muy pronto en la tibieza y en la relajación. Que las Franciscanas Misioneras de María tengan como principio inviolable que toda falta debe ser reparada antes de recibir al Dios de caridad; tal es el consejo del Evangelio: “Si, pues, al presentar tu ofrenda sobre el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt. 5, 23-24) … habituaos a hacer toda comunión como si fuera la última. (CT/1: 23) En la mesa Santa, Él se da a todos; a las almas amantes y a las almas traidoras. Aún en la mayoría de las que le son adictas, ¡cuántos matices dolorosos, penosos para el Corazón de Jesús! Yo no sé como ha sucedido, pero he recibido una gracia especial en cuanto a mis relaciones con las criaturas. Una luz para mantenerme en comunión con ellas, aunque sean difíciles, uniéndome a Jesús Hostia que se da en comunión a todos, hasta al mismo Judas. Yo no puedo expresarlo, pero creo que es una gracia práctica y muy particular. (NS: 177, Me habla… 127, 4 de octubre 1884) 8 Qué fácil es perdonar, cuando se piensa cuán digno de compasión es el pecador. Yo perdono con gran facilidad a todos los que me han ofendido. Rezo para que la comunión realice plenamente sus efectos en la Iglesia, sobre todo en los que nos gobiernan y en los sacerdotes. Creo que muchas personas no tienen mala voluntad, pero el demonio actúa por muy diversos aspectos de la naturaleza. Con esto, la comunión se priva de una parte de sus luminosos efectos del amor en las almas y en la Iglesia. Si fuésemos coherentes, temeríamos el egoísmo y la falta de caridad con todas sus consecuencias. (NS 365) La santidad es comunión con Dios, pero no puede realizarse si en el corazón no hay amor hacia todos, aún hacia aquellos que nos hacen sufrir. (10/5/1877) Viva y exigente, la comunidad nos compromete a la conversión del corazón. En ella descubrimos nuestras riquezas y nuestras limitaciones. A través de las tensiones, los fracasos y progresos, vivimos un misterio de muerte y de resurrección; experimentamos el perdón mutuo y aprendemos de las demás cómo amar mejor a Cristo. (Const.21) A LA ESCUCHA DE LA TRADICIÓN Se dice que en cierta ocasión alguien le preguntó a María de la Pasión, cuál era su espiritualidad. Ella respondió sin vacilar: “Yo no tengo otra espiritualidad que la del Padre Nuestro”. María de la Pasión saboreó íntimamente el gozo de saberse hija de Dios, gracias al Espíritu. Experimentó lo que San Pablo expresa en su carta a los Romanos: 9 “… todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, compartiremos también su gloria”. (Rm 8, 14-17) Cf. NS 289, p.2 de este folleto. Si me preguntan cuál es mi espiritualidad, ¿qué respondería? Abbá, Padre Abbá, Padre, Padre No hemos recibido un espíritu Para recaer en el temor (bis) Este mismo espíritu, da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios y si hijos, también herederos coherederos con Cristo herederos de Dios. Abbá, Padre, Padre. de siervos { { { bis 10