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58 Reseñas de lecturas sobre geopolítica y economía global The Rise of the Robots: Technology and the Threat of Mass Unemployment Ford, Martin, (2015), Oneworld Book, Gran Bretaña. “La alarmante realidad es que si no reconocemos las implicaciones del avance de la tecnología y si no nos adaptamos, nos enfrentamos a una “tormenta perfecta” en la que los efectos de la desigualdad en alza, desempleo tecnológico, y cambio climático se desarrollan en paralelo, y en cierto modo, se amplían y refuerzan mutuamente. Sin embargo, si logramos que el avance de la tecnología se convierta en una solución –sin dejar de reconocer y adaptarse a sus consecuencias para el empleo y la distribución de ingresos– es probable que el resultado sea mucho más optimista. Negociar un camino a través de estas fuerzas enredadas y elaborar un futuro que ofrezca seguridad y prosperidad generalizada puede ser el mayor desafío de nuestro tiempo.” Sinopsis La llegada de los robots es cada vez más una realidad y tenemos que decidir, ahora, si un futuro con ellos traerá prosperidad o catástrofe. Históricamente siempre ha habido un escepticismo generalizado en considerar que el progreso tecnológico podría traer catástrofe. Además, había argumentos para corroborarlo: en Occidente, sobre todo durante el siglo XX, el desarrollo de la tecnología nos ha llevado hacia una sociedad más próspera. A medida que mejoraban las máquinas utilizadas en el proceso de producción, también lo hacía la productividad de los trabajadores que operaban dichas máquinas. Esto les convertía en más valiosos y les permitía demandar mayores salarios. Sin embargo, para el autor de The Rise of Robots (El auge de los robots), existen buenas razones para pensar que esta espiral de progreso ya no es tal. A modo de ejemplo, en 2013 un empleado medio del sector de la producción en Estados Unidos ganaba un 13% menos que en 1973, a pesar de que su productividad se haya incrementado un 107% y los precios de la vivienda, educación y sanidad hayan aumentado exponencialmente. El motivo, en opinión de Martin Ford, es el avance a pasos agigantados de la tecnología computacional. En su obra, Ford desafía la creencia generalizada según la cual las máquinas son herramientas al servicio de los trabajadores, y que ayudarán a aumentar su productividad. Más bien, las máquinas se están volviendo en contra de los trabajadores. Los ordenadores son cada vez más eficientes en adquirir nuevas competencias, lo que merma las posibilidades de los trabajadores de adaptarse a su ritmo y nivel. Esto, a su vez, nos lleva hacia una economía mundial que requiere menos mano de obra. En un 1 futuro cercano, médicos, periodistas, e irónicamente, incluso programadores informáticos, todos pueden ser remplazados por robots. Si algo enfatiza Martin Ford durante la obra, es la creciente amenaza que los algoritmos inteligentes representan – no solo para los trabajos manuales tradicionales (que ya están desapareciendo), sino también para los trabajos de cuello blanco–. En Silicon Valley nadie duda de que la tecnología tiene el poder de devastar industrias enteras y dominar sectores específicos de la economía y del mercado laboral. Pero Ford va más allá: se pregunta hasta qué punto la aceleración en el progreso de la tecnología no puede hacer peligrar todo nuestro sistema. Para ello, siempre con un foco en los países desarrollados, analizará el impacto que el progreso y despliegue de la robótica está generando en la economía, con un foco en sectores clave como el sanitario, educativo y tecnológico. La visión que le aporta su doble formación en ingeniería informática y administración de empresas lleva al autor a afirmar que estamos ante el mayor cambio social desde la Revolución Industrial y que, a menos que cambiemos de forma radical nuestras estructuras económicas y políticas, corremos el riesgo de una implosión del sistema. El autor Martin Ford es el fundador de una empresa de desarrollo de software en Silicon Valey, cuenta con más de 25 años de experiencia en diseño computacional y desarrollo de software, y ha sido el primer escritor moderno en denunciar el desempleo originado por el desarrollo tecnológico. Publicó su primer libro, The Lights in the Tunnel: Automation, Accelerating Technology and the Economy of the Future, en 2009. Ford es licenciado en ingeniería informática por la Universidad de Michigan y en administración de empresas por la Anderson School of Management de la UCLA. Idea básica y opinión Muchos economistas y políticos tienden a desestimar el problema que implica el rápido desarrollo y penetración de la tecnología en casi todos los sectores de la economía. Después de todo, subraya Martin Ford, los empleos monótonos, de bajo sueldo y baja cualificación que se pierden con la automatización tienden a ser vistos como indeseables. Muchos economistas incluso utilizan el verbo “liberar”, como si a los trabajadores que pierden sus empleos de escasa cualificación se les diera la oportunidad de obtener una formación superior y mejores oportunidades. La suposición parte de la base de que Occidente siempre será capaz de generar empleos que precisen de mayor cualificación y ofrezcan salarios cada vez más competitivos como para absorber a todos los nuevos trabajadores “liberados”, que habrán logrado adquirir la formación necesaria. Sin embargo, esta asunción se sustenta en premisas dudosas. Para Ford, el aumento de la educación y formación no son la respuesta a los desafíos que la automatización plantea para salvaguardar el empleo. Porque, según el autor, la automatización viene a por los trabajos de cuello blanco. 2 La evidencia más clara está en la propia industria de las tecnologías de la información. En 2012, por ejemplo, Google generó un beneficio de casi $12 mil millones mientras que empleaba a menos de 38.000 trabajadores. Esta cifra contrasta con la industria del automóvil. En su momento más álgido, en 1979, General Motors tenía una plantilla de 840.000 trabajadores y unos ingresos de $11 mil millones. El sector, además, creaba millones de trabajos periféricos en áreas como la conducción, reparación, seguro y alquiler de automóviles. Cierto es que el sector de Internet también genera trabajos periféricos. Pero las pruebas nos enseñan que aunque Internet puede tener una función ecualizadora (todo el mundo puede escribir un blog, vender productos en eBay o desarrollar una aplicación móvil), las oportunidades y sueldos que generan son completamente diferentes a los trabajos de clase media que generaban industrias como la automovilística. Ford destaca que los ingresos obtenidos por actividades en Internet tienden a seguir una lógica de “todo para el ganador”. Las ventas de libros y música, publicidad clasificada y alquiler de películas, por ejemplo, están cada vez más dominadas por un número reducido de centros de distribución online. El resultado obvio ha sido la eliminación de muchos puestos de trabajo. A medida que aumenta el número de personas que pierde la fuente de ingresos que les ancla en la clase media, también es mayor el número de personas que intenta su suerte en la economía digital. Solo unos pocos, según Ford, serán los afortunados que puedan contar anecdóticas historias de éxito. Pero la gran mayoría tendrá dificultades para mantener un estilo de vida considerado de clase media. En las economías desarrolladas siempre ha existido una población que trabajaba en los márgenes de la economía. No obstante, hasta cierto punto eran capaces de ir por libre, gracias a la riqueza generada por una masa crítica de población de clase media. Para Ford, la presencia de una clase media sólida es uno de los factores principales que diferencia a las naciones desarrolladas de las empobrecidas. Y actualmente, su erosión es cada vez más evidente en Europa, pero sobre todo en Estados Unidos. Según Ford, el sector de la enseñanza superior y el sector sanitario son los dos sectores críticos en los que el avance de la tecnología también está transformando el empleo. En el primero, el principal ejemplo ofrecido por Martin Ford para explorar el impacto de la automatización son los cursos en línea masivos y abiertos (MOOCs, por sus siglas en inglés). La evolución y mejora de este nuevo fenómeno representará una revolución global que podrá finalmente traer educación de alta calidad a cientos de millones de pobres en el mundo. Sin embargo, a medio plazo, destaca el autor, la evidencia sugiere que estos cursos atraen principalmente a estudiantes que buscan ampliar sus estudios. Si suponemos que los empresarios acaban otorgando el mismo valor a los títulos universitarios clásicos y los obtenidos a través de MOOCs, el resultado puede ser una dramática perturbación de todo el sector de la enseñanza superior –y los MOOCs pueden convertirse en un arma de doble filo–. Por un lado, puede abaratarse el coste de obtener un título universitario. Por ejemplo, el Georgia Institute of Technology se asoció con la organización educativa sin ánimo de lucro Udacity para ofrecer el primer máster MOOC en informática por $6.600, un 80% menos de lo que cuestan las tasas de ese máster en el campus. Pero por otro lado, la tecnología puede devastar una 3 industria que es en sí misma una gran generadora de empleo. Incluso, según Ford, puede haber una sinergia natural entre el aumento de MOOCs y la práctica de deslocalizar trabajos cualificados. Si los cursos online masivos acaban permitiendo la obtención de títulos universitarios, parece inevitable que del amplio número de nuevos estudiantes, muchos de los que obtengan excelentes resultados se sitúen en países en desarrollo. Esto, junto con nuevos sistemas automatizados de puntuación y sistemas de aprendizaje adaptativo, ofrecen un camino prometedor hacia el trastorno del sector educativo. Otro de los sectores clave que se verá afectado por esta automatización es el sector sanitario. Por el momento, subraya Ford, el impacto ha sido limitado. Pero en determinadas áreas de la medicina, sobre todo en aquellas que no requieren contacto directo con pacientes, los avances en inteligencia artificial aumentarán significativamente la productividad y puede que lleven incluso a una completa automatización. Por ejemplo, los radiólogos se forman para interpretar las imágenes que producen los escáneres médicos. El procesamiento de imagen y el reconocimiento tecnológico están avanzando a tal ritmo que puede que pronto usurpen el rol tradicional de los radiólogos. De hecho, en 2012, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EEUU (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó un sistema ultrasonido automatizado para la fase inicial de detección de cáncer de pecho. Los sistemas automatizados también permiten eliminar casi por completo la posibilidad de error humano. En la farmacia de la University of California Medical Center en San Francisco, se preparan unas 10.000 dosis diarias de medicación sin que ningún farmacéutico toque nunca una pastilla. En 2010, el Camino Hospital en Mountain View, California, adquirió 19 robots para llevar a cabo labores de suministro a un coste de $350.000. Según un administrador del hospital, pagar a personal para realizar el mismo trabajo que realizarían los robots hubiera costado millones de dólares al año. Estos ejemplos son una clara muestra de la forma en la que la aceleración de la tecnología de la información y la comunicación pueden convertir los esfuerzos de un número reducido de trabajadores en gran valor y fuente de ingresos. Ofrecen, además, datos convincentes sobre el cambio que ha experimentado la relación entre tecnología y empleo. Existe la creencia generalizada, basada en datos históricos que se remontan hasta la revolución industrial, según la cual la tecnología puede destruir algunos empleos, negocios e incluso industrias enteras, pero también creará nuevas ocupaciones. En un proceso de “destrucción creativa” surgirán nuevas industrias y empleos. Sin embargo, enfatiza Ford, la realidad muestra que la tecnología de la información ha alcanzado el punto en el que puede considerarse un servicio, como la electricidad. Parece casi inconcebible pensar que una nueva industria no se sirva de este servicio tan poderoso y de las máquinas inteligentes que lo acompañan. Por lo tanto, subraya el autor, las industrias que emerjan (casi) nunca requerirán mucha mano de obra. A esto se añade, además, el estancamiento salarial, ya que el aumento de la productividad que se ha experimentado no se ha visto reflejado en los salarios. En Reino Unido, entre 2000 y 2007, cada libra de productividad generada implicó solo 43 4 peniques de aumento de crecimiento en el salario medio. En Estados Unidos la relación es similar. Más allá de la cuestión moral de lo que implica que una élite reducida capture la mayor parte del capital tecnológico de la sociedad, también existen implicaciones prácticas para la salud de una economía en la que la desigualdad de ingresos se convierte en demasiado extrema. A medida que se vayan reduciendo el empleo y los ingresos como consecuencia de la automatización, puede que en un momento la mayoría de los consumidores no cuenten con el poder adquisitivo necesario para sostener el crecimiento económico. Casi todas las industrias principales que constituyen la columna vertebral de las economías occidentales están orientadas hacia mercados que consisten en muchos millones de consumidores (automóviles, servicios financieros, productos electrónicos, telecomunicaciones, servicios sanitarios, etc.). El autor observa que una persona muy rica puede comprar un coche magnífico, e incluso una docena de ellos, pero no realizará la compra de miles de ellos. Incluso almacenes como Walmart en Estados Unidos, o Tesco y Sainsbury en Reino Unido han experimentado una pérdida de ingresos en los últimos diez años frente a otros competidores como Aldi y Lidl, que ofrecen mayores descuentos y precios rebajados. Otro aspecto que debe tenerse en cuenta de este fenómeno de reducción de empleo es la actitud del consumidor. Históricamente el desempleo siempre se ha visto como algo temporal. Si se perdía el puesto de trabajo, existía la confianza de encontrar otro con un sueldo similar en un periodo de tiempo relativamente corto, por lo que por lo general se recurría a los ahorros o a la tarjeta de crédito para continuar el gasto casi al mismo nivel. Obviamente esta situación es bastante diferente hoy en día. Incluso si la tecnología logra reducir los precios, existe un gran problema con este escenario. Martin Ford explica que el camino hacia la prosperidad tradicionalmente se ha construido gracias a que los salarios aumentaban más rápido que los precios. Si imaginamos la situación contraria (los ingresos se reducen, pero los precios se reducen aún más rápido), estamos ante una situación nada halagüeña. El primer problema es la dificultad de romper un ciclo deflacionario. Si sabes que los precios se reducirán mañana, ¿para qué comprar hoy? En segundo lugar, para las empresas es difícil reducir sueldos. Es más probable que recurran más bien a reducir puestos de trabajo. Por ese motivo la deflación se asocia con aumento del desempleo (y, de nuevo, con más consumidores sin ingresos). Y, en tercer lugar, en una economía deflacionaria puede que los precios se reduzcan, pero no la hipoteca y prestamos ya contraídos. Puede parecer razonable pensar que los consumidores de los países en desarrollo que están experimentando un rápido crecimiento contribuirán a suplir esta falta de demanda que la desigualdad y la demografía están ocasionando en las economías avanzadas. Estas esperanzas se centran sobre todo en China. Sin embargo, destaca Ford, la falta de red de protección social en el país es uno de los principales motivos detrás de las elevadas tasas de ahorro, que se estiman en torno al 40% del salario. Otro factor importante es el alto precio de la vivienda. En total el consumo personal solo representa el 35%, casi la mitad que en Estados Unidos. La necesidad de reestructurar la economía 5 del país para fomentar el consumo doméstico es algo que lleva discutiendo desde hace varios años el gobierno de China. El problema es que para que esto suceda, es necesario aumentar los salarios y resolver las deficiencias que conducen a un alto índice de ahorro, como las pensiones o el sistema sanitario. Los desafíos que afronta China son más complicados aún para países más pobres, para los que el avance de la automatización puede implicar que se evapore el camino hacia la prosperidad que brindaba el desarrollo del sector manufacturero. Entre 1995 y 2002, unos 22 millones de empleos desaparecieron en el mundo a causa de la automatización. Durante ese mismo periodo de tiempo, el rendimiento de la industria aumentó un 30%. Estas tendencias son, para el autor, una visión muy realista, e incluso conservadora, de la evolución que seguirá la tecnología. Pero existe, según Ford, una posibilidad aún más extrema, que puede llevar a escenarios aún más dantescos: el progreso de la inteligencia artificial hacia inteligencia artificial fuerte (IA). Esto permitiría desarrollar sistemas que destinaran sus esfuerzos a mejorar su propio diseño y reprogramar su software. Si ocurriese tal explosión de inteligencia, remarca Ford, tendría implicaciones dramáticas para la humanidad. En palabras del inventor futurista Ray Kurzweil, “rompería la fábrica de la historia” y daría comienzo a lo que denomina singularity. En la astrofísica, singularity se refiere al punto en un agujero negro en el que las leyes de la física no se cumplen. Kurzweil, como apunta Ford, ha fundado exitosas compañías para vender sus productos en áreas como el reconocimiento óptico de caracteres, discursos generadores por ordenadores y síntesis musical. Su trabajo en torno a singularity, sin embargo, es más bien una mezcla de una narrativa coherente y fundada sobre la aceleración tecnológica con ideas que parecen tan especuladoras que rozan lo absurdo, como, por ejemplo, la convicción de que los humanos se fundirán con las máquinas. Una de las predicciones más aclamadas de Kurzweil es que los humanos tendremos implantes que aumentarán exponencialmente nuestra inteligencia. Y, quizás, el aspecto más controvertido es la creencia de que llegaremos a ser inmortales. En cualquier caso, destaca Ford, existe una comunidad brillante que defiende las ideas de Kurzweil. Existe incluso una institución académica, Singularity University, ubicada en Silicon Valley, que ofrece programas de grado no acreditados para estudiar el impacto potencial de la tecnología; cuenta con Google, Genentech, Cisco y Autodesk entre sus sponsors. La inteligencia artificial fuerte no constituye, sin embargo, para Ford, uno de los principales argumentos que justifican la necesidad de alertarse y abordar con seriedad los desafíos que el avance de la automatización plantea para nuestras sociedades. Se trata, simplemente, de amplificadores de un serio problema que amenaza con seguir aumentando la desigualdad y el desempleo. La solución del problema, como el autor ha justificado en The Rise of Robots, no pasa por mayor educación y formación. Para Ford, la solución más efectiva pasa por alguna forma de ingreso básico garantizado. Aunque en el contexto político actual esta propuesta puede ser considerada de “socialista”, apunta el autor, en su día un gran defensor de esta idea fue Friedrich Hayek, figura icónica hoy entre los conservadores. En su obra Derecho, legislación y libertad, publicada entre 1973 y 1979, Hayek sugirió que un ingreso garantizado sería una política 6 legítima del gobierno para ofrecer un seguro contra la adversidad. Y que la creación de este mecanismo de protección era el resultado directo de una transición hacia una sociedad más abierta y móvil, en la que muchos individuos ya no pueden recurrir a mecanismos de apoyo tradicionales. Para Hayek, por lo tanto, el ingreso básico nada tenía que ver con la igualdad o la distribución justa (como esta propuesta sería considerada hoy en día, tal y como apunta Ford), sino con un seguro contra la adversidad que cumplía, además, una eficiente función económica y social. Este mecanismo daría al individuo libertad de elección, evitando que el Estado se entrometiese en decisiones económicas personales, y permitiría seguir pudiendo participar en el mercado sin tener que adoptar medidas menos eficientes, según el autor, como el aumento de los salarios. En opinión de Ford, si se adopta el enfoque pragmático de Hayek y lo aplicamos a la situación actual, parece bastante probable que en los próximos años y décadas el gobierno deba llevar a cabo algún tipo de acción similar para hacer frente a los crecientes riesgos socio-económicos que presenta el avance tecnológico. Según el autor, la opción más eficiente –y con costes administrativos relativamente bajos– sería un ingreso básico en esta línea que incluyese los incentivos adecuados para garantizar que el número de individuos que prefiera no trabajar sea el mínimo posible. Aunque Ford considera esta solución como la más idónea, también contempla otras soluciones que pasan por enfocarse en la riqueza, y no en los ingresos, como crear participaciones accionarias para los trabajadores. Asimismo, si aceptamos que las economías occidentales requerirán cada vez menos mano de obra, también deberíamos transferir la carga fiscal del trabajador al capital. Mientras los impuestos recaigan desproporcionadamente sobre industrias y negocios que requieren mayor mano de obra, existirá un gran incentivo para aumentar la automatización siempre que sea posible –y llegará un momento que en el que el sistema sea insostenible–. Por ese motivo, Ford propone que la carga fiscal sea mayor para las empresas muy dependientes de tecnología y con plantilla reducida. En algún momento, no muy lejano en el tiempo, deberemos abandonar la idea de que serán los trabajadores los que pagarán las pensiones y programas sociales y adoptar la premisa de que es nuestra economía en su conjunto la que ofrecerá el apoyo. 7