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Crisis ética, política y económica. La herencia de la Revolución conservadora Jordi Mir Garcia Universitat Pompeu Fabra jordi.mir@upf.edu Abstract La actual crisis tiene una afectación que va mucho más allá de la esfera económica, pone en cuestión el modelo de sociedad instaurado en las últimas décadas. A la hora de intentar analizar lo sucedido, las causas que han llevado a la situaciones vividas conviene tener una perspectiva amplia para valorar todo aquello que tiene alguna incidencia. Las transformaciones económicas, sociales, políticas y culturas que originó la presidencia de Ronald Reagan en los Estados Unidos nos pueden ayudar a entender la crisis que estamos viviendo. El mundo cambio a principios de los ochenta y los efectos llegan hasta hoy. The current crise affects further than the economy, it questions the model of society set up in the last decades. When analysing what has happened, the causes that have brought about the situations experienced, we should have a wide gaze to evaluate everything that has influenced. The economic, social, political and cultural transformation, originated by Ronald Reagan presidency in the United States can help us to understand the crise we are living. At the beginning of the eighties, the world changed, and the effects reach up to now. Keywords: Crisis, ética, política, economía Keywords: Crise, ethics, politics, economics Sam Bicke es una persona que no soporta la mentira, es incapaz de asumir que para hacer buenos negocios la verdad no importa. Lo ha descubierto en los diferentes empleos que ha tenido y siempre ha huido. Pero no es sólo la verdad lo que ve peligrar, también la libertad, la independencia, la dignidad del individuo. El emplearse, es sólo un trabajo, pero es una condición que tal como es experimentada por una parte importante de la ciudadanía afecta a su condición humana. Los abusos, las vejaciones, las indignidades que conviven con la ocupación que se intenta mantener contribuyen a la construcción de una sociedad de la injusticia. Sam, persona de una extrema sensibilidad, hasta la tragedia, no puede entender como su país, Estados Unidos, el país de la abundancia, el país de las oportunidades, maltrata de este modo a sus ciudadanos. Sam, interpretado por Sean Pen, es el protagonista de El asesinato de Richard Nixon (director Niels Mueller, 2004), una película inspirada en hechos reales. La crisis que afecta a las sociedades que podríamos considerar, en su conjunto, como las más enriquecidas del planeta se está planteando en este momento como algo relacionado con la situación de la economía. Se ha hablado de las hipotecas basura, de los efectos de la falta de regulación por parte de las autoridades correspondientes, también de las diferentes burbujas que se han pinchado. Pero la crisis actual tiene causas a las que podemos encontrar un origen mucho más allá de la esfera economía. Dos preguntas nos pueden ayudar a verlo: Primera, ¿Nuestros valores sobre la vida en sociedad tienen algo que ver con la situación en la que nos encontramos? Segunda, ¿La incapacidad para pensar alternativas a lo realmente existente a qué responde? La Revolución conservadora Esta crisis ha tenido algo muy positivo en lo que se refiere a inflexión en los discursos. Cuando se hizo presente rápidamente fue seguida de intervenciones de analistas con acceso directo a los medios de comunicación de masas para vaticinar el final de una era. Principalmente se trató de gente de la economía como Paul Krugman y Joseph Stiglitz, grandes referentes internacionales. Sus palabras parecieron ejercer de despertador global para que después de una larga ensoñación empezáramos a ser conscientes de lo ocurrido en los últimos años. Ya se habían producido avisos importantes, pero en la medida que no afectaban a nuestros bolsillos no eran atendidos. Ahora el final podía estar cercano y el temor abre la posibilidad a hablar de casi todo, otra cosa es lo que luego se estará dispuesto a hacer. Krugman ha planteado abiertamente que el presidente Ronald Reagan y su círculo de asesores son los principales responsables del caos económico en el que nos encontramos. El motivo, las facilidades que creó para el endeudamiento de los ciudadanos. Puso fin a las restricciones existentes desde la gran Depresión y lo dejó en manos del mercado. Lo ha dicho con toda rotundidad: “Las causas inmediatas de la crisis económica actual se encuentran sin lugar a dudas en acontecimientos que se produjeron mucho después de que Reagan dejase el poder: en la abundancia mundial de ahorros creada por el superávit en China y en otros países, y en la gigantesca burbuja inmobiliaria que esa abundancia de ahorros ayudó a inflar. Pero fue la explosión del endeudamiento a lo largo del cuarto de siglo anterior lo que hizo que la economía estadounidense se volviera tan vulnerable. Muchos de los que habían pedido préstamos que estaban por encima de sus límites tenían a la fuerza que dejar de pagarlos cuando la burbuja se pinchó y el desempleo empezó a aumentar.” (Krugman, 2009). Stiglitz ha sido igual de contundente: “El fundamentalismo de mercado neoliberal siempre ha sido una doctrina política que sirve a determinados intereses. Nunca ha estado respaldado por la teoría económica. Y, como debería haber quedado claro, tampoco está respaldado por la experiencia histórica. Aprender esta lección tal vez sea un rayo de luz en medio de la nube que ahora se cierne sobre la economía mundial.” (Stiglitz, 2008). Con Ronald Reagan, gobernador de California desde 1966, emergió la Revolución conservadora. Su carrera política había empezado cerca de Berkeley cuando los estudiantes eran protagonistas de un periodo de movilizaciones orientadas a la transformación de una sociedad que consideraban opresora e injusta. Reagan se enfrentó a ellos: “Se ha escrito mucho sobre los universitarios y otros jóvenes que se rebelaron en contra de la sociedad en la década de los setenta. Pero existía otra revolución más silenciosa que barría el país en esa misma década. Era la rebelión de la gente normal. Una generación de norteamericanos de clase media que había trabajado duramente para llegar a algo y que empezaba a desconfiar de un Gobierno que se llevaba un promedio de treinta y siete centavos de cada dólar que ganaban y, no obstante, cada día ese gobierno se sumergía más y más en el endeudamiento.” (Reagan, 1991, 157) Coincidencia, o no, sería Nixon quien usara por primera vez el concepto “mayoría silenciosa”, al que remete la “revolución silenciosa” de Reagan, cuando a finales de 1969 se dirigía a la ciudadanía de los Estados Unidos para conseguir su apoyo y contener la guerra en Vietnam. Mejor dicho, lo que intentaba era superar la incidencia de la contestación a la guerra. La “gran mayoría silenciosa”, a diferencia de la minoría ruidosa de los contrarios a la guerra, entre los que había muchos estudiantes de Berkeley, estaría con él y le permitiría acabar la guerra para “ganar la paz”. Para Nixon, Estados Unidos, como nación más poderosa del mundo, no podía permitir que la libertad de millones de personas quedara en manos de las fuerzas del totalitarismo. Las administraciones Nixon y Reagan, pese a las diferencias, coincidían en algunas cuestiones importantes. Esta mayoría silenciosa, gente de bien, de orden, enriquecida, y que no tiene porqué soportar las veleidades progresistas de los liberales en el sentido estadounidense (cuando no socialistas, anarquistas o radicales), servirá para justificar todas las políticas que consideren necesarias. Los vicios del bienestar. J.K. Galbraith, ya en 1958, hablaba de Estados Unidos como la sociedad de la opulencia, avisaba del riesgo de la distancia entre los intereses privados y los públicos, entre nuestra preocupación por la riqueza en nuestras casas y la indiferencia por lo que sucede en nuestras calles. David A. Stockman, que fuera director de la Oficina del Presupuesto de la Administración Reagan (1981-1985), explica con mucha claridad la naturaleza del gobierno para el que trabajó. Poco después de dejar el cargo publicaba un volumen con él sintomático título de El triunfo de la política y el subtítulo de Por qué fracasó la Revolución Reagan. Con el paso de los años y viendo la evolución que ha seguido no sólo la sociedad estadounidense, también buena parte de los llamados países occidentales, uno podría optar por contradecir el subtítulo de Stockman. Reagan y su revolución no fracasaron, todo lo contrario: el mundo que quedó después de su paso fue substancialmente diferente de aquel que habían encontrado. Entonces, ¿en qué está pensando Stockman? La Revolución reaganiana de la que él habla consistiría en conseguir una moneda fuerte, una presión fiscal menor y una extensa reducción de los gastos federales, de los programas sociales y de los subsidios. Esa revolución conseguiría un crecimiento económico sostenido y el progreso social. Pero el intento, a su entender, no fue exitoso, fue derrotado por la política, mas concretamente por los políticos: “El hecho es que los políticos pueden ser un peligro. Nunca dejan de inventar iniciativas gubernamentales ilícitas para sangrar la economía nacional. Para mantener su promoción social y sus pesebres, incurrimos en despilfarros que merman el bienestar colectivo y la riqueza del país. Los políticos rara vez miran delante ni a su alrededor. Su horizonte no pasa de dos años y un distrito electoral.” (Stockman, 1986, 24). Pero no se trata exclusivamente de los políticos, el mal acaba radicando en la ciudadanía a la que éstos quieren servir. Stockman llega a escribir que al electorado real si algo le importa es recibir una ayuda pública que remedie lo que se haya percibido como injusticia. Stockman tiene razón, la Revolución Reagan que él intentó hacer triunfar no se produjo. El gasto público no se redujo, aumentó. Se cortó el despilfarro dedicado a programas sociales, para utilizar la expresión de Stockman, pero el gasto se disparó en la protección a la industria y en la factura militar. John Gray, un filosofo político liberal en sentido europeo que presentaba ya en 1998 los problemas a los que ahora debemos hacer frente, nos decía de Reagan: “La economía política del reganismo no estaba especialmente orientada hacia el mercado, era una especie de proteccionismo keynesiano militarizado. Se incurría en grandes déficit presupuestarios para financiar recortes impositivos y gastos militares. Gran parte de la industria estadounidense recibió una mayor protección gracias al aumento de subsidios y aranceles.” (Gray, 2000, 139-140). La administración Reagan impuso un discurso contradictorio, recortes para lo que nos conviene, el mercado rige lo que nos interesa. Los efectos no tardaron en percibirse y llegan hasta nuestros días no exclusivamente en Estados Unidos, en buena parte del mundo. Está por ver si está crisis nos llevará a un replanteamiento. Un mundo que desaparece La Revolución conservadora transformó cuestiones fundamentales para la vida en comunidad, cuestionó el propio modelo de una sociedad. La opulencia continuó imponiéndose y lo que contó fueron las casas de aquellos que las tenían y no las calles, lo público. La Revolución conservadora tiene mucho que ver con la transformación de un mundo que había ido surgiendo durante la década de los sesenta tanto en los Estados Unidos como en otros lugares. Cambiarán las ideas dominantes en la sociedad, se produce una transformación de valores. Las dimensiones de lo sucedido son tan grandes que cuesta seleccionar los elementos significativos que lo ilustren con la mayor claridad. Veamos sólo tres detalles. Las desigualdades económicas, la riqueza de los que tienen y el empobrecimiento del resto. Tenemos suficientes datos para observar como en Estados Unidos se ha producido un aumento de las desigualdades. Paul Krugman hace el siguiente balance: “en la década de 1980 se hizo cada vez más evidente que la evolución que había conducido a Estados Unidos a construir un país de clases medias e ideológicamente situado en el centro del espectro político no era el final de la Historia. Los economistas empezaron a dar cuenta de un repentino incremento de las desigualdades sociales.(...) Aquellas tendencias perviven en la actualidad, toda vez que la desigualdad de ingresos resulta tan elevada como en la década de 1920 y los niveles de confrontación política tan altos como nunca hasta ahora lo habían sido.” (Krugman, 2008, 10-11). La desigualdad y el empobrecimiento son constatables en sociedades de las consideradas democráticas y avanzadas incluso en periodos de crecimiento económico. La arquitectura de las instituciones internacionales multilaterales. Podemos dar la palabra a Joseph E. Stiglitz, buen conocedor del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional: “El FMI ha cambiado profundamente a lo largo del tiempo. Fundado en la creencia de que los mercados funcionan muchas veces mal, ahora proclama la supremacía del mercado con fervor ideológico. Fundado en la creencia de que es necesaria una presión internacional sobre los países para que acometan políticas económicas expansivas -como subir el gasto, bajar los impuestos o reducir los tipos de interés para estimular la economía- hoy el FMI típicamente aporta dinero sólo si los países emprenden políticas como recortar los déficits y aumentar los impuestos o los tipos de interés, lo que contrae la economía. Keynes se revolvería en su tumba si supiese lo que ha sucedido con su criatura. El cambio más dramático de estas instituciones tuvo lugar en los años ochenta, la era en la que Ronald Reagan y Margaret Thatcher predicaron la ideología del libre mercado en los Estados Unidos y el Reino Unido. El FMI y el Banco Mundial se convirtieron en nuevas instituciones misioneras, a través de las cuales esas ideas fueron impuestas sobre los reticentes países pobres que necesitaban con urgencia sus préstamos y subvenciones.” (Stiglitz, J.E., 2002, 39-40) El cambio en la cultura política, en los valores. Ya hemos visto los comentarios de Ronald Reagan sobre los estudiantes revolucionarios. ¿Que pasó con esa juventud? Veámoslo en España, para salir de Estados Unidos y observar como es una situación que se produce en diferentes lugares. Nos puede ayudar a eso el informe elaborado por la Dirección General de Juventud y Promoción Sociocultural presentado en 1981. Recoge datos obtenidos a partir de diferentes encuestas realizadas entre 1977 y 1979, coincidiendo con el periodo de las primeras elecciones realizadas después de la muerte del dictador Francisco Franco en España. Preguntados por la opinión respecto de la propiedad privada. El 20.6% decía simplemente que debía desaparecer por completo; la mayoría, un 27%, se manifestaba a favor de que existiera sólo para los bienes personales (casa, coche, etc.) y no para los bienes de producción (empresas, tierras, etc.); el 12.8% estaba a favor de que se respetase en todo menos en determinadas industrias y sectores claves (compañías eléctricas, banca, etc.); el 6.5% optaba por decir que debía existir pero con mayor control del Estado; finalmente, únicamente, el 9.5% respondía que debía darse tal como existía en ese momento.(Lorente Arenas, 1981). Al analizar la situación en la que nos encontramos resulta imprescindible valorar los efectos de la Revolución conservadora en el mundo actual, especialmente aquellos más difíciles de percibir, los que sobrepasan la esfera económica. La crisis actual La crisis actual ha servido, entre otras cosas, para comprobar como es de profundo el daño realizado por la revolución conservadora a lo largo de estos años. El triunfo de este intento de transformación política, económica, social y cultural ha sido de tal dimensión que la capacidad de respuesta ante los acontecimientos actuales ha sido de lo más débil. Dejando a un lado las personas y colectivos ya implicados en un proceso de construcción de alternativas, en diferentes direcciones, poca cosa más ha aparecido. La instauración de este pensamiento, de estos valores, de estas actitudes, ha implicado la incapacidad colectiva de pensar y actuar con la determinación que exige una realidad como la que venimos afrontando en las últimas décadas. Ante los discursos que hablan bien de la línea seguida en la mejora del bienestar global de las condiciones de vida de la ciudadanía mundial, gracias a los beneficios obtenidos por un determinado proceso de globalización económica, ya disponemos de estudios que nos permiten valorar sus efectos de otro modo. No es momento ahora de entrar en esta cuestión, pero resulta descorazonador observar como en la discusión sobre la pobreza y las desigualdades a nivel mundial, continúa presentándose una argumentación favorable a la consideración de la riqueza de los países sin entrar a ver como repercute en su ciudadanía. Que China, o India, o incluso España, hayan crecido económicamente en los últimos años no implica que eso haya repercutido favorablemente entre el conjunto de la población. Diferentes estudios nos muestran que lo sucedido en muchos de estos países en crecimiento es que la riqueza se ha distribuido de manera enormemente desigual. Llegando al extremo, incluso, de que los sectores más necesitados de la sociedad hayan visto reducidos sus ingresos. Entrar en un análisis global de la realidad económica mundial en un momento de crisis actual no está al alcance de todos. Lo que sí está en las manos, en la cabeza por hablar con más propiedad, de la mayoría de nosotros es el pensar críticamente sobre las condiciones de vida en nuestras sociedades. El debate sobre la pobreza, las desigualdades, la injusticia, la exclusión, ha desparecido del espacio público. Hablamos y pensamos muy poco sobre eso y, aún menos, buscamos respuestas. Esta es la gran derrota que condiciona todo lo demás. En el momento de nuestra historia en el que más y mejores instrumentos están a nuestro alcance para conocer la realidad y transformarla, como sociedad hemos optado por mirar hacia otro lado, hemos cambiado nuestras prioridades. No se trata de que no haya buena gente trabajando en ello, seguramente es el periodo histórico en el que más personas en diferentes ámbitos, desde el académico al político, pasando por el del tejido asociativo, está ahí. Pero la preocupación ha desaparecido de la esfera pública y es la señal de que ya no nos preocupa, ni es un objetivo prioritario como sociedad. La filosofía, el pensamiento moral y político, debería tener mucho que decir al respecto. Tiene que decir sobre el pensamiento presente y sobre el que podría dar paso a unos nuevos valores, a unas nuevas preocupaciones, a una nueva manera de hacer para transformar la realidad. No está en manos de las personas dedicadas a la filosofía moral y política, individualmente, cambiar los discursos dominantes, no obstante, algo se puede aportar. Empezando, por una reflexión colectiva sobre los asuntos a los que dedicamos nuestros esfuerzos y, después, sobre la capacidad de incidencia que tiene nuestro trabajo. Sam Bicke, en su desequilibrio alterado, opta por una salida individual trágica que surge de la más profunda desesperación. A Sam se le juzga como un loco, pero por qué camino optan el conjunto de ciudadanos que sufren los mismos males de esta sociedad que construimos entre todos Optan, mayoritariamente, por salidas racionales salidas. El cambio, la transformación, no es posible. La adaptación al beneficio, a la mentira, a los ataques a la dignidad, a la explotación... se acaban imponiendo. Se trata de vender para poder comprar, y poner casi todo lo demás en suspensión. La responsabilidad no sólo le falta a Bicke a la hora de tomar la determinación de cómo continuar. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Gray, J. (2000), Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global, Paidós, Barcelona Krugman, P. (2008), Después de Bush. El fin de los “neocons” y la hora de los demócratas, Crítica, Barcelona Krugman, P. (2009), “La culpa la tiene Reagan”, El País, 28/06/2009, http://www.elpais.com/articulo/economia/global/culpa/tiene/Reagan/elpepueconeg/20090628elpneg eco_2/Tes Lorente Arenas, S. (1981), La cultura política de la juventud. Actitudes y comportamientos de la juventud española ente el hecho político, Ministerio de Cultura, Madrid Reagan, R. (1991), Una vida americana, Plaza & Janes, Barcelona Stiglitz, J. E. (2002), El malestar en la globalización, Taurus, Madrid Stiglitz, J. E. (2008), “¿El fin del neoliberalismo?”, El País, 20/07/2008, http://www.elpais.com/articulo/empresas/sectores/fin/neoliberalismo/elpepueconeg/20080720elpne gemp_6/Tes Stockman, David A. (1986), El triunfo de la política. Por qué fracasó la Revolución de Reagan, Grijalbo, Barcelona