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União da memória o esquecimento parar a reconstrução de uma vida violada, a partir da tradição oral contada em comunidades da paz RESUMO Neste artigo, o autor rejeita a visão clássica da memória histórica, querendo evitar o esquecimento às atrocidades cometidas pelos agressores, um obstáculo para a reconstrução das vidas daqueles que foram vítimas. Diante disso, se propõe um vínculo paradoxal, complementares, mas não contraditórios entre memória e esquecimento, a fim de que antes que as vítimas fossem capazes de reconstruir as suas vidas com o incentivo e a orientação das utopias expressas através de diferentes recursos seja proposto tradição oral, mas acompanhado por uma forte estrutura do Estado que garante a verdade, justiça e acima de tudo de reparação. No entanto, no caso de não ter a presença do estado, propõe-se que a vítima possa integrar uma comunidade de paz. Palavras-chave: Memória, esquecimento, existência autêntica, poesia, tradição oral. 92 6 2013 Unión de memoria y olvido para la reconstrucción de una vida violentada, a partir de la tradición oral narrada en comunidades de paz (Pp. 92 - 107) Unión de memoria y olvido para la reconstrucción de una vida violentada, a partir de la tradición oral narrada en comunidades de paz* Fecha de recepción: Agosto 9 de 2013 Fecha de aceptación: Octubre 31 de 2013 Fecha de modificación: Diciembre 13 de 2013 Manuel Leonardo Prada Rodríguez Teólogo y Magíster en Filosofía Latinoamericana. Profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad Santo Tomás. Correo electrónico: manueco7@gmail.com Union of memory and oblivion to rebuild a violated life, from the oral tradition narrated in peace communities ABSTRACT RESUMEN In this article, the author rejects the classic vision about historic memory because it obstructs the rebuilding of the victims’ life for avoiding the memories of the atrocities carried out by violent people against them. Before this, the author proposes a paradoxical union, complementary but not contradictory, between memory and forget. The text’s goal implicates that persons who were victims in the past are able to restore their lives with the motivation and direction of utopias expressed through many resources of oral tradition, but accompanied by a hard state structure that warrants the truth, the justice and the reparation. Nevertheless, in case of suffering state nonattendance, the author suggests that the victims integrate communities of peace. En este artículo, el autor rechaza la visión clásica de la memoria histórica que, por querer evitar el olvido de las atrocidades cometidas por los victimarios, pone obstáculos a la reconstrucción de la vida de aquellas personas que fueron víctimas. Ante esto, se propone una unión paradójica, complementaria, mas no contradictoria, entre memoria y olvido, con el objetivo de que las que antes eran víctimas puedan reconstruir su vida con el aliciente y la dirección de utopías expresadas por medio de los diferentes recursos de la tradición oral, pero acompañadas por una férrea estructura estatal que garantice la verdad, la justicia y, sobre todo, la reparación. No obstante, en caso de padecer de ausencia estatal, se propone que la víctima pueda integrar una comunidad de paz. Keywords: Memory, forgetfulness, authentic existence, poetry, oral tradition. Palabras clave: Memoria, olvido, existencia auténtica, poesía, tradición oral. * Artículo producto de la investigación: Aportes teóricos para la Cátedra para la Paz. Grupo de Investigación Aletheia COL0113483. Universidad Santo Tomás. 2013.. Manuel Leonardo Prada Rodríguez 2013 6 93 94 6 2013 Unión de memoria y olvido para la reconstrucción de una vida violentada, a partir de la tradición oral narrada en comunidades de paz (Pp. 92 - 107) INTRODUCCIÓN Colombia ha venido experimentando una realidad violenta desde antes de la Conquista de América. Los Incas querían dominar estos territorios antes de la llegada de Francisco Pizarro a Perú, habiendo conseguido únicamente el sometimiento de los Pastos. Posteriormente, los españoles mataron a muchos indígenas. Los mestizos surgimos, casi en la mayoría de los casos, de violaciones de españoles a mujeres indígenas. Luego, el monopolio económico que Inglaterra llevó a cabo en el mundo durante el Siglo XIX, y más adelante, el estadounidense, arribaron a estas tierras para ejercer diferentes tipos de violencia, entre las cuales, a mi parecer, la más cruel es la epistémica, que intenta borrar la historia constituyente de la personalidad de los colombianos. A esto se le suma la guerra entre conservadores y liberales, entre el Estado y las guerrillas. Por todo lo anterior, es de esperar que en Colombia se emprendan proyectos de memoria histórica con el fin de superar estas etapas continuas de violencia. Sin embargo, todavía hay violencia. Esto implica que aquí dichos proyectos tienen poco significado entre la gente, en caso de ser conocidos por ella. Una causa de dicha irrelevancia es que los autores de los textos del Centro Nacional de Memoria Histórica, por ejemplo, han privilegiado el uso de textos argumentativos que poco tienen que ver con la idiosincrasia de nuestro pueblo, tal como se mostrará a lo largo del desarrollo de este artículo, con el fin de, más bien, cumplir con los estándares internacionales de calidad. Importa más que los extranjeros sepan que este país está desbaratado a que los habitantes de este territorio adquieran conciencia desde sus propios medios más ligados a la tradición oral que al ensayo, acerca de esta realidad de violencia que se repite vez tras vez. MEMORIA MENOS OLVIDO: OPERACIÓN QUE PERPETÚA EL DOLOR DE LAS VÍCTIMAS Y LA AUSENCIA DE GANAS DE RECONSTRUIR LA VIDA Según el pensamiento griego posterior a Parménides, las cosas tienen una realidad esencial, motivo por el cual la verdad solo implica patencia o descubrimiento de ella. De esta manera, la verdad, que quedó desconectada del olvido, ahora está ligada meramente al acto de develar, manifestar; desentrañar; esclarecer; desvelar, sacar a la luz algo, permitiendo que Manuel Leonardo Prada Rodríguez se vea tal como es, mostrar la evidencia sin intentar ocultarla. En referencia a lo anterior, Balz y Schneider (1996) dicen que: Según el uso lingüístico del griego antiguo, la formación ἀληθεια, derivada de λανθάνω/λήθω (ocultar o encubrir algo a alguien) y α privativa, significa la cosa, en cuanto es una cosa dicha. Decir la ἀληθεια significa: decir «tal y como es» (Boeder 99; de manera parecida Frisk, Wörterbuch I, 71). En cuanto a la época clásica, sigue sin refutar la prueba aducida principalmente por Heidegger y Bultmann (Exegética, 144ss), según la cual ἀληθεια significa verdad en el sentido de no ocultamiento (es decir, ¡en sentido etimológico!, Heitsch en contra de Friedländer) y de apertura de la cosa real que se muestra y, por tanto, es percibida, y que, por consiguiente, en total continuidad con el uso lingüístico antiguo, es realidad y autenticidad o rectitud del enunciado del discurso que hace ver (Aristóteles, De Interpretatione, 4, 17ª: λόγος ἀποφαντικός; Heidegger, Logik, 127ss). En cuanto la ἀληθεια desvela la conducta del hablante, significa veracidad. (p. 172). Como lo critica Platón (1998, p. 338ss) en el libro séptimo de la República, los fenómenos, las apariencias, lo que fluye y se percibe a través de los sentidos –la realidad, según Heráclito– encubre a las cosas, su verdad o esencia. Por eso, los griegos no quedaban satisfechos al simplemente mirar las cosas, sino que buscaban sus causas últimas, o sea, el ser verdadero que equivalía a lo permanente e imperecedero, a lo uno o único. Desde ese momento, los occidentales no conciben a la verdad como lo que caduca o cambia, sino como lo que continúa presente. En otras palabras, la verdad está en relación con el ser. Una cosa puede ser determinada si se muestra tal y como es (physis) en su totalidad, debido al ser (Ferrater, 1965, p. 530). En sintonía con esta idea acerca de la physis, tenemos la siguiente: La raíz φυ- indica mostrarse, como la raíz φα- (de φαίνεσθαι). El ser se hace presente para los griegos como φύσις, como lo que surge y va apareciendo, saliendo fuera a la desocultación. En este sentido le pertenecen al ser tanto la verdad o desocultación (ἀλήθεια) como la ocultación, que permanece siempre. Esto es lo que sintetizaría Heráclito en su conocido fragmento 123: φύσις Κρύπτεσθαι φιλεῖ. La naturaleza ama el ocultarse. El mostrarse, el surgir (φύσις) va acompañado de una ocultación. En este contexto cobra importancia la apariencia; pero no puede equivaler al ser (Berciano, 1990, p. 13). Por lo anterior, un descubrimiento verdadero consiste en permitir que las cosas sean vistas tal y como son, por medio de la apertura inherente a ellas que posibilita al humano descubrirlas. De esta manera, en el pensamiento griego son equivalentes las cosas, los fenómenos y la verdad. Descubrir la verdad, fenoménicamente, es descubrir la cosa misma. De acuerdo 2013 6 95 con esta forma de pensar, la memoria histórica está relacionada con la verdad y el olvido, con la falsedad. Por lo tanto, en Occidente se ha buscado rescatar la primera y desechar la segunda. Esto implica que, comúnmente, una sola visión de los hechos acaecidos termina convirtiéndose en verdad. A veces, ese punto de vista es estatal y busca eliminar los intentos de memoria histórica llevados a cabo por organizaciones no gubernamentales, a las cuales encasilla en el concepto de izquierda. En otras ocasiones, son las organizaciones no gubernamentales las que monopolizan los proyectos de memoria histórica, mostrando al Estado como una máquina de guerra en contra de la población civil. Pero ni el Estado ni las organizaciones no gubernamentales buscan captar la realidad tal como es, en su totalidad. Por el contrario, hacen de las muestras de la realidad, obtenidas a partir de los instrumentos de recolección que ellos mismos tienen, la totalidad de la misma. Aquí no hay imparcialidad, visión complementaria, sino injusticia, desequilibrio. La otra mirada, en lugar de ser vista como complementaria, es vista como excluible. MEMORIA MÁS OLVIDO: OPERACIÓN QUE PERMITE RECORDAR EL DOLOR DE LAS VÍCTIMAS SIN QUE ESTAS TENGAN QUE SENTIRLO DE NUEVO PORQUE LAS GANAS DE RECONSTRUIR SU VIDA, SOÑANDO CON UTOPÍAS, SON MÁS FUERTES En contraposición a la postura anteriormente descrita, los griegos que vivieron antes de Parménides tenían una visión incluyente de la realidad, que todavía no se basaba en el principio lógico y ontológico de no contradicción. Desde esa perspectiva complementaria, la vida requería tanto de la memoria como del olvido, no solo de uno de esos dos elementos. Mnemósine (Μνημοσύνη) era la personificación de la memoria. Ella era hija de la tierra (Gea) y del cielo (Urano), por lo cual hoy en día es posible concebirla no solo como recuerdo del pasado, sino también como utopía, debido a que en ella el cielo puede empezar a fundirse en la tierra. Es decir, los sueños pueden llegar a ser concretados en la realidad, al estilo de la finalidad principal de la oración del Padre Nuestro: “que se haga la voluntad divina aquí en la tierra como sucede en el cielo”, que los acontecimientos terrestres se den como si estuvieran planeados por una mente bondadosa, que no busca su propio beneficio como lo hacen quienes gobiernan 96 6 2013 los hilos de la historia, normalmente, atemorizando a la población civil con armas y políticas de muerte, sean éstas estatales, insurgentes o paramilitares. Mnemósine también era el nombre mitológico de un río del Hades. Cuando las personas morían, sus almas, libres del cuerpo, debían descender al inframundo y tomar agua del río de la memoria para poder recordar lo que hicieron en la Tierra. Aunque los griegos no tenían la idea de culpa ni de pecado, motivo por el cual no había en su mitología el anuncio de un juicio final (de hecho, no podía haberlo dada la visión cíclica de la historia, no teleológica como sucede en el caso del judeocristianismo), curiosamente, la acción de tomar agua del Mnemósine era algo similar a la acción cristiana medieval de pasar las almas por un juicio final, para que Dios decidiera el futuro de ellas. Esta creencia, ligada a la de la salvación por obras, afirmaba que las almas no podían olvidar lo que hicieron en vida para arrepentirse, mediante la tortura temporal (purgatorio) o durante toda la eternidad (infierno), de los pecados que las llevaron a dicho lugar; o, por el contrario, para disfrutar por siempre (cielo) de los beneficios de haberse portado bien en la tierra. Junto a esto, posiblemente, por cuanto el cristianismo medieval proclamó que las almas iban para el cielo, el infierno o el purgatorio, mas no que éstas regresaban a la tierra, de ahí en adelante se pensó en Occidente que lo único que tenía sentido rescatar de la mitología griega era la idea de tomar agua del río Mnemósine para no olvidar el pasado. Es decir, es posible que los cristianos occidentales hayan aplicado el principio de la lógica clásica, post-parmenídea, para prescindir de la otra parte de la mitología griega, a saber: el olvido. Ahora bien, según la mitología griega, antes de que las almas de los seres humanos que habían muerto salieran del Hades para reencarnar en nuevos cuerpos, debían tomar agua del río del olvido, del Lete (Λήθη), con el fin de que no recordaran sus vidas pasadas. Esta acción, desde luego, coincide con el mito socrático-platónico de la reminiscencia, que apoya la Teoría de las Formas: cuando un alma se encarna en un cuerpo, sufre de amnesia, por lo cual aprender es recordar a lo largo de la vida, mediante la mayéutica, lo que el alma ya vivió en el mundo ideal. Por consiguiente, tomar agua del río Lete al salir del Hades era una acción opuesta a la que las almas realizaban cuando llegaban a la morada de los muertos, bebiendo del río Mnemósine. Pero esta acción mitológica era complementaria, jamás contradictoria. Unión de memoria y olvido para la reconstrucción de una vida violentada, a partir de la tradición oral narrada en comunidades de paz (Pp. 92 - 107) Con base en lo anterior, es ineludible plantear la unión complementaria, sustancial si se quiere, entre memoria y olvido, que se vivía en la Grecia anterior a Parménides, conceptualizada por Heráclito, para quien la realidad era la unión de los opuestos. Para hacerlo, no solo es importante señalar que Mnemósine significa presencia, manifestación, patencia, lucidez, recuerdo presente de lo que se vivió en el pasado, y que Lete designa ocultamiento, oscuridad, olvido de lo vivido, sino que también es significativo advertir que ambos ríos hacen parte del mitológico Hades y que por eso ambos son necesarios, mutuamente dependientes, indispensables tanto para el re-nacimiento, esa nueva ascensión a la vida (Lete), como para el descenso a la muerte (Mnemósine). En otras palabras, a la luz de la visión cíclica de la vida y la muerte que tenían los griegos, no es apropiado escoger a la memoria y desechar al olvido como lo hace la racionalidad instrumental moderna, excluyente, no complementaria, con base en la relectura del pensamiento parmenídeo: la verdad epistemológica reside en el ser (la luz del único sol que está más allá de la caverna) y la falsedad doxológica, en el no-ser (la sombra al interior de la caverna). Desde esta óptica que une a los opuestos, es necesario interpretar desde otro punto de fuga el pensamiento platónico. Desde esa trinchera filosófica, posiblemente criticada por muchos, la vida, según Platón, no solamente sería la contemplación del mundo ideal a la luz del sol, llevada a cabo desde la salida de la caverna, sino que también sería un regreso a la oscuridad de esta última, que es el mundo que habitamos y del cual no podemos escapar. La vida no sería solo luz, idea, sueño de un mundo mejor, sino también ese caos que conocemos como realidad. Desde esta postura que une a los opuestos se puede advertir que lo que Platón denuncia es que considerar a la realidad como verdadera, como la única opción posible para experimentar durante esta vida, es llevar una vida oscura, sin brillo, legitimando la esclavitud a la cual están sometidos los ciudadanos de la democracia ateniense. El ideal, ese que está en otro mundo, tiene la función de moldear esta triste realidad, a ver si algún día se convierte en algo mejor. Quien hace ese intento, como Sócrates, generalmente termina siendo asesinado por quienes gobiernan y consideran que el único orden posible es esa caverna oscura. A Jesús le pasó algo similar cuando denunció a los sacerdotes que habían hecho de la casa de oración una caverna de ladrones. Manuel Leonardo Prada Rodríguez Relacionando lo anterior con el tema de este artículo, es conveniente mencionar que, así como el ser muestra y oculta en este tiempo que es nuestra vida en toda su plenitud, la memoria, que para San Agustín de Hipona es nuestra alma, no solo debe recordar, sino también dar paso al olvido. Nuestra vida –y esa podría ser una buena definición de ser humano– es una contradicción entre el “sí” y el “no” que se da en ese tiempo que somos nosotros mismos. Pero esa contradicción no tiene como solución la eliminación de una de sus partes, sino el estado intermedio de: “ya, pero todavía no”, es decir, el ser humano, lejos de ser finiquitado, está en permanente construcción. Como diría Heráclito, lo único fijo en el ser humano es que cambia constantemente. Y para poder moverse, para poder cambiar, es necesario aprender una postura, desaprendiendo otra en algunos casos, modificándola en otros. Gracias a las oposiciones, el ser humano supera etapas o se queda en ellas disfrutándolas durante mucho tiempo, creciendo como un árbol que se ramifica a medida que, por una parte, ahonda sus raíces en la tierra y, por otra, hace que sus hojas apunten al cielo. Concretando estos términos, Mnemosine implica recordar el pasado para poder morir a la realidad de violencia. Habiendo visto cómo los victimarios acababan con lo que los impulsaba a mantenerse vivos (la tierra, los familiares, el entorno donde llevaban a cabo las elecciones para poder construir su propio ser), las víctimas tienen derecho a recordar su muerte en vida. Pero también tienen derecho, si así lo quieren (porque la gente también tiene derecho a atrincherarse en su pasado, a no rehacer su vida, a vivir literalmente como un alma en pena), a olvidar esos acontecimientos sombríos para renacer, para construir una nueva vida. En la mayoría de los casos, ese derecho es violado, como se verá más adelante. En correspondencia con lo anterior, tanto el esclarecimiento como el ocultamiento son posibles gracias a la acción del logos, que es como el agua de los ríos por donde fluyen la memoria y el olvido. O sea que la memoria es lógica, en tanto que reúne o recopila los datos de la vida, evitando que queden sueltos y mutuamente suprimidos. Asimismo, el olvido es lógico porque reúne las condiciones necesarias para una nueva existencia, un regreso a la tierra: Lenguaje (logos), memoria y olvido van de la mano, articulando al ser del humano (no esencia, porque no es una cosa, sino existencia) y sus proyec- 2013 6 97 ciones, en el sentido de que la vida no es solo lo que somos (permanencia, al estilo de Parménides), lo que se ve en el presente, sino también lo que hacemos y podemos llegar a ser (lo que fluye o cambia, al estilo de la óptica de Heráclito) y que es difícilmente conceptualizable. Esto se manifiesta en Colombia mediante los saludos: “¿cómo está?” o “¿cómo le va?”, cuya respuesta prácticamente oficial es: “ahí, trabajando” o “bien, estudiando”. Tanto el: “ahí” como el: “bien” designan la luz de la permanencia, el ser que posibilita la existencia. Las acciones: “está” y “le va” se refieren a, justamente, esa existencia, que es sombría, fluctuante, no construida, no finiquitada, sino llena tanto de determinaciones culturales como de posibilidades y elecciones, muy al estilo de la frase sartreana de que el hombre es lo que hace con lo que hicieron de él. Lo anterior conlleva dos partes de la realidad. En primer lugar, el ser del humano se va construyendo a sí mismo en el tiempo, a partir de la memoria, mediante la cual retiene el pasado para forjar el presente y el futuro, olvidando aquellos hechos que no apoyan dicha construcción. En otras palabras, la memoria determina ontológicamente la historicidad humana, la vida. Viceversa, sin memoria no hay ser humano. Por eso, una comunidad sin memoria histórica carece de dignidad humana. En relación con esta propuesta, Joaquín Esteban Ortega afirma lo siguiente: Todo este proceso liberador mediante el cual el hombre consigue desvincularse de las ataduras de la materialidad y de la naturaleza se puede producir gracias a que la memoria comienza su particular proceso de constitución y aprehensibilidad al manifestarse fenoménicamente en la objetivación lingüística del logos. Para Emilio Lledó, “ser es, esencialmente, ser memoria” sin embargo, la memoria es lenguaje, es el permanente campo abonado en el que se produce la constante siembra de la palabra; el humus en el que se produce el lento madurar de un logos que encontrará su planificación en el diálogo. La memoria es la clave que permite al lenguaje ofrecernos un mundo desde nosotros mismos (Ortega, 2011). En segundo lugar, lo mismo debe decirse acerca del olvido. El olvido también establece esa otra parte de la historicidad humana que es la posibilidad de la muerte. Paradójicamente, dicha posibilidad es la que permite al humano pensar serenamente en tomar agua del río Lete para regresar a la tierra a experimentar una nueva existencia, en este caso genuina, tal y como lo describe Martin Heidegger en los parágrafos del primer capítulo de la segunda sección de Ser y tiempo, intitulada: Dasein y temporeidad. En términos concretos, una comunidad sin olvido carece de 98 6 2013 la oportunidad de reconstruir la vida, luego de que esta fue violentada. Claro está, es necesario evitar el dominio del olvido que envía la memoria al exilio, acción que usualmente promueven los gobiernos a los cuales no les conviene que sus gobernados se acuerden de los maltratos estatales que han soportado durante mucho tiempo y los grupos al margen de la ley que habitualmente afirman que nunca han cometido ninguna violación a los Derechos Humanos de las personas. De lo anterior se deriva que tener memoria comporta la necesidad de construirla, no como un bastión que se mantendrá siempre presente, como impone la visión moderna post-parmenídea, sino como un paso previo al olvido. Obviamente, el olvido de las acciones cometidas por los violentos en el pasado no se refiere a ignorancia ni impunidad. El olvido no justifica el hecho de que todavía haya personas esperando que el Estado colombiano y los guerrilleros desmovilizados les cuenten qué pasó con sus familiares desaparecidos en los diferentes enfrentamientos armados. El olvido no es previo a la memoria, sino que viene después de ella y de la reparación realizada por parte del victimario. Cuando ya se ha recordado lo suficiente el hecho violento, de tal manera que la víctima ya ha identificado a su victimario; ha decidido si lo perdona o no, luego de haber escuchado de labios del victimario la petición privada y pública de dicho perdón; ha recibido una reparación por parte de él, aunque esta jamás es adecuada para recuperar todo lo que perdió; en fin, ha recibido ese amague de indemnización que es lo que habitualmente se conoce con la expresión: “se hizo justicia”, solo entonces el olvido es bienvenido y necesario. Antes no, porque desplazaría a la memoria, quitándole su función y, por tanto, no habría complemento, sino, una vez más, exclusión. En esa línea de pensamiento, el olvido, lejos de equivaler a impunidad, se refiere a la condescendencia de la edificación de una nueva vida. Esto implica que, al hacer memoria histórica, es importante pasar de la finitud biológica (Bíos¸ vida inauténtica e irreflexiva) de los momentos que se han vivido y acerca de los cuales todavía no se ha reflexionado, a la toma de conciencia biográfica que más adelante posibilitará la Zoé (vida auténtica, pensada con serenidad). De esto hablaba Søren Kierkegaard al promover el salto desde lo estético (Bíos¸ vida inauténtica e irreflexiva) a lo ético (toma de conciencia biográfica), y desde lo ético a lo espiritual (Zoé o vida auténtica y pensada con serenidad). De lo mismo hablaba Martin Heide- Unión de memoria y olvido para la reconstrucción de una vida violentada, a partir de la tradición oral narrada en comunidades de paz (Pp. 92 - 107) gger al sembrar la necesidad de angustiarse ante la vivencia cotidiana, volcada hacia el manejo acrítico de los útiles, para empezar a construir, con las posibilidades de su ser, una existencia auténtica. LA ANGUSTIA COLECTIVA ES UNA CONDICIÓN PARA SOÑAR CON Y EMPEZAR A CONCRETAR LA RECONSTRUCCIÓN DE LA EXISTENCIA AUTÉNTICA DE LAS VÍCTIMAS Es importante encomendar, mas no imponer, al pueblo colombiano la evaluación crítica de la realidad, la contemplación, a partir de la memoria histórica, de lo vivido, para alcanzar ese extraño estado que es la angustia, sin la cual es imposible que dicho pueblo llegue algún día a reclamar o conquistar su auténtica humanidad. Reconociendo lo inestable y sombría que es esta realidad, el colombiano, y no solo la víctima, está invitado a angustiarse, para poder pensar en un mejor futuro, en lugar de desesperarse, porque este temple de ánimo lo ancla en el pasado y le impide tanto vivir el presente como forjar un mejor mañana. Pero, ¿qué es eso de angustia? En el pensamiento de Søren Kierkegaard, la angustia es lo propio del estadio espiritual que contrasta ostensiblemente con el estadio estético, que es la experimentación de una aparente tranquilidad y satisfacción que no es verdadera por ser momentánea y por basarse en la repetición ad infinitum de los placeres. Al intentar eternizar esa emoción momentánea que surge al satisfacer los instintos y no poder lograrlo, el ser humano solo encuentra vacuidad. De hecho, no ha intentado ser feliz, sino solamente someterse a los criterios que el “uno” le ha trazado para estar simplemente alegre por un momento, muy al estilo de los somas de Un mundo feliz. En este caso se usa la palabra “uno”, entrecomillada, haciendo referencia al sujeto de la cotidianidad denunciado por Martin Heidegger (2005), en “Ser y tiempo”, en el capítulo cuarto, intitulado: El estar-en-el-mundo como coestar y ser-símismo. El “uno” es una delación que dicho filósofo especifica con mayor claridad en el parágrafo número 27. En este último, el discípulo de Edmund Husserl hace la siguiente definición en relación con el “Uno”: Ahora bien, esta distancialidad propia del coestar indica que el Dasein está sujeto al dominio de los otros en su convivir cotidiano. No es él mismo quien es; los otros le han tomado el ser. El arbitrio de los otros dispone de las posibilidades cotidianas del Dasein. Pero estos otros no son determinados otros. Por el contrario, cualquier otro puede reemplazarlos. Lo decisivo es tan Manuel Leonardo Prada Rodríguez solo el inadvertido dominio de los otros, que el Dasein, en cuanto coestar, ya ha aceptado sin darse cuenta. Uno mismo forma parte de los otros y refuerza su poder. “Los otros” —así llamados para ocultar la propia esencial pertenencia a ellos— son los que inmediata y regularmente “existen” [“da sind”] en la convivencia cotidiana. El quién no es este ni aquél, no es uno mismo, ni algunos, ni la suma de todos. El “quién” es el impersonal, el “se” o el “uno” [das Man] (Heidegger, 2005, p. 151). Lo esperado tanto por el filósofo danés como por el filósofo alemán es que el ser humano alcance por fin el hastío del desperdicio de su tiempo, en el cual reside su existencia. Entendiendo que el ser humano no tiene tiempo, sino que es tiempo o que solo puede-seren-el-tiempo, tiene que angustiarse ante la pérdida de dicho tiempo, que consiste en dárselo todo al “uno”. Itero: por darse cuenta de que ha llevado ese tipo de vida tan frívolo y esclavizador, empieza a ser consciente de que no ha hecho nada para sí mismo, sino que todas sus acciones han estado proyectadas hacia la satisfacción del “uno”, que no es el “otro-víctima”, sino habitualmente el instrumento del victimario. En un segundo momento, por causa de la angustia, el humano empieza a soñar con una verdadera vida, pero sabiendo que jamás podrá alcanzarla en permanente estado de autenticidad, en el sentido de estar realmente libre de toda atadura del “uno”, esclavitud característica del existenciario de caída, de la existencia inauténtica. Intentar perpetuar la existencia auténtica sería un esfuerzo tan vano como el del esteta, explicado por Søren Kierkegaard. En lugar de eso, usualmente, la existencia auténtica es un destello tanto de luz como de tiempo, que a manera de clímax de una vida volcada hacia el Otro, culmina con el premio de una muerte violenta. O sea que la existencia auténtica, por ser oposición a la inauténtica, generalmente es cercenada. Y así como la realidad es la unión de los opuestos, la existencia auténtica se oculta y se esclarece, se memora y se olvida. Por tanto, aunque la única existencia que se ha vivido es la inauténtica –la realidad–, no es cierto que lo máximo que se pueda lograr sea adquirir una conciencia crítica ante ella, preguntándose por el ser, por las posibilidades de ser lo que uno quiere y no lo que le toca. Así como sucede en el mundo ideal de Platón, la existencia auténtica es un sueño que, desde el más allá, desde el no-lugar, irrumpe en esta realidad mediante acciones de transformación que apuntan hacia su concreción, pero de manera intermitente en algunos casos y, en la mayoría, en su versión de fracaso. Jesús es un ejemplo de ello: por buscar una existencia 2013 6 99 auténtica tanto para él como para su pueblo, logró la cruz. Pero esa derrota es, precisamente, su victoria, como lo explica el teólogo Juan Stam (1999): El Cordero no es menos fuerte y vencedor que el León, pero la nueva y sorprendente figura nos aclara cómo aquél vence de una manera que no corresponde exactamente con su imagen. El poder vencedor del anunciado León de Judá no es simplemente la omnipotencia divina del Señor sino el poder totalmente paradójico de la cruz (1 Co 1:18-25). No venció desde alguna “prepotencia”, sino desde la mayor “im-potencia”, la mayor vulnerabilidad y aun la aparente derrota más vergonzosa. Como Cordero inmolado, como amor que persistió hasta las últimas consecuencias para redimirnos, el Cordero es digno de abrir las páginas selladas de la historia y del futuro (1999, p. 206)… Aunque los títulos mesiánicos que pregona el anciano y el verbo “vencer” (5:5) hacen pensar a primera vista en una conquista por la fuerza o la prepotencia, la sorprendente figura del Cordero inmediatamente echa por tierra tal expectativa. El Cordero ha vencido y es digno, no a pesar de su aparente fracaso y su humillante muerte, sino precisamente a causa de ello. Es digno porque fue inmolado. Su “fracaso” (aparente) fue su “éxito” (real). Es difícil imaginar una figura más patéticamente débil que un cordero al punto de ser inmolado, tan impotente e indefenso como un crucificado. Como señala Ellul, el Cristo crucificado aparece como “el despojado, el aniquilado, el más débil de todos los hombres” (1977:117-120). El Cordero representa “el no poder, la no resistencia a la muerte”. Pero el evangelio nos avisa que precisamente la “inserción misteriosa del no poder de Dios” en la historia es “la victoria que vence al mundo” (1 Jn 5:4), desde la total vulnerabilidad de la cruz. La cruz trastorna todos nuestros conceptos de poder, eficacia y éxito. (p. 209). Si bien es cierto, la realidad, y en especial la colombiana, es caótica, para no suicidarse con el fin de evitar semejantes circunstancias, el ser humano puede optar por morar en un mundo simbólico, mitológico, lleno de utopías que versan sobre mundos mejores como se ve en el caso de la niña de la película “El laberinto del fauno” y de los niños de “El león, la bruja y el ropero”, que huyen de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial habitando el mundo mitológico de Narnia. Quizás por querer describir la realidad, mostrando la amargura de su desconcierto, o por querer vivir en un mundo que no sea fáctico, que no sea el de los negocios, el de ganar dinero por la simple razón de acumularlo, así este jamás se disfrute por las múltiples ocupaciones que acarrea la decisión de simplemente guardarlo en un banco o invertirlo en una bolsa de valores, es que los humanistas han optado por suicidar su existencia inauténtica en un mundo consumista y han elegido empezar a vivir la derrotada existencia auténtica, en un anti-sistema (entendido como alternativa en vez del sistema, no como ir en contra del sistema, al estilo de las FARC, por ejemplo). Sin opio, sin alienación, es preferible vivir en el mundo cultural o simbólico de la literatura, la música, entre otros saberes y prácticas que ayudan a llenar la vida de la paradójica alegría de la angustia, generada por el pensamiento crítico ante la realidad. Es mejor anhelar, mediante el arte autóctono, la creación de mundos nuevos, más justos y racionales, que consumir la basura comercial que el “uno” produce a diario para mantener sometida a la masa. Fehacientemente, aquí no se está proponiendo una alienación que impida vivir la realidad, al estilo del opio de los pueblos criticado por Karl Marx. De ninguna manera se está promoviendo que las personas no pongan sus pies en esta realidad, para que pien- El hecho de que, según el pensamiento de Søren Kierkegaard (1998), el ser humano deba esforzarse por jamás dejar de angustiarse porque ese pathos es precisamente lo que le da la humanidad, implica que, en el momento en que desista de hacerlo se vuelve animal, Otra vez, estamos ante una contradicción tan maldita como el significado de la cruz. Una vez más, la vida real aplasta esos intentos modernos de mostrarla como algo perfecto, ligado únicamente a la perspectiva del éxito. 100 sen exclusivamente en una esperanza en el más allá, propuesta que desagradaría a Friedrich Nietzsche. Lo que se está afirmando es que la utopía no existe en esta realidad y que por eso se llama así: no-lugar. Cada vez que un ser humano quiere acercarse a la utopía, como en el caso de Aquiles persiguiendo a la tortuga, según la paradoja de Zenón de Elea, esta se aleja. Si él va un paso hacia ella, esta se aparta un paso. Si él corre treinta pasos hacia ella, entonces ella estará treinta pasos más lejos de él, así llegue la ilusión óptica, el espejismo, de que ya casi se alcanza. Ante eso, existen dos opciones: o cansarse de perseguir una idea irrealizable en su totalidad, como el perro que se da cuenta de que jamás alcanzará a morder su cola, luego de haber dado mil vueltas en el intento, lo cual equivale a legitimar siempre el orden habitual de las cosas; o voltear su cuerpo por un momento para mirar hacia atrás y ver que, al perseguir lo que no existe en esta realidad, sino solo en el plano ideal, de todos modos se ha logrado avanzar algunos pasos, en lugar de haberse quedado en el mismo, fastidioso y caótico punto, que es la realidad entendida como cotidianidad. 6 2013 Unión de memoria y olvido para la reconstrucción de una vida violentada, a partir de la tradición oral narrada en comunidades de paz (Pp. 92 - 107) ángel o máquina, pero ya no sigue siendo humano: “si el hombre fuese un animal o un ángel, no sería nunca presa de la angustia. Pero es una síntesis, y, por lo tanto, puede angustiarse, y cuanto más hondamente se angustia tanto más grande es el hombre” (Kierkegaard, 1998, p. 152). Si no se angustia, vive en un mundo estético, vacío, volcado sobre su cotidianidad, sin preguntarse por ella ni por la posibilidad de cambiarla. Por mucho, el Homo Entitatum –si se permite la invención y uso de este neologismo, para relacionarlo con el concepto heideggeriano de ser-ahí-arrojado-en-el-mundo, de ente simplemente óntico y no ontológico, de el-hombre-está-siendo-en-las-redes (Cortés, 2007, p. 129)– se desespera –porque el desespero es desesperarse de algo, estar invertido hacia el manejo de los útiles y anhelar siempre uno mejor, que esté a la moda–. Pero dicho desespero lo lleva a mantenerse fiel a ese estado de caída, sin buscar cambiarlo ni mucho menos destruirlo. Solo la angustia –que es angustia de nada, que es sentir el vacío de experimentar siempre lo mismo, una y otra vez al estilo del eterno retorno de lo mismo de Friedrich Nietzsche, sin que los placeres lleguen a saciar jamás el alma; que es darse cuenta que uno solo está preocupado por las actividades habituales que se llevan a cabo durante todo el día sin un respiro para pensar–, por permitir al humano hastiarse de su condición natural o instintiva y desear vivir en otra mejor (epistéme afuera de la caverna, utopía de Tomás Moro, estado espiritual de Søren Kierkegaard, súper hombre de Friedrich Nietzsche, liberación de Enrique Dussel Ambrosini), posibilita al humano trascender o saltar desde el estadio estético al espiritual, por medio del ético. Esa es la misma angustia que lleva al hombre caído, según el pensamiento heideggeriano, a intentar pasar de una existencia inauténtica a una auténtica. En este territorio la aparente identidad colombiana la logran: el chovinismo causado por la Selección Colombia de Fútbol, los grupos políticos que proponen marchas contra los grupos subversivos, la posibilidad de una guerra contra algún país vecino como Nicaragua, entre otros eventos sombríos que jamás llegan a ser patriotismo sólido, basado en un pasado concreto y reconocido con orgullo. Antes que tener una identidad sólida, el colombiano promedio quiere ser otro, pero no Otro, sino Mismo, es decir, otro igual a un europeo, otro como el estadounidense otro que ya no quiere ser lo que es, sino convertirse en un occidental. Si esta realidad, que es un desastre, no genera angustia, entonces el pueblo colombiano no tiene condición humana. Entonces, hay que de- Manuel Leonardo Prada Rodríguez cir que era real la denuncia, en relación con: “esos animales que habitan la Gran Colombia, parecidos al hombre”, hecha por el filósofo de Envigado, Fernando González Ochoa (1995), en Los negroides, así: Hijo de puta es aquél que se avergüenza de lo suyo. Por aquí me han llamado grosero porque uso esta palabra, pero la causa está en que mis compatriotas son como el rey negro que se enojó porque no lo habían pintado blanco. Porque somos hijos de padres humillados por Europa, simulamos europeísmo, exageramos lo europeo. Nuestra personalidad es vana. Por eso Suramérica no vale nada; pero el día en que se practiquen mis métodos de cultura, el día en que seamos naturalmente desvergonzados, tendremos originalidad (p. 9). Si el colombiano no se angustia por vivir como alguien que no es él, no solo serán inútiles los proyectos de memoria histórica, sino que también será difícil reconstruir esta patria en la época de la postguerra, como debería llamarse el post-conflicto, concepto que hace del conflicto algo monstruoso que hay que evitar, como si el conflicto fuera malo o bueno. En lugar de eso, el conflicto es necesario porque en presencia de su ausencia habría una sola voz, una sola forma de mirar la vida, una dictadura omnipresente y omnipotente, mas lo que se quiere proponer en este artículo es una visión incluyente de la vida, que cobije las dos partes de la misma o incluso las múltiples que aún están desconocidas. En esta época de la guerra, conflictivamente llamada conflicto, se empieza a imponer el discurso de moda, que ya se oye en las oficinas y demás lugares de trabajo: “a mí me hubiera gustado ser pintor, pero mi papá no me dejó. Por eso soy contador”. El deseo metalizado de la plata ha hecho que la mayoría de los hijos de esta época opten por estudiar y hacer lo que les toca y no lo que les gusta. La sociedad, desde la casa, el colegio, los medios masivos de comunicación, en fin, el “uno” heideggeriano, que es esa férrea institucionalidad moralista que tiene respuestas preestablecidas para todo, está privando a los seres humanos de su capacidad de elegir, de crear su propio ser a través de las posibilidades que lo circundan. La sociedad colombiana está buceando en las profundidades de la desesperanza y parece que nunca surgirá a la superficie, mediante la angustia. Por eso la gente ahora trabaja aburrida, llevando a cabo actividades que no llenan el alma, sino que dan la sensación de frustración. Los trabajadores de la actualidad viven en una mediocridad afectiva y emotiva como las cosas no humanas que no sienten, descritas en la película distópica intitulada: Equilibrium, dirigida 2013 6 101 por Kurt Wimmer en el 2002. En ella se ve claramente que es el sentimiento el que genera el conflicto. Es la afectividad, como lo explica Martin Heidegger en “El ser y el tiempo”, y no tanto la racionalidad, la que nos permite ser humanos, cambiar de ideas, construir otras y conducir nuestra vida de manera autónoma, siguiendo esas normas surgidas desde nuestra voluntad. Por lo anterior, la imposición de una única manera de ver la realidad, sea a través de una dictadura o de una democracia que gobierna a través de ese cuarto poder que son los medios masivos de desinformación y confusión, tiene que acabar con el sentimiento, sedándolo, para que la gente no discuta ni dé su vida por lo que piensa, tal como se hacía antaño, antes de esta edad de la globalización y la exclusión, nombre dado a esta época por el filósofo argentino y mexicano Enrique Dussel Ambrosini. La dificultad de recordar lo recordable y olvidar lo olvidable en esta, la época de la técnica, entorpece la reconstrucción de una vida nueva. El derecho de la víctima a olvidar lo que la convirtió en eso, una víctima, no es algo con lo cual se nace, sino que, como en el caso de la memoria, encargada de posibilitar la existencia humana, hay que construirlo. En esta época eso es algo sumamente difícil de lograr por varias razones, entre las cuales la más grave tiene que ver con el abandono de la episteme – ante la cual hay que llegar con tiempo y serenidad– y la predilección por la doxa (mas no arraigamiento o aferramiento, porque es imposible asirse de algo que no tiene aparataje o cuerpo argumentativo, sino que es pura habladuría). La mayoría de la gente de la actualidad no puede optar por demorarse en la lectura contemplativa de libros clásicos, sino que está obligada –aunque cree que lo hace voluntariamente– a leer textos pequeños, efímeros, que se digieren fácilmente, saturando su mente de vanas informaciones, como si lo único que importara fuera la actualidad, que no permanece sino que se desvanece al instante: La actitud del olvido se opone a esta toma de conciencia. Es la propia sociedad actual, ansiosa de respuestas inmediatas sobre la problematicidad del mundo que le rodea, la que se ha dejado llevar por la comodidad y la despreocupación que supone recibir respuestas “útiles” de vez en cuando por parte de la ciencia-tecnología. Quizás, por esto, donde también se debe buscar buena parte de la peculiaridad del olvido del logos es en nuestra sociedad moderna y su fe en la ciencia. Quizás esta sociedad adormecida por el cloroformo del pragmatismo y por el arrebato seductor de las imágenes, esté exigiendo y 102 6 2013 esperando demasiado de la ciencia; más, probablemente, de lo que nos puede ofrecer. (Ortega, 2011). En esta época progresista, cuando el ser humano no tiene tiempo para recordar porque olvida el pasado con facilidad, al estar inclinado a tratar de captar el cúmulo de información que le llega sobre la actualidad, esa noticia volátil que ya no será nada en el futuro –a no ser que se trate del resultado de un partido de fútbol, de un reinado de belleza, de la muerte por sobredosis de un actor, etc. –, es necesario rescatar a Mnemósine. Pero también a Lete, debido a que hay tanta información inservible que es menester desecharla1. En especial, es importante arrojar la información que quita el horror ante los acontecimientos horrorosos. Me refiero a ese morbo de ver sangre en los noticieros y periódicos como un simple espectáculo de Hollywood, que entretiene y no genera dolor. Es menester olvidar esa indiferencia para poder construir una patria con sentido. En otras palabras, la gente de esta época de la técnica olvida lo que no toca olvidar, dando pie así a la impunidad, y recuerda lo que no debe recordar, dejándose dominar por la publicidad. A su vez, es oportuno proponer a la memoria histórica, que consiste en recordar las acciones violentas de los victimarios, como un impulso para alcanzar el olvido, no con el afán de legitimar dichas acciones, sino, repudiándolas, de iniciar una nueva etapa de la vida que sea diferente a la violencia. El olvido está ligado al perdón, a esa actitud que no olvida intelectualmente la herida, pero que tampoco la padece sentimental o emocionalmente como si esta todavía estuviera abierta. La víctima tiene derecho a convertirse en ex-víctima, recordando intelectualmente su herida en el futuro a través de la cicatriz de la misma, la cual aún sigue ahí y jamás se va a borrar, pero probablemente tampoco volverá a doler con la misma intensidad de antes, sino cada vez más levemente. Esto quiere decir que la memoria histórica es un recuerdo, a pesar del cual se puede seguir viviendo, gracias al olvido del dolor, que da la bienvenida a la sanidad proporcionada por la medicina de la nueva vida. 1 Tener una memoria tan grande y fiel como la de un disco duro conlleva a la falta de criticismo, discernimiento, clasificación, jerarquización o priorización. Ese exceso de información, que termina desinformando a la masa, es la ceguera blanca descrita por José Saramago en el Ensayo sobre la lucidez. Pero al conservar el conocimiento serio, rechazando la información desechable, es posible superar esa ingenuidad. Unión de memoria y olvido para la reconstrucción de una vida violentada, a partir de la tradición oral narrada en comunidades de paz (Pp. 92 - 107) El olvido como medicina que da paso a una nueva vida jamás se alcanza en su plenitud –y no tendría ningún sentido hacerlo–, pero lo importante no es llegar a la meta, sino transcurrir el camino. Es un camino difícil, pero ya no con victimarios en él. Es decir, se plantea una paradoja: hay que recordar la época cuando se vivía una existencia inauténtica, para no volver a caer en ella, al tiempo que hay que olvidarla, en el sentido de trascenderla, para reclamar el derecho a construir una existencia auténtica. Es importante perpetuar en la memoria colectiva que los grupos violentos impidieron a las víctimas que su vida siguiera siendo campesina, por ejemplo, pero hay que olvidar la experimentación del horror de una vida vuelta hacia la adquisición de monedas en los postes y semáforos de las urbes colombianas, superándola, logrando una vida incluso mejor que antes. Por supuesto, esto no depende únicamente de las víctimas, sino que el Estado debe garantizar este nuevo estado. Para poder construir su propio ser, después de haberse angustiado, Colombia debe conocer su historia. Por eso son necesarios, en la realidad incluyente, todos los intentos de memoria histórica, tanto los estatales como lo no gubernamentales, para tener diferentes puntos de vista y no solo el de uno de esos grupos. Sin embargo, los grupos de memoria histórica deben respetar el derecho de las víctimas a olvidar, en lugar de seguir cometiendo, como a menudo sucede, faltas éticas al considerarlas como mercancías que sirven para mostrar productos y recaudar fondos económicos para seguir ejerciendo sus labores de denuncia social. La memoria de las violaciones de Derechos Humanos no puede seguir siendo un espectáculo amarillista ni un instrumento de riqueza, sino un medio de reconstrucción social, que debe estar delimitado por criterios éticos que vayan a favor del ser humano, de su dignidad. Los proyectos de memoria histórica deben aspirar al olvido bien pensado, el que cura las heridas del pasado, pudiendo verlo, pero sin seguir sintiendo el dolor de la herida abierta, sino la gratitud de haber sobrepasado esa terrible circunstancia tras haber decidido alcanzar una auténtica vivencia. Los judíos, por ejemplo, no se quedaron simplemente recordando su pasado, anclados en Auschwitz, sino que, sin olvidar lo que sufrieron, buscaron reconstruir su futuro, en el presente, a partir de ese pasado sombrío. El presente, caracterizado todavía por la penumbra, les permite avizorar un futuro más iluminado. La luz de la memoria, la antorcha de Mne- Manuel Leonardo Prada Rodríguez mosine, pudo alumbrar las tinieblas de la violencia nazi. Ahora, la oscuridad del olvido, la carpa de Lete que da sombra, puede ocultar ese pasado para dar la bienvenida a un futuro mejor. ¡Cómo no!, hay que criticar que los judíos sionistas de hoy en día solo quieran recordar lo que Hitler les hizo y olvidar lo que les están haciendo a los palestinos. También hay que denunciar que algunos de ellos, no todos, siguen intentando adueñarse del mundo por medio de su poder económico y cultural, esclavizándolo mediante créditos usureros, acción que alimentó el antisemitismo desde antaño. Eso no se vale. Pero, por lo demás, los judíos son un excelente ejemplo de cómo usar la memoria y el olvido, en la búsqueda paulatina e interminable de la recuperación integral de una vida anteriormente aniquilada. LA MEMORIA HISTÓRICA EN COLOMBIA TAMBIÉN DEBE HACER USO DE LA TRADICIÓN ORAL, NO SOLO DEL TEXTO ARGUMENTATIVO, PARA PASAR DEL OLVIDO DE LAS ATROCIDADES A LA RECONSTRUCCIÓN DE LA VIDA NUEVA Uno de los grandes errores que se cometen en la elaboración de la memoria histórica, gracias a su escritura occidentalizada y no pensada para ir acorde con la idiosincrasia colombiana, consiste en que, por medio de investigaciones exhaustivas, recopilación de testimonios y evidencias, etc., se quiere consignar todo lo sucedido en el momento en el que el victimario amedrentó a la víctima. Quizás por motivo de esa voluntad occidental que todo lo quiere acumular, no se dejan atrás, en el pasado ni en el olvido, aquellos hechos que, si no se dejan de lado, reavivan la tortura. Hay acontecimientos crueles, por ejemplo, cuando un paramilitar viola a una mujer después de haberle matado a su familia, que ameritan ser dejados en el olvido. Si no se hace así, en lugar de sanar la herida, la víctima termina paranoica, siempre pensando en lo mismo: que ya no es nadie, que ahora es pobre, que cuando fue violentada prácticamente murió, etc. La memoria histórica de las atrocidades cometidas por los violentos es importantísima siempre y cuando su función sea buscar la reparación por parte de los victimarios y la transformación de esa vida herida en una vida cicatrizada. Indudablemente, la indignidad ante los hechos violentos nos lleva a hablar de memoria, a almacenar en ella esas monstruosidades para asquearnos y no volver a permitirlas, pero ¿será que 2013 6 103 todas las víctimas de la violencia quieren recordar lo que les hicieron?, ¿las huellas de la violencia son necesariamente indelebles? Con base en lo anterior, hay que recalcar que, para poder hacer memoria histórica como preludio del olvido que posibilita la nueva vida, primero tenemos que liberarnos. ¿En qué consiste esa liberación? Básicamente, en que, como partícipes de Occidente, no nos limitemos a desvelar la realidad mediante la técnica, sino que también la encubramos, pero sin legitimar atrocidades. No se busca olvidar la violación de un paramilitar a una víctima, sino el sentimiento vívido que surge al recordar ese hecho inhumano. En términos empiristas, la víctima tiene derecho a pasar de las ideas de sensación obtenidas en los actos agresivos que sufrió, a las ideas de reflexión. Recordemos que la estructura ontológica del Dasein también está constituida por el poder-ser, que está en el campo del no-ser, de lo que todavía no es pero ya es soñado. Es decir, la estructura que permite que seamos lo que somos no solo se basa en la fascinación ante la técnica que desvela, de los métodos para llegar a eso que normalmente se llama verdad, sino que también se fundamenta en nuestra capacidad intrínseca de proyectarnos, de estar referidos a múltiples posibilidades propias. Por ende, traigamos a la luz los acontecimientos violentos por medio de la poesía, no solo de la técnica, y después encubrámoslos con deseos de cambios sociales, manifiestos a través de la tradición oral, que irrumpan poco a poco en la realidad. La poesía, esa creatividad pura que caracteriza al colombiano, puede permitirnos tener una relación más libre con la esencia de la técnica, de tal manera que usemos los aparatos tecnológicos en su debido momento para empaparnos de la información fugaz de vez en cuando, pero no siempre, no en todo momento, como promueven los medios masivos de comunicación para tenernos ahí, mirándolos siempre, como si ellos fueran más importantes que la pregunta por el ser propio, como si ellos nos posibilitaran la autenticidad de nuestra existencia. Es preferible usar los aparatos tecnológicos como lo que son, simples útiles. Y con este sentido sigamos a Heidegger (1989) que nos propone: Dejamos entrar a los objetos técnicos en nuestro mundo cotidiano y, al mismo tiempo, los mantenemos fuera, o sea, los dejamos descansar en sí mismos 104 6 2013 como cosas que no son algo absoluto, sino que dependen ellas mismas de algo superior. Quisiera denominar esta actitud que dice simultáneamente ‘sí’ y ‘no’ al mundo técnico con una antigua palabra: la Serenidad para con las cosas” (p. 25). Hay que lograr el equilibrio entre el trabajo, tan necesario para la subsistencia de la parte animal del hombre (Bíos), y la lúdica, tan necesaria para la subsistencia de la parte espiritual del hombre (Zoé). Hay que tomarse el tiempo para hacer memoria histórica y olvidar lo que hay que olvidar serenamente, para pensar en el ser auténtico como lo hizo Empédocles, inmortalizado por Friedrich Hölderlin. De esta manera, se logrará algún día mantener una relación estrecha con la esencia de la técnica, pero con libertad, sin estar sometido a ella como único destino que el ser envía al hombre occidental: “la revolución de la técnica que se avecina en la era atómica pudiera fascinar al hombre, hechizarlo, deslumbrarlo y cegarlo de tal modo, que un día el pensar calculador pudiera llegar a ser el único válido y practicado” (Heidegger, 1989, p. 29), tal como lo muestran las distopías. Por cuanto en Colombia nos gusta imitar modelos occidentales, en lugar de ser originales, es importante mencionar que, antes de que la verdad fuera dominada por la visión post-parmenídea de la lógica clásica, que descarta a lo oculto, al río Lete, se cantaba poéticamente. Recordemos que en esa época, cuando la verdad era memoria y olvido, lo que se muestra y lo que se oculta simultáneamente, no se había llevado a cabo la secularización moderna, sino que imperaba el contexto religioso, mítico. Si se quería que los ritos o la vida misma se llevaran de acuerdo a la máxima sacralidad, entonces se simbolizaban poéticamente. Curiosamente, este tipo de sacralidad, de respeto ante lo tremendo y numinoso, de amor por lo que se hace, es similar al que expresan los indígenas y campesinos colombianos, que manifiestan su verdad y sabiduría poéticamente, a través de narraciones, coplas, mitos, leyendas y canciones, todas ellas fáciles de aprender y recordar. Entonces, puede decirse que cantar la verdad no es hacer una imitación, sino profundizar en aquella fluidez que hace parte complementaria de nuestra humanidad. En otras palabras, hay que olvidar esa habitualidad ilegítima, adquirida por desgracia, para recordar, mediante la memoria histórica, la importancia de construir el propio ser. Una memoria histórica apropiada al ser del colombiano debe posibilitar la experiencia de la alegría y la nostalgia del pasado, el presente y el Unión de memoria y olvido para la reconstrucción de una vida violentada, a partir de la tradición oral narrada en comunidades de paz (Pp. 92 - 107) futuro, a partir de cantos no solo cantables sino también bailables porque éste es kinestésico y moviéndose aprende mejor; de narraciones que evocan lo que no solo sucedió antes de los hechos violentos, sino que también construyen sueños paradójicos de retorno a esa buena vivencia pasada, mediante la construcción de la nueva realidad. Por cuanto hay casos en los cuales las víctimas jamás tuvieron una buena experiencia antes de los hechos violentos es menester cantarles, narrarles, dramatizarles permitirles experimentar la renovación de la vida, a través de recursos literarios que disfrute al máximo. ¿Por qué, entonces, seguir insistiendo en escribir nuestra memoria histórica solamente a manera de texto argumentativo, cuando nuestro trasfondo mitopoyético nos posibilita alcanzar una vida plena, expresada a través de la tradición oral?, ¿por qué seguir escribiendo montones de textos argumentativos que las víctimas difícilmente leerán, dada su terminología extraña al lenguaje sencillo, su forma extensa y tosca de expresar ideas y exceptuar sentimientos, en lugar de ser prácticos y permitir que la vida recobre su efusión, a través de la memoria y el olvido, después de la muerte causada por los victimarios? Esta doble funcionalidad poética nos sitúa en la órbita de la verdad tanto desde el punto de vista de lo divino como del de lo humano. La oralidad del lógos ofrece la verdad de aquella vinculación esencial de los dioses con el surgimiento del cosmos y con la determinación de lo que las cosas son, a la vez que establece pautas de comportamiento para la comunidad al alabar o deplorar las actuaciones de los personajes que conforman el pasado. La palabra que se oye tiene un inmenso poder hierofántico en el que se descubre lo verdaderamente real. En el esfuerzo del poeta por reproducir genealogías y catálogos interminables no se encuentra otra cosa que la búsqueda del origen a través de la conservación. Desvelado el pasado por los poetas, este resulta ser algo más que un simple antecedente del presente. No se trata de situar las cosas en un marco temporal, sino de alcanzar la raíz misma del ser originario. Para ello era preciso transgredir los límites de la temporalidad humana y situarse en la demarcación mediadora que ofrecen las musas a los poetas. Las musas, con su madre Mnemosine a la cabeza, otorgan al poeta el poder divino e intercesor de la palabra evocadora de lo que es y adivinadora de lo que será. Como dice José Jiménez: “La palabra se configura, así, como una vía de penetración en el pasado y en el futuro, en cuya estela queda fijado el sentido del presente, el espacio de la verdad”. De este modo resulta fácil vincular de forma connatural la palabra de la memoria con alétheia. La memoria se ofrece como la potencialidad del ser en la que se manifiesta la verdad del mundo. El poeta, por ser el más genuino hermeneuta, está atribuido con la aptitud esencial de filtrar ser mediante su canto. De hecho, tal y como señala Marcel Detienne, desarrollan un “estatuto de alabanza” que se especifica en una doble dirección dentro de la conservación histórica de lo que somos: si, por un lado, la expresión poética de recuerdo es elogiosa, la Manuel Leonardo Prada Rodríguez palabra otorga vida, ser, y la proyección futura de la inmortalidad; pero si, por contra, es desaprobadora, otorga el silencio, la ausencia, la muerte y el olvido (léthe). (Ortega, 2011). La poesía, en tanto que creación de mitos fundamentales para orientar la nueva vida, enraizada en el pasado previo a la acción violenta, pero postulando una realidad distinta, sirve para recordar y paradójicamente olvidar el pasado violento. La función utópica de la memoria, que trae a cuentagotas el futuro soñado, empieza a transformar la vida presente. Para lograr este objetivo, el papel de la patria es viabilizar la construcción del ser humano, que tiene que dejar de ser víctima en algún momento de su historia, lo cual implica la elaboración de leyes justas que se lleven a cabo, restituyendo tierras, reparando vidas e impartiendo perdón por doquier. Sin memoria histórica no hay zoé, sino únicamente bíos. En la patria desmemoriada el hombre no es un anthropos fysei politikón zoón: el hombre es por esencia un viviente político, sino un anthropos fysei doulón bíon: el hombre es por esencia un esclavo de su vida cotidiana. Olvidándose de actuar como un esclavo que siempre tiene que aceptar acríticamente las órdenes de los amos violentos, el pueblo colombiano puede empezar a soñar con la edificación de una patria libre, olvidando la experiencia vívida y sentida de las épocas amargas, recordándolas fríamente como se recuerdan los demás hechos históricos, escritos a través de ensayos y demás textos argumentativos. CONCLUSIONES Ahora bien, la experiencia actual, que dentro de algunos años se convertirá en historia, nos muestra que el Estado poco ha hecho a favor de las víctimas. La burocracia estatal las ha puesto a ir de una oficina a otra, realizando mil trámites y esperando décadas para recibir una reparación dudosamente digna, que normalmente consiste en la asignación de una tierra que ya está habitada por otro grupo armado o por una empresa transnacional. Pero, en lugar de seguir esperando, desde esa visión paternal, que el Estado cumpla con una función que quizás jamás fue suya: la de apoyar al pueblo y, por consiguiente, a las víctimas, es preferible apostar a la reivindicación y restauración de las mismas, a nivel emocional y corporal, fomentando la conformación de comunidades donde se viva la paz y la espiritualidad, no necesariamente judeocristiana sino también animista, en la que brote continuamente la esperanza. La desesperanza apunta al suicidio. La angustia, a la esperanza. 2013 6 105 En dichas comunidades de paz, las personas pueden afirmar sus creencias a partir de relatos. Los relatos, cantados varias veces, ayudan a iniciar la transformación de la vida de las víctimas, muy al estilo de lo que propone la teóloga Maricel Mena López en su texto intitulado: “Teología, espiritualidad y reivindicaciones de género: hacia la recuperación de la dimensión antropológica de la espiritualidad”, y en sus actividades de terapias narrativas para restaurar vidas de mujeres violadas por paramilitares, que habitan como desplazadas por la violencia en la comunidad marginal del Distrito de Agua Blanca, en Cali. Esas mujeres, aunque pueden seguir siendo consideradas por las organizaciones no gubernamentales como víctimas y posibilitar con su imagen de mártir la recaudación de recursos económicos, por la gracia de Dios se perciben a sí mismas como ex-víctimas, como personas llenas de posibilidades inexistentes en la realidad, pero que ya existen en la utopía y que, por tanto, hay que construir con las uñas y las lágrimas en esta realidad caótica. Esas mujeres, invisibles para muchos proyectos de memoria histórica, jamás aparecerán en esos escritos, no solo por no ser famosas, sino porque también han olvidado su condición de mujeres oprimidas, superándola al 106 6 2013 convertirse en lo que son: guerreras, que ya no se dejan amedrentar por ninguna circunstancia, ni por el olvido del Estado hacia ellas ni por la nueva realidad de violencia que soportan. Su cuerpo tiene raudales de heridas, muchas de ellas todavía no cicatrizadas. Su mirada aún no logra abandonar el dolor de la violación –y no tiene ningún sentido desecharlo del todo– ni la desconfianza ante personas amenazantes. Pero sus acciones superan toda vejación. Sus hijos cantan poemas de esperanza y celebran la vida que vino desde el más allá al más acá. Sus nietas podrán decir algo como: “mi abuela fue víctima de la violencia. Gracias a ella, yo tengo dignidad. Mi entorno no es el mismo de su época porque ya no es pobre ni excluyente ni violento. Ahora, en este santuario de paz, hay empleo digno para las mujeres y los hombres tienen que pensar dos veces antes de meterse con nosotras porque nuestra abuela nos enseñó a no tener miedo ni dejarnos violentar”. Por eso es tan importante rescatar a la tradición oral como una herramienta terapéutica, para teorizar sobre ella y llevarla a cabo en comunidades de base, más aún cuando se sabe que la narración memora lo que el texto argumentativo olvida y no debe olvidar jamás: las ganas de vivir, de sentir, de disfrutar de una vida plena. Unión de memoria y olvido para la reconstrucción de una vida violentada, a partir de la tradición oral narrada en comunidades de paz (Pp. 92 - 107) REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Balz, H. & Schneider, G (1996). Diccionario exegético del Nuevo Testamento. Vol. I. Salamanca, España: Sígueme. Berciano, M. (1990). La crítica de Heidegger al pensar occidental. Salamanca. España: Universidad Pontificia de Salamanca. Cortés, A. (2007). La Cuestión Hombre-Tecnología: Dasein-en-las-Redes de las Nuevas Tecnologías. En Civilizar: ciencias sociales y humanas, 7 (12), p. 125140. Ferrater Mora, J. (1965). Diccionario de filosofía. Vol. II. Buenos Aires, Argentina: Sudamericana. 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