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Mayo de 2016 Perspectivas macro La desventaja de la independencia de los bancos centrales JOACHIM FELS Joachim Fels es Managing Director y Asesor Económico Global en la oficina de Newport Beach, California. Antes de incorporarse a PIMCO en 2015, fue Managing Director y Economista Principal en Morgan Stanley en Londres. Durante sus 19 años en Morgan Stanley, también trabajó como Economista Internacional Principal, Economista de Renta Fija Global y Codirector de Finanzas Europeas. Previamente fue Director Ejecutivo y Economista Internacional en Goldman Sachs y asociado de investigación en el Instituto de Economía Mundial de Kiel en Alemania. Le planteamos a continuación un interrogante secular: ¿qué pasaría si los bancos centrales no fuesen independientes? En PIMCO, acabamos de dar por concluido nuestro Foro secular anual, ocasión en la que analizamos las fuerzas que determinan la evolución de la economía mundial y formulamos nuestras perspectivas para los próximos tres a cinco años, así como los riesgos inherentes a nuestra hipótesis central. (Haga clic aquí si desea obtener más información sobre el foro, en la que se incluye un artículo de Richard Clarida y una lista de ponentes.) Inspirado por el debate librepensador y con proyección de futuro que se entabló en el Foro, me gustaría hablar sobre un asunto que se ha dado por sentado: la independencia de los bancos centrales. La independencia de los bancos centrales está ampliamente aceptada como un requisito previo para el éxito de las políticas monetarias. Ahora bien, si tenemos en cuenta el sentimiento político imperante estos días, junto con la trayectoria descendente de la inflación en las últimas décadas, cabría la posibilidad de poner en tela de juicio esta independencia. De ser así, el escenario no sería tan desalentador como cabría esperar. Permítanme que me explique. Sin duda, la independencia tanto del gobierno como del proceso político resulta útil cuando el principal enemigo es la elevada inflación, pues mejora la credibilidad del banco central y contribuye a que los responsables de la política monetaria lleven a cabo arduas tareas sin interferencias políticas de ningún tipo. Un ejemplo lo hallamos en la «recesión de Paul Volcker», que tuvo lugar en los albores de la década de los 80, y que resultó necesaria para acabar con la «Gran Inflación». 2 Sin embargo, ¿qué ocurre cuando el principal enemigo no es la inflación, sino la deflación, el exceso de deuda y las crisis financieras o, en otras palabras, la situación mundial desde 2008? Los críticos señalan que la necesidad o el deseo de defender su independencia suelen obstaculizar la tarea de los bancos centrales de abordar con rapidez estas dificultades de la forma más directa y eficaz, es decir, mediante el «helicóptero del dinero» o medidas explícitas de prestamista de última instancia con el objeto de respaldar entidades financieras o países que atraviesan dificultades. En su lugar, los bancos centrales independientes han tenido que optar por soluciones de segunda fila, como la expansión cuantitativa (QE) o la política de tipos de interés negativos (NIRP), lo que produce distorsiones en los mercados financieros y puede acarrear graves consecuencias distributivas. De hecho, esta situación ha expuesto a los bancos centrales a duras críticas procedentes de dos frentes. Por un lado, las críticas a unas políticas de segunda fila, con sus efectos inesperados y la disminución de las rentabilidades y, por otro lado, las críticas por adoptar decisiones que, en opinión de los analistas, deben adoptar los gobernantes electos. Mayo de 2016 Perspectivas macro UN PASADO NO TAN LEJANO Cabe recordar que la independencia de los bancos centrales es un fenómeno relativamente nuevo. En la inmensa mayoría de los casos, los bancos centrales del mundo desarrollado tan solo lograron la independencia en la formulación de la política monetaria en los años ochenta o incluso en los noventa. El Banco de Inglaterra se fundó en 1694, si bien solo obtuvo independencia operativa para perseguir el objetivo de inflación del 2% (fijado por el Gobierno) en 1997, tras 303 años de existencia. El principal motivo para otorgar la independencia a los bancos centrales fue mejorar la credibilidad de una política monetaria centrada en la inflación, que pasó a ser el enfoque de referencia después de la desaparición del patrón oro y la consecuente Gran Inflación de los años 70 y principios de los 80. La elevada y volátil inflación se había convertido en el principal enemigo de la economía, y la solución que se le dio fue centrar la política monetaria exclusivamente en estabilizar la inflación en cotas bajas, una tarea que resultaría más fácil si se llevara a cabo con independencia. No obstante, existe una asimetría en la política monetaria, pues los bancos centrales pueden hacer más para limitar la inflación que para estimularla. Los principales problemas a los que nos enfrentamos hoy, y lo más probable también en nuestro horizonte secular, son las continuas fuerzas desinflacionistas o incluso deflacionistas a escala mundial, el exceso de deuda tanto en el sector privado como en el público y la posibilidad de que se produzcan nuevas crisis financieras. Muchos analistas se preguntan si los bancos centrales han agotado los recursos convencionales y extraordinarios que han puesto en marcha desde el estallido de la crisis financiera. Algunos de estos observadores podrían atreverse incluso a afirmar que los bancos centrales se hallarían mejor equipados para combatir los desafíos a los que se enfrenta la economía actual si trabajasen codo con codo y bajo la batuta de un gobierno elegido democráticamente. Un argumento para la directa participación y responsabilidad del gobierno es que muchas de las decisiones que se requieren para abordar los problemas de mayor calado en la actualidad conllevan unas consecuencias distributivas significativas y, por consiguiente, pertenecen al ámbito de la política fiscal y no al de la política monetaria. Piensen en la decisión de salvar a una de las principales entidades financieras o dejar caer a otra Mayo de 2016 Perspectivas macro (me vienen a la mente muchos nombres de la crisis financiera de 2008-2009). Piensen en la decisión de actuar en calidad de prestamista de última instancia de países debilitados (me vienen a la mente varios nombres de la crisis más reciente de la zona euro). O piensen en la decisión de adquirir ingentes cantidades de activos de los sectores público y/o privado e implementar tipos de interés negativos para (intentar) que la inflación suba hasta situarse en el objetivo. Todas estas decisiones son muy complicadas para un banco central independiente que, en el caso de que decida adoptarlas, se verá duramente criticado por aquellos que saldrán perjudicados en la redistribución que vendrá después. Los bancos centrales independientes suelen servir también como los chivos expiatorios de los políticos que se resisten a tomar decisiones difíciles. En reiteradas ocasiones durante la crisis de la zona euro, los gobiernos han eludido zanjar, de una vez por todas, las crisis tanto bancaria como de deuda soberana con instrumentos fiscales. En su lugar, han dejado que el Banco Central Europeo tome cartas en el asunto, para luego criticar la política monetaria por haber ido demasiado lejos. LA MIRADA PUESTA EN EL PREMIO En el caso de que ocurriese lo (casi) inimaginable y los bancos centrales volviesen a estar sometidos a la supervisión de los gobiernos cuando establecen la política monetaria, ¿qué repercusiones prácticas tendría para la economía y los mercados? Una consecuencia casi inmediata sería el repunte de las expectativas de inflación, ya que el gobierno amplía su influencia en la política monetaria. Asimismo, los bancos centrales podrían sortear todo el sector financiero proporcionando directamente al gobierno dinero de reciente creación (por ejemplo, aportando dinero en la cuenta del Tesoro en la Fed) de tal forma que el gobierno pueda distribuirlo a la población mediante bonificaciones fiscales o el incremento del gasto público (el «helicóptero del dinero»). Esta resultaría una manera mucho más directa y efectiva de superar la escasez de demanda y propiciar el aumento de las expectativas de inflación que recurrir a la QE para eliminar los activos financieros con gran demanda (como la deuda pública o la deuda corporativa de elevada calidad) o embarcarse en la aventura de la NIRP, un experimento cuyo desenlace resulta incierto. Es cierto que existen otras maneras de «lanzar dinero desde el helicóptero» que la de arrebatarle formalmente la independencia a los bancos centrales. El anterior presidente 3 de la Fed, Ben Bernanke, ha hecho una propuesta muy interesante sobre cómo podría funcionar esta medida. En esencia, la idea radica en que la independiente Fed decida cuánto dinero se precisa inyectar para lograr los objetivos preestablecidos de empleo e inflación y abonar este importe en la cuenta del Tesoro. Entonces correspondería al gobierno distribuir el dinero de la forma que considere oportuna. HALLAR LA SOLUCIÓN DE LOS PROBLEMAS ACTUALES Los críticos aseveran que el principal problema que se deriva de la independencia de los bancos centrales es que dicha independencia se ideó para solucionar un problema que ya no existe: la elevada inflación. ¿Acaso esa independencia impide que los bancos centrales hallen las soluciones más directas y eficaces para abordar los problemas de hoy? Créanme, para un economista nacido y criado en Alemania como yo, no resulta nada fácil sopesar la cuestión de creer que el independiente Banco Central de Alemania (Deutsche Bundesbank) debería constituir la referencia para todos los bancos centrales. Pero la realidad sigue ahí presente: las agresivas políticas monetarias implementadas en todo el planeta no se han traducido en inflación y persiste el lastre fiscal. La unión en materia de política fiscal y monetaria podría ser una opción si la economía sigue discurriendo por esta senda. Este material refleja las opiniones de su autor, que no coinciden necesariamente con las de PIMCO. Dichas opiniones están sujetas a cambios sin previo aviso. Este material se distribuye exclusivamente con fines informativos, y no debe considerarse como asesoramiento de inversión ni como una recomendación respecto a ningún valor, estrategia o producto de inversión. 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