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“Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”, nos dice el credo nicenoconstantinopolitano. Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí, indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. Al hablar de la Iglesia católica, decimos que “es la única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica" (C Vat II). La Iglesia no los tiene por ella misma; es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades. Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia posee estas propiedades por su origen divino. Pero sus manifestaciones históricas son signos que hablan también con claridad a la razón humana. 1- La Iglesia es UNA. La Iglesia es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas“. La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (C Vat II). La Iglesia es una debido a su "alma“, que es: "El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia". Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una. La única Iglesia de Cristo, como sociedad constituida y organizada en el mundo, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. La Iglesia Católica tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma caridad. En las Iglesias y comunidades eclesiales que se separaron de la plena comunión con la Iglesia católica, se hallan muchos elementos de santificación y verdad. Todos estos bienes proceden de Cristo e impulsan hacia la unidad católica. Los miembros de estas Iglesias y comunidades se incorporan a Cristo en el Bautismo, por ello los reconocemos como hermanos. Desde el principio, esta Iglesia una se presenta con una gran diversidad que procede de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida. “Dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones”. De hecho, “en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que san Pablo reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes”. Las heridas de la unidad. Los que nacen hoy en las comunidades surgidas de tales rupturas “y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación y la Iglesia católica los abraza con respeto y amor fraternos”. Además existen muchos elementos de santificación y de verdad fuera de la Iglesia católica: “la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y otros dones interiores del Espíritu Santo y los elementos visibles”. El Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia católica. Cristo da permanentemente a su Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para ella. Por eso Cristo mismo rogó en la hora de su Pasión por la unidad de sus discípulos: “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21). A esto se reduce mi doctrina, este es todo el resumen de mi ley: Automático Que os améis los unos a los otros igual que yo os amé. Yo te pido por ellos, no pido por el mundo; Yo les di tu doctrina y el mundo les odió. Guárdalos en tu nombre, que todos sean uno para que sepa el mundo quien fue el que me envió. Si te pido por ellos, también pido por todos Que todos sean uno igual que tu y yo somos: que el amor que me diste sea en ellos realidad. Hacer CLICK Para responder a este llamamiento existe un movimiento llamado Ecumenismo. Es la tendencia o movimiento que busca la restauración de la unidad de los cristianos. No es fácil conseguir esta anhelada unidad, pues una división tan prolongada, aun con la mejor voluntad, no se logra en pocos años. En la búsqueda de la unidad hay principios que deben prevalecer: 1. no existe una pluralidad de Iglesias salvadoras igualmente válidas. 2. La Iglesia de Cristo no es la suma o federación de todas las Iglesias dispersas. 3. La unidad querida por Dios sólo puede realizarse en la adhesión común al contenido íntegro de la fe revelada. Se van dando pasos. Para ello se necesita: - La conversión del corazón para llevar una vida más pura, según el Evangelio. - La oración en común. - El fraterno conocimiento recíproco. - El diálogo entre los teólogos y los encuentros entre los cristianos de diferentes Iglesias y comunidades; Algo parecido, pero diferente, es el DIALOGO INTERRELIGIOSO. Es el conjunto de actividades en relación con las religiones no cristianas. La Iglesia no puede dejar de predicar a todas las gentes el Evangelio y la redención salvadora de Cristo: es el mandato recibido de Cristo. II La iglesia es SANTA Es sobre todo porque Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama “el solo santo”, amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios”. La Iglesia es “el Pueblo santo de Dios”. En la Iglesia católica se encuentra la plenitud de los medios de salvación. La santidad es la vocación de cada uno de sus miembros y el fin de toda su actividad. Cuenta en su seno con la Virgen María e innumerables santos, como modelos e intercesores. "La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha ni arruga. En cambio, los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad. Por eso dirigen sus ojos a María": en ella, la Iglesia es ya enteramente santa. Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores. La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en realizar empresas extraordinarias, sino en la unión con Cristo, en vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La medida de la santidad viene dada por la altura de la santidad que Cristo alcanza en nosotros, en cuanto que, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida sobre la suya. Todos los santos imitan a Jesús, pero no de la misma manera: “Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, pues todos los que son guiados por el Espíritu de Dios siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria”. ¿Cómo puede ser que nuestro modo de pensar y nuestras acciones se conviertan en el pensar y en el actuar con Cristo y de Cristo? ¿Cuál es el alma de la santidad? De nuevo el Concilio Vaticano II precisa; nos dice que la santidad no es otra cosa que la caridad plenamente vivida. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él” (1Jn 4,16). La caridad es el alma de la santidad: "dirige todos los medios de santificación, los informa y los lleva a su fin" (LG 42): “Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, el más necesario, el más noble de todos no le faltaba, comprendí que la Iglesia tenía un corazón, que este corazón estaba ARDIENDO DE AMOR”. (Santa Teresita) ¿Podemos nosotros, con nuestras limitaciones, con nuestra debilidad, llegar tan alto? La Iglesia, en la liturgia, nos invita a recordar a muchos santos, quienes han vivido plenamente la caridad, han sabido amar y seguir a Cristo en su vida cotidiana. Ellos nos dicen que es posible para todos recorrer este camino. Siempre con la gracia de Dios y nuestra aceptación de sus dones. A menudo se piensa que la santidad es algo reservado a unos pocos elegidos. San Pablo habla del gran diseño de Dios y afirma: “En él Cristo (Dios) nos ha elegido antes de la creación del mundo, y para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor” (Ef 1,4). Lo dice por todos. "Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre" (Con. Vat. II). La Iglesia “es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación”. Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores. La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación. No decimos que la Iglesia es "santa" porque todos y cada uno de sus miembros sean santos, es decir, personas inmaculadas. Al ver muchos pecados dentro de la Iglesia, algunos se ven defraudados y tildan a la Iglesia de mentirosa. Los que se escandalizan del pecado de la Iglesia, olvidan con frecuencia que nadie está libre de culpa (Jn 8, 1-11). Los que sueñan en una Iglesia de sólo puros y santos, olvidan que Dios ha elegido lo pobre y despreciable del mundo para realizar su obra (1 Cor. 1, 27-29). Los que quisieran expulsar a los pecadores de la Iglesia, deberían releer la parábola de la cizaña (Mt 13) y escuchar estas palabras de San Agustín: “En este tiempo, la Iglesia, es como una era en la que se hallan a la vez la paja y el trigo. Que nadie tenga la pretensión de eliminar toda la paja antes de que llegue la hora de aventar. Que nadie abandone la era antes que esta hora, aunque sea con el pretexto de evitar el daño que le pueden hacer los pecadores. Si se mira la era desde lejos, uno diría que en ella no hay más que paja. hay que revolverla con la mano y soplar con la boca para echar fuera la pelusa y descubrir el grano” (San Agustín; Comentario al Salmo 25, 5). III La Iglesia es CATÓLICA Católica significa universal, y la primera vez en que fue usado este término para calificar así a la Iglesia fue en el año 105 en una carta de San Ignacio, obispo de Antioquia. En el siglo II el termino volvió a ser usado en numerosos documentos, traduciendo la idea de que la fe cristiana ya se había diseminado por todo el planeta. En el siglo IV San Agustín usó la designación "Católica" para diferenciar la doctrina "verdadera" de las otras sectas cristianas de fundamentación que comenzaban a surgir. En el Concilio de Trento (1571), al ser la Contrarreforma Catolica como reacción a la Reforma Protestante, la expresión “Iglesia Católica” pasó a designar exclusivamente la Iglesia que tenia su centro en el Vaticano. La Iglesia es católica, es decir universal, en cuanto en ella Cristo está presente: “Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica” (San Ignacio de Antioquía). La Iglesia anuncia la totalidad y la integridad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación; es enviada en misión a todos los pueblos, pertenecientes a cualquier tiempo o cultura. Es católica toda Iglesia particular, formada por la comunidad de los cristianos que están en comunión, en la fe y en los sacramentos, con su obispo ordenado en la sucesión apostólica y con la Iglesia de Roma, “que preside en la caridad” (San Ignacio de Antioquía). En estas comunidades, aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan dispersas, está presente Cristo, quien con su poder constituye a la Iglesia una, santa, católica y apostólica" (LG 26). La Iglesia universal no es la suma o una especie de federación de Iglesias particulares esencialmente diversas. En el pensamiento del Señor es la Iglesia, universal por vocación y por misión, la que, echando sus raíces en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos, toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones externas diversas" La Iglesia es universal desde su manifestación primera en Pentecostés. Por eso la Iglesia es universal siempre, aun antes de organizarse las Iglesias particulares. Aunque la Iglesia es universal, se llama iglesia particular la que tiene un pastor propio con presbiterio y grupo de fieles. El modelo más habitual de Iglesia particular es la diócesis, circunscripción territorial puesta al cuidado pastoral de un obispo. Pero se asimilan a ella: la prelatura y abadía territoriales, el vicariato apostólico, y la prefectura y la administración apostólicas. La comunión existente entre la Iglesia universal y las particulares se caracteriza por su mutua interioridad, es decir, su compenetración. Por un lado, el ministerio del Papa pertenece a la esencia de cada Iglesia particular “desde dentro”. Por eso, todo fiel bautizado en una Iglesia particular queda incorporado inmediatamente y sin solución de continuidad a la Iglesia universal . La Iglesia católica se reconoce en relación con el pueblo judío por el hecho de que Dios eligió a este pueblo, antes que a ningún otro, para que acogiera su Palabra. Al pueblo judío pertenecen “la adopción como hijos, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, los patriarcas; de él procede Cristo según la carne” (Rm 9, 45). A diferencia de las otras religiones no cristianas, la fe judía es ya una respuesta a la Revelación de Dios en la Antigua Alianza. La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda "todavía en sombras y bajo imágenes", del Dios desconocido pero próximo ya que es Él quien da a todos vida, el aliento y todas las cosas y quiere que todos los hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que puede encontrarse en las diversas religiones, "como una preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan la vida“. Las relaciones de la Iglesia con los musulmanes. “El designio de salvación comprende también a los que reconocen al Creador. Entre ellos están, ante todo, los musulmanes, que profesan tener la fe de Abraham y adoran con nosotros al Dios único y misericordioso que juzgará a los hombres al fin del mundo”. Con las Iglesias ortodoxas, esta comunión es tan profunda "que le falta muy poco para que alcance la plenitud que haría posible una celebración común de la Eucaristía del Señor" (Pablo VI). La afirmación “fuera de la Iglesia no hay salvación” significa que toda salvación viene de CristoCabeza por medio de la Iglesia, que es su Cuerpo. Por lo tanto no pueden salvarse quienes, conociendo la Iglesia como fundada por Cristo y necesaria para la salvación, no entran y no perseveran en ella. Al mismo tiempo, gracias a Cristo y a su Iglesia, pueden alcanzar la salvación eterna todos aquellos que, sin culpa alguna, ignoran el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan sinceramente a Dios y, bajo el influjo de la gracia, se esfuerzan en cumplir su voluntad, conocida mediante el dictamen de la conciencia. «Aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de las gracias» (Pío IX). IV La iglesia es APOSTÓLICA La Iglesia es apostólica por su origen, ya que fue construida “sobre el fundamento de los Apóstoles” (Ef 2, 20); por su enseñanza, que es la misma de los Apóstoles; por su estructura, en cuanto es instruida, santificada y gobernada, hasta la vuelta de Cristo, por los Apóstoles, gracias a sus sucesores, los obispos, en comunión con el sucesor de Pedro. La palabra Apóstol significa enviado. Jesús, el Enviado del Padre, llamó consigo a doce de entre sus discípulos, y los constituyó como Apóstoles suyos, convirtiéndolos en testigos escogidos de su Resurrección y en fundamentos de su Iglesia. Jesús les dio el mandato de continuar su misión, al decirles: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn20, 21) y al prometerles que estaría con ellos hasta el fin del mundo. Que la Iglesia es apostólica significa que la Iglesia actual se identifica con la de los apóstoles, manifestada en un hecho plenamente verificable: que se deriva de ellos por una sucesión histórica e ininterrumpida, llamada sucesión apostólica. Esta sucesión no es casual: se trata de una precisa voluntad de Cristo, que dejó el sacramento del Orden como instrumento para llevarla a cabo. Así la Iglesia permanece edificada sobre el fundamento de los apóstoles. La Iglesia, ya que es universal y apostólica, debe anunciar el Evangelio a todo el mundo porque Cristo ha ordenado: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). Este mandato misionero del Señor tiene su fuente en el amor eterno de Dios, que ha enviado a su Hijo y a su Espíritu porque “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4). Los católicos tenemos una obligación grave: la de evangelizar. ¡Ay de mí si no evangelizare!, exclama el Apóstol (1 Co 9, 16), porque hemos de ayudar a los no bautizados, a los bautizados no católicos, y a los católicos que ignoran su fe para que conozcan la verdad enseñada por Jesucristo y puedan participar de su vida divina (cfr. Pablo VI, Exh. apost. Evangelii nuntiandi). La misión dada por Cristo alcanza al entero Pueblo de Dios: tanto a los miembros de la jerarquía como a los demás fieles cristianos, cualquiera que sea su condición. “Hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión”. Todos los fieles, cada uno a su modo y desde el lugar que ocupan, han de contribuir a llevar a cabo la misión que Cristo dio a su Iglesia. La primera manera de misionar es siendo testigos con la vida. Todos los que nos creemos hijos de la Iglesia debemos ser testigos. Señor, yo quiero ser en todas partes tu fiel testigo. Automático Señor, yo quiero hablarle a todo el mundo de tu amor. Dando nazca la ofensa Donde hay discordia yo pondré armonía; Donde anide el error alzaré la verdad. Señor, yo quiero ser en todas partes tu fiel testigo. Señor, yo quiero hablarle a todo el mundo Donde viva la duda pondré la certeza; Donde crezca la angustia la esperanza surgirá. Donde estén las tinieblas seré luz que ilumina; Donde haya tristeza la alegría brotará. Señor, yo quiero ser en todas partes tu fiel testigo. Señor, yo quiero hablarle a todo el mundo María, madre de los apóstoles, nos acompañe para poder ser testigos de Cristo en el amor. AMÉN