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«Hallar a Dios en todas las cosas»1 Transparencia Regresemos brevemente al ejemplo del regalo de la navaja y ampliémoslo un poco, con el fin de esclarecer una cuestión importante. Supongamos que mi amigo y yo nos enemistamos. En tal caso, mediante un simple proceso mental, puedo separar la navaja del donante. Lo que queda ya no es un regalo, sino simplemente una práctica navaja; nada más. Este ejemplo (reconozco que algo inverosímil) sirve para ilustrar una diferencia clave en la perspectiva. El creyente puede experimentarlo todo como un don en el que el donante está presente, de modo que las cosas, las situaciones y las personas adquieren una especie de plenitud y llevan en si mismas una riqueza, una referencia al Dador. Descubrimos que hay un misterio en todo lo que existe, su «Fundamento más profundo». Y, al contrario, también podemos mirar las cosas, e incluso a las personas, de un modo práctico y frío, evaluándolas en función de su utilidad y eficacia, sin pasar más allá. El modo en que funcionan las cosas y las personas depende en gran medida de nuestra postura ante ellas. Podemos acercamos con reverencia y en actitud de asombro, de tal modo que respetemos su secreto más íntimo y reconozcamos y reverenciemos en ellas al Otro pero también podemos privarlas de su profundidad, desgajarlas de sus raíces y reducir su significación. Las cosas y las personas sólo adquieren relevancia y son adecuadamente apreciadas mediante el agradecimiento; sólo tienen Piet van Breemen, “Transparentar la gloria de Dios”. Cap 25. Ed. Sal Terrae. 1 oportunidad de ser plenamente ellas mismas en el agradecimiento. Por eso se puede afirmar que ser agradecido es tener una actitud realista ante la vida, pues ello proporciona su justo alcance a la realidad. Quien no sabe ser agradecido trunca la realidad y degrada el mundo; quien no es capaz ni de experimentar ni de expresar agradecimiento carece de un prerrequisito básico para tener una buena salud mental. Por eso algunos psiquiatras tratan de intensificar el sentido de agradecimiento en sus pacientes. Sabemos que para digerir una pérdida se precisa un proceso de duelo. De manera análoga, para digerir lo positivo y absorber la riqueza de lo que se recibe se necesita ser agradecido. Dar las gracias completa el acto de dar; en caso contrario, este acto no ha tenido lugar de manera plena. Pero existe el peligro de perderse tan completamente en el don que se olvide al donante. El ascetismo es importante, pero no porque podamos hacer -mal uso de los dones, sino más bien para mantener una distancia suficiente, pues sólo entonces seremos capaces de reconocer el «Más allá» en ellos y, de este modo, hacerles plena justicia. El agradecimiento proporciona a la vida profundidad y perspectiva y hace que la realidad sea lúcida y transparente; mediante el agradecimiento, los seres humanos y el mundo consiguen una mayor armonía. Ser agradecido significa remontarse al origen de las cosas y acceder a su verdadero centro. Sólo así es posible arraigarse en la realidad y confirmarse en la propia existencia. Ignacio solía llamarlo «hallar a Dios en todas las cosas». El agradecimiento transforma las cosas y los acontecimientos en piezas del mosaico de la historia de amor de Dios con la humanidad, en instantes de la historia de la salvación. Todo cuanto existe es don de Dios, que deposita su amor divino hasta en el último rincón o grieta de la creación. Lo que existe es otorgado, es decir, comunicado, concedido, para ser recibido. «El amor consiste en comunicación de las dos partes...», afirma Ignacio (EE, 231). En la «oración sacerdotal», Jesús dice al Padre: «Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío» (Jn 17,10), lo que pone de manifiesto una confianza absoluta, un abandono incondicional, una plenitud de amor y una comunicación perfecta. El agradecimiento se dirige a alguien Todos sabemos el desconcierto con que se recibe un regalo anónimo. Es bonito verse sorprendido con un regalo, y todos apreciamos la discreción y modestia del donante; pero es verdaderamente frustrante no poder mostrar el agradecimiento a esa persona. Nos apetece decir «gracias» a quien creemos que puede ser el donante; pero ello puede crear una situación enojosa, porque la otra persona podría pensar que esperábamos algo de ella. Por tanto, no podemos expresar nuestro agradecimiento, lo cual inhibe bastante. En su biografía de san Francisco, Chesterton afirma que, para el ateo, el peor momento es cuando se siente realmente agradecido y no tiene a nadie a quien dar las gracias2. Debe de tratarse de la misma experiencia inhibitoria, pero a escala mucho mayor. Tampoco es fácil sentirse agradecido a una institución. Es verdad que existe algo parecido al agradecimiento anónimo: podemos sentir agradecimiento por vivir en un país libre, por nuestras tradiciones familiares, por los avances médicos, por el buen espíritu que reina en nuestra parroquia o comunidad, por nuestra educación y por muchos otros valores comunitarios. Sabemos que son muchas las personas que han contribuido a proporcionamos todas esas cosas, aunque tal vez no las conozcamos. Esto es el agradecimiento anónimo. No obstante, el agradecimiento propiamente dicho siempre va dirigido a personas concretas. Y, en último término, creemos que el amor y la solicitud de Dios se han encarnado en la bondad de esas personas. El amante que dice a la persona amada estar agradecido a Dios por su existencia, tal vez dice más de lo que pretende; pero lo cierto es que nuestro agradecimiento es incompleto si no se extiende a Dios. El agradecimiento supone haber acertado con la conexión existente entre uno mismo y las demás personas y cosas. Por eso es 2 St. Francis of Assisi, Hodder, London 1960. p. 92. una actitud madura. El agradecimiento implica ser consciente, por una parte, del propio valor y, por otra, de la propia dependencia. El agradecimiento supone una sana autoestima; pero, al mismo tiempo, es altruista, referido al otro. El egocentrismo y el egoísmo son los auténticos enemigos de todo tipo de agradecimiento. Quien no persigue más que su propio interés y centra siempre su atención en sí mismo nunca será una persona agradecida, como tampoco lo es quien se deja absorber completamente por el don, hasta el punto de olvidar al donante. Ser agradecidos significa que no nos consideramos el centro del universo ni creemos ser merecedores de nada, sino que sabemos que todo se lo debemos a Dios. El agradecimiento no ve realidades diferentes, sino que ve las realidades de diferente manera, porque acrecienta nuestra imparcialidad y nuestra falta de prejuicios y hace el mundo más transparente. Existe una cierta semejanza entre el agradecimiento y el sentido artístico. El gusto por el arte proporciona gozo y placer y nos hace saborear la belleza de las cosas. Y lo mismo ocurre con el agradecimiento, aunque el gozo de un corazón agradecido es más profundo y abarcante que el que proporciona el disfrutar del arte. Quizá pudiéramos llamar «paz» al gozo del agradecimiento; y si éste se dirige hacia Dios, dicha paz será una paz que el mundo no puede dar. Las personas agradecidas son encantadoras, porque son propagadoras de la Buena Noticia. Recuerdo la visita que hice a una mujer que llevaba doce años en un hospital por causa de una esclerosis múltiple. Estaba sentada en una silla de ruedas y con la mano izquierda completamente paralizada. Me contó cómo, aunque al principio se había rebelado contra la enfermedad, poco a poco había aprendido a aceptarla y a sacarle el máximo partido. Durante nuestra conversación, sus ojos se iluminaron de repente cuando, con gran convicción, me dijo: «Padre, estoy tan agradecida por poder usar todavía mi mano derecha...». Me sentí profundamente conmovido al ver cómo, entre los negros nubarrones del sufrimiento, se abría un claro que permitía divisar el azul del cielo. Y me sentí también avergonzado por haber agradecido a Dios tan pocas veces —si es que alguna— el tener mis dos manos sanas. Por muy singular que haya sido para mi este encuentro, estoy seguro de que muchas personas han tenido experiencias similares o incluso más conmovedoras. El agradecimiento no minimiza nada, sino que deja que las cosas y las personas brillen en todo su esplendor. Pero la persona agradecida tampoco se minimiza a sí misma, porque la actitud agradecida y el complejo de inferioridad son incompatibles. Anthony de Mello afirmaba: «Es inconcebible que alguien pueda estar agradecido y ser infeliz»3. Y el psiquiatra alemán Albert Görres observa la misma incompatibilidad: «No se puede estar al mismo tiempo descontento y agradecido»4. Nos encontramos, una vez más, con el carácter terapéutico del agradecimiento, que fomenta la sensación de bienestar y de totalidad. La persona que posee un sentido del agradecimiento fuertemente desarrollado no necesita preocuparse por su salud mental y espiritual. Un espléndido ejemplo es el de Nuestra Señora, cuyo Magníficat revela una autoestima perfectamente coherente (en ella se han producido maravillas, y todas las generaciones la llamarán «dichosa») y su profundo reconocimiento de la acción Dios (el Todopoderoso ha hecho todas esas cosas en mí, ha mostrado la fuerza de su brazo, santo es su nombre...). El agradecimiento no se degenera nunca en autosuficiencia y vanidad, porque reconoce en todas las cosas el origen que nos trasciende. Consideremos, para verlo de un modo más práctico, el caso de quien obtiene un enorme éxito y es objeto por ello de grandes honores y elogios: esto podría crear un problema de vanagloria. Al principio mismo de su Autobiografía, Ignacio refiere cómo tuvo él que luchar contra esta tentación. Pero el verdadero problema no es el de ser objeto de reconocimiento, sino el de dejar que éste revierta exclusivamente sobre uno mismo y no se extienda hasta la fuente última de todo bien. Una vez que hayamos reconocido que todos nuestros éxitos y nuestros logros tienen su origen en Dios, podremos disfrutarlos plenamente sin ningún tipo de orgullo ni vanagloria5. El 3 El manantial (Ejercicios espirituales), Sal Terrae, Santander 1984, p.36. Geist und Leben 29 (1956), p. 289. 5 En la larga carta que dirige a sor Teresa Rejadell el 18 de junio de 1536, Ignacio le enseña cómo superarla falsa humildad: «Si bien miráis bien entendéis que aquellos 4 agradecimiento, pues, también nos enseña el sentido de la perspectiva y del sano equilibrio, en este caso entre la humildad y la felicidad. El agradecimiento requiere una cierta distancia. Cuando estamos obsesionados por el don, olvidamos al donante; cuando estamos demasiado aferrados a algo, no podemos disfrutarlo realmente ni somos lo bastante libres como para estar auténticamente agradecidos. También es imposible sentirse agradecido por lo que hemos recibido sin merecerlo. Y, a la inversa, el agradecimiento crea una cierta distancia que nos impide sentimos abrumados por lo que recibimos. Este es otro saludable fruto del agradecimiento. Ser agradecido significa prestar atención, no sólo al don y al donante, sino también al acto mismo de la donación. La persona agradecida es una persona en actitud constante de alerta. El agradecimiento da la medida de nuestra viveza. Séneca lo expresaba de este modo: «Ingrato es quien niega un favor que se le ha hecho. Ingrata es la persona que lo oculta. Ingrata es la persona que no responde. El más ingrato de todos es el que olvida»6. El olvido puede ser una falta grave; digo que puede serlo, no que tenga que serlo. A veces es inocuo y meramente accidental. Pero también hay un olvido que es consecuencia de un modo de vida egocéntrico, de una obsesión o de una adicción. Puede estar causado por la represión o la proyección. Hay personas hacia las que no podemos sentimos agradecidos en absoluto, porque no las admitimos en nuestras vidas. Ser objeto del olvido puede ser terrible. En el Antiguo deseos de servir a Cristo nuestro Señor no son de vos, mas dados por el Señor; y así hablando el Señor me da crecidos deseos de servirle al mismo Señor. Le alabáis, porque su don publicáis y en Él mismo os gloriáis, no en vos, pues a vos misma aquella gracia no atribuís». (En Obras completas cit., p. 661; cf. nota 2 del capítulo 7) 6 De Beneficiis III, 1 Testamento, lo peor que se le puede hacer a una persona es olvidarla. El salmista pregunta a Dios: «¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla o tu justicia en el país del olvido?» (88,13). Reconocer lo que está reprimido es sumamente sano. Y aquí interviene de nuevo el agradecimiento. Una persona desagradecida lo experimenta todo como una carga y un deber, como una fatalidad y una coerción, como una amenaza y un desastre. El agradecimiento presenta una perspectiva distinta: abre espacios y libera. La memoria del corazón La persona agradecida recuerda el día de la independencia de su país y a quienes dieron su vida por ella, el cumpleaños de las personas queridas, el aniversario de su boda o del fallecimiento de un amigo... La persona agradecida celebra los magnolia Dei, los hechos asombrosos de Dios, y, por encima de todo, la muerte de Jesús, sin solución de continuidad con su resurrección. La Eucaristía es la memoria transformada en agradecimiento. En su discurso de despedida, Jesús nos promete el envío Espíritu Santo para que nos lo recuerde (Jn 14,26). «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Un corazón no dividido hace transparentes las cosas, las situaciones y a las personas; ve a través de ellas; reconoce en ellas su Fundamento más profundo, el misterio que anida en el corazón mismo de todo cuanto existe; en definitiva, el amor de nuestro Abba del cielo. El corazón limpio no es codicioso, no se aferra; no está esclavizado y no es posesivo; no está disperso y aburrido; mira más allá de la mera utilidad o ventaja personal; no tiene una fijación en el logro y el éxito. Vivir con un corazón no dividido hace mucho más fácil vivir de un modo agradecido y orante y descubrir a Dios obrando en todo (Jn 5,17). En el vocabulario bíblico, el corazón denota la realidad auténtica y profunda del ser humano, en oposición a la apariencia y la superficialidad. El corazón es la fuente misteriosa de nuestra energía vital. «Por encima de todo guarda tu corazón, porque de él brota la vida» (Pr 4,23). Pero lo verdaderamente importante es que es en nuestros corazones donde reside nuestra capacidad de amar, lo que nos une con el origen de toda la creación. El corazón tiene una profundidad insondable, análoga al mismo amor creador de Dios. Una de las responsabilidades fundamentales de cualquier ser humano es encontrar el camino hacia su propio corazón, y en esta empresa el agradecimiento es un aliado incondicional. En el primer capítulo del evangelio de Lucas, María canta el Magníficat, el cántico de acción de gracias (1,46-55); inmediatamente antes había pronunciado su fiat (1,38), y entre ambos hay una estrecha conexión. Quienes no se atreven a entregarse nunca pueden ser agradecidos. La entrega y el agradecimiento interactúan reforzándose mutuamente. En la contemplación final de los Ejercicios Espirituales, la gracia que pedimos es: «conocimiento interno de tanto bien recibido» (233), y esta contemplación desemboca en la oración final, la oración del abandono: «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad...» (234). Análogamente, la celebración eucarística abarca tanto el agradecimiento como la entrega de uno mismo. En definitiva, el agradecimiento significa corresponder con el mismo amor con que somos amados. Agradeciendo lo que hemos recibido, nos preparamos para hacer lo que debemos hacer, sin imprudencia, pero también sin pusilanimidad. El agradecimiento implica receptividad, pero de ningún modo pasividad; nunca es una evasiva ni una mera fórmula de cortesía. El agradecimiento transforma el don en una tarea a realizar, y por eso requiere una actitud de disponibilidad, no para obtener el éxito ni con ánimo de revancha, sino para dejar que el don dé fruto. En este mundo hay muchas cosas por las que no podemos ni debemos estar agradecidos. El sufrimiento y la injusticia son una llamada a trabajar paciente e incansablemente por un mundo mejor. Para esta interminable tarea, las personas agradecidas están mucho mejor preparadas que las personas airadas o fanáticas. Además, las personas agradecidas descubren y admiten más fácilmente que el mal está también en su interior como una quinta columna, y esto lleva a una actitud diferente. Creemos, agradecidamente, que en esta lucha contra el mal que nos circunda y nos invade somos instrumentos en las manos de Dios y colaboradores de Jesús. El agradecimiento intensifica la conciencia de nuestra unidad y hace que se transparente con mayor facilidad la gloria de Dios.