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 “O" EMMANUEL, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos,
ven a salvarnos, Señor Dios nuestro.
Érase una vez un Dios bueno que se perdió a sí mismo.
Hubo un tiempo en que los hombres tenían una gran capacidad de
admiración, fáciles a exhalar su exclamación de asombro, ¡oh!, ante el
abigarrado paisaje; ante la traviesa sonrisa del niño; ante la serena belleza de
una mujer; ante la grandeza de la acción humana... y todo ello le venía al
hombre de ser contemplativo, de saber remansar el tiempo en el regazo de su
corazón.
Esta forma de ser no gustó a muchos. Creían que a fuerza de emplear la ¡oh!
cabía el peligro de que el hombre, por este camino, fuese perdiendo su
capacidad de acción y que el pueblo se fuera debilitando. Había que vivir el
tiempo, las horas, con prisa. Así procuraban terminar con toda esta capacidad
del hombre para el asombro. ¡Todo acción! ¡Fuera los “oh” contemplativos y
admirativos. Muchos perdieron su “O”, ¡ya no sabían mirar!
Un día Dios se acercó a una mujer sencilla de Nazaret, que le abrió de par en
par las puertas de su casa. En aquella casa estaba recogida la esperanza
frustrada de los débiles, la esperanza viva del pueblo, de las gentes que
sentían combatidas su talante contemplativo, su capacidad de asombro. Allí
se detuvo Dios, acariciando, en silencio, la esperanza de todos los pobres; y la
fue impregnando en su totalidad provocando los múltiples ref1ejos del
asombro, de la contemplación, contenidos todos en el vigor suave, dulce y
fuerte de la «O». Desde entonces el silencio se hace palabra en la
exclamación del hombre que contempla, y que admira, simplemente. Y esta
capacidad ya no se perderá nunca jamás. El gesto de Santa María quedó en las
personas de perfiles contemplativos que gustan de exclamar la «O». ¡La tierra
se alegra porque Santa María nos ha regalado al “Emmanuel”, a Jesús, el Dios
con nosotros.
Inmersos en la acción, la preciosa acción que da vida, necesitamos transitar
ese camino que lleva a aprender un nuevo idioma; aprender un idioma sin
libro alguno, sin colegio, sin tiempo... Basta simplemente con «mirar». Mirar,
contemplar. Dejarse asombrar por la vida. Pues es cierto: una de las pocas
cosas serias de esta vida es SER CONTEMPLATIVO.
Virgen de la O, educadora de Jesús, educadora de
nuestros corazones y de los de los niños y jóvenes que
nos están confiados. La presencia del educador debe ser
siempre signo de esperanza porque recuerda siempre que
el Señor sigue estando siempre entre nosotros.
Virgen de la O, mujer que das a la humanidad el
Emmanuel.
8
NOVENA DE NAVIDAD PARA EDUCADORES
CORAZONISTAS
El año 2009 se concluye. A lo largo de estos 365 días me he hecho, si
puede decirse así, un poco más presente en la vida de cada educador
corazonista. He sentido de nuevo el “gustillo”, de pisar las aulas. Gracias
por haberme acogido en vuestros Centros y sobre todo por haberme acogido
en vuestro corazón.
Yo os invito a despedir este año “especial” en compañía de María,
madre y educadora. La Iglesia tiene la costumbre de dedicar la semana
precedente a la Navidad a María, en espera del nacimiento de Jesús. Lo
hace con unas antífonas que invocan “Al que está viniendo” con diversos
títulos (Sabiduría, Pastor, Llave, Dios con nosotros…) Todas esas antífonas
comienzan con una exclamación admirativa “OH” (O en latín, lengua
original en la que fueron escritas). El pueblo cristiano, en vísperas de la
Navidad, quiere repetir con María, la Virgen de la espera y de la esperanza,
esta exclamación “OH” (O!).
Yo invito a todos los Educadores corazonistas a vivir este Adviento,
tiempo de espera, de manera especial. Hemos dicho tantas veces que la vida
es un continuo Adviento, que ya casi no nos lo creemos. María sí lo creyó.
María sí lo esperó, lo esperó con toda su alma en tensión fuerte como una
ballesta, suave como la tierra seca que en silencio atiende el agua benéfica
¡Esperanza constante, incansable y total! ¿Qué sería de un educador que no
supiera esperar ni enseñara a esperar?
Mis queridos amigos el próximo año 2010 seguiremos en la misión
educativa compartida. Seguiremos con nuestro ¡OH! por las maravillas que
Dios sigue haciendo por medio de nuestra pequeñez.
Corazonista tiene dos “oes”. ¡Dale una a María para que se la devuelva
a Dios!
Os dejo en las manos de Dios, en las manos de María y de su Hijo.
Hermano Policarpo
1
 “O" SABIDURÍA que brotaste de los labios de Dios
ordenando todo con firmeza y suavidad,
ven y muéstranos el camino de la salvación.
Érase una vez un Dios bueno que perdió la «O». Trabajaba desde que
amanecía hasta que se ocultaba el sol en la obra del alfarero. Todas sus obras
eran hermosas... Después de cada una de sus obras no podía dejar de exhalar
una profunda admiración: ¡Oh! y quedaba como arrobado en la
contemplación de aquella sabiduría que iba quedando por todos los espacios
de la casa: ¡la creación!
Un día, Dios amaneció radiante, con una cierta sonrisa feliz, diríase que
silbaba o tatareaba para sí... Sus manos empezaron a manejar el barro, que
giraba y giraba entre sus manos; la mirada depositaba un temple especial en la
vasija. Dios, absorto, contemplaba los reflejos de la vasija, y al trasluz del
atardecer, lanzó una exclamación tal que se le escapó la «O»… Ya no pudo
recobrarla y Dios, sin la «O» no se encontraba a sí mismo; no se reconocía;
tampoco en su propia obra.
A partir de entonces se hizo peregrino, a través de valles y colinas, de campos
y aldeas... Como no tenía el nombre completo nadie le reconocía. Dios
buscaba la «O», su «O». Y seguía la peregrinación por entre los hombres y
mujeres, por entre los niños... ¡Nada!
Un día, le amaneció junto a una pequeña aldea. Se acercó a una ventana
entreabierta, por donde penetraba un luminoso destello del nuevo día. El
peregrino atisbó por la ventana y contempló una mirada, y en la mirada una
sonrisa. Dios se quedó absorto, en silencio, conteniendo la respiración. En
aquella sonrisa se sintió reconocido: ¡Dios, Dios! El peregrino se sentía nacer
envuelto en aquella mirada de mujer que le devolvía la «O».
Dios volvió a peregrinar por valles y colinas, campos y aldeas... Ahora ya
podrían reconocerlo los hombres. Una mujer, María de Nazaret, le había
devuelto la «O». Por esto Santa María no tiene una «O» en su nombre. Se la
prestó una mañana de primavera a un Dios que se quedó absorto, silencioso,
ante su ventana de Nazaret.
Si una cosa ha de tener un educador es el don de la sabiduría.
No la sabiduría vacía de los poderosos, sino de aquélla que el
Padre concede a los pequeños, la sabiduría del Corazón de
Jesús, la sabiduría del corazón de María:
Virgen de la O, eres sabiduría cercana y materna
en el tiempo de Adviento.
2
 “O" REY de las naciones y deseado de los pueblos,
ven y salva al hombre que formaste de barro de la tierra”.
Érase una vez un Dios bueno que perdió su «O».
Érase un Dios que había construido muchos pueblos, numerosos pueblos,
cada uno con sus gentes. Después de todo aquel inmenso trabajo Dios se
retiró a su casa, a su palacio situado en un espacio por encima de todos los
pueblos. Estos estaban contentos con su Rey bueno y se dirigían a Él, le
hablaban, le querían contemplar, estar a su lado...
Hasta que un día Dios no acertaba a descifrar las voces de las casas de los
hombres. ¡Eran tan diferentes! Así que tomó la determinación de bajar para
saber de lo sucedido. Pero nada más llegar al primero de los pueblos sintió
que tiraban de Él quitándole del nombre la «O». A duras penas pudo escapar,
pero al pasar por otro pueblo le arrancan la «i».
Medio a escondidas y a toda prisa pudo escapar; estaba desarbolado sin las
vocales que se quedaban perdidas en aquéllas aldeas. Los hombres, por su
parte, esperaban con ellas dar más fuerza a sus voces. Pero, por el contrario,
los pueblos cada día caminaban más desorientados y sin poderse entender.
En medio de esta circunstancia, Dios tomó la determinación de volver a
acercarse a ellos y mirar de recuperar sus vocales. Un día llegó a un
pueblecito. A la entrada del mismo había un edificio más grande, que
sobresalía de los demás. Se acercó. Era la primera hora de la mañana. Junto a
la puerta una muchacha repasaba su lección. Se acercó. Le preguntó qué leía.
La muchacha le leyó: Dios es bueno y misericordioso con todos.
Entonces, le dijo Dios: ¿Cómo lees eso si faltan las vocales en las palabras?
La muchacha, que se llamaba María, le dijo: Las vocales las guarda mi
pueblo en el corazón. En el libro sólo ponemos las consonantes. La memoria
del corazón de mi pueblo guarda este tesoro de la bondad de Dios.
Dios se enamoró del corazón de aquel pueblo y le pidió a María permanecer
en su pueblo. Ella accedió... De está forma Dios penetró hasta lo más íntimo
de aquel pueblo, hasta lo más escondido de su corazón y desde allí dentro la
«O» de Dios se fue engrandeciendo cada vez más hasta romperse y hacerse
un gran hilo que crecía sin cesar hasta envolver en una tupida red a todos los
pueblos, que así volvían a estar dentro de la «O» amorosa de Dios.
Ser educador es ser como el alfarero que va modelando el
barro; es como el albañil que va construyendo, día tras
día, la casa de los hombres:
Virgen de la O, tú con Jesús nos modelas y nos enseñas a
ser alfareros de la educación.
7
 “O" SOL que naces de lo alto, Sol de justicia,
ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte”.
Érase una vez un Dios que perdió la «O».
Sucedió que hubo un tiempo en que Dios construyó una esfera muy grande
con un fulgor especial. Dios pasaba largo tiempo contemplando aquella gran
esfera, pero muy pequeña comparada con el enorme universo.
Un día, entretenido en darle vueltas a la esfera, no advirtió Dios la formación
de una gran tormenta de truenos y relámpagos; Él mismo se sumergió en los
negros nubarrones sin advertirlo. Y como consecuencia de un estrepitoso rayo
se le cayó la «O». Y la «O» fue bajando, bajando..., hasta caer en la tierra,
Ya no había en el cielo tanto calor: a Dios le faltaba una letra. ¿Qué hacer?...
Un Dios descubrió su esfera a lo lejos, perdida en medio del universo. Se
quedó unos momentos pensativo y por fin se decidió: fue cogiendo estrellas e
hizo con ellas una gran escalera para bajar a la Tierra, su querida “esfera”.
Cuando llegó empezó a recorrer pueblos y aldeas buscando la «O». Caminaba
con dificultad pues eran muchas las horas de oscuridad y de noche y pocas en
cambio, las de luz.
Un día llegó a una aldea. Llamó a una puerta de una casa sencilla; le abrió
una mujer joven, amable. Empezaron a hablar: el viajero le dijo cosas del
viaje, del atardecer, de sí mismo… La mujer le habló de su aldea, del
atardecer, de sí misma... Y aunque iba pasando el tiempo en el ambiente
flotaba un entre-luces. Y pasado mucho tiempo, no se sabe cuánto, el viajero
exclamó: ¡Debe ser tarde! La mujer también indicó: ¡Debe ser tarde! Y como
volviendo al tiempo ambos se iluminaron. Dios se encendió como una luz,
como un gran gozo: advertía que su «O» estaba allí, recogida en el corazón de
la muchacha sencilla, buena y amable que sabía escuchar.
Desde entonces conserva la escalera de estrellas, por la que había bajado a la
Tierra a buscar su «O», para cuidar de la hermosa bola de la Tierra. Y si
alguna vez queréis saber cómo llegar hasta Dios, llama como Él a la puerta de
una casa sencilla en donde vive una mujer sencilla que se llama María.
A veces nos desanimamos porque la gente nos pregunta
en dónde está la justicia, que cuando va a brillar un
poco de luz en medio de tanta tiniebla. En este
Adviento, en esta novena de la Navidad, proclamemos
con fuerza.
Virgen de la O, tú das a luz el sol que nace de lo alto.
6
 “O", PASTOR, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente,
ven a liberarnos con el poder de tu brazo”.
Érase una vez un Dios bueno que perdió la «O».
Sucedió así: Dios tenía una gran ilusión: reunir a todos los hombres, hacer de
ellos un pueblo, fuerte, vigoroso, grande... Él sería su Jefe, o mejor, su Pastor
firme y a la vez amable... Con este deseo bajó al mundo. Un día conoció a un
amigo: Moisés. Los dos llevaban fuego en el corazón; pronto se entendieron.
Moisés le reunió hombres, mujeres, niños y les empezó a hablar del amigo y
jefe que tenían. Pero Moisés tartamudeaba, así que al empezar a pronunciar
el nombre de su amigo se le cayó la «O». Así que el pueblo no terminó de
comprender del todo al amigo de Moisés. Pero Dios no los abandonó, se hizo
caminante con ellos; estaba allí con el fuego, con la nube, pero sin la «O»;
esperando que Moisés llegase a articular todo su nombre completo, pero
¡nada!, siempre faltaba la «O».
Pero Dios permaneció con aquel pueblo: cuando terminaron de atravesar el
desierto, cuando se construyeron aldeas en su nueva tierra. Pero a este
pueblo le seguía resultando difícil reconocer a su Dios. Un día... era sábado,
las gentes de una aldea acudían a una reunión: los chicos pequeños del brazo
de sus padres, con traje nuevo, con alegría, cantando cantos muy antiguos.
En la puerta ponía el nombre de la casa: Sinagoga. Dios entró también...
Escuchó unas lecturas; le pareció oír que eran de Moisés, su antiguo amigo
del desierto.
Pero allí, en mitad de la sala, rodeada de gente había una bella muchacha
sencilla en su porte, ojos recogidos en su regazo, que levantó al final de la
lectura para exclamar: «¡Este fuego es de Dios!». El pueblo oyó aquel
nombre que nunca había oído pronunciar completo. Y juntamente con las
palabras de Moisés empezó a entrar fuego en el corazón de los oyentes. El
mismo fuego animaba dentro de todos. Todos se sentían llevados y
abrazados por una misma mano amorosa. Y empezaban a saber de dónde
provenía. Santa María, que era el nombre de aquella muchacha, fue quien
devolvió la «O» a Dios e hizo posible que todo el pueblo le reconociese
como su Jefe y su Pastor. Y es que Santa María no tiene una "O", porque se
la ha prestado a Dios, su mejor amigo.
Andrés Coindre, Fundador de los Corazonistas, recomendaba
que repitiéramos las palabras del evangelio: “Fuego he venido a
la tierra y qué quiero sino que arda”. El corazón del educador
debe “ser quemado” y “quemar”.
Virgen de la O, tú nos transmites ese fuego
que sentiste en tus entrañas en el momento de la Encarnación.
3
 “O" RENUEVO de árbol, que te alzas como un signo para los pueblos,
ven a liberarnos, no tardes más.
Erase una vez un Dios que perdió la «O».
Sucedió que Dios plantó un jardín junto a su casa. En él puso árboles de
muchas especies, flores, fragancias, y muchos senderos.
Tenía en él su jardinero. Dios salía todos los días a pasearse por entre las
acacias y rosales, envuelto en las fragancias de vida nueva, y transitaba los
senderos. No lo hacía en soledad, sino acompañado del jardinero, con quien
pasaba animados coloquios en los tranquilos atardeceres.
El jardinero fue tomando más y más confianza y envidiando toda aquella
fuerza de vida que llevaba su amigo; así que en un descuido, queriendo
hacerse con aquella fuente de energía, le quitó a Dios su «O» y se perdió
rápidamente por entre las frondas del jardín. A Dios le entró gran
preocupación al sentirse sin la «O», pues empezó a sentir como si su fuerza
de vida hubiese decrecido; por lo menos el jardín había perdido lozanía.
Todo se iba ajando, los arbustos secos empezaban a cortar los senderos, o el
jardinero hacía muros allá donde le parecía. Dios contemplaba a los hombres
del jardín y los percibía como confusos, desorientados, con semblante triste...
Pero Dios era constante y fiel.
Un día quedó profundamente dormido, de repente sus ojos se abrieron en un
sereno atardecer que llenaba la mirada sencilla de una mujer que ponía en sus
manos con profunda devoción una «O».
Dios, con profunda y viva alegría, se paseó de nuevo por el jardín,
depositando la mirada en todos y cada uno de sus rincones. Y todo volvía a
sus primigenios aromas y verdores... El rostro de los caminantes era nuevo.
Aquella mujer, Santa María, había devuelto a Dios la «O» que el jardinero le
había arrebatado, haciendo posible que renaciese una vida nueva, un hombre
y una mujer nuevos. Bastó que pusieran sus manos y su corazón en las manos
y en el corazón de Dios.
Nuestros árboles se van volviendo viejos. Parece
que el horizonte de vida se va cerrando poco a
poco. Necesitamos un renuevo que nos llene de
nueva savia. Tengamos la osadía de abrirnos a lo
nuevo que se anuncia.
Virgen de la O, tú nos traes la nueva vida
que rejuvenece nuestros corazones.
4
 “O", LLAVE, que abres y nadie puede cerrar,
ven y libera a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte”.
Érase una vez un Dios bueno que perdió la «O».
Dios se aburría estando solo en su casa, así que un día salió y empezó a
hacer una casa enorme. En ella puso toda clase de adornos: luces de todos
los tamaños, una hermosa bóveda azul, el suave y oloroso perfume de
muchas plantas, unas grandes peceras y amplias jaulas con mucha variedad
de pájaros. Luego modeló unas figuritas preciosas, a las que llamó hombre y
mujer, que fue distribuyendo por toda la casa. ¡Se le parecían tanto, tanto...!
Lo cierto es que Dios se encaprichó de esas “figuritas” que había creado y
bajaba una y otra, vez a estar con ellas; y pasaba tiempo y tiempo...
Entraba, salía... salía, entraba... Pero un día que marchaba con prisa, tropezó
en el umbral de la puerta quedándose sentado por la parte de fuera a la vez
que se le caía la «O» de su nombre dentro de aquella hermosa casa, cuya
puerta se cerró de un portazo con una ráfaga de viento.
Dios siguió bajando a la casa, llamaba a la puerta, pero nadie podía abrirle
pues con la «O» iba la llave Y nadie era capaz de proporcionarle esa llave
para penetrar de nuevo. No obstante, junto a la puerta había una muchacha
que escuchaba las conversaciones de los hombres con aquel Desconocido.
Las iba escuchando y recogía datos y datos en su corazón. Y en el corazón de
la muchacha se iba dibujando el perfil de aquella llave perdida.
Pasaron los tiempos, los hombres se cansaban de acudir a la puerta a hablar
con el Desconocido, que seguía fiel en acercarse una y otra vez a la casa,
llamando incesantemente. Un día oyó al otro lado de la puerta la voz dulce
de una muchacha, de aquella que lo había guardado todo en su corazón. Y
desde su corazón la muchacha iba dando respuesta a todo lo que Dios
esperaba oír de los hombres. Finalmente, Dios tomó la palabra y fue
hablando a la muchacha, y a medida que le iba diciendo su palabra la puerta
se iba abriendo de par en par. Santa María fue quien le devolvió la «O», la
llave a Dios y quien hizo posible que Dios dejase una llave permanente en la
casa de los hombres.
En tantas ocasiones nos preguntamos dónde
está la respuesta a las preguntas de la
humanidad. Los jóvenes acuden a nosotros
y esperan encontrar una solución. Nosotros
no tenemos esa solución, pero podemos
entregarles la llave de acceso.
Virgen de la O, tú nos entregas la Llave
que abre nuestros cerrados corazones.
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