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LA LIBERACIÓN DE LOS ORPIMIDOS EN EL ISLAM Los dos textos que presentamos a continuación sobre un tema tan actual como novedoso para la mayoría de nosotros, están tomados del la Revista “Alternatives Sud”, número monográfico sobre “Théologies de la liberation” (vol. VII, 1, año 2000). Agradecemos a su director, François Houtart, el habernos dado toda clase de facilidades para publicar en español estos textos. El mismo Houtart, en su entrevista en este número, explica el origen del Centro Intercontinental y de la revista Alternatives Sud que tienen su sede en Luovain-la Neuve de Bélgica 1. Teologías islámicas de la liberación Mohamed T. Bensaada La importancia socio-política del islam en las sociedades musulmanas exige una reflexión a la vez histórica y sociológica. La derrota árabe de 1967 parece ser el punto de partida de la ola contemporánea del islamismo. También es importante señalar la alienación cultural de las burguesías liberales. Hay que situar las diversas corrientes del pensamiento islámico en este contexto. Así, la teología reformista ha desempeñado un papel importante en la corriente de liberación nacional desde finales del siglo XIX; en este caso “reformista” se refiere a una renovación tanto teológica como ética. […] Una teología de la liberación inevitablemente entra en colisión con el neo-salafismo (fundamentalismo, integrismo), que hace una lectura particular de la religión. Hoy tiene su lugar en el mundo musulmán, en el que las masas sienten instintivamente que su religión puede constituir una barrera contra una globalización desestructurante y alienante. Pero el “discurso sobre el poder justo” sigue estando de actualidad en la elaboración islámica contemporánea. Una reapertura del kalam (teología islámica) podría constituir un contrapeso suficiente a la tendencia positivista de renovación islámica, desembocar en una “teología negativa” y evitar que el islam como “religión positiva” se transforme en dispositivo jurídico-ético de control social. […] I. Teología reformista y liberación nacional en el mundo árabe Ningún análisis serio de la producción teológica actual en el islam podría pasar por alto la influencia histórica de la corriente reformista de la Nahda (renacimiento) de finales del siglo XIX, también conocida con el nombre de salafismo, y cuyos promotores fueron el afgano Jamel Eddine al-Afghani (1838-1897) y el egipcio Mohammed Abdou (1849-1905). Como bien señala Louis Gardet, la denominación “reformista” no debe inducir a error ni tiene que confundirse con el sentido restrictivo que tiene en el pensamiento político europeo contemporáneo, donde el término “reformismo” se opone al de “revolución”. El reformismo (Islah, en árabe) tiene aquí un sentido profundo de reforma y de renovación tanto teológica como ética. Este sentido no sólo no contradice la idea de revolución, sino que puede servirle de fermento ideológico, como fue el caso al menos en el contexto histórico de una revolución nacional anticolonial [Louis Gardet, 1977]. La obra de Jamel Eddine al-Afghani estuvo particularmente marcada por un carácter social y político. Pone la teología directamente al servicio de la lucha por la liberación nacional y social, aunque el horizonte de esta última queda condicionado por las contradicciones sociales y la estrechez de la burguesía nacional de los países árabes y musulmanes bajo dominación colonial o semicolonial. Desde 1870, Jamel Eddine alAfghani no ha dejado de suscitar la irritación del Sheik al-Islam de Constantinopla, insistiendo especialmente en el papel eminentemente social del profeta. En Egipto, participó en la revuelta de Arabi Pacha (1882) y los ingleses lo expulsaron. Exiliado en la India, continuó con la actividad anticolonialista mientras se dedicaba a su obra teológica propiamente dicha. Su rechazo ideológico de los “materialistas” afecta sobre todo a la tendencia utilitarista e individualista de las doctrinas liberales pro-occidentales. Exiliado en Paris, fundó con Mohammed Abdou una asociación y una revista de igual nombre, al-Urwa al-wuthqa (El lazo indisoluble). Resulta significativo que la elección del nombre y de la revista, inspirado en un versículo del Corán, recuerda directamente la oposición entre fe y taghout (despotismo)[i]. El hecho de que Jamel Eddine al-Afghani haya consagrado la mayor parte de su vida y de su obra al compromiso político anticolonialista no tiene que hacernos olvidar su contribución a la teología islámica de la liberación, del que fue precursor audaz. Predicando una lectura crítica y una interpretación racional y adaptada al nuevo contexto histórico de ciertos textos coránicos, como los que se refieren a la esclavitud, al repudio y a la poligamia, Jamel Eddine al-Afghani ha ilustrado concretamente las virtualidades revolucionarias del reformismo musulmán. En el plano teológico, la parte más importante en el desarrollo de la corriente reformista corresponde a Mohammed Abdou. El encuentro con Jamel Eddine alAfghani fue decisivo en su cambio personal. Resulta particularmente significativo que el compromiso político anticolonialista en Mohammed Abdou haya llevado aparejado el esfuerzo intelectual de liberarse de las ataduras del antiguo aparato teológico, heredado de siglos de decadencia social y cultural en el mundo musulman. Dos vías intelectuales correspondientes a dos estrategias sociales se ofrecían en la época a los intelectuales árabes y musulmanes. La primera, representada por Tahtawi, consistía en volver la espalda al patrimonio cultural local y abrazar pura y simplemente el pensamiento racionalista y liberal europeo. Es la vía de la occidentalización que corresponde a los intereses de la burguesía compradora que se desarrolló a la estela de la campaña bonapartista y del intento de modernización exógena iniciado por Mohammed Ali. La segunda consistía en intentar una reforma intelectual abierta sobre las experiencias de la revolución burguesa europea, pero basada en un renacimiento de los elementos racionalistas y humanistas de la cultura clásica árabe-musulmana. Por otra parte es la vía que siguió, en su tiempo, la burguesía europea desde finales de la Edad Media y principios del renacimiento. En los países árabes bajo dominación colonial, esta vía no podía ser seguida más que por la pequeña y mediana burguesía nacional, perjudicada por el proceso de modernización capitalista-colonial. Es una de las razones que explica sobre todo el carácter contradictorio e inconsecuente del pensamiento teológico y social de los promotores de esta segunda vía, con Mohammed Abdou a la cabeza. El hecho de que este último comience su carrera intelectual con el comentario de una obra fundamental del gran humanista musulmán del siglo X Miskawayah, el Tahdhib al-Akhlaq (1877) y que enseñe en Dar al-ulum (Escuela de Magisterio), un autor como Ibn Khaldoun (1879) nos da una idea suficientemente clara sobre la perspectiva histórica en la que Mohammed Abdou deseaba inscribir su obra de reformador religioso y social. Sus cualidades intelectuales, así como la voluntad de reforma exhibida por las autoridades, lo imponen como redactor jefe del periódico oficial fundado por Mohammed Ali. Como los humanistas europeos del siglo de las luces y de la revolución burguesa, Mohammed Abdou defiende la instrucción y la educación como instrumentos de liberación y de progreso social. La estrecha relación entre reforma religiosa y compromiso político anticolonialista se afirma claramente. También envuelto en la revuelta de Arabi Pacha (1882), es exiliado y se reúne con Jamel Eddine al-Afghani en Paris. Su colaboración, en el contexto de la asociación y de la revista al-Urwa al-Wuthqa, constituirá el contexto natural de desarrollo del pensamiento reformista musulmán, que alimentará en lo sucesivo a varias generaciones. De vuelta en Egipto, además de sus funciones judiciales y legislativas, Mohammed Abdou contribuirá de manera decisiva a la renovación del pensamiento teológico musulmán dedicándose a reformar la administración, los métodos de enseñanza y también los programas de la famosa universidad de ciencias religiosas al-Azhar (El Cairo), cuyo influencia llega prácticamente a todos los países árabes y en general sobre todo al conjunto del mundo musulmán sunita. Mohammed Abdou alcanza la culminación de su carrera al ser nombrado mufti de Egipto (1899), cargo que asumirá con un gran espíritu de apertura hasta su muerte (1905). La aportación teológica de Mohammed Abdou Mohammed Abdou empieza por rechazar categóricamente el procedimiento de los doctores tradicionales de la ley que han reducido la religión a un puro formalismo jurídico-ritual. La toma de distancia con los teólogos tradicionales refleja una separación también clara respecto al cuadro ideológico del antiguo régimen. La aportación teológica de Mohammed Abdou está marcada fundamentalmente por su carácter racionalista y humanista. Como afirmara siete siglos antes el filósofo andaluz Ibn Rochd (Averroes), el espíritu humano puede alcanzar efectivamente la verdad de la religión a través de la razón. Contra una tradición religiosa marcada demasiado tiempo por un asharismo[ii] degenerado en el cual el hombre estaba preso en una predestinación divina mal entendida, Mohammed Abdou va a destacar la importancia de la libertad humana, sin la cual no hay responsabilidad. Su teología se ve aquí animada por una voluntad de acción humanista que no se apura demasiado de sutilezas metafísicas: Dios es causa en la medida en que el hombre actúa y el hombre es causa en la medida en que Dios actúa [Risalat al-Tawhid, 81]. La posición de Mohammed Abdou es audaz, hasta el punto que se ha visto en él un pragmatismo casi agnóstico. Paralelamente a la afirmación de la libertad humana, sostiene la idea de una ley natural preexistente. La revelación religiosa no inventa ex-nihilo los preceptos morales, en la medida en que estos últimos dependen de una existencia histórica objetiva. Sólo la debilidad y la ignorancia de los hombres justifican, según Mohammed Abdou, el recurso a la revelación religiosa y a la profecía. Pero la Ley religiosa no se diferencia esencialmente de la ley natural. La ley vino simplemente para indicar lo que existe, no es ella quien lo hace ser bueno [Risalat al-Tawhid, 80]. Destacan las dimensiones psicológica y social de la profecía. La profecía se define en efecto como el conocimiento que encuentra el hombre en sí mismo, con la certeza de que este conocimiento viene de Dios, y los profetas se presentan como jalones puestos por Dios a lo largo de la vía que la humanidad debe recorrer para llegar al final [Risalat alTawhid, 108]. La afirmación de la libertad humana y de la ley natural se inscriben en un intento de volver a fundar una teología musulmana racionalista por oposición a la teología escolástica tradicional. El Kalam (teología musulmana) empieza por la reapertura de la Ijtihad (esfuerzo de interpretación personal) que se cerró al constituirse las escuelas jurídicas del islam sunita. Antes de poner los jalones de una nueva teología basada en la razón, Mohammed Abdou se sublevó contra el conservadurismo de la tradición representada en el siglo XIX por el rector de al-Azhar, Bajuri: Las diferentes ciencias racionales se fundieron en una sola… y se persiguió el estudio de esta disciplina única, tanto en lo que concierne a sus primeros principios como a sus desarrollos, según un método que se acerca mucho más a la simple repetición de textos que a la investigación crítica. Por tanto, la ciencia ya no progresa [Risalat al-Tawhid, 17]. La teología de Mohammed Abdou se distingue por su actitud con respecto a las fuentes. Rechaza la autoridad de las escuelas jurídicas que han monopolizado el saber durante largos siglos. Para él, sólo el Corán y la Sunna (los dichos y hechos del profeta) pueden servir de base para la Ijtihad y por tanto a la renovación del Kalam. Este debe basarse en un método científico riguroso cuyas reglas han sido recordadas por su biógrafo, Othmane Amin: Mohammed Abdou confiaba en el espíritu científico y en la obra de la ciencia dirigida según las reglas de la verdadera lógica. Estas reglas se resumen principalmente en tres: adquirir el valor de pensar y ver las cosas como son, realizar la libertad de pensamiento respecto a los prejuicios y las ideas preconcebidas, y no someterse más que a la verdad. Tales son las reglas de oro defendidas varias veces por el gran mufti [Othmane Amin, Mohammed Abdou, s.d., 65]. Le exégesis racional del Corán es esencialmente pragmática, es decir conforme a las exigencias sociales de la reforma. Su actitud respecto a la poligamia refleja una libertad de espíritu progresista innegable. La interpretación racional lleva a Mohammed Abdou a concluir que el requisito que lleva aparejado la poligamia en el Coran, es decir, la equidad, la hace prácticamente imposible. El Kalam debe romper con la tradición y la interpretación literalista, rehabilitando el estatuto de la razón. Para él, el Kalam tiene esencialmente como intención alcanzar un objetivo moral por la vía de la razón, es decir, el cumplimiento de un deber sobre el que todo el mundo está de acuerdo: la fe de los profetas apoyándose en argumentos racionales y no sólo siguiendo ciegamente la tradición [Risalat al-Tawhid, 23]. La confianza en la razón se reafirma en detrimento de la tradición: En caso de conflicto entre la razón y la tradición, pertenece a la razón el derecho de decidir[iii]. El horizonte histórico no está ausente en las preocupaciones teológicas de Mohammed Abdou. En efecto, muestra que los debates teológicos y los cismas que se han llevado a cabo a lo largo de la historia de las sociedades musulmanas tienen su origen en disensiones de carácter político. La preocupación de preservar la cohesión de la sociedad musulmana contra las disensiones internas susceptibles de favorecer la dominación extranjera no es extraña al hecho de que la teología de Mohammed Abdou evita ir demasiado lejos en las discusiones de carácter metafísico. Pero hay que ver ahí igualmente un procedimiento no falto de lógica y de coherencia interna. No se detiene demasiado en los problemas metafísicos que han agotado en el pasado los teólogos musulmanes. Se conforma con recordar los atributos de Dios que la razón puede descubrir por sí misma. Su comentario sobre la postura del imam Ibn Hanbal a propósito de la cuestión del Corán increado denota una audacia intelectual no carente de humor: Creemos que el imam Ibn Hanbal es un espíritu demasiado distinguido para creer que el Coran sea increado; leyéndolo cada noche con su boca y reconstituyéndolo así con su voz[iv]. Aconsejando saber detenerse en el límite que puede alcanzar nuestra razón, Mohammed Abdou fija desde cierto punto de vista unos límites a la razón, pero es para hacerle asumir mejor su misión moral al servicio de la humanidad. La afirmación de la trascendencia divina cuando se trata de cuestiones metafísicas, como por ejemplo la de las relaciones entre esencia y atributos de Dios, no obsta a la preeminencia de la razón en las cuestiones relativas al destino del hombre en sociedad. Este tipo de razonamiento que ya se encuentra en el pensamiento racionalista y humanista musulmán de la época clásica, nos recuerda el que los filósofos europeos del siglo de las luces han sostenido de manera, es verdad, más radical y más consecuente. La diferencia depende de a las particularidades socio-históricas del desarrollo de la civilización musulmana y del carácter inmaduro de una burguesía nacional inmovilizada en su desarrollo virtual por la alianza del poder local y del imperialismo occidental. Esto es lo que explica que el reformismo musulmán haya podido presentarse a la vez como un retorno a las fuentes de la época clásica árabe-musulmana sin una giro crítico previo comparable a la “revolución copernicana” y una representación ideológica conforme a las nuevas exigencias de la burguesía nacional naciente en las sociedades árabes que intentaban entonces sacudir el yugo colonial. Esta ambivalencia histórica se encuentra de manera más marcada en un discípulo sirio de Mohammed Abdou: Rachid Rédha (1865-1935). Juntos, fundaron en El Cairo la revista Al-Manar que se convirtió en el órgano de la corriente salafista árabe y de la cual Rachid Rédha continuará siendo redactor jefe tras la muerte de su maestro. El horizonte del panislamismo que parecía todavía en la época indépassable, condujo naturalmente a Rachid Rédha a defender el principio de un renacimiento de la institución califal como única defensa capaz de ahorrar a los pueblos musulmanes la sumisión colonial de las potencias occidentales, sin comprender que la crisis y posterior supresión del Califato por Mustapha Kémal Attaturk responden a presiones sociales e históricas de naturaleza profunda e irreversible. Pero la naturaleza social híbrida de las categorías de la burguesía media de las antiguas provincias árabes del imperio Otomano, que se hundían en el orden económico tradicional, no podía sino favorecer una actitud política incoherente que Rachid Rédha expresó en un plano teológico-político. Esto no ha impedido que su teología reformista exprese la oposición a las clases ascendentes de la sociedad del oriente árabe contra el despotismo otomano. Tras darse cuenta del carácter chovinista de la empresa de la Asociación para la Unión y el Progreso, creada por los turcos que querían reformar y salvar el imperio, Rachid Rédha se volverá hacia un islamismo árabe que expresaba mejor la tendencia a la emancipación nacional de las provincias árabes respecto a Estambul. En este contexto, se alió con Chérif Hussein cuando éste puso en marcha su revolución árabe. Pero la traición de los Aliados y el empeño de Chérif Hussein en la vía del compromiso con los ingleses empujó a Rachid Rédha a la ruptura con la familia hachemita. Tras la supresión del Califato por Mustapha Kémal Attaturk (1924), Rachid Rédha trasladará la sede de la revista al-Manar en Ryad, en una Arabia que acaba de asistir a la victoria de la expresión más rigorista del islam contemporáneo, el wahhabismo[v], gracias a a la alianza con la tribu guerrera de los al-Saoud. Un análisis comparado de las obras de Mohammed Abdou y de Rachid Rédha debería sacar a la luz la divergencia profunda entre el salafismo de esencia racionalista de Mohammed Abdou y el de Rachid Rédha que ha conocido, en la segunda parte de su vida, una inflexión tradicionalista bajo la influencia del wahhabismo. Desde este punto de vista, se puede colocar a Rachid Rédha entre los precursores del neo-salafismo islámico contemporáneo al que dio nacimiento la corriente de los “Hermanos musulmanes”, fundada en Egipto por Hassan al-Banna (1906-1949) y al que apelan la mayor parte de los grupos del movimiento fundamentalista islámico. [...] II. Teología y liberación en el islam chiíta iraní La posición histórica minoritaria del chiísmo en islam ha desempeñado un papel importante en la trayectoria de esta corriente religiosa que estuvo desde el principio confrontada a la cuestión capital de la difícil conciliación entre una opción doctrinal minoritaria y una realidad política restrictiva. Esta historia ha creado una tradición de resistencia social e intelectual particular que ha inspirado a lo largo de la historia a generaciones enteras de teólogos chiítas. Entre los contemporáneos, dos llaman nuestra atención. El primero, Mortadha Motahhari (1920-1979) representa un esfuerzo teológico-político más bien tradicional, a pesar de haber desempeñado un papel importante en la revolución islámica iraní. El segundo, Ali Shariati representa por su parte una tendencia teológico-política más moderna, aunando islam y nacionalismo revolucionario anti-imperialista. La aportación de Mortadha Motahhari Mortadha Motahhari tiene un perfil de teólogo clásico. Después de estudiar filosofía y Fiqh (derecho musulmán) en las universidades islámicas de Mashad y Qom, consagra toda su vida a la enseñanza islámica en escuelas paralelas, habiendo sido expulsado de la universidad oficial. Desde que acaba sus estudios en Qom, se compromete con el movimiento islámico dirigido por el imam R. Khomeyni, del que será uno de los más próximos colaboradores, y llega a ser presidente “Consejo del Clero” creado en la clandestinidad. Después de la caída del régimen imperial del Shah Mohammad Rezâ Pahlavi, Mortadha Motahhari se convierte en presidente del Consejo de la revolución hasta su asesinato en 1979, a la edad de cincuenta y nueve años. La aportación teológicopolítica de Mortadha Motahhari es por tanto inseparable de su vida de militante islámico. En la línea de los representantes del reformismo musulmán de finales del siglo XIX, Mortadha Motahhari comienza haciendo un análisis lúcido sobre la situación de la sociedad iraní condenada al subdesarrollo y a la dependencia en razón de su propia decadencia y de su aceptación del despotismo. Lejos de los discursos demagógicos de los que prefieren echar la culpa a los otros, Mortadha Motahhari lanza a sus compatriotas: No quiero mitificaros diciendo que el origen de esta situación está en el colonialismo y en la explotación. Ya estábamos así antes, pero hoy ellos nos mantienen en ese estado [citado por Nadine Yavari-D’Hellencourt, 1989, 89]. Mortadha Motahhari no está lejos del concepto de “coloniabilidad” desarrollado por Malek Bennabi, que considera que las sociedades musulmanas seguirán siendo víctimas de la dominación imperialista mientras no dejen de mantener una relación de dependencia cultural con las antiguas potencias coloniales. En esta óptica, el principal adversario resulta ser pues esta “decadencia” interna. Y si hay que combatir el imperialismo, es sobre todo porque constituye ya un obstáculo para la lucha contra esta decadencia. Dominación imperialista y decadencia interna se sostienen mutuamente. La liberación y el desarrollo no se pueden alcanzar mediante la occidentalización a la que se refieren las corrientes modernistas, sino por un renacimiento civil de la sociedad musulmana. Como el poder aliado al imperialismo se empeña impedir por todos los medios este renacimiento, la opción revolucionaria se impone como una necesidad política. La lectura teológica desemboca entonces en una posición revolucionaria. El estatuto teológico-político de guía sólo se merece si conduce realmente a la movilización por el cambio social. Para Mortadha Motahhari, un guía es el que conoce la dirección del tren que tiene la responsabilidad de conducir y que sabe dónde lo lleva... El mundo es hoy un lugar de competencia científica y técnica y hay que movilizar a la sociedad. Contentarse quedándose sentados en su sitio y no hacer más que reproches, críticas u órdenes, a eso no se llama guiar [Nadine Yavari-D’Hellencourt, 1989, 92]. El renacimiento del pensamiento religioso tiene pues como intención directa el cambio social mediante la movilización de las masas. Desde este punto de vista, la ignorancia de las masas, identificada por Mortadha Motahhari en el rechazo de la novedad, parece ser la garantía más segura del statu quo social. Para poner a salvo este último, es necesaria la renovación del pensamiento y de las prácticas islámicas: la peor de las características de la masa ignorante es su rechazo de la novedad y su defensa partisana del statu quo. Para Mortadha Motahhari, el renacimiento islámico no tiene que temer el desarrollo del espíritu científico moderno, al contrario, lo necesita hasta el punto de que el renacimiento no puede triunfar más que allí donde este espíritu ha alcanzado un cierto grado de difusión. Viniendo de un alto responsable del clero, esta posición no carece de audacia: No hay que creer que la religión será expulsada por la ciencia. Contrariamente a los prejuicios difundidos, el islam progresa mejor en un entorno sabio que ignorante. Si tomáramos consciencia de lo que la ignorancia ha hecho de nosotros y del islam, sería ella la que nos espantaría y no la ciencia [Nadine Yavari-D’Hellencourt, 1989, 89]. Esta posición lleva naturalmente a Mortadha Motahhari a adoptar, en el mismo texto, una apertura particularmente destacable respecto a la clase media instruida y moderna, más allá de la influencia del modelo occidental que ella haya podido transmitir: La clase instruida adopta, por el sesgo de su formación y de su familiaridad con la civilización moderna, un modo de pensar específico. Que sea joven o vieja poco importa, se trata de una clase portadora de un modo de pensar propio y que progresa, son los viejos y los jóvenes del futuro. Esta apertura no se detiene en la clase media moderna. Puede llegar hasta la fuente de la modernidad contemporánea, es decir la civilización occidental. El mismo autor sostiene a este respecto que la ciencia es el tesoro perdido del musulmán, tiene que cogerlo allí donde se encuentre y sea quien sea el detentor. La exigencia de reforma y de modernización es tal en la sociedad iraní que si el islam y el clero no responden, otras corrientes tomarán ventaja en la lucha política: Hoy la nación iraní está sedienta de reformas, mañana todavía lo estará más; se siente terriblemente atrasada con relación a las demás naciones y se apresura a seguirlas. Entre los que pretenden responder a las aspiraciones de las generaciones ascendentes y llevar a cabo esta reforma, muchos son los que no tienen referencias religiosas y ganarán ellos si el islam y el clero no escuchan – a pesar de los riesgos en que incurren por su misma existencia- las nuevas reivindicaciones de la nación [Nadine Yavari-D’Hellencourt, 1989, 89]. Sin embargo, el reconocimiento del papel de la ciencia en el renacimiento musulmán tiene que tener en cuenta la especificidad del chiísmo que, a través de la existencia de un clero desconocido en el islam sunita, lleva a Mortadha Motahhari a aislar la reforma de la esfera religiosa de la de las otras esferas sociales. En efecto, la reforma religiosa no sería sino la obra exclusiva del clero compuesto de sabios religiosos. Estos últimos son llamados a colaborar con los intelectuales musulmanes laicos en la perspectiva del cambio social, sin que estos últimos puedan contribuir a su vez al renacimiento del pensamiento religioso. Mortadha Motahhari plantea el problema real de la especialización de la ciencia religiosa, pero su solución es deudora de una vieja concepción que limitaba la interacción entre esta disciplina y las otras disciplinas sociales. Contrariamente a lo que sugiere su apariencia, esta cuestión no es solamente de orden técnico. Remite a una lectura teológica que, pese a su matiz político revolucionario, no resulta menos tradicional en sus fundamentos filosóficos. La divergencia con Ali Shariati en este punto es reveladora. Mortadha Motahhari no admite la crítica histórica de la Escritura más que a condición de que esta crítica se aplique en el contexto histórico de la revelación. En este plano, no supera la lectura teológica crítica de los Antiguos. Su rigorismo metodológico no le permitía admitir la posibilidad de recurrir a los logros de las ciencias sociales modernas, como Ali Shariati ha tenido la audacia de hacer. A favor del primero, hay que reconocer que tenía la responsabilidad de gestionar de la mejor manera posible unos difíciles equilibrios en el seno del clero chiíta y de evitar las divisiones y las rupturas que podían ser explotadas por el régimen del Shah. Sus polémicas con Ali Shariati no llevaron nunca a la ruptura y han estado siempre teñidas de una apertura innegable. Incluso sin tener un acceso directo a las lenguas europeas, Mortadha Motahhari había recibido una formación filosófica en persa y en árabe y había leído traducciones de los principales autores occidentales, en especial las traducciones persas y árabes de G.F. Hegel y Karl Marx, realizadas por marxistas iraníes y egipcios. Su oposición filosófica al materialismo no le impidió hacer gala de una gran apertura de espíritu. No dudó en proponer al consejo de la facultad de teología de la universidad de Teherán la creación de una cátedra de marxismo, a condición de que fuera impartida por un marxista convencido para que el debate tuviera una consistencia real. Entre los teólogos chiítas oficiales, Morthada Motahhari es quizás el que ha mostrado la mayor disposición al diálogo con los pensadores occidentales, incluso cuando se trataba de rechazar sus posturas filosóficas. El musulmán-laico Ali Shariati El trayecto de Ali Shariati (1933-1977) es sensiblemente diferente del de Mortadha Motahhari. No estudió en un instituto teológico sino en la facultad de letras de la universidad de Teherán. Contrariamente a Mortadha Motahhari que jamás estudió en el extranjero, Ali Shariati cursó estudios de sociología e historia de las religiones en Paris. De vuelta en Irán, será al igual que Mortadha Motahhari excluido de la universidad por sus posiciones políticas. Aunque participó desde su juventud en el movimiento nacionalista dirigido por el Dr. Mossadegh, formó parte del movimiento de renovación islámica les adorateurs socialistes de Dieu. Así, desde el principio, Ali Shariati se distingue por una especie de síntesis entre el islamismo y el nacionalismo revolucionario. Fue, durante los años 60 y 70, representante del islamismo radical de izquierda en las filas de la juventud iraní. Su compromiso político le valió cárcel, tortura y exilio. Su muerte prematura en Inglaterra en 1977, a la edad de cuarenta y cinco años, en condiciones sospechosas, jamás ha sido aclarada, pero muchos observadores la atribuyen a la policía secreta del Shah, la Savak. En todo caso fue una gran pérdida para el movimiento de renovación islámica y en general, para el movimiento de liberación en Irán, pues sabemos cuánto podrían haber influido sus posturas en los debates posteriores que ha conocido la revolución iraní. Partiendo de posiciones nacional-revolucionarias anti-imperialistas, Ali Shariati econtró en el islam la inspiración que le permitió dar forma a una concepción independiente respecto a los dos bloques que se oponían durante la guerra fría. Mucho antes de estudiar en Francia, se había familiarizado con las grandes corrientes filosóficas que podían inspirar una resistencia anticapitalista y anti-imperialista, como el marxismo y el existencialismo. Incluso cuando se opone a las contradicciones internas de estas corrientes o a su desacuerdo con la concepción islámica del mundo, Ali Shariati no duda a tomar de ellas un acercamiento metodológico, un análisis contextualizado de ciertos fenómenos sociales y políticos. Ali Shariati no se interesó solamente por los grandes autores europeos, sino también por autores marcados particularmente por la experiencia de la colonización / descolonización, como Frantz Fanon, que tradujo al persa. Para Ali Shariati, el intelectual auténtico, sea religioso o laico, es el que se lanza al campo de batalla intelectual, social y político, por el cambio revolucionario: Si no estás en el campo de batalla, poco importa que estés en la mezquita o en el bar. Para Ali Shariati la liberación no depende esencialmente del renacimiento del pensamiento religioso, se trataba más bien de una reconstrucción de una identidad irano-islámica. El elemento religioso y civil está ligado solidariamente a los otros elementos constitutivos de la sociedad y de la nación iraníes. Es este factor el que lo lleva a considerar que el papel del intelectual musulmán-laico es más decisivo que el del intelectual religioso miembro del clero en el proceso de cambio revolucionario, en la medida en que el intelectual musulmán-laico se sitúa en el punto de contacto conflictivo entre la sociedad iraní musulmana y el sistema de dominación moderna. A este respecto, el intelectual musulmán-laico es el mejor situado para expresar las aspiraciones de la sociedad musulmana y combatir con conocimiento de causa los aspectos opresivos del sistema capitalista moderno. La toma de conciencia de que la lucha de liberación no puede ignorar el factor cultural y religioso es lo que lleva a Ali Shariati a abrirse a la dimensión teológica. Es lo que ha hecho escribir a John Esposito que Ali Shariati predica lo que podemos llamar una teología de la liberación, que concilia una reinterpretación de la creencia islámica con un pensamiento socio-político moderno [citado por Nadine Yavari-D’Hellencourt, 1989, 89]. Por iniciativa de Mortadha Motahhari se une a la asociación islámica Husseynia Ershad y participa en sus labores de investigación y enseñanza. Sin embargo, su participación en las actividades de esta institución no le impidió continuar defendiendo sus posturas originales, a veces oponiéndose al propio Mortadha Motahhari. La principal originalidad teológica de Ali Shariati fue la introducción de ciertos logros metodológicos tomados de las ciencias sociales en la crítica histórica de las Escrituras. Las divergencias teológicas e ideológicas con Mortadha Motahhari jamás alteraron su amistad y su colaboración en el seno de esta asociación. La apertura de Ali Shariati no se detiene en las cuestiones de método. Su relación con la modernidad y con Occidente se parece al procedimiento selectivo de Mortadha Motahhari. El renacimiento musulmán no puede prescindir de la moderna aportación occidental. Esto se presenta además como un logro universal y no sólo limitado a los países que la han iniciado: La civilización contemporánea es la más grandiosa de las civilizaciones humanas... Apolo no pertenece en propiedad a América, ni a los blancos o a los negros, sino a la civilización humana entera. La exigencia de la independencia y del renacimiento nacionales no significa el aislamiento del mundo. Europa u Occidente no pueden rechazarse en bloque, como si se tratara de una doctrina monolítica: Que un intelectual condene la occidentalización de su sociedad sólo es legítimo si éste posee un conocimiento profundo de la cultura y de la civilización europeas, así como de su propia historia, sociedad, cultura y religión. Pero si diferencia entre modernización y occidentalización, Ali Shariati también alerta a sus compatriotas contra la tentación del mimetismo ciego. Para él, la modernización no es un producto técnico. Por tanto no podría limitarse a una operación de importación: La civilización y la cultura no son productos de importación. No pueden trasladarse como un poste de televisión o de radio o bien un frigorífico, de un sitio a otro y funcionar de nuevo gracias a la electricidad. Exigen una preparación del terreno, el trabajo de la tierra, paciencia, búsqueda, inteligencia y vigilancia por parte del labrador. Requieren la transformación del hombre, del pensamiento, el conocimiento del entorno [citado por Nadine Yavari-D’Hellencourt, 1989, 98]. Ali Shariati retoma la principal crítica dirigida por el reformismo musulmán a la modernidad occidental, a saber su tendencia hacia una civilización materialista, finalmente en contradicción con el humanismo proclamado desde el Renacimiento. En un texto de tintes marxistas, Ali Shariati escribe: Queriendo escapar a la opresión de los poderosos y dueños de esclavos, el hombre se vuelve hacia las grandes religiones y escucha a los profetas: pero no sufre los combates y los martirios más que para convertirse en víctima de magos, califas, brahmanes, y aún peor, del negro y mortal caos de la Iglesia medieval... Generaciones han luchado y se han sacrificado para provocar un Renacimiento, para movilizar a la humanidad hacia la conquista de la ciencia y de la libertad, para liberarla de todo lo que ha tenido que sufrir en nombre de la religión... Ganada al liberalismo, la humanidad ha escogido la democracia en lugar de la teocracia, como vía de liberación. Se ha visto atrapada por un capitalismo puro y duro, en el que la democracia ha resultado ser tan decepcionante como la teocracia. El liberalismo parece ser pues un régimen en el que la libertad no existe más que para los “insolentes”, que rivalizan en golpes y saqueos [Ali Shariati, 1980]. El proceso de deshumanización del capitalismo contemporáneo, basado en una lógica de explotación, no puede separarse del proceso histórico de deculturización, de ahí la importancia dada a la marginalización de la religión en la vida social: Bajo pretexto de atacar el fanatismo, las potencias coloniales han combatido la religión, sobre todo al principio de su historia... Han atacado la tradición, para producir un pueblo sin historia, sin raíces, sin cultura, sin religión y sin ninguna forma ya de identidad [Ali Shariati, s.d., 31]. Entonces en Ali Shariati encontraríamos una relación directa entre la tendencia a la explotación general del capitalismo por una parte, y la tendencia a la desculturización-desespiritualización del hombre por otra, pues los pueblos sin historia ni cultura son más fáciles de explotar. Michael Amaladoss ha hecho notar esta correlación en los siguientes términos: La relación de injusticia y de desigualdad entre algunos poderosos y la masa de desposeídos sin poder, representa una estructura fundamental de la sociedad humana de todas las épocas, aunque los medios y expresiones de esta relación de dominación hayan podido variar en el tiempo... Ali Shariati desarrolla con más detalle las opresiones del imperialismo contemporáneo, con la dominación económica y el esfuerzo por hacer de la gente simples consumidores. Como estímulo para este proceso, está la campaña de difusión de una cultura materialista y uniforme. Y correlativamente, el esfuerzo para quitar a la gente sus raíces culturales y religiosas en su propia tradición. Ali Shariati siente cómo el arrancar a la gente sus raíces culturales viene a ser como privarles de su identidad y de su humanidad, para hacer de ellos objetos de explotación cómoda [Michael Amaladoss, 1988, 190[vi]]. Su teología de la liberación incorpora pues el elemento central de la perspectiva islámica que considera que el humanismo es imposible sin la dimensión espiritual constitutiva del hombre: El verdadero humanismo es un conjunto de valores divinos en el corazón del hombre, que constituyen su herencia moral, cultural y religiosa. Quienes ven una contradicción entre religión y liberación no comprenden la dialéctica del Tawhid (unicidad) en el islam: la adoración del Dios único significa el rechazo de todo shirk (asociacionismo) y en consecuencia el rechazo de la idealización de cualquier otra cosa excepto Dios: la materia, el dinero, el poder, etc. Además, la relación de los hombres con el Dios único basa su igualdad radical sobre la cual los teólogos musulmanes de la liberación deberían construir su discurso político igualitarista. Michael Amaladoss comenta muy justamente esa dialéctica del Tawhid en la obra de Ali Shariati: A la afirmación de un Dios único corresponde al principio una sociedad unificada en la igualdad y la justicia. Una vez dividida esta unidad social en diferentes clases y grupos, hace su aparición el politeísmo en la esfera religiosa. Esto quiere decir que combatir la desigualdad y la injusticia en el mundo se convierte en un deber religioso, porque en realidad se trata de atacar al politeísmo y la idolatría [Michael Amaladoss, 1988, 188]. Sin embargo, el rechazo del politeísmo y de sus formas contemporáneas no lleva a Ali Shariati a volver la espalda a la civilización material y a la exigencia de modernización. El islam permite enfrentarse al mundo, pero no admite ninguna huida del mundo, aunque sea muy injusto. Realismo y espiritualismo no se excluyen en el islam. Ali Shariati lo recuerda con fuerza: El islam es una religión realista: ama la naturaleza, la fuerza, la belleza, la riqueza, la abundancia, el progreso y la satisfacción de las necesidades humanas... Más que preocuparse por la metafísica y la muerte, su producción literaria se interesa por la naturaleza, la vida, el mundo, la sociedad y la historia [Ali Shariati, s.d. 43]. III. Mawdudi Teología y liberación en el islam indo-pakistaní: Abu Ala El contexto histórico particular en el que ha evolucionado el islam indo-pakistaní ha determinado en gran medida las características propias de la teología política en esta área geocultural. En la mayoría de los países musulmanes sometidos a dominación colonial, la relación entre teología y nacionalismo ha sido significativa desde el principio. Por el contrario, en una India poblada mayoritariamente por hindús, la minoría musulmana no percibía la independencia necesariamente como una mejora. Esta realidad alimentará una relación ambigua de los musulmanes indios con respecto a la cuestión de la independencia nacional que la potencia colonial británica no ha dejado de utilizar en su famosa política: dividir para vencer. La teología musulmana de la liberación en la India se resentirá de ello de doble manera. Por una parte, la cristalización de la oposición política no sólo en relación al colonialismo sino también en relación al “adversario interior” hindú, no podía sino desviar la dimensión anti-imperialista del movimiento de renacimiento islámico y orientar el movimiento irresistible hacia la independencia hacia la solución reaccionaria de un separatismo musulmán respecto a la mayoría hindú que llevará después a la escisión de la India y a la creación de un Estado musulmán independiente, Pakistán. Por otra parte, el nacimiento de un Estado basado en una identidad religiosa no ha dejado de complicar la obra de los teólogos musulmanes cuyo apoyo al nuevo Estado pakistaní tenía el riesgo de recibir a cambio una recesión teológico-política importante. Es en este contexto en el que hay que leer la obra del mayor representante de la teología política indo-pakistaní, Abu Ala Mawdudi (1903-1979). Su lectura del islam está marcada por el sello de la tradición. Para él la Oumma (comunidad musulmana), que trasciende las fronteras nacionales y culturales, constituye la instancia política fundamental. No es extraño que desconfiara del nacionalismo indio que, como todo nacionalismo, constituye para los islamistas tradicionalistas una ideología occidental. La Jamaat islamia que él creará antes de la escisión de la India es una organización social y cultural que pretende que los musulmanes vivan según los preceptos de su religión. En una India pluriconfesional, esta organización sólo podía tener un marcado carácter comunitario. Tras el nacimiento de Pakistán, Abu Ala Mawdudi elegirá lógicamente trabajar en un contexto diferente. A partir de ese momento, su obra se acerca sensiblemente a la de los representantes de la corriente salafista de los otros países musulmanes. En una sociedad musulmana y frente a un Estado que se define como musulmán, se trata de predicar un islam desprovisto de aspectos retrógrados heredados del largo período de “decadencia” para fundar una verdadera “sociedad islámica”. La Jamaat islamia se convierte en un partido político. En el caso particular de Pakistán, en el que el Estado obtiene su legitimidad de la identidad religiosa, la obra de Abu Ala Mawdudi competirá de hecho, y a veces en conflicto, con el poder establecido. Del principio del Tawhid que está en la base de la doctrina islámica, él saca su concepción de una “teo-democracia” en la cual la soberanía no pertenece más que a Dios, los gobernantes y gobernados deben ser iguales en el sentido en el que tienen el mismo deber de actuar conforme a los principios divinos que predican el bien y condenan el mal: El islam desea por encima de todo que la gente se oriente por completo a la Verdad de Dios, que lo sirvan y honren. Igualmente, desea que la ley de Dios se convierta en ley que dirija la vida de cada uno. También exige que se combata la injusticia, que se elimine a los malos, ya que provocan la cólera de Dios, y que se favorezcan las virtudes y los valores sociales, ya que cuentan con el favor divino [Abu Ala Mawdudi, 1984, 79]. Como la mayoría de los pensadores reformistas musulmanes, Abu Ala Mawdudi asimila la “decadencia” a una especie de recaída en la Jahilia, es decir el estado anterior a la revelación divina. Esta Jahilia es más un estado de ánimo que una estructura social propiamente dicha. Puede encontrarse en todas las épocas bajo distintas máscaras, incluida la de un islam formal y aparente. El principal elemento constitutivo de esta Jahilia, en contradicción flagrante con el principio del Tawhid, es la adoración de la materia. Sin duda el que Abu Ala Mawdudi frecuentara durante su juventud órdenes sufíes le facilitó la toma de conciencia de la relación existente entre materia y decadencia humana, pero esto no le condujo en absoluto a idealizar cualquier renuncia al mundo a la manera budista. La exigencia moral sigue anclada en este mundo como lo estipula la tradición islámica. Por esta razón el encuentro de esta exigencia no es una cosa cómoda y exige un jihad (esfuerzo) sobre sí mismo. La jihad se traduce a menudo por la expresión impropia de guerra santa. En efecto, la tradición islámica distingue entre la gran jihad que es el esfuerzo sobre sí mismo para alcanzar la moral islámica y la pequeña jihad que es la guerra para la defensa y el triunfo del islam. Por tanto conforme a la tradición islámica este autor concibe la jihad como una lucha permamente contra la intrusión del espíritu de la jahilia: La jihad no es más que otro nombre para la voluntad de hacer reinar el orden de Dios; por eso el Corán ve en ella la piedra de toque de la fe. En otras palabras, las personas que tienen la fe anclada en el corazón no cederán jamás a la dominación de un sistema malo; no dudarán a sacrificar su vida, en la lucha por establecer el islam [Abu Ala Mawdudi, 1984, 79]. Pero donde Abu Ala Mawdudi entiende especialmente que la jihad es ante todo un esfuerzo sobre sí mismo, es cuando, basándose en un balance de las revoluciones modernas y contemporáneas (francesa, rusa, turca), concluye que el cambio a nivel de estructuras políticas, económicas y sociales no ha librado a estas sociedades de los males sociales. Para él, el fracaso de estas revoluciones hace referencia a la negligencia del factor educativo, el único que puede cambiar la mentalidad y las conductas sociales. Esta relectura de la noción capital de jihad realza la posición de Abu Ala Mawdudi en el movimiento contemporáneo de renacimiento islámico. El teólogo jesuita indio, Michael Amaladoss, ha podido mostrar con gran honestidad intelectual la importancia teológicopolítica de esta relectura: La jihad no se orienta pues principalmente a los nomusulmanes, a menos que éstos últimos se opongan a los musulmanes en su esfuerzo por establecer un orden social islámico. Abu Ala Mawdudi insiste en que los fines, al igual que los medios, sean honestos: el fin no justifica los medios. También precisa que el uso de la fuerza tiene que restringirse al mínimo indispensable y moralmente justificable. Perpectivas materialistas y de intenciones político-expansionistas no podrían legitimar la jihad [Michael Amaladoss, 1988, 180]. Con relación a esto, Michael Amaladoss recuerda que la primera encarcelación de Abu Ala Mawdudi por el gobierno pakistaní se debe a su declaración pública deslegitimando religiosamente la invasión de Cachemira por el ejército pakistaní, lo que atestigua la perfecta concordancia de sus actos con sus palabras. En el contexto de un antagonismo histórico indo-pakistaní propicio a todos los deslices nacionalistas chauvinistas, la posición de Abu Ala Mawdudi se distinguió por un sentido moral y un valor elevados que fuerzan al respeto. IV. 1. Liberación y desarrollo en la perspectiva civil del islam La aportación de Malek Bennabi Habiendo vivido la experiencia postcolonial, Malek Bennabi (1905-1973) se preocupará esencialmente de los problemas de desarrollo. El acceso a la independencia nacional y la construcción de un Estado moderno no han bastado para librar a las sociedades musulmanas del subdesarrollo económico, social y cultural. Ingeniero electrónico de la escuela politécnica de Paris y alimentado al mismo tiempo de las fuentes de la Nahda musulmana, Malek Bennabi pondrá esta doble formación al servicio de una obra consagrada a aclarar esta tesis: el desarrollo será cultural o no será. La principal característica de su relectura teológica del islam será sobrepasar la dimensión religiosa entendida en sentido restrictivo, para abordarla en su dimensión civil global. La generalización teórica a la que podía llegar una mente tan profunda, no debe ocultar el hecho de que Malek Bennabi tenía en vista dos tesis aparentemente contradictorias pero que se unían finalmente en una esterilidad histórica común. La primera era defendida por la corriente “tradicionalista” que creía erróneamente que el renacimiento islámico podía llevarse a cabo gracias a una revitalización de las prácticas religiosas y morales, que se superpondrían a un desarrollo técnico externo. La segunda era defendida por la corriente “modernista”, que concebía el desarrollo como una operación de importación de un modelo “llave en mano” cuya generalización bastaría para transformar las estructuras sociales. Hay que leer la obra de Malek Bennabi teniendo presente este combate en dos frentes. Éste no se contenta con debilitar la pretensión de los que, entre los orientalistas, han creído ver en el islam un factor que pone trabas a la difusión de la ciencia en las sociedades musulmanas. Rechaza igualmente la posición de los defensores del islam que pierden un tiempo precioso “demostrando” que el Corán ha previsto tal o cual conquista científica contemporánea. Para Malek Bennabi, ése es un falso problema. La cuestión de saber si el islam ha podido o no prever los desarrollos científicos contemporáneos es un sinsentido. Lo que conviene saber es si el islam contradice o no el espíritu científico cuya adquisición representa una condición indispensable para el éxito del desarrollo: no se trata de buscar en los versículos coránicos lo que habría llevado a la conquista del espacio o al átomo, sino de preguntarse si en su espíritu hay algo que pudiera poner trabas o, al contrario, favorecer y dinamizar el movimiento de la ciencia [Malek Bennabi, 1970, 34]. Lo que es importante señalar según Malek Bennabi es que el Corán ha traido el nuevo clima racional que permite que la ciencia se desarrolle y que el desarrollo de la ciencia no se mide solamente por los datos científicos sino también por el conjunto de circunstancias psicológicas y sociales que se constituyen en un ambiente determinado [Malek Bennabi, 1970, 37]. Partiendo de esta consideración, Malek Bennabi propone un método analítico en el estudio del fenómeno coránico con vistas a alcanzar un doble objetivo: 1) permitir que la juventud musulmana tenga una meditación religiosa racional; 2) proponer una reforma del antiguo método de interpretación del Corán [Malek Bennabi, s.d.]. La relectura teológica de Malek Bennabi tiene como intención esencial devolver al islam una dinámica social susceptible de contribuir a sacar a las sociedades musulmanas del subdesarrollo y la dependencia. Bajo este ángulo puede definirse como una teología de la liberación. El énfasis en las cuestiones de civilización y de método lleva a Malek Bennabi a relativizar la explicación exógena del subdesarrollo y la dependencia. Para él, la colonización no es más que un factor más en el proceso del subdesarrollo. La prueba, ni siquiera los países que no han conocido la colonización directa han escapado al subdesarrollo. Sin duda, el método cultural de Malek Bennabi subestima la interacción profunda entre la formación de la economía mundial, mediante la expansión europea, y la formación del subdesarrollo en la periferia que no ha esperado a la era de la colonización para convertirse en realidad. Pero su análisis tiene el mérito de llamar la atención sobre el fenómeno social endógeno de la decadencia, que ha facilitado la obra de la colonización. Ahora bien, este fenómeno interno que tiene que ver con la evolución de las estructuras sociales no puede comprenderse si no se relaciona también con la acción consciente de actores sociales, sobre todo los actores concernidos por la producción de saberes susceptibles de desempeñar un papel activo en las revoluciones económicas y sociales. En consecuencia, los factores de decadencia y de colonización van a nutrirse mutuamente en el cuadro de un mismo sistema de subdesarrollo y de dependencia. El concepto de colonizabilidad, al que recurrió Malek Bennabi, muestra esta dialéctica que explica que la independencia política no ha bastado para superar radicalmente la relación colonial. El concepto bennabiano de colonizabilidad recuerda al de complejo de dependencia de Frantz Fanon. Pero la diferencia entre ambos conceptos es importante: en Frantz Franon, el complejo de dependencia hace referencia a una relación psicológica (complejo de inferioridad), que el colonizado o excolonizado continua manteniendo con el colonizador. En Malek Bennabi por el contrario, el concepto de colonizabilidad muestra una realidad social compleja que hace que la antigua sociedad colonizada continúe construyendo su presente y su futuro sobre la base de un esquema heredado de la colonización que la condena al desarrollo equivocado. El concepto de “colonizabilidad” queda marcado pues por una fuerte connotación cultural. La contraprueba de la importancia del factor cultural está en la campaña de desculturización y de despersonalización que el colonialismo ha intentado organizar a gran escala en las colonias. Después de que los países colonizados accedieran a la independencia política, la obra de desculturización llevada a cabo por el poder colonial aparece con todas sus consecuencias nefastas: el complejo social de colonizabilidad, cuya expresión más espectacular es el complejo de inferioridad de las élites dirigentes, explica en gran medida el fracaso de una empresa de modernización que no llega liberarse de la lógica perversa de la dependencia, que alimenta a su vez nuevas formas de subdesarrollo. A este respecto, Malek Bennabi compara el universo de los “subdesarrollados” al de los niños: la relación con el mundo se concibe como una relación de objetos a adquirir. Pero lo peor es que esta propensión a acumular cosas, tanto más extrañas cuanto no las hemos producido, alcanza el dominio de los conceptos y las ideas. El comportamiento consumista de los “subdesarrollados” degenera en importación de modelos que no tienen nada que ver con la realidad social de los países subdesarrollados. No sólo esta importación no basta para alcanzar la deseada modernización social, sino que contribuye a aniquilar los esfuerzos llevados a cabo por sectores enteros de la sociedad con vistas a salir del círculo vicioso del subdesarrollo y de la dependencia. Éste no se reduce a un proceso económico-técnico aislado de la conciencia social de sus constructores. El factor cultural no viene a añadirse a otros factores históricos. Atraviesa y alimenta el conjunto del proceso de reproducción de la formación social. Desde este punto de vista, la aportación de Malek Bennabi a la teoría del desarrollo da testimonio de la fecundidad del diálogo interdisciplinar. Originariamente preocupado por la teología y la cultura, ha enriquecido incontestablemente la sociología del desarrollo, cualesquiera que sean las reservas que puedan formularse contra su teoría general. Sin embargo, para Malek Bennabi, si el recurso a un concepto como la “revolución cultural” en algunos países descolonizados ilustra una toma de conciencia de la dimensión cultural del desarrollo, no basta para encontrar la solución correcta al problema así planteado. Empieza mostrando los límites de la definición de cultura en el capitalismo y en el marxismo. En el primer caso, una definición idealista en la que destaca el conocimiento heredado especialmente de la civilización grecolatina. En el segundo, la cultura es reconducida a su condición de producción social, sin dar cuenta por tanto de su singular complejidad. Malek Bennabi insiste en el carácter complejo de la cultura, que es a la vez moral, estética, lógica práctica. La cultura se define así como una relación orgánica entre el comportamiento del individuo y el modo de vida social. Va más allá de la dimensión intelectual propiamente dicha y abarca el comportamiento de unos individuos en una sociedad determinada. Malek Bennabi ilustra su postura oponiendo dos ejemplos: por un lado, el de los individuos que asumen dos funciones sociales diferentes dentro de una misma sociedad, por ejemplo, un médico y un carpintero que viven y trabajan los dos en Inglaterra; por otro, dos individuos que asumen la misma función en dos sociedades diferentes: un médico en Inglaterra y otro en Algeria. La identidad de comportamiento de los dos primeros y la diferencia de actitud de los segundos no pueden explicarse por factores de educación y de clase. Para explicar este fenómeno, Malek Bennabi recurre a la socialización cultural entendida como una síntesis compleja de características éticas, estéticas y lógicoprácticas, que es lo que define la cultura [Malek Bennabi, s.d.]. Este análisis, cuya evidencia no salta a la vista, le permite nada menos que superar las concepciones desarrollistas, que ponen el acento, ya sea sobre una estrategia educativa individualista y elistista (liberalismo), ya sobre una estrategia industrialista y colectivista (estatalismo). En ambos casos no se va a alcanzar la verdadera revolución cultural, la única que podría modificar las estructuras y las mentalidades. En ambos casos se puede llegar a un desarrollo superficial y limitado. Pero el verdadero desarrollo, que supone un cambio social radical, no se alcanza. 2. La aportación de Mounir Chafiq Por su parte, el palestino Mounir Chafiq intenta situar la cuestión de la liberación nacional y social en los países árabes y musulmanes como problema civil. Por esto parte de la problemática reformista de la decadencia/dependencia/renacimiento, pero aprendiendo de las experiencias del movimiento de liberación árabe a través de las diversas expresiones nacionalistas socializantes. La familiarización de Mounir Chafiq con los temas del nacionalismo árabe y del marxismo hacen sin duda más rica su problemática. Por supuesto, la obra no es fundamentalmente teológica. La cultura militante del autor sobre la base del nacionalismo revolucionario y del marxismo predomina en el análisis y en el estilo. Pero ya el hecho de que inscriba el proceso de liberación nacional y social en un contexto ideológico islámico lleva a Mounir Chafiq a actualizar y desarrollar los argumentos políticos fundamentales de los teólogos reformistas de la Nahda. La conciencia aguda de la relación de fuerzas favorable al imperialismo y a sus reductos locales lleva a Mounir Chafiq a conceder a la fe un lugar central en el dispositivo ideológico de movilización social y política de las masas. La fuerza del capitalismo y del imperialismo es sobre todo de orden material (económico y militar). Los pueblos dominados no pueden resistir eficazmente más que volviendo a descubrir y movilizando su fuerza espiritual, que podría así servir de base a su indispensable unidad de acción. La crítica del capitalismo no tiene como eje solamente sus nefastas consecuencias económicas, sociales y políticas, como en el caso de las corrientes llamadas modernistas, en sus versiones nacionalistas o marxistas-vulgares que se conforman con reclamar una simple remodelación del sistema o incluso una generalización de la civilización burguesa en los países en vías de desarrollo. La crítica de Mounir Chafiq se dirige esencialmente a la dimensión “materialista” del sistema capitalista que, poniendo en el centro de su reproducción general un factor material (el capital) no puede sino empobrecer al hombre y la naturaleza. Aquí es donde su análisis político coincide con la teología reformista. En el plano metodológico, empieza por retomar la lucha llevada a cabo anteriormente por los maestros del Islah, contra las corrientes llamadas modernistas, que oponen abstractamente razón y fe. El procedimiento eurocentrista de estas corrientes las lleva a transponer mecánicamente la experiencia europea de secularización al contexto históricamente diferente del área árabe-musulmana [Mounir Chafiq, 1991, 136]. Mounir Chafiq no niega la objetividad de la razón, pero considera que no es racional intentar importar un modelo histórico cueste lo que cueste, sobre todo cuando éste ha acabado por mostrar sus límites incluso allí donde nació, en Europa. El racionalismo bien entendido debería más bien empezar por una búsqueda original que tenga en cuenta las realidades propias de cada sociedad. A este respecto, concluye que la batalla no se da entre los partidarios de la razón y los de la “sinrazón”, sino entre los adeptos a dos racionalidades diferentes. La razón basada en la fe musulmana no sería menos razonable que la razón basada en la filosofía de las luces. En lugar de oponer desde el principio la religión al resto de concepciones sociales, sería más justo considerar las respuestas sociales, sean religiosas o no, en sus contenidos respectivos partiendo de un procedimiento racional y social. Llevado por el engranaje de la polémica, Mounir Chafiq no duda en defender una concepción de la fe que rinde culto a un racionalismo exagerado. Para él, los que parten de la revelación la consideran como uno de los más altos niveles de la razón: la fe no se produce más que en y por la razón, y el creyente no alcanza la fe más que si su razón la acepta [Mounir Chafiq, 1991, 138]. Esta racionalización a ultranza lo lleva lógicamente a deslegitimar el recurso, incluso limitado al plano metodológico, a otras doctrinas extranjeras al islam. Para él, no se puede adoptar el método del materialismo dialéctico de Karl Marx sin hacer suyo todo el sistema marxista [Mounir Chafiq, 1991, 159]. Sin embargo un examen atento de su análisis de las relaciones de dependencia en las que se encuentran las sociedades árabes respecto al centro del capitalismo mundial, muestra que él mismo está lejos de poder respetar esta consigna. Como escribió Karl Marx, no hay que juzgar a un hombre por la conciencia que tiene de sí mismo, sino por lo que él realmente es en las relaciones sociales. En efecto, la aportación de Mounir Chafiq a la teología reformista debe mucho a la dimensión histórica heredada sin duda de su pasado marxista. Frente a problemas actuales que interpelan al islam, no tiene respuesta teológica en sentido estricto, pero tiene el mérito de recordar constantemente la importancia de la contextualización histórica de las normas que plantean problemas en el islam tal como lo viven las sociedades musulmanas actuales. Sin ceder a la solución fácil que consiste en fragmentar la doctrina musulmana por una especie de selección arbitraria, sobre todo en la esfera jurídica, Mounir Chafiq se enfrenta al dogmatismo recurriendo a la historia, intentando al mismo tiempo salvaguardar la legitimidad y la coherencia del sistema de referencia islámico. Este es quizás uno de los puntos más discutibles de su obra pero, al menos, ha tenido el coraje de enfrentarse a ello y de proponer una lectura renovada de la Tradición. Políticamente, Mounir Chafiq se sitúa en una perspectiva a la vez islámica y revolucionaria. Considera que el islam fue una revolución desde su nacimiento y que por eso aún puede servir de marco ideológico-político a una revolución anti-capitalista y anti-imperialista [Mounir Chafiq, 1991, 75]. La pertenencia de las sociedades musulmanas a un área geográfica de países dependientes lo lleva a unir las lecturas islamista y tercermundista de los hechos contemporáneos. En este intento de síntesis, tiene que retomar la crítica del eurocentrismo que explica generalmente el capitalismo sólo refiriéndose al desarrollo endógeno que habría llevado a las sociedades europeas del feudalismo al capitalismo, omitiendo la importancia lograda mediante la conquista y el pillaje externos, desde el principio, en el nacimiento mismo del sistema capitalista. Este análisis no tiene solamente una importancia histórica, pues de la respuesta dada a la cuestión pueden derivarse respuestas radicalmente diferentes en cuanto a la naturaleza y a las fuerzas de la revolución anti-capitalista [Mounir Chafiq, 1991, 44]. En la definición de las tareas revolucionarias, Mounir Chafiq rechaza la concepción evolucionista predominante en los medios árabes progresistas. Antes de oponer en abstracto progreso y atraso, hay que determinar el criterio que permite decir que se trata de un verdadero progreso. Entre las fuerzas llamadas progresistas en los países del Sur muchas se conforman con partir de una definición de progreso tomada del sistema de valores dominante, basada en la idealización del progreso económico y técnico, sin tener en cuenta la dimensión social, psicológica y espiritual [Mounir Chafiq, 1991, 134]. El hecho de situarse en una perspectiva antisistémica global, que Mounier Chafiq define como una guerra total contra una guerra total [Mounit Chafiq, 1991, 147] no le impide considerar las mediaciones políticas y sociales necesarias. A este respecto, recuerda que al afirmar la superioridad de la comunidad islámica transnacional, el islam reconoce el hecho nacional y no intenta disolverlo ni superarlo mediante restricciones. A diferencia del nacionalismo, el islam no idealiza la nación, que considera como una forma de organización social e histórica, como lo fue y continua siendo en algunas regiones la tribu. A este respecto Mounir Chafiq destaca el hecho de que el universalismo islámico no puede ser sino un universalismo concreto que integre lo particular sin hacer de ello un todo absoluto: familia, tribu, región, nación, clase, etc. Esta postura tiene una implicación social directa: no se consigue una mejor organización de la solidaridad social mediante la disgregación de las estructuras tradicionales (familia, clan, barrio), en la medida en que la reducción de la relación social en el binomio individuo-Estado o individuo-sindicato podría debilitar la capacidad de resistencia y de protección de los grupos en situación precaria contra el sistema capitalista [Mounir Chafiq, 1991, 100]. Incluso planteando de golpe la cuestión política en una perspectiva de cambio radical, Mounir Chafiq no olvida la cuestión de la democracia, sino que la relaciona con su problemática civil de base. Para él, en las sociedades dependientes, la occidentalización de las élites dirigentes no puede sino engendrar el autoritarismo, o sea el despotismo en la medida en que la ausencia de raíces socio-culturales del poder lo sitúa en una relación de exterioridad y de conflicto con la mayoría de la población. Por otra parte, las fuerzas políticas que plantean la reivindicación democrática, ignorando al mismo tiempo su dimensión cultural, difícilmente podrán establecer una sana comunicación con las masas, lo que explica sobre todo su débil audiencia social [Mounir Chafiq, 1991, 116]. V. El fundamentalismo y la teología islámica de la liberación Una perspectiva socio-histórica de las teologías islámicas de la liberación nos lleva a plantear la cuestión actual de los desafíos a los que estas teologías tienen que responder. Entre ellos, hay uno que parece ser inevitable. Se trata de la ola neo-salafista que conocen la mayor parte de las sociedades árabigo-musulmanas, que algunos llaman fundamentalismo o integrismo. La denominación de los investigadores o de los medios de comunicación social no es neutra y hace pensar en lecturas ideológicas que hay que desmitificar[vii]. Pero más allá de esta cuestión semántica, importante, no hay que ocultar el verdadero problema. El neo-salafismo plantea un desafío a la vez teológico y político. Hay que hacer varias puntualizaciones. 1. El neo-salafismo contemporáneo en su doble versión moderada o radical no tiene que relacionarse arbitrariamente con la corriente salafista-reformista de la Nahda, contrariamente a los análisis avanzados tanto entre sus partidarios como entre sus detractores. En este plano, sigue siendo pertinente la lectura de Mohammed Amara que distingue entre un salafismo de las luces representado por Mohammed Abdou y un neo-salafismo dogmático, que Rachid Rédha inauguró bajo la influencia teológica del wahhabismo y que ha sido continuado por otros a través de la corriente de los “Hermanos musulmanes” [Mohammed Amara, 1983]. Samir Amin ha criticado justamente la tendencia que consiste en reducir el movimiento de la Nahda a su dimensión religiosa únicamente, omitiendo recordar el carácter modernista-progresista de sus diversos aspectos sociales, lingüísticos y culturales: A menudo se reduce este movimiento a su dimensión religiosa destacando los sucesivos reformadores musulmanes, Jeman Eddine al-Afghani, Mohammed Abdou y Rachid Rédha. Es una simplificación inaceptable de la realidad. Pues la Nahda es también un movimiento de modernización en los ámbitos de la lengua y de la cultura, de la sociedad y de la política. En el ámbito de la lengua, asistimos en Egipto y en Siria a una verdadera revolución que crea el instrumento eficaz de la unidad árabe en reconstrucción. La crítica de las costumbres –que se relee en las páginas de Kassem Amin consagradas a la liberación de la mujer y de los sistemas jurídicos y administrativos (las codificaciones)- no ha tenido menos importancia. Todo esto desemboca naturalmente en una visión modernista de la política [Samir Amin, 1989, 170]. Pero incluso criticando justamente a los que reducen el movimiento de la Nahda a su dimensión religiosa, Samir Amin no introduce una separación menos arbitraria entre la esfera teológico-religiosa y la esfera social, ya que atribuye un carácter de modernidad progresista a una y lo niega a la otra: Falta que el examen del capítulo de la religión ilustre los límites históricos y las insuficiencias de la Nahda. Esta no superará el dualismo a favor del cual había optado Mohammed Ali: la yuxtaposición de ideas modernistas en el ámbito civil y una interpretación conservadora del islam [Samir Amin, 1989, 171]. El peligro de tal interpretación del movimiento de la Nahda es que podría hacer creer la falsa idea –en contradicción con toda la obra del propio Samir Amin- de que el proceso de modernización en la esfera civil (social y política) se ha visto dificultado por un arcaísmo religioso, erigido al rango de factor determinante. Pues si había dualismo en las sociedades árabes que el movimiento de la Nahda ha reproducido, no se situaba en una oposición sin más entre lo civil y lo religioso, sino en el conjunto de relaciones sociales, y no es difícil localizarlo en cada una de las esferas de actividad social. La evolución histórica de estas últimas sigue naturalmente ritmos diferentes y no siempre hay una correspondencia mecánica entre los niveles de actividad social. Pero no se puede pretender seriamente que la burguesía árabe fuera progresista en el plano económico y social, siendo reaccionaria en el plano jurídico y político. A fortiori, no podía ser modernista en los ámbitos de la lengua y de la cultura y mostrarse retrógrada en el de la religión. Hay que cuestionar históricamente el conjunto del proceso de modernización árabe para comprender los límites no sólo de los esfuerzos teológicos del movimiento de la Nahda, sino también de los otros aspectos infra y supra estructurales, incluidos los que se derivan de la occidentalización. Si bien es evidente que los límites históricos del movimiento de la Nahda han tenido consecuencias en la evolución social e intelectual posterior que ha producido en especial las diferentes versiones ideológicas del fundamentalismo islámico, ¿acaso no es arbitrario atribuir un fenómeno histórico tan complejo a un único factor (el inmovilismo religioso), como deja suponer la continuación del análisis de Samir Amin?: Estos límites históricos explican la progresiva derivación de una interpretación reformista al culto por el pasado del fundamentalismo actual [Samir Amin, 1989, 171]. Son los límites históricos del conjunto del movimiento de modernización árabe, incluida la Nahda, los que explicarían la crisis socio-cultural de las sociedades árabes cuyo fundamentalismo arcaizante no es más que un avatar más. A este respecto, la cuestión que merece la pena plantear es la siguiente: el modernismo y el laicismo de pacotilla de una lumpen-burguesía y de una lumpen-intelligentsia, incapaces de concebir la modernización si no es sobre la clave del consumo y de la alienación ¿en qué son más futuristas que el fundamentalismo arcaizante? 2. Resulta legítimo plantear la cuestión de la relación entre el reformismo religioso de la Nahda y el fundamentalismo islamista, no por una relación intrínseca entre estas dos realidades, sino porque una y otra obtienen sus características y sus límites de una misma lógica social e histórica. Desde este punto de vista, es del todo comprensible que haya interferencias ideológicas entre uno y otro. El primer desafío intelectual de una teología islámica de la liberación es tomar conciencia de ello. Pero esto no justifica en absoluto que se establezca una especie de hilo continuo entre el movimiento de la Nahda y el fundamentalismo islámico inaugurado por la asociación de los “Hermanos musulmanes” como hace Bruno Étienne. Lo que diferencia a los islamistas “integristas” y “fundamentalistas” de los simples reformistas en la línea de la Nahda no es, como escribe Bruno Étienne [Bruno Étienne, 1987, 176]. porque estos admiten la Sunna, los Hadiths, etc. y la casi totalidad de las innovaciones no censurables en materia de culto. La cuestión no tiene que ver con la delimitación del campo de las Escrituras: si se detiene con el Corán o se acepta también la tradición profética (la Sunna, los Hadiths) y la obra de jurisprudencia de los primeros doctores de la ley (sunismo) o el patrimonio teológico de los primeros imanes (chiísmo). La cuestión tiene que ver con el tipo de lectura que se hace de las Escrituras y del estatus que reviste esta lectura en un procedimiento teológico-político que pretende la liberación de los hombres en el marco del paradigma del Tawhid. Bruno Étienne muestra su acuerdo con la definición de integrismo propuesta por Maxime Rodinson: Aspiración a resolver por medio de la religión todos los problemas sociales y políticos, y simultáneamente restaurar la integridad de los dogmas [Bruno Étienne, 1987, 177]. Pero esta definición de integrismo parece difícilmente corresponder a la fisonomía intelectual del reformismo musulmán de la Nahda tal como hemos intentado describirla. La lectura que consiste en reducir las expresiones fundamentalistas del islam contemporáneo a una nueva forma de reformismo o incluso a una forma de descolonización cultural refleja sin duda la preocupación legítima por contrarrestar las lecturas esquemáticas y maniqueas transmitidas por los medios de comunicación occidentales y locales a sueldo del sistema capitalista y de los poderes autoritarios importantes. Pero el angelismo en el que desemboca esta lectura no ayuda necesariamente más que el maniqueísmo de los autores laicistas, justamente criticados, a comprender y superar los límites históricos de un movimiento que constituye sin duda el barómetro de una crisis socio-cultural profunda, ni resulta menos incapaz de proponer una solución viable y menos aún liberadora. Una cosa es desnudar la mala fe de los partidarios del prêt-à-porter ideológico cuyo anti-integrismo visceral esconde mal un modernismo social y un arribismo socio-político autoritario. Otra cosa es adherirse a las expresiones ideológicas y políticas dominantes de la corriente que pretende “islamizar la modernidad”. Todo rechazo de la modernidad tal como se presenta hoy en las sociedades dependientes –y el islamismo radical es una de ellas- no significa necesariamente un avance liberador. 3. No es una sociedad musulmana abstracta sino concreta, subdesarrollada y dependiente, la que produce las diferentes expresiones del islamismo. La configuración de las relaciones sociales en su dimensión interna tanto como en su dimensión externa, determina hasta cierto punto la naturaleza de la producción ideológica y política de las corrientes en competencia, incluidas las que se reclaman del islam. El mismo procedimiento hay que seguir en el análisis de las producciones ideológicas de las corrientes llamadas modernistas, sean nacionalistas, liberales o socializantes. La ideología dominante en las corrientes islámicas se reduce a menudo a una llamada utópica a reencontrar la “ciudad ideal” del islam original. Esta tendencia expresa especialmente el hecho de que la destrucción de la sociedad llega a un punto tal que la liberación no puede pretenderse sino en una especie de huida del mundo. La postura social “irracional” parece tanto más indicada cuanto la resistencia “racional” parece imposible. En las expresiones más extremas, el fundamentalismo rechaza incluso el Kalam (la teología musulmana clásica), al que acusa de compromiso filosófico con una Razón contraria a la Tradición. A este respecto, la especulación teológica constituye en sí misma una ruptura radical con el procedimiento fundamentalista cuyo carácter práctico-normativo, basado en la lectura de las Escrituras, evita el debate necesario sobre las apuestas y las determinaciones históricas de la lectura en cuestión [ver François Burgat, s.d.]. 4. El problema esencial del fundamentalismo islámico no es mezclar religión y política, como le reprochan los críticos laicistas. Por otra parte, ¿quién puede decir cuándo la política está bajo influencia ajena, sea de orden religioso, filosófico, científico, ético, etc.? Dada la cantidad de recursos disponibles en la sociedad, la resistencia política a un sistema puede coger pedir prestados más o menos elementos de esta o de aquella matriz ideológica. La ideología laicista defendida por ciertas corrientes políticas expresa pues una oposición política de ciertos grupos sociales dominantes hacia las masas populares que no tienen más que la religión como recursos simbólico para movilizar. Incluso un autor tenido por adversario ferviente del islamismo político reconoce que como es lógico todo Estado debe basarse necesariamente sobre los principios y los valores religiosos de la mayoría de su pueblo. En este sentido, podemos interpretar la fórmula “el islam es religión y Estado” simplemente como que el Estado y la sociedad deben comulgar en los mismos valores religiosos y humanos [Muhammad Said Al-Ashmawy, 1989, 18]. Los Estados árabes pueden así utilizar la religión como instrumento de legitimación política, pero cuando una oposición hace lo mismo, los propios Estados y sus ideólogos se apresuran a denunciar el integrismo que quiere subordinar la política a los valores religiosos. ¡Esos mismos valores que los Estados pretenden defender! Esta contradicción salta tanto a la vista que las corrientes laicistas minoritarias piensan que para oponerse al populismo religioso, es necesario que los propios Estados dejen de recurrir a la religión como fuente de legitimidad. Para quitar al pueblo toda ilusión de poder influir un día en la política nacional, más vale hacerle entender que la política es un asunto serio cuya legitimación científica y racional bastaría para excluir a las masas que no disponen del saber tecnocrático. La posición defendida por Hirchem Djaït no escapa tampoco a esta contradicción. Por un lado, sostiene que el islam debe seguir siendo, creemos, una religión de Estado, en el sentido de que el Estado le ofrezca reconocimiento histórico, protección y garantía… No ser un Estado laico en el sentido de que no le importe lo que ocurra con la religión, considerándola únicamente como un asunto privado. Por otro, él basa “la permanencia de la relación Estado-religión” en la perspectiva de una fidelidad histórica y con la consciencia suprema de un depósito sagrado que hay que salvaguardar, pero sin someterse a él. En su actuación normal, el Estado debe evolucionar dentro de una esfera autónoma, según las puras leyes de la política y del bien social, lejos de toda nostalgia integrista, como lo ha hecho por otra parte casi siempre [Hichel Djaït, 1974, 148-149]. El problema de esta postura es que no permitiría mostrar la diversidad de situaciones históricas en las que el Estado arábigo-musulmán ha basado casi siempre su actuación según las puras leyes de la política. Si el Estado ha actuado casi siempre así, hay que reconocer que esta manera de hacer nunca ha impedido al poder hundirse en el despotismo. Esto quiere decir que el problema político fundamental –cómo salir de la opresión- no podría arreglarse simplemente recurriendo a las puras leyes de la política. ¡La política aparece aquí tan poco milagrosa como la Religión ridiculizada por los laicistas! ¿Acaso no convendría salir de esta falsa oposición religión / política y plantear el problema en su verdadera dimensión socio-histórica, es decir llevándolo al contenido que subyace en cada situación concreta? 5. Si el fundamentalismo islámico plantea problemas, no en razón de su inspiración religiosa sino más bien por la lectura particular que hace de la religión, la cuestión es saber: ¿cómo podría superarse intelectual y socialmente el fundamentalismo, en las condiciones actuales de las sociedades arábigo-musulmanas víctimas de considerables desafíos internos y externos? Una de las respuestas a esta cuestión recurre a una comparación abusiva con la Reforma protestante. Si bien es cierto, como indica Bruno Étienne, que una problemática protestante permite comprender mejor el aspecto mundano del islam [Bruno Étienne, 1987, 13], hay que abstenerse de cualquier simplificación histórica que corre el peligro de llevar a analogías superficiales que perjudiquen la comprensión de los problemas planteados en las sociedades musulmanas actuales. Ciertamente el rechazo al magisterio de la Iglesia en el marco de la Reforma luterana llevó a profesar una teología individualista, basada en el acceso directo de los creyentes a las Escrituras, lo que recuerda a la actitud musulmana. Pero históricamente, el rechazo al magisterio de la Iglesia ha servido esencialmente al Estado civil moderno, que la doctrina luterana de los dos reinos no podía menos que legitimar. Los príncipes que han abrazado el protestantismo no han perdido de vista este aspecto “mundano” de las cosas, para imponer mejor un proceso de secularización que el Estado iba a aprovechar. Ahora bien, tal dualidad no existe en el islam. Las analogías semánticas no deben inducir a error. La reforma musulmana siempre está al orden del día desde la Nahda. Pero el islam no necesita en verdad un Lutero que venga a justificar la omnipotencia terrestre de un poder cuya arbitrariedad no necesita una legitimación suplementaria, aunque sea teológica. Los teólogos musulmanes ya tienen bastante con retomar y profundizar en el esfuerzo de Mohammed Abdou. Para eso, tienen que retomar el hilo de la Nahda interrumpido por un neo-salafismo cuya sujección a la Ley (Shar’ia) le ha hecho olvidar la fuerza teológica de la ijtihad (esfuerzo de búsqueda personal). La apertura filosófica será aún más necesaria que nunca dentro de la propia esfera de los estudios teológicos, pero también en el diálogo interdisciplinar con las demás ciencias y prácticas sociales. La reconciliación de tipo medieval entre la fe y la razón no respondería a las exigencias modernas de la liberación y de la civilización. La unión artificial entre un positivismo de inspiración occidental y un fideísmo dogmático tampoco bastaría para superar el horizonte de una modernización meramente superficial, superpuesta a una sociedad profundamente arcaica y alimentando una esquizofrenia social paralizante. Si una teología de la liberación está más que nunca a la orden del día en las sociedades donde las masas sienten instintivamente que su religión puede constituir una barrera contra la globalización desestructurante y alienante, el problema que se plantean los teólogos es: ¿cómo hacer para que el islam no sea solamente una especie de refugio emocional contra las agresiones de la sociedad mercantil y del poder arbitrario? Sadek Sellam escribe a propósito del movimiento de renovación islámico: Principal fuerza de resistencia al cambio anárquico y a la modernización secularizante, vector de la contestación al desarrollo desigualitario y de la cerrazón de la sociedad política opaca y bloqueada vista desde fuera, la religión se ha convertido en el apoyo de un discurso sobre el poder justo en una sociedad ideal, cuyos límites se encuentran precisados a la luz de las enseñanzas heredadas del primer islam [Sadek Sellam, 1989, 127]. Pero hoy en día, hay que constatar por desgracia que la elaboración islámica de un “discurso sobre el poder justo” todavía está a la orden del día. El otro problema que se plantean los teólogos musulmanes es: ¿cómo evitar que la reducción del islam a una “religión positiva” lleve a paralizarlo y transformarlo en un dispositivo jurídico-ético de control social, que es todo lo contrario de la ambición liberadora que le atribuyen los que buscan inspirarse en él en una estrategia de cambio social? Si una teología negativa no se encuentra cómoda en el marco del universo islámico, ¿acaso una simple reapertura del Kalam podría constituir un contrapeso suficiente contra la tendencia positivista que impregna el movimiento de renovación islámica? Sin perder de vista su utopía movilizadora, la apertura a otros horizontes, a otras fuerzas y a otras legalidades, ¿permitiría al islam encontrar de nuevo una dimensión auténtica y subjetiva, que lo vuelva finalmente impermeable a los intentos de objetivación jurídico positivista del que abusan a menudo los poderes establecidos o que intentan establecerse? En efecto, la liberación social constituye un fenómeno complejo que requiere la colaboración de todos los “intelectuales orgánicos”, sean religiosos o laicos. Abriéndose a otros métodos y disciplinas, la teología de la liberación integrará esquemas teóricos y prácticos de diversa procedencia. Esta apertura podría prolongarse políticamente en la construcción de un gran frente democrático contra el sistema mundial y sus agentes locales. Desde este punto de vista, los teólogos islámicos de la liberación podrían favorecer una evolución democrática de ciertas expresiones ideológico-políticas del movimiento social que hoy no consiguen salir del falso dilema consistente en elegir entre el callejón sin salida del fundamentalismo y la religión desvirtuada de la que el “islam francés” que muestran los medios de comunicación, constituye el último avatar teológico-policial. Bibliografía: AMALADOSS M., Vivre en Liberté, Bruxelles, Lumen Vitae, 1988. 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