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CUAUHTÉMOC CÁRDENAS SOLÓRZANO. INTEGRACIÓN ECONÓMICA PARA EL DESARROLLO HACIA UN NUEVO ÓRDEN MUNDIAL, JUSTO Y ESTABLE. Colección Propuesta alternativa Grupo Parlamentario del Partido de la Revolución Democrática H. Cámara de Diputados LV Legislatura 1 Grupo Parlamentario del Partido de la Revolución Democrática LV Legislatura de la Cámara de Diputados Coordinadora: Dip. Rosa Albina Garavito Elías Vicecoordinador: Dip. Gilberto Rincón Gallardo Responsable del Área de Comunicación Social: Dip. René Bejarano Martínez Congreso de la Unión s/n, Colonia El Parque México, 15920, D.F. México Grupo Parlamentario del PRD Integración económica para el desarrollo: Hacia un nuevo orden mundial, justo y estable Colección Propuesta alternativa Primera edición: septiembre de 1992 Primera reimpresión: diciembre de 1992 Edición: — Área de Comunicación Social Grupo Parlamentario del PRD Coordinador editorial: César Chávez Castillo. Impreso y hecho en México Colección Propuesta alternativa es una línea editorial del Grupo Parlamentario del PRD de la LV Legislatura de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, tiene como propósito rescatar y profundizar el proyecto de la revolución democrática que responde al reto de la modernización con la defensa y la puesta al día de las conquistas históricas del pueblo mexicano: la soberanía, la justicia social y la democracia. Con esta colección, el Grupo Parlamentario del PRD intenta romper las barreras a la discusión amplia y democrática de los grandes problemas de la agenda nacional. 2 Índice Prólogo 4 Democracia y nuevo orden económico 9 Por un mundo de mujeres y hombres iguales y libres 19 Un llamado a la acción 24 Hacia un internacionalismo humanista y fraterno 29 La agenda de la soberanía, la justicia y la democracia 37 Iniciativa continental de desarrollo y comercio 42 Un pacto continental y una integración viables 51 Construyamos una alternativa integral al TLC 59 Canadá y México, unidos en la misma suerte 68 Las fuerzas políticas emergentes en América Latina 74 La cooperación económica en América del Norte 82 La democracia al alcance de la mano 86 Igualdad, progreso y derechos humanos 93 3 Prólogo El mundo cambia aceleradamente. Las mercancías y los productos que inundan los mercados son distintos, y diferentes las formas de producirlos. La revolución tecnológica en la que el hombre se encuentra empeñado se convierte en el sustrato de un nuevo orden mundial. Las fronteras políticas ya no corresponden con las fronteras económicas los mercados nacionales se internacionalizan cada día. El espacio de la economía trasciende el espacio de la política; mercados laborales antes protegidos hoy se regulan para reconocer la internacionalización in situ de los trabajadores; la empresa y el capital, antes constreñido en alguna región de un país determinado, hoy se extiende a través de los continentes; el impacto ecológico del uso y abuso de los recursos naturales hoy viaja como un nuevo fantasma que se cierne sobre el planeta. Las obras del hombre son cada día más universales, aunque para serlo pareciera que tuviera irremediablemente que destruirlas. Cada día es más frecuente ver como desaparecen naciones, como cambia la geografía política del orbe. De la forma en que cada país resuelve el reto de insertarse en el nuevo orden mundial, depende su futuro como nación independiente. Cada recomposición del perfil político del planeta lleva detrás una historia particular, pero en cada una de ellas encontramos una constante: su fortaleza o debilidad frente a los embates de la competencia mundial. Existen dos formas de resolver inadecuadamente el reto: suponer que el desafío no existe y entonces levantar murallas comerciales o dejar intocadas las que ya existen; la otra, resolver el desafío con prisas, confundir integración con subordinación. Ambas salidas falsas conllevan el espejismo de los resultados inmediatos que a la postre significan sacrificio de soberanía y, en el extremo, desaparición del mapa político. El Partido de La Revolución Democrática nace como una alternativa real de poder, y como tal tiene una propuesta elaborada para responder al desafío de la reinserción en el mercado mundial. Su proyecto alternativo no se restringe al de un país soberano, democrático y justo dentro de las fronteras nacionales el PRD postula también la necesidad de nuevos órdenes continental y mundial, más justos y por lo tanto más estables. 4 En el PRD existe la convicción de que estos reordenamientos tienen que pasar por una nueva correspondencia entre las hegemonías económicas y las políticas. Entiende que la modernidad mundial —como en el espacio nacional— exige que cada fuerza política ocupe el lugar que le corresponde, y que esta correspondencia se encuentre en función de la fortaleza económica, que es también fortaleza histórica, cultural y social. En el ir y venir cotidiano hoy se percibe la intención humana de hacer del planeta la gran casa universal, la casa para todos. No se explicaría de otra manera el empeño por producir en el menor tiempo posible la mayor cantidad de mercancías y servicios, el volumen creciente de intercambios de productos y personas; no se encontraría otra razón en el desarrollo de las telecomunicaciones, de los transportes, de las nuevas tecnologías. Este amplio esfuerzo constructivo de acercamiento entre naciones, de acortamiento de distancias, de reducción de tiempos, encuentra fuertes obstáculos y graves contradicciones en el afán persistente de la destrucción que acarrea las guerras, de la depredación por la vía de las economías y el agotamiento de recursos naturales que se traducen en hambrunas, insalubridad, pérdida total de expectativas. En estas tendencias opuestas, no existe espejismo alguno: los dos fenómenos son reales, la carrera cotidiana por construir la casa para todos, y el frenesí diario por destruirla. En el proyecto del PRD se encuentra una propuesta alternativa para resolver la aparente paradoja, que no es otra que la lacerante realdad internacional que sufrimos todos los días. Para el PRD, el esfuerzo por producir más y por intercambiar más —con todos los males y problemas que esto pueda tener— ha traído un beneficio: la posibilidad material de que las hegemonías políticas que antes dividían al mundo en dos, y que hoy amenazan subordinarlo a la voluntad de uno, puedan cristalizar en pluralidades políticas acordes con realidades regionales, con identidades culturales históricas y con la equidad internacional que ha sido aspiración de los hombres de todos los tiempos. Hacer emerger esta pluralidad sería el fundamento de una nueva convivencia internacional, con relaciones de justicia; una convivencia estable, armónica. En otras palabras, conjurar la amenaza de guerras de cualquier tamaño y, por supuesto, eliminar para siempre la amenaza de guerra mundial. A América Latina le cabría un papel protagónico en esta redefinición del orden mundial, y a México en particular por su vecindad con los Estados Unidos. En su propuesta alternativa, el PRD parte de un dato real: el intercambio económico que define nuestras relaciones con el resto del mundo se da en la actualidad con los Estados Unidos, y no con América Latina. Para que la identidad cultural e histórica con América Latina se pueda transformar en unidad y entonces en fuerza política, México tiene que —viendo hacia el sur— poner los pies en el norte, esto es, recomponer su relación con los Estados Unidos. El gobierno mexicano tiene una propuesta para la integración con Canadá y con Estados Unidos. Por desgracia no es una propuesta soberana. Retoma la que George Bush lanzó el 27 de junio de 1990 —la iniciativa de las Américas—, dos semanas después de iniciadas las negociaciones formales con México para arribar 5 a la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC). Afirmamos que no es soberana, no por su falta de originalidad, sino por el contenido mismo de la propuesta. El presidente Bush, como sus antecesores del siglo pasado, quiere América para sus americanos. A diferencia de sus antecesores, el garrote no lo usa sólo como amenaza, sino que pasa a las vías de hecho y aplica cotidianamente el estrangulamiento financiero de nuestras economías, que continúan exportando capitales a ese país para servir una deuda injusta. La zanahoria que Bush ofrece con su iniciativa, a la que equipara con reinstaurar "el poder del mercado", es la disminución de aranceles de Estados Unidos, el mayor flujo de inversiones y el mejor trato en el servicio de la deuda externa. El gobierno mexicano ya cayó y se tragó la zanahoria cuando celebró como exitosa una renegociación de la deuda externa que, a dos años de su firma, ha incrementado su volumen total en 25%, mientras que el pago de su servicio sigue siendo oneroso para un crecimiento sano. Cayó también cuando dio la bienvenida a la inversión extranjera, aunque el 63% de ésta se ubique en la bolsa de valores y no en un compromiso productivo; cayó cuando se engancha en la oferta de disminución de aranceles, aunque las barreras no arancelarias sean más fuertes y no existe el compromiso de abatirlas, ni aún con la firma del TLC. Por último, aceptó la oferta para convertirse en el interlocutor privilegiado de Bush y el emisario de la "buena nueva" —la apertura comercial indiscriminada— hacia los países latinoamericanos. Para el PRD no se puede dar una integración económica, social y política en América Latina, si México acepta una integración subordinada con los Estados Unidos. Una América Latina unida supone un Estados Unidos redimensionado en su hegemonía política, y este redimensionamiento obliga a que Estados Unidos enfrente el reto de su falta de competitividad a nivel mundial; obliga a que Estados Unidos recupere su solidez económica, solidez que perdió desde la década de los setentas. La iniciativa de las Américas es una salida falsa a ese reto, porque intenta exportar hacia América Latina los costos de su necesaria reconversión mediante tres vías: el aprovechamiento de los energéticos, el uso de mano de obra barata y la destrucción del medio ambiente que abarata costos en los procesos productivos (y que en su país no puede llevar adelante). Por eso el PRD ha dicho "no" al Tratado de Libre Comercio que actualmente se negocia. Y junto con ese "no”, ha dicho cuál es la alternativa posible. En esa alternativa posible, Iniciativa Continental de Desarrollo y Comercio, el comercio se define como un instrumento del desarrollo y no como un fin en sí mismo. La Iniciativa Continental de Desarrollo y Comercio fue presentada por Cuauhtémoc Cárdenas en Nueva York, el 8 de febrero de 1991. Desde entonces, ha sido punto de referencia obligado en las discusiones de quienes del lado del norte, se encuentran preocupados de manera responsable por el impacto que este TLC pueda traer para sus economías, sus empresas, sus familias, sus trabajadores. La propuesta no ha corrido la misma suerte de este lado de la frontera. Varios factores lo explican: el control de los medios de comunicación en nuestro país, con las barreras que impone a todo aquello que desde la oposición democrática 6 contribuya al debate de los grandes problemas de la agenda nacional; la estructura corporativa de las organizaciones sociales, es también un dique a la discusión libre de estos temas fundamentales. Otro factor es la crisis en que se encuentran sumidas nuestras Universidades, que no encuentran espacio para abrir la discusión de alternativas a los problemas actuales; y por supuesto, las limitaciones de un partido como el nuestro con apenas tres años de formación y hostilizado cotidianamente desde el gobierno. El Grupo Parlamentario del PRD quiere contribuir a remontar esas barreras y esas Ilimitaciones con la publicación de Integración económica para el desarrollo: hacia un orden mundial justo y estable, que contiene catorce ponencias de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, casi todas presentadas en el exterior. Los catorce documentos constituyen una unidad en torno a la propuesta alterativa de un nuevo orden mundial. Los discursos, conferencias, ponencias que publicamos son ensayos, en el mejor sentido del término. Como pincelazos se dibujan en ellos los rasgos de una relación posible entre Norte y Sur, de un nuevo orden internacional. A diferencia de las disertaciones de la vieja izquierda latinoamericana, no se lanzan como discursos temerarios allende las fronteras. Por el contrario, tienen la calidez de un diálogo sencillo entre los pueblos. Invitado por diversas organizaciones, universidades, foros, acude a ellos como quien va a la casa de un amigo. EI invitado responde con otra invitación al anfitrión: sigamos el diálogo, organicémonos para construir un mundo mejor. El gobierno mexicano, desde sus más altos niveles, ha reaccionado con histeria a estos viajes de Cuauhtémoc. Sabe que en ellos está el germen de una nueva relación entre los pueblos, más allá de los intereses particulares de los gobiernos. Los discursos que publicamos son también anuncio de una nueva modernidad: la que abre las fronteras para tender puentes que beneficien a todos, porque los puentes que se han tendido —como la apertura indiscriminada— se convierten en barreras de exclusión del bienestar para las mayorías. En las conferencias se encuentra no sólo la visión del líder de un partido, también está la sensibilidad de un estadista que trasciende intereses partidarios para recoger los de la sociedad en su conjunto, y los de un nacionalista de nuevo cuño, que sabe que para fortalecer a la nación primero ha de concebir un mundo sin fronteras. En estas conferencias se encuentra además el germen de una nueva relación entre economía y política, seguramente porque se piensa a la economía al servicio del hombre para que la política no sea otra cosa que el espacio donde se dignifica la relación entre los hombres, entre estos y sus organizaciones y entre ellas y el Estado. En alguna de sus ponencias, dice Cuauhtémoc: "Hemos propuesto un compromiso social (social charter) como parte fundamental de un acuerdo entre nuestros países. Pero estimamos que un compromiso social empieza en casa, que es un objetivo nacional y antes de que el país convenga en un compromiso social, hay poco que hacer para traducirlo en un pacto internacional”. 7 Ese compromiso social haría de nuestra casa una casa de cristal. Si los derechos humanos deben ser de universal observancia, pongamos a la casa cristales en lugar de muros, que el cumplimiento al respeto a los derechos humanos en nuestro país sea ejemplo para otros, que ello contribuya a la justicia y paz mundiales, parece decir en sus conferencias el presidente nacional del PRD. Si la economía se abre, que se abra también la política. El gobierno, como en los tiempos de Don Porfirio, responde: aún no es tiempo, el pueblo aún no está preparado para ser libre, no está preparado para la democracia. No es pues sólo la propuesta de una economía al servicio del hombre, del comercio como un instrumento más del desarrollo, se trata también de que sólo una reforma económica que se proponga conciliar crecimiento con bienestar, será la que haga posible restituir la calidad de ciudadanos libres a todos los mexicanos, donde su voto se respete y cuente. En estas visitas a las casas de los vecinos, no se espera que el vecino resuelva nuestros problemas, se le pide sí que esté atento a los acontecimientos en México. Que esté atento, pero que no se inmiscuya, lo nuestro no le es ajeno, pero seremos nosotros quienes resolveremos nuestros problemas. Para hacer efectiva la solidaridad que se pide, es necesario relacionarse con el país real que somos, no con la ilusión que el gobierno vende. Las conferencias de Cuauhtémoc son también espejos fieles de la realidad que los mexicanos sufrimos. Esperamos que esta publicación contribuya a la discusión del proyecto alternativo de nuestro partido, contribuya a preparar la respuesta para la crisis que se profundiza, con o sin la firma del TLC con Canadá y Estados Unidos. Que contribuya también a la construcción de ese nuevo orden mundial, de esa casa universal... de cristal y para todos. Dip. Rosa Albina Garavito Elías México, D.F., agosto de 1992. 8 Democracia y nuevo orden económico Southern California Americans for Democratic Action Santa Monica, Calif. EEUU. 22 de abril de 1990. El éxito y los avances de una democracia se miden por el grado de participación de la gente, de las mujeres y los hombres comunes y corrientes, de todos nosotros, en la toma de decisiones, esto es, en cómo y qué tanto se participa en el ejercicio del poder; en el respeto al derecho y el cumplimiento de la ley; en la equidad alcanzada en la distribución de la riqueza y en las seguridades de un nivel de vida que mejore de manera sostenida; en las posibilidades reales de acceso a la educación, la cultura y el arte; en la garantía y estabilidad del trabajo; en la protección de la salud y el acceso a la vivienda; en la libertad con que se debaten las ideas, y la equidad en la presencia de las distintas expresiones políticas, sociales, culturales y artísticas en los medios de comunicación social; en el acceso y aprovechamiento de los avances de la ciencia y la tecnología. Vivimos los primeros tiempos de la globalización de las relaciones económicas y sociales y de la cultura, de la economía de la información, de un cambio en los valores reconocidos, donde el individuo, su progreso y sus oportunidades se tornan centrales y preponderantes. Estamos viendo como surgen y se consolidan comunidades internacionales, económicas y políticas, que serán determinantes en la vida de todas las naciones, se incluyan o no en ellas, en estos años por venir. Son también los tiempos que confirman las incapacidades y fracasos de las economías neoliberales y monetaristas que impusieron dictaduras militares o regímenes pseudodemocráticos en Latinoamérica, y del autoritarismo y el dogmatismo en la Europa del Este. Nuestras economías no han sido capaces de conciliar la equidad con la eficiencia económica y la competitividad internacional. El crecimiento económico promovido por sectores públicos excedidos que recurren a un fuerte proteccionismo y a los subsidios irracionales, no creó una base económica sana y 9 fuerte. En contradicción con los objetivos sociales postulados por dichas estrategias, sus resultados han sido la concentración del ingreso en manos de unos cuantos inversionistas privilegiados, la justificación del crecimiento de burocracias parásitas y el fomento de la corrupción pública y privada, así como el autoritarismo político. Por otra parte, las estrategias neoliberales y las políticas monetaristas adoptadas con medidas dictatoriales o impuestas por el Fondo Monetario Internacional, abandonaron abiertamente el objetivo de justicia económica, cambiándolo por sueños irreales de prosperidad o ilusiones pasajeras de modernización y eficiencia, reducidos a escasos sectores de la economía y de la sociedad. El reto de nuestro tiempo es entonces traducir la experiencia de nuestro desarrollo económico no en nuevos dogmas, sino en una combinación realista de fórmulas, que concilien una movilización sólida y productiva de nuestros recursos con el imperativo social prioritario: justicia económica y oportunidades para toda la gente. Las motivaciones que despertaron conciencias, movieron voluntades y condujeron a la organización política de vastos sectores populares en una y otras partes del mundo, son las motivaciones de la lucha política actual de los mexicanos. Para progresar, debemos volver a la constitucionalidad y desarrollar un régimen democrático que se asiente en el respeto al voto y, por otro lado, debemos transformar el régimen de partido de Estado —autoritario, excluyente, patrimonialista, corrompido— en un sistema que verdaderamente permita el florecimiento de la democracia. La miseria creciente, que ha ido abarcando a sectores de población cada vez más amplios, simultánea a una mayor y más agresiva concentración de la riqueza en unos cuantos, las inestabilidades y desajustes de la economía que se han vuelto cotidianos, el incremento de deudas externas impagables en la lógica del manejo que se les ha venido dando, condujeron a los pueblos a presionar políticamente y a imponer cambios en Uruguay, Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay, Chile, donde en un periodo relativamente corto, ante su evidente descalificación y fracaso, las dictaduras militares se vieron forzadas a convocar a elecciones que han dado paso a gobiernos legitimados por el voto popular. El proceso de democratización en Latinoamérica no se reduce a las luchas contra las dictaduras militares. En países como Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador, organizados formalmente como democracias electoras, la lucha se da para hacer esas democracias realmente incluyentes. Esto sólo puede lograrse al integrar a los sectores sociales marginados, explotados y subrepresentados, así como incorporando al proceso político a las fuerzas proscritas y reprimidas. En algunos de estos países, la dimensión de los espacios democráticos es tan reducida que las tensiones sociales amenazan ya la integridad política y geográfica de la nación. Esos ajustes políticos demuestran que a fin de sobrevivir, una democracia autentica debe sustentarse en un consenso nacional verdadero. En Centroamérica y el Caribe el reto es también superar la pobreza social y el saqueo económico. Las democracias con base popular en las que participan partidos revolucionarios, se han concebido para dar alcance a la historia y remplazar el orden pretoriano 10 organizado alrededor del poder y la riqueza eh pequeñas oligarquías rurales, aristocracias de plantación, monopolios familiares y enclaves extranjeros, por verdaderas instituciones nacionales. México, que después de una prolongada dictadura llegó al siglo XX con esperanzas y las energías de una revolución social, se acerca ahora al final del milenio, oprimido otra vez por un régimen autoritario que ha socavado a la Revolución de 1910. Para todas las naciones latinoamericanas, principalmente para Panamá, recientemente invadido por tropas norteamericanas, la construcción de la democracia tiene como condición el ejercicio de la soberanía nacional y de la autodeterminación. A pesar de los fracasos evidentes de los modelos económicos neoliberales y monetaristas en Argentina, Venezuela, México, Brasil, Chile, etcétera, los intereses dominantes insisten en tratar de encontrar en esas políticas la salida para sus crisis, que en la práctica sólo vemos cómo se profundizan y extienden. Podemos ahora hacer críticas, y son válidas, por haber confundido principios con procedimientos, con mecanismos de acción y de trabajo. Así se convirtieron en cuestiones de ideología la estatización, el proteccionismo económico, el origen de las inversiones o la nacionalidad de los inversionistas, la planificación centralizada, las funciones básicas o el grado y características de la intervención del Estado en la vida económica. Pero quienes formulan esas críticas, generalmente los teóricos y políticos del propio neoliberalismo, hacen hoy cuestiones de principio e ideológicas la privatización, la liberalización del comercio, la apertura irrestricta a la inversión extranjera, queriendo que estos, que son mecanismos o procedimientos, se acepten como principios para la consolidación de modelos políticos que estén repitiendo viejos y gastados esquemas de explotación y dependencia. Se derrumban unos dogmas y ya los intereses de la explotación pretenden substituirlos con otros, haciendo siempre abstracción de los principios verdaderos. En América Latina están surgiendo fuerzas de una democracia nueva, cuyo interés o preocupación primordial es el individuo, sus libertades, sus niveles de vida, las oportunidades que se le ofrecen; una democracia que considera al trabajo como valor fundamental de las relaciones sociales y que tiene como objetivos la igualdad, el mejoramiento sostenido, el fin de las exclusiones y la discriminación, compartir conocimientos y avances, así como capacidades e inventivas, aprovechar y al mismo tiempo elevar la calidad de recursos y potencialidades, y que tiene como condición para realizarse y ser, la participación de la gente en la toma de las decisiones y el poner fin a todo tipo de dependencias. Estos son los principios que guían la lucha de muy amplios sectores en el mundo, en este continente, y son los principios que sigue el Partido de la Revolución Democrática en México. Y no debemos confundir más los principios y valores que orientan una lucha, los objetivos que van cambiando en el tiempo, según se alcanzan unos, se presentan obstáculos nuevos o las situaciones se transforman, y los medios a los que debe recurrirse, que pueden ser cambiantes también conforme a las circunstancias, para alcanzar fines determinados. 11 Trasladar mecánicamente modelos y esquemas políticos y económicos, ha sido siempre una forma de proceder para imponer dependencia y explotación. Ejemplos de ello se repiten una y otra vez a Io largo de la historia universal. Lo que hoy es bueno, puede no serlo necesariamente en el futuro. La forma como aquí se enfoca y resuelve un problema, puede no ofrecer los mismos resultados en otros lugares. En México luchamos, por ejemplo, por dar fin a un régimen de partido de Estado, hoy fuertemente centralizado y personalizado en el ejercicio del poder presidencial, asentado en la corrupción y sostenido por sus alianzas con reducidas minorías que concentran la riqueza y que desde el exterior reciben apoyos políticos y económicos. Este régimen, desde 1982, aprovechando desviaciones al proyecto histórico del pueblo mexicano, la pérdida de autoridad moral de dirigentes políticos, empresariales y sindicales, producto de complicidades y corrupción, la desvinculación de las dirigencias de sus bases sociales y políticas, por las mismas razones, ha venido golpeando y destruyendo consciente y sistemáticamente todos aquellos logros, instituciones, leyes y relaciones alcanzados o surgidos como reivindicaciones populares, de independencia económica y de soberanía nacional del amplio movimiento que ha sido la Revolución Mexicana. Se ha puesto en práctica así un proyecto económico monetarista y neoliberal, que al cabo de siete años de aplicación inhumana alcanzó, como único logro, reducir la tasa de inflación. No tuvo capacidad para reiniciar el crecimiento económico ni para mejorar las condiciones sociales, que, por el contrario, han continuado en franco deterioro. Los mecanismos utilizados para la realización de este proyecto han sido la liberalización indiscriminada del comercio exterior; el traspaso de las empresas públicas a grupos privados fuertemente vinculados a intereses trasnacionales, mediante operaciones que se mantienen ocultas de la opinión pública; la apertura irrestricta a la inversión extranjera; el desconocimiento ilegal y el rompimiento arbitrario de los contratos colectivos de trabajo; una distribución del presupuesto nacional que tiene como prioridad el pago del servicio de la deuda externa, y la reducción drástica de los presupuestos de los sectores sociales (educación, salubridad, vivienda, servicios urbanos); el control por medio de la corrupción o la intimidación de los principales medios de comunicación social, que se mantienen prácticamente cerrados a cualquier expresión contraria o disidente de la oficial; y el ejercicio del poder de manera autoritaria, con atropellos constantes a la ley y la negación para el pueblo del ejercicio de derechos constitucionales básicos. Las pruebas recientes más claras de ello, son el fraude que se cometió con la elección del 6 de julio de 1988 y la consecuente imposición, y los fraudes subsecuentes en elecciones locales, apoyadas por la violencia desatada contra el Partido de la Revolución Democrática. Los resultados de estas políticas son la exclusión de todo beneficio de la acción pública de la mitad de la población (40 millones de mexicanos, de los cuales la mitad, según declaraciones oficiales, viven en condiciones de miseria extrema); la pérdida de más del 50%, en términos reales, del poder adquisitivo del salario de los trabajadores; una muy alta concentración de la riqueza en las manos de unos 12 cuantos y el enriquecimiento desmedido de especuladores financieros y altos funcionarios gubernamentales; el estancamiento de la economía (en los años de crisis, 1982-89, el crecimiento económico promedio fue nulo); una fuga masiva de capitales; la elevación de la desocupación que hoy afecta a cerca del 30% de la población económicamente activa, esto es, a unos nueve millones de trabajadores; una mayor dependencia económica y política de los intereses representados por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. No estamos contra la apertura comercial, que ha venido diciendo el gobierno tiene por finalidad modernizar nuestra planta productiva e insertar al país, competitivamente, en la economía internacional. Con esos objetivos no podemos estar en desacuerdo. Pero Io estamos con la forma como dicha apertura viene dándose. Los ritmos debieron haber sido otros, de modo que no se afectara la planta productiva, que no se produjeran quiebras, cierres y despidos, que el costo de la modernización no se cargara exclusivamente sobre las espaldas de los trabajadores. Se ha favorecido en exclusiva a las ramas que producen para la exportación, constituidas principalmente por empresas filiales de fuertes grupos transnacionales. Se ha descuidado y se han visto afectados negativamente los sectores que satisfacen los mercados internos; la agricultura, por ejemplo, salvo en zonas de altos rendimientos donde se produce para exportar, pasando en muchos casos por encima de las leyes agrarias y laborales, está en franco desastre y su recuperación requerirá de grandes esfuerzos y cuantiosos recursos. Oficialmente las últimas dos administraciones del país han negado estar trabajando a favor de una integración económica con los Estados Unidos, pero esa integración está teniendo lugar calladamente y con la complacencia de las autoridades mexicanas. A pesar de que el actual gobierno no lo reconoce públicamente, está negociando ya un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos. La vulnerabilidad económica del país obliga al gobierno a hacer concesiones y a admitir desventajas, que son inaceptables para la mayor parte de los mexicanos. No se están preparando acuerdos para proteger nuestra planta industrial. Las inversiones extranjeras se promueven desesperada e indiscriminadamente sin considerar sus posibles impactos en la capacidad de la economía para integrar ramas de ella o regiones y para modernizar con efectividad. Nuestros trabajadores se ofrecen como mano de obra barata, principalmente para el ensamble de productos que no pueden comprar, sin ofrecerles oportunidades reales para aprender las nuevas tecnologías y para mejorar sus niveles de vida. La región fronteriza a donde se destina la mayor parte de las inversiones, está siendo contaminada por substancias tóxicas que en abierta violación a nuestras leyes ambientales, las autoridades mexicanas permiten a las firmas extranjeras que las importen como materias primas y que hagan con ellas un manejo descuidado. El gobierno mexicano abre las fronteras al libre flujo de todo tipo de bienes, incluyendo alimentos que no se consumen en los Estados Unidos porque no satisfacen los requerimientos sanitarios mínimos, materias contaminantes y productos "chatarra". Sin embargo, los funcionarios mexicanos no demandan de los Estados Unidos el reconocimiento de que nuestras dos sociedades han creado espontáneamente, al correr de los años, un mercado 13 transnacional de trabajo. En su agenda de negociaciones, el gobierno de México otorga la prioridad más baja a la protección de los derechos de los trabajadores mexicanos, no exige el establecimiento de mecanismos migratorios legales convenidos entre los dos países, que faciliten el flujo de trabajadores a través de la frontera, impidiendo los abusos y la explotación de los trabajadores mexicanos y haciendo compatibles los salarios y las condiciones laborales en ambos lados de la frontera. Por el contrario, el gobierno mexicano ha hecho de su programa de maquiladoras, un virtual "ghetto" para los trabajadores, que asegura a los empresarios norteamericanos acceso fácil a mano de obra mexicana con bajos salarios, prácticamente no sindicalizada, y desprotegida. Consecuentemente, las maquiladoras fronterizas se han vuelto para los Estados Unidos una opción atractiva para explotar a trabajadores migrantes mexicanos, manteniéndolos al mismo tiempo fuera de los Estados Unidos. Es más, en violación a nuestra propia Constitución y con una docilidad sin precedentes, las autoridades mexicanas se han vuelto de hecho instrumentos para hacer cumplir en México las políticas de inmigración restrictivas recientemente puestas en práctica en los Estados Unidos. Los escasos frutos de esta desfavorable integración no benefician a los mexicanos, y por el contrario, una alta proporción de sus ingresos financieros se acumulan en cuentas bancarias de unos cuantos inversionistas mexicanos o se utilizan para cubrir el servicio de la deuda externa. Estas no son las condiciones en que México pueda participar competitivamente en la economía mundial, desarrollar sus capacidades productivas y elevar los niveles de vida de su población. De continuar en estas condiciones, estaríamos destinados sólo a la dependencia y al empobrecimiento. Si en lo interno luchamos por la igualdad entre todos los mexicanos, en lo internacional luchamos por la igualdad entre las naciones. No habrán de alcanzarse relaciones internacionales estables si se sigue, como hasta ahora, construyendo la riqueza y el progreso de unos cuantos países, a costa de la explotación y la pobreza de otros, que son los más. Estudios serios de las tendencias económicas actuales, indican que el fin del milenio verá el producto bruto mundial dividido en cuatro cuartos: uno, de los países de la cuenca del Pacífico, Japón y unos cuantos del sur de Asia principalmente; otro más, para Europa; un tercero, de los Estados Unidos, compartido minoritariamente con Canadá; y el cuarto, del resto del mundo. En este resto están las naciones latinoamericanas, las de África y la mayor parte de las asiáticas y de Oceanía. La perspectiva para el siglo XXI no resulta halagüeña para el llamado Tercer Mundo y tampoco para los mexicanos. Ante esto, no podemos permanecer pasivos. Los países ricos, con alto grado de desarrollo industrial, podrían dar contribuciones muy importantes para desarrollar a los países del Tercer Mundo con independencia, brindando una solidaridad real; pero no se ve, en la 14 perspectiva de las próximas décadas, que puedan darse acciones de significación en ese sentido. Debemos sin embargo, continuar los esfuerzos porque se establezca un nuevo orden económico internacional justo, donde se desarrollen formas de cooperación internacional que permitan superar atrasos y elevar condiciones de vida. De aquí en adelante, compartir conocimientos, dar acceso a los adelantos científicos y tecnológicos, reforzar los sistemas educativos, universitarios y de investigación, puede ser una de las formas más efectivas de practicar la solidaridad internacional y más que eso, la solidaridad humana. Con esta visión, la solidaridad internacional, adquiere nuevas dimensiones y contenidos. Se le empieza a entender como la conciencia de la interdependencia y al mismo tiempo de los efectos retardatarios de la dependencia a escala mundial. Las economías de los países del Tercer Mundo deben reestructurarse y ser estimuladas para crecer y desarrollarse. Una economía global, como la que surge ya, debiera planteárselo como objetivo central y los mecanismos que para ello se instrumenten no deben desvirtuarse y convertirse en formas nuevas de sometimiento y explotación. Los cambios se están dando muy rápidamente y muy profundos. La democracia debe extenderse y desarrollarse para alcanzar cabalmente la vida política, económica y social de los pueblos, y con una visión más amplia, regular también las relaciones entre los distintos Estados en el mundo. Ese es nuestro ideal, cuando se están superando las necesidades aparentes de las potencias en la postguerra que congeló la lógica de los bloques. Debe abrirse camino, en primer lugar, a la transformación y luego a la disolución gradual de la OTAN y el Pacto de Varsovia. Son alianzas donde la función militar ha perdido sentido y se han vuelto así esencialmente políticas. Hay quienes piensan que la disolución precipitada podría ser peligrosa, pero mantener hoy vivas esas organizaciones, significaría que el fin de Yalta se torna en la aceptación y el fortalecimiento de las zonas de influencia de las viejas potencias militares y las nuevas potencias económicas. En este caso, Latinoamérica y el Tercer Mundo estarían pagando por lo que no deben y no podemos admitir que haya coincidencia entre la nueva seguridad internacional y una mayor dependencia concertada. Resulta paradójico que cuando ya no hay más razones para mantener los bloques militares y el énfasis se pone en los acuerdos económicos y políticos, y cuando se requieren nuevos sistemas de seguridad en el mundo, lo militar se vuelve de nuevo la cuestión más importante, en un mundo convencido de que nunca más debe ser el escenario de una nueva guerra. Un nuevo sistema de seguridad debe surgir del respeto a la autodeterminación y de la solidaridad internacional. Todos deben entender que el Tercer Mundo en conjunto, o América Latina en particular, no pueden ser considerados botines para distribuirse entre las potencias militares o los bloques 15 económicos, como garantías de un nuevo sistema de seguridad internacional, que estaría así, una vez más, sustentado en la desigualdad y la injusticia. Ante los cambios políticos que se dan en Europa del Este, el interés de los países altamente industrializados se orienta a invertir principalmente en aquella parte del mundo. Hay en ello claros y comprensibles intereses económicos y también políticos. Esto hace pensar que la inversión extranjera para otras regiones, y en particular para América Latina, será escasa. Hay quienes piensan, como el actual gobierno mexicano, que la economía no se pondrá en movimiento si no es con las inversiones que lleguen del exterior. Los altos funcionarios las buscan con desesperación, y para ello imponen medidas que reducen salvajemente los salarios de los trabajadores, desmantelan con arbitrariedad organización y resistencia obreras, y no se plantean otras alterativas. Nosotros las vemos en los recursos que no han dejado de generar nuestras economías, a pesar de crisis y estancamiento, y en las perspectivas de la integración latinoamericana. No es desde luego un camino fácil, exento de obstáculos. Pero es, objetivamente, un proyecto viable. Muchos millones de dólares, que generan los trabajadores latinoamericanos, sirven para pagar las deudas externas de los países situados al sur del Río Bravo. Hasta ahora, no ha habido capacidad en los gobiernos para hacer una negociación de conjunto, con evidentes ventajas, respecto a estos endeudamientos. Las negociaciones efectuadas, como la del gobierno mexicano con sus acreedores, han sido benéficas fundamentalmente para estos. No ha existido liberación de recursos para hacer crecer la economía o para dar solución a problemas sociales. Lo que se ha garantizado es el pago puntual y cabal del servicio de la deuda. Creemos que es posible, por ejemplo, negociar en conjunto las deudas, establecer condiciones de pago en función de nuestras prioridades y necesidades, ampliar las negociaciones a otros ámbitos, como la forma de participar en los mercados internacionales. Por otra parte, debiera avanzarse en la integración de naciones y pueblos de Latinoamérica. Compartimos una historia común: conquistas y rebeldías se dieron a un tiempo; somos naciones de culturas y etnias múltiples y así nos reconocemos; llegamos a este siglo en condiciones de desarrollo similares; nuestros presentes no son muy distintos. La Comunidad Europea, el Japón y su zona de influencia económica, y el mercado común EEUU—Canadá, son los bloques económicos que se consolidan en esta última década del siglo. Los países de Europa del Este quizá mantengan entre sí una colaboración económica estrecha y al mismo tiempo busquen compartir ventajas con los grandes bloques económicos del mundo capitalista. Los grandes intercambios comerciales, por otro lado, se van a seguir dando en el norte y mientras el lucro siga siendo el incentivo principal que mueva a las fuerzas productivas, debemos tener claridad de que somos nosotros y sólo 16 nosotros quienes tenemos que ocuparnos de buscar solución a nuestros problemas. En estas condiciones, ¿cuál es nuestra posible situación en la economía mundial? Aislados, no se ve más camino que proseguir la integración silenciosa con los Estados Unidos, auspiciada por el gobierno actual, desventajosa en todos los sentidos para el país y para la gente. El destino, de seguir así, ya lo dijimos, no es otro que nuestra explotación económica y subordinación política. El camino para verdaderamente resolver nuestros problemas, de corto y largo plazos, es la integración económica y política, con Latinoamérica. Pueden ampliarse y fortalecerse las funciones del Parlamento Latinoamericano, empezar a legislar y a planear con visión continental; unir y compartir esfuerzos y logros en los campos del conocimiento, la investigación, la ciencia y la tecnología; complementar, con proyección latinoamericana, nuestros sistemas de educación superior; conjuntar esfuerzos para un mejor desarrollo de los sistemas de transporte y comunicaciones, para la expansión y crecimiento de nuestra planta productiva (petróleo y petroquímica, siderurgia, industria química, agricultura y agroindustrias, etcétera). Latinoamérica integrada, constituiría un bloque con un potencial productivo mayor y más diversificado que el que tienen los países que la integran desarrollándose aislados unos de otros, habría más capacidad exportadora, sería un mercado más amplio y atractivo. Es un camino posible, el único, creemos, que conduce a la independencia y al ejercicio pleno de nuestras soberanías. Tiene una condición, que viene de nuestras más profundas y solidas raíces y tradiciones históricas: sólo puede darse en democracia, con regímenes nacionales de amplia participación social y con una relación de iguales entre todas nuestras naciones, a partir de decisiones tomadas con libertad y sin imposiciones. En la suerte que se construyan los países latinoamericanos a partir de este fin de siglo, será muy importante lo que en esta gran nación puedan hacer sus fuerzas democráticas y progresistas. Queremos, principalmente, compartir conocimientos, tener acceso a los avances mundiales de la ciencia y la tecnología, y desarrollar esfuerzos conjuntos que nos permitan, por un parte, terminar con las injusticias y el atraso, y, por otra, erradicar grandes lacras con las que aún convivimos: el narcotráfico y la drogadicción, la violencia y las guerras. Buena parte del progreso ha llegado en el mundo a través de las inversiones extranjeras. Con ellas han llegado también condicionamientos políticos, explotación económica y desigualdad social. Rezagos y exclusiones se han superado en el mundo, también, por las muy diversas formas de la solidaridad internacional. La inversión extranjera puede ser muy útil si se realiza en aquellas ramas de la producción o los servicios, o en las regiones donde complemente esfuerzos nacionales; donde se le considere necesaria, a juicio de autoridades y sectores 17 productivos del país a donde llegue; y a condición de que no se torne en factor de descapitalización. La inversión extranjera en estas condiciones nos interesa, y es muy importante que, tanto la opinión pública en general, como los sectores especializados y el medio oficial de los Estados Unidos, entiendan por qué algunas inversiones se consideran positivas y por qué razones otras no. Como ustedes, hemos luchado y somos muy celosos de nuestra independencia. Para resolver muchos problemas, para impulsar el desarrollo social y económico, sabemos que es necesario lograr que concurran esfuerzos múltiples. Cuando estos deban proceder de dentro y de fuera de nuestro país, queremos participar en las decisiones, llegar a acuerdos, compartir responsabilidades. Y en las cuestiones internas, independientemente de lo que afuera pueda pensarse de ellas, de cómo se nos vea o se nos juzgue, consideramos que sólo a nosotros corresponde actuar. La historia enseña que nuestro país y nuestra nacionalidad se han edificado en la lucha contra las intervenciones. De aquí la convicción con la que desde un principio, rechazamos la intervención y condenamos la ocupación de Panamá. Podemos haber estado o no de acuerdo con el gobierno derrocado por la invasión armada. Eso resulta hoy irrelevante. Es inadmisible que a punta de bayonetas y sembrando la muerte se haya forzado un cambio de hombres en el gobierno. Igualmente inadmisible es que el ejército de los Estados Unidos haya montado una auténtica y típica administración colonial. Los panameños tienen capacidad para resolver sus problemas nacionales, para sostener o cambiar a sus gobernantes. Solos, sin intervención extranjera, lo pueden hacer. Es preciso que cese la ocupación y se restituya y garantice al pueblo panameño el ejercicio de su soberanía. Aceptar la agresión en Panamá, equivaldría a pensar que si en México hubo un fraude electoral en 1988, nosotros, quienes luchamos por la democracia, los miembros del PRD, admitiríamos la intervención extranjera para retornar a los cauces constitucionales. Sería lo último en lo que pudiéramos pensar. Seriamos los primeros en combatir con todos los medios, a cualquier costo, la más mínima pretensión de intervenir en nuestros asuntos internos, que sólo a los mexicanos compete resolver. En la búsqueda de entendimientos, en conocernos mejor en nuestras aspiraciones, carencias, modos de ser y potencialidades, está algo de, lo mucho que pueden hacer los demócratas de los Estados Unidos para fortalecer los lazos de amistad y cooperación con los pueblos del sur, construir relaciones cada vez más fructíferas y estrechas y labrarnos un futuro sustentado en la solidaridad y la razón, en el que verdaderamente compartamos los frutos de la democracia, la independencia, la paz y el progreso. 18 Por un mundo de mujeres y hombres Iguales y libres Cumbre Popular de las Américas. Houston, Texas, EEUU. 6 de julio de 1990. En unos cuantos días empezaremos a conocer los resultados de la reunión cumbre de los dirigentes políticos de los países altamente industrializados, los que en buena parte condicionan el desarrollo y los niveles de vida de las demás naciones y pueblos del mundo. Quienes estamos en esta reunión popular, podemos proclamar con legitimidad que representamos las aspiraciones de los pueblos que por diversas razones (una de ellas primordial: una relación internacional inequitativa) no pueden alcanzar los niveles de bienestar y las oportunidades de progreso sostenido que ya han logrado los países avanzados. Veremos desde lejos, o quizá desde el otro lado de la calle, a los líderes de las potencias económicas que a partir de nuevos agrupamientos están haciendo un reparto también nuevo de los territorios mundiales, asignando a países como los nuestros —o a sectores sociales como los aquí representados- papeles subordinados, carentes de expectativas de presente y de futuro. A los pueblos explotados y oprimidos, a los países (subdesarrollados, en crecimiento, dependientes, del tercer mundo..., ¿cómo es preferible de nominarlos?) como México no se les propone, para su participación en los mercados mundiales, la celebración de convenios que dieran paso a una colaboración internacional ventajosa para todas las partes, que tuvieran como propósito —al mismo tiempo que complementar las economías más desarrolladas— elevar nuestras condiciones de vida, las de los amplios sectores populares; dar acceso a participar de los adelantos científicos y tecnológicos que pudieran incorporarse al aparato productivo: poner en marcha programas de desarrollo regional y de expansión e integración económicas, que condujeran a borrar desigualdades e injusticias sociales, desequilibrios regionales y a racionalizar y modernizar la planta productiva del país. La puesta en práctica en México de un proyecto tecnocrático neoliberal, monetarista, conducido desde el exterior por los organismos multilaterales (Fondo 19 Monetario Internacional y Banco Mundial), ha traído como consecuencia un fuerte deterioro social: el salario de los trabajadores, en términos reales, ha perdido de 1982 a la fecha el 56% de su poder adquisitivo; la desocupación afecta a cerca del 30% de la fuerza de trabajo del país, esto es, alrededor de 9 millones de mexicanos han perdido su empleo o no pueden encontrar uno; así como la agudización de la violencia y la represión políticas, que el régimen ha debido desarrollar para romper las resistencias populares y contener la demanda social. Y la crisis sigue sin resolverse, a pesar de la casi absoluta liberación comercial, de las restricciones drásticas de la inversión y el gasto público, de la adopción de medidas de políticas interna dictadas por el BM y el FMI (como son, entre otras, la venta de empresas del Estado, los ajustes en precios y tarifas, el congelamiento de los salarios). A pesar de todo ello, la economía no crece, la deuda externa no baja, la riqueza se concentra cada vez más en unos cuantos, la moneda sigue devaluándose y los precios suben y suben. No nos oponemos a una mayor participación de México en los mercados internacionales, sería absurdo, pero estamos decididamente en contra de la forma como se ha estado llevando a cabo, por la irracionalidad económica y los altos costos sociales que está implicando. Si vamos a caminar juntos, con otras naciones y otros pueblos hagámoslo sobre bases de equidad, como iguales. Donde existan desequilibrios, injusticias, tratemos juntos de superarlos, conviniendo programas, concertando acciones, compartiendo responsabilidades. Tenemos una larga relación con los Estados Unidos. Difícil a veces, tensa en otras épocas. Esa relación va a proseguir y si vemos con lógica las tendencias del desarrollo mundial, habrá de estrecharse en Io económico y comercial, en lo laboral, en la colaboración en los campos de la cultura y el arte, en los intercambios tecnológicos y científicos. No podemos admitir que esa relación continúe dándose como está hoy día. México aporta mano de obra cada vez más barata, materias primas, algunas manufacturas con escaso valor agregado y capitales, los que se pagan como servicio de la deuda y los que van a depositarse e invertirse fuera de nuestras fronteras. En estas condiciones están canceladas en la práctica las perspectivas de mejoramiento social (que podría empezar a darse sólo después de condenar a varias generaciones a la miseria y a la desesperanza) y de crecimiento para el conjunto de la economía, ya que sólo se abren posibilidades reales a las ramas que exportan, en manos de las grandes transnacionales, y se privilegia la maquila. Esta situación y esta perspectiva son inadmisibles para nosotros. Estamos decididos a alcanzar condiciones de verdadero progreso, y estamos convencidos que contamos con los elementos para ello. Para superar estos problemas tenemos que poner la vista en nosotros mismos, en los recursos de los que podamos echar mano, pues las soluciones no van a llegar milagrosamente desde afuera. 20 El gobierno actual de México considera que será primordialmente la inversión extranjera la que le permitirá superar la crisis, esto es, atender problemas sociales y reactivar la economía. Nosotros creemos que la inversión extranjera, como ha sucedido en estos años de crisis en que tanto ha confiado en ella el gobierno, seguirá siendo insuficiente y no se dirigirá, como ha venido dando ejemplo, a donde pudiera ser más útil. La inversión extranjera puede contribuir a nuestro desarrollo si se le ve como complementaria, si llegara principalmente para impulsar nuevos proyectos y no, como ha sucedido en alta proporción en los últimos tiempos (como es el caso de los "swaps"), para comprar empresas existentes y substituir empresarios. Es necesario renegociar la deuda externa para liberar recursos para el desarrollo. Hacerlo preferentemente en conjunto con los demás países latinoamericanos, también con fuerte endeudamiento. Sería, por otro lado, una primera acción a la que podrían seguir otras, como las negociaciones también en conjunto de una inserción ventajosa en los mercados internacionales, de acceso a nuevas tecnologías, etcétera. En esa negociación nueva de la deuda, tendría que lograrse el reconocimiento de corresponsabilidades entre acreedores y deudores, por haber permitido se elevara la deuda a los límites a los que llegó al desencadenarse la crisis, así como la aceptación que los ejes de un nuevo acuerdo tienen que ser las prioridades sociales y de crecimiento económico de los países endeudados. Tenemos que ver también hacia nuestro espacio lógico de integración, hacia donde podamos constituir un bloque territorial con potencial económico suficiente que se equilibre y equipare con el norte de nuestro continente, por las contribuciones que pueda hacer para el progreso común y pueda, al mismo tiempo, diversificar sus relaciones hacia los otros bloques económicos de los países del tercer mundo. Un gran esfuerzo debe emprenderse en los terrenos políticos y económicos para integrar a la América Latina. Es un proyecto viable y en realizarlo esta la garantía de un progreso compartido para todos los pueblos de este continente, del Ártico al Estrecho de Magallanes. La integración Latinoamericana, económica y política, no nos aparta, ni a México ni al resto de los países centro y sudamericanos, de la relación estrecha que se seguirá manteniendo con los Estados Unidos y con el mercado común que forma con Canadá. Trataremos, esa es nuestra lucha, que de esa relación se deriven en todo momento ventajas mutuas, que fortalezcan la complementación económica y que contribuyan al mejoramiento social. Hasta hace unos meses, se veía al mundo dividido en dos grandes bloques, casi inamovibles, y a todos los países evolucionando en sus modelos económicos y políticos hacia los preponderantes en uno u otro de ellos. Era una visión parcial y errónea. Faltaron objetividad y autocritica para reconocer que de uno y otro lado —y sobre todo en las potencias dominantes— las prácticas distaban mucho de las libertades y el humanismo que se proclamaban en el discurso, y en los supuestos 21 teóricos en que se pretendían sustentar las respectivas hegemonías. En el bloque socialista, soplan vientos de cambio que están dando paso a nuevas relaciones dentro de esos países y hacia el exterior. Por otro lado, se mantuvieron siempre, a veces muy soterrados, los movimientos populares identificados con los principios esenciales, empeñados en retomar los compromisos primigenios, que hoy han aflorado en ambas partes del mundo con gran vitalidad. Hay dos hechos que marcan esta época, a partir de los cuales habrán de construirse las nuevas teorías políticas y económicas y a partir de los cuales, también, surgirán sistemas nuevos y relaciones distintas a las que hasta hoy se han desarrollados el derrumbe de los regímenes autoritarios, dogmaticos y centralistas en Europa, y la incapacidad de los modelos neoliberales monetaristas en América Latina para dar solución a los problemas de la economía y de la sociedad. En todos los casos, salvo en las potencias centrales, se trata de proyectos políticos y económicos impuestos desde fuera, exportados, que han sido ajenos al sentir, a las aspiraciones y a los intereses de la gente. Esos fracasos no significan que hayan desaparecido ni el ideal igualitario ni la aspiración democrática. Muestran, simplemente, el fracaso de las desviaciones, las claudicaciones, las incapacidades de la dependencia, y por otra parte, están estimulando la voluntad de los pueblos por retomar los caminos de emancipación abandonados. La gente está decidida a tomar parte en las decisiones y a contribuir en modelar el destino común. Nadie piensa en repetir mecánicamente experiencias del pasado. Sin perder de vista los principios, tomando en cuenta las nuevas condiciones, se ajustan los objetivos y actualizan los procedimientos de la acción. No deben volver a vivirse masacres como la de Tienanmen; fascistas disfrazados de mineros nunca más deben golpear salvajemente a las mujeres rumanas; ni volverse a dar las condiciones de miseria y apremio que condujeron en Argentina y Venezuela al asalto de mercados por hambre. No debe haber más muertes ni violaciones a derechos esenciales en las elecciones mexicanas. No podemos admitir que de nueva cuenta se den hechos que deshonran no sólo a los directamente responsables, sino también a los gobiernos que permanecen pasivos o hacen débiles protestas y a la humanidad entera, como la invasión a Granada en 1983, el amago y los ataques permanentes a Nicaragua desde 1979 hasta hace unos días, o la invasión a Panamá que se inició el pasado 20 de diciembre, que permanece todavía ocupado, con una administración colonial títere, y que muestra un terrible saldo de destrucción y la pérdida de miles de vidas. De esta reunión saldrá un nuevo llamado a los gobernantes y los pueblos de las grandes potencias económicas, que remueva sus conciencias, que despierte sus responsabilidades. Ellos no pueden brindar seguridades en sus propias naciones si fincan su progreso en la miseria de los demás. Y nosotros nos rebelamos y nos rebelaremos si desde fuera se pretende seguir decidiendo nuestra suerte. 22 Los destinos de todos los pueblos se cruzan, son interdependientes. Tenemos, por Io tanto, que modelarlos entre todos. Aspiramos a un mundo donde se pueda reír y crear; donde la vida y las libertades florezcan, sin guerras; en el que no haya explotadores ni explotados, con un orden internacional justo y equitativo; donde la gente participe en las decisiones que norman y afectan su vida política, su comunidad, su trabajo; donde se pueda ir libremente de un lado a otro a conocer, a trabajar, a residir; un mundo que cuide a los niños y abra perspectivas de progreso a los jóvenes..., un mundo de mujeres y hombres iguales y libres. 23 Un llamado a la acción Comunicado de los líderes asistentes a la Cumbre de los Pueblos. Houston, Texas, EEUU. 8 de julio de 1990. Hemos venido a Houston como participantes activos de los movimientos populares, sociales, democráticos y políticos de nuestros respectivos países; para explorar y compartir nuestras preocupaciones, y para fortalecer los vínculos de solidaridad que lleven hacia adelante nuestras luchas comunes para construir sociedades más justas, democráticas y sustentables. La Cumbre Económica de los siete países industrializados (G-7), también se realiza en esta ciudad para discutir y adoptar directrices económicas que nos afectarán a todos. Mientras los eventos políticos y sociales recientes, particularmente los del este de Europa, alejan al sistema internacional de los bloques ideológicos y de las alianzas militares; los países industrializados aún persisten en su intento de hacer una nueva división del mundo entre ellos, creando nuevos bloques dominantes y nuevas esferas de influencia. Frente a estos intentos nos reunimos aquí, haciendo eco a las esperanzas y las voces de millones que no serán escuchadas en esas discusiones. Los países del Tercer Mundo no pretenden servir como apéndices económicos de los nuevos acuerdos. Reafirmamos nuestra convicción de que, hasta que los países del Tercer Mundo y sus pueblos tengan acceso cabal al poder para dirigir sus propios destinos, no seremos capaces de crear un orden económico internacional verdaderamente equitativo y sustentable. Es evidente que mientras el sistema internacional favorezca a los intereses de las naciones altamente industrializadas se frustrarán, al mismo tiempo, las esperanzas de millones de gentes en los países del Grupo de los Siete. Un esfuerzo verdaderamente democrático para organizar la economía mundial no puede ignorar las realidades económicas y sociales. 24 Primero. Es un hecho que para la mayor parte del Tercer Mundo la década pasada ha sido una década perdida. Para Latinoamérica esto ha representado una drástica caída de los niveles de vida, en algunos países a niveles comparables a los existentes cuarenta años atrás. El “Estudio de la economía mundial" más reciente de las Naciones Unidas reconoce que la economía de América Latina ha tenido, en 1989, el crecimiento más bajo de entre todas las regiones del mundo y que podría presentar, incluso, resultados aún más tristes en 1990. En África la declinación económica ya ha alcanzado dimensiones sociales catastróficas. Para las clases pobres y media de los Estados Unidos, la década de los ochenta también fue una década perdida. El salario promedio de los trabajadores industriales decreció por debajo de los niveles de 1973, y la proporción de los ingresos entre los de arriba y los de abajo fue más inequitativa que en 1950 para un 20% de la población. Segundo. La dirección que sigue el agotamiento de los recursos naturales proviene en su mayoría del Tercer Mundo. La tendencia a la concentración de la riqueza en las manos de unos cuantos, que controlan los recursos económicos en ambas sociedades (las ricas y las del Tercer Mundo) no ha disminuido. La deuda externa ha creado un sistema tributario neocolonialista. Latinoamérica, por ejemplo, transfirió en la década pasada cerca de 250 mil millones de dólares al exterior, capital vital para nuestro desarrollo. Además de esta transferencia, miles de millones más han sido extraídos por los ricos, del Tercer Mundo hacia cuentas bancarias en países del Grupo de los Siete. En términos de comercio, constantemente se devalúan las exportaciones del Tercer Mundo. Los intentos actuales de liberalizar el comercio mundial, tal y como lo propone el Grupo de los Siete y que se negocia ahora por medio del GATT, no toma en cuenta ese desbalance. Por cierto, todo parece indicar que será peor. Las economías industrializadas derivan también, grandes beneficios del uso y abuso del poder de la mano de obra del Tercer Mundo. Tercero. Se ha creado un desastre ambiental, debido a más de medio siglo de crecimiento económico desenfrenado. La pobreza y depravación social también ha contribuido a la degradación de los sistemas ecológicos. Mientras que todos los países se ven afectados por este declinamiento ambiental, es la vida de la gente en las comunidades pobres de las aéreas urbanas y rurales que se ve más afectada, llevando una parte desproporcionada de la carga. La injusticia social, la intolerancia política, la caída perenne de los niveles de vida y la destrucción del medio ambiente, continúa caracterizando la vida social en la mayoría de nuestros países. Lo cual está acompañado por lo general de una profunda crisis moral y espiritual. La causa de estas condiciones son, en primer término, las estructuras mundiales injustas y los abusos e imposiciones de los países ricos y poderosos sobre los pobres. Las élites dominantes de nuestros propios países también han contribuido a este predicamento. Ellas se han apropiado de recursos durante siglos, controlando al Estado y subordinando a nuestros pueblos a sus intereses. La ausencia de instituciones democráticas y de responsabilidad pública ha exacerbado la corrupción burocrática, la degradación social, la decadencia ambiental y la subordinación al exterior. 25 En contraste con todos los cambios positivos y las tendencias que se están impulsando y que encontramos en el mundo hoy, estas realidades sociales y económicas abrumadoras no son tomadas en cuenta. Reconocemos estos cambios, pero también debemos afirmar que todavía no vivimos en un mundo mejor. Para millones de personas, tanto en el Tercer Mundo como en los países industrializados, el futuro no ofrece esperanzas. No obstante, una sensación de triunfo ideológico, en los países industrializados, ha creado la falsa noción de que hemos entrado, en definitiva, a una era de libertad y democracia. El derrumbe de regímenes burocráticos autoritarios en el este no puede ser interpretado como la representación de la caída de los ideales sociales. El reemplazo del orden político de la posguerra, en el este, no libera a los países industrializados de occidente de su responsabilidad histórica. El trabajo de construir sociedades más igualitarias, justas y democráticas es el reto más alto que enfrenta la humanidad en el momento de ingresar al siglo XXI. Estos ideales están vivos y son buscados con vigor por los movimientos populares en todo el mundo. La competencia salvaje no es una alternativa viable para los pueblos. O la comunidad internacional construye un orden económico en donde la equidad y la eficiencia se reconcilien, o nuestro mundo enfrentará una decadencia social y ambiental de proporciones inmensas. Demandamos el fin de las condiciones impuestas por los países ricos y sus instituciones financieras internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; el fin de todas las imposiciones del ajuste neoliberal y sus políticas que no toman en cuenta nuestra realidad, y que no aceptan las aspiraciones de nuestros pueblos. No queremos que se nos aísle de los cambios estructurales del mundo que estén en curso: en la producción de tecnología y en el comercio. Sabemos de las dificultades reales para transformar las estructuras de producción, construidas en condiciones de atraso, en una dinámica nueva de integración democrática mundial. Nuestro crecimiento industrial no estuvo acompañado de un desarrollo social y educativo compatible con los nuevos requerimientos de las capacidades técnicas, profesionales e intelectuales. Nuestras políticas de ajuste deben ser de cambios en la producción con equidad, distribución del ingreso y protección ambiental. Necesitamos romper con el pasado, superando nuestras deudas (la externa y la social) y abriendo las puertas de nuestra futura incorporación al progreso tecnológico, en una nueva integración con la economía mundial. La resolución al problema de la deuda externa requiere de decisión por parte de los gobiernos de ambos países: los deudores y los acreedores, En relación al total de la deuda, ésta ya se ha pagado en un monto más que justo. Brasil, por sí sólo, ha pagado 91 mil quinientos millones de dólares entre 1980 y 1988. Con todo, en su mayoría con intereses exorbitantes de acuerdo a las tendencias en el mundo industrializado, la deuda se ha incrementado en 60 mil novecientos millones de dólares en el mismo periodo. También se ha aceptado ya que esta deuda es realmente impagable. Una solución cabal no es simple económicamente pero si políticamente, y como tal debe ser considerada por todos los gobiernos involucrados. Para enfrentar con efectividad al cártel de los acreedores, los deudores deben de diseñar y seguir una estrategia común. Esto es de particular urgencia en el caso de América Latina. Hasta ahora, los países deudores han 26 negociado uno por uno con sus acreedores y con el gobierno de los estados Unidos, en perjuicio de los intereses totales de la región, incrementando la vulnerabilidad de cada uno de ellos. La liberalización indiscriminada promovida por los países industrializados, asume que somos socios iguales cuando es bien sabido que existen grandes diferencias económicas, políticas y sociales entre los países del mundo. Un trato igual a socios desiguales conduce a la profundización de la inequidad. La integración económica en bloques comerciales configurados por los países industrializados no es algo fatal ni inevitable. La integración Latinoamericana no es, bajo ninguna circunstancia, una causa perdida. Es una estrategia conscientemente abandonada por nuestros gobiernos, quienes aceptan pasivamente relaciones bilaterales con los países industrializados. Coraje y una visión política son necesarios para rescatar la integración Latinoamericana como un objetivo viable de nuestros pueblos. En la construcción de un nuevo sistema de relaciones internacionales, el mundo desarrollado tiene una responsabilidad especial en romper con el pasado. Nuestra atención está pendiente de las formas multifacéticas en las que los gobiernos del Grupo de los Siete han combinado la agresión militar, económica, política y diplomática para atacar los logros y las organizaciones democráticas en todo el mundo. Dicha intervención, como la guerra de baja intensidad, debe ser condenada y abandonada como política de gobierno. El tráfico de estupefacientes es un negocio internacional con base en los Estados Unidos. Debemos luchar para eliminar este tráfico, la producción y el consumo de drogas. No podemos aceptar el uso de este problema como una excusa para la intervención política y militar de los Estados Unidos en los países de América Latina, como sucedió recientemente en Panamá. Urgimos a todos los países del mundo a combatir con igual energía la producción, el tráfico y consumo de drogas, pero de forma tal que se respete la soberanía de cada nación. El diálogo de los líderes de los movimientos populares y de los partidos en esta cumbre debe continuar y extenderse para incluir a representantes de otros países. EI desarrollo más importante en este periodo reciente ha sido el crecimiento y la expansión de la actividad de organizaciones no gubernamentales, incluyendo sindicatos y otras organizaciones de trabajadores y agricultores, partidos políticos populares y movimientos populares de base, quienes han crecido en los diferentes países y han comenzado relaciones más allá de las fronteras políticas nacionales, para unir sus manos en la consecución de metas comunes. Nosotros hemos venido aquí para fortalecer los vínculos entre los pueblos. Somos parte de una causa común, que defiende la cultura y las esperanzas nacionales de la gente del mundo en contra de las tendencias de la dominación y el colonialismo. La oportunidad de fortalecer los vínculos de solidaridad en nuestra lucha común y llevar adelante el trabajo que empezamos en Houston para desarrollar una agenda más comprensiva, popular y democrática para el cambio 27 económico y social es, para nuestros movimientos, un recurso de renovada vitalidad para enfrentar los retos de la década del noventa. Solórzano Luiz Inacio Lula de Silva Cuauhtémoc Cárdenas Brasil Adalberto Carvajal Salcedo Colombia México Jesse Jackson Estados Unidos de América 28 Hacia un internacionalismo humanista y fraterno Universidad Complutense (cursos de verano). El Escorial España. Agosto de 1990. Agradezco a la Universidad Complutense y a don José Antonio Escudero, Director, y don Gonzalo Santonja, Vicedirector de los Cursos de Verano, su imitación para participar en estos cursos en El Escorial. Constituye un honor para mí encontrarme entre ustedes y tener la oportunidad de exponer algunas ideas sobre la situación que vive México, los anhelos de los más, los obstáculos que se enfrentan, la relación iberoamericana cómo visualizamos nuestras perspectivas a futuro. Entiendo y recibo la invitación de la Universidad Complutense como la dirigida a un participante activo en el movimiento democrático de México, por la significación que éste ha cobrado en la vida nacional, porque representa un futuro viable para el país, que coincide con las aspiraciones y las luchas de pueblos de todo el mundo por su emancipación y progreso. México accede a la independencia en 1821, después de una lucha iniciada en 1810 contra el poder colonial. No se combatió sólo por la independencia política, aunque ésta fue la bandera que se enarboló y que cobijó toda la lucha. La rebeldía popular se dio además contra la esclavitud, por la libertad de pensamiento; contra las castas y las discriminaciones; por la igualdad, la justicia y los equilibrios —que hoy podemos claramente calificar de democráticos — en el ejercicio del poder. La lucha se enmarcó en una visión con proyección americana. La síntesis más acabada de la propuesta insurgente, que trasciende su tiempo, la encontramos en los Sentimientos de la Nación, dirigidos por José María Morelos al Congreso constituyente convocado por las fuerzas de la independencia (en Chilpancingo, hoy capital del estado de Guerrero, el 14 de septiembre de 1813). Se dice en los Sentimientos: 29 nación, razones... "Que la América es libre e independiente de España y de toda otra gobierno o monarquía, y que así se sancione dando al mundo las “Que la soberanía dimana inmediatamente del pueblo, el que sólo quiere depositarla en el Supremo Congreso Nacional Americano... "Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”. La esencia de esta lucha, el primero de los grandes movimientos sociales del país, caló hondo en la conciencia de la gente y ha ido pasando de generación en generación. Las demandas por la democracia, la igualdad, el bienestar, expresadas en distintas formulaciones, han estado presentes en los otros movimientos sociales que marcan también nuestra historia: la Reforma, al principio de la segunda mitad del siglo pasado, que tiene como motor y eje la lucha por la libertad de conciencia; y la Revolución, que en los inicios de este siglo estalla contra una opresiva y prolongada dictadura, con el lema de "Sufragio efectivo. No reelección". Esas mismas demandas, de ejercicio sin limitaciones de la soberanía nacional, de democracia e igualdad, estuvieron en la raíz de las motivaciones que desencadenaron la gran movilización popular de la contienda electoral de 198788, y lo están en el enfrentamiento que desde entonces vivimos en México, con una intensa participación de la gente, entre dos proyectos nacionales, el del gobierno y el del movimiento democrático. Desde 1982 está ejecutándose un proyecto nacional que en términos de nuestra historia podemos definir como neoporfirista,* al que pueden agregarse, para caracterizarlo en términos menos localistas, los calificativos de monetarista, neoliberal y antidemocrático. *Porfirio Díaz impuso tras un golpe militar una dictadura que se prolongo, formalmente reelección tras reelección, en la práctica fraude tras fraude en las elecciones, de 1876 a1911. Ejerció el poder con una fuerte centralización. Dispensó favores a sus allegados y compró voluntades de disidentes y críticos. Reprimió brutalmente la oposición política. Tuvo importante sustento en el régimen de las haciendas, los grandes latifundios rurales. Produjo una elevada y desmedida concentración de la riqueza en unos cuantos, a costa de la miseria de amplios sectores. Buscó atraer la inversión extranjera, con ventajosas concesiones en ferrocarriles, electricidad, minería, petróleo. Dependió en gran medida del crédito exterior. Fue derrocado por la Revolución. Postula como objetivo central la modernización, que no define con claridad, pero que debe entenderse como la de los aparatos productivos y comerciales. Difiere, perdiéndola en un futuro de varias generaciones, la superación del atraso y las exclusiones sociales. La apertura, la democratización del sistema político, no se plantea ni siquiera como objetivo de largo plazo, menos aún como compromiso del grupo gobernante. El proyecto gubernamental se ejecuta en dos planos: el de su instrumentación política y económica. propiamente dicha, y el de la transferencia 30 del ejercicio real del poder de los grupos que tradicionalmente lo habían venido ejerciendo y compartiendo en las últimas décadas (la alta burocracia política y administrativa, las cúpulas sindicales oficiales, los altos mandos militares, los banqueros y directivos de los principales órganos empresariales), a un grupo constituido por la alta burocracia político-administrativa, en la que hoy tienen un peso relativo mayor los funcionarios del área económica, por los grupos financieros fortalecidos por la especulación; siguen tomados en cuenta los mandos militares, y comparten hoy también las altas decisiones quienes están al frente de los aparatos policiacos a cargo de la lucha contra el narcotráfico, señalados dentro y fuera del país como fuertemente penetrados y beneficiarios del propio delito que tienen la encomienda de combatir. Estos relativamente nuevos depositarios del poder se han venido relacionando entre sí por medio de una tupida red de complicidades y de corrupción, y su proyecto encuentra lógica al buscar consolidarse ahora en el ejercicio del poder, para seguir influyendo las grandes decisiones políticas y económicas más allá del periodo de la presente administración. El grupo gobernante se propuso, desde 1982, desmantelar y en su caso reorientar los logros, instituciones, leyes, formas de organización social y estructuras económicas surgidas de la Revolución mexicana. El gobierno actual pretende consolidar este proyecto introduciendo cambios fundamentales en la Constitución de la República (algunos anunciados oficiosamente) y formalizando, por la vía de acuerdos internacionales, la subordinación a los Estados Unidos. Nunca en la historia de México, se había tenido un grupo gobernante tan obsecuente respecto al gobierno de Estados Unidos, ni tan coincidente con los intereses que en lo interno e internacionalmente hoy defiende y representa. Las políticas del Estado mexicano están entrando al terreno de las inevitabilidades. Sostienen voceros gubernamentales que frente a la información y consolidación de grandes bloques económicos en el mundo, es inevitable la integración económica de México a los Estados Unidos, y por lo tanto, debe buscarse se produzca en las condiciones menos desfavorables que puedan darse. Y que la liberalización comercial, que es la vía para insertar al país en la economía y la competencia internacionales, conduce de manera también inexorable, tanto a la modernización de la planta productiva y a elevar los niveles de vida, como a la liberalización o democratización del régimen político. La experiencia de estos años recientes muestra otros resultados. Lo supuestamente inevitable no sucede, y lo previsible es que de seguirse aplicando las políticas actuales, transcurra la vida de varias generaciones y la miseria continúe profundizándose, la planta productiva siga con un desenvolvimiento totalmente desequilibrado y el régimen político se vuelva cada vez más rígido. No vemos entonces, que la superación de los grandes problemas de México vaya a encontrarse con su integración económica a los Estados Unidos. 31 En primer lugar, no aceptamos que ésta sea inevitable ni menos que sea lo que convenga al país; ni tampoco la alterativa menos desfavorable, de las posibles hoy día. Menos aún podemos considerar como irreversibles las condiciones a las que las políticas entreguistas y neoliberales han llevado al país. En el mundo se han constituido grandes bloques económicos, que avanzan a consolidarse también como importantes alianzas políticas. Algunos estudiosos pronostican que para el final de este milenio, el producto bruto mundial estará dividido en cuatro partes más o menos iguales: una, de los países de la cuenca del Pacifico, los del lado asiático; otra para los Estados Unidos, que Io compartirán minoritariamente con Canadá; una más para Europa, que en los años que faltan para el nuevo siglo habrá que ver si termina en la frontera germano—polaca o si la frontera europea habrá avanzado hasta incluir a los Estados del denominado socialismo real; y la última cuarta parte para el resto del mundo, esto es, América Latina, África y grandes porciones de Asia y de Oceanía. Eso querría decir, en esa visión, en un mundo que se reacomoda con tres bloques hegemónicos (que a su vez tienen hegemonías internas), que el destino irremisible de los pueblos del sur es de dependencia, de atraso, de depredación natural y de exclusiones. Por otra parte, que entre los tres bloques están haciendo o han hecho un nuevo reparto de los territorios mundiales, donde unos -los de ellos- constituyen las nuevas metrópolis, y otros —los nuestros, latinoamericanos, africanos, del sur y suroeste de Asia y de Oceanía— estaremos asignados al sustento y al capricho de las nuevas potencias. Así será y así sería si los pueblos permanecieran sumisos, pasivos, resignados a un mundo de desigualdades y de injusticias. Nosotros vemos al pueblo mexicano y a los pueblos de otras muchas naciones en todos los continentes, inconformes con las situaciones prevalecientes internamente y en lo internacional, y activos en la lucha, primero, por ganar, por hacerse de la conducción de sus propios destinos, y también porque se establezca un orden internacional equitativo y justo. Un nuevo reparto del mundo en la subordinación, sustentando la prosperidad de unos en la miseria de los más, sólo conduce a situaciones y relaciones inestables y pone en riesgo la seguridad de todos, para no hablar de la injusticia. En los nuevos agrupamientos, los países que se unen han buscado compartir potencialidades y ventajas. Una mejor relación Norte—Sur, que deje de ser desigual, puede alcanzarse, no tanto si nuestras naciones son anexadas por los bloques existentes en condiciones de sometimiento, sino constituyendo nuevos agrupamientos que se equiparen, por el potencial que puedan desarrollar, por su peso demográfico, con el mercado común EEUU—Canadá, la Cuenca del Pacífico y la Comunidad Europea. Una Latinoamérica integrada constituiría en el continente la posibilidad, casi única, de romper las relaciones negativas de dependencia respecto a los Estados Unidos, y el poder abrirse a una colaboración internacional mucho más 32 amplia, diversificada hacia otras aéreas económicas y al mismo tiempo más estrecha con los propios Estados Unidos, de la que obligadamente se derivan ventajas y beneficios mutuos. La integración latinoamericana es un proyecto viable y, mientras se da plena, entre países de nuestro continente y de otros continentes podemos conjuntar esfuerzos para dar soluciones mejores a problemas que nos son comunes: los altos endeudamientos con el mundo industrializado, una inserción en condiciones favorables en los mercados y en la competencia mundiales, detener la depredación de nuestros recursos naturales, entre otros. La integración de México a Estados Unidos, en las actuales condiciones, sólo prolongaría indefinidamente la situación existente. Las principales contribuciones mexicanas en la relación con nuestros vecinos, seguirían siendo una mano de obra barata y capitales (los que se van para cubrir el servicio de la deuda y los que siguen fluyendo para depositarse en el exterior). No se abrirían oportunidades nuevas. La iniciativa para las Américas, lanzada recientemente por el presidente Bush, propone una colaboración más estrecha entre los Estados Unidos y el resto del continente. La plantea más cercana, hacia la integración, siempre subordinada, primero con México. Para absorbernos es para lo que hoy tiene capacidad la economía norteamericana. En pasos subsecuentes se irían dando, también en condiciones de dependencia (sin renunciar a ejercer mientras tanto una hegemonía política y económica, como desencarnada y casi contemplativamente ha vivido el mundo la nueva tragedia de Panamá), las de los demás países latinoamericanos. Ese no puede ser el destino de nuestros pueblos. Lo sucedido hasta ahora no era inevitable ni es irreversible. Nuestra respuesta soberana debe ser la integración económica y política de América Latina. Es, insisto, un proyecto cabalmente realizable. En nuestra época hemos sido testigos de los fracasos de dos sistemas, que las potencias hegemónicas impusieron en muchos países. En Europa oriental hemos visto, y vemos aún, como se disuelven, como se desintegran, al igual que castillos de arena cuando llega la ola, los regímenes de partido de Estado, autoritarios, dogmáticos, centralizadores. En América Latina, los modelos monetarios neoliberales muestran día con día su incapacidad para dar solución a los problemas sociales y de la economía. Ejemplos de ello se tienen múltiples, en Chile, Argentina, México, Venezuela, Brasil, Bolivia, y creo que podemos agregar un etcétera. En Europa los cambios están en curso, aceleradamente. Los pueblos han adecuado o están adecuando sus sistemas políticos, tornándolos plurales, abriéndolos a las prácticas democráticas; y reestructuran sus economías, al plantearse hacerlas de mercado y de competencia. Los intereses, muy conocidos en 33 el continente americano, del intervencionismo y la dependencia están al acecho. El futuro, cuáles puedan ser los puertos de arribo de las reformas económicas y de la nueva edificación social, es todavía incierto. Del otro lado del Atlántico, en nuestra América, con una terquedad que sólo explican los enormes beneficios que continúan derivando de ellas los grupos dominantes en nuestros países y sus asociados del mundo industrializado, se sigue insistiendo en mantener vigentes las políticas diseñadas y administradas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que han tenido y tienen alto costo social de miseria, atraso y exclusiones, y que se realizan—por otro lado— con una gran irracionalidad económica. En México sufrimos por partida doble. De un lado, los efectos de la inhumana ejecución del modelo económico neoporfirista; por otro, las consecuencias de la extendida corrupción en que se sustenta y las limitaciones al ejercicio de derechos y libertades fundamentales que impone, para subsistir, el régimen de partido de Estado. Los fracasos de esos sistemas, en uno y otro continentes, no obedecen a que los pueblos hayan rechazado el ideal igualitario o renieguen de su aspiración democrática. Lo que se hace evidente es el fracaso de las desviaciones de principios esenciales, de las claudicaciones y traiciones, de las relaciones desiguales, la corrupción y los modelos políticos y económicos exportados e impuestos contra la idiosincrasia de los pueblos y los intereses nacionales. Los problemas, huelga decirlo, no están totalmente superados. Hay un largo trecho por andar. Cómo vayan a estructurarse las economías de los países de la Europa oriental, en cada uno de ellos y en su conjunto; cómo vayan a insertarse en la competencia mundial y en qué términos y condiciones a vincularse con los tres grandes bloques económicos, hegemónicos en el mundo capitalista, son todavía incertidumbres. Cegándose con la carrera armamentista, no hubo capacidad para sostener el ritmo del adelanto científico y tecnológico que en el mundo de hoy demanda la competencia comercial, adecuando a ello sus estructuras y relaciones productivas, ni de asegurar un mejoramiento sostenido de las condiciones de bienestar. Las burocracias políticas de aquellos países fueron brutalmente insensibles a la exigencia popular de libertades, y ante las protestas —sordas o abiertas— por la imposición de restricciones económicas externas, producto de una gestión ineficiente. No se ve que surjan aún las formas políticas nuevas. Son fuertes las voces de la privatización, las que hacen de ésta principio ideológico y proclama política. Se habla de inversiones de los países industrializados en el Este. Hay quienes apuestan a que en ellas se encontraré la solución de los problemas económicos y la senda hacia el bienestar. Son muchos los ajustes, las adecuaciones que aún deben hacerse a los aparatos productivos y a las relaciones de los trabajadores en ellos. Poco hemos escuchado de compromisos para preservar los logros alcanzados: el hambre vencida, el acceso a la educación, el trabajo como derecho universal, el cuidado al niño y a la madre. 34 América Latina es un continente en efervescencia. Las políticas monetaristas no hacen más que acrecentar los desajustes y las presiones sociales. La caída de las dictaduras en el sur, no trajo como consecuencia el crecimiento de las economías con estabilidad, ni el mejoramiento de las condiciones de bienestar de la gente. Los impiden relaciones internacionales desiguales y estructuras internas que discriminan y privilegian. En la mayoría de nuestros países, se ha cobrado conciencia que es por la vía de la participación como podrá encauzarse adecuadamente la solución de los problemas que afectan a las mayorías. Eso explica las grandes movilizaciones electorales de México, Chile, Brasil, Colombia, Perú. La respuesta popular se dio en favor de alternativas democráticas, plurales, que es necesario seguir fortaleciendo tanto internamente como a través de llevar a cabo acciones continentales. Existen grandes retos para quienes luchamos por libertades plenas, particularmente en los países de uno y otro lado del Atlántico, donde está resultando evidente el fracaso de los modelos exportados. No es sólo seguir luchando por la democracia y la igualdad en los terrenos de la movilización, de las elecciones, de la organización. Es indispensable también elaborar intelectualmente, proponer. No se trata de formular nuevas teorías o tesis que se dogmaticen, que se hagan oficiales, ni que pudiera desarrollarse una filosofía con pretensiones de ser única. Las experiencias recientes nos ensenan que el camino es el de la diversidad, el de las alternativas múltiples, el del vigor que dan la pluralidad y las coincidencias. Hay principios que guían y enmarcan la edificación social, cuya consolidación en los derechos se viene buscando desde muy atrás. Los pueblos se han movido en aras de la igualdad, la erradicación de la miseria, queriendo hacerse dueños de la conducción de sus destinos, tratando de establecer un orden internacional justo; se han movido contra opresiones, injusticias, marginaciones y se han brindado generosa y valiente solidaridad. Ni los modelos políticos que han caído, ni los que hoy estén sujetos a serios cuestionamientos o los aparentemente más consolidados, estén dando solución de fondo a estos problemas que bien podemos llamar ancestrales. EI mundo nuevo no habrá de encontrarse si de nuevo se recorren los caminos que condujeron al capitalismo de sentimientos primitivos, creador de injusticias, ni al socialismo denominado real, que tan distante fue a quedar de los ideales de igualdad y de libertades. Sobre muchas cuestiones importantes debemos pensar, para elaborar a propuestas que puedan llevarse a la discusión más amplia: como establecer relaciones equitativas en nuestra simultánea condición de trabajadores, consumidores y usuarios; en esas condiciones múltiples, qué intervención deba tenerse en la gestión del aparato productivo para que éste cumpla su función 35 social; qué modalidades y funcionas debe cumplir la propiedad; cuál es el papal del Estado en una democracia de amplia participación social; qué transformaciones, para tornarlas socialmente útiles y para que impulsen la estructuración de un orden internacional justo, debieran sufrir las transnacionales y las interdependencias que han desarrollado, los sistemas bancarios y financiaros (principalmente de los países industrializados), las actúales economías hegemónicas, las industrias bélicas, las redes que dominan la comunicación y las industrias de la información. Las formas nuevas que surjan deben garantizar la participación de la gente en aquellas decisiones que modelan sus destinos, que afectan su vida individual, la familia, su trabajo, su comunidad, al país, la relación internacional. Las mujeres y los hombres, su dignidad y su bienestar, al disfruta pleno de sus libertades y al ejercicio cabal de sus derechos, la práctica de un internacionalismo no de las armas sino de la concertación, humanista y fraterno, deban ser los objetivos y eje de la nueva institucionalidad política, de la construcción social, del desarrollo económico y la colaboración internacional. Con España tenemos afinidades en aspectos muy variados. Compartimos cultura e idioma, aunque existan también otras culturas y otras lenguas en nuestras naciones. Nuestros destinos fueron uno durante trescientos años. A pesar que en algunos periodos podamos haber recorrido caminos apartados, nunca nos sentimos lejanos; y los acontecimientos en nuestros países, en uno y otro lado del Atlántico, en el arte y la cultura, en la vida social y en la política, al considerarlos propios, despertaron siempre la polémica y las pasiones. Los españoles entienden, en este nuevo acomodo del mundo, porque conocen nuestro carácter y compartan nuestras aspiraciones, que nunca podríamos aceptar una condición subordinada para nuestros países, ni al ser considerados reservas para cuando algo falta a los poderosos. Otros lucharon antes; con las ideas, en el debate, con la pluma, organizando socialmente. Hoy somos nosotros los que recogemos la estafeta en la lucha por las mismas causas, por colocar a nuestros países en planos de igualdad política con todos los demás, y por un desenvolvimiento económico que permita a la gente vivir con dignidad y abra a todos oportunidades crecientes de superación. España debe y puede constituirse en el mejor vínculo de Latinoamérica con la comunidad internacional, de manera especial con esta Europa unida, para que pueda darse una colaboración que tenga como objetivos superar atrasos sociales, dar acceso para compartir los nuevos conocimientos y los avances de la ciencia y de la técnica, utilizar con racionalidad económica y social nuestras respectivas potencialidades y ventajas comparativas, una colaboración que contribuya al cumplimiento cabal de los tratados y compromisos internacionales, que favorezca, efectivamente, el surgimiento de un orden internacional equitativo y justo. 36 La agenda de la soberanía, la justicia y la democracia Convención de la Federación de Trabajadores de Columbia Británica. Columbia Británica, Canadá. 30 de noviembre de 1990. Nuestro encuentro aquí, hoy, es no sólo el primero entre canadienses y mexicanos con una causa común, sino que constituye el principio de una relación duradera, substantiva y fructífera entre las fuerzas progresistas de dos países que en el pasado siempre limitaron sus relaciones a los contactos burocráticos y oficiales. Esta reunión es, sobre todo, un reto para las fuerzas en favor de la verdadera democracia, de los trabajadores, de las organizaciones populares, de los defensores del medio ambiente, los grupos religiosos e intelectuales que están tratando de construir —en ambos países— una visión de futuro que sea soberana y justa, equitativa y democrática. Otro encuentro, sostenido la semana pasada en la ciudad mexicana de Monterrey, entre Carlos Salinas y George Bush, es la expresión de una relación internacional que no respaldamos. Los dos gobiernos, de México y los Estados Unidos, pretenden estar envueltos por un nuevo espíritu de amistad. Pero tras esa fachada esta la realidad de un gobierno subordinado, que sin orgullo se rinde a las demandas económicas y políticas de un vecino preparado para el conflicto, que mantiene su agresividad. Ya vamos tarde. Otro tipo de agenda se está construyendo, mucho más rápidamente de lo que hubiéramos podido imaginar. Es la agenda de Monterrey, que no está orientada para crear una nueva relación continental sino a subordinar a nuestros dos países al vecino coman, los Estados Unidos. Nuestro objetivo es unir fuerzas con ustedes y con nuestros amigos, aliados y contrapartes en los Estados Unidos, para construir el tipo adecuado de relación entre nuestras tres naciones, no la relación equivocada. Nuestra finalidad hoy es desarrollar juntos una relación continental justa, soberana y democrática para el siglo XXI. 37 Nuestra visita a Canadá tiene lugar en una coyuntura crítica de nuestra lucha en México por transformar nuestro sistema político. Entre los muchos sistemas autoritarios, monopartidistas que florecieron en el siglo XX, el régimen de partido de Estado en México ha probado ser uno de los que tienen mayor capacidad de recuperación. Esto puede en parte explicarse por las tradicionales habilidades del sistema político mexicano para adoptar cualquier doctrina, ideología o política que se consideren de moda en el resto del mundo. Hoy, al adoptar las políticas radicales de libre mercado tipo Reagan, que son tan populares en los organismos de crédito internacional, en las corporaciones conservadoras y transnacionales a lo largo del mundo occidental, el régimen autoritario de México ha encontrado aliados fuertes y ha obtenido nuevas fuentes de apoyo político y de financiamientos. La aparente apertura de la economía mexicana al resto del mundo ha tenido de hecho, como resultado, que el pueblo mexicano quede encerrado tras una muralla de intolerancia política, violaciones a los derechos humanos, fraude electoral y creciente desigualdad social. Desde 1988 el pueblo mexicano ha estado librando una creciente lucha por la democracia, que ha sido virtualmente ignorada por la opinión pública mundial, engañada con la retórica del mercado libre de la presente administración. En elecciones estado tras estado, a lo largo y ancho del país, los votos locales han dado al electorado mexicano la oportunidad de expresar su deseo por la democracia y el cambio, sólo para enfrentarse con un muro de corrupción, violencia y represión. Por lo menos ochenta personas han sido asesinadas desde 1988 en la batalla contra el fraude electoral. Este pesado tributo empieza a reducir las perspectivas para un cambio democrático pacífico en México. Las elecciones municipales del 11 de noviembre, en los estados de México e Hidalgo, constituyen un ultrajante ejemplo de fraude electoral. Muchos de nuestros partidarios, una parte importante del electorado, simplemente se quedaron en casa, desanimados o activamente impedidos de votar por las tácticas del gobierno. El régimen priísta celebró los bajos resultados como una victoria mayor, que fue, por encima de todo, una pasmosa derrota para la democracia. El gobierno contaba con desalentar el sentimiento democrático mediante la intimidación a los votantes. Esta política parecía, al principio, tener éxito. Pero el 20 de noviembre, mientras nuestro país celebraba el 60 aniversario del inicio de la Revolución mexicana, y en contra de las predicciones de todos los observadores políticos, más de 50 mil personas se reunieron en la plaza central de la Ciudad de México, en la manifestación política más grande contra el fraude electoral desde los tensos días del verano de 1988. Este es el México que encontramos y admiramos más y más en nuestros constantes viajes por la República. Este es el México en el que contamos y en cuyo nombre quisiéramos construir una relación continental. Pero el pueblo mexicano, como todos los pueblos que en los años recientes, sea en Europa oriental o en Chile, en Filipinas o en Haití, han librado con éxito una batalla por la democracia, 38 espera el apoyo de los demócratas de todo el mundo. Sabemos que la larga tradición democrática de Canadá no decepcionara a nuestros compatriotas. En nombre de libre comercio, el gobierno mexicano y sus aliados en Washington quieren que el mundo ignore a ese otro México. Su agenda de libre comercio es simple y estrecha: México venderá barata su mano de obra para atraer capital extranjero, que a su vez garantizará la sobrevivencia de uno de los últimos regímenes políticos autoritarios que quedan en América Latina. Salarios bajos, prácticas sindicales antidemocráticas, la desafortunada falta de regulaciones y restricciones ambientales, condiciones de trabajo insalubres y riesgosas, y consumidores desprotegidos, son presentados orgullosamente por el gobierno mexicano como los activos de las ventajas comparativas en la lucha por la competencia internacional. Al mismo tiempo, el gobierno disfraza la forma en la que los verdaderos activos de México, particularmente el petróleo, se venderían en el paquete del libre comercio. Nos oponemos categórica e irrevocablemente a este tipo de acuerdo de libre comercio. No corresponde al interés de México, pero tampoco favoreceré los intereses de la mayoría de los habitantes de Estados Unidos y Canadá. No es la forma de proceder. Los niveles de vida en su país y los logros laborales y sociales existentes desde tiempo atrás se perderán, mientras los trabajadores mexicanos no se verán mejorados. Por el contrario, creemos que con un tipo de pacto correcto, la gente de las tres naciones puede resultar favorecida. El acuerdo que contemplamos y queremos impulsar juntos debe ser un verdadero pacto continental de desarrollo y comercio. También entendemos que una amplia mayoría de canadienses parece haber llegado a la conclusión que el acuerdo de libre comercio EEUU-Canadá ha sido un mal negocio, y ahora quieren abrogarlo. Creemos que los canadienses pueden resolver mejor los problemas que tienen con el acuerdo de libre comercio, uniéndose con nosotros en una estrategia común para diseñar e instrumentar un modelo nuevo para las negociaciones continentales sobre comercio. No nos oponemos a negociar un pacto continental de comercio y desarrollo con Canadá y los Estados Unidos. Sostenemos que el comercio debe ser visto como un instrumento para el desarrollo, y que un nuevo tipo de modelo de desarrollo debe estar en el centro de cualesquiera negociaciones continentales sobre comercio. Consideramos entonces, que se requiere una relación y un modelo alternativos para que las negociaciones continentales sobre comercio respondan a las necesidades de desarrollo en las tres naciones. Un acuerdo alternativo debiera incluir una carta social y basarse en normas comunes respecto a derechos laborales, sociales y del ambiente. Asimismo, un pacto continental de esta naturaleza fortalecería nuestra lucha interna por la democracia, y propiciaría un mejoramiento significativo en la situación de los derechos humanos de los mexicanos en México y en los Estados Unidos, así como en los términos de la competencia política en México. Este arreglo debiera también garantizar los derechos soberanos de cada nación para desarrollar sus propios 39 recursos naturales, particularmente el petróleo, para satisfacer las necesidades de su gente. Los canadienses saben por experiencia la gran importancia que los Estados Unidos dan al petróleo y a los recursos naturales. La única limitación expresa que el gobierno mexicano ha puesto respecto a las demandas norteamericanas de libre comercio, es la propiedad y dominio sobre los hidrocarburos. No creemos que el gobierno mexicano sea capaz o tenga intenciones de resistir las presiones y tentaciones en torno al petróleo. A fin de cuentas, sabemos que los negociadores del gobierno mexicano abrirán nuestras reservas petroleras a la inversión extranjera. Grandes compañías transnacionales decidirán como, cuando y con qué propósitos deberán utilizarse los hidrocarburos mexicanos. De igual manera, una fórmula se incluiría para asegurar a los Estados Unidos un suministro estable del crudo mexicano, independientemente de los derechos soberanos de México. Anticipándonos, creemos que si el petróleo es tan importante para Estados Unidos, que manda 400 mil soldados a pelear por él al golfo Pérsico, es suficientemente importante para que México lo defienda con igual determinación. Un amplio acuerdo multilateral es, por definición, un mejor acuerdo que uno bilateral limitado a cuestiones de comercio e inversión. Dos acuerdos separados —entre Estados Unidos y México por un lado, y entre Estados Unidos y Canadá por el otro- equivalen a un matrimonio por poder. Estados Unidos optimiza los desequilibrios de su relación con cada uno de nosotros. Estados Unidos deriva obvias ganancias y minimiza las concesiones al negociar separadamente con cada uno de nosotros. Este procedimiento simple fortalece al socio más fuerte. Desde el principio, nuestra nueva relación debe ser un entendimiento trilateral en el que los beneficios, costos e intercambios se acuerden entre los tres socios, en la misma mesa. Aunque este pueda ser inicialmente un proceso prolongado, a largo plazo es la forma más eficiente de proceder. Dadas las disparidades de las tres economías, y el hecho de que la economía mexicana trae su mano de obra barata y sus recursos a la agenda continental, Canadá se verá afectado bajo cualesquiera circunstancias. Así, resulta mucho mejor para los canadienses comprometerse en un proceso de construir una alternativa de un pacto continental de comercio y desarrollo, a fin de verdaderamente encontrar una forma equitativa de compartir los beneficios del crecimiento y el desarrollo continentales. Dentro de este marco, la participación de Canadá podría constituir un contrapeso para México, una alianza para negociar y una fuente de experiencias. Es un contrapeso porque muchas de las demandas de México son similares a las de Canadá. Este es el caso, por ejemplo, de abatir tarifas y barreras no arancelarias federales, estatales y locales en los Estados Unidos; proteger sectores importantes, estratégicos de nuestras respectivas economías, que podrían ser hundidas por las firmas norteamericanas; salvaguardar aspectos importantes de nuestros respectivos estados de bienestar que, cualesquiera que sean sus inconvenientes e ineficiencias, son todavía superiores y más equitativos que sus equivalentes americanos. 40 Una forma de mejorar verdaderamente las condiciones de trabajo en México, es evitar encerrarse en una situación laboral de bajos salarios, sin sindicatos, carentes de reglas de seguridad e higiene. Además, México y Canadá son, ambos, importantes productores de energía, con vastos recursos energéticos no desarrollados que deben conservarse para generaciones futuras y administrarse en función del interés nacional. Estados Unidos es un ávido importador de energía. Quisiéramos ver a México y Canadá desarrollar un nuevo acuerdo continental que reflejara con mayor fidelidad los derechos e intereses de los productores de energía. Pero también, las dudas en Canadá con respecto a las ventajas y desventajas del libre comercio, son quizá más similares a las que surgen en México que al aparente entusiasmo americano. Si a ésta agregamos la experiencia negociadora que Canadá ha adquirido con los años, junto a la movilización popular y al amplio debate democrático que ha tenido lugar en su país, creemos que la participación de Canadá en un nuevo modelo fortalecería significativamente la posición de México. De igual manera, los argumentos de Canadá podrían quizá ver su credibilidad aumentada si estuvieran apoyados por una posición mexicana decidida. Tenemos una visión del tipo de desarrollo y de relación continental que queremos impulsar. No podemos aceptar el argumento de que cualquier crítica a los acuerdos de libre comercio en curso está descalificada porque estamos contra las tendencias mundiales y las ideas "modernas", que simplemente estamos tratando de preservar estructuras anacrónicas. Por el contrario, aspiramos a un mundo más integrado y a un marco continental para el desarrollo en el que el progreso científico y tecnológico se comparta para traer mejoramiento social. Eso sólo puede ser producto de liderazgo real, no de inercia económica. Debe surgir de la participación democrática, no de la imposición autoritaria. Debe plantearse en tiempos prudentes y responsables, no en apresuramiento determinado electoralmente. Debe buscar que verdaderamente se eleven los niveles de vida de los mexicanos, pero no a expensas de las ganancias de los trabajadores americanos y canadienses. Finamente y por encima de todo, no debe ir en detrimento de la dignidad de los mexicanos, canadienses o americanos, de sus recursos y medio ambiente, no debe ir contra nuestro futuro común. 41 Iniciativa Continental de Desarrollo y Comercio Nueva York, EEUU. 8 de febrero de 1991. Enfrentamos un reto con el que ninguna otra generación de estadunidenses, mexicanos o canadienses se ha encontrado: preparar el futuro creando un marco de auténtica cooperación continental. Si tenemos éxito y establecemos un mecanismo para compartir con equidad nuestros respectivos talentos y recursos, nuestras economías se fortalecerán y nuestros pueblos vivirán mejor, no a expensas de la riqueza del vecino sino gracias a la prosperidad de todos. Sin embargo, no debemos engañarnos con falsas ilusiones o autocomplacencias esa prosperidad compatible y equitativa no llegará automáticamente. Para tener una nueva relación y hacer las cosas correctamente, los mexicanos y los norteamericanos en particular, debemos reconocer que las premisas existentes para nuestra integración económica no son las necesarias para construir una nueva relación, viable y justa. La explotación de mano de obra barata, energía y materias primas, la dependencia tecnológica y la débil protección ecológica, no debieran ser los puntos de partida sobre los que México estableciera sus ligas con los Estados Unidos, Canadá y la economía mundial. No podríamos estar satisfechos con el tipo de futuro que surgiera de la simple liberalización económica, que sólo extrapolaría las tendencias actuales y agudizaría las fallas. En vez de ello, debemos actuar con visión, tratando de asomarnos y yendo al encuentro del futuro, no simplemente esperándolo. Seamos responsables y prudentes: no cualquier clase de comercio constituye un intercambio mutuamente ventajoso; no cualquier tipo de inversión va a transformar nuestras bases productivas y crear los empleos y los ingresos que queremos para nuestra gente; no cualquier industria va a optimizar el uso de nuestros recursos y proteger nuestro ambiente; no cualquier negocio es una empresa responsable. La liberalización económica no es nuestro objetivo, es sólo una de nuestras herramientas. El desarrollo, la justicia social y un ambiente limpio son nuestros objetivos. Estamos en favor de un amplio pacto continental de comercio y desarrollo que considere, de entrada, el libre comercio entre México, Estados Unidos y 42 Canadá; y que corresponda, al mismo tiempo, al interés del desarrollo de México y no afecte las normas de bienestar de Estados Unidos o de Canadá. Sabemos que hay quienes consideran que cualquier acuerdo es mejor a que no haya acuerdo; que para México, cualquier acceso al mercado americano es base suficiente para aceptar indiscriminadamente las demandas americanas, ya que ese acceso es condición tanto necesaria como suficiente para el desarrollo de México. Rechazamos esa posición. El comercio, insistimos, debe ser un instrumento del desarrollo, no un fin en sí mismo. La inercia de tendencias del pasado y actuales, así como los errores cometidos en la instrumentación de nuestras estrategias de desarrollo —falta de visión, ausencia de toda credibilidad democrática, corrupción, mala administración y demagogia— han dejado al país sin resolver, en buena medida, sus problemas sociales seculares. El régimen de partido de Estado y un desarrollo distorsionado han producido atrasos sociales y la atrofia del Estado, y crearon también empresas y mercados igualmente distorsionados. Hasta ahora, la privatización y liberalización de la economía mexicana no han traído consigo un impulso económico autosostenido, ni mejorado la iniciativa empresarial o la innovación tecnológica nacional; tampoco ha propiciado mercados más libres o más competencia, sino que ha logrado, más bien, mayor concentración de la riqueza en unos cuantos y una dependencia más profunda del capital y la creatividad extranjera. Queremos que los mercados mexicanos funcionen, estamos a favor de una mayor y más equitativa competencia dentro de México y entre México y el resto del mundo, y sabemos que esto no puede lograrse por el simple hecho de privatizar los monopolios estatales. Es necesario alentar el crecimiento de una clase empresarial progresista, moderna y vigorosa que México nunca ha desarrollado. Una gran parte del sector privado nacional tendrá que aprender a sostenerse por sí mismo y a obtener sus beneficios de su iniciativa y competitividad, y no ya de compartir la corrupción con altos funcionarios del gobierno. El desarrollo debe traducirse en el surgimiento de economías de escala; firmas grandes donde la producción y la comercialización lo requieren y empresas medianas y pequeñas regadas por todo el país. La preservación del núcleo de la capacidad reguladora del Estado mexicano no debiera ser una cuestión a negociar. Es necesario instrumentar una estrategia nacional de desarrollo, superar el atraso social y transformar el sistema económico en su conjunto. Es absolutamente inadmisible que en la división internacional del trabajo entre los tres países, se asigne a México el papel de suministrador permanente de mano de obra barata. Elevar los niveles salariales y las condiciones de trabajo en la dirección general de los usuales en Estados Unidos o Canadá, en lugar de sistemáticamente reducir nuestros salarios e ingresos para atraer a inversionistas renuentes, es una razón principal para buscar nuevas formas de integración económica. 43 Sabemos que el reto de hoy es convertir el combate contra la pobreza en un verdadero esfuerzo económico, en el cual la riqueza no sólo se distribuya sino que se genere por el esfuerzo mismo de erradicar la miseria. Para hacer eso sabemos también que no debiéramos confundir la inversión productiva con la inversión social, y no pedir a una lo que sólo la otra puede dar. El desarrollo no es solamente el asunto de desarrollar países. Hoy está claro para todos, pero sobre todo para los norteamericanos, que no pueden aislarse de la miseria, las carencias, la injusticia y la degradación ambiental de sus vecinos. Si el norte no adopta de nuevo un ideal humanista de desarrollo, la cooperación internacional se verá obstaculizada por la contaminación, el deterioro urbano, el crimen, el consumo de drogas y la intolerancia. Y la responsabilidad de resolver estos problemas vinculados entre sí no es únicamente del mercado. Lo que también debemos encontrar es como hacer para que el proceso de desarrollo sea compatible, tanto para los millones de mexicanos empobrecidos como para los intereses y el bienestar norteamericanos y canadienses. El núcleo de un pacto para el desarrollo debe ser la creación de empleos bien remunerados en México, y el incremento de la productividad del trabajo en los tres países. Falsos profetas del determinismo económico dicen que no tenemos otra opción, sino enrolarnos en un bloque internacional determinado. Sin embargo, hay una cosa respecto a la cual los países como México no tienen otra opción: redistribuir el ingreso y promover el desarrollo social, concibiendo nuevas estrategias en consonancia con la economía mundial. No podemos aceptar el orden actual sin tratar de negociar las mejores condiciones posibles para nuestra gradual integración internacional. El Pacto Continental de Comercio y Desarrollo que proponemos ofrece una oportunidad para realizar un nuevo diálogo norte—sur, no ya más con el sólo propósito de redactar declaraciones, sino para firmar pactos económicos y compartir compromisos de desarrollo reales. Lo que queremos crear no son bloques defensivos o clubes exclusivos, sino un nuevo sistema de cooperación entre países desarrollados y en desarrollo. El reciente tropiezo de la Ronda de Uruguay del GATT ha estimulado a los sostenedores del bilateralismo en las relaciones comerciales. No debiéramos caer en esa tentación. Rechazamos la noción de que el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos, Canadá y México sea el primer paso de una serie de tratados bilaterales de libre comercio entre Estados Unidos y sus vecinos latinoamericanos. La verdadera dimensión hemisférica de un pacto continental debe basarse en el principio del multilateralismo. Si México, los Estados Unidos y Canadá son capaces de moldear sus respectivos objetivos de desarrollo en un entendimiento que no tenga precedentes, ese consenso debiera tornarse en el centro de un nuevo proceso alternativo de negociaciones multilaterales para la integración hemisférica. El Caribe y Centroamérica podrían incorporarse primero, seguidos después por las naciones andinas y del sur de Sudamérica, que podrían simultáneamente avanzar en sus proyectos regionales de integración económica. El logro de esta y otras metas, es un reto a nuestra habilidad para ir un paso adelante de nuestro tiempo. Lo que necesitamos no es un tratado de libre comercio 44 rígido, que reproduzca el poco satisfactorio modelo de TLC ya suscrito por los Estados Unidos con Canadá; ni tampoco podemos seguir un modelo convencional de mercado común. Si la inclusión de Canadá en las pláticas significa que México va a ser simplemente un firmante más del TLC entre Canadá y Estados Unidos, con pocos ajustes y modificaciones, en ese caso, nos opondremos enérgicamente a ese acuerdo. Los pactos existentes constituyen sólo referencias vagas para lo que realmente necesitamos. En el caso de México, los Estados Unidos y Canadá, enfrentamos un intento sin precedentes para alcanzar acuerdos entre tres economías agudamente diferentes. Proponemos una negociación ambiciosa con base en un planteamiento coherente, integrado, global, que conduzca a un pacto de libre comercio y desarrollo amplio, visualizado a largo plazo y de alcances continentales. El TLC propuesto, que hoy está sobre la mesa, aun cuando no tiene la amplitud del que proponemos, no es en sentido estricto un trato de comercio incluye la agenda norteamericana ligada al comercio inversión, servicios, propiedad intelectual, energía—, pero deja afuera la agenda mexicana vinculada al comercio —inversión compensatoria, movilidad laboral, ecología, un compromiso social. El tratado alternativo que proponemos consiste de cinco paquetes de negociación claramente definidos. Uno, las materias estrictamente comerciales; dos, la adopción y armonización de las normas en las áreas siguientes: inversión, reglamentación anti monopólica, un compromiso social, la ecología y la propiedad intelectual; tres, inversiones compensatorias; cuatro, mecanismos para el arreglo de controversias; y cinco, movilidad laboral. Comercio Los criterios guías para que se dé el libre comercio deben ser que la reciprocidad no es aplicable todavía, salvo en circunstancias muy especificas y excepcionales; que el acceso norteamericano y canadiense a los mercados mexicanos en aquellas áreas aun protegidas debe ser gradual, selectivo y amortiguado con los adecuados recursos adicionales; y en cuestiones estrictamente comerciales, que este pacto debe más que nada ser un acuerdo que quite o reduzca las barreras no arancelarias de los Estados Unidos. Debido a las disparidades existentes entre las dos economías y al hecho de que México, correcta o equivocadamente, ha hecho ya tanto en términos de conceder acceso a sus mercados, debiera tener más tiempo que los Estados Unidos para eliminar subsidios, remover las restricciones que aún quedan y poder proteger no sólo industrias nacientes, sino ramas completas de la industria y los servicios mientras determina cuales partes de su actividad económica pueden ser competitivas en la economía mundial, y desarrolla nichos para ellas. México es particularmente vulnerable en el área de servicios, donde una competencia total con firmas norteamericanas —en la banca, ingeniería, seguros y otros campos— podría destruir partes vitales de sus servicios. Es a menudo el ingenio, la iniciativa o aun razones arbitrarias, así como las oportunidades creadas por el comercio internacional, lo que determina los nichos 45 en un país dado. México tiene algunas áreas donde ya es competitivo: vidrio, cemento, cerveza, partes automotrices. Hay otras que están determinadas naturalmente. La más significativa es la del petróleo, desde la energía hasta la industria petroquímica. En el campo de los servicios, México tiene un amplio horizonte por delante. El tratado debiera incluir provisiones que permitieran a México seleccionar aquellas industrias, y determinar cómo y cuándo desarrollarlas. De igual modo, debieran establecerse provisiones mediante las cuales las políticas sociales de México —subsidios, educación, vivienda, salud— no debieran considerarse como prácticas comerciales desleales durante un periodo importante. Como estrategia general de desarrollo, el objetivo de México debiera ser cambiar todo el esquema de las maquiladoras, como un primer y muy importante paso. Reglas de origen debieran diseñarse con este propósito. Después de más de veinticinco años de operación, las ligas de las maquiladoras con el aparato productivo mexicano siguen siendo virtualmente inexistentes. Las maquiladoras han creado cerca de medio millón de empleos en veinticinco años y han generado algún apoyo a la balanza de pagos. Sin embargo, muchas de ellas provocan fuertes daños ecológicos y en ninguna parte es tan grave como en ellas, la distancia existente entre el crecimiento de la productividad y el de los salarios, ni tan largo el periodo en el que los salarios reales han permanecido tan bajos, comparados con los de cualquier otro sector. Esto prueba que bajo este tipo de arreglo, no puede esperarse que los salarios y las condiciones de vida en México se eleven significativamente. La agricultura de subsistencia, que produce la mayor parte de los granos básicos de México, debe retirarse de la mesa de las negociaciones. Millones de campesinos se verían echados de sus tierras si sus formas de producción ineficientes, atrasadas y no competitivas se ven de repente expuestas al volátil mercado mundial de los bienes de consumo. La modernización de la agricultura mexicana no se va a lograr siguiendo una trayectoria que cualquier país industrializado exitoso rechazaría para sí. México no puede ir en agricultura más aprisa que el GATT, y debiera probablemente proceder aun con más lentitud dada la migración y los efectos sociales que sin duda tendría la deserción en masa de las tierras sin riego, de muy baja productividad. Necesitamos una política agrícola radicalmente nueva, que vaya mucho más allá de la liberalización comercial. Normas Inversión. Los movimientos de capital, particularmente las inversiones extranjeras directas, son una componente central de la nueva sociedad continental que queremos construir. La cultura mexicana contraria a la inversión extranjera está muy arraigada, y en mucho se justifica por nuestras amargas experiencias históricas. Debemos aprender a ver a la inversión extranjera no como un mal inevitable, sino como una oportunidad deseable y aun como un instrumento necesario para atraer recursos, para cerrar brechas tecnológicas y para moverse decisivamente hacia los mercados mundiales. La sociedad que queremos no se creará si no redefinimos las reglas que gobiernan las inversiones extranjeras en México. El sistema actual es ambiguo y casuístico. El papel de la inversión 46 extranjera en nuestra economía debiera ser claro y sus límites inequívocos. Esa amplia redefinición debiera surgir de un debate nacional franco, verdaderamente abierto y plural. Aquellas secciones de las leyes y reglamentos que limitan la inversión extranjera en México, que creemos deben mantenerse, tienen que ver con el acceso a los recursos naturales y a los sectores estratégicos de la economía, principalmente el petróleo. El monopolio estatal existente en la exploración, extracción, refinación y transformación industrial del petróleo mexicano debe permanecer intacto y excluirse de cualquier negociación. Esto incluye, obviamente, desde nuestro punto de vista, cualquier compromiso para garantizar el suministro de petróleo a Estados Unidos, en contraste con lo que Canadá aceptó en el TLC con este país. Respecto al petróleo, la posición negociadora de México debiera ser inflexible; cualquier desviación de esta norma es inaceptable y podría conducir a hondas divisiones políticas. La industria petrolera es a México lo que las industrias militar y aeroespacial son a los Estados Unidos, esto es, cuestión de seguridad nacional. El compromiso social. Las disparidades existentes entre las tres economías implican que un objetivo central, sustantivo de las negociaciones, debiera ser la estandarización gradual —pero decisiva- de las normas relativas al comercio. La primera y principal entre ellas debe ser un compromiso social, que asegure que los trabajadores en los tres países gocen de las mismas condiciones reales —no en el papel— de trabajo, derechos de negociación colectiva, marco legal y condiciones de seguridad ocupacional e higiene, de modo que se evite la explotación de los mexicanos y la actual competencia desleal con sus contrapartes americanos y canadienses. Los salarios no pueden decretarse uniformes, pero las condiciones en las que se establecen y el marco de trabajo en el que se dan las relaciones entre patrones y trabajadores, pueden armonizarse. El media ambiente. La armonización de normas también debiera instrumentarse con relación a la ecología. El acuerdo debiera fijar límites a las partes respecto a su acceso a los recursos naturales. México no puede transformarse en el depósito de desechos químicos y el basurero de las industrias americanas o canadienses, que tratan de dar la vuelta al cumplimiento de las restricciones ambientales en sus países. La laxitud en el cumplimiento de las leyes en la materia en México, debe cesar como una ventaja comparativa para las compañías que invierten en nuestro país. Una de las contribuciones principales de un pacto continental a la cooperación internacional, sería el acuerdo entre las partes respecto a que las responsabilidades y costos de proteger el medio ambiente se consideren como costos e inversiones del desarrollo. También es necesario armonizar las normas de protección al consumidor. Es inaceptable que productos, substancias o procedimientos que se consideren peligrosos, inadecuados o tóxicos en las naciones industrializadas, se consideren apropiados para las subdesarrolladas. 47 La armonización de normas ecológicas no significa la adopción inmediata de exactamente las mismas normas por los tres países, sino más bien la más rápida evolución posible de ellas en la misma dirección. Consideración especial debe darse al capítulo de la propiedad intelectual, un asunto que Estados Unidos ha demandado desde el principio se incluya en las negociaciones con México. Dado el hecho que la legislación internacional existente en la materia es de muchas maneras negativa para las necesidades de desarrollo de México en áreas sociales fundamentales, debiera hacerse un esfuerzo para adoptar un conjunto de normas que crearan un sistema más equitativo de transferencia de tecnología y derechos intelectuales. Financiamiento compensatorio En un proceso de integración económica como el que está en curso, la economía con más desventajas inevitablemente es la que tiene que hacer los mayores y más costosos ajustes. También sufre más dislocaciones en el corto plazo. Los efectos derivados tienden a ser de naturaleza global, inmediata, mientras en las economías más ricas tienden a ser limitados y puede manejárseles en el largo plazo. Las disparidades entre las tres economías significa que, por encima de los fondos inducidos por el mercado que podrían llegar como consecuencia del TLC, México requerirá recursos importantes para financiar, primero, el proceso de ajuste, incluyendo las inversiones necesarias en infraestructura y educación, de manera que se desarrolle la capacidad para absorber nuevas inversiones adicionales; segundo, la armonización de normas; y tercero, las provisiones del compromiso social. Sabemos que financiar no es fácil, pero hacer de la disparidad fundamental entre las tres economías la primera piedra del acuerdo, significa hacer del financiamiento compensatorio su pieza central. Arreglo de las controversias Con respecto a las controversias directamente relacionadas con el comercio, el mecanismo que se establezca, en adición o en substitución al mecanismo del GATT, debe incluir provisiones mediante las cuales los tres países puedan recurrir a ese mecanismo en términos de igualdad. La verificación internacional y la obligatoriedad de cumplimiento de los procesos acordados de armonización de normas, es también necesario. La forma de lograrlo es, simplemente, la de extender la autoridad del mecanismos tripartita para el arreglo de las controversias comerciales. El instrumento básico para exigir el cumplimiento debiera ser la exclusión de los beneficios del tratado. Concurrentemente, debe adoptarse provisiones que permitan mecanismos de verificación social de cumplimiento, como acceso en condiciones de igualdad a los mecanismos de arreglo de controversias para todas las partes interesadas: productores, agricultores, sindicatos, asociaciones ecológicas, grupos de consumidores, agrupaciones de defensa de derechos humanos, etcétera. Junto con estas entidades trilaterales, el recurso a organizaciones internacionales como la ONU, la OEA, la OIT para 48 cuestiones laborales o UNEP para controversias especificas de carácter ambiental, pueden servir como canales para encontrar soluciones justas a estos problemas. Movilidad laboral Una verdadera negociación entre México y los Estados Unidos no puede concebirse si evita la controvertida cuestión de la movilidad de trabajadores a través de la frontera. Los trabajadores constituyen el intercambio económico, social y humano más significativo entre nuestros dos países, y por lo tanto razón suficiente para colocar a la migración al principio de nuestra agenda. Quienes proponen un tratado de libre comercio estrecho, abogan con fuerza porque se retire este tema de la búsqueda de cualquier acuerdo comercial, argumentando que impide iniciar todo trato y que contaminará el proceso de negociación en grado tal que, al final de cuentas, se haría imposible el tratado. De hecho, el tema de la movilidad laboral ha quedado ya explícitamente excluido de las negociaciones en curso entre los gobiernos de México y Estados Unidos, y quien insiste en su inclusión es visto como un enemigo del libre comercio. Entendemos las dificultades y reconocemos que existen profundas sensibilidades sociales, y aun resistencia racista, respecto a la inmigración mexicana y latinoamericana. De manera ideal, los mexicanos no debieran verse forzados a dejar su país para encontrar empleos en los Estados Unidos. La creación de oportunidades económicas para todos es, sin duda, nuestra mayor aspiración. Un TLC es visto por muchos, en ambos lados de la frontera, como una medida económica audaz, necesaria para detener los flujos migratorios en su origen al crear empleos para los mexicanos en México. Además, algunos creen que un TLC sin condiciones sociales agregadas a él, creará el mejor de los mundos para la industria norteamericana: acceso directo a una fuente permanente de mano de obra barata, al otro lado de la frontera. Sin embargo, el sólo libre comercio puede muy bien dar impulso al proceso migratorio, en vez de acabar con él. Según todas las cuentas, en los últimos años, desde que empezó la liberalización económica de México, la migración a Estados Unidos ha aumentado substancialmente. Las tendencias demográficas y la escasez de mano de obra en los Estados Unidos ofrecen amplias oportunidades de trabajo a los migrantes. Toda la evidencia empírica, recogida por investigadores norteamericanos y mexicanos, muestra que el factor que por sí sólo influye más en las decisiones de los mexicanos para emigrar es el salario, esto es, un salario más alto. Hoy, el perfil típico del nuevo migrante económico que llega de México no es el del desempleado iletrado, sino el del trabajador semicapacitado que se mueve de un empleo con pago muy bajo en México, a uno con un pago muy superior en los Estados Unidos. Por si mismo, un simple acuerdo de comercio libre difícilmente podría cambiar esta situación. Es comprensible que muchos americanos no quieran una frontera abierta con México. Es igualmente comprensible que los mexicanos quieran acabar con los 49 controles y limitaciones humillantes, y a menudo represivos en el cruce de la frontera. La razón obligada para negociar sobre esta materia es encontrar un campo común, intermedio, entre fronteras abiertas y la inmigración ilegal, benéfica para ambas partes. Acceso legal y amplio para los trabajadores mexicanos al mercado de trabajo norteamericano, que proteja los derechos de los mexicanos en Estados Unidos en términos reales y socialmente aceptables —tanto desde un punto de vista americano como desde uno mexicano— seguramente es posible. Un tratado continental de desarrollo y comercio tomará su tiempo para construirse; nuestros dos países tienen este tiempo, aun si la actual administración mexicana no lo tiene. Un buen acuerdo, que tome más tiempo para alcanzarse, es mejor que un mal acuerdo logrado bajo la coacción y las presiones del tiempo. El avance en las cuestiones que interesan a un país, debiera estar ligado al avance en las cuestiones que son del interés del otro. Un Tratado de Libre Comercio carente de previsión, estrecho, sólo dará prosperidad a unos cuantos y hará perder la esperanza a los más. Una liberalización comercial concebida y conducida en el marco de una alternativa real de desarrollo, movilizará el entusiasmo y el compromiso de numerosos grupos sociales en México, que hoy se ven excluidos de todo beneficio. Estamos obligados a tener éxito en esta oportunidad de lograr un progreso auténtico y una cooperación fructífera entre nuestras naciones. 50 Un pacto continental y una integración viables Universidad Complutense. Madrid España, abril de 1991. Deseo expresar mi profundo agradecimiento a la Universidad Complutense por la honrosa distinción de que me hace objeto al entregarme esta medalla. La acepto y recibo en nombre de los millones de mexicanos que hoy luchan denodadamente porque el país transite hacia la democracia y como homenaje a todos aquellos que ofrendando sus vidas, combatiendo con las ideas, las armas, con la pluma, la organización social y política, nos han dado patria, nación y libertades. Con este acto, la Universidad Complutense abre una oportunidad, que nos merece pleno reconocimiento, para que a partir de él e invitando a otros expositores, con otros compromisos políticos y otras ideologías, se conozcan las realidades de México, muy distintas a las imágenes e impresiones que se divulgan interesadamente y logran con ello se ignore una lucha ejemplar por el respeto y ejercicio de derechos democráticos fundamentales, que tienen ya un alto costo en vidas, prisiones políticas, de sacrificios, en fin, del pueblo mexicano. Son ya seculares las luchas de los mexicanos por el goce y ejercicio plenos de sus libertades esenciales, por la igualdad, contra la miseria y las marginaciones, por la autodeterminación nacional y una relación internacional equitativa. Arrancan desde que empezaron a formarse lo que hoy son nación y nacionalidad, en la labor de los primeros misioneros que se opusieron a la explotación y las crueldades practicadas contra los indios, en las rebeliones de esclavos y las comunidades indias. Vinieron después las luchas por la independencia política; las que se libraron durante largos años por la consolidación de la República, contra las intervenciones extranjeras y las dictaduras propias, por la libertad de conciencia y las libertades civiles. En este siglo, la lucha principal se ha estado dando por la democracia y se centra ahora, en estos finales del siglo XX, en conquistar la efectividad del sufragio, el respeto al voto ciudadano. 51 Los esfuerzos, en particular, por construir la democracia, vienen también desde muy atrás en nuestra historia y no han pretendido alcanzar sólo la democracia en el terreno político, sino que le reconocen amplias vinculaciones sociales y la ven como parte de las luchas por el ejercicio pleno de la soberanía nacional. En 1988, motivada por la campaña electoral, acabó de emerger con fuerza una gran movilización popular que se estuvo gestando por largo tiempo. Se identificó con la propuesta política de recuperar y actualizar el camino de las reivindicaciones populares y nacionales, que tenía su antecedente más inmediato en la Revolución mexicana que se iniciara en 1910 con el lema de "Sufragio efectivo. No reelección", y que plasmó sus demandas principales en la carta constitucional de 1917. En esas movilizaciones se juntaron, es importante destacarlo, quienes venían de trayectorias políticas muy distintas, con ideologías diversas; corrientes que se reclamaban socialistas, nacionalistas, democráticas, que, pienso yo, en el mejor de los casos creíamos que íbamos por líneas paralelas, y que la realidad nos hizo ver resultaron convergentes. Nos explicamos que en la campaña política se haya dado una gran participación popular, debido al deterioro acelerado que han venido sufriendo los niveles de vida de amplios sectores de la población, el fuerte incremento del desempleo, el estancamiento de la economía, altos índices de inflación, privilegios del Estado para la inversión especulativa y freno intencionado de la inversión productiva, una elevada concentración del ingreso en unos cuantos; porque se hacía cada vez más evidente la supeditación política del gobierno a los intereses que mueven las decisiones en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; porque la gente, acertadamente, relaciono todo esto con una política de deuda externa que a partir de 1982 hizo del pago de su servicio la prioridad económica y política número uno del país, lo que consumió todos los posibles recursos de inversión y canceló con ello posibilidades de desarrollo económico y mejoramiento social. Los golpes que sistemáticamente sufrieron los niveles de vida desde 1982 y el peso evidente que fue cobrando la deuda externa, como lastre a toda posibilidad de mejoramiento, tuvieron como efecto crear una inconformidad general, despertar la memoria histórica de todo un pueblo y provocar una toma de conciencia colectiva, que llevó a su vez a grandes sectores de la población a tomar la decisión de participar activamente en la vida política, en la búsqueda del cambio. La gente comprendió que era necesario modificar las políticas económicas, dando la prioridad al mejoramiento social y a la reactivación de la producción. Había que tomar decisiones con independencia de los organismos financieros multilaterales, esto es, en función de los intereses propios, y librar un combate a fondo para extirpar la corrupción y terminar con las complicidades de altos funcionarios del gobierno con importantes grupos privados. Para ello, se tenía claro, había que ganar la elección del seis de julio del 88, lo que abriría el paso, por otro lado, para terminar con el régimen de partido de Estado —por cierto, ahora uno de los últimos que subsiste en el mundo— con un presidencialismo autocrático y un manejo patrimonialista de los recursos del país. 52 Factor decisivo para inducir la movilización y para lograr la convergencia de corrientes y formaciones políticas muy diversas, en otras épocas incluso antagónicas, fue la candidatura presidencial de unidad, mi candidatura, sostenida por el Frente Democrático Nacional. Así se llegó a las elecciones. Sus resultados, se saben bien fuera y dentro de México, estuvieron y están fuertemente cuestionados. Nunca se han conocido los verdaderos. En demanda del respeto al voto y de que se limpiara la elección se dieron las más grandes e impresionantes movilizaciones de carácter político electoral que haya conocido el país. En el Frente Democrático Nacional la unidad real se daba sólo en torno a la candidatura presidencial. Era un mando con cabezas e intereses múltiples, que no se brindaban confianza entre sí y no permitió una lucha más articulada por corregir la elección y poder llegar a los resultados reales. Hubo siempre la decisión de mantenerse dentro de los cauces de la ley. Nadie pensó y nadie se preparó para seguir otros caminos. Estamos ciertos que nadie quería y nadie quiere la violencia. Tenemos la convicción de que aunque demanden esfuerzos mayores y tiempo más prolongado, los logros por vías pacificas, en nuestras condiciones actuales, son los únicos posibles y los únicos que podrán consolidarse positivamente. Se vio entonces, como la alternativa más viable para proseguir la lucha, la de organizar un partido político. El 21 de octubre de 1988 se llamó a formarlo. El 5 de mayo de 1989 quedó formalmente constituido el Partido de la Revolución Democrática. Desde principios de 1982 se había hecho evidente una grave crisis económica, que tuvo como manifestaciones principales la incapacidad del gobierno para pagar el servicio de la deuda externa, el incremento a cifras no conocidas en el país de los índices de inflación, una profunda intranquilidad social. Una crisis que, por otro lado, llevó al gobierno a deslindarse de la identidad, que todos los anteriores desde 1911 se habían reconocido, con el proyecto político de la Revolución mexicana. El gobierno planteó a partir de entonces, supuestamente para superar la crisis, poner en práctica las políticas tecnocráticas y neoliberales decididas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y comenzó una acción sistemática y consciente para substituir, revertir o destruir las leyes, instituciones, programas, formas de organización social, esquemas económicos, etc., surgidos e identificados con aquel movimiento. Se dio en ello, por una parte, una actitud de sometimiento y entreguismo del gobierno a los intereses que hoy representan el Fondo Monetario y el Banco Mundial; por la otra, la puesta en práctica de una política de largo alcance, de franco corte antipopular. No percibimos en aquel momento, que se trataba de las 53 primeras señales que nos llegaban de un orden internacional nuevo que se estaba imponiendo y del papel que en él se asignaba a México. En ese mismo tiempo, se gestaban y se produjeron las caídas de las dictaduras militares sudamericanas, acompañadas también de crisis de deuda y la imposición de políticas económicas neoliberales; y de los regímenes autoritarios, altamente centralizados, de Europa del este. La Unión Soviética también sufría cambios y enfrentaba conflictos, que le han significado, entre otras cosas, el dejar de ser una potencia militar con capacidad para imponer equilibrios internacionales, el poder político dominante sobre un conjunto de naciones y un centro de divulgación ideológica con influencia determinantes en amplios sectores sociales, políticos y culturales en el mundo. Por otro lado, de manera particular en la última década, fue avanzando la consolidación de los nuevos agrupamientos económicos: la Comunidad Europea, el mercado común EEUU-Canadá, y el conjunto de países del Pacífico asiático que tienen estrechas ligas con el Japón. Pero ha sido hasta el desenlace reciente del conflicto del golfo Pérsico, cuando quedó claro para todos que en estos últimos tiempos se ha estado gestando un orden mundial distinto. La derrota de Irak tiene ya, como una de sus consecuencias, dejar el control del petróleo del Oriente Medio, el 65% de las reservas mundiales, a los Estados Unidos. Este país se garantiza así el suministro de este valioso recurso en la época en que, debido al agotamiento reconocido de las existencias globales de petróleo, tendrá que empezarse a transformar la base energética mundial. Quienes dispongan de hidrocarburos en esta época de transición se verán sujetos a menos apremios. En los años por delante el petróleo será uno de los elementos decisivos, junto con el acceso al conocimiento, a los avances de la ciencia y la tecnología, para influir política y económicamente en la vida de pueblos y naciones. La relación mundial resultante de la guerra del golfo Pérsico no acaba de asentarse; en poco tiempo estará más definida la estructura que vaya tomando, las influencias regionales, los centros de decisión y los mecanismos para imponerlas. No está claro todavía si se trata de un orden que se plantea de entrada una división norte—sur, con varias potencias dominantes con sus respectivas zonas de influencia; o más bien de un sistema con una sola gran potencia militar, que se asigna el papel de policía del mundo, amplificando a dimensiones antes inconcebibles la política del gran garrote, y que se otorga a sí misma la facultad de identificar el bien y el mal, de decidir lo que para cada país y cada pueblo, para el mundo en su conjunto, es bueno o es malo. En todo caso e independientemente de lo que suceda mundialmente, para América —si no somos capaces de imponer cambios— se anuncia un orden hemisférico con un solo centro de poder y decisión. Hay en los países latinoamericanos quienes favorecen y pugnan por la consolidación de este orden hemisférico: las clases gobernantes en lo general, los grupos que se han estado beneficiando con la especulación financiera, la mayoría de las grandes transnacionales y sus socios locales. 54 En los Estados Unidos, las fuerzas que apoyan e impulsan al actual gobierno están por un orden unipolar, pero existen muy importantes grupos y movimientos políticos, económicos, culturales, sociales, que decididamente buscan una reestructuración internacional equitativa y justa, con los cuales será necesario coordinar la acción de quienes coincidimos con ellos en propósitos y esfuerzos en Latinoamérica, el Caribe y el resto del mundo. Respecto a cómo se va instrumentando la conformación de este orden hemisférico, hace unos meses, después que el gobierno mexicano le solicitó la firma de un Tratado de Libre Comercio entre los dos países, el presidente Bush respondió planteando su Empresa o Iniciativa para las Américas. Propuso la creación de una zona de libre comercio en todo el continente, pero concretando primero el acuerdo con México y manteniendo, mientras tanto, relaciones bilaterales con cada uno de los países del continente, para ir suscribiendo con ellos, de uno en uno, según fuera conveniente, los respectivos acuerdos de comercio libre. Se trata de ir consolidando, una a una, la subordinación de los países de Centro, Sudamérica y el Caribe, a la economía norteamericana, al seguirse el patrón adoptado en las negociaciones que al respecto se llevan a cabo con México. Se discute sobre tarifas, barreras no arancelarias y productos, que son las materias de un pacto de comercio. Los negociadores norteamericanos han decidido excluir la migración e incluir, como parte del acuerdo, cuestiones como la legislación sobre inversiones extranjeras, los energéticos, la propiedad intelectual y los servicios, entre otras. El gobierno de México está cediendo ya, a pesar de declaraciones reiteradas de que el petróleo no será materia del Tratado de Libre Comercio, en dar acceso al aprovechamiento petrolero por vías indirectas —créditos condicionados a que exploración y extracción las lleven a cabo empresas norteamericanas, por ejemplo—; y ha convenido en no poner en la mesa de negociaciones el asunto de la movilidad laboral (aun cuando son miles los mexicanos, que con documentos o indocumentados cruzan todos los días la frontera en busca de trabajo, constituyendo el intercambio económico, social y humano más importante entre los dos países). Si además de esto, no se incorporan a las negociaciones acuerdos en torno a financiamientos compensatorios, tendientes a modernizar la planta productiva y a elevar el grado de productividad de la economía, para que efectivamente se participe y compita en los mercados internacionales a partir de una base de equidad; una carta o compromiso social, para proteger a los trabajadores de ambos países; y convenios para la protección del medio ambiente, de modo que México no quede como el depósito de desechos contaminantes de las industrias norteamericanas, se estaría dejando como ventaja comparativa principal, en la relación entre los dos países, el que México se convirtiera en una fuente supuestamente inagotable de mano de obra barata y en proceso de seguirse abaratando más. 55 No es este, evidentemente, el papel que queremos para nuestro país en su relación económica internacional. No estamos de acuerdo en insertarnos en la economía mundial aceptándola pasivamente tal como está hoy y como pretenden desarrollarla las potencias dominantes, ni yendo a rastras, en una condición subordinada, de la economía de los Estados Unidos. Proponemos por ello, en vez del TLC que apresuradamente pretenden firmar los gobiernos de México y Estados unidos, un Pacto Continental de Desarrollo y Comercio, al que gradualmente se fueran incorporando los demás países latinoamericanos, pero el que desde un principio se discutiera en sus términos por el conjunto de los países del continente. Vemos así para México dos líneas de colaboración internacional, muy distintas a las que oficialmente se impulsan ahora. Una, en el plano de la cooperación económica, a través del pacto continental de desarrollo, en el que se concerte con Estados Unidos y Canadá; la otra, en la integración política y económica con las naciones de Centro, Sudamérica y el Caribe. Ambas líneas tendrían que seguirse simultáneamente. Las consideramos viables, como partes de un proyecto de nación independiente, que se desarrolle en condiciones de igualdad respecto a las demás del mundo. Parte también de un esfuerzo por establecer un orden internacional justo, muy diferente del actual, en el que cada país y cada pueblo estuviesen compartiendo y contribuyendo con su cultura y creatividad, con sus recursos naturales y potencial productivo, sus redes de servicios y bancos de información, sus conocimientos y los avances de la ciencia y de la técnica que vaya alcanzando. No estamos solos en América Latina. Compartimos ideales y objetivos con un número importante de movimientos políticos que, al igual que el Partido de la Revolución Democrática de México, son plurales y constituyen puntos de convergencia por la composición ideológica y orígenes políticos de sus integrantes; encuentran sus raíces y se reconocen en las luchas ancestrales de sus pueblos por libertades y justicia; tienen conciencia de que el futuro no se encuentra en el aislamiento, sino en forjarse destinos comunes; que sólo una auténtica y amplia participación popular puede dar surgimiento a regímenes democráticos, sociedades igualitarias y a un sistema internacional de respeto y cooperación verdadera. Se trata, en su mayor parte, de movimientos jóvenes. Estamos dando los primeros pasos para coordinar nuestras acciones y trazarnos objetivos y políticas comunes. Son complejos los intereses, concepciones y practicas por conciliar, y no es fácil lograrlo. Expresiones recientes de estos esfuerzos emancipadores, que tienen fuertes coincidencias en su carácter y objetivos, son la lucha por el "no" en Chile; la movilización popular por el cambio democrático que surgió en México en la campaña electoral de 1987-88, y que en su parte medular forma hoy el Partido de la Revolución Democrática; la coalición que se dio en apoyo a la candidatura de Lula, en Brasil; el movimiento Lavalas que llevó al triunfo al presidente Aristide, en Haití. 56 Tenemos también un destino común con España y se viven tempos de reencuentro. Hace quinientos años la dinámica de la economía, los juegos políticos, los avances del conocimiento establecieron el contacto, que cobra permanencia, entre europeos y americanos. Se inició entonces la confrontación de las culturas, que con ritmos y trayectorias distintos se había venido desarrollando en ambos lados del Atlántico; empezó el intercambio de productos y el cruzamiento de etnias. Comenzó también una serie de conquistas de territorios, de naciones y pueblos, de dominación de culturas, de lenguas, de imposición de instituciones, creencias y costumbres. Entre ambos continentes se dieron desde entonces toda clase de intercambios. Hubo luces y sombras. Por tres siglos marchamos con una historia común y, ya independientes, seguimos manteniendo vivo el interés del uno en el otro; aspiraciones, enfrentamientos, logros y pasiones de uno u otro; a lo largo del tiempo, en su momento los hemos hecho propias; las fusiones múltiples nos dieron culturas con un tronco principal que compartimos, y mueven y conmueven a nuestros pueblos los mismos valores y sentimientos. Queremos, debemos y podemos caminar de nuevo juntos revisemos lo sucedido en la vida compartida, desde los tiempos llamados de los descubrimientos y las conquistas: cuáles fueron y cómo se dieron los logros más importantes, los más trascendentes; qué ha llegado de ellos a nuestros días; cómo aprovechar las lecciones y experiencias positivas del pasado; cómo fortalecer, actualizándolo, todo aquello en que ganamos. Pasemos revista también, con objetividad y sin sectarismo, con ánimo de construir, a todo lo que no quisiéramos se repitiera o subsistiera, principalmente a las secuelas de las conquistas y la violencia: a las exclusiones sociales, al sometimiento e inhibición de culturas, al desprecio por el patrimonio natural y su explotación desmedida. Veamos al mismo tiempo cómo anda el mundo; qué potencias dominadoras han sido substituidas en el transcurso del tiempo y qué relaciones se han guardado con ellas; qué podemos y qué debemos hacer uno y otro y también juntos, uniendo esfuerzos; cómo hemos ido en casi dos siglos de concentrarnos principalmente en lo propio, y en qué condiciones nos encontramos ahora; cuáles pueden ser los campos y las formas prioritarias de nuestra cooperación, y qué papeles nos corresponde jugar en un destino que queremos volver a compartir. España es parte de la Comunidad Europea y, al mismo tiempo, integrante de la fraternidad de naciones iberoamericanas. Como ninguna otra, tiene las condiciones para constituirse en el punto que articule una cooperación fructífera entre ambas, que se dé en el marco de la construcción de un mejor orden internacional. 57 La medalla que me otorga hoy la Universidad Complutense, que constituye un alto honor para mí, me compromete para proseguir con el ánimo más alto en la lucha de la democracia mexicana y me acerca más, si esto es posible, en aspiraciones y afectos, a España y los españoles. Desde pequeño, a través de mi padre, Lázaro Cárdenas, empecé a conocer y a querer a este país y a su gente. Los primeros españoles con quienes me encontré fueron niños que habían dejado su patria, a sus padres y familias para salvarse de la guerra. El primer nombre de un español que identifiqué como tal fue el de Manuel Azaña, el presidente de la República Española. Crecí alineado con la España de espíritu quijotesco, generosa, la del profundo humanismo, la que en México reconocemos en Vasco de Quiroga y Bartolomé de las Casas, en las leyes protectoras de los indios, en Francisco Javier Mina, en Juan Prim, en los fundadores de la Casa de España—Colegio de México, en León Felipe. Pasó mucho tiempo antes que pisara yo suelo español. Fueron las circunstancias de un prolongado periodo. Vine por primera vez en noviembre de 1983, cuando se develó la estatua de mi padre, en el Parque Norte, que la emigración republicana regaló a esta ciudad. Ahí, el Alcalde de Madrid, don Enrique Tierno Galván, en conmovedora y emotiva intervención, rindió homenaje a Lázaro Cárdenas y recordó sus vínculos estrechos con la España eterna. Y como integrantes del movimiento democrático de México, he encontrado y reencontrado cercanías e identidades. Aquí, como allá, se libra una lucha por poner en el centro de la educación social y económica al hombre y su bienestar, por una amistad y cooperación internacionales francas, abiertas, de auténtica solidaridad. Aquí y allá hemos conocido recientemente de profundos cambios políticos en distintas partes del mundo. Reconocemos fallas de hombres, desviaciones de objetivos e incumplimiento de compromisos; al mismo tiempo constatamos que somos más, muchos más, los que mantenemos fidelidad a los principios primigenios de los grandes movimientos emancipadores y viva nuestra confianza en la capacidad de las ideas libertarias, y en la fuerza reivindicadora y creativa de los pueblos. A pesar de obstáculos por superar y de descalabros ocasionales, con base — por otro lado— en logros indiscutibles, en coincidencias que se dan en las aspiraciones y los esfuerzos emancipadores de aquí y de allá, en nuevos y fructíferos entendimientos, tenemos la convicción de que manteniéndonos presentes en la lucha, por la vía de la participación y la democracia, alcanzaremos igualdad e independencia, condiciones para un mundo de bienestar compartido, del que desaparezcan para siempre explotados y explotadores; un mundo de expansión de los ingenios y aliento a las culturas; un mundo de libertades, de justicia y de paz. 58 Construyamos una alternativa integral al TLC Rainbow Coalition Policy Conference. Washington, D. C., EEUU. 6 de junio de 1991. Doy a nuestros hermanos y hermanas de la Coalición Arco iris los saludos del Partido de la Revolución Democrática de México. Tengo la encomienda especial de manifestar a nuestro querido amigo Jesse Jackson, nuestro reconocimiento por la lucha que ha estado llevando a cabo en favor de los marginados y la igualdad en este gran país, y por la contribución para acercar más a nuestros pueblos, lograr un mejor entendimiento para resolver con equidad los problemas comunes y avanzar hacia un mundo sin injusticias, de progreso y de paz. Al mismo tiempo, quiero agradecer la distinción de que he sido objeto por parte de la Coalición Arco Iris y de Hesse Jackson, al invitarme para dirigirme a esta Conferencia. Aprovecharé para hacer referencia a un asunto de interés común, que ha motivado intensos debates en ambos países: el Tratado de Libre Comercio que negocian los gobiernos de Estados Unidos y México, y que constituye una pieza importante del proyecto de reestructuración hemisférica que el presidente Bush ha presentado como Empresa para las Américas. A lo largo de la campaña electoral en 1987-88 y durante el primer año de la administración (1989), el gobierno mexicano declaró repetidas veces que no se negociaría el establecimiento de un mercado común o de una zona de libre comercio en América del Norte, dado que ello impondría limitaciones al ejercicio de la soberanía nacional. De repente, en los primeros meses de 1990, la prensa americana anunció que los gobiernos de ambos países habían estado llevando a cabo pláticas referentes a un Tratado de Libre Comercio. Al quedar al descubierto, dado que toda información al respecto la había ocultado, el gobierno de México — como si se tratase de una iniciativa nueva—· planteó al de Estados Unidos la creación de una zona de libre comercio entre ambos países, y de inmediato el presidente Bush respondió favorablemente, dando a conocer, por primera vez, su propuesta de Empresa para las Américas. Se reconoce abiertamente desde entonces que se esté negociando, pero se mantiene la práctica de no informar sobre el curso de las negociaciones. Seguimos 59 recibiendo más información desde fuera, que la que directamente proporcionan fuentes oficiales mexicanas. En relación a lo que se negocia, de lo que hasta ahora se sabe, destaca la declaración de los negociadores norteamericanos respecto a que la movilidad laboral es el único tema que queda ya excluido de cualquier trato. Por otro lado, plantearon la necesidad de revisar la legislación mexicana sobre inversiones extranjeras y sobre propiedad intelectual, y el que se considere la inclusión del sector de los servicios para el libre intercambio. Voceros del gobierno mexicano han dicho que el petróleo no entrará en el TLC; sin embargo, los negociadores gubernamentales y congresistas norteamericanos han dicho que ni petróleo ni nada podrá excluirse de las posibles negociaciones. Los negociadores mexicanos, hasta ahora, no han puesto un sólo tema sobre la mesa de las discusiones. El gobierno de México empezó a adoptar las primeras medidas del conjunto de cuestiones que ahora se negocian en torno al TLC, desde 1982. Lo hizo en el marco de las negociaciones de la deuda externa, siguiendo los lineamientos impuestos por los acreedores por intermedio del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. No nos percatamos entonces que se trataba ya de los primeros pasos de una reestructuración hemisférica, en la que el gobierno de los Estados Unidos se asignaba un papel hegemónico. Desde 1982 empezó una liberación comercial prácticamente irrestricta, que ha ido en aumento como decisión unilateral del gobierno mexicano. Se ha producido a cambio de nada, fuera de acuerdos bilaterales o multilaterales. Es una de las medidas a la que, junto con la drástica reducción de los salarios, se ha recurrido para frenar la inflación, lo que de manera relativa se ha logrado, pero con efectos devastadores en las condiciones de vida de las mayorías y en la planta productiva del país. El gobierno ha declarado una y otra vez que sus políticas económicas pretenden captar nueva inversión, superar el estancamiento de la economía y lograr que vuelva a crecer, elevar las exportaciones (especialmente las no petroleras), generar empleo, incrementar salarios. Los resultados hasta hoy han sido muy distintos: recursos del extranjero han empezado a fluir y algunos capitales se han repatriado, pero han estado yendo a inversiones especulativas, no a proyectos productivos. Se trata entonces, de inversiones extranjeras o repatriaciones que bien pueden considerarse temporales. Esos capitales están listos para volver a salir. Las cifras nacionales pueden así ajustarse hasta aparecer favorables, pero la situación económica y las condiciones sociales continúan agravándose. Recientemente se ha informado que en los últimos años han cerrado 77 mil negocios. Empresarios fuertes, ante la invasión de productos del exterior, han clausurado sus áreas de producción y se han transformado en importadores y distribuidores, aprovechando los aparatos de comercialización que ya habían desarrollado. 60 Las exportaciones no petroleras han mostrado crecimiento en este periodo, pero de manera tan distorsionada como se está produciendo el crecimiento de toda la economía: el 40% de estas exportaciones, entre las que destacan las automotrices, se originan en sólo 12 empresas, todas ellas filiales de grandes multinacionales. Las que verdaderamente han crecido son las importaciones procedentes de los Estados Unidos, esto es, las exportaciones americanas hacia México, que pasaron en tres años de 12 mil a 30 mil millones de dólares, creándose con ello, en ese lapso, 350 mil plazas de trabajo en Estados Unidos. Por otro lado, la desocupación abierta ha crecido dramáticamente en México: en 1982 se reconocía la existencia de unos 4.5 millones de desocupados, que representaban alrededor del 15% de la población económicamente activa. Actualmente el gobierno reconoce 12 millones de desempleados, que representan el 46% de la fuerza de trabajo del país, lo que significa que en este periodo, al carecer de trabajo, millones de mexicanos han emigrado a los Estados Unidos para buscar cómo ganarse la vida o han sido lanzados a la economía informal, con todas sus consecuencias sociales y económicas. Además se ha generado un proceso de concentración del ingreso que puede ilustrarse con un solo dato: 37 personas, que hacen cabeza de los principales grupos financieros y económicos del país, concentran el 22% del PIB. En el otro lado de la escala se hallan 40 millones de mexicanos que, de acuerdo a las normas de la ONU y según datos oficiales, se encuentran por debajo de la línea de la pobreza, y 17 millones de ellos viven en condiciones de miseria extrema. El proyecto del gobierno parece tener viabilidad para 15, quizá 20 millones de mexicanos; el resto, más de las tres cuartas partes de la población total, de no imponerse un cambio, quedará excluido de todo beneficio del desarrollo y sumergidos en una vida sin expectativas. En los años de la liberalización económica, de las políticas neoliberales y tecnocráticas (1982-1991), los salarios han perdido en términos reales alrededor del 60% de su poder adquisitivo. El salario mínimo oficial es hoy de 11 mil 900 pesos, que equivalen a 3.95 dólares por día. EI 85% de la población urbana ocupada gana de 1 a 5 salarios mínimos, esto es, de 357 a 785 mil pesos, o sea de 118 a 590 dólares al mes. Con el TLC y todo lo que en torno a él se negocia, se tiende a establecer una relación entre los dos países que va mucho más allá de lo estrictamente comercial. Se trata de reestructurar la economía mexicana en función de una relación de integración subordinada a la economía de los Estados Unidos, en la que México aporte mano de obra barata y abundante —en la forma de trabajadores indocumentados en los Estados Unidos o de los bajos y decrecientes salarios que se pagan en México—, algunas materias primas y ventajas climáticas para obtención de ciertas producciones agrícolas y desarrollos turísticos. Objetivo central de la reestructuración de las relaciones económicas entre los dos países, es ganar para los Estados Unidos acceso al petróleo mexicano. Es éste un recurso que oficialmente no se incluye en los acuerdos de libre comercio, 61 pero que está implícito en los requerimientos de reformas a la Ley de Inversiones Extranjeras, y al que se está ya dando acceso a través de los créditos que recientemente ha recibido Pemex, hasta ahora por poco más de 5 mil millones de dólares, condicionados a que las operaciones de perforación petrolera a que están principalmente destinados se contraten obligatoriamente con compañías norteamericanas. México pierde control sobre sus reservas y de hecho su petróleo mismo. Primero, porque el conocimiento de los yacimientos, vital para proyectar cualquier desarrollo, no lo obtiene directamente el Estado mexicano. Muchas experiencias de ocultamiento o distorsión de datos sobre depósitos de distintos recursos naturales ha vivido ya el país, cuando no ha tenido el control de la exploración. Además, se exporta crudo alrededor del 50% del petróleo que se extrae, cuando, ante el agotamiento previsible de las reservas mundiales, debiera ponerse en práctica una política de prolongación de la vida de los yacimientos y de exportación de productos con el mayor valor agregado posible, el que no se da en el crudo sino en los refinados y petroquímicos. Vender crudo, entonces, es lesionar al país, agotando una reserva que debía utilizarse sobre todo para asegurar un mejor futuro, y recibir los ingresos más bajos, que son los que corresponden a la sola actividad primaria. Parece entonces, que no se reconoce —o al menos no se dice— que los Estados Unidos, con el TLC y la integración subordinada de la economía mexicana, está estrechando su relación con una economía de bajos salarios, que se caracteriza además por el alto endeudamiento que mantiene con el exterior, imposible (con las políticas vigentes) de reducirse para liberar recursos para la inversión y, por lo tanto, incapacitada para crecer si no es con capitales externos; por el crecimiento sólo de las ramas productivas que cubren preferentemente los mercados de exportación; con sectores económicos abandonados y en un grave proceso de destrucción, como la agricultura y las industrias productoras de artículos de consumo cotidiano. Ahora bien, una economía de bajos salarios —con tendencia a reducirlos más, como es la de México— es, por una parte, una economía que tiene límites para absorber sus propias producciones o para seguir elevando sus consumos de importación, debido a la baja capacidad de consumo de la población. Por otra parte, los bajos costos de producción están influidos por los salarios reducidos, pero también porque se ha impuesto una política de desprotección de los trabajadores, tolerándose en alto grado el incumplimiento de las leyes laborales, y de indiferencia respecto a las necesidades de protección y recuperación de condiciones adecuadas, en todos sentidos sanas y racionales, para el medio ambiente. En estas condiciones, debe tomarse conciencia que se elevan los riesgos de que se produzcan tensiones sociales y se genere inestabilidad política, y al asociarse con una economía de estas características, se están de hecho admitiendo, además de acciones desde diversos puntos de vista indebidas, prácticas comerciales desleales. Es por todo esto que el Partido de la Revolución Democrática, por una parte, propone en vez de un tratado de libre comercio como eje de relaciones 62 económicas entre México y los Estados Unidos, un pacto continental de desarrollo y comercio; y por otra parte, plantea la necesaria revisión y modificación de los tratados que van a suscribir los gobiernos de México y los Estados Unidos con el libre comercio como eje, a fin de que la relación entre los dos países sea de entendimiento, verdadera cooperación y ventajas mutuas. Si la relación entre nuestros países se visualiza con base en acuerdos para el desarrollo, que puedan proyectarse y discutirse en conjunto entre todos los países del continente, los objetivos y las herramientas para alcanzarlos son distintos a los que puedan utilizarse para cumplir los términos de solo un tratado de comercio y sólo entre dos o a lo más tres naciones. Desconocemos los términos que se estén conviniendo en el TLC entre México y Estados Unidos, o en los que pueda darse la anunciada inclusión de Canadá; pero podemos suponerlos principalmente por las declaraciones ya conocidas de los negociadores mexicanos, que presentan las disparidades entre las economías de los dos países no como brechas que deben cerrarse, sino como las ventajas comparativas que ofrece México, y por la política que ya ha venido poniendo en práctica el gobierno mexicano, incondicional con los intereses del proyecto de integración subordinada que surge de la Empresa para las Américas. Estamos entonces obligados a demandar con energía la revisión de los acuerdos y, en su caso, su abrogación. Sabemos que este sería un camino complicado y conflictivo, que podría evitarse si en vez de un acuerdo limitado y de visión estrecha —que hoy se negocia con apresuramiento— se sigue la vía que ha propuesto el PRD, de un pacto continental de desarrollo y comercio, que se conciba como instrumento para la construcción de un orden hemisférico y mundial equitativo y justo; que empiece por reconocer las diferencias existentes en los grados de desarrollo y productividad de las economías, en los niveles de vida, la riqueza que representan las inversiones en planta productiva, en infraestructura, los recursos potenciales; y se proponga, primero, reducir substancialmente esas diferencias, y después poner en práctica formas de cooperación que conduzcan a crear economías que compitan con equidad, y se complementen y compartan beneficios y ventajas. En los acuerdos que negocian México y los Estados Unidos, que deberán considerarse como un primer paso del pacto de alcance continental, el PRD plantea la necesidad de que el petróleo mexicano no sólo quede excluido del TLC, sino que bajo la plena jurisdicción del Estado y en función de los verdaderos intereses nacionales, se proyecte su aprovechamiento y el del desarrollo de las industrias petrolera y petroquímica. Hace poco tiempo, en la tribuna del Senado, el senador Lloyd Bentsen dijo: "Es crítico contar con un vecino estable, amigable. En agosto pasado, inmediatamente después de la invasión de Irak a Kuwait, el presidente Salinas anunció que México incrementaría su capacidad de producción petrolera en 100 mil barriles diarios para demostrar su solidaridad con nuestra causa. El 63 señor Cárdenas, principal rival de oposición de Salinas —sigue diciendo Bentsen—, nos hubiera cortado completamente el suministro...”. Está parcialmente en lo correcto, y por lo tanto parcialmente equivocado el senador Bentsen: un gobierno responsable ante el pueblo, en un régimen democrático y de derecho, hubiera mantenido los suministros ya comprometidos, pero nunca hubiera extraído más petróleo para destinarlo a finalidades bélicas, ante su convicción firme de que el conflicto podría haberse resuelto por medios pacíficos, en este caso, exigiendo a todas las partes el cumplimiento del embargo económico e intensificando las negociaciones. Deben incluirse en los acuerdos la movilidad laboral, el establecimiento de un mecanismo integrado con equidad por las partes involucradas para la resolución de controversias, y la reserva para que los poderes judiciales de cada país preserven la capacidad de decisión en sus jurisdicciones respectivas. Al mismo tiempo, deben comprometerse inversiones que eleven la productividad general de las economías rezagadas; llevarse a cabo una nueva negociación sobre las deudas externas, a fin de liberar recursos indispensables para inversiones sociales y directamente productivas; formular una carta social que dé garantías y protección a los derechos de los trabajadores; y establecer los principios que permitan el manejo racional y la restauración de un medio ambiente sano y productivo. Consideramos que por ahora deben quedar fuera de toda negociación los servicios de banca, seguros y financieros principalmente, así como la agricultura; que deberán revisarse las políticas impositivas a la importación, a fin de proteger sectores clave de la producción, alentar su desenvolvimiento y estimular el crecimiento de áreas determinadas, vitales para el proyecto nacional de desarrollo; y las políticas de fijación de cuotas a determinados productos de importación, para evitar que se presenten déficit en la balanza comercial. Tal como vemos que se ha desarrollado el asunto del Tratado de Libre Comercio, resulta muy claro que las motivaciones de sus promotores en ambos lados de la frontera, han sido y son eminentemente políticas. Estas motivaciones quedan evidentes al leer en un memorándum del embajador de Estados Unidos en México al subsecretario de Estado, lo siguiente: “Desde la perspectiva de la política exterior, un TLC podría institucionalizar la aceptación de la orientación norteamericana a las relaciones exteriores de México... "Otro punto importante que salió la semana pasada sería el posible impacto de un voto negativo del fast track. En sus reuniones con las delegaciones congresionales de Bradley y Pease, Salinas dejó claro su punto de vista de que un voto negativo caería en manos de la izquierda y de los críticos de las relaciones México-EEUU. Y tal vez, más que nada, dijo Salinas, representaría la pérdida de una oportunidad que tal vez no se presente de nuevo por un rato. Igualmente los mexicanos se ofenderían si se separan las votaciones de la 64 Ronda Uruguay y la del GATT y la de México. Esto sería como 'escupir’ en México, dijo Salinas. “Y por supuesto, además de la oportunidad ida, no hay duda que perder el voto del fast track acabaría con el momentum en política exterior y reforma económica aquí... "...necesitamos todo el apoyo en el Congreso que el Departamento nos pueda dar en las próximas semanas...”. Se trata entonces, como puede verse, del reconocimiento explicito y la respuesta favorable del embajador Negroponte al llamado del Ejecutivo mexicano, para actuar juntos en favor de un proyecto de integración política y económica subordinada. Es este un caso más, de los muchos que conoce la historia, de intervención del gobierno de los Estados Unidos en los asuntos internos de México, agravado con la invitación y la acción misma del régimen colaboracionista de México, que pretende mantenerse en el poder cediendo tanto como sea necesario y cerrando así el paso a cualquier alternancia democrática, con el apoyo franco y descarado de los sectores políticos norteamericanos con los que comparte intereses económicos y afinidades políticas. En la práctica y como prioridad inmediata, la intervención apuntada por el embajador Negroponte y la colaboración obediente del gobierno mexicano, son actos tendentes a consolidar esa relación desigual y al mismo tiempo desmantelar la capacidad regulatoria del Estado mexicano, esto es, los mecanismos (leyes, instituciones, empresas estatales estratégicas, patrones de desarrollo y organización económicos y sociales) que ofrezcan resistencia al proyecto neoliberal que se está imponiendo, o que pudieran constituirse en elementos para recuperar un proyecto de desarrollo independiente y socialmente justo. Si se revisan las experiencias que ha vivido Canadá en poco menos de dos años de TLC con los Estados Unidos y se ve, por otro lado, la posición de debilidad en que negocia el gobierno mexicano (fuerte endeudamiento con el exterior, una economía que permaneció estancada durante una década y apenas empieza a crecer, pero lo hace lentamente y con graves distorsiones, y un gobierno carente de credibilidad y apoyo popular, crecientemente represivo y autoritario), puede preverse que con la firma del tratado se estará creando una estructura supranacional que será la que tenga y ejerza en realidad la facultad de decidir, no sólo sobre las cuestiones comerciales, sino sobre todo aquello que a través del comercio, los servicios, las condiciones de trabajo, las inversiones o el acceso a los recursos naturales de México (cuestiones estas últimas que han sido puestas de modo implícito o explicito por los negociadores americanos en la mesa de las negociaciones) pueda afectar la economía de los Estados Unidos. No se trata de una visión falsa o alarmista. Recordemos dónde y cómo se han resuelto las controversias surgidas de la aplicación del Tratado de Libre Comercio entre Canadá y Estados Unidos. Si la experiencia canadiense se traslada a México, se estará aceptando una limitante jurídica y concediendo, por lo tanto, jurisdicción sobre asuntos y territorio de México a tribunales norteamericanos o a 65 una instancia teóricamente binacional, pero en la cual los mexicanos constituirán la parte débil y sometida. Con la Coalición Arco Iris hemos coincidido en nuestras preocupaciones por la imposición de un orden mundial injusto, por la desatención a los problemas sociales que deriva de las políticas neoliberales, las agresiones al medio ambiente, en la prioridad que en toda acción política debe concederse a la superación de marginaciones y desigualdades, por la necesidad, en fin, de detener y revertir las políticas represivas, excluyentes, antidemocráticas. Habrá que proseguir en ese camino de defensa de los intereses populares y nacionales con la mayor decisión y entrega. Pero hoy, eso no basta. En torno al TLC, por ejemplo, si bien se ha generado una fuerte oposición interna en los Estados Unidos, nos parece que se ha adoptado una actitud más que nada de defensa frente a sus efectos negativos, pero no se ha construido todavía una alternativa integral en la que estén representados los intereses de los trabajadores, de las mayorías y las minorías de ambos países, que se constituya en guía de la acción y en el eje para el agrupamiento de fuerzas políticas y sociales. En el extremo, algunos sectores laborales de los Estados Unidos, al ver afectados sus intereses por la liberalización comercial, han adoptado posiciones cerradas, proteccionistas, sin ofrecer ninguna otra alternativa en un mundo cada vez más interrelacionado, lo que económica y sobre todo políticamente los ha colocado en condiciones muy vulnerables. Entiendo que la invitación que me hizo la Coalición Arco Iris y mi presencia aquí con la representación del PRD, tienen entre sus propósitos el de contribuir a desarrollar los campos de colaboración y acción comunes. Es necesario avanzar en nuestros países en las propuestas conjuntas que cada uno de nosotros presentemos; también en aquéllas que juntos podamos llevar a otras partes del continente y que articulen acciones concertadas. Son muchas y muy variadas las cuestiones que nos interesan a ambos: cómo debiera ser la política de los Estados Unidos hacia México y hacia América Latina, cómo la de México y los países latinoamericanos hacia los Estados Unidos; cómo instrumentar el Pacto Continental de Desarrollo y Comercio; cómo podemos mutuamente apoyarnos para superar rezagos económicos y marginaciones sociales; cómo apoyar las luchas por el respeto a los derechos humanos y a la autodeterminación; cómo echar abajo las barreras que impiden los avances democráticos; qué corresponde hacer a los trabajadores de uno y otro país para la defensa de sus respectivos intereses, para garantizar condiciones de independencia y equidad en sus contrataciones, una participación justa en los beneficios de la producción y de la productividad a través de salarios y condiciones de trabajo mejores, seguridad en el empleo y un medio ambiente mejor. Hoy iniciamos una relación más estrecha la Coalición Arco Iris y el Partido de la Revolución Democrática. Debemos, a partir de ahora, multiplicar los diálogos 66 entre nuestras organizaciones y promoverlos también con y entre sectores, grupos y personas con quienes compartimos ideales. Construir una relación en todos los órdenes fructífera entre nuestros dos países, en el continente y en el mundo, es tarea que hemos decidido compartir. Estoy seguro que la Coalición Arco Iris y el Partido de la Revolución Democrática se seguirán contando entre los constructores destacados de sociedades de iguales, de regímenes democráticos y de derecho y de un orden mundial de libertades, bienestar compartido y amistad franca y leal. 67 Canadá y México, unidos en la misma suerte Nuevo Partido Democrático, 16ª Convención Bianual. Halifax, Nueva Escocia, Canadá. 9 de junio de 1991. Traigo a nuestros compañeros y amigos del Nuevo Partido Democrático los saludos solidarios del Partido de la Revolución Democrática de México. Al mismo tiempo, deseo agradecer la distinción de que me hace objeto el Nuevo Partido Democrático al invitarme para dirigir unas palabras a esta su 16ª Convención Bianual, que nos da nueva oportunidad para estrechar los lazos de amistad y colaboración entre dos organizaciones políticas que, día a día, encuentran más coincidencias en su compromiso por llegar a sociedades igualitarias en nuestros respectivos países, y a un mundo de libertades, de justicia y de paz. Canadá y México han transitado en la historia por caminos paralelos, compartiendo un vecino que en el tiempo ha acrecentado su poderío, y es hasta muy recientemente cuando hemos tomado conciencia, como países del norte de nuestro continente, de haber compartido y de que seguiremos compartiendo un destino común. Canadá empezó a definir la que es su identidad actual, como nación y como pueblo, cuando al fin del siglo XVIII decide seguir un camino propio. México nace a la vida independiente al desmembrarse el imperio colonial de España, como producto de las luchas libertarias de los pueblos latinoamericanos. La vida de nuestras naciones estuvo marcada, desde esos tiempos, por la de su vital vecino, cuyas políticas hacia el norte y hacia el sur han correspondido a lo que en cada época Estados Unidos ha entendido como su seguridad nacional. Esta nunca ha sido definida con claridad; interpretar lo que quiere decir y llevarla a la práctica, ha sido cuestión del momento y de los intereses imperantes. La aspiración o la condición de gran potencia siempre han estado implícitas en esas políticas de seguridad nacional. 68 A partir de que Estados Unidos conquista su independencia, y por largas décadas, un componente de esa política fue la de excluir del continente americano la influencia y el poder colonial de los países europeos. La seguridad nacional también se manifestó desde los primeros tiempos de esa nación, en una creciente expansión territorial. Así, surgieron la compra de Luisiana y los enfrentamientos y las complicadas negociaciones que desembocaron en la cesión de la Florida; la guerra y la creación de la república de Texas; la guerra contra México, que además de Texas incorporó a Estados Unidos vastos territorios (los ahora estados de California, Arizona, Nuevo México, Utah, Nevada y parte de lo que hoy es Colorado, Oklahoma, Kansas y Wyoming), que coincidió en el tiempo con la disputa por una parte del territorio de Oregón y la fijación de la frontera con Canadá; y finalmente, la adquisición de Alaska. Las guerras contra las naciones indias, que en su momento se justificaron también como condiciones para alcanzar la seguridad nacional, establecieron internamente predominios sociales y económicos. Después, la política de seguridad se centró en garantizar los suministros de recursos naturales, petróleo de manera predominante, y en el establecimiento de bases militares, navales sobre todo, en diferentes partes del mundo. Durante dos guerras mundiales la política de seguridad nacional se expresó en la actividad de carácter militar, y en asegurar los suministros de materias primas a la planta productiva y a los mercados del país. En la postguerra y hasta muy recientemente, la política de seguridad nacional de Estados Unidos fue la que se conoció como guerra fría, que se convirtió en las últimas décadas en la gran carrera armamentista, la guerra de las galaxias, que sometió a todas las grandes potencias a un enorme esfuerzo económico, deprimió los niveles de vida en ellas y de manera más aguda en los países del tercer mundo, y trajo como consecuencias el surgimiento de Estados Unidos como única gran potencia militar del mundo, el desmoronamiento político, la agudización de las crisis económicas y el debilitamiento militar del bloque de países del denominado socialismo real. La seguridad nacional, en los momentos actuales, la plantea explícitamente Estados Unidos en el combate al narcotráfico fuera de su territorio; en la militarización creciente de su frontera con México, para tratar de cerrar el paso a trabajadores indocumentados; en el control político y económico de reservas de petróleo, para contar con un abastecimiento seguro y diversificado en esta época en que está ya en proceso el cambio de la base energética mundial; y en asegurar mercado para los diferentes productos de su economía. Esa política de seguridad nacional corresponde —y esto ha quedado más evidente después del desenlace de la guerra del golfo Pérsico- a la estructuración de un orden internacional nuevo, que está sustituyendo al surgido de los acuerdos de Yalta, y en particular a un nuevo orden hemisférico, en el que Estados Unidos se asigna el papel de potencia hegemónica. 69 Y es en la reestructuración del orden internacional y en asegurarse Estados Unidos diversificación y control sobre los suministros de petróleo y mercados para sus productos, donde se juntan hoy las suertes de Canadá y México. El Tratado de Libre Comercio, tendiente a la creación de un mercado común, suscrito entre Canadá y Estados Unidos, y la Empresa para las Américas propuesta por el presidente Bush (de la que el TLC con México constituye su primer paso), corresponden ambos a la estructuración del nuevo orden mundial y hemisférico que las fuerzas políticas dominantes en Estados Unidos se han propuesto consolidar. El gobierno de México está negociando los términos de su Tratado de Libre Comercio con el de Estados Unidos. Se trata de un acuerdo sobre cuestiones comerciales y otras que involucran estructuras, leyes, actividades que salen de lo comercial y que influyen de manera más amplia en el modelo de desarrollo, en las relaciones económicas internacionales, en las condiciones sociales y el régimen político del país. Las finalidades principales, más allá de lo declarativo, son ganar acceso al petróleo de México, abrir nuestros mercados más y más a los productos norteamericanos, nunca buscar entre los productores mexicanos quiénes abastezcan sus mercados, por cierto los más competidos y saturados el mundo, y disponer de mano de obra abundante y barata. En un memorándum muy reciente, del embajador de Estados Unidos en México al subsecretario de Estado, se expresa: "Otro punto que se pierde en el debate es la importancia de nuestras exportaciones a México. Casi 30 mil millones en 1990, de los cuales 22 mil fueron en manufacturas. Como mínimo, medio millón de empleos en nuestro país dependen de las exportaciones a México. "Con el TLC, es probable que ésta siga creciendo exponencialmente (se dobló en sólo tres años). Sin un TLC, es probable que siga creciendo, pero ante la perspectiva de un voto negativo del fast track, puedo ver más y más de las decisiones de importación marginales yendo a favor de Asia y Europa. Nuestras exportaciones son nuestro mejor argumento económico en favor del TLC". Por su parte, las exportaciones no petroleras de México también han aumentado, pero observándose en ello las fuertes distorsiones que se siguen agudizando en nuestra economía: el 40 por ciento de esas exportaciones, entre las que destacan las automotrices, las han realizado solo 12 empresas, todas ellas transnacionales, que han podido aprovechar los canales de comercialización que las matrices tienen en sus países de origen, principalmente Estados Unidos. Por otro lado, en las condiciones de estancamiento económico y dependencia en que han venido aplicando las políticas neoliberales y tecnocráticas, en especial la liberalización comercial, se ha provocado el cierre de miles y miles de empresas (77 mil sólo en los últimos años), elevando el desempleo abierto, de acuerdo a cifras del gobierno, de 4.5 ó 5 millones de desocupados en 1982, a 12 70 millones hoy día, que representan el 46% de la población económicamente activa del país. Está quedando entonces cada vez más claro, que la relación que se establece entre México y Estados Unidos al estarse imponiendo ese orden hemisférico nuevo, no es a la que aspira ni la que conviene a la mayoría de los mexicanos. Es un orden de hegemonías y dominaciones, de privilegios y exclusiones, que se va desarrollando mediante el desmantelamiento de los mecanismos (leyes, instituciones, empresas estatales estratégicas, esquemas de desenvolvimiento económico y social) que pudieran ofrecer alguna resistencia al proyecto neoliberal, o en su momento pudieran contribuir a la recuperación de una vía de desarrollo independiente, cuyo objetivo central fuera un mejoramiento social sostenido. En estas condiciones y en contraposición al tratado trilateral de libre comercio Canadá—EEUU—México, que apresuradamente promueven los tres gobiernos, nosotros visualizamos la relación económica entre nuestros países en el marco de un acuerdo continental de desarrollo y cooperación, que parta del reconocimiento de las diferencias en los grados de desarrollo y productividad de las economías y en los niveles de vida de la población, se proponga abatir gradualmente esas diferencias y crear nuevas expectativas, utilizando para ello diversas herramientas: inversiones (como lo hicieron los países de la Comunidad Europea, cuando se decidió el ingreso de Portugal, Grecia y España, que invirtieron en esos países para elevar la productividad de sus economías y mejorar condiciones de vida); reducción de la carga de la deuda externa; armonización de legislaciones sociales, con tendencia a ir hacia las que mejor representen y protejan los derechos de los trabajadores y de la población en general; el acceso al conocimiento y a los avances científicos y tecnológicos; inversión en educación, capacitación e investigación. Y de manera particular, vemos la colaboración entre el Nuevo Partido Democrático y el Partido de la Revolución Democrática en promover el desarrollo de un nuevo tipo de relaciones internacionales, equitativas y justas, entre ellas las relaciones de nuestros países con Estados Unidos, en las que su seguridad nacional se vea en términos y dimensiones reales. Canadá y México podrán contribuir a la seguridad nacional de Estados Unidos si en los tres países se elevan sostenidamente los niveles de vida populares, se erradican las causas que generan tensiones sociales, se pone fin a marginaciones sociales y exclusiones económicas; si los tres países comparten con equidad los beneficios de sus intercambios comerciales; combaten, dentro y fuera de sus territorios, con igual energía, el narcotráfico; y si de acuerdo a decisiones soberanas de sus pueblos impulsan, en la práctica de una política de no intervención y respeto a la autodeterminación, los cambios y los avances democráticos. La colaboración entre nuestros partidos debe darse también en la formulación de propuestas políticas, sociales y económicas, alternativas a las neoliberales y tecnocráticas en boga, viables políticamente y sólidas en lo económico, que perfilen el mundo y las sociedades que aspiramos a desarrollar desde ahora, y que se afirmen en el ya a la vista siglo XXI. Tenemos que trabajar juntos dos propuestas específicas muy importantes: qué políticas debieran 71 instrumentarse en Canadá —y los Estados Unidos hacia América Latina, y cuáles debieran ser las políticas de México —y de los países latinoamericanos— hacia Canadá y los Estados Unidos. Tenemos que partir de nuestras raíces y luchas históricas, de una valoración objetiva de la realidad que hoy se vive y pretendemos trasformar, de los factores internos y externos en juego, y tener muy claro hacia quiénes se dirigen nuestras propuestas y la organización que haga el planteamiento para los diferentes sectores sociales, autores y actores de los cambios por realizar. No se trata, y nadie con los pies en el suelo lo pretendería, de repetir mecánicamente experiencias del pasado, por exitosas que hayan sido. Debemos sí, aprovechar y recoger enseñanzas de esas experiencias y de lo que hayamos construido, mantenga su vigencia y sea útil. Renovar y fortalecer, por ejemplo, los sistemas de seguridad social y los instrumentos de fomento económico que permiten elevar condiciones de bienestar; estimular la producción y el crecimiento, garantizando eficiencia y productividad, para cumplir objetivos de justicia social y autodeterminación. El progreso hoy día no pude sustentarse en sistemas coloniales, en desigualdad comercial, ni en economías cerradas. Tampoco en la adopción de medidas que dieron respuesta a otras circunstancias económicas o políticas. Los intercambios diversificados y crecimientos que nos impone el mundo actual, deben servirnos para sentar las bases y desarrollar estructuras y relaciones que impidan que se reproduzcan desigualdades, desequilibrios y subordinaciones, que al mismo tiempo abran las oportunidades que a todos garanticen trabajo —única forma de contribuir al progreso general— y condiciones para un mejoramiento social creciente que alcance a todos con equidad. La lucha de los canadienses por un futuro de progreso y bienestar compartido, pasa por la abrogación o al menos la revisión y modificación radical del Tratado de Libre Comercio suscrito con los Estados Unidos. Éste, ya lo dijimos, corresponde a la estructuración de un orden internacional injusto, que no es al que aspiran la mayoría de los canadienses, en particular los trabajadores. En México, crear condiciones para un desarrollo independiente y con justicia, pasa a su vez por lograr que la relación económica en Estado Unidos —y eventualmente con Canadá- no se dé a través de los acuerdos sobre libre comercio y otras cuestiones económicas que actualmente negocian los gobiernos de México y Estados Unidos; que de no modificarse substancialmente en sus objetivos, y por lo tanto en las materias sobre las que específicamente se negocia, solo vendrán a reforzar situaciones de subordinación económica y política, y a cancelar toda expectativa de mejoramiento para las tres cuartas partes de los mexicanos. Por eso, desde ahora planteamos la necesidad de que nuestro petróleo no solamente quede al margen del Tratado de Libre Comercio, sino que bajo la plena jurisdicción del Estado y en función de nuestros intereses, se proyecte su aprovechamiento y el desarrollo de la industria petrolera y petroquímica, como 72 factor decisivo de un proyecto nacional de desarrollo independiente y democrático. En los acuerdos que se están negociando debe incluirse la movilidad laboral, el establecimiento de un mecanismo tripartita equitativo para la resolución de controversias, mantener la capacidad de decisión de los poderes judiciales en sus jurisdicciones respectivas; al mismo tiempo, convenir inversiones que eleven la productividad general de la economía en sus porciones más atrasadas, integren y den eficiencia a ramas de producción determinadas; plantear una negociación de la deuda externa, que libere recursos que puedan destinarse tanto a inversión social como a la directamente productiva; establecer los principios que permitan un manejo con racionalidad social, económica y ecológica del patrimonio natural de nuestros países; y suscribir una carta social, que establezca las normas básicas para proteger los derechos de los trabajadores. Deben quedar por ahora excluidos de la negociación los servicios, en especial la banca, seguros y servicios financieros, así como todo lo relacionado con el sector agrícola que, en todo caso, a partir de un acuerdo marco, podría negociarse sector por sector y producto por producto, tal como México lo convino recientemente con la Comunidad Europea. Este mecanismo de negociación podría adoptarse para llegar a acuerdos en otras ramas de la producción y los servicios. Por otro lado, para alcanzar una relación con ventajas y beneficios mutuos, México tendría que revisar la fijación de impuestos de importación, temporales o permanentes, para ciertos productos, a fin de permitir el desarrollo de ramas estratégicas o clave de nuestra economía, así como el establecimiento de cuotas para algunas importaciones a fin de evitar déficits en la balanza comercial. En fin, lo importante de los acuerdos no es si el Congreso de los Estados Unidos los aprueba o rechaza por vía rápida o mediante cualquier otro procedimiento, sino los contenidos y sus consecuentes efectos. En el PRD estamos convencidos que la alternativa del Pacto Continental de Desarrollo y Cooperación tendría muchas más ventajas para nuestros países y nuestra gente, pero de aprobarse lo que ahora se negocia (cuyos términos pueden prevenirse con base en lo que ya han dicho los negociadores y las políticas impuestas por la administración), asumimos el compromiso de dar la lucha por revisarlo y corregirlo, de abrogarlo si fuese necesario, de modo que se eliminen aquellas condiciones que limiten el ejercicio de la soberanía del país y cierren posibilidades de mejoramiento para los mexicanos. El futuro al que aspiramos en esta porción norte de nuestro continente, tenemos que construirlo juntos canadienses y mexicanos, el NDP y el PRD, juntos también con los muy diversos sectores de los Estados Unidos que comparten con nosotros el ideal por un mundo de bienestar y progreso, sin explotadores ni explotados. Con nuestros esfuerzos e imaginación, con creatividad y entrega. Queremos hacerlo, podemos hacerlo, juntos lo vamos a hacer. 73 Las fuerzas políticas emergentes en América Latina Universidad Complutense. Madrid, España. 15 de julio de 1991. América Latina vivió los años ochentas como una década perdida en materia de desarrollo, que fue, por otro lado, una década en la que se estuvieron gestando y emergieron amplios movimientos sociales y políticos, que se delinean hoy como las fuerzas que habrán de realizar grandes transformaciones en las estructuras económicas, en la institucionalidad política, en las relaciones de los países latinoamericanos con otros países y otros continentes. La década pasada es la de las crisis por el alto endeudamiento externo; del disparo de la inflación y la hiperinflación; de los acuerdos de los gobiernos del continente con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, a los que no es ajeno el Tesoro de los Estados Unidos, y la imposición de los modelos económicos neoliberales, que se extienden por toda Latinoamérica después de hacer su prueba la dictadura militar chilena; de caída drástica de los salarios y el deterioro de las condiciones de vida populares; de concentración desmedida del ingreso; de cierres y quiebras de empresas y despidos masivos de trabajadores, de incremento por tanto de la desocupación, crecimiento de las economías informales y amplios sectores de la población que son arrojados a la miseria. En esos años caen las dictaduras militares en el Cono Sur y llegan gobiernos de transición que dan paso a elecciones; no acaba de lograrse la pacificación de Centroamérica, a pesar de esfuerzos serios que hacen distintas fuerzas política y sociales; tampoco se destierran el intervencionismo y la violencia, como atestiguan la utilización del territorio hondureño como base para la agresión a Nicaragua y, sobre todo, las invasiones estadunidenses a Granada y Panamá, los miles de muertos y la imposición de administraciones coloniales, militares, y de gobiernos títeres. Es el tiempo en el que los modelos económicas neoliberales demuestran su incapacidad (o en que queda evidente la falta de intención de quien los aplica) para resolver los problemas sociales: educación, salud, empleo, salario, vivienda; y en el 74 que se ve que para mantener vigentes estos modelos en la práctica, los sistemas políticos tienen que hacerse rígidos, que cerrar espacios de ejercicio democrático y recurrir cada vez más a medidas represivas, como se ha visto en Argentina, Brasil y Venezuela, cuando han habido reacciones sociales enérgicas por la insuficiencia de los salarios y el deterioro de los niveles de vida; al atropellarse por medio de la fuerza en México el derecho esencial del respeto al voto (se registran hasta la fecha 112 miembros del movimiento democrático asesinados, y los autores intelectuales y materiales de estos delitos gozan hasta hoy de impunidad); y en los muy numerosos casos que se han presentado por todo nuestro continente, para frenar con violencia demandas obreras o romper por la fuerza relaciones laborales. Se dan también, más hacia el final de la década pasada y ya en los primero años de la actual, los grandes enfrentamientos electorales: en Argentina y Venezuela triunfan candidatos apoyados por organizaciones de larga presencia en la política, que presentaron plataformas electorales de reivindicaciones populares y nacionales y que, al llegar al poder, empiezan a aplicar precisamente las políticas contrarias, neoliberales y de choque, que habían sido sostenidas electoralmente por sus opositores; en México y Brasil se producen fuertes movimientos populares, que si bien no llegan al poder, se mantienen como opciones reales de cambio para luchas políticas futuras; en Chile se logra, primero, una amplísima unidad que se impone con el "no" y anula la posibilidad de reelección del dictador, después que llegue, por medio de una elección democrática, un gobierno de transición; fuerzas nuevas se expresan en Perú, Paraguay y Uruguay, donde el Frente Amplio, antecedente de los movimientos plurales en el continente, se revitaliza y abre perspectivas nuevas; en Nicaragua se lleva a cabo un proceso electoral ejemplar, que consolida la alternancia y un sistema democrático; y como verdadera avalancha llega el Lavalas con el presidente Aristide, en Haití. Desde muy atrás, con amplio arraigo en sectores populares, reclamando justicia y el respeto a derechos esenciales, se han mantenido activos movimientos guerrilleros en El Salvador y Guatemala, que ahora sostienen pláticas con los gobiernos de esos países para buscar soluciones políticas negociadas, que puedan garantizar el cumplimiento de la ley, el libre ejercicio de los derechos ciudadanos y una vida política plural y democrática, que serían las vías para lograr respeto a la vida y terminar con el derramamiento de sangre y los enfrentamientos armados, así como para iniciar transformaciones profundas en las actuales estructuras económicas, políticas y sociales. En Colombia, el Movimiento 19 de Abril (M—19) fue el primero que logró acuerdos con el gobierno, entregó sus armas y constituye hoy, como parte de un amplio agrupamiento político, la Alianza Democrática M-19, un elemento decisivo para que Colombia transite a una profunda transformación democrática. Otros grupos guerrilleros han seguido el camino del M—19 y se han reintegrado también a la vida política del País, y más recientemente se han estado llevando a cabo conversaciones entre el gobierno y la Coordinadora Guerrillera “Simón Bolívar", que reúne a tres grupos alzados en armas contra el Estado (Ejército de Liberación Nacional, Fuerzas Armadas Revolucionarlas de Colombia y una fracción del Ejército Popular de Liberación), para llegar a una negociación política aceptable para las partes. 75 Alfaro Vive Carajo!, en el Ecuador, hace unos meses, como conclusión de una negociación, entregó sus armas y es parte hoy de la vida política y de los movimientos de avanzada de aquel país. El final de la década vio también el derrumbamiento de los regímenes de Europa oriental. Algunos partidos y agrupamientos políticos de América Latina encontraban su referente en las experiencias y realizaciones de aquellos países; y entre ellos, algunos de modo acrítico veían doctrina, ideales, ideología y las realidades de la práctica. Los hechos (que trajeron un fuerte sacudimiento en el mundo de las ideas, de la institucionalidad y los procedimientos del quehacer político, de las estructuras y los mecanismos de toma de decisión en la economía y del desarrollo social) han obligado a todos, esto es, a quienes formaban en organizaciones que se identificaban con las experiencias centralizadoras, estatizantes, autoritarias, y a quienes estaban en un amplio abanico que iba desde posiciones de cuestionamiento profundo, manteniendo identidad socialista o con otras identidades y levantando los ideales de igualdad, justicia y democracia, hasta opositores con las más diversas definiciones ideológicas y políticas, a revisar las posiciones propias y ajenas frente a los cambios en el Este, a retomar las raíces de los grandes movimientos reivindicadores en cada país y en el mundo, a replantear objetivos políticos, formas de organización económica y social, a iniciar la elaboración de alternativas frente a las políticas y modelos fundamentalmente injustos socialmente, dominantes hoy en la práctica. Cuba constituye un caso especial en América Latina. La revolución triunfante en 1959, ante las presiones intervencionistas y el aislamiento al que se sometió al país, puso su vista en —y recibió la solidaridad de— la Unión Soviética y las naciones del bloque del "socialismo real". Integrándose a ese bloque, y al mismo tiempo preservando el libre ejercicio de su soberanía, pudo desarrollarse y lograr importantes transformaciones sociales y económicas; pero al derrumbarse los regímenes del Este y recrudecerse el bloqueo económico y sobre todo el acoso político por parte del gobierno de los Estados Unidos, ha vuelto a enfrentar agudos problemas económicos, ha tenido que multiplicar sus esfuerzos para empezar a resolver problemas de producción y abasto de alimentos, materias primas y productos básicos, y ha debido dar cada día mayor atención y destinar montos crecientes de recursos a la defensa de la isla. La caída de los gobiernos de Europa oriental y de las dictaduras sudamericanas, la substitución de esos regímenes por gobiernos electos a partir de opciones pluripartidistas, por una parte; y por la otra, el surgimiento de movimientos plurales en el continente americano, que se han constituido en alternativas de renovación democrática en sistemas asimismo pluripartidistas, han hecho que surjan con fuerza algunas voces desde dentro y muchas desde fuera — entre las que deben distinguirse las que tienen una sana preocupación frente a los problemas de Cuba y pretenden su solución con base en la libre determinación del pueblo cubano, de aquellas que estén guiadas por intereses intervencionistas— para reclamar que se substituya en Cuba el régimen político de partido único por un régimen de partidos múltiples, y que se vaya a corto plazo a un elección. 76 Sin desconocer que es hacia este tipo de sistemas hacia donde han estado evolucionando y evolucionan los regímenes políticos de muchos países en el mundo, entre ellos los latinoamericanos, ni desconocer que entre el pueblo cubano (como es el caso de todos los pueblos) existe la aspiración y la voluntad de lograr cambios que sostenidamente signifiquen mejoramiento —económico, social, cultural, político-, viendo con objetividad la situación que vive aquel país, puede bien pensarse que los cambios que pudieran conducir a substituir el sistema de partido único no se plantearán por los grupos en el poder, mientras no cese el hostigamiento desde el exterior: el bloqueo económico de los Estados Unidos, que ha cortado toda relación de intercambio con Cuba (incluyendo alimentos y medicinas), y las permanentes presiones de carácter militar que obligan a destinar a la defensa no sólo presupuestos y recursos —que en otras condiciones se destinarían con preferencia a la producción y a cuestiones sociales— sino a darle también atención política prioritaria. En distintos países se han venido estructurando movimientos sociales y políticos que representan fuerzas que estarán cuestionando y disputando el poder a los grupos dominantes actualmente, ya que se empeñarán por construir alternativas reales de cambio. Veo entre estas fuerzas, con muy distinta significación en la vida política de sus países, pero en todos los casos como alternativas de poder a plazo más corto o más largo, o con la posibilidad de constituirse como tales (o de mantenerse o de recuperarlo), al Partido de los Trabajadores de Brasil y a los partidos y organizaciones que, en torno a él, se unieron en la pasada campaña presidencial y pueden volver a coincidir en el futuro, incluso con mayor amplitud; a la Alianza Democrática M—19; al Movimiento Lavalas; al Frente Amplio; al Frente Sandinista de Liberación Nacional; al agrupamiento que pueda llegar a darse con el Grupo de los 8, que representan un justicialismo limpio y renovado en sus raíces, compromisos populares y nacionales; al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional; a la Causa R y al MAS de Venezuela; al Movimiento Bolivia Libre; a la alianza de partidos y movimientos democráticos, socialistas, etc., que hicieron posible el triunfo del "no" en Chile y cerraron el paso a que la dictadura se prolongara; y, desde luego, al Partido de la Revolución Democrática, en México. Al tiempo que en muy distintas formas estos movimientos se gestaban o cobraban nuevos impulsos, tuvieron que hacer esfuerzos y librar sus luchas en muy diversos frentes: en el de su organización y fortalecimiento, para avanzar en la configuración de una correlación de fuerzas políticas favorable; en el electoral, el programático e ideológico; en el de la estructuración de un orden internacional equitativo y justo. Por otra parte, han debido desenvolverse y actuar en función de las situaciones nacionales y de los nuevos condicionamientos internacionales, surgidos de la recomposición del orden mundial, y en particular de la estructuración de un orden hemisférico nuevo, que impulsa el gobierno de los Estados Unidos, con las fuerzas económicas y políticas que le son afines en ese país y en los nuestros. Los principios que guían a estos movimientos emergentes tienen, por lo general, hondas raíces históricas en las luchas emancipadoras de cada pueblo; se nutren de, y combinan corrientes de pensamiento nacionales, regionales y 77 universales; coinciden en sus aspiraciones de igualdad, democracia, justicia, participación y solidaridad. Sus programas de acción responden, en primer lugar, a la problemática presente: se plantean en ellos transformaciones de las estructuras agrarias, de la producción, en instituciones y leyes; así como objetivos específicos de mejoramiento en los niveles de vida de las grandes mayorías, y de participación efectiva en las decisiones de la vida política, del trabajo, de la economía y del desenvolvimiento de la sociedad. Los nuevos movimientos sociales de América Latina no plantean modelos totalizadores, como los que pudieron darse en los países del "socialismo real". Sus propuestas se centran en objetivos de transformación política, crecimiento económico, mejoramiento social y relaciones internacionales, distinguiendo bien, para no repetir errores del pasado, lo que es ideología y lo que son mecanismos de acción para alcanzar finalidades determinadas. En muchos campos, proponen la aplicación simultánea de; una diversidad de esquemas, que corresponden a la búsqueda de distintas vías para resolver problemas con condicionantes específicos, como puede ser en el agro la coexistencia de distintas formas de tenencia de la tierra, de diferentes modalidades para la organización de la producción y la integración de los ciclos productivos. Las grandes movilizaciones levantan sus demandas, en lo general, en torno a unos cuantos objetivos, que ilustramos con el caso mexicano: la efectividad del sufragio y el fin del régimen de partido de Estado, como condiciones para alcanzar la democracia y lograr una amplia participación social en la toma de las decisiones, para imponer políticas de mejoramiento social, para erradicar la corrupción y terminar con la arbitrariedad y los abusos de poder, para avanzar en la configuración de un orden internacional justo y equitativo. Detrás de estos planteamientos existe un intenso trabajo de elaboración ideológica y formulaciones políticas, que ha llevado mucho tiempo, que se han ido afinando y en ocasiones rehaciendo en el curso de la lucha. Se cuenta en lo general con propuestas amplias, más desarrolladas en algunas de sus partes que en otras, que quizá no se divulguen con la amplitud necesaria por las limitaciones impuestas por los recursos disponibles y el acceso, generalmente limitado, que se tiene a los medios de comunicación comerciales o estatales. Pero la gente, no sólo los militantes, saben que se lucha por cambios amplios y profundos. Es por eso que da confianza a organizaciones y a dirigentes. Las fuerzas políticas emergentes en América Latina, aun cuando han venido actuando con escasa comunicación entre sí, coinciden en sus visiones nacionales, del continente y del mundo, y por lo tanto en las posiciones políticas que adoptan frente a problemas internos y externos. Las coincidencias se están dando tanto en los objetivos políticos y económicos que se persiguen, como en las modalidades de organización que adoptan los propios movimientos o partidos. 78 Un objetivo prioritario es llegar a establecer regímenes auténticamente democráticos, que vayan más allá de las democracias formales que ha conocido Latinoamérica, que celebran elecciones, que respetan y cuentan los votos —con excepciones que confirman la regla, como sucede en México —, pero que estén diseñadas para que las cosas no cambien o cambien muy poco. Se trata ahora de llegar a regímenes que garanticen la alternancia con base en decisiones democráticas, con sistemas pluripartidistas, donde el ciudadano (y más allá de él, el individuo) participe de manera efectiva en la toma de todas las decisiones que en una u otra forma lo afecten, tanto políticas como económicas y sociales; es decir, un sistema sin exclusiones, donde la persona —mujer, hombre, joven, niño, adulto, de cualquier religión o perteneciente a cualquier etnia— sea tomado en cuenta y pueda participar en las decisiones en sus distintas calidades simultáneas de ciudadano, trabajador, usuario, consumidor, residente de una ciudad, de un barrio, un municipio, etcétera. Las fuerzas políticas nuevas de América Latina, no aceptan que en materia económica el único camino posible sea el de las políticas neoliberales y monetaristas, que han diseñado los organismos multilaterales (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial principalmente) y que imponen los distintos gobiernos, que corresponden por lo demás, al diseño de un orden hemisférico en el que los Estados Unidos se han asignado el papel hegemónico. Presentan, en consecuencia, alternativas distintas de desarrollo independiente, con base en decisiones tomadas en ejercicio pleno (sin limitaciones impuestas por los centros internacionales de poder) de la soberanía nacional, que tenga como propósito prioritario poner en movimiento las fuerzas productivas, liberar las capacidades creativas y aprovechar los diferentes recursos existentes para elevar, de manera sostenida, las condiciones de vida y bienestar del conjunto de la población; dando atención a la educación, la salud, el empleo, que han sido sectores no sólo desatendidos sino prácticamente ignorados en los años de las políticas neoliberales, así como al desenvolvimiento de un sistema productivo equilibrado, suficiente y de alta eficiencia. Son fuerzas que luchan por la igualdad, en las leyes y en la práctica, contra todo tipo de marginaciones y para ir reduciendo, hasta eliminar, las contrastantes y graves diferencias sociales que existen en todos los pulses de América Latina y el Caribe. Lograr respeto pleno a la vida, a los derechos humanos, terminar con las arbitrariedades y abusos de autoridad, erradicar de raíz la corrupción y las actividades antisociales como el narcotráfico (que se ha constituido en nuevo pretexto y vía para el intervencionismo) son propósitos de todas estas expresiones de renovación política. La defensa del patrimonio natural, su aprovechamiento con racionalidad ecológica y social, acciones y programas concretos para detener la depredación y el deterioro de los recursos naturales y el medio ambiente, para terminar con la contaminación, se ven como acciones prioritarias que deben necesariamente vincularse con el mejoramiento de las condiciones sociales y el manejo de la economía. 79 En estas alterativas se plantea como condición necesaria la estructuración de un orden internacional equitativo y justo, muy distinto del actual, el respeto irrestricto a la autodeterminación y el poner fin a las intervenciones. En este orden nuevo, se prevé que debe darse consideración especial a garantizar a todos el acceso al conocimiento, como la más clara expresión de solidaridad entre los pueblos y entre los hombres, para compartir los avances que en todo el mundo se vayan logrando en la ciencia y el desarrollo tecnológico. Frente al orden mundial que se estructura, de bloques económicos y políticos, con zonas de influencia que abarcan a los países del tercer mundo y de una sola gran potencia militar, la propuesta que se ha ido elaborando desde distintos países del continente —como alternativa tanto económica como política—, es la de la integración latinoamericana. Se le ve como un proyecto realizable, que está condicionado a ir substituyendo a los gobiernos afines a la Empresa para las Américas del presidente Bush —expresión que resume el nuevo orden hemisférico que impulsa el gobierno actual de los Estados Unidos—, por gobiernos de las nuevas fuerzas populares y democráticas latinoamericanas. En el proceso de formación de estas nuevas organizaciones se distinguen los partidos políticos, por un lado, y el movimiento social por el otro, que coinciden en el objetivo general de una profunda transformación democrática, que con ese propósito actúan juntos, se brindan solidaridad, pero al mismo tiempo mantienen su independencia. El movimiento social, tanto urbano como rural, ha cobrado conciencia que no puede limitar sus demandas a las meramente utilitarias (suelo, vivienda, servicios, tierra, crédito, asistencia técnica, organización), ni pueden satisfacerlas a menos que se produzcan transformaciones favorables en la correlación de fuerzas políticas y en las propias estructuras económicas, sociales y políticas. De ahí también la toma de conciencia (del movimiento social) para participar activamente en la vida política. Los partidos y movimientos que son parte de las fuerza nuevas han cobrado conciencia, a su vez, que su crecimiento y actividad no pueden limitarse a la preparación, desarrollo y búsqueda de posiciones para sus cuadros, sino que esa tarea debe necesariamente complementarse con la vinculación de las organizaciones políticas y el movimiento social para imprimir verdadera fuerza a sus proyectos y, sobre todo, a su acción. Se tiene muy claro que un proyecto continental de integración política y económica y de desarrollo independiente, tiene que sustentarse en regímenes democráticos de amplia participación social en cada país, y sólo puede ser realizado por el conjunto de las fuerzas democráticas latinoamericanas. La acción conjunta no ha sido fácil en América Latina y el Caribe. Además de la escasez de recursos, de las limitaciones propias, los esfuerzos de integración se han visto sistemáticamente estorbados por los intereses de dominación, y esta ha sido una situación que una y otra vez se repite a lo largo de nuestra historia. 80 Hoy empieza a darse un nuevo esfuerzo para la acción conjunta de los movimientos nuevos, que representan alternativas de cambio y opciones de poder en distintos países del continente. En julio del año pasado, convocados por el Partido de los Trabajadores (PT) del Brasil, se reunieron en Sao Paulo representantes de poco más de cuarenta partidos y organizaciones de América Latina, para analizar las realidades del continente y tratar de ampliar y avanzar en las coincidencias. Acaba de celebrarse un segundo encuentro en la ciudad de México. Asistieron delegaciones de sesenta y ocho partidos y movimientos, de veintidós países, que avanzaron en la formulación de alternativas económicas y políticas, en la búsqueda de nuevas formas de solidaridad y en la definición de campos para la acción común. Podemos pensar que empiezan a darse los primeros pasos en un largo curso de integración política y económica, que será producto de cambios democráticos internos, de cambios en las relaciones entre los propios países de América Latina y el Caribe —y de estos con los países del norte de América y de otros continentes—; así como de acuerdos continentales y regionales para la acción concertada, de movimientos y partidos por un lado, de gobiernos en su momento por el otro, que confiamos, habrá de llegar a que verdaderamente se sienten las bases para formar la patria grande latinoamericana. 81 La cooperación económica en América del Norte. Ponencia ante miembros del Consejo Executivo del Departamento de Sindicatos Industriales, AFL—CIO. Washington, D. C., EEUU. 12 de septiembre de 1991. Permítanme primero agradecer a mi buen amigo Jack Sheinkman y a Lynn R. Williams su invitación a esta comida, que reúne a miembros distinguidos del Consejo Ejecutivo del Departamento de Sindicatos industriales de la AFL-CIO, y por la oportunidad de tener un diálogo fructífero con ustedes. La ocasión resulta muy especial para mí y para quienes luchamos por la democracia en México. Constituye una distinción estar aquí con un grupo muy especial de dirigentes laborales de los Estados Unidos, que estén preparados para explorar con el movimiento democrático de México un nuevo enfoque integral de las relaciones entre trabajadores y otros sectores progresistas de nuestras dos sociedades. Fuerzas formidables, viejas inercias, prejuicios y temores injustificados están tratando de convencernos que los intereses de los trabajadores mexicanos y americanos son irreconciliables, que el bienestar de una familia de trabajadores en México puede alcanzarse sólo a expensas de los empleos y las condiciones de vida de las familias de los trabajadores americanos. Con base en las negociaciones en curso sobre el Tratado de Libre Comercio que realizan nuestros dos países, esto constituye un verdadero peligro. Si no actuamos con prontitud y rechazamos de plano la idea que no podemos trabajar hacia metas compatibles, los intereses de las corporaciones tendrán éxito en echar a los trabajadores mexicanos y americanos acremente unos contra otros. Dirigentes con valor y determinación como todos ustedes, son la fuerza que nos conducirá a un futuro de cooperación amistosa y de entendimiento entre los mexicanos y los americanos que trabajan. A pesar de obstáculos considerables que enfrentamos, esta reunión es ya un éxito porque constituye un verdadero comienzo en nuestra búsqueda conjunta de ese futuro. 82 México y los Estados Unidos están ya embarcados en un proceso de integración espontánea que ninguna fuerza puede revertir, pero en el cual muchos están compitiendo para orientarlo de acuerdo a sus intereses particulares. Se trata de una integración en lo económico y social que en muchos aspectos no ha sido una experiencia constructiva, sino que ha representado una relación profundamente desequilibrada entre dos asociados desiguales. Para México, esta integración ha sido motivo de daños serios al medio ambiente, ha estimulado la explotación de los trabajadores y el agotamiento de nuestros recursos naturales. Nuestra integridad y soberanía nacionales también han sufrido a consecuencia de la llamada interdependencia. Hasta ahora, la integración no ha mejorado la calidad de vida de la mayoría de los mexicanos ni las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores. EI Tratado de Libre Comercio (TLC) que se está preparando es un instrumento de visión corta, que no intenta corregir las graves distorsiones económicas de nuestra integración, sino perpetuarlas en favor de intereses corporativos y políticos estrechos de nuestras élites dominantes. Nosotros, definitivamente, no podemos separar nuestras dos economías; pero sin duda, podemos hacerlas funcionar mejor y transformar nuestra relación en una oportunidad para compartir nuestros recursos con equidad y verdadera responsabilidad y para mejorar nuestras vidas. El carácter irreversible del proceso de integración significa que nuestra lucha en México por una sociedad justa y democrática, no puede tener éxito si fracasamos en ofrecer una visión alternativa para reorientar la relación de México con los Estados Unidos. Estamos aquí con ese propósito y con la esperanza de movernos con ustedes en una dirección acorde con las necesidades, aspiraciones e intereses de las mayorías de nuestros pueblos. Para ustedes, esta inevitable integración representa también el grave peligro de perder —en una competencia desleal con la mano de obra sobreexplotada y barata de México— sus conquistas históricas y deteriorar más el poder de negociación de los sindicatos industriales. Sin embargo, ustedes no pueden voltear la espalda a la realidad ni tratar de impedir la expansión de esta relación simbiótica ya en proceso, que debe verse también como la oportunidad para ganar las iniciativas política y económica necesarias para dar impulso, en la cambiante economía mundial, a una nueva estrategia de desarrollo económico y social. Es por eso que veo ésta como una reunión muy importante, no sólo ocasión de hacer discursos sino oportunidad para explorar acciones comunes. Estamos aquí para iniciar un diálogo serio, para encontrar alternativas y construir una amistad y una hermandad verdaderas con mexicanos, americanos, canadienses y latinoamericanos. Antes de hacer algunas propuestas que pudiéramos comentar aquí, permítanme compartir con ustedes algunas preocupaciones inmediatas, debido a la situación política de México. Las recientes elecciones no sólo no constituyeron un paso adelante hacia la democracia, sino que han sido una incuestionable 83 regresión. Todos los partidos de oposición —sea que se trate del PAN, de centro derecha, o de los pequeños partidos paraestatales— y toda la gama de intelectuales mexicanos —con todas las posiciones-; todo diario norteamericano, desde el New York Times hasta Los Ángeles Times, favorable o desfavorable a la reforma económica de Salinas, cuestionan la limpieza, legitimidad y equidad del proceso electoral. Después de tres años en el cargo, Carlos Salinas ha sido incapaz de producir una elección más limpia o una más creíble, ni en el criterio de sus partidarios ni en el de sus adversarios. Los amigos de la democracia en México, como ustedes, no requieren explicación de lo que muchos en la prensa norteamericana llaman una derrota de la oposición democrática en México. Baste decir que aun de acuerdo a las cuestionadas cifras oficiales, como dije antes, por todos, la oposición al PRI obtuvo los mismos diez millones de votos que se le adjudicaron oficialmente en 1988. Pero el PRI, en lo que parece ser un logro electoral extraordinario, increíble e imposible, obtuvo 50% más votos que Carlos Salinas en 1988, a pesar del hecho que invariablemente en las elecciones de medio periodo en México —o en cualquier otra parte del mundo— la participación de los votantes disminuye drásticamente. Sólo una alteración general, en una escala agregada y distrito por distrito, puede explicar este resultado. Desde luego, los reportes de las asociaciones de derechos humanos, las organizaciones de observadores del voto y los partidos políticos de todas las posiciones señalan el fraude masivo, que va desde el rasurado de los opositores de las listas de electores, hasta el aumento de las listas con votantes en favor del gobierno, el relleno de urnas, votos duplicados y manipulaciones postelectorales. Quizá más importante para los resultados electorales, fue la abrumadora utilización de fondos de los contribuyentes para propósitos partidarios particulares, incluyendo en ello el tiempo preferente en los medios de comunicación en escala sin precedentes, aun de acuerdo a las prácticas usuales en México. En vista de esta situación, el movimiento democrático de México necesita de su comprensión, concurrencia y apoyo. Si su preocupación es la naturaleza, alcances y consecuencias del TLC que negocian nuestros gobiernos, no pueden permanecer indiferentes ante el estado que guarda la democracia en México. Si ustedes apoyan una visión alternativa para un acuerdo de comercio y desarrollo verdaderamente benéfico. Deben empezar a apoyar activamente la democracia en México. No pueden esperar un TLC honorable y equitativo si no defienden la democracia en México. Aquí están algunas sugerencias de lo que podemos hacer juntos: En los últimos meses hemos dedicado un esfuerzo considerable para definir los elementos de lo que podría ser una interacción económica de verdadera cooperación en América del Norte. Ahora tenemos que hacer de ella un esfuerzo común. Propongo entonces, la creación de un equipo de trabajo integrado por representantes del movimiento obrero de los Estados Unidos, que con sectores progresistas de la sociedad mexicana avancen en la tarea de diseñar un acuerdo continental de desarrollo y comercio que puedan suscribir nuestros tres países: México, Estados Unidos y Canadá. 84 Es también imperativo trabajar juntos para movilizar apoyo para esta causa. A ese respecto, la prioridad inmediata debiera ser asegurar que la comunidad mexicoamericana tenga el papel decisivo que le corresponde en todo este proceso. Los mexicoamericanos son la expresión más vívida de lo que a menudo representa la integración entre nuestros dos países. Su experiencia como inmigrantes sintetiza tanto el legado mexicano de autoritarismo y corrupción como la desigualdad, el racismo y la intolerancia norteamericanas. El mejoramiento de sus condiciones de vida, oportunidades sociales y el fortalecimiento de su comunidad son la piedra de toque, la condición previa para el establecimiento de la nueva relación que queremos construir. Propongo que juntos diseñemos un plan de acción para acercarnos tanto a los mexicoamericanos como a los migrantes indocumentados en los Estados Unidos, para crear una coalición amplia de fuerzas favorables a la alternativa de comercio y desarrollo continental. Finalmente, no debemos perder de vista el hecho de que las tendencias corrientes en la integración económica y social, están creando también una división del trabajo inequitativa y desventajosa entre Estados Unidos y Canadá de un lado, y el resto de América Latina del otro. Esta integración en curso, debido a su naturaleza no discriminante y favorable a las grandes corporaciones, constituye un fenómeno igualmente amenazante para las conquistas laborales norteamericanas y la integración especifica entre México y Estados Unidos, que tanto nos preocupa. Si el movimiento obrero de Estados Unidos está verdaderamente comprometido en ampliar sus horizontes y fortalecer sus relaciones con el movimiento obrero democrático más allá de sus fronteras, no debiera limitar sus perspectivas al vecino inmediato ni reducirlas a cuestiones económicas y sociales. La defensa de la democracia en América Latina donde no existe, debe verse como elemento esencial en la construcción del nuevo orden mundial que debe visualizar el movimiento obrero norteamericano. Y reitero, nuestro encuentro aquí, hoy, no debe quedar en una simple reunión formal y nuestras palabras no pueden quedar sólo en buenas intenciones. Tenemos que ser constructivos, prácticos y empezar a erigir hoy el futuro común que nuestros pueblos nos demandan. 85 La democracia al alcance de la mano Escuela de Derecho de la Universidad Loyola. Los Ángeles, California, EEUU. 28 de febrero de 1992. Al comenzar la segunda mitad de la presente administración y al entrar la economía mexicana en su décimo año de ajuste, los resultados no son particularmente alentadores. La súbita, indiscriminada e ideologizada apertura comercial ha generado un gran déficit comercial, que aumenta en mil millones de dólares por mes. Las importaciones crecen más rápidamente que las exportaciones. Los bienes, y ahora también, los servicios del extranjero, parte de los Estados Unidos, parte de Asia, están desplazando a los bienes y servicios mexicanos; muchos sectores industriales —desde textiles hasta automóviles—que antes mostraban excedentes, tienen déficit ahora; y empresarios fuertes que eran productores se han convertido en importadores. Se pierden empleos; muchas industrias están cerrando. Las ventajas comparativas potenciales en el comercio internacional se pierden con esta política erróneamente concebida. En vez de abrir algunos sectores y alentar otros, a fin de hacerlos verdaderamente competitivos en el mercado mundial, como lo hace cualquier otro país (a través de protección, subsidios, apoyo), la administración mexicana decidió dejar todo al mercado. El resultado es que el sector de exportaciones que más crece es el de melones congelados, y México regresa así a los bienes primarios, al turismo y a la especulación. El empleo formal no está creciendo. La ocupación en manufacturas ha caído y como todo aquel que camine por la Ciudad de México puede ver, la economía informal, subterránea, se está apoderando de las banquetas, las calles y lo que es más grave, de la iniciativa económica. La paradoja es entonces que una economía que crece, estimulada por grandes insumos de capital atraído a México por el remate indiscriminado de bienes de la nación, no crea empleos ni expande la economía. Simplemente esta enriqueciendo a los más ricos y generando demandas para economías deprimidas en el extranjero. Estamos vendiendo importantes 86 activos de la nación en sectores económicos estratégicos para financiar un gasto excesivo en importaciones suntuarias. El tamaño de la economía informal y la velocidad a la que crece dan prueba del fracaso del programa de modernización. Las crecientes disparidades en riqueza e ingreso, muestran lo que verdaderamente es el modelo: un programa injusto, depredador y humillante. El Tratado de Libre Comercio (TLC) tal como se está negociando y como los tres gobiernos quieren firmarlo, es de hecho simplemente un instrumento para mantener vigentes las políticas y condiciones que hacen posible este modelo. En lugar de ser un mecanismo abierto para su transformación, el TLC está concebido por sus impulsores como un instrumento supranacional para consolidar la situación existente, perpetuar las actuales estructuras, y atar a México con Estados Unidos mediante una serie de acuerdos que no ayudan a México a entrar a la economía mundial de manera realmente ventajosa. A pesar de los numerosos intentos por parte de diversas organizaciones en los tres países para comprometer a las autoridades en un diálogo constructivo respecto al contexto y amplitud del acuerdo, han seguido tercamente una línea de negociaciones que no responde a las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos en Canadá, Estados Unidos y México. Hemos propuesto un compromiso social (social charter) como parte fundamental de un acuerdo entre nuestros países. Pero estimamos que un compromiso social empieza en casa, que es un objetivo nacional y antes de que el país convenga en un compromiso social, hay poco que hacer para traducirlo en un pacto internacional. El compromiso social nacional es un componente central de nuestra lucha por la democracia. Debe ser producto de una serie de consultas entre trabajadores, empresarios, organizaciones sociales, universidades, etc. Debe tomar en cuenta lo que se haya logrado ya socialmente en legislación, sistemas de seguridad social, condiciones para negociar salarios, etc., y debe representar avance real para todas las partes. En México se aplica un proyecto económico y político diseñado por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, idéntico prácticamente al que se aplica en Brasil, la Republica Dominicana, Venezuela, Argentina y otros países del continente, y que tantos problemas ha ocasionado. Estas políticas han llevado a México al borde de una nueva crisis, tan profunda y amplia como la que agudamente se vivió en 1982 y cuyos efectos aún se resienten. A mediados de 1989 México renegoció la deuda externa con más de quinientos bancos acreedores; para ello fueron decisivos los créditos del Tesoro de los Estados Unidos y la influencia del gobierno americano en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco Mundial. La deuda, en ese momento de 92 mil millones de dólares, se redujo en cifras absolutas en unos 700 millones, y se establecieron condiciones que facilitan el pago puntual y cabal de su servicio. 87 Las políticas seguidas por el gobierno mexicano no liberaron los recursos que se utilizan para servir la deuda y han fracasado en atraer inversión productiva, ni nacional ni extranjera. Es cierto que México ha estado recibiendo inversiones del exterior, pero más del 60% ha ido a la especulación, unos 20 mil millones de dólares en los últimos años. México ha estado viviendo así en el filo de la navaja, y la estabilidad económica sólo se ha mantenido con los créditos acordados, por motivos políticos, por el gobierno del presidente Bush. Hoy la deuda se ha elevado nuevamente y llega ya a 104 mil millones de dólares. Después de dos años de superávit, de acuerdo a cifras oficiales, en 1989 la balanza comercial se volvió negativa, mostrando un déficit en 1990, de 5 mil millones de dólares y alcanzando 12 mil millones para 1991. Por otra parte, el ahorro neto del sector privado disminuyó en los últimos dos años más del 90 por ciento. Pasó de 37 mil millones de dólares en 1989 a sólo 2 mil 320 en 1990, y en el primer semestre de 1991 tenía ya un valor negativo de 4 mil 920, esperándose que continúe la tendencia negativa. Estos son signos claros de una crisis económica debido a la improductividad y la corrupción, al desperdicio de los recursos del país y a la estructura de desocupación masiva generada por la protección gubernamental a la especulación, a los productos del extranjero y a los privilegios de unos cuantos. Nuestro peso está sobrevaluado. Tememos una caída, una devaluación mucho más drástica que las ocurridas en administraciones anteriores, con todas sus consecuencias económicas y políticas. Las condiciones sociales no son mejores. Los salarios han perdido, en la última década, más del 60% de su poder adquisitivo en términos reales, correspondiendo 25% a la administración de Carlos Salinas. En esta misma década, sólo se crearon un millón 300 mil empleos, cuando han habido un millón 100 mil jóvenes que cada año demandan trabajo. Sólo el 17% de la demanda de empleo ha sido satisfecha. La desocupación toca hoy a 8 millones 900 mil personas, que representan la tercera parte de la fuerza de trabajo del país. En 1982 los salarios representaban 36% del PIB, hoy sólo son el 24%, lo que muestra como se concentra el ingreso. Es importante señalar también que las recientes reformas constitucionales que modifican la base legal de nuestra estructura agraria, si no se revierten en un plazo corto, provocarán que dos millones de familias campesinas (esto es, unos diez millones de personas) se vean expulsadas —de la tierra que ahora ocupan y trabajan— hacia las ciudades, y se estima que la mitad vendrán a este país a sumarse a los cinco millones de mexicanos que han emigrado a los Estados Unidos en el último decenio. En las negociaciones que se llevan a cabo por México, Estados Unidos y Canadá, el gobierno mexicano ha estado presentando como nuestras ventajas 88 comparativas los bajos salarios —que tienden a seguir disminuyendo— que se pagan a los trabajadores mexicanos, el hecho de que no se exija a las industrias que se establecen en México que inviertan en infraestructura social o comunitaria, y la falta de observancia de nuestras reglamentaciones ambientales. Las leyes ecológicas de México son muy similares a las de Estados Unidos, pero en la práctica no se exige su cabal cumplimiento. Los presupuestos de los programas ambientales son escasos y la corrupción parece endémica. Existen dos mil maquiladoras propiedad de americanos en nuestra área fronteriza y es muy claro cómo desobedecen nuestras regulaciones ecológicas. Sólo un ejemplo: el manejo de sus desperdicios. En 1990, únicamente 19% de las plantas que utilizan substancias toxicas pudieron demostrar que habían dispuesto adecuadamente de estos materiales; y en 1989 sólo 20 de mil 600 maquiladoras operando en México devolvieron sus desperdicios tóxicos a los Estados Unidos, en cumplimiento del tratado firmado en 1983 por los dos países. La contaminación en la frontera constituye un problema grave. El drenaje crudo que se descarga al río Tijuana fluye al río Nuevo, ocasionando enfermedades e infecciones en ambos lados de la frontera; el "Nogales Wash", en la frontera entre Sonora y Arizona, está altamente contaminado con drenaje industrial y doméstico, incluyendo productos químicos tóxicos.* *”Look before you leap” preparado por The Development Group for Alternative Policies. 1991. De acuerdo al curso que siguen las negociaciones sobre el TLC, éste vendrá a consolidar los desequilibrios existentes entre nuestros países, llevando a México a insertarse en la economía mundial por la vía de la subordinación y de hecho su absorción a la economía de los Estados Unidos. Nos preocupa, por lo tanto, que ése pueda ser el resultado del acuerdo comercial entre Canadá, Estados Unidos y México y sobre todo, el destino de nuestro país. Por eso hemos propuesto un pacto diferente: la utilización de múltiples herramientas económicas para superar los rezagos y asimetrías existentes; una visión distinta en las relaciones internacionales, particularmente las de Estados Unidos y México; y como condición indispensable, la democratización de la vida política del país. Como alternativa al TLC que negocian los gobiernos de México, Estados Unidos y Canadá, que es punto de arranque de la instrumentación de la Iniciativa para las Américas del presidente Bush —propuesta insuficiente para desarrollar América Latina y con claras pretensiones de consolidar la hegemonía hemisférica de Estados Unidos—, planteamos la celebración de un Acuerdo Continental de Comercio y Desarrollo, que discutan y negocien el conjunto de naciones del continente, que parta de reconocer las diferencias existentes en grados de desarrollo, productividades de las economías, condiciones sociales, y que se fije 89 como un primer propósito disminuir hasta cerrar esas diferencias y sentar las bases de una competencia y complementación económicas con bases de equidad. Las negociaciones, considerando, por ejemplo, lo que debiera resolverse entre Estados Unidos y México, tendrían que realizarse en torno a las cuestiones estrictamente comerciales; a la armonización de normas en materia de inversiones, reglamentación antimonopólica, un compromiso social, la ecología y la propiedad intelectual; los mecanismos para resolver las controversias, de modo que no se invadan y limiten jurisdicciones nacionales para ventaja de alguna de las partes; la movilidad laboral; e inversiones compensatorias, esto es, inversiones como las que convinieron los países de la Comunidad Europea con Portugal, España, Grecia e Irlanda cuando se decidió la incorporación de estos países a la Comunidad. Al reconocer las diferencias y proponerse eliminarlas a partir de esfuerzos conjuntos, las inversiones compensatorias se constituyen en pieza clave del pacto y en su eje articulador. Alcanzar condiciones de desarrollo suficiente, equilibrado, autosostenido y relaciones de equidad interna e internacionalmente —especialmente en nuestro hemisferio—, exige echar mano de múltiples instrumentos económicos y no de manera casi única, como se plantea en la iniciativa Bush, con la sola creación de una zona de libre intercambio, de la liberalización comercial, como demagógicamente han venido sosteniendo los negociadores del TLC. Es necesario recurrir, con visión de largo plazo, simultáneamente, a varios instrumentos; la propia apertura comercial y la gradualidad en su realización; inversiones compensatorias, como ya se señaló; una nueva negociación de la deuda externa que conduzca de modo efectivo a liberar recursos para inversión; la adopción de medidas que estimulen la inversión productiva, y frenen y desalienten la especulación financiera; la determinación y reconocimiento en cada país de los nichos económicos, las actividades estratégicas y prioritarias, conductoras del desarrollo económico general; entre otras. En la última década, en México, ha quedado claramente demostrado que la liberalización comercial no trae como consecuencia obligada la apertura política. En estos años se ha caminado precisamente en el sentido contrario. El régimen de partido de Estado, uno de los pocos que subsisten aun en el continente y en el mundo, se ha rigidizado, ha debido recurrir de modo regular y sistemático al fraude electoral, y cada vez más a la represión y a la violación impune de los derechos humanos. El autoritarismo mexicano descansa hoy por hoy en la ayuda económica y el apoyo político y diplomático de Washington. Gracias en buena medida al empeño de la administración del presidente Bush, la imagen internacional de responsabilidad y democracia del gobierno de México no se corresponde de manera alguna con la realidad. En contradicción directa con las posturas sostenidas en los últimos años por las principales corrientes de opinión pública internacional a favor de la democracia en el mundo, la comunidad internacional ha extendido a la administración de Carlos Salinas una ilegitimidad política que no 90 tiene y una representatividad que no se ha ganado. En nuestro continente se ha pasado ya, en el caso de algunos gobiernos y movimientos políticos, del respaldo por omisión al gobierno autoritario de México, a su apoyo franco y desembozado. Conveniencias inmediatas y actitudes acomodaticias han hecho que la causa de la democracia mexicana, salvo aisladas excepciones, se encuentre casi sin adeptos en los sectores oficiales del continente. Si en México se mantiene inamovible el sistema político; si no se da su apertura, que pasa necesariamente por el respeto al voto en una elección libre y no manipulada; si con base en ese sistema político se profundizan las políticas económicas de subordinación, concentración del ingreso, socialmente excluyentes; va a impedirse el desarrollo de mercados nacionales fuertes, con consumidores que tengan verdadera capacidad para comprar; se acentuarán las distorsiones de la economía, pues seguirán habiendo sectores modernizados orientados a exportar, junto a ramas en desastre (como la agricultura) o en vías de extinción (como la industria de consumo); se seguirá requiriendo de apoyo económico externo, como ha sido práctica usual desde 1982 y sobre todo de 1988 en adelante, principalmente a cargo de los contribuyentes de los Estados Unidos, que han significado y significarán aliento político al gobierno mexicano; y se incrementara la corriente migratoria de mexicanos hacia los Estados Unidos. Con todo, vemos el futuro y el futuro inmediato con optimismo. La democracia está en México verdaderamente al alcance de la mano. Numerosas organizaciones y grupos de la sociedad civil se preparan para 1994, con la voluntad de encarar unidos la sucesión presidencial y para cerrar el paso, de manera definitiva, al fraude electoral y a la imposición. Por ello las fuerzas democráticas en México nos organizamos para demandar de los americanos del sur, el centro y el norte del continente, convencidos de la razón y la justicia de la causa de la democracia, una actitud congruente y vigilante respecto a México. En las luchas del pasado y del presente contra las dictaduras, las intervenciones, contra la discriminación racial, por la defensa de la soberanía y la democracia, por el respeto a la vida y a los derechos humanos de otros pueblos, hemos sido y seguiremos siendo solidarios. Hoy demandamos esa misma solidaridad para quienes en México nos esforzamos por poner fin a un régimen de partido de Estado autocrático y corrompido, y por transitar hacia una democracia de amplia participación social. Queremos organizar, entre otras cosas, la observación de nuestras elecciones municipales y estatales que tendrán lugar en 1992 y 93, así como las elecciones nacionales de 1994, como contribución para democratizar nuestra vida política. Sabemos que no es sólo cuestión de tener o no tener observadores electorales para lograr pleno respeto al voto. Es necesario que una fuerza política, con la capacidad suficiente, se imponga al gobierno para que éste acepte conducir elecciones limpias, en las que los votos verdaderamente cuenten. 91 Crear esta fuerza, plural y diversa, que tenga la capacidad de abrir la vía a la transición hacia la democracia, es hoy nuestro objetivo principal. Necesitamos abrir los medios de información. Es una condición para que se dé la democracia. Tenemos que crear los medios para comprar tiempo y espacio, también para crear una comunicación alternativa, diferente y amplia, objetiva y veraz. Sabemos que podemos lograrlo. Sabemos que el pueblo mexicano puede lograrlo. Necesitamos su ayuda y la requerimos respetuosamente. Les pedimos enfocar su atención en la lucha por la democracia en México, y hacer que; la opinión pública de los Estados Unidos y su gobierno conozcan la realidad de la situación en nuestro país. Pero alcanzar la democracia en México tiene que ser una tarea mexicana, lograda ante todo por los mexicanos en México. Esa es nuestra responsabilidad y nuestro compromiso. El pueblo de México está entregando lo mejor de su vida a ese ideal. Al final, tenemos confianza en que ese ideal se impondrá 92 Igualdad, progreso y derechos humanos Universidad de Colorado. Boulder, EEUU. 8 de septiembre de 1992. Constituye un señalado honor para mí la oportunidad que me brinda la Universidad de Colorado en Boulder, de participar en este foro, con un distinguido auditorio y acompañando a expositores que se destacan por su decidida vinculación a las causas libertarias de la humanidad en los campos de la cultura y el conocimiento, la defensa de derechos fundamentales de los pueblos, la paz, las reivindicaciones de minorías explotadas y marginadas. El tema bajo el cual se ha convocado este foro es por demás sugestivo. Resume las grandes motivaciones que, están en la raíz de las luchas de los pueblos de todos los continentes, por verdaderamente ser y ejercer plenamente su soberanía, por recobrar identidades, por devolver a las palabras sus significados verdaderos, por hacer francas y limpias las relaciones entre naciones y entre pueblos, por dar reconocimiento en el ánimo público a los valores del trabajo, la igualdad, la cooperación, la amistad, el amor, y que sean estos los que motiven las decisiones políticas, sociales y económicas de gobiernos, colectividades e individuos. Hoy en día las fuerzas que han estado moviendo el desarrollo económico, que producen crecimiento y recesión, manejo cuidadoso o depredación de recursos naturales, progreso y bienestar junto con lacerante miseria y humillantes exclusiones; y las que han llevado a las relaciones políticas a constituir una compleja red en la que coinciden y conviven fuertes contradicciones, tanto en lo internacional como en el ámbito de cada país, esto es, dependencias, cooperación, represión, democracia más amplia o más limitada; amenazan la existencia de naciones, de ciudades, de conglomerados sociales, de etnias; amenazan con poner fin a lo que hay de civilización, de relación fraterna, de posibilidades de persistir en la vida humana en una perspectiva de generaciones. En estas condiciones se inhibe y en muchos casos se cancela de manera absoluta la posibilidad para millones de seres humanos de ejercitar derechos fundamentales individuales, ciudadanos, laborales, sociales. 93 Garantizar hoy día, universalmente, el ejercicio de los derechos humanos, exige de todos, esfuerzos de muy amplio espectro social y político, que pueden llevarnos a modificar el orden mundial existente, así como regímenes internos y ciertas situaciones especificas en la gran mayoría de los países. El primer derecho que hoy debiéramos proponernos garantizar a los niños, a las mujeres y los hombres, a los jóvenes, debe ser a la vida, a una vida con bienestar y dignidad, a una vida larga, con expectativas para ser y hacer, participar y crear en todos los campos que podamos y queramos imaginar. El mundo no va por esta senda. El orden mundial que se ha conformado, de un sola potencia militar, del Grupo de los 7, de bloques económicos que giran en torno a los Estados Unidos, Japón y la Comunidad Europea, profundiza la división entre Norte y Sur, aumenta las distancias entre crecimiento y subdesarrollo, acentúa las diferencias sociales, las concentraciones de ingreso, los desequilibrios regionales, y reduce posibilidades y expectativas para sectores sociales o territoriales de algunos países, e incluso, países que en su totalidad, se van quedando atrás. El norte de las naciones altamente industrializadas, y dentro de ellas los dueños de las grandes fortunas, que evidentemente no son todos los que ahí viven, sólo ven en los países, regiones y grupos sociales atrasados, fuentes de mano de obra barata y de recursos naturales que pueden depredar y agotar; sitios para gozar como turistas aquello de lo que se carece en el norte; mercados, que si bien limitados y en vías de estrecharse en razón de relaciones cada vez más asimétricas, permiten en el corto plazo desfogues de producción que dan recursos y tiempo para los reajustes que demanda la competencia entre industrializados. Esta es la realidad que vivimos en nuestros diferentes países, pero aquí, en esta nación que nació para ser tierra de hombres libres y comprometidos a luchar permanentemente por la libertad, poco conocen sus grandes mayorías lo que sucede en el sur, ni siquiera en ese sur tan cercano como es el nuestro, dividido en la geografía por una línea imaginaria y por un río que hoy puede franquearse en innumerables puntos; y ese desconocimiento ha estado conduciendo a la indiferencia y a la inactividad. Y no sabemos suficiente y objetivamente uno del otro ——aunque sabemos más nosotros de ustedes que ustedes de nosotros—, porque la información, aunque se recoja, muchas veces no fluye y no fluye porque hay intereses a los que conviene que así sea. Mucho de lo que sucede ahora en México, intencionadamente no se da a conocer aquí. Y en diversos círculos, como los del gobierno, aunque se sabe, es ignorado y por lo tanto no reconocido públicamente para no hacer incómoda la relación política o comercial, para no plantearse contradicciones en la observancia de compromisos internacionales o incluso de leyes internas. 94 En el mundo actual, estructurado cada vez más a partir de los grandes avances científicos y tecnológicos, cuando el conocimiento y la comunicación se han constituido en elementos clave del crecimiento económico y de las relaciones e influencias políticas, la libertad de expresión en su acepción originaria —esto es, de palabra e imprenta, derecho básico del nacer democrático y de la democracia de todos los tiempos—, tiene necesariamente que complementarse con el derecho a transmitir uno sus ideas aprovechando los medios que el progreso pone a nuestro alcance, y también con el derecho a estar informado, a recibir información, sobre todo aquello que pueda afectamos, positiva o negativamente. En la actualidad, tan grave es verse coartado en la libertad de expresión, como verse privado de información. Los estudiosos del derecho, quienes investigan sobre el desarrollo de la democracia, y todos aquellos que luchan por hacer efectivo el ejercicio pleno de los derechos humanos, tienen el compromiso de contribuir a elaborar y precisar lo que es y debe ser el derecho a la información y como debe instrumentarse su ejercicio en la práctica. Al coartarse la libertad de expresión y restringirse el derecho a recibir información, se imponen limitaciones a muchos otros derechos básicos y se reducen oportunidades de mejoramiento o de acción de individuos, grupos sociales y a veces de pueblos enteros. Hoy en México, para ilustrar con casos cercanos a nosotros, los partidos políticos —a excepción del partido de Estado—, por ejemplo el Partido de la Revolución Democrática, al que yo pertenezco, no tienen en la práctica posibilidad de acceso a un medio de comunicación como es la televisión, que en el presente es decisivo y que cobra cada vez mayor importancia para formar opinión. El código que regula la actividad de los partidos políticos establece que cada partido disfrutará de 15 minutos mensuales en las frecuencias de radio y canales de televisión. Se establece, por otra parte, que los partidos harán uso de su tiempo mensual en dos programas semanales —el mismo programa, de 15 minutos obligadamente continuos, en las fechas, estaciones y horarios que determine la autoridad electoral. Para actividades de propaganda esta modalidad de acceso a los medios resulta altamente limitativa. Ahora bien, si pretendiéramos comprar tiempos en las principales televisoras de cobertura nacional, que es posible puesto que la ley no lo impide, tendríamos que pagar 100 mil dólares por minuto, que es la tarifa corriente. Un partido como el nuestro, ni soñando podrá comprar tiempo en esas condiciones; pero con el régimen político que existe en México, lo puede hacer un sólo partido, el del Estado, el PRI, que mediante conductas ilegales del gobierno, tiene acceso ilimitado a los fondos públicos. El costo estimado de las recientes campañas oficiales por gubernaturas estatales, en Michoacán, Chihuahua, Veracruz y Oaxaca, se estima que ascendió a más de 30 millones de dólares en cada estado. En la campaña federal para renovar 95 el Congreso el año pasado, el costo de la propaganda del PRI en cada canal de cobertura nacional, que son varios, se estima por arriba de los 100 millones de dólares, cifras que rebasan el gasto legalmente autorizado para una campaña presidencial en los Estados Unidos. Y se gastó además, en televisoras locales, en radio, en la compra de grades espacios en la prensa, en transporte, alojamientos (en una campaña para gobernador hay que pensar en más de 100 habitaciones de hotel diarias por unos cuatro meses), alimentos y bebidas, etcétera. En un ejercicio pleno de derechos políticos, que exige igualdad de todos ante la ley, no pueden admitirse situaciones como ésta, en que un derecho se ejerce o no en función del acceso que brinda el gobierno a los fondos públicos y no con base en la determinación libre del ciudadano o de un cuerpo social determinado. Alguna información se ha divulgado desde México respecto al mal manejo que hacen las autoridades de los procesos electorales, pero esa información que circula aquí y en el resto del mundo es escasa, no refleja la magnitud en la que los derechos fundamentales de millones de mexicanos, consagrados en las leyes y refrendados por pactos internacionales, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Convención Americana sobre Derechos Humanos, son violados y cancelados a través del fraude, la violencia y la imposición. Quienes en México actuamos en la vida pública con independencia respecto al régimen de partido de Estado, participamos en la actividad política en condiciones de clara desventaja. En las elecciones no vamos propiamente por los votos, sino para hacer más amplia y fuerte la demanda porque el voto se respete. No se participa junto con otros partidos políticos en una relación equitativa frente al Estado. En las elecciones se compite contra todo el aparato del Estado: humano, administrativo, técnico, con acceso ilimitado a los fondos públicos, que se transforma en contendiente electoral. Sólo en estas condiciones se explican las modalidades y las dimensiones del fraude y la manipulación de los votos. Tampoco fluye la información sobre los problemas electorales y postelectorales que sistemáticamente enfrentamos. Casi nada aparece en los medios de comunicación, ni siquiera en los nuestros, ni nacionales ni locales, sobre los 145 miembros del PRD asesinados de 1989 a la fecha (los más recientes, cinco, en junio de este mismo año), y mucho menos se dice que los responsables intelectuales y materiales de esos delitos permanecen impunes. Hace más de tres años que nuestros gobiernos comenzaron las negociaciones de un tratado de libre comercio, a las que posteriormente se sumó el de Canadá. Las negociaciones se encuentran concluidas, aunque, hablando de información, en los tres países la opinión pública desconoce los contenidos de lo que ha venido negociándose. Esta es una situación, en los tres países, inadmisible. Se trata de acuerdos que pueden condicionar por un tiempo muy largo las relaciones e institucionalidad políticas y las modalidades del desarrollo económico social. De lo poco que ha 96 logrado filtrarse y de la experiencia que se deriva del acuerdo bilateral EEUUCanadá, puede preverse que el desarrollo de México quedara subordinado a los intereses de la economía estadounidense y más particularmente a los de las grandes multinacionales que operan desde este país. De esta relación y de los cambios que ya desde ahora está provocando, que cancelan por largo plazo posibilidades de mejoramiento para vastos sectores sociales y de un crecimiento económico equilibrado para México, se derivarán más pérdidas de empleos en los tres países, caída de los salarios reales de los trabajadores, el que alrededor de un millón de familias campesinas mexicanas, esto es, un mínimo de cinco millones de personas, emigren a los Estados Unidos en los años próximos como consecuencia de los cambios en las leyes agrarias, que el ingreso se concentre en grupos cada vez más reducidos, las deudas externas e internas y todo tipo de déficit económicos sigan aumentando y, en síntesis, que las economías y nuestras sociedades acentúen los problemas que no han podido resolver en estos años de crisis. Se ha dicho que este pacto no se firmaría si en alguno de los países signatarios no se cumple con una serie de normas laborales, ambientales o económicas y si no se respetan los derechos humanos fundamentales. Quizá a muchos de los aquí reunidos no tengan acceso con regularidad la información sobre la situación política de México, pero no creo que los altos funcionarios de los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, los propios Presidente Bush y Primer Ministro Mulroney, ignoren que en México se violan sistemáticamente los derechos básicos de millones de ciudadanos y trabajadores. En su relación internacional, como puede verse a lo largo de la historia, los mexicanos han sabido ser solidarios, nunca intervencionistas, con las causas libertarias de otros pueblos. Esa solidaridad, no sólo de los mexicanos desde luego, ha dado contribuciones decisivas en el mundo, en todos los tiempos, para alcanzar independencia, para afirmar autodeterminación, para ganar democracia y libertades. Los problemas de México los vamos a resolver los mexicanos y sólo los mexicanos. Lograr la transformación del actual régimen de partido de Estado en un sistema democrático, es el empeño principal de millones de mexicanos. La resistencia e intereses a vencer son aún poderosos y tienen sus apoyos principales en una amplia y compleja red que ha tejido la corrupción, y en quienes desde el exterior ven a México como un campo de depredación y beneficios. No queremos, y rechazaríamos con todas nuestras fuerzas, que para terminar con la autocracia y la corrupción y transitar a la democracia en México nos manden mariners, como sucedió en Panamá. Pero sí esperamos que quienes en este país comparten con nosotros ideales de justicia y libertad, al cobrar conciencia de la situación de injusticia que soportan la mayoría de los mexicanos y de las posibilidades de cambio democrático, desaten acciones principalmente en el campo de la información, que puedan traducirse en exigencias de las bases sociales para que aquellos que toman decisiones en Estados Unidos se comprometan – 97 como sé que lo estamos quienes estamos hoy reunidos aquí-, a centrar su voluntad y sus capacidades en construir un mundo de paz y progreso y, de manera particular entre nuestros países, una relación justa, equitativa y generosamente fructífera. 98