Download ENFOQUE Mirar (y ver) desde la cultura Graziella Pogolotti: «Hay
Document related concepts
no text concepts found
Transcript
oct.-dic. 2012 72 ENFOQUE Mirar (y ver) desde la cultura Graziella Pogolotti: «Hay que construir un puente de confianza» / 4 Raúl Garcés y Rafael Hernández Actualización y producción cultural. Algunas hipótesis / 11 Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez La Actualización del modelo en la prensa: el periodismo cubano en tiempos de cambio / 20 Luisa María González García ¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura / 28 Jacqueline Laguardia Martínez El sentido de la responsabilidad: un estudio entre jóvenes maestros / 38 Milena Hernández La sociedad escrita: recuperando la obra literaria de Marcelo Pogolotti / 45 Olga García Yero Homoerotismo y nación: otros cuerpos y otras Cubas en Sonia Rivera-Valdés / 52 Mabel Cuesta Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate / 58 Yanet Toirac CONTROVERSIA 69 / La Zafra de los diez millones: una mirada retrospectiva Selma Díaz, Julio A. Díaz Vázquez, Juan Valdés Paz ENTRETEMAS 78 / Teoría y práctica en los Lineamientos de la política económica y social Armando Nova González 83 / Transición económica: luces y sombras. Entrevista a Grzegorz W. Kolodko Ricardo Torres 93 / La transición polaca al capitalismo. Algunos comentarios José Luis Rodríguez LECTURA SUCESIVA 100 / El negro y la africanía en el ideario de José Martí Pedro Pablo Rodríguez 105 / Notas sobre el periodismo de Fernando Ortiz Rodolfo Zamora Rielo 112 / La guerra dentro de la paz. Poder y verdad en el mundo contemporáneo Jorge Hernández Martínez 117 / La autenticidad de la voz o el misterio del eco: ensayos de Margarita Mateo Sergio Pérez Hernández CONSEJO EDITORIAL Director Rafael Hernández Subdirector Raúl Garcés Asesor artístico Frémez () Temas es una publicación trimestral, dedicada a la teoría y el análisis de los problemas de la cultura, la ideología y la sociedad contemporáneas. Está abierta a la colaboración de autores cubanos, caribeños, latinoamericanos y de otros países. Los artículos expresan la opinión de sus autores. No se devuelven originales no solicitados. Prohibida la reproducción sin autorización de los artículos publicados en Temas por primera vez. Este número de Temas fue posible gracias a la contribución del Fondo para el Desarrollo de la Cultura y la Educación (FONCE). Fotomecánica e impresión: Ediciones Caribe. ISSN 0864-134X. Precio por ejemplar en Cuba: $10.00 (MN). Natalia Bolívar Ana Cairo Mario Coyula Mayra Espina François Houtart Jorge Ibarra Pedro Martínez Pírez Margarita Mateo Ernesto Rodríguez Chávez Joaquín Santana Castillo Nelson P. Valdés Oscar Zanetti Coordinadora de redacción, emplane y web Vani Pedraza García Diseño Irelio Alonso Fotografía de cubierta Arnulfo Espinosa Edición Laura Marrero Juana Mª Martínez Tania Chappi Docurro Reseñas Carlos Alzugaray Promoción Gladys García Durán Administración Aníbal Cersa Secretaria Claudia Díaz CONSEJO ASESOR Aurelio Alonso Casa de las Américas María del Carmen Barcia, Casa de Altos Estudios F. Ortiz Julio Díaz Vázquez, CIEI, UH Alain Basail, CESMECA Mayerín Bello, UH Gabriel Caparó, Casa de las Américas. Zaida Capote, ILL. www.temas.cult.cu Sociedad Cubana de Ciencias Penales. Carlos Delgado, UH. María del Pilar Díaz-Castañón, UH. Jorge I. Domínguez, Universidad de Harvard. Marlen Domínguez, UH. Armando Fernández, Fundación de la Naturaleza y el Hombre. Raúl Fernández, Universidad de California, Irvine. Tania García Lorenzo, Instituto Juan Marinello. Humberto García Muñiz, Universidad de Puerto Rico. Carlos García Pleyán, COSUDE. Denia García Ronda. Jesús Guanche, Fundación Fernando Ortiz. Julio César Guanche, Casa del Festival. Antoni Kapcia, Universidad de Nottingham. Hal Klepak, Royal Military College, Canadá. María Teresa Linares. Sheryl Lutjens, Universidad de California. Consuelo Martín, UH Luz Merino, Museo Nacional de Bellas Artes. Alberto Montero, Universidad de Málaga. Armando Nova, CEEC, UH. Marta Núñez, UH. Esther Pérez, Centro Memorial Martin L. King, Jr. Lisandro Pérez, City University of New York. Manuel Pérez, ICAIC. Marta Pérez-Rolo, GESTA. José Luis Rodríguez, CIEM. Thomas Reese, Universidad de Tulane. Colegio de San Gerónimo Revista Temas Calle 23 #1155, 5o piso e/ 10 y 12, El Vedado, Ciudad de La Habana, Cuba. CP 10400. Tel/Fax: (53-7) 838 3010 Email: temas@icaic.cu Universidad de Puerto Rico. Ramón de la Cruz, Pedro Pablo Rodríguez, Jorge Luis Acanda, UH Antonio Aja Díaz, CEDEM, UH Félix Julio Alfonso Los manuscritos y la correspondencia deben enviarse a: Javier Colón, Julio Carranza, UNESCO. Oficina regional, Montevideo. Nils Castro. Centro de Estudios Martianos. Rogelio Rodríguez Coronel, UH. Francisco Rojas Aravena, FLACSO, Secretaría General. Cira Romero, ILL. Helen Safa, Universidad de la Florida. Joel Suárez, Centro Memorial Martin L. King, Jr. Miguel Tinker Salas, Pomona College. Gilberto Valdés, Instituto de Filosofía. Juan Valdés Paz. Omar Valiño, UNEAC. John Womack, Universidad de Harvard. Yolanda Wood, Casa de las Américas. Mirta Yáñez. Mirar (y ver) desde la cultura Desde los discursos sobre el desarrollo y los esquemas de fomento industrial, pasando por las escuelas y los medios de difusión, hasta los patrones de orientación sexual y las imágenes sobre la sociedad que proveen la literatura y el arte, los más variados y aparentemente ajenos problemas se articulan en referentes culturales determinados. Así, los llamados cambios económicos, que parecen responder a una lógica autónoma, implican, sin embargo, un conjunto de verdades aceptadas, matrices y enfoques de partida, que responden a una cierta cultura económica. Como afirma la antropología social, todo proceso de cambio supone una transformación cultural, que afecta las ideas y los comportamientos de los seres humanos —aunque la mayoría de las veces estos no la hagan consciente. Es en el contexto de una sociedad civil y una cultura específicas que estos cambios adquieren sentido como patrones compartidos, cuya huella se manifiesta incluso en el terreno de la política. De manera que el cristal de la cultura ofrece una perspectiva única para apreciar los fenómenos sociales. Este número de Temas reúne estudios de economistas, periodistas, filólogos, comunicadores sociales, psicólogos, que contribuyen a enriquecer este enfoque cultural de los problemas contemporáneos. Graziella Pogolotti: «Hay que construir un puente de confianza» Raúl Garcés y Rafael Hernández Temas. N i su autoridad como una de las intérpretes más lúcidas de la Cuba contemporánea, ni su magisterio como formadora de varias generaciones, ni el respeto con que se le escucha entre artistas y políticos, han modificado la humildad sobrecogedora con la que recibe a Temas. A ratos, deja escapar frases como «estoy tratando de aprender…» «comprendí la importancia de escuchar…», como si la experiencia, las vivencias y el conocimiento solo fueran para ella permanentes puntos de partida. Tal vez por eso acepta con tanta naturalidad nuestra invitación a conversar sobre asuntos polémicos de la realidad cubana actual. «No soy filósofa» —aclara, y de inmediato da riendas sueltas a un diálogo donde cultura, economía y política se entrecruzan frente a la claridad conceptual de la ensayista, la vocación pedagógica de la maestra y la sensibilidad de una mujer que, si bien está dispuesta a fundar caminos, también viene de vuelta de muchas batallas. Temas: En un artículo suyo reciente («Algunas reflexiones sobre política cultural»),1 usted alerta que «la valoración económica del trabajo cultural no puede hacerse siguiendo los indicadores utilizados para la producción mercantil». ¿Cómo cree que podría conciliarse el discurso de la racionalidad, inherente a la actualización de nuestro modelo económico, e imprescindible a nuestra sobrevivencia como nación, con la necesidad cultural de no ponerle límites a la creación? Graziella Pogolotti: Ambas cosas son conciliables, aunque, naturalmente, hay que encontrar las fórmulas para hacerlo. Me parece de una urgencia primordial 4 n. 72: 4-10,Hernández octubre-diciembre de 2012 Raúl Garcés y Rafael buscar esas soluciones económicas, porque cualquier actualización del modelo económico implica impactos sociales inevitables; y tiene también sus efectos en el plano de la cultura y en el de la economía, es decir, en el plano de la espiritualidad; ese es, digamos, el punto crítico. En primer lugar hay que plantearse líneas estratégicas que conduzcan a un análisis del comportamiento social, y por ende, cultural. Desde mi punto de vista, sociedad y cultura no se pueden separar. La cultura llega a su punto extremo de refinamiento en lo que estamos acostumbrados a llamar la creación artística y literaria, pero eso históricamente se ha sustentado sobre una relación orgánica con los procesos sociales. Sin entrar a una conferencia académica, hay que reconocer que esta relación no se revela solo en un país como el nuestro, sino en la historia de la civilización y la cultura en los países del llamado Primer mundo. Si no se hace un diseño estratégico por lo menos provisional —como puede hacerse en un trabajo de investigación, partiendo de una hipótesis, que pueda ser modificada en el camino—, no podemos encontrar las soluciones que yo llamaría administrativas para el funcionamiento de la cultura. En esa consideración estratégica hay que tener en cuenta también las características de esta islita pequeñita, situada al borde de un imperio poderoso, con todas las características de lo que Darcy Ribeiro llamó «pueblo nuevo», con una historia muy corta, donde la noción de la conciencia nacional surgió hace dos siglos y se fue perfilando primero en los sueños de los intelectuales antes de empezar a fraguar en las guerras de independencia; ese es un proceso muy peculiar que nosotros no podemos olvidar. La Revolución se planteó ese problema, aunque no lo formulara en términos teóricos, sino mediante una sucesión de decisiones de orden práctico. En el caso tuyo, Rafael, tú fuiste alfabetizador y pudiste percibir, como muchos jóvenes de tu generación, el choque de culturas que había en este país, más allá de enseñarle sobre todo a los campesinos el manejo de la letra. No era solamente eso, sino descubrir las distancias abismales que separaban a unos muchachos de origen más o menos pequeño-burgués, procedentes de las ciudades, de esa otra realidad campesina, marginada, sin futuro. Por lo tanto, en el sustrato de la Campaña de Alfabetización, en 1961, aunque no fuéramos capaces de formularlo ninguno de nosotros, en términos teóricos estaba implícito ese vínculo cultura-sociedad. Lo mismo sucede en las Palabras a los intelectuales, de Fidel. En ese discurso, cuando se está hablando de esa fórmula tan repetida, dentro y contra, lo que se estaba debatiendo en realidad era la cuestión del realismo socialista. La preocupación fundamental de los intelectuales del mundo de las letras y de las artes era que se impusieran normativas. Es lo que dice Virgilio Piñera en su intervención con aquello de que teníamos miedo; a lo que se le tenía miedo era al modelo estalinista del realismo socialista. Sin embargo, el cuerpo mayor del discurso de Fidel no se centra en eso, sino en una noción de participación en el proceso de disfrute y de creación de la cultura por parte de las masas: los instructores de arte fueron la fórmula, una de orden práctico que probablemente no tuvo los resultados más felices, precisamente porque tanto aquí como en otros referentes que pudiéramos tener entonces, se seguía pensando en la cultura artístico-literaria, y en última instancia en el trasplante de determinado modelo. ¿Qué hicieron los instructores? Organizaron el Movimiento de Aficionados. Les llevaban a los aficionados lo mismo que se estaba haciendo en el mundo profesional, en lugar de escarbar y buscar cuáles eran las fuentes vivas de su cultura. En un momento en que la situación económica va a traer tantas repercusiones no solo en el plano de lo que llamamos cultura en un sentido estrecho, sino también en el plano de la educación, hay que rescatar estas fuentes vivas de la cultura, y también preservar el vínculo esencial entre tradición y cambio, porque si renunciamos a determinados elementos de la tradición y de la memoria, nos quedamos absolutamente desfasados, lo que quiere decir, para emplear un término popular, «nos serruchamos el piso». Cuando yo escribí ese trabajo al cual ustedes están aludiendo, no pretendía abarcar la totalidad del problema, lo que hubiera sido imposible para mí, pero sí ilustrarlo con tres zonas fundamentales. Una de ellas es la conservación del patrimonio. Nosotros sabemos, en primer lugar, cuál es la situación del patrimonio edificado más allá de la experiencia de la Habana Vieja, porque ese patrimonio no está únicamente en la Habana Vieja. En ese sentido, habría, quizás, determinadas fórmulas. Una de ellas fue la que diseñó Eusebio Leal, consistente en beneficiar la preservación del patrimonio con las ganancias del turismo. En el plano del turismo, todas las islas del Caribe tienen sol, playa, y en algunos casos tienen unos ambientes absolutamente paradisiacos. Pero nosotros, por la historia y el tamaño de la isla, que es la más grande del Caribe, tenemos un importante patrimonio edificado en muchas ciudades, no solo en las siete primeras villas fundadas por Diego Velázquez. Ahora bien, hay otra zona del patrimonio que está en una situación absolutamente crítica, el patrimonio documental. Ese es un problema que yo he tocado con las manos en la prensa, que está hecha polvo en nuestras bibliotecas, y en libros publicados, tanto en el siglo xix, como en el xx. Esa preservación requiere una subvención del Estado; se trata de una inversión que tiene que hacer este, para preservar esa Graziella Pogolotti: «Hay que construir un puente de confianza» 5 dimensión cualitativa, no mensurable, pero que tiene que ver con la esencia de nuestra historia, de lo que queremos defender, si no nos queremos convertir en una factoría. El otro tema que yo abordé tenía que ver con la necesidad de plantearse los problemas y las soluciones de una manera integral. Esa es una palabra que usamos constantemente, pero como tantas cosas, no aplicamos. Yo usaba el ejemplo que tenía más cerca, el del mundo del libro y la literatura. La institución literaria está desarticulada por completo; las editoriales preparan la edición de libros más o menos bien, pero esa acción editorial está desvinculada de la investigación literaria, y lo que es más grave todavía, de la educación. Mediante un proyecto de la Fundación Carpentier, empezamos a hacer una contribución a la superación de los profesores de los preuniversitarios. Yo acabo de descubrir que este es el único país del mundo occidental donde no se estudia la literatura nacional. ¿De qué estamos hablando cuando nos referimos al sentido de pertenencia, si nos encontramos con un programa de literatura en el cual la literatura cubana está subsumida en la universal, y que se pasa, por ejemplo, de estudiar a José Martí, solo como periodista, para abordar inmediatamente después a Franz Kafka? Y el último tema que yo abordé fue el del llamado «trabajo comunitario», en busca de una posible sustentabilidad que no responda básicamente a mecanismos mercantiles. Desde mi punto de vista, lo esencial en este trabajo es que no se puede establecer un modelo único aplicable universalmente, sino hay que partir de la base hacia arriba —y no al revés. Un ejemplo es lo que pasa con las parrandas de Remedios. Para los remedianos presentes y ausentes, es el acontecimiento fundamental en el curso del año. Como se trata de una competencia entre dos barrios, se está trabajando en secreto durante el año entero en un proceso que es extraordinariamente creativo. No sé si en estos momentos reciben alguna subvención, pero a través de los años ellos han encontrado recursos y apoyo en su propio entorno inmediato. En alguna instancia, hay que contar con lo que se deriva del turismo como beneficio tangible en una zona que incluye Remedios, Caibarién, los cayos, donde se puede ofrecer una satisfacción múltiple del entorno, y en una ciudad que tiene, además, un carácter colonial. Si nosotros sumamos en la base, en el barrio, la cantidad de instituciones culturales, deportivas, educacionales que hay, encontraremos una infraestructura deteriorada, o al menos, parcialmente deteriorada. ¿No es posible una complementariedad en el empleo de esa infraestructura, si se trata de satisfacer las necesidades e intereses prioritarios de la población local? 6 Raúl Garcés y Rafael Hernández Hay otro aspecto que no tiene que ver con la creación artística, sino con las llamadas empresas, que también tienen sus problemas. Si uno piensa en hacer rentable una editorial, tiene que contar con títulos que tengan una respuesta en el mercado interno del país. Pero en este momento existe una limitación objetiva relacionada con la doble moneda. Si aspiramos a democratizar la recepción de la literatura, no puedo vender los libros en CUC con los precios que tienen en otros países, porque nuestros salarios no alcanzan para eso, y, por lo tanto, estaremos marginando a un sector importante de la población, entre ellos los jóvenes, los estudiantes, las nuevas generaciones. Lo que hace rentable al libro es la magnitud de la tirada. En el mundo entero, las grandes tiradas compensan las tiradas más limitadas que hay que amparar con vistas a proteger un espacio para públicos específicos, para experimentación, etcétera. Esa es la primera limitante. Esta cuestión se hace aún más compleja cuando la situamos en el contexto internacional, donde no cabe la menor duda de que la cultura o la creación se han convertido en mercancía —como lo predijo Carlos Marx, que no está muy de moda, pero tenía razón en muchas cosas. ¿Y qué pasa en el mercado editorial internacional? Se ha producido una transnacionalización de las empresas editoriales, que en lengua española acabaron con la autonomía del mundo editorial latinoamericano. Cuando yo era joven, los libros que nosotros comprábamos procedían fundamentalmente de Argentina, que tenía un espectro muy amplio de editoriales, y en segundo lugar, de México. Eran empresas autónomas, con su propia política, su destinatario. Hoy en día esto se maneja como una inversión monda y lironda, con estudios de marketing y manejo de publicidad de todo tipo. Los medios masivos llegan a crear una expectativa en torno a un libro, y por tanto una demanda. El mundo de la música, como se sabe, tiene un nivel de especialización altísimo, y en los países subdesarrollados forma parte de los grandes negocios. Y las artes visuales están sujetas a otros mecanismos, suntuarios, especulativos, mucha gente en las subastas, que son las que determinan los valores, como si se tratara de la bolsa de Wall Street. Hay quien invierte en obras de artes visuales sobre todo en épocas en que las monedas y otras inversiones son menos seguras, porque se piensa que esa sí es una inversión duradera y que quizás en el mercado aún se puede ganar con el transcurso del tiempo. Ese es el entorno en el cual nosotros nos movemos, y, efectivamente, necesitamos el desarrollo de estudios sobre las industrias culturales, que aquí no se hacen. Hace poco me hablaron de alguien que quería hacer un doctorado en Economía sobre ese tema, y le dijeron que no podía, porque no tenía contraparte. Hay que saber escuchar, renunciar a cierto reflejo condicionado que hemos venido desarrollando en el tiempo, y que nos tiene siempre en guardia para dar una respuesta inmediata. Se trata de saber de dónde vienen esas preocupaciones e intereses de los jóvenes, dejar que hablen y no sientan que pueda producirse a consecuencia de eso alguna forma de represalia. Temas: Las instituciones culturales cubanas han jugado un papel trascendente como mediadoras entre la política cultural revolucionaria y los creadores. Pero un escenario marcado por el impacto de las tecnologías y la necesidad de buscar fuentes alternativas de financiamiento ha obligado a muchos de esos creadores a fundar sus propios proyectos al margen o paralelamente a esas instituciones ¿Qué desafíos imponen los nuevos escenarios para la institucionalidad cultural de la Revolución? G. P.: Yo creo que al hablar de las instituciones y su papel mediador, hay que tener en cuenta el papel en la trasmisión de problemas y preocupaciones que, a partir de finales de los años 80, ha desempeñado la UNEAC, como factor mediador con la dirección política. La UNEAC ha puesto sobre la mesa unos cuantos problemas de la sociedad cubana, aunque no es la institución preparada para dar respuestas, y creo que ese papel debe mantenerse y seguir desarrollándose. En otro sentido, uno de los problemas que afectan la crisis institucional y existen en varias zonas del país, es la pérdida del profesionalismo. Los artistas hoy pueden establecer su propia vía para encontrar un espacio en el mercado nacional, e incluso en el internacional, porque consiguen lo que se llama un «representante» más o menos habilidoso, que ha ido aprendiendo las reglas del juego sobre la marcha. Esa habilidad no se encuentra en la mayor parte de las instituciones, con respecto a lo cual habría que reformular el diseño, la preparación de los cuadros, el sistema de este trabajo. El ICAIC es un ejemplo de lo que está ocurriendo, y que, en este caso, responde, en lo fundamental, al impacto de las tecnologías. Hace treinta años, para hacer una película había que mover una cantidad gigantesca de recursos, que implicaban cámaras, transporte, una logística impresionante; hoy en día cualquier joven con una camarita de video hace un documental y puede hasta producir un corto dramático. ¿Dónde estaría aquí el papel de la institución? Más que monopolizar el proceso productivo —aunque el apoyo institucional tiene que seguir existiendo para películas con otras ambiciones, como se hace en todas partes del mundo—, el papel de la institución es gestionar una presencia efectiva en el mercado, en primer lugar, interno, así como externo. Temas: Usted mencionó que la UNEAC había desarrollado una capacidad para identificar problemas, incluso algunos para los cuales no estaba capacitada en términos de buscarle una solución. Curiosamente, si uno mira para atrás, en el Período especial, en el arte, en la literatura, en la novelística, en la cuentística, en el cine, en el teatro, es donde se tratan primero algunos problemas, antes de ser expuestos o discutidos en ninguna otra parte. Ese fenómeno coincide, en el tiempo, con un nuevo diálogo entre la dirección política y los escritores y artistas, que, por cierto, no se da de igual manera con otros sectores de la cultura en un sentido amplio que usted ha mencionado. Los escritores y los artistas se vuelven interlocutores privilegiados de la dirección política en el contexto del Período especial. ¿Podría comentar sobre esto? G. P.: Sobre ese tema, como es lógico, yo tengo una visión en cierto modo parcializada, por haber estado involucrada en ese proceso. Esa nueva base de diálogo empezó, efectivamente, con el Período especial, pero tiene el antecedente de la elección de Abel Prieto a la presidencia de la UNEAC. Recuerdo que, cuando empezamos allí, se dio el gran problema de la película Alicia en el pueblo de Maravillas. Los escritores y artistas siempre han demandado cierto grado de atención, porque son todos voces reconocidas. ¿Qué se logró en aquel momento? Que ese vínculo eliminara los intermediarios. Los intermediarios, en una estructura de poder, desempeñan un papel importante, en la medida en que trasmiten estados de opinión sobre un sector, o sobre una personalidad. Se estableció un diálogo directo, en una situación tan difícil como aquella, pues hay que tener en cuenta que el Período especial significó, en su primer momento, la paralización de todos los medios de difusión de la cultura, de las imprentas, la aparición de soluciones como aquellos plaquettes con unas pocas hojas, en lugar de libros; se redujo drásticamente la producción de cine, la presencia de la televisión, hubo problemas de desempleo en el sector artístico. Sin embargo, a pesar de esos problemas de orden objetivo, en todas las ocasiones hubo un diálogo, en un marco más estrecho, como las reuniones del Secretariado de la UNEAC con Fidel, o en los Congresos y en los Consejos Nacionales. Él trataba de no perderse ninguno; a veces no estaba oficialmente invitado y se aparecía. Recuerdo una vez en que, por ahorrar dinero, nos reunimos en el MINCEX, en un salón que era muy incómodo porque tenía columnas por el medio, de modo que impedía la visualidad. Fidel apareció allí y empezó diciendo: Graziella Pogolotti: «Hay que construir un puente de confianza» 7 «Pero, ¿por qué se reunieron aquí en este lugar tan incómodo?, es que yo no puedo ver a la gente porque están las columnas por el medio». En la medida en que ese diálogo directo se fue fortaleciendo, se fue evidenciando también la profunda conciencia revolucionaria, el sentido patriótico, nacional, de los escritores y los artistas, aun a veces en discusiones con cierto grado de tensión. Recuerdo la reunión de un Consejo Nacional donde se analizó el problema suscitado por la película Guantanamera; pero hubo diálogo y fue un diálogo franco. O cuando se abordó el tema del racismo, y hubo un momento de tensión bastante fuerte, a partir de los planteamientos de Tito Junco; sin embargo, eso puso sobre la mesa un problema que estaba ya haciéndose sentir en la sociedad cubana, agudizado por el Período especial, que creaba diferencias en el nivel de vida, y aunque eran problemas en apariencia solucionados, no obstante, como sucede con la memoria colectiva, no desaparecen de un día para otro. Por otras razones, este nivel de diálogo, efectivamente, no se ha establecido con otras áreas; pero no puedo encontrar una explicación, más allá de este carácter preponderante como voz pública que pueden tener los escritores y los artistas, y la capacidad de establecer un diálogo que priorice los grandes problemas de la sociedad. En ninguna de estas reuniones nosotros pedimos computadoras. Temas: Nadie duda de la centralidad que los medios de comunicación tienen en la socialización de la cultura contemporánea. ¿Cómo usted evalúa la relación entre medios y vanguardias intelectuales en el momento actual de Cuba? G. P.: Hay una incomprensión acerca del tipo de mensaje que corresponde a los medios masivos distribuir para dar a conocer. Es un mensaje con un sentido de inmediatez política que pierde casi siempre la noción de la integralidad de los procesos. Como ha ocurrido en otros campos, se han ido desarrollando parcelas. Y la voz del intelectual se queda fundamentalmente en otro sector, no cuenta con un espacio propio, como columnista en los medios. En los años 40 y los 50, ese espacio se conocía con el nombre de «páginas editoriales» de los periódicos, en ellas escribían Jorge Mañach, mi propio padre tenía una columna en El Mundo, Raúl Roa; eran voces más o menos reconocidas en determinados ámbitos, lo mismo podía ser el más estrecho de la cultura en su sentido tradicional, o en torno a problemas de la realidad nacional. Como es natural, había reglas del juego difíciles, pero con las cuales cada uno sabía hasta dónde podía llegar. Mi padre colaboraba en El Mundo, y él sabía perfectamente que su pensamiento 8 Raúl Garcés y Rafael Hernández social no tenía espacio en ese periódico; por lo tanto, se concentraba en la cultura y encontraba un resquicio de esa manera. En la actualidad, sin llegar al fenómeno de Internet y otras derivaciones, la televisión ha sido un medio que, en todas partes, ha instaurado cierto modelo banalizador, que entraña una filosofía de la vida, un sistema creador. En ese terreno —y esto tiene que ver con la falta de un pensamiento teórico— nosotros no hemos definido nuestro propio diseño. A partir de nuestro proyecto, debemos privilegiar en los medios determinados temas —no me refiero a una retórica— ámbitos, variantes; eso no lo hemos encontrado. Nosotros damos una respuesta a partir de la demanda de la inmediatez. Se introdujeron las telenovelas, funcionaron, y ahora estamos con telenovelas hasta las orejas. Yo no tengo inconveniente, pero tiene que haber otras opciones. Otra preocupación que tengo es la de dónde está quedando, para los historiadores del futuro, el registro de lo que se está haciendo en Cuba en el campo de la cultura. Cuando un historiador, dentro de cincuenta años, se plantee investigarlo,¿dónde va a encontrar las fuentes? Es indiscutible que la actividad cultural ahora es mucho más extensa de lo que pudo serlo en cualquier otro momento anterior de nuestra historia; suceden cosas, y no solamente aquí en La Habana, pero ¿dónde queda ese registro? ¿Y cómo se convoca a los públicos? Tenemos decenas de peñas literarias. ¿Quiénes asisten? Los amigos del homenajeado. Se está produciendo una autofagia que no logra conectar y reproducirse en un ámbito mayor. Entonces, el asunto de los medios es en extremo preocupante, entre otras razones porque no hay un pensamiento; porque sufrimos vaivenes; hay ideas como la de darle a la gente lo que le gusta, mientras que los gustos los estamos construyendo nosotros, no son espontáneos. De manera que estamos cayendo en la misma banalización, menos sofisticada desde el punto de vista profesional. Temas: Fernando Martínez Heredia, al recibir un premio otorgado por la AHS, dijo a la juventud: «No permitan que prosperen dos Cubas en la cultura». Se refería a la tensión siempre presente entre una Cuba mercantilizada, mediocre y banal, y una Cuba rebelde y libertaria. Yo creo que es una tensión histórica de este país, que está desde la misma fundación de la nación y que se reflejó en los primeros cincuenta años de la República de modo singular. ¿Qué singularidad usted ve a esta tensión en el momento actual de Cuba y cómo pesa sobre la juventud?, G. P.: Lo que plantea Fernando efectivamente es un problema central. Yo quizás lo matizaría en el sentido de que, en el plano de la cultura, no hay dos Cubas, sino varias, partiendo de los mismos presupuestos que yo antes he planteado. Y ciertamente, uno no puede ahogar el desarrollo de estas distintas culturas, no se trata de eso, sino de reconocerlas, definirlas, pensarlas y establecer un diálogo. En la historia de Cuba, ha habido intelectuales que se plantearon ejemplarmente este tema, como por ejemplo, Fernando Ortiz. Él reconoció que culturalmente había otra Cuba; pero al estudiar el tema, desde el punto de vista de un intelectual formado en la alta cultura, estableció coordenadas que favorecían el diálogo entre estas distintas zonas. El problema está claro. Una de las preocupaciones fundamentales que yo tengo en este momento se relaciona con la juventud, y con la necesidad de preservar una continuidad histórica, de abrirles horizontes, en el sentido de sus posibilidades de participación y desarrollo en el contexto cubano. Para enfrentar este problema de la juventud, como ocurre a mi entender en muchas otras cosas, hay que eliminar las abstracciones. En primer lugar, me pregunto qué quiere decir joven. Hay un rango que llega hasta los treinta y cinco años, ¿no? Temas: Sí, convencionalmente. G. P.: Bueno, en ese rango de edades hay diferencias enormes, biológicas en primer lugar, entre un muchacho que está en pleno brote de adolescencia y un joven que ya se está planteando su carrera profesional, que va a establecer una familia; se trata de mundos diferentes. Puedo tener cierta idea de lo que sucede con algunos jóvenes en el universo que me resulta más cercano —los estudiantes universitarios—; pero no sé lo que piensa un joven campesino en este momento, no tengo la menor idea. De modo que lo primero que hay que despejar es el problema de a qué nos referimos cuando hablamos del joven. En segundo lugar, hay que repetir algo que se ha convertido en un lugar común, pero todavía no se aplica en la práctica. Hay que saber escuchar, renunciar a cierto reflejo condicionado que hemos venido desarrollando en el tiempo, y que nos tiene siempre en guardia para dar una respuesta inmediata. El diálogo, la capacidad de escuchar no es eso; se trata de saber de dónde vienen esas preocupaciones e intereses de los jóvenes, dejar que hablen y no sientan que pueda producirse a consecuencia de eso alguna forma de represalia. Hay que construir un puente de confianza. Te voy a hacer una anécdota personal. Cuando se construyó el Partido en la Universidad, que fue un proceso complejo de asambleas de ejemplares, etc., ya terminado aquello, yo pude saber qué decían de mi persona algunos compañeros. Una de las cosas que decían es que yo sabía escuchar, y que en la medida de mis posibilidades yo trataba de dar una respuesta; era algo que había operado en mí de manera inconsciente, tenía que ver con mis características personales, con la curiosidad que me inspira el mundo que me rodea. Pero a partir de ahí, me dije: «Caramba, es verdad que eso es importante». Y eso no lo hemos sabido hacer. En estos días, yo recordaba cuáles eran los reflejos condicionados que históricamente tenían los maestros. Uno de esos reflejos era que siempre los estudiantes tenían que sentir que tú estabas a su lado en los momentos difíciles. Recordaba una anécdota de Ricardo Alarcón, durante la época de la reforma universitaria y los días de Girón, cuando el decano en la Facultad recién estrenada de Humanidades era Elías Entralgo. Al producirse el ataque de Girón, todo el mundo era miliciano, se acuartelaron primero en Zapata y G y, después, había que partir hacia el estadio universitario, donde les darían las indicaciones de lo que había que hacer. Entralgo, en aquel momento, era un hombre ya maduro, al cual —nosotros no lo sabíamos—, le quedaba poco tiempo de vida. Acostumbraba siempre a usar un traje gris, una camisa blanca y una corbata negra, según él porque guardaba luto por la memoria de Arango y Parreño; y llevaba un maletín con sus papeles. Y vestido así partió para Zapata y G, con su sempiterno traje gris, y encabezó la marcha de los estudiantes y profesores. Estaban todos con sus uniformes de milicianos. Y Alarcón, que estaba en la Junta de Gobierno de la Universidad en aquel momento, le dijo: «Mire, doctor, usted no se involucre en esto, yo me hago cargo»; y él respondió: «No, yo tengo que estar junto a mis estudiantes». En la práctica, él no iba a hacer nada, porque no tenía ni un revólver, pero era un símbolo moral. Yo, en este momento, además de ocuparme de la pelota como fenómeno cultural y social, estoy tratando de aprender algo sobre los distintos modelos educacionales. Creo que nuestro modelo de formación, supuestamente venido de la Unión Soviética, se basa en una concepción psicológica conductista. Esa no es la vía adecuada. Aunque tengo pocos contactos personales con el mundo de la pedagogía y la psicología, en particular de la psicología de la educación, estoy tratando de orientarme en ese sentido por lo menos para organizar un ciclo en la Fundación Carpentier, que es el espacio del que yo dispongo, que aborde el tema de Cultura y Educación, porque en este terreno hay que remover muchas ideas y mucha práctica. Temas:Volvamos a lo táctico y lo estratégico en las relaciones entre cultura y sociedad. Al comenzar esta entrevista, usted nos hablaba de la Campaña de Alfabetización y otros hechos culturales de los años 60, como acciones destinadas a resolver problemas Graziella Pogolotti: «Hay que construir un puente de confianza» 9 perentorios y concretos de la época, impelidos por los imperativos del momento de insertarse en la formulación de un diseño de mayor alcance. Cincuenta años después, ¿disponemos de esa visión estratégica para analizar los vínculos entre economía, cultura y política? G. P.: El problema de los diseños teóricos es en este momento una demanda inaplazable. Por eso publiqué ese trabajo sobre el Che,2 destacando que aún en aquella terrible situación de la guerrilla boliviana, él se preocupaba por plantearse problemas de orden teórico, a pesar de que, cuando uno lee el Diario del Che en Bolivia, se da cuenta de que no hubo situación más terrible y más dolorosa que la que ellos atravesaron allí. Ahora bien, en un mundo cada vez más complejo, en una realidad nuestra también más compleja —porque estamos entrando en una sociedad heterogénea, con muchos componentes, con características propias—, se trata de algo inaplazable, que debe plantearse desde los distintos campos de las llamadas ciencias sociales. No tengo una idea muy clara de por dónde anda el pensamiento en esa área. Me han llegado algunos comentarios acerca de lo que está sucediendo con la formación de los economistas, a mi juicio muy preocupante. Según me dicen, alcanzan un nivel técnico bastante alto; pero han dejado de lado el énfasis en la economía política, y también en la historia de la economía cubana. Sin embargo, un economista no puede ignorar la historia de una economía que fue construida desde el inicio —y fundamentalmente a partir del siglo xix— como un modelo dependiente, y las consecuencias que eso trajo en la formación, como decía Juan Pérez de la Riva, de una Cuba A y una Cuba B, que todavía no hemos superado del todo. Esta es una de mis mayores angustias en estos momentos. Porque la maduración de un pensamiento teórico no se hace en un día, sobre todo cuando tenemos que ir revisando muchas cosas, y replanteando en cierta medida nuestras premisas. En los aspectos tangibles, aplicables en la práctica, los resultados de ese rediseño no van a estar disponibles mañana. Notas 1. Graziella Pogolotti, «Algunas reflexiones sobre política cultural», La Jiribilla, a. XI, n. 591, La Habana, 1-7 de septiembre de 2012, disponible en www.lajiribilla.cu (consultado el 30 de octubre de 2012). 2. Se refiere a «El Che nos invita a pensar», publicado en Juventud Rebelde, La Habana, 6 de octubre de 2012. 10 Raúl Garcés y Rafael Hernández Actualización y producción cultural. Algunas hipótesis Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez Investigadoras. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello. No podemos resolver problemas con el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos. Albert Einstein E l desarrollo como propósito inacabado es resultado del incremento sostenido del bienestar material y espiritual de toda la sociedad, incluida la capacidad de los seres humanos de tomar decisiones con respecto a sus necesidades, para prosperar y emprender sus proyectos de transformación. Es decir, es un propósito en permanente construcción y reconstrucción colectiva, en el que el conocimiento, la capacidad de pensamiento y creación permiten al ser humano conducir sus acciones en pro de un mayor bienestar. La cultura que expresa lo mejor del ser humano genera creatividad, motivación para la innovación y actitudes y conductas proclives a la búsqueda de la prosperidad a la que se refería José Martí en su artículo «Maestros ambulantes»: «Ser bueno es el único modo de ser dichoso, ser culto es el único modo de ser libres, pero, en lo común de la naturaleza humana se necesita ser próspero para ser bueno»;1 es esta cultura la que permite hablar de competitividad en economía sin denigrar la dignidad humana ni desvalorizar el trabajo. El avance económico imprescindible para alcanzar el bienestar de la sociedad se reconfigura de manera permanente; de ahí que no haya desarrollo económico sin cultura y que esta, en su evolución, constituya el desarrollo mismo. Todo el arsenal cultural que permite enrumbar la senda del desarrollo está condicionado por el tipo de Actualización yn.producción cultural. Algunas hipótesis 72: 11-19, octubre-diciembre de 2012 11 intereses que predomine en la familia, el territorio y la nación, sobre todo cuando se trata de fomentar un sistema de valores que no mercantilice a la sociedad en general y al ser humano en particular; donde el objetivo sea la realización personal y social, la riqueza del ser humano como sujeto y objeto del desarrollo. Una sociedad creativa, innovadora y competitiva en su producción, que potencie el nivel de conocimiento tecnológico acumulado, solo puede lograrse a partir de reconocerse en su diversidad y de participar plenamente en su conducción. El desarrollo cultural, en su acepción más laxa, ha permanecido entre los propósitos fundamentales del proyecto revolucionario. Luego de cincuenta años, la cultura cubana cuenta entre sus principales resultados haberse instituido en uno de los ejes de la Estrategia Nacional de Desarrollo proclamada y, además, ser parte consustancial del consenso social que ha respaldado a la propia Revolución. Según Graziella Pogolotti, la cultura popular transita a través de un ecosistema social. Se reconoce en núcleos comunitarios de distinta dimensión tanto en algunos enclaves resistentes, articulados según sus orígenes mediante creencias, costumbres, valores, y hasta en lenguas que son propias como en el mundo barrial más heterogéneo de las ciudades […] La plena asimilación del arte y la literatura se logra cuando entra a formar parte orgánica de un ecosistema cultural viviente en los núcleos comunitarios al reconocerse como necesidad vital participativa y de realización humana.2 Por ello, la política cultural del país debe vincular la promoción de la creación artística y literaria y a sus protagonistas y, al mismo tiempo, generar las condiciones para que emerja la cultura como expresión de valores e identidad de cada territorio. No son dos componentes aislados, sino dos ángulos de un mismo proceso. En consecuencia, los cambios esbozados en la actualización del modelo económico cubano implican retos significativos al ordenamiento existente: incluye una política cultural que sea herramienta activa en la consecución de los objetivos de progreso humano de toda la nación. Coincido con Pau Rusell y Salvador Carrasco, en que: La generación de la producción simbólica, la transmisión, conservación y reciclaje de la información, del conocimiento, las experiencias y la cultura van a determinar no solo la configuración de los espacios sino las bases de su competitividad a medio y largo plazo. La gestión de la producción simbólica, por tanto, deviene un elemento estratégico en la definición de la trama de jerarquías territoriales aun en mayor medida que la disposición de los medios de producción.3 Una ciudad, un territorio culto dispone de mayores atributos para la creatividad en sus distintas acepciones 12 Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez y manifestaciones. De ahí que todo diagnóstico territorial precise incorporar el análisis de sus recursos simbólicos y la observación de sus modos de generación, producción, consumo, así como la conservación y reciclaje de su propia creación simbólica. Y este es un componente relevante, sin importar cuál sea la estrategia y el modelo económico que se aplique y actúe sobre la realidad del territorio. La comunidad es el espacio-objetivo de la política cultural porque es donde se genera y realiza la cultura nacional; la creación artístico-literaria forma parte de su expresión. El diseño de la política cultural y su visión de futuro debe contemplar el ciclo que transcurre de la creación al consumo, y respetar su unicidad, teniendo en cuenta la carga económica y cultural que recae sobre cada una de sus fases intermedias. En términos económicos esto significa recorrer el camino que va desde la oferta hasta la demanda con una mirada estratégica abarcadora de la nación en su conjunto. Resulta indispensable considerar las proporciones en cada fase del ciclo de reproducción, que contribuyan a eliminar las deformaciones estructurales que tipifican el subdesarrollo en general y el cubano en particular. No es posible defender la creación sin fortalecer la producción y distribución de los productos culturales que garanticen su contacto con los públicos,4 pues esas creaciones solo se reconocen y realizan en el consumo cultural. La actualización del modelo económico en el ámbito de la cultura no debe circunscribirse solo a la búsqueda de mayores ingresos o a la sostenibilidad de acciones culturales; sino reclamar de la política cultural del país una acción programática decisiva para la promoción del avance cultural a lo largo y ancho de Cuba, que impulse la reconfiguración de todos y cada uno de los territorios como la génesis natural del movimiento civilizatorio. Al respecto comenta Julia Carriera: No se trata por tanto de «llevar la cultura» a los escenarios de toda la sociedad que se aspira transformar, desconociendo o supeditando lo que en términos culturales ha sido erigido por quienes se reconocen como artífices de una identidad que se distingue y guardianes de un patrimonio que les pertenece […] No se trata de llevar momentos culturales para la elevación efímera de la calidad de vida, sino que esté presente en la vida cotidiana para el aprendizaje y crecimiento cultural.5 La obra de la Revolución cubana dignificó al ser humano, ha suscitado un profundo cambio cultural que impulsa la búsqueda del bienestar con esfuerzos propios. Con este objetivo, desde los inicios del período revolucionario, se hizo una intensa inversión económica para elevar los niveles de conocimientos básicos y superiores en distintas ramas del saber. Pero, años más tarde, el modelo económico que debía integrar el conocimiento acumulado al torrente económico nacional, comenzó a mostrar señales de agotamiento, actualmente manifiestas en la ausencia de correspondencia entre el desarrollo alcanzado por los actores económicos y sociales y el sistema de relaciones imperantes. Es necesario elevar la economía a una condición creativa, integrar conocimientos, información y participación ciudadana, en la búsqueda del bienestar desde y para toda la sociedad y no de producir una redistribución asistencialista y paralizante, así como gestar la salida del subdesarrollo, distribuir la renta nacional a través de la creación de empleo útil y productivo, para lo cual el mercado interno se debe constituir en la base de sustentación de los recursos fundamentales y, por último, fomentar los ingresos por exportación sin abaratar el valor creado por una fuerza de trabajo con calificación. Eso significa empoderamiento económico y social. Lo anterior ha de realizarse mediante una amplia participación social, en la que la diversidad cultural y humana no represente una dificultad, sino una cualidad enriquecedora del proceso por desplegar, y la función regulatoria del Estado responda al cumplimiento estricto de la voluntad popular. Una plataforma de esa naturaleza reclama una estrategia que tenga en cuenta la interacción de las relaciones culturales y sociales, el reconocimiento de su heterogeneidad en los distintos niveles de la sociedad, políticas que rechacen la homogeneidad y el igualitarismo como prácticas empobrecedoras del acervo cultural nacional. El gobierno se encuentra inmerso en un proceso de reformas simultáneas pero en ámbitos diferentes: reestructura la institucionalidad estatal, descentraliza el ejercicio de gobierno y desconcentra la propiedad. Tal vez sea la introspección más profunda, multidimensional y multifacética que ha enfrentado la Revolución en sus años de existencia y, sobre todo, de sobrevivencia. La simultaneidad de estos procesos ha provocado no pocos desencuentros pues los tiempos de la política no siempre coinciden con los necesarios para aplicar procesos que requieren maduraciones sucesivas pero escalonadas modificaciones. Esas tensiones resultan evidentes en el proceso de ensayo-error que está teniendo lugar en la aplicación de la reforma y las transformaciones institucionales asociadas a ella, en las inconveniencias y desproporciones entre los ritmos de los cambios estatales y el establecimiento de los marcos regulatorios y funcionales para los sectores no estatales; y esto en todo el espectro nacional, porque estamos refiriéndonos a una nueva cosmovisión del proyecto revolucionario, el cual se ha transformado en el devenir de la propia Revolución y la reforma deberá reconocer para que pueda refrendarse y potenciar los recursos sociales y económicos en beneficio de la sociedad. Los cambios estructurales fueron impulsados para hacer frente a la crisis económica, agudizada ante la adversa situación internacional y las contradicciones propias del modelo económico imperante. Pero la sistematización integral del proceso quedó rezagada con las implicaciones que ello entraña: las medidas derivadas de las urgencias que imponen las coyunturas, por lo general, provocan altos costos en términos estratégicos. El debate, por tanto, no debería estar entre el sector estatal y no estatal, entendido este último como asociaciones o emprendimientos individuales que pueden asumir la forma de cooperativas o trabajo por cuenta propia. Ante la evidencia de una crisis estructural y sistémica, resultaría más efectivo enfrentar la recomposición del modelo, integrar armónicamente las distintas formas de propiedad, y dejar de abordar la economía desde decisiones coyunturales y en compartimentos estancos. No puede producirse una actualización ni una reforma del modelo económico sin una del sistema de relaciones económicas y sociales que le da sustento. La nación debe mantener la propiedad sobre los recursos fundamentales y estratégicos que aseguren la planeación del desarrollo. Sin embargo, los encadenamientos productivos imprescindibles para salir de la crisis, no pueden seguir considerando al sector estatal de un lado y al no estatal del otro, y mucho menos confinarlo a actividades de muy bajo nivel de desarrollo tecnológico. Hay que inducir procesos productivos en los que intervengan distintas formas de propiedad y que las políticas económicas así lo definan. Asignar al trabajo por cuenta propia, las cooperativas y toda la amplia gama de formas organizativas no estatales la única función de generar empleo compensatorio de la reestructuración del Estado, no resulta congruente con la realidad de la que debe dar cuenta el proceso de Actualización del modelo económico. Si para 2015, 40% del empleo deberá ser no estatal, pero se le circunscribe solo a funciones primarias, sin encadenamientos productivos ni avances tecnológicos, se le estará condenando al empobrecimiento sistemático que terminará irradiando al resto de los eslabones de la economía. Actualización del modelo en la cultura Para la cultura cubana, la Actualización del modelo económico excede con creces la reestructuración de su aparato institucional —incluido su sector empresarial—, la depuración de sus plantillas o la adecuación a las nuevas leyes y regulaciones nacionales, como la de seguridad social. Tal actualización pasa inexorablemente por todas las fases del ciclo de la creación y reproducción de la cultura nacional. Actualización y producción cultural. Algunas hipótesis 13 Hoy existe un sector no estatal en la producción de bienes y servicios en distintas manifestaciones artísticas —artes visuales, audiovisuales, música— que ha ido estableciendo cadenas productivas dentro y fuera del país. En ocasiones se vincula a instituciones o agencias de la cultura y en otras produce y comercializa al margen de ellas; constituyen formas creativas alternativas que es preciso reconocer para que puedan crecer y desarrollarse.6 Los medios tecnológicos y de la comunicación, herramientas estratégicas de base en la cadena productiva, tienen un mayor nivel de acceso social, al apoyar la proliferación de esas nuevas formas económicas objetivamente. La creatividad y la innovación se privilegian en el mundo como elementos indispensables para un emprendimiento de cualquier tipo, pero en el sector de la cultura constituyen una condición natural, un recurso congénito, consustancial a la cultura misma y no podemos desconocer que se producirán vínculos e interrelaciones entre actividades diferentes. Esto ha hecho considerar más plausible y coherentemente, la concepción de proyectos y no actividades.7 El artículo de Andrea Rodríguez sobre el coleccionismo cubano también identifica un proceso, muy reciente —e incipiente según algunos—, que responde a cambios en la composición de la sociedad cubana actual.8 La adopción de políticas que estimulen y promuevan procesos culturales, y que, a su vez, garanticen su contribución al desarrollo cultural del país, resulta una necesidad de primer orden. Por otra parte, los cambios tecnológicos han modificado los escenarios productivos y reproductivos de la cultura; los requerimientos de la sociedad cubana de hoy no son los mismos de hace cincuenta años cuando, en la Biblioteca Nacional, se echaron los cimientos de esa construcción permanente que debe ser la política cultural. En el listado de actividades cuentapropistas autorizadas se constata la inclusión de labores creativas y otras vinculadas a las restantes fases productivas de los procesos.9 Entre esos trabajadores por cuenta propia existen creadores que no son miembros del sistema institucional de la cultura ni tampoco de sus organizaciones afines —Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Asociación Hermanos Saíz (AHS), Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA). Los artesanos no afiliados han ganado relevancia en los hábitos de consumo de la población y ofrecen una estructura estratificada de precios para los distintos poderes adquisitivos. Algunos no muestran interés por ser miembros de la Asociación, pues sienten que no les reporta suficientes beneficios, ni necesitan el reconocimiento para validar sus creaciones.10 La empresa estatal y el sistema institucional que se ocupa de la producción cultural pudieran resultar retados 14 Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez por ese sector no institucionalizado que compite en precios y calidad, y la respuesta no podrá partir de la discrecionalidad que otorga el poder de aplicar políticas de obligatorio cumplimiento. La «autorización» de la piratería como parte de las actividades del sector privado ha evidenciado lagunas en los procesos de cambios que tienen lugar. Ciertamente, esta práctica no es nueva, pero ha proliferado de forma significativa dado el amparo legal, lo que resulta necesario contrastar con los convenios internacionales que Cuba ha suscrito y evaluar las implicaciones para la economía de la cultura en el país. Asimismo, hay que considerar que el tipo de consumo que prolifera no necesariamente se ajusta al objetivo de la política cultural. Hasta ahora, el establecimiento de asociaciones culturales con funciones similares a las de las cooperativas como estructura no estatal de propiedad colectiva no parece estar entre las modalidades preferidas; sin embargo, cuando se asume esta entidad como un trabajo realizado por un grupo de personas que comparten un objetivo y métodos —en lugar de trabajar por separado y en competencia—, entonces sí podemos identificar estas modalidades, que nadie llama cooperativas pero que lo son, aunque se les otorgue otra denominación. En los medios de la cultura puede apreciarse cierto rechazo a asumir la nomenclatura trabajo por cuenta propia y cooperativas; no obstante, en consulta realizada por las autoras a creadores de distintas manifestaciones artísticas y expertos en la cultura, hemos concluido que tal vez la existencia de formas organizativas que complementen la producción cultural de manera articulada, no resulta contradictoria con las peculiaridades de los procesos creativos.11 Lo planteado por Marino Murillo durante el IX Período de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en 2012 —«a esta nueva fórmula de trabajo cooperativo se integrarán algunas entidades que hoy son estatales y se incorporarán personas que no tienen propiedades sino que aportan solo su trabajo»12—, pudiera y debiera ser válido también para el sector de la cultura. Nos referimos a servicios productivos de diversa índole: sonido, luces, escenografías, preparación de atrezos, vestuarios, servicios de doblaje —todos importantes en el proceso de producción de la obra creativa y sin los cuales no es posible la creación. ¿Pudiera encargarse a una asociación la administración de un teatro y que demuestre su capacidad de autofinanciarse? Podrían surgir muchas preguntas relacionadas con la programación cultural y el cumplimiento de la política cultural, cuyas respuestas seguramente serán el resultado del diálogo y la concertación. Existen modalidades de asociaciones creativas de larga tradición y otras de reciente surgimiento; por ejemplo, Fábrica de Arte, que combina de forma novedosa, con rigor artístico e impacto sociocultural, la música, las artes plásticas y los audiovisuales, en cada una de sus presentaciones; los talleres creativos individuales o colectivos que vinculan espacios diversos para ofrecer productos culturales novedosos y de belleza extraordinaria; o Taller Arte Espacio, para diseño y ambientación, entre otros. Nada impide que se organicen conservatorios de música, academias de pintura, actuación, etc., que complementen lo que se hace desde la enseñanza artística. Incluso algunos servicios gastronómicos no estatales pueden integrar expresiones culturales en sus programas como sello de distinción, y establecer relaciones horizontales con asociaciones productivas y de servicios de distinta índole, lo cual redunda en espacios de mayor realización y satisfacción para la sociedad. Avanzar en su reconocimiento jurídico resulta necesario para promoverlos en su justa dimensión. No existe hoy información estadística pública de la cantidad de trabajadores por cuenta propia según el tipo de actividad, lo que limita la validez y efectividad de los análisis. Los sistemas informativos, en general, no funcionan con la agilidad con que se producen los acontecimientos de los que deben dar cuenta; por ello, hasta que no se disponga de las fuentes necesarias, los informes dependerán de la observación, y de consultas con expertos y creadores de distintas zonas del país. Las diversas preocupaciones alrededor de estos temas no son baladíes. En primer lugar, el precio accesible para las presentaciones culturales ha sido expresión de una política cultural comprometida con el disfrute de toda la sociedad. En segundo, la aplicación de la política cultural ha tenido canales estables y seguros a lo largo de cincuenta años; y la llegada de estos nuevos actores y espacios obligaría a pasar de una política directiva a una indicativa. Ambos elementos reclaman la construcción de canales de diálogo y concertación que incluyan las necesidades recíprocas más que el lenguaje impositivo. Es tarea impostergable como parte del proceso de actualización del modelo económico en el país, fortalecer los proyectos socioculturales desde un enfoque multidimensional y participativo que propicie la creatividad y la innovación como características esenciales de la sociedad. Desde hace algún tiempo se aprecia el surgimiento de proyectos socioculturales que plantean la necesidad de su autosustentación y la integración en estos de actividades sociales que a su vez tienen un carácter económico. Así lo evidencia Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, cuando señala: La creación de hermandades entre amas de casa, jubilados y trabajadores por cuenta propia, […] obedece a la lucha por el rescate de tradiciones y oficios afines y ha posibilitado que hombres y mujeres de diferentes edades se integren en torno a un objetivo común de ayuda mutua, solidaridad comunitaria y revitalización de su economía familiar, a la vez que realizan labores en beneficio de la comunidad.13 El sistema regulatorio autorizado a ese proyecto le acompaña en esos propósitos. No coincide con el resto de las estructuras territoriales, lo que deviene un tema de relevancia, porque no se puede transformar el modelo económico sin cambiar las relaciones sociales de producción que lo amparan. Uno de los principales riesgos que enfrentan los proyectos socioculturales es su vulnerabilidad al depender de financiamientos foráneos. La capacidad del proyecto para autosostenerse no debe ser la condición necesaria de su existencia, por tanto algunos requerirán asignaciones presupuestarias de forma permanente. No obstante, debe contemplarse también la necesidad y capacidad de algunos de ellos de transitar a su autosostenibilidad, aunque nazcan al amparo de financiamientos provisionales o coyunturales; así como no debe resultar contradictoria la existencia de otros que puedan generar márgenes de utilidad, lo que no representa necesariamente un peligro a su condición sociocultural. En la indagación realizada se identifica como necesarias dos áreas de trabajo e investigaciones: la reconstrucción de una cultura jurídica en la sociedad y el restablecimiento de relaciones contractuales amparadas en sus instrumentos competentes, para la práctica económica horizontal entre los actores no estatales; y, paralelamente, la generación de sistemas de conocimientos a través de cursos, conferencias, materiales, publicaciones, etc.; que construyan los ambientes sociales instruidos acerca no solo de cuáles propuestas implementar, sino también cómo hacerlo para lograr el ejercicio de un sector no estatal que no compita con la estrategia nacional de desarrollo, ni esté al margen de ella. Es decir, construir una nueva cultura con nuevos propósitos. Actualización del modelo en las industrias culturales cubanas En el mundo, la producción de bienes y servicios cult urales es un importante sector económico. Se estima que solo la creación artística y literaria representa 8% de la producción mundial de bienes y servicios, porcentaje de participación que alcanza 15% si se incluye la educación, la investigación y el turismo cultural.14 Diversos organismos internacionales ven en las industrias culturales una de las esferas más dinámicas de la nueva economía global; que generan empleo para amplios sectores de la sociedad. Estas, al estar localmente sustentadas, pueden ser menos Actualización y producción cultural. Algunas hipótesis 15 Es tarea impostergable, como parte del proceso de actualización del modelo económico en el país, fortalecer los proyectos socioculturales desde un enfoque multidimensional y participativo que propicie la creatividad y la innovación como características esenciales de la sociedad. susceptibles a las fluctuaciones de la economía nacional y mundial. A su vez, reconocen y potencian los conocimientos locales,15 y sus productos constituyen fondos exportables muy reconocidos en el mercado mundial y con comportamientos anticíclicos.16 En Latinoamérica y el Caribe, además de la fuerza creativa, destaca la creciente aceptación internacional de sus bienes y servicios culturales, el tamaño de la población de habla española, portuguesa e inglesa y los vínculos que se mantienen con la diáspora residente fuera del continente, que demanda e impulsa el consumo cultural de sus orígenes. También se registra que los gobiernos de la región están aún muy lejos de reconocer la importancia de las industrias culturales, al elaborar sus políticas culturales y comerciales.17 El valor añadido de estas industrias en el Producto Interno Bruto (PIB) de los países del continente demuestra el espacio que ocupan. Dificultades estadísticas han impedido que se pueda completar la información, frente a lo cual, esquemas de integración como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), además de la Organización de Estados Americanos (OEA), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y también organismos internacionales como la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y la Organización Mundial del Comercio (OMC), se han planteado la necesidad de establecer sistemas de información e indicadores armonizados que contribuyan a justipreciar el lugar de este sector en las economías latinoamericanas. El mercado mundial de bienes y servicios de las industrias creativas ha disfrutado en años recientes de un dinamismo sin precedentes. Según los informes de UNCTAD, el valor de sus exportaciones mundiales ascendió de 267 000 a 592 000 millones de dólares entre 2002 y 2008.18 Los países del Caribe insular exportaron 57 millones de dólares al mercado mundial de bienes y servicios culturales en 2008, encabezados por República Dominicana, seguido de Barbados y Trinidad y Tobago; todas, economías más pequeñas y con menos potencial creativo que la cubana. No se puede obviar el alto nivel de oligopolización y competencia feroz en el mercado mundial de cada una de las manifestaciones artísticas. No puede entenderse la lógica del capital simbólico-mediático contemporáneo sin comprender la espacial global del capital y sus requerimientos e imposiciones al resto del mundo. El nivel de internacionalización y bursatilización del capital instaurado ha ido conformando un patrón de 16 Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez acumulación profundamente excluyente, lo que ha originado tensiones entre la necesaria concentración del capital para potenciar las ganancias y la dispersión geográfica en que se realizan las mercancías. Para Claudio Katz, los conflictos entre fijación y movilidad del capital se zanjan a través de crisis itinerantes y procesos de desvalorización del trabajo.19 En el caso del mercado de bienes y servicios culturales ese proceso de internacionalización del capital mediático-simbólico es aún más agresivo por el papel que desempeñan las tecnologías de la información y las comunicaciones en los procesos de producción. También ha marcado la formación de capitales mediáticos que se mueven con mayor inter y transdisciplinariedad, para compensar la pérdida de ganancia derivada del abaratamiento de las tecnologías de reproducción y el surgimiento y extensión de la piratería. La internacionalización de los procesos implica homogeneización tecnológica y esto provoca el desplazamiento de los países subdesarrollados con mayor atraso. En ese contexto, la captación de creadores de los países del Tercer mundo con valores actuales y potenciales, se ha convertido en un objetivo de las productoras. Dicha práctica se ha visto potenciada por el modo en que se produce el proceso de acumulación de los capitales mediático-simbólicos. Constituye un robo de capacidad creativa en virtud de la incapacidad productiva demostrada en los ciclos económicos de la producción cultural de los países subdesarrollados. Cuando se subordina la creación artística y literaria a los intereses del capital se destruye su espiritualidad y el valor cultural de dicha creación, y se daña el legado cultural de la humanidad. Pero cuando se ignoran y satanizan las potencialidades de la creación artística y literaria —como sector de la economía— se afecta a los creadores y se anula la posibilidad de generar mayor riqueza nacional. Como el mercado es una relación social susceptible de ser regulada, no existe dicotomía entre este y la cultura, sino entre los que la producen y los que se apropian de la riqueza material y espiritual de los creadores; entre crear para comercializar o comercializar lo que se ha creado. La reflexión académica del sector económico de la cultura y el arte, aún no alcanza el lugar que le corresponde en el debate nacional e internacional de las ciencias, a lo que ha contribuido no solo la discrecionalidad en la toma de decisiones y la ausencia de un sistema estadístico que la evidencie, sino también su no reconocimiento como fuente de ingresos. Mientras las autoridades académicas, tanto de la economía, la sociología como la antropología, y los representantes de los ámbitos de la política en todas sus dimensiones debaten si es o no un sector económico, los grandes capitales mediático-simbólicos obtienen las altas tasas de rentabilidad derivadas de un control oligopólico del mercado. Ante esta realidad los países subdesarrollados tienen dos alternativas: sucumbir y convertirse en los suministradores de «fuerza de trabajo barata» y su creación, con la consecuente pérdida del patrimonio cultural de las naciones que esto provoca, además de perder la oportunidad de gestar bienestar para sus pueblos; o, por el contrario, fortalecer el proceso de producción cultural y sus industrias en el continente y el mundo subdesarrollado para preservar el patrimonio y producir ingresos necesarios a la vida nacional. En esa dirección, un trabajo muy interesante se está llevando a cabo por la Muestra Itinerante de Cine del Caribe, donde se reúnen y accionan directores, productores, y distribuidores que intercambian criterios, realizan propuestas y planifican acciones para potenciar el cine de nuestra región natural, geográfica y cultural. Cuba no está fuera de ese contexto. Aunque el sistema estadístico nacional —como ocurre en la mayoría de las estadísticas mundiales— no identifica detalladamente, en el sistema de cuentas nacionales, el nivel alcanzado por la producción de bienes y servicios culturales, sus resultados no pueden ser ignorados. Algunos estimados primarios, no oficiales, sitúan la producción artística y literaria entre 4,5 y 5% del PIB cubano. El rubro Cultura y deportes de este indicador ubica estos valores en 4,7%.20 Tales cálculos requieren una revisión exhaustiva a través de una cuenta satélite, a fin de que reflejen las magnitudes económicas de la producción cultural en el mercado interno. Muchos consideramos que esas magnitudes serían más relevantes, si se consideraran la fuerza y la obra de los creadores cubanos, tanto nacional como internacionalmente, y además las que se realizan fuera del sistema institucional gubernamental. Esa cuenta satélite permitiría conocer los aportes de cada manifestación artística al Producto Nacional Bruto. El avance de los estudios de tasación de obras de arte expresado en dicha cuenta satélite puede contribuir al esclarecimiento y dominio de cuestiones como el valor de mercado de las obras patrimoniales, el económico de los inmuebles patrimoniales y la correlación entre asignación presupuestaria y valor económico. La valoración de las potencialidades económicas de la creación cultural frente a una proyección estratégica de la economía cubana es ineludible, pero hasta el presente no se dispone de información suficiente para verificar que se visualiza como un sector potente de la economía y en ascenso —como sucede a escala internacional. Lo anterior pudiera resultar contradictorio porque el nivel alcanzado ha sido fruto de la obra de la Revolución. Ya desde 1961, el presidente Fidel Castro vislumbraba que «este será un país de hombres de ciencia».21 La gran campaña de alfabetización situaba a la Isla en la vanguardia por la escolarización del continente y todos reconocemos que la cultura es el escudo de la nación, el cual defiende y fortalece si potenciamos su valor económico junto al cultural. Durante cinco décadas, la cultura ha estado presente en las asignaciones del presupuesto nacional. La tasa de inversión conjunta en educación, ciencia, y cultura y arte ha ascendido sostenidamente. Bajo tal concepción la cultura cubana está reflejada y es consustancial a todo el ciclo reproductivo nacional y en esa dimensión, la asignación de recursos para la cultura es, de hecho, productiva y, una inversión para el desarrollo. La destinada a la creación artística y literaria también se vio fortalecida desde 1959, tanto en el total de la actividad presupuestada como en el de los gastos de la nación. Esta afirmación del entonces ministro de Cultura Abel Prieto mantiene una dolorosa vigencia: El drama que tiene la cultura cubana es que cuenta con un enorme caudal de talento e instituciones todavía débiles ante el desafío de promover ese talento. Ello resulta la contradicción fundamental que se ve en todas partes, debido a problemas de organización y falta de recursos, lo cual hay que revertir.22 La actualización del modelo económico supone retos de significación para el funcionamiento de las instituciones culturales que operan bajo régimen de financiamiento presupuestario, así como el sector empresarial que se dedica a la producción de bienes y servicios culturales. Un aspecto fundamental es la necesaria separación entre el sector presupuestado y empresarial ya en marcha con toda la carga de autonomía operacional, responsabilidad con los resultados implicados en ambos sistemas de funcionamiento y financiamiento institucional. El análisis estructural no puede ser visto fraccionado y reducido a las plantillas y subsidios, porque no se trata de un problema de empleo y de ingresos, sino del sistema económico, con una política económica que cumple las tareas asignadas para promover la cultura y gestar los recursos necesarios para la nación. Tiene que ser percibido como unidades de base, de manera integral, que incluya cómo se organiza, financia y abastece; cómo produce y de qué tecnología dispone; y cuál es la capacidad para innovar y gestionar sus necesidades. Actualización y producción cultural. Algunas hipótesis 17 Las tendencias mundiales en la conducción de las industrias culturales están revolucionando la percepción sobre la producción cultural. En el mundo contemporáneo, la creación es el núcleo alrededor del cual gira la valorización de las industrias culturales; el sistema institucional solo es un mediador instrumental del proceso. Otra característica es que el sistema industrial reproductor multiforme también parte de la creación y se expresa en diversos soportes que van desde la discografía, audiovisuales, presentaciones en vivo, artesanías, hasta distintas manifestaciones del arte y la literatura; por lo tanto, crece la acción transversal y disminuye la vertical. La categoría precios, al estar determinada por la política cultural e impactar la política económica de la cultura, tiene una importancia trascendental. En Cuba, el Estado asigna recursos financieros al sistema de instituciones culturales para el ejercicio de su actividad, y establece los precios fundamentales de entradas y venta de muchos bienes y servicios culturales. Ello ha contribuido a extender el criterio en algunos medios, de que la cultura es un gasto y resulta inevitable que opere bajo asignación presupuestaria, al tiempo que consagra la noción de incapacidad e improcedencia de la producción cultural para generar mayores recursos económicos. El Estado empresario de la cultura despliega importantes acciones económicas de venta de bienes y servicios, en las que imperan las mismas reglas que en cualquier otro de los sectores de la economía nacional, y recauda ingresos para refinanciar la propia creación artística y los proyectos culturales nacionales y territoriales. Constituye un circuito cerrado que ha beneficiado a la cultura de manera significativa. De ahí que resulta necesario reafirmar que las asignaciones del Estado no están subsidiando la cultura, sino ofreciendo la posibilidad de que la mayoría de la sociedad acceda al consumo cultural, lo que no responde a decisiones económicas sino de política cultural. Es innegable que la creación deberá ser protegida, en especial la de ciertas manifestaciones artísticas que no tienen una demanda masiva porque forman parte del acervo cultural, así como la conservación del patrimonio cultural, memoria histórica de la nación. También la enseñanza artística como parte de la gestación de oportunidades y los medios para la experimentación, que devienen inversiones y no gastos. Actualizar los conceptos nos debe llevar a transformar las nociones que priman hoy en los llamados «objetos sociales» para otorgar capacidad negociadora a las unidades de producción cultural y a las compañías, en la búsqueda y articulación de toda la gama de acciones complementarias a su gestión que no contradicen la naturaleza de la 18 Tania García Lorenzo y Beatriz Pérez creación cultural. Se requiere generalizar en el país la práctica de coauspicios y donaciones nacionales y extranjeras; el cofinanciamiento con firmas acreditadas en Cuba, instituciones sin fines de lucro, u organismos internacionales; funciones o acciones especiales para ferias internacionales u otros acontecimientos. Ello deberá suceder bajo el principio de que someterse a condicionamientos políticos o culturales resulta inaceptable para la dignidad de la nación. Todo el sistema institucional de la cultura que genere ingresos debiera tener la posibilidad tanto de retenerlos como de autonomía operacional para negociar modalidades, lo que no significa que no deba rendir cuentas por su gestión, calidad, rigor y cumplimiento de la política cultural del país. La actualización del modelo ha cambiado las interrogantes sobre los procesos de producción del sistema empresarial del país y los del sector cultura no escapan a ello. La pregunta a su dinámica productiva y sus tiempos no puede seguir siendo únicamente cómo generar más ingresos sino, además, qué considerar como productividad del sector empresarial de la cultura, cómo obtener mayores rendimientos por peso de inversión, cuáles son los niveles, estructura geográfica y por productos de las exportaciones de la producción cultural cubana, y si ha tenido un comportamiento contractivo o expansivo en el último quinquenio, en correspondencia con la creación cultural cubana. El sistema de administración financiero de los recursos como cobros y pagos, el impositivo a unidades presupuestadas y la estructura monetaria de ingresos y gastos debieran someterse a análisis desde perspectivas que permitan mayor integralidad del proceso creativo y económico que tiene lugar. Súmese a ello que el Estado necesita encontrar soluciones a las dificultades que pueda ocasionar a la creación cultural la doble y triple moneda, si tenemos en cuenta la inconvertibilidad interna en el sector estatal. Otro elemento sensible es el hecho de que la introspección que demanda la actualización del modelo para la economía de la cultura obliga a una mirada hacia las sociedades de autores. La eficacia de este instrumento resulta fundamental. A manera de conclusión El deber ser del sistema institucional es su carácter de entidad regulatoria y verificadora del cumplimiento de las políticas. Su función pública fundamental es impulsar las acciones y comprobar su efectividad, lo que resulta esencial en el contexto actual. La organicidad, integralidad y socialización de su sistema legal es relevante para que las instituciones y sus medios de ejecutar la política cultural puedan ejercer sus funciones con total responsabilidad y conocimiento. Leyes, decretos-leyes y regulaciones ministeriales constituyen un componente capital de la actualización del modelo. El derecho de autor y los derechos conexos constituyen la célula de la propiedad en la economía de la cultura y su sector económico, y su actualización permanente reclama una prioridad significativa en el reordenamiento de la cultura. S ocializar más la información sobre los procedimientos, normativas así como los resultados económicos de las instituciones y sus beneficios para la cultura puede contribuir a la comprensión de que junto a las nociones de calidad y jerarquías culturales, en el mundo de la producción cultural hay que lidiar con los conceptos de eficacia en la utilización de los recursos presupuestarios y eficiencia en la obtención de resultados económicos, lo que no contradice la naturaleza de la creación artística. No siempre resulta evidente que la creación cultural verdadera no se realiza mientras no llega al consumo y es refrendada como tal, en una unicidad indivisible mediada por distintos procesos económicos. La actualización del modelo económico implica una introspección integral del ciclo creación-consumo, para que se apliquen las políticas culturales y las económicas de la cultura, de manera complementaria y armónica a fin de garantizar la preservación del patrimonio de la cultura nacional y su aporte sustancial al desarrollo económico del país. Notas 1. José Martí, «Maestros ambulantes», Obras completas, Editora Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 289. 2. Graziella Pogolotti, «La cultura como factor de integración social», La Jiribilla de Papel, n. 92, La Habana, septiembrenoviembre de 2011. 3. Pau Rosell y Salvador Carrasco, «Cultura y producción simbólica en la comunidad valenciana. Un análisis sectorial e implicaciones territoriales», Departamento de Economía Aplicada, Universidad de Valencia, Valencia, 2007. ignorar un fenómeno no lo elimina o lo disminuye, hará que se avance en esa dirección. 7. Véase la intervención del doctor Johannes Abreu, citada en Joaquín Borges-Triana, «Por una red de gestores culturales cubanos», El Caimán Barbudo, La Habana, 2011, disponible en www.elcaimanbarbudo.cu. 8. Véase Andrea Rodríguez, «El coleccionismo de arte en Cuba comienza a florecer», disponible en www.cubasi.cu. 9. La lógica que se siguió al agregar grupos culturales específicos (como los numerados 155, 162, 163, 165 en el listado) es algo que seguramente tendrá alguna explicación. 10. Entrevista de las autoras con trabajadores por cuenta propia del ámbito de la cultura en Varadero y La Habana, en abril de 2012. 11. En el caso de las artes plásticas, por ejemplo, no solo no resulta contradictorio, sino que se desarrolla de forma natural. 12. Marino Murillo, citado en El Economista de Cuba, La Habana, 24 de julio de 2012, disponible en www.eleconomista.cubaweb.cu. 13. Eusebio Leal Spengler, «El desarrollo de la cultura, única certeza para un proyecto sostenible legítimo», Pensar Iberoamérica, n. 1, La Habana, junio-septiembre de 2002, disponible en www.oei.es/ pensariberoamerica/ric01a05.htm. 14. Para ampliar este aspecto, véase UNCTAD/UNDP, Creative Economy Report 2010. A Feasible Development Option, 2010, disponible en www.apcultures.cu. 15. Véase SELA, «Incentivos a las industrias culturales y creativas en América Latina y el Caribe», n. 1, Caracas, junio de 2011, p. 1. 16. Véase CCI/UNCTAD, www.trademap.com. 17. SELA, ob. cit., n. 22-10, p. 4. 18. UNCTAD/UNDP, ob. cit., p. 126. 19. Claudio Katz, «Los cambios en la rivalidad ínter imperial», ARGENPRESS, 22 de junio de 2011. 20. Véase ONEI, «Estructura del PIB, Cuentas nacionales», tabla 5.5, disponible en www.one.cu. 21. Fidel Castro Ruz, «Discurso pronunciado en la Academia de Ciencias», 15 de enero de 1960, disponible en www.cuba.cu. 22. Abel Prieto, citado en Nelson García Santos, «Año intenso para la cultura cubana», Periódico Cubarte, La Habana, 20 de diciembre de 2005, disponible en www.cubarte.cult.cu/periodico. 4. Públicos cada vez más exigentes y diversos que reflejan todo el complejo proceso de transformaciones sufridas en el sujeto social cubano durante los últimos convulsos decenios. 5. Véase Julia Carriera Martínez, «¿Lo sociocultural en la gestión de proyectos o gestión de proyectos socioculturales?», en Julia Carriera Martínez, comp., La gestión de proyectos socioculturales. Una aproximación desde sus dimensiones. Selección de lecturas, Ediciones Adagio, La Habana, 2010. 6. No se ha logrado sistematizar un mapa que dé cuenta de la amplia gama de formas de producción coexistentes en la cultura del país. Documentarlas será una labor de envergadura, pues no se dispone de las estadísticas oficiales necesarias para los análisis requeridos, ni de sistemas informativos que hagan transparentes todos los procesos que están teniendo lugar. La conciencia de que Actualización y producción cultural. Algunas hipótesis 19 La Actualización del modelo en la prensa: el periodismo cubano en tiempos de cambio Luisa María González García Periodista. Agencia Informativa Prensa Latina. ¿ A Julio García Luis, decano de la prensa en Cuba. Cómo deben los medios de comunicación acompañar un proceso de trasformaciones en el que se decide el futuro de la nación? Aunque la cuestión de la prensa no se abordó en los Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución, que fueron la base de las discusiones en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) (en abril de 2011) y constituyen el documento programático de la sociedad cubana para los próximos años, en el «Informe central» al acontecimiento político, el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Raúl Castro, realizó algunas alusiones al asunto: En este frente se requiere también dejar atrás, definitivamente, el hábito del triunfalismo, la estridencia y el formalismo al abordar la actualidad nacional y generar materiales escritos y programas de televisión y radio, que por su contenido y estilo capturen la atención y estimulen el debate en la opinión pública, lo que supone elevar la profesionalidad y los conocimientos de nuestros periodistas; si bien es cierto que, a pesar de los acuerdos adoptados por el Partido sobre la política informativa, en la mayoría de las veces ellos no cuentan con el acceso oportuno a la información ni el contacto frecuente con los cuadros y especialistas responsabilizados de las temáticas en cuestión. La suma de estos factores explica la difusión, en no pocas ocasiones, de materiales aburridos, improvisados y superficiales.1 Más tarde, en enero de 2012, la Conferencia del Partido dedicó un espacio a este tema, presente en su «Documento base» y una vez más en el discurso del también Primer Secretario del Comité Central del PCC, 20 Luisa María González García n. 72: 20-27, octubre-diciembre de 2012 donde se hacía un llamado a elevar la profesionalidad del ejercicio periodístico con el propósito de que este contribuyera de manera certera al despliegue de las necesarias transformaciones. Las menciones a la función del periodismo en la coyuntura actual constituyen indicios de la existencia de una voluntad de cambio por parte de la alta dirección del país. Para entender este proceso, en relación con las posibilidades de cambio de los contenidos periodísticos, se requiere una reflexión en torno a las mediaciones, sujetos e intereses involucrados en su configuración. El presente artículo se propone meditar sobre algunas de las condicionantes que intervienen en el ejercicio del periodismo actual, vinculadas al contexto de transformaciones socioeconómicas. 2 Para ello, en un primer momento se exploran los rasgos que definen el proceso de cambios que hoy atraviesa la sociedad cubana, desde la perspectiva de algunos de sus intérpretes; luego se profundiza en la situación de los medios de comunicación, y, por último, se abordan los desafíos que esta particular coyuntura le impone al periodismo nacional. El proyecto de cambio: la visión de los intelectuales Para el país, la segunda década del siglo xxi ha llegado con transformaciones que apuntan a una profunda reforma de la sociedad y transcurren asentadas sobre una premisa fundamental: la conservación de los principios socialistas de la revolución iniciada hace ya más de media centuria. No es la primera vez que el país promueve reformulaciones a su propio proyecto e involucra a la ciudadanía en su consecución.3 La movilización de las masas ha sido elemento clave a lo largo de la historia revolucionaria para fomentar la articulación de un consenso mayoritario. Pero la difícil situación de los años 90 precipitó la emergencia de numerosísimas tensiones que han afectado la cohesión social lograda en décadas precedentes. Según Rafael Hernández, politólogo y director de la revista Temas: Se han ido acumulando necesidades a las cuales no se ha dado respuesta, y ahora es necesario hacerlo, como dice Raúl, sin prisa pero sin pausa. En ese contexto, lo que facilita el cambio es que hay en la superestructura la decisión tomada de adoptar una estrategia que vaya a reestructurar realmente el ordenamiento institucional, económico, político y jurídico del país.4 Múltiples son los elementos que están incidiendo en el desencadenamiento de las reformas. Desde el punto de vista internacional, la agudización de la crisis económica y financiera ha puesto en jaque a una economía como la cubana, cuya excesiva dependencia del exterior la coloca en una situación de inestabilidad. Esa condición de crisis se agrava con el omnipresente bloqueo impuesto por los Estados Unidos. Con la caída del socialismo europeo y los años del Período especial, se produjo el desmantelamiento de la infraestructura productiva del país, mientras que la tradicional y protagónica industria azucarera disminuyó en grado notable. Se abrió paso entonces a otros rubros de la economía, como el turismo y la exportación de servicios profesionales. Este modelo muestra debilidades estructurales y signos de agotamiento tales como limitaciones en la disponibilidad de divisas, escasez relativa de recursos para proyectos de inversión y, finalmente, una tendencia a la desaceleración del PIB.5 E l c omp l e j o p an or am a e c on óm i c o e s t á acompañado por un contexto sociopolítico y cultural cualitativamente distinto. Se aprecia en la sociedad cubana el debilitamiento del consenso, la erosión de valores educativos y culturales que no es exclusiva de las generaciones jóvenes, el aumento de la desigualdad, la falta de liderazgo de organizaciones juveniles, la aparición de expresiones de individualismo y pragmatismo alejados de los principios de solidaridad que definen la Revolución, etc. El periodista y profesor de la Facultad de Comunicación, Raúl Garcés, asevera que en el orden subjetivo la realidad actual es más diversa y heterogénea que nunca y, en ella, se encuentran compitiendo los proyectos personales con los del país.6 Al reto de levantar la economía se añade el no menos importante desafío de restaurar la cohesión social en torno al proyecto revolucionario y reconstruir los más valiosos valores culturales. A juicio de José Ramón Vidal, coordinador del Programa de Comunicación Popular del Centro Memorial Martin Luther King, Jr., lo que se está haciendo se concentra en dos propósitos esenciales: uno, fortalecer la institucionalidad que ha creado la Revolución —por diversos motivos, como prácticas políticas o decisiones coyunturales, se ha visto resentida—, cuyo rescate resulta clave si se pretende llevar adelante con orden y buenos resultados cualquier tipo de transformación. El segundo es el imprescindible mejoramiento de la eficiencia económica, encaminado a producir bienes y servicios suficientes para cubrir las necesidades del pueblo. Sin embargo, esas cosas no están desconectadas del resto de la sociedad, por ejemplo, de las maneras en que ejercemos el poder a todas las instancias. El poder popular no funciona; no se ejercen los derechos de los colectivos de trabajadores en el conocimiento y en la influencia sobre las decisiones empresariales; es decir, hay un conjunto de factores que tienen que ver no solo con la actualización del modelo y que […] tendrán que entrar en el debate y en el horizonte de reflexiones.7 La Actualización del modelo en la prensa: el periodismo cubano en tiempos de cambio 21 Hasta el momento se han tomado medidas como la transferencia de tierras a cooperativas, la disminución o eliminación de gratuidades y subsidios, la expansión del mercado interno —con ofertas turísticas a nacionales, venta de electrodomésticos y servicios de telefonía celular, etc.—, el considerable fomento del trabajo por cuenta propia incentivado gracias a la reducción de impuestos y la posibilidad de contratación de mano de obra asalariada, el arrendamiento de tierras y de pequeños establecimientos —entre ellos barberías y peluquerías—, la liberación de la compra y venta de viviendas, entre otras muchas que se encaminan a liberar al Estado de algunas actividades que puede desempeñar con eficacia el incipiente sector no estatal. Así, mientras hace veinte años 95% de los asalariados trabajaban para el Estado, se prevé que, para 2015, 40% de la fuerza laboral pertenezca al sector no estatal.8 Si bien, al menos explícitamente, la mayor parte de las innovaciones apunta hacia la esfera económica, su trascendencia social es mucho más profunda de lo que aparenta. Rafael Hernández considera que «son también cambios políticos: descentralizar, reducir el papel del Estado, reducir el poder de la burocracia, formalizar y afianzar el papel de la ley».9 En la práctica, la actualización del modelo económico alcanza otras áreas más allá de la economía, de ahí que consideremos más pertinente el término «transformaciones socioeconómicas». Raúl Garcés señala: «Marx habló hace mucho tiempo de las relaciones entre estructura y superestructura, por lo tanto esos cambios económicos están generando también cambios en las mentalidades».10 A la luz de los hechos en curso, sería esperable una configuración un tanto diferente del sistema político, caracterizada por la descentralización y por un Estado que asuma principalmente un papel regulador. Ello implica el fortalecimiento de la participación popular y un mayor protagonismo de la sociedad civil, cuya esencia radica en la ampliación de la socialización del poder y en la implementación de mecanismos que permitan dicha participación. Hasta el momento, la participación popular se ha expresado mediante el desarrollo de consultas con las masas. En este sentido, la realización de debates asociados al VI Congreso y a la Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba ha legitimado y potenciado el desencadenamiento de las modificaciones. En un inicio, la discusión se concentró en los Lineamientos; el amplio proceso llegó a cada resquicio de la nación. Durante algunos meses previos a la celebración del Congreso, el Proyecto de Lineamientos fue analizado en centros de trabajo, escuelas, barrios, comunidades. Incluía la política económica, educación, salud, cultura, deporte, industria, transporte, entre otros temas. 22 Luisa María González García De un total de casi once millones de habitantes, 8 913 838 participaron en reuniones en las que todos podían opinar acerca del programa de transformaciones propuesto. Se registraron más de tres millones de intervenciones y, en consecuencia, 68% del documento original fue transformado a partir de esas opiniones.11 Para Rafael Hernández, la consulta con las masas fue tan o más importante que el Congreso mismo: No es posible medir el significado político del evento sin tomar en cuenta el proceso de debates previos, que es el vehículo por el cual la ciudadanía se apropió de la política del cambio. Esa apropiación se dio de manera diferente a como se pudo haber dado, o se dio, en momentos históricos anteriores, a través de un debate donde la inmensa mayoría de las intervenciones fueron muy críticas.12 En un segundo momento, la Primera Conferencia Nacional del Partido se concentró en el análisis y perfeccionamiento de los estilos de trabajo del PCC, su proyección hacia la sociedad y los actuales desafíos de la vida política y cultural del país. Su amplia agenda incluyó temáticas asociadas con los jóvenes, la cultura, la raza, los medios de comunicación, entre otras. Antes del acontecimiento también se discutió el «Documento base», aunque esta vez solo tuvo lugar en el seno del Partido y de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Sin embargo, en opinión del intelectual cubano Julio César Guanche, el examen en torno al nuevo modelo apenas se inicia y está lejos todavía de haber producido un consenso sobre el modelo social que se busca: Es necesario continuar esos debates, más allá de una discusión acotada sobre medios, que permitan ampliar intensivamente los contenidos del «pacto social», mediante un ejercicio genuinamente democrático. 13 La necesidad de un debate que trascienda el mero hecho de añadir, suprimir o modificar partes de un documento y que se interese por las definiciones esenciales del socialismo que se construye en Cuba es resaltada por Rafael Hernández a través de una elocuente metáfora: La Conferencia del Partido, sobre todo los Lineamientos, son como un rompecabezas al que le faltan piezas, donde tú distingues el animal retratado, que es diferente al que había, pero aún le faltan montones de partes y es difícil, por consiguiente, tener una certeza acerca de adónde vamos, porque eso no está ni siquiera prefigurado. Uno de los vacíos que podría ser sujeto de diferentes interpretaciones, es el vacío en torno a qué socialismo estamos construyendo, qué nos permite afirmar que estamos edificando un nuevo modelo social.14 En otro sentido, ciertos aspectos dejaron algunas insatisfacciones; por ejemplo, ha faltado información sobre lo dicho en los debates y qué se hizo con lo expresado por la gente. Para José Ramón Vidal «ese es un punto débil, porque las lecciones derivadas de la riqueza de los debates pueden ser de mucha más utilidad socializadas, que en marcos restringidos».15 Se impone el desarrollo de un periodismo con una vocación cada vez más pública, un periodismo inclusivo en el que cuenten las opiniones de todos. Una prensa de ese tipo tendría mejores posibilidades para acompañar de manera oportuna el proceso de trasformaciones al que está abocada la sociedad cubana. En la socialización de la información entra al juego, como gran protagonista, el periodismo. Sin embargo, ha quedado cierta inconformidad con respecto a la escasa presencia que en los medios de comunicación tuvieron acontecimientos de tanta relevancia para los cubanos. El proceso, opina Vidal, fue acompañado casi que formalmente a partir de informaciones muy oficiales, pero la prensa no dio cuenta de la riqueza de esos debates. Tampoco ayudó a entender lo que se estaba discutiendo; debió reflejar los criterios de expertos sobre determinados temas para que la gente se nutriera de ellos. En general, estuvo omisa, jugó un papel muy secundario.16 Faltó mucho por hacer y lo realizado debió y pudo tener niveles de calidad más altos. Roger Ricardo Luis, director de investigaciones del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, asevera: Ese gran debate nacional que debió centrar la agenda de los medios de comunicación nunca existió en ellos. Esas asambleas donde se plantearon disímiles problemas tuvieron una mínima y muy sesgada visibilidad. Esa es una situación no imputable a los periodistas, es responsabilidad de la dirección política.17 Los procesos de discusión han significado un paso adelante en el sentido de que las personas han podido contribuir, en cierta medida, a la configuración del programa de la Revolución para estos tiempos. Pero es necesario también que la sociedad pueda conocerse, escucharse y sentirse, en aras de funcionar como un organismo social vivo, para lo cual no basta que cada quien sepa únicamente lo dicho en la reunión en que participó, sino que conozca lo aportado por el resto de los cubanos. Marco para una fotografía: los medios de comunicación En aras de lograr una mejor comprensión sobre la prensa, debemos explorar las condiciones en las que desenvuelve su ejercicio. Los medios de comunicación cubanos experimentaron profundas transformaciones a partir del triunfo de la Revolución en 1959. Ante la radicalización del proceso, la oligarquía mediática optó por huir del país; unos pensando que así contribuirían a crear una crisis tras la que sobrevendría el fin del nuevo gobierno, y otros por temor a la irreversibilidad de lo que sucedía en Cuba.18 Con esta actitud facilitaron que en un breve período los medios pasaran a manos del poder revolucionario, con lo cual cambiaron significativamente las concepciones esenciales sobre el significado de la profesión. Al respecto, Fidel Castro afirmó: «Periodismo no quiere decir empresa, sino periodismo, porque empresa quiere decir negocio y periodismo quiere decir esfuerzo intelectual, quiere decir pensamiento».19 En 1965, entre los pasos trascendentales que se daban en la dirección política del país, se llevó a cabo la reorganización definitiva de los órganos de prensa, los cuales quedaron en su totalidad como propiedad social al servicio del interés público. Sobre el tema, las investigadoras Rosa Muñoz y Elena Nápoles afirman: Pero el gran cambio estructural está estrechamente ligado a modificaciones superestructurales. Es necesario ofrecer al conjunto de la comunidad una explicación de la naturaleza de la sociedad, de la cultura, que contribuya a la perpetuación del nuevo orden [...] la nueva ideología está aún en formación. En la ciencia, el arte, la religión, la educación, la información, la comunicación, están implícitos los modelos ideológicos que legitiman el nuevo estado de cosas.20 En la concepción del nuevo ordenamiento mediático sobresalió un obstáculo fundamental: la ausencia de teoría acerca de la comunicación en la construcción del socialismo. El único paradigma disponible era la experiencia soviética, caracterizada por el esquematismo y la chatura en la producción comunicativa y cultural. Los más reconocidos teóricos del socialismo apenas habían hecho algunas alusiones sobre el tema, por lo que no existía entonces, ni existe en la actualidad, una propuesta consolidada. No obstante, los medios cubanos adoptaron rasgos que habían sido señalados por algunos ideólogos marxistas: la estatalización de los medios de producción de la comunicación que determina su emancipación del yugo del capital, apuntado por Lenin; el reconocimiento de la libertad para pensar diferente, de Rosa Luxemburgo; y la idea gramsciana de que el periodismo no solo satisfaga las necesidades del público sino que también estimule el nacimiento de otras necesidades y actitudes en correspondencia con la nueva sociedad.21 El Artículo 5 de la Constitución de la República, aprobada el 24 de febrero de 1976, estableció: El Partido Comunista de Cuba, vanguardia organizada marxista-leninista de la clase obrera, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y La Actualización del modelo en la prensa: el periodismo cubano en tiempos de cambio 23 orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance a la sociedad comunista.22 Con ello quedó instaurado jurídicamente el papel del Partido como órgano dirigente de toda la actividad social. Asimismo, el Artículo 53 de esa Carta Magna sentenció: Se reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa conforme a los fines de la sociedad socialista. Las condiciones materiales para su ejercicio están dadas por el hecho de que la prensa, la radio, la televisión, el cine y otros medios de difusión masiva son propiedad estatal o social y no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada, lo que asegura su uso al servicio exclusivo del pueblo trabajador y del interés de la sociedad.23 Esos principios permanecen hasta la actualidad y delinean un marco específico para el ejercicio periodístico. Con el paso del tiempo, se advirtió la aparición de un fenómeno inquietante: el periodismo cubano fue mostrando similitudes con su par soviético. Sin embargo, para el periodista e investigador Julio García Luis, más que de una influencia directa del modelo de prensa soviético, que la conocida impermeabilidad cultural y lingüística hizo prácticamente imposible, pudo haberse derivado indirectamente de la similitud de políticas, estructuras y formas de gestión social adoptadas.24 Los medios cubanos forman parte del sistema político, con el cual sostienen una relación de dependencia, y se subordinan estructuralmente al Departamento Ideológico del Comité Central del PCC. Esa dependencia se agudiza debido al conflicto histórico con los Estados Unidos. Durante cincuenta años, el gobierno de Washington ha llevado a cabo una férrea guerra económica, política, cultural, ideológica, mediática sin tregua. Del lado agredido, ha sido necesario arreciar las posiciones defensivas y uno de los sectores en los que con más fuerza se ha manifestado esa postura es en los medios de comunicación, cuyo funcionamiento ha estado signado por una premisa: no se publica absolutamente nada que pueda ser utilizado por aquel país en contra de Cuba. En relación con ese aspecto existe un consenso mayoritario, en tanto se refiere preservar la soberanía nacional. La polémica aparece a la hora de decidir qué es peligroso publicar y qué no, un cuestionamiento que involucra a múltiples actores: periodistas, directivos, fuentes de información, y también el pueblo. Julio García Luis consideraba que si bien existe el riesgo de que cualquier cosa que digamos se malinterprete o sirva a esa agresión […] tiene que haber discreción y secreto. Pero no pocas veces esa necesidad se hiperboliza y magnifica. Y esto trae dos fenómenos: la psicología de plaza sitiada […] [y] el oportunismo de gente que 24 Luisa María González García se aprovecha de esto para ocultar miserias y problemas, para manipular.25 Las diversas interpretaciones que puede tener el principio de autoprotección han llevado a que regularmente se distorsione el papel de la prensa. Al respecto, apunta José Ramón Vidal: Los grados de opacidad nuestros son tan altos que allí, en esa sombra, se refugia la ineficiencia de la burocracia, e incluso, a veces, la corrupción. Necesitamos reducir los espacios de opacidad a aquello imprescindible para garantizar la seguridad nacional, porque seguimos siendo confrontados por los Estados Unidos. Desde el punto de vista comunicativo, es necesario crear espacios de transparencia que le permitan a la gente estar mejor informada, y participar más calificadamente. El grado de madurez y complejidad de la sociedad cubana de hoy está reclamando eso.26 El I Congreso del PCC, celebrado en 1975, aprobó las Tesis y Resoluciones sobre los medios de difusión masiva, en las que se sentaban las bases para el trabajo periodístico. El documento reconoce que en el socialismo, como forma superior de democracia, el hombre tiene derecho pleno a recibir información sobre las decisiones y directivas del Partido y del Estado, y sobre todos los aspectos de la vida política, económica y social del país y del mundo. En algunos fragmentos, se manifiesta la necesidad de reflejar la realidad nacional de manera amplia, analítica y crítica, lo que «incluye las deficiencias que puedan tener las instituciones políticas, de masas y sociales de la Revolución y comporta el examen crítico de la gestión económica, administrativa y de servicios de los organismos estatales».27 Desde entonces, el Partido ha emitido numerosos documentos y disposiciones que han tratado el tema y en los Congresos de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) se debaten siempre estos asuntos. A pesar de ello, las avanzadas concepciones han quedado en la voluntad política y no han logrado materializarse. La mencionada opacidad ha sido especialmente evidente en ciertas circunstancias; por ejemplo, cuando en los años 80 se instó al pueblo a llevar a cabo el Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, que dinamitaban el desarrollo social: Ni una sola de las deficiencias y deformaciones que después dieron lugar al proceso de rectificación fue conocida por medio de la prensa. No se habría podido concebir una demostración más palpable y dramática de que nuestro periodismo marchaba por un camino erróneo […] La prensa, no obstante su indiscutible posición militante, se revelaba incapaz de alertar, denunciar o prevenir los problemas que pudieran lesionar a la Revolución. Como una paradoja aleccionadora, el estilo apologético y el triunfalismo, sustentados bajo el supuesto de defender a ultranza nuestro proceso hacia el socialismo, se volvían contra los intereses más vitales de la sociedad. La opinión pública real no hallaba cauce en los periódicos y en los espacios de la radio y la televisión […] mientras el país verdadero se debatía en una seria crisis socioeconómica y moral.28 La citada rectificación de errores propició cierto movimiento en la prensa cubana, frenado a partir de los años 90, con la caída del campo socialista, hecho que significó para Cuba el inicio de una seria crisis caracterizada por extremas carencias materiales y una inevitable contracción de la actividad mediática. En 1991 tuvo lugar el IV Congreso del Partido; con antelación se realizó un proceso de debates que, en aquella época, por su amplitud resultaba casi inédito. Uno de los temas abordados fue la prensa; se tocaron aristas como la necesidad de aplicar una política informativa que facilitara la inmediatez de los mensajes, evitara su reiteración en el mismo medio o en otros, defendiera la objetividad por encima de las posiciones triunfalistas y estimulara el ejercicio de la opinión y la crítica. A pesar de que el cónclave mostró una postura transformadora y revolucionaria en torno al periodismo, terminó destacando la necesidad de que este cumpliera sus deberes instrumentales, amparado en la situación excepcional por la que atravesaba el país.29 Con el trascurso de los años llegó la recuperación económica y con ella la de los medios de comunicación desde el punto de vista material; sin embargo, continuaban presentes las ya conocidas limitaciones. El último congreso de la Unión de Periodistas de Cuba fue celebrado en 2008 y una vez más se abordaron los mismos asuntos: la autonomía de la dirección de los medios para decidir qué se publica y, en general, disponer sobre los procesos que ocurren en las redacciones; el deber de los actores políticos y sociales de brindar la información que la prensa requiere, la necesidad de desarrollar un periodismo analítico y crítico que de manera responsable aborde las tensiones de la realidad, uno variado, creativo y cada vez más profesional. Pero, «más allá de la voluntad política, eso no se ha materializado en la transformación de la conciencia de los actores políticos y sociales de todos los niveles».30 Estas cuestiones refirman que el necesario mejoramiento del periodismo no es solo cuestión de medios y periodistas. Actualmente, los medios de comunicación continúan siendo blanco de polémicas; los más recientes pronunciamientos políticos han vuelto sobre los tópicos referidos a las exigencias que deben cumplir, aunque no se delinean las acciones concretas que realizar en ese sentido. Sin embargo, se aprecia expectativa en cuanto a que la prensa finalmente trascienda el estado actual y se ponga a tono con los tiempos que corren, teniendo en cuenta la coyuntura sociopolítica. Al respecto, Julio García Luis consideró que la prensa y el periodismo cubanos, históricamente hablando, apenas están comenzando. Yo espero ver un despliegue superior de su capacidad profesional, que la convierta en una alternativa real al modelo de prensa liberal. El proceso que ahora emprende Cuba puede ser la gran oportunidad para llegar a cambios que nos hagan avanzar en esa dirección. La propiedad social y el socialismo deben demostrar su vitalidad para auspiciar ese tipo de prensa emancipadora, participativa, antihegemónica, humanista.31 Periodismo cubano para el desarrollo social El proceso de transformaciones socioeconómicas que vive la nación no es solamente una oportunidad para que el periodismo cubano evolucione, sino que esto último resulta hoy uno de los factores protagónicos en el éxito o el fracaso de la puesta en práctica de las reformas. Perseverar en las concepciones instrumentales de las funciones del periodismo, implica no comprender su relevancia para el desarrollo social; que se obvien los papeles diversos y complementarios que le corresponden a los medios de comunicación. «La prensa también debe servir como espacio de debate público, y eso aquí no ocurre», 32 por lo que las discusiones tienen lugar en contextos limitados donde no se socializa el debate. Además, en determinados momentos la prensa debe ejercer su función persuasiva, pero «aquí no hay una noticia que esté libre de propaganda, y eso debilita la efectividad de la propaganda cuando tiene que ser usada y mutila la función informativa, es decir, hace daño por todos lados».33 El fenómeno descrito tiene consecuencias para la manera en que el ejercicio periodístico es orientado, afirma el periodista Félix López: La dirección de la prensa en Cuba ocurre de una manera vertical, todo está predeterminado. Se dan unas líneas de acción sobre cada tema y también se ponen unas fronteras. En el medio de eso queda la profesionalidad del que ejerce el periodismo y su manera de decir las cosas: un poquito más fuerte, menos fuerte, más bonitas, más feas, mejor redactadas o peor, pero siempre sobre la base de que hay un círculo del cual no puedes salirte.34 Asumir los medios de comunicación con su real trascendencia social significa pensarlos en su papel informativo, que es su razón de ser, mas «no como mero reproductor de las fuentes oficiales, sino como una contrapartida informativa en nombre de quienes tienen derecho a saber: los ciudadanos».35 El pueblo no puede vivir ajeno a cuestiones que le conciernen en tanto en ellas se decide su presente y su futuro. Sobre otro elemento de vital importancia, referido al funcionamiento y a la organización de la prensa, reflexiona Rafael Hernández: Quien dirige un periódico debe tener la autoridad y las potestades para tomar las decisiones y ser responsable por eso. Además, necesita un respaldo que le permita dirimir sus posibles diferencias con los criterios que La Actualización del modelo en la prensa: el periodismo cubano en tiempos de cambio 25 recibe de la administración y del Partido. Cada medio de comunicación tiene que poseer estatutos que le posibiliten funcionar como una entidad independiente y cumplir con determinadas normas y reglas vinculadas con la ética profesional.36 José Ramón Vidal añade que se vuelve imprescindible una reflexión profunda sobre la función de la prensa en nuestra sociedad, y luego, diseñar un marco jurídico que cree responsabilidades, obligaciones y derechos de los distintos actores presentes en la comunicación social.37 En este sentido, Raúl Garcés opina que es necesario generar políticas comunicacionales; entramados, estructuras e instituciones comunicacionales que sean capaces de hacer cumplir lo trazado como política, y que eso se convierta en un movimiento.38 En otras palabras, las directrices señaladas por el discurso político ameritan vías, mecanismos, instrumentos concretos que permitan su puesta en práctica. Para ello, podría resultar conveniente trascender las estrategias que se preocupan solo por la información y pensar otras enfocadas hacia el proceso comunicativo en su totalidad. A un sistema social le resulta difícil reproducirse si no se han formado consensos en torno a él, y aunque la hegemonía no se decide únicamente por las manifestaciones superestructurales de una sociedad, el papel de los medios de comunicación en la articulación de la cohesión social no es nada despreciable. Sobre los desafíos de la construcción del socialismo, el filósofo cubano Jorge Luis Acanda ha dicho: El agotamiento histórico del modelo de socialismo basado en el unicentrismo del Estado, y la necesidad de avanzar a la organización de un socialismo pluricéntrico, conlleva la necesidad de interpretar al socialismo como tensión, y de estructurar un proyecto alternativo a las recetas neoliberales que no sea solo económico y político, sino también —y sobre todo— moral y cultural.39 Cuba posee las potencialidades para consolidar un modelo de prensa alternativo, sólido y cualitativamente superior a los precedentes. En opinión de Acanda, para eso «es preciso forjar una hegemonía pluralista, potenciando a los nuevos sujetos de la democratización social, y a las nuevas formas de la política que ellos tendrán que construir».40 En consecuencia, se impone el desarrollo de un periodismo con una vocación cada vez más pública, un periodismo inclusivo en el que cuenten las opiniones de todos. Una prensa de ese tipo tendría mejores posibilidades para acompañar de manera oportuna el proceso de trasformaciones al que está abocada la sociedad cubana, pues se dispondría de espacios abiertos al intercambio, al debate y a la expresión de la pluralidad de criterios que enriquecerían la construcción de un proyecto colectivo desde su esencia, constantemente emancipador y revolucionario. 26 Luisa María González García Notas 1. Raúl Castro Ruz, «Informe Central al VI Congreso del Partido Comunista de Cuba», Granma, La Habana, 17 de abril de 2011, p. 5. 2. El artículo se basa en las investigaciones realizadas entre 2011 y 2012 para mi Tesis de diploma, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, tutorada por la Msc. Ayrén Velazco Díaz y el Lic. Abel Somohano Fernández. 3. Aunque ha habido varios referentes en décadas anteriores, uno muy significativo es el Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, desarrollado a finales de los años 80. 4. Rafael Hernández, entrevista con la autora, 29 de febrero de 2012. 5. Francisco López Segrera, «La Revolución cubana: propuestas, escenarios y alternativas», Temas, (sección digital Catalejo), 28 de octubre de 2010, disponible en www.temas.cult.cu (consultado el 5 de marzo de 2012). 6. Raúl Garcés, entrevista con la autora, 11 de mayo de 2012. 7. José Ramón Vidal, entrevista con la autora, 28 de febrero de 2012. 8. Julio César Guanche, «Esto no es una utopía: lo nuevo, lo viejo y el futuro en Cuba», Temas (sección digital Catalejo), 20 de febrero de 2012, disponible en www.temas.cult.cu (consultado el 5 de marzo de 2012). 9. Rafael Hernández, entrevista citada. 10. Raúl Garcés, entrevista citada. 11. Véase Raúl Castro Ruz, ob. cit. 12. Rafael Hernández, entrevista citada. 13. Julio César Guanche, ob. cit. 14. Rafael Hernández, entrevista citada. 15. José Ramón Vidal, entrevista citada. 16. Ídem. 17. Roger Ricardo Luis, entrevista con la autora, 19 de marzo de 2012. 18. Véase Julio García Luis, «La regulación de la prensa en Cuba: referentes morales y deontológicos», Tesis doctoral, Universidad de La Habana, 2004, p. 80. 19. Fidel Castro, citado por Juan Marrero, Dígase la palabra moral. Rescate de un periodismo digno y veraz, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 2003, p. 149. 20. Rosa Muñoz y Elena Nápoles, «De explosiones sociales, culturales, comunicativas. Apuntes sobre el impacto de la Revolución en el Sistema Comunicativo Cubano (1959-1961)», en Rayza Portal y Janny Amaya, eds., Comunicación y sociedad cubana. Selección de lecturas, Editorial Félix Varela, La Habana, 2005, p. 203. 21. Véase Arailaisy Rosabal y José Raúl Gallego, «Las cartas sobre la mesa. Un estudio sobre la relación entre agenda pública y agenda mediática en Cuba: caso Granma», Tesis de Licenciatura en Periodismo, Universidad de La Habana, 2010, p. 61. 22. Constitución de la República de Cuba, ed. actualizada, La Habana, 2005, p. 16. 23. Ibídem, pp. 39-40. 24. Julio García Luis, ob. cit., pp. 81-2. 25. Ibídem, p. 86. 26. José Ramón Vidal, entrevista citada. 27. Partido Comunista de Cuba, Tesis y resoluciones sobre los medios de difusión masiva, Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, La Habana, 1976, disponible en http://congresopcc.cip.cu (consultado el 30 de abril de 2012) . 28. Julio García Luis, citado por Arailaisy Rosabal y José Raúl Gallego, ob. cit., p. 68. 29. Annerys Ivette Leyva y Abel Somohano, «In medias RED: debate intelectual entre política y cultura. Acerca de los rasgos distintivos en el espacio público cubano, del intercambio sobre política cultural promovido por intelectuales desde el 5 de enero de 2007», Tesis de Licenciatura en Periodismo, Universidad de La Habana, 2008, p. 103. 30. Roger Ricardo Luis, entrevista citada. 31. Yoel Suárez, «La prensa y el periodismo cubanos apenas están comenzando» (entrevista al Dr. Julio García Luis), Juventud Rebelde, La Habana, 14 de enero de 2012, p. 3. 32. José Ramón Vidal, entrevista citada. 33. Ídem. 34. Félix López, entrevista con la autora, 14 de marzo de 2012. 35. José Ramón Vidal, entrevista citada. 36. Rafael Hernández, entrevista citada. 37. José Ramón Vidal, entrevista citada. 38. Raúl Garcés, entrevista citada. 39. Jorge Luis Acanda, Traducir a Gramsci, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 14. 40. Ibídem, p. 229. L La Actualización del modelo en la prensa: el periodismo cubano en tiempos de cambio 27 ¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura Jacqueline Laguardia Martínez Profesora. Universidad de La Habana. L os cambios fundamentales que distinguen el mundo de principios del siglo xxi, asociados en su mayoría a transformaciones tecnológicas y a la consolidación del sistema capitalista mundial, han impactado de manera significativa los imaginarios y prácticas sociales de la mayoría de los habitantes del planeta. De ahí que tales transformaciones, comprendidas generalmente como elementos característicos del fenómeno de la globalización, trasciendan el ámbito de la economía y las comunicaciones —desde donde suele ubicárseles—para extenderse a todas las esferas de la vida. Un impacto notable de ello se reconoce en el territorio de la cultura. Más allá de las definiciones que prefiramos asumir los nexos que relacionan cultura y economía merecen el examen de académicos, políticos, intelectuales, movimientos sociales, organismos internacionales y empresas transnacionales. Si bien los economistas no suelen prestar demasiada atención al estudio de la economía de la cultura, el sector ocupa un lugar sobresaliente y estratégico en la economía mundial. Según los datos más recientes de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en 2008, a pesar de la caída de 12% en el comercio mundial, el de bienes y servicios creativos1 continuó en expansión y alcanzó los 592 000 millones de dólares —de 267 000 millones en 2002—, para una tasa de crecimiento promedio de 14% anual.2 Un estudio de 2008, conducido por Pricewaterhouse Coopers (PwC), estima que solo la industria global del entretenimiento y los medios de comunicación inyectarán alrededor de 2,2 billones de dólares a la economía mundial en 2012.3 28 n.Laguardia 72: 28-37, Martínez octubre-diciembre de 2012 Jaqueline El peso creciente de la producción de los también denominados bienes y servicios culturales 4 en la actividad económica internacional resulta razón primera para impulsar el análisis de los temas culturales a través del prisma de la economía. Tal aproximación, objetivo del presente trabajo, permitiría una comprensión de la cultura como mercancía que se produce, se distribuye y consume —de manera masiva y a ritmos impresionantes. Economía (política) y cultura: la creación Desde los inicios de la ciencia económica, a la creación artística se le reconoció cierto carácter singular. La formulación explícita de los nexos entre cultura y economía data de la primera mitad del siglo xx; sin embargo, los rudimentos para el análisis económico de la creación artística aparecen ya en Adam Smith, quien consideraba que el gasto en las artes no contribuía a la riqueza de la nación. En Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, Smith señalaba: «La obra de todos ellos [los trabajadores no productivos], tal como la declamación del actor, el discurso del orador o los acordes del músico, desaparece en el mismo momento que se produce».5 Reconocía, además, las características especiales de los trabajos artísticos y los efectos externos de este tipo de «gasto», al decir: En el caso de las artes que exigen habilidades especiales, la educación es un proceso aún mucho más largo y dispendioso [...] La distribución pecuniaria de los pintores, los escultores, la gente de Ley y los médicos debe ser por lo tanto mucho mayor [...] Si el Estado alentara, es decir, si permitiera gozar de una total libertad a todos aquellos que, por su propio interés, quieren tratar de distraer y divertir al pueblo, sin escándalo y sin incidencia, a través de la pintura, la poesía, la música y la danza o a través de cualquier tipo de espectáculo y de representaciones dramáticas, lograría dominar fácilmente ese humor sombrío y esa disposición a la melancolía que son, en muchos casos, alimento para la superstición y el entusiasmo.6 Sin embargo, la mayor comprensión de los procesos que sustentan la producción artística en la economía capitalista necesitaba más investigaciones sobre la nueva formación socioeconómica y más avances en la formulación del sistema categorial de la economía política clásica. Las propuestas de Carlos Marx en su estudio del capitalismo en su fase mercantil abrieron el camino para una visión diferente del asunto. Decía Marx que: La mercancía es, en primer término, un objeto externo, una cosa apta para satisfacer necesidades humanas, de cualquier clase que ellas sean. El carácter de estas necesidades, el que broten por ejemplo del estómago o de la fantasía, no interesa en lo más mínimo para estos efectos.7 Aquí aflora la primera particularidad que distingue a las producciones que nos ocupan. Estas son mercancías siempre que satisfagan ciertas necesidades humanas. Su singularidad radica en que satisfacen, en primer lugar y en alto grado —a diferencia, todavía, de la mayoría de sus semejantes— necesidades «de la fantasía», del espíritu. Tan preciso principio marxista echa luz sobre el carácter del valor de uso de la producción artística. Su utilidad, su materialidad, residen en su capacidad de expresar complejos sistemas de ideas que condensan información, conocimientos, juicios, anhelos individuales e identidades sociales. Su valor, consecuencia de ser resultado del trabajo humano, sobresale justamente por la naturaleza peculiar de este esfuerzo. Así lo establece también David Throsby, quien reconoce que los bienes y servicios culturales, al englobar valores artísticos, estéticos, simbólicos y espirituales, difieren del resto de los productos pues su sistema de valorización incluye una característica irreproducible vinculada a su apreciación o al placer que de ellos se puede derivar.8 El trabajo del artista se distingue por ser único, irrepetible. En la mercancía-arte la medida de valor no está dada, exclusivamente, por el tiempo de trabajo socialmente necesario que entraña su producción. ¿Cómo podría medirse este en la escritura de El Siglo de las Luces o los trazos de «Gitana tropical»? ¿Son acaso, «replicables», aun si dedicásemos el doble, el triple del tiempo que sus creadores emplearon? Aparece entonces la segunda particularidad: con Marx reafirmamos que el tiempo de trabajo individual resulta fundamental para fijar el valor, y por ende el valor de cambio. Sin embargo, para la producción artística se impone considerar, primero, el grado de creatividad individual —destrezas, habilidades e imaginación— que, si bien necesita tiempo y espacio determinados para su objetivación como creación, incorpora aptitudes propias, no reproducibles, de los productores-artistas. En sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 Marx establecía que el arte no era una actividad humana accidental sino un trabajo superior en el cual el hombre despliega sus fuerzas esenciales como ser humano y las objetiva o materializa en un objeto concreto-sensible. El hombre lo es en la medida en que crea un mundo humano, y el arte aparece como una de las expresiones más altas de este proceso de humanización. Entendemos entonces que la proporción en que se cambian estos particulares valores de uso se apoya en la función simbólica, que los distingue como creación original que expresa valores, tradiciones, modos de vida, significaciones, imaginarios individuales e ¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura 29 identidades colectivas. Mas para que este cambio ocurra y la creación artística se transforme en mercancía han de intervenir terceros, otros capaces de reconocerle determinada utilidad como expresión de su capacidad para satisfacer necesidades humanas. El acto individual deviene colectivo social y adquiere significado cultural cuando es asumido por determinados públicos, cuando alcanza un reconocimiento colectivo. Y al cambiarse exhibe, definitiva y ¿orgullosamente?, su condición mercantil. Años más tarde Alfred Marshall reafirmaba la excepcionalidad asociada a la creación artística cuando, desde la economía neoclásica, estableció la «irracionalidad» del consumo de arte. En Algunos aspectos de la competencia, 1891, reconocía la ley según la cual «el gusto por la música aumenta proporcionalmente al tiempo en que un individuo dedica a escuchar música», comportamiento contrario al consumo regulado por el decrecimiento de la utilidad marginal. En 1890 escribía, en Principios de Economía: Es imposible evaluar objetos tales como los cuadros de los grandes maestros o las monedas extrañas, puesto que son únicos en su especie y no tienen equivalente y competidor [...] El precio de equilibrio en las ventas [de dichos objetos] se fija muchas veces al azar; sin embargo, un espíritu curioso podría obtener cierto grado de satisfacción realizando un minucioso estudio de este fenómeno.9 Sin concretarse una teoría sustantiva para el análisis económico de la producción artística, desde principios del siglo xx comenzó la aparición progresiva de trabajos que, a la postre, darían nacimiento a la Economía de la cultura. En los países de habla germánica avanzaban estos estudios gracias a una antigua tradición de investigación sobre economía aplicada al campo de las artes, como lo prueba el artículo «El arte y la economía» aparecido en la revista alemana Volkswirtschafliche Blätter, en 1910.10 Economía de la cultura: la producción De Economía de la cultura puede empezar a hablarse a partir de la consolidación de la fase imperialista del modo de producción capitalista. La evolución de las industrias creativas se produce, fundamentalmente, en función de los cinco ejes siguientes: 1) transnacionalización de las empresas; 2) concentración empresarial y estructuración de redes; 3) tendencia a la centralización territorial; 4) estandarización de los medios de comunicación y de los contenidos culturales; y 5) proceso de convergencia digital de los mercados.11 ¿Acaso los ejes anteriores no nos recuerdan la caracterización de Lenin sobre el imperialismo en su calidad de fase superior del 30 Jaqueline Laguardia Martínez capitalismo? Sin pretender equivalencia alguna, se reconoce en ellos elementos previamente recogidos en los conocidos cinco rasgos: 1) concentración de la producción y el capital, en grado tal que conlleva al surgimiento de los monopolios; 2) fusión del capital bancario con el capital industrial, que da lugar al capital financiero y a la oligarquía financiera; 3) exportación de capitales, por sobre la de mercancías; 4) reparto económico del mundo entre los monopolios capitalistas; 5) terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas. El vínculo entre cultura y economía, condensado en el reconocimiento de las «industrias culturales», data en su formulación de 1947 cuando Theodor Adorno y Max Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración argumentaron que la producción de los objetos culturales resultaba análoga a la forma en que otras industrias manufactureras producían bienes de consumo —vale reconocer que en 1935 Walter Benjamin adelantaba pistas al indicar que la obra de arte estaba comenzando a perder su valor e importancia debido a la reproducción industrial por medio de técnicas modernas. Aquí se registra un giro significativo en el análisis, derivado de la «replicabilidad» de las creaciones artísticas, posible como consecuencia del desarrollo científico y tecnológico. Ya no es solo la obra de arte la que puede devenir mercancía: la compra y venta de sus múltiples «dobles» desplazó la visión más romántica del carácter individualmente irrepetible de la obra como único criterio de valor y centró la atención en el universo creciente de los bienes y servicios culturales en la era de la cultura de masas. Fueron transformados los estereotipos sociales de percepción y apreciación estética, y se ratificó la urgencia de dotar de una comprensión económica al hecho artístico. Desde entonces la consideración del papel de la industrialización en la (re)producción de arte y de las posibilidades que representa para la promoción y el sostén de su consumo masivo permanece como cuestión central en los análisis sobre economía, cultura y sociedad. El desarrollo de las diversas expresiones culturales resulta influido y posible por la industrialización sistemática de los sistemas productivos pues estas, a pesar de su diversidad, exhiben como denominador común ser la combinación de dos universos: los mundos del trabajo creativo y aquel de los medios de producción. La posibilidad de reproducir masivamente las creaciones artísticas no pasa por alto las particularidades, para cada manifestación artística, de valorización y comercialización de los contenidos originales y replicados. Mientras la reproducción de un texto en formato libro no suele marcar diferencias significativas entre los ejemplares de una misma tirada, ni suele haber preferencias entre unas y otras copias de DVD con idénticos contenidos y calidad de grabación, es otro el comportamiento de los consumidores en el terreno de las artes plásticas donde, a pesar de la capacidad tecnológica para reproducir fielmente las obras artísticas, sigue primando un reconocimiento único a la creación original. Para Adorno y Horkheimer el análisis marxista de la producción de mercancías era susceptible de aplicarse a la producción de bienes con alto contenido simbólico, aquellos cuyo valor de uso fuera estético, ideológico, para el entretenimiento. Ligaron el concepto de «industria cultural» al de «cultura de masas» y concibieron sus producciones como resultantes de operaciones estandarizadas, repetitivas y rutinarias que generaban bienes menos exigentes, adecuados para un consumo cada vez más pasivo y acrítico en relación con la sociedad que lo permite y fomenta. Las industrias culturales se comportaban, así, como cualquier otra industria en el capitalismo: usaban mano de obra alienada, perseguían un beneficio, dependían de la tecnología para asegurar la competitividad y su interés mayor era producir consumidores, a la vez que se desligaba de los postulados más preciados de la creación artística. Estos teóricos, al igual que Walter Benjamin, Daniel Bell, Hebert Marcuse, entre otros, concibieron una imagen negativa de la industrialización de la creación artística, visión que alcanzó una temprana y rápida expansión —y que se remonta hasta el propio Marx, quien en sus manuscritos de 1844 señala que, bajo el régimen de la propiedad privada capitalista, el arte cae «bajo la ley general de la producción», aludiendo así a la degradación de la creación artística. La creciente aparición de documentos y trabajos sobre el tema se asocia al estudio de Willian Baurmol y Willian Bowen, El dilema económico de las artes escénicas, publicado en los Estados Unidos, en 1966. La obra estimuló trabajos semejantes en distintos ámbitos académicos, lo que propició la creación de la Asociación Internacional de Economistas de la Cultura (Association for Cultural Economics International, ACEI) y la aparición, en la Universidad de Akorn, del Journal of Cultural Economics, publicación de referencia para la nueva subdisciplina. Todos estos antecedentes posibilitaron la celebración, en Edimburgo, de la primera Conferencia Internacional en Economía de la Cultura. Una vez reconocido el carácter peculiar de la creación artística, y establecida la naturaleza industrial de su (re) producción masiva, el debate alrededor de las industrias culturales ha tendido hacia una fuerte polarización. Por una parte se agrupan quienes las consideran más que el resultado de las necesidades creativas y libertad expresiva de los hombres, instrumentos para el entretenimiento vano que ahoga la crítica social o el estímulo al pensamiento en su afán de legitimar el dominio capitalista en la dimensión simbólica a través de la cultura de masas. Otros —entre quienes me incluyo— prefieren pensar en dichas industrias como elementos claves del quehacer social y espacio potencial para el ejercicio de la verdadera libertad y cuestionamiento a la racionalidad hegemónica del capitalismo pues encierran la posibilidad de multiplicar y difundir lo mejor de la creación humana a través de la producción masiva de bienes diversos a costos cada vez menores, a la vez que extienden las posibilidades para esa creación gracias al contacto y la interacción mayores con públicos heterogéneos. Lo más relevante de las industrias culturales, de sus bienes y servicios resultantes, no es la simple conversión de deseos, ideas, mensajes, símbolos en bienes de consumo, sino su capacidad de reproducir sistemas de relaciones sociales. En la era del capital, su cualidad estriba en haber capitalizado a la cultura como mercancía, en aprovechar su carácter mediador en toda relación social. Las industrias culturales ofrecen imágenes que colman el espacio audiovisual como un complejo de industrias reproductoras de un sistema social en el que funcionan como eje de inclusión-exclusión, legitimador de cierto tipo de «cultura», de cierto estilo de vida y, en tanto tal, han sido punta de lanza en el constante proceso de «civilización».12 Revela Karl Polanyi que «lo crucial en la transformación capitalista de economía, sociedad y naturaleza fue la conversión en mercancía de todos los factores de producción en beneficio del capital».13 La cultura no fue menos. Cuando prácticamente todos los aspectos de nuestro ser se han transformado en una actividad por la que debemos pagar, la vida misma se vuelve producto comercial y la esfera mercantil se convierte en el árbitro final de nuestra existencia personal y colectiva. La alineación, la fetichización y la mercantilización del arte, los artistas, y la vida en su conjunto es, por ende, consecuencia directa de las lógicas de funcionamiento del modo de producción capitalista, y no necesariamente de los mercados o las posibilidades tecnológicas de producción a escala masiva. Los criterios antes expuestos suelen desdoblarse, al ser cuestionados por el conjunto mayor de los actores sociales, en múltiples opiniones y puntos de vista, tal y como corresponde a un fenómeno tan complejo. No son minoría, lamentablemente, los excesos cargados de un maniqueísmo infantil que se manifiesta en una concepción de la economía como un mal menor, necesario pero incompatible con la condición artística. En el otro extremo aparecen concepciones meramente economicistas que suelen concebir la cultura como gasto y no como inversión rentable, y miran el arte solo como sector económico de riesgo beneficiado por altas tasas de ganancias. ¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura 31 Lo más relevante de las industrias culturales, de sus bienes y servicios resultantes, no es la simple conversión de deseos, ideas, mensajes, símbolos en bienes de consumo, sino su capacidad de reproducir sistemas de relaciones sociales. Afortunadamente, las dinámicas de la economía mundial han obligado a modificar tales percepciones en la búsqueda de soluciones menos fáciles y más efectivas a los problemas que resultan de los vínculos entre economía, cultura y sociedad. En los inicios del desarrollo capitalista eran las culturales una especie de industrias marginales que atendían una demanda muy específica asociada en su mayoría a la educación y el empleo del tiempo libre. Sin embargo, al aumentar la cantidad de tiempo libre individual y social, y convertirse la educación en una inversión permanente, comenzó el cambio definitivo en las teorías, discursos y políticas relativas a la cultura en sus relaciones con la economía. En la hora actual de la globalización neoliberal: ¿qué pasa en la Economía de la cultura? ¿«Creativas» o «culturales»?: la distribución Una vez descrito, grosso modo, el sendero recorrido por la ciencia económica para el reconocimiento de la (re)producción de arte como objeto sustantivo de su interés gnoseológico, toca el turno al examen de los enfoques de uso frecuente en los estudios sobre economía y cultura hoy en día, manifestado en la proliferación de trabajos en el área con uso de categorías múltiples y semejantes que, la mayoría de las veces, lejos de contribuir al diálogo entre especialistas y funcionarios públicos, enrarecen la comunicación y dificultan la construcción del conocimiento. Lo anterior no debe extrañarnos pues es frecuente que en temas de novedad relativa, controvertidos y aún poco explorados como el que nos ocupa, coexistan tradiciones teóricas y líneas de investigación plurales. Cualquier aproximación académica que aborde el tema de los vínculos entre economía y cultura obliga, al menos de pasada, a una reflexión en torno al concepto de «cultura». Definir «cultura», si posible, es asunto que por sí solo merece una —quizás varias— investigación(es) cuidadosa(s). A los efectos de nuestro propósito baste establecer qué son en la actualidad las industrias culturales —conceptualización posible una vez asumida la cultura como recurso— y contrastar tales formulaciones con la más reciente de industrias creativas. La conceptualización de la cultura como recurso, ampliamente trabajada por George Yúdice, absorbe y anula las distinciones entre la alta cultura, la visión antropológica y la definición de cultura de masas. 32 Jaqueline Laguardia Martínez Esta resulta útil pues se aparta de la estigmatización hecha a las industrias culturales de los teóricos de Frankfurt mientras aún la reconoce como fundamento de la actividad económica a partir del suministro de contenidos que se condensan en mercancías. Bajo este prisma, la cultura se considera el nuevo motor de la acumulación que ha transformado la lógica misma del capitalismo contemporáneo sin olvidar su carácter distintivo de producción mercantil simbólica. La cultura se transforma en recurso en la medida en que es instrumentalizada tanto por razones económicas como sociales. Su noción como recurso apunta de manera directa, pero no únicamente, a su gestión. Desde la perspectiva específica de su materialización en bienes y servicios el énfasis recae en la gestión económica. La desmaterialización característica de nuevas fuentes de crecimiento económico como los derechos de propiedad intelectual —según los reconoce el Acuerdo de la OMC sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC)—, y la mayor participación de los bienes y servicios culturales en el comercio mundial han dado a la cultura, entendida como recurso por explotar, un protagonismo mayor.14 Como recurso circula globalmente, con velocidades crecientes. Su manejo, administrado a escala nacional, se coordina local y supranacionalmente por las transnacionales y el sector no gubernamental —UNESCO, ONG, fundaciones. La nueva división internacional para su (re)producción vuelve las diferencias nacionales y regionales funcionales al comercio mundial. La comprensión de la cultura como recurso obedece a razones variadísimas: el peso creciente del sector de la economía de la cultura; la reformulación de visiones y programas en torno a temas globales como el desarrollo, la diversidad, la pobreza —reflexiones en las que cobra mayor importancia la dimensión cultural—; y, por ende, la visualización de la cultura como solución a múltiples problemas que enfrentan los Estados. Resulta llamativo cómo la cultura suele ser presentada como bálsamo milagroso que recompone casi todo: desde la estabilidad social —garante del sostenimiento y continuidad del orden capitalista—, hasta la creación de empleos y la generación de ganancias. Se cree que esta es capaz de fomentar la cohesión social, revertir el deterioro urbano, proteger el patrimonio cultural, mitigar conflictos étnicos y reducir los índices de criminalidad, además de ser esfera atractiva para el turismo y la inversión: pareciera que el capital cultural es la estrella de turno que sucedió a los ya menos atractivos capital físico, humano y social. Su importancia y significación, en el terreno de la economía, parece entonces realidad admitida. Pero, ¿cómo referirla, cómo asumirla, desde las industrias «creativas» o desde las «culturales»? ¿Cómo se definen estas actualmente? La aparición del término «culturales» antecede a la de «industrias creativas», utilizado por primera vez en 1994, en Australia, en el lanzamiento del informe Creative Nation. Ganó difusión en 1997, cuando funcionarios del Departamento de Cultura, Medios y Deporte del Reino Unido implementaron el Destacamento Especial para las Industrias Creativas,15 y lo adoptaron como estrategia política para abrir frentes de trabajo, impulsar nuevos mercados y fomentar la inclusión social. Aunque en varios de los textos revisados las industrias culturales y las creativas se tratan indistintamente, la tendencia predominante presenta a las culturales como un subconjunto de las creativas. La denominación «creativas» cobra relevancia pues incluye, además del espectro de actividades usualmente identificadas con las industrias culturales,16 a aquellas que generan derechos de autor y conexos, patentes y marcas comerciales y que no solían considerarse sectores económicos como los sitios culturales y la expresiones culturales tradicionales, entre otros. Un caso ejemplar de la asimilación a favor de «creativas» sobre «culturales» lo tenemos en la más reciente conceptualización de la UNCTAD, que define las «industrias creativas» como los ciclos de creación, producción y distribución de bienes y servicios que utilizan la «creatividad» y el «capital intelectual» como insumos primarios. Constituyen el conjunto de actividades basadas en el conocimiento, focalizadas, pero no limitadas a la creación artística, con la potencialidad de generar recursos derivados del comercio y de los derechos de propiedad intelectual. Abarcan productos tangibles y servicios intelectuales o artísticos intangibles que contengan contenidos creativos, valor económico y objetivos de mercado. Se colocan en la encrucijada entre la artesanía, los servicios y el sector industrial, y son un nuevo y dinámico sector del comercio mundial.17 Es desde esta perspectiva más amplia, donde casi toda producción encuentra espacio, que las industrias culturales se conciben como un subgrupo de las creativas para, poco a poco, desaparecer como formulación. La reciente atención a las «creativas» se extiende, y aceleradamente. El sitio web de la UNESCO, que solía tener una pestaña para las «industrias culturales», recién se sumó a la tendencia dominante para incorporar una sección bajo el título de «industrias creativas».18 Curiosamente, su primer párrafo establece que: «La importancia de las industrias culturales aumenta sin cesar: edición, música, medios audiovisuales, correo electrónico, videojuegos, Internet. Constituyen un verdadero reto para el futuro de la cultura». ¿«Creativas», «culturales»? La batalla de las denominaciones en el discurso global no parece terminada. Pero ¿qué se esconde tras esta? El término «culturales» remite a la formulación de Frankfurt y a su crítica a la sociedad capitalista. Al sustituir «culturales» por «creativas» creemos que se intenta desconocer la herencia de Frankfurt que sí reconoce el papel central de estas mercancías en la (re)producción de la lógica capitalista —más allá de la valoración absolutamente pesimista que hicieran, entonces, de sus propósitos y efectos sociales. Por otra parte, el adjetivo «creativo» apela inconscientemente a capacidades y habilidades de los individuos, lo que favorece la exclusión del Estado y el conjunto social en el análisis teórico, así como en el diseño y ejecución de la política para centrar la atención en los agentes privados y los procesos de toma de decisiones regulados a través del mercado. La definición de las industrias creativas, que abarcan un universo más extenso donde aparecen las industrias dedicadas al entretenimiento y espectáculos, minimiza las dimensiones ideológicas de sus producciones masivas o sus efectos culturales a favor de colocar el interés mayor en la estructura gerencial, la práctica comercial y la protección a la propiedad intelectual. Ahora no solo son «creativas» las otrora industrias culturales. Otras posiciones impulsadas desde la academia y la institucionalidad supranacional también se hacen eco de nuevas formulaciones que parecieran desear enmascarar o distanciarse de la tradición marxista. En esta ocasión, se dedica una atención especial a las industrias creativas debido a la relevancia adquirida y el consenso alcanzado, pero también se habla de «industrias del copyright», «industrias del derecho de autor», «industrias de la propiedad intelectual», «industrias del entretenimiento», «industrias de la información», «industrias del conocimiento», «industrias comunicacionales» o «de primera comunicación», «industrias de contenidos» e «industrias de la experiencia». A partir del examen anterior preferimos pensar en términos de «industrias culturales» —a pesar de sospechar que, lamentablemente y en un futuro no muy lejano, este término será superado por la etiqueta «creativa». Y es que el énfasis de estas en el contenido simbólico y en su proyección ideológica, maximizados a través del valor de uso y la posibilidad de su (re)producción masiva en poder de unas pocas transnacionales, subraya el carácter de los bienes y servicios culturales como una mercancía muy especial, ¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura 33 también resultante del trabajo productivo que genera valores de uso entre los que sobresale —y he aquí su singularidad— su capacidad de expresar complejos sistemas de ideas que condensan información, conocimientos, juicios, anhelos individuales e imaginarios sociales. Afortunadamente, la denominación «culturales» predomina en los enfoques y contribuciones que sobre el tema nos llegan desde América Latina. Destacamos el concepto manejado por Getino, quien define las «industrias culturales» como aquellos sectores que «con criterios industriales, producen y comercializan bienes y servicios destinados específicamente a satisfacer y/o promover demandas de contenidos simbólicos con fines de reproducción económica, ideológica y social» y en los cuales dichos valores simbólicos aparecen agregados a través del diseño, la publicidad o el marketing.19 Por su parte, Néstor García Canclini las define como el conjunto de actividades de producción, comercialización y comunicación en gran escala de mensajes y bienes culturales que favorecen la difusión masiva, nacional e internacional, de la información y el entretenimiento, y el acceso creciente de las mayorías.20 Industrias culturales y globalización neoliberal: ¿cambio? y consumo En las décadas de los 50 y los 60 del siglo xx se verificó una significativa expansión de las industrias culturales, interrumpida en los 70 y principios de los 80 como resultado de la crisis estructural provocada por procesos de reconversión y de ajuste a partir de la destrucción de activos y capitales en las industrias tradicionales. El crecimiento casi explosivo desde mediados de los 80 en la producción y mercados de las actividades y servicios culturales hizo que los grandes conglomerados y las mayores compañías del sector realizaran grandes inversiones en el estudio de estos temas con el fin de utilizar sus resultados, manejados siempre a nivel privado, en función de una mayor rentabilidad económica y de una explotación más refinada de los mercados. Con esto, el capitalismo amplió la rentabilidad tradicional obtenida del tiempo de trabajo de las personas y lo extendió sobre el del ocio, área donde operan principalmente las industrias culturales. Se consolidaba así la era del «capitalismo cultural». La economía no podía continuar desconociendo sus vínculos con los procesos creativos y su difusión social, a riesgo de su propia obsolescencia. En el contexto de la globalización neoliberal, asistimos a una extensión acelerada de las dinámicas económicas en los espacios de la cultura. El afán mercantilista que predomina somete la producción 34 Jaqueline Laguardia Martínez de bienes culturales a la lógica de funcionamiento que rige para el resto de los bienes económicos: se intenta llegar a públicos masivos, lograr una comercialización acelerada, renovar constantemente los catálogos, subordinar la innovación lingüística y formal al reempaquetamiento de las imágenes con éxito probado.21 La cultura que se difunde masivamente es la generada desde los centros económicos mundiales. La mayor parte del mercado mundial queda restringida a un número limitado de países de altos niveles de ingresos, que son los mayores productores y consumidores de bienes culturales. Según UNCTAD y UNDP en 2008, los líderes exportadores a nivel mundial fueron, en millones de dólares, China (84 807), los Estados Unidos (35 000), Alemania (34 408), China Hong Kong SAR (33 254), Italia (27 792), Reino Unido (19 898), Francia (17 271), Países Bajos (10 527), Suiza (9 916), India (9 450), Bélgica (9 220), Canadá (9 215), Japón (6 988), Austria (6 313) y España (6 287).22 Tal como afirma Rigoberto Lanz: Es demasiado claro que las prácticas culturales de los pueblos del mundo no «circulan libremente» en el mercado de las industrias culturales. Esa es una enorme mentira. Esos «bienes culturas» (prácticas, discursos, tradiciones, patrimonios, sistemas axiológicos, etc.) están portados en la sensibilidad de la gente, en su vida cotidiana, en los imaginarios colectivos de grupos humanos repartidos en todo el globo terráqueo. Esos grupos humanos habitan territorios simbólicos desiguales, territorios socio-económicos desiguales, territorios geográficos desiguales. Estas asimetrías son estructurales; brutalmente excluyentes.23 Las industrias culturales se organizan en torno a centros de mando y control, capaces de coordinar, innovar y gestionar las actividades entrecruzadas de las redes empresariales. A partir de la experiencia acumulada por el capital norteamericano nucleado en torno al polo industrial de Hollywood se multiplican el tipo de organizaciones basadas en una estructura de red, prototipo para la reorganización del resto del sistema de producción capitalista según esta orientación reticular. Concretamente, la producción de cada película reúne a un equipo de compañías de producción especializadas y contratistas independientes, cada una experta en su campo y con su propio personal cualificado. Conjuntamente, todas esas partes conforman una empresa-red de corta vida cuyo período vital se limita a la duración del proyecto.24 Tal lógica se extiende y consolida en el funcionamiento general de las industrias culturales. La organización flexible del proceso de producción permite descomponer —al asignar tareas a empresas «independientes»— y recomponer —al concentrar actividades en las grandes empresas— las diferentes fases del proceso de producción y distribución de bienes y servicios culturales. Tal flexibilidad, que obedece a la extrema especialización en las producciones culturales, permite la participación de múltiples actores en el ciclo productivo sin que peligre el dominio de las transnacionales de las comunicaciones y el entretenimiento, las cuales protegen su primacía con complejas y eficaces bases contractuales implementadas en todos los niveles y procesos de producción. La organización de la sociedad en una economía de red comporta no solo profundas transformaciones en las formas de competencia de las empresas sino también en el funcionamiento de los mercados. Desempeñan aquí un papel fundamental las empresas distribuidoras, especie de «porteras» que determinan las conexiones entre creadores y audiencias. Uno de los cambios más relevantes se relaciona con los beneficios asociados al incremento de consumidores de una misma mercancía. A este fenómeno se le conoce como «externalidades de red» (network effects) y existen diferentes fuentes: por ejemplo, las redes propiamente físicas como el teléfono, el fax, Internet, etc.; y las «virtuales» como los usuarios de un mismo software informático, de una misma lengua o los seguidores de un determinado estilo de vida. Como consecuencia de la existencia de las redes, de su funcionamiento y desarrollo, se da un proceso de estandarización a distintos niveles que incide directamente sobre las industrias culturales. En el camino hacia la homogeneización de los consumos subrayamos, por su importancia, la lengua escogida, instrumento de comunicación que aumenta su valor en dependencia de la cantidad de usuarios. En relación con los contenidos culturales, se señalan los efectos de contagio derivados de los deseos de los individuos de adquirir bienes y servicios que los asemejen a otros consumidores: la demanda de una mercancía determinada —una película, un disco, un libro o un dispositivo electrónico— puede verse impulsada por el consumo previo de otras personas. El dominio que ejercen las transnacionales en el sector de la producción cultural, reforzado a través de continuas megafusiones y adquisiciones, también favorece la homogeneización del consumo cultural. La tendencia a la monotonía cultural describe uno de los cursos de acción en la actividad de las transnacionales de la cultura, que, a su vez, han sabido reconocer la imposibilidad de generar un único tipo de oferta que responda a un único estilo de vida. En plena consonancia con la lógica industrial moderna, las grandes empresas del sector conciben las culturas como segmentos de mercado y han incorporado la «diversidad cultural» como parte de su estrategia mercantilizadora para cubrir, amén de la imposición de una cultura homogénea, esos otros nichos de mercado que le permitan la explotación de aquellas diferencias comercializables que no signifiquen conflictos fundamentales con los intereses que promueven. En este clima, la diversidad cultural deviene un simple recurso por explotar. Los mercados se estructuran a un doble nivel: por un lado, los grandes gestores del proceso de producción y difusión de contenidos, líderes con la capacidad de generar nuevas producciones y de asegurar su difusión, los cuales funcionan bajo la lógica de las economías de escala, audiencias masivas, altos costos fijos, fuertes campañas publicitarias de lanzamiento de artistas y de construcción de imagen. Por otro lado, un denso tejido de pequeñas empresas «independientes» y de trabajadores autónomos que suelen tener una capacidad de producción y difusión muy limitada cuya actividad está condicionada, cada vez más, por la demanda de las grandes transnacionales —a las que sirven como «descubridoras» de nuevos talentos y nichos de mercado. En este territorio de las pequeñas audiencias el mérito creativo permanece como activo fundamental, más allá de las condicionantes del mercado. Otra característica de las industrias culturales se relaciona con las pautas de localización geográfica de las empresas productoras, marcadas por la obtención de economías de escala al concentrar territorialmente los procesos de producción. Si bien las tecnologías de la comunicación y la información expanden el alcance de los lugares que pueden conectar a agentes y procesos al eje principal, la sofisticación de estas producciones intensifica la importancia de los nodos centrales pues es allí donde existe el acceso a la tecnología en sus múltiples formas y donde se ubican las personas y organizaciones que ostentan el poder para constituir las redes de flujos. Las grandes concentraciones urbanas son el espacio donde parecen confluir las condiciones óptimas para la localización de estas actividades. Los principales centros metropolitanos continúan acumulando factores inductores de innovación y generando sinergias, tanto en la industria como en los servicios avanzados. La aglomeración se mantiene como factor altamente determinante en relación con la ubicación de las industrias culturales. En general, las ciudades (como global skill centers de la nueva sociedad del conocimiento) han de saber invertir bien en las tres «C»: en concepts (nuevas ideas, nuevas capacidades de innovación), en competences («know-how» y capacidades de producción y de consumo apropiadas), y en connections (vías de acceso y comunicación con los restantes centros de actividad mundiales).25 El interés de las transnacionales en el sector cultural se subraya al considerar lo que distingue a las industrias culturales del resto de las actividades manufactureras. Recordamos que además de fuente de creación de riqueza, de empleo y de desarrollo económico son vehículo de expresiones artísticas, conocimiento, información e ideas. Dentro de una ¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura 35 comunidad determinada estos bienes y servicios tienen una alta significación simbólica, como expresión de aquellos valores y tradiciones que constituyen su propia identidad. Son bienes indivisibles e inagotables cuyo consumo no implica su destrucción y estimula la demanda futura. Se consideran bienes públicos de cuyo consumo no deberían resultar excluidos los individuos por razones económicas pues, en este caso, los costos sociales superarían los privados. Tal razonamiento, lógico a la luz de la economía neoclásica, «justifica» la intervención creciente de los Estados a través de compras, subsidios y exenciones impositivas, por ejemplo. En este sector la empresa privada tropieza, de continuo, con la acción estatal y de numerosas entidades públicas, que intervienen en las diferentes fases de la producción de bienes y servicios culturales; si bien el espacio de actuación de las políticas culturales responde a particularidades nacionales, contextos políticos y ofensivas neoliberales, se aprecia un reconocimiento creciente por dotarlas de mayor peso específico en el conjunto de las políticas doméstica y regional. La acción transnacional de las industrias culturales reconfigura la esfera pública, la comunicación y los hábitos de consumo y estilos de vida en casi todo el planeta. Por una parte esta interrelación favorece el conocimiento recíproco entre culturas antes desconectadas y un acceso más diversificado a bienes, mensajes y contenidos varios; mas, por otra, la interculturalidad y su diversificación de ofertas continúan desigualmente repartidas. Los pueblos encuentran limitada su participación efectiva en la construcción y difusión cultural a nivel global porque solo pueden relacionarse con la información y los entretenimientos que circulan por los medios de comunicación gratuitos o accesibles a bajos precios. Los países con mayor capacidad de producción y comercialización de productos y servicios culturales, no solo logran reafirmar la identidad cultural y los imaginarios colectivos de sus pueblos, sino que, a la vez, están en mejores condiciones para influir en otras identidades e imaginarios. Kim Campbell, ex primer ministra de Canadá planteaba que: Las imágenes de los Estados Unidos son tan abundantes en la aldea global que es como si, en vez de emigrar la gente a Norteamérica, esta hubiese emigrado al mundo, permitiendo que la gente aspire a ser estadounidense incluso en los países más remotos.26 Lo que es válido para las naciones lo es, evidentemente, a partir de los modelos sociales y paradigmas civilizatorios que se defiendan e impulsen a través de las empresas transnacionales en ellos localizadas y desde ellos proyectadas al mundo. Precisamente este marco de actuación a escala planetaria en el que operan las industrias culturales acentúa la necesidad de estudiar sus desempeños: 36 Jaqueline Laguardia Martínez En la actualidad, la reelaboración de información y conocimientos ya no ocurre exclusivamente dentro de una nación sino que se dispersa por los circuitos globales. La producción cultural se desvincula del ámbito exclusivo de las comunidades de pertenencia y la conformación de sentido se vuelve entonces más compleja, acusando una mayor exposición a la interculturalidad. Las identidades se encuentran entonces frente a un complejo proceso que ha puesto en marcha nuevas formas de intercambio y conexión sustancialmente diferentes a las ya conocidas.27 Algo similar dijeron Marx y Engels en 1848, al afirmar que: En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales surgen nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.28 Comentarios finales El interés de la economía hacia la cultura, que la concibe como recurso susceptible de condensarse en mercancías —bienes y servicios culturales—, ha dado origen a una teoría sustantiva dentro de la ciencia económica que busca establecerse y consolidarse como rama del conocimiento. Esta búsqueda pasa por la (re)formulación de conceptos, variables, resultados, propuestas de acción y diseño de políticas. El establecimiento definitivo de las categorías y supuestos básicos aún no se consolida del todo, por lo que la revisión y cita de numerosos informes, artículos y notas de prensa resulta obligatorio en aras de dibujar el panorama general de los nexos entre economía y cultura hoy en día. La producción de bienes y servicios culturales es un proceso complejo y singular. Enfrenta al acto de creación y sus requerimientos de libre expresión y experimentación con su transformación en mercancía —la que deberá someterse a criterios de rentabilidad y eficiencia. Sin embargo, este carácter mercantil no anula esa función simbólica que los distingue como creación individual que expresa valores, tradiciones, modos de vida y significaciones. El crecimiento y expansión de las industrias culturales exhibe resultados contradictorios. Expande los mercados, posibilita el conocimiento entre los países y aporta valor añadido a los contenidos de los mensajes y obras generados en cada sociedad. Al mismo tiempo, bajo la lógica neoliberal, multiplica los desafíos y conflictos: crea disputas por los usos del patrimonio cultural y por los derechos de autor y conexos individuales y colectivos, acentúa la subordinación de los países subdesarrollados y privilegia los derechos comerciales de las megaempresas transnacionales. El papel determinante de las industrias culturales en economía global se justifica por su peso económico creciente, pero no únicamente. De ahí que sea tan (¿más?) importante considerar la naturaleza de sus producciones y su función central en la (re)producción y legitimación del sistema capitalista. Su potencial contrahegemónico como productoras de bienes culturales capaces de proponer estilos de vida que enfrenten y superen la lógica capitalista ha sido contrarrestada y hoy se utilizan, eficaz e inteligentemente, por parte de los grupos de poder globales —organizados y participantes de las transnacionales del entretenimiento— en el impulso y la consolidación de la hegemonía capitalista. Por último, hay que subrayar la necesidad de conectar estos análisis con otros temas que, con una significación marcadamente antihegemónica, son asimilados dentro del discurso dominante del orden capitalista y le sirven para su expansión y consolidación. Son destacables, en especial, las cuestiones ambientales, también muy (mal) tratadas a escala global. Tanto la cultura como el medio ambiente están amenazados por el actual proceso de globalización; y para protegerlos y conservarlos en su diversidad, la comunidad internacional debe aceptar responsabilidades urgentes. La producción cultural es fundamental para el imaginario poscapitalista y la acción alternativa. Rescatémosla, cuanto antes, para las ideas y la construcción de un mundo mejor y posible. Notas 1. Bienes y servicios producidos por las, recientemente designadas, «industrias creativas»: aquellas que utilizan la «creatividad» y el «capital intelectual» como insumos primarios. UNCTAD y UNDP, The Creative Economy Report 2010, p. 38, disponible en www. unctad.org. 2. Ibídem, p. 157. 3. Ibídem, p. 53. 4. Según la UNESCO, al ser portadores de identidad, valores y sentido, no deben ser considerados mercancías y bienes de consumo como los demás. Véase «Declaración universal de la UNESCO sobre la diversidad cultural», 2 de noviembre de 2001, disponible en http://portal.unesco.org. 8. David Throsby, Economics and Culture, Cambridge Press, Cambridge, 2001. 9. Citado en Margarita Caballero Pulido, ob. cit., p. 2. 10. Octavio Getino, «La cultura como capital», disponible en http://octaviogetinocine.blogspot.com (consultado el 6 de agosto de 2011). 11. Xavier Cubeles, «Políticas culturales y el proceso de mundialización de las industrias culturales», s.f., disponible en www.uv.es. 12. Umberto Eco, Apocalípticos e integrados, Lumen, Barcelona, 1968. 13. Karl Polanyi, La gran transformación, La Piqueta, Madrid, 1944. 14. George Yúdice, El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era global, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 11. 15. UNCTAD y UNDP, ob. cit., p. 36. 16. Según UNESCO, el término «industria cultural» se aplica a aquellas industrias que combinan la creación, la producción y la comercialización de contenidos que son de naturaleza cultural e intangible, son protegidos por los derechos de propiedad intelectual y pueden tomar la forma de bienes y servicios. Usualmente hacen referencia a la producción audiovisual y literaria, las artes visuales y escénicas, el diseño y las artesanías. 17. UNCTAD y UNDP, ob. cit., p. 38. 18. Véase www.unesco.org/new/es/culture/themes/creativity/ creative-industries/ (consultado el 24 de octubre de 2012). 19. Octavio Getino, «Economía y políticas para las industrias culturales en el MERCOSUR», s.f., disponible en www.asociacionag. org.ar. 20. Néstor García Canclini, «Las industrias culturales y el desarrollo de los países americanos», s.f., disponible en www.oas.org. 21. Néstor García Canclini, «Todos tienen cultura: ¿quiénes pueden desarrollarla?», 2005, disponible en www.iadb.org. 22. UNCTAD y UNDP, ob. cit., p. 162. 23. Rigoberto Lanz, «Cultura y mercado. ¿Qué dicen los conservadores?», 2004, disponible en www.debatecultural.net. 24. Xavier Cubeles, ob. cit. 25. Ídem. 26. Citado por Jeremy Rifkin, La era del acceso. La revolución de la nueva economía, Paidós, Buenos Aires, 2000. 27. Francisco Piñón, «Mundialización y diversidad cultural» (intervención en la 32ª Asamblea Parlamentaria de la Francofonía, Rabat, 2 de julio de 2006), disponible en www.oei.es. 28. Carlos Marx y Federico Engels, El Manifiesto Comunista, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1979, pp. 26-7. 5. Citado en Margarita Caballero Pulido, «Bases conceptuales y teóricas de la economía de la cultura y el patrimonio» (material mimeografiado), Facultad de Contabilidad y Finanzas, Universidad de La Habana, 2000, p. 1. 6. Ídem. 7. Carlos Marx, El Capital, Editorial de Ciencias Sociales-Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973, p. 3. ¿Industrias culturales o creativas? Notas sobre economía de la cultura 37 El sentido de la responsabilidad: un estudio entre jóvenes maestros Milena Hernández Psicóloga. Centro de Estudios Che Guevara. Toda nuestra manera de vivir tiene que penetrarse por una cultura de responsabilidad […] esta cultura de la responsabilidad es crítica, pero el acento no está en la crítica, sino en la responsabilidad que exige ser crítico. Franz J. Hinkelammert Cuanto más pienso en la práctica educativa y reconozco la responsabilidad que ella nos exige, más me convenzo de nuestro deber de luchar para que ella sea realmente respetada. Paulo Freire C uando se trata de una esfera como la de la educación, el significado del modo en que el maestro asume, concibe y se representa su responsabilidad profesional, los valores que se le atribuyen, el ideal simbólico que le autodefine y le identifica precisamente como educador, reclama comprensión y valoración a través de estudios empíricos. Este artículo aborda el sentido de la responsabilidad en un grupo de maestros «emergentes» de la educación primaria en varios municipios de la capital cubana.1 Al repasar los comentarios, recuerdos sobre escenarios escolares, climas socioafectivos y vivencias relatadas, cobran vida las prácticas profesionales de estos jóvenes. Desde sus saberes —que se enriquecen como resultado del contexto educativo— aflora una serie de reflexiones que, lejos de ser inamovibles y generalizadoras, pretenden compartir conclusiones parciales sobre el modo en que la responsabilidad, como valor, se articula en sentido psicológico para estos docentes. 38 Milena Hernández n. 72: 38-44, octubre-diciembre de 2012 Se parte de comprender la identidad profesional como una configuración personológica, de contenidos y funciones de carácter autorreferencial, que expresa la conciencia de mismidad y continuidad del sujeto como miembro activo de un grupo profesional, con el que se siente identificado y comprometido y hacia el cual desarrolla sentimientos de pertenencia, en un momento o contexto social determinado.2 Ello implica, además, la presencia de una imagen compartida en la cual se evidencia una idea clara y definida de lo que significa ser parte de esa profesión, aunque no siempre esté en total consonancia con los criterios a nivel social y con lo que cotidianamente realizan en su práctica laboral-educativa. La importancia del contexto donde se desarrolla el educador y de la responsabilidad como «tendencia de la personalidad a actuar en correspondencia con el sentido del deber ante sí mismo y la sociedad, como una necesidad interna, que es fuente de vivencias positivas»,3 constituye la base para analizar, debatir, dialogar sobre su presencia en este grupo de maestros. Asimismo, se considera que la asunción personalizada del valor tiene lugar a partir de la conciliación entre los planos individual y social, que median los contenidos asociados a la responsabilidad como sentido. El desafío de ser un «emergente» Si se es un maestro apasionado, el resultado de la labor va acompañado de la satisfacción por haber trasmitido conocimientos y haber crecido en ese proceso; así como de la creatividad, la espontaneidad, el amor al trabajo, a los educandos y al espacio docenteeducativo en general. Cuando se es auténtico en el empeño, esas cualidades resultan consustanciales al desempeño profesional y en su ejercicio (re)producen grandes dosis de humanismo y otorgan sentido a, como diría José Martí, «hacer un bien todos juntos». El acercamiento a la dinámica de vida de este grupo de jóvenes y a los escenarios laborales en que ellos se desarrollan muestra una representación compartida en relación con el valor responsabilidad, que se ha desarrollado en la medida en que han ganado experiencia como docentes. Esta noción colectiva se evidencia en que, para el grupo profesional estudiado, ser responsables implica asistencia y puntualidad, respeto por el horario de trabajo, buena apariencia personal, participación en las preparaciones metodológicas, revisión de libretas, conocimiento de las dificultades y características de los alumnos, habilidades comunicativas, capacidad para organizar y dirigir reuniones de padres, así como calidad en la preparación de las clases y superación profesional. La relevancia que conceden a las transformaciones del terreno educativo como parte de las acciones para viabilizar y hacer más efectivo el ejercicio de la profesión en el ámbito específico de la educación primaria (reducción de la cantidad de estudiantes por aula, incorporación de medios y recursos técnicos de apoyo a la actividad docente), se integra al conocimiento que poseen acerca de su trabajo y la importancia de este para la sociedad cubana actual. Sin embargo, las dificultades en los sistemas de planificación, dirección y control de la actividad docente, la diversidad y complejidad de las tareas, la sobrecarga de trabajo, los vacíos no saldados con posterioridad a la preparación inicial recibida, junto con el insuficiente reconocimiento social del maestro, condicionan un proceso de desvalorización creciente de la profesión, que, en algunos casos, termina por formar parte de esa imagen compartida por este grupo de docentes.4 Aunque la gran mayoría de la muestra seleccionada destaca las ventajas de formar maestros «emergentes» —como idea novedosa y positiva que amplía las ofertas de estudio y promueve el desarrollo cultural de quienes se deciden por esa opción—, algunos afirman que en el proceso de enseñanza-aprendizaje existen muchas lagunas relacionadas tanto con la preparación inicial, como con la sistematicidad de la superación en la actualidad que se expresan en su práctica profesional.5 L os pro ces os de s ele cción y for mación, y de orientación profesional les han generado insatisfacciones, miedos e incertidumbres asociados a su funcionalidad. Con ello se ha visto lacerado el desarrollo de su identidad como educadores y la construcción del sentido de pertenencia hacia la profesión. Al respecto comenta Erika, una profesora del municipio Cerro: La idea de los maestros «emergentes», como teoría, fue muy buena, pero la masividad resultó una equivocación; entraba el que quisiera y no por vocación. También es importante poner al lado del maestro emergente alguien que lo vaya guiando, al principio teníamos tutor, pero ya no.6 Débora, quien también trabaja en ese municipio, enfatiza: Quienes están optando por carreras de magisterio es porque no pudieron coger más nada. Los de más bajas notas, los casi suspensos, los que no son responsables para nada. Y ¿cómo tú vas a poner a dar clases a los niños a una persona que no sabe ni quién es él? La poca eficiencia del trabajo desempeñado por algunos de los tutores asignados, junto con el comportamiento de ciertas instituciones educativas que en reiteradas ocasiones no se responsabilizan con la correcta atención a las diversas problemáticas que le puedan surgir al docente durante su desempeño El sentido de la responsabilidad: un estudio entre jóvenes maestros 39 profesional, se hallan entre las causas que refuerzan esta situación aun en la actualidad. A pesar del conjunto de tareas que estos profesores deben realizar cotidianamente, las cuales ganan en profundidad, sistematicidad y demandan preparación constante —sobre todo en el nivel primario de educación—, prevalece una valoración externa negativa y generalizada sobre el joven maestro y la labor que este desempeña. A la par, emerge un elemento que media la expresión de la responsabilidad e impacta el desarrollo de su identidad profesional como configuración más compleja: la motivación profesional.7 Las deficiencias del proceso formativo, al no potenciar los sentidos asociados a la labor del maestro (ni antes ni durante su desempeño), condicionan un empobrecimiento de los contenidos que integran el sistema identitario y generan con ello una multiplicidad de dificultades en torno a los procesos de apropiación, interiorización y expresión del valor responsabilidad. Estos aspectos han sido caldo de cultivo para el surgimiento de estereotipos sociales sobre los llamados maestros «emergentes», prejuicios expresados en la desaprobación, la poca tolerancia y la desconfianza por parte de los padres y de algunos colegas de trabajo. Incluso los catalogan de desvinculados sociales, adolescentes con escasas oportunidades de desarrollo y de perspectiva profesional, con poco interés hacia temas políticos y falta de seriedad ante el trabajo. En ocasiones son vistos como integrantes de un grupo que hay que controlar. No es extraño que estos jóvenes experimenten sentimientos de minusvalía, incertidumbre y temor en la asunción de sus funciones.8 No obstante, cabe señalar que 80% de los «emergentes» encuestados considera la responsabilidad como parte del sentido atribuido a ser maestro y como un valor consustancial al ejercicio de su función; para ellos, ser responsable se identifica, en esencia, con la tarea de enseñar y educar a los estudiantes. Al autodefinirse, algunos de los entrevistados apuntaban hacia lo esperado socialmente, otros mostraban pobreza en el autoconocimiento y en la reflexión sobre el «deber ser»; solo unos pocos se analizaban desde una posición crítica y personalizada. Sin embargo, es interesante constatar cómo sus autoimágenes integran —de manera general— la abnegación, la seriedad, el sacrificio, la alegría, la laboriosidad, la dedicación. En ciertos casos se destaca la capacidad y el interés por la superación y el compromiso ante la tarea realizada, el bienestar con el aprendizaje de sus alumnos. A la vez se conciben sobrecargados, incomprendidos, entregados a una tarea social que tratan de hacer bien a pesar de haber sido insuficientemente orientados, 40 Milena Hernández educados. A propósito, Verónica, del municipo Plaza, comenta: Yo no seré una de las mejores pero tampoco me considero una de las peores. Soy una maestra que se esfuerza por dar lo mejor de sí para que sus alumnos aprendan. Me gusta prepararme para cualquier materia que vaya a impartir. Resaltan, además, que la falta de reconocimiento a su labor y la ausencia de personal calificado que les brinde apoyo en algunas de sus tareas no básicas —por ejemplo, llevar los niños a almorzar— sobrecargan el desempeño de su profesión.9 Cabe mencionar que algunos de esos jóvenes relacionan esta imagen compartida y prevaleciente en la actualidad con el ingreso que dicha profesión le reporta al país. Achacan la ausencia de facilidades materiales —como un uniforme de trabajo, aumento de salario y la estimulación— al poco presupuesto que posee el sistema de Educación, debido a que «nosotros no producimos como el turismo». Así, el factor económico resulta otro de los aspectos desvalorizadores de la profesión y de la responsabilidad ante el aula, pues disminuye la motivación profesional de los educadores entrevistados.10 En este engranaje de reflexiones y experiencias surge la crítica consustancial al análisis de las dificultades y conflictos que caracterizan, y condicionan, el desarrollo y la expresión de los comportamientos asociados a la responsabilidad laboral. Cabría subrayar que los maestros reconocen sus limitaciones en las habilidades de corte instrumental o didáctico necesarias para enfrentar el quehacer pedagógico. Este fenómeno encuentra en ellos diversas explicaciones. Entre ellas la urgencia y rapidez del curso de formación, el déficit de vocabulario y acervo cultural —por ejemplo, tener mala ortografía—, la inmadurez profesional, sobre todo al inicio; y los apremios teórico-metodológicos que con frecuencia acontecen durante el desarrollo de las clases. El impacto de un programa de preparación, que si bien ofreció saberes generales perpetuó otros desconocimientos, ha motivado un proceso de interdependencia en estos jóvenes, dada la necesidad de cubrir y dominar con profundidad los contenidos que como profesores de la enseñanza primaria deben impartir. En los docentes de menor experiencia laboral esta situación es generadora de inseguridades y temores asociados al sentido y al ejercicio de la profesión; también ha dado lugar a enfrentamientos con figuras de autoridad: conflictos entre maestros y directores, entre padres y maestros, y en la tríada padres-maestro-alumnos. En esos jóvenes, a pesar del predominio de un vínculo afectivo positivo con la profesión, existe un pobre desarrollo indentitario, La enseñanza, puesta en manos de profesores jóvenes, precisa una ética que hilvane al ser humano con el sentido de su trabajo, y no solamente con el mérito de su desempeño, la estimulación material y el control externo. como resultado de la superficialidad de los procesos de identificación y diferenciación relacionados con el mundo psicológico comprometido con su esfera profesional. No poseen una cultura orientada hacia la autorreflexión que los conduzca al análisis objetivo de su autoconocimiento. Lo que predomina en ellos es la crítica de las dificultades externas existentes, mientras las reflexiones sobre su sentido de la responsabilidad y eficacia en su desempeño profesional, quedan relegadas a un segundo plano. Así, las autodefiniciones estereotipadas laceran la percepción y diferenciación de sí mismos como maestros responsables. Por el contrario, los jóvenes con mayor experiencia docente —que constituyen 60% de la muestra analizada— se piensan a sí mismos en correspondencia con sus prácticas profesionales: ofrecen una mirada auténtica y personalizada sobre su quehacer pedagógico, retratan la enorme responsabilidad que han asumido ante sus alumnos y ante el país desde la relación —contradictoria, asimétrica, y por momentos conflictiva— entre sus cualidades personales —curiosamente en términos de potencialidades— y las limitaciones que acompañan en la actualidad el ejercicio docente. Desde ese lugar personalizan la asunción del valor responsabilidad y reconocen que a pesar de su importancia, no siempre tienen listo el plan de clases, no aprovechan el horario de trabajo al máximo, en ocasiones necesitan del control externo. De igual forma aceptan que le dan prioridad a la enseñanza tradicional y pragmática (privilegian la memorización y la reproducción lineal de los contenidos, la asimilación acrítica de los aspectos trabajados en clases, la repetición mecánica de los temas de estudio), por encima de acciones como la estimulación de la capacidad creadora del estudiante, el ejercicio del diálogo y de la construcción crítica del conocimiento, la educación del colectivismo, del trabajo en común y de la iniciativa y la independencia. No obstante las diferencias en cuanto a qué motivó la elección de la profesión en estos jóvenes, en algunos el ejercicio de la práctica pedagógica ha condicionado la (re)construcción de un sentido de pertenencia hacia esta y hacia el grupo profesional en sentido general. Han desarrollado motivos intrínsecos al desempeño de su papel como profesor que se nutren del mutuo aprendizaje establecido desde el vínculo maestroalumno, y de la satisfacción que acompaña el observar cómo crecen sus estudiantes a lo largo de los cursos escolares. Ello constituye fuente de gratificaciones que complementan la personalización y expresión auténtica de actitudes, comportamientos y conductas responsables como docentes. Se constata así que el valor responsabilidad no solo está relacionado con el cumplimiento de las exigencias formales del centro educativo, sino también con una demanda que el ejercicio de la profesión les impone y que conscientemente regula su actuación. Sin embargo, la insuficiente articulación entre la formación pedagógica recibida y las exigencias y condiciones requeridas para el desempeño de su labor11 ha propiciado que una buena parte de los docentes estudiados experimenten desmotivación, estados de agotamiento, ansiedad e irritabilidad; y ha suscitado o intensificado en algunos casos el sentimiento de que su ejercicio laboral es temporal. Se observa cómo el proceso de individualización del valor responsabilidad encuentra un freno importante en los escenarios institucionales, muchas veces dogmáticos, cargados de burocratismo y de sobreexigencia, demandantes de homogeneidad en las conductas asociadas a su expresión. La poca autonomía en el proceso de toma de decisiones sobre cuestiones vinculadas con su actividad profesional (horarios, evaluación de los alumnos, temáticas que tratar en las reuniones con los padres; vías, forma y contenido de su entrenamiento metodológico, entre otros), condicionan la vivencia de falta de participación real en el ámbito laboral. En este sentido comenta Laura, quien ejerce en una escuela del municipio Cerro: Para mí, la responsabilidad como maestra es tomar una buena decisión de lo que voy a hacer, pero no te dan la oportunidad de decidir, lo piensan arriba y lo mandan abajo. Y mi opinión como maestra, ¿dónde está? Eso también tiene que ver con la responsabilidad porque si yo no estoy de acuerdo con una cosa, ¿cómo se la voy a dar a mis niños? Los encuentros metodológicos, por ejemplo, cuyo fin es abordar problemáticas generales, a veces son repetitivos y pierden efectividad al desatender demandas específicas, particulares. Inusualmente esos espacios brindan al docente la opción de ser partícipe de su propio proceso educativo en cuanto a organización de clases, orden de los contenidos, programas, evaluaciones. Además, los conflictos entre el personal dirigente y los maestros estudiados —debido a fallas comunicativas y a estilos de dirección verticalistas—, la insuficiencia de espacios atractivos (y su promoción) para el desarrollo de la colaboración, la discusión, la El sentido de la responsabilidad: un estudio entre jóvenes maestros 41 reflexión crítica, devienen aspectos medulares si se pretende incidir en la formación y desarrollo de un sentido de la responsabilidad que conscientemente regule el comportamiento de estos jóvenes.12 El hecho de que las instancias superiores impongan sus puntos de vista, inhiban la creatividad y, por consiguiente, cohíban la autonomía, propicia la adquisición formal, lineal e inmediata de códigos morales externos al maestro, y dificulta —aunque no en todos los casos— los procesos de identificación y diferenciación en ese grupo profesional. Si bien tal situación constituye una regularidad en los centros educativos en los cuales se desenvuelven los maestros participantes en esta investigación, en algunos se evidenció la búsqueda de iniciativas y estrategias diferentes para impartir las clases y de tiempo extralaboral para trabajar con los estudiantes menos aventajados; así como la atención individualizada a los padres interesados en conocer las dificultades de sus hijos y cómo avanzan en el grado que cursan. En este entramado, determinadas condiciones objetivas atentan contra el buen desempeño laboral e impactan la expresión del sentido de la responsabilidad como elemento que es fuente de gratificaciones en los maestros estudiados, quienes sufren la carencia de condiciones materiales y medios de enseñanza, como atlas, libretas, hojas, etc. Asimismo, cuestionan la pertinencia de los controles excesivos, que en repetidas oportunidades absolutizan los resultados por la rigidez y homogeneidad de sus parámetros y no potencian el (auto) análisis, la (auto) evaluación y la (auto) responsabilidad del maestro en relación con la calidad, la eficacia y la eficiencia de su desempeño durante el curso escolar. Al respecto testimonia DF, del municipio Plaza: Tenemos mucha carga arriba y sin una auxiliar. Es preparar las clases, la revisión, los controles; esa cantidad de cosas a veces me quita las ganas de seguir siendo maestra. Me gusta porque veo que los niños van aprendiendo, pero es demasiado. Como aspecto consustancial a las preocupaciones de esos jóvenes se encuentra el bajo nivel de satisfacción de lo que para ellos constituyen sus necesidades básicas: ropa, zapatos, espacios recreativos. Lo anterior contribuye a que en ocasiones se sobredimensione el valor de todo aquello que se asocia a la satisfacción de estas, por ejemplo la búsqueda de empleos fuera del magisterio. Ahora maestro ¿y después qué? De los «emergentes» que participaron en la investigación, en la cual confluyeron jóvenes que se integraron al plan en sus inicios y otros incorporados 42 Milena Hernández con posterioridad, la mitad ha elaborado un proyecto objetivo de cambio asociado a otra actividad profesional. Esos docentes aspiran a culminar sus estudios universitarios —motivo por el cual se mantienen en el proyecto escogido— y cumplir el compromiso asumido para después ejercer otro oficio. Así, la responsabilidad está dotada de nuevos sentidos y significados fuera de su profesión actual. En ese 50%, su sistema de planificación, organización y distribución del tiempo se orienta hacia actividades que propician su desarrollo personal-profesional, en relación con su futura labor (Psicología, Comunicación social, Derecho) y no en dirección a la que hoy realizan. Esto repercute en la regulación del valor responsabilidad, al limitarse los maestros al cumplimiento de las exigencias formales relativas a su actual función social. Ello supone la realización del plan de clases, la asistencia al centro laboral, el cumplimiento de lo orientado por los metodólogos y directores de escuela, la revisión de libretas, llevar a los alumnos a almorzar, efectuar reuniones de padres y controles sistemáticos, pero no implica un esfuerzo adicional para organizar actividades extras a las exigidas. Los maestros que componen el resto de la muestra exhibieron otras peculiaridades en cuanto a sus proyectos objetivos de cambio, todos ellos vinculados a la docencia. Entre los elementos que favorecen esas intenciones se encuentra el hecho de que algunos no están estudiando, solo trabajan, mientras que los demás cursan carreras afines al desempeño profesional que asumen en la actualidad, como las licenciaturas en Educación primaria, Comunicación social y Psicología. Se constató en estos jóvenes cierta flexibilidad de cara a su capacidad, y necesidad, de responder a las diferentes situaciones que en la práctica los convocan como pedagogos. La presencia de metas de cambio respecto al mundo psicológico comprometido en su esfera profesional es el resultado de un autoanálisis que equilibra sus potencialidades, dificultades y retos en el enfrentamiento de su práctica educativa. En consecuencia, privilegian el desarrollo a nivel práctico (didáctico) más que teórico y cultural, aunque este último no estuvo del todo ausente. Si bien aún no se manifiesta en toda su magnitud, la cultura como herramienta tiene una gran significación como agente transformador y enriquecedor del desarrollo personal y profesional en estos jóvenes. El interés por su crecimiento profesional, el amor al trabajo y la responsabilidad en cuanto a la docencia se evidencian en la constancia, la tenacidad, la persistencia, la paciencia; y se expresan en la organización creativa del aula para impartir las clases, en las iniciativas para enseñar un determinado contenido, en la planificación, la organización y la distribución del tiempo en actividades que potencian su formación. No solo participan de manera activa en las preparaciones metodológicas, algunos graban las teleclases para estudiarlas en sus casas y buscan bibliografía complementaria a la recibida. Durante el intercambio con estos maestros sobresale su interés por ampliar su acervo cultural —con énfasis en la cultura profesional—, desarrollar un vocabulario extenso, eliminar las faltas de ortografía, y perfeccionar sus habilidades comunicativas en aras de mejorar su actuación frente a los educandos. A esto se suma la preocupación por ganar en experiencia profesional. Se pudiera pensar que el proceso de aprendizaje y desarrollo ocurre en ellos fundamentalmente a nivel empírico, según las necesidades que presenten durante su quehacer y no como consecuencia del seguimiento que debe realizar la institución educativa, el cual —en la práctica del grupo estudiado—, cuando acontece, es disfuncional. Sin embargo, vale anotar que el proceso de interiorización y asunción de los cánones, normas sociales, valores, representaciones, sentimientos, significados y características generales que se comparten en torno a la historia colectiva y a la práctica del grupo profesional que antecede a los docentes estudiados, se expresó en estos jóvenes en la personalización de la responsabilidad como valor en su actuar cotidiano. Frente a la alta y creciente complejidad que implica enfrentar la práctica educativa, estos docentes intentan perfeccionar la formación inicial recibida y hacerla más integral, más humana; pretenden superar el hecho de enfrentar nuevas situaciones con viejas herramientas y con ello ocupar una posición social menos vulnerable o quizás más reconocida en el ámbito público. Apuntes finales Doce años después de la implementación del primer curso de formación de maestros primarios, y a la luz de las palabras de Fidel Castro en ese entonces, cuando se mira el presente se constata cuánto se ha avanzado «a partir de la experiencia alcanzada y a partir de los valores humanos creados, los valores éticos, los valores revolucionarios y, de modo especial, el sentimiento de solidaridad».13 Acercarse a las experiencias vinculadas al desempeño profesional de diez educadores pertenecientes a diferentes municipios de la capital cubana, y formados al calor de los planes emergentes, permitió estudiar uno de los valores consustanciales a su actividad pedagógica. Si bien las maneras en que los jóvenes han procesado sus vivencias no son homogéneas, comparten determinados pareceres y manifiestan las paradojas del entorno —comunitario, laboral, institucional y social— en que se desenvuelven. Se demostró la existencia de dificultades y contradicciones en la asunción, personalización, expresión y regulación de la responsabilidad profesional, debido a múltiples causas. Las investigaciones sobre esta temática constituyen, por tanto, un tema de actualidad y una necesidad, de cara a los desafíos que las actuales transformaciones de la sociedad cubana imponen a la práctica educativa contemporánea.14 Entre los elementos claves para comprender cómo son y qué piensan estos jóvenes habría que subrayar, en primer lugar, la imagen social negativa, compartida y generalizada sobre el grupo de los «emergentes». También el hecho de que, en su sentido de la responsabilidad, privilegian los aspectos didácticos del desempeño de su papel como maestros —con frecuencia esto los lleva a adoptar actitudes estereotipadas en la solución de los problemas cotidianos— por encima de las cualidades personales; la falta de preparación para enfrentar el quehacer profesional y la voluntad de asumirlo positivamente; y sus proyecciones de cambio, en algunos orientado hacia una carrera de diferente perfil, mientas que en otros la actividad laboral actual se ve respaldada por el estudio de especialidades universitarias afines con ella. A pesar de las contradicciones, de la incertidumbre y de los temores que genera en ellos la complejidad de los problemas actuales del magisterio, los resultados alcanzados y los estados de bienestar que emergen de haber realizado su trabajo otorgan sentido al orgullo que experimentan cuando son identificados socialmente como educadores. Es posible advertir que estos maestros como sujetos o actores fundamentales de la actividad educacional constituyen «productos no acabados», pues se manifiestan como profesionales cuyos valores conjugan, junto a determinados alcances, muchos caminos aún por recorrer.15 La enseñanza, puesta en manos de profesores jóvenes, precisa una ética que hilvane al ser humano con el sentido de su trabajo, y no solamente con el mérito de su desempeño, la estimulación material y el control externo. El maestro como hacedor, como labrador de la historia y de la praxis social, en el rescate del principio sobre el cual «el educador necesita ser educado» necesita participar de modo activo y real en las cuestiones referidas a su quehacer profesional. Todo ello incide en el desarrollo de un valor como el de la responsabilidad ante el trabajo. Un educador no lo es en verdad si no posee conciencia de la gran responsabilidad que asume. Notas 1. Constituye la síntesis de una investigación más amplia iniciada como parte de la Tesis de licenciatura en Psicología que defendió la El sentido de la responsabilidad: un estudio entre jóvenes maestros 43 autora en la Universidad de La Habana, en 2009, titulada «Che en nosotros: una mirada al sentido de la responsabilidad en jóvenes maestros». En esa oportunidad se realizó un estudio de diez casos pertenecientes a los municipios Cerro, Guanabacoa y Plaza de la Revolución, de la ciudad de La Habana. Los entrevistados tenían entre 17 y 25 años. La Tesis puede ser consultada en la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana. 2. Beatriz Marcos, «El desarrollo de la identidad profesional del maestro. Un enfoque teórico y una propuesta de intervención», Tesis de Doctorado en Ciencias Pedagógicas, Universidad de La Habana, 2005, p. 11. 3. Colectivo de autores, La educación de valores en el contexto universitario, CEPES-Editorial Félix Varela, La Habana, 2001, p. 121. 4. Hoy, en el país la disponibilidad de personal docente es insuficiente, lo cual está relacionado con el abandono de la profesión por un número considerable de maestros y con deficiencias en la motivación para dedicarse a esa labor, entre otros factores. Asimismo, no ha existido una adecuada orientación profesional pedagógica, ni un trabajo sistemático, coherente e integral para cambiar dicha situación. Esta problemática se agudizó en las últimas décadas, sobre todo a partir de los años 90. Véanse, entre otros autores que se acercan al tema: Fernando González Rey, Gustavo Torroella, Diego González Serra y Ana L. Segarte. En instituciones especializadas, como el Instituto Central de Ciencias Pedagógicas (ICCP), el Centro de Estudios para el Perfeccionamiento de la Educación Superior (CEPES) y el antiguo Instituto Superior Pedagógico Enrique J. Varona (ISPEJV) se pueden consultar diversos estudios que incluyen el sentido de la responsabilidad del maestro, aunque sin la especificidad con que se aborda en el presente trabajo. 5. Véase Desireé Cristóbal y María I. Domínguez, «La participación social desde la perspectiva de la juventud cubana» en Cecilia Linares, Pedro E. Moras y Yisel Rivero, La participación. Diálogo y debate en el contexto cubano, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2004. 6. Los criterios de los maestros, empleados en este artículo, aparecen bajo seudónimo. 7. Véase Laura Domínguez, «Identidad, valores y proyecto de vida» (soporte electrónico), Facultad de Psicología, Universidad de la Habana, 1992. 8. Véase Gloria Fariñas, Maestro: una estrategia para la enseñanza, Editorial Academia, La Habana, 1995. 9. Para ahondar en esta temática, véase Ana Luisa Segarte y Oksana Kraftchenko, «Espacio grupal, redimensión del rol del profesor y educación en valores a través del currículo», Revista Cubana de Educación Superior, n. 3, La Habana, 2005, pp. 70-84. 10. Véase Edgar Romero et al., «Juventud y valores en los umbrales del siglo xxi», en Cuba: jóvenes en los 90, Centro de Estudios sobre la Juventud-Casa Editora Abril, La Habana, 1999. 11. Véase María Isabel Domínguez, «La juventud cubana: sujeto social del desarrollo» (soporte electrónico), Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana, 2003, disponible en la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana. 12. Sobre este asunto, Luis R. López Bombino plantea que «para la configuración individual del valor, en tanto proceso, resulta vital la defensa de espacios destinados para la reflexión, la discusión y el debate [...] no por gusto la acción educativa debe ser fuente 44 Milena Hernández que desarrolle las más variadas potencialidades; a la vez que la oportunidad para ejercer la crítica hace posible la apropiación de valores [...] pero esta ha de lograrse apelando al diálogo, nunca al discurso impositivo y rígido» («El diálogo y la cultura del error en la formación de valores», Temas, n. 15, La Habana, julio-septiembre de 1998, pp. 11-5). 13. Fidel Castro, «Discurso pronunciado en el acto de graduación del primer curso emergente de formación de maestros primarios, efectuado en el teatro Karl Marx, el 15 de marzo de 2001», disponible en www.granma.web.co.cu (consultado el 28 de febrero de 2012). 14. Véase Nancy Chacón, «Moralidad histórica: premisa para un proyecto de la imagen moral del joven cubano», Tesis de Doctorado, Facultad de Ciencias Humanísticas, Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, La Habana, 1996. 15. Si bien no he realizado estudios ulteriores de gran envergadura sobre los maestros «emergentes», los contactos sistemáticos que he mantenido con fines investigativos con jóvenes profesores en varias escuelas primarias de La Habana durante los tres últimos años, me permiten considerar que, en buena medida, los contenidos asociados al sentido de la responsabilidad y sus expresiones conductuales hallados en la investigación inicial reflejan el imaginario de un conjunto más amplio de «emergentes». Para ellos es válido también, «reconocer su cualidad de no hecho, de producto no acabado»; como afirmara el Che Guevara «las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual» (El socialismo y el hombre en Cuba, Editora Política, La Habana, 1974, p. 6). La sociedad escrita: recuperando la obra literaria de Marcelo Pogolotti Olga García Yero Profesora e investigadora. Instituto Superior de Arte (Camagüey). M arcelo Pogolotti, en los difíciles tiempos de la vanguardia, buscó su propio lenguaje pictórico con el presupuesto de una constante ruptura con los localismos y el énfasis en lo pintoresquista, lastres que marcaron mucho la pintura latinoamericana del tránsito entre los siglos xix y xx. Desde muy temprano, concibió el arte como intensa expresión de la conciencia de una época. Al referirse a aquellos primeros momentos de búsqueda de una poética artística señalaba en Del barro y las voces: Me pareció natural empezar por lo más sencillo, vale decir abordando un problema tan grande y complejo del modo más despojado posible, presentándome ante él, por decirlo así, completamente desnudo a fin de partir desde cero para ir levantando el edificio desde los cimientos. Pero no resultaba fácil librarse de todo el lastre de prevenciones, hábitos y conceptos erróneos o periclitados y volver a ser uno mismo. Hacer tabla rasa del cúmulo de ideas y opiniones trabajosamente adquiridas para empezar de nuevo, constituye una de las renunciaciones más difíciles. Pronto descubrí, sin embargo, entre el fárrago de mi chatarra artística, un buen número de conceptos que coincidían con algunos de los nuevos o más recientes de entonces.1 Para este hombre el arte era indagación de un lenguaje desde la decantación de otros textos y a partir de su propia conciencia creadora. Para eso no bastaba con la experimentación, sino que se necesitaba una cultura más allá de la mera visualidad. El artista, por tanto, tenía que convertirse en antena receptora de su tiempo. Tales presupuestos están presentes en libros como Puntos en el espacio y Época y conciencia, aparecidos entre 1956 y 1961. La sociedad escrita: recuperando obra literaria de Marcelo Pogolotti n. 72:la45-51, octubre-diciembre de 2012 45 Dueño de una pintura única, al punto de que puede considerarse como el más original artista plástico de nuestra vanguardia, dejó una extensa obra en prosa donde pocos géneros o temas quedaron excluidos. Posiblemente ningún otro de los pintores cubanos que también ejercieron como escritores, nos haya legado una obra tan variada, profunda y aportadora como la suya, de la que el público cubano del presente ha estado privado por falta de reediciones, y por el silencio casi total de la crítica y las investigaciones artística y literaria. Merece atención, en primer término, su prosa de ficción, integrada por novelas como La ventana de mármol (1943); El caserón del Cerro (1961) —publicada tardíamente, pues se escribió veinte años antes—; Estrella Molina (1944), sin lugar a dudas el texto más significativo y depurado de la vanguardia literaria cubana. A todo esto se añaden cuentos y una comedia que recogió en Los apuntes de Juan Pinto (1951) y Segundo remanso (1948). En 1963 publicó en México su último texto de ficción, Detrás del muro, calificado por él como cuento-novela. Paralelamente, produce una prosa reflexiva con un amplio espectro temático. Sus ideas acerca del proceso de creación artística, el arte, la cultura, la literatura, la sociología, la psicología y la filosofía, entre otros, quedaron expuestas a través de su labor periodística en los diarios El Mundo, en Cuba y El Sol, en México. Tiene otros textos imprescindibles como La pintura de dos siglos, La clase media y la cultura, La República a través de sus escritores, Puntos en el espacio, Época y conciencia, El camino del arte, «Víctor Manuel», La clase media en México y Los pobres en la cultura mexicana. No son pocos los riesgos que se corren al hacer en su obra un mecánico deslinde entre prosa de ficción y reflexiva. Muchas veces, Pogolotti se sirve del relato para dar rienda suelta a sus ideas en relación con el ser humano, la cultura y el arte. Del barro y las voces trasciende cualquier clasificación formal como simple autobiografía, para convertirse en un documento que recorre un período trascendente de la memoria cultural cubana desde una perspectiva culturológica: 46 por cómo ha sido trabajado su personaje principal, sino también por la postura crítica, aun irónica, que el autor asume ante determinadas corrientes del pensamiento de su época. Así, sus ideas sobre el existencialismo y, a la vez, el impacto de la máquina sobre el hombre quedan explícitas en: «Mientras tanto, grandes eruditos escriben copiosos volúmenes analizando la falta de «voluntad de vivir» que mantiene paralizadas a vastas capas de la población. Pero su amigo íntimo era víctima de los metales».4 En ese texto hay un despliegue de ideas en relación con el hombre contemporáneo en un mundo en crisis de enajenación. La única salvación para su protagonista está en el arte, al cual el autor le concede una enorme fuerza axiológica. Por esa razón, en efecto, Estrella Molina es la más sugerente de nuestras novelas de la vanguardia porque toca, como ninguna otra, todo el andamiaje sobre el que se edifica el mundo social de la cultura. En El caserón del Cerro ya aparecen perfilados una serie de aspectos que constituyen regularidades de estilo en esta zona de su prosa. Así, el tratamiento de los espacios alcanza en él una dimensión muy fuerte dada su óptica esencialmente pictórica. Al referirse al vínculo entre el espacio narrativo y otras formas artísticas, Michel Butor advertía: «En lo que concierne al espacio, su interés no es menor, ni menos íntima su vinculación con la pintura. No solo puede, sino que en ciertos momentos debe incluirla».5 En El caserón del Cerro semejantes confluencias en el tratamiento espacial hacen que, ante ciertos pasajes de la novela en cuestión, alcancen la intensidad visualizadora de la pintura. Es notorio el interés que el artista pone en mostrar la arquitectura insular: Era la única niña en una inmensa casona que bien podía llamarse «asilo de ancianos», porque en el hermoso portal coronado de un curvilíneo tímpano barroco sobre un espeso arquitrabe que sostenían ocho gruesas columnas dóricas, pasaban el día sentados en sendos sillones el abuelo y la abuela sin cambiar una sola palabra.6 Andando el tiempo escribí contra la corriente Los apuntes de Juan Pinto, donde expongo en forma de relato la evolución y conflictos interiores de un pintor, que lo inducen a dejar el seductor sensualismo y el deslumbrante artificio superficial, logrados a duras penas, de su pintura, por algo de más calado, no ya de tipo surrealista o clínico psicológico, sino de más altura y amplitud también, vale decir de tres dimensiones humanas, merced a una conciencia social. 2 Al detenerse en estos detalles de la arquitectura, no solo devela su profunda cultura al respecto, sino también rompe toda atadura con la manera plana y descriptivista de reflejar el espacio, tan cara a la literatura costumbrista en la Isla. Eso refuerza el tratamiento psicosocial de los personajes en la novela, sin la necesidad de detenerse —como en su tiempo lo hiciera Miguel de Carrión— en extensas valoraciones condicionadas por una endeble concepción positivista de la sociedad. Para perfilar el cambio de su protagonista, a Marcelo Pogolotti le basta con decir: En su novela Estrella Molina, las reflexiones sobre tales tópicos son tan frecuentes que, en 1946, en el prólogo que le dedicara a la primera y única edición cubana, Guy Pérez Cisneros expresó: «Hay aquí una novela filosófica».3 Tal afirmación no está dada solo Su nueva morada en la calle Aguacate era una típica construcción de esos maestros de obra catalanes que padeció la República en sus primeros años de vida. Poco más que albañiles de oficio, atiborraron secciones enteras de La Habana con sus horrorosas herejías arquitectónicas. Así, la fachada de la casa estaba cubierta Olga García Yero de cursis garambinas, y sus inarmónicas proporciones hacían añorar la sobría sencillez y las nobles dimensiones de los edificios de la colonia. En lugar de los pintorescos balcones de antaño, un adefesio de hierro que no cuadraba ni con la olla podrida de adornos de distintos estilos concebida por el maestro de obras, se extendía al frente de la casa. Una escalera de mármol asaz estrecha conducía a los altos, desembocando junto a la sala, separada del comedor tan solo por dos columnas y una balaustrada. Las puertas y ventanas eran exageradamente altas y angostas, y las demás habitaciones, comunicadas por un balcón interior, muy reducidas. Cuando Paulina entró advirtió el contraste con su antigua residencia. 7 La espacialidad también constituye un fuerte nexo con la cultura que se vive. Por eso, no se trata únicamente de mirar cómo se construyen estos espacios, sino de analizar también cómo estos, a través de determinados modelos, expresan una concepción del mundo que permite estructurar el texto artístico; el espacio actúa como un organizador del texto que el lector tiene ante sí. Por eso, puede integrar las diferentes artes, entre ellas la música, como apunta el propio Butor. En El caserón del Cerro esta integración se evidencia a través de los espacios tratados por el novelista. Así se develan las modas musicales y la creciente americanización de la vida insular en los años de la República; así como las formas del vestir, las revistas y otras modalidades que van a marcar esa torcida modernidad que caracterizó aquellos tiempos. La novela se organiza como un perpetuo viaje de la protagonista, quien recorre diferentes escenarios sociales y geográficos, dentro y fuera de la Isla. Esa traslación entraña también cambios sucesivos de espacios que denotan una geografía social y epocal. La casa en este texto adquiere tal protagonismo, que llega a marcar de modo especial la vida de los personajes que la han habitado. El caserón se presenta como un destino del cual no es posible zafarse aunque se cambie de lugar. Habría que observar, desde una voluntad creativa muy diferente y original, El caserón del Cerro; sin embargo, forma parte de varias direcciones que, en las artes de Cuba, convierten el espacio doméstico en una especie de entidad suprapersonal y de vagos relumbres ontológicos de lo cubano: por ejemplo, la extensa secuencia de encierro en el caserón colonial con que inicia El siglo de las luces, de Alejo Carpentier; la obsesión de encerramiento de Jardín, de Dulce María Loynaz, una obra tan diversa en tono y factura, tan ajena en perspectiva estética, pero también marcada por la imantación hacia la casa como microuniverso; la densidad que adquiere el ámbito del hogar cubano en Paradiso, de José Lezama Lima, o, ya en la contemporaneidad, la agudeza incisiva de Casas del Vedado, de María Elena Llana. Se trata de una perspectiva creadora, más que de una temática propiamente dicha, en la que se focalizan, en distintas obras de creación nacional, la familia —recordar Aire frío, de Virgilio Piñera— y la casa —La casa vieja, de Abelardo Estorino, entre otras— como obsesiones que imantan la percepción del artista. Por eso, desde el prólogo mismo el autor nos advierte que: La casa se impregna de la vida y el espíritu de sus moradores. Testigos constantes de las cuitas, los afanes y las alegrías de las personas que cobijan, acaban por identificarse con ellas. Con el decursar de los años forman parte de una misma sustancia. Constituyen una entidad que deviene un mito. Así, se designa con la palabra «casa» una estirpe, una empresa comercial, una familia que se frecuenta. En esa mitología se ceban la imaginación y las fantasías, tanto individuales como populares. Pero las mismas llevan impregnadas algo de la realidad que las nutrió.8 La ciudad como topos es parte de su poética en El caserón del Cerro y en Estrella Molina. El marcado interés de Pogolotti por la ciudad como tema narrativo, se debe a que esta no es solo un espacio de concentración humana, sino también de producción de bienes culturales con la dinámica peculiar de la megalópolis de comienzos del siglo xx. El personaje principal de Estrella Molina, Lorenzo, ha perdido la imaginación y, en consecuencia, su capacidad para apreciar la belleza. Su trayectoria espacial en el texto es zigzagueante, lo que denota sus dudas y vacilaciones como la falta de fe en el arte y en la vida. Las interrogantes de este hombre —de vida esencialmente urbana— pueden ser también: ¿Es la ciudad fuente alternativa de creación o de decadencia? ¿Es lo urbano estilo de vida y expresión de la civilización? ¿Es el medio ambiente factor determinante de las relaciones sociales? Tales son las conclusiones que se podrían deducir de las formulaciones más difundidas en relación con el tema urbano: los polígonos urbanos periféricos enajenan; el centro libera, los espacios verdes relajan, la gran ciudad es el reino del anonimato, el barrio produce solidaridad, los tugurios originan la criminalidad, las ciudades nuevas suscitan la paz, etc.9 La ciudad es percibida, tanto en El caserón del Cerro como en Estrella Molina —así como en la también vanguardista Écue-Yamba-O, de Carpentier—, desde una fragmentación pictórica; nunca hay una imagen totalizadora de lo urbano. Todo el espacio se da en escorzos, detalles de fachadas, esquinas; no parece tener interés más que en el detalle. Esta es una de las formas más fuertes del componente pictórico en la narrativa de este artista. La ciudad, pues, aparece por sus ruidos, voces y la rapidez de los acontecimientos, especialmente en Estrella Molina: Por la ventana del tamaño de un libro de contaduría entra un rayo de sol. Empieza corto y se va alargando paulatinamente, a medida que le da vuelta a la habitación, como un brazo extendido tocando distintos objetos. El primer día fue interminable. Poco a poco, los ruidos del exterior iban tomando su sitio exacto en el orden de las La sociedad escrita: recuperando la obra literaria de Marcelo Pogolotti 47 Dueño de una escritura fundadora, tanto por su afán de renovación narrativa como por la densidad de su reflexión ensayística, Marcelo Pogolotti no fue un pintor que a ratos escribía. Es —y resulta terrible reconocerlo tras tanto tiempo de silencio sobre su escritura— uno de los intelectuales de mayor intensidad, impulso creador, originalidad y desafío, de toda la literatura insular en el pasado siglo. cosas. Los chirridos de los tranvías que frenaban antes de llegar al bivio, gritos de vendedores, barullo de niños que vuelven de la escuela, pasos de vecinos que regresan a sus habitaciones, descarga de agua en las tuberías. Luego, la sucesión de los días y las noches se hace más rápida, hasta adquirir la cadencia de la rotación del haz luminoso.10 Hay momentos en esta novela en que se logra un barroquismo muy peculiar, lleno de una espléndida expansión tropical, que no es solo belleza, sino un fenómeno estético de mayor complejidad. El propio Pogolotti advierte en el texto: Pero hay veces que la desnudez de las formas se presenta con la plenitud de su horror. Mientras más bellas son las cosas, más espantan. Los detalles más insignificantes cobran una elocuencia temible que se trasmite a través del espacio con inusitada impetuosidad.11 Entonces, se produce una metaforización muy peculiar de la realidad hasta alcanzar momentos tan líricos como el siguiente: Hay días en que la ciudad cobra una incisiva realidad que corta nuestras fibras más delicadas. En el Parque Central los gritos estridentes de dos palacios no consiguen rasgar el silencio del alba. Bajo el amplio boquete abierto del cielo, los mil dedos truncos del Centro Asturiano no logran alcanzar el infinito; y el anhelo inútil de perpetuar con la piedra en medio de la plaza la memoria de un alma grande y generosa deprime. En la luz de los contornos y relieves penetran como navajas, en tanto que la materialidad de las cosas nos aplasta y la objetividad de los objetos se manifiesta como una sentencia irrecusable.12 Muy pocas veces ha habido en la literatura cubana una evocación tan recia, sobria y, a la vez, desgarrada de la figura de José. ¿A dónde nos impulsa esta novela? A mirar el arte y la ciencia como formas de genuina expresión del pensamiento humanista, que, justo en la primera mitad del siglo xx, se enfrentó a una de sus crisis más brutales y, también, promisorias. A encontrar en la naturaleza una de las savias fecundadoras de la vida del hombre y, a reconocer en ella la virtud de una pureza en bruto. El hombre, atrapado por la historia, no puede perder el sentido de la época en que vive. Arrastrado por desgarradoras circunstancias puede llegar a la duda y al silencio, pero está obligado a reaccionar en pos de una belleza que no solo se encierra en el arte, sino que forma parte de un presente que, si ya no virginal, ni vivaz ni mucho menos bello, es el sustento de una 48 Olga García Yero existencia —individual, social— que debe ser asumida para poder vivirla con esencial dignidad. Cuando años después, en 1963, publicaba en México Detrás del muro, cerraba su ejercicio como narrador. Aquí, el espacio adquiere otras sutilezas y el artista concentra su atención en la proyección enormemente humana del personaje de Loya, hilo conductor de estos relatos. La ciudad es apenas un referente cuya función es darles paso a la casa y al destilado tratamiento de su espacio interior. La saga de la «tribu de los Zabala, emparentada políticamente con la de los Morente»,13 es la historia de una familia y la de un país como México tan dolorosamente desgarrado por revoluciones y revueltas que han marcado la psicología individual de sus hombres y mujeres. La casa como espacio vuelve a ser ahora el centro de atención del artista y logra, en efecto, un excelente cierre en su periplo como narrador. Estas consideraciones sobre aspectos parciales, son un botón de muestra de lo que podría decirse. La obra literaria de Marcelo Pogolotti no es un mero desvío, de gracia menor, ni un violín de Ingres de su talento pictórico. En un momento en que el costumbrismo seguía campeando por sus respetos en Cuba —influjo que se prolongará, aunque no siempre se reconozca, hasta bien entrada la narrativa de la Revolución—, cuando había que tomar el toro por los cuernos y probar una narrativa divergente de la oficial, Pogolotti se atrevió a una obra llena de sugerencias, de abocetamientos, destinada a un lector consciente y activo. Como es obvio, en ello influyó su perspectiva de pintor de vanguardia. Pero cabría preguntarse si no fue su condición de narrador nato la que permeó al pintor de intenso dramatismo. Sus novelas están marcadas por un humanismo de entraña y una percepción apasionada de la finalidad del arte, cualidades también presentes, con fuerza mayor si cabe, en su ensayística. El periodismo es una de las zonas del artista menos conocidas. Sus colaboraciones cubrieron poco más de una década en el periódico El Mundo y luego, en los años 70, ejercería este oficio para El Sol, de México. Diversos fueron los temas que le ocuparon entonces, especialmente en El Mundo, donde daría a conocer jalones importantes de su crítica de arte, al punto de ser considerado por Rafael Suárez Solís «como el único crítico de arte entre nosotros».14 Además, incursionó en tópicos como la economía, de la cual dijera en su texto «Lo básico»: Si la economía no llega a ser una ciencia, tal vez tenga algo de arte. Esto resulta tanto más cierto si se le atribuye una finalidad humana, convirtiéndola en algo viviente. La economía pura no pasa de ser una quimera.15 Publicó reseñas de libros como Biografía del tabaco habano, de Gaspar García Galló y dedicó espacio a la obra de Oscar Wilde desde una perspectiva estética y sociológica. Artículos como «El intelectual puro» mantienen hoy una enorme vigencia por su carácter polémico y profundo a la hora de valorar la relación de este con la sociedad y la cultura de su tiempo. Igual ocurre con «Los filósofos y la pintura», donde refuta las ideas del filósofo mexicano Miguel Bueno expresadas en Filosofía de la cultura: Los filósofos suelen desatinar cuando hablan de arte, aun más cuando se trata de las artes plásticas. Siéntense situados en el ápice de la pirámide del saber. Desde esa altura, sosteniéndose sobre un sólido cuerpo de conocimientos con una base científica apoyada en la tierra, creen orientar la actividad del espíritu humano. Así debería ser, en efecto. Pero hay experiencias que por serles ajenas, los desnaturalizan para integrarlos en la estructura racional del edificio de conceptos que han levantado en cuya cima se sitúan. Aun cuando atinan en el descubrimiento y la codificación de ciertas leyes del fenómeno artístico, son contadísimos los filósofos que logran dar el salto metafísico en el predio del arte. Ya sea por instintiva puntería o con apoyo del pensamiento metódico, son los propios artistas, amén de los filósofos y críticos excepcionales cuya sensibilidad que les da acceso a los arcanos del arte, los llamados a elaborar los conceptos estéticos adecuados a las proyecciones culturales de cada momento histórico.16 El periódico sirvió para dar a conocer algunos de los trabajos que luego aparecerían en sus libros de ensayos. Es el caso de «Primeros pintores paleolíticos», publicado en las páginas de El Mundo en marzo de 1961, como parte de un ensayo mayor; «La conciencia epocal en el arte», con el que inicia Época y conciencia, editado en México ese mismo año. En este artículo, Pogolotti refuta la posición de Arnold Hauser en Historia social de la literatura y el arte, de exagerar de modo mecanicista la relación entre la sociología y el arte, hasta el punto de considerar este último fruto exclusivo de las condiciones sociales. Lo significativo es que tiene su parangón, en otro que, en 1968, bajo el título de «La historia social del arte», publicaría Ernst H. Gombrich en Meditaciones sobre un caballo de juguete. Ambos autores coincidieron en que Hauser había sobrevalorado el papel de la sociología en el arte. Así, Gombrich exponía: Lo que se propone describir a lo largo de su texto no es tanto la historia del arte o de los artistas, cuanto la historia social del Mundo Occidental tal como la ve reflejada en los modos y tendencias cambiantes de la expresión artística: visual, literaria o cinematográfica. Para su propósito los hechos solo tienen interés en cuanto se relacionen con su interpretación. Incluso, se inclina a dar por supuesto que se conocen, y a dirigirse a un lector familiarizado con los artistas y obras comentados, suponiendo que el lector solamente busca orientación sobre su significado a la luz de la teoría social. 17 Al respecto, Marcelo Pogolotti había apuntado una idea fundamental: La sociología constituye un valioso auxilio para estudiar el arte, pero este también lo es para aquella. El error reside en creer que el arte es fruto del medio. La sociología puede explicar el contenido intelectual y circunstancial del arte, pero nada dice de su naturaleza ni de la esencia que refleja el sentido privativo del artista. Mas, los sociólogos hablan como si el sentimiento estético hubiese nacido, no ya en el hombre, sino en la vida social. El punto de partida es el artista, no la sociedad. Historiadores de mirada tan profunda y de pasmosa erudición como Arnold Hauser han soslayado o subestimado este hecho, que precede a los demás de índole adjetiva. Es el peligro en que incurren quienes se sitúan demasiado exclusivamente dentro del enfoque sociológico.18 Época y conciencia no solo centra su interés en la relación del arte con las épocas históricas, sino que penetra en el fenómeno artístico como un sistema. Marcelo Pogolotti considera que el miedo, por ejemplo, puede ser un componente humano y artístico. Al analizar esta afirmación, el lector puede percatarse de cómo la historia del arte da fe de la importancia del miedo y la violencia como componentes temáticos. No por gusto una personalidad como la de Iuri Lotman dedicó tiempo al estudio de lo que él denominó la semiótica del miedo. Para Pogolotti, esto queda expresado por medio de una interesante relación sistémica entre el miedo, la violencia y el misterio. Y todo es el resultado de la conciencia artística la cual analiza desde la perspectiva del arte, así como desde de la estética y la filosofía. No se limita, pues, a la simple búsqueda de relaciones, sino que deja explícita la evolución conceptual de la conciencia artística desde posiciones críticas y culturológicas. El ensayista pone al lector en la posición de obligada reflexión ante las ideas que él muestra. Está generalmente admitido que el arte es reflejo de su época. Pero cabe preguntarse si resulta lícito afirmar que siempre ha sido así, aun en épocas de las que no poseemos las pruebas documentales suficientes para fundamentar dicho criterio.19 Para él, la duda es un principio creador que forma parte inalienable de la conciencia de una época, en general, y del arte en particular. La duda es considerada como categoría que impulsa el conocimiento y que el hombre asume como norma para la transformación de la realidad porque es una de las formas de entender el progreso de una época a otra. Según Pogolotti, La sociedad escrita: recuperando la obra literaria de Marcelo Pogolotti 49 lo que llamamos espíritu de época no es causa sino una resultante de los estados de conciencia circunstanciales, directamente relacionados con los acontecimientos, pudiendo coexistir, inclusive, varios estados de conciencia diferentes, según la ubicación social y humana, al paso que cada momento histórico se resume en un solo espíritu abarcador de la época».20 Puntos en el espacio. Ensayos de Arte y Estética (1955) constituye un texto fundacional para los estudios teóricos del arte en Cuba. Resulta verdaderamente lamentable la ausencia de examen sobre la ideas contenidas en este libro, cuya vigencia sigue siendo reconocible: El anti-intelectualismo a ultranza ha servido de justificación a una multitud de escritores y artistas que, carentes de inquietud intelectual, se han entregado por entero al instinto para derivar hacia la rutina, el hábito, el lugar común y la trivialidad, sin acertar a descubrir nuevos derroteros.21 En su ensayística, Pogolotti aborda con énfasis los problemas de una posible conceptualización del arte a partir de sus diversas manifestaciones y géneros. Es el primero en hablar de la cultura no como entelequia, sino como un sistema abierto y lleno de asociaciones, en especial, con las manifestaciones del arte; todo ello lo sitúa dentro de una prosa reflexiva fundacional en lo que al pensamiento estético insular se refiere. Entre otras facetas, entenderá que la cultura a más de impartir amplitud y elevación al arte, afina la intuición y la enriquece con un vasto acervo de asociaciones. Para no inflarla monstruosamente, no está de más examinar cuánto hay de consciente y lógico en la captación de vivencias artísticas y los descubrimientos a que conducen. El intelecto ilumina las percepciones inmediatas, enriquecidas por la cultura planteadora de interrogantes, tanto en el campo sensorial al que pertenecen v.g., el color y la textura, como en el formal del equilibrio y la proporción, e incluso en el de la empatía, o sea, la tendencia a atribuirle a ciertos objetos sentimientos que dimanan del sujeto mismo.22 Entre sus ensayos está un excepcional trabajo, «Del espacio al tiempo», donde subraya la importancia del espacio como categoría estética: «El espacio es lo primero que el hombre, al igual que el niño, tiene que afrontar con el mundo exterior».23 Y agrega: En la pasada centuria el papel del tiempo creció con el aceleramiento de la producción, llegando a identificarse con el oro. Bergson se atiene a él al remitirse al movimiento. Hoy deviene una obsesión, aunque se emplea todavía la expresión «espacio de tiempo.24 Estas son reflexiones de quien piensa en filosofía y estética tanto como en instrumentos de expresión. Pero el novelista Pogolotti se encarga muy bien de hacer evidente que lo pensado en términos abstractos puede traducirse muy concretamente en términos de construcción artística. Por su doble condición de pintor y novelista, pensó largamente sobre la espacialidad 50 Olga García Yero desde una filiación no solo estética, sino también filosófica. Fue el primero de los ensayistas cubanos en abordar estas categorías que recién hoy son asimiladas no solo en los estudios literarios de la Isla, sino también en los de América Latina. Por su parte, La clase media y la cultura, texto publicado en México en 1970, abre caminos para el estudio de la cultura continental. Así lo demuestra el ensayo «El meridiano de México», valoración crítica de lo que ha sido y es para el continente la cultura de ese país. Sus juicios sobre el surgimiento de la pintura mexicana, el muralismo, la narrativa de la Revolución mexicana y su perdurabilidad temática y psicosocial, constituyen una lección extraordinaria. El desarrollo del pensamiento filosófico y el papel de figuras como Justo Sierra y José Vasconcelos, según Pogolotti, son una muestra de cómo la conciencia de una época debe ser asumida como una diversidad sistémica y contradictoria. Al acercarse al estudio de un novelista como Agustín Yáñez y a su texto, La tierra pródiga dirá: «Esta novela sí es barroca».25 Y para afirmarlo se apoya, sobre todo, en el lenguaje empleado por el novelista. De esta manera entra en el grupo reducido de intelectuales cubanos —y aun de Latinoamérica— interesados en meditar sobre las aristas teóricas del barroco como impronta del arte continental. Prestó especial atención al problema de la conciencia estética en su relación con los nuevos derroteros del arte del siglo xx. Supo darle cuerpo a textos que mantienen hoy una vigencia impactante. No puede ser de otra manera cuando la crítica se hace desde la cultura, la ética y la inteligencia creadora. Dueño de una escritura fundadora, tanto por su afán de renovación narrativa como por la densidad de su reflexión ensayística, Marcelo Pogolotti no fue un pintor que a ratos escribía. Es —y resulta terrible reconocerlo tras tanto tiempo de silencio sobre su escritura— uno de los intelectuales de mayor intensidad, impulso creador, originalidad y desafío, de toda la literatura insular en el pasado siglo. Por ello, para defender nuestra cultura, es necesario reabrir sus páginas, aceptar el diálogo con una de las mentes más audaces de su tiempo. Notas 1. Marcelo Pogolotti, Del barro y las voces, Letras Cubanas, La Habana, 1982, pp. 246-7. 2. Ibídem, p. 396. 3. Guy Pérez Cisneros, «Prólogo», en Marcelo Pogolotti, Estrella Molina, Imprenta La Verónica, La Habana, 1946, p. VII. 4. Ibídem, p. 6. 5. Michel Butor, «El espacio en la novela», Sobre literatura II, Seix Barral, Barcelona, 1967, p. 51. 6. Marcelo Pogolotti, El caserón del Cerro, Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, La Habana, 1961, p. 14. 7. Ibídem, pp. 139-40. 8. Ibídem, pp. 7-8. 9. Manuel Castells, La cuestión urbana, Editorial Félix Varela, La Habana, 2005, p. 93. 10. Marcelo Pogolotti, Estrella Molina, ob. cit., p. 6. 11. Ibídem, p. 18. 12. Ibídem, p. 17. 13. Marcelo Pogolotti, Detrás del muro, Costa-Amic, México, DF, 1963, p. 21. 14. Rafael Suárez Solís, «Pogolotti, pintor de una época», Diario de la Marina, La Habana, 1956. 15. Marcelo Pogolotti, «Lo básico», El Mundo, La Habana, 19 de mayo de 1959, p. A-4. 16. Marcelo Pogolotti, «Los filósofos y la pintura», El Mundo, La Habana, 24 de octubre de 1962, p. 4. 17. Ernst H. Gombrich, «La historia social del arte», Meditaciones sobre un caballo de madera, Seix Barral, Barcelona, 1968, p. 113. 18. Marcelo Pogolotti, «La conciencia epocal del arte», Época y conciencia, Editorial Cultura T. G., México, DF, 1961, pp. 12-3. 19. Ibídem, p. 82. 20. Ibídem, p. 90. 21. Marcelo Pogolotti, Puntos en el espacio. Ensayos de Arte y Estética, Lex, La Habana, 1955, p. 11. 22. Ibídem, pp. 11-2. 23. Ibídem, p. 219. 24. Ibídem, p. 222. 25. Marcelo Pogolotti, «El meridiano de México», La clase media y la cultura, Costa-Amic, México, DF, 1970, p. 108. L La sociedad escrita: recuperando la obra literaria de Marcelo Pogolotti 51 Homoerotismo y nación: otros cuerpos y otras Cubas en Sonia Rivera-Valdés Mabel Cuesta Profesora asistente. Universidad de Houston. H ace ya más de una década dejó de ser noticia que la autora que aquí presento puso sobre el tablero del pensamiento cubano no solo una nueva poética de la subjetividad homoerótica, sino también una serie de diálogos en torno a lo nacional y sus posibles reconciliaciones, estigmas y desencuentros, desestimados hasta el momento de la aparición de sus libros. Las potenciales identificaciones e intersecciones entre el cuerpo femenino y la gestión de una nación tan invisible como factible circulan por su obra con efectividad. Si la figura de Sonia Rivera-Valdés (1937) resulta fundamental al estudiar la narrativa de mujeres cubanas del siglo xxi, es porque la publicación de sus textos en La Habana despliega una serie de temáticas que habían estado tácitamente proscritas. Todo sucedió luego de ganar el prestigioso «Premio extraordinario, Cuba-Estados Unidos, cuento» (1997) de Casa de las Américas con su libro Las historias prohibidas de Marta Veneranda.1 Curiosamente, Las historias… es el primer libro de Rivera-Valdés y con él incorpora al imaginario narrativo de la década una serie de tópicos que hasta el momento no habían sido atendidos en la Isla desde la extensión rizomática de su complejidad; sintonizando algunos de ellos con la nueva y desplazada realidad de la era postsoviética. Las historias… se presenta como un recorrido de los emigrantes hispanos por ambientes neoyorquinos. Comienza con un relato titulado «Cinco ventanas de un mismo lado» y concluye con «La más prohibida de todas». Ambos cuentos, según Víctor Fowler, funcionan como opositores dialécticos,2 en donde dos 52 Mabel Cuesta n. 72: 52-57, octubre-diciembre de 2012 pares de personajes femeninos responden a situaciones semejantes: una de ellas reside en la Isla, mientras la otra es una exiliada. «Cinco ventanas de un mismo lado» refleja el reencuentro, en Nueva York, de Laura y Mayté, primas que han estado separadas desde que la segunda dejara el país. La visita de Laura a los Estados Unidos propicia un encuentro homoerótico de señas similares al de «La más prohibida de todas» donde Martirio, una cubana residente en Nueva York, se encuentra —primero en esa ciudad y luego en la capital cubana— con Rocío, una joven escritora. Ambos textos se construyen en espacios que funcionan ocasionalmente como hiperónimos —ciudades que contienen muchas otras y, además, están cargadas simbólicamente al sintetizar el histórico antagonismo político Cuba vs. Estados Unidos. Es por ello que consiguen, por primera vez en la narrativa producida por una cubana, poner en discusión la idea de lo homoerótico femenino como herramienta posible para una reconstrucción nacional que se mueva en las esferas del diálogo y la reconciliación. Para Fowler, más de treinta años viviendo fuera del país. Pero es un regreso amparado por dos semas particularmente conflictivos: una memoria de pretensión objetiva —se trata de alguien que se fue siendo adulta y tuvo la posibilidad de comparar realidades— y el exilio vivido como garante, otra vez, de comparaciones prolíficas. Su obrase establece entonces como una ventana al mundo de «afuera» —elemento siempre problematizado frente a la condición insular. La investigadora Marta Sofía López, al tratar de caracterizar su primera obra narrativa,expresó: el encuentro homoerótico es la manera del cuerpo homosexual de vivir desde la diáspora su interacción con la Nación, su historia reciente y su futuro. Es lectura, escritura, memoria, ira, interpretación, metáfora, símbolo, fracaso, posibilidad, reconciliación.3 Tal condición nomádica, que suscribo, se percibe en todo el libro; sin embargo, no por ello deja de conjugarse con una muy peculiar reapropiación de lo nacional en los relatos arriba mencionados. Para seguir argumentando la importancia de estos en el contexto de su aparición, invito a detenernos en las posibles identificaciones en la trilogía lengua-mujer-nación. Para entender dichas identificaciones, basta constatar cómo el relato «Cinco ventanas…» goza en referencias de orden familiar superpuestas a lo nacional: Para los personajes de Mayté («Cinco ventanas…») y Martirio («La más prohibida…»), se trata de enfrentar identidades que han estado en pugna; pero no por el establecimiento de su alteridad sexual, sino por el componente demarcador de lo nacional que viene a ratificarse en los cuerpos de esas cubanas en la Isla que las reintegra a su «ser» primero. En 1991, Senel Paz con «El lobo, el bosque y el hombre nuevo» puso en la palestra pública un primer anuncio de la conflictividad que suponía el velo de silencio tendido sobre el cuerpo homosexual, sus gestos amatorios y su pertenencia o no a la «nación». Según Fowler, con dicho texto quedó establecido que Sonia Rivera-Valdés está también participando activamente en la creación de una cultura alternativa, mestiza, feminista y cosmopolita, comprometida con la transformación de la sociedad patriarcal y de sus mitos acerca de las mujeres. Su obra entra de lleno en los parámetros de lo que Rosi Braidotti denomina «la conciencia nomádica», que ella concibe como «a point of exit from phallogocentrism». Frente a la literatura del exilio, marcada por el sentimiento de pérdida y separación, y a la literatura de emigración, que arrastra el pasado como una carga, la literatura nomádica se define como «a form of resisting assimilation or homologation into dominant ways of representing the self».5 superar la oposición fuerte-débil está en la ampliación del límite de pertenencia al sujeto nacional [...] ensancha desde el presente las posibilidades del panteón heroico de la Nación; permite incluir allí los cuerpos que la tradición quiso prohibidos.4 Tenía el pelo lacio y oscuro, hoyitos en la cara al reírse, las caderas anchas como todas las mujeres de mi familia por parte de madre y los pies muy chiquitos. Eso me llamó la atención. Por la mirada la identifiqué enseguida, aun sin habernos visto nunca. La misma expresión de su mamá, mi prima Águeda. Nos abrazamos muy fuerte y lloramos las dos. Yo no sé por qué lloró ella, puedo decirle que para mí el encuentro significó tener delante, más que a una parienta a quien veía por primera vez, a alguien de mi sangre cuyos ojos veían todos los días el sol salir y ponerse sobre Caibarién, que al despertar oía cantar los pájaros cubanos y pisaba yerba cubana cuando salía al patio. La miraba, no podía dejar de pensar en eso, y lloraba.6 Por su parte, los cuentos de Rivera-Valdés expanden esa misma conflictividad hacia dos zonas más álgidas aún: la pertinencia de lo homoerótico proscrito femenino en dicho «panteón heroico de la Nación» y, desde esa escisión, la re-integración de los sujetos diaspóricos al cuerpo nacional. Al estudiar a Rivera-Valdés me interesa describir el lugar desde donde se enuncia. Su posicionamiento es el de una suerte de outsider que regresa a la Isla con sus ficciones a mediados de los 90 después de haber estado En este mismo cuento aparecen muchas otras referencias de orden cultural: los boleros de Marta Valdés, la música salsa, los Van Van, Pablo Milanés o Silvio Rodríguez. Con todas ellas, Rivera-Valdés se asegura de que, a través del encuentro sexual propiciado entre las mujeres, no dejemos de atender al encuentro real, que sería de otro orden: quienes «se fueron» versus quienes «se quedaron». Esos mundos de referencias entran a escena con la presencia de Laura. El disco de boleros de Marta Valdés es el elemento que Homoerotismo y nación: otros cuerpos, otras Cubas en Sonia Rivera-Valdés 53 los concentra pues es el único regalo que la visitante trae desde la Isla; Mayté sin conocerlos, los toma como buenos, como símbolos del mundo de su madre: «Esa era música de mi mamá» dice Mayté, haciendo un guiño sobre las alianzas entre lo materno y lo nacional. El disco con que ha viajado Laura, y que representa la música de la madre-nación, es el garante del encuentro entre las dos islas-mujeres en Manhattan, territorio que, además, se difumina de inmediato: Bajé la cortina y no volví a subirla en las dos semanas que Laura estuvo allí, gran parte de las cuales pasamos acostadas y bailando boleros en la sala. Hasta me declaré enferma en el trabajo por tres días. Tan poco salimos que me sentí culpable después de irse, por no haberle enseñado más de Nueva York…7 Víctor Fowler, parafraseando a su vez al investigador cubanoamericano Emilio Bejel ha sido preciso al definir lo útil de las identificaciones entre los cuerpos humanos y el cuerpo nacional; leyendo dicho gesto como un modo de desvanecer barreras clasistas y raciales, de capturar lo nacional, de someter la vida personal a una urticante pregunta sobre el sentido; el amante se hace metáfora de la Isla, como ella puntual en el espacio, locus de un eros que encarna en cuerpo únicamente durante aisladas visitas, Isla también en el tiempo.8 En cuanto a lo referido a la lengua como vehículo de reconciliación entre los cuerpos aislados por la política o, si se quiere, la circunstancia económica, esta se entroniza como elemento narrativo que da pie a lecturas nacionalistas en el cuento «La más prohibida de todas». Martirio conoce a Rocío en Nueva York pero dado lo efímero del encuentro y la diferencia de edad no se atreve a dar rienda suelta a las sensaciones amatorias que la chica le provoca. Sin embargo, casi un año después, en La Habana, decide hacer de este regreso un evento mayor y su sorpresa al reencontrarse físicamente con Rocío se debe a una experiencia de goce léxico familiar. Martirio —quien ha tenido una buena cantidad de amantes de los dos sexos y está en la plenitud de su quinta década de vida— se encuentra por primera vez con una mujer joven y ese encuentro se inscribe en la geografía de la Isla. La joven, a su vez, ha sido formada bajo un sistema político y de valores diferente al que Martirio ha vivido; pero ello no le impide ser la interlocutora ideal a su diálogo erótico: No podía creerlo. Fue tanta la sorpresa que casi interrumpo la sesión para decirle que era la primera vez que encontraba a alguien que sabía todas las líneas del guión. Continuamos improvisando hasta terminar, exhaustas, en aquel cuarto despintado, inundado del sol del Malecón, el diálogo perfecto que yo había vislumbrado hace cuarenta años, pero del cual no había tenido certeza hasta hoy.9 Luego del éxito que esta primera colección de cuentos supuso, Rivera-Valdés regresa con Historias 54 Mabel Cuesta de mujeres grandes y chiquitas. Y el elemento de conexión entre ambas obras (más allá de su obvio gusto por destacar en los títulos que es una contadora de «historias») es uno de los personajes de su libro anterior: Martirio, la de «La más prohibida de todas». Ella será la narradora que se repite en cada uno de sus nuevos relatos. Historias de mujeres…está compuesto por pequeñas historias y autobiografías fragmentadas que se enlazan en un haz común: la travesía desde el terreno personal hasta la reconstrucción de historias nacionales. Son también un compendio que puede leerse como un desmontaje de la épica tradicional que reaparece travestida de cotidianidad y aparente falta de significación. Quien escribe y firma la nota necesaria que antecede a los relatos, no es Sonia Rivera-Valdés, ni una prologuista cualquiera, sino Martirio, quien declara ser la autora del libro entero ya que prometió: «publicar[lo] durante mi conversación con Marta Veneranda del Castillo Ovando, hace ya varios años. Con la conclusión de este proyecto pago varias deudas».10 Al ser Martirio la propietaria de la voz que cierra el primer momento del ciclo de Las historias prohibidas…, resulta obvia la voluntad de la autora de establecer un puente entre «La más prohibida de todas», y «La semilla más honda del limón» donde Martirio cuenta al lector el desenlace final de la relación amorosa que comienza con Rocío en «La más prohibida…». Tal rejuego de autoras apócrifas, personajes reaparecidos para revisar historias ya conocidas y cambios de postura con respecto a la voz, se hace harto interesante en una lectura que intente desentrañar las infinitas estrategias con que el yo suele presentarse, reescribirse, redimensionarse, alterarse. Para llegar a esa mirada lateral sobre un libro que propone infinidad de posiciones para acceder a él desde el feminismo, en primera instancia me gustaría dejar al descubierto cuáles son los subterfugios reincidentes que utiliza la Sonia Rivera-Valdés autora, quien vuelve sobre sus dos alteridades esenciales: la de la escucha y la de quien registra lo escuchado para hacerlo literatura; o lo que es igual: la Marta Veneranda y la Martirio, cambiadas de postura según la ocasión. Esos herrajes que emplea para recomponer las versiones de la historia narrada, sea cual fuere, reaparecen con la voluntad de sondear intimidades y explorar la memoria desde sus más impensados recovecos. Son asimismo herrajes de naturaleza inestable porque parten del principio implícito de que al recordar y contar muchos eventos quedarán fuera. E incluso algunos tendrán la función de desmentir lo que fue relatado antes: La conoció una tarde en un comercio de libros antiguos, en Nueva York, dijo Martirio a Marta Veneranda, pero tal vez fue a principios de verano. Sí, un viernes a principios de verano en una conferencia de literatura en La Habana, cuando hacía ya siete años de haber concluido lo que pensó sería su última relación de pareja.11 Aquí se olvida un espacio tan esencial como el del primer encuentro con alguien que más tarde será una pareja. Pudo ser Nueva York o La Habana. No interesa, como tampoco interesa la descripción de exteriores. Los atrezos más relevantes remiten a una paisajística de orden sentimental y también sensorial. Más recoge la memoria olores, sabores, mínimas visiones y estados de ánimo que la exactitud de horarios, sitios o estaciones. La memoria fragmentada, la historia fragmentada, la mujer fragmentada que cuenta y la que escribe no pretenden en ningún caso crear un cosmos narrativo unívoco. Cada una de las intervenciones que vuelve sobre eventos ya relatados en un proceso de recuento parece tener la intención de recolocarlos. De tal suerte, dicha reunión de fragmentos desemboca en el género testimonio, proveyéndolo de algunas variantes formales que no suelen aparecer como ejemplos paradigmáticos al estudiarlo. Los personajes de lesbianas reafirman todo un sistema ideológico en el que Rivera-Valdés mezcla ciertas intervenciones autobiográficas con la exploración en el mundo de la pareja lésbica, la cual es atravesada otra vez por las variables que constituyen el exilio y el cuerpo desmembrado de la nación. Con Historias de mujeres grandes y chiquitas, RiveraValdés regresa al ejercicio de sintetizar una serie de simbolismos que también incluye el conflicto históricopolítico cubano en su dimensión transnacional, pero ahora de manera más pesimista. Las irreconciliaciones y tensiones entre Cuba y los Estados Unidos se resumen en sus parejas lesbianas. Martirtio y Rocío son las elegidas para cristalizar a través de sus actuaciones todas las dudas, inestabilidades, amores, agresiones y utopías que los cubanos desde ambos lados de la frontera física han sostenido por casi medio siglo. Solo que aquí están abocadas al fracaso. Si en el libro anterior se proponía una reconciliación a través de sus cuerpos y se abría una suerte de estrecho de luz para las viejas querellas políticas, en este nuevo, la autora retoma los mismos personajes con la intención de dejarnos saber que tanto el componente generacional como la experiencia ante el proceso revolucionario los alejará en la misma dimensión que sus cuerpos femeninos y maternales pudieron resultarles familiares en los primeros encuentros. La propuesta se hace aquí mucho más espinosa. Es una mirada que entiende la patria como un lugar que se extiende más allá del litoral norte de la Isla; un lugar que continúa reescribiéndose y pensándose en el espacio continental y que, definitivamente y a pesar de las buenas voluntades de algunos sujetos de ambos enclaves, continúa sosteniendo divergencias con el fragmento de sí misma que se inscribe dentro de los límites insulares. Y se abrochó el cinturón de seguridad para el aterrizaje preguntándose qué habría desencadenado la amargura en Rocío. Tal vez, se dijo, apreté suficientemente fuerte, sin quererlo, su tecla del deseo. Pero qué mucho hiere herir —pensó mientras el avión tocaba tierra y se sintió contenta de estar de regreso. En una revista sobre salud leyó que todos los días, al levantarse, debía pensar en tres cosas de su vida con las que se sentía feliz. Al leerla, lo primero que le vino a la mente fue Nueva York.12 Si en «La más prohibida de todas» hay un pretendido cierre esperanzador, en «La semilla más honda del limón» asistimos al desencuentro de los mismos cuerpos que se saben ahora imposibles de amar porque la misma historia nacional de la que han participado desde vórtices desiguales traspasa su función como escenario de fondo y desemboca en la intimidad de las protagonistas. Sus historias de vida están ampliamente conectadas con el referente histórico que las supera. Inscritas en él, los rostros de la identidad nacional que representan se aíslan para reescribir la Historia de manera disonante. El encuentro homoerótico es un elemento que la escritora explora desde la dualidad que le brinda el caso específico de la historia nacional cubana. De este modo, y muy a pesar de los intentos conciliatorios que percibimos y suscribimos en «Cinco ventanas de un mismo lado» y «La más prohibida de todas», tenemos también que concordar con Madeline Cámara cuando dice: Reconciliation is not a priority in writing the «Matria.» On the contrary, itsdestabilizing accent, its multilineal effect, operates by deconstructing binary oppositions such as inside/outside and subject/object, which are more indicative of the patriarchal order confronted by these writers.13 [La reconciliación no es una prioridad cuando se habla de la «Matria». Por el contrario, su acento desestabilizador, su efecto multilineal opera mediante la deconstrucción de oposiciones binarias como dentro/fuera, sujeto/ objeto, que son más características del orden patriarcal confrontado por estas autoras.] Relacionado también con el instinto natural de Rivera-Valdés de repasar y desestabilizar la relación de sucesos de mayor o menor cuantía épica, aquellos que de ordinario narra la mediática oficialidad, la escritora hace uso del realismo sucio estético y elige siempre a La Habana como escenario específico para intentar un singular e íntimo abordaje sociológico de los años 90. En otro cuento muy interesante, «La vida manda», es donde más claramente observamos lo anterior. Su protagonista es un resultado del «período especial en tiempos de paz», y por lo tanto hay que destacar la concordancia que aquí se anuncia entre realismo sucio y crisis. Homoerotismo y nación: otros cuerpos, otras Cubas en Sonia Rivera-Valdés 55 La mirada de Rivera-Valdés se concibe —en el caso de este relato— panóptica, irónica e inscrita otra vez desde un afuera que asegure una historia descarnada y sórdida; una que solo podamos aceptar en el espacio cubano de la crisis. Para ello se entrega al ejercicio descriptivo de situaciones exageradas, casi rocambolescas en su absurdo y, aunque parezca un contrasentido, reales; como una sinonimia ocasionalmente establecida entre lo real maravilloso —centralmente legitimado— y lo real sucio —aún en pleno forcejeo desde el margen. Chupé tete hasta los siete años y tomé leche en biberón hasta los nueve. Esos eran mis únicos consuelos hasta que empecé a templar. De ahí en adelante, esa ha sido la manera de resolver todos mis problemas, físicos, económicos y emocionales. Templando estoy desde los doce años. Fíjate si empecé pronto que yo dudo que eso de la virginidad exista porque nunca fui virgen, creo yo.14 Este es un texto donde se aprecian las típicas exploraciones por el ámbito de la memoria, las subjetividades adheridas a la experiencia de los cuerpos sexuados y marcados psicológica y socialmente en su devenir genérico; la esperada revisión de lastres y flagelos que la crisis económica trajo consigo a la Isla; el componente homoerótico, el incesto; y, para rematar, la exposición tensa del discurso político y de la experiencia del exilio. En el caso específico del incesto se dan varios cruzamientos importantes. El mayor de todos es el hecho de que Obdulia (la protagonista) esté marcada por la pobreza. La serie de episodios de hambre y desamparo determina el final incestuoso. Como única resolución posible, vuelve la hija a la casa de la madre para buscar en ella lo que no tuvo en la infancia: Y ahora hasta se acabaron las habladurías del barrio, ya no hay chismes. ¿Te imaginas? Todo el mundo fascinado con que yo esté allí, con que la cuide. Soy la hija pródiga. La verdad es que esta es la primera vez en la vida que me cuida, que me hace unos frijoles como Dios manda, espesitos y todo […] tengo el problema de la casa y la comida resuelto […] para entender eso hay que haberse visto durmiendo en la calle. Tú sabes lo que es que esta es la primera vez en mi existencia que mi madre me abraza cuando se lo pido, que me abraza sin que se lo pida, que me pide que la abrace.15 El incesto, asumido desde el desparpajo y la conveniencia es la piedra de toque con la que RiveraValdés desarticula el sistema esencialista mediante el cual la imagen de la mujer ha sido construida. Los referentes míticos de la madre y de la hija quedan descompuestos y reorganizados en un esquema de valores que por principio desmorona el binarismo cristiano del pecado y el castigo. De ahí que no sea en otro espacio sino en el de la casa de la madre —quien pasa del estatus tiránico de quien ha abandonado, expropiado y castigado el cuerpo 56 Mabel Cuesta y la mente de la hija al estatus benéfico de la amante que se brinda, con su cuerpo y otros alimentos, al mismo cuerpo que antes lastimó— donde encuentra la protagonista el único refugio a su hambre y su estadio como persona sin techo. Es un juego harto simbólico y provocador con el que Rivera-Valdés consigue resumir su poética narrativa mientras se asegura un puesto entre las narradoras de la propia era postsoviética que aquí describe. Para ello recurre a las mismas obsesiones de quienes producen literatura desde la Isla. Hablo de sus abordajes y usos de movilizadores temáticos y estructuradores de las obras: el hambre y la pobreza como condicionantes inalienables para los que permanecen frente al exilio o la migración como solución a esos problemas básicos de sobrevivencia. O, en un texto como «La vida manda», a través de una recreación de la realidad que se detiene en la alteración del estatus mítico-simbólico de la madre. Si asentimos en identificar a aquella con la patria (o la «Matria» de Madeline Cámara), consentiremos también que aparece en este relato como promotora de transgresiones que llevan a la protagonista hasta el extremo de la prostitución con marca incestuosa. La figura de la madre y su aparición en este relato se presta a varios niveles de discusión. Destaca entre ellos el que propicia la lectura de un ensayo como «Feminismo y literatura en Latinoamérica», de Adelaida Martínez, donde esta advierte y recuerda: El otro estereotipo reprobado por las escritoras latinoamericanas que adquiere matices culturales específicos es la figura de la madre. Si bien escritoras de otras lenguas han desmantelado el mito de la maternidad como destino personal de las mujeres, cuyo incumplimiento las convertía en monstruos frustrados o seres incompletos, las latinoamericanas han sido testigos de una nueva función maternal ocasionada por la tiranía de gobiernos antidemocráticos y represivos. Una vez cumplida la función biológica de la reproducción, las madres latinoamericanas han inscrito sus cuerpos maternales en el texto de la historia para denunciar los horrores de las dictaduras.16 Programada o no, hay una denuncia latente en «La vida manda» que sirve de vehículo para que asociemos los eventos que allí son presentados con los altos niveles de corrupción de los ciudadanos cubanos residentes en la Isla, quienes, en su día a día, saquean las arcas estatales como único recurso de subsistencia. Si entendemos, además, que ese Estado es toda la referencia que tenemos como patria o matria, entonces la muy problemática lectura que esta historia encierra alumbraría nuevas estancias de interpretación. Recorridos brevemente estos relatos, dejo abierta una ventana para la producción más reciente de la autora, Rosas de abolengo,17 en la cual una joven psicóloga nacida en Argentina, pero criada entre Cuba y Nueva York necesita hacer varios viajes a la Isla para poder reconstruir su propia identidad sexual; una que parece hacer un viaje «inverso»—desde la homosexualidad hasta la heterosexualidad. Me aventuro, además, a concluir que la efectividad narrativa de Rivera-Valdés se verifica en su exquisito regodeo, en el repaso de las circunstancias nacionales siempre mediatizado por la experiencia de la migración. Asimismo, se advierte su complacencia al centralizar historias íntimas, prohibidas, aquellas donde las mujeres puedan reconocer algunas de las escenas históricamente invisibles en los relatos más visitados por los discursos nacionalistas no importa donde aquellos se gesten; así como su voluntad enunciativa al poner en escena las subjetividades del cuerpo homosexual femenino desde una superposición con lo imaginario nacional —siempre múltiple y cambiante— que delata los posibles desafíos, y las esperanzas que la isla de Cuba aún tiene asociados al futuro. Notas 1. Sonia Rivera-Valdés, Las historias prohibidas de Marta Veneranda, Casa de las Américas, La Habana, 1997. 2. Víctor Fowler, Historias del cuerpo, Letras Cubanas, La Habana, 2001, p. 301. 3. Ibídem, p. 313. 4. Víctor Fowler, La maldición. Una historia del placer como conquista, Letras Cubanas, La Habana, 1998, p. 39. 5. Marta Sofía López, «Las mujeres subversivas de Sonia RiveraValdés», Editorialcampana.com (www.editorialcampana.com), 23 de noviembre de 2010. 6. Sonia Rivera-Valdés, ob. cit., p. 19. 7. Ibídem, p. 22. 8. Víctor Fowler, Historias del cuerpo, ob. cit., p. 312. 9. Sonia Rivera-Valdés, ob. cit., p. 145. 10. Sonia Rivera-Valdés, Historias de mujeres grandes y chiquitas, La Campana, Nueva York, 2003, p. 11. Ibídem, p. 186. 12. Ibídem, p. 194. 13. Madeline Cámara, Cuban Women Writers. Imagining Matria, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2008, p. 9. 14. Ibídem, p. 205. 15. Ibídem, p. 225. 16. Adelaida Martínez, «Feminismo y literatura en Latinoamérica», Sololiteratura.com (www.sololiteratura.com), 3 de julio de 2008. 17. Sonia Rivera-Valdés, Rosas de abolengo, La Campana, Nueva York, 2011. Homoerotismo y nación: otros cuerpos, otras Cubas en Sonia Rivera-Valdés 57 Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate Yanet Toirac Periodista e investigadora. C uba vive un proceso de Actualización de su modelo económico de magnitud y alcance sin precedentes en las últimas décadas. En este nuevo escenario, ¿qué ejes de análisis podrían ser considerados en la formulación de la política cultural en una coyuntura marcada por una creciente heterogeneidad de actores, intereses y expectativas? El presente artículo tiene como objetivo motivar y contribuir el debate sobre el ser y el deber ser de la política cultural en el contexto de cambios estructurales que vive el país en la actualidad. Sin embargo, los argumentos expuestos —que se fundamentan en el análisis personal sobre la temática referida, basados a su vez en diversos trabajos de investigación realizados por la autora en las dos últimas décadas1 en los que numerosos expertos nacionales en la materia han contribuido con sus criterios y valoraciones— están lejos de erigirse como conclusivos ni abarcadores de una problemática atravesada por múltiples aristas de discusión. Cambio cultural, hegemonía y emancipación A la vuelta de cinco décadas, la conmoción social que supuso el triunfo de la Revolución cubana aún sigue pareciendo un hecho trascendental. Apenas en sus dos años iniciales grandes sectores de la economía habían sido nacionalizados y el ideal socialista era asumido como alternativa política ante la escalada de sabotajes y agresiones armadas que tuvo como hitos máximos la imposición del bloqueo económico norteamericano y la invasión a Playa Girón. Con todo, la acelerada 58 Yanet Toirac n. 72: 58-67, octubre-diciembre de 2012 radicalización de aquella revolución no hubiera podido producirse sin el establecimiento de un pacto social basado en la redistribución de la riqueza y la apertura de oportunidades diversas a gran escala, en el contexto de edificación de un sistema político de transición a una sociedad socialista que «debía superar a todos los sistemas precedentes al asegurar la constitución de un poder popular, la plena soberanía nacional, el desarrollo socioeconómico y una verdadera democracia».2 De ahí que en un plazo muy breve las jerarquías sociales padecieron una ruptura extraordinaria como resultado de las tempranas medidas adoptadas en beneficio de las mayorías. La concesión de la propiedad sobre la tierra y la vivienda, la alfabetización de más de un millón de niños y adultos,3 la universalización de la enseñanza y la extensión del sistema de becas en toda la Isla, el acceso masivo al empleo, la creciente participación de la ciudadanía en la vida política, irían cimentando un nuevo sistema de relaciones, actitudes e instituciones en una sociedad de la que emigraban también, masivamente, los grandes y medianos propietarios, los políticos del sistema derrotado y una parte importante de los sectores profesionales del país. Si tal mutación vertiginosa de las relaciones sociales contribuía a instituir los fundamentos de un nuevo orden, ello no bastaba para subvertir el signo cultural burgués y así impedir la reproducción de las formas dominantes capitalistas en la nueva Cuba. «La transición socialista es la época prolongadísima en que se produce el cambio social total, de las instituciones y relaciones sociales, y de los individuos mismos envueltos en los cambios», refiere el investigador y ensayista cubano Fernando Martínez Heredia.4 Sobre esta base, la práctica revolucionaria de los sujetos y sus organizaciones debe ser capaz de trastornar profundamente las funciones y resultados sociales que hasta aquí ha tenido la actividad humana en la historia. La tendencia predominante en este proceso tiene que ser la de que cada vez más personas conozcan y dirijan efectivamente los procesos sociales, y sea real y eficaz la participación política de la población.5 Desde estos postulados se hace imprescindible comprender que la construcción del socialismo no es solo un proyecto político, sino también, sobre todo, un proyecto de transformación cultural en su acepción más amplia. En el caso cubano ello significaría la apuesta por la formación de un «hombre nuevo» imbuido de nuevos valores, «un hombre liberado de su enajenación», según Ernesto Guevara.6 Desde esa referencia es que puede explicarse la precoz centralidad conferida a la cultura por el Gobierno revolucionario, voluntad que se expresara tempranamente a través de la impresión de cien mil ejemplares de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, hecho devenido símbolo de la epopeya iluminista, así como en la materialización de muchos otros eventos de impacto más duradero y trascendente como la Campaña de Alfabetización, la creación de las escuelas de arte y la Ley No. 169 que ya en marzo de 1959 decretaba la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), primer organismo creado por la Revolución en el campo cultural. Esta ley declaraba: El cine —como todo arte noblemente concebido— debe constituir un llamado a la conciencia y contribuir a liquidar la ignorancia, a dilucidar problemas, a formular soluciones y a plantear, dramática y contemporáneamente, los grandes conflictos del hombre y la humanidad.7 El papel protagónico conferido a la cultura en la construcción de la nueva sociedad supondría la búsqueda de definiciones axiológicas y organizacionales que contribuyeran a su regularización como parte orgánica del proceso; búsqueda que, a su vez, estuvo directamente condicionada por el clima político prevaleciente en los diversos momentos del accidentado itinerario de la Revolución en su etapa fundacional —desde su triunfo hasta la proclamación de la Constitución de la República de Cuba en 1976.8 Ello explica también, aunque no necesariamente justifique, las oscilaciones de sentidos entre Palabras a los intelectuales (1961) y la Declaración del I Congreso de Educación y Cultura (1971), así como entre este último y las Tesis y resoluciones sobre la cultura artística y literaria (1975) —emanada del I Congreso del Partido Comunista de Cuba—, tres documentos rectores que marcaron pautas significativas en las dos primeras décadas del proceso y que contribuirían a la articulación de las definiciones programáticas más generales de la política cultural.9 En los años siguientes, múltiples determinaciones y circunstancias condicionaron tales fluctuaciones, entre otras muchas que impactarían el campo de las políticas culturales en el país.10 Sin embargo, desde 1976 al menos cuatro preceptos conceptuales la definirían: 1) socialización del acceso a la cultura como derecho universal a partir de la comprensión de la función educativa, ideológica y emancipadora de las manifestaciones artístico-literarias; 2) supremacía del sentido de compromiso social de artistas e intelectuales por sobre el concepto de libertad de creación artística —concepto que a la vez se enmarca dentro de los límites de «lo revolucionario»—; 3) aceptación de la responsabilidad del Estado en la ejecución de la política bajo el principio de la planificación centralizada; y 4) proclamación del papel rector del Partido Comunista en su orientación y supervisión. Bajo estas pautas generales, la política cultural quedaría signada como uno de los elementos constitutivos de la reproducción ideológica del poder revolucionario y, por ende, como espacio medular para la formulación y renovación de la hegemonía política en Cuba socialista. Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate 59 La rigidez presente en la institucionalidad constituye una de las superaciones necesarias que el modelo sociopolítico debe atender como deficiencia que aqueja a la organización social de la vida en su conjunto y no solo al campo cultural. El trayecto recorrido en los tres primeros decenios de la Revolución estaría marcado por los innumerables desafíos que supone la construcción del socialismo y las deformaciones graves que amenazan el avance del proceso —nuevas formas de burocratismo, sustitución de la unidad por el unanimismo, ahogo de criterios diversos, insuficientes niveles de reflexión y debate, entre otras distorsiones—,11 en un contexto matizado por la condición de subdesarrollo y la sostenida beligerancia de los Estados Unidos. Sin embargo, una sacudida imprevisible padecería la Isla al contemplar el desplome de las «repúblicas hermanas» del otro lado del Rin.12 Con el colapso del campo socialista y la posterior desintegración de la Unión Soviética, el futuro de Cuba parecía sentenciado. En materia económica significaba perder 85% de sus relaciones comerciales y enfrentar los enormes daños directos y colaterales provocados por el decrecimiento abrupto del Producto Interno Bruto del país en 35%,13 en un contexto mediado además por la creciente hostilidad del gobierno norteamericano contra la Isla. En términos políticos el entorno no era menos desolador: suponía sobrevivir sin referentes morales y teóricos que avalaran la legitimidad de un proyecto contracorriente en un escenario internacional de total descrédito del socialismo como sistema alternativo al capitalismo hegemónico. Contra todo pronóstico, evadiendo las leyes norteamericanas de alcance extraterritorial que intentaban con su promulgación ahogar aún más la ya deprimida economía doméstica,14 el proyecto socialista en Cuba no colapsó gracias al liderazgo político de la dirección de la Revolución, la capacidad del sistema de conducir y alentar la resistencia de la mayoría del pueblo, y la relativa viabilidad y eficacia de las medidas económicas adoptadas para reinsertar al país en el mercado internacional.15 Sin embargo, el impacto de la profunda crisis económica no solo sería difícil de sortear en los años más duros del Período especial, sino que dejaría cicatrices perdurables en el tejido social de la nación. El patrón de relativa igualdad social alcanzado como resultado de la sostenida acción redistributiva estatal durante tres décadas sufriría una fractura significativa tras las reformas adoptadas, dando lugar a un proceso de ensanchamiento de las desigualdades socioeconómicas o de «reestratificación social» de profundidad y amplitud inéditas en la etapa revolucionaria. 16 Asociado al aumento de las desigualdades relativas al ingreso y al acceso al consumo, se halla la formación 60 Yanet Toirac de «constelaciones sociales» de procedencia variada, fenómeno de especial relevancia para el sostenimiento de la hegemonía política de la Revolución toda vez que, como ha hecho notar Martínez Heredia, «erosiona seriamente las motivaciones y los valores socialistas, generando un desarme ideológico desde la vida cotidiana, sutil, ajeno a la virulencia y las definiciones de los enfrentamientos políticos, pero a la larga más peligrosos que estos para la vigencia del socialismo».17 En este contexto era posible visualizar, desde el discurso político, al terreno cultural como un frente de importancia crítica para la supervivencia del proyecto socialista en medio de la contienda librada entre la Cuba «redentora, solidaria y culta», y la anti-Cuba, «consumista y despolitizada, apátrida y claudicante» que creciera a su sombra.18 De hecho, la comprensión en mayor o menor profundidad de la envergadura y alcance de esta problemática dio lugar al movimiento conocido como Batalla de ideas, que surgió a finales de 1999 en el contexto específico del reclamo por el regreso del niño Elián González, y fue enarbolado por la máxima dirección del país como estrategia ideológica para contribuir a la reorganización moral de una sociedad mucho más heterogénea en actividades, relaciones y modos de vida que la heredada hasta 1990, y coadyuvar a la reformulación de un modelo alternativo al patrón cultural e ideológico hegemónico promovido por el capitalismo global. Tanto es así, que en el plano práctico la Batalla de ideas sería esencialmente una campaña dirigida a ensanchar las oportunidades educacionales y culturales de la población cubana, con especial énfasis en jóvenes desvinculados del estudio o el trabajo;19 al tiempo que en términos conceptuales era promovida, desde el discurso político, una noción de «cultura general integral» en la que se expresaba la necesidad de ampliar los referentes ideoestéticos del individuo como recurso de empoderamiento para la intelección de la realidad, y atribuirle a la cultura una relación orgánica con nociones de bienestar humano y desarrollo social desmarcadas del ideal individualista y la racionalidad instrumental promovida en las sociedades liberales. A partir de febrero de 2008, fecha en la que el General de Ejército Raúl Castro toma oficialmente el poder, un proceso de transformaciones tiene lugar en el país, fundamentalmente en el plano económico, con el propósito de lograr mayores niveles de productividad y mejores condiciones de vida de la población como garantes de la sobrevivencia del proyecto político y social de la nación. En este nuevo escenario —caracterizado por la renuncia del monopolio estatal sobre el empleo, el incentivo al sector privado y cooperativo, la entrega de tierras en usufructo, la estipulación de una nueva política impositiva, entre otros aspectos—, la «batalla económica»20 absorbe la centralidad política antes otorgada a la Batalla de ideas, y deja abiertas no pocas interrogantes relativas al presente y destino del campo cultural. Algunas coordenadas teóricas para hablar de política cultural El surgimiento y desarrollo de las políticas culturales en las sociedades modernas ha estado condicionado básicamente por dos movimientos cardinales evidenciados a lo largo del pasado siglo. Por un lado, el enaltecimiento del proyecto ético emancipador que legitima la democratización del saber y la cultura como derechos inalienables, luego devenidos servicios públicos. Por el otro, la rápida expansión de la producción, circulación y consumo de bienes simbólicos a escala masiva y, unido a ello, la progresiva institucionalización y profesionalización del campo cultural. Este contexto, así como el predominio de concepciones tradicionales relativas a las nociones de cultura y política, determinaron que la política cultural mayoritariamente se asociara (y aún se asocie) a la organización de relaciones y procesos referentes a los ámbitos artístico, literario y patrimonial dentro del marco institucional del Estado. Sin embargo, a pesar de que en muchas zonas del sector cultural siga predominando este concepto, la cultura tiende a ser comprendida desde el pensamiento social como categoría multidimensional vinculada orgánicamente a los demás ámbitos sociales y procesos de desarrollo, y como recurso de potenciación de la sociabilidad en un sentido amplio. Sobre esta base, el reconocido investigador Néstor García Canclini afirmaría que la política cultural no debe ser concebida simplemente como «administración rutinaria del patrimonio histórico, o como ordenamiento burocrático del aparato estatal dedicado al arte y la educación, o como la cronología de las acciones de cada gobierno».21 Antes bien, para este autor, es el conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social.22 Bajo estos presupuestos la política cultural se hace extensiva a la movilización de lo simbólico en un sentido más amplio y con fines más abarcadores, y reconoce así el papel de las formas y prácticas culturales en la socialización de valores dominantes y la reproducción del orden social. Tomando en cuenta estos desplazamientos conceptuales y otras definiciones afines, parece posible legitimar una noción de política cultural que la conciba como instancia social involucrada en la movilización y confrontación de valores y significados a través de la agencia de diversos actores e instituciones que operan en un contexto social estructurado.23 Determinados presupuestos teóricos también nos permiten sustentar esta definición, en el marco interpretativo que proporciona la concepción estructural de la cultura desarrollada por John B. Thompson24 y la noción de hegemonía de Antonio Gramsci.25 Primero, considerar vital la interdependencia existente entre lo estructural y lo superestructural, al comprender los fenómenos culturales como procesos constituidos y constituyentes de los desarrollos sociales, políticos y económicos acontecidos en un contexto dado. Lo cultural como mediación transversal de otras esferas de la vida social y «eje estructurante y explicativo de diversos ámbitos institucionales y productivos».26 Ello también implica reconocer, inspirados en la perspectiva gramsciana, que la emancipación políticoeconómica no puede ser conducida al margen de la emancipación cultural.27 En segundo lugar, subrayar el carácter representativo y situado de la cultura, al entender los fenómenos culturales como «formas simbólicas en contextos estructurados»;28 y también destacar la naturaleza comunicativa de la cultura, al comprender la actividad interpretativa de los públicos como un proceso condicionado por múltiples mediaciones micro y macrosociales —tal como el enfoque de los estudios culturales fundamentara prolijamente—,29 de modo que la recepción no sea concebida simplemente un «proceso pasivo de asimilación» sino más bien un «proceso creativo de interpretación y valoración, en el cual el significado de una forma simbólica se constituye y reconstituye activamente».30 Desde esta perspectiva García Canclini también ha expresado: El análisis de la cultura no puede centrarse en los objetos o bienes culturales, debe ocuparse del proceso de producción y circulación social de los objetos y de los significados que diferentes receptores le atribuyen.31 Asimismo, concebir la formulación de la política cultural como un proceso esencialmente dialógico en tanto terreno donde se construyen/disputan los sentidos sociales por agentes e instituciones diversos que interactúan en un marco de acción concreto, y recalcan a su vez la necesidad de pensarla como una Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate 61 entidad inevitablemente dinámica y cambiante. En este sentido resulta igualmente medular comprender el papel que Gramsci otorgaba a la participación social en la obtención del consenso «activo» al que debía aspirar el socialismo como sistema cualitativamente superior: Es cuestión vital el logro de un consenso no pasivo e indirecto, sino activo y directo, es decir, la participación de los individuos aunque esto provoque la apariencia de disgregación y de tumulto. Una conciencia colectiva y un organismo viviente se forman solo después que la multiplicidad se ha unificado a través de la fricción de los individuos y no se puede afirmar que «el silencio» no sea multiplicidad. Una orquesta que ensaya cada instrumento por su cuenta, da la impresión de la más horrible cacofonía; estas pruebas, sin embargo, son la condición necesaria para que la orquesta actúe como un solo «instrumento».32 Por último, advertir que la producción y circulación de las formas simbólicas constituyen en el mundo moderno un elemento medular en la organización de la actividad productiva, la reproducción social del sistema y la obtención y reforzamiento del consenso. Por tanto, las políticas culturales deben considerarse uno de los aspectos estratégicos de la formulación o renovación de la hegemonía;33 por un lado, instancias de control social que garanticen la reproducción del orden vigente; pero también, en el plano del deber ser, espacios de concertación de valores y representaciones a partir de comprender la cultura como emancipación y la política como un ejercicio de participación ciudadana que involucre a múltiples actores sociales y los convierta en protagonistas de las prácticas de significación sistemáticas y consensuadas de la realidad. Si consideramos la transición socialista una etapa prolongada de transformaciones sucesivas caracterizada por avances, rupturas y retrocesos, es posible afirmar que la circunstancia cubana actual podría constituir un escenario de concreción posible de un ideal de política cultural que no solo se interese por erigirse en instrumento de control social sino, según palabras de Martínez Heredia, ser vehículo para que se manifiesten y arraiguen formas más avanzadas de sensibilidad, de estructura moral, de creatividad, que sean prefiguración de lo que la sociedad pretende lograr, y a la vez, brindar a la población más satisfacciones que las provenientes del bienestar material, una solución nueva, diferente y superior a la que da el capitalismo, y no solo opuesta a ella.34 Ello, a juicio de este importante intelectual cubano, permitiría que la política cultural fuera así «una concreción y una demostración de la especificidad del socialismo, de sus potencialidades y de su promesa».35 62 Yanet Toirac Debate entre el ser y el deber ser de la política cultural cubana Partiendo de estos postulados, ¿qué principios y desafíos podrían regir la política cultural en un contexto signado por la creciente multiplicidad de actores económicos y sociales, así como por una mayor diversidad de valores, intereses y expectativas? En el plano conceptual, parece vital la necesidad de superar una visión iluminista de la cultura, presente en no pocas zonas del discurso institucional, y se entronice cada vez más una comprensión de esta como práctica emancipadora del sujeto social; enfoque que si bien intentó posicionarse a través de la promoción del término cultura general integral y, con él, de unos espectros referenciales que fueran más allá de los ámbitos artísticos y estéticos, no consiguió traducirse por completo en objetivos institucionales que trascendieran lo artístico-literario-patrimonial desde una concepción difusiva.36 Que en la práctica se privilegie una interpretación constreñida de la noción de cultura no solo responde a limitaciones de la estructura institucional existente dentro del campo cultural, sino también es reflejo de la permanencia de ciertos presupuestos conceptuales ambivalentes que aún subyacen con fuerza en el análisis que de los procesos culturales se realiza desde el discurso institucional, así como a la persistencia de visiones sectorializadas antes que multidimensionales del ámbito cultural. En tal sentido, confrontar el modelo cultural hegemónico y sus referentes ideoestéticos en particular, entendido como fin último de la política cultural, debe constituir un desafío que también se interprete desde la problematización de las complejas dinámicas existentes entre formas de dominación y subordinación, o desde el análisis de las principales tensiones que atraviesan los procesos de hibridación cultural en el contexto de la globalización, tanto en los centros como en las periferias. Sin tal visión, se corre el peligro de pensar las formas culturales desde una dualidad engañosa, «o bien totalmente corrompidas o totalmente auténticas»,37 al tiempo que se eluden coordenadas interpretativas más complejas para el análisis de las diversas mediaciones sociales que influyen en el papel activo del sujeto, de los medios como amplificadores de procesos culturales diversos y de las múltiples articulaciones existentes entre matrices culturales, formas de reconocimiento, nuevas sensibilidades y prácticas de resistencia. En la medida en que ganen terreno lecturas menos lineales en torno a los procesos culturales y sus sujetos, más se avanzará en la articulación de una propuesta de política que no solo se plantee reaccionar contra el modelo cultural capitalista sino convertirse en una alternativa En el plano político, la prevalencia de un modelo de relación basado en la existencia de una élite decisora y una mayoría intervenida, sustentada en una concepción del sujeto como destinatario/espectador y no como agente de cambio en un sentido más amplio, sin dudas limitaría un desempeño más democrático de la política cultural. más liberadora y revolucionaria de la organización social en su conjunto que la propuesta desde sociedades asimétricas y verticales conformadas por una inmensa mayoría que consume las jerarquías establecidas por unos pocos emisores. Asimismo, constituiría un obstáculo significativo al ideal de política cultural la existencia de una limitada comprensión y gestión de la diversidad social (pluralidad que hoy se multiplica con la aparición de nuevos actores económicos e intereses en la trama social), así como de la convivencia de variados sistemas de creencias en los también cada vez más delineados ámbitos de lo estatalizado, lo privatizado y lo comunitario y/o asociativo en la Cuba actual. Quizás una de las expresiones más palpables de esta problemática se encuentra en la disonancia existente entre los patrones que fundamentan la programación cultural y las brújulas que marcan el rumbo de parte de los intereses culturales de una población que deviene más heterogénea, tal como han demostrado variados estudios sobre consumo cultural realizados en las dos últimas décadas.38 Entre las consecuencias más lamentables de esta incongruencia se halla la tendencia, asumida por zonas importantes de la población, a buscar en el campo de lo privado aquello que la institucionalidad pública no ofrece o no brinda de manera eficiente. A nuestro juicio, advertir más abiertamente la positividad de la diversidad social como activo político que nos enriquece, coadyuvaría a la institucionalidad cultural a multiplicar su poder de convocatoria, permitiéndole asimismo el desarrollo de una gestión más eficaz, capaz de ofrecer variadas formas de satisfacción que emanen de intereses comunes y jerarquizaciones más consensuadas. En tal sentido, debería establecerse una mayor articulación entre los valores y expectativas cambiantes en la sociedad, y una estructura institucional con capacidad de dar respuesta a esas dinámicas. Si entendemos por política cultural una instancia dialéctica que interviene en la movilización y confrontación de significados en un contexto determinado, la institucionalidad dispuesta desde el campo cultural no debe existir al margen de los nuevos movimientos, desplazamientos y valores que emergen en ese contexto. No por desplazar a los rockeros de diversos sitios de la ciudad a inicios de la década de los 2000, ellos dejarían de reunirse en la calle G todos los fines de semana, ni la simple existencia de las casas de cultura debería presuponer su uso eficiente. La rigidez presente en la institucionalidad constituye una de las superaciones necesarias que el modelo sociopolítico debe atender como deficiencia que aqueja a la organización social de la vida en su conjunto y no solo al campo cultural. En el plano político, la prevalencia de un modelo de relación basado en la existencia de una élite decisora y una mayoría intervenida, sustentada en una concepción del sujeto como destinatario/espectador y no como agente de cambio en un sentido más amplio, sin dudas limitaría un desempeño más democrático de la política cultural. Revertir esta práctica supondría, por un lado, terminar de enunciar el carácter activo del sujeto como premisa teórica y no solo como objetivo final de la acción cultural; y por el otro, poner a dialogar/interactuar sistemáticamente al conjunto de la sociedad civil, esto es, al conjunto de sujetos individuales, grupales, organizacionales y sociales que conforman la ciudadanía en el país, incluidos, por supuesto, los agentes institucionales relacionados con el ámbito cultural. «Parece evidente que se ha producido un desfasaje entre el proyecto cultural de la Revolución y los referentes que establecen para sí mismos amplios sectores del pueblo», se advertía en el «Informe de la Comisión Cultura y sociedad» presentado al VII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en abril de 2008; alarma que también se reproducía más recientemente en los debates acontecidos en la plenaria del Consejo Nacional de esta organización al analizarse, en particular, la «evidente carencia de valores» de la música que conforma el entorno sonoro en ambientaciones públicas, festividades populares, programas de radio y televisión, instituciones educativas, entre otros espacios.39 Estas preocupaciones, sin embargo, precisamente refuerzan la necesidad de que se conozcan, entiendan y tomen en cuenta los múltiples valores que se disputan en toda sociedad heterogénea. Ello, a su vez, presupone asumir y poner en práctica una noción de participación social que trascienda el momento del consumo y abarque la intervención crítica de los sujetos en las distintas fases de los procesos de toma de decisiones públicas para la conformación de políticas, estrategias y proyectos de desarrollo en el campo cultural.40 La estrepitosa caída del socialismo real en la Unión Soviética y los países esteuropeos corroboraría que, para el logro de la hegemonía revolucionaria, no basta potenciar las más variadas y liberadoras formas de subjetividad Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate 63 humana mediante la garantía de un mayor acceso a los bienes culturales, si a mediano plazo no se terminan de subvertir las bases estructurales que limitan un ejercicio más democrático del poder en el campo cultural, sumando cada vez más sujetos colectivos al diseño de la política. Lo anterior es fundamental para romper con la cultura de la dominación que promueve una concepción del poder circunscrita a espacios limitados y basada en la representatividad formal. No parece ocioso acotar que el papel del Estado como agente aglutinador de la praxis políticocultural en el país no equivale a estimar viable su sobredeterminación en el enorme campo de la cultura. Ello no solo sería contraproducente sino que, en la práctica, es también ilusorio en la coyuntura actual. Se habla de «agente aglutinador» porque, tal como Martínez Heredia precisara, «no es el único agente cultural ni el que clasifica y valora a los demás, sino el que se gana la conducción y la coordinación de ellos».41 En esta dirección resultaría paradójica la existencia, por un lado, de un alto grado de centralización institucional en la Cuba de hoy, condición que teóricamente podría impulsar la discusión colectiva de valores a escala social de manera organizada y sistemática; y por el otro la tendencia a la fragmentación del debate en «circuitos de comunicación» o áreas de acción específicas sobre las que se estimule la confrontación de ideas en determinados escenarios, sin que estos se comuniquen con el resto de los campos sociales, tal como el investigador y ensayista Julio César Guanche expresara, imponiéndose así un «límite sectorialista o profesional» a lo que en verdad debe constituirse como un ámbito mayor de participación social donde se concierten los intereses generales relativos al desarrollo del país.42 Como señala Martínez Heredia, «el debate sobre temas «culturales» no es un pugilato permitido gentilmente por un grupo dominante como sano escape de las fuerzas y afanes del sector de los «cultos»».43 Unido a ello, y no menos importante, resultaría la deficiente disponibilidad de espacios institucionales y/o públicos para la discusión de cuestiones relativas al campo cultural, así como de plataformas socializadoras —los medios de comunicación masiva— que posibiliten una mayor visualización y confrontación de sentidos entre agentes diversos, y contribuyan al logro de una concertación sistemática de los valores vigentes en la realidad social. Cuba vive en la actualidad un proceso de actualización de su modelo económico como garante de la sobrevivencia de su proyecto sociopolítico. Pero, si a la par, no se hace ostensible desde el poder la centralidad que tiene lo simbólicodiscursivo como sustento de la actividad productiva 64 Yanet Toirac y de los procesos de reproducción ideológica en las sociedades contemporáneas, tampoco se terminará de comprender la necesidad de repensar estratégicamente la formulación de una política cultural más liberadora y participativa. Este precepto no debería subestimarse: tal como fue posible verificar en un estudio de caso, los significados asociados por el discurso político a la noción de cultura y su alcance social no resultaron necesariamente compartidos por agentes de diversos niveles institucionales del campo cultural en Cuba, sino que, antes bien, estos ejes temáticos aparecieron refuncionalizados a través de sentidos y repertorios interpretativos variados, en la medida en que se descendía del nivel central institucional del terreno cultural al nivel local.44 Estos sentidos son relevantes no solo porque reflejan cosmovisiones específicas que pueden resultar de interés a un ejercicio político que aspira a niveles de concertación mayor, sino porque, a fin de cuentas, ellos orientan las prácticas sociales de estos actores institucionales y, por tanto, poseen gran incidencia en la propia implementación de la política cultural en la base, que son, en gran medida, los espacios donde primero se cristaliza o erosiona el consenso social. Además, a través de certificar estas discordancias de mayor o menor envergadura, confirmamos que los significados asociados a la política cultural no deben reducirse mecánicamente a aquellos que aparecen formalmente estatuidos en los documentos rectores de alcance macrosocial o en las declaraciones oficiales de las máximas autoridades del país, sino también distinguirse en las resemantizaciones que realicen aquellos actores institucionales involucrados en su desempeño cotidiano en diferentes escalas del ejercicio políticocultural y la ciudadanía toda. Solo la implementación de tramas y dinámicas participativas que redunden en el logro de una mayor profundización democrática de nuestra sociedad, constituirá, en últimas, la alternativa posible para una misión estatal que pretenda seguir convocando a las grandes mayorías. Notas 1. Yanet Toirac García, «La misma película y la película de cada cual. Un estudio sobre el consumo televisivo de cine en tres comunidades habaneras», Tesis de Licenciatura en Comunicación Social, Universidad de La Habana, 1998; «Sin embargo, algunos se quedan. Acerca de los usos y apropiación de ciertos espacios públicos en las noches de La Habana», Tesis de Maestría en Ciencias de la Comunicación Social, Universidad de La Habana, 2003; «El peso de las palabras. Una aproximación a los fundamentos conceptuales que sustentan la política cultural en Cuba según actores institucionales diversos», Trabajo investigativo, Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana, 2008; «Política cultural: una propuesta de enfoque comunicológico para su estudio», Tesis presentada en opción al Grado Científico de Doctor en Ciencias de la Comunicación Social, Universidad de La Habana, 2010. 2. Juan Valdés Paz, «Sistema político y socialismo en Cuba», en Política y Cultura, n. 8, primavera de 1997, México, D.F., p. 280. Para este autor, la noción de sistema político incluye a «las instituciones y grupos sociales tradicionalmente identificadas como parte de la «sociedad política» —particularmente los del Estado— y a las organizaciones y actores de la «sociedad civil» que se articulan o refieren a la sociedad política». 3. La tasa de analfabetos heredada por la Revolución en 1959 era de 23,6%, cifra que alcanzaba 42% en las zonas rurales. Casi dos años después, Cuba se declaró territorio libre de analfabetismo. 4. Fernando Martínez Heredia, «Transición socialista y cultura: problemas actuales», En el horno de los 90, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005, p. 248. 5. Ibídem, p. 249. 6. Ernesto Che Guevara, «El socialismo y el hombre en Cuba» [1965], Escritos y discursos, t. 8, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, pp. 262-3. 7. Nuria Nuiry y Graciela Fernández Mayo, comps., Pensamiento y políticas culturales cubanas, t. IV, Pueblo y Educación, La Habana, 1987, p. 7. 8. Véase Julio César Guanche, comp., El continente de lo posible. Un examen sobre la condición revolucionaria, Ruth Casa Editorial/ Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2008. El artículo «El camino de las definiciones. Los intelectuales y la política en Cuba 1959-1971» constituye un texto seminal para la comprensión de los fundamentos de la política cultural en esa etapa. 9. Aun cuando representemos como etapa fundacional a la transcurrida entre 1959 y 1976, no consideramos que se trate de un período único, homogéneo e indivisible. Antes bien, reconocemos que en ese lapso pueden establecerse otras periodizaciones en función del objeto particular que se aborde. Así, por ejemplo, en relación con la política cultural los tres documentos pueden conducirnos a segmentar este período en tres fases, a saber, 19591961, 1961-1971, 1971-1976. Véase Fidel Castro, Palabras a los intelectuales, La Habana, 30 de junio de 1961, disponible en www. cuba.cu; «Declaración del I Congreso Nacional de Educación y cultura», La Habana, 30 de abril de 1971, disponible en www. cuba.cu; y Tesis y Resoluciones del I Congreso del PCC, disponible en congresopcc.cip.cu. 10. Entre los principales impactos están: impronta del mandato de Armando Hart como ministro de Cultura, discusiones relativas al campo cultural y a la organización social acontecidas a la luz del llamado «proceso de rectificación de errores y tendencias negativas» de mediados de los años 80, recomposición y ampliación ideológica del campo cultural en el contexto de ruptura, crisis y transición que significó el Período especial, entre otras coyunturas. 11. Véanse Fernando Martínez Heredia, ob. cit.; y Juan Valdés Paz, «Sistema político y socialismo en Cuba», Política y Cultura, n. 8, primavera de 1997, México, D.F., pp. 279-93. 12. El 26 de febrero de 1986, en el Palacio de los Congresos de Moscú y ante cientos de delegados al XXVII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), el Comandante en Jefe Fidel Castro expresó: «No nos corresponde a nosotros, los invitados, emitir juicios evaluativos sobre lo que ha hecho este heroico y admirable país, ni sugerir ideas de lo que pueda o deba hacerse, sino expresar una vez más nuestra ilimitada confianza, nuestra admiración profunda y nuestra convicción sólida de que cualesquiera que sean las dificultades, cualesquiera que sean los desafíos en el camino de la construcción del comunismo, nunca antes recorrido por el hombre, este pueblo y este Partido lo sabrán vencer» (disponible en www.cuba.cu). Entonces ya se hablaba del proceso de reformas económicas conocido como perestroika —cuyo objetivo central era dinamizar la economía nacional—, introducido a partir de 1985 por Mijaíl Gorbachov, secretario general del Comité Central del PCUS. Sin embargo, resultaba difícil imaginar que apenas cinco años después el país de los soviets abrazaría la restauración capitalista aceleradamente. 13. Según cifras oficiales, Cuba disminuyó su capacidad de compra de 8 139 millones de pesos en 1989 a 2 000 millones en 1993 (véase www.cubagob.cu/otras_info/historia/revolucion2.htm). 14. En 1992, la Ley Torricelli fue aprobada por el gobierno estadounidense. Entre otras disposiciones, esta ley «otorga al presidente de los Estados Unidos la potestad de aplicar sanciones económicas a países que mantengan relaciones comerciales con Cuba y prohíbe el comercio de subsidiarias de empresas norteamericanas radicadas en terceros países con la Isla». Cuatro años después fue aprobada la Ley Helms-Burton, de carácter extraterritorial aún más marcado, pues pretende reforzar el bloqueo económico e impedir la inversión extranjera a través del establecimiento de sanciones a empresas y empresarios (así como a sus familiares) para así limitar cualquier tipo de financiamiento y suministro desde el exterior del país. Legaliza, además, el apoyo de los Estados Unidos a los grupos de oposición interna (véase www. cubagob.cu/otras_info/historia/revolucion2.htm). 15. La apertura a la inversión de capital extranjero, la despenalización de la tenencia de divisas, la apuesta por el desarrollo del turismo como industria proa del país, el decrecimiento del sector estatal y la ampliación del trabajo por cuenta propia, la readmisión del mercado agropecuario bajo las reglas de oferta y demanda, fueron algunas de las más importantes transformaciones que la dirección del país puso en marcha como parte de su estrategia económica para afrontar la pérdida de los principales mercados de sus exportaciones y conseguir reintroducirse en la arena internacional. 16. Para la investigadora cubana Mayra Espina el proceso de transformación socioestructural que denomina «reestratificación social» se caracteriza «por la reemergencia de las desigualdades sociales, haciéndose más evidente y palpable la existencia de una jerarquía socioeconómica, asociada a las diferencias en la disponibilidad económica y en las posibilidades de acceso al bienestar material y espiritual». Según su análisis, los principales rasgos que definen este proceso son: recomposición de capas medias y de la pequeña burguesía urbana, segmentación interior de los grandes componentes socioclasistas precedentes, heterogenización de los actores propios de la producción agropecuaria, diferenciación de los ingresos y segmentación del acceso al consumo, reemergencia de situaciones de pobreza, vulnerabilidad social y marginalidad, territorialización de las desigualdades, multiplicación de las estrategias familiares de sobrevivencia y de elevación de los ingresos, y diversificación de los perfiles subjetivos y de las percepciones sobre la desigualdad social. Véase Mayra Espina, «Desigualdad y política social en Cuba hoy», conferencia en Bellagio Conference Center, 27 de mayo de 2008, disponible en www.focal.ca. 17. Fernando Martínez Heredia, «La alternativa cubana», El corrimiento hacia el rojo, Letras Cubanas, La Habana, 2001, p. 37. 18. Eliades Acosta, «Palabras a los intelectuales: 46 años después», Rebelión, 5 de julio de 2007, disponible en www.rebelion.org. 19. La llamada Batalla de ideas contemplaría más de doscientos programas en diversas esferas de la sociedad. Algunos de los Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate 65 más sobresalientes en el campo cultural y educacional fueron: los programas de formación de trabajadores sociales, de instructores de arte, creación de sedes universitarias municipales y de la Universidad de las Ciencias Informáticas, etc. 20. «La batalla económica constituye hoy, más que nunca, la tarea principal y el centro del trabajo ideológico de los cuadros, porque de ella depende la sostenibilidad y preservación de nuestro sistema social». Raúl Castro, «Discurso en la clausura del IX Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas», La Habana, abril de 2010, disponible en www.cubadebate.cu. 21. Néstor Garcia Canclini, «Introducción. Políticas culturales y crisis de desarrollo: un balance latinoamericano», en Néstor García Canclini, ed., Políticas culturales en América Latina, Grijalbo, México, D.F., 1987, p. 26. 22. Ídem. 23. Esta definición constituyó uno de los resultados de la investigación Política cultural: una propuesta de enfoque comunicológico para su estudio (cit.). El objetivo general de este trabajo era sustentar un enfoque teórico para el estudio de la política cultural en el contexto cubano. Véanse también Jim McGuigan, Culture and the Public Sphere, Routledge, Londres y Nueva York, 1996; Ana María Ochoa, «Políticas culturales, academia y sociedad», en Daniel Mato, coord., Estudios y otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder, CLACSO-CEAP-Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2002; Lázaro I. Rodríguez Oliva, «¿La gestión colateral? Políticas públicas de cultura y superación de la pobreza como matriz cultural», Tesis de Maestría en Ciencias de la Comunicación, Universidad de La Habana, 2005. 24. La concepción estructural de la cultura de John B. Thompson se distingue por caracterizar los aspectos intencional, convencional, estructural y referencial de los procesos culturales, subrayando con ello el carácter representativo de la cultura que antes Clifford Geertz señalara, así como el valor significativo de tales procesos en las sociedades modernas. Por otro lado, desde este enfoque se interpretan los procesos culturales como fenómenos situados en un entramado contextual que los condiciona —marco analítico del que es prolijamente elocuente la obra de Raymond Williams o de Stuart Hall, dos de los precursores más lúcidos de los estudios culturales—, el cual otorga un sentido de movilidad y conflictividad al interior del campo cultural, y de este con la sociedad como totalidad, que las concepciones clásica y descriptiva de la cultura descuidaron. Asimismo, a partir de comprender la recepción de las formas simbólicas como un proceso activo de interpretación y distinguir la mediatización de la cultura como un fenómeno central a la reproducción simbólica en las sociedades modernas, subraya la naturaleza comunicativa de la cultura, y la valora como un sistema de significados resultantes de la interacción comunicativa donde se producen, intercambian y reproducen los sentidos y contextos sociales en un escenario dado. Consideramos, por tanto, que la utilidad de la propuesta de Thompson se localiza, más que en la novedad de los argumentos, en el nivel de articulación y síntesis que logra a partir de la integración de diversos fundamentos teóricos que le permiten interpretar los procesos culturales desde una perspectiva más holística, enfoque que resulta plausible para el análisis de la política cultural que sustentamos en el presente trabajo. Véase John B. Thompson, Ideología y cultura moderna. Teoría crítica social en la era de la comunicación de masas, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, D.F., 1993. 25. Desde la percepción de Antonio Gramsci, la construcción de la hegemonía refiere a un proceso dinámico en el cual grupos dominantes acomodan permanentemente los intereses de los grupos subordinados en pos de asegurar el control político, 66 Yanet Toirac económico y civil en un contexto determinado. En resumen, la concepción de Gramsci provee un marco analítico útil a nuestra interpretación de la política cultural, fundamentalmente en dos direcciones: para el análisis macrosocial en torno a las relaciones de poder, el cambio cultural, la construcción del consenso activo y la organización de la vida social en sentido general; y para el análisis del campo cultural propiamente en tanto terreno constituido por prácticas de dominación/negociación/resistencia cultural en las que se disputan los sentidos por agentes sociales diversos. Véase Antonio Gramsci, «Selection from Prison Notebooks», en David Forgacs, ed., A Gramsci Reader: Selected Writings 1916-1935, Lawrence and Wishart, Londres, 1988. 26. Francisco Sierra Caballero, «Capitalismo cognitivo y educomunicación. Crítica y retos de las políticas democráticas de socialización del conocimiento», conferencia magistral impartida en el XIII Encuentro Latinoamericano de Facultades de Comunicación Social, La Habana, 21 de octubre de 2009. 27. Antonio Gramsci, ob. cit., p. 194. 28. Por formas simbólicas, Thompson entiende un «amplio rango de fenómenos significativos, desde acciones, gestos y rituales hasta declaraciones, textos, programas de televisión y obras de arte». Véase John B. Thompson, ob. cit., p. 138. 29. Véase Stuart Hall, «Cultural Studies and Its Theoretical Legacies», en David Morley y Kuan-Hsing Chen eds., Stuart Hall. Critical Dialogues in Cultural Studies, Routledge, Londres y Nueva York, 1996, pp. 262-75. 30. John B. Thompson, ob. cit., p. 169. 31. Néstor García Canclini, Culturas populares en el capitalismo, Grijalbo, México, D.F., 2007, p. 76. 32. Antonio Gramsci, citado por Jorge Luis Acanda, Traducir a Gramsci, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 281. 33. Jesús Martín Barbero, De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, Editorial Pablo de la TorrienteEditorial Félix Varela, La Habana, 2008, p. 144. 34. Entrevista citada en Yanet Toirac, «Política cultural: una propuesta…», ob. cit. 35. Ídem. 36. Yanet Toirac, «El peso de las palabras…», ob. cit. 37. Stuart Hall, «Notas sobre la deconstrucción…», ob. cit. 38. María Trinidad Alert y Odette Samá, «Los receptores tienen la palabra. Breve estudio de consumo cultural en La Habana», Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana, 1998; Yanet Toirac, «La misma película y la película de cada cual…», ob. cit; Sonia Correa et al., Algunas tendencias sobre el consumo cultural de la población urbana en Cuba, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 1998; Cecilia Linares et al.,, El consumo cultural y sus prácticas en Cuba, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2010. 39. Pedro de la Hoz, «La música a debate: problemas y propuestas», Granma, La Habana, 20 de septiembre de 2012, disponible en www. granma.cubaweb.cu. 40. Cecilia Linares Fleites y Pedro Emilio Mora Puig, «Universos de la participación: su concreción en el ámbito de la acción cultural», en Arnaldo J. Pérez García, comp., Participación social en Cuba, Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana, ob. cit., p. 87. 41. Entrevista citada en Yanet Toirac, «Política cultural: una propuesta…», ob. cit. 42. Ídem. 43. Fernando Martínez Heredia, «Transición socialista y cultura...», ob. cit., p. 260. 44. En general, podrían señalarse tres significados fundamentales del concepto de cultura general integral desde el discurso político. El primero está asociado al intento marcado por sustraer a la cultura del dominio restringido de lo artístico-literario y patrimonial, para extenderla a otros ámbitos de conocimiento e interés general, o incluso a la esfera ideológica. Un segundo aspecto apunta a reforzar la asociación entre desarrollo cultural y una noción de bienestar humano superior, toda vez que desde este enfoque el desarrollo en la esfera cultural tiende a relacionarse con un modelo de calidad de vida sustentable, que jerarquiza el enriquecimiento espiritual y la dignidad humana por encima del sentido de la materialidad que preconiza el patrón consumista de las sociedades liberales. La tercera idea clave que fundamenta el concepto de cultura general integral subraya el papel de la cultura como instrumento de emancipación colectiva, como recurso que coadyuve a desarrollar un pensamiento crítico a escala social que permita hacer frente al modelo cultural hegemónico en general, y a sus referentes ideoestéticos en particular, aspiraciones genéricas que llegan a situarse como objetivos últimos de la actividad institucional de la cultura. En entrevistas con funcionarios culturales y promotores culturales locales, sin embargo, fue posible constatar cómo aun dentro de la institucionalidad cultural cubana predomina una visión iluminista de la cultura por encima de una comprensión de esta en tanto práctica emancipadora del sujeto social. Por su parte, para la mayoría de los promotores culturales entrevistados, la noción de cultura no tiende a asociarse al sentido redentor que invoca el discurso político, ni al significado estético-patrimonial subrayado por el discurso institucional. A diferencia de ambas posturas, en el discurso de la praxis se tiende a explicitar una visión más pragmática de la cultura al concebirla como «recurso útil para guiar el trabajo comunitario en la localidad». En correspondencia, dos grandes objetivos orientan el trabajo cultural en los municipios donde se desempeñan: proporcionar una «recreación sana y culta» y, relacionado con esto, combatir los problemas sociales que impactan en la comunidad. Para profundizar en estas cuestiones, véanse Yanet Toirac, «El peso de las palabras…» y «Política cultural: una propuesta…», ob. cit. Política cultural en la Cuba actual: apuntes para el debate 67 CONTRO La Zafra de los diez millones: una mirada retrospectiva ¿Cómo se llevó a cabo la Zafra de los diez millones? ¿Cuáles fueron sus principales logros y fracasos? ¿Qué renglones agrícolas se vieron afectados? ¿Cómo estaban organizadas las instituciones relacionadas con este proceso? ¿Cómo influyó en el desarrollo de la Zafra la ausencia de una estructura de dirección permanente en la agricultura? ¿Qué repercusiones tuvo su fracaso en las zafras posteriores? ¿Cuáles fueron los impactos económicos, políticos y sociales sobre la Cuba de los años 60 y los 70? ¿Por qué diez millones? Estas y otras interrogantes son analizadas por un panel de participantes en aquel proceso, así como por un público interesado en él. La Zafra de los diez millones: una mirada retrospectiva Selma Díaz Julio A. Díaz Vázquez Juan Valdés Paz Juan Valdés Paz: El debate de hoy estará dedicado a la Zafra de los diez millones, de 1970. La pregunta con la que quisiéramos iniciar el panel es cuáles fueron las premisas internacionales, económicas y políticas, de la estrategia azucarera de los diez millones, no solo del acontecimiento en sí, sino de aquellos sucesos que cierran un ciclo relevante de la historia de la Revolución. Selma Díaz: Voy a referir más a la historia porque para los que, en Cuba, trabajábamos en la planificación física, la Zafra de los diez millones empezó en el año 63. En 1960 se creó el Departamento de Planificación Física del Ministerio de Obras Públicas para localizar las obras incluidas en el plan de ese ministerio. A fines de ese año nuestro trabajo se enriqueció porque las Fuerzas Armadas decidieron asumir Cartografía, y Catastro se quedó sin soporte institucional. Planificación Física lo asumió y les orientamos a los investigadores —que estaban distribuidos territorialmente— priorizar el levantamiento de todas las tierras estatales. Cuando tuvimos los primeros planos comprendimos los serios problemas organizativos existentes porque, a partir de su creación, el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) había decidido que con la caña organizaba agrupaciones cañeras; y con las tierras dedicadas a otras producciones se creaban granjas del pueblo. En 1962, Carlos Rafael Rodríguez, asumió la dirección del INRA. Nuestro director se reunió con él y le informó la caótica situación territorial que tenía la organización de las tierras del Estado. Este decidió crear la Comisión para la Reestructuración de las tierras del Estado integrada por el INRA y Planificación Física. Cuando comenzamos esta tarea nos dimos cuenta de que todos los organismos, al asumir las funciones que habían sido actividades privadas, tenían problemas, por lo que cada organismo estatal se estaba organizando en regiones. De hecho había comenzado una división político-administrativa en la que desaparecieron los municipios. Por ejemplo, Oriente era demasiado grande y no había quien dirigiera como una provincia una región que representaba 33% del país. Al mismo tiempo, cuando el Che Guevara asume el Ministerio de Industrias solicita a la Dirección de Planificación Física un estudio sobre las ciudades que podrían ser depositarias de inversiones industriales y la Dirección de Planes Urbanos escoge veinte que, por ser centros regionales, podrían asumir esta función e inicia sus planes directores. Desde 1961, yo era la directora de Planes Regionales, y, por lo tanto, me tocaba atender los problemas relacionados con la agricultura. En 1963, el presidente Osvaldo Dorticós asumió la dirección de la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN). Entonces le solicitó ayuda al Che para trasladar a la Junta a su ayudante chileno, el economista Jaime Barrios, quien pasó a atender el plan azucarero en * Panel efectuado en el Centro Cultural Cinematográfico ICAIC, el 29 de julio de 2010. La Zafra de los diez una mirada retrospectiva n. 72:millones: 69-76, octubre-diciembre de 2012 69 ese organismo. Le pedimos a Jaime trabajar con la Empresa Consolidada del Azúcar (ECA) porque solo así podíamos compatibilizar las capacidades de cada central con las tierras sembradas de caña disponibles, o posibles, dentro de su determinada área geográfica. Desde 1960, el Che había invitado como asesor al economista marxista más importante de aquel momento, el francés Charles Bethelheim, quien, en 1961, trabajó en un plan perspectivo (1962-1965), sobre una base elaborada por un economista checo. Bethelheim visitó Planificación Física en 1962; le mostramos todos los balances territoriales hechos a partir de los inventarios recopilados en el país; él se percató de que teníamos una información única y, por lo tanto, habló muy bien de nuestro trabajo en los informes que emitió a todos los dirigentes del país. A su vez, Jaime Barrios nos puso en contacto con la ECA. Y así, conjuntamente en cada territorio, empezamos a trabajar en los planes de los ciento cincuenta y cuatro centrales, en función de estudiar cuáles eran las posibilidades, de acuerdo con las capacidades instaladas que teníamos en el país. Casi terminábamos el trabajo cuando se produjo una situación particular. Para ilustrarla mejor leeré un fragmento de una carta que le escribí a Bethelheim en marzo del 64: Nos hemos reunido varias veces con Jaime Barrios; la última vez vino acompañado de los técnicos de la ECA que lo ayudan en la confección del plan azucarero; después que estuvo terminado vivimos algunos días de júbilo —el plan azucarero, ¿no?—, nunca antes habíamos hecho algo mejor. Fidel estuvo en la URSS y solucionó lo único que faltaba, es decir, la seguridad de venderla a un precio de seis centavos hasta el año 70. ¿Cuál era el próximo paso, en nuestra opinión?: concretar aquellas directivas generales en ciento cincuenta y cuatro planes azucareros, uno por cada central. ¿Qué ha ocurrido? Como siempre, se ha pensado que si éramos capaces de producir nueve millones de toneladas en el 70, por qué no diez en el 68. Y ahora la comisión ensaya rectificar el plan para ajustarlo a las nuevas metas, con la convicción de que no podrán hacerlo. El INRA ensaya cumplir sus planes de siembra también con la convicción que no podrán cumplirlo, y así hasta el infinito. En cuanto a nosotros, ensayamos demostrar que no podemos seguir trabajando de esta manera, intentamos concretar cuáles deben ser nuestras funciones específicas, cuál nuestro plan de trabajo, cuáles los de cada organismo, en el caso de que asumiéramos con respecto a ellos las mismas funciones dentro del plan físico que tiene JUCEPLAN con el plan económico». En junio del 64 me fui a cumplir mi servicio social y me hice cargo de la provincia de Oriente. Dejo esto como una pequeña introducción para que no se hable del 70 sin empezar a hablar desde el 62. Julio A. Díaz Vázquez: 70 Para nosotros, desde la academia, la etapa de los diez millones comienza cuando Fidel logra el acuerdo con la URSS de trazarse ese programa, el cual trajo un cambio en la concepción que primaba hasta ese momento sobre la línea de desarrollo que adoptaría el país al abandonar la teoría cepalina, la sustitución de importaciones, etc. En ese contexto la agricultura se planteó como pivote del desarrollo. Se decía que era más fácil movilizar los recursos agrícolas por varias razones: había recursos ociosos, la tierra y fuerza de trabajo de baja calificación; además, la relación producto-capital era más baja en la agricultura que en la industria. No vamos a hablar solamente de los diez millones, sino también de otra serie de ramas, como el programa cafetalero. Al mismo tiempo se proponía una transformación de la masa ganadera. Algunos recordarán que donde está el Pabellón Cuba, de la calle 23, en el año 65, se hizo una exposición ganadera que promulgaba alcanzar en 1975 una producción de treinta millones de litros de leche diarios. O sea, se trataba de un conjunto de actividades que involucraba a la agricultura, y junto con eso entra también el programa de desarrollo arrocero. Esto generó un cambio en el factor de acumulación del país. A partir de los años 63, 64, más de 30% del Producto Interno Bruto se dedicaba a la acumulación, y en esto estaba implícito el desarrollo de cultivos como el café —un cultivo permanente—; además, el cítrico se empezó a valorar como un renglón futuro. Este conjunto de tareas introdujo una tensión en el país. S. Díaz, J. A. Díaz Vázquez, J. Valdés Paz Juan Valdés Paz: ¿Cómo se llevó adelante la Zafra de los diez millones y cuáles fueron sus principales logros y fracasos? Selma Díaz: El primer trabajo investigativo que hicimos arrojó que, resolviendo pequeños cuellos de botella de las capacidades industriales, el país podía llegar a producir cerca de ocho millones cuatrocientas mil toneladas de caña dentro de las tierras aledañas a los centrales azucareros. Llegar a diez millones implicaba un proceso inversionista en los ingenios azucareros: cambiar tandems completos, aumentar calderas, etc., que no podían madurar en el tiempo restante. Por otra parte, las tierras que esa caña necesitaba ya no existían en las zonas aledañas a los centrales, y se empezó a sembrar donde hubiera espacio disponible aunque no estuviera cerca de las fábricas. Eso implicó, al final, serios problemas con los traslados. Además, muchas de las inversiones se terminaron con la zafra empezada. Al mismo tiempo, hubo problemas de todo tipo; por ejemplo, habíamos trabajado con los técnicos azucareros de los centrales para definir muy bien cuál era el rendimiento existente en azúcar, y había regiones, como Guantánamo, que por los problemas de la sequía natural de esa zona podía tener concentraciones de 13 o 13,5 de volumen de azúcar por volumen de caña molida en un momento determinado; pero había otras, como Bayamo, donde a duras penas se llegaba a 11,5 de rendimiento azucarero. Por lo tanto, eran muchos los factores en contra de alcanzar realmente los diez millones. Julio A. Díaz Vázquez: Un dirigente dijo que no se podía hacer diez millones. Tenía razón; sin embargo, estaba equivocado, pensaba que no iba a haber caña y lo que no hubo fue centrales. La meta implicaba elevar hasta los sesenta millones de arrobas diarias la capacidad de molida de los centrales, para lo que eran necesarias la reconstrucción y ampliación de muchos de estos. La industria no pudo asimilar el programa de desarrollo, de ajuste industrial. Por otra parte, en dieciocho meses se sembraron cuarenta mil caballerías de caña. Según mi hermano, que era semianalfabeto, pero tenía una gran sabiduría campesina, el ganado se mueve y la caña no, por tanto movieron los animales y esto tuvo implicaciones que aún estamos pagando, pues en el año 67 teníamos siete millones doscientas mil cabezas de ganado, y actualmente no llegan a cuatro millones doscientas mil. Así, a partir de 1967, comenzó un declive en la ganadería en Cuba del que no nos hemos recuperado. El otro elemento que hay que tener en cuenta es que la agricultura no tuvo una estructura de dirección permanente en la etapa del 64 al 70; ninguna de las que se aplicaron duró más de tres años. Como también Selma apuntaba, la inestabilidad en las líneas de dirección de la administración puso en tensión muchas fuerzas; por tanto, se crearon dos organismos nuevos, el Desarrollo Agropecuario (DAP), y el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH). Anteriormente, expresamos que no era solo producir la caña, sino que estábamos inmersos en un programa de desarrollo ganadero, arrocero, de producción de cítrico, de café; para ello hubo que traer a colación nuevos organismos que le hicieran frente a ese cúmulo de actividades. En un momento determinado se dijo que lo grande que estábamos haciendo entonces no era la Zafra de los diez millones, sino la cantidad de tareas simultáneas, y todas iban por buen camino. Ahora bien, en el frente político esta es la etapa en que se pasó de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) al Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) y de este al Partido Comunista, el 3 de octubre de 1965. Dos años después aparece una nueva concepción muy tropical sobre la construcción paralela del comunismo y el socialismo. En aquella época lo único que se pagaba en el sector de los servicios eran los sellos de correos, puesto que el teléfono llegó a ser gratis. Luego reconocimos que fue una etapa de total idealismo. Además, otro factor era el desgaste causado por el enfrentamiento de clases y la contrarrevolución armada. Hasta el año 65 duró la lucha contra los alzados en el Escambray. Eso significó una vasta movilización y grandes recursos. Traigo aquí cifras que evidenciaban ya en el año 67 que era difícil cumplir la meta. En el 66 la zafra fue de 4,5 millones de toneladas; al año siguiente fue de 6,1; o sea, en tres La Zafra de los diez millones: una mirada retrospectiva 71 años había que aumentar en casi cuatro millones la producción de azúcar. También hay que aclarar que la Zafra de los diez millones no fue de ocho meses; arrancó en agosto de 1969 y duró hasta junio del 70. Se aspiraba a rendimientos por caballería de setenta mil arrobas, lo que no hemos conseguido, en su conjunto, nunca; y a la vez se planteaba un aumento de la producción de azúcar por hectárea, cuyos rendimientos tampoco pasaron de cinco toneladas por hectárea. La programación de los diez millones se informó el 20 de diciembre de 1969, y debía cumplirse de la manera siguiente: el 23 de diciembre se lograría el primer millón; el segundo, el 18 de enero, aproximadamente; el tercero, el 9 de febrero; el cuarto, el 17 de marzo; el quinto, el 3 de abril; el sexto y el séptimo, el 20 de abril; el octavo, el 7 de mayo, y el noveno y el décimo se alcanzarían entre el 7 y el 15 de julio. En eso quedó, en el buen deseo, y no coincidió la programación. Quiero agregar algo más. Se decía que a partir del 70 la zafra se iba a estabilizar alrededor de los diez millones de toneladas, o sea, se trataba de mantener esa producción. Se planteaba que, si eso sucedía, Cuba se iba a convertir en un factor determinante para el precio del azúcar en el mercado internacional, y eso sería una muestra del poderío que alcanzaba el socialismo. En 1792, cuando Francisco de Arango y Parreño preparó su famoso discurso «Cómo fomentar la producción de azúcar en La Habana», una de las cosas que le decía al Rey de España era que Cuba lograra sustituir el papel que había tenido Haití hasta aquel momento, que era el responsable de 50% de la producción mundial de azúcar. A finales del siglo xviii, Haití producía la mitad del azúcar que se comercializaba en el mercado internacional, y el azúcar era el principal renglón del mercado. En el año 70, íbamos a volver a conquistar el papel que otrora tuvimos. 72 Juan Valdés Paz: Antes de pasar a la tercera pregunta, hay un factor que no quiero dejar de mencionar: la mecanización del corte de la caña. No resolverlo antes del 70 implicó una movilización extraordinaria, como nunca: cerca de cuatrocientos mil o cincuenta mil trabajadores para poder asegurar el corte cañero. Esto introducía una caída de la productividad del trabajo de los cortadores de caña, lo cual hacía virtualmente inviable la meta, aunque todos los demás factores hubieran funcionado. Ahora bien, ¿cuáles fueron los impactos económicos, políticos y sociales de la Zafra de los diez millones sobre la sociedad cubana? Julio A. Díaz Vázquez: Intentar cumplir el objetivo de los diez millones dislocó todo el sistema de dirección y administrativo del país, pues poner todos los recursos y el esfuerzo en función de esa meta hizo que años después, en la etapa que vamos a analizar ahora, entre 1971 y 1975, un especialista soviético que visitó la Isla dijera que, en términos teóricos, Cuba había vivido una etapa muy similar al comunismo de guerra de la URSS. En conclusión, en ese período hay una etapa de transición, que se desarrolló bajo el principio de «convertir el revés en victoria» y al mismo tiempo de abrir una etapa nueva a la cual se le llamó de democratización. Se planteó hacer las asambleas obreras, fortalecer el movimiento obrero; así como atender cuestiones que quedaron descuidadas, como la construcción de viviendas. En el año 72 el Comandante en Jefe viajó a todos los países socialistas y, a su regreso, Cuba se adscribió al CAME. Posterior a este hecho hay tres momentos que yo destaco. El primero es el discurso del 26 de julio de 1973, en Santiago de Cuba. Allí, Fidel manifestó que los errores cometidos había que afrontarlos con la voluntad de transformar. Luego, en el año 74, durante el VIII Congreso de la CTC se propone volver al pago de acuerdo con la cantidad y calidad del trabajo; se rescata el papel de los sindicatos, y esto culmina en el 75 con el I Congreso del PCC, del cual quiero destacar, como elemento de gran peso, la aproximación al sistema de dirección y planificación de la economía de los países socialistas; es decir, de manera oficial se reconoció que el sistema para dirigir esa esfera recogía las experiencias de los países socialistas, pero fundamentalmente las de la S. Díaz, J. A. Díaz Vázquez, J. Valdés Paz URSS. Al respecto, podría decirse que, en los cincuenta años de Revolución, el país no ha tenido un sistema integrado de gestión y dirección de la economía; el ejemplo más evidente es la relativa autonomía de las empresas. Por lo tanto, es válido analizar, cuarenta años después, la Zafra de los diez millones. Selma Díaz: Quiero referirme a las cuestiones prácticas. En el momento concreto de la Zafra yo estaba en Oriente. La cuestión de las batallas simultáneas significaba una enorme cantidad de inversiones. Por ejemplo, en el arroz, que empezaron con desmontes en toda la cuenca del Cauto e inversiones en canales, secadoras, pueblo y, a la vez, una gran movilización de gente hacia esos lugares. Hubo ministros dirigiendo centrales, porque los cuadros más importantes se designaron para garantizar este proceso. En Oriente se cerraron todos los centros nocturnos, no se podía comprar una botella de ron en ninguna parte. Cuando estábamos en plena zafra hubo que pedirle permiso al comandante Guillermo García, que estaba dirigiendo la provincia, para darle algunas botellas de ron a los que estaba cortando caña bajo la lluvia. Al terminar la zafra, en Santiago de Cuba había descontento, y Fidel estuvo varios días allí, recorriendo las calles, hablando con la gente. Hubo unas discusiones gigantescas en la Universidad de Oriente, con muchachos que discrepaban de un sinnúmero de problemas. Además, también influyó que el comandante Guillermo, con lo de las batallas simultáneas, teniendo que dirigir los planes de arroz, el café, los cítricos y la caña, había trasladado la dirección de la provincia hacia Bayamo, lo que Santiago de Cuba jamás le perdonó. Fidel designó al cuadro de dirección que consideró mejor para manejar la situación existente en esa provincia: Juan Almeida. Esas fueron algunas de las consecuencias sociales, que todavía no han sido analizadas por la academia. La zafra del 70 tuvo muchas secuelas. Yo tenía la convicción, desde mucho antes, de que no se podían hacer los diez millones; había estado llevando todas las inversiones, tanto de los centrales como de la caña. Pasé los últimos meses entre Guillermo García, movilizado en el central Antonio Guiteras, moliendo caña de todos los lugares; Armando Hart, en el Amancio Rodríguez, con caña de Camagüey y Oriente; y Bibinito Betancourt en Banes, moliendo en los centrales de Holguín. Querían que yo estuviera en todos los lugares al mismo tiempo. El nivel de locura, de desesperación era tremendo porque estaba, además, el compromiso de todos, aun de aquellos que no creíamos que esa meta era posible. Juan Valdés Paz: El panel ha ofrecido una mezcla de testimonios sobre cómo se vivió aquel proceso y de la perspectiva que desde hoy este nos merece. Puede ser esta también una pauta para las intervenciones del público, al cual le doy la palabra. Yoss: Es significativo que al cabo de cuarenta años estemos tratando de entender qué significó la Zafra de los diez millones. Aquel fue un evento fundamental, donde el concepto de Revolución que existía hasta ese momento, de haber logrado la victoria en todo, chocó con la realidad. No puede decirse que la Zafra ya fue estudiada, porque si así hubiera sido no se hubieran cometido los mismos errores; por ejemplo, en el Cordón de La Habana, o con la ganadería. Se cometió el error de acallar a los que dijeron: «No es posible». Ciertamente la capacidad de las tierras de Cuba era suficiente para producir diez millones, pero los centrales no podían moler toda la caña que hubo, y quedaron cientos de toneladas de caña cortada durmiendo en el campo. Eso ocurrió porque en un momento determinado había camiones que llevaban caña de una provincia a otra, lo cual es un absurdo económico. Se trató de saltar, y creo que se ha mencionado un elemento clave, del capitalismo al comunismo directamente, sin pasar por el socialismo. No se convierte un país agrario en agroindustrial de un día para otro. No se habla mucho de las consecuencias sociales que tuvo aquella zafra. Analizar esto implica, sobre todo, la posibilidad de que no se vuelva a cometer el error. Julio Travieso: La historia está para que la veamos constantemente, porque el juicio que tuvimos ayer no es el de hoy ni será el de mañana. Este período de la Zafra de los diez millones es más que un problema económico, tecnológico y político; es con mucho un problema sociológico La Zafra de los diez millones: una mirada retrospectiva 73 importantísimo, y de valores, porque de repente los cubanos de aquella época nos encontramos con un machete en la mano en el proceso de la zafra. Se cerraron centros de diversión, de recreación, en cierta medida se dividió la familia cubana, porque si alguien estaba cortando caña un año no podía atender a su esposa. En algunas oportunidades ese proceso llevó a hechos heroicos, pero también a mucho oportunismo. Ahora mi pregunta es: ¿por qué diez millones? Si se hubiese dicho: «Vamos a hacer la zafra más grande de nuestra historia», no hubiese habido fracaso político, porque así fue. Entonces, ¿por qué diez, por qué no once, o nueve y medio?, ¿cuál es la explicación y de dónde salió este número que al final llevó al fracaso político? Ramón García: En aquel año 70 lo que entra en crisis no es una zafra, o un programa, sino toda una concepción de desarrollo que luego jamás se discutió. El rostro de esa concepción que se ha mantenido de zapa ha variado en el tiempo, alguna vez se llamó desarrollismo; otra, industrialismo; y hoy es «eficientismo». Alexander Correa: El arco temporal del 59 al 60 es diferente al que tiene lugar del año 61 al 63, o del 63 al 65, y del 65 quizás al 70. En términos económicos también hay razones para afirmar que, aun cuando los acuerdos comerciales que se firmaron con la URSS en el año 64 comprometieron el desarrollo cubano, no hay un continuo ni en el proceso político cubano ni en las consecuencias que ese proceso tiene en la sociedad. Curiosamente esta zafra, que empieza en el 65, es la que tiene más proyectos de estímulo a los trabajadores: incluía hasta quinientos viajes, mil motocicletas, dos mil refrigeradores, vacaciones pagadas. Un año antes en Cuba se había zanjado una discusión muy fuerte en torno a dos modelos; lo que se discutía, a la larga, no solo era el modelo político, sino también el de desarrollo cubano. Ello queda resuelto tácitamente con la salida del Che Guevara de Cuba y la de Carlos Rafael Rodríguez del INRA. En este contexto hay un diferendo político-ideológico muy fuerte con la URSS, de lo que prácticamente no se habla, y habría que analizarlo de ese modo. Julio decía que se quería estabilizar para el año 70 una producción anual de diez millones. Sería provechoso hablar de esto en el contexto de la lucha contra la burocracia, una corriente prosoviética que está trabajando en el interior de las filas del poder revolucionario y que tiene en la práctica un intento de golpe de Estado a finales del 67, principios del 68. Me gustaría que se relacionara el diferendo ideológico y político con el tema de la Zafra de los diez millones. Ana Vera: Gladys Marel García: 74 Si asumiéramos este debate de hoy como un ejercicio de reflexión para aprender de los errores y los aciertos, replantear procedimientos, entonces sería pertinente que el panel conectara este análisis de los errores del 70 con los problemas azucareros actuales. Seguimos arrastrando problemas azucareros, muy graves, estrechamente relacionados con aquella política económica, que tiene que ver con una insuficiente consideración del papel que la ciencia debe desempeñar en la proyección del desarrollo, por encima de la política. Los errores de la zafra del 70 los vivimos en la actualidad, porque la voluntad política a veces soslaya la voluntad del saber y del conocimiento. ¿Qué sucedió en aquella zafra? Entonces no se tuvo en cuenta, para el mantenimiento de los centrales y la ampliación de los tandems azucareros, la experiencia de sus trabajadores, ni la de los maestros de azúcar y los técnicos que podían analizar si se podía o no cumplir la meta. Ese desconocimiento es lo que nos lleva a cometer errores. Por otra parte, aquellas siembras masivas en tierras arroceras que no podían producir una caña con rendimiento azucarero, es otro de los grandes errores cometidos. Por ejemplo, en Las Villas hubo un gran debate, resultado del cual los campesinos debían dedicarse solamente a la zafra. En Yaguajay, los campesinos tenían que sembrar la tierra de noche, con faroles, para satisfacer su alimentación cotidiana. Y por último, la consecuencia más grave fue el CAME; y, en el 70, cambiar el modelo, lo que trajo graves implicaciones. S. Díaz, J. A. Díaz Vázquez, J. Valdés Paz Juan Valdés Paz: Devuelvo la palabra al panel. Selma Díaz: La cifra de diez millones fue una decisión personal del compañero Fidel Castro. Nosotros discutimos con él el trabajo que habíamos concluido en la agricultura, la evaluación de cada uno de los ciento cincuenta y cuatro centrales existentes, y que, según los resultados, podríamos llegar aproximadamente a los ocho millones doscientas mil o trescientas mil toneladas. Le proponíamos ocho millones quinientas mil; en la primera reunión él nos dijo: nueve millones. Eso no era lo que le habíamos planteado, pero era posible si se resolvían algunos problemas. En el 64, sin debate, de nueve se pasó a diez millones, y ya esa meta era imposible. Se determinó dejar solo sesenta centrales funcionando en la Isla. Como planificadora física, como responsable del desarrollo territorial de este país puedo decir que teníamos en Cuba la enorme ventaja de una industria ubicada en el territorio, donde había ciento cincuenta y cuatro centrales. Estos por lo menos seis meses al año tenían una fuerza calificada de primer nivel que residía allí, y en torno a ese potencial nos fue extremadamente fácil estructurar el desarrollo territorial y la nueva división político-administrativa. En general, nuestra población se distribuye de acuerdo con las capacidades agrícolas y de la industria azucarera. Cuando en los años 90, me enteré de la decisión de desactivar esa cantidad de centrales, para mí fue un día de duelo personal. Existía la posibilidad de tener un centro de promoción de cultura industrial; nuestros ingenieros azucareros eran de lo mejor que existía en el mundo. Utilizando esos centrales para producir sencillamente derivados azucareros hubiéramos podido tener una de las industrias más florecientes de toda América Latina. Hoy, Brasil está produciendo en gran medida alcohol y no azúcar. Las industrias derivadas del azúcar son infinitas, hasta plásticos se puede hacer. Julio A. Díaz Vázquez: Muy pocos de los especialistas que conozco compartieron la idea del desmantelamiento de la industria azucarera. En este sentido, hay que agregar un elemento: el papel integrador, lo que los economistas llaman «efecto hacia delante» y «efecto hacia atrás», que tiene o tenía la industria azucarera en este país. Eso no lo ha podido resolver el turismo que supuestamente era con el que se iba a sustituir esa industria. No se puede hacer política social con la economía, y cuando hablamos de eficiencia hay que unirla con el hecho de la democratización. Para ganar en eficiencia hay que institucionalizar el mercado, si no hay mercado jamás habrá eficiencia. Es necesario llegar a un consenso con respecto a qué debemos hacer, cómo enfrentar a realidad teniendo en cuenta experiencias pasadas. Tenemos que pensar cómo actualizar nuestro modelo a partir del reconocimiento de que al modelo soviético la historia ya le pasó la cuenta. Juan Valdés Paz: En la perspectiva histórica, el socialismo cubano repite una vez más lo que han tenido todas las experiencias socialistas: la intención de dar un gran salto. Este ha sido un fracaso, y de él se ha aprendido y se ha iniciado un nuevo curso de desarrollo, nuevas estrategias. Podemos tomar experiencia histórica de los diez millones como el intento fallido de un gran salto que nos permitió rectificar nuestras estrategias de transición. Por otra parte, hay que analizar los factores internacionales en el período del que hemos hablado, el de mayor agresividad de la política de los Estados Unidos hacia Cuba; también hay que recordar nuestros numerosos diferendos con la URSS, con China —nuestro segundo partner—, y esta prosapia nuestra tercermundista. En este período intentamos un socialismo nacional. A estas alturas de la historia, los chinos dicen que el suyo es un «socialismo con características propias», los vietnamitas lo repiten; los venezolanos, que el de ellos también es nacional. Nosotros quisimos en los 60 que fuera cubano y no lo hicimos bien, pero quedó sentada la necesidad de construir mejor un socialismo autóctono. Aunque hemos abordado algunas dimensiones, faltan otras; por ejemplo, la ideológicocultural. Aquel fue el período de mayor heterodoxia y sería interesante saber por qué la dirección es heterodoxa en unos aspectos y dogmática en otros. La Zafra de los diez millones: una mirada retrospectiva 75 Este es el período donde llegamos al punto de promover, en el orden de la sociedad y de la gestión, un modelo vertical que iba desde la participación directa de las fuerzas armadas en gestiones económicas hasta disolver los organismos centrales para crear «puestos de mando». La consecuencia de este modelo es una seria restricción de la democracia, pues las decisiones se toman y no hay discusión. Sufrimos demasiado tratando de conseguir una meta, pero nos la creímos. Aquel fue el momento en que la sociedad cubana ha tenido un mayor nivel de movilización en la lucha por una meta fijada por la dirección de la Revolución. El llamado a cumplir con el honor nacional logró mover, como nunca antes ni después, a la sociedad cubana. Lo mejor que tuvo esa mala experiencia es que pasamos a una nueva estrategia de transición socialista, que, como ya se mencionó, también tuvo sus limitaciones. Lo que está en pie ahora es preguntarnos cuál es la nueva estrategia de transición socialista en la que estamos o estaremos en los próximos años. Agradezco profundamente una asistencia tan masiva. Participantes: Selma Díaz. Arquitecta. Julio A. Díaz Vázquez. Profesor consultante. Centro de Investigaciones de la Economía Internacional (CIEI). Juan Valdés Paz. Sociólogo. 76 S. Díaz, J. A. Díaz Vázquez, J. Valdés Paz ENTRETEMAS Definir el modelo agrícola al cual se aspira, determinar los elementos básicos y sistémicos que ayudan a conformar una política agraria, aspectos estratégicos dentro del significativo proceso de transformaciones en la política económica y social cubana; visiones controvertidas sobre el modo en que el sistema económico funciona en países de regiones tan distintas como Europa centroriental, Asia continental y Cuba. Singular propuesta que ofrece esta sección de Temas para aquellos que, desde cualquier lugar del planeta, aprecian la lectura de textos que invitan a la reflexión y al debate sobre asuntos trascendentes de la contemporaneidad. Teoría y práctica en los Lineamientos de la política económica y social Armando Nova González Profesor e investigador. Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC). U n interesante y significativo proceso de transformaciones, identificado como actualización del modelo económico, ha comenzado en todos los sectores de la economía cubana, con notables implicaciones en los aspectos sociales y políticos de la nación. Estas transformaciones han quedado recogidas en los Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución,1 aprobados en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, en abril de 2011, y ratificados en la Conferencia del PCC, celebrada en febrero de 2012. Algunos analistas han planteado que los Lineamentos reflejan el qué, pero es necesario el cómo llevarlos a la práctica. A la vez, han señalado que estos no especifican, al menos de forma explícita, el modelo económico al cual se aspira; ello se debe, en lo fundamental, a que no se aprecia una estrategia bien definida, quizás existente, pero no pública. Luego del discurso pronunciado por el presidente Raúl Castro, el 26 de julio de 2007, en Camagüey, el PCC convocó a reflexionar sobre lo allí planteado. Esto dio lugar a 215 687 reuniones de estudio y reflexiones, calificadas de necesarias y útiles, en las que participaron más de cinco millones de cubanos. Tal proceso, en ocasiones identificado como una especie de plebiscito por su masividad, dio lugar a más de un millón trescientos mil planteamientos. Estos, resumidos, 78 Armandon.Nova González 72: 78-82, octubre-diciembre de 2012 constituyeron la cantera de 313 Lineamientos finales (lo que pudiera llamarse el qué): un documento guía sumamente importante, como punto de partida para implementar las transformaciones económicas. Interrogantes y reflexiones No obstante, el análisis de los Lineamientos motiva algunas consideraciones desde el punto de vista teórico-metodológico y, a la vez, conduce a algunas reflexiones e interrogantes: 1. ¿Hacia dónde se encaminan los cambios? No se aprecia de forma clara la estrategia a seguir. No están definidos algunos conceptos importantes, lo que puede conducir a diversas interpretaciones y errores. 2.¿A qué socialismo se hace referencia? ¿A los pocos aspectos tratados por los fundadores del marxismo sobre el socialismo (necesario punto de partida)? ¿Al modelo de socialismo planteado por Lenin a partir de la NEP (Nueva Política Económica)? ¿A la base de un modelo económico-social-político propio, cada vez más justo, con la mayor equidad y democracia alcanzable, con profundas raíces en la frase martiana «Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas»? En este terreno se manifiestan retos importantes: ¿Cómo caracterizar esencialmente la relación socialista? ¿Cómo lograr que en el modelo que se proponga la relación dominante sea la socialista de acuerdo con la caracterización anterior? ¿Cómo garantizar la producción del excedente socialista caracterizado y su acumulación más conveniente? 3.El tema de la propiedad resulta de vital importancia porque constituye la base económica sobre la cual se erige la superestructura de la sociedad y determina las formas de distribución y los ingresos de los productores y la población en general.2 • La existencia de diversas formas de propiedad en el proceso de tránsito hacia una sociedad socialista fue prevista por los clásicos del marxismo. La propiedad socialista debía demostrar en la práctica su superioridad en eficacia y eficiencia sobre las otras que coexistieran con ella, para poder regular el proceso de construcción socialista a escala social. • En su artículo «Sobre las cooperativas» Lenin expresó: «El régimen de los cooperativistas cultos es el socialismo».3 El cooperativismo, en todos los sectores económicos, puede ser el camino más adecuado para el paso de la propiedad privada capitalista a la propiedad social. 4.Algunas políticas estratégicas, como la referida al sector agrícola, no son lo suficientemente abarcadoras ni están concebidas de manera sistémica, dentro del sector y en relación con otros (conocido como efecto multiplicador). Ello genera la carencia de una definición propia de dicha política, lo que da espacio a suposiciones sobre el modelo agrícola al que se aspira, de modo consecuente con la no definición del modelo económico que se pretende alcanzar. 5.En el documento no se aprecia un enfoque sistémico. En el proceso de discusión de los Lineamientos no se partió de un diagnóstico de la situación económicosocial. El debate se desencadenó como una especie de tormenta de ideas. Dicho proceso era necesario, pero no fue suficiente. Hubieran sido aconsejables dos medidas: 1.Realizar, de forma previa, un análisis y valoración de la situación del país, con los representantes de las ciencias sociales, para obtener sus puntos de vista, y con ellos nutrir el documento de conceptos básicos y ciertas definiciones, que hicieran más explícito a dónde se pretende llegar, así como la estrategia necesaria para lograrlo. 2.Ampliar el proceso de participación; es decir, hacer extensiva previamente la discusión del Proyecto de Lineamientos a las ciencias sociales, y luego a la población en general. Lo anterior hubiera contribuido a conformar un documento más abarcador y preciso. Proceso metodológico Lo más recomendable sería partir del análisis y valoración de una situación actual (el diagnóstico de la economía), que comprenda los problemas y dificultades endógenas y exógenas existentes, y tener en cuenta cómo el factor tiempo incide en su agravamiento y en el surgimiento de otros nuevos. Resulta importante reconocer y medir no solo las debilidades, sino también las fortalezas con que cuenta o dispone la economía, que puedan contribuir de forma efectiva en la solución de los problemas y lograr los objetivos previstos. Luego es preciso pasar a una segunda fase: la situación deseada. Se parte de un modelo económico que no funciona; es necesario uno nuevo que resuelva los problemas de la economía y la sociedad, que sea sostenible y se proyecte más allá de la propia solución de los problemas actuales. Lo anterior exige trazar una estrategia; para ello se requiere elaborar y establecer políticas con una expresión concreta en el territorio y que se interrelacionen con la macroeconomía; a la vez, hay que crear los instrumentos y mecanismos que posibiliten implementar las políticas trazadas, para alcanzar la situación deseada. Ejemplificar este proceso con un tema concreto y a la vez estratégico como la producción de alimentos, ayudaría a interpretar lo anteriormente planteado, a definir el modelo agrícola al cual se aspira, la diversidad en las formas de propiedad y tenencia de la tierra, la descentralización, la autonomía; encauzado a lograr la realización de la propiedad4 y con ello el cierre exitoso del ciclo productivo. (Ver Gráfico 1) Ahora bien, ¿cuáles son los elementos básicos y sistémicos que ayudan a conformar una política agrícola? Una posible respuesta puede estar contenida en la siguiente relación. Política sobre la tierra • Entrega de la tierra a los agricultores, bajo un contrato para la producción, el cual deberá reconocer las obras de infraestructura, la vivienda, así como aspectos hereditarios. • El período de entrega en años debe considerar la vigencia de las leyes económicas y biológicas del sector agropecuario, así como el ciclo de los cultivos (temporal, semipermanente y permanente) y los tipos de ganadería. • A su vez, el campesino deberá hacer producir la tierra, sin pagar al gobierno durante un período de gracia, que le permita el despegue económico. Luego se deberá efectuar el cobro por la tenencia y uso de la tierra, lo que significaría un arriendo,5 y al mismo tiempo constituiría un paso importante para Teoría y práctica en los Lineamientos de la política económica y social 79 Gráfico 1. ¿Hacia dónde vamos? Diagnóstico (situación actual) • Elevados niveles de importación de alimentos • Elevado nivel de tierras ociosas • Bajo nivel de exportación de bienes (producción nacional) • Grado elevado de descapitalización y desindustrialización agroindustrial • Infraestructura deteriorada (pero existente) • Falta de liquidez en divisas • Desarrollo científico-técnico • Capital humano Situación deseada • Lograr mayor seguridad alimentaria • Mayor disponibilidad de alimentos • Acceso de la población (salario nominal y real, presupuesto de gastos e ingresos de la población) • Resultado (calidad de los alimentos) • Aumento de exportación de bienes • Sustitución de importaciones • Una agroindustria bioenergética de la caña de azúcar, utilización de otras fuentes de biomasa y demás fuentes de energía renovables • Desarrollo industrial Estrategia Establecer políticas (se concretan en el municipio) • Uso y explotación de la tierra agrícola • Diversidad y participación directa de los productores en el mercado mayorista y minorista de productos agropecuarios • Simplificar estructuras organizativas y funciones • Descentralización • Mejoramiento y conservación de suelo, desarrollo forestal, lucha integrada contra plagas-enfermedades. • Utilización y protección de recursos hídricos • Inversión Extranjera Directa (IED) • Programa energético • Libre contratación de fuerza de trabajo el reconocimiento y derecho del productor sobre la propiedad económica de la tierra —beneficiado por el Decreto Ley 259 (ahora 300)—, además de la ya reconocida propiedad jurídica (el Estado). Asimismo, ello contribuye a delimitar la gestión de gobierno de la empresarial. 80 Crear instrumentos • Distribución de tierras ociosas • Establecer y consolidar un mercado de insumos, servicios, maquinaria, equipos, implementos • Créditos, microcréditos, financiamientos, seguro, proyectos agrícolas-productores • Eliminar barreras de acceso a los productores y productos al mercado de libre oferta-demanda • Crear asociaciones de productores • Mayor grado de autonomía • Acceso de todos los productores a la IED • Fuentes de energía renovable costos de la vida con los derechos de aduana, y aún podrá, con lo que ha de sobrarle reunir en sus manos y gobernar por sí todos los medios de comunicación necesaria para la felicidad humana que por no poder existir sin el elemento nacional de la tierra, pertenecen de derecho a la Nación para el beneficio de sus habitantes.7 En este tema resulta un aspecto importante lo referente a la renta diferencial de la tierra, de acuerdo con la calidad del suelo, la disponibilidad de agua y la ubicación geográfica. En la relación contractual entre el productor que la ocupa y el jurídicamente propietario quedarán reflejadas las obligaciones de ambos (sobre todo para este último), en la conservación y mejoramiento del medio de producción más importante del sector agropecuario. Los fundadores del marxismo trataron con precisión el desarrollo de las formas cooperativas y la utilización del arriendo en los diversos sectores económicos y en particular en el agrícola: «Los latifundios de los Junkers del Elba pueden entregarse en arriendo sin dificultad, asegurándose la necesaria dirección técnica, a los braceros y jornales de hoy y cultivarse colectivamente».6 También José Martí, al analizar la obra del economista norteamericano Henry George, opinó sobre la tierra y el arriendo: Política sobre el riego, drenaje, conservación y mejora de suelos Examen hondísimo de los males humanos y sus causas [que] llega a asentar que todo el mal viene de la acumulación de la tierra en manos privadas, y sostiene que el problema de la pobreza no tiene en estos pueblos grandes más remedio que ir convirtiendo pacíficamente por una reforma en la tarifa toda la tierra, que la naturaleza creó para todos los hombres, en propiedad nacional, por cuyo uso pague el ocupante a la comunidad, explótelo o no, el alquiler de la tierra que ocupa, el cual irá como contribución única a pagar las legítimas expensas del Erario, quien no tendrá en esa manera que agravar los • El gobierno toma la iniciativa en las inversiones para facilitar el uso de esa tecnología. Destina importantes partidas financieras en el Presupuesto para acometer obras hidráulicas. • El gobierno asume los servicios empresariales de riego y drenaje como actividades de servicios públicos. • El productor agrícola se hará cargo del pago de cuotas por uso del servicio hidráulico (teniendo en Armando Nova González cuenta un período de gracia, que permita el despegue necesario de la producción). • El gobierno velará por la conservación y uso adecuado del suelo y asumirá la mayoría de las inversiones necesarias para su recuperación, su conservación, así como la mejoría de su fertilidad. Política sobre variedades de cultivo y razas de animales certificados y la introducción de los logros científico-técnicos • El gobierno dará prioridad al tema de la reproducción vegetal (semillas) y animal sobre bases científicamente certificadas y lo hará con fuentes nacionales e importadas. • El gobierno y las autoridades territoriales estimulan y facilitan a los productores la compra e introducción de semillas certificadas y pies de cría animal. • Es necesario implementar entre los productores sistemas de divulgación (publicaciones, guías, etc.), que permitan hacer extensivos los resultados de las investigaciones en el sector agrícola, para lograr la introducción de nuevas variedades agrícolas y razas de ganado. Política de crédito • Es preciso constituir un Banco agrícola especializado. • Implantar un procedimiento simple, mejorado y gradual para incrementar el número de préstamos a los productores. • El sistema bancario apoyado en las organizaciones territoriales establecerá formas de transacción y sistemas de financiamiento novedosos, a fin de propiciar y aprobar créditos para los agricultores con la correspondiente contrapartida material expresada en los mercados de insumos y medios de producción. Política de liberalización de la producción agrícola, insumos y equipos • Establecer mercados de insumos y medios de producción, basados en los mecanismos de mercado, y buscar nuevas modalidades de financiamiento que contribuyan a establecer dicho mercado. • Reducción y simplificación de estructuras organizativas intermedias, que separan al productor del destino final y le imposibilitan tomar sus propias decisiones. • Liberalizar, de forma gradual, pero dinámica, la comercialización de los productos agrícolas y ganaderos, en correspondencia con el incremento de la disponibilidad de alimentos. Eliminar monopolios y oligopolios, así como hacer una libre conformación de precios con el correspondiente monitoreo y su interrelación con los precios del mercado internacional. • Todas las producciones deberán ser vendidas, bajo contrato, a las empresas, a precios de mercado, y un significativo destino final al mercado libre. • Permitir a los productores exportar productos agropecuarios, mediante vías organizadas al efecto, y excluir solo productos claves. Política sobre la agroindustria de la caña de azúcar • Recuperación de la agroindustria de la caña de azúcar sobre la base de una agroindustria bioenergética productora de alimentos con destino humano y animal, generadora de energía renovable (alcohol, gas metano), y de otras materias primas y derivados con alto valor agregado para la industria nacional y fondos exportables. Política sobre la inversión extranjera • Ampliar gradualmente las modalidades de participación de la inversión extranjera de forma directa con los productores. Algunas consideraciones finales Todo camino se inicia con el primer paso; este ya está dado, está a tiempo de subsanar determinada ausencia de aspectos teóricos-conceptuales. La actividad práctica de los seres humanos se halla unida obligatoriamente a la actividad cognoscitiva y puede superar las expectativas. La ciencia ofrece cuantiosos datos confirmativos de la concatenación y condicionamientos de objetos y fenómenos. El estudio del mundo como un todo y el examen de las concatenaciones universales constituyen una importante función de la dialéctica materialista. Reflejo de ellas en la conciencia de los seres humanos son las leyes y las categorías de la dialéctica materialista. Conocer las leyes es condición indispensable de la actividad práctica de los seres humanos. En ello consiste, precisamente, la misión de la ciencia, así como en pertrechar con ellas la práctica. Teoría y práctica conforman una unidad dialéctica. Disponer de una estrategia —y hacerla explícita— en la que participe la sociedad en su conjunto, pero sobre todo los representantes de las ciencias sociales, constituye un elemento indispensable para alcanzar el modelo económico-social al cual se aspira. Teoría y práctica en los Lineamientos de la política económica y social 81 Notas 1. Véase Partido Comunista de Cuba, Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución (Resolución aprobada en el VI Congreso del PCC, junio de 2011, disponible en www. congresopcc.cip.cu). 2. Armando Nova, «La propiedad en la economía cubana», Boletín CEEC (CD), La Habana, agosto de 2011. 3. Vladimir I. Lenin, «Sobre las cooperativas» [1923], Obras completas, t. 45, Editorial Progreso, Moscú, 1987, p. 389. 4. Es decir, el derecho del productor de poder decidir, qué debe producir, a quién vender lo producido, a qué precio, el acudir a un mercado de insumo, para comprar los medios necesarios y en el momento oportuno, con el objetivo de lograr el cierre exitoso del ciclo productivo. 5. Ley 59 «Código civil», de 16 de julio 1987, Gaceta Oficial de Cuba, La Habana, 15 de octubre de 1987: Artículo 140. El Estado puede conceder derechos de usufructo o superficie sobre tierras de propiedad estatal. También puede conceder en usufructo o arrendamiento medios de producción, terrenos, edificaciones, instalaciones industriales, turísticas o de cualquier tipo, de con formidad con lo dispuesto en la ley. 6. Carlos Marx y Federico Engels, «Engels a Otto Von Boennigk» [1890], Obras escogidas, t. I, Editorial Progreso, Moscú, 1973, p. 716. 7. José Martí, Obras completas, t. 7, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963. 82 Armando Nova González U U Transición económica: luces y sombras. Entrevista a Grzegorz W. Kolodko Ricardo Torres Profesor e investigador. Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC). G rzegorz W. Kolodko, profesor de economía política en la Universidad Kozminski, en Varsovia, es considerado uno de los académicos más importantes en el área de las políticas de desarrollo económico. Ha publicado alrededor de cuarenta libros. Fue viceprimer ministro y ministro de Finanzas en Polonia entre 1994-1997 y 2002-2003, durante algunos de los momentos decisivos de la transición en su país. Entre el 20 y el 22 de junio del presente año, el destacado intelectual participó en el Seminario Anual sobre Economía Cubana y Gerencia Empresarial, organizado por el Centro de Estudios de la Economía Cubana y efectuado en La Habana. Durante esas jornadas ofreció una conferencia sobre las características y el estado actual de la transición en Polonia. Y concedió la presente entrevista. Ricardo Torres: ¿Qué es para usted la transición?, ¿equivale únicamente a la restauración capitalista en Europa oriental y Rusia? Grzegorz W. Kolodko: No, en lo absoluto. La noción de transición o transformación, que no es lo mismo, implica mucho más que eso. Pero a veces la discusión sobre los cambios dentro del sistema de economía socialista deriva hacia la transición o transformación poscomunista. Sin embargo, cuando contemplamos los procesos que tienen lugar en sitios tan distintos de la economía del mundo contemporáneo como los Estados Unidos o los países árabes, los vemos como un tipo de transformación o transición hacia algo nuevo, distinto. Desde las perspectivas semántica y lógica, diría que la transición implica un desplazamiento, un movimiento de un sistema a otro. Y si hablamos del cambio de una economía socialista centralmente planificada a una capitalista de libre mercado, entonces se trata de una transición que conduce a la economía de mercado o al sistema capitalista. No estoy poniendo un signo de igualdad entre mercado y capitalismo, que es otro asunto. Por lo tanto, un segundo comentario sería: lo que está ocurriendo en Europa centroriental, Rusia y las repúblicas postsoviéticas no es una restauración del capitalismo. En ellas se construyen nuevos arreglos institucionales. De modo que no están regresando al capitalismo. La restauración implicaría una recreación de algo que había existido. Y este no es el caso. Usted podría hallar en mis primeros libros una suposición referida a que el socialismo de la Europa centroriental fue erigido en un momento inicial como contraposición a un tipo particular de capitalismo y luego evolucionó sobre sus propias bases. Es decir, al principio todo funcionó como antítesis. En el capitalismo existía una cantidad desproporcionada de propiedad privada; por lo tanto, para el socialismo, la estatal debía ser dominante. En el capitalismo la Transición económica: luces y sombras. n. 72: 83-92, Entrevista octubre-diciembre a Grzegorz W.de Kolodko 2012 83 maximización de la ganancia era la fuerza impulsora de la expansión económica; por ello, en el socialismo se supone que sea la satisfacción de las necesidades del pueblo. En el capitalismo era esencial el mercado, de modo que nos deshacemos del mercado e introducimos mecanismos de planificación, etcétera. Ahora, Polonia, los países de Europa centroriental, Rusia, más de treinta naciones con cuatrocientos millones de habitantes —y dejando a un lado a China, a Viet Nam y a algunos otros países asiáticos—, están inmersos no en la reconstrucción de las estructuras del viejo sistema, sino en una especie de huida hacia adelante, en dirección a una economía de mercado diferente, que ha tomado en cuenta la etapa contemporánea de la revolución tecnológica, la globalización desenfrenada, e importantes desplazamientos culturales y políticos. Al describir, explicar y analizar todo el proceso no debemos recurrir a términos como socialismo o capitalismo, porque entonces el debate se enreda en algún contexto ideológico que no siempre es suficientemente pragmático para hallar buenas respuestas a las muchas preguntas que tenemos. Digamos, pues, que este es el paso de una economía centralmente planificada, en la cual predomina la propiedad estatal y bajo control burocrático, a una de libre mercado y abierta, desregulada, basada en la propiedad privada. Quedan muchos signos de interrogación, más allá del modelo preciso a donde vamos. Es un proceso sin límites fijos. Hace poco más de veinte años, en Polonia sabíamos adónde apuntábamos. Teníamos en la mirilla el sistema de mercado que existe en la Unión Europea (UE), en lo que incidía nuestra ubicación geográfica: ser el país más centroeuropeo. Nos convertimos en nación europea desde una perspectiva geopolítica, y puesto que existe la UE —institución importante y exitosa agrupación integradora, a pesar de sus recientes crisis— resulta obvio que si decidíamos aproximarnos más al sistema de mercado deberíamos estar en disposición de tomar todo lo posible del patrón de mercado euroccidental, que sigue las líneas del accord communautaire;1 es decir, la desregulación de la actividad económica. Por lo tanto, sí sabíamos el objetivo de esta transición, de dónde a dónde iba. Fue distinto para Rusia, que conocía el punto de partida —una economía burocrático-centralizada de tipo soviético—, pero no podía decir a dónde iba, apenas «a un futuro mejor». Todo el mundo va hacia un futuro mejor, al menos eso creen las personas, y los políticos lo prometen. Sin embargo, ¿qué significaba esto para Rusia? Ellos siguen teniendo un problema muy grande. Nosotros decidimos que lo mejor para Polonia es la economía de mercado del tipo que tenemos en la UE, y casi hemos cumplido esa meta por completo al ingresar a ella en mayo de 2004. 84 Ricardo Torres R. T.: Se toma la perestroika soviética como ejemplo que ilustra el punto de partida para los procesos de transición en Europa oriental. Especialmente en la Unión Soviética, esa política no apuntaba a la restauración del capitalismo, sino al reenfoque del modelo socialista hegemónico en el área. No obstante, fracasó. ¿Qué cree usted que ocurrió? G. W. K.: De hecho, perestroika significa «reconstrucción». Cada país tiene sus propios nombres para ciertos procesos, algunos de los cuales pueden ser similares. Se les llama «reformas» en Polonia y Hungría, doi moi en Viet Nam, perestroika en Rusia, y ahora se denomina «actualización» en Cuba. A vuelo de pájaro, con una perspectiva de larga distancia, la perestroika de los tiempos de Mijaíl Gorbachov, último líder de la Unión Soviética, tenía una connotación similar a la «actualización» en la Cuba contemporánea. No apuntaba, en ningún sentido, al tránsito a un nuevo sistema. Se trataba de mejorar el existente de manera que las empresas pudieran competir en una economía que estaba creciendo para convertirse en global. Era también un intento por flexibilizar el sistema, ajustarlo al cambiante ambiente internacional; y tornarlo más aceptable para el pueblo. Pero incluso antes de la perestroika hubo reformas más o menos profundas, orientadas en dirección al mercado, sobre todo en países como Hungría y Polonia. El proceso comenzó en Polonia después de la desestalinización de 1956. Hubo cierta desregulación económica, descentralización y liberalización; sin embargo, no funcionaba, y resurgió la centralización, que condujo a la crisis de 1970. Se produjo entonces un cambio político y de políticas en 1970 y 1971; de nuevo hubo intentos por reformar la economía socialista, los cuales volvieron a fracasar. Luego ocurrieron los desórdenes de 1980 y 1981, el nacimiento de Solidaridad, que fue llamado sindicato, pero era un movimiento sociopolítico; ese fue, de hecho, el principio del fin del sistema en Europa central y oriental. Y una vez más, bajo la sombrilla de una regulación especial que se dio en llamar Ley Marcial, digamos un gobierno fuerte y autoritario, hubo reformas profundas después de 1981, hasta 1989. La economía adquirió un poco de impulso, pero a mediados de ese decenio empezó a deteriorarse otra vez, principalmente por dos razones: la lucha interna entre el gobierno, orientado en dirección a las reformas, y Solidaridad, cada vez más antisocialista; además, estaban los factores externos, en especial las sanciones económicas que Occidente le impuso a Polonia a fines de 1981 debido a la Ley Marcial. Luego, puesto que en la mayoría de los países el crecimiento se hacía más lento, la escasez aumentaba, aparecían más tensiones sociales, se iba perdiendo la competitividad, trataron de reformar sus economías Polonia, Yugoslavia, Hungría y la Unión Soviética de Gorbachov, aunque en ciertos países —como la RDA, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumanía, Albania— nada hicieron. Hasta finales del decenio de 1980-1989, Rumania era un estado ortodoxo, de estilo comunista o de economía tipo socialismo extremo. Hasta cierto punto, en Polonia y Hungría había un peso mayor de la propiedad privada, y eran economías más abiertas, más liberalizadas. Ello nada tenía que ver con construir una economía de mercado como la vemos desde hace veintitantos años. Me encontré con Gorbachov un par de veces. Por supuesto, le pregunté: ¿Cuál fue el objetivo de su perestroika y su glasnost? Glasnost significa apertura, un tipo de reformas políticas graduales, limitadas, aunque en aquel tiempo eran profundas y, para algunas personas, lo eran demasiado. Él confirmó mis sospechas y mi certeza. Su propósito no fue deshacerse del socialismo y remplazarlo con el capitalismo, sino mejorar el sistema, porque ya casi no funcionaba en aquellos momentos. Pero en lo económico no dio los frutos esperados. De hecho, fracasó por cierto número de razones, incluida la complejidad de la Unión Soviética, compuesta por quince repúblicas distintas con cientos de nacionalidades y bastante desigualdad entre las regiones, no solo entre los estratos sociales. Lo que ocurrió en los 80 en la Europa centroriental y la Unión Soviética fue un intento por rediseñar el sistema socialista para hacerlo menos centralmente planificado y burocráticamente controlado, más dependiente del mercado y desregulado. Pero debido a la Guerra fría, a la mala administración, a las ideologías en contradicción, a algunas políticas y decisiones erróneas, a la debilidad de las instituciones, y a muchísimas cosas —porque no hay un factor único— no funcionó. Sin embargo, hubo momentos y países en los que la situación sí mejoró. Por ejemplo, en Polonia, después de 1956 —sobre todo entre 1971 y 1976— hubo una mejoría de la situación económica. Y de nuevo en los años 1982-1985. En Hungría, después de que empezara a aplicarse en 1968 el Nuevo Mecanismo Económico —así se le bautizó—, la situación cambió para bien significativamente. También en Yugoslavia hubo altas y bajas: tenía una economía y una política socialistas, pero no del tipo soviético. No obstante, a largo plazo, ese esfuerzo fracasó. Y primero en Polonia y luego en otros países, llegamos a la conclusión de que el sistema no tenía futuro. Una valiente decisión política se tomó de modo pacífico en 1989, en el contexto de las negociaciones de la Mesa Redonda: profundizar más los cambios sistémicos. Todavía en los tiempos de la Mesa Redonda, no estábamos hablando oficialmente sobre la transición al capitalismo; sino de movernos hacia un círculo de economía de mercado socialista o, según decían otros, socialismo de mercado o mercado socialista, pero no de capitalismo. Eso fue lo que vino un poco después. Ocurrió un avance político, exitoso y democrático a raíz de esas negociaciones entre el gobierno orientado hacia las reformas y los líderes de la llamada oposición democrática, dirigida por Solidaridad, y unos pocos expertos independientes, tecnócratas. Yo participé como académico en tales negociaciones. Para muchos, el aspecto político de los cambios era lo más importante; el asunto medular era el poder, quién gobierna, a través de qué mecanismo. Para algunas personas que son y fueron influyentes, lo central giraba en torno a cómo se escogería a la élite gobernante, cómo se tomarían las decisiones. Y las consecuencias para la economía eran de naturaleza secundaria. Por el contrario, en lo que a mí respecta, yo estaba viendo el cambio político como instrumento para mejorar la eficiencia económica, sostener un índice mayor de crecimiento, hacer competitivas nuestras empresas, ponernos a la par con la porción más desarrollada del mundo y, de ese modo, elevar el nivel de vida del pueblo. R. T.: ¿Hasta qué punto siguieron un paradigma todas las transformaciones eurorientales desde 1989 y en qué sentido resulta único el caso polaco? G. W. K.: Jamás he dicho —y estoy seguro de que nunca lo escribí— que «el caso polaco es único». Diría que posee rasgos específicos. En primer lugar, hubo más intentos de reformas antes de que colapsara el sistema y fuimos los que comenzamos el proceso de transiciones. También Polonia era más pluralista que cualquier otro país, tal vez con la excepción de Yugoslavia, a finales de la década de los 80. Del sector privado provenía 20% del Producto Nacional Bruto (PNB). Teníamos ciertas instituciones de economía de mercado; por ejemplo, un sistema bancario de tercer nivel y regulaciones antitrust sobre bancarrotas, inversiones extranjeras directas, etc. Había mucho más espacio para el libre debate de los intelectuales, los académicos y los políticos. Solo en Polonia ocurrió que bajo cierto régimen comunista se permitiera la existencia de un sindicato independiente, con el nombre de Solidaridad. En los 80 se toleró esta especie de oposición, que jamás fue reprimida tanto como la de Rumania, Bulgaria, u otros países de la región. En lo que respecta a la transición hacia la economía de mercado, el proceso siguió en gran medida las mismas líneas; bajo la fuerte influencia de la Unión Transición económica: luces y sombras. Entrevista a Grzegorz W. Kolodko 85 El delicado arte de la política económica exitosa depende de poder hacer dos cosas al mismo tiempo: primero, saber qué cosa depende de otra, cuáles son los mecanismos, las retroalimentaciones, las relaciones causales; y segundo, poder aplicar una política que sea fruto de ese conocimiento. Europea, porque la mayoría de los países —si no todos ellos— de Europa centroriental y algunas de las otrora repúblicas soviéticas deseaban el ingreso, como miembro pleno, en la UE. Hasta el momento lo han hecho diez naciones, a mediados de 2013, Croacia accederá a ella. R. T.: Conversemos un poco sobre el papel de la academia en la transición. Usted ejercía como profesor universitario de economía y se unió al nuevo gobierno polaco en 1994. ¿Por qué aceptó? G. W. K.: Yo fui, he sido y soy un hombre de ciencia. Me considero un intelectual dotado de ciertos enfoques interdisciplinarios respecto a temas de desarrollo económico. Sí, era profesor de economía en 1988. Y durante la mayor parte de la década de los 80 fui asesor del Gobernador del Banco Central de Polonia, la estructura de gobierno más orientada en dirección al mercado. La primera vez que se me pidió aceptar el cargo de Ministro de Finanzas fue en agosto de 1989, después de las primeras elecciones libres, semiparciales, al Parlamento, donde Solidaridad se convirtió en mayoría. No acepté con el argumento de que no existían las condiciones políticas para ejecutar las reformas económicas necesarias. Luego, el primer premier postcomunista, el Sr. Tadeusz Mazowiecki, me invitó a convertirme en miembro del Consejo Económico del Consejo de Ministros. Era una especie de cuerpo asesor —no tomábamos decisión alguna— formado por destacados economistas de distintas orientaciones. De modo que yo estaba próximo a la política, pero como árbitro, como crítico. Esto ocurría entre 1989 y 1991, durante los dos primeros gobiernos conducidos por Solidaridad. Yo era muy crítico respecto a lo que ellos estaban haciendo. En aquellos momentos dirigía un centro de investigación, el Instituto de Finanzas, adjunto al Ministro de Finanzas, cuyas instalaciones se convirtieron en la sede económica del gobierno. En los años iniciales de la transición polaca se le entregó el poder económico al Ministro de Finanzas y Viceprimer Ministro, quien en aquel momento estaba muy imbuido del consejo neoliberal de ejecutar con rapidez la terapia de choque, la cual yo describo como choque innecesario sin mucha terapia, o choque sin terapia. 86 Ricardo Torres En septiembre de 1993 hubo elecciones, y puesto que las personas estaban hartas del choque sin terapia, de aquellas políticas neoliberales erróneas conducidas por el gobierno de Solidaridad, eligieron una mayoría parlamentaria del Partido Socialdemócrata, muy a menudo llamado postcomunista, porque ese partido surgió del antiguo Partido Unido de los Trabajadores Polacos y su socio de coalición, el Partido Central de Campesinos y Granjeros. Me invitaron a unirme al gobierno. Y dijeron: «¿Puedes redactar tu programa?». Elaboré cuarenta y cuatro tesis: Estrategia para Polonia. Conversé con los dirigentes de los dos partidos y ellos aceptaron. Solicité contar con ciertos docentes, sobre todo de mentalidad reformista, inteligentes pero pragmáticos. Con excepción de uno de ellos, todos eran académicos, profesores de Economía o Finanzas, o de Derecho. Pero en el mismísimo último instante, no aceptaron mi propuesta. Y rechacé la invitación por segunda vez. Partí para Tokio, luego viajé a Roma, Los Ángeles, Washington. Finalmente me convertí en Viceprimer Ministro, Ministro de Finanzas y Presidente del Comité de gobierno —tres en uno— en abril de 1994. Mi Estrategia para Polonia fue aceptada por los líderes políticos de la coalición, y se me aseguró que las personas que yo había designado como viceministros serían nombradas. La Estrategia… fue debatida de manera pública con los empresarios, los sindicatos, los partidos de oposición, los medios de difusión, los círculos académicos. Luego hubo un debate parlamentario, y el programa fue adoptado en la primavera de 1994. Apuntaba a un crecimiento sostenido y equitativo, un desarrollo sustentable, la gradual desnacionalización y privatización, la reestructuración de múltiples esferas del sector agrícola y la reforma del sistema financiero, la seguridad social… Era una estrategia a mediano plazo muy compleja y muy dinámica, para integrar en el futuro la UE y sacar provecho de la globalización en curso. Apliqué el programa, con mi equipo, entre 1994 y principios de 1997. Decidí abandonar el gobierno sin esperar al final de su mandato porque no me gustaban muchos otros aspectos de su gestión —de naturaleza no económica— y no quería ser un chivo expiatorio al que culparan por perder las siguientes elecciones. Durante ese lapso el PIB dio un salto, en términos reales, per cápita, de 28%. El índice de crecimiento fue de casi 6,5% anual, redujimos el desempleo en un tercio, y la inflación en dos tercios. Por primera vez después de la guerra, conduje a Polonia al mercado internacional de capitales. Obtuvimos un primer nivel de calificación de inversiones por parte de las agencias tasadoras. Ingresamos a la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE). Negocié y firmé un acuerdo con el Club de Londres de acreedores privados para que perdonaran la mitad de la deuda polaca a estos. R. T.: ¿Usted diría que dentro del gobierno la academia fue importante en el trazado de políticas y en la fijación de estrategias para Polonia en aquellos años? G. W. K.: Definitivamente sí. En el gobierno, la política, la opinión pública, en todas partes. Pero es una espada de doble filo. Porque desempeñaron un papel, pero discutían unos con otros, a veces más intensamente que las personas que nada tienen que ver con la academia. Los académicos no siempre están del lado del progreso, de la eficiencia, de la cohesión social. Yo abordo esto, tanto en el contexto de la globalización como de la crisis económica mundial, en mi último libro, Verdades, errores y mentiras: la política y la economía del mundo en desarrollo.2 Algunos economistas, incluidos profesores muy conocidos, están equivocados o mienten respecto a la privatización o a la tasa de cambios, o a la liberalización o a las transferencias sociales del presupuesto. Y los formuladores de políticas mienten con mucha mayor frecuencia que los economistas, por muchísimas razones que yo discuto y explico en mi libro. A veces son impulsados por la ideología, como en una religión. Tienen su dios, que se llama libre mercado, la mano invisible, gobierno fuerte, o planificación centralizada. Hay mucho debate ideológico acalorado, puesto que los temas son realmente controvertidos y en numerosas ocasiones hemos hecho las cosas por primera vez, sin haber podido aprender de nadie más. Puedo apuntar muchos nombres de economistas académicos involucrados en la formulación de políticas cuyos resultados en varios países de Europa centroriental, comenzando por Polonia, fueron horribles, pero hubo otras que resultaron buenas. No basta con tener profesores en el gobierno para que este sea mejor. El delicado arte de la política económica exitosa depende de poder hacer dos cosas al mismo tiempo: primero, saber qué cosa depende de otra, cuáles son los mecanismos, las retroalimentaciones, las relaciones causales; y segundo, poder aplicar una política que sea fruto de ese conocimiento. En la universidad es suficiente con tener razón y convencer a los estudiantes, a los colegas, a los lectores de sus escritos, de que así es como funcionan las cosas. Pero si usted va a la política, tiene que contar con una mayoría. Así que es delicado convencer a las demás personas de que su propuesta es una buena opción. Y luego cambiarlo todo dentro de la ley. R. T.: ¿Cuáles son los puntos principales de su Estrategia para Polonia? G. W. K.: Es un programa no ortodoxo, complejo, abarcador, que ofrece mucha atención a la reestructuración microeconómica, con el objetivo de elevar la eficiencia y la competitividad del creciente sector privado, pero a la vez teniendo cuidado para que el crecimiento sea equitativo en cuanto a la distribución de los frutos de la economía: por así decirlo, de justicia social. Lo conforman catorce programas cruciales, de los cuales el más importante estipulaba reconvertir las empresas estatales en sociedades anónimas y exponerlas a la competitividad del mercado, con vistas a mejorar la administración macroeconómica y hacerlas lucrativas, si no a todas ellas, al menos a todas las posibles. También se proponía rehacer el sector financiero, para establecer un sólido sector bancario y un sólido mercado de capitales que actuasen como intermediarios encargados de incrementar la propensión al ahorro y de convertirlos en inversiones y en una eficiente asignación de recursos. Apuntaba, igualmente, a la reestructuración del sector agrícola de un modo que estimulase a las personas a no migrar a las ciudades. Yo lo llamo el «programa de desarrollo multidimensional de las zonas rurales». Incluía crear oportunidades de empleo en ellas, pero fuera de lo estrictamente agrícola; es decir, pequeños negocios, servicios, ecoturismo, agroturismo, etcétera. Pretendía, además, reformar el sistema de seguridad social, que se ha vuelto insostenible como consecuencia del envejecimiento de la población y del mecanismo de pay-as-you-go.3 En términos generales su objetivo era poner la economía en el camino del rápido crecimiento, y al mismo tiempo cuidar la disciplina y la responsabilidad fiscales. Teníamos que combatir a la vez los altos niveles de inflación —la hice descender dos tercios— y los elevados índices de desempleo —lo disminuí en un tercio. De modo que una parte indispensable de la Estrategia para Polonia fue un intento de establecer una verdadera asociación entre el gobierno, los sindicatos y el empresariado. Establecimos lo que se llamó una comisión tripartita, que discutió y solucionó asuntos relacionados con el presupuesto, las medidas antinflacionarias, las técnicas de privatización, etc. También hubo un programa para atraer inversiones extranjeras directas como apoyo para nuestro capital Transición económica: luces y sombras. Entrevista a Grzegorz W. Kolodko 87 doméstico, que no era muy eficiente, y como el principal conducto de transferencias de nuevas tecnologías y mejor administración. En cualquier sentido era un programa liberal, pero definitivamente no era neoliberal, porque estaba muy orientado hacia los aspectos sociales del desarrollo. Y creo que fue el programa más abarcador de ese tipo con que contamos en cualquier país de la Europa centroriental. R. T.: ¿Qué sucedió después de 1997? G. W. K.: Regresé a la academia, primero al Instituto de Investigación del Desarrollo Económico;4 allí escribí el libro que ya mencioné, Del choque a la terapia. Después asesoré el Departamento de Investigación y el de Asuntos Fiscales del Fondo Monetario Internacional (FMI), en Washington, DC. Y luego me mudé al Banco Mundial, para trabajar durante un semestre con Joseph Stiglitz sobre el post Consenso de Washington. Impartí docencia en distintas universidades norteamericanas: la Escuela de Administración de Yale, el Departamento de Economía de la Universidad de California, en Los Ángeles, y el de Ciencias Políticas de la Universidad de Rochester, en Nueva York. Regresé a Polonia y ocupé una plaza en la Universidad Kozminski, la mejor Escuela de Comercio y Derecho en nuestra parte del mundo. Creé mi pequeño instituto, un tanque pensante con el nombre de TIGER5 (Transformación, Integración, Globalización e Investigación Económica). Para mi sorpresa, cuando la economía fue de nuevo conducida a un punto de parálisis en el último tercio de 2001, por la mezcla de ese neoliberalismo polaco y el populismo de Solidaridad —el índice de crecimiento era de 0,2%, y cuando abandoné el gobierno en la primavera de 1997, era de 7,5%—, volví, una vez más, al cargo de Viceprimer Ministro y Ministro de Finanzas, en el verano de 2002. Fue un gran desafío y un período muy difícil, porque estuve involucrado en la negociación de las condiciones de nuestra incorporación a la UE. Asistí a la Cumbre de Copenhague en diciembre de 2002 y a la de Atenas en 2003, donde el histórico acuerdo de recibir en la UE a Polonia y otros siete países de Europa centroriental fue firmado e incorporado al Tratado. Consideré que mi tarea estaba cumplida, volví a abandonar el gobierno, y desde entonces he estado haciendo lo que más me gusta. Realizo mis investigaciones, publico libros —tengo ediciones en veintiséis idiomas en más de cuarenta países— y viajo mucho. Soy un trotamundos, he explorado más de ciento cincuenta países, la mayor parte de los viajes son de estudio. Me gusta ver las cosas con mis propios ojos y conversar con las personas. Esa es también la 88 Ricardo Torres razón por la cual he venido con tan gran interés a Cuba, donde es como si estuviera por primera vez, puesto que hace mucho tiempo de mi última visita en septiembre de 1989. R. T.: Si tuviera la oportunidad de cambiar el pasado ¿qué haría usted de manera distinta? G. W. K.: Algunos aspectos del proceso de privatización. Mi abordaje del asunto siempre fue muy pragmático, consistente en que hay que privatizar las empresas estatales solo cuando coinciden dos criterios al mismo tiempo: que brinde mayor eficiencia y que maximice los ingresos para el presupuesto estatal. El enfoque neoliberal era «mientras más rápido, mejor». Los estúpidos de la prensa neoliberal y algunos economistas dijeron que yo estaba frenando la privatización. No. Yo la estaba racionalizando. Porque si se privatiza demasiado rápido, se vende demasiado barato. En segundo lugar, yo usaría —traté de hacerlo, pero fracasamos en el intento— el grueso de los activos que eran propiedad del Estado como capital de partida para los futuros fondos de pensiones con vista a capitalizar el sistema en momentos en que nos movíamos de un sistema de desembolso inmediato (pay-as-you-go) a otro de financiamiento parcialmente privado. Pienso que si se va a la economía de mercado, hay que ser consecuente. También hay que tener parte del sistema de pensiones basado en el de mercado. Pero solo tiene sentido si está bien capitalizado. Porque de otro modo, el gobierno colecta las contribuciones a la seguridad social, pero no bastan para pagar las actuales pensiones, por lo cual tienen que existir onerosos subsidios provenientes del presupuesto estatal. A la vez, parte de las contribuciones a la seguridad social han sido transferidas a entidades privadas que están acumulando fondos para el futuro, y por lo tanto el déficit se hace incluso mayor, así que el gobierno tiene que pagar mayores subsidios. El modo en que se está aplicando esta reforma contribuye a un déficit fiscal estructural y a una creciente deuda pública. Eso es una estupidez, no una política. Se supone que se base en un presupuesto equilibrado; y para tenerlo, y puesto que hay que destinar algún dinero al futuro —en lugar de utilizarlo para las pensiones actuales—, entonces ¿de dónde se saca el dinero? Supuestamente de activos estatales con financiamiento estatal. La conversión de una empresa estatal en una sociedad anónima y la flotación de los valores en el mercado tienen un valor monetario, y debe ser ese el capital para invertir en esos fondos. En tercer lugar, no permitiría que los bancos privatizados sean vendidos al capital foráneo. En un país como Estonia, 100% de los bancos son privados y de capital extranjero. En Polonia, aproximadamente 70% del capital de los bancos es foráneo. Eso acrecienta demasiado la dependencia respecto al financiamiento no nacional. Existe el criterio de que hemos creado en Polonia y en otras partes un capitalismo dependiente de la parte rica del mundo, de Norteamérica, Alemania, Francia. Nosotros deberíamos ver el capital extranjero como un instrumento para reestructurar nuestra economía y cofinanciar el crecimiento económico. El enfoque neoliberal permite ver los mercados emergentes del postsocialismo como otros tantos escenarios para la especulación y la explotación. Hoy, en Europa centroriental, la palabra «explotación» ha sido borrada por completo del lenguaje de la economía y la política. Y existen muchísimos asuntos menores que, desde un punto de vista técnico, podrían ser manejados de manera distinta. Cuando yo trabajaba con el gobierno, daba por sentado que ellos usarían mi conocimiento porque yo sí sabía cómo funcionan las cosas, para mejorar el sistema económico, y la política me proveería todo lo necesario para ejecutar los cambios apropiados. Yo era muy ingenuo. La mayor parte del tiempo se trata de una lucha política muy dura, con distintas agendas, distintos conceptos y, ante todo, con múltiples intereses. R. T.: Si analizamos el proceso general de transformación y transición en Europa centroriental, Rusia incluida, ¿cuáles han sido, en su opinión, los principales costos y beneficios hasta ahora? G. W. K.: Hay muchas personas que no se están beneficiando del proceso. El margen de exclusión social es grande. Al mismo tiempo, al movernos en dirección al sistema de mercado, hemos creado desempleo, que no existía en las economías socialistas centralmente planificadas. En los peores años de las políticas neoliberales en Polonia, era superior a 20%. En los mejores momentos, bajo mi administración, estuvo ligeramente por encima de 8%, pero de todas formas era bastante elevado. Ahora se ubica en 13%. Entre los aspectos negativos, también anotaría el hecho de que en ciertos casos —mucho más en las que fueron repúblicas soviéticas y en los países balcánicos— existe una creciente desigualdad que no refleja la verdadera contribución al PNB. De modo que sería incierto decir que solo hay ganadores en el proceso. La transformación postsocialista en mi parte del mundo implica una gran redistribución: están los nuevos ricos y los nuevos pobres. Algunas personas tienen ahora mayor dificultad para acceder a los cuidados de salud, a la educación y a la cultura. Definitivamente, afirmar que se está mejor sería irresponsable. Pero si el principal objetivo fue mejorar la eficiencia de la economía y garantizar su capacidad de crecimiento, en ese punto sí ganamos. Lo que estoy diciendo no es incondicional, ni válido para cada uno de los países involucrados. Puedo argüir de ese modo respecto a Polonia, Eslovaquia, la República Checa, Hungría; con certeza incluyo a Bulgaria, Rumania, Eslovenia, Croacia y los estados del Báltico: Letonia, Lituania y Estonia. Pero es mucho más difícil hacerlo en relación con Rusia, Ucrania o alguna otra república postsoviética. Si bien el PNB polaco de 2012 duplica el de 1989, el de Rusia permanece al mismo nivel que estaba hace veintitrés años, debido a la mala administración, en especial bajo el gobierno de Boris Yeltsin, durante la década de los 90, porque aquella fue una política de tipo neoliberal. En Ucrania es incluso un tercio inferior y hay demasiado compadreo, demasiada corrupción, una lucha política ineficiente. En pocas palabras, el único logro importante es que todos esos Estados se libraron de una economía de escasez. De modo que ahora allí el mercado es equilibrado. Hay de todo en él. El problema es que no todo el mundo tiene el dinero necesario para comprar los productos. Pero al menos es una economía basada en el dinero, y eso es un gran logro. El precio más caro que pagaron las naciones de la región por ese tipo de transición es el desempleo, que es muy elevado, estructural en muchos países, y causante de numerosos problemas de naturaleza social y política. También provoca una creciente emigración. Muchos ciudadanos eurorientales abandonaron sus países, a pesar de que la situación está mejor —quizás un poquito—, como dicen algunas personas. Porque en otras partes está muchísimo mejor. Ahora tienen la libertad de salir, y pueden hacerlo porque la UE cuenta también con un único mercado laboral. A largo plazo, ese es otro factor positivo, pues al viajar las personas están aprendiendo. R. T.: ¿Hasta qué punto es estable y próspera Europa centroriental hoy? G. W. K.: En gran medida. Y si incluimos a los tres miembros de la UE que fueron repúblicas soviéticas —Estonia, Letonia y Lituania—, yo diría que mucho. R. T.: ¿Sus pobladores son más felices que hace veinte años? G. W. K.: Esa es una pregunta completamente distinta. Con toda seguridad, nosotros ahora somos más estables que España o Grecia. De modo que no habrá ninguna noticia explosiva proveniente de Europa centroriental, como las de Europa meridional o del Medio Oriente o África del Norte, los países árabes, etc. No es la misma situación en Ucrania, algunas otras repúblicas Transición económica: luces y sombras. Entrevista a Grzegorz W. Kolodko 89 El factor principal del fracaso del socialismo real en Polonia y Europa oriental fue el fenómeno de desabastecimiento-inflación coexistentes. La gente no podía gastar su dinero, porque había escasez de productos y, al mismo tiempo, la inflación de los precios tomaba impulso. Al decir del ama de casa de Europa oriental: «No había nada para comprar y todo estaba cada vez más caro». postsoviéticas y, hasta cierto punto, Rusia. Allí existen muchos más problemas por resolver, mucho más potencial de conflicto. En cuanto a cómo se sienten las personas, la mayoría está más feliz con el actual sistema que lo que estuvieron con el de tiempos pasados. Bueno, muchos no saben cómo era antes. Ya han pasado veintitrés años desde 1989. Para mi hija, mis estudiantes, la libertad de viajar, con el pasaporte en el bolsillo es la regla. Pero para la generación más vieja, esa es la gran ganancia. Aunque en las investigaciones sociológicas y psicológicas en las que los entrevistados expresan qué creen, cuáles son sus aspiraciones, las personas son muy críticas, la abrumadora mayoría está a favor de los cambios realizados. Sin embargo, como dije antes, hay quienes se encuentran en peor situación: algunos jubilados, campesinos pobres, etcétera. R. T.: ¿Cómo contempla usted el futuro de Polonia y de Europa oriental? Digamos, en los próximos veinte años. G. W. K.: Será uno de los ejes de la economía global. La región estará creciendo, en términos de PNB per cápita, al menos con el doble de rapidez que el resto de Europa. En promedio, crecerá más rápido que el resto del mundo, aunque más lentamente que China y Asia suroriental. Será cada vez más una economía basada en el conocimiento, porque las personas fueron sólidamente formadas y están entusiastas por invertir mucho en sus propias destrezas, y a pesar de que el sistema de educación no es el mismo, ellos seguirán al mando. ¿Qué tipo de economía de mercado se supone que tengamos allí? ¿Será más del tipo neoliberal o más de la economía de mercado social? Esto tiene que decidirse en los próximos diez o veinte años. Dentro de dos décadas todos los países de Europa centroriental serán miembros plenos de la UE, ello incluye a las repúblicas posyugoslavas, y quizás algunas postsoviéticas. La mayor interrogante es Ucrania; si sigue por el mismo camino que hasta ahora, no ingresará a la UE. Seguiremos siendo la parte más débil de la UE ampliada. No obstante, para países pequeños, o medianos, como Polonia, con economías abiertas en tiempos de globalización, integrarse a un mercado planetario interdependiente es una buena opción 90 Ricardo Torres histórica. Si no perteneciéramos a un bloque de quinientos millones de personas —la UE aporta 20% de la producción mundial— tendríamos resultados mucho peores. Estamos obteniendo quizás hasta 1,5% de crecimiento anual adicional del PNB gracias a la condición de miembros de la UE, debido al acceso a capitales y al mercado común, también a la flexibilidad del mercado laboral, la transferencia de tecnologías, de fondos europeos que podrían financiar nuestro desarrollo; y, lo que es más importante en mi opinión, debido al perfeccionamiento institucional. R. T.: China comenzó sus reformas a finales de los años 70, y ya no sería la misma hacia 1989. ¿Por qué tuvo más éxito ese reformismo socialista más viejo, en contraste con la perestroika y otros intentos en Europa oriental y central? G. W. K.: Es una pregunta muy buena. Antes de intentar responderla, permítame hacer un comentario. En uno de mis libros, Del choque a la terapia...,6 traducido a varios idiomas, yo me refería no solo a ese asunto, sino también al hecho de que hasta los años 1989 y 1990, nadie hablaba sobre transición o transformación. Nadie se refería a las reformas de China, a la perestroika de Gorbachov o al doi moi vietnamita, como el comienzo de la transformación, como transformación sistémica o postsocialista. Pero cuando, después de mis tres períodos en el gobierno como Viceprimer Ministro y Ministro de Finanzas, fui invitado por un tiempo a laborar como consultante en el FMI —deseaban que compartiera con ellos mis conocimientos teóricos y mi experiencia pragmática—, hubo una conferencia y se publicó un libro sobre diez años de transición. Y el enfoque del FMI fue en cierto modo ridículo y molesto para nosotros los polacos, porque en 1999 uno lee que se conmemoraba el vigésimo aniversario de la transición comenzada en China en 1979 y que luego siguieron la Unión Soviética en 1985, Viet Nam en 1986 y Polonia en 1989. En lo que respecta a China, el modelo Mao Zedong de economía basada 100% en propiedad estatal ya no estaba funcionando. Cuando el camarada Mao falleció, el nuevo gran líder, Deng Xiaoping asumió una solución pragmática: «No importa de qué color es el gato, negro o blanco; lo que importa es que atrape ratones». Había problemas por resolver: cómo alimentar al pueblo, proveerlo de vivienda, suministrarle los artículos básicos, elevar sus niveles de vida. China era fuerte en lo militar, debido a su arsenal nuclear, a la cantidad de habitantes —casi mil millones en aquel momento—, pero era muy débil en términos económicos. Así que empezó a reformar el sistema en 1979, teniendo en cuenta también reformas efectuadas en Hungría, Polonia y Yugoslavia. Pero yo diría que los chinos eran mucho más disciplinados y estaban mucho mejor organizados en el sentido de introducir lo que decidía la cúpula política. Sus reformas han sido, y son todavía, muy consecuentes. Desde 1989 viajo a ese país, a veces asesoro un poco a departamentos del gobierno, a los formuladores de políticas, a mis colegas académicos, a periodistas influyentes, creadores de opinión. Y puedo decir que, como ninguna otra nación, están formulando las preguntas apropiadas en el momento apropiado. Por ejemplo, en 1989 preguntaban qué debían hacer para acabar con la escasez, para acceder al mecanismo de fijación de precios por el mercado sin incrementar la inflación. Y en 2011 inquirían hasta dónde deben ir con la liberalización de la moneda y con la aceptación de la tasa de cambio. Fueron capaces —luego de experimentar entre 1979 y 1989— de aprender mucho de los errores que nosotros cometimos en Polonia, en Europa oriental y en la Unión Soviética. Y no renunciaron al objetivo de sustentar el sistema. En China no adoptaron un sistema multipartidista o de libertad de prensa y elecciones libres de vez en cuando, que podríamos llamar democracia de tipo occidental. Decidieron reformar la economía manteniendo básicamente el sistema político: unipartidista, con una dirigencia iluminada al frente y un partido socialista o comunista orientado a favor de la reforma. Ellos aprendieron el primer mensaje de nuestro fracaso: que el factor principal del fracaso del socialismo real en Polonia y Europa oriental fue el fenómeno de desabastecimiento-inflación coexistentes. La gente no podía gastar su dinero, porque había escasez de productos y, al mismo tiempo, la inflación de los precios tomaba impulso. Al decir del ama de casa de Europa oriental: «No había nada para comprar y todo estaba cada vez más caro». Los occidentales, empezando por Jeffrey Sachs, jamás comprendieron cómo es posible que uno no pueda comprar nada y todo esté más caro. Desgraciadamente lo experimentamos demasiado en Polonia. Los trabajadores y los administradores, los directores de las empresas estatales, estaban hartos de aquello. Cuando el gobierno también lo estuvo, todo el mundo dijo: «Vamos a dejar de intentarlo. Vamos a hacerlo de otra manera». En vez de mejorar el sistema, decidieron deshacerse de él y adoptar la economía de mercado. Pero los chinos sí fueron capaces de mantener bajo control la inflación al tiempo que liberalizaban los precios. Desde hace veinte años lograron eliminar la escasez. Lo primero que hicieron fue desregular el mercado de consumo y permitir el establecimiento de un mecanismo de fijación de precios a través del mercado. Y empezaron a reformar otros segmentos de la economía; algunos de ellos fueron reformados incluso antes. El Sr. Deng fue más inteligente, estuvo varias clases por delante del Sr. Brezhnev y su grupo. En segundo lugar, en comparación con los soviéticos, fueron impulsados mucho más por el pragmatismo que por la ideología. Y en tercer lugar —lo cual es más peliagudo y más difícil de comprender, explicar e interpretar—, existe cierto concepto cultural. Creo que la mentalidad china es más apropiada para ese tipo de cambio que el alma rusa o euroriental. En el caso de Europa centroriental hubo otro factor político. Esos países pertenecían al bloque soviético, pero sus habitantes éramos mucho más liberales. Viajábamos, teníamos acceso a la televisión vía satélite desde los años 80, y a la literatura occidental. Yo no tuve dificultades de ningún tipo para estudiar economía con textos en lengua inglesa. Creo que por esa razón hubo muchas más críticas y se creyó mucho menos en la posibilidad de que el sistema socialista fuese reformable. Eso no ocurrió en China ni en Viet Nam. De modo que otra pregunta muy buena sería ¿dónde se encuentran ambos? Yo sostengo que el momento crítico fue la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), hace diez años. Hasta entonces yo decía que ese país estaba reformándose, o, si se quiere, que se trataba de una actualización.7 Sin embargo, para convertirse en miembro de la OMC, China tuvo que cumplir muchas condiciones vinculadas a la introducción de más desregulación, descentralización, privatización. Es decir, China está transformándose en una economía de mercado o, si usted quiere, capitalista. Sus dirigentes no lo reconocen. Según la interpretación china y la vietnamita, ni hay capitalismo ni llegar a él es su objetivo. Pero si se analiza con frialdad el modo en que el sistema económico funciona allí, es muy diferente al capitalismo occidental, y al postsocialismo de Europa centroriental, aunque ya ha dejado de ser una economía socialista en cualquier significado tradicional del término. Yo diría que se trata de capitalismo de Estado. Y ahora la pregunta más difícil es ¿qué depara el futuro? Creo que a largo plazo —quiero decir, en veinte o treinta años, pues el proceso de liberalización política es mucho más lento, gradual y sometido a Transición económica: luces y sombras. Entrevista a Grzegorz W. Kolodko 91 control que el proceso político de cambio sistémico— se producirán liberalizaciones políticas profundas en China y Viet Nam. No se deberá a las enseñanzas y prédicas norteamericanas. A los chinos no les impresionan. Ellos llegarán a sus propias conclusiones. Pero la lógica del proceso es que, a muy largo plazo, la democracia facilita la eficiencia económica, aunque ello no ocurre de manera incondicional, ni en todas partes, ni en cada uno de los casos. Esa es la lección que nos brinda la historia, no solo de la Europa centroriental, sino la historia de la humanidad. Traducción: David González. Notas 1. Acuerdo comunitario, en francés en el original. [N. del T.] 2. Grzegorz W. Kolodko y William R. Brand, Truth, Errors, and Lies: Politics and Economics in a Volatile World, Columbia University Press, Washington, DC, 2011. 3. Frase que en este caso se refiere a la inmediata utilización de los fondos de pensión recién recaudados para pagar la seguridad social de los jubilados. [N. del T.] 4. El World Institute for Development Economics Research pertenece a la United Nations University, en Helsinki. 5. Según sus siglas en inglés, Transformation, Integration, Globalization and Economic Research. [N. del T.] 6. From Shock to Therapy: The Political Economy of Post-Socialist Transformation, Oxford University Press, Oxford, 2000. 7. En español en el original, para aludir a la política cubana homónima. [N. del T.] 92 Ricardo Torres La transición polaca al capitalismo. Algunos comentarios José Luis Rodríguez Economista. Asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM). A unque han pasado más de veinte años del derrumbe del socialismo en Europa, sus consecuencias se hacen sentir aún no solo en los otrora países socialistas, sino que esa experiencia histórica sigue siendo motivo de intensas discusiones. Sin embargo, la mayoría de las interpretaciones existentes sobre estos temas se nutren de una visión preconcebida y sesgada de los acontecimientos, a lo que se añade la satanización de todo lo que huela a socialismo, tenga o no que ver con las deficiencias verdaderas o imaginarias de su implementación en Europa oriental. Todo lo contrario ocurre con los resultados de la transición al capitalismo en esas naciones, pues se enmascara su real significación y se oculta el elevado costo derivado de estos procesos. Uno de los países al que se dedica especial atención en la historia de las llamadas economías en transición es Polonia, que se presenta en los medios de comunicación como muestra del éxito de las recetas neoliberales.1 No obstante, la realidad es mucho más compleja, por lo que, antes de explicar lo ocurrido desde 1989 hasta el presente, conviene rememorar algunos elementos esenciales que caracterizaron el experimento socialista polaco.2 Su fracaso tuvo que ver con factores inherentes al modelo implantado en Europa oriental, pero también se vio reforzado por las peculiaridades históricas del país. Las tradiciones nacionalistas y católicas de la nación tenían profundas raíces y se reforzaron a partir de un enfrentamiento mantenido durante siglos, primero con la Rusia zarista y después con el gobierno soviético, cuyas tropas invadieron el territorio polaco en 1920 y 1939.3 Al mismo tiempo, múltiples acontecimientos debilitaron el partido comunista polaco antes del conflicto bélico, pues fue disuelto en 1938, por acuerdo de la Internacional Comunista. Durante la Segunda guerra mundial, el movimiento antifascista polaco presentó características heterogéneas: las fuerzas de izquierda que se enfrentaron a los nazis lucharon en suelo patrio junto a combatientes nacionalistas y católicos patrocinados por el gobierno exiliado en Londres, de claras posiciones anticomunistas y antisoviéticas; al tiempo que tropas polacas pelearon junto al Ejército Rojo y a los Aliados en el frente occidental. Al concluir la guerra —con más de seis millones de polacos fallecidos y 38% de la riqueza nacional destruida—, el panorama político situaba al Partido Obrero Polaco (comunista) como una fuerza minoritaria frente a los partidos Campesino, Socialista Polaco y Demócrata. De ahí que las contradicciones latentes entre las diferentes fuerzas políticas no tardaran en estallar, lo que condujo a una virtual guerra civil que duró hasta 1947, conflicto donde La transición polaca al93-98, capitalismo. Algunos comentarios n. 72: octubre-diciembre de 2012 93 la contrarrevolución se agrupó en torno al Partido Popular Polaco. Sin embargo, la influencia soviética favoreció al Partido Obrero Unificado Polaco (POUP) que surgió de la fusión de socialistas y comunistas en 1948, el cual pasaría a gobernar el país como fuerza mayoritaria a partir de 1950.4 El proceso de transición al socialismo aconteció en Polonia en medio de una fuerte subordinación a la URSS. Ello implicó la copia de su modelo económico y político, al tiempo que desde un inicio se registraron importantes enfrentamientos con la Iglesia y permaneció casi sin cambios la estructura de la pequeña propiedad campesina de larga tradición histórica, pero de baja productividad.5 En ningún caso el POUP logró integrar a estos importantes elementos de la sociedad polaca al proyecto socialista, y cometió graves errores estratégicos en cuanto a su tratamiento, que subsistirían hasta 1989. Como ocurrió en otros países de Europa oriental, la copia del modelo soviético determinó que a partir de 1950 el énfasis de la política económica polaca se concentrara en el desarrollo de la industria pesada, que, en el primer plan quinquenal de desarrollo, llegó a cubrir 46,3% de las inversiones; mientras la agricultura solo recibió 9,6%, tendencia que se mantendría con posterioridad. La baja disponibilidad de alimentos y sus elevados costos determinó que en 1956 —ante una elevación de precios, dictada por el gobierno— se produjera una ola de estallidos sociales, que provocaron cambios en la dirección del POUP, en medio de un ambiente favorecedor de nuevas transformaciones a partir del proceso de desestalinización derivado del XX Congreso del PCUS celebrado ese año. La presencia de Wladyslaw Gomulka6 como nuevo dirigente del POUP, unida a la creación de consejos obreros en las empresas y otras medidas de carácter popular, parecieron asegurar la rectificación necesaria en los años siguientes, pero las desproporciones en el desarrollo polaco no se corrigieron ni se transformó en esencia su política social. A pesar de contar con economistas como Oskar Lange, Wlodzimierz Brus y Michal Kalecki, quienes desarrollaron importantes análisis sobre la economía socialista en Polonia, en 1965 la reforma económica que se introdujo fue una copia de la aprobada en la URSS, sin una definición clara de sus objetivos, lo que condujo a su replanteo en 1968; sin embargo, ello no logró enmendar el rumbo, ni evitar una afectación creciente en el nivel de vida de la población. A finales de 1970, debido a las restricciones del consumo y el aumento desproporcionado en los precios de los alimentos, sobrevinieron de nuevo graves estallidos sociales que condujeron a una situación política compleja, que se intentó atajar con nuevos 94 José Luis Rodríguez cambios en la dirección del POUP y una reorientación de la política económica. En este sentido, las decisiones adoptadas por Edward Gierek al frente del Partido desde 1971 se dirigieron a tratar de incrementar simultáneamente las inversiones y el consumo mediante la adquisición de tecnología capitalista, lo cual tuvo como consecuencias la profundización de las deformaciones económicas y un acelerado proceso de endeudamiento en moneda libremente convertible. La renta nacional, que había aumentado a un ritmo promedio anual de 6% entre 1966 y 1970, se incrementó en 9,8% en el quinquenio siguiente, y creó expectativas favorables en la población. Pero estas esperanzas se desvanecieron entre 1976 y 1980 cuando la economía solo creció 1,2% como promedio anual, mientras que se contraían las inversiones y la producción agrícola, y se elevaba de manera acelerada la deuda externa.7 Ante la imposibilidad de sostener artificialmente los niveles de consumo alcanzados, en 1980 se decidió un nuevo aumento salarial y a la vez incrementar los precios de los alimentos para tratar de paliar los crecientes desequilibrios económicos. La segunda medida desató una serie de huelgas dirigidas por organizaciones sindicales opositoras que llevarían a la creación del movimiento Solidaridad, en octubre de 1981.8 Por primera vez en la historia de los países socialistas europeos surgía un sindicato independiente, con una posición abiertamente contestataria del socialismo, que lograba captar un segmento importante de la clase obrera y la intelectualidad, sin que los gobernantes pudieran hacer nada para evitarlo. A finales de 1980 fue destituida la dirección del POUP y en febrero de 1981 era nombrado primer ministro el general Wojcech Jaruzelski,9 hasta entonces ministro de defensa. En un reiterado esfuerzo por frenar la crisis, en julio de ese año se planteó otra reforma económica, con el objetivo de corregir los problemas fundamentales, y simultáneamente se dictó una ley que ponía en práctica la autogestión de los trabajadores en las empresas. Estas medidas no surtieron el efecto esperado. El 13 de diciembre de 1981, al profundizarse aún más la crisis económica, política y social, fue implantado el Estado de guerra en todo el país, situación que evidenciaba hasta dónde había llegado el repliegue del socialismo polaco. El Estado de guerra estuvo vigente hasta el 21 de julio de 1983. En ese período se trató de introducir con premura una reforma económica que otorgaba amplia participación en la economía a los mecanismos de mercado; asimismo, propiciaba la autogestión obrera y el autofinanciamiento empresarial, el fomento de la agricultura privada, el apoyo a los artesanos y los pequeños comerciantes —estos últimos aspectos eran financiados por Occidente. Los cambios no modificaron la situación, pues la economía polaca decreció 0,8% como promedio anual entre 1981 y 1985, y el ingreso real por habitante descendió 1,7%. Tales esfuerzos baldíos se llevaron a cabo en medio del bloqueo que los países capitalistas impusieron a la nación a partir de la proclamación del Estado de guerra y la presión constante de las fuerzas de la oposición, que fueron reprimidas pero no derrotadas. A esas alturas la situación de Polonia ya no podía revertirse a favor del socialismo. La segunda mitad de los años 80 mostró un proceso indetenible de descomposición social y retroceso económico que culminaría con la crisis política de 1989. Las negociaciones con el sindicato Solidaridad, realizadas en medio de las huelgas que se desataron en 1988, continuaron en abril de 1989; el POUP tuvo que ceder para concertar con la oposición antisocialista la formación de un gobierno con la participación de esas fuerzas. No obstante, en las elecciones del verano de 1989, el POUP fue aislado y derrotado. A partir de septiembre, un gabinete encabezado por Tadeusz Mazowiecki, uno de los dirigentes de Solidaridad, accedió al poder. En mayo de 1990, Lech Walesa,10 líder de ese sindicato, fue elegido presidente de Polonia, cargo que ocuparía hasta 1995. Quedaba libre el camino para la restauración capitalista en el país. El derrumbe del gobierno socialista en Polonia marcó el inicio de la caída del sistema surgido en Europa oriental después de la Segunda guerra mundial. Múltiples fueron las causas de este desenlace, pero si algo habría que resaltar en primer término, es que el «socialismo real» polaco violó, por acción u omisión, muchas de las premisas fundamentales del socialismo, enunciadas por Marx, Engels y Lenin. Es cierto que, al concluir la guerra, las condiciones subjetivas para tal emprendimiento no resultaban favorables, pero tampoco constituían un obstáculo infranqueable. En las ocasiones en que logró combinarse la voluntad de renovación con un dirigente de prestigio en la clase trabajadora polaca, como ocurrió en 1956 con Wladyslaw Gomulka, el entusiasmo popular se hizo evidente. A lo largo de su historia el POUP cometió múltiples errores a partir de su aislamiento de los trabajadores: la división interna de sus filas y la influencia en ellas de la ideología socialdemócrata; la imitación del modelo soviético; el desarrollo de una política económica errónea, signada en los últimos años por la implantación acelerada de un modelo de socialismo de mercado, que contribuyó a quebrar el socialismo; la desacertada política en relación con la Iglesia católica y los campesinos; la aceptación del reto consumista y la dependencia tecnológica y financiera de Occidente; así como las manifestaciones de corrupción y nepotismo, más agudas a partir de los años 70. Un partido que contaba originalmente con el prestigio ganado por revolucionarios antifascistas, apoyado por una parte considerable de los trabajadores, se desnaturalizó y malbarató su capital político en medio de la burocratización del trabajo ideológico. Tampoco puede obviarse la presión ejercida sobre Polonia por la política exterior soviética y la constante y efectiva actividad contrarrevolucionaria desarrollada en el país por parte de la Iglesia católica. Transición hacia el capitalismo Durante más de veinte años, la reiterada versión de los neocapitalistas ha pretendido ofrecer una imagen idílica de la transición polaca. Ciertamente el desarrollo que ha alcanzado el país se aparta de lo ocurrido en el resto de Europa oriental; no obstante, a esa evolución económica y política han contribuido múltiples factores, no solo el modelo neoliberal.11 Los gobiernos de ultraderecha han provocado que en Polonia de manera mucho más acentuada que en otros países europeos exsocialistas, el derrumbe del socialismo estuvo acompañado por una ola de neoconservadurismo y anticomunismo que no solo se refirió a lo político y a lo económico, sino también al campo de las ideas y de la propia fisionomía espiritual de la sociedad.12 Un proceso que ha blasonado del carácter democrático de la nueva sociedad creada, ha fundado, sin embargo, el Instituto de la Memoria Nacional, encargado de documentar los crímenes contra la nación polaca, sobre todo los cometidos por los comunistas, entre septiembre de 1939 y diciembre de 1989.13 En línea con esta política de ajuste de cuentas, a partir de junio de 2010 constituye un delito penal el uso de símbolos comunistas, entre los que se incluyen las imágenes de Lenin y el Che Guevara. Asimismo, en marzo de 2011 se volvió a acusar de «crímenes comunistas» al expresidente Jaruzelski y a otros dirigentes polacos.14 La estrategia económica de la transición al capitalismo en Polonia se basó en los principios más ortodoxos del neoliberalismo, en línea con el Consenso de Washington vigente en esa época. Estos axiomas propugnaban la liberalización de los precios y la tasa de cambio; así como la del comercio exterior y el mercado de capitales; la estabilización macroeconómica y la privatización de las propiedades estatales. El programa de transición se estructuró en torno a las ideas del ministro de finanzas, Leszek Balcerowicz,15 y su grupo de expertos compuesto por Jeffrey Sachs, Stanislaw Gomulka, Stefan Kowalek y Wojciech La transición polaca al capitalismo. Algunos comentarios 95 Polonia vio frustradas sus aspiraciones de una vida mejor bajo un proyecto socialista. En los últimos veintitrés años ha debido enfrentar el costo que supone su reinserción en el capitalismo a un precio que ya ha debido asumir su pueblo hasta el presente. Mislag, entre otros economistas polacos residentes en Occidente.16 Un elemento interesante es que el programa de ajuste que se preveía no se correspondía con la política económica defendida por el gobierno de Lech Walesa, concentrado en la defensa de los ingresos de los trabajadores y que, por tanto, no contemplaba recetas de orden neoliberal. No obstante, el gobierno de Mazowiecki dejó el tema en manos de los tecnócratas, sin considerar las consecuencias de las medidas por aplicar. Las bases filosóficas del Plan Balcerowicz incluían una rápida transición a la economía de mercado, la liberalización económica, sobre todo en lo referido al comercio exterior y la inversión extranjera; la movilización de la asistencia financiera internacional; la privatización de las empresas estatales y la construcción de una red de seguridad social efectiva. Este último aspecto se apartaba del recetario neoliberal y diferenciaría en alguna medida el proyecto polaco de la terapia de choque aplicada en otros países, aunque sus efectos serían limitados al comprender básicamente una compensación de los ingresos de los pensionados, pero no de los trabajadores asalariados. Otro rasgo distintivo del Plan fue la integralidad del paquete de medidas, en especial las diez leyes aprobadas por el Parlamento, entre septiembre y diciembre de 1989: la Ley de Finanzas de las empresas estatales, que permitía declararlas en bancarrota; la Bancaria, que prohibía financiar el déficit presupuestario y la emisión de nueva moneda; la de Créditos, que abolió el tratamiento preferencial a las empresas estatales y correlacionó las tasas de interés con la inflación; la de Impuestos sobre el incremento excesivo de los salarios, que limitaba el aumento de las retribuciones en el sector estatal; la de Nuevas reglas de impuesto, que colocaba en el mismo plano a todas las empresas y eliminaba los tratamientos preferenciales; la Ley sobre la Actividad económica de los inversores extranjeros, que permitía la inversión foránea en Polonia y la repatriación de utilidades al exterior; la de Divisas extranjeras, que hacía convertible el zloty en Polonia y abolía el monopolio estatal sobre el comercio exterior; la de Aduanas, que estableció tarifas comunes para todas las empresas; la de Empleo, que regulaba las obligaciones de las agencias para atender el desempleo y la de Circunstancias especiales —bajo las cuales un trabajador podía ser despedido—, con vistas a 96 José Luis Rodríguez proteger de los despidos masivos a los trabajadores de empresas estatales y establecer la compensación por desempleo. La aplicación de este paquete de medidas de corte neoliberal provocó un fuerte impacto en la sociedad polaca, sobre todo entre 1990 y 1995, y su repercusión fue muy negativa tanto para el presidente Walesa, como para Solidaridad como movimiento político. En las elecciones de 1995 accedió al poder el socialdemócrata Alexandr Kwasniewski, quien retuvo el cargo hasta 2005. Sin embargo, en Polonia diversos factores atenuaron el efecto económico y social de la política neoliberal implementada, en la misma medida en que su aplicación no siguió el cauce ortodoxo a ultranza por el cual transitaron, con resultados desastrosos, otras economías.17 En primer lugar, se aplicaron medidas de compensación estatal para enfrentar los efectos que la liberalización de la economía iba a producir. Esto influyó en que los salarios reales no decrecieran más allá de 28% entre 1990 y 1993 y la desigualdad en la distribución de ingresos, medida a través del coeficiente GINI, no mostrara un cambio significativo en los años 90; lo que tuvo un impacto político positivo.18 En segundo lugar, el Estado desempeñó un papel decisivo en el ordenamiento de la transición y en la atenuación de los efectos. Esto puede apreciarse en la relativamente moderada velocidad de la privatización de activos estatales: computaban 70% de las propiedades en 1991 y descendieron poco a poco a 35% en 1999 y a 25% en 2009, año en el que aún la propiedad estatal mantenía una posición significativa en la minería, la energía y los recursos naturales.19 En tercer lugar, el financiamiento externo ha tenido una función vital en las transformaciones. En 1991, 50% del pago principal de la deuda externa oficial fue condonado y, en 1994, las condiciones en Polonia fueron favorables para reestructurar la deuda bancaria, lo que en gran medida facilitó el acceso al capital extranjero en su programa de transición. Este ha sido el país de Europa oriental que ha concentrado el mayor volumen de inversión extranjera directa, la cual se estima en 201 637 millones de dólares, según datos oficiales de septiembre de 2012.20 Por otra parte, con su ingreso a la Unión Europea, en 2004, culminó un proceso en el cual Polonia recibió importantes recursos financieros durante varios años. Téngase en cuenta que solamente entre 2000 y 2009 los Fondos de Cohesión programados para esa nación en los marcos de la UE alcanzaron los 5 640 millones de euros. La suma de estos diferentes elementos puede explicar por qué la caída del PIB polaco fue solo de 15,5% entre 1990 y 1991, y que comenzara a crecer en 1992 hasta alcanzar, aproximadamente tres años después, el nivel de 1989. A partir de ese período, la economía polaca ha continuado prosperando, incluso durante la reciente crisis. En 2009 fue uno de los pocos países europeos que logró aumentar el PIB —en 1,6%—, y mostrar un incremento de 81% en relación con el de veinte años atrás. Sin embargo, no puede pasarse por alto que estos logros se han obtenido a cuenta de un elevado nivel de endeudamiento externo. La deuda externa polaca que llegaba a 48 000 millones de dólares en 1991, creció hasta totalizar la suma de 331 790 millones en junio de 2012 —alrededor de 65% del PIB—, y su servicio cubre alrededor de 46% del valor de las exportaciones cada año. Además, la deuda pública ha ido creciendo hasta alcanzar 56,3% del PIB el pasado año.21 El pueblo polaco ha pagado un elevado precio por la transición, aunque la secuela sea relativamente inferior a la sufrida por otros antiguos países socialistas europeos. En relación con el desempleo, Polonia enfrentó tasas que llegaron a más de 16% a mediados de los años 90 —en 2012 es de 9,4%—; el índice de pobreza hoy es de 17% del total de la población, si bien ha descendido de manera notable respecto al decenio 1990-1999. Tal vez uno de los indicadores más dramáticos de esos años sea el aumento en 25% del índice de suicidios entre 1993 y 1998. En síntesis, ese país, de treinta y ocho millones de habitantes, vio frustradas sus aspiraciones de una vida mejor bajo un proyecto socialista. En los últimos veintitrés años ha debido enfrentar el costo que supone su reinserción en el capitalismo a un precio que ya ha debido asumir su pueblo hasta el presente. No obstante, se puede apreciar claramente —más allá de lo proclamado por los seguidores de las políticas de ajuste— que la excepcionalidad de la transición polaca tiene mucho que ver con los factores externos que compensaron su costo y con las medidas de orden social y de mayor racionalidad económica que adoptaron los gobiernos polacos, al alejar el curso trazado por el recetario neoliberal más ortodoxo en los años 90. Un aspecto que debe mover a la reflexión es la opinión del pueblo polaco acerca de los resultados de la transición al capitalismo. Una encuesta publicada en 2007 reflejaba que 63% de los consultados manifestaba insatisfacción con los resultados de la reforma económica, en tanto 45% mostraba su inconformidad con los procesos de democratización de la sociedad.22 Respecto a este último aspecto, un estudio reciente ha señalado: La evaluación de la democracia en Polonia es usualmente negativa. Planteamientos recogidos a aquellos encuestados en 2011 indican que más de dos quintos de los polacos (43%) evalúan positivamente el funcionamiento de la democracia en Polonia y la mitad de ellos (50%) mantienen un punto de vista contrario. Las instituciones políticas polacas están, en buena medida, alienadas de la sociedad. Los partidos políticos atraen solo a una pequeña fracción de la sociedad y disfrutan de muy poca confianza del público. Existe también un bajo nivel de actividad civil individual en Polonia. La falta de confianza en la integridad de la vida pública es bastante común.23 Notas 1. Ver Oleguer Sarsanedas, «Poland, a European Success Story (But not Yet an Economic Miracle)», Questions CIDOB, n. 11, 2012, disponible en www.cidob.org (consultado el 25 de octubre de 2012). 2. Para este trabajo el autor se apoyó en su libro El derrumbe del socialismo en Europa: del socialismo real al capitalismo salvaje, Ruth Casa Editorial/Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2012 (en proceso de edición). 3. En el primer caso la invasión se produjo en el contexto de la guerra civil que se libraba en Rusia, mientras que en 1939 la invasión derivó del pacto Molotov-Ribbentrop, firmado entre la URSS y Alemania en agosto de ese año. 4. Nominalmente gobernaron junto al POUP, el Partido Campesino Unificado y el Democrático, alianza que se mantuvo hasta el verano de 1989. 5. En 1960, las tierras de propiedad cooperativa o estatal solo cubrían 13,1% del total. 6. Wladyslaw Gomulka (1905-1982), uno de los dirigentes comunistas de mayor prestigio en Polonia, fue un destacado combatiente de la resistencia antifascista durante la Segunda guerra mundial, en la que cayó prisionero de los alemanes. Después de la guerra resultó electo secretario general del Partido Obrero Polaco pero fue destituido, en 1948, por su oposición a las políticas propugnadas por Stalin, incluida la colectivización forzosa. Encarcelado entre 1951 y 1954, fue nuevamente electo secretario general del POUP, en 1956, cargo que ocupó hasta 1970. 7. En 1981, la deuda externa alcanzaba los 26 000 millones de dólares. 8. Ya en 1976 habían surgido los Comités de Defensa de los Trabajadores (KOR), que a partir de entonces serían el embrión de un despliegue de organizaciones contrarrevolucionarias; también la Iglesia católica jugaría un importante papel. 9. Wojcech Jaruzelski (1923) huyó con su familia a Lituania, durante la Segunda guerra mundial. En 1943 se alistó en el ejército polaco creado en la URSS y combatió por la liberación de su patria hasta 1945. Prueba del rápido desarrollo de su carrera militar es haber alcanzado, en 1956, el grado de general. Posteriormente fue Jefe del Estado Mayor del ejército y ministro de defensa. Ingresó al Buró Político del POUP a inicios de los años 70. Fue Primer ministro entre 1981 y 1985, Presidente del Consejo de Estado de 1985 a 1989, y Presidente de Polonia entre 1989 y 1990. Igualmente fue Secretario general del POUP entre 1989 y 1990. 10. Lech Walesa (1943) ingresó en el astillero de Gdansk en 1967 como electricista. A partir de 1970 participó en movimientos La transición polaca al capitalismo. Algunos comentarios 97 huelguísticos y fue arrestado en varias ocasiones. En 1980 fundó y presidió el sindicato independiente Solidaridad (ilegal hasta las negociaciones con el POUP de 1989). Ese año, Solidaridad —convertido en partido político— ganó las elecciones; en diciembre, Walesa fue electo Presidente y ocupó el cargo hasta 1995. Luego se postuló varias veces, pero no logró ocupar la presidencia. A partir de 2000 se retiró de la vida política. 11. Véase Francisco Brown et al., Europa del Este: el colapso, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002. 12. Ibídem, p. 123. 13. Este Instituto, creado por el parlamento polaco, comenzó a funcionar en el año 2000. Datos sobre su organización y funciones están disponibles en www.ipn.gov.pl. 14. El proceso judicial fue suspendido en diversas ocasiones durante varios años por el precario estado de salud de Jaruzelski. A inicios de 2012 se le impuso un régimen de libertad vigilada, en espera de someterlo de nuevo a juicio, si su salud mejoraba. Se juzgó también a Stanislaw Kania, exsecretario general del POUP, y debido a su avanzada edad se le impuso igual sanción. 15. Leszek Balcerowicz (1947) se graduó en 1970 en la Escuela Central de Planificación y Estadísticas de Polonia. Cursó una maestría en 1974 en los Estados Unidos y en 1975 obtuvo un doctorado en la Escuela de Economía de Varsovia. Fue miembro del POUP entre 1969 y 1981 y trabajó en el Instituto de MarxismoLeninismo de Polonia. Posteriormente fue asesor económico del sindicato Solidaridad. En septiembre de 1989 —y hasta 1991— fue Ministro de Finanzas y Viceprimer ministro del primer gobierno de Solidaridad. Ocupó el mismo cargo entre 1997 y 2000, y fue Presidente del Banco Nacional de Polonia entre 2001 y 2007. En el período 1995-2000 presidió el partido de centro derecha Unión de la Libertad y fue electo al Parlamento. Actualmente es presidente de la Fundación Bruegel. 16. Este grupo fue financiado por el magnate de origen húngaro George Soros. 17. Tal fue el caso de las repúblicas del Báltico: Letonia, Estonia y Lituania, que aún hoy no han logrado recuperar los niveles del PIB de 1991. 18. Este índice pasó de 0,239 en 1991, a 0,30 en 1997. Véase Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (EBRD), «Transition Report 2009», 2009, disponible en www.ebrd.com (consultado el 25 de octubre de 2012). 19. Para 2012, el EBRD situaba como una alta prioridad el avance en la privatización de sectores como la energía y la minería. Véase EBRD, «Transition Report 2011», 2011, disponible en www.ebrd. com (consultado el 25 de octubre de 2012). 20. Véase Central Statistical Office (CSO), «Economic and Financial Data for Poland», septiembre de 2012, disponible en www.stat.gov. pl (consultado el 25 de octubre de 2012). 21. Ídem. 22. Véase Serguei Guriev y Ekaterina Zhuravskaya, «(Un)Happiness in Transition», CEFIR Working Paper, n. 111, Moscú, diciembre de 2007, disponible en www.cefir.ru (consultado el 25 de octubre de 2012). 23. Véase Transparency International, «Corruption Risks in Visegrad Countries», Hungría, 2012, disponible en www. transparency.hu (consultado el 20 de octubre de 2012). 98 José Luis Rodríguez Oficio de escritor lectura sucesiva Esta sección reúne textos y reseñas de libros que tienen que ver con nuestros orígenes, con problemas del presente y con claves que marcan el tránsito de la Isla hacia las próximas décadas. Percepción del negro y la africanía en diversos escritos de José Martí; la práctica del periodismo de Fernando Ortiz y su trascendencia en su literatura y en la formación identitaria de la nación; poder, fuerza, política, guerra, paz, en la mirada transdisciplinaria de Aurelio Alonso Tejada; palabra precisa, crítica transparente, en otro legado ensayístico de Margarita Mateo Palmer; constituyen interesantes textos para conocer nuevas facetas y momentos del desarrollo de la cultura cubana. L El negro y la africanía en el ideario de José Martí Pedro Pablo Rodríguez Historiador. Centro de Estudios Martianos. os asuntos africanos no constituyen propiamente un tema en la obra de José Martí, como sí lo son Cuba, América Latina y los Estados Unidos, las realidades más inmediatas a su vida, su obra y su proyecto, en las cuales no solo vivió sino que conforman el triángulo geopolítico de su proyecto revolucionario. Sin embargo, a su atenta mirada no escapó lo que probablemente en su época constituía el drama mayor del continente africano: el colonialismo. Como vivió la segunda mitad del siglo xix fue testigo de la expansión colonial por aquella región, oficializada por las cancillerías europeas con el reparto territorial acordado en Berlín, en 1884. En sus crónicas europeas escritas entre 1881 y 1882 para el diario La Opinión Nacional, de Caracas, el cubano no dejó escapar tres asuntos de la política africana ejercida por las potencias europeas de aquellos años: la agresión y ocupación francesa de Túnez, el movimiento nacionalista en Egipto contra Turquía y la presencia británica, así como la rebeldía sudanesa contra la dominación británica.1 Ya en su plena madurez, cuando organizaba la guerra de Independencia de Cuba, en 1893 condenó explícitamente la agresión española contra Marruecos.2 Así, sin ser un experto en tales temas, y tomando como base las informaciones de los periódicos europeos y estadounidenses, Martí se alineó claramente a favor del combate de aquellos pueblos frente a la dominación extranjera. Sin embargo, esta postura contrasta tanto con la perspectiva de sus fuentes informativas como con la visión de la superioridad material y moral de la que ya se llamaba civilización occidental hegemonizadora entonces de la gran mayoría de la clase letrada cubana y latinoamericana, y que tendía a justificar la conquista de los llamados bárbaros pueblos africanos a fin de implantar un proceso civilizador de modernización. Las propias palabras de Martí de 1884 indican su comprensión de que tras la dicotomía civilizaciónbarbarie se escondía el afán dominador. En un escrito dedicado a comentar el trabajo de un graduado de una universidad norteamericana sobre las ambiciones inglesas con respecto a Egipto dice: Pues nada menos que un estudio en que se defiende el derecho y la capacidad de los egipcios para gobernar su propia tierra, y se acusa de mera máscara de la ambición inglesa ese pretexto indecoroso con que, como boa a la paloma, viene desde hace años enroscándose sobre Egipto; el pretexto de que unos ambiciosos que saben latín tienen derecho natural de robar su tierra a unos africanos que hablan árabe; el pretexto de que la civilización, que es el nombre vulgar con que corre el estado actual del hombre europeo, tiene derecho natural de apoderarse de la tierra ajena perteneciente a la barbarie, que es el nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado actual de todo hombre que no es de Europa o de la América europea: como si cabeza por cabeza, y corazón 100 Pedro Pablo Rodríguez n. 72: 100-104, octubre-diciembre de 2012 por corazón, valiera más un estrujador de irlandeses o un cañoneador de cipayos, que uno de esos prudentes, amorosos y desinteresados árabes que sin escarmentar por la derrota o amilanarse ante el número, defienden la tierra patria, con la esperanza en Alá, en cada mano una lanza y una pistola entre los dientes.3 Desde su juventud demostró el revolucionario cubano su perspectiva contrapuesta a la que imponía el orbe burgués industrial que mundializaba entonces su ordenamiento, así como su idea de que los seres humanos en todas partes eran iguales en su naturaleza y que la gran riqueza de la estirpe radicaba justamente en su diversidad cultural y civilizatoria. Al mismo tiempo, su solidaridad hacia esos pueblos de África —y también de Asia— se basaba, obviamente, en que apreciaba la similitud de la pelea de estos con la del pueblo cubano. II Esa condición de pensador y político del mundo colonial que aspiraba alcanzar o sostener su independencia, anchó los horizontes de Martí a la hora de analizar y concebir la lucha por la libertad cubana. Esta, en su criterio, debía contribuir al equilibrio del mundo que veía vacilante,4 al impedir que los Estados Unidos, la potencia emergente, se derramasen por las Antillas hacia el resto del continente latinoamericano, aprovechando la debilidad interna de las repúblicas criollas sostenidas en las antiguas estructuras coloniales y la dominación de las viejas oligarquías de la tierra. Por eso, para Martí, la república por fundar en Cuba sería de trabajo y equilibrio entre sus componentes sociales, para asegurar la presencia e influencia crecientes de los intereses populares preteridos. Su república «de mayoría popular» debería resolver los problemas acumulados durante los cuatro siglos de colonialismo, entre ellos el de la plena igualdad entre las razas. Llama la atención que Martí enfrenta decididamente el concepto de raza, que en aquella época se vestía con ropajes cientificistas, al impulso filosófico del positivismo y el darwinismo social sobre la naciente antropología, de clarísimas intenciones justificativas de la dominadora expansión colonial. Para él, las razas no existen en la realidad social, son solo un concepto de librería, una invención humana, letrada, que contradice y viola lo natural.5 La Naturaleza era para él un todo del que participa lo social, y que entrega, legitima y da verdadera autoctonía al hombre en armonía y como parte de los demás elementos naturales. Por eso solía entender como naturales a los pueblos llamados primitivos o, peor aún, bárbaros en sentido peyorativo, ya que en su cosmovisión y en su idea de la historia, todos los pueblos pasan por etapas necesarias, que no son más que momentos de la evolución humana. De ahí que, en más de un caso, aquellos pueblos en etapas iniciales resultaran para el cubano más naturales, verdaderos y autóctonos que algunas naciones modernas, apartadas cada vez más, a su juicio, de esa armonía natural y responsables de enfrentar un desarrollo material carente de ética y ajeno a la justicia con el desarrollo espiritual. Bajo tal ética, piedra angular de su filosofía humanista, Martí rechazó el concepto de raza ante la necesidad también de afirmar la existencia de una nacionalidad y de una nación cubanas, que solía englobar en el de patria. En su fundamental texto «Mi raza» es absolutamente explícito su punto de vista.6 Como líder político que buscaba unir a cuantos fuere posible bajo la bandera de la patria, denuncia el peligro de pretender dividir a los cubanos mediante el racismo, línea de acción seguida habitualmente por el colonialismo español, que en aquellos años trataba de presentarse ante los negros como el campeón del fin de la esclavitud y del avance en sus derechos civiles.7 Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar la ventura pública, y la individual, que están en el mayor acercamiento de los factores que han de vivir en común.8 Incluso afirma en dicho texto, con perspicacia de político revolucionario y sabiduría de sociólogo de pueblos que es permisible cierta forma de «racismo»: si se defiende la naturaleza diciendo que no hay en el negro «culpa aborigen ni virus que lo inhabilite para desenvolver toda su alma de hombre», es ese un «racismo» que él considera «decoro natural»; y si se observa que la condición de esclavitud no es consecuencia de inferioridad alguna del negro, pues hubo esclavos blancos como los galos, se trataría entonces de «un racismo positivo», ya que con tal afirmación se «ayuda a quitar prejuicios al blanco ignorante.» Desde luego, este criterio se halla bien lejos del racismo de su tiempo —y del nuestro—, pues no pretende fundamentar superioridad alguna del negro sobre el blanco, sino justamente desmontar las bases de la supuesta inferioridad de aquel. Por eso concluye la idea afirmando que se refiere a un «racismo justo», ya que en este caso «es el derecho del negro a mantener y probar que su color no lo priva de ninguna de las capacidades y derechos de la especie humana». De ahí, entonces, su conclusión magistral: «Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro».9 Es decir: la condición humana, así como la identidad nacional en el caso de los cubanos, están por encima de cualesquiera de las diferencias somáticas y culturales.10 Es obvio, por tanto, que la raza de Martí era, en primer lugar, la humana, como la cubana lo era seguidamente en términos de nacionalidad. El negro y la africanía en el ideario de José Martí 101 III En los Estados Unidos más de una vez se refirió a este problema constitutivo de aquella nación, al extremo de considerar una mancha de su Constitución el haber fundado el país manteniendo la esclavitud del negro en los estados sureños. Y si consideró los tiempos de Lincoln como los de la revolución norteamericana por haber sido abolida entonces la infame institución, no dejó de advertir con criterio negativo la idea manejada por el gabinete de dicho presidente de dirigir una corriente migratoria de negros de los Estados Unidos hacia la península de Samaná, en República Dominicana, para no asumirlos como parte de la nación. En 1892 publicó una de sus «Cartas» en El Partido Liberal, de México, dedicada a varias facetas de la discriminación del negro en aquel país.11 La primera es una refinada y sofisticada manifestación de racismo en Nueva York: el paseo del pastel, concurso anual en que parejas de hombres y mujeres negras, vestidos de etiqueta, competían por un pastel en medio de apuestas. De envilecimiento califica semejante costumbre, y de «judas sin honor» a los participantes. La segunda es la descripción de un grupo de negros llegados desde el Oeste a Nueva York para embarcar hacia Liberia, porque, según el cronista, no tienen raíz ni alfombra en los Estados Unidos. Martí oscila en ese relato entre la mirada adusta —porque abandonan su tierra y favorecen así la disminución numérica del negro, lo que no le ayudaría a obtener la justicia—, y la admiración por aquellos hombres portadores de una sabiduría que hoy comprendemos es de raíz africana. Así, al concederle la voz a un negro de Luisiana que justifica la partida hacia Liberia, pone en su boca la argumentación sostenida en varios refranes, como solían expresar su pensamiento muchos de los pueblos venidos de África.12 La tercera y última escena discriminatoria es una de las páginas más dramáticas escritas por Martí en sus crónicas norteamericanas.13 Se trata de la narración del horrendo espectáculo de un negro quemado vivo ante una población de cinco mil personas, incluidas las mujeres en traje de paseo, una de las cuales, supuestamente ultrajada por el negro, fue la encargada de prender sus ropas. Quien lea esta crónica comprenderá de inmediato que su autor, más que sentir simpatía por el negro estadounidense, está a su favor y lo hace asumiendo su perspectiva. Ello lo conduce literariamente a pretender hasta reproducir su pensamiento y su forma de hablar. Tal actitud martiana resulta congruente con la que siempre asumió ante el negro de Cuba. Si calificó de crimen que habría de lavar con su vida el hallazgo de un negro colgado en los montes de la Isla,14 su actuación 102 Pedro Pablo Rodríguez como líder político rechazó siempre cualquier asomo de racismo y ofreció al triunfo de la guerra patriótica una república de justicia, trabajo, dignidad y equidad. Sus contemporáneos leyeron tales adjetivos rectamente y los cubanos negros de la emigración sintieron, en él, perfectamente representados sus intereses, como lo demostraron reiteradamente mediante manifestaciones colectivas y a través de los conceptos de sus figuras intelectuales y políticas principales. Por otro lado, más de una vez fue acusado de promover el choque de los negros contra los blancos. Y cuando, luego de su muerte, algunos avisados líderes negros apreciaron un cambio de rumbo en la dirección de la guerra y del Partido Revolucionario Cubano, no hallaron mejor remedio para afrontar esa desviación que acogerse frecuentemente a su palabra y a su espíritu.15 IV A pesar de todo lo dicho, no son apreciables de manera inmediata y directa raíces africanas en el pensamiento martiano. Varios factores conspiran contra ello. Martí fue educado por sus padres españoles y en un ambiente católico que excluía cualquier motivo cultural de manifiesta patente africana. Por otro lado, la colonia, sobre todo desde su transformación en una sociedad esclavista, apartó y marginalizó consciente y metódicamente todo lo que transpirara africanía en cualquier expresión material o espiritual. Por tanto, su transculturación ocurrió de manera lenta, premeditadamente oculta en muchos casos o aprovechando en lo posible los espacios vacíos que dejaba el rechazo a lo español por la creciente formación de una identidad cubana. A su vez, la clase letrada insular nacida en la Isla, a la que se incorporó Martí en su adolescencia, se formaba bajo los patrones de la cultura cristiana occidental y de la modernidad burguesa, y tendió a ignorar, cuando no despreció abiertamente, todo lo africano. De ahí que hasta los abolicionistas cubanos, no muy diferentes que los de otras latitudes, oscilaban entre la conmiseración lastimosa por el esclavo, la enemistad de la ética cristiana a esa institución, o el deseo y los sueños de avanzar hacia el progreso industrial con asalariados. Pero en la aplastante mayoría de los casos, bien por razones burguesamente filantrópicas, morales o económicas, o por todas ellas reunidas, el abolicionismo de los políticos e intelectuales cubanos blancos nunca poseyó una filiación hacia el negro, mucho menos una comprensión o un reconocimiento implícito de los valores culturales y civilizatorios de que este era portador.16 Los prejuicios contra el negro, y en particular contra el africano, se manifestaron en toda la escala social: desde los ricos plantadores hasta los inmigrantes españoles trabajadores; desde los cubanos mulatos y negros libres hasta los mismos esclavos criollos y domésticos. La cultura de la esclavitud permeó negativamente todos los intersticios de la sociedad colonial cubana y su psicología social, y el africano, confinado en la plantación azucarera que le exprimía la vida en tres o cuatro años, no solo se vio desplazado territorial y espiritualmente de su lugar y cultura de origen, sino que el brutal sistema laboral forzado al cual se le sometía prácticamente le impedía sostener su identidad. El régimen esclavista, inclusive, previó y ajustó de tal modo la deculturación del africano que mezclaba a etnias diferentes para impedir la comunicación y la solidaridad entre ellas en el barracón, el cañaveral y el ingenio. Tan efectivos y extremados fueron los resultados de esa perversa política que en más de una ocasión, por ejemplo, Juan Gualberto Gómez, negro e hijo de esclavos que compraron su libertad y la de él, rechazó la identificación del negro cubano con el africano porque aquel es civilizado y este es bárbaro. Gómez, aunque fue un radical enemigo de la esclavitud, un patriota intachable que colaboró con Martí en la preparación de la guerra de 1895, y el gran organizador y unificador de las sociedades de negros y mulatos tras la abolición en pro de la igualdad plena de derechos, no admitió que ese negro civilizado tiene raíces que arrancan del otro continente.17 Solo la Guerra de los diez años comenzó a romper franca y masivamente tal contradicción entre buena parte de los combatientes, en un proceso tan largo y contradictorio como la misma contienda.18 La cubanía, lo nacional, se fue conformando en abierto rechazo a lo español, pero también, para muchos, a lo africano, estimado bárbaro y atrasado. La creciente admisión de lo negro como factor de lo cubano, como parte de un proceso inconsciente de transculturación en las clases y sectores populares mantuvo, pues, significativamente, los prejuicios contra lo africano e impidió la concientización de su estudio y apropiación. No fue hasta el siglo xx que se hizo posible el conocimiento de las raíces africanas de muchas expresiones culturales cubanas, gracias, sobre todo, al enorme impulso que dio a ello la trascendente obra de Fernando Ortiz. Dados todos los elementos anteriores, esa ausencia en Martí de explícitas raíces africanas es congruente con el grado de conocimiento social de ellas, restringido entonces esencialmente a los mismos africanos que las habían podido conservar y las manifestaban más o menos de modo abierto. Otro elemento que no se debe descartar es que Martí no fue un científico social sino un político asaeteado por la necesidad de resolver problemas urgentes e inmediatos, como alcanzar la plena igualdad del negro en Cuba. Sin embargo, dicha ausencia tiene sus límites, tanto como puede tenerlos en otras personalidades y sectores sociales de la época, los cuales muy probablemente eran portadores, de manera inconsciente, de elementos culturales africanos más o menos aclimatados y transformados en la Isla. ¡Cuántas historias, consejas, adivinanzas, frases, dichos y palabras, asimilaron de sus ayas negras los hijos de los poderosos plantadores, el sector social más interesado y necesitado de mantener las barreras frente a sus esclavos! Ello es muestra de lo complejos y contradictorios que son los procesos sociales, sobre todo aquellos que descansan sobre inicuas y extremadas polarizaciones como las sociedades esclavistas, en las que algunos hombres son propietarios directos de otros. Este proceso de trasmisión oral directa, sometido indudablemente a restricciones y prejuicios desfavorecedores, está poco estudiado,19 pero tenemos una ausencia absoluta en el examen de los textos martianos en busca de tales elementos y de otros componentes de la cultura popular cubana.20 Una ojeada apresurada de su Diario de campaña, durante las escasas seis semanas en tierra cubana en 1895, permite apreciar ciertos vocablos de sabor africano y de amplio uso ya entonces en Cuba como buniato, jolongo y sancocho, o los nombres de Masabó y Calunga. Pero la simple constatación de manera aislada de tales vocablos o de elementos similares no nos proporciona más que indicios, aunque muy atendibles, en tanto no es posible el análisis esclarecedor, para el cual no basta con la simple localización y ordenamiento de tales elementos de la cultura popular presentes en su obra. No existe un estudio de la presencia de la cultura popular cubana en su enorme obra escrita, como tampoco sobre las expresiones de esa cultura durante la segunda mitad del siglo xix, si exceptuamos algunos rasgos de filiación hispana. Tal examen, que ha de agrupar a especialistas de la historia, la antropología, la sociología, y la cultura cubanas, revelaría insospechadas presencias de las variadas raíces que confluían en ellas, incluyendo las africanas.21 Entonces, con un buen cuerpo de material fáctico y analítico podríamos sumergirnos, de manera verdaderamente científica, en el rastreo de la africanía en el pensamiento cubano de esa época, incluido el de José Martí. El negro y la africanía en el ideario de José Martí 103 Notas Y si les va a ser difícil hallar casa en África, plantea: «¡Poco a poco hace el pájaro su nido!». 1. Sobre Túnez y el Maghreb, véase José Martí, Obras completas [en lo adelante O.C.], t. 14, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1965, pp. 80, 129-30 y 295; sobre Egipto, O.C., t. 14, pp. 113-7; y sobre Sudán, O.C., t. 23, pp. 248-9. 13. Por la dureza de su realismo se puede comparar este fragmento con la crónica dedicada al asesinato de los italianos en Nueva Orleans o el final de la que trata el ahorcamiento de los líderes anarquistas de Chicago, justamente titulada «Un drama terrible», publicadas en La Nación, de Buenos Aires, el 20 de mayo de 1891 y el de 1887, respectivamente. 2. Ibídem, t. 1, p. 333 y t. 5, pp. 333-4. 3. José Martí, «Una distribución de diplomas en un colegio de los Estados Unidos» [La América, Nueva York, junio de 1884], O.C., t. 8, p. 442. 4. Véanse los estudios del alcance de este concepto para la geopolítica de la época en Rodolfo Sarracino, «Martí, el equilibrio del mundo y la unidad latinoamericana», Casa de las Américas, n. 229, La Habana, octubre-diciembre de 2002, y «América Latina y Europa en el equilibrio martiano», Honda, n. 7, La Habana, 2003. 5. En su obra, la revisión del empleo de la palabra raza indica el alto sentido polisémico que le confería, unas veces como sinónimo de culturas, otras como agrupamientos según la conducta ética seguida por los individuos, en evidente oposición, en este caso, al entendimiento de las razas como asunto de diferencias fenotípicas, étnicas y hasta culturales. Probablemente su último acercamiento al asunto lo escribió en «La verdad sobre los Estados Unidos», artículo publicado en su periódico Patria, el 23 de marzo de 1894: «No hay razas: no hay más que modificaciones diversas del hombre, en los detalles de hábito y formas que no les cambian lo idéntico y esencial, según las condiciones de clima e historia en que viva» (O.C., t. 28, p. 290). 6. José Martí, O.C., t. 2, pp. 298-300. 7. A lo largo de aquel siglo, el gobierno español atemorizó sistemáticamente a la burguesía azucarera cubana con una rebelión de esclavos si se quebraba su dominio, lo cual repercutió en que esa clase desechara permanentemente la salida insurreccional ante los desmanes coloniales sufridos también por ella misma. Un brillante sociólogo y analista político como José Antonio Saco lo describió así: «La esclavitud del negro es la base de la esclavitud política del blanco». 8. José Martí, «Mi raza», O.C., t. 2, p. 298. 9. Ibídem, p. 299. 10. Últimamente algunos críticos acusan a Martí de omitir los elementos culturales propios de los negros y de ofrecer un panorama idílico y falseado de la igualdad racial durante las luchas por la independencia. Así, descontextualizan y deforman estas frases al eliminar la primera y citar solo la segunda con lo que se quiebra y se deforma la secuencia de la lógica argumentativa martiana: hombre, o sea, humanidad, es el concepto clave y superior, que sintetiza las cualidades de cada grupo y de cada individuo; cubano —como cualquier otra nacionalidad— es para él un concepto incluido dentro del anterior. Recuérdese su frase, de similar sentido inclusivo, tantas veces citada: «Patria es humanidad». 11. José Martí, Otras crónicas de Nueva York, Centro de Estudios Martianos/Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, pp. 186-9. Las referencias a este texto a continuación corresponden a este paginado. 12. Ante el regreso al Oeste, el luisianés afirma: «¡Gato quemado tiene miedo al fuego!». A que no saben dónde va, responde: «¡El puerco sabe en qué árbol se frota!». Su rechazo a ser hombre a medias en los Estados Unidos lo expresa así: «Cortarle las orejas a un mulo no lo hace caballo». A la indiferencia ante sus necesidades: «¡El mono dice que si su lomo es pelón no es cuenta de nadie!». 104 Pedro Pablo Rodríguez 14. Así dice en el poema «XXX» de sus Versos sencillos, explícitamente antiesclavista y antirracista (O.C., t. 16, p. 106-7). En otra ocasión señala: «¿Quién que ha visto azotar a un negro no se considera para siempre su deudor? Yo lo vi, lo vi cuando era niño, y todavía no se me ha apagado en las mejillas la vergüenza» (O.C., t. 22, p. 189). 15. Por ejemplo, La Doctrina de Martí se llamó el periódico fundado en 1896, en Nueva York, por Rafael Serra, cercano colaborador del Maestro en el PRC, para defender la pureza de su proyecto revolucionario. 16. Por ejemplo, tres héroes literarios paradigmáticos como el negro Francisco, en la novela homónima de Anselmo Suárez y Romero, o la mulata Cecilia Valdés en la de Cirilo Villaverde; o Sofía, en la del escritor negro Martín Morúa Delgado, si bien condenan la esclavitud y la discriminación racial, piensan y se expresan desde la perspectiva y los valores de la cultura blanca occidental, aunque ellos se hallen en sus márgenes y sufran su rechazo. 17. Varias veces Gómez y otros periodistas de La Igualdad estimaron bárbaros la música, los cantos y los bailes africanos y se opusieron a que fueran permitidos. 18. Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, republicano y abolicionista desde joven, confiesa en cartas a su esposa cómo las penalidades sufridas durante la campaña junto a los negros y mulatos libres y a los esclavos liberados por la misma revolución, fueron cambiando sus actitudes y hábitos ante estos y haciéndole comprender sus valores e ideas. 19. Son muy interesantes los cuentos de esclavos y negros viejos recogidos por Samuel Feijóo en la región central de Cuba, sobre los cuales ni la historiografía ni otras ciencias sociales han indagado en sus significaciones y sentidos sociales ni han ahondado en los procesos de su conservación, asimilación y reproducción. Véase Samuel Feijóo, Cuentos populares cubanos, Universidad Central de Las Villas, La Habana, 1960-1962; y Refranes, adivinaciones, dicharachos, trabalenguas, cuartetas y décimas antiguas, Universidad Central de Las Villas, La Habana, 1963. 20. Sí existen, sin embargo, algunos casos de estudios de la preocupación martiana por conocer y asumir las culturas populares hispanoamericanas y en particular su componente indígena. 21. Sería algo semejante a lo que se ha hecho en la segunda mitad del siglo xx con el Atlas de la Cultura Popular Cubana, confeccionado y en permanente actualización por el Ministerio de Cultura. E Notas sobre el periodismo de Fernando Ortiz Rodolfo Zamora Rielo Editor. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello. l trabajo periodístico ocupa un lugar pre p ond e r ante d e nt ro d el u n ive rs o bibliográfico del doctor Fernando Ortiz Fernández (La Habana, 16 de julio de 1881 10 de abril de 1969). A pesar de los escasos estudios existentes sobre esta faceta del aporte científico del sabio cubano,1 su jerarquía no parte de la virginidad, sino de que muchos de estos artículos sirvieron de base a las obras monumentales que le valieron el título de «tercer descubridor de Cuba». La presencia de textos orticianos en las más prestigiosas publicaciones periódicas cubanas de la primera mitad del siglo xx apunta no solo a la evolución del pensamiento intelectual en la Isla a inicios de esa centuria y a la necesidad de divulgar temas nodales para la conformación de la nacionalidad cubana, sino al desarrollo de un renovado sistema de comunicación científico-cultural que reúne estrategias orientadas al reencuentro de un pueblo con sus orígenes. Para algunos, el periodismo siempre ha sido un arte menor. Sin embargo, más allá de la discutible simpleza de notas informativas y reportajes, es un logus composicional en sí mismo, regido por leyes y estrategias auténticas, equiparables con cualquier género literario; algo que le permite, incluso, complementarse y complementar a obras de mayor impacto. El periodismo, por su carga de oficio, es el primer escalón formativo que, con el tiempo, se mantiene como el mecanismo para divulgar ciertos hechos con determinadas estrategias. Esto lo demuestra Ortiz y lo sustentan también otros intelectuales de la época, como Miguel de Carrión, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, Jorge Mañach, Francisco Ichaso, Carlos Montenegro, José Zacarías Tallet y Raúl Roa, quienes siguieron los pasos —legados de la centuria anterior— de José Martí, Julián del Casal, Cirilo Villaverde, Anselmo Suárez y Romero, Enrique José Varona, Manuel Sanguily y todos aquellos que hicieron de las páginas de periódicos y revistas escenario particular de su desempeño intelectual. Ortiz y la prensa En los albores de una trayectoria creativa muy rica, el joven Fernando descubre la necesidad de dialogar con los lectores a través de un medio de comunicación masiva. Según el doctor Isaac Barreal, conocedor de su vida y antologador de su obra, con apenas trece años Ortiz publicó un artículo crítico sobre algunas costumbres de Menorca, su patria adoptiva, en el semanario El Noticiero. Este trabajo le provocó no pocos dolores de cabeza, pues en represalia fue expulsado del colegio religioso donde estudiaba y obligado a continuar el bachillerato en Mahon, la Notas el periodismo de Fernando Ortiz n. 72:sobre 105-111, octubre-diciembre de 2012 105 capital menorquina. Si algo es inherente al verdadero periodismo, con ello tuvo que lidiar Ortiz desde sus inicios, son los riesgos de la socialización de puntos de vista. A pesar de haber nacido en Cuba, el niño había viajado con su madre a las Islas Baleares, donde permaneció hasta los catorce años tras los cuales se reencontró con su país natal. En su época estudiantil, en Cuba y en España, participó en la edición y redacción de gacetas y boletines —como la revista El Eco de la Cátedra, fundada por él y otros alumnos en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana—, práctica que lo acompañó en toda su etapa intelectual. El joven Ortiz egresa del Instituto Sociológico de Madrid, en el cual fue discípulo del prestigioso pedagogo valenciano don Manuel Sales y Ferré. Baste mencionar que su primera obra impresa está profundamente marcada por el periodismo, pues Principi y prostes es una especie de folleto que cuestiona las costumbres menorquinas. Graduado de abogado, a la par de sus investigaciones sobre la sociedad cubana, Ortiz escribió por espacio de cincuenta años, en publicaciones especializadas y revistas y diarios de gran tirada y aceptación popular.2 Para las ciencias sociales actuales resulta muy interesante el equilibrio temático y la coherencia discursiva lograda por él en la labor periodística, algo que pone de manifiesto su capacidad para hacerse entender por todo tipo de receptores. Esto vuelve la mirada hacia las necesidades comunicativas de temas esenciales para la construcción psicosocial de la nación, como los relativos a la nacionalidad, la tradición, el folklore, la transculturación, procesos sociohistóricos formativos, protagonistas esenciales del enramado sociocultural, etcétera. Otro aspecto significativo de la obra de don Fernando es la perenne vinculación con su época, con su entorno, y no solo por ser este fuente de información sobre costumbres y dinámicas, sino como destinatario de las revelaciones sobre los orígenes y etapas constitutivas de los procesos culturales. En los textos orticianos se percibe, además de esa voluntad de conexión con el lector, una inclinación por integrarse, por develar su sentido de pertenencia a una realidad —no a una clase o grupo social— con todas sus implicaciones fenoménicas. Por eso realizó todo lo posible por ser escuchado, ya fuera difundiendo sus hallazgos en impresos de diversa índole o introduciendo tambores sagrados en el Aula Magna de la Universidad de La Habana para ilustrar sus conferencias magistrales.3 El investigador cubano Virgilio López Lemus afirma: Pocos hombres de ciencias o de letras de Cuba se adentraron tanto en los problemas básicos de la identidad cultural de la nación, para desentrañarlos, discutirlos, explicarlos, mejorarlos y fijar pautas que son 106 Rodolfo Zamora Rielo imprescindibles y hay que tener en cuenta ante cualquier planteamiento del «problema cubano» como problema nacional […] A todo esto se agrega un Ortiz de alta prosa, un «comunicador » de sus ideas con verdadero sentido del estilo, con cabal sentido ensayístico, en que el ensayo, cualquiera que sea su orientación temática, es una pieza completa en sí y a la par sugerente, claramente expuesta, pero sin ínfulas de magister dixit, siendo él, realmente, un maestro.4 No se debe temer la perspectiva de asumir a Ortiz como un comunicador en toda la extensión del término, un ente reflexivo que orienta la mayoría de sus esfuerzos no solo a crear mensajes sino a colocarlos en circuitos frecuentados por los receptores. Si importante resulta la confección de productos cuyos contenidos reflejen las pautas de un proceso psicosocial, político, económico, cultural, determinado, tanto más esencial es encontrar la estrategia para hacerlos extensivos a la mayor cantidad posible de receptores validados. Y digo «validados» porque la difusión a gran escala implica una maniobra consciente para socializar sus propuestas en una comunidad «sensible», o «sensibilizable», acerca de determinadas problemáticas. Pienso, por ejemplo, en los lectores, con diferentes grados de especialización, de la revista Bohemia. Es un hecho que Ortiz escogió el periodismo como vehículo apropiado para el análisis y divulgación de mensajes reflexivos con una tónica extensiva e incluyente. Su rúbrica apareció en Pueblo, Alerta, Excelsior, El País, Bohemia, Diario de la Marina, Cuba y América, Cuba Contemporánea, Prensa Libre, Social, La Nueva Democracia, entre otros. La importancia de los medios de comunicación masiva fue comprendida por intelectuales cubanos, en especial la relevancia de llevar temas nodales de las ciencias sociales y humanísticas al debate público. Ortiz profundizó en aspectos de la historia, la sociología, la etnología, y los hizo llegar a grandes grupos de lectores, cuando ciertos temas culturales estaban reservados a pequeñas élites de especialistas e interesados. Su afán investigativo y su ascendencia en los estamentos humildes —cultores de tradiciones perseguidas — le permitieron palpar la cultura cubana en sus fuentes y divulgarla. Esta actitud fue descrita por el afamado ensayista mexicano Alfonso Reyes: «el estudio no lo aísla del mundo, antes robustece en él los saludables intereses por la vida que lo rodea».5 Al hablar del periodismo de Fernando Ortiz hay que destacar el vínculo de valorización entre el autor y ese público receptor que incluía a los protagonistas de estos cultos, hermandades, prácticas y tradiciones. Entre finales de los años 40 e inicios de los 50, el investigador ya era una voz reconocida en la antropología afroamericana. Leer un artículo suyo en un periódico o una revista era una aventura del conocimiento y una satisfacción para quien se veía representado —validado—, a través de sus raíces, ante la comunidad.6 El doctor Isaac Barreal ha señalado que por aquellos años se hacía harto difícil colocar con éxito un libro sobre temas antropológicos, históricos o folklóricos.7 Lo más usual era consumir una literatura pasteurizada, refritos de traducciones ibéricas que pasaban por el tendencioso filtro cientifizoide foráneo antes de carenar en las librerías antillanas. Poco o nada se publicaba en Cuba. A llenar este vacío orientó Ortiz su quehacer intelectual, gracias a lo que obtuvo una noción holística de los procesos socioculturales y desarrolló una voluntad promocional comparable a la emprendida por el doctor Emilio Roig de Leuchsenring, al frente de la Oficina del Historiador de la Ciudad a partir de 1938. Desde 1947 hasta bien entrada la década de los años 50, Ortiz colaboró de manera asidua con la revista Bohemia. En ella, sus trabajos histórico-antropológicos trataban de dilucidar problemáticas conceptuales y referativas sobre facetas de la historia, la cultura y la política cubanas: desde la arquitectura de los aborígenes cubanos, la introducción y uso de tambores rituales en las fiestas religiosas, hasta la sobrevivencia de conglomerados espiritistas en el sur de la región oriental con toda una organización tradicional, y los acercamientos a los ritos funerarios de la hermandad abakuá. En ese semanario publicó artículos sobre lingüística, musicología, etnología, religión, geografía, danza, teatrología; temáticas que se interrelacionaban en varias de las entregas. La estrategia comunicativa y extensión social de la obra de Fernando Ortiz se ven potenciadas por el hecho de ser Bohemia uno de los principales soportes de su labor científico-divulgativa. Fundada en 1908 y considerada la decana de las revistas latinoamericanas —todavía hoy en circulación—, la publicación se caracterizó por practicar un periodismo renovador y temerario, tanto desde una noción formal como informativa, sin estereotipos, permeado de un sello muy particular. El periodismo de investigación tuvo en sus páginas un innegable respaldo, que en especial prosperó en la sección «En Cuba», creada y enriquecida por Enrique de la Osa. Se puede decir que era la revista más leída en el país; algo que se ve refrendado por la decisión del Premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway de que la primera edición en lengua española de su novela El viejo y el mar apareciera en Bohemia. Baste decir que, en la época en que Ortiz regularizó su colaboración con la revista, en la década de los años 50, las ediciones semanales alcanzaban, como promedio, los 240 000 ejemplares. Al respecto, López Lemus comenta: No siempre se ha tenido en cuenta al estudiar el desarrollo de la llamada «prosa de pensamiento» en Cuba, la relativa importancia del órgano difusor. A diferencia de otros géneros literarios […] el ensayo suele ajustarse, muchas veces al número de páginas que conceden las revistas o periódicos donde se ha de publicar […] el receptor de la publicación periódica desempeña su papel definido cuando el ensayista o crítico escribe, pues el tono, la intensidad y especialización de los contenidos no serán los mismos si el texto se publica en Social, Carteles o en la Revista de Avance, o cuando el texto sea para Hoy o el Diario de la Marina.8 Fernando Ortiz comenzó su relación de trabajo con Bohemia en una fecha temprana para la publicación e, indirectamente, a instancias de la más alta gobernación del país. El 2 de enero de 1911, el presidente de la República, José Miguel Gómez, lo comisionó para que rindiera un informe sobre la organización científica del servicio de identificación de criminales. En aquel momento ya Ortiz disfrutaba de prestigio como criminólogo, polígrafo y etnólogo. El investigador hizo un enjuiciamiento crítico del establecimiento del bertillonaje9 en los presidios y resaltó la figura de Juan Francisco Steegers Perera,10 por haber ampliado el taller fotográfico del Presidio Nacional, y convertirlo en un verdadero Gabinete de Identificación Científica. Dicho informe, titulado «La identificación dactiloscópica», es uno de los monumentos cubanos de esa ciencia y permitió considerar a don Fernando Ortiz como el «padre de la criminalística cubana». Gracias al Decreto Presidencial No. 1173, del 20 de diciembre de 1911, se creó el Gabinete Nacional de Identificación (GNI), adscrito a la Secretaría de Gobernación y Ortiz fue nombrado Inspector Técnico de Identificación, para implantar el sistema en todo el país. Un extracto de ese informe sirvió para escribir el artículo del mismo nombre, publicado en Bohemia el 26 de marzo de 1911, con el que comenzó una duradera y sugestiva colaboración. Cada uno de sus artículos constituye un excelente acercamiento a temas poco tratados o desconocidos en la época. Gracias a sus aportes etnológicos, otros especialistas emprendieron empresas investigativas que condujeron a realizar valiosas contribuciones a la cultura cubana. En un principio, los trabajos de Ortiz estuvieron matizados por la influencia del positivismo sociológico, algo comprensible si recordamos su filiación al Instituto Sociológico de Madrid y a las ideas de Cesare Lombroso (1835-1909), un reconocido médico y criminólogo italiano, máximo exponente de la Nueva Escuela del positivismo criminológico, que concebía el delito como resultado de tendencias innatas, de orden genético, observables en ciertos rasgos físicos o fisonómicos de los delincuentes habituales, unidas a factores criminógenos: el clima, la orografía, el grado de civilización, la densidad de población, la alimentación, el alcoholismo, la instrucción, la posición económica y hasta la religión. Notas sobre el periodismo de Fernando Ortiz 107 No se debe temer la perspectiva de asumir a Ortiz como un comunicador en toda la extensión del término, un ente reflexivo que orienta la mayoría de sus esfuerzos no solo a crear mensajes sino a colocarlos en circuitos frecuentados por los receptores. Ortiz maniobró con todo este sustrato cuando proyectó, en los albores del siglo xx, una obra genésica para la antropología en colaboración con Miguel de Carrión y Mario Muñoz Bustamante. Mientras Ortiz trabajaría la criminalidad emanada del ñañiguismo como fenómeno socio-étnico-religioso, Carrión investigaría la prostitución y Bustamante la mendicidad. Aunque el empeño no fructificó,11 su impulsor pudo palpar la urdimbre de relaciones que acompañaba a los fenómenos de la sociedad cubana y la necesidad de profundizar en estos de manera más sistemática. Fue tal el entusiasmo de Ortiz por los preceptos de la criminología positivista que el propio Cesare Lombroso le escribió una carta-prólogo a su libro Los negros brujos, de 1906. Ortiz y los ñáñigos Varios pueden ser los ejemplos de la estética periodística de don Fernando; sin embargo, prefiero esta vez resaltar los que trataron de develar aspectos del universo abakuá.12 Siempre me ha resultado interesante la evolución de Ortiz en sus estudios antropológicos sobre la cultura cubana de origen africano. Cómo, a partir de un comienzo impresionista, tamizado por prejuicios y temores segregacionistas, los acercamientos del sabio se convirtieron en defensa auténtica del ingrediente africano de la nacionalidad cubana, aunque eso conllevara una negación rectificadora de sus primeras aseveraciones. Como todo científico social, de una forma u otra, Ortiz también fue una extensión de sus fuentes: «mis amigos abakuá», solía decir. Como apunta Wolf: En la dinámica que produce la formación de la opinión pública […] el resultado global no puede ser atribuido a los individuos considerados aisladamente, sino que deriva de la red de interacciones que vincula a unas personas con otras. Los efectos de los media solo son comprensibles a partir del análisis de las interacciones recíprocas entre los destinatarios: los efectos de los media se realizan como parte de un proceso más complejo que es el de la influencia personal.13 El tema ñáñigo fue su tarjeta de presentación en los estudios socioetnológicos. Este ensayista escogió el tema de la cultura abakuá para describir la «mala vida habanera» desde una perspectiva criminológica, pues las referencias delictivas de la naciente República antillana orientaban su animosidad, herencia de la colonia, hacia esa organización secreta fundada en la 108 Rodolfo Zamora Rielo comunidad habanera de Regla, alrededor de 1830. En los primeros años del siglo xx, gracias a sus vínculos con el Instituto Sociológico de Madrid, a Ortiz se le solicita un ejercicio académico en el que debía describir la situación criminal de La Habana, el punto de partida era una relectura del volumen La mala vida en Madrid, de los españoles Bernaldo de Quiróz y José Llanas. Por supuesto, la exposición de Ortiz versó sobre la resonancia criminal de la «secta secreta» abakuá, distintiva de la nación cubana. Los artículos publicados en Bohemia en los años 50 —al igual que los aparecidos en otros medios— permiten destacar la contribución del trabajo periodístico de Ortiz en cuanto a reformular las concepciones del ñañiguismo y presentarlo como elemento sociocultural esencial; de igual modo revelan las estrategias comunicativas de las que se valió el autor no solo para legitimar los juegos abakuá, tras décadas de criminalización, sino para hacerlos comprensibles al público a través de la descripción de ritos, costumbres y atributos; relacionándolos, incluso, con elementos de la cultura clásica occidental, dominante en esa época. De todos los artículos me gustaría acercarme a dos de ellos, por la manera en que Ortiz teje la madeja de contemporizaciones y equilibrios entre las manifestaciones religiosas de los pueblos, como amplia expresión de su universo cultural. El primero, «El origen de la tragedia y los ñáñigos», del 10 de diciembre de 1950, y el segundo, «Dos diablitos de Landaluze», del 1 de noviembre de 1953. En «El origen…», Ortiz, grosso modo, resalta la teatralidad de la liturgia abakuá; reseña los bailes, el cortejo, el vestuario, los cantos, la jerarquía de los practicantes y la implicaciones «dramatúrgicas» de sus ritos. Si bien el modelo del que se sirve el escritor no es otro que la evolución teatral, a partir de los ritos litúrgicos, ocurrida en la cultura occidental, en especial la grecolatina, en el texto se señalan sus puntos de contacto con la cultura africana, la cual, según Ortiz, también debe su devenir representativo a dicha evolución. No es extraño, nos dice el investigador, que las trazas que llevaron al teatro griego a trascender las festividades agrarias y propiciatorias en honor a la tierra y al dios Dionisos, sean también las que hayan promovido en el tiempo un teatro netamente africano: En realidad, en esas ceremonias misteriosas siempre hubo teatro, como lo hay en toda liturgia ceremonial. Sin duda, existe un teatro de los negros. Si la erudición clásica sostiene que la tragedia, el drama y acaso la comedia […] nacieron de aquellos «misterios» o liturgias esotéricas de los citados pueblos, lo mismo puede sostenerse con referencia a los negros, en cuyas ceremonias espectaculares se pueden observar los mismos elementos germinales, episódicos, agonísticos y estéticos que en las milenarias culturas de los pueblos del Egeo.14 Este paralelo con la cultura clásica no es un recurso artificial para lograr una universalización de la cultura africana, sino un verdadero punto de contacto, comprobado en el terreno y sustentado por los estudios de otros antropólogos, como el reconocido helenista inglés Sir James G. Frazer. Que estos hallazgos validen la trascendencia de la cultura africana, en este caso la abakuá, y la coloquen en una posición de equidad con respecto a la que, hasta ese momento, la había considerado inferior, no responden a una voluntad tendenciosa o forzada, sino a vínculos que muchos no se atreverían a confesar. En otro momento, Ortiz destaca: El Eribó recuerda al modius, la cista y el timpanon de los clásicos cultos de Osiris, Attis-Cibeles y Dionisos, donde se guardaban «los secretos de la gran religión», las cenizas del Gran Sacerdote muerto […] pues el Eribó encierra también un secreto de magia necrolática; y así mismo hace recordar el kernos de Eleusis con sacros y análogos secretos.15 Además de la descripción de la liturgia ñáñiga como si fuera una obra teatral, dividida en actos, escenas y desenlace final o apoteósis, Ortiz destaca la importancia de lo histriónico en la manera de hacer teatro de los africanos y de los criollos herederos de aquellos. Según el etnólogo: «El africano es un actor congénito debido a su extraordinaria emotividad en busca de la expresión. El drama en África, sin embargo, no se manifiesta a la europea, sino a la manera africana».16 En el caso abakuá, el Mokongo, el Mosongo y el Abasongo son personajes protagónicos. La esencia del segundo artículo citado es la sistematización de características de la liturgia y la indumentaria abakuá, a partir de dos pequeñas acuarelas realizadas por el pintor español Víctor Patricio Landaluze —adquiridas por Ortiz a muy bajo precio—, en las cuales se aprecian dos escenas relacionadas con el universo ñáñigo: el entierro secreto de una figura preponderante de un juego y la comunión de un diablito con una santera en una supuesta ceremonia. Tanto «El entierro de un ñáñigo» como «Un diablito ante una negra bruja» sirven para que Ortiz se refiera al pintor costumbrista y a su trabajo, testimonio de una época; y destaque las inclinaciones integristas y muchas veces agresivas del artista hacia los elementos socioculturales cubanos. Luego Ortiz señala los elementos de la liturgia mortuoria abakuá que aparecen en el cuadro, se detiene a explicar aspectos que considera importantes para entender lo que el creador pretendió bosquejar. De tal manera, encuentra el pretexto preciso para introducir al lector en un mundo completamente nuevo para él; uno censurado por los poderes gubernamentales. Con la guía especializada de Ortiz, es posible penetrar en los orígenes de la fraternidad, sus conexiones africanas, la permanencia de los juegos en Guanabacoa y Regla, las jerarquías sacerdotales, los bailes, instrumentos musicales, la cultura escatológica. Este acercamiento orticiano se propone establecer el perfil de un entorno particular que brilla con luz propia desde su uso como objeto pictórico. Asimismo, en el artículo se nota dominio de la terminología y los códigos idiomáticos abakuá, otro elemento del que se vale Ortiz para develar la realidad con su propio lenguaje, sin traducciones, sin rechazos velados, sino con voluntad de asimilación, de alineación; algo que desde la colonia es penado, como lo demuestra el Bando de Buen Gobierno y Policía, que en su artículo 86 destaca: Los que fueren formando el duelo en los entierros de gente de color, si lo hicieran a pie, deberán ir de dos en dos y no de otro modo, y no podrán pararse en las bodegas ni a la ida ni a la vuelta del cementerio, bajo la pena de ocho pesos al contraventor.17 Además, don Fernando subraya elementos interesantes de ambos cuadros, que, incluso, provocan confusión por su particularidad. En esos apuntes describe el vestuario de los conocidos «diablitos» o íremes y su ubicación en las ceremonias. Para el investigador, el «diablito» que participa en el entierro es especial, y lo obliga a consultar a sus «amigos ñáñigos»; algo que demuestra la ascendencia de Ortiz entre los conglomerados que estudia. El ejemplar de diablito ñáñigo de mi cuadro de Landaluze es único; los símbolos adornos de su enmascaramiento o akanaguán son todos de color rojo, como la sangre, cosa excepcional […] Todos conveníamos […] en que podía deberse a un capricho del pintor. Pero no, al fin logré averiguar que ese íreme con el vestido rojo existió realmente y es de rigor litúrgico; es el correspondiente a un gran antepasado guerrero que debe aparecerse a las exequias funerarias de un iyamba, o al menos de un obón o magnate de la tetrarquía que gobierna la logia ñáñiga, el cual haya sido muerto en acción de guerra.18 Como se aprecia en la cita anterior, Ortiz amplía el diapasón cognoscitivo a partir de una rareza, de algo no usual, lo que demuestra la extensión representativa de estos ritos y, además, su profundidad y complejidad. También a un capricho del pintor se atribuye la convivencia de un supuesto diablito ñáñigo con una santera, durante la celebración de una ceremonia en una habitación donde se ven elementos exclusivos de uno y otro culto; dichos elementos, en el momento en que fue escrito el artículo, no se consideraban correlativos o, por lo menos, no de manera espacial. El diablito está desnudo, no posee los cencerros a la cintura ni tampoco lleva nada en las manos. Ni siquiera el gorro-máscara Notas sobre el periodismo de Fernando Ortiz 109 tiene las características de las máscaras abakuá. Plantea Ortiz desconcertado: El resto del cuadro de Landaluze aumenta la confusión. Frente a la figura del insólito diablito está otra, la de una vieja negra que por los colores de su vestido, blanco y rojo, puede ser una iyalocha o santera hija de Shangó […] Todo lo cual induce a pensar si se tratara de un rito yoruba o lucumí. Pero de la pared cuelga un cinturón de cuero con varios cencerros, o sean los enkaniká que solo usan los íreme ñáñigos.19 Más adelante, cuando parece que nos quedaremos confundidos sin la ayuda de información fidedigna, el autor dilucida el entuerto; un recurso, a mi modo de ver, también teatral y significativamente clásico: elevar la tensión dramática en torno a un tema para aumentar la atención del lector y mover a la búsqueda de información o a la aceptación: «Lo cierto es que ese diablito de Landaluze» —asevera el investigador— «es exactamente uno procedente de una nación bantú. Sin duda entre los bantú de África también se estilaron los danzantes enmascarados, o sean las figuras de entes fantasmales aparecidos para la eficacia de ciertos ritos».20 ¿Conclusiones? Alejados de complicadas galimatías, los artículos orticianos presentan la información con un tono dialógico, de complicidad, con una tendencia hacia la narración vívida que, algunas veces, difumina los límites del artículo y lo acerca a la crónica. Ortiz trata con la misma seriedad lo teórico y lo empírico, como si fueran raíces del mismo árbol. La excelencia de esta propuesta periodística radica en la perspicacia al abordar cada uno de los temas y en la comunidad de experiencias de las que emanan las obras, pues la gran mayoría son el resultado de una labor investigativa sostenida por la observación en el terreno, así como el uso adecuado de las fuentes orales y bibliográficas. Nunca —y lo afirmo con toda responsabilidad— se vislumbra un rictus de superioridad. Su fórmula viene respaldada por un sentido de comunión que hizo brillar hasta al más modesto de los colaboradores. Connotaciones sociales aparte, en algunos de sus artículos más sobresalientes resulta interesante, además, la frescura y la riqueza fotográfica. Y este es otro aspecto por profundizar en Fernando Ortiz: la comunicación visual. La mayoría de los textos entregados a Bohemia, iban acompañados de una impresionante galería de instantáneas —tomadas por él mismo y por su compañero de indagación, Manuel Navarro Luna— que revelan con holgura descriptiva los fenómenos que encontraban en el trabajo de campo. Harto explicativas, como imágenes antropológicas, resultan las dedicadas a las ceremonias espiritistas, que reseñan los momentos más importantes de ese culto. 110 Rodolfo Zamora Rielo Asimismo, las que testimonian las danzas africanas, con sus vestuarios tradicionales, y los movimientos que conforman nuestros bailes populares. También aparecieron en las páginas de Bohemia, gracias a la magia de la fotografía, rostros de practicantes, bailarines, objetos rituales, zonas geográficas y otras imágenes que enriquecen el fondo imagenológico de la antropología cubana. Todavía están por estudiarse las connotaciones sociales que tuvo un periodismo de este tipo, viático de un ensayismo que develó, durante varios años, las esencias más auténticas de nuestra nacionalidad. Entre los méritos de Ortiz está el dinamismo de sus estudios, la búsqueda de fuentes primarias. Los ancianos yorubas lo llamaban «el blanco que pregunta mucho»; marginados por una sociedad excluyente, se convirtieron, gracias a él, en protagonistas reconocidos de una rica realidad, que no puede ser rechazada, porque es parte de Cuba. Como todo genio de popular estirpe, Fernando Ortiz tiene mucho que enseñar a la contemporaneidad cubana. Un acercamiento dialéctico y un procesamiento justo de sus trazados serían las pautas de un verdadero tributo. Notas 1. Los acercamientos más notables, limitados a la selección y publicación de fragmentos de sus entregas periodísticas, se deben al doctor Isaac Barreal. 2. «Vulgarizaciones criminológicas» (Cuba Libre, La Habana, 21 de septiembre de 1902) se considera el artículo más antiguo de Ortiz, publicado en Cuba. Este intelectual fundó y enriqueció publicaciones especializadas que promovían el trabajo de instituciones a las que él estaba vinculado: Revista Bimestre Cubana, de la Sociedad Económica de Amigos del País; Archivos del Folklore Cubano, órgano de la Sociedad de Folklore Cubano; Ultra, magazine de la Institución Hispano Cubana de Cultura; Estudios Afrocubanos, de la Sociedad de Estudios Afrocubanos; Afroamérica, del Instituto Internacional de Estudios Afroamericanos, entre otras. 3. La comunicología contemporánea estudia la manera de motivar en el público el conocimiento de temas poco difundidos: «Si los que muestran interés hacia un cierto tema han llegado a interesarse después de haber sido expuestos, los que se muestran desinteresados y desinformados aparecen como tales porque jamás han sido expuestos a la información relativa. Cuanto mayor es la exposición a un determinado tema, tanto mayor es el interés y, a medida que el interés aumenta, mayor es la motivación de la gente para saber más». Mauro Wolf, La investigación de la comunicación de masas, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, s/a, p. 18. 4. Virgilio López Lemus, «La obra de madurez de Ortiz», en Historia de la literatura cubana, t. II, Instituto de Literatura y Lingüística José Antonio Portuondo Valdor-Letras Cubanas, La Habana, 2003, p. 479. 5. Alfonso Reyes, «Prólogo», en Fernando Ortiz, Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, Letras Cubanas, La Habana, 1981, p. VII. 6. Una reflexión teórica actual precisa: «El efecto de la comunicación de masas es entendido como consecuencia de las gratificaciones a las necesidades experimentadas por el receptor: los media son eficaces sí y cuando el receptor les atribuye dicha eficacia, sobre la base justamente de la gratificación de las necesidades. Dicho de otra forma, la influencia de las comunicaciones de masas sería incomprensible si no se considera su importancia respecto a los criterios de experiencia y a los contextos situacionales del público: los mensajes son disfrutados, interpretados y adaptados al contexto subjetivo de experiencias, conocimientos, motivaciones». Mauro Wolf, ob. cit., p. 39. 7. Véase Isaac Barreal, «Prólogo», en Fernando Ortiz, Etnia y sociedad, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1994. 8. Virgilio López Lemus, «El ensayo y la crítica. Desarrollo evolutivo», en Historia de la literatura cubana, t. II, ed. cit., p. 678. 9. Término de la identificación criminal, derivado de Alphonse Bertillon (Francia, 1853 - Suiza, 1914) policía e investigador que impulsó métodos de individualización antropológica. En 1882, expuso una nueva disciplina, la antropometría, basada en la medición y comparación de partes del cuerpo, así como las marcas individuales, tatuajes, cicatrices y características personales del sospechoso. En 1884 aplicó este procedimiento para identificar a 241 delincuentes múltiples, y su metodología ganó enorme prestigio y fue rápidamente adoptada en Europa y los Estados Unidos. 10. Fotógrafo de presidios desde 1904, Steegers realizó estudios sobre dactiloscopía y sobre el sistema de clasificación de Edward Richard Henry, que modificó. Ideó un sistema dactilofotográfico que empleaba modelos de impresiones digitales, confeccionados en papel transparente, los cuales eran utilizados como negativos para imprimir fotográficamente las impresiones. El 28 de noviembre de 1907 emitió el primer informe técnico dactiloscópico y dos años más tarde se creó el Gabinete de Identificación de Criminales, en el que se aplicó su método. 11. No obstante, las obras literarias de Miguel de Carrión (18751929), médico, pedagogo y periodista cubano —en especial Las honradas (1917) y Las impuras (1919)—, recrean las concepciones sociológicas positivistas del autor: consideran a la sociedad un ser vivo que va inevitablemente a su propia destrucción; y a la prostitución, una inclinación innata que se desarrolla como parte de esa «espiral» social que succiona al ser humano para sumirlo en la ruina. 12. Los principales artículos de Ortiz sobre el tema fueron, en Bohemia, «Los espíritus o «diablillos» de los ñáñigos» (a. 42, n. 39, 24 de septiembre de 1950, pp. 20-1, 114-5); «Dónde hay ñáñigos» (a. 42, n. 43, 22 de octubre de 1950, pp. 4-5, 144-5, 156); «El origen de la tragedia y los ñáñigos» (a. 42, n. 50, 10 de diciembre de 1950, pp. 26-8, 138-41); «Dos diablitos de Landaluze» (a. 45, n. 44, 1 de noviembre de 1953, pp. 36-8, 99-101). 13. Mauro Wolf, ob. cit., p. 29. 14. Fernando Ortiz, «El origen de la tragedia y los ñáñigos», ob. cit., p. 26. 15. Ibídem, p. 140. 16. Ibídem, p. 26. 17. Fernando Ortiz, Los negros brujos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995, p. 55. 18. Fernando Ortiz, «Dos diablitos de Landaluze», ob. cit., p. 38. 19. Ibídem, p. 99. 20. Ibídem, p. 100. E Notas sobre el periodismo de Fernando Ortiz 111 E La guerra dentro de la paz. Poder y verdad en el mundo contemporáneo Jorge Hernández Martínez Sociólogo y profesor. Universidad de La Habana. s muy probable que al lector le resulte familiar la conocida la expresión con la que Carl von Clausewtiz refiere que la guerra debe ser comprendida como la continuación de la política por otros medios, a saber, violentos. Retomada por Lenin, desde un cuadro interpretativo diferente y más amplio, la utilidad y pertinencia de esta frase han sido incuestionables desde entonces. Ella se convirtió en un punto de referencia obligada, tanto en la teoría —en el territorio del pensamiento social y militar—, como en la práctica, lo que se ha materializado en el ejercicio diplomático y bélico de la política internacional. Sin embargo, pudiera hacerse una lectura contraria, si se parte de la aceptación convencional que entiende la guerra y la paz como una relación antinómica. Así, la política podría verse como la continuación de la guerra por medios pacíficos. Una perspectiva de esta naturaleza es la sostenida en la reflexión del intelectual cubano Aurelio Alonso a través de los dieciséis artículos que conforman el volumen reseñado en estas notas. En ellos se recorren temas centrales en el denominado pensamiento único. Quizás la diversidad de temas y la extensión limitada del libro comprometan la profundidad de algunos análisis e impliquen la omisión de matices necesarios. Pero la relevancia de las cuestiones que atraen la atención del autor y su imaginación sociológica, como diría Wright Mills, imprimen a la lectura de La guerra de la paz* un carácter de aprendizaje y ejercitación crítica. Con un inicio y un final concentrados en la vigencia del debate acerca de la sociedad civil, y deteniéndose en el camino en interpelaciones conceptuales y procesos políticos, socioeconómicos y culturales —como las tendencias globales, el sistema internacional, el pensamiento contemporáneo, la realidad estadounidense y la cubana—, el libro de Aurelio deja claro su anclaje dialéctico, bajo una lectura que justifica su título: [L]a guerra nos demostró en el pasado su potencialidad monstruosa de confundirse dentro de la paz, como la vivimos hoy, hasta el punto de vaciar el sentido de la exclamación «¡Se acabó la guerra!», que tantas veces sirvió para congratularse del fin de un conflicto bélico. La definición de la guerra imperialista no se reduce solamente a las circunstancias de las confrontaciones que debimos adjetivar como mundiales. Su silueta se asoma en la Historia, con diversidad, y se consolida en un presente y en un futuro que se me antoja fatal y dolorosamente brutal.1 Las circunstancias que rodean estas aproximaciones de Aurelio, junto a los resortes epistemológicos que él movilizó, le confieren a la obra el carácter de indagación comprometida con la verdad sobre las relaciones de poder en el mundo actual. De ahí el sentido que * Aurelio Alonso Tejada, La guerra de la paz, Ruth Casa Editorial/ Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010. 112 Jorge Hernández Martínez n. 72: 112-116, octubre-diciembre de 2012 adquiere la expresión estremecedora que concluye la presentación de su texto: «El panorama que se despliega ante nuestros ojos no deja mucho espacio al optimismo» (p. 7). Indagar en las relaciones de poder en el mundo actual es sumamente oportuno, sobre todo cuando lleva consigo, además, una óptica multi, inter, o mejor, transdisciplinaria, asociada con la vieja dicotomía entre objetividad y partidismo, prácticamente descartada del lenguaje actual de las ciencias sociales, pero de total vigencia epistemológica. La teoría social no es propiedad de una disciplina concreta, pues las cuestiones relativas a la vida y a los productos culturales de la sociedad se extienden a todas las disciplinas científicas y humanísticas. El análisis teórico en el pensamiento social siempre ha sido muy diverso, pero en un determinado momento posterior a la Segunda guerra mundial cierto conjunto de puntos de vista tendieron a prevalecer sobre el resto, lo que impuso una suerte de aceptación general. Los trabajos que entrega Alonso en su reciente libro (y que propone leer según el orden en que los ha colocado) se acogen a esa imprescindible mirada transdisciplinar —aunque la tentación sociológica y la vocación filosófica asomen constantemente—, y lo hacen con un elevado coeficiente ideológico, que apuesta a la cultura de resistencia frente al afán de dominación imperialista mundial. El autor no necesita apelar a la antológica frase leninista que puntualiza que dentro de los marcos de una sociedad clasista no es posible desarrollar una ciencia social imparcial. Lo que hace más bien es seguir el precepto esbozado con agudeza por Carlos Rafael Rodríguez, cuando al inaugurar, en La Habana, un evento internacional de los partidos comunistas y obreros, a comienzos de los 80, decía que no se trataba de citar o glosar a Marx, Engels y Lenin, sino de utilizarlos al modo marxista-leninista. Y esto es lo que hace en su libro, como lo ha hecho en otros trabajos, Aurelio Alonso. Esa mirada posee los atributos que subrayaron Santiago Alba y Carlos Tablada en la presentación del texto, en la Feria Internacional del Libro de La Habana de 2011, así como Yohanka León y Fernando Martínez Heredia en las palabras que pronunciaron en la sesión «El autor y su obra», con la que el Instituto Cubano del Libro, en abril de ese mismo año, homenajeó su condición de intelectual orgánico. En La guerra de la paz, como en otros casos, Alonso propone, con derroche de erudición y una prosa cautivante, un elocuente ejercicio analítico, cuya fidelidad a la concepción materialista de la historia no puede ser mayor. El autor da por sentado, y así lo ha asumido a lo largo de su prolongada vida profesional, que «orgánico» y «oficialista» de ningún modo son «conceptos coextensivos», y agrega que sería «una confusión equiparar niveles de autoridad política con supuestos grados de comprometimiento con los ideales», lo que «conduce o de alguna manera se vincula a otra [confusión] mayor». Se refiere a la de «equiparar autoridad política y razón» (pp. 202-3). Para Aurelio Alonso, ahí radica una clave desde la cual se sostiene su enfoque teórico y metodológico de cuestiones como las abordadas en los trabajos que conforman el libro, que comparten como telón de fondo la reflexión acerca del poder y la fuerza (sobre todo en el ámbito de la acción militar imperialista). Lo hace explícito cuando señala que tras la equiparación mencionada podemos ver incluso un problema de naturaleza epistemológica, aunque sería ingenuo querer reducirlo a ello: detentar la autoridad no nos pone necesariamente en posesión de la verdad. Aunque tampoco vale afirmar que la verdad esté en manos del intelectual orgánico. (p. 204) Queriéndolo o no, reconociéndolo o no, cuando Aurelio afirma que «el prisma weberiano de las relaciones del político con el científico sería, en consecuencia, un prisma sesgado en cuanto a la disparidad, la asimetría o el disenso» (p. 204), se coloca en una posición cercana a lo que Michel Foucault llamaba «el intelectual específico»; ese que «encuentra obstáculos y se expone a peligros; peligro de atenerse a luchas de coyuntura, a reivindicaciones sectoriales; riesgo de dejarse manipular por los partidos políticos o los aparatos sindicales que conducen estas luchas locales».2 Y en un momento «en el que la función del intelectual específico debe ser reelaborada».3 Así, La guerra de la paz comparte, sin mencionar a Foucault, la convicción de este, referida a que «la verdad no está fuera del poder, ni carece de poder»,4 y estimula a recobrar la idea de que hay que pensar los problemas políticos de los intelectuales no en términos de «ciencia/ideología» sino en términos de «verdad/poder», y que el problema político esencial para el intelectual no es criticar los contenidos ideológicos que estarían ligados a la ciencia, o de hacer de tal suerte que su práctica científica esté acompañada de una ideología justa. Es saber si es posible constituir una nueva política de la verdad. El problema no es «cambiar la conciencia» de las gentes o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen político, económico, institucional de la producción de la verdad. No se trata de liberar a la verdad de todo sistema de poder —esto sería una quimera, ya que la verdad es ella misma poder— sino de separar el poder de la verdad de las formas hegemónicas (sociales, económicas, culturales) en el interior de las cuales funciona por el momento. La cuestión política, en suma, no es el error, la ilusión, la conciencia alienada o la ideología; es la verdad misma. (p. 200) En la obra de Alonso tiene un gran peso enfrentar el reto de la lucha ideológica, el diversionismo ideológico La guerra dentro de la paz. Poder y verdad en el mundo contemporáneo 113 y la penetración cultural promovidos desde los centros del poder mundial en sus intentos de establecer, imponer, mantener, reproducir, sus proyectos de dominación y control en los escenarios del Tercer mundo en su conjunto, si bien el énfasis en América Latina se manifestaba en los 80, bajo la llamada revolución conservadora, con mayor fuerza que en los años que siguieron a la Segunda guerra mundial y al triunfo de la Revolución cubana. El llamado «Informe de Santa Fe II» —emitido por un importante «tanque pensante» conservador, muy vinculado a la administración de Ronald Reagan y a la de George Bush— concedía, ya desde 1988, una relevancia explícita a la guerra cultural, como recurso ante la difusión e influencia del marxismo-leninismo, y llamaba la atención sobre el papel subversivo de la intelectualidad. En este sentido, vale la pena recordar que en ese texto, inspirador en buena medida de la política latinoamericana de los Estados Unidos entre finales de los años 80 e inicios de los 90, se llamaba la atención sobre el efecto «contaminante» del pensamiento de Antonio Gramsci, y se alertaba sobre el «peligro» que representaban las corrientes marxistas para los procesos democráticos en América Latina, si llegaran a difundir, crear e imponer sus valores en una nación.5 Han transcurrido más de veinte años desde esa toma de conciencia imperialista que legitimaba una guerra cultural ante la intensidad de los cambios revolucionarios en el hemisferio. Lejos de amortiguarse, se han vuelto más sofisticados los mecanismos de legitimación ideológica y de agresión cultural, junto al descomunal perfeccionamiento tecnológico de los armamentos. Luego de desaparecida la «amenaza» del comunismo internacional, y de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, los Estados Unidos recodifican la percepción del enemigo asignando al terrorismo la función de nuevo eje articulador de su política exterior. Con este pretexto se troquela una operación ideológica de dominación dentro y fuera de la nación a través del miedo. Según Alonso, «para el discurso en la cúpula del imperio el terror se definirá a partir de ahora como algo que viene de afuera: del mundo islámico en primer lugar» (p. 138). De ahí el relieve que cobran corrientes ideológicas, como las religiosas de índole fundamentalista, y las políticas, como las de extrema derecha y neofascistas. Expone Alonso: [E]n nuestro tiempo los mecanismos totalizadores de la manipulación cultural a nivel mundial han copado casi todos los espacios y la hegemonización ha desdibujado considerablemente las fronteras nacionales. Lo terrible de esta adversidad es la capacidad adquirida por los centros de poder para extender y consolidar su lectura (Gramsci se refirió al poder hegemonizador de la prensa y de todo lo que fuera capaz de incidir en la opinión pública, y su 114 Jorge Hernández Martínez tiempo vivió solo el auge de la palabra impresa y de la radiodifusión; podemos calcular la potenciación ulterior de los instrumentos de hegemonización, primero con la televisión y después con el desarrollo de las redes informáticas). (pp. 14-5) Después de la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 y del desplome del socialismo como sistema mundial entre 1990 y 1991, han surgido diversos paradigmas que intentan dar cuenta de la nueva situación internacional. Como se sabe, los enfoques que consiguieron mayor impacto fueron los propuestos por Francis Fukuyama y Samuel Huntington, quienes intentan naturalizar, justificar y aplaudir el sistema neoliberal que domina actualmente el mundo globalizado. Son representantes académicos, o intelectuales orgánicos, del establishment imperialista; como dos caras de la misma moneda. El éxito de las tesis neoliberales y neoconservadoras contenidas en sus obras estuvo íntimamente ligado a los think tanks norteamericanos y a las fundaciones «benéficas» u organizaciones no lucrativas de la sociedad civil internacional que financiaban esos laboratorios de ideas. Sin embargo, en medio de ese dinamismo de las ciencias sociales, no faltaron alternativas que venían, oportunamente, a echar una mano a los afanes imperialistas por hacer más efectivo y viable su empeño de dominación cultural, como complemento de las guerras a través de las armas. En este sentido, no menos conocidas resultan las propuestas de Joseph Nye, sobre todo a partir de su obra La paradoja del poder norteamericano, donde sostiene que la supremacía estadounidense se mantendrá, a pesar del terrorismo, y que durará hasta bien entrado el siglo xxi, si se aprende a utilizar el poder sabiamente. Para Nye, si los Estados Unidos quieren conservar su supremacía, deben prestar atención al poder blando, lo cual obtuvo credenciales bajo el gobierno de George W. Bush. El poder duro es el poder militar y el económico, y se basa en incentivos o en amenazas; en tanto que el blando busca obtener los mismos resultados que el poder duro, pero de una forma distinta, indirecta y funcional, apelando a las nuevas tecnologías de la información, a los valores y a la cultura. En elaboraciones ulteriores, se incorpora a esa noción la de poder inteligente, que ha hecho suya la administración Obama.6 En este contexto, como apunta Alonso, la dimensión ideológica acrecienta su papel, y puede considerarse que ya sean el poder blando o el inteligente, la justificación, la coartada o la purificación, son imprescindibles: [E]l vencedor ni siquiera respeta la legitimidad de la defensa: resistir con las armas te hace ser tratado como criminal de guerra por matar invasores en el combate. La ideología del poderoso no deja espacio para conceptos como el de «guerra justa», «guerra necesaria» o «guerra patria», que han validado en la historia y el deber del agredido. Podemos constar, incluso, que el halo de cruzada redentora que circunda la agresión tiene una justificación meramente ideológica. Las filas que portan las armas de los poderosos para pelear esta guerra no tienen por qué entender la verdadera naturaleza de la misma, más bien lo contrario, y se les debe proveer, además, de una buena coartada para el abuso sin paralelo que adquiere la confrontación. Tienen que sentirse portadores de algún tipo de purificación. (pp. 83-4) En sus reflexiones específicas sobre Latinoamérica, Alonso examina la situación de pobreza y la problemática religiosa, y engarza en su análisis los efectos acumulados de la consolidación hegemónica del imperialismo estadounidense que sigue a la Segunda guerra mundial, sus búsquedas en el apuntalamiento del sistema de dominación, bien utilizando el reformismo económico, bien acudiendo a los experimentos neoliberales, a la transnacionalización mediática, al reforzamiento del american way of life y el american dream. En esos reajustes, desde luego, nunca está ausente el remozamiento de las concepciones de seguridad nacional, que permiten modificar los diseños de la política exterior y de defensa de los Estados Unidos, en contubernio con las fuerzas armadas y los sectores comprometidos con las empresas multinacionales y el denominado complejo militarindustrial norteamericano. Al detenerse en el presente, constata que: La gravedad de la situación social en América Latina hoy se ve resumida en la extensión de la marginalidad, la pobreza y el desamparo. La definición del peso de las clases subalternas la encontramos en los conjuntos más representativos de las necesidades y los intereses populares, y no en la asunción inmovilista de una clase principal; estas características que ya se prefiguraban en los 60, cuando el término de marginalidad daba precisamente el sentido de minoría, ahora son una golpeante realidad generalizada. Millones de latinoamericanos nacen y mueren sin haber conseguido en su vida un empleo o una ubicación formal estable en la economía de su país. Cientos de miles emigran todos los años. (p. 44) Con una referencia de especial significación al tema de la derechización de la cultura política y de la orientación externa de los Estados Unidos, Aurelio Alonso aclara que más que incursionar en precisiones semánticas que pueden beneficiar al discurso político, lo que le interesa es centrarse en la connotación histórica de conceptos como nazismo y fascismo, y en la manera en que ambos se proyectan en los procesos socioeconómicos y políticos actuales. En este sentido, el autor distingue dichos conceptos como experiencias singulares (la alemana y la italiana) «con diferencias que van más allá de lo episódico, al margen del coeficiente que las unifica», y precisa que hemos terminado, en el discurso político, por identificar los conceptos o, más exactamente, por manejarlos en una tácita relación de inclusión […] [hemos] asignado al de fascismo una connotación más genérica que al de nacionalsocialismo o nazismo. (p. 60) Sin afirmar que el fascismo sea una opción ideológica y política de corto plazo en el devenir de la sociedad norteamericana, Aurelio se detiene en las tendencias de extrema derecha, su viabilidad, bases sociales y acomodos coyunturales que han tenido lugar durante los últimos años. Sin embargo, matiza los posibles alcances y límites, pues reconoce que dicha sociedad está fuertemente marcada por concepciones acerca del papel central de la democracia, que condicionan la naturaleza del sistema político en ese país. Aunque estas reflexiones están sobre la mesa de debate desde que Theodor Adorno, Cedric Belfrage y Bertram Gross, escribieran sus obras respectivas, La personalidad autoritaria, La inquisición democrática en los Estados Unidos y El fascismo amistoso, Aurelio las examina con prisma propio y mayor sentido de actualidad; no obstante (atribuyámoselo a la brevedad del artículo), la complejidad del asunto hubiese requerido mayor contextualización y antecedentes. En rigor, si bien sus reflexiones resultan muy sugerentes, quedan limitadas en su valor interpretativo por tales ausencias: A menos que ante la certeza de un fracaso electoral el presidente en funciones imponga su reelección mediante un golpe de Estado, los requisitos formales por los cuales la ideología liberal define la democracia se mantienen vigentes en los Estados Unidos. Por cuestionable que se nos haga esta definición de democracia, cuando la presidencia ha devenido un objeto de subasta, es la aceptada por la opinión pública norteamericana […] No ignoro que la variante de un golpe en los Estados Unidos puede ser objetada con muchos argumentos que harían incluso que esta hipótesis pareciera ridícula. Sin embargo, recuerdo lo cuestionable de los métodos que dieron la presidencia a Bush en las elecciones de 2000 […] quizás sea un poco excesivo calificar lo sucedido en 2000 como un golpe […] Pero lo que me interesa es, en primer lugar, subrayar la indiferencia aparente con que la opinión pública norteamericana admitió aquel flagrante fraude y aceptó el veredicto que llevaba a la presidencia a George W. Bush. […] Otra cuestión sería saber si la opinión pública norteamericana, en un escenario muy saturado por un menú de necesidades básicas tan elevado […] una opinión pública tan moldeada por el totalitarismo de la manipulación a través de la televisión y de las comunicaciones electrónicas, tan insensibilizada ante la magnitud de la tragedia de los millones que en el mundo mueren todos los días de hambre, o de enfermedades curables, podrá dar al menos el paso de mostrar que todavía depende de su voluntad decidir quién no les debe gobernar. (pp. 69-70) También ocupa al autor la realidad de Cuba. Precisa desde las primeras páginas que, de ningún modo es un libro centrado en el tema cubano, pero tampoco me parece discutible que el tema cubano sigue clavado en el núcleo de lo que pasa en nuestro pedazo de mundo. (p. 6) La guerra dentro de la paz. Poder y verdad en el mundo contemporáneo 115 Y aclara: Cuba ha estado en la agenda del imperio al principio y al final de este recorrido: dilemas de la geopolítica. Primero, un siglo atrás, como víctima de una independencia duramente luchada, y usurpada por la intervención militar. Ahora, acusada del imperio como el puerto occidental del «eje del mal» por el pecado de seguir defendiendo su independencia. (p. 141) Sobre esas bases, añade: [L]a realidad del medio siglo de historia cubana vivido desde la victoria revolucionaria de 1959 no admite miradas sesgadas, porque está saturada de complejidades. Su historia de paz ha resultado ser la de medio siglo de estado de sitio económico, diplomático, mediáticoinformativo, ideológico, sometida a agresiones terroristas sin que se haya producido la justificación del casus belli. Medio siglo en el cual la paz se ha tenido que vivir como un estado particular de la guerra, de asedio continuo, en el cual la coartada del agresor se cifra en el argumento falaz de quien no usa las armas para agredir, y encubre su agresión en la pretendida ignorancia acerca de su víctima, simplemente execrada, descalificada para la existencia. (pp. 5-6) En una breve explicación, coloca el análisis del tema cubano bajo el prisma del significado y consecuencias del histórico y prolongado conflicto, y alude a las políticas de los sucesivos gobiernos norteamericanos, desde Dwight Eisenhower hasta Barack Obama, con comentarios tan ágiles que apenas se perciben particularidades que hubiesen reclamado alguna puntualización a fin de evitar generalizaciones que abren la puerta al reduccionismo. La sociedad civil, la democracia, el consenso interno, las desigualdades, son cuestiones examinadas en el libro, a través de un paisaje que posee el beneficio de la síntesis, pero con el costo de ciertas esquematizaciones que, más allá de su enunciado, no consiguen avanzar en la explicación objetiva de los hechos que motivan su interpelación. No obstante, la balanza favorece más la presencia que la ausencia. De particular interés resulta la entrevista que cierra el texto, bajo el original título «Sociedad civil en Cuba: ¿un problema de geometría?». Hasta cierto punto, aquí se compensan algunas simplificaciones y se añaden referencias omitidas en algunos de los artículos que abordan el tema cubano. Retomando lo dicho al inicio, nada sería más ilustrativo que compartir con el lector algunos fragmentos con los que Aurelio Alonso resume la lógica expositiva con la que concibió la compilación de trabajos recogidos en La guerra de la paz y procedió a organizarlos, teniendo en cuenta que no los ordenó con un criterio cronológico, sino que los agrupó por afinidad temática, a partir de sus presupuestos de partida: Aquella magistral y siempre recordada afirmación, puntal de la filosofía de Clausewitz, que identificaba a la guerra como una extensión de la política con otros medios, 116 Jorge Hernández Martínez resulta hoy incompleta. La guerra no es ya solo una extensión de la política, sino del mercado, en el cual el rubro «armamento» tiene un peso superlativo, segundo solo al rubro «petróleo», decididamente más importante en la decisión de agredir que la erradicación de cualquier tipo de terror. (p. 78) Aurelio considera que la posguerra tampoco será la posguerra, en tanto este concepto debiera significar, en esencia, la recuperación de la paz, es decir, de la tranquilidad, y más aún de una perspectiva de relaciones menos competitiva y más solidaria. (p. 81) Las sensibilidades y preocupaciones racionales que hayan podido despertar los comentarios de esta reseña no son suficientes, desde luego, para convencer al lector de que hasta ahora las guerras comenzaban y terminaban, se decidían, desencadenaban y ganaban de otra manera. Se impone conseguir (y leer) el libro, para constatar que la cuestión del poder, la fuerza, la política, la guerra, la paz (su comprensión cabal), es la verdad misma. Notas 1. Aurelio Alonso Tejada, La guerra de la paz, Ruth Casa Editorial/ Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, pp. 3-4. En lo adelante, solo se indicarán, entre paréntesis, las páginas. 2. Michel Foucault, Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid, 1992, p. 197. 3. Ibídem, p. 198. 4. Ídem. 5. Aunque a partir del decenio siguiente la visión sobre el supuesto «peligro externo o extracontinental» en América Latina ya no se construye en torno al «enemigo marxista y comunista», el procedimiento codificador es el mismo, y se reproduce en otros informes de tales «tanques pensantes», bajo otras construcciones ideológicas sustitutivas, donde el «terrorismo» es definido como la principal amenaza. 6. Véase Joseph Nye, La paradoja del poder norteamericano, Taurus, Madrid, 2003. A los efectos de la perspectiva que propone Aurelio Alonso en su libro, lo más interesante es la visión multidimensional del poder que ofrece Nye, la centralidad que le atribuye a la ideología en la política mundial y los mecanismos que la difunden en el sistema internacional, al ser capaces de convertir la fuerza, el poder, la guerra, en verdad. Yo he visto en todos los lugares mansiones en ruinas, y estatuas, y el cielo, y la tierra, y todo siempre es el hombre. La autenticidad de la voz o el misterio del eco: ensayos de Margarita Mateo Sergio Pérez Hernández Profesor. Instituto Superior de Arte (ISA). C Montaigne on coherencia discursiva, Margarita Mateo —la estudiosa, la viajera a país extraño en búsqueda de pistas reveladoras que descubrieran entresijos de la obra del escritor argentino Julio Cortázar en su archivo personal, la invocadora zodiacal en un prólogo a su labor cuentística— llega buscando ahora la confluencia de voces que misteriosamente arman la palabra en el eco. La conciencia académica de Ella escribía poscrítica invoca su herencia literaria para hilvanar otro tejido intelectual. La compilación de textos recogidos en El misterio del eco,* este nuevo cuerpo ensayístico de Margarita Mateo, me insta a la lectura selectiva y no atino al examen lineal. Posiblemente el ofrecimiento de una estructura externa diseñada para distinguir los ejes temáticos y los motivos inspiradores individuales de cada investigación sea una de las eficientes estrategias editoriales y/o autorales que verifican mi particular manera de emparentarme con la obra en general. Y es que, la organicidad interna que se transparenta de la pericia analítica de Maggie en cada uno de sus estudios, cuyos recursos el lector ratifica como marca estilística de su escritura, libera de ataduras al receptor de la obra y permite la autonomía de los trabajos como voces independientes de la misma composición. Me regocijo, entonces, con las palabras de Jean Paul Sartre: cada obra literaria es un llamado, la lectura es una creación dirigida; solo la conjugación de los esfuerzos del autor y de los lectores crea la obra literaria; todo producto del intelecto contiene una imagen del lector para el que está destinado.1 Defino, pues, mi interacción con estos textos como una convergencia entre las prioridades personales, alcanzadas en la pasión por algunas de las obras que Mateo repasa, y las funciones experimentales que sujetan siempre a la creación literaria. Otra vez se anega en el infinito literario que le recorre el consciente autoral. Una vida entregada a la investigación y la enseñanza, otrora constatada en Ella escribía poscrítica, la hace desenvolverse como héroe principal de sus textos ensayísticos. Aunque todos los trabajos recogidos en este libro se dejan halar por significaciones comunes: maestría lingüística, frases proverbiales de alto lirismo, eficaz colocación de intertextos, etc.; uno de ellos, «La ruta del huracán», nos remite a las palabras que, sobre la concepción del género, fijara Virginia Wolf: * Margarita Mateo Palmer, El misterio del eco, Ediciones Unión, La Habana, 2011. Premio de la Crítica 2012. La autenticidad de la voz o el misterio eco: ensayos de MargaritadeMateo n. 72: del 117-119, octubre-diciembre 2012 117 el ensayo nos debe someter a su encanto desde la primera palabra y no permitirnos despertar hasta la última dejándonos reposados. En el intervalo, pasaremos a través de las más variadas experiencias de diversión, sorpresa, curiosidad, indagación; pero no debemos despertar. El ensayo debe envolvernos y envolver el mundo en su cortinaje… Hazaña tan notable rara vez se realiza, y la culpa puede ser tanto del lector como del escrito. 2 Sin temor a correr riesgo infructuoso, el pensamiento de la también novelista Margarita Mateo se concreta en la palabra precisa, no escogida por mera casualidad, para distinguir en su recorrido investigativo todas las páginas letradas que ha ido envolviendo con su paso tempestuoso el huracán, gran conmovedor terrestre, y las marcas disímiles que ha dejado en ellas, convirtiéndose, antes, en curiosidad poco explicativa materialmente para los primeros habitantes, luego, en motivo esencial para el discurso literario de cronistas, ensayistas, poetas y novelistas. Así, desde el párrafo introductorio, la autora anuncia una red de significados en torno al eje temático que, por su misma intención, deviene carga simbólica matizada en metáfora: Danza de los vientos que como soplo de vengativas deidades impulsa sus giros siniestros y desciende de las alturas atropellando nubes, sumándolas a su baile de quebrados contoneos, llega el huracán a las islas del mar Caribe y un súbito enfriamiento recorre el espinazo del monte. El aliento poderoso, que parece salir de los labios de una divinidad inflamada para ir trenzando los cuatro vientos en torcidas tempestades, descarga todo su furor sobre la tierra…3 Entonces comienza el periplo autoral en la búsqueda de contenidos relevantes acerca del fenómeno natural y mitológico, particularmente en la literatura cubana, y va tejiéndose, azarosamente, un argumento huracanado —por intenso—, que levanta en su espiral discursiva una estimable cantidad de textos divergentes entre sí respecto al contenido y la forma que los individualiza, pero concurrentes en cuanto a su motivo inspirador. Una parada prolongada en El Siglo de las Luces y Oppiano Licario nos revela el «intervalo» y dos de «las variadas experiencias» a las que se refería Virginia Wolf. Conocidas son las miradas que Maggie, en diferentes momentos, ha ofrecido en conferencias y publicaciones sobre la obra en prosa de Carpentier y Lezama. Inspirada, otra vez, por la búsqueda mitológica que siempre la impulsa hacia las investigaciones, regresa la ensayista a estas novelas para correr la cortina de los acontecimientos y mostrar el culpable de los sucesos que conforman aspectos de la línea argumental en cada novela: el huracán. Con el texto que cierra el ensayo, la escritora subraya la defensa de su asunto con el carácter simbólico del mito y le imprime, así, voz y presencia imperecederas en nuestro acervo cultural: 118 Sergio Pérez Hernández Con una extraordinaria riqueza de matices y perspectivas ha impuesto su presencia en la cultura cubana el más sobrecogedor y majestuoso fenómeno de la naturaleza del Caribe —que fue, para los primeros habitantes de la isla, el dios más poderoso de su mitología, tanto en su carácter destructivo como en su poder fecundador […] Este poderoso símbolo, representado por los cubanos precolombinos con su inquietante figura en actitud de baile, aún sigue batiendo, con su estela germinadora, el imaginario de la isla. (p. 128) El último asiento lo ocupa esta vez, otra revisitación a la obra lezamiana: «Paradiso: la lucha entre Eros y Thánatos».4 La pulsión entre la vida y la muerte a la que se someten los personajes lezamianos regresa con nuevos apuntes de la mano de la estudiosa que, si bien no desdeña vistazos anteriores, ahora conforma, desde la incorporación de recientes miradas que recalzan la indagación anterior, una visión más totalizadora en su profundidad. Esta nueva vuelta sobre el mismo trabajo, y con algunas inclusiones que hace Maggie, no debe prejuiciar a quien ha seguido su obra, si comienza, como yo, por el índice; sino que el lector debe sentirse compulsado para descubrir el afán de la insistencia autoral y —como apuntara, en cierta ocasión, Hans Robert Jauss— «el carácter siempre nuevo que la obra en toda su estructura puede adquirir bajo la influencia de las condiciones histórico-sociales variables de la recepción».5 Cuando enfrento las palabras que introducen el estudio de la obra de Jean Rhys, precediendo en páginas avanzadas del libro a la ruta huracanada de las intenciones literarias cubanas de los siglos xix y xx, y hallo a Antoinette emparentada con la Alicia de Lewis Carrol, ambas frente al espejo en develación, cada una, de su alter ego, veo también a Gelsomina reconciliada en Tituba en Desde los blancos manicomios, reunida en la llanura con los personajes de Gobernadores del rocío o sintiendo en alma propia las añoranzas de Un verano en Tenerife. Reconozco asimismo, desde la lectura, la minuciosidad en la búsqueda de los pasajes que, en El vasto mar de los sargazos, van proponiendo la temática del doble, tesis tan imprescindible para el desarrollo argumental de la trama y aspecto que sustenta desde el punto de vista narratológico las aspiraciones de la protagonista. Muy bien ensayada queda la creencia en el zombie y la alusión en la novela: otra vez Margarita Mateo ofrece las claves míticas en comunión con su repercusión simbólica. La lectura saltarina que he realizado del libro, me permite romper el ordenamiento ensayístico propuesto en la publicación y traer, bajo la égida de mi voluntad, también licenciosa, los trabajos que allí se presentan para que vayan apareciendo según mis pasiones en esta reseña. Por ello no debe sorprender que, finalizando, abra la puerta al estudio que recoge el título del libro: «El misterio del eco». Desde —y en— el espacio gnóstico lezamiano, ese eco se alza como voz; y, aunque multiplicada o reproducida, es también vívida, auténtica en su sonoridad y adquiere entonces una significación otra que define una cultura y un sentir. Como se plantea la propia escritora, «una voz que se torna poderosa en su propia aceptación» (p. 13). La crítica transparente, la intertextualidad definida y solidificada, la marca distintiva que autoriza a Maggie para ocupar un lugar seguro en la historia del ensayo cubano, se devuelven ahora desde el eco. En toda su obra y desde su iniciación escritural, ensayo y ficción, verso y prosa, copulan para danzar en la autoría académica o en la historia novelada. Notas 1. Citado por Henryk Markiewicz en «La recepción y el receptor en las investigaciones literarias. Perspectivas y dificultades», en Desiderio Navarro, sel. y trad., Textos y contextos», t. II, Arte y Literatura, La Habana, 1989, p. 146. 3. Margarita Mateo Palmer, El misterio del eco, Ediciones Unión, La Habana, 2011, p. 91. En lo adelante, solo se indicarán, entre paréntesis, las páginas. 4. Ensayo publicado en Temas (n. 27, La Habana, octubre-diciembre de 2001, pp. 98-113). Véase también aquel extenso y riguroso análisis que, a la novela del poeta, realizara Margarita Mateo y quedara recogido en Paradiso: la aventura mítica (Premio Alejo Carpentier, 2002), Letras Cubanas, La Habana, 2002. 5. Citado por Henryk Markiewicz, ob. cit. p. 149. C 2. Camila Henríquez Ureña, Invitación a la lectura, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1975, p. 156. La autenticidad de la voz o el misterio del eco: ensayos de Margarita Mateo 119 ¿Cómo suscribirse a Temas? En Cuba Personalmente en las oficinas de Temas o a través de giro postal dirigido a: Aníbal G. Cersa García Revista Temas Calle 23 #1155 entre 10 y 12, El Vedado La Habana. CP 10400 También mediante cheque o depósito bancario a favor de: UPR Inst. Cub. Arte Industria Cinematográfica. Cuenta número: 0525040006510118. Fuera de Cuba A través de transferencia bancaria a favor de: UPR Internacional ICAIC Cuenta número: 0300000002638522. Banco Financiero Internacional, sucursal Habana Libre, Calle L, esq a 25, El Vedado, La Habana, Cuba. SWIFT: BFI CU HH. También puede contactar con Yolanda G. Pantoja José María Rico, no. 126 interior 1. Col. del Valle, Delegación Benito Juárez, CP 03100. México. D.F. Tel: (00 52 55) 5524 7449 Email: temasmexico@cablevision.net.mx. Temas online La modalidad de suscripción online permite acceder, durante un año, al sitio web de la revista Temas, y consultar TODOS los artículos publicados hasta el momento, así como realizar búsquedas de contenidos, temas y autores. Está disponible para residentes en cualquier parte del mundo, incluyendo Cuba. Para obtener más información sobre modalidades, pagos y tarifas, regístrese en www.temas.cult.cu o contáctenos en temas@icaic.cu. 241 SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2012 www.nuso.org Directora: Svenja Blanke Jefe de redacción: Pablo Stefanoni Globalización en 3D COYUNTURA: Hugo Richer. Seis preguntas y seis respuestas sobre la crisis paraguaya. Valter Pomar. Foro de San Pablo: debates necesarios. TRIBUNA GLOBAL: Gonzalo D. Martner. Dilemas del socialismo moderno. Más acá de la utopía, más allá del pragmatismo. TEMA CENTRAL: Gustavo Lins Ribeiro. La globalización popular y el sistema mundial no-hegemónico. Verónica Gago. La Salada: ¿un caso de globalización «desde abajo»? Territorio de una nueva economía política transnacional. Carlos Alba Vega. La calle para quien la ocupa. Las condiciones sociopolíticas de la globalización no hegemónica en México DF. Nico Tassi / Juan Manuel Arbona / Giovanna Ferrufino / Antonio Rodríguez-Carmona. El desborde económico popular en Bolivia. Comerciantes aymaras en el mundo global. Claudio Benzecry / Andrew Deener. Los viajes de un zapato en la economía global. Rodolfo Casillas R. La mundialización del delito. Redes de tráfico y trata de personas en México. Martín León Geyer. bollywood en Perú. Culturas populares y globalización de las emociones. ENSAYO: Andrea Lacombe. Inapropiadas e inapropiables. Claves para entender el aborto como alteridad. PAGOS: Solicite precios de suscripción y datos para el pago a <info@nuso.org> o <distribucion@nuso.org> 242 120 Cuba en la encrucijada Jorge Hernández Martínez