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MIERCOLES DE LA OCTAVA DE PASCUA Lecturas: a.- Hch. 3, 1-10: Pedro y Juan sanan a un lisiado. b.- Lc. 24,13-35: Los discípulos de Emaús. c.- San Juan de la Cruz: “Y a los que iban a Emaús, primero les inflamó el corazón en fe que le viesen, yendo él disimulado con ellos” (3S 31,8). La curación del paralítico llevada a cabo por Pedro y Juan, es claro signo del poder del resucitado, en su santo Nombre, obran el prodigio, el lisiado pudo caminar. Quizás éste hubiera preferido una suculenta limosna, pero ahora que puede caminar, puede decir que Jesús le cambió la vida, tendrá que trabajar claro, pero será mejor que estar pidiendo limosna a la puerta del Templo. El Nombre de Jesús, evoca su Persona y su autoridad, más aún su poder sanador, con el cual actúan sus apóstoles hablan y obran prodigios, a ÉL debe dirigirse también el enfermo y poner su confianza en que lo sanará. Ese Jesús taumaturgo, del cual quizás oyó hablar el lisiado, Pedro quiere dejar en claro, que está vivo, conserva el mismo poder que poseía entonces y ha sido constituido en Mesías y Señor, luego de su Pasión y Resurrección por el Padre (Hch. 2, 36). Será, en el segundo discurso de Pedro, donde se explica el significado del Nombre de Jesús y por el cual vino la salud al lisiado (Hch. 3, 11-26). En el relato de la aparición de Cristo resucitado a los discípulos de Emaús, encontramos toda una catequesis bíblica, eucarística y eclesial. Quizás nos sirva pensar que también nosotros como ellos, pasamos del desencanto de Jesús de Nazaret, hasta cuando comprendemos que debía sufrir la Pasióny Resucitar por nosotros y nuestra salvación. Esperaban tanto de ÉL estos discípulos y resulta que muere en la más absoluta ignominia, iba a resucitar y han pasado días y no ha sucedido nada. Hay que reconocer, eso sí, que sus esperanzas era muy lejanas al proyecto del Padre y del propio Jesús: “Nosotros esperábamos que sería él, quien iba a librar a Israel…” (v. 21). Ha estos dos más que discípulos habría que considerarlos admiradores de un Jesús político o jefe de un nuevo partido en Israel y ellos sus ministros. A su contacto se convertirán en verdaderos discípulos. Por el testimonio de la Escritura, Jesús, quiere llevarlos a la fe en su resurrección. El caminante, parece ignorar lo acontecido, ellos a su vez ignoran que es Jesús resucitado. “El les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas. ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (vv. 25-28). El primer hito de la conversión está en leer las Escrituras, en ellas está, la fuente de la esperanza. Como caía la noche, los discípulos invitan al caminante a cenar “y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (vv. 28-32). El Resucitado les iluminó las mentes con la Escritura, ahora bendice el pan para ellos, más aún inicia una eucaristía con la bendición del pan. Si bien desaparece, parte el pan, les deja su Presencia, en clave de fe pascual y eucarística. La Presencia de Jesús, hizo arder el corazón de estos discípulos, hasta ahora desencantados, en un nuevo amor al resucitado. “Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan”. (vv. 33-35). Comunican su experiencia a la naciente comunidad cristiana, la Iglesia, con Pedro a la cabeza. Comprendieron que si había desaparecido para ellos, Jesús estaba vivo, y lo volverán a encontrar en la comunidad, la de sus discípulos. Estaba ahí, de una manera nueva, vivo, real, para los ojos que lo contemplan desde la fe, que brilla en el corazón del que creen en ÉL. Tres formas de presencia del resucitado: palabra, eucaristía y comunidad, todo una sola realidad nueva: su Iglesia, morada de su singular vida de Resucitado. Los discípulos de Emaús, nos enseñan a anunciar al resucitado, desde nuestra experiencia personal en la comunidad eclesial y fuera de ella. Siempre será necesario hacer el camino de Emaús, con Cristo, desde las Escrituras, la Eucaristía y la vida eclesial, de lo contrario, no le reconoceremos en el camino, en la escritura que leemos y mucho menos en la Eucaristía a la que asistimos los domingos. Hay que hacer el camino para que ÉL parta el pan, nos explique la Palabra y arda nuestro corazón con calor siempre nuevo de resucitado. Que no pase “disimulado” Cristo por nuestras vidas, ni en la sociedad sino que tengamos fe para reconocerle. Esa es la invitación de Juan de la Cruz, para quien sólo la fe es medio para la unión plena con Dios, porque por ella viene a nosotros y por el mismo camino vamos a ÉL.