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Taller para lectores y guías litúrgicos Marzo 2015 Dios nos habla… (Acerca de la revelación divina) I) En el desarrollo de nuestra piedad, podemos quedarnos con una impresión: el hombre es quien "debe" relacionarse con Dios: debe rezar, debe hacer silencio, debe reconocerlo como Padre, debe recibir a su Hijo... Pero ¿esto es tan así? ¿es el hombre quien debe tomar la iniciativa para entablar diálogo? ¿La relación con Dios depende de nuestra iniciativa? La respuesta a todas estas preguntas la tenemos presente en casi todas las formas del desarrollo de nuestra piedad: en la vida de los santos que hemos leído, en nuestra liturgia, en nuestra más íntima y propia oración. La Biblia apareció siempre como base y fundamento de nuestra relación con Dios. Fue la Palabra de Dios la que nos contó, aclaró y aportó sobre nuestra fe. Porque Dios habló primero, nosotros podemos responderle: la iniciativa fue y es siempre de El. ¿A qué se debe esta táctica de Dios? Como Padre bueno que es, se abaja a nuestra manera de relación para darse a conocer: asume el lenguaje humano como medio de expresión. A nosotros nos era imposible por nuestros propios medios tratar de acceder al conocimiento del verdadero Dios. La Biblia, la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios, es otro de los gestos de su condescendencia amorosa: porque descendió a nuestra manera de comunicación utilizando la palabra humana, nosotros ahora podemos conocerlo (dentro de nuestros límites de comprensión) y entablar relación con El. II) Suena bastante lógico que Dios haya querido abajarse a nosotros, usando el lenguaje, para darse a conocer ¡Y claro! Si hubiese utilizado otro medio de comunicación, difícil hubiera sido entenderlo. Por más lógica que suene la condescendencia de Dios, hay algo que no suena tan lógico: ¿cómo es que la Biblia es la palabra de Dios? Si la Biblia es la palabra de Dios ¿El es su autor? Si el es su autor ¿cómo la hizo? ¿cómo es que llega así hasta nuestros días? En síntesis ¿porqué debo creer que ese libro -idéntico a cualquier otro en su formato- es la palabra de Dios? Comencemos a responder estas preguntas con una breve pero importante aclaración: la palabra "Biblia" es un vocablo griego, que traducido literalmente al castellano significa "los Libros" (biblos=libro; un ejemplo: biblio-teca). La Biblia es un conjunto de libros que conforman un solo libro, al cual también denominamos "La Palabra de Dios". Si estos Libros son su Palabra, El es su autor. Pero, al afirmar que es su autor, suena un tanto ridículo imaginarlo cual venerable anciano barbado, escribiendo con una venerable pluma y teniendo por escritorio una nube resplandeciente. Cada uno de estos libros han sido escritos por seres humanos, en un contexto histórico, social y religioso determinado, pero, con una particularidad importantísima: Dios mismo ha inspirado a estos escritores para su redacción. Pero ¿no era que Dios es el autor? ¿qué hacemos con esta gente que ahora apareció? Para dilucidar esta cuestión, podríamos dar rienda suelta a nuestra imaginación (como arriba hicimos) y representarnos a estos escritores, enchufados a la mente de Dios, quien va dictando a los mismos "su" palabra... Esta imaginación es absolutamente ilógica en relación a la condescendencia de Dios ¿cómo va a anular a su creatura de tal manera, que la convirtiera en un mero instrumento de su voluntad? Dios ha inspirado a quienes libremente escribieron estos libros, respetando y respondiendo a la situación cultural de momento, con el objeto de darse a conocer y dar a conocer su voluntad de salvación. Y por ser Dios su autor, su Palabra es una Palabra eterna, que no solo respondió a épocas ya pasadas, sino que sigue respondiendo a este tiempo y a los tiempos por venir. La comprobación de esta inspiración divina la realizó la Iglesia, haciendo uso de la autoridad que Jesús le dejó de "atar y desatar" (Mateo 18, 18), pero, apoyándose además en dos cimientos certeros: la fe de los fieles, la Tradición viva de la Iglesia, quienes en los primeros siglos veneraron como verdadera Palabra de Dios algunos de estos libros, y las ciencias positivas: la historia, la arqueología, la arqueología bíblica, el estudio de lenguas antiguas, comprobaron fehacientemente la cultura de momento y su coherencia con el libro sagrado. Pasemos ahora a la composición de la Palabra de Dios. La Biblia se encuentra dividida en dos grandes partes, conocidas por todos en general: la Antigua y la Nueva Alianza (el Antiguo y el Nuevo Testamento). El Antiguo Testamento guarda dentro de si una lista de 46 libros, definidos por la Iglesia como de inspiración divina. Lo llamamos "Antigua Alianza", por la Alianza que Dios realiza con su primer pueblo elegido, Israel, para comenzar la salvación de todos los hombres. El Nuevo Testamento cuenta con una lista de 27 libros, definidos por la Iglesia como inspirados por Dios. También, llamamos "Nueva Alianza" a esta parte, por la Alianza que Dios realiza con su nuevo pueblo, la Iglesia, para llevar a plenitud su voluntad de salvación, a través de la muerte y resurrección de su Hijo. Más arriba habíamos dicho que su Palabra respondía a los tiempos de los autores sagrados, y sigue respondiendo a los nuestros y los por venir: es una Palabra eterna. Pero, para poder entender la palabra de Dios en nuestro tiempo, debe ser interpretada con exactitud. La interpretación adecuada de la Biblia la realiza la Iglesia, apoyándose en su tradición viva y en la misión de enseñar que Jesús le dejó. Estas son las claves más importantes para su interpretación: Cristo es quien da cohesión, coherencia y sentido a los dos Testamentos: uno debe leerse a la luz del otro. La Biblia tiene fundamentos históricos comprobados, pero su función no es narrar científicamente la historia. El objetivo de la Palabra de Dios es dar a conocer su voluntad de salvación. III) Nuestra Madre Iglesia nos enseña: "...Dios envió a su Hijo, la Palabra eterna que ilumina a todos los hombres, con el objeto de que habitara entre ellos y les explicara lo íntimo de Dios (Juan 1, 1-18). Así, pues, Jesucristo, Palabra hecha carne, hombre enviado a los hombres, habla las palabras de Dios (Juan 3, 34) y lleva a plenitud la obra de salvación que el Padre le encomendara llevar a cabo (Juan 5, 36, 17, 4). Por eso, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre (Juan 14, 9)-, por su presencia y manifestación de sí mismo, por su palabras y obras, signos y milagros, pero especialmente, por su muerte y gloriosa resurrección de entre los muertos y, finalmente, por el envío del Espíritu Santo, acaba y completa y con testimonio divino confirma la revelación de que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos para la vida eterna. De esto se sigue que esta Alianza no pasará jamás, y ya no hay que esperar nueva revelación pública antes de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo". (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática "Dei Verbum", sobre la Divina Revelación). IV) Bibliografía para todos. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 50-53, 65-67; 74-79; 101-114