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Actas de la décima conferencia internacional DOLENTIUM HOMINUM N. 31 (Año XI - N. 1) 1996 REVISTA DEL PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PASTORAL DE LOS AGENTES SANITARIOS promovida por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios sobre Consejo de Redacción: FIORENZO CARD. ANGELINI, Director P. JOSÉ L. REDRADO O.H., Redactor Jefe P. FELICE RUFFINI M.I., Secretario DON GIOVANNI D’ERCOLE F.D.P. SR. CATHERINE DWYER M.M.M. DR. GIOVANNI FALLANI MONS. JESUS IRIGOYEN P. VITO MAGNO R.C.I. ING. FRANCO PLACIDI PROF. GOTTFRIED ROTH MONS. ITALO TADDEI Colaboran en la Redacción: P. DAVID MURRAY M.ID. MARIA ÁNGELES CABANA M.ID. Vade et tu fac similiter: de Hipócrates al Buen Samaritano SR. M. GABRIELLE MULTIER D. JEAN-MARIE M. MPENDAWATU Dirección, Redacción, Administración: Ciudad del Vaticano Teléfonos: 698.83138, 698.84720, 698.84799, Telefax: 698.83139 Telex: 2031 SANITPC VA En la cubierta: vidriera di P. Costantino Ruggeri Publicación cuatrimestral Suscripción: Liras italianas 60.000 o el importe equivalente en moneda local. Un ejemplar de las Actas: Liras italianas 80.000 o el importe equivalente en moneda local, más los gastos de envío. Impreso en Ediciones VELAR S.p.A., Gorle (BG) Spedizione in abbonamento postale 50% Roma 23-24-25 noviembre 1995 Aula Pablo VI Ciudad del Vaticano Sumario 6 Un hombre bajaba a Jericó Palabras de homenaje del Card. Fiorenzo Angelini 42 Hipócrates, en los documentos eclesiásticos y en las obras teológicas Gottfried Roth 7 Sed los buenos samaritanos de los tiempos modernos Discurso del Santo Padre 45 La asistencia a los enfermos en la historia de la Iglesia Jesús Alvarez Gómez 9 Juramento de Hipócrates Parábola del Buen Samaritano 48 La carta de los agentes pastorales. Una síntesis de ética hipocrática y moral cristiana Bonifacio Honings 10 El sentido de un recorrido histórico “Ve, y haz tú lo mismo” De Hipócrates al Buen Samaritano Fiorenzo Angelini 53 Curar las heridas: los “Rachel Groups” John O’Connor 12 Donde hay amor por el arte médico hay amor por el hombre Vincenzo Cappelletti 56 El carácter sagrado de la vida en la filosofía pagana Jean-Marie Meyer 15 “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó” (Lc. 10, 30) Paul Poupard 59 La religiosidad de la medicina Luigi Maria Verzé 65 Primum philosophari? Sergio Cotta VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 22 El Juramento de Hipócrates en el desarrollo de la medicina Diego Gracia Guillen 29 Las dimensiones éticas de la medicina hipocrática y el encuentro específico con la moral cristiana Bruno Zanobio 33 Los códigos de deontología contemporáneos Gonzalo Herranz Rodriguez 37 La atención al enfermo en los Padres de la Iglesia Carlo Cremona 69 El SIDA como enfermedad del cuerpo y del espíritu Robert C. Gallo 72 La práctica integrada del médico en el cuidado de las enfermedades Gottieb Monekosso 76 La medicina y el cristianismo Francisco Eduardo Trusso 78 Judaísmo* Elio Toaff 82 Etica médica e Islam Ahmed Zribi 86 El lenguaje de la divulgación en medicina Alessandro Beretta Anguissola 88 La relación médico-paciente en las reglas médicas de los siglos XVIII y XIX Massimo Baldini 93 El médico, un hombre para todos Domenico Di Virgilio 98 Los iconos bíblicos de la vida Ignace De La Potterie 133 La civilización de la tristeza y la cultura del gozo Stanislaw Grygiel 138 La responsabilidad del médico en la vida del paciente Wanda Poltawska 141 El embrión signo de contradicción Elio Sgreccia 143 Jérôme Léjeune, Perfil científico y cristiano Marie-Odile Rethoré 104 El Hospital: templo de la humanidad sufriente Pascual Piles 146 Antropología cultural del derecho a la vida Adriano Bausola 107 Qué piensan los laicos de la misión del médico Anton Neuwirth 150 En el origen del concepto de la persona Tadeusz Styczen 110 La familia como sujeto de salud y de enfermedad Salvino Leone 115 El reto tecnológico en la medicina moderna Johannes Bonelli 155 Los horizontes de la medicina fetal y sus consecuencias éticas Emmanuel Sapin 159 El respeto de la vida en la investigación biomédica Bruno Silvestrini 119 El respeto por la intimidad del paciente Erwin Odenbach 163 El cerebro humano: de Hipócrates al desarrollo actual de las neurociencias Carla Giuliana Bolis 124 El ejemplo de Hipócrates sobre la neutralidad y la universalidad de la medicina Karl-Otto Habermehl 168 La superación del dolorismo en la concepción cristiana del sufrimento Cettina Militello 127 El sufrimento y el sentido de la vida Jesús Conde 173 La medicina de las curas paliativas y la escatología cristiana Corrado Manni 178 La mujer a lo largo de la Historia en la asistencia a los enfermos An Verlinde 182 El primado de la vida más allá de toda condición humana – particularmente en Africa Bernardin Gantin 186 Cuidados sanitarios y cualidad de la vida - La experiencia de Taiwán Yaw-Tang Shih 215 Alocución pronunciada en nombre del Doctor Hiroshi Nakajina... Fernando Antezana, MESA REDONDA: LOS BUENOS SAMARITANOS DE NUESTRO TIEMPO 218 Marcello Candia Ennio Apeciti 226 Albert Schweitzer Richard Brullmann 190 La supremacía de la vida en cada condición humana y en todo el mundo George Alleyne 230 Florence Nightingale Susanna Agnelli 194 La pedagogía del sufrimiento en las diversas religiones Francis Arinze 235 Henry Dunant Cornelio Sommaruga 198 El Buen Samaritano (Lc. 10, 29-37) Hermenéutica bíblica de la parábola Albert Vanhoye 203 El Buen Samaritano como categoría antropológica Ignacio Carrasco De Paula 206 El modelo del Buen Samaritano en la historia de la asistencia hospitalaria Angelo Brusco 211 Las virtudes del Buen Samaritano: la ética de la asistencia sanitaria en la perspectiva de una renovada Teología Moral J. Augustine Di Noia 237 Raoul Follereau. El Apóstol de los leprosos André Recipon 240 El Abad Hildebrando Gregori Simone Tonini 244 Dr. Janusz Korczak Janusz Bolonek 248 La medicina pastoral en Bosnia Herzegovina en estado de guerra Vinko Puljic 252 La medicina en tiempos de guerra Bozo Ljubic Las ilustraciones de este número han sido tomadas del libro “Giorni del Medioevo” Le miniature delle très riches Heures del Duca di Berry. Edición italiana, Rizzoli, Milano 1989. DOLENTIUM HOMINUM 6 PALABRAS DE HOMENAJE DEL CARDENAL FIORENZO ANGELINI Un hombre bajaba a Jericó Santo Padre, una vez más, Usted ha querido intervenir en la conclusión de la X Conferencia internacional anual promovida por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios. Sus intervenciones, Santo Padre, acerca de temas de gran importancia abordados por estas Conferencias, representan otros tantos puntos firmes de doctrina y de práctica en el vasto, articulado y cada vez más complejo campo de las relaciones entre investigación científica y praxis, entre biomedicina en sus más diversas articulaciones y ley moral. Le agradecemos de todo corazón esta Su paternal participación que confirma Su extraordinaria y providencial atención a los graves problemas que hoy abruman al mundo de la sanidad y de la salud. En el décimo aniversario de vida del Dicasterio, que Usted quiso instituir como demostración de que la solicitud de la Iglesia por quienes sufren y están enfermos y por los Agentes Sanitarios a todo nivel de responsabilidad, es parte integrante de Su misión, esta décima Conferencia internacional ha abordado el tema "Vade et fac similiter: de Hipócrates al Buen Samaritano". Me consienta, Santo Padre, afirmar que Su Magisterio y Ministerio son la transcripción viva, valerosa y de máxima autoridad de este asunto. Como Usted ha afirmado, el pasado mes de octubre, en la Asamblea general de las Naciones Unidas, "nada hay de genuinamente humano que no encuentre eco en el corazón cristiano". Su denodada defensa de los derechos humanos fundamentales -primero entre todos el derecho a la vida, a su sacralidad, inviolabilidad y dignidad- y la constante predicación del Evangelio del sufrimiento, han presentado al mundo la más feliz síntesis de los valores racionales y evangélicos. Si es verdad, de hecho, como se lee en la Evangelium vitae, que "en la vida hay seguramente un valor sagrado y religioso, en modo alguno interpela sólo a los creyentes: se trata de un valor que todo ser humano puede aprehender también a la luz de la razón y que por ello corresponde necesariamente a todos" (n.101). Para Usted, Santo Padre, el camino que desde Jerusalén descendía a Jericó, es el camino que atraviesa todo nuestro planeta: un camino que Usted ha recorrido y sigue recorriendo incansablemente para encontrar a las innumerables víctimas de la violencia de nuestro tiempo y de nuestros días. Como el iluminado amanuense medieval que transcribió, disponiéndolo en forma de cruz, el juramento de Hipócrates, Usted ha hecho de la promoción y de la defensa de la vida un punto de encuentro evangélico del saber y del creer. Gracias, Santo Padre, por esta segura y fuerte guía que es motivo de inteligente esperanza y de ejemplar valor en combatir una batalla difícil, porque es decisiva. Ya hemos iniciado la preparación de la próxima Conferencia Internacional para el año nuevo: el argumento general será: "A imagen y semejanza de Dios: ¿siempre? Los enfermos mentales". El tema es de extraordinaria importancia e interesa directamente a casi mil millones de personas en el mundo. Queremos, Santo Padre, seguir siendo siempre fuertemente disponibles, auténticos Samaritanos, para todos, pero especialmente para cuantos, sin distinción alguna, están en el sufrimiento del cuerpo y del espíritu, de la mente. Gracias, Santo Padre, por su esperada y alta Palabra. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 7 DISCURSO DEL SANTO PADRE A LA X CONFERENCIA INTERNACIONAL Sed los buenos samaritanos de los tempos modernos 1. Me complace dirigirme a todos vosotros, queridísimos hermanos y hermanas, con motivo de esta Conferencia Internacional, que es ya un tradicional punto de encuentro anual que ve reunidos con entusiamo y fidelidad a tantas personas generosas, dedicadas al mundo de la sanidad y de la salud. Este año recordamos un aniversario particular: han transcurrido ya diez años desde la institución del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios. El éxito de las Conferencias celebradas hasta ahora es una confirmación tangible de los frutos madurados gracias a la infatigable y férvida actividad desarrollada por este Dicasterio, cuya finalidad es "difundir, explicar y defender las enseñanzas de la Iglesia en materia de sanidad y de favorecer su penetración en la práctica sanitaria" (Carta Ap. Dolentium hominum, n. 6). Saludo afectuosamente al Cardinal Fiorenzo Angelini y le agradezco sus amables palabras con las cuales ha interpretado los sentimentos de todos los presentes. Renuevo mi más viva estima a los responsables del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios que, con asidua y constante dedicación, han promovido y organizado este encuentro. Dirijo, además, un pensamiento de deferencia a los ilustres científicos, investigadores, estudiosos y expertos en problemas de medicina, de las ciencias biomédicas y de la moral que han ofrecido a esta reunión de estudio y de reflexión la preciosa aportación de su competencia y experiencia. Extiendo, finalmente, mi cordial bienvenida a todos los presentes. En vuestras personas veo y saludo a todos los agentes sanitarios que, en todos los rincones del mundo, como servidores y custodios de la vida, dan testimonio de la presencia de la Iglesia al lado de las personas enfermas y de todos los que sufren. 2. Este año habéis querido desarrollar vuestras reflexiones a la luz del envío evangélico: "Vete y haz tú lo mismo: de Hipócrates al Buen Samaritano". Toda la historia de la medicina puede ser compendiada en esta doble referencia. Como recordaba, en efecto, el Papa Pío XII, de la venerada memoria, "los escritos de Hipócrates contienen, sin ninguna duda, una de las más nobles expressiones de la conciencia profesional que impone, especialmente, el respeto de la vida y la dedicación al enfermo" (Discurso a los participantes al XIV Congreso Internacional de Historia de la Medicina, 17 de septiembre 1954: Discursos y radiomensajes XVI [1953-1954], 148). La página evangélica del Buen Samaritano enriquece la herencia hipocrática de la visión transcendente de la vida humana que es don de Dios y llamada a participar en la eterna comunión con El. Con rigurosa atención a los graves y urgentes problemas que, en nuestro tiempo, interpelan la investigación y la ciencia médica, durante los trabajos de estos días habéis recorrido de nuevo el camino realizado a través de la historia de la asistencia sanitaria, resaltando en el encuentro entre humanismo cristiano, un factor decisivo de progreso hacia una civilización cada vez más digna de este nombre. Además, las aportaciones científicas presentadas por estudiosos y expertos de todas las partes del mundo han demostrado que, en la atención a quien sufre y en la dedicación a procurar una calidad de vida digna de la persona, se configura una visión antropológica en la cual es posible que personas de culturas diferentes hallen un punto de encuentro. Esto es confirmado por las experiencias personales y sociales de tantos "Buenos Samaritanos" de los tiempos modernos, entre los cuales habéis querido recordar oportunamente a personas como Henry Dunant, Florence Nightingale, Albert Schweitzer, Janusz Korczack, Ildebran- 8 do Gregori, Roaul Follereau y Marcello Candia. "Quien se embarca en la navecilla del respeto a la vida - escribía Albert Schweitzer - no es un náufrago llevado a la deriva, sino un viajador intrépido que sabe dónde ir y que mantiene el timón con solidez en la justa dirección" (La civilisation et l'éthique, 63-64). 3. De Hipócrates al Buen Samaritano, de la conciencia guiada por la razón a la razón iluminada por la fe, el anuncio del Evangelio de la Vida debe ser único; en efecto, su promoción y su defensa "no son monopolio de nadie, sino responsabilidad de todos" (Carta enc. Evangelium vitae, n. 91). Y el hecho de que la fe en el mensaje de Cristo esté hoy llamada a sostener y a reforzar el fundamento racional del deber común de servir a la vida en todas las fases de la existencia humana es, ciertamente, un providencial signo de los tiempos. Se trata, efectivamente, de una tarea que es al mismo tiempo humana y cristiana, de tal forma que "sólo la cooperación concorde de cuantos creen en el valor de la vida podrá evitar una derrota de la civilización de consecuencias imprevisibles". (ibid.). El Buen Samaritano de la parábola evangélica interpela toda conciencia humana que aspire a la verdad y esté atenta al futuro de la humanidad. Sin embargo, el largo camino recorrido por la asistencia sanitaria no se explicaría si ésta no tuviese otro fin que la salvaguardia y la recuperación de la salud; en realidad, la asistencia sanitaria, por las raíces que se hunden en el respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana, es también escuela de valorización del sufrimento y del servicio al mismo. Por ello, la parábola del Buen Samaritano pertenece tanto al Evangelio de la vida como al Evangelio del sufrimiento: "Y aquí tocamos uno de los puntos claves de toda la antropología cristiana: El hombre no puede encontrarse plenamente si no a través de un don sincero de sí mismo, Buen Samaritano es precisamente el hombre capaz de este don de sí mismo" (Carta ap. Salvifici doloris, n. 28). Por estos motivos, me complace expresar mi viva satisfacción a los responsables del Dicasterio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios por haber redactado y publicado la primera Carta de los Agentes Sanitarios, cuyas indicaciones, abiertas a las aportaciones de todos los hombres de buena voluntad, representan una feliz alianza antre ética hipocrática y moral cristiana. Se trata, en efecto, de u- DOLENTIUM HOMINUM na síntesis a través de la cual "se favorece la reflexión y el diálogo - entre creyentes y no creyentes, así como entre creyentes de diferentes religiones- sobre problemas éticos, incluso fundamentales, que afectan a la vida del hombre" (Carta enc. Evangelium vitae, n. 27). 4. El camino concorde y costructivo de la ciencia y de la fe, deseado por el Concilio Vaticano II (cfr. Mensaje a los hombres de ciencia, 8 diciembre 1965), tiende a la afirmación de los derechos humanos fundamentales, centrados en la promoción de la vida y de su dignidad. La fe estimula, anima y sostiene esta convergencia que se ha revelado propicia para las conquistas de la razón, porque no hay nada de genuinamente humano que no encuentre eco en el corazón de los cristianos. El campo de la sanidad y de la salud, en los diversos ámbitos de la educación, de la diágnosis, terapia y rehabilitación, ofrece innumerables confirmaciones de la posibilidad concreta de una fecunda asociación entre razón y fe para costruir, en la libertad y en el pleno respeto de la persona humana, la civilización de la vida, la cual, para ser verdaderamente tal, debe ser también civilización del amor. 5. En la edificación de una civilización similar, el Buen Samaritano, en el que se refleja el amor del Hijo de Dios, es modelo de los deberes y de las tareas de los agentes sanitarios. Este modelo reafirma, queridísimos hermanos dedicados a la asistencia y a la pastoral sanitaria, que vuestro servicio, antes de ser una profesión es una misión, sostenida por la creciente conciencia de solidaridad existente entre los seres humanos. Esta conciencia se refuerza y estimula por la fe, de la cual os exhorto a dar generoso testimonio, cuales heraldos de confianza y de esperanza en el hombre, llamado por Dios a realizarse en la gratuidad. Con estos deseos, invoco sobre vosotros y sobre vuestro servicio a los enfermos la protección de la Santísima Virgen, a quien confío la imploración de salvación y de consuelo que se eleva de la humanidad sufriente. Que María, Madre del divino Samaritano de las almas y de los cuerpos, acompañe cada una de vuestras beneméritas actividades, imprimiéndoles las características maternas de la disponibilidad amorosa y de la inagotable generosidad. Que os acompañe también la Bendición Apostólica que, de corazón, imparto a todos los presentes, a vuestros colaboradores y a quienes asistís en vuestro trabajo cotidiano. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 9 Juramento de Hipócrates Por Apolo Médico, por Esculapio, Igea y Panacea juro, y a todos los dioses y las diosas llamo como testigos de este juramento mío y este testimonio escrito observaré íntegramente con todo vigor e inteligencia. Al Maestro que me enseñó este arte tendré en cuenta como a padre, y cuanto sea necesario a su vida y cuanto necesitará le daré con ánimo reconocido y a sus hijos los consideraré como a mis propios hijos; y si ellos querrán aprender este arte, se lo enseñaré sin compensaciones y sin discusiones; de mis lecciones y demostraciones y de todo cuanto atiene a la disciplina médica, haré partícipes a mis hijos y a los hijos de mis preceptores y con ellos a cuantos por escrito se hayan declarado discípulos míos y habrán prestado juramento; pero, fuera de estos, a nadie. En cuanto se refiere a la cura de los enfermos, prescribiré la dieta más oportuna según mi juicio y mi ciencia y defenderé a los enfermos de todo daño e inconveniente. Y en mi espíritu no será válido ningún requerimiento que quiera inducirme a suministrar veneno alguno, ni daré nunca un consejo de ese género. Igualmente, no actuaré sobre las mujeres con el fin de impedir la concepción y de procurar el aborto. Y en verdad, a prueba de mi vida conservaré inmaculado el arte mío. Ni realizaré operaciones para quitar la piedra a los que sufren cálculos, sino que dejaré hacer esto a los quirurgos expertos en tal arte. Entraré en cualquier casa solamente para dar ayuda a los enfermos, y me abstendré de toda injusta acción e inmoralidad, como de todo impuro contacto. Y todo lo que, en el ejercicio de mi profesión, veré y oiré en la vida común de los hombres, aunque independiente del arte médico, en ausencia de permiso, callaré y tendré cual secreto. Si a este juramento presto intacta fe y si sé lealmente conservarlo, me sea dada toda satisfacción en la vida y en el arte, y pueda tener merecida fama perpetuamente entre los hombres. Pero si hubiera de faltar a mi juramento, o si hubiera jurado en falso, pueda sucederme todo lo contrario. Parábola del Buen Samaritano (Lc 10,30-37) [30] "Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó y se encontró con unos bandidos que lo despojaron, lo golpearon y después se fueron, dejándolo medio muerto. [31] Casualmente, un sacerdote descendía por aquel mismo camino y cuando lo vio, pasó adelante por la otra parte. [32] También un levita, llegado a aquel lugar, lo vio y pasó adelante. [33] En cambio un Samaritano, que iba de viaje, pasando a su lado lo vio y tuvo compasión. [34] Se le acercó, le vendó las heridas, echándole aceite y vino; después, cargándolo sobre su jumento, lo llevó a un albergue y se dedicó a cuidarlo. [35] Al día siguiente, sacó dos monedas y las dio al albergador, diciéndole: Cuídalo y lo que gastes de más te lo devolveré a mi regreso. [36] ¿Quién de estos tres te parece que ha sido el prójimo de aquel que cayó en manos de los bandidos?" [37] Aquel respondió: "El que tuvo compasión de él" Jesús le dijo: "Ve y haz tú lo mismo". Lectura de BENEDETTO NARDACCI Centro Televisivo Vaticano DOLENTIUM HOMINUM 10 FIORENZO ANGELINI El sentido de un recorrido histórico "Ve, y haz tú lo mismo". De Hipócrates al Buen Samaritano El tema “De Hipócrates al Buen Samaritano” no formula un acercamiento genérico ni, menos aún, constituye algo forzado. Observad la última cubierta del programa de esta Conferencia Internacional e intuireis el por qué. En el pasado lo habían comprendido, mientras que hoy de diversas partes, parece que se quiera olvidarlo. Nadie había intentado nunca poner una cruz o un símbolo cristiano sobre el frontispicio de las obras de Aristóteles que, sin embargo, un máximo teólogo como Tomás de Aquino, interpretó como prolegómenos al pensamiento cristiano; ni lo mismo fue hecho con las obras de Cicerón, al que Tertuliano llamaba "anima naturaliter christiana". Lo ha hecho, en cambio, un iluminado amanuense medieval con el texto del Juramento de Hipócrates, transcribiéndolo en lengua griega con disposición gráfica que forma una cruz. El manuscrito se conserva en la Biblioteca Vaticana. Así pues, quien había leído atentamente el texto hipocrático había entrevisto en él la enseñanza de Cristo. Hay una continuidad indiscutible entre el contenido del Juramento de Hipócrates y el de la moral cristiana. La continuidad es dada por el común compromiso en la promoción y en la defensa de la vida desde su concepción a su natural crepúsculo. Una continuidad reconocida abiertamente por el Santo Padre Juan Pablo II que, en la encíclica Evangelium vitae, habla del "antiguo y siempre actual juramento de Hipócrates, según el cual a todo médico se le pide comprometerse al respeto absoluto de la vida humana y de su sacralidad". De hecho, son cuatro las líneas portantes del Juramento de Hipócrates: _ un profundo respeto a la naturaleza en general; _ una concepción unitaria e integral del ser humano; _ una rigurosa relación entre ética personal y ética profesional; _ una visión sumamente participante del ejercicio del arte médico. Hay, por lo tanto, en el Juramento de Hipócrates una clara propedéutica que introduce a la visión cristiana de la vida, la cual suscribe, incluso enriqueciéndolos, los cuatro presupuestos hipocráticos. Pero es, sobre todo, en la defensa plena y total de la vida donde la posición del gran médico griego se hace predispositiva de la aceptación de la noción cristiana de vida, como participación de la vida misma de Dios, proyectada en la eternidad. Y a este respecto, hay un punto clave en el que coinciden el pensamiento de Hipócrates y el cristiano: y es precisamente en la exclusión de toda discriminación al interior de la noción de vida. Hipócrates asume la promoción y la defensa de la vida como criterio y dirección en el ejercicio de la propia profesión y como medida de su honestidad y conducta correcta de médico. Sabía muy bien que aceptar posibles distinciones, preveer excepciones a este principio, habría equivalido a hacerlo frágil y vulnerable. Y está convencido de ello a tal punto que su Juramento arriba a una visión religiosa de la vida. De hecho, al comenzar el Juramento, el médico de Cos apela a las divinidades apropiadas del panteón griego y al concluir parece volver a las palabras iniciales cuando llega a augurarse que le pueda suceder todo mal si llegara a comportarse como perjuro. Hay otros dos aspectos que hallan en la ética hipocrática casi una resonancia cristiana. Y son: en primer lugar, la necesidad de que el médico, en el ejercicio de su profesión, esté al servicio del enfermo, no que lo sirva por cálculo interesado. Y está tan convencido de esto que entrevé una recompensa no utilitarista como premio de un correcto ejercicio de su profesión. De hecho, quien es llamado junto al lecho de quien sufre sabe bien -como advertía la Escuela médica Salernitana- que la gente se olvida del médico en cuanto pasa el mal y, por VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO lo tanto, se puede ser tentados a presentar la factura cuando más agudo es, en el paciente, el asalto de la enfermedad. De aquí la actualidad de una defensa cristiana del Juramento de Hipócrates, sobre todo en un tiempo como el nuestro en el que, junto a los grandes progresos de la ciencia y de la técnica, se hacen amenazadores los riesgos de una subordinación de los mismos a fines ilícitos y de una instrumentalización. Un análisis atento del Juramento de Hipócrates consiente llegar a una conclusión perentoria: pocas categorías profesionales pueden concordar sobre los principios esenciales de la propia actividad como la categoría de quienes están al servicio de la salud, es decir, de los agentes sanitarios. Identificando con las rectas perpendiculares de una cruz la visión cristiana del mundo y su encuentro-confrontación con la visión o las visiones no cristianas, podemos imaginar el servicio a la salud y, por lo tanto, a la vida, como el punto exacto en el que las dos perpendiculares se encuentran. Ciertamente, también en este campo, la novedad del Cristianismo está representada por la doctrina y por la praxis sobre la valoración del sufrimiento cuando éste, a pesar de todos los esfuerzos de la ciencia y de cualquier otro medio lícito, sigue invencible. Pero en realidad, pocas verdades son tan racionales como la de la valoración del sufrimiento, la cual hace verdaderamente un llamamiento a todos los recursos del hombre, consintiendo su más alta y más noble expresión. No es verdad, por lo tanto, que sólo la fe puede dar la fuerza de aceptar y de valorizar el dolor. Puede confirmarse decisiva al respecto, pero su sostén puede hundir sus raíces en la inteligencia y en la razón humana, que es también un don de Dios. La aproximación entre Hipócrates y el Buen Samaritano, que aparece constante en toda la historia de la medicina y en la de la asistencia sanitaria, durante la cual la Iglesia ha sido pionera en sus dos mil años de historia, ilumina otra verdad, igualmente recordada por el Santo Padre. En el servicio a quien sufre es posible aquel encuentro entre todos los hombres de buena voluntad que en otros terrenos se ha confirmado difícil, si no imposible. Concepciones filosóficas, religiosas, políticas, económicas, sociales, pueden conocer divergencias insuperables. En cambio, el servicio a quien sufre, yendo hacia la más universal y sentida de las aspiraciones humanas, la de la salvaguardia o de la recuperación de la salud, y por ello de la promoción y de la defensa de 11 la vida, hace posible aquel ecumenismo de las obras, verdadero puente hacia la justicia y la paz. Y la aproximación entre Hipócrates y el Buen Samaritano de la parábola evangélica quiere significar ante todo esto: que especialmente en su solicitud para con los enfermos y los que sufren y en su promoción y defensa de la vida y de la dignidad de la persona humana, la Iglesia, que es heredera de los más altos valores de toda cultura, quiere estar en la vanguardia en el fatigoso camino hacia aquella civilización del amor para la que no hay alternativa. Cardenal FIORENZO ANGELINI Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios DOLENTIUM HOMINUM 12 VINCENZO CAPPELLETTI Donde hay amor por el arte médico hay amor por el hombre El tema de esta X Conferencia Internacional del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios nos coloca frente a la exigencia de comprender el nexo planteado por ella entre Hipócrates y el Buen Samaritano, antes de tratar sobre cada uno de aspectos previstos por el programa. En el caso de la primera ponencia, el tema de la Conferencia es visto en forma afirmativa: "Donde hay amor por el arte médico hay amor por el hombre", de manera que la falta de clarificación del tema implicaría la imposibilidad de desarrollar de manera coerente el argumento que nos interesa. El Samaritano se coloca en el centro de una elevada alegoría, mientras Jesús preparaba su viaje hacia Jerusalén. Se trata de un símbolo central de un argumento final sobre la esencia de lo divino y sobre el significado de la Encarnación. El Buen Samaritano nos ayuda a entender una ley del amor escrita ya en el Antiguo Testamento, pero que está destinada a tomar el primer puesto en la Buena Nueva. Un doctor de la ley pregunta a Jesús qué debe hacer para obtener la vida eterna y Jesús lo remite al precepto de la ley antigua, según la cual hay que amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos. El Buen Samaritano nos ayuda a explicar quien es el prójimo. Soy el prójimo del hombre cercano que es asaltado por los ladrones y es abandonado medio muerto en el camino, y el Samaritano que estaba viajando, lo ve, lo socorre y cuida de él. La narración de Jesús es al mismo tiempo sublime y de iluminadora sencillez. El amor de Dios, que es amor, abraza la relación entre esos dos hombres, que se encuentran en un camino periférico de la vida, sin importancia alguna. Todo esto es seductor, reconstruido en la tradición oral y quizás escrita - el Evangelio de Lucas pero en la parábola de la que nos ocupamos toca uno de los puntos más elevados. La parábola del Buen Samaritano desea transmitirnos la vivencia del amor como respuesta al doctor de la ley que deseaba saber cómo puede lograr el hombre la vida eterna. Sustancialmente, estamos en pleno argumento sobre el anuncio evangélico que pone el amor como centro del ser, bajo cuyo signo Dios se había presentado a Mosiés. Amor en Dios por el mundo y por los hombres, amor en los hombres hacia Dios y también hacia los demás hombres y consigo mismos, al mismo nivel. El amor abraza todo, redime todo, incluso la relación del yo consigo mismo. Es una manifestación fundamental y universal de la conciencia que de una universalidad, centrada en el origen divino, saca la norma para ser en cada momento análoga a la que existe entre Dios y el mundo, incluido el hombre, creado por El. Regresemos a nuestro análisis. El Buen Samaritano, símbolo polisémico, diremos hoy, modelo también de una relación entre el médico y el paciente, que presuponga en el médico la universalidad del amor cristiano y el espectro de sus manifestaciones, el Buen Samaritano no sería tal, sino fuera por lo que él simboliza: el amor. Pero ¿ha habido amor en Hipócrates? Es necesario detenerse aquí para dar al desarrollo del tema un contenido que de otro modo no lo tendría. Si Hipócrates hubiese sido extraño al concepto del amor y a la realidad vivida por el amor humano, la relación entre los dos, el Buen Samaritano e Hipócrates, aparecería como algo cargado de buenas intenciones, que propone pensamientos edificantes, pero que históricamente es infundada. No es así. En los últimos años de Hipócrates se desarrollaba un debate sobre el amor, y existía una profunda teoría. Fijemos ante todo una fecha temporal. Hipócrates nace en Cos en el año 460 a.C., y muere en Larisa, Tessaglia, aproximadamente en el 370. Sócrates nace en el 470 y muere en el 399 víctima de la democracia de Atenas. Platón nace en Atenas en el 428 a.C. y muere en el 348: es más joven de una generación con respecto a los pensadores que hemos recordado. Como telón de fondo político y civil al hecho que nos interesa, tenemos la figura de VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO Pericles, que vivió del 495 a.C. al 429, personalidad incisiva y dominante de la vida atensiense, sobre todo durante el trentenio entre el 461 y el 429. Detrás de todas las personalidades nombradas, tenemos las dos victorias decisivas de los atenienses sobre los persas, de Maratón en el 490 y de Salamina en el 480 a.C. Nuestra pregunta se plantea de la siguiente manera: ¿ha habido una necesidad espiritual para afrontar el tema no sólo entre hombre y hombre, sino entre hombre y otro aspecto humano, que pudiera considerarse como amorosa durante los años de la Atenas de Pericles, pues estaba planteada entre deseo y donación, posesión y auspicio? Si existía como tal, Hipócrates no pudo ponerse de lado o ausentarse, y por uno o más de los miles de caminos a través de los cuales el pensamiento humano recorre el mundo, el tema, la búsqueda sobre el amor logró y dejó huellas en las premisas, en parte manifestadas y en parte implícitas, del extraordinario edificio de la doctrina médica hipocrática El tema del amor tuvo efectivamente espacio e importancia en la Atenas de Pericles, en un círculo donde Hipócrates estuvo presente: el círculo de los Kaloi Kagathoi, los hombres que tenían el privilegio de poder dedicarse a las dicusiones y a los banquetes. Posiblemente era el mismo que para todos los debates y todas las amistades de aquellos años que nosotros descubrimos a través de los Diálogos platónicos. Hipócrates aparece dos veces, en el Fedro y en el Protágoras, gracias a la fama que lo circundaba por el merecido prestigio de su pensamiento. En el Fedro, en particular, Hipócrates sobresale, por las consideraciones de Sócrates sobre las relaciones entre comportamientos y naturaleza del alma y entre naturaleza del alma y naturaleza del todo. "Si Hipócrates es un punto de referencia observa Fedro - ni siquiera se puede entender el cuerpo sin ese procedimiento": sin referirlo a la totalidad. De manera menos incisiva y calificante Hipócrates es citado en Protágoras: al Hipócrates interlocutor del diálogo, que es sólo un homónimo del Maestro de Cos, Sócrates pregunta qué espera recibir de la Asclepíades en cambio de dinero. Y la respuesta es la siguiente: siendo médico, de Hipócrates esperaría recibir el conocimiento de la medicina. El Protágoras está dedicado al análisis de la sofística, pero el Fedro trata sobre el amor, y lo acerca a la manía entendida como divina exaltación, delirio que viene de los dioses y se expresa en la profecía y en la poesía. Entre los dos contemporáneos y casi coetáneos destinados para dejar una huella duradera de sí en la civilización de los siglos venideros - Sócrates, Hipócrates - el segundo era, pues, conocido por el primero: pero es más que 13 probable lo contrario, porque el citado círculo de los grandes era restringido, Hipócrates, lo sabemos por sus biógrafos, vivió en Atenas y tuvo una escuela de medicina, y se tejieron relaciones como las de Hipócrates y el histórico Tucídides, que captamos a través de las ideas más que mediante los contactos documentados entre las personas. Por tanto, la investigación socrática, y de un mundo intelectual alrededor del tema sobre el amar y el amor, no pudo sino reflejar momentos constitutivos de la construcción conceptual de Hipócrates, y no dejar huella de sí. Es espléndido el desarrollo dialógico del Fedro, pero nada vale más que el tema sobre el amor, que Sócrates desarrolló o habría desarrollado en la casa del dramaturgo Agatón y que nosotros conocemos a través del Simposio. Agatón redactó el elogio de Amor y Sócrates se declara insatisfecho. Dice que Agatón le ha hecho recordar a Gorgia y la falacia sofista: creer que uno dice la verdad sobre el objeto por alabar, y atribuir al objeto las cosas más grandes y más bellas ya sea que dicho objeto las posea o que no. En cambio, sobre el amor hay que decir la verdad: Y Sócrates afirma que sigue la pauta que le ofreciera una extranjera de Mantinea, una mujer, Diotima. Extranjera, tengámoslo en cuenta, en el sentido de extraña a la polis ateniense: con la misma función de insinuar la duda y de abrir horizontes, tal como de manera seductora había absuelto, al término del Sofista, al extranjero de Elea, manifestando incertidumbre sobre el significado logrado del ser. Amor, había explicado Diotima a Sócrates y éste repite en el convite de Agatón, es el deseo de algo que no se posee; es algo intermedio entre lo mortal y lo inmortal; es un gran demonio que transmite los dioses a los hombres y los hombres a los dioses. Amor nació porque Penia, pobreza, quedó encinta de Poro, expediente, en la fiesta organizada por el nacimiento de Afrodita: es indigente como la madre y rico de expedientes como el padre, y además "lo que compra siempre se le escapa de las manos". El Amor es el amante y no el amado: el grandísimo, insidioso Amor es para cada uno el deseo de bien y de felicidad. Pero en el ápice de la felicidad está la inmortalidad. Y esta última se logra con la procreación, física e ideal, realizada por el hijo y por el producto del pensamiento. Existe un amor de las ideas y de la ciencia: y el amor encuentra aquí su identidad de condición pobre del hombre, de indigencia. El amor, es oportuno repetirlo, está en el amante, no en el amado. Y, por tanto, la idea no ama: no amará la suma idea, Dios, en Aristóteles. Del Simposio, estamos tentados de llegar con un salto al doce- 14 avo libro de la Metafísica de Aristóteles, para captar otro concepto de lo divino y verificar si ha tomado su lugar el amor, es decir, verificar si quizás la más elevada entre las acepciones clásicas de la divinidad, de algún modo haya sido la de un Dios amante con respecto al cosmos de la naturaleza y al hombre comprendido en él. No hay huella de amor en el Dios de Aristóteles: las consideraciones que había desarrollado Sócrates, recogían y expresaban la intuición de todo un mundo, de toda una sabiduría, de toda una cultura. Leamos: "Si Dios, pues, está eternamente en aquella feliz condición en la que nosotros nos encontramos a veces, es algo muy maravilloso; pero si está en una condición incluso superior, será aún más marravilloso. Ahora bien, así es El. Y, además, es viviente: dado que el acto de entender es vida, y El es aquel acto: aquel acto que, siendo por sí mismo, es en El vida óptima y eterna. Nosotros afirmamos que Dios es ser viviente, eterno, perfecto, de modo tal que le pertenece una vida continua y una existencia eterna. Esto es Dios". El ser ha llegado a conjugarse con la vida y con el pensamiento, y el pensamiento tiene como objeto a sí mismo, "noesis tes noeseos". Se trata de otra conquista en el camino que llevará a la Buena Nueva cristiana, centrada en un amor que no es indigencia sino riqueza, no es sólo del amante sino también del amado, y los mancomuna en una misma realidad, que es la sustancia de la vida a la que Aristóteles se había acercado, uniéndola al concepto de lo divino. Indigencia, deseo-riqueza, don: la analogía, el trámite relacional entre Hipócrates con el horizonte espiritual al que él pertenecía, y el Buen Samaritano con la verdad intuida y vivida por él, ya lo tenemos frente a nosotros. La medicina hipocrática había amado el sufrimiento y la muerte, ante todo para conocer las causas y las manifestaciones, sintomáticas y del proceso. Hipócrates es un metafísico, no es un simple médico, justo como Sócrates lo presenta en el Fedro. Y como metafísico había afirmado una noción, el "hekaston" que precede a aquella aristotélica de "tode ti": el individuo en Hipócrates es el esto en Aristóteles y el esto es la transcripción del "ousia", la sustancia. Los libros primero y tercero de Epidemia, entre los textos más incisivos que se atribuyen al Homero de la medicina tal como es Hipócrates, reflejan una actitud casi estática, de observación frente a la enfermedad y al enfermo, a la muerte y al muriente. Había mucho que aprender, que grabar, que investigar: por amor, esto es, deseo de lo desconocido. Hipócrates amaba en sentido socrático al hombre enfermo, como puesto el párrafo que ilustra la base conceptual de su diagnóstica y de DOLENTIUM HOMINUM la semeiología conexa con ella. "Estos fenómenos referentes a las enfermedades, de los cuales sacaba mis conclusiones, fundándolas en todo lo que hay de común y de individual en la naturaleza humana; en la enfermedad, en el enfermo, en la dieta y en quien la prescribía (que de esto dependen las evoluciones favorables o funestas); en la constitución general y específica de los fenómenos celestes y de cada región; en las costumbres, el régimen, el modo de vida, la edad decada uno; en los argumentos; los modos, los silencios, los pensamientos; en el sueño y la insomnia, en los sueños como y cuando -, en los gestos involuntarios jalarse los cabellos, rascarse, llorar -; en los paroxismos, las heces, los orines, los esputos, el vómito; y en la concatenación de las enfermedades - las que derivan del pasado y las que se generan en el futuro -; y en los accesos, si son signo de muerte o de crisis, en el sudor, los escalofríos, el frío, la tos, los estarnudos, el sollozo, el respiro, los eructos, las flatulencias (silenciosas o rumorosas), las hemorragias y la hemorroide. Teniendo en cuenta todo esto, se amplie la investigación también a todo esto lo que de esto se deriva". La medicina cristiana, a partir del Buen Samaritano, no solamente derramará amor sobre el sufrimiento. Proseguirá también en el camino de Hipócrates, conviertiéndose en teoría y metateoría de la vida, riqueza de intuiciones y de hipótesis que iluminan la observación y todos los ramos de la actividad científica. No solamente el maravilloso florecer de hospitales y nosocomios captará el fruto de un amor-riqueza derivado de un Dios que es amor. Ese fruto lo captará también la ciencia médica. Para repetir el título de un escrito muy conocido que Benedetto Croce publicó en 1942, no podemos dejar de llamarnos cristianos, incluso en la ciencia moderna y en su reforzada expresión que es la ciencia contemporánea. Amor, vida y logospensamiento son "circuminsessi" - espléndido concepto que, junto con otros fundamentales, nos llegan de la edad conciliar - en la conciencia del hombre. Se ama al conocer, y no se conoce sino en Dios y con Dios, dando humilde testimonio de su definitiva sustancia, el amor. Amorcaridad y amor-conocimiento: he aquí que debe a la Buena Nueva la tradición abierta por el ejemplo del Buen Samaritano. Pero lo que hemos dicho, es el todo de la medicina, en la raíz y en el acto único que el médico realiza cada día, en cada hora de su trabajo. Prof. VINCENZO CAPPELLETTI Vice Presidente, Director Científico de la Enciclopedia Italiana - Roma VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 15 PAUL POUPARD «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó» (Lc. 10, 30) Introducción La parábola del Buen Samaritano es una parábola especialmente vigorosa, personal, pastoral y prática. Es una parábola vigorosa, porque nos habla de la fuerza del amor, que trasciende todo credo y cultura, para «hacer» un prójimo de aquél que es completamente extranjero. Es una parábola personal, porque describe con profunda sencillez el germinar de una relación humana, incluso desde el punto de vista físico; tiene un toque personal, el de una persona que, trascendiendo los tabúes y sociales, le venda a otro sus heridas. Es una parábola pastoral, porque está llena de ese misterio que supone la atención la asistencia al prójimo, y que constituye de la cultura humana, su elemento más valioso, y que se trasluce cuando el Buen Samaritano se acerca a servir al prójimo necesitado que acaba de encontrar. Es una parábola que es ante todo práctica, porque nos desafía a superar todas las barreras culturales y comunitarias para ir también nosotros y hacer lo mismo. La profundidad, unida a la sencillez, de esta parábola del Buen Samaritano, nos conmueve cada vez que la leemos y meditamos sobre ella. Nos habla directamente al corazón. Nos porduce incluso una cierta turbación de conciencia. En esta parábola se cumple de forma convincente aquello de que «la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo» (Heb. 4, 12). Y es significativo que escuchando el juramento hipocrático, se experimentan sentimientos semejantes a estos. Aunque entre el juramento hipocrático y la parábola del Buen Samaritano hay un intervalo de siglos, existe entre ambos un nexo de unión. Los dos dan cauce a una preocupación común, la defensa de lo que podemos llamar el «Evangelio de la vida», una defensa que brota de un intéres y un respeto profundos por la persona humana. «Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn. 1, 14), es confiada a la solictud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia,afecta al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el evangelio de la vida por el mundo entero y a toda criatura (cf. Mc. 16, 15)»1. Este compromiso, esta preocupación, será precisamenteel centro de nuestras reflexiones compartidas a lo largo de los tres días de la X Conferencia Internacional organizada por el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios. Examinando el programa de la Conferencia, he podido comprobar que los temas asignados a los distintos ponentes tratarán de iluminar, desde la diversidad de un enfoque interdisciplinar, el lema: «De Hipócrates al Buen Samaritano». Entre los temas a tratar destacan: el sufrimiento; la atención a los enfermos; la curación de las heridas; el médico, un hombre para los demás; medicina y moralidad; la mujer en la historia de la asistencia a los enfermos. Por mi parte, como Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, me propongo ofreceros una meditación orante - pero prática sobre la Parábola del Buen Samaritano. Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Jerusalén es la ciudad santa, la ciudad del Templo, escogida por Yahvéh como lugar de su morada. Jerusalén simboliza lo divino y lo sagrado. En cambio, en la Escritura Jericó representa con frecuencia el mundo. Según Orígenes, «aquel hombre de que nos habla el Evangelio, que bajaba de Jerusalén a Jericó y que cayó en manos de unos ladrones, sin duda era un símbolo de Adán, que fue arrojado del paraíso al destierro de este mundo. Y aquellos ciegos de Jericó, a los que vino Cristo para hacer que vieran, simbolizaban a todos aquellos que en este mundo estaban angustiados por la 16 ceguera de la ignorancia, a los cuales vino el Hijo de Dios»2. En cierto sentido Jericó simboliza la cultura secular. Y el Hombre que baja de Jerusalén a Jericó representa a toda la Humanidad, a todos nosotros. Como él, somos viajeros, somos peregrinos que caminamos juntos. En un momento dado del camino, sufrimos una emboscada, el robo, el despojo, que nos priva de lo mejor que tenemos, la sagrada centella divina. La religión - expresión de nuestra relación con Dios - y lo sagrado pertenecen al corazón mismo de la cultura. Pero, como hacía notar el Papa Pablo VI, «la ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas»3. ¿Cuál es la respuesta que damos, como Iglesia, ante este «cuerpo» de la humanidad, que yace herido y asaltado a la vera del camino? ¿No tendríamos que cuidarlo, hasta que recobre su salud y su gloria primeras? En nuestra exposición trataremos esta gran parábola desde tres prespectivas: como invitación a la compasión, como dasafío a asumir el compromiso, y, finalmente, como experiencia del gozo de la comunión. 1. La llamada a la compasión Hay un abismo entre la mera lástima y la DOLENTIUM HOMINUM compasión. El sentimiento de lástima empieza y termina en uno mismo. La lástima por el que sufre nos da sentimentos, pero permanece como encerrada en uno mismo, y no da fruto, no lleva a la acción. Como máximo, la lástima termina con un suspiro o con un encogerse de hombros. En cambio, la compasión nos impulsa a salir de nostros mismos, porque no nos da un mero sentimiento, sino que nos hace sentir con el que sufre. Tener compasión es sufrir con el herido, con el que sufre, compartir su dolor y su agonía. Es verdad que nunca podremos penetrar del todo en el dolor del prójimo. Con frecuencia tenemos que resignarnos a ser meros espectadores silenciosos de la agonía ajena. Pero la compasión nos ayda de algún modo, no sólo a sentir, sino a sentir con la persona que sufre. Es así como sentía compasión el mismo Jesús, el Buen Samaritano por excelencia. Sufría con - y en - las personas a las que servía. Sentía su misma hambre y su misma pena, comprendía su dolor, mostraba su amistad y su simpatía a los pecadores, posaba su mano sobre los condenados al ostracismo. Jesús asumió una humanidad para poder cargar sobre sus espaldas el dolor de la flagelación. «Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Heb. 4, 15). Siglos antes de su nacimiento, ya había profetizado Isaías: «¡ Y sin embargo eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros los dolores que él soportaba! [...] Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados» (Is 53, 4-5). La verdadera compasión no nos deja indiferentes o insensibles ante el dolor ajeno, sino que nos impele a ser solidarios con el que sufre. La solidaridad «no es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Ala contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos»4. A veces podemos ser como el sacerdote o el escriba que, viendo al herido, pasaron de largo dando un rodeo. Podemos ser espectadores silenciosos, temerosos de comprometernos por no mancharnos las manos. Es fácil encontrar analogías en la cultura contemporánea. Los medios audiovisuales nos traen a la intimidad del hogar escenas horripilantes de guerra y de violencia, de hambre y de VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO necesidad, de enfermedad y dolencia, y de desastres naturales como las inundaciones o terremotos. Corremos el riesgo de embotarnos en una cultura que contempla de modo pasivo sin hacer nada. En vez de actuar, acabamos siendo meros espectadores. Pero la compasión nos impele a salir de nosotros mismos, a tender la mano a los necesitados. Nos hace salir de la cómoda crisálida de nuestro ensimismamiento para tender una mano amorosa y servicial a todos los que tienen necesidad de nuestra ayuda. En este sentido, no conviene restringir el concepto de «salud» hasta el punto de que sólo haga referencia al simple bienestar corporal o físico. En su sentido simbólico, la «salud» adquiere una gama de significados mucho más amplia. Hay sociedades y culturas enteras que están «en la cuneta», que han sufrido una «emboscada», y a causa de los antivalores del consumismo y del materialismo yacen «heridas», despojadas de lo más valioso y más hermoso de la cultura humana, porque, cayendo en una actitud hostil o hasta indiferente, se ven privadas de Dios. Estamos tan deshumanizados desde el punto de vista cultural, que hemos llegado a perder el sentido de Dios. Y, con el paso de los años, hemos dado un paso más, hemos alimentado una increencia que ha desembocado en la indiferencia religiosa. La indiferencia es aún peor que la hostilidad militante. El que es hostil, al menos reconoce la presencia del otro, aunque reaccione violentamente contra él; en cambio, el indiferente ignora al otro, y le trata como si no existiera. Ésta es la indiferencia y la insensibilidad del que hacen gala el sacerdote y el levita, cuando pasan de largo dando un rodeo, y dejan al pobre herido desangrándose en la cuneta. Ésta es la indiferencia que pervive en la anticultura de hoy, una anticultura del aislamiento mutuo y de la trivialización de todo. Pero el colmo de nuestra depravación está en la pérdida del sentido de Dios. Ysi llegamos a perder el sentido de la Paternidad de Dios, perdemos necesariamente, en el mismo proceso, el sentido de fraternidad con todos los hombres. Pero, a pesar de esta negación de Dios, a pesar de nuestra indiferencia hacia Él, nos llena de esperanza y optimismo la consideración de que el Dios cristiano es un Dios que resucita a los muertos, un Dios que devuelve la vida, que la renueva, que devuelve la esperanza, resucitando glorioso como un ave fénix de sus cenizas. Por ello, la Iglesia tiene que llegar a las culturas que han perdido a Dios cayendo en la indiferencia, tiene que lle- 17 gar a las culturas que han caído en el sueño de la muerte, siendo como una prolongación en el espacio y en el tiempo de Jesucristo, el Buen Samaritano, con su servicio, ofreciendo la Buena Noticia del Evangelio. Estas culturas nos piden con su silencio que actuemos, que nos comprometamos. Y cuando la Iglesia y la fe cristiana penetran en la carne de una cultura, se repite el misterio de la Encarnación. La Palabra se hace carne y habita entre nosotros. Se hace semejante a nosotros en todo menos en el pecado. «Sin la Encarnación no hay salvación: Cristo no nació en el vacío. Tomó carne en el seno de María, y toda su vida está entretejida con la realidad sociocultural de su tiempo. Siendo Palabra de Dios habló con un lenguaje humano, en una lengua específica, con una herencia cultural muy determinada. Las culturas se pueden comparar de modo análogo a la humanidad de Cristo. Por el misterio de la Encarnación. Cristo entra en la cultura desde dentro, la purifica, y la reorienta hacia Dios, el Dios que quiere ser adorado en espírito y en verdad»5. La Iglesia tiene que ser como el Buen Samaritano, que se preocupó por la situación del hombre que estaba medio muerto a la vera del camino, y le ayudó; la Iglesia tiene que entrar en estas culturas, heridas o enfermas, y revitalizarlas, ofreciéndoles el Evangelio de la vida. 18 2. El desafío de asumir el compromiso La palabra que quizás exprese mejor la actitud y la obra del Buen Samaritano es la de compromiso. El samaritano podía haber hecho lo mismo que el sacerdote y que el levita, y pasar de largo dando un rodeo. Podía haber cerrado sus entrañas, negándose a dar una respuesta ante esta necesitad vital. Pero se detiene. Se detiene para inclinarse ante el necesitado, para ganárselo. Y en el mismo instante en que se detiene para asistir a este desconocido que había caído en manos de bandidos, en ese momento nace un prójimo. La compasión que nace del amor es creadora: ¡crea un prójimo! «Podríamos incluso hablar de un sacramento, de un sacramento del amor: cuando alguien pone a disposición del prójimo su mismo ser vivo, su corazón, su fuerza, sus energías, entonces Dios hace entrar en juego su fuerza creadora, y surge el milagro de la relación con el hermano»6. Nuestro mundo es en verdad un mundo constantemente amenazado por una insensibilidad creciente de cara al sufrimiento. Nos hemos acostumbrado tanto al sufrimiento, a la enfermedad y al hambre, que somos capaces DOLENTIUM HOMINUM de pasar junto a las situaciones más horripilantes sin tan siquiera pestañear. Nos hemos acostumbrado a ver cómo se levantan los rascacielos, imponentes, sobre el telón de fondo de barrios mugrientos. Ante uno de los genocidios más masivos de la historia, la comunidad internacional contempló en silencio el grotesco espectáculo de la eliminación de miles y miles de personas. La vida se ha vuelto tan precaria, que hemos llegado a inventar expresiones eufemísticas para acallar nuestros remordimientos de conciencia. Así, hablamos de «interrupción del embarazo» y de «eutanasia», como si fuera posible desligar estas expresiones de la dignidad sagrada de una persona humana que es ejecutada sin piedad. La Iglesia, cual Buen Samaritano, está comprometida con la salud y la vida. En el caso del Buen Samaritano, llama la atención que se acerque a asistir a un judío, a pesar de que los judíos no se trataban con los samaritanos. Pero gracias a este acercamiento amoroso, entre dos personas que hasta entonces no habían tenido relación empieza una relación movida por el amor, y ¡nace un nuevo prójimo! ¿No es precisamente el amor el que llama al prójimo a la existencia? El texto evangélico del capítulo 10 de Lucas habla simplemente de «un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó». Un hombre anónimo que puede ser representante de cualquier nación, cultura o comunidad, incluso de cualquier raza o religión. Un hombre cualquiera, cualquier hombre necesitado. Toda persona necesitada es mi prójimo. «Es un necesitado cualquiera que se cruza en mi camino, no importa cuál sea su nombre, raza o religión. No perdamos tiempo intentando saber los detalles; lo importante es no pasar dando un rodeo. Sólo una cosa debe importarnos: que este pobre hombre me necesita, ¡y su nombre es Jesús!»7. 3. El gozo de la comunión El mundo en que vivimos es un mar de sufrimientos. Pienso ahora en los millones de personas que sufren físicamente en los hospitales, en los asilos, y en las clínicas para enfermos en fase terminal. Me vienen a la mente tantos niños, demasiado pequeños para comprender el misterio del sufrimiento, pero ya maduros para experimentarlo. Me acuerdo de los chicos jóvenes que en su lozanía lloran de dolor ante sufrimientos insoportables, y también de los ancianos, débiles y fatigados, lu- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO chando y jadeando por un aliento más de vida. Pienso en el sufrimiento espiritual de tanta gente: la soledad de los esposos separados; el aislamiento de los huérfanos que nunca han conocido el calor de un hogar o una caricia de sus padres; la agonía de los drogadictos; la angustia de los que sufren la muerte de un ser querido; la pena de los que sufren en soledad la distancia de aquellos a quienes aman. En verdad, el sufrimiento es nuestro patrimonio común. ¿Tiene un sentido este sufrimiento? ¿Cuál es el sentido humano del sufrimiento? Como decía sucintamente Paul Claudel,«Dios no vino a eliminar el sufrimiento, sino a llenarlo con su presencia». Jesús no suprime el sufrimiento, sino que lo eleva. ¿Cuál ha de ser nuestra actitud ante el sufrimiento? «La parábola del buen Samaritano pertenece al Evangelio del sufrimiento. Indica, en efecto, cuál debe ser la relación de cada uno de nosotros con el prójimo que sufre. No nos está permitido "pasar de largo", con indiferencia, sino que debemos "pararnos" junto a él. Buen Samaritano es todo hombre que se para junto al sufrimiento de otro hombre, de cualquier género que ése sea. Esta parada no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad»8. La compasión por el que sufre, que nos impulsa a asumir el compromiso de la acción saliendo al encuentro de su dolor, desemboca en una comunión por la que todo hombre o mujer que sufre se convierte en mi hermano o hermana. Es una verdad extraña, pero el sufirmiento une. Nos acerca a los que sufren, y quizás nos acerca incluso a nosotros mismos. Cuando nos sentimos abajados, débiles e indefensos, no sólo experimentamos de modo agudo nuestra creaturalidad ante Dios, sino también nuestra solidaridad con el resto de la humanidad. Quizás podamos olvidarnos de aquellos con los que hemos reído juntos; pero nunca olvidaremos a aquellos con los que hemos llorado. Es éste el vínculo que lleva a la comunión. «El amor se asemeja algo al clarividente, tiene esa capacidad de ver a través de lo oculto, de comprender lo que todavía no ha sido presentado, de discernir lo que aún tiene que acontecer»9. Pero aún hay otra Persona con la que entramos en comunión cada vez que alargamos la mano para servir al enfermo y al necesitado. Esa Persona no es otra que el mismo Jesucristo. Él mismo nos lo dice en términos inequívocos: «En verdad os digo: cuanto hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). La grandeza o la pequeñez de nuestro amor y de nuestro servicio a 19 Dios no es otra que la del amor y del servicio a nuetsro prójimo necesitado. En último análisis, es el amor lo único que cuenta. Es lo que San Juan de la Cruz supo resumir tan maravillosamente cuando dijo: «En el atardecer de la vida, nos examinarán en el amor». El mensaje de la parábola del Buen Samaritano se puede resumir en tres palabras: compasión, compromiso y comunión. La compasión nos hace sentir con -y en- los que sufren; este sentir con el projimo nos lleva a un compromiso de amor y servicio para con los necesitados; y este compromiso desemboca en una comunión amorosa, comunión con aquellos necesitados a los que servimos, y comunión también con el mismo Dios. Conclusión Quisiera terminar esta meditación con una pequeña anécdota. En cierta ocasión un rabino estaba instruyendo a sus discípulos. En el curso de su lección, les preguntó: «¿Cuándo comienza el día?». Uno le contestó: «Cuando se alza el Sol y sus blandos rayos besan la Tierra que reverbera como el oro, entonces comienza el día». Pero su respuesta no complació al ra- DOLENTIUM HOMINUM 20 bino. Entonces otro discípulo apuntó: «Cuando los pajarillos empiezan a cantar a coro, y la naturaleza misma despierta a la vida después del sueño nocturno, entonces comienza el día». Pero tampoco esta respuesta gustó al rabino. Y así, uno tras otro, todos los discípulos fueron dando sus respuestas. Pero ninguna de ellas agradada al rabino. Por último, se rindieron todos, y le preguntaron excitados: «Ahora,¡díganos usted mismo la respuesta correcta! ¿Cuando comienza el día?» Y el rabino contestó sin alterarse: «Cuando ves a un extraño en la oscuridad, y reconoces en él a tu Hermano, ¡entonces despunta el día! Si no reconoces en el extraño a tu hermano o hermana, ya puede alzarse el Sol, ya pueden cantar los pájaros, ya puede despertar a la vida la misma naturaleza, que en tu corazón sigue siendo noche y oscuridad». Es el amor el que nos da ojos para ver, corazón para sentir, y manos para asistir. «La vocación del cristiano es la de derramar generosamente la alegría por los nuevos caminos de los hombres de nuestro tiempo, a menudo inéditos, a menudo peligrosos, pero siempre abiertos al hombre de la calle, homo viator, desde el tiempo a la eternidad, en busca de la felicidad, feliz de encontrar a Jesús, compañero de Emaús»10. Pido a Dios en esta mañana en que vamos a empezar nuestras deliberaciones, que nos llene a todos con la luz del amor, que nos mueva a salir de nosotros mismos para asistir a los necesitados, igual que el Buen Samaritano con el hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó, con este hombre que representa a toda la humanidad, en su peregrinar terreno, que está herido y desangrándose, despojado de lo más profundo que hay en su cultura, y en el que hay que infundir la novedad de la esperenza, de la salud y de la felicidad, impregnándolo de lo divino, de lo sagrado, para restaurar en él su gloria primera. Es lo que dijo San Ireneo: «La gloria de Dios, es el hombre viviente, y la vida del hombre, es la visión de Dios»11. Entonces la parábola del Buen Samaritano se hará viva y nos hablará al corazón, porque entonces sabremos quién es nuestro prójimo, y cumpliremos el mandato que Jesús dio al escriba del Evangelio: «Ve, y haz tú lo mismo». Se nos invita a algo que va más allá de toda ley. Cristo nos desafía a abrirnos al compromiso y a la comunión de su mandamiento nuevo. Cardenal PAUL POUPARD Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura Notas JUAN PABLO II, Carta encíclica Evangelium vitae, 1995, n°3. ORIGENES, Homilías 6,4, tomado de la segunda lectura del Oficio de lectura del jueves X del tiempo ordinario. 3 PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 1975, n°20. 4 JUAN PABLO II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 1987, n°38. 5 Rooted in Cultures ... Fruitful in Christ, Office of Education and Student Chaplaincy, F.A.B.C., Manila, 1995, p. 16. 6 ROMANO GUARDINI, Volontá e Verità, Morcelliana, 1978, p. 149. 7 EDUARDO CARDENAL PIRONIO, «Homo quidam», Dolentium hominum,1986, n°1, p. 8. 8 JUAN PABLO II, Carta apostólica Salvifici doloris, 1984, n°28. 9 ROMANO GUARDINI, op. cit., p. 150. 10 CARDENAL PAUL POUPARD, Felicidad y fe cristiana, Barcelona, Horder, 1992, p. 163-164. 11 SANT’IRENEO, Adversus Haereses, IV, 20, 7. 1 2 Vade et tu fac similiter: de Hipócrates al Buen Samaritano DOLENTIUM HOMINUM 22 DIEGO GRACIA GUILLEN El Juramento de Hipócrates en el desarrollo de la medicina Introducción La tesis que me propongo defender en este trabajo es que el Juramento hipocrático no ha sido sólo el documento de mayor vigencia a todo lo largo de la historia de la medicina occidental y el paradigma de la ética médica, sino también el modelo de toda ética profesional. El mensaje de Juramento es que las actividades profesionales son compromisos públicos contraídos ante Dios que exigen de quien los realiza la más alta perfección, es decir, la excelencia. Para el sesarrollo de esta tesis voy a dividir mi exposición en tres partes. La primera analizará el carácter sagrado o religioso de la idea de profesión. La segunda intentará demostrar cómo el Juramento hipocrático es el paradigma de la excelencia profesional en medicina, analizando las tradiciones literarias sobre el llamado "médico perfecto". I. La profesión, actividad sagrada Profesión es un término de origen religioso. El verbo latino profiteor, profesar, como el de confiteor, confesar, tuvieron en latín, y por extensión en las lenguas romances, sentido religioso, el de confesión pública de la fe o consagración religiosa. Una persona profesa es la consagrada a un menester, y públicamente reconcido como tal. Durante la Edad Media el término professio no perdió este su sentido originario de consagración religiosa, sino que más bien lo aumentó. Las Profesiones por anto- nomasia fueron la professio monástica ( el ingreso en la vida regular monástica mediante el compromiso público y solemne de guardar los votos y la regla, tras el año de prueba o noviciado), y la professio canónica (el reconocimiento público de la Jurisdicción de un obispo por parte de su clero y sus fieles). Desde ahí se introdujo el término profesión en los siglos finales de la Edad Media en las lenguas romances, en las que por ello mismo siguió conservando el sentido primariamente religioso de confesión pública de la fe o consagración religiosa. Aún hoy son usuales en nuestras lenguas expresiones tales como "hacer profesión de fe" o "profesar en religión", en las que el término adquiere toda su originaria gravedad. El profesional, como el profeso, es un consagrado en el sentido fuerte o religioso del término, y no en el más amplio y débil de dedicación a un menester. Recuérdese que sacrum, a diferencia de profanum significó lo que pertenece al mundo de lo divino, y que consecrare es dedicar algo al culto de la divinidad como ofrenda, ofrecerlo a los dioses o ponerlo a su servicio. Este es el sentido originario de sacrum facere, se donde procede el sustantivo sacrificium, y de ahí viene también el nombre de sacerdos para designar a quien realiza esa labor. He recordado esta etimología, porque sirven no sólo para entender las actividades propia y directamente religiosas, sino tanbién algunas otras que no lo son tanto, como la medicina, y en general las actividades llamadas profesionales. Dejando de lado si la medicina fue o no en sus orígenes una activi- dad unida al sacerdocio, es un hecho que en culturas ya muy evolucionadas, como son la griega y la romana, donde la medicina había adquirido ya un estatuto secular perfectamente definido, el médico siguió teniendo un carácter de algún modo "sagrado" o "consagrado". Y ello no porque el médico fuera un sacerdote en el estricto rigor de este término, sino poque ponía de algún modo a Dios por testigo y garante de la rectitud de su actividad profesional. De ahí que sellara el pacto o compromiso de su recto ejercicio profesional mediante un "juramento". Hay actividades tan importantes, que aunque no sean directamente religiosas, exigen un vínculo religioso, cual es el del juramento. En ellas se pone nada menos que a Dios por testigo. De ahí la importancia de los juramentos en la vida no sólo religiosa sino también civil. Sabemos que algunas profesiones se constituyeron en Grecia siguiendo el modelo del sacerdocio, y por tanto desarrollaron un concepto de responsabilidad profesional de tipo más religioso que jurídico. Quizá debe recordarse que el verbo "responder" y todos sus derivados presentes en las lenguas romances, proceden del verbo latino spondeo, cuyo primo sentido es el de asumir un compromiso solemne de carácter religioso. El más frecuente era aquél en que el padre se compromete (spondet) a entregar a su hija (sponsa) en matrimonio. En esto consistía la ceremonia de los "esponsales"(sponsalia). De spondeo deriva respondeo, que significa responder, pero en el sentido preciso de "cumplir un compromiso solemnemente asumido". A. Ernout y A. Meillet aña- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO den que este término comenzó perteneciendo al lenguaje religioso. Esto se ve aún más claro en el idioma griego, donde spéndo significó el rito de libación, así como la obligación resultante del rito. Este rito religioso consistía en verter un poco de vino sobre la tierra, el altar o la víctima del sacrificio, a la vez que se formulaba el pacto. Así sellado, ese pacto tenía fuerza religiosa y moral. De ahí que spondere viniera a significar "empeñarse", "obligarse a" y "prometer". Responder es, por ello, comprometerse a algo o prometer algo, y responsabilidad la cualidad o condición de quien promete o se compromete. Es importante no perder de vista este significado originariamente religioso y moral del término responsabilidad, pues él puede aclarar el carácter prejurídico o metajurídico que en su raíz poseyó este vocablo. Para ello nada mejor que acudir de nuevo al ejemplo paradigmático de responsabilidad, el de la promesa de entrega en matrimonio. El compromiso de una entrega absoluta y perpetua no puede hacerse más que fundándolo en razones a la postre extrajurídicas, morales y religiosas. Los esponsales indisolubles pueden ser un enorme acto de responsabilidad entre dos personas, pero parece que desbordan las categorías jurídicas normales. Un contrato jurídico entre dos personas siempre es revisable, y puede disolverse por común acuerdo de las dos partes. En este sentido parece que podría hablarse de dos tipos de responsabilidad, una "fuerte" o moral y otra "débil" o Jurídica. La primera sería la propia de los esponsales históricos, y la segunda aquella inherente a cualquier contrato jurídico. ¿En que consiste la responsabilidad profesional? ¿Es responsabilidad débil o responsabilidad fuerte? Mi respuesta es que así como hay dos tipos de responsabilidad, la fuerte y la débil, hay dos tipos de ocupaciones, las fuertes y las débiles, que tradicionalmente se han llamado "profesiones" las primeras, y "oficios" las segundas. A todo lo largo de la historia occidental, las profesiones fuertes o profesiones propiamente dichas se han caracterizado por poseer el tipo de responsabilidad fuerte, en tanto que las ocupaciones u oficios han gozado sólo de la responsabilidad débil. Dicho en otros términos , las ocupaciones u oficios han estado sometidas siempre a responsabilidad jurídica, en tanto que las profesiones propiamente dichas han gozado de impunidad jurídica, precisamente por hallarse sometidas a la responsabilidad fuerte o moral. En consecuencia, puede afirmarse que históricamente ambas responsabilidades, la moral y la jurídica, no sólo no han ido parejas, sino que más bien han sido antagónicas: el disfrute de la responsabilidad fuerte eximía de responsabili- 23 ha protegido contra la segunda. El profesional auténticamente responsable era por ello mismo impune. Naturalmente, esto que vemgo llamando profesiones fuertes o auténticamente tales agrupa a un número muy pequeño y excepcional de actividades humanas. En el fondo sólo a tres: el sacerdocio, la realeza (y la judicatura como derivación suya) y, en fin, la medicina. Ellas han sido tradicionalnemte profesiones de consagrados, selladas por un juramento público realizado ante Dios, en las que se exige una gran calidad moral y que por tanto tienen una gran responsabilidad ética, acompañada de una amplia impunidad jurídica. La tesis clásica ha sido que el control jurídico y penal es suficiente en el caso de los oficios manuales, pero que en el de las profesiones es necesario el máximo compromiso, que por ello mismo ha de ser religioso y moral. II. El juramento hipocrático, paradigma de la excelencia profesional dad jurídica, y al revés. A las profesiones auténticamente tales se les suponía máxima responsabilidad moral, y por ello también absoluta impunidad jurídica. Por impunidad jurídica entiendo impunidad de jure, por tanto, ausencia de reglas o normas jurídicas que permitan juzgar o procesar a los profesionales. Si se analiza la historia de la medicina, se ve lo escasísimas que son estas normas, así como su carácter coyuntural. Esto explica que de facto la impunidad fuera prácticamente total. Salvo casos muy excepcionales, el médico ha sido de hecho impune, aunque a veces, coyunturalmente, no lo haya sido de derecho. Y en cualquier caso puede afirmarse sin miedo a errar que tradicionalmente no sólo se ha diferenciado con toda nitidez la responsabilidad moral de la jurídica sino que la primera Es en el interior de ese contexto como adquiere todo su sentido el Juramento hipocrático ha sido el documento paradigmático de ese "rol sacerdotal" o "rol profesional" que es propio de sacerdotes, reyes o jueces y médicos. Este rol se caracteriza por tener una fundamentación primariamente religiosa, y unir a una elevadísima "responsabilidad ética" la más completa "impunidad jurídica". Todos estos caracteres, como ya hemos visto, dotan a las profesiones de un status muy particular, que las diferencia de las meras ocupaciones u oficios. En este sentido puede afirmarse que el Juramento hipocrático no sólo es el paradigma de la ética médica, sino de la ética profesional en tanto que tal. El Juramento hipocrático es un documento religioso, compuesto probablemente en el interior del amplio marco de las religiones mistéricas, que sella la fase de iniciación del neófito con una fórmula juramental en la que el iniciado se compromete a guardar un conjunto de normas y reglas, como las de no dañar, actuar en el mayor beneficio del paciente, ejercer el arte DOLENTIUM HOMINUM 24 de forma santa y pura, guardar secreto, no administrar pesarios abortivos, etc. Mediante el juramento el neófito adquiere la categoría de profeso, es decir, de profesional. El término profesión tiene aquí un sentido estrictamente religioso, y conlleva por ello el ejercicio de una responsabilidad interna, privada o moral, a la vez que la más estricta impunidad externa, pública o jurídica. Este nos permite definir con una cierta precisión el sentido del término xyngraphé, que aparece por tres veces en su texto, y con ello el alcance del "compromiso" hipocrático. El compromiso a que se refiere el texto del Juramento no es primaria e inmediatamente jurídico sino moral y religioso. De hecho, xyngraphé es un término griego compuesto de otros dos, el prefijo adverbial xyn, que significa con, y el sustantivo graphé que entre otros sentidos tiene el de documento escrito o texto de una ley. Lo escrito obliga; es una especie de promesa solemne, razón por la cual xyngraphé se traduce por "com-promiso". Esa promesa tiene un sentido más religioso que propiamente jurídico. Ya lo vimos antes, con el auxilio de otros dos términos muy emparentados semánticamente con xyngraphé, spondé, que significa la libación con que se concluye un tratado o una alianza a fin de que adquiera carácter solemne y sagrado, esto es, responsable, y fassio, el término latino que significa a una profesar y confesar. Como consecuencia de todo ello ahora podemos afirmar que el compromiso del médico hipocrático, tal como aparece en la primera parte del texto del Juramento, formula y define la "responsabilidad profesional" del médico hipocrático, estendida ésta en un sentido moral y religioso y no directamente jurídico. Los profesionales por antonomasia, los sacerdotes, monarcas y médicos, establecen sus allegados un tipo de relaciones caracterizadas por conllevar grave responsabilidad moral y nula imputabilidad jurídica. El compromiso moral produce impunidad jurídica. Tal sería, a mi entender, el sentido del compromiso hipocrático. Hace años tuvo lugar una interesante polémica a propósito del sen- tido de la moral profesional. En un artículo titulado A Matha-Ethics for Professional Morality, Benjamin Freedman llamó la atención sobre las peculiaridades de la "moral profesional" frente a la "moral ordinaria". La moral profesional tiene siempre un carácter no ordinario o extraordinario, aquél por el que se permiten hacer u omitir al profesional ciertas cosas prohibidas por la moral ordinaria al común de los mortales. Así se explica que la moral profesional se adquiera mediante un compromiso o contrato, y que guarde siempre las distancias respecto de la moral or- dinaria mediante consignas como la del secreto. Poco después, Mike W. Martin publicó en la misma revista otro artículo, Rights and the Meta-Ethics of Professional Morality, en el que intentó demostrar cómo las obligaciones propias de la moral profesional carecerían de sentido desligadas de las normas de la moral ordinaria, y sólo pueden justificarse por referencia a ellas. Así, la obligación del secreto médico tiene su fundamento en el principio de la moral ordinaria de que todo ser humano es sujeto de dos derechos inviolables, el de intimidad y el de confidencialidad. Freedman responde en ese mismo año con otro artículo, What Really Makes Professional Morality Different: Response to Martin, en el que llama de nuevo la atención sobre las diferencias. Aun admitiendo que la base sea la misma, el he- cho es que la ética profesional se despega de la ética ordinaria y coloca a quienes la detentan en un nuevo nivel. “La moral profesional -escribenos impone realizar actos (o abstenernos de ellos) cuya omisión (o realización) sería inmoral salvo por el hecho de la identidad profesional del actor”. Este argumento puede llevarse aún más allá. La moral profesional contribuye de hecho a segregar a ciertos hombres del común de las relaciones sociales propias de un grupo y colocarlos se una situación que puede definirse por las siguientes cinco notas: "elección", "segregación", "privilegio", "autoridad" e "impunidad". El Juramento hipocrático confirma perfectamente esto. La medicina no es un simple "oficio" sino una "profesión". La profesiones son actividades muy particulares que no obligan sólo al "bien hacer" (officium) sino a la "perfección" (perficio, perfectio). De ahí el carácter marcadamente "sacerdotal" de su rol sociológico, y el contenido ético y religioso de su fórmula de compromiso. El médico Hipocrático ya no es un sacerdote, como en las viejas culturas de Egipto o Mesopotamia, pero aun así sigue asumiendo un rol típicamente sacerdotal. No otra cosa es lo que, en mi opinión, encierra el término xyngraphé, y que de algún modo resume el argumento de toda la primera parte del texto del Juramento. En su segunda parte el Juramento exige al médico mantener su vida y su arte de forma "pura" y "santa". Estos términos adquieren todo su sentido al ponerlos en relación con la disputa de los filósofos griegos en torno a la santidad, y más en concreto con uno de los diálogos socráticos de Platón, el que lleva por título perí hosíou, más conocido como Eutifrón, en honor a uno de sus personajes. La acción se sitúa en los días inmediatamente anteriores a la muerte de Sócrates. Eutifrón encuentra a Sócrates lejos de su Liceo, en las cercanías del Pórtico del Rey, el lugar donde se celebran los juicios. Extrañado, le pregunta si alguien ha formulado alguna acusación contra él, y Sócrates le responde que un tal Méleto “dice que soy algo así como un artífice de dioses (poio- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO téstheos), y aduciendo que hago nuevos dioses y que no creo en los antiguos, lanza contra mí esta acusación”. A Sócrates se le acusa de "efectuar innovaciones en cuanto a lo divino", guiado por la fuerza de su daímon. Sócrates sería un "impío" (anósios) al fundamentar la moral y la religión no sobre las tradiciones teogónicas de Homero y Hesiodo sino sobre la naturaleza y la razón; es decir, al proponer frente a la religiosidad arcaica otra fisiológica e ilustrada. Los presocráticos habían iniciado la crítica de la religiosidad tradicional. En los sofistas esta crítica había llegado a convertirse en manifiesta irreligiosidad. Sócrates, heredero de unos y de otros, intenta ir más allá y establecer los fundamentos de la nueva religiosidad fisiológica. Su tema, el tema de su vida -y de su muertees este que ahora nos ocupa, el de la piedad o santidad (hosiótes). Eutifrón, por el contrario, toma el papel de defensor e intérprete de las creencias olímpicas tradicionales. El es un sabio y respetado ateniense, que ejerce de profeta y adivino y que, como oráculo de los dioses, cree estar en el secreto de lo que es santo y lo que no. Así lo dice expresamente al comienzo del diálogo. Sócrates le toma por la palabra y le emplaza para que le enseñe lo que asegura conocer tan bien, "qué considera que es lo santo y lo impío". Eutifrón expone seguidamente el concepto de santidad propio de la religión olímpica, ciertamente muy peculiar, ya que debe explicar cosas tan extrañas como que el mejor y más justo de los dioses, Zeus, encadenara a su padre, o que el padre de éste mutilara al suyo. Sócrates no puede ocultar su desagrado ante la atribución a los dioses de historias como esas. “¿Crees tú acaso - le pregunta a Eutifrón - que estas cosas han ocurrido tal como se cuentan? [ ... ] ¿Crees tú que se dan realmente entre los dioses guerras, enemistades terribles y combates, y otras muchas cosas por el estilo como las que nos refieren los poetas y se represetan por los buenos artistas en las diferentes ceremonias sagradas?”. Eutifrón responde afirmativamente, y cifra en ello la santidad: “Es santo lo que resulta grato a los dioses, e impío lo que no les agrada”. A lo cual responde Sócrates diciendo que, si los dioses luchan entre sí, es que no están de acuerdo, pues lo que agrada a uno no es del agrado del otro, etc. Esto equivale a decir que, aplicando el criterio de Eutifrón, las mismas cosas pueden ser a la vez santas e impías. Para evitar tal paradoja es preciso rectificar la definición, afirmando que sólo es santo aquello que todos los dioses aprueban, e impío lo que todos reprueban. Pero, pregunta de nuevo Sócrates, lo que es santo ¿es aprobado por los dioses por ser santo, o bien es santo porque es aprobado por los dioses? Sócrates impone así a Eutifrón su criterio de que las cosas son buenas o malas, santas o impías por naturaleza, razón por la cual las quieren los dioses. Si para Eutifrón santo es lo que agrada a los dioses, para Sócrates agrada a los dioses lo que es santo, es decir, lo que por naturaleza tiene ese "carácter esencial". ¿Y cuál es esa característica? Para definirla, Sócrates opone la santidad a la justicia. Hósios es lo debido a Dios, en tanto que díkaios es lo que se debe a los hombres. También puede decirse que la santidad es una parte de la justicia, la justicia para con Dios, la veneración o servicio divino, therapeía. (Esta palabra, como es bien sabido, significó antes culto o cuidado de los dioses que terapéuitica médica o 25 cuidado humano). Eutifrón asiente complacido a este planteamiento, tan acorde con su propio talante "sacerdotal": “es un cuidado semejante, Sócrates, al que los esclavos practican con sus amos”. De modo similar a como la therápaina o esclava se dedica al cuidado de su señor, el sacerdote pone su vida al servicio de la divinidad. Haciendo esto, esclaviándose a la fuente de la pureza y de la bondad, el sacerdote hace profesión de santidad. Sócrates y Eutifrón parecen, al fin, estar de acuerdo. Pronto se ve, sin embargo, que esto no es así. Eutifrón sigue pensanso que algo es santo porque está al servicio de la divinidad. Sócrates, empero, piensa que algo está al servicio de la divinidad porque es santo. Eutifrón sigue defendiendo el viejo sacerdocio olímpico, con todas su paradojas. “Voy dándome cuenta - dice Sócrates al final del diálogo - que no te hallas bien dispuesto a instruirme”. Desautorizando a Eutifrón, Sócrates se propone invalidar su pretendido carácter de mediador o pontífice entre los hombres y la divinidad, es decir, su rol sacerdotal. Haciendo esto, Sócrates inaugura un nuevo sacerdocio, el suyo, aquél por el que ha vivido y que ahora le lleva a la muerte. Tras este análisis de la idea socrática de "justicia" y de "santidad" volvamos al texto del Juramento. ¿Que sentido tiene en él el término hósios, presente en el segundo versículo de su segundo capítulo? En primer lugar, no cabe duda de que su sentido es fisiológico y no mítico. El autor del Juramento se halla sin duda más cerca de Sócrates que de Eutifrón. Pero hay un segundo problema. Dentro del sentido fisiológico, ¿hay que entender el término santo de modo amplio e indeterminado o, por el contrario, como en el diálogo de Platón, como servicio a la divinidad a diferencia del servicio a los hombres? Indudablemente, del segundo modo. Por eso se diferencia el criterio de la "justicia" del de la "santidad", y se relaciona el primero con la díaita o régimen de vida, en tanto que el segundo se hace coincidir con el phármakon. La palabra fármaco tiene aquí un sen- DOLENTIUM HOMINUM 26 tido técnico, médico, de utilización de productos naturales para el alivio de las enfermedades, pero conserva también su originario sentido religioso de purga o purificación. De ahí que sea en esta cláusula farmacológica donde se le exige al médico "pureza". El fármaco purifica al enfermo y exige la pureza en el médico. Esta pureza es física y moral, pero también religiosa. No debe olvidarse que las virtudes de los fármacos son un don divino. Las dynámeis de los fármacos son manifestaciones de la dynamis de Dios. De ahí su sentido formalmente religioso, a diferencia de la regulación de la díaita que no posee significación primariamente religiosa sino moral. Por eso ésta ha de efectuarse conforme a la virtud moral de la justicia, en tanto que aquél exige la virtud religiosa por antonomasia, la santidad. virtudes dianoéticas se convierte en él en modo o forma de vida, por tanto en bíos, el bíos theoretikós. No es buen filósofo quien tiene una idea genial, sino aquél que ha hecho del ejercicio de las virtudes dianoéticas su modo o forma de vida. Lo mismo cabe decir de el ejercicio de las virtudes éticas o morales, que trae como consecuencia la aparición del modo o forma de vida propiamente ético, el llamado por Aristóteles bíos politikós. Junto a todos estos hay un bíos específico, el bíos iatrikós. Es la forma o modo de vida propia del médico virtuoso. Para ser buen III. Profesión y excelencia: en busca del médico perfecto El contenido del Juramento ha dado lugar a todo lo largo de la historia de la medicina a una tradición en torno a la idea de "buen médico" o "médico perfecto". Del médico, como del sacerdote y del monarca se espera la perfección. Y esta no puede conseguirse más que por el ejercicio de la virtud. Como dice Aristóteles, no es lo mismo conocer en qué consiste la justicia que actuar justamente. Actuar no tiene aquí sólo el sentido de "acto" sino también el de "actitud". El término latino agere admite ambos sentidos. Las actitudes o hábitos surgen por repetición de actos. Cuando los hábitos que se adquieren son buenos se llaman "virtudes" y cuando son malos, "vicios". La perfección moral sólo se consigue cuando la coherencia ética entre ideas y actos ha llegado a ser tan profunda y prolongada, que los modos de obrar se han convertirdo en una especie de segunda naturaleza, en hábitos virtuosos que se ponen en práctica sin esfuerzo y hasta con placer. A esto es lo que Aristóteles llamó bíos, "modo de vida". Cuando el pensar llega a ser una especie de segunda naturaleza del hombre, como sucede en el filósofo, entonces el ejercicio de las médico es preciso poseer en alto grado las virtudes intelectuales o dianoéticas, pero como la medicina es una actividad y no un mero saber teórico, necesita también de las virtudes morales o éticas. El bíos iatrikós es, en tal sentido, una especificación del bíos politikós. Es sabido que para Aristóteles la ética fue una parte de la política. Pues bien, lo mismo cabe decir de la ética médica. El médico sólo llega a ser "bueno" y "perfecto" cuando la convertido su virtuosidad técnica y su virtud moral en una especie de segunda naturaleza, en un modo de vida. El médico perfecto es el médico virtuoso. La literatura sobre el "perfecto médico" se inició con los mismos orígenes de la medicina occidental. Aristóteles habla del téleios iatrós (el médico perfecto), y Galeno del áristos iatrós (el óptimo médi- co). El adjetivo áristos es el superlativo de agathós, bueno, y aplicado al médico significa que éste ha de poseer en el máximo grado tanto las virtudes dianoéticas o intelectuales, como las éticas o morales. “Pues si para conocer la naturaleza del cuerpo, las diferencias entre las enfermedades y las indicaciones de los remedios debe dominar la ciencia racional, para perserverar en el estudio de éstas de una manera esforzada es necesario despreciar las riquezas y ejercer la moderación [...] En efecto, no hay temor de que si desprecia las riquezas y ejercita la moderación, haya algo inconveniente, pues todo aquello a lo que los hombres se atreven de una manera injusta lo hacen bajo la persuasión de la codicia o el hechizo del placer. Y así, también es necesario que el médico posea las otras virtudes, pues unas siguen a las otras y no es posible para quien echa mano de una no tener igualmente todas las otras siguiéndola inmediatamente, como si estuvieran atadas a una misma cuerda”. El óptimo médico es, pues, aquél que se halla poseído tanto las virtudes éticas como por las dianoéticas. Unas y otras consisten en hábitos buenos, y juntas conforman el bíos iatrikós, el modo o forma de vida propio del buen médico, del médico virtuoso o médico perfecto. Esta clásica tradución se ha mantenido sin grandes cambios, al menos, hasta el siglo XVIII. En 1562 escribió Alfonso de Miranda un libro con este significativo título, Diálogo de la perfección y partes que son necesarias al buen médico, y años más tarde le respondió Enrique Jorge Enriquez con su Retrato del perfecto médico. Toda esta literatura tiene siempre dos vertientes. De una parte critica el estado real de la medicina, y de otra se describe su paradigma ideal. Enrique Jorge Enriquez describe este último en los siguientes términos: “El médico ha de ser temiente del Señor y muy humilde, y no soberbio, vanaglorioso, y que sea caritativo con los pobres, manso, benigno, afable y no vengativo. Que garde el secreto, que no sea linguaraz, ni murmurador, ni lisongero, ni emvidioso. Que sea prudente, VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO templado, que no sea demasiadamente osado... Que sea continente, y dado a la honestitad, y recogido; que sea el Médico dado a las letras y curioso; que trabaje en su arte y que huya de la ociosidad. Que sea el Médico muy leído y que sepa dar razón de todo”. Es un hecho indudable que el movimiento ilustrado del siglo XVIII asestó un duro golpe a esta ética de la "virtud", sustituyéndola por la ética de los "derechos" y "deberes". A partir de la Ilustración del siglo XVIII todos vivimos, como ha expuesto MacIntyre, after virtue, "después" de la virtud, razón por la cual es una tarea igual de urgente para todos ir after virtue, "tras" ella. La virtud es de algún modo la meta de toda la vida moral. El hombre bueno es el hombre virtuoso, aquél que ha hecho de la virtud su modo o forma de vida..... Esto significa éthos, modo de vida, bíos (a diferencia de zoé), el bíos ethikós o bíos politikós. Conviene recordar que el término griego areté, virtud, no significó primariamente virtud moral, sino una condición física que permite al sujeto hacer bien una cosa. Quizá el término español mas adecuado es el de "virtuosidad". Así, cuando decimos que Michelangelo Buonarroti era un virtuoso escultor, o que tal persona es un virtuoso cirujano. Nosotros distinguimos perfectamente entre un virtuoso cirujano y un cirujano virtuoso. Pues bien, el término griego areté designa más lo primero que lo segundo. Y ello porque no se puede ser cirujano virtuoso si antes no se es virtuoso cirujano. La virtuosidad técnica es condición de posibilidad de la virtud moral. Hasta tal punto llega esto, que Platón y Aristóteles no tienen ningún reparo en hablar, por ejemplo, de la areté de un ser irracional, como es el caballo. He aquí un texto muy significativo: "Hay que decir que toda virtud perfecciona la condición de aquello de lo cual es virtud y hace que ejecute bien su operación; por ejemplo, la virtud del ojo hace bueno al ojo y su función (pues vemos bien por la virtud del ojo); asimismo la virtud del caballo hace bueno al caballo y la capacita para correr, para llevar al jinete y afrontar a los enemigos". En las explicaciones anteriores no hay duda que el texto se entiende, ya que está claro que Aristóteles no está predicando virtudes morales del caballo, por ejemplo un buen caballo de carreras. Al caballo que cumple bien con sus funciones, que es un buen caballo, le llamamos en nuestro idioma excelente; decimos de él que es un caballo excelente, y no un caballo virtuoso. De la misma manera, del que tiene una buena vista no decimos que tiene una vista virtuosa sino una vista excelente. Y entonces resulta que el término más correcto para traducir la palabra griega are- téno es virtud, ni virtuosidad, sino excelencia. Entonces el texto dice así: "Hay que decir que toda excelencia perfecciona la condición de aquello de lo cual es excelencia y hace que ejecute bien su operación; por ejemplo, la excelencia del ojo hace bueno al ojo y su función (pues vemos bien por la excelencia del ojo); asimismo la excelencia del caballo hace bueno al caballo y lo capacita para correr, para llevar al jinete y afrontar a los enemigos". Y continúa Aristóteles: "Si esto es así en todos los casos, la excelencia del hombre será también el hábito por el cual el hombre se hace bueno y por el cual ejecuta bien su función propia". El hombre bueno es el hombre excelente, y la búsqueda de la excelencia es y debe de ser la máxima aspiración humana. No en vano la palabra griega areté proviene de a- 27 reíon, que es el comparativo de agathós, bueno y por tanto significa "mejor" en el sentido de "mejor que" otros; es decir, "excelente". El positivo sería en esta traducción "bueno", el comparativo "excelente" y el superlativo "excelentísimo". He aquí el objetivo último de la ética profesional, la búsqueda de la excelencia. El compromiso con la excelencia es la búsqueda de la perfección, de la calidad total, de la obra bien hecha. Excelencia significa, como ya dijo Aristóteles, hacer bien las cosas (eu prattein), como un ingrediente fundamental del vivir bien (eu zen), es decir, de la felicidad y de la perfección. La excelencia es el objetivo único y último de la actividad profesional. La relación médico-enfermo (o, más genéricamente, la relación sanitario paciente) sólo será perfecta si el profesional aspira a la virtud, es decir, a la excelencia. Y como la virtud por antonomasia de la vida social y política es, según Aristóteles, la filía o amistad, resulta que la relación médica sólo será perfecta cuando llegue a ser relación de amistad. La amistad es la virtud moral por antonomasia, y en consecuencia la base de la moral de virtudes. El médico virtuoso habrá de ser siempre un médico amigo. Laín Entralgo ha dedicado todo un libro a describir lo que él llama la "amistad médica". Suele decirse que el médico - y el sanitario en general - deben estar al "servicio" del paciente. Pienso que es un grave error. La vieja figura social y jurídica del servilismo no puede ser nunca el ideal de las relaciones humanas. Estas deben basarse no en el "servicio" sino en la "amistad". La amistad es la virtud por excelencia de las relaciones humanas. Quizá por eso dijo Aristóteles de ella que era "lo más necesario de la vida". Y añadía: "Sin amigos nadie querría vivir, aun cuando poseyera todos los demás bienes; hasta los ricos y los que tienen cargos y poder parecen tener necesidad sobre todo de amigos [...] En la pobreza y en los demás infortunios se considera a los amigos como el único refugio". Sin embargo, es cuando resultan menos frecuentes. Durante siglos y siglos se han venido repitiendo los versos del poeta Ovidio que dicen: DOLENTIUM HOMINUM 28 Dum fueris foelix, multos numerabis amicos Tempora, si fuerint nubila, solus eris. Una de las épocas oscuras en que los amigos se necesitan más y abundan menos es la enfermedad. El enfermo no quiere lástima, pero sí confianza, amor de amistad. "Los que posan por una aflicción, dice Aristóteles, se sienten aliviados cuando sus amigos se conduelen con ellos". Filía es amor, pero amor confiado. Y por confiado, confidente. A la amistad la caracterizan la confianza y la confidencia. Por eso decimos de los amigos que son "íntimos". El ámbito de la amistad es el propio de la confianza. Entre los amigos se dan a su modo las tres virtudes que se llaman teologales: la fe, la esperanza y el amor. Su centro es la esperanza, entendida como confianza. Porque en el amigo se confía, se tiene fe en él: es la "fe fiduciaria"; y se confía en él porque se le ama: es el "amor fiduciario". La amistad es más que una ética, una religión. Suele considerarse a la agápe o caridad como la virtud por antonomasia del cristianismo. Pero la agápe sólo llega a su perfección cuando la benevolencia y la beneficencia en que consiste se unen a la confianza y a la confidencia propias de la amistad. El resultado es, como tan bellamente han expuesto Edmund Pellegrino y Warren Reich, la "com-pasión", que consiste en ponerse en el puesto del otro e identificarse con su experiencia. La compasión no es lástima, sino relación humana basada en la devoción, la constancia, el respeto de la persona y la responsabilidad. Es, como dice Reich, la relación con el otro basada en el amor, la benevolencia, la comprensión y la amistad. En la compasión convergen y se plenifican mutuamente la philía y la agápe. Por eso es el tipo de relación humana más excelsa. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer. Prof. DIEGO GRACIA GUILLEN Profesor de Historia de la Medicina Universidad Complutense de Madrid (España) VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 29 BRUNO ZANOBIO Las dimensiones éticas de la medicina hipocrática y el encuentro específico con la moral cristiana Cuando amablemente me han invitado para presentar en esta Conferencia una aportación sobre las dimensiones éticas de la medicina hipocrática y su particular encuentro con la moral cristiana, mi primer impulso instintivo ha sido declinar esta honrada invitación, pues había captado inmediatamente cuan complejo es el tema que se me había propuesto, incluso teniendo en cuenta la especial llave de lectura ofrecida generalmente por el campo de estudios de nuestra disciplina. En particular, me di cuenta que el título general del convenio - De Hipócrates al Buen Samaritano - se extendía de una figura histórica a una figura simbólica, perno de una parábola de Jesús, es decir de un argumento en forma de narración que sirve como comparación y ejemplo para un fin moral. Estamos frente a figuras muy distantes entre ellas en el tiempo, provenientes de ámbitos diferentes, de Hipócrates de Cos del siglo V a.C. al Evangelio de Lucas (60-70 d.C.), pero escogidas como tales voluntariamente por los organizadores en cuanto mancomunadas en cierto sentido como portadoras de mensajes éticos que se refieren directa (Hipócrates) o indirectamente (el Buen Samaritano) a la medicina. Por lo demás, especialmente en lo que se refiere al Juramento, el tema ya ha sido tratado bajo diferentes aspectos por varios autores, entre los cuales deseo recordar aquí a S.E. Revma. el señor Cardenal Fiorenzo Angelini, a quien dirijo un cordial saludo. De aquí mi decisión de aceptar que, de todos modos, deseo actuar estrechamente como estudioso vinculado al método historiográfico tendiente a interrogar o interpretar documentos, es decir las multiformes pautas del pasado en el presente. No ilustraré aquí muchos aspectos de la figura de Hipócrates, las múltiples interpretaciones de su Juramento, en la historia de la medicina, así como los complejos y conocidos problemas referentes a los diferentes recorridos de trasmisión y difusión en el mundo antiguo y medieval de la literatura atribuida a la escuela de Cos. Es evidente, asimismo, que no podré prescindir totalmente de ellos. El tema sobre las dimensiones éticas de la medicina hipocrática siempre ha sido presentado como complejo hasta el punto que a lo largo del tiempo nunca ha aparecido completamente desentrañado. En efecto, la misma definición de medicina presenta algunas dificultades más allá de los contenidos, pudiéndose entenderla no solamente como la medicina propugnada y ejercida anteriormente por la escuela guiada por el magisterio hipocrático y sustancialmente contenida en el Corpus Hipocraticum, sino extender también a aquella actual que se remonta al espíritu de dicho magisterio y se califica como tal, se presenta y se proclama, confiriéndole, por decir así, una validez perenne. Todo esto, sin entrar en el debate sobre hipocratismo y neohipocratismo. Frente a la amplitud de los estímulos de este significado que se insertan en la medicina militante, se han desarrollado discusiones que han tenido encendido y siguen alimentando una lectura atenta para comparar y estudiar las relaciones que cambian a través del tiempo entre los valores implícitos en el texto, en sus orígenes y en el desarrollo de su fortuna hasta ahora, y aquellos considerados propios de la práxis médica, a veces consonantes y a veces en contradicción. Por otro lado, bien sabemos que las enseñanzas que hoy interpretamos y aparecen como éticas y deontológicas no son solamente aquellas contenidas en el breve texto del Juramento al cual todos se refieren, sino que están presentes también de manera significativa, aunque menos conocidas, en otros escritos del Corpus Hippocraticum, definidas pictórica y agudamente por Jouanna como escritos en busca de autor, homogéneos y deshomogéneos al mismo tiempo. Naturalmente no podemos detenernos sobre todos los problemas debatidos por largo tiempo y hasta ahora candentes sobre la exacta atribución de la paternidad tanto del Juramento como de los demás escritos que citaremos. En efecto, en lo que concierne al mismo Juramento, con respecto a la particular interpretación que nos interesa hoy, es oportuno tener en cuenta la colocación que les dio el médico, contemporáneo a Nerón, Eroziano, quien en el siglo I d.C., y antes de Galeno (129 - 200), efectuó la lista más antigua que es conocida hasta ahora de las presuntas obras de Hipócrates. Eroziano, al considerar el Juramento como fruto auténtico del pensamiento de Hipódrates, lo clasifica entre los tratados referentes al Arte junto a Ley, Arte y Medicina antigua. Esta colocación hace ver que en esa época Eroziano había captado la connotación común de un mensaje normativo y de comportamiento del médico prevalece sobre aquel más auténticamente ético en sentido global. Medicina antigua. Se coloca en DOLENTIUM HOMINUM 30 la categoría de los temas destinados originalmente a ser pronunciados ante un público de especialistas y profanos. La mención de Empédocles hace aceptable la colocación al final del siglo V a.C. El autor de Medicina antigua, considera que el conocimiento del hombre es posible solamente a través de la medicina, contrariamente a quienes piensan que el conocimiento filosófico del hombre es más importante que la medicina. Arte. Generalmente colocada a fines del siglo IV a.C., forma parte de los argumentos destinados originalmente a ser pronunciados ante un público. En ella el autor se propone mostrar, como respuesta a los detractores del arte médico, que la medicina es un arte lleno de recursos, naturalmente dentro de los propios límites. Ley. Después del Juramento, es la obra en que quizás de forma más nítida resalta las características de la medicina hipocrática; se afirma, entre otros, que para ser un buen médico es necesario unir a las cualidades naturales una formación sería, lograda desde la infancia en una buena escuela de medicina y la pasión por el trabajo. El opúsculo concluye comparando el aprendizaje de la ciencia a la iniciación religiosa a los Misterios, mientras la prohibición de revelar el saber sagrado a los profanos nos hace recordar el Juramento. Por el empleo que hace del término dogma, que no aparece antes de Platón y Xenofonte, no puede ser anterior al siglo IV a.C. De todos modos, ya en tiempos de Eroziano formaba parte del Corpus Hippocraticum, pues lo coloca entre las obras referentes al arte, inmediatamente después del Juramento. Al igual que Jouanna, recuerdo ahora brevemente, algunos escritos de estilo hipocrático con contenidos deontológicos a veces confinantes con la ética. Decoro. Es un breve tratado que ilustra cuál debe ser el buen comportamiento del médico en su ejercicio profesional tanto en el propio estudio como en la cabecera del enfermo, con una serie de consejos en sintonía con el espíritu hipocrático. Pero esta obra no forma parte del núcleo antiguo del Corpus Hippocraticum y no aparece en la lista de Eroziano; lo podemos colocar en el siglo I-II d.C. Deberes del médico (o Testamento de Hipócrates). Es un breve escrito deontológico que especifica las cualidades físicas, morales e intelectuales del médico, pero que no forma parte del núcleo antiguo del Corpus Hippocraticum pudiendo ser colocado entre el siglo I y II d.C. Médico. El autor da consejos, sea de comportamiento sea técnicos, al médico principiante. Por sus contenidos deontológicos corresponde ampliamente a los escritos más antiguos y en cierto pasaje se inspira directamente en el Juramento. La obra ha entrado tarde en el Corpus Hippocraticum, no habiendo sido conocida ni por Eroziano ni por Galeno y puede ser colocada en la época helenista o al comienzo de la era cristiana. Preceptos. Tratado de contenidos esencialmente deontológicos (retrato del médico ideal; crítica de los malos médicos) en los que un paso sobre el método en medicina presenta marcadas afinidades con Epicuro (341 a.C. - 272/2 a.C.). No está comprendido en la lista de Eroziano y conforme a una glosa del código Vaticano Ur.gr. 68, se remontaría a la época helenista. De lo examinado y de lo que se encuentra en la literatura, de la que a veces recojo textualmente, el médico hipocrático se presenta como un hombre austero y sereno, patrón de sí mismo, de rápida memoria, dotado de gran seriedad profesional, fuera de actitudes teatrales, provisto de habilidades incluso técni- cas, en la formulación de la prognosis huye de las divinidades. Lo que el enfermo busca no es embellecimiento, sino alivio. (Médico). En muchos casos, no es que hay necesidad de razonar, sino de una acción de ayuda (Decoro). Pero son numerosos los interrogantes que la medicina hipocrática propone en el campo ético. He aquí un par de ejemplos. Existen discusiones sobre el médico de los hombres libres y el médico de los esclavos, discusiones que se vuelven duras también porque el término griego παις puede indicar tanto al niño como al esclavo. Se ha observado al respecto que algunos comportamientos dependían, según el tiempo y según los diferentes lugares, de la sociedad y no del médico hipocrático en sí, en cuanto éste, cuando era consultado, trataba al esclavo enfermo tan atentamente como al hombre libre, hasta el punto que el médico hipocrático puede resultar sustancialmente más actual de Platón. Análogo problema se propone con relación al comportamiento hacia los ricos y frente a los pobres y a los respectivos honorarios profesionales. Sobre la importancia de la sociedad se debe tener presente que la censura social era realmente importante, pudiendo destruir a un médico incluso en un período en el que la responsabilidad del mismo no estaba codificada por la ley. Otro problema que nos propone la medicina hipocrática en campo ético es aquel relacionado con la posibilidad para el médico hipocrático de tomar la decisión capital de no curar a un enfermo, si es considerado incurable, y en esto se diferencia del médico de la escuela de Cnido que curaba siempre incluso cuando la enfermedad era mortal. En realidad, el problema no tiene una fácil solución porque encuentra autorizados ejemplos en esa época. En la República, Platón escribe que los hombres expertos de arte, por ejemplo el piloto y el médico eminente, saben distinguir en su arte entre lo posible y lo imposible, y se ocupan de lo posible sin dejar de lado lo imposible. Por lo demás, para Erófilo (siglo III a.C.). el médico perfecto es aquel capaz de distinguir entre lo posible y lo imposible. Según el Arte es posible no curar lo imposi- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO ble y Galeno, retomando el Arte en el Comentario a los aforismas admite que se podría renunciar a curar a los enfermos que la enfermedad ha vencido. Esto nos plantearía el problema de la comparación con el concepto actual de ensañamiento terapéutico, que aquí obviamente no podemos ni siquiera desflorarlo. De todos modos, la posición de los hipocráticos sobre lo curable y lo incurable, no era unívoca, podía variar según los convencimientos sobre la posibilidad de progresos de parte de la medicina. Pero retornando a los tratados concernientes al Arte, recuerdo que formaban parte del grupo de obras denominadas terapéuticas, dándoles pues las características de enseñanzas indispensables para el ejercicio del arte de curar. Ya en esa época podía surgir la pregunta si estos particulares sectores del conocimiento e instrucción debían concurrir en la preparación global del médico como parte integrante de sus capacidades curativas o simplemente como momento normativo. Nuestra impresión es que ambos aspectos esten representados en la literatura por la escuela hipocrática y que con nuestra interpretación de las problemáticas éticas se puede afrontar la lectura sea de las partes más normativas, que parecen prevalecer en el Juramento, sea de los que aparecen como capítulos de isntrucción en la tecne. No ilustro de qué manera, con cuáles implicancias lingüísticas y a través de cuáles caminos la medicina hipocrática, con su ética, se difundió efectivamente en el mundo antiguo y paso a otro tema. Podemos considerar que hayan sido más o menos las arriba mencionadas las dimensiones éticas de la medicina hipocrática, cuando el evangelista Lucas (abreviación de Lucano) narra la parábola de Cristo del Buen Samaritano. Esta parábola es conservada solamente a través de Lucas; nos cuenta que bajando de Jerusalén (740 m. sobre el nivel del mar) a Jericó (350 m. bajo el nivel del mar), un sacerdote primero y luego un levita, vieron a un hombre que había sido víctima de ladrones que, después de haberlo despojado y golpeado, se alejaron dejándolo medio muerto. Ahora bien, tanto el sacerdote como el levita, lo vieron pero pasaron de largo, mientras que un samaritano, pecador y ateo según la opinión pública judía, se detuvo y ayudó al pobre desventurado, sin considerar los gastos, la nacionalidad y los privilegios. La figura del samaritano tiene un significado profundo: no obstante el antagonismo regional y religioso, ayuda a su adversario para que recupere sus fuerzas y viva. La parábola ha dado lugar a muchos comentarios y a valoraciones en pro o en contra del comportamiento del sacerdote y del levita ante el riesgo de caer en impurezas según algunas reglas religiosas, por lo que el ápice moral de la parábola es que la ley de la caridad supera siempre a todas las demás leyes y hasta puede oponerse justificadamente a ellas. ¡Caridad, caridad y siempre caridad!, como autorizadamente ha sido proclamado. La naturaleza y la incisividad de la narración de Lucas es tal que algunos autores consideran que se trate de un hecho relamente ocurrido, en el que Jesús se inspiró para sacar conclusiones sobre la caridad hacia el prójimo y hacer ver la verdadera esencia de la caridad. Goblamente, se trata de un mensaje de valor universal y definitivo, válido para todos, en toda época y lugar: supera, pues, las dimensiones éticas de la medicina hipocrática. Se trata, además, de un escrito que muestra su profundo significado a través del ejemplo de un herido y de un herimiento, es decir de hechos que se refieren a la medicina. 31 Como soy incompetente en el campo ético, jurídico y filosófico, no me detengo en las discusiones que se han desarrollado alrededor de lo dicho, pero tengo la osadía de indicar algún aspecto del argumento que estimula la atención del histórico-médico. En efecto, no debemos olvidar: – que Lucas, de origen antioquena o macedónica, pagano por nacimiento, que se convirtió tempranamente al cristianismo, conocedor del griego, fue un investigador judicioso y diligente, dotado de considerable cultura literaria, hasta el punto de ser también un escritor que se sirve rigurosamente del método histórico; – que él mismo se excluye del grupo de los testigos evangélicos oculares con una sinceridad y modestia que en la abundancia de la literatura apócrifa se le reconoce merecidamente; – que el tercer Evangelio canónico, el más elegante de los evangelios, presenta aspectos de particular originalidad y aparece como obra literaria destinada a los paganos convertidos a la nueva fe y en particular a los cristianos del mundo griegoromano; – que, según fuentes autorizadas, Lucas estudió medicina en Tarso, importante centro cultural del Asia Menor y que la terminología usada por él sobre enfermedades y curaciones es, en comparación con aquella usada por los demás evangelistas, la más minuciosa y la más conforme con las obras de medicina clásica; – que Lucas fue un médico muy estimado por san Pablo, del cual fue sectator (Ireneo, II siglo d.C.) y lo acompañó en varios viajes, entre los cuales aquel aventuroso (naufragio en Malta) de Cesarea a Roma. Lucas (que morirá a los ochenta años en la Beocia), estuvo en Roma cuando (65-67) Pablo fue decapitado en Via Ostiense. Teniendo en cuenta lo dicho hasta ahora, podemos preguntarnos también sí y en qué medida Lucas conociera la medicina hipocrática y el respectivo Juramento, por lo que podríamos remontarnos hasta los primeros años difíciles del cristianismo y los primeros encuentros específicos de la ética de la medicina hipocrática con la moral cristiana. Ciertamente no se puede afirmar DOLENTIUM HOMINUM 32 esto con seguridad, pero sólo poniéndolo como hipótesis y con muchas reservas - hipótesis y reservas que valen también para todo lo que concierne la identificación de cómo se fue formando poco a poco en un cuerpo doctrinal sistemático la moral cristiana - así como para la valoración del conocimiento de Hipócrates poseída por aquellos autores cristianos, como Tertuliano (Cartago 160?-240?), Ambrosio (Treviris 340?-397, Girólamo (Stridone 347 ap.420), Prudencio (España n. 348), Agustín (Tagaste 354-430), Isidro de Sevilla (Cartagena 560/570636), el venerable Beda (Wearmouth 672-735), Pedro Abelardo (Pallet 1079-1142), Bernardo de Chiaravalle (Fontaines les Dijon 1091-1153), Hugo de San Vittore (1096-1141), Aelred de Rievaulx (Hexham 1109/10-1166/67), Raimondo Lullo (Palma 1232/351315), que citaron repetidamente a Hipócrates en sus escritos. Con el progresivo desarrollo de la moral cristiana se vuelve casi tradicional el concepto del Christus Medicus, de manera que en manuscritos médicos medievales se encuentran a veces añadidos a la figura de Hipócrates expresiones como summus medicus est Christus. El punto fundamental se vuelve entonces que a lo largo del tiempo se verifica un encuentro entre los dos mensajes éticos, el hipocrático y el cristiano, encuentro que a veces aparece como el absorbimiento del primero de parte del segundo, aunque no siempre es así, hasta el punto que se podría hablar de impacto más bien que de encuentro. Por otro lado, esto no quita nada a los auténticos y fundamentales problemas sobre los que insiste S.S. Juan Pablo II, que son los de la enseñanza de la Iglesia (1993), del valor y la inviolabilidad de la vida humana (1995) y de las relaciones entre evangelización e inculturación, estos últimos puestos en evidencia sobre todo en Yaoundé, en Camerún, el 14 de setiembre de 1995. También por esto se vuelven particularmente sugestivos los Juramentos hipocráticos cristianizados y especialmente aquel reproducido por el Ms. Ur. gr. 64 en el programa de nuestra Conferencia. En efecto, como ha dicho el Santo Padre, probablemente el iluminado amanuense que en el siglo décimotercero quiso transcribir el Jura- mento de Hipócrates disponiendo el texto en forma de cruz, ya reconocía al argumento racional sobre el derecho a la vida un valor propedéutico a la concepción cristiana sobre la persona humana, a la sacralidad de la vida, antes bien, al reconocimiento pleno del misterio de la vida. Dicho reconocimiento no humilla el impulso de la ciencia, sino lo estimula y lo ennoblece. Prof. BRUNO ZANOBIO Catedrático de Historia de la Medicina y Pro-Rector de la Universidad de Milán (Italia) Bibliografía MARTINI, E., BASSI, D., Catalogus codicum graecorum Bibliothecae Ambrosianae, Mediolani, 1906. Corpus medicorum graecorum. 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VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 33 GONZALO HERRANZ RODRIGUEZ Los códigos de deontología contemporáneos Introducción: Las cuatro lecciones deontológicas del Buen Samaritano Imaginemos, por un momento, que la parábola del Buen Samaritano, se nos presentara como un caso para estudiar y discutir desde el punto de vista de la deontología médica. La idea no es nueva. la parábola ha sido usada por A. Jonsen como ejercicio de casuística clínica para demostrar lo inevitable del racionamiento en la medicina de hoy. Pero dejemos de lado la aplicación de la parábola a escenarios fantasiosos, y situémonos en un seminario de ética médica dirigido a estudiantes o a jóvenes profesionales de la Medicina o la Enfermería. Leemos la parábola y les pedimos que traten de identificar, a la luz de los códigos deomtológicos, las cuestiones que el caso plantea y las lecciones que del relato se derivan. Su primer descubrimiento podría ser el que la parábola es un paradigma del buen y mal comportamiento del hombre, y en particular del profesional sanitario, ante una situación de urgencia. Si alguno de los partecipantes en nuestro seminario tuviera algunas nociones de derecho general o de derecho profesional, podría añadir que, en contraste con la conducta ejemplar del Buen Samaritano, la que mostraron el sacerdote y el levita constituye hoy, en muchos países, un delito de denegación de auxilio, castigado por los modernos códigos penales. La obligación de socorrer en caso de urgencia es la primera lección deontológica de la parábola. Si alguno de los partecipantes en el seminario fuera atento lector del Evangelio y supiera de las tensas re- laciones que en tiempos de Jesús había entre Judíos y samaritanos, dos comunidades que se despreciaban con ahínco a causa de sus diferencias étnicas y religiosas, podría hacer algunos comentarios muy oportunos. Nos diría que nos estamos ante un caso estándar de atención de urgencia. La parábola es un alegato elocuente en favor de la superación, en el amor evangélico al prójimo, de la incomprensión y los odios ancestrales. También la ética profesional nos manda a los trabajadores sanitarios servir con la misma dedicación y competencia a todos los pacientes, cualquiera que sea su condición: la segunda lección deontológica que nos da el Buen Samaritano es la de abstenernos de discriminar entre ellos. Supongamos que otro de los que analizan el caso no sólo lee el texto evangélico: se interesa también por las introducciones y las notas a pie de página que tiene su edición comentada. Sabe que el autor del relato es el médico Lucas. Y puede legítimamente imaginar que el hagiógrafo Lucas, mientras escribe el libro inspirado fiel al dictado del Espíritu Santo, no puede evitar seguir siendo médico y proyecta de modo inevitable su personalidad en lo que escribe, se proyecta a sí mismo como médico en la figura del Buen Samaritano. Nuestro estudiante deduce, y no le faltan razones, que el Buen Samaritano era, en realidad, un buen médico. Sus gestos lo muestran: su corazon humano se mueve a compasión. Baja de su montura, y actuando como un buen profesional, examina las heridas, evalúa la situación clínica, extrae de la bolsa que lleva siempre consigo vendas, bálsamo y vino, y practica la primera cura. Pone al herido en condiciones de ser trasladado, le acomoda entonces en su caballo y le lleva hasta el albergue más próximo. Allí le acomoda y cuida de él todo el día y quizá también por la noche. La historia del Buen Samaritano nos enseña una tercera lección deontológica: la de la benevolencia médica, el afecto del médico por el herido y el enfermo. Sólo al día siguiente, confirmado el pronóstico favorable, el Buen Samaritano, tras dar al posadero las instrucciones precisas sobre los cuidados que han de administrarse al herido, le anticipa algo de dinero para los gastos immediatos, y se va, prometiendo al paciente que volverá a verle cuando esté de regreso, y al posadero que le compensará por los gastos adicionales. El Buen Samaritano nos da una cuarta lección: el deber supererogatorio de servir gratuitamente al paciente, e incluso de ayudarle con generosidad. Mi cometido esta mañana consiste en mostrar como las cuatro lecciones del Buen Samaritano han encontrado un lugar en los modernos Códigos de Deontología profesional. Conviene saber de entrada que los mandatos de asistir en situación de urgencia, de no discriminar y del servicio leal se encuentran en un lugar preeminente entre las obligaciones generales, fundamentales, que deben informar la total actuación del profesional sanitario. Un lugar marginal ocupan en las normas deontológicas de hoy los deberes de amistad benevolente y de ayuda altruista. 1. Sobre la obligación de atender en situación de urgencia La obligación de asistir en situación de urgencia está presente como DOLENTIUM HOMINUM 34 norma común en los Códigos de Deontología de todas partes, aunque el mandato es proclamado con énfasis y extensión diferentes, según los distintos países y áreas culturales. Aparece en los Códigos del área latino-mediterránea como uno de los principios generales de la conducta del médico. Y así, el juramento que ha de prestar el médico italiano en el momento de inscribirse en la Orden profesional incluye el compromiso de prestar asistencia de urgencia a cualquier enfermo que la necesite. Con más detalle el artículo 7 del Codigo de Deontologiá Médica, de Italia, de 1995: El médico no puede negarse a a intervenir y debe, independientemente de su actividad especializada habitual, y en cualquier lugar o circunstancia, prestar socorro y atención de urgencia a quien las necesite y promover en todo caso cualquier otra asistencia más específica y adecuada. Los Códigos francés, español, portugués y belga le hacen eco e insisten en la obligación ineludibile de todo médico de prestar ayuda immediata al herido, al accidentado o al paciente grave; señalan que ese deber incumbe por el mero hecho de ser médico y es independiente de la función profesional específica o de la formación especializada. Por contraste, las normas vigentes en el mundo anglosajón son más suaves y matizadas. Así, por un lado, las directrices éticas de la Asociación Médica Británica dicen que en caso de urgencia, se espera de todos los médicos que se ofrezcan a asistir, pero si lo hacen o no y en que medida en que lo hacen depende de la naturaleza de la urgencia; de la posibilidad de obtener ayuda más experta; de la amenaza más o menos inmediata que experimente la vida del paciente; y de la disposición del médico a emprender acciones que están fuera de su experiencia clínica habitual. La Guía de Conducta Ética del Consejo Médico de Irlanda se limita a señalar vagamente que el médico debe prestar ayuda en las urgencias a menos que se asegure de que el paciente dispondrá de cuidados alternativos. En los Estados Unidos, el temor a incurrir en juicios de malapráctica por haber administrado cuidados insatisfactorios a un accidentado o enfermo en el lugar en que se produce la urgencia, ha influido notablemen- te en la actitud del médico. En concordancia con el talante liberal duro de la medicina norteamericana, los principios de Ética Médica de la Asociación Médica Americana no establecen la obligación de atender en urgencia como un mandato per se, sino como una excepción al principio por el que el médico puede elegir libremente sus pacientes. Dice así el VI de sus Principios de Ética Médica: Al proporcionar atención apropiada a sus pacientes, el médico, excepto en casos de urgencia, es libre de escoger a quien asistir [...]. Precisamente por la debilidad del mandato ético-profesional, varios Estados han adoptado los estatutos que allí llaman "Leyes del Buen Samaritano", en virtud de las cuales los médicos, enfermeras y, en algunos casos, la gente común que ha prestado auxilio de urgencia en el lugar del accidente, esto es, fuera del hospital o del consultorio del médico, sin el instrumental y los recursos necesarios, no contraen responsabilidad en razón de sus actos o sus omisiones. Es sorprendente que, en Estados Unidos, el Buen Samaritano aparezca en el escenario de la urgencia sanitaria de mano de la ley, y no de la deontología profesional. En la tradición ética judía, no existen normas profesionales específicas para la situación de urgencia. En coincidencia con la doctrina cristiana del carácter sagrado de la vida humana, propio de la tradición bíblica, establece el deber prevalente de preservar la vida, deber que se impone con tal fuerza, que queda desautorizado cualquier norma legal que entre en conflicto con aquel mandamiento prioritario. El acto médico de atender al que está en riesgo de perder la vida queda santificado, de modo que el médico no ha de hacer penitencia por los preceptos que, como el de no haber respetado el reposo del sabbath, haya podido quebrantar por auxiliar al herido o al enfermo. No he encontrado, en el Código Islámico de Ética Médica referencia alguna a la obligación de asistir en situaciones de urgencia. A nivel internacional, debe citarse la posición de la Asociación Médica Mundial, que aparece expresada en una de las cláusulas del Código Internacional de Ética Médica (Código de Londres, de 1949) que incluye entre los deberes del médico hacia los pacientes este: "El médico, como deber humanitario, prestará cuidados de urgencia, a menos que se asegure que otros están dispuestos y son capaces de dar esos cuidados". El cuadro de normas deontológicas queda, finalmente completado, por las que se han dado a sí mismas algunas asociaciones de profesionales sanitarios especializados en los servicios de urgencia (enfermeras, médicos residentes, técnicos de laboratorio), que afirman la obligación en toda situación de urgencia de reverenciar la vida, de respetar la dignidad, la autonomía y la individualidad inherentes a todo ser humano, y de no vulnerar las creencias del paciente. No es fácil extraer conclusiones válidas de este somero resumen de Deontología comparada. Sí, en cambio, pueden identificarse algunos problemas dignos de ser discutidos o investigados, como podría ser la posible relación entre ética de virtudes y ética de derechos, propias de las tradiciones católica y protestante, y las normas sobre urgencias de los países adscritos a esas tradiciones. Sería tambin interesante estudiar la historia de como, en los últimos decenios, los médicos de más edad, más competentes y experimentados, han ido transfiriendo la primera atención de urgencia a los médicos jóvenes. ¿Que ha pesado más en ese cambio histórico: el poder de los médicos senior que se proporcionan a sí mismos una vida menos estresada por la tensión y los horarios de las urgencias médicas, o la necesidad de que en la formación del médico joven haya un período, tenso y causante de muchos dolores de crecimiento, que la proporciona la necesaria madurez psicológica, profesional y ética? Pasemos a la segunda lección que nos da la parábola. 2. Sobre el deber de no discriminar y de tratar a todos por igual La parábola del Buen Samaritano es un alegato en favor de la universalidad del servicio médico. Nadie queda excluido de él: ni los enemigos más odiados, ni los vecinos más despreciados, ni las víctimas de las enfermedades más repugnantes. Jesús quiso, en esta parábola, lo VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO mismo que en muchas otras, echar mano de la exageración pedagógica para dar a su mensaje moral la fuerza necesaria y así vencer prejuicios y odios ancestrales. Y una exageración extrema para los judíos de su tiempo era ilustrar el mandamiento del amor al prójimo mediante una historia de servicio caritativo y sacrificado que sucede entre miembros de dos etnias que habían elevado a rasgo cultural su recíproco desprecio. Que la víctima fuera un judío y su salvador un samaritano constituía un argomento apodíctico en favor de la tesis de que no hay factores culturales, religiosos o políticos que limiten el mandato del amor al prójimo. Este es un mandamiento de extensión universal, y también muy intenso y fuerte. En nuestros días ha cobrado nueva actualidad al enfrentar al médico y a la enfermera a los pacientes infectados por el virus de la inmunodeficiencia humana adquirida. La manifestación más elocuente de la obligación del médico y de la enfermera de servir a todos por igual es, a mi modo de ver, esta hay una sóla ética profesional de la sanidad: la que está vigente tanto en tiempos de paz como en tiempos de guerra. Así lo afirma, por ejemplo, el artículo 1° de los Principios de Ética Médica Europea, que en 1987 promulgó la Conferencia Internacional de Ordenes Médicas: La vocación del médico - dice - consiste proteger la salud física y mental del hombre y en aliviar su sufrimiento en el respeto de la vida y de la dignidad de la persona humana [...] lo mismo en tiempo de paz que en tiempo de guerra. Queda claramente señalada ahí la deontología de las dos modalidades, igualmente honorables, en que se ha expresado la función de los agentes de la salud en la guerra: la de los médicos y enfermeras militares que han contribuido a humanizar los conflictos armados con su dedicación a curar a soldados y civiles heridos o enfermos; y la de los que, después de estimar el enorme costo de dolor y muerte que las guerras causan entre los combatientes y, sobre todo, entre la población civil, se declaran pacifistas, se niegan a formar parte del ejército, y contribuyen, en misiones humanitarias, a aliviar en tremendo impacto que para la salud y los derechos humanos suponen las guerras. Unos y otros pro- claman que la Etica del médico es única, la misma, en tiempo de guerra y en tiempo de paz. Existe, además, desde tiempo inmemorial en la deontología profesional del médico la tradición gloriosa de no discriminar: No te pregunto por tu raza, ni por tu religión, ni por tu procedencia. Solo me interesa cuál es tu enfermedad. Es una frase de la que se desconosce el origen, pero que pertenece a la tradición oral de la Medicina. La primera enumeración escrita de los factores de no discriminación médica es, al parecer, la recomendación que un doctor chino del siglo VII hace a sus discípulos: Llevad consuelo al dolor de todo ser animado, sin preocuparos de su rango, de su fortuna, de su edad, de su belleza, de su inteligencia, de si es chino o extranjero, si amigo o enemigo ...". Unos meses antes de que las Naciones Unidas publicaran su Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Asociación Médica Mundial había incluido en su Declaración de Ginebra, de 1948, la promesa del médico de hacer caso omiso de credos políticos o religiosos, nacionalidades, razas, rangos sociales, y evitar que éstos se interpongan entre mis deberes profesionales y mi paciente. Para ponerla al día en este tiempo nuestro tan curioso, la Asociación resolvió en Estocolmo, en 1944, dar nueva forma a la cláusula, que ahora dice: No permitiré que consideraciones de edad, enfermedad o incapacidad, credo, origen étnico, género, nacionalidad, afiliación política, raza, orientación sexual, o nivel social se interpongan entre mi deber profesional y mi paciente. De la Declaración ginebrina, la cláusula de no discriminación ha pasado a todos los códigos modernos de deontología sanitaria. Dice, por ejemplo, el Código francés de 1995: El médico debe escuchar, examinar, aconsejar y cuidar con la misma conciencia a todas las personas, cualquiera que sea su origen, sus costumbres y su situación familiar, su pertenencia o no a una etnia, a una nación o a una religión determinadas, su minusvalía o su estado de salud, su reputación o los sentimientos que él [el médico]pueda experimentar con respecto a ella. El Buen Samaritano no indagó los 35 antecedentes del hombre herido. Era, a todas luces, un judío. Pero era esencialmente y por encima de su nacionalidad un hombre malherido. Inauguraba lo que sería la tradición cristiana de identificar los trabajadores sanitarios de identificar el enfermo, quienquiera que sea, con Cristo: una tradición que durará mientras haya enfermos y que sólo se terminará el día en que el mismo Cristo les dirá ante todos los hombres de todos los tiempos: "Estaba enfermo y venisteis a visitarme: lo que habéis hecho a ellos, a mí me lo hicisteis". 3. Sobre el mandamiento de la benevolencia médica Me alegra decir que la Carta de los Trabajadores Sanitarios de este Pontificio Consejo se incluye por derecho propio entre los Códigos de Deontología contemporánea. Es, entre todos ellos, el que trata con mayor libertad y hondura de la actitud solícita y vigilante, confiada y abierta, que el agente sanitario ha de adoptar ante la persona y las necesidades del paciente. Dice, en un lenguaje que por desgracia ha desaparecido hace tiempo de la prosa deontológica, que cuidar con amor de enfermo es cumplir una misión divina que sólo puede ser motivada y sostenida por un compromiso desinteresado, disponibile y fiel. Los modernos Códigos de Deontología médica han formalizado en exceso la relación médico/paciente. La tratan con mentalidad contractual, jurídica, burocrática. Han hecho de ella una relación epidérmica, tecnificada, que, en los complejos hospitales de hoy, puede volverse anónima, sin rostro. Han dejado de lado lo que las antiguas guías profesionales prescribían acerca de la extensión y límites deontológicos de la correcta vinculación afectiva entre el médico y el enfermo, de su amistad, da la virtud de la benevolencia, que son la expresión típicamente médico-enfermerística del mandato de la caridad. Los códigos deontológicos de los países del sur europeo retienen, sin embargo, muchos elementos de la virtud de la amistad médica. El Código de Etica y Deontología médica vigente en España incluye entre los deberes éticos del médico hacia su paciente el de dar a su trabajo un DOLENTIUM HOMINUM 36 sentido de servicio que se presta con respeto delicado, con solicitud y lealtad, servicio que ha de anteponerse a cualquier otra conveniencia personal, a cualquier demora injustificada en sus cuidados. El Código Deontológico de la Enfermería Española añade a esos deberes el de proteger al paciente de cualquir trato humillante o degradante, de cualquier afrenta a su dignidad personal, a no emplear nunca contra él medidas de fuerza física o moral. Los deberes de la enfermera se hacen más intensos y destallados cuando el paciente pertenece a alguno de los grupos vulnerables (disminuidos, incapacitados, niños, ancianos) a los que se ha de prestar una atención especial y cualificada. Es indudable que la buena atención del médico y la enfermera a sus pacientes no puede hacerse sin algo de buensamaritanismo, sin una disposición interna de dedicación solícita, que se expresa exteriormente en la puntualidad y delicadeza con que se administran los servicios profesionales. Se ha dicho de mil modos que servir es amar. Eso explica, quizás, que los Códigos de hoy hablen de servicios, no de amor. Son muy parcos los códigos de hoy al tratar de la afectividad que legítimamente puede establecerse entre los agentes sanitarios y sus pacientes. Tratan el tema con el tono grave y severo que usa el Juramento hipocrático, para prohibir que el médico o la enfermera sobrepasen los límites que la prudencia profesional impone y que la ecuanimidad sanitaria exige. Conviene insistir con fuerza en la obligación deontológica del médico de no gratificarse eróticamente con ocasión de la relación profesional. El profesional sanitario ha de mantener ante su paciente el necesario distanciamiento emocional, nunca puede sobrepasar lo que, desde William Osler, se ha dado en llamar el "amor comedido" del médico por su paciente. El descuido frivolo o sentimental de esta norma ha sido causa de muchas desgracias. Nada es más destructivo y falseador de la relación médico/paciente o enfermera/paciente que sucumbir a la tentación del exceso de intimidad, del novelo romántico, del flirteo, o de las relaciones sexuales. El Código de Etica Médica de Asuntos Eticos y Judiciales de la Asociación Médica Americana señala que las relaciones sexuales entre médicos y pacientes degradan los fines de la medicina, explotan la vulnerabilidad del paciente, oscurecen la objetividad de juicio del médico con respecto a los cuidados que debe prestar y, en último término, perjudica al bienestar del paciente... Como mínimo, el deber ético del médico le exige dar por terminada su relación profesional con su paciente antes de iniciar cualquier relación con él (salir juntos, amor romántico, o relación sexual). Llegamos así a la cuarta y última lección de la parábola. 4. El deber supererogatorio de servir al paciente sin recibir nada a cambio, más aún, ayudándole con largueza En los Códigos de los países de la Unión Europea sólo persiste, como vestigio de esa antigua tradición caritativa, la llamada cortesía profesional, la costumbre según la cual, el médico que es llamado para atender a su colega o a un familiar íntimo de su colega, renuncia a los honorarios profesionales, como signo de amistad y como compensación moral de la confianza que había sido depositada en él. Son, lo sabemos bien, muy complejas las relaciones de los médicos con el dinero. Se las estereotipado en el Esculapio trifronte, que se representa como ángel cuando acude a curar al paciente, como un dios cuando le cura, y que se trasfigura en un demonio cuando reclama el pago de sus honorarios. Epílogo Esta tradición ha desaparecido de los códigos de deontología de los países que disponen de un servicio nacional de salud de cobertura universal. Pero no ocurre así en los que una parte más o menos grande de la población une, a la carencia de algún seguro de enfermedad, la indigencia económica. Ello es trágicamente común en los países pobres. Se da también, llamativamente, en los Estados Unidos, donde entre 35 y 40 millones de seres humanos carecen de medios para procurarse una atención médica cualificada. Allí se conserva en vigor la tradición de la asistencia benevolente al paciente pobre. El Código de Etica Médica de la Asociación Médica Americana dice que todos los médicos tienen la obligación de partícipar en la ayuda médica a los indigentes [...] y trabajar para asegurarse de que se haga frente a las necesitades de los pobres de su comunidad. El cuidar de los pobres debe ser una parte ordinaria del programa ordinario de trabajo del médico [...]. Pueden hacerlo de muchos modos diferentes: recibir a los pacientes en su consultorio sin cargarles honorarios o sólo honorarios reducidos, prestar atención gratuita en hospitales o clínicas, participar en programas del gobierno que ofrecen atención médica a los pobres, o prestar servicios los fines de semana en consultorios de beneficencia o en refugios para desplazados o para mujeres maltratadas. La parábola del Buen Samaritano ha enriquecido de modo inconmensurable los preceptos del Juramento hipocrático, pues a los deberes de competencia científica y respeto a la dignidad humana del paciente a los que se vinculaba el discípulo de Hipócrates, la parábola impone al trabajador sanitario el deber supremo de la caridad: el altruismo, la abnegación, la no-discriminación, la generosidad. Felizmente, esos deberes, supererogatorios o no, han sido recibidos en los códigos de deontología profesional, o persisten, como mandatos no codificados, influyendo en el alma de los agentes sanitarios. Juramento y parábola han ejercido, y seguirán ejerciendo, a lo largo de la historia un efecto sinérgico sobre la deontología profesional sanitaria. Que el recuerdo permanente de la figura atractiva del médico que fue el Buen Samaritano inspire nuestra conducta profesional. Con las palabras justas lo ha dicho el Papa Juan Pablo II en Salvifici doloris: el trabajador sanitario es el Buen Samaritano de la parábola que se acerca al hombre herido y se hace su projimo en la caridad. Prof. GONZALO HERRANZ RODRIGUEZ Miembro de la Pontificia Academia para la Vida y del Consejo Directivo. Director del Instituto de Bioética en la Universidad Católica de Navarra (España) VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 37 CARLO CREMONA La atención al enfermo en los Padres de la Iglesia 1. De donde proviene el mal El argumento que trataremos Cuidado al enfermo y enfermedad como mal en general -, nos lleva a reflexionar sobre acontecimientos muy lejanos, que nuestra memoria y la historia humana no abarcan; y la narración que llega a nosotros, además del drama congénito de cada hombre, es de carácter religioso o mitológico. El hombre, por su natural instinto, tiende a una felicidad integral y estable; la espera; pero, no obstante esta vocación connatural, este sueño divino, es el ser sobre la tierra que más sufre, sea espiritual que físicamente. Conciliar estas dos tendencias reales y concretas, la necesidad de felicidad y la negación de la misma, constituye el perenne drama del hombre. Además, aquel que en la concepción de la existencia profesa una fe en un Ser absoluto, trascendente, infinitamente perfecto, causa única del universo y de todas las criaturas, al encontrarse frente al dolor, no puede dejar de interrogarse sobre un problema fundamental; la fatiga de atravesar una frontera para entrar en la zona metafísica y misteriosa que implica la responsabilidad de Dios: ¿De dónde proviene el mal del cual el hombre, contradicho por un instinto de felicidad, es la víctima principal? Y esto no obstante que ¡la empresa que lo ha fabricado ofrece todas las garantías! Me gustaría saber traducir en dos frescos de Miguel Angel la descripción del mundo y del hombre (que es el inquilino principal y más responsable) que hace San Agustín en la Ciudad de Dios sobre el contras- te entre belleza y horror del mundo, del cual el hombre es el sujeto. El mundo (¡donde se desarrolla nuestra vida!), visto en el reino mineral, vegetal, animal y espiritual, es de una encantadora armonía y belleza... Y el hombre habría querido gozar serenamente del mundo en la amistad con Dios, hasta su voluntaria acogida en la patria celestial. Agustín dice sobre el cuerpo humano: "Sería tal el goce de la belleza racional incluso de las partes interiores y menos nobles del cuerpo humano, si las conociéramos - escribe -, hasta el punto de juzgarlas agradables y preferirlas a cualquier otra forma visible según el juicio del espíritu que se sirve de los ojos. Algunos médicos denominados anatomistas han dividido con atención los miembros humanos, hasta el punto de que no saben si esos miembros, por la armonía del conjunto, han sido hechos para una determinada función o bien por la belleza. Ninguna de estas partes está destinada a una función útil sin posser también una propia belleza...". Finalmente, habla de las maravillas del ingenio, de sus realizaciones técnicas (ya en sus tiempos); de sus producciones artísticas en la literatura, en el arte de la pintura y de la escultura... "Llegará un día - dice - en que gozaremos el uno del otro únicamente por nuestra belleza..." (Cf. Ciudad de Dios XXII, 24, 22). Pero esa belleza y el goce de la misma están en un contraste permanente con la realidad histórica que sobre todo el hombre advierte y sufre. Choca la contradicción entre la belleza derrochada en el creado, entregada para el goce del hombre y la contaminación en la que el hombre se ha sumergido, artífice obligado y víctima de ella. Por muy materialistas que seamos, no podemos aceptar ser únicamente como juguetes que se destrozan... "Res sacra miser!", exclama Séneca: el que sufre, en el alma o en el cuerpo, es un ser sagrado; es decir digno de respeto, de piedad, de solidaridad... ¿De dónde proviene el mal? Es una pregunta difícil de contestar; la tribulación insuperable de muchos espíritus y no solamente de san Agustín que por este motivo abrazó durante muchos años la doctrina maniquea: dos principios en lucha, el principio del bien y el principio del mal; de la luz y de la tiniebla; del espíritu y de la materia; que culmina luego en la desesperación por encontrar la verdad. Si se parte de la experiencia del mal en el mundo, terminamos siendo pesimistas o escépticos. Si Dios es un ser de infinita bondad, un océano del cual todo nace y que todo lo comprende, y si la criatura está sumergida como si fuera una esponja - razonaba Agustín ¿cómo es posible que esta esponja esté completamente impregnada de contaminación? ¿De dónde la ha absorbido? Se acercó por primera vez a la Biblia (el pecado del hombre libre contra Dios creador, rebelión de su libertad para ser dueño de una felicidad autónoma, sin Dios); racionalismo, orgullo; falta de humildad y de racionalidad; rechazo de lo sobrenatural y de la gracia, lo indujeron a dejar de lado la Biblia ¡como un libro de fábulas de baja literatura! Muy joven abandonó la fe cristiana de su madre Mónica. La recuperación de estos valores DOLENTIUM HOMINUM 38 sobrevino en él con mucha fatiga, y gracias a filósofos no cristianos: Cicerón (que en el Hortensio demostraba la vanidad de los valores terrenos, inmanentes, en favor de los valores espirituales, inmutables, trascendentes); Plotino que, basándose en Platón, demostraba la espiritualidad, el absoluto, la bondad infinita de Dios. Y Plotino explicaba el mal no como una sustancia, sino como un verdadero vacío de sustancia, precisamente la falta indebida de la presencia de Dios (Conf. VII, 10,16: "Y ví una luz..."). Más adelante, Ambrosio (a quien escucha inicialmente sólo para satisfacer el gusto literario por su elocuencia latina, el nuevo Cicerón; más adelante, lo escucha por el interés sustancioso de sus prédicas bíblicas); finalmente, las Cartas de Pablo; la epístola a los Romanos (el dolor y la muerte han entrado en el mundo a través del pecado del hombre libre) que la misteriosa voz del niño le invitó a leer (toma y lee) y provocó en él la fulguración de la gracia y la conversión inmediata al cristianismo, en el jardín de su casa en Milán. Como decía, el drama de Agustín ha sido el drama de muchos espíritus, incluso intelectual y moralmente elegidos; pero, diría, que es el drama también de cada uno de nosotros. Aquella rebelión original, que en nuestros padres fue una culpa personal grave, un test si la libre voluntad del hombre hubiera aceptado la superioridad de un Dios personal y liberal, su don gratuito; si hubiese elegido permanecer definitivamente de la parte de Dios; esa rebelión llega a sus descendientes como un vacío, una herencia patológica, una riqueza perdida que ya no puede ser transmitida y que ha dejado una profunda herida en todo el organismo; generando orgullo, ignorancia, superficialidad y desatención para buscar la lejana causa real del empobrecimiento y de la infelicidad. Si el hombre es una criatura de Dios, no podía ser creado sino en la felicidad y para la felicidad. De manera que es necesario hacer la diagnosis de este mal original, como se hace para todo mal; a través de una búsqueda filosófica, aceptando la luz de una revelación sobrenatural. (Platón y la navegación humana: la vela, el remo..., "salvo que no se disponga de un transporte más seguro como sería una revelación divina..." Cf. Fedón 85A/86B). Que el mal radical del que sufre el hombre haya sido una culpa del orgullo inicial no es la doctrina solamente de la Biblia donde encontramos la narración de nuestra misteriosa condición; pertenece a todas las culturas, a todas las religiones y a todas las mitologías. En el otoño del 385, Agustín decidió tomar por segunda vez la Sagrada Escritura que había dejado de lado considerándola indigna de su estética leteraria. Fue obligado a tomarla con mayor humildad por la crisis moral y religiosa en que se encontraba y esta vez la definió como una obra maestra de pedagogía; una pinacoteca con una entrada pobre; pero una vez adentro ¡qué esplendor de arte! El Génesis expone el hecho de la prohibición de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal; Adán, con Eva, desobedecieron. San Pablo comenta: Por el pecado de uno solo, el desorden, los males y la muerte han entrado en el mundo... Hay una ley en mi carne que está en contraste con la ley de mi espíritu; por tanto no hago lo que quisiera, sino que no quisiera... ¡Pobre de mí! ¿Quién me podrá liberar de este cuerpo de muerte? La respuesta fue: ¡La gracia! Te baste mi gracia... El hombre fue creado en la gracia. Y la gracia sobrenatural y santificante es amistad con Dios. Pero esta amistad determina una intimidad amorosa, una comparticipación de naturaleza. Debía ser confirmado por una prueba: para que el hombre, creado a imagen de Dios, con una voluntad libre que pudiese escoger y una inteligencia clara para elegir lo justo, se volviese el dueño estable de su condición feliz, junto a Dios. En cambio, pretendió ser feliz sin Dios, perdió la apuesta, la dignidad de amigo y precipitó... Y perdió no sólo la gracia, sino también algo más. Por ejemplo, la integridad: la armonía entre lo sensible y lo inteligible, entre los sentidos y la voluntad... De aquí la contradicción interior en cada hombre: ley de la carne contra la voluntad del espíritu... (San Pablo). Perdió la inmortalidad física, de su vida corporal: (nuestro cuerpo, un edificio construido de materia por su naturaleza destinada a destruirse...). Queridos amigos: si no nos convencemos de esta diagnosis, si no se vuelve a partir de estas verdades, de esta lejana pero siempre luminosa revelación, no se entiende nada de la vida: ¡ todo se vuelve oscuro! ¡Y la humanidad camina hoy en la oscuridad: rechazo de lo sobrenatural, de la gracia; autosuficiencia! Es necesario curar al mismo tiempo a las almas y a los cuerpos. De lo que acontece en el mundo, por la falta de valores morales, a veces dudamos si queremos aprender a curar al menos a los cuerpos: ¡mala sanidad! La sustancia de la narración bíblica, no es el judaísmo o el cristianismo; no es confesionalismo. Es una verdad, que llevaba incluso a los paganos a interrogarse: Video meliora proboque, deteriora sequor... (Ovidio) Veo lo mejor y me apego a lo peor... (Petrarca) Es la misma tesis de la Biblia y de Pablo. El pecado: es el manantial del cual ha iniciado a correr el río de nuestro mal moral e incluso del dolor físico y de las enfermedades VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO corporales. La muerte entró con el dolor y se volvió protagonista... "La inmensa corrupción por la cual nos vemos oprimidos a causa de aquella transgresión; la agitación de muchos sentimientos fuertes que se contrastan entre sí, no debería hacernos pensar que fue un acto moral pequeño y liviano, aquel..." (Ciudad de Dios l.14, c.12). 2. La Redención en la Encarnación Pero justamente de este abismo nacieron el renacimiento y el optimismo cristiano. Debía ser un drama irreversible. Pero Dios aceptó el desafío del hombre y se desquitó con un gesto de misericordia, mucho más grande de la creación del universo, aunque también de mayor riesgo. Dios ha amado tanto al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para la salvación del mundo... El misterio de fe que, uno lo admita o no, une al hombre a Dios incluso cuando es rebelde y huye de El, nos ofrece el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios que se reviste de la naturaleza humana, toma en sí nuestros pecados y nuestros dolores, acepta la muerte para redimir al hombre. ¡Paradójico! Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia... La encarnación de Cristo, Verbo de Dios, es un dogma desconcertante, aceptable sólo por una explícita e insistente revelación de Dios, que ha iniciado y está unida justamente al pecado del hombre. ¿Por qué es desconcertante? Porque la razón humana (ver Platón y Aristóteles) llega a conocer la naturaleza de Dios: espiritual, inmutable, absoluto, trascendente, infinitamente bueno, fuente del ser... ¡Llega a descubrir al mismo Verbo de Dios!. Pero si yo dijese a Platón: Aquel Dios del cual me estás hablando y que defines como el sumo bien del hombre, yo lo he encontrado por las calles de Palestina, lo he visto sufrir y morir por la salvación del hombre; ha resuscitado de la muerte y nos guía a la vida eterna, almas y cuerpos..., pues bien, Platón se reiría en mi cara como si estuviera diciendo una herejía filosófi- ca. Lo absoluto no puede transformarse en contingente, lo eterno no puede volverse temporal, lo espiritual por esencia, el acto puro no puede volverse corporal y sensible... La Encarnación, el dogma más inefable del cristianismo, pero el más difícil, abre a la inteligencia humana aglo así como una ventana para acoger la luz solar de la intimidad de Dios: "Cree para poder razonar; razona para poder creer...". El dogma de la encarnación tiene tal alcance para la humanidad, que no se reduce a los límites de una confesión religiosa: tiene el valor de la universalidad. La persona del Verbo que permanece con su naturaleza divina, no sólo se une históricamente a la naturaleza humana, sino que comparte la humillación, el dolor físico y moral y la muerte; en una dimensión que es la suma de todas las humillaciones, de todos los dolores, de todas las muertes de la historia. 3. Cristo, el hombre del dolor Isaías: Siervo de Jahvéh (Is cap. 42-53). Agonía de Cristo en el Getsemaní: la tragedia humana universal, en primera visión tridimensional; desde Adán, Abel... hasta el suspiro del último hombre; exudación de sangre: fenómeno que los médicos denominan hematidrosis, unido a graves alteraciones del sistema nervioso: "Triste está mi alma, hasta 39 la muerte...". Desde que nace, Cristo no deseó nada más sino morir por amor del hombre: "Debo recibir un bautismo; estoy angustiado hasta que no lo reciba...". 4. La atención al enfermo en los Padres de la Iglesia Los Padres de la Iglesia representan la continuidad y la interpretación auténtica del mensaje de Cristo y de la doctrina de la Iglesia. Hombres de santidad y de ingenio. Grandes filósofos que han recuperado y reelaborado el pensamiento de los filósofos griegos precristianos; grandes teólogos y exegetas expertos del lenguaje de Dios y de las antiguas civilizaciones humanas. Entramos aquí en nuestro tema. El cuidado al enfermo: aspecto sensible de la Redención, aparentemente secundario: se trata de atender a los cuerpos, mientras a Dios interesan las almas; pero el hombre es un unum integral en su conjunto: Si no amas al hombre que se ve, ¿cómo puedes amar a Dios que no ves? Por tanto, se trata de un aspecto no secundario, sino por lo menos aeque principalis. El amor de Dios es hacia el hombre integral; inseparable en su valor espiritual y corporal; un amor gratuito, no merecido, que lo reintegra a la amistad recíproca entre hombre y Dios; entre hombre y hombre; nuevo derecho a una vida de felicidad infinita compartida con Dios mismo. Dios es amigo leal para el hombre: animae dimidium meae! Quién es mi prójimo? ¡El vicario de Dios! La redención cristiana nos ha donado una Iglesia madre, maestra, experta de humanidad; ¿cómo podría quedarse la humanidad sin la Iglesia de Cristo, que aún sabiendo que existe y actúa, no le escucha, le vuelve las espaldas y escucha otros magisterios? La redención nos ha donado el sacerdocio (ministerial y aquel de cada bautizado). Nos ha donado la gracia; más abundante de aquella original, si bien en el nuevo orden nos hemos quedado sujetos al dolor, a la enfermedad, a la muerte y a la lucha por el bien. He aquí que todo cambia: DOLENTIUM HOMINUM 40 El dolor y la muerte no son más un castigo..., sino motivo de expiación, de mérito (¡pensad en el sufrimiento inocente); se vuelve fundamental (de parte de Cristo totalmente entregado; de parte del hombre, participación). La bellísima frase de san Pablo: (con mis sufrimientos...) "Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo...", en la Iglesia, en mí (Col 1, 24). Otro milagro: el dolor (físico y moral): puede transformarse en motivo de grande gozo: "Rebozo de alegría en cada tribulación... No son proporcionados los sufrimientos de este mundo en comparación con la gloria futura que nos espera..." (San Pablo). La cruz, de signo de ignominia, se convierte en bandera de triunfo. "El que no toma cada día su cruz y me sigue, no es digno de mí...". Atención al enfermo; a la desventura física: signo visible de la mesianidad: "Id y anunciad a Juan: los ciegos ven, los sordos oyen, los mudos hablan, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios; y a los pobres se les anuncia la buena nueva...". ¡La caridad, el amor, la solidaridad! Sin ninguna barrera, incluso frente al enemigo: El Buen Samaritano..., que se detiene ante el desventurado, lo cuida, y sobre su jumento (ambulancia de ese tiempo), lo aloja por su cuenta en una posada, primer Hotel-Dieu, como se denominaron en Francia a los hospitales 5. Iglesia - Padres - Enfermos Cristo funda la Iglesia y de ella es la piedra angular; desde hace veinte siglos ella, con su magisterio garantizado, vigila sobre la humanidad y la guía. Hace algunos domingos, Juan Pablo II ha recordado los 30 años de la Constitución del Concilio Gaudium et Spes, que ha abordado - ha dicho - "los problemas de la época contemporánea: el matrimonio y la familia, la cultura, la realidad económico-social, la política, la promoción de la paz y la solidaridad entre los pueblos...". Iglesia, esposa... sin mancha ni arruga...: Cuerpo místico y visible de Cristo a lo largo de los siglos ("Cristo-Total..."). La raíz es El, el árbol bueno no puede producir frutos malos: "Radicados y fundados en la caridad...". En la Iglesia, como en una mina, tenemos la vena de oro de la caridad. Inmediatamente después de ser fundada, hay solución de continuidad entre la obra de Cristo y de la Iglesia naciente: La Iglesia busca y recoge al enfermo como hacía Cristo. "Llevaban (a Pedro) los enfermos para que al menos su sombra los curase...". Eucaristía: ¡sacramento de pie- dad, signo de unidad o vínculo de caridad!: a los enfermos: curar, suavizar, confortar... (Justino). Iglesia aspotólica y predicación de Cristo que sufre... Pedro: "Permaneced fuertes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos esparcidos en el mundo sufren vuestro mismo sufrimiento..." (1P 5,9). ¡Solidaridad! "Cristo... se ha hecho obediente hasta la muerte, y a la muerte de cruz..." (Flm 2,8). "Canceló la nota de cargo que había contra nosotros... y la suprimió clavándola en la Cruz..." (Col 2, 14). "En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo..." (Gal 6,14); "Pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado..." (1 Cor 2, 2). "Pues los que son de Cristo Je- sús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias..." (Gal 5, 24; 1Cor 1, 13); "Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles..." (1Cor 1, 23). Colecta entre las Iglesias de Asia de Pablo en favor de la Iglesia empobrecida de Jerusalén. La Iglesia y sus apóstoles, fieles a la enseñanza de su Maestro, se interesaron tanto de las almas como de los cuerpos. La religión cristiana es la única: promete al cuerpo, junto con el alma, la vida eterna... Antes de Cristo hubo el estoicismo: substine et abstine... Resistencia al dolor. Cristo nos da la capacidad de superar el sufrimiento y sonreir: S. Francisco y la curación de los ojos con planchas encandecentes... La enferma en un pulmón de acero: "Mi Ferrari deportiva,'testata rossa'... ". "Cuántos han resistido a la violencia del dolor mirando al Crucifijo para asemejarse a él"... Chataubriand (Genie du Christianisme, passim) La caridad cristiana que distingue a los cristianos del resto de los hombres, desconocida por los antiguos, ha nacido con Jesucristo y en su Evangelio fue el sello de la renovación de la naturaleza humana. Los primeros cristianos pusieron en común sus bienes para ayudar a los necesitados, a los enfermos y a los peregrinos. ¡Así nacieron los hospitales! Desde ese momento, las obras de misericordia no tuvieron más barreras y fue como un desborde de la misericordia sobre la miseria, hasta ese momento despreciada, algo así como buscarla: tanta miseria y tanta caridad... Se nos pregunta: Pero ¿cómo hacían los antiguos sin lugares para los enfermos, sin hospitales? Para deshacerse de los pobres y de los infelices, ellos tuvieron dos soluciones que el cristianismo no conoció: ¡el infanticidio y la esclavitud! ¿Se encuentran ruinas de nosocomios entre los antiguos monumentos de Roma o de Atenas? Alguna localidad termal, dedicada a la divinidad, tenía cierta apariencia de una estructura sanitaria, como Epidauro. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO (Lucrecio: Mussabat tacito medicina pavore... [peste de Atenas]. (Marcial: Me sentía un poco mal; llamé al médico Eliodoro que vino con el grupo de sus discípulos; cuarenta manos frías me tocaron el vientre: no tenía fiebre, ¡ahora la tengo!). Conforme la Iglesia logra la libertad de acción, (período apostólico; grandes monjes; luego los grandes Padres de Oriente y de Occidente), surgieron hospitales, leproserías, lazaretos (del nombre evangélico del pobre Lázaro de la parábola), donde hacían voluntariado los monjes y simples cristianos quienes con gozo y sin repugnancia soportaban la visión de todas las miserias humanas, para servir a Cristo en su persona y en los hermanos enfermos. "Estaba enfermo y me habéis visitado, asistido, cuidado...". 6. Algunos ejemplos San Basilio fundó una ciudadhospital cerca de Capadocia; la llamaron Basiliade. Juan Crisóstomo, el más grande orador cristiano, llamado también panegirista de la limosna, fue enviado en exilio por la emperadora Eudosia a quien había denunciado públicamente por haber usurpado el viñedo de una viuda destinado al hospital de los pobres que él administraba. Protector y defensor de la gente pobre, tuvo la consolación de ser defendido por ellos contra los potentes que lo perseguían. La asistencia a los enfermos daba a Juan Crisóstomo la oportunidad de conocer a los médicos y a su humanidad en la asistencia a los enfermos terminales (el enfermo tiene una sicología fragil y exigente; una pequeñez puede deprimirlo). Narra de un enfermo alcoholizado que se desvivía por un poco de vino. El médico, comprensivo, hizo preparar una jarra de arcilla mezclada con vino, la hizo quemar en el horno y, una vez llenada de agua fresca, cerradas las persianas para oscurecer la habitación, la dio al enfermo que, engañado por el olor de vino, la tomó satisfecho. Crisóstomo alaba la sensibilidad del médico. San Girólamo, en la Carta LXXVII a Océano, no terminaba de e- xaltar a una cierta Fabiola, de quien se decían muchas cosas, pero se había convertido, y había edificado por cuenta propia un hospital para los pobres. "Ha sido la primera que ha construido un hospital para acoger a todos los enfermos que encontraba por las calles: narices corroídas, ojos vacíos, pies y manos secas, vientres hinchados, piernas esquelétricas, carnes podridas con un hormiguero de gusanos... Cuántas veces, personalmente ella ha cargado a enfermos de lepra... Les daba de comer y hacía beber a aquellos cadáveres vivientes una taza de caldo..." (Carta LXXVII). Agustín de Hipona, narra su biógrafo Posidio, iba solo a las casas donde habían huérfanos y enfermos; en la Regla para los monjes tiene un buen capítulo para la asistencia a los enfermos; presenta a Jesús como el gran médico de la humanidad que no prescribe la receta para el farmacéutico, sino confecciona la medicina con la propiasangre, en el taller de su Humanidad. "Venid a mí todos los que estáis cansados...; os reconfortaré". Tiene un hermoso sermón sobre la Transfiguración de Cristo, cuando Pedro exclama: "Rabbi, es bueno estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para tí, otra para Moisés y otra para Elías" (cf. Mc 9, 4; Mt 17, 4). Interviene el santo Doctor: "Calma, Pedro... ¡Cierto que es hermoso...! Pero no ahora. Baja, hay pobres que debemos asistir, enfermos que curar, evangelio que predicar y dar testimonio... Baja inmediatamente; la visión vendrá después...". Es análogo el comentario al episodio de Marta que se afana en la cocina para preparar un almuerzo al Huésped mientras su hermana María se ha encantado en la sala escuchando la voz de Jesús. El episodio ha generado la disputa sobre le primado de la vida contemplativa o de aquella activa. Agustín la resolvió con una de sus características síntesis: Caritas Veritatis (amor por la contemplación) María; Necessitas Caritatis (emergencia de intervención) Marta: prevalece en ciertos momentos de emergencia la intervención activa ante las necesidades del prójimo: la miseria, el hambre, la enfermedad. La 41 intervención que es: Delectatio caritatis et Veritatis (gozo de amar a Dios en el prójimo, reconocerlo y contemplarlo). In caritate fundati et radicati! Es realmente robusta la raíz de esta caridad que desde hace dos mil años anima la Iglesia y suscita figuras potentes: Camilo de Lellis, Juan de Dios, Cottolengo, Orione, Guanella, Juana Antida. En nuestros tiempos, Padre Pío, Follereau... y otros miles, en todas partes, en las leproserías misioneras. Para no hablar solamente del pasado, ¿queremos hablar del presente, de los vivos?: Madre Teresa y miles y miles de otras ignoradas en medio del fuego de las guerrillas... Porque al parecer el mundo oficial sabe hacer esto: ¡no-amar, matar! San Pablo dice: No sólo el hombre, sino toda la creación gime en espera del parto... Y San Pedro dice: Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva... San Agustín, además, recordando a Platón que auspicia un medio seguro (una revelación divina) para lograr la playa de la felicidad, nos la indica: "Para que fuese el medio con el cual ir, vino de allá aquel a quien queríamos ir. ¿Y qué es lo que ha hecho? Ha preparado la madera con la cual pudiéramos atravesar el mar. Nadie puede atravesar el mar de este siglo si no es llevado por la cruz de Cristo... (Com. Jn. Trat. 2, 2). Jesús dijo una vez: "Cuando el Hijo del Hombre regresará, ¿encontrará aún la fe en la tierra?". Quizás podemos tranquilizarlo: "La fe, Señor; ¿quizás? ¡La esperanza! Nos apegamos a las capacidades de los hombres y cada vez nos hacen desesperar... Pero la caridad no; no disminuirá; porque la caridad eres tú que vives y sufres con nosotros; tú que nos has asegurado que estarás con nosotros hasta la fin de los siglos... Fides, spes, charitas: tria haec! Maior autem horum: Charitas! (1 Cor 3, 3). La fe pertenece al hombre... ¿La esperienza? ¡También! La Caridad pertenece a Dios... ¡No es biodegradable! P. CARLO CREMONA Periodista vaticanista de la RAI-TV Italiana DOLENTIUM HOMINUM 42 GOTTFRIED ROTH Hipócrates, en los documentos eclesiásticos y en las obras teológicas Este estudio es una panorámica sobre Hipócrates y sus ideas principales clínico-médicas, filosófico-médicas y eticas, presentes en los documentos eclesiásticos y en las obras teológicas, como continuación del estudio ya hecho sobre Hipócrates en los documentos papales, ya publicados1,2. En esta intervención se han reunido citas que subrayan la importancia ética del médico griego, tomadas de los discursos e intervenciones de los Papas Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II. Esta colección de citas no es una documentación histórico-médica, ni un ejercicio literario, sino una serie de indicaciones sobre el carácter ético de los textos griegos antiguos llegados a nosotros y realizados hasta ahora, en los cuales pueden observarse correspondencias y concepciones cristianas. En las grandes épocas de la historia occidental se encuentran siempre testimonios sobre la influencia de las ideas y de la ética de Hipócrates. En el cristianismo primitivo, las principales ideas helénicas han conseguido su fundamento y carácter cristiano por el hecho de que en el preámbulo del juramento de Hipócrates "Apollo soter" fue sustituído por "Christus medicus". En la patrística y en la escolástica se podía transmitir legítimamente la doctrina de Hipócrates por su correspondencia con la concepción del carácter personalista e integral y por la autoridad de "Christus medicus", gracias a la cual fue adquirido el compromiso ético del médico. Esta temática puede ser tratada sólo por puntos clave, por "lugares" (τοποι) a consecuencia de la vastedad del argumento; realmente, los estudios que han dado origen a esta intervención, hacen entrever que quizá no se pueda llegar a una visión completa. Quedan también muchas desiderata: el discernimiento de la autenticidad de las ideas hipocráticas en sus obras o en los textos del Corpus hippocraticum. 1. Hipócrates en los documentos papales Entre las obras de Petrus Hispanus, un médico con grados académicos, y después, del Papa Juan XXI, se hallan dos comentarios sobre Hipócrates3: De regimine auctorum y Prognostica. En nuestro tiempo, el Papa Pío XII ha definido en 1954 el significado ético-médico de las obras hipocráticas con las siguientes palabras: "Las obras de Hipócrates son, sin duda, la expresión más noble de una conciencia profesional que imponga ante todo respetar la vida y sacrificarse por los enfermos, y tome en consideración también factores personales: dominio de sí, dignidad, reserva. Sabía presentar las normas morales e introducirlas en un vasto y armonioso plan de estudios, por lo que hacía un regalo a la civilización más magnífico que quienes conquistaron los imperios"4. Sobre la misma línea el Papa Pablo VI ponía en guardia a los médicos, considerando el progreso de la medicina: "Es obvio que estas nuevas cuestiones no deben perjudicar en modo alguno al ideal médico que hace de la medicina, en una larga tradición de algunos milenios, a través del juramento de Hi- pócrates, un defensor de la vida. Una contaminación de este principio cardinal significaría un fatal paso atrás, con consecuencias desastrosas. Esto vosotros podeis valorarlo mejor que ningún otro"5. El Papa Juan Pablo I escribió con el título "Ilustrísimos" cartas imaginarias a personajes históricos, incluído Hipócrates, que "fue contemporáneo de Sócrates y como él un filósofo". Lo llama "el autor del famoso juramento..., de un código moral de valor imperecedero. Los médicos juran, en conformidad con éste, prescribir la terapia adecuada para los enfermos y protegerlos de injusticias y sobre todo de desventajas. Prometen solemnemente no interrumpir ningún embarazo; y se comprometen a ir a una casa solamente para ayudar a los enfermos, sin aceptar dinero. Además juran mantener sacrosanto el secreto profesional". Con este elenco de los compromisos éticomédicos, el Papa Juan Pablo I legitima la integración de la deontología griega en el modo de pensar del médico cristiano6. El Papa Juan Pablo II ha mencionado ya, en 1978, on ocasión de la recepción de la Asociación de Médicos Católicos Italianos, la ética hipocrática, poniendo en guardia contra el uso de medicinas que "contradicen no sólo la ética cristiana, sino toda ética natural, y que están en abierta contradicción con los deberes profesionales, expresados en el famoso juramento del antiguo médico pagano"7. En su discurso a los miembros de la Asamblea General de la Unión Mundial de Médicos, sobre la manipulación genética que reduce la vida humana a un objeto, el Papa Juan Pablo II amonesta: "Sean VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO fieles todos los médicos al juramento de Hipócrates, que prestan en ocasión de su doctorado"8. En 1987, el Papa, en su intervención ante los participantes en el Congreso Internacional sobre la "humanización de la medicina", exhorta al servicio consciente del propio deber para con los hombres: "Estad profundamente convencidos de esta verdad a causa de la larga tradición, que remonta a las intuiciones de Hipócrates mismo"9. En el nombramiento de los miembros de la Pontificia Academia por la Vida, se alude expressis verbis a Hipócrates, "prosiguiendo la tradición hipocrática"10. El 26 de noviembre de 1994, el Papa Juan Pablo II mencionaba de nuevo a Hipócrates indicando el códice vaticano en el que el juramento de Hipócrates fue escrito en forma de cruz, un símbolo de concepción cristiana de la naturaleza humana, de la santidad y también del misterio de la vida humana11. A consecuencia de una visión diagnóstico-diferencial de las verdaderas causas de las enfermedades, fueron coligados en el cristianismo primitivo el naturalismo helénico y el personalismo semita12 bajo la fuerza integradora del modelo del "Christus medicus", y sin duda puede atribuirse al pensamiento de Hipócrates esta evolución hacia el sentido de una ética responsable y más adelante hubo formulaciones de juramentos médicos con preámbulos de carácter monoteísta y fórmulas de conclusiones con explícita referencia a la instancia transcendente, a Dios, ante el cual se prestaba tal juramento13. 2. Hipócrates en la Patrística y la Escolástica. Para la época de la patrística hay abundancia de citas de las obras auténticas de Hipócrates y del Corpus hipocraticum. Cipriano de Cartago, Gregorio de Nazianzo, Gregorio de Nisa y Eusebio de Cesarea sostienen una teoría de las ciencias naturales con respecto al origen de las enfermedades, que remonta a Hipócrates; pero existen igualmente versiones mágicas y demoníacas. Eusebio cita repetidamente a Hipócrates en un capítulo sobre la teoría de las enfermedades, en reflexiones referentes al libre albedrío, conoce la teoría de la dieta; además, la frase: la naturaleza es el mejor médico. Insiste, con referencia a Hipócrates, en la importancia de la prognosis y que en la relación entre cuerpo y alma esta última tiene la prioridad14,15. Recuérdense también los capítulos ético-médicos de la Didaché del siglo I d.C.: no debes abortar un niño y no debes dar muerte a un recién nacido16. En Hildegarda de Bingen (10981179) la búsqueda sobre este argumento fue negativa. Enrique Schipperges escribe: "Hildegarda de Bingen no da una explícita teoría a este respecto; no repite el juramento de Hipócrates y no habla de la ética médica. No encontramos objetivos directos de un carácter de la sanidad, o modos concretos para una asistencia al enfermo, nada sobre qué cosa podría instruirse, nada de dogmático que pudiera crear una teoría de los deberes y de su categoría. Y sin embargo sus obras son una contribución a la deontología medieval y son tanto más preciosas en cuanto que faltan obras semejantes en ese siglo; o no son a menudo presentadas de modo serio y por lo mismo no pueden ser tomadas en serio"17. Honorius Augustodunensis (muerto después del 1150) escribe de Hipócrates: "per medelam corporum deducit ad medelam animarum"18. Los conocimientos sobre Hipócrates y sobre el Corpus hipocraticum llegaron a través del cristianismo nestoriano-siriano, que presta con sus escuelas y monasterios el espacio en el que, por entonces, se conserva y transmite la obra filosófica y científica y más precisamente la línea de Aristóteles de esa herencia: no sólo Aristóteles mismo, sino también Euclides, Hipócrates, Galeno, Arquímedes. Las obras filosóficas, matemáticas y médicas de estos autores fueron traducidas en primer lugar del griego al siriano y después a la lengua árabe19. El concepto de potentia puede atribuirse al concepto griego de dynamis y se encuentra también en el Corpus hipocraticum, usado también en relación con la enfermedad20. La recientísima elaboración con 43 computer de la Opera omnia de Tomás de Aquino da mayor perfección y seguridad al tratado de nuestro argumento. En el comentario del Aquinate sobre la meteorología de Aristóteles, es nombrado Hipócrates algunas veces. Se trata del significado de las estrellas en el orden del mundo, de cuestiones de la visión teológica, de principios metafísicos, teorías científicas, astronomía y astrología21. 3. Medicina pastoral Otro campo de las fuentes en que puede encontrarse a Hipócrates en los documentos eclesiásticos y teológicos, son los manuales de medicina pastoral; existen, de hecho, relaciones entre el Corpus hipocraticum y la teología por el hecho de que las obras hipocráticas no son solamente un probado sistema de cura, sino también por la imagen humana, en la base de la concepción cristiana, con considerables cosas en común de las personas sanas y enfermas. También hay que recordar los capítulos ético-médicos de la Didaché y su correspondencia con Hipócrates. Hipócrates es citado dos veces: en la p.56, sobre el comportamiento de los cónyuges durante la gravidez, y en la p.192, sobre las posibilidades terapéuticas de usar medicinas populares en el caso de epilepsia, cosa que parece particularmente discutible a la actual comprensión22. En 1893 habló E.W.M. de Olfers, en su medicina pastoral, de Hipócrates, adelantándose a su tiempo, definiendo la epilepsia en su libro "de morbo sacro" como cualquier enfermedad, no más santa que las otras enfermedades23. August Stohr habla repetidamente de Hipócrates, en parte contra una medicina "teurga" de los griegos, la cual presenta ciertas semejanzas con la cura terapéutica del alma. También en la discusión del clásico "sex res non naturales" Stohr cita a Hipócrates por lo que respecta a la dieta y generalmente a las costumbres de vida24,25 Para la mitad del siglo XX se puede hacer el nombre de Albert Niedermayer e indicar numerosas citas del Corpus hipocraticum, an- DOLENTIUM HOMINUM 44 te todo la cima ético-médica, el juramento de Hipócrates, asunido por numerosos autores (como Lichtenthaeler y otros) entre las obras auténticas de Hipócrates. En Albert Niedermayer se encuentran puntos afirmativos y también problemas discutidos, estos últimos sobre todo en el campo ginecológico. Albert Niedermayer compendia la importancia de Hipócrates: "...aunque fuera pagano, podría ser hoy todavía, dos mil años después, el anuncio del Evangelio de Cristo, un ejemplo también para presuntos médicos cristianos"26. Anticipando una medicina integral, Albert Niedermayer expresa su visión universal y caracteriza al verdadero médico... que reúne en su concepción fundamental los elementos biológicos, antropológicos, médico-humanos, sociales y ético-metafísicos27. Hipócrates, desde el 460 hasta el 360 antes de Cristo, ha dejado una teoría médica que conecta la observación exacta científica y la experiencia con una ética elevada y humana. Sus obras y las de sus estudiantes han sido reunidas en el voluminoso Corpus hipocraticum. En una visión retrospectiva se demuestra la utilidad proveniente del bien cumplido por el médico ejercitado en una medicina que ha permanecido hasta hoy. Esta ha sido transmitida al campo cristiano de diversas maneras (documentos papales, tratados teológicos, textos de medicina pastoral), y puede ser documentada desde Hipócrates según las épocas históricas: es el compromiso por la salud y la consolación de la persona enferma, independientemente del cambio de los períodos del tiempo: "saluti et solatio aegrorum". Prof. GOTTFRIED ROTH Miembro de la Pontificia Academia para la vida Profesor Ordinario de Medicina Pastoral en la Universidad "Alma Mater Rudolphina" de Viena (Austria) Consultor del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios 1 GOTTFRIED ROTH, Hippokrates in päpstlichen Dokumenten. Acta medica catholika (Belgica) 2 (1995) 101-102. 2 GOTTFRIED ROTH, Hippokrates in päpstlichen Dokumenten. 2. erweiterte Fassung. Mitteilung der katholischen Ärztegilde Österreichs. 246 (1995) 3-6. 3 M.A. ALONSO, Pedro Hispano: Sciencia libri de anima. Barcelona 1961. 4 PIUS XII., Zur Geschichte der Medizin. Ansprache am 19. Sep. 1954. In: Pio XII., Discorsi ai medici. S. 349 f., Roma 1959. 5 PAUL VI, Das ärztliche Ideal nicht beeinträchtigen. L'Osservat. Romano (deutsche Ausgabe) 19.1.1973. 6 PAPST JOHANNES PAUL I, Illustrissimi. Padova 1976. 7 JOHANNES PAUL II, Wort und Weisung im Jahr 1979, Rom -Kevelaer 1979. 8 JOHANNES PAUL II, Der apostolische Stuhl 1983, S. 1155, Rom -Köln 1983. 9 JOHANNES PAUL II, Der apostolische Stuhl 1987, S. 1699, Rom -Köln 1987. 10 Pontificia Academia pro Vita. Roma 1994. 11 JOHANNES PAUL II, Discorso del Santo Padre in occasione della Conferenza Internazionale promossa dal Pontificio Consiglio della Pastorale per gli Operatori Sanitari e della Plenaria della Pontificia Accademia per la Vita. Roma 1994. 12 PEDRO LAIN ENTRALGO, Heilkunde in geschichtlicher Entscheidung, Salzburg 1956. 13 GOTTFRIED ROTH, Die monotheistischen Präambeln und Schlußformeln in den ärztlichen Eiden, Wissenschaft und Glaube 3 (1990) 115-121. 14 O. TEMKIN, Hippocrates in the world of pagans and Christians, Baltimore and London 1991. 15 KARL-HEINZ LEVEN, Medizinisches bei Eusebios von Kaiserea, Düsseldorf. 1987. 16 Didaché 1,6,2,. in fontes christiani. Didache, traditio apostolica. Herder, Freiburg/ Basel/ Wien/ Barcelona/ Rom/ New York. 1991, S. 103. 17 HILDEGARD VON BINGEN, Heilkunde, Salzburg 1957. 18 CHRISTIAN PROPST, Der deutsche Orden und sein Medizinalwesen in Preußen, Bad Godersberg 1969. 19 Josef Pieper, Scholastik S. 141 f. München 1960. Vergleiche auch Johannes Hirschberger: Geschichte der Philosophie I, 417, 427 Basel- Freiburg- Wien 1965. 20 LEO J. ELDERS, Die Metaphysik des Thomas von Aquin, I, 124 Salzburg- München 1965. 21 S. Thomae aquinatis opera omnia. comentarium in Aristoteles et alio. Stuttgart / Bad Cannstatt 1980. 22 FR. X. BRITZGER, Handbuch der Pastorlalmedizin, Regensburg 1859. 23 E.W.M. VON OLFERS, Pastoralmedizin. 24 AUGUST STÖHR, Die Naturwissenschaft auf dem Gebiete der katholischen Moral und Pastoral, Herder, Freiburg /B 1893 S 141f. 25 AUGUST STÖHR, Handbuch der Pastoralmedizin mit Besonderer Berücksichtigung der Hygiene, Herder, Freiburg / B 1900. 26 A. NIEDERMEYER, Compendium der Pastoralmedizin, Wien 1953. 27 A. NIEDERMEYER, Grundriß der Sozialhygiene, Wien - Bonn 1957 S. 30. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 45 JESUS ALVAREZ GOMEZ La asistencia a los enfermos en la historia de la Iglesia 1. La atención a los enfermos pertenece histórica y constitutivamente a la misión de la Iglesia Cuando Jesús confió a sus Apóstoles la misión de enseñar la Ley Santa del Señor a toda criatura, les dio poder para realizar los mismos signos con que había demostrado que en El se habían cumplido las promesas hechas por Dios a Israel: expulsar demonios y curar enfermos (Lc 16, 18). Desde la primera comunidad de Jerusalén hasta hoy mismo la Iglesia ha tejido una espléndida guirnalda de amor hacia todos los débiles, hacia todos los pobres; pero han sido sobre todo los enfermos quienen han constituido el objeto preferencial de su amor. 2. La atención a los enfermos en las comunidades cristianas primitivas Los cristianos primitivos no encontraron en su entorno ninguna institución que les ofreciese un ejemplo de cómo tratar a los enfermos. Ni en los antiguos Imperios del Creciente Fértil, ni en Egipto, ni en Grecia, ni en Roma se practicó la hospitalidad en el sentido específico de asistencia a los enfermos. No es fácil determinar con exactitud, cómo las comunidades cristianas primitivas atendieron a los enfermos porque éstos eran englobados en el epígrafe general de asistencia a los pobres; no obstante, no faltan algunas observaciones en los escritos litúrgicos y pastorales de los primeros siglos relativas al tema; existe sobre todo un documento, la Didascalia1; en él se describe el tenor de vida de una peque- ña comunidad cristiana en la que no había hecho aún su aparición la burocracia como acaecía ya, a mediados de siglo III, en las comunidades con un número de fieles muy elevado. El responsable último de todo en las comunidades primitivas era el Obispo; y la cualidad más relevante que los fieles exigían a quien habría de ser elegido para este cargo, según las Constituciones apostólicas, era precisamente el amor a los pobres: que "ame al pobre"2; y la Didascalia le advertía: "Acuérdate de los pobres, tiéndeles una mano y aliméntalos"3. Pero en esta tarea era aydado por el diácono, el cual "tenía que ser el oído del Obispo, su boca, su corazón y su alma"4; y, en consecuencia, se le ordenaba que buscase a los enfermos; que estudiase cada caso concreto para ver a quienes había que prestar mayor atención; que les llevase la Eucaristía consagrada en la Asamblea litúrgica dominical, y los socorriese materialmente.5 La Didascalia exhortaba también a las diaconisas y viudas para que se preocuparan de un modo especial de las mujeres pobres y enfermas6. Esta praxis de la Didascalia es confirmada en el siglo V por el Testamento del Señor7, que mandaba que el díacono "busque en las hostelerías para ver si encuentra algún enfermo o pobre, o si hay algún enfermo abandonado"8. Al principio, cuando las comunidades eran muy reducidas, el Obispo o el diácono buscaban alguna familia cristiana que acogiera y cuidara a los enfermos pobres y solitarios; pero cuando el número de enfermos fue ya muy elevado, como ocurría en Roma a mediados del siglo III, se crearon las primeras instituciones hospitalarias; las actas martiriales de san Lorenzo dicen que creó un asilo-hospital para cuidar y proteger el mejor tesoro que tenía la Comunidad: los pobres y enfermos. Aunque el Obispo y el díacono fuesen los principales responsables, sin embargo todos y cada uno de los cristianos tenían que responsabilizarse personalmente de los pobres y enfermos. En la Tradición Apostólica de Hipólito de Roma (+ 235), se preguntaba a los candidatos al bautismo: "¿Han honrado a las viudas? ¿Han visitado a los enfermos? ¿Han hecho toda suerte de obras buenas?"9. Y el padrino de cada catecúmeno tenía que garantizar ante la comunidad el buen comportamiento de su ahijado. 3. La atención a los enfermos después de la paz constantiniana Desde el año 313 la Iglesia pudo organizar a mayor escala la asistencia a los pobres y enfermos; por todas partes surgieron progresivamente instituciones que recibieron distintos nombres, según la cualidad de los atendidos: Nosocomios, para enfermos; Jerontocomios, para ancianos; Xenodoquios, para peregrinos; y Orfanatrofios, para niños huérfanos. Fue la propia madre del emperador Constantino, santa Elena, quien fundó los primeros hospitales bajo el signo de la Cruz; y el propio Constantino construyó en Constantinopla un hospital; el primer hospital de peregrinos propiamente dicho fue el de Sebaste (365), que acogía DOLENTIUM HOMINUM 46 también a enfermos, especialmente a los leprosos10. Durante un período de hambre en Edesa, San Efrén (+ 373) despertó a los ricos de su indiferencia, y con sus donativos levantó un hospital de urgencia con 300 camas, en el que hallaban acogida los indigentes y enfermos de la ciudad y del entorno rural11. La comunidad de Antioquía se hizo clebre a finales del siglo IV por su obra asistencial; San Juan Crisóstomo (+ 407) decía que en las listas de los pobres de aquella comunidad había 3.000 viudas y doncellas que eran asistidas diariamente; y a éstas había que añadir "los enfermos y convalecientes en los hospitales...12. En occidente las primeras instituciones hospitalarias surgieron en la transición del siglo IV al V; la terminología griega con que se las designaba remite, sin duda, al modelo oriental. Hacia el año 400 la rica matrona Fabiola edificó a orillas del Tíber el primer hospital (nosocomium) romano propiamente dicho que estaba dividido en repartos según las distintas clases de enfermos; el patricio Panmaquio estableció junto a la ciudad portuaria de hostia un albergue para peregrinos; y santa Paula y su hija Eustoquio levantaron otro hospital en la misma Roma13. San Agustín construyó en Hipona un Xenodochium; y él mismo afirma que instituciones de este género ya eran conocidas en Africa antes que ese vocablo griego se popularizara en el mundo latino14. 4. Los monjes y la asistencia a los enfermos El monacato del desierto propiamente dicho, tanto anacorético como cenobítico, no surgió con la finalidad de atender de un modo específico a los pobres y a los enfermos; pero los primitivos eremitas, no obstante sus modestas posibilidades, tuvieron su corazón abierto hacia los pobres y enfermos de las aldeas vecinas y en alguna ocasión concreta compartieron sus escasos bienes con los pobres y enfermos de Alejandría; y siempre con los peregrinos que se detenían junto a sus celdas. Las colonias semianacoréticas de Egipto, Siria y Palestina, y sobre todo, los monasterios pacomianos no tardaron en organizar una actividad social mediante la cre- ación de hospicios para forasteros y de hospitales para los propios monjes enfermos15. Pero fue San Basilio quien incorporó el monacato a la obra caritativa y social de la Iglesia, como un poderoso medio de evangelización. Este gran Obispo de Cesarea de Capadocia creó una gran Obra social 16 que, después, en su honor y memoria, fue llamada "Basiliada"17. Era una auténtica ciudad levantada en los arrabales de su sede episcopal18, que mereció los elogios de San Gregorio Nacianceno porque su gran amigo del alma "había imitado el comportamiento de Cristo para con los enfermos, especialmente los leprosos"19. La práctica totalidad de los establecimientos levantados desde principios del siglo V para el cuidado de los enfermos en Constantinopla, Siria, Palestina y Egipto, dependían de los monasterios de monjes y monjas. El Emperador Justiniano dio personalidad jurídica a estos hospitales, y él mismo fundó algunos, a los que dotó con medios abundantes, confiándolos a los monjes y monjas, con la ayuda de un personal seglar contratado al efecto; y siempre bajo la atenta vigilancia de los Obispos20. En occidente, en la Edad Media, cuando no existía red alguna de hospitales, de albergues y de hospederías, los monasterios atendieron a los viajeros de toda índole: emperadores, reyes, nobles, y hasta simples y comodos vagabundos; pero el primer puesto lo ocuparon siempre los peregrinos enfermos y los enfermos del contorno rural21; la Regla benedictina ordenaba que fueran tratados como si fuese el mismo Cristo en persona. En los monasterios se enseñaba la medicina y se crearon jardines botánicos con toda clase de plantas medicinales; amplios recetarios creados por la larga experiencia se juntaron a los tratados de medicina que, a tenor de los catálogos de sus bibliotecas, eran muy abundantes; la historia ha conservado los nombres de muchos monjes especialistas en medicina22. 5. Fraternidades y Ordenes hospitalarias medievales Para los hospitales fundados por los Obispos, por los Reyes y por los Gremios, se crearon Fraternidades o Congregaciones autónomas de Hermanos y Hermanas que vivían en común y que, además de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, hacían un cuarto voto de asistir a los enfermos. La más célebre de todas fue la fraternidad de las Agustinas del Hotel-Dieu de París; cuyos estatutos fueron seguidos por casi todas las demás. Solamente en la Diócesis de París existían más de cincuenta de estas fraternidades hospitalarias. También las Comunidades de Beguinas se dedicaron al cuidado de los enfermos, unas veces a domicilio y otras veces en centros hospitalarios de la Iglesia. La Edad Media conoció las primeras Ordenes religiosas Hospitalarias propiamente dichas, como los Hospitalarios del Espíritu Santo y los Hospitalarios de San Antonio23. También las Ordenes Militares fundaron hospitales, tanto en Tierra Santa como en Europa, especialmente en la Península Ibérica, para atender a los peregrinos que visitaban Santiago de Compostela. Sobresalieron por su labor en favor de los enfermos los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, los Templarios, los Caballeros de Santiago, y los Caballeros teutónicos24. Y el espíritu profundamente humanitario y misericordioso de las Ordenes Mendicantes se tradujo en la creación de múltiples obras benéficas en favor de los pobres y de los enfermos, sobre todo por parte de sus Terceras Ordenes. 6. Las Grandes Ordenes Hospitalarias Los centros hospitalarios fueron durante toda la Edad Media lugares sagrados; y como tales estaban colocados bajo la inmediata jurisdicción eclesiástica; y en función de ellos estaban los cuantiosos bienes con que solían estar dotados los hospitales; pero llegó un momento en que, precisamente esos cuantiosos bienes antrajeron la codicia de los seglares y de no pocos clérigos también. Los Hospitales más prósperos cayeron en manos de encomenderos sin escrúpulos, que dilapidaron rápidamente sus bienes, desapareciendo así muchas institucio- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO nes hospitalarias, hasta el punto de que, en vísperas del Concilio de Trento, a pesar de que los Oratorios del Divino Amor habían creado en Italia un buen número de Hospitales para enfermos incurables, en general la asistencia a los enfermos estaba casi en trance de desaparición. Durante el Renacimiento distintas organizaciones sociales empezaron a preocuparse por la atención hospitalaria de los pobres; surgieron así numerosos Hospitales reales, municipales y gremiales; pero esta iniciativa hospitalaria pública no fue en modo alguno suficiente para atender al creciente número de pobres y enfermos provocados por nuevas y crecientes epidemias; y sobre todo por las continuas guerras de la época. Fue, una vez más, la Iglesia, a través de las nuevas Ordenes y Congregaciones Hospitalarias: Hermanos de San Juan de Dios, Ministros de los enfermos de San Camilo de Lelis, Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac y muchas Congregaciones diocesanas, la que dio origen a multitud de establecimientos benéficos y Hospitalarios, orientados especialmente hacia a quellos sectores de la marginación y de la enfermedad más desatendidos por los poderes públicos. La primera institución hospitalaria psiquiátrica propiamente dicha fue creada en Valencia (España) (1409) por el Venerable Padre mercedario Fray Juan Gilabert Joffré (1363 - 18.5.1417)25. Un nuevo y amplio campo se abrió para la acción hospitalaria de la Iglesia con el descubrimiento de América. Lo ha puesto de relieve el Cardenal Fiorenzo Angelini: "La atención a quienes sufren, a los débiles, a los enfermos, como momento fundamental y unitario de la actividad misionera... fue uno de los aspectos de la primera evangelización de la América Latina con la creación de hospitales y de estructuras sanitarias por parte, sobre todo, de las Ordenes religiosas"26. 7. De las "Obras de Misericordia" a la "Justicia social" Los gobiernos ilustrados del siglo XVIII y XIX consideraron las tradicionales Obras de misericordia de la Iglesia humillantes para el hombre; por ello le arrebataron los bienes materiales con que ella atendía a los pobres y enfermos; pero así, no sólo no solucionaron el problema de la pobreza y de la enfermedad, sino que lo incrementaron, porque los pobres se quedaron más pobres, y los enfermos menos asistidos. Y fue entonces cuando el Espíritu del Señor Jesus hizo brotar una espléndida floración de Congregaciones religiosas dedicadas a la atención de los enfermos.27 La presencia de la Iglesia en el mundo hospitalario moderno ya no se deberá entender como una simple función de suplencia de la sociedad civil; los cristianos, que trabajan en las profesiones de la salud, al mismo tiempo que ejercen una profesion desempeñan una misión salvífica; y su competencia profesional, además de venir exigida por su profesión, es requerida también por su misión salvífica. P. Jesús ALVAREZ GOMEZ, C.M.F. Docente de Historia de la Iglesia en el Instituto de Vida Religiosa de los Hijos del Corazón Inmaculado de María (Claretianos) de Madrid (España) Notas 1 La Didascalia o Doctrina católica de los Doce Apóstoles y de los santos discípulos de nuestro Redentor se remonta a la primera mitad del siglo III; fue escrita por un obispo y la dirigió a una comunidad del norte de Siria; es un manual de disciplina eclesiástica, y se ocupa especialmente de los enfermos; su autor poseía grandes conocimientos de medicina. 2 Constituciones apostólicas, II,50; cf. SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a Policarpo, 4; JUSTINO, 51 Apolog., 67; HERMAS, Pastor, Sim., IX, 27, 2; San Ireneo, Adv. haeres, IV, 34. 3 Didascalia, XIV, 3, 2. 4 Didascalia, XI, 44, 4. 5 JUSTINO, 1 Apolog., 67, 6. 6 Didascalia, XV, 8, 3. 7 Inspirado en la tradición apostólica de 47 Hipólito de Roma. 8 Testamentum Domini, II, 34. 9 Tradición Apostólica, 20. 10 SAN EPIFANIO, Adv. haeres., 3, 55. 11 SOZOMENO, Hist. Eccl. 3, 16, 12-25. 12 SAN JUAN CRISOSTOMO, In. Mat. hom., 66, 3; Ad Stagyr. cons., 3, 13; In Act. Hom., 45, 4. 13 SAN JERONIMO, Epist. 27, ; ad Oceanum; PL 22, 694 y 697; Epist. 108, ad Eustoquium; PL 22, 878. 14 SAN AGUSTIN, Sermo 355, 2; In Job tr., 97, 4. 15 ALVAREZ GOMEZ, J., Historia de la Vida Religiosa, I, Madrid 1987, p. 215-218; cfr. PALADIO, Historia lausiaca, 7. 16 Ep 176, 653 c; Ep 94; Ep 150, 653 c. 17 SOZOMENO, Historia Eclesiástica, VI, 34; PG 67, 1397 a : "Basiliada, el famosísimo albergue de los pobres, fundado por el Bienaventurado, Basilio, del cual tomó el nombre que todavía tiene hoy día”. 18 GEGORIO NACIANCENO; In laudem Basilii; PG 36, 577; Ep 143, 593 a, 488 b-c. "Sal un poco de la ciudad, y observa la nueva ciudad"; cfr. GIET, S., Les idées et l'action sociale de Saint Basile, Paris 1941, p. 421, nota 2. 19 GERGORIO NACIANCENO; In laudem Basilii; PG 36, 58o c. 20 Cod. Just., 1, 3, 32 y 34. 21 ZUÖÑIGA CISNEROS, M., La Seguridad social y su historia, Caracas 1963. 22 BERLIERE, U., L'Ordre monastique des origines au XIIe Siècle, Abayye de Maredsous, 1924, p. 119-120. 23 ALVAREZ GOMEZ, J., o.c.,p. 187-190. 24 RIGALT Y NICOLAS, B., Diccionario histórico de las Ordenes de Caballería, Barcelona 1858; CRADINI, F., Le crociate tra il mito e la storia, Roma 1971; ALVAREZ GOMEZ, J., Historia de la Vida Religiosa, II, Madrid 1989, p. 183-186. 25 TALAMANCO, I., Vida del apostólico padre, el beato Fr. Juan Gilabert, de la real y militar Orden de la Merced, Madrid 1735; ZAPATER Y UGEDA, J., Biografía y elogio de Fray Juan Gilabert Joffré, fundador del Hospital General de Valencia, Valencia 1883. 26 ANGELINI, CARD. FIORENZO, La primera evangelización en América Latina y la atención de la Iglesia al mundo de los enfermos, Ciudad del Vaticano 1992, p. 22. 27 LANGLOIS, C., Le Catholicisme au féminin. Les congregations françaises á superieure générale au XIXe siècle, Paris 1984; ALVAREZ GOMEZ, J.,La Revolución francesa y la vida religiosa, Verdad y Vida", 188 (1989) 435-454; ID., Historia de la vida religiosa, vol. III, Madrid 1990,p. 503-619; CHARRY, J., Le nuove fondazioni di Congregazioni dopo la Rivoluzione francese, "Vita Consacrata", 5 (1985) 600-612; RAPONIN., Vita Religiosa e carità nei modelli storici del "800 e del 900", "Consacrazione e Servizio", 7-8 (1989) 37-46; NASTORG, C., Les religieuses dans le monde de la santé en France, au XIXe siècle, REPSA, 320 (1988) 275-281. DOLENTIUM HOMINUM 48 BONIFACIO HONINGS La carta de los agentes pastorales. Una síntesis de ética hipocrática y moral cristiana Tengo el honor más que el peso de presentar La carta de los agentes sanitarios. Pensando en el modo mejor para hacerlo, me ha parecido oportuno, porque es más útil, recorrerla a vuelo de pájaro. De esta manera resulta más clara la preocupación que empapa a todo el texto, esto es, ayudar a cada agente sanitario a cumplir su servicio en favor de la vida humana desde su inicio hasta su término natural. Un servicio plenamente humano y específicamente cristiano. De este modo, esta presentación desea hacer ver - y es muy importante captarlo inmediatamente - que la Carta es prácticamente una síntesis de la ética hipocrática y de la moral cristiana. Para lograr esta intención bastante ambiciosa, iniciaré subrayando el origen divino de toda vida humana y su retorno al mismo Dios. Después de esto describiré la figura del agente sanitario como servidor de esta vida y, por consiguiente también y sobre todo, del Autor de la misma. Finalmente, seguiré la línea de la existencia humana: el generar, el vivir y el morir, como puntos de referencia para reflexiones éticopastorales. 1. Dios: alpha y omega de la vida humana Cuando no había ningún hombre que trabajara el suelo e hiciera subir de la tierra el agua para los canales y regara toda la superficie del suelo, "Jahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente"1. De este gesto creador de Dios, la Iglesia deduce su enseñanza que cada alma espiritual es creada directamente por Dios y es inmortal, esto es, con la muerte ella no muere en el momento de su separación del cuerpo; más áun, la Iglesia enseña también que esta alma se unirá nuevamente al cuerpo en el momento de la resurrección final. La vida del ser humano, de cada ser humano, no es producida por los padres o por un laboratorio del hombre. Indiscutiblemente, la vida tiene un origen divino2. En este sentido una frase el libro de Job es muy significativa: "Si él (el Señor) retirara a sí su soplo, si recogiera a sí su espíritu, a una expiararía toda carne, el hombre al polvo volvería"3. No es menos significativa la frase de Ezequiel sobre la resurrección: "Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis"4. Realmente sin el "soplo vivificador" de Dios el hombre volvería simplemente a la nada. Pero entonces, si Dios anima el cuerpo, es decir le dá la vida, lo más justo es que El y sólo El se atribuya el derecho inalienable e inviolable de disponer de la vida de cada ser humano desde su concepción hasta su muerte natural. Juan Pablo II no titubea un instante para proclamar, con una cierta solemnidad, este derecho divino: "La vida humana es sagrada porque desde su inicio, comporta «la acción creadora de Dios» y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es el Señor de la vida desde su comienzo hasta su término: nadie y en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente"5. He aquí el contenido central de la moral cristiana sobre la sacralidad y la inviolabilidad de la vida humana, de toda vida humana, de la vida humana de cada uno. He aquí porque Jahvéh, al revelar sus diez mandamientos de la Alianza, pone - y esto merece una atención particular - el mandamiento «no matar» en el corazón de la Alianza. Dios mismo se hace, no solamente Juez de cada violación del mandamiento como defensa de la vida, sino también y sobre todo Defensor del mandamiento colocado como cimiento de la convivencia social6. Por tanto, con razón la moral cristiana siempre ha proclamado y defendido y sigue proclamando y defendiendo también hoy el valor incomparable de la vida de cada persona humana. Pero también la ética hipocrática, expresada en su siempre actual "Juramento", proclama y defiende desde hace más de dos mil quinientos años este mismo valor de cada vida humana. No por nada, el señor cardenal Fiorenzo Angelini, identifica en esta ética permanentemente válida cuatro presupuestos: "Un profundo respeto de la naturaleza en general; una concepción unitaria integral de la vida humana, o mejor, del ser humano; una rigurosa relación entre ética personal y ética profesional; una visión generalmente participada del ejercicio del arte médico"7. En fin, así como para la ética hipocrática también para la moral cristiana, la vida de cada ser humano es un valor que no se discute, sino que se defiende y se cuida: en una palabra, hay que ponerse a su servicio. Si este imperativo es válido para todos, vale ante todo y sobre todo, para los agentes sanitarios. Esto es lo que quiere decirnos la Carta que, repito, tengo el honor de presentar a esta grande y honorable asamblea. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 2. La figura de los agentes sanitarios La actividad de los agentes sanitarios es la expresión de un servicio profundamente humano y cristiano, justamente porque no es únicamente técnica, sino también y sobre todo de entrega y amor a un semejante, al prójimo. En efecto, al preocuparse por la vida de los demás, los agentes sanitarios cumplen una acción realmente humana y cristiana de profilaxis, de terapia y de rehabilitación de la salud humana como tutela de la vida. Por esto la modalidad primera y emblemática de este darse al cuidado constituye su presencia vigilante y solícita al lado de los enfermos8. Por esto el servicio médico-sanitario se caracteriza por una relación interpersonal muy particular: es un encuentro entre una confianza y una conciencia. Se trata de la relación de «confianza» de parte de una persona que necesita cuidado porque está afectada por la enfermedad y, por consiguiente, por el sufrimiento, y de «conciencia» de parte de una persona capaz de ocuparse de esta necesidad, mediante un encuentro de asistencia, de cuidado y de sanación. Para el agente de la salud el enfermo nunca es, o por lo menos no debería ser, un simple caso clínico que hay que examinar "científicamente", sino que es siempre una persona particularmente necesitada, por estar enferma, de simpatía y, quizás, de empatía, en el sentido etimológico de los términos. "No bastan la capacidad científica y profesional, se precisa también la participación personal en las situaciones concretas del paciente individual", esto es, se necesita: "disponibilidad, atención, comprensión, comparticipación, benevolencia, paciencia, diálogo"9. Para comprender mejor y con precisión la Carta es muy importante tener en cuenta que esta entrega total del agente sanitario al servicio de cada hombre enfermo encuentra su verdadero "objetivo" fundamento y su más exigente "subjetivo", es decir que implica el fundamento en la visión integral del mismo enfermo. Efectivamente, si analizamos hasta el fondo, la enfermedad y el sufrimiento son fenómenos de la vida humana que plantean interrogantes que trascienden la ciencia y la tecnología médica, justamente porque se refieren a la esencia axiológica de la condición existencial del hombre en la tierra. Desde este punto de vista el agente de la salud, si es cristiano, esto es secuaz del Buen Samaritano, pero incluso si no es cristiano, es decir, secuaz del humanísimo "laico" Hipócrates, fácilmente entenderá que su profesión es una misión, una vocación. Su actividad médico-sanitaria constituye entonces una respuesta a una llamada trascendente que se delínea en el rostro sufriente e invocador del paciente que ha sido confiado a sus cuidados. Su amoroso cuidado a un enfermo, caracterizado por la simpatía y la empatía, se convierte en un servicio semejante a la narración de la parábola del Buen Samaritano y a lo que requiere el juramento del médico hipocrático. Es por esto que profesión, vocación y misión se encuentran en la figura de cada agente sanitario y a la luz de la visión cristiana de la vida y de la salud, este "es ministro de aquel Dios, que en la Escritura es presentado como «amante de la vida»10. Servir a la vida es servir a Dios en el hombre: volverse colaborador de Dios en la recuperación de la salud del cuerpo enfermo y dar alabanza y gloria a Dios en la acogida amorosa de la vida, sobre todo si está débil y enferma"11. No hay que maravillarse, pues, si la Iglesia "ha mirado siempre a la medicina como un soporte importante de la propia misión redentora cuando se confronta con el hombre. En efecto, en el servicio al espíritu del hombre no puede efectuarse plenamente, si no poniéndose como servicio a su unidad sicofísica. La Iglesia sabe bien que el mal físico aprisiona el espíritu, así como el mal del espíritu somete el cuerpo"12. La figura del agente sanitario es, y por consiguiente debería ser cada vez más, la imagen viva del Cristo-Buen Samaritano. "Médicos, enfermeros, los demás agentes de la salud, voluntarios, son llamados a ser la imagen viva de Cristo y de su Iglesia en el amor hacia los enfermos y los que sufren: testimonios del «evangelio de la vida»"13. 49 3. La fidelidad ético-moral frente a la sacralidad e inviolabilidad de la vida Una profesión, misión y vocación como la del agente sanitario requiere, obviamente, una sólida preparación y una continua formación ético-religiosa en materia moral en general y en materia de bioética en particular. Frente a casos clínicos cada vez más complejos, dadas las posibilidades biotecnológicas, todos los agentes sanitarios, pero particularmente los médicos no pueden y no deben ser dejados solos y con el peso de responsabilidades insostenibles. Sobre todo, si pensamos que muchas de estas posibilidades se encuentran aún en fase experimental y tienen una gran relevancia socio-sanitaria en el ámbito de la salud y de la sanidad14. Ciertamente está en juego la verdadera humanización de la ciencia y de la tecnología médica, es decir, incluso en el campo de la medicina se debe construir "la civilización del amor y de la vida, sin la cual la existencia de las personas y de la sociedad pierde su significado más auténticamente humano"15. Aquí está la principal intención de la presente Carta: garantizar la fidelidad ética del agente sanitario para que, en sus elecciones y en sus comportamientos al servicio de la vida, construya aquella civilización del amor y de la vida, auspiciada por el Autor de la Evangelium vitae. Es por esto que la Carta tiene en cuenta, como referencia de reflexiones ético-religiosas y pastorales, el camino de la existencia humana: el generar, el vivir, el morir16. 3.1 La responsabilidad frente a la dignidad de la procreación humana La generación de un nuevo ser humano es, al mismo tiempo, un acontecimiento humano y altamente religioso, en cuanto implica el amor unitivo de los cónyuges como gesto de colaboración con Dios Creador. De aquí resulta bien evidente que los agentes de la salud están llamados a ayudar a los cónyuges-padres "a procrear con responsabilidad, favoreciendo las DOLENTIUM HOMINUM 50 condiciones, removiendo las dificultades y tutelándola de un tecnicismo invasivo y no digno del procrear humano"17. En este servicio, la moral distingue justamente entre manipulación terapéutica y manipulación que altera el patrimonio genético humano. "Ninguna utilidad social o científica y ninguna razón ideológica podrán motivar jamás una intervención sobre el genoma humano que no sea terapéutico, es decir, ¡ que esté finalizado al desarrollo natural del ser humano!18. La razón de este "no absoluto" la encontramos en la dignidad misma de la procreación humana ya que el nuevo ser humano que nace de la unión conyugal "trae consigo al mundo una particular imagen y semejanza de Dios mismo: en la biología de la generación está inscrita la genealogía de la persona"19. La concepción y la generación de un nuevo ser humano no son un proyecto de las leyes de la biología, sino un acontecimiento de cooperación conyugal para la continuación de la creación divina. A este punto la Carta indica que la colaboración procreadora de parte de los cónyuges no es sólo el criterio de la diferencia antropológica y moral entre métodos naturales y medios artificiales, sino también el criterio de valoración en materia de procreación artificial. "La dignidad de la persona huma- na exige que ésta venga a la existencia como don de Dios y fruto del acto conyugal, propio y específico del amor unitivo y procreativo entre los esposos, acto que por su misma naturaleza resulta insustituible"20. Es por esto que es mucho más justo el llamamiento a la responsabilidad de parte de los agentes sanitarios para que favorezcan esta concepción humana y cristiana de la sexualidad, haciendo accesible a los cónyuges y en primer lugar a los jóvenes, los conocimientos necesarios para tener un comportamiento responsable y respetuoso de la dignidad peculiar de la sexualidad humana, en general, y del acto conyugal en particular21. Ante todo, los agentes sanitarios deberían ayudar a los cónyuges a captar la diferencia antropológica y moral entre asistencia natural y sustitución artificial en materia de procreación. En lo que se refiere a esta última, deberían poner en claro que es ilícita la fertilización in vitro con embryo trasfer no solamente heteróloga sino también homóloga. Obviamente este juicio moral concierne solamente a los modos de la fecundación y, de ninguna manera al ser humano en cuestión, que debe ser acogido siempre como don de Dios y educado con gran amor22. El servicio a la vida de los agentes sanitarios inicia, pues, promoviendo el máximo respeto por la originalidad del generar humano. 3.2 La responsabilidad de la salud y del vivir humano Bajo la sabia y amorosa protección de Dios, desde la fecundación comienza el maravilloso proceso de una nueva vida humana. A los agentes sanitarios y, en particular, a los ginecólogos y comadronas corresponde "vigilar con solicitud el admirable y misterioso proceso de la generación que se realiza en el seno materno, con el fin de seguirle el mormal desarrollo y de favorecerle el feliz éxito de dar a la luz la nueva criatura"23. Particularmente, deben recordar la especial dignidad de cada vida humana: la dignidad de persona, creada a imagen y semejanza de Dios. Los agentes sanitarios deben tener presente ante todo que cada persona es una unidad de cuerpo y alma, por lo que a a través del cuerpo se llega a la persona misma en su realidad concreta. "Cada intervención sobre el cuerpo humano no se limita solamente a los tejidos, órganos y sus funciones, sino que involucra también los diversos niveles de la persona misma"24. De esto se deduce que el cuerpo, al ser una realidad típicamente personal ya que revela a la persona en su relación Dios, con los demás y con el mundo, es fundamento y fuente de exigencia moral. No se puede disponer del cuerpo como si fuera un objeto propio, como una cosa o un instru- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO mento del cual somos propietarios y árbitros. Es por esto que no todo lo que es técnicamente posible puede ser considerado moralmente admisible25. La finalidad intrínseca de la profesión de los agentes sanitarios es la afirmación del derecho del hombre a su vida y a su dignidad. Les corresponde el deber, pues, de la tutela profiláctica y terapéutica de la salud y de la curación de la vida de las personas. "La enfermedad y el sufrimiento, en efecto, no son experiencias que pertenecen exclusivamente al substrato físico del hombre, sino al hombre en su inseguridad y en su unidad somático-espiritual"26. A este punto se plantea el problema de la imposibilidad de curar al enfermo. De manera que el agente sanitario está siempre obligado a practicar todos los cuidados proporcionados, pero puede interrumpir lícitamente los cuidados desproporcionados. Aquí es muy importante el problema de la humanización del dolor mediante la analgesia y la anestesia. Aunque para el cristiano el dolor tiene un elevado significado penitencial y salvífico, la misma caridad cristiana exige que los agentes sanitarios alivien el sufrimiento físico28. Es aquí que se plantea de manera urgente el problema del derecho fundamental del enfermo al cuidado pastoral y al sacramento de la Unción de los enfermos. Cada a- gente sanitario tiene el deber de crear las condiciones para que, a quien se lo pide, tanto expresa que implícitamente, se le asegure una adecuada asistencia religiosa. En efecto, "la experiencia enseña que el hombre, necesitado de asistencia, sea preventiva, sea terapéutica, manifiesta exigencias que van más allá de la patología orgánica que padece. El espera del médico no solamente un cuidado adecuado - tratamiento que, por lo demás, antes o después terminará fatalmente por revelarse insuficiente sino el apoyo humano de un hermano, que sepa participarle una visión de la vida, en la cual también encuentre su sentido el misterio del sufrimiento y de la muerte. ¿Y de dónde podría obtener, si no de la fe, tal pacífica respuesta a los interrogantes supremos de la existencia?"29. 3.3 Asistencia hasta el término natural Cuando las condiciones de salud se deterioran de manera irreversible y letal, es decir cuando el hombre entra en el estadio terminal de su existir terreno, los agentes sanitarios están llamados a proporcionar una asistencia especial al moribundo. "Nunca como en la proximidad de la muerte y en la muerte misma es preciso celebrar y exaltar la vida... La actitud frente al enfer- 51 mo terminal es frecuentemente la prueba clave del sentido de justicia y de caridad, de la nobleza de ánimo, de la responsabilidad y de la capacidad profesional de los agentes de la salud, comenzando por los médicos"30. Es el momento de sustraer el morir al fenómeno de la medicalización, que se ocupa particularmente del aspecto biofísico de la enfermedad. En esta fase, el primer cuidado es una presencia amorosa llena de atenciones y de cuidados, que infunden confianza y esperanza de manera que en vez del rechazo de la muerte tenga lugar su aceptación. Impotentes ante el misterio de la muerte, la fe cristiana es la única fuente de serenidad y de paz. Por tanto, el testimonio de fe y de esperanza en Cristo de parte del agente sanitario tiene un papel determinante. Realizar una presencia de fe y de esperanza es para los médicos y enfermeros la forma más elevada de humanización y de cristianización del morir. En el enfermo terminal, el derecho a la vida constituye un derecho a morir serenamente y con la máxima dignidad humana y cristiana. Este derecho excluye toda forma de obstinación terapéutica y, más aún, todo recurso para poner fin a la vida31. "La eutanasia transtorna la relación médico-paciente. De parte del paciente porque éste se relaciona al médico como a aquel que puede asegurarle la muerte. De parte del médico, porque ya DOLENTIUM HOMINUM 52 no es más absoluto garante de la vida: y de él el enfermo debe temer la muerte. El contacto médico-paciente es una relación de confianza de vida y como tal debe permanecer. La eutanasia es «un crimen» al que los agentes de la salud, garantes siempre y sólo de la vida, no pueden cooperar de ningún modo"32. Esto mismo vale para el aborto, incluso si el caso de la salud de la madre, del agravio de un hijo además, de una grave malformación fetal, de un embarazo originado por una violencia sexual implican bienes muy importantes. En efecto, la vida es un bien tan primario y tan fundamental para que podamos ponerla en comparación, de igualdad o hasta de inferioridad, con ciertos inconvenientes aunque fueren gravísimos33. A este punto la síntesis de la ética hipocrática y la moral cristiana es incontestable: tanto la ética hipocrática como la moral cristiana rechazan toda forma de aborto directo y de eutanasia directa sea activa o pasiva, porque se trata de un acto de supresión de la vida prenatal y de un acto homicida que ningún fin puede legitimar34. De aquí resulta la diversidad del derecho para morir con dignidad humana y cristiana. "Este es un derecho real y legítimo, que el personal de la salud está llamado a salvaguardar, cuidando al moribundo y aceptando el natural desenlace de la vida. Hay una diferencia radical entre «dar la muerte» y «consentir el morir»: el primero es un acto supresivo de la vida, el segundo es aceptarla hasta la muerte"35. Justamente en esta aceptación de la fin de la vida terrena, cada servidor fiel de la vida vigila sobre este cumplirse de la voluntad de Dios. De ningún modo se considera como árbitro de la muerte, así como de ninguna manera se considera, árbitro de la vida de alguien36. Antes bien, es entonces más que nunca consolador para el moribundo que el agente sanitario dé testimonio de que la plena participación a la vida divina es el fin al que el hombre que vive en este mundo está orientado y llamado. Es entonces más que nunca consolador hacer experimentar al enfermo terminal la presencia sacramental de Cristo, "Verbo de la vida", mediante la Unción de los En- fermos. "Todo hombre recibe ayuda para su salvación, si se siente fortalecido por la confianza en Dios y obtiene nueva fuerza contra las tentaciones del maligno y la ansiedad de la muerte"37. Esto mismo, y más aún, vale para el encuentro eucarístico como Viático del cuerpo y de la sangre de Cristo; según las mismas palabras de Cristo, la Eucaristía nos abre las puertas de la resurrección: "El que come mi carne y beve mi sangre tiene la vida eterna, y yo lo resuscitaré en el último día". ya no tiene más la dignidad de sujeto y no tiene el valor de fin de una persona viviente. El acto médico del transplante hace, pues, posible, el gesto de oblación del donador como don sincero de sí que de este modo expresa su esencial llamada humana y cristiana al amor y a la comunión40. Aquí es paradigmática la intención de toda la Carta de los Agentes Sanitarios sobre el servicio a la vida, esto es, responder a la llamada de Cristo: "Vade et fac similiter". P. BONIFACIO HONINGS, O.C.D Conclusión Espero haberles demostrado lo que escribe en el prefacio nuestro Presidente, el señor cardenal Fiorenzo Angelini, que ninguno de los complejos problemas, planteados por la inseparable relación que existe entre medicina y moral, puede considerarse actualmente como un terreno neutral frente a la ética hipocrática y a la moral cristiana. Por esto la Carta de los Agentes Sanitarios ha respetado rigurosamente la exigencia de ofrecer una síntesis orgánica y completa de la Iglesia, arrancando de Pío XII, sobre todo lo que se refiere a la afirmación, en campo sanitario, del valor primario y fundamental de la vida de cada ser humano desde su concepción hasta su muerte natural38. Concluyo poniendo a propósito una particular atención al progreso y a la difusión de la medicina y de la cirugía de los trasplantes que permiten el cuidado y la sanación de muchos enfermos que hasta hace poco sólo podían ser terminales. Se trata de un desafío para amar, de manera completamente nueva, al prójimo por medio de la donación de órganos para que este siga viviendo. La extracción de órganos en los trasplantes homoplásticos naturalmente debe realizarse dentro de los límites que pone la misma naturaleza humana, de donador vivo o cadáver39. En el primer caso la extracción es lícita siempre que se trate de órganos cuya resección no implica una grave e irreparable disminución para el donador. En el segundo caso hay que respetar siempre el cadáver como cadáver humano, incluso si Miembro de la Pontificia Academia para la Vida Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe y del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios Notas Génesis 2, 7; cf. Ibid. 2, 5-6. Catecismo de la Iglesia Católica, 366; en adelante citaré CIC. 3 Job 34, 14-15. 4 Ezequiel 37, 14. 5 JUAN PABLO II, Evangelium vitae 53; en adelante citaré EV. 6 Cf. Ibidem. 7 FIORENZO ANGELINI, Quel soffio sulla creta (El soplo sobre el barro), Roma 1990, p. 377-378. 8 PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PASTORAL DE LOS AGENTES SANITARIOS, Carta de los Agentes sanitarios, Ciudad del Vaticano 1995, Primera edición, n. 1; en adelante citaré, Carta. 9 Carta, 2. 10 Sab 11, 26. 11 Cf. Carta, 4. 12 Carta, 5. 13 Citado en Carta, 5. 14 Cf. Carta, 8. 15 EV, 27, citado en Carta, 9. 16 Cf. Carta, 10. 17 Carta, 11. 18 JUAN PABLO II, A la Unión Juristas Católicos Italianos, 5 de diciembre de 1987, en Insegnamenti X/3 (1987) 1295, citado en Carta, 13. 19 Carta, 15. 20 Carta, 22. 21 Cf. Carta, 20-23. 22 Cf. Carta, 24-30. 23 Carta, 36 24 Carta, 40. 25 Cf. Carta, 44. 26 Carta, 53. 27 Cf. Carta, 64-45. 28 Cf. Carta, 68-71. 29 JUAN PABLO II, Al Congreso Mundial de Médicos católicos, 3 de octubre de 1982, en Insegnamenti V/3, 1982, p. 675, n. 6, citado en la Carta, nota 212. 30 Carta, 115. 31 Cf. Carta, 119; 147-148. 32 Carta, 150. 33 Cf. Carta, 141. 34 Cf. Carta, 139; 147. 35 Carta, 148. 36 Cf. Carta, 114. 37 Carta, 111. 38 Cf. Carta, p. 5. 39 Cf. Carta, 86-91. 1 2 VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 53 JOHN O’CONNOR Curar las heridas: los “Rachel Groups” Permítanme iniciar leyendo dos cartas. La primera ha sido dirigida al sacerdote que tiene a su cargo nuestro movimiento arquidiocesano "Project Rachel"; la segunda la han dirigido a mi persona. "He deseado dirigirle la presente desde el encuentro que tuve con usted en diciembre último. Un amigo me ha hablado del Project Rachel...; este amigo está muy comprometido en el movimiento anti-aborto, donde ofrece sus servicios. Con la presente deseo darle las "gracias". No se porque es tan difícil expresar el profundo efecto que el encuentro ha tenido en mí. Las palabras no me parecen adecuadas para expresar mi gratitud. He combatido por mucho tiempo con las consecuencias de mi aborto. Las tentativas hasta ahora realizadas para poner mi ánimo en paz no habían tenido éxito. Lo diferente en esta ocasión ha sido la absoluta y completa toma de conciencia del niño asesinado. Que no era solamente "un pedacito de tejido" o "una bolsa de sangre" que había dejado de existir. Gran parte del dolor que he experimentado en estos años ha sido por este ser humano no nacido, rechazado y desconocido. De manera que cuando usted me ha dicho: "Puedes darle un nombre a tu niño", algo ha cambiado en mí. No olvidaré nunca esas palabras, porque poco después él se ha vuelto un niño, recuperado del tacho de la basura en el que tan brutalmente había sido arrojado. Gracias por haberlo reconocido, por haberme ayudado a encontrarlo, por haberle restituido la dignidad que yo le había negado. Ahora puedo estar más tranquila conmigo misma, sabiendo que él ha sido le- vantado de los abismos hasta ser colocado amorosamente en las manos de Dios. Lo he llamado Mateo José. Espero que usted rezará por él. Además, tengo que agradecerle por otra cosa. Gracias por haber representado tan bien a Jesucristo en mí". He aquí la segunda: "Acabo de fercuentar el servicio "At peace with the Unborn" (En paz con el no-nacido) que ha tenido lugar en nuestra iglesia. Es increíble el sentido de paz que hay ahora en mi corazón. La angustia y el sentimiento de opresión que me han acompañado por muchos años han desaparecido. ¡Se ha tratado de un servicio muy hermoso y muy significativo! Ruego para que este servicio esté al alcance de todas las mujeres que tienen necesidad. Gracias por habernos ofrecido esta ocasión. Le saludo atentamente. Una católica que regresa a casa". Se trata de un resumen sincero y no dramático de un esfuerzo realizado para responder a las múltiples tragedias que son la consecuencia de un aborto. El horror del aborto en sí va más allá del "drama". Actualmente en los Estados Unidos, a partir de la infame norma establecida por la Corte Suprema Roe v. Wade, de 1973, cada año son eliminados aproximadamente 1'500,000 niños no nacidos. El cálculo total a partir de 1973 es de más de 30'000,000 de niños. La potencia destructora de cada aborto no permite el cálculo en términos de vidas humanas del grande número de madres, padres, hermanos, abortistas y sus asistentes implicados. Solamente muere el ni- ño. La madre y los demás a menudo viven o tratan de vivir debatiéndose entre sentidos de culpa, tormentos, modelos normales de comportamiento transformados en su contrario. Algunos, creyéndose excluidos para siempre de la redención, entran en un círculo vicioso hecho de promiscuidad, embarazos, abortos, y abandono de la fe; si son católicos, no van a la Misa y no reciben los Sacramentos, pues se creen indignos del perdón que se les ha proporcionado en el confesionario. Reconociendo que muchos abortos son el resultado del temor, de la pobreza, o de la incapacidad de encontrar ayuda, el 15 de octubre de 1984, en la Arquidiócesis de Nueva York he anunciado que toda mujer de cualquier raza o religión, proveniente de cualquier país, encontrándose en espera de un niño podía venir a mí: le habríamos asegurado cuidados médicos gratuitos, hospitalización y asistencia legal, además que aconsejarla y ayudarla a tener al niño o permitir que sea adoptado. He repetido este ofrecimiento muchas veces. Miles de mujeres han respondido; sus niños han sido salvados, sus mismas vidas han quedado relativamente íntegras. Pero este esfuerzo para prevenir los abortos obviamente no es retroactivo. Para los que ya han sufrido a causa de un aborto nosotros ofrecemos el "Project Rachel", nombre tomado del texto del Evangelio: "Raquel llora a sus hijos, y no se quiere consolar, pues ya no existen" (Mt 2, 18). Ellos tienen una profunda necesidad de cuidados. El Projet Rachel es un ministerio de la Oficina Arquidiocesana para la Familia y el Respeto de la DOLENTIUM HOMINUM 54 Vida. Sacerdotes, siquiatras y sicólogos formados con esta finalidad, proporcionan consejos de tipo individual, espiritual y sicológico, así como también una reconciliación sacramental para las mujeres (esposas y amigas) que han sufrido el drama del aborto. Cada caso es diferente del otro; a veces los sacerdotes y los consultores profesionales trabajan en tandem, a veces individualmente. Las personas llegan al centro enviadas por los sacerdotes de las parro- llos no volverán a caer en el futuro. El Project Rachel ha sido llevado a otro nivel a través de un proyecto desarrollado recientemente y que se ha revelado muy gratificante, el proyecto denominado "At Peace With the Unborn". At Peace With the Unborn es un programa elaborado por la Oficina Arquidiocesana para la Familia y el Respeto de la Vida, que ofrece servicios de oración y de reconciliación a nivel regional y municipal, destinados a quienes han sufri- liación. Aproximadamente 500 mujeres por año gozan de este programa que, desde cuando ha tenido lugar, en 1989 (las cifras registradas han sido constantes), ha servido a aproximadamente 3,500 mujeres. Una dimensión especial de At Peace With Unborn es el hecho que este programa de orientación espiritual, ha atraido a un número importante de mujeres que no han pasado por la experiencia del aborto sino que han tenido un aborto quias, por los directores y consultores de las escuelas superiores y por los capellanes de las universidades. La oficina del Projec Rachel recibe un promedio de 4-6 personas por semana (aproximadamente 250 al año). De todos modos, la mujer es asignada a un sacerdote o a un consultor profesional para que sea asistida individualmente. Desde cuando el Project Rachel obra en muchas diócesis de los Estados Unidos, miles y miles de mujeres, y a menudo también los que son responsables de sus embarazos y de sus abortos, han encontrado la paz - a menudo ese tipo de paz espiritual que nunca habían experimentado antes. Asimismo, ciertamente es casi seguro que e- do el drama de un aborto. A menudo las madres están acompañadas por los esposos, por los padres y por los amigos, que consideran que han tenido un "papel" en el aborto. En el contexto de las Sagradas Escrituras, de la oración, del testimonio personal y de la confesión sacramental, las personas experimentan la recuperación sicológica y espiritual con Dios, con la Iglesia y consigo mismas. Este programa ha demostrado ser un testimonio real del poder curativo de Cristo y sirve también como fuente de evangelización para quienes han abandonado a la Iglesia después del aborto. Cada año se lleva adelante diez programas regionales de reconci- natural. Muchos de nosotros ha palpado que un gran número de mujeres ha llevado durante muchos años cicatrices espirituales y emotivas como consecuencia de un aborto. No es raro que estas mujeres crean que un aborto sea un castigo de Dios por un pecado cometido tiempo atrás. Su sentido de culpa es a menudo insoportable, no solamente a causa del pecado cometido o imaginado, sino porque ahora creen que son "responsables" de la muerte de un niño, no obstante hayan deseado desesperadamente que el niño viviese y naciera sano. Antes de concluir, no puedo dejar de referirme a una comunidad religiosa de mujeres fundada recientemente, las "Sisters of Life" VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 55 (Hermanas de la Vida), como otro instrumento nuestro para ayudar a las mujeres que han sufrido por el aborto para que recojan los pedazos de su existencia destruida. Desde el inicio, el carisma de esta comunidad consiste en la inviolabilidad de la vida humana. Hacen los votos de pobreza, castidad y obediencia, además de un cuarto voto: dedicarse a mantener y acrecentar la vida humana, y de manera particular ocuparse de los niños no nacidos y de sus madres. Ellas der afrontar el mundo externo. De este modo las Sister of Life consolidan ya sea el Project Rachel que el programa At Peace With the Unborn, incorporándolos ambos en su vida hecha de oración y de amor. No puedo dejar de subrayar el hecho que, no obstante sean útiles estos consejos y estos apoyos de tipo médico, siquiátrico, sicológico o terapéutico (y siendo diplomado en Clínica Sicológica puedo valorar estos esfuerzos), las heridas es- na fuerza cualquiera, pero que se convierte en un cáncer del alma. La madre que ha asesinado a su hijo, por cualquier motivo o porque estaba desorientada o sometida a presión, tiene una gran necesidad de convencerse, más que cualquier otro en el mundo, que ha sido perdonada, no por un consultor o por sí misma, sino por Dios. Estas madres deben creer que no obstante ello Dios las ama incluso, en un sentido profundamente misterioso, también en razón de su debilidad. llevan una vida contemplativa y apostólica; mitad de ella la pasan en la oración y la otra mitad en el trabajo, como prolongación de la oración. Las Sisters of Life ya se están ocupando, aunque todavía en pequeña parte, de las mujeres embarazadas, pero nuestro objetivo es el de abrir un centro de acogida más grande para las mujeres en estado interesante que están tentadas de abortar y para las mujeres que ya han sufrido la tragedia de uno o más abortos. Ellas pueden permanencer en el centro de acogida en una atmósfera de oración y de amor hasta el nacimiento del niño o, en el caso de quienes han sufrido un aborto, hasta que no se encuentren nuevamente en grado de po- pirituales de un aborto inciden profundamente. Descritos en una breve ponencia como puede ser la presente, los programas de apoyo para la prevención del aborto y para el periódo que sigue un aborto, parecen más bien esfuerzos organizados mecánica y programáticamente para la reconstrucción social. El problema de cada aborto es que incide profunda e inevitablemente en una persona, que no entra en un esquema o en una categoría. Si de alguna manera ella ha tenido una chispa de fe, de convicción religiosa y de educación moral, se siente apesadumbrada por el sentido de culpa, una culpa que puede ser empujada hacia las profundidades del inconsciente por u- Ellas deben verse junto con María a los pies de la Cruz, uniendo la crucifixión del propio hijo con la del Hijo de María. Ellas deben saber que habiendo compartido esta crucifixión, comparten su perdón y que es a cada una de ellas que El habla cuando grita al Padre: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen". Deben saber que es a cada una de ellas que El ha prometido desde la Cruz: "Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso". Es esta la esperanza, el objetivo luminoso, la oración ardiente del Project Rachel. Cardenal JOHN O'CONNOR Arzobispo de Nueva York, Miembro del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios DOLENTIUM HOMINUM 56 JEAN-MARIE MEYER El carácter sagrado de la vida en la filosofía pagana Antes de decir en qué reside el carácter sagrado de la vida en la filosofía pagana, permitidme delimitar con precisión el campo de mi estudio. "De nominibus non curat Sapiens" se acostumbraba a decir en Roma hace algunos siglos. El filósofo que soy aquí, en Roma, no goza hoy de tal prerrogativa. Efectivamente, es esencial entender bien qué buscamos. 1. Lo sagrado: religión y filosofía La vida, el amor y la muerte siempre han sido aprehendidos por las religiones del mundo como relaciones del hombre -del homo religiosus- con cuanto lo transciende. Esos tres aspectos fundamentales de la existencia nunca han sido percibidos como puramente profanos. La antropología religiosa de los últimos cien años ha mostrado -fuera de toda posible duda- que desde el alba de la humanidad, en los ritos funerarios, vida y muerte son pensadas, vividas o celebradas por la comunidad de los hombres como la ocasión de entrar en contacto con Dios o con los dioses, contacto que transfigura las realidades humanas, dándoles algo de divino, de sagrado. Desde el punto de vista de las religiones naturales, hablar del carácter sagrado de la vida no tiene nada de problemático. Es el enunciado de un hecho. Todo se complica cuando la filosofía entra en escena. Conoceis como yo el destino de esta extraña disciplina practicada primero por los griegos y que debe su supervivencia en el mundo moderno a los romanos y a los árabes. Acerca de este programa filosófico, el inimitable Virgilio ha dicho lo esencial: se trata, en efecto, de "rerum cognoscere causas". En cuanto a los árabes, gracias a sus traductores la mayor parte de las obras de los filósofos griegos han llegado a nosotros. ¿Qué nos han mostrado y enseñado estos filósofos? Ante todo esto: que, salvo la revelación -efectivamente hablo de la filosofía pagana- los hombres son, en el mejor caso, amantes de la sabiduría -precisamente filósofosy no sabios. La máxima en este punto, Grecia, queda aparte del resto del mundo. La China y la India, por ejemplo, poseen sabidurías -y bien profundas- pero no poseen una filosofía propiamente dicha. El famoso "rerum cognoscere causas" de que habló Virgilio, designa efectivamente el objetivo propio del filósofo. Para hacerlo, el filósofo debe distanciarse del mito, aceptar el embarazo de la inteligencia frente al ser de las cosas y decirse a si mismo -siguiendo el dictado de la experiencia- cómo progresivamente el hombre entra en la verdad. Este camino lleva a la filosofía a ocupar un puesto entre lo que lla- mamos ciencia y religión. Como la primera, la filosofía quiere ser búsqueda objetiva y metódica; y como la segunda, quiere sondear el misterio del hombre, recuperar del abismo algunas luces inteligibles, respetuosa de la sociedad de los hombres pero convencida de que los dioses de la Ciudad no pueden agotar el sentido religioso de la Naturaleza. No es, por lo tanto, casual el que los filósofos paganos se hayan encontrado a veces frente a la hostilidad de sus conciudadanos. Sócrates no era ni ateo ni irreligioso. Sólo trataba de mostrar a los atenienses que el filósofo rinde un servicio a la ciudad mediante el don de su vida al servicio de la verdad. Es verdad que corría el rumor: el filósofo no reverencia como se debe ni lo divino del cosmos ni nuestros dioses. De hecho, para Sócrates lo esencial no estaba en las estrellas. Era en el corazón de las personas en sus decisiones libres- donde se representaba el sentido último de la existencia y donde debía revelarse lo que hay de sagrado en la vida: la alianza del hombre con la Justicia transcendente. En el fondo, comprendeis ahora el punto de desacuerdo -o, en todo caso, la diferencia- entre las religiones naturales y la filosofía griega: esta última trataba de pensar la originalidad de la persona humana. Así que era necesario distinguirla del Cosmos; pero entonces el carácter sagrado de la vida debía a su vez ser redescubierto en otra perspectiva, lo que ahora tenemos que poner en claro. 2. Lo sagrado y lo irreductible en el hombre Propongo la siguiente tesis: la filosofía pagana -en el caso, la de A- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO ristóteles- descubre de nuevo lo sagrado en dos direcciones diferentes que a su vez respetan y dilatan la relación del hombre con lo que lo supera. a) Ante todo el hombre es trasladado hacia su origen y ahí se presenta lo sagrado. Aristóteles, en efecto, tan atento a comprender la animalidad del hombre y a situar al hombre en el cosmos, indica en una célebre página del tratado sobre la Generación de los animales que en el embrión sólo la inteligencia viene "del exterior" y que, en consecuencia, sólo ella es divina en sentido extricto. En efecto, su actividad no es la del cuerpo. Aunque el alma sea una realidad natural y por lo tanto intrínseca al ser viviente, la inteligencia no procede del interior, sino del exterior del hombre. La consecuencia es inmensa: lo que constituye la originalidad y la unidad del hombre no es reductible a la naturaleza. En el corazón mismo de su ser se encuentra algo más y mejor que lo biológico. La inteligencia sitúa, pues, al hombre en los confines de lo material y lo espiritual y si la filosofía debe permanecer sobria en cuanto al origen de ese intelecto, el filósofo debe constantemente reactivar la sorpresa ante el hombre. En realidad el hombre no puede definirse por la adaptación a la naturaleza, porque desde su origen está atravesado por una capacidad que inscribe en él un destino más alto. El hombre está a la vez en la naturaleza y por encima de ella. Por ello su condición no es cómoda: el cielo estrellado, por espléndido que sea, no le basta y si los sabios buscan a Dios observando el cielo, por un retorno a los espacios infinitos del alma humana el filósofo redescubre lo sagrado. Así pues, no basta hacer del hombre un pequeño mundo (microcosmo) bien ajustado al grande (macrocosmo). Si el cuerpo humano es sensible, posee la sensibilidad en un grado que ningún otro animal posee. Más que ningún otro puede sentir, ser afectado, en una palabra, sufrir. Tal es, por lo demás, la gran perspectiva de la tragedia griega: el conocimiento es dado por la experiencia de la vida y la vulnerabilidad de nuestro cuerpo es la condición de todo progreso espiritual. Esquilo tenía en su mente tal percepción cuando resumía en una frase la gran sabiduría trágica: ¡Es sufriendo como se aprende! Sobre otro registro, Aristóteles interpreta la existencia de la mano como la traducción, la inscripción en la carne, de la potencia de la inteligencia. Si el hombre tiene manos -esos instrumentos universales- es porque piensa, es decir, supera sus sensaciones. En consecuencia, la inteligencia viene del exterior de la naturaleza, gobierna la materia y permite al cuerpo participar a su modo del poder del espíritu. El enigma está alojado en lo más hondo del hombre e irradia hasta en su rostro y en sus manos. En resumen, lo que me da ser lo que soy viene de algo más alto que yo y el secreto de mi ser transciende la naturaleza. b) Heredero de una civilización heróica, Aristóteles desarrolla en su ética una concepción profunda y bella del acto humano. Una paradoja atraviesa, según él, toda nuestra vida: el ser mortal que somos, puede en su obrar hacer algo definitivo y aspirar a la inmortalidad. Ciertamente las ciudades griegas conocían y frecuentaban la inmortalidad del héroe. En él reconocía cada uno la imagen del buen ciudadano. Sin embargo los filósofos Platón y Aristóteles- quieren algo más y mejor. Para ellos se trata de descubrir "la virtud propia del hombre y del ciudadano" (Apología de Sócrates). Es necesario igualmente "inmortalizarse" (Etica a Nicómaco, libro X). ¿Qué significa esto? Puede ser que cada hombre, llegando al cabo de si mismo, descubra la 57 verdad sobre el hombre. Pero no basta adaptarse para conseguirlo. Esta es la razón de que Pericles no sea el producto de una ciudad, sino un modelo a la vez único y universal de hombre político. Habiendo amado y servido a su ciudad, ha desvelado de manera definitiva y universal la verdad del hombre comprometido en la Ciudad. Pero entonces ese ejemplo de política se desdobla en una lección de ética y de metafísica porque lo que sucede en la vida humana supera sea la ciudad sea el plano biológico. En el acto que realmente compromete a la persona, resuena, más allá del tiempo, el acuerdo entre el ahora y el siempre, y ese acuerdo tiene algo de sagrado. En fin, lo sagrado de la vida se nos ha presentado en un doble aspecto. Como el origen de donde emerge la inteligencia que interroga al mundo. Como el término del hombre cuando la vida individual adquiere en su plenitud su valor definitivo. Por lo demás, no creo que exista en la filosofía pagana un texto que lo manifieste totalmente con sólo los recursos del concepto. Por eso para ahondar y precisar ese punto, dejaré la palabra a otras voces que no son las de los filósofos habitualmente reconocidos como tales. 3. El Mensaje de Antígona: lo sagrado de la vida El gran Sófocles nos ha propuesto en su Antígona más que un mensaje, una vibrante meditación un grito- sobre los lugares sagrados que, más allá de la muerte, unen entre sí a todos los hombres. Polinices, el hermano muerto en la lucha contra la Ciudad, ve rechazados por Creonte los ritos fúnebres. Sólo Antígona se niega a aceptar los decretos del tirano de Tebas y cumple los ritos en plena conciencia. Por haber osado desobedecer, ella misma será condenada a ser murada viva. Habreis comprendido que nos hallamos en el corazón de nuestro tema. Su gesto tiene algo de sagrado y Antígona, con su extraña muerte, nos habla de la vida. A fin de concretar todo esto, me conformaré con poner a la luz algunos aspectos de la admirable tragedia de Sófocles. En primer lugar, la hero- DOLENTIUM HOMINUM 58 ína es una mujer, lo que no deja de sorprender si uno recuerda el modesto papel de las mujeres en la Ciudad antigua. Es verdad que las esposas participaban en los ritos familiares en compañía de sus maridos. Pero fuera de las paredes de su casa, especialmente en Grecia, la mujer seguía siendo, políticamente, una menor. Esto pone más de relieve la inaudita fuerza de ánimo de Antígona, que cumple su servicio religioso cueste lo que cueste y no se inhibe por razones de conveniencia social. Pero me parece que tenemos que ir más lejos en el análisis. El gesto de Antígona parece, a primera vista, poner en tela de juicio el orden social tebano. Y por esto se plantea un nuevo problema: ¿qué concepto se hace Antígona de lo sagrado para desafiar así la prohibición social? ¿No es la Ciudad Antigua insolublemente una asociación política y religiosa? Comprometer la primera, ¿no hace gravemente frágil la segunda? Antígona toma una decisión con incomparable claridad. Ciertamente los ritos tienen un significado social y participan por su parte en tejer lazos entre los vivos y los muertos. Tienen, por lo tanto, para la poca de Antígona un evidente significado político. Mas precisamente por esa razón es necesario ligarlos a la Justicia o, para repetir la admirable expresión del coro, lo propio del hombre será "injertar las leyes de la tierra en la Justicia eterna". Por lo tanto, a la sombra de la Justicia hay que juzgar el rito, sin lo cual se convierte también en un decreto arbitrario, como los de Creonte. Sin la Justicia, la religión no es más que un conjunto de ritos sin alma y sin alcance. Pero semejante religión no permitiría a Antígona ni respetar las leyes justas, ni menos aún amar verdaderamente a su hermano. Y sobre este punto también la infortunada heroína domina desde un puesto muy alto los espíritus de su tiempo. Para Creonte, la situación es clara: Eteocles ha muerto defendiendo la Ciudad, Polinices combatiéndola. El primero es un héroe y el segundo un enemigo. Para Antígona, en cambio, la muerte pone fin al antagonismo y su lucidez entrevé, más allá de la muerte, a los hermanos reconciliados. Es cierto que la Ciu- dad es importante, pero las Ciudades son de aquí abajo y no cierran para el espíritu el horizonte celeste. Más allá del límite impuesto por un tiempo y por una ciudad, Antígona percibe que un hermano es un hermano. Y al precio de su vida transmite este mensaje. "Antígona del alma de Luz, Antígona de los ojos viola", decía d'Annunzio en 1904. Yo veo algo sagrado en el gesto de Antígona. Su sacrificio responde al sacrilegio cometido por Creonte. En este descenso al sepulcro, Antígona nos muestra una confianza inaudita en el valor de la vida justa, vida que desafía constantemente a la muerte. El desafío nos lleva aquí en una doble dirección: primero existencial puesto que la mujer justa se encuentra frente a la muerte que la amenaza, pero también metafísica, porque Antígona sabe que hay en su acto y en su ser algo que no puede morir, sobre lo que la muerte, desde siempre, nada puede. No creamos que la distancia temporal entre Antígona y nosotros impida a su mensaje llegar al tiempo presente. Existe una perenne grandeza en el servicio a los muertos y la religiosa Antígona es -creo- un testigo y tal vez una educadora de la conciencia universal. 4. Conclusión En el corazón mismo de lo sagrado antiguo, a la vez político y religioso, esta mujer -porque amabaha revelado que hay en el hombre algo de irreductible, sea a la naturaleza (cosmos), sea a la Ciudad (polis). También ha hecho ver que lo irreductible une, si se ama, a vivos y muertos. Pero aún ha hecho más. Ha mostrado con la elocuencia del gesto trágico que el hombre debe situarse en la naturaleza y en la Ciudad, gracias a lo mismo que las supera. Tal vez esto sea una "locura", como dice Ismene, la hermana temerosa, pero -y todo está ahí- Antígona sabe amar a los que ama ("Antígona",verso 101). No era posible mostrar mejor que con los rasgos de Antígona hasta qué punto la debilidad, la fragilidad del hombre, oculta en el amor una inconmensurable grandeza. Sófocles nos lo ha hecho ver dándonos su Antígona. Como indica felizmente Hofmannsthal: "Ich bin der Schwesterlichen Seele nah, ganz nah, die Zeit versank, von den Abgründen des Lebens sind die Schleier weggezogen..." (Estoy cerca del alma hermana, lo más cerca, el tiempo ya no existe, de los abismos de la vida se han quitado los velos...) Ciertamente Antígona es mortal: ella lo sabe y lo dice. Pero mide igualmente las consecuencias de sus actos. Hubiera podido aceptar el amor humano y su felicidad, pero como otras en otros tiempos, está requerida por una obediencia que la lleva más lejos. Por eso el poeta Swinburne la hace hablar así a los ancianos de Tebas: "People, old men of my city, lordly wise and hoar of head, I, a spuoseless bride and crownless, but with garlands of the dead, from the fruitful light turn silent to my dark unchilded bed" (Pueblo de mi ciudad, ancianos, sabios señores de blanca cabeza, yo, prometida sin esposo, sin corona, pero con guirnaldas de muerte en la cabeza, abandono la luz fecunda y camino silenciosa hacia mi lecho tenebroso, sin hijo). Este descenso a la tumba tiene algo de sagrado porque bien percibimos que se trata de un cambio con su hermano y del don definitivo de lo que ella es. Ha recibido su vida de su raza y de su Ciudad. ¿Qué va a hacer? ¿Qué deberá hacer? La sabiduría inmemorial de los hombres le permite saber que toda vida no es más que un soplo y que el Hades dirá la última palabra. Pero eso no es lo esencial. En un fragmento de tiempo y de espacio, durante esta brevísima vida, el filósofo pagano ha visto que determinaba para los mortales su relación con lo divino. "Entre tantas maravillas del mundo, la maravilla más grande es el hombre" exclama el coro de Antígona. A favor de un acto de piedad, contemplando a la frágil Antígona, Sófocles ha expresado el valor de la vida. Antes de que llegara el silencio de la muerte ha visto brillar, como un relámpago, la luz definitiva de la Justicia. Prof. JEAN-MARIE MEYER Agregado de Filosofía, París Profesor en la Facultad de Filosofía Comparada de París (Francia) VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 59 LUIGI MARIA VERZÉ La religiosidad de la medicina El argumento que se me ha encomendado "La religiosidad de la Medicina", en el marco del tema general de esta X Conferencia Internacional que lleva el título de "Vade et tu fac similiter: de Hipócrates al buen Samaritano" abarca dos puntos fijos que abordaré en mi breve ponencia. Además, me induce a una reflexión que representa mi honesto testimonio de cultura y experiencia: una verdadera medicina, hoy como en el pasado, con sus contenidos de tecnología y ciencia, no puede ignorar el hecho de que el hombre y su vida pertenecen a Dios, un Dios que ha dejado su huella viva en el hombre, hecho a su imagen y semejanza. De ello se desprende que la acción dirigida al "bien-estar" del hombre resulta eficaz si se le considera en cuanto ser integral, es decir una entidad bio-sico-espiritual. Una identidad, por lo tanto, sagrada y, en lo colectivo, una intersubjetividad sagrada que la χρισισ o encontrarse mal, (es un término hipocrático), lejos de mitigar, resalta con mayor contundencia. Me refiero al hecho de que hoy, más que nunca, una mera y simplista materialización mecanicista de la medicina resulta totalmente irreal. Si el hombre no es considerado, sobre todo por el médico, como una entidad orgánica viva, que lleva en sí mismo a Dios y a todo el universo, queda aniquilado y, con él, la medicina vuelve a seguir el camino de un nuevo tipo de empirismo, lo cual menoscaba su fascinación de arte, al resultar fraccionado su contenido científico, que es biológico, sicológico-intelectual y espiritual al mismo tiempo. No es lo mismo tener por el hombre una gran, pero general, consideración, que contemplarlo como una obra de arte de Dios, que lleva en sí mismo una particula divinae animae, como decía Cicerón. La visión organizativa y tecnológica de la medicina no modifica su religiosidad, es más la intensifica si reconoce en el hombre su valor orgánico y global. Todo se ha hecho para el hombre y todas las leyes del universo confirman y refuerzan su valor supremo. En virtud de todo ello, la Medicina no es sólo ars sacra sino, en cuanto tal, la encrucijada del saber científico, filosófico, teológico, es decir de toda la cultura. La medicina, por lo tanto, no es tan sólo un acto entre médico y enfermo, sobre todo si salud no significa ausencia de enfermedad, sino salud perfecta, es decir equilibrio eucrásico entre todos los componentes del hombre: su estado físico, la serenidad sicológica, su vida espiritual. Eυχρασια y δισχρασια forman parte de la epistemiología hipocrática referida a los componentes fisícos del hombre, como se consideraban en aquel entonces. Hoy se ha demostrado que solamente la integración entre materia, entendimiento y espíritu permite considerar al hombre no sólo como un conjunto de órganos, lo cual abre un inmenso espacio de elevación para el médico que, por encima de su estrategia tecnocrática, adquiere validez en cuanto sujeto; una sublimidad mucho más sólida, deseable y satisfactoria que el mero resultado experto e inmediato. A Hipócrates la historia reconoce el mérito de haber liberado la medicina del concepto teúrgico de la escuela de Asclepios, o teocrático-judía o inspirada en el egipcio Osiris (el pescador de almas), cuya escuela tuvo un gran campeón en Himnotep, gran Visir del Faraón Soser, arquitecto, médico, sacerdote divinizado por sus méritos terapéuticos por la refinada civilización egipcia, que aunó con raro esplendor arte, riqueza, medicina y relación con lo divino. Hipócrates ajustó el arte médico al concepto filosófico griego de causa y efecto, sin concederse ni al sofismo, ni al empirismo. Pero en realidad, la escuela de Kos, fundada por Hipócrates en el santuario-hospital de Asclepios, tuvo el grandísimo mérito de centrar la atención alrededor del valor "persona", además que en la racionalidad, a diferencia de la escuela de Knido, cuya propensión era privilegiar el estudio de la enfermedad independientemente del individuo, una orientación que ha penalizado la medicina a partir de Hipócrates hasta la actualidad. Creo que, por lo tanto, Hipócrates, lejos de substituir la ciencia médica al elemento sagrado que radica en la enfermedad y en la cura, como se mantenía en épocas anteriores, añadió la importantísima atención por el valor persona y por las leyes de la naturaleza creada por Dios, que él, "periodeuta" o itinerante, iba estudiando de región en región. El hilo conductor del Corpus Hippocraticum es, por lo tanto, la centralidad del hombre, el fundamento de la deontología, que yo llamaría "imperativo de la responsabilidad"; un avance enorme con respecto al códice de la piedra de Hammurabi, rico en tarifas para las prestaciones y disuasivo para los errores médicos. Así comienza el juramento de Hipócrates: "Juro por Apolo médico y Asclepios e Igiea y Panacea y DOLENTIUM HOMINUM 60 por todos los dioses y todas las diosas, llamándoles por testigo [...] regularé el nivel de vida para el bien de los enfermos [...] iré a cualquier casa, entraré en ella para el alivio de los enfermos [...] callaré sobre la vida de los hombres [...] considerándolo un secreto." Todo ello con el bagaje de cultura y sabiduría médica del cual Hipócrates, contemporáneo de Sócrates, Platón y sobre todo Péricles, fue y sigue siendo campeón aristocrático. Creo que es suficiente para justificar el nexo entre el Buen Samaritano e Hipócrates. El Samaritano, en efecto, no está condicionado en absoluto por la clase o las convicciones religiosas, ni recurre a mediaciones de cultos paganos. Lo que hace es seguir lo que le impone la razón y su responsabilidad solidaria, de sujeto a sujeto, es decir de prójimo a prójimo. Él también está convencido de que el "valor hombre" va más allá de la discriminación racista, y lo destina, con todas sus pertenencias, bolsa incluida, a la salvación de ese valor: el hombre. El pacto de Hipócrates es Medicina-arte en el marco de la dimensión "hombre"; un arte que se aprende y se transmite, regulada en sus contenidos operativos que le otorgan un carácter sagrado. Mucho más que la mera motivación antropológica. El valor "hombre" se puede salvar solamente cotejándolo con Dios. Quien ha dictado la normativa aplicada por el Samaritano ha establecido su alcance cotejándose con el hombre, el mismo Dios, que se hizo carne humana, y pronunciando el maravilloso reglamento básico de toda ética y toda deontología profesional: "amaos los unos a los otors como yo (Dios-hombre) os he amado". Una medida infinitamente más amplia que el precepto levítico "amarás a tu prójimo como a tí mismo". En esta medida cabe toda nuestra ciencia médica, que estudia las combinaciones entre células, moléculas, proteínas y genes. Cabe toda nuestra tecnología cada vez más avanzada. Cabe la necesidad moderna de una verdadera humanización de la medicina y aún queda sitio para una medicina que atraiga hacia sí misma todos los componentes, que valore al hombre en cuanto cuerpo, entendimiento y alma perfectamente eucrásicos, como lo pensó y lo quiso Dios desde el principio. Hipócrates, desprovisto de nociones teológico-cristianas, no pudo más que basar el contenido de su medicina en el testimonio de los dioses. Jesucristo, que ordenó a los suyos que curasen, curasen sin condiciones como Él lo hizo, enmarca el valor "hombre" dentro del misterio de Dios, ante el cual no puede haber más que reflexión, adhesión operativa coherente y amor "id y curad - habeis recibido gratis y gratis teneis que dar". Si reducimos la medicina a mera profesionalidad, aunque esté hiperespecializada y tecnológicamente supersofisticada e incluso humanizada, sin este aliento trascendental, que ni siquiera Hipócrates, fundador de la biomedicina, ha podido ni ha querido evitar, tendremos siempre una medicina reduccionista, mecanizada, todo lo más filantrópica o, en el peor de los casos, prostituida a finalidades indignas de un arte sagrado. A costa de ser calificado de integrista, estoy totalmente convencido de que si la medicina no es reli- giosa, no es curativa, ni útil en cuanto promotora y recreadora del hombre integral. Una medicina religiosa, por otra parte, no puede no ser profesional, moderna, no puede no integrarse en las ciencias humanas como la filosofía, la antropología, la lógica, la ontología, la sicología, la teología. No puede limitarse a ser una medicina curativa; tiene que ser sobre todo preventiva, es decir tiene que fomentar el culto del cuerpo, donde se integran inteligencia y alma. En resumidas cuentas, para que la medicina sea completa y por consiguiente religiosa, hay que invertir en ella lo mejor de la intelectualidad, lo cual significa: estudio de la organización de la materia, del lenguaje entre célula y célula, entre moléculas, proteínas, genes, es decir estudio de un lenguaje entre niveles "mínimos", y estudio de la relación entre los varios sistemas, neuronales y cogitativos incluidos. Todo ello abarca las bioimágenes, la química, la bioquímica, la física, la telemedicina, el diseño de las macro y microestructuras. Me refiero al mecanismo, que hoy en día resulta viable, de las fibras ópticas, los sistemas de automatización y la informática que deben acercar lo más posible el enfermo al médico, el enfermo al operador sanitario, no sólo con el objeto de mejorar las condiciones sicológicas, sino también la propia acción terapéutica y la colaboración entre ambos. Medicina religiosa también es medicina laboral, porque es medicina de "previdencia social". Es más fácil, más inteligente construir un coche fuerte y equipado que arreglar sus averías y carencias. Es más, la avería y la desprevención son una derrota de la medicina y, por consiguiente, de la ciencia y de toda la sociedad. Del mismo modo sería una derrota múltiple, como el SIDA, infravalorar una atenta Medicina tropical, que nos obliga a revisar nuestros paradigmas microbiológicos y patogenéticos consolidados. Para una medicina completa y realísticamente religiosa, como le corresponde a una civilización que se ha puesto en camino sin posibilidad de retorno, y a una identidad colectiva que quiere alcanzar la al- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO dea global multiétnica y multiconfesional, hay que convencerse de que nadie puede sentirse sano hasta cuando en el mundo exista un hombre enfermo, así como nadie puede considerarse bastante culto o acomodado hasta que haya un analfabeto o un indigente. Una medicina verdadera y por lo tanto religiosa no puede no ser bioética, o mejor dicho la expresión de la eticidad más madura. De lo poco que he comentado hasta ahora se desprende que el elemento sagrado que radica en el hombre y en su vida reside en su propio ser, y que ahí, y solamente ahí, puede nacer una ética médica creible, así como de ahí es posible alcanzar al garante, a Dios. Hipócrates, hombre de ciencias, médico y humanista, denunció la insuficiencia de la ética de la responsabilidad, así como lo hiciera Max Weber, o del imperativo categórico, que incluso Kant reconoció, al final, ser demasiado débil, tanto es así que lo vinculó a la idea de Dios. Es evidente en el planteamiento hipocrático que la responsabilidad nace en uno mismo, resuena en la naturaleza, se asienta en el ciudadano del mundo y, cuando sobre todo tú, médico, tienes entre tus manos al hombre desnudo y solo, te obliga a sentirte un hombre y, en cuanto tal, aprendes a asumirte una responsabilidad que va más allá del tiempo y del espacio, y te alienta a unirte con el Eterno. La ética de la responsabilidad, para que se cumpla, no puede nacer y morirse en el médico, aquí y ahora. La historia del universo es espectadora de un hecho épico, es decir la vida de un hombre donde está implicado, por su propia naturaleza, todo el intelligens, y, con él, el mismo Dios. En mi modesta experiencia cuotidiana he constatado que el poder del médico-hombre de ciencias cada vez más está vinculado a la conciencia de la responsabilidad, como si fuera casi un código de ontología intra y extra personam. Es decir, la conciencia de lo que uno es y la relación con el prójimo en cuanto elemento esencial del propio ser. La separación entre investigación científica y juicios de valor que mantuvo Max Weber casi por desesperación en su rechazo de la Ilustración, historicismo, dar- winismo y materialismo, se derrumba, así como se derrumba un hombre cortado por la mitad. El furor biotecnológico y de la ingeniería genética lo están demostrando. Y aquí tengo que adelantar un punto fijo de lo que diré más adelante. El hospital cristiano es el heredero directo de una larguísima tradición cultural y religiosa que radica en las entrañas del hombre, tal y como lo pensó su Ideador. El hospital cristiano, por lo tanto, es el templo donde la medicina es un ministerio sagrado, donde la investigación al servicio de la vida es una obligación, donde la ciencia y la fe son gemelas con parecida dignidad, donde todas las ciencias - biología, clínica, filosofía, antropología, teología - están aliadas, sin torvos guardianes, para defender al hombre integral. La vida, con todo lo que la compone, incluido el sufrimiento, no es un misterio inaccesible, más bien es una mina de propiedad, a explorar con inteligencia. ¿Religiosidad de la Medicina? Cuando se dice que el hombre es imagen del Infinito (y cualquier doctrina, cualquier filosofía, cualquier civilización intenta demostrarlo e interpretarlo) se aborda un 61 tema gigantesco: de la organización de la materia viva - células, moléculas, proteínas - a las relaciones con el medio cósmico y meta-síquico, hasta las irrenunciables instancias sobrenaturales. El hombre es un conjunto indivisible de partes complejas. Cuando se considera una de estas partes sin considerar el conjunto orgánico físico y metafísico, se fragmenta el mosaico corriendo el riesgo de no comprender la idea en que se funda el mismo, que es lo más hermoso de esa obra de arte llamada hombre, un hombre sacado del universo existente como una maravillosa escultura que la idea modela a partir de la masa de mármol, envolviéndola en una personalidad profunda y única. El Todopoderoso sopla en el hombre su alma indestructible: he aquí su obra terminada y rematada. Me permito deducir que el asombro - "vidit quod erat bonum" tanto de los atónitos seres creados, inteligentes y no inteligentes, como de su artista, se centra siempre en la realidad-hombre, y me refiero a todo lo que el mismo representa, no lo que normalmente suponemos porque aún nos conocemos muy poco. Esta es la motivación y la finalidad de la búsqueda que comenzó con Hipócrates, sigue hoy en día y seguirá hasta el final, es decir hasta la conquista de toda la verdad sobre el hombre y su habitat. Es imposible fallar el objetivo; todo lo más se puede atrasar en virtud de una admirable dispensa nuestra que es la libertad. Fallarlo, eso no. De lo contrario se admitiría el fracaso de los sistemas, métodos, conquistas adquiridas en todos los campos. El hombre, el hombre verdadero no puede fracasar sin arrastrar en su fracaso a Dios, que con el hombre se ha jugado la carta su ser: Cristo. Entonces, el éxito del hombre es directa y gradualmente proporcional al conocimiento del hombre físico, sicofísico y espiritual y de los movimientos "arquitectónicos" del Dios que lo ha ideado. Sangre, flema, bilis amarilla, bilis negra: Hipócrates disponía tan sólo de estos humores vitales. No disponía de electrones, moléculas, células, capilaridades, cromosomas, genes, un sistema fisiológico, DOLENTIUM HOMINUM 62 etc., sino disponía del concepto de conocimiento, igualdad, sentido social, moral y estético, productos básicos del sentido religioso que lo llevaron a curar y educar con seriedad religiosa. Si podemos aceptar, como mantiene el ateo Ludwig Feuerbach, que la religión es distinción entre el hombre y la bestia, también tenemos que afirmar que sólo la religión proporciona la intuición de la dimensión auténtica e integral del hombre, sus potencialidades, sus límites y recursos para superarlos. Lejos de rechazar la ciencia, como exhortaba Claude Bernard en un momento de necesidad libertaria, lejos de calificar la ciencia de enemiga o hermanastra de la religión, ciencia y religión se integran para el conocimiento y promoción del hombre y del maravilloso legado que lleva en su mente y su alma. El universo espera del hombre la vida del pensamiento. Es evidente que la salud ha dado pasos gigantescos. Muchas enfermedades infectivas han sido derrotadas, otras están siendo bombardeadas por la investigación científica. Pero el aumento de las enfermedades mentales (y la droga es una señal y un producto de ello) no está compensado por una contraofensiva proporcionada. Creo que al respecto cabe abrir paso a un "planteamiento de Medicina preventiva y recreadora, la única medicina digna del hombre moderno porque es la medicinaciencia de lo que podrá ocurrir en el futuro, el objeto del hombre que está creciendo en cuanto persona y sujeto, y que representa su vocación preestablecida. (La fe se hace Obra, pág. 160). Me refiero a higiene, equilibrio y desarrollo mental. ¿Se puede afirmar que al aumento medio de la prestancia y salud física corresponde un incremento del nivel medio de salud y desarrollo mental y, por consiguiente, moral? A una religiosidad médica auténtica no se le puede escapar que lo mejor del maravilloso conjunto humano es la mente, de la que depende todo lo demás; depende la valoración de nuestra naturaleza, el conocimiento reflejo de nosotros mismos, la captación de la dimensión trascendente connatural. La verdadera dimensión del hombre radica en el conocimiento de sí mismo y de la propia mente. El instante del hombre, que para él es como si fuera la eternidad, está ahogándose en la sicología colectiva de la muchedumbre y del ruido. El espacio para pensar se está reduciendo a ojos vistas. El hombre, la medida del todo, corre el riesgo de no tener la fuerza para soportar el producto científico de su propia mente si no se le permite reflexionar sobre el todo. De ahí la prioridad de la medicina curativa y preventiva, de un componente básico del hombre, el equilibrio y el desarrollo de la mente, plataforma de lanzamiento para entrar, tras la época industrial, terciaria y telemática, en la epoca de la sabiduría, como yo la llevo soñando desde hace tiempo, es decir la edad adulta de la humanidad, donde avanzarán ciencia, pensamiento y amor sobre un diseño y un camino iluminado por la sabiduría y la inteligencia hacia la verdad. Lo expuesto hasta aquí es tan sólo una modestísima introducción a lo que tendría que decir ahora sobre el concepto religioso de medicina, tal y como se expresa en el "et tu fac similiter", es decir haz sencillamente lo que hizo el Samaritano, que es Cristo - médico y sacerdote -, y cualquier individuo que decida seguirle. Mi problema es el poco tiempo a disposición. Voy a intentar sintetizar para salir de este mar donde nado muy a gusto porque lo siento más mío. Ya he dicho que los egipcios consideraron el sentido de la vida demasiado alto como para no dedicarle tumbas - preludio de eternidad - y como para no valorar el arte que preserva la vida, cuando este arte es inteligente y eficaz como la de Himnotep, comparable sólo a la naturaleza divina. También he mencionado que Asclepios hizo de la medicina un acto sagrado y sacerdotal. Hipócrates hizo de la medicina una ciencia antropológica. Su doctrina médica plantea el tema del pacto social en virtud del cual al médico se le reconoce un poder controlado tomando en cuenta tres autoridades: la conciencia, la χο− λισ y los dioses. De esta forma todos los maestros antiguos y nuevos detectaron el elemento sagrado que radica en el hombre, su ser y su vida. ¿Religiosidad de la Medicina? No voy a abordar, y lo siento, el tema de la religiosidad de la medicina mahometana, de la llamada alternativa, normalmente rechazada por la sociedad avanzada pero que sería más útil adqurir e integrar. Me refiero a la medicina naturalista, la oriental china, cada una con su propio legado de sabiduría. Ahorro espacio para una rapidísima reflexión sobre la Medicina de Dios: Rafael-Ref-El-, tal y como nos la presentó Jesús, el Cristo hijo de David. Con el Cristianismo, o mejor dicho, con la irrupción de Dios en carne y hueso en la historia del hombre, la religiosidad de la medicina es la medicina practicada por Dios y, obligatoriamente, que nosotros mismos podemos aplicar: "Id, enseñad y curad". Una ordencarisma "curad" que hace del médico un verdadero sacerdote, un estudioso para ser maestro "enseñad", y que le obliga a un universalismo antropológico, es más teoantropológico "id". "Todo lo que hareis a uno de estos mínimos es como si lo hicierais a mí" Dios, hi- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO jo del hombre. Una orden carismática en grado de producir hospitales-templo, así como los adelantó la genialidad griega encantada de un hombre, en Kos. Epidauro, Alejandría, templos-ciudadelas de medicina viva, arte, ciencia, filosofía y culto a la divinidad, orgullosa amiga del hombre. Es difícil decir si Cristo pasó más tiempo enseñando o curando. No necesitaba estudiar. Él curaba a todos, incluso cuando los enfermos le seguían a la otra orilla del lago, a los refugios donde descansaba. Mateo dice que Jesús acogía a los enfermos incluso de noche, tanto es así que sus colaboradores más estrechos se quejan porque no les queda tiempo ni para comer (..., Mt 9,35; Mc 3,10; Lc 6,18-19). Jesús-médico enseña, cura y reza al mismo tiempo. Cabe destacar que el sacerdocio de Cristo se desarrolla entre dos expresiones indivisibles como brazos de un mismo cuerpo: a) la cura de las inteligencias y por consiguiente de las almas mediante la comunicación del nuevo y revolucionario mensaje; b) la cura de la carne de la gente, cura integrada en ese mensaje. Éste es el legado transmitido a sus seguidores "Id, enseñad y curad". Y no: "Id enseñad, curad". Sino "Id, enseñad y curad". Como si enseñar sin curar perdiera eficacia y curar sin enseñar fuera curar a medias. Cuando Jesús se enfrenta con enfermedades graves y la muerte, primero reza y luego actúa infaliblemente, incluso tratándose de un cadáver en putrefacción. (Mc 7,34; Jn 11,41-42). No hay nada más espiritualmente sublime, más enérgicamente humano. Desde el Padre, origen de la vida, hasta la materia y el complejo misterio del hombre, un conjunto de potencia y fragilidad, aspiraciones etéreas y lazos que aparentemente lo vuelven todo profano. En Jesús, hijo de David, todo lo que pertenece al hombre el hambre, la ignorancia, el pecado, la enfermedad y la muerte - se vuelve a ligar a Dios, sin solución de continuidad. Es más, la fase aguda de la vida humana, como la enfermedad y la muerte, es un impulso que acelera más aún el acuerdo o alianza entre Dios y el hombre. No hay nada más realistico y al mismo tiempo más existencialmente religioso. La enfermedad y la muerte atacan las raíces del hombre, pero de ahí, como por presión osmótica, se destila la religiosidad y el elemento sagrado que radica en la medicina y en el sufrimiento. Si la medicina se esconde ante esta evidencia, es como si dejara descolorarse y secarse una planta dejándola a oscuras. "Cúrate y no peques más" es la fórmula farmacológica de Jesús que partiendo de las raíces del in- dividuo, lo invita a comprenderse, cura su cuerpo y lo recompone eucrásicamente en relación con su autor. Jesús-médico cura a todo el hombre, no sólo sus órganos. Puede parecer obvio, sobre todo para quien conoce la doctrina cristiana. Pero la realidad es muy profunda e implica a todo el ser humano, su inteligencia, su voluntad, sus derrotas y sufrimientos. El mensaje y la práctica coherente de Cristo, que empieza en el seno del Padre, pasando por el ingreso en el mundo de la carne, la cruz y la resurrección de la propia carne, no dejan lugar a dudas, y tampoco a equivocaciones. ¿El sufrimiento? ¿Cómo se puede conciliar con el precepto de cu- 63 rar? La respuesta se encuentra siempre en Cristo: del mismo modo en que se concilian las bienaventuranzas de la pobreza, aflicción y persecución con la parábola de Epulón, con la amonestación sobre la misericordia ("sed misericordiosos y encontrareis misericordia") subre la condena ("no condeneis y no sereis condenados"). El sufrimiento es un patrimonio exclusivamente humano, pero no por eso tenemos que desanimarnos en la lucha "científica" contra la enfermedad, la muerte, así como la ignorancia. Ésta es la razón por la cual el hospital moderno no puede no ser el Templo de la Medicinaciencia y del Sufrimiento. Aislar el sufrimiento y la enfermedad en el ángulo oscuro de un desgaste inútil no corresponde a un ens intelligens. Adorarlos como si fueran sagrados es insuficiente si no se interiorizan, es decir si no los vivimos como le corresponde a un ens sapiens, y al mismo tiempo los combatimos con todo lo que nos ofrece la ciencia y la organización social para derrotarlos. Vivir religiosamente el sufrimiento y la muerte no es lo mismo que vivirlas con resignación pasiva. Algo parecido enseñaba Hipócrates cuando decía que la fiebre hay que verla desde un punto de vista positivo, como una señal de la capacidad para luchar en vistas de la victoria: χρισισ para la ευ− χρασια. La resignación supone la compasión y la piedad "cómoda", sinónimos de rendición y capitulación, lo cual discrepa con la afirmación del libro de la Sabiduría que dice: "Dios no ha creado la muerte; ha creado todo para la existencia, las criaturas del mundo son sanas; en ellas no hay veneno de muerte", y yo digo: el veneno que hay, hay que quitarlo conforme a la siguiente lógica: Dios ha entregado al hombre el mundo "bruto" para que poco a poco lo perfeccione. ¡Y ésto no me parece un contraste entre religión y ciencia, cuerpo y alma, laicismo y confesionalidad, ciencia y valores! Como el propio hombre, también la medicina es sagrada, o mejor dicho, es un servicio sacerdotal sin compartimentos estancos. El verdadero médico es un verdadero DOLENTIUM HOMINUM 64 religioso, más aún: es el verdadero sacerdote del altísimo Dios de la vida. El Evangelio de Jesucristo no deja lugar a incertidumbres: el hombre es un unicum bio-sico-espiritual. Aquí está la elección: o tomamos el evangelio al pie de la letra, y entonces nuestras obras tienen que ser lo más posible consecuentes con nuestra fe; o lo tomamos en parte, es decir como una excelente doctrina abstracta; entonces hay que aceptar la definición de judío ateo Sigmund Freud: demasiados cristianos están bautizados a medias. El Santo Padre, Papa Juan Pablo II ha afirmado que en la santidad se juega la credibilidad del Evangelio. El concepto de hombre plantea la cura de su vida como ejercicio de todo el saber y el hacer, un ejercicio que representa la motivación y la finalidad de la religiosidad. ¿Quizás es una valoración exagerada del hombre? Lo sería sin Cristo. Es más, sin Cristo, el hombre sería enemigo de sí mismo, como muchos que no conocieron a Cristo, comenzando por Platón, consideraron insalvable el dualismo. ¿Y quién, en medicina, trabaja bien para la vida independientemente de Cristo? Trabaja inevitablemente como medicus naturaliter christianus. En efecto Dios, al asumir la naturaleza humana en Cristo, lleva consigo todo el universo en armonía polifónica. Es el misterium Dei o el secreto del rey, como afirmaba el arcángel Rafael a la familia de Tobías. Lo he comprobado en mi propia experiencia: el verdadero médico siente revolcársele dentro un misterioso sacerdocio, incluso el médico que se considera agnóstico. Percibo una pregunta que me llega de este público: ¿es posible, hoy en día, concretas este planteamiento religioso, cultural y estructural? Yo digo que sí, con tal de que se supere la mentalidad del contraste entre ciencia y fe, laicidad y profesión religiosa. ¿Medicina profesionalizada? Sí. ¿Medicina sofisticada? Sí ¿Medicina antropológica? Sí Yo propongo y, en cuanto impulsor de una medicina nueva, promociono una medicina que reciba el "sello" de sagrada por el hecho de que, gracias a la encarnación del Verbo, el germen de Dios se siembra en la substancia que constituye la entidad del hombre. Si la medicina, encrucijada de la cultura global, lo descubre, podrá sacar una energía que atraerá como un imán todas las leyes del universo para alcanzar la salud perfecta. Dios ha decidido entrar en la humanidad como ocasión de encuentro vital. La vida se ha vuelto nueva potencia divina porque Dios, tras crearla, la ha experimentado en sí mismo. Por lo tanto, curar sigue la lógica del rescate irresistible que el germen divino lleva a cabo física e incesantemente. La nueva valoración de la vida del cuerpo, que se está produciendo en la actualidad, es el efecto de Cristo que le ha devuelto su sentido auténtico, el de hijos de Dios, todos iguales contra el odio, la injusticia, las discriminaciones de raza, nacionalidad, clase. Cualquier forma de renuncia a la cura y al culto de la vida es una abjuración de la ciencia y de Dios. Nadie ha creido tanto en el hombre como Dios, que se encarnó en el hombre, transmitiéndole todos los recursos necesarios para el crecimiento del cuerpo y del alma que le llevará a cotejarse con Dios, hecho cuerpo y alma con la divinidad. Cualquier esfuerzo para preservar y promocionar la vida sigue la misma dirección de Dios, además que la de la civilización. Cristo manda curar, y nos da el poder para hacerlo, en virtud de un precepto: el amor al prójimo que el Evangelio encarna como un tapiz único, que nunca va a deshilacharse. El Samaritano se vuelve un operador sanitario en virtud del amor; se organiza y obra con independencia. Paga, a pesar de que no esté obligado desde un punto de vista civil. El índice de su compromiso es tan sólo el amor. Es la forma de hacer medicina, de enseñarla. El amor nos hace tomar conciencia de la unidad del hombre y del verdadero motor que equilibra el universo de sus células y la estructura meta-síquica. Este centro motor es la inteligencia indivisible, el alma inmortal que custodia la verdad: Dios ha creado por amor y ha contagiado todo con su amor. El amor es el rasgo principal de la vida, es la substancia, la causa, la meta y el medio más eficaz y enérgico para curarla e infundirle energía. El amor es una voz esencial que procede, sin detenerse, de la incógnita profundidad del Immotus: una ontología eterna rebosante de amor. El hombre y un sinfin de seres la escuchan. Ellos mismos, creados por amor, traslucen amor, se dejan alentar por él y lo dejan resonar en sus obras, sobre todo las obras para la vida, como si fuera un himno de creación purísima. Prof. LUIGI MARIA VERZÉ Presidente de la Fundación «Centro San Romanello del Monte Tabor» Instituto Científico, Hospital San Rafael Milán (Italia) VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 65 SERGIO COTTA Primum philosophari? El título que he dado a esta intervención mía no es un desafío al buen sentido, ni una defensa debida de una categoría del saber -el filosófico- y menos aún de la casta de los filósofos con menosprecio de la ciencia médica y de sus estudiosos y agentes. En este lugar sería una falta de sentido, incluso demasiado fácil de refutar. Este título debe entenderse desde el punto de vista de la paradoja; y la paradoja, en su mensaje más auténtico no tiende, como a menudo se cree, a suscitar asombro por su extravagancia sin consecuencias, sino a hacer salir a la superficie un aspecto de la verdad que, en general, queda en la sombra. Forma parte de la esencia de la paradoja reconocer en principio la verdad y las razones de lo que no es paradójico sino más bien modo común, acreditado, de sentir y pensar. En nuestro caso se trata de la máxima antigua, repetida durante siglos (¡y no es casual que se diga siempre en latín!), en la que se afirma el primado del vivir sobre el filosofar. Pero no debemos detenernos en la interpretación que de ella dan tanto el hombre resignado al suceder de los acontecimientos, como el libertino preocupado sólo de vivir a su gusto, acabe todo como acabe. Si observamos bien, la máxima que examinamos no establece inmediatamente una neta contraposición de valores: o vivir o filosofar. Por el contrario, establece entre ellos una secuencia según prioridad -un antes y un después- que ciertamente no excluye el valor del saber filosófico, ni podría hacerlo, ya que es común la convicción de que precisamente a la filo- sofía corresponde la competencia en el mundo de los valores, mientras a la ciencia compete el campo de los hechos. Aquel después indica, por lo tanto, la subordinación del filosofar en cuanto a prominencia y, en definitiva, a eficacia en comparación con la ciencia del vivir (por llamarla así) en cuanto a capacidad de conocimiento y operativa. Así pues, el vivir aventaja al filosofar en el terreno de los hechos, por los siguientes principales motivos. En primer lugar, hay una razón elemental: no todos los vivientes son filósofos, mientras que todos los filósofos son vivientes. Y los filósofos tienen prioritaria necesidad de vivir para poder filosofar; no es casual que el porcentaje de sus suicidios sea mínimo, aun cuando hacen su elogio en los propios escritos. En segundo lugar, gran parte de la filosofía moderna sostiene el relativismo de los valores, mientras que el vivir exige la certeza de los hechos y no de las opiniones. En tercer lugar, el mejor juez de la cuestión es el enfermo, o quien teme llegar a serlo o teme estar ya enfermo, incluso a la manera del malade imaginaire puesto en escena por Molière. En busca de certidumbres, el enfermo puede hacerse arrollar por lo que, con el gran antropólogo Claude Lévi- Strauss, llamaré el "pensamiento en estado salvaje", es decir, el pensamiento emotivo, inmediato por la urgencia de una situación real. En semejante contingencia, el enfermo podrá incluso dirigirse a un charlatán o a un curandero práctico. Pero con eso mismo demuestra que hasta en semejante si- tuación se tiene y se siente la necesidad de dirigirse a quien sabe (o se cree que debe saber): al hombre del saber. En condiciones cultural y psicológicamente normales, el hombre del saber es el clínico conocido por su capacidad diagnóstica y operatoria, o sea, emblemáticamente, el médico. A él se dirige en primer lugar (o del todo) el enfermo para la tutela de la propia salud, y no al filósofo. El filósofo, en sentido riguroso, no tiene, en mi opinión, ni modo ni razón para refutar las argumentaciones citadas. Pero está en condiciones de hacer valer otras no incompatibles con aquellas y, ciertamente, no insignificantes. En verdad el hombre común y no sólo el filósofo, no se limita a desear una vida cualquiera y tampoco solamente la vida sana que el médico puede asegurarle con su ciencia. Desea también una vida serena, feliz dentro de lo posible, y la buena salud es un elemento importante de esa vida. Pero no es exclusivo: entran en juego otros factores de naturaleza no médica, para los que es competente el filósofo (en sentido amplio, que comprende al teólogo, al maestro de espiritualidad). En esta perspectiva no está en discusión el valor de la vida, sino la vida como valor, o sea, al margen del juego de palabras como lo absoluto del valor de la vida. Lo que la pone en tela de juicio son razones reales, absolutamente no desdeñables, de tipo múltiple y a menudo acumulable. Me limito a recordar tres categorías principales. Por una parte, están las innumerables razones de la infelicidad que 66 derivan, ya de las graves condiciones de salud (enfermedades crónicas o incurables o en fase terminal, handicaps, etc.); ya sea de las condiciones económicas, sentimentales, morales. No me refiero a casos que llevan al suicidio, fenómeno minoritario aunque, al parecer, en alarmante aumento; más bien me refiero a otros mucho más difundidos, en los que la vida se presenta como un fardo pesado difícil de soportar, una tribulación. Por otra parte se dan las razones opuestas: las que se apoyan en la fortaleza de ánimo, que inducen a tomar sobre uno mismo, por sí y/o por los otros, aquel duro peso hasta el punto de conferir al sacrificio voluntario de la propia vida la dignidad de un deber solemne e imperioso, al que no se puede faltar so pena de la pérdida de la propia identidad personal. Una antigua máxima romana, de marca estóica, ha sellado lapidariamente el fundamento de estas posiciones: "Propter vitam, vivendi perdere causam": en nombre de la vida, perder la razón misma del vivir. En fin, el valor de la vida acaba perdiendo su carácter de absoluto en clave ni dolorosa como en el primer caso, ni de peso, como en el segundo, sino más bien de esperanza sublimadora. Me refiero a la convencida creencia religiosa en la inmortalidad personal, compartida por las grandes religiones, especialmente por las descendientes de Abraham. El cristianismo ha encerrado esta creencia en otra fórmula escultórea con más luz que la estóica: "vita mutatur, non tollitur"; la vida, nuestra vida, cambia, pero no nos es quitada. Por el contrario, se nos da la verdadera vida, como declara San Pablo con incisivo radicalismo: "para mí, vivir es Cristo y morir un triunfo". Es ciertamente una creencia religiosa, pero a la que añade fuerza persuasiva una tradición de grandes filósofos -desde el Platón del "Fedón" hasta el Kant de la "Crítica de la razón práctica"- y de grandes poetas, desde el Dante de la "Divina Comedia" hasta el Goethe del triunfo final del "Fausto", traducido en música y difundido sobre las universales ondas sonoras por las óperas de Gounod y de Boito. Bajo todos estos aspectos, aun DOLENTIUM HOMINUM tan diferentes entre sí, la contribución de la filosofía es decisiva en cuanto a la crítica del valor absoluto de la vida. A un relativizado de este modo, el valor de la vida sigue siendo prioritario, puesto que ella es la condición necesaria para que la persona pueda decidir si respetarla y en qué medida, o renunciar a ella, a partir de un juicio de valor (por lo tanto filosófico) y no de hecho (es decir, científico). Además, cuando se trata de la tutela de la salud, parece razonable afirmar que el saber (la ciencia) del competente en materia de salud -el médicodebe no sólo preceder, sino prevalecer sobre el saber del filósofo o de quien lo reemplace. Sobre todo bajo este aspecto parece respetada la moderna distinción epistemológica que atribuye a la ciencia el estudio de los hechos que declara lo que es, y a la filosofía el estudio de los valores, la valoración apreciadora que lo que debe ser hecho, función moral. A tal respecto se invoca la llamada "ley de Hume", según la cual sería falaz el inferir el deber ser del ser de cualquier cosa. Pero precisamente en el terreno de la vida y de la salud de hecho no se aplica (ni es aplicable de modo rígido) esa "ley". Por lo demás, ésta no está implicada en el pensamiento de Hume, filósofo atento a equilibrar sentimientos (hasta justificar su sacrificio desinteresado) y utilidad. Por otra parte, es precisamente la concreta relación entre médico y paciente lo que pone en evidencia la sinergia curativa entre diagnóstica científica y comprensión humana del enfermo. Pero si es simple justificar y recomendar esa sinergia en teoría, no es fácil realizarla en la práctica. El camino más generalmente recorrido hoy es el de las comisiones mixtas de expertos en los diferentes campos: médicos, psicólogos, moralistas, tanto agnósticos como creyentes. Es difícil valorar sus resultados, a menudo de compromiso, y si es bastante probable que no se pueda ir más allá, dado el estado actual de la cultura occidental fuertemente relativista, este método sigue siendo inadecuado. No es fácil que el confrontarse de una plu- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO ralidad de competentes en campos tan heterogéneos, pueda dar frutos de rigurosa y verificable veracidad. Bajo todos los aspectos observados, la contribución del saber filosófico es importante, sin duda alguna, porque está en condiciones de hacer valer las razones de la moral incluso en el terreno de la salud, tanto en la fase de su tutela preventiva como en la de la cura. La aportación de la filosofía no es meramente residual pero tampoco está circunscrita en el campo de la moral, como habitualmente se piensa. El hecho es que ciencia médica y filosofía tienen en común el objeto primario de su conocimiento, a diferencia de ciencias como la química o la física. Es el hombre viviente, en sí, en su indivisible plenitud psico-somática (en el sentido amplio del término), el hombre síntesis viviente de naturaleza fisiológico-pulsional y espiritualreflexiva. Es esta constitucional síntesis antropológica lo que da la razón de que haya en nosotros una moral como capacidad de juicio sobre el propio hacer y operar. En esta perspectiva, la sinergia curativa se concreta no sólo como una necesidad práctica del curar técnicamente bien, sino como respuesta a la profunda exigencia moral del salvaguardar al individuo humano en lo que él es. De tal modo la contribución de la filosofía en el campo que estamos explorando, consiste en conjugar la vida buena (moralmente) con la vida sana (científicamente). Pero la función de la filosofía no se detiene en la determinación de la responsabilidad moral en el campo médico. Está en condiciones de dar una justificación todavía más profunda. En este aspecto, no es sólo una obligación recurrir al testimonio de Hipócrates, sino que para el filósofo es una necesidad. Sin duda, el juramento anti-aborto, que de él toma el nombre, se coloca en la esfera de la moralidad, por dos connotaciones suyas. La primera es formal: un juramento establece un deber ser, y el deber ser (el Sollen, el Ought) es la forma de la moralidad; la segunda es sustancial: este juramento obliga y compromete a res- 67 petar la vida humana en su momento de surgir. Todo esto es obvio, pero sólo en un primer nivel de observación. A una mirada más atenta puede maravillar el tono categórico de la conclusión. La cultura clásica griega tiene un elevado sentido de la vida, luminosa condición operante en contraste con la desolada e inerte oscuridad del Mundo de las Sombras, el Hades. Sin embargo, la vida está bajo el signo del destino, de la sacralidad del hado, al que uno no sólo no puede rebelarse, pero ni siquiera desconocer su verdad. A ésta se inclinan los gloriosos héroes de las épocas belicosas, como Héctor y Aquiles, o las víctimas dolientes pero indómitas de las tragedias, como la Antígona de Sófocles o la Medea de Eurípides. ¿Por qué, entonces, tanto y tan solemne rigor en el caso del aborto? En realidad no hay contradicción: el destino de muerte es padecido casi como contrapaso de la gloria y de la firmeza, en cambio el aborto es procurado y voluntario; el primero es según naturaleza y debe ser aceptado, el segundo es contra naturaleza y debe ser condenado. Determina su gravedad imperdonable (de donde el recurso a la sacralidad del juramento) el hecho de que quien lo comete es precisamente quien -el médico- es custodio de la vida puesto que es conocedor de la naturaleza y, por lo tanto, 'científico' del hombre. La referencia a la naturaleza, esencial para comprender el mensaje hipocrático, requiere sin embargo más profundo estudio, que permita comprender en qué sentido es evocada la naturaleza como fundamento de la moral. De hecho, en la cultura de la modernidad occidental, el término "naturaleza" designa o una realidad puramente pasiva y neutra a disposición de la voluntad del hombre, o una realidad negativa que hay que combatir. En cambio, en la cultura clásica, "naturaleza" -como palabra, concepto, entidad y en cuanto a sensibilidad- tiene una fuerte valencia positiva. Bajo todos esos aspectos designa el todo del mundo: el global universo antropo-cósmico, cuyo conocimiento es garantía de verdad íntegra, puesto que es conocimiento del todo en sus partes, y no DOLENTIUM HOMINUM 68 de cada parte no comunicante en el todo. Verdad, por lo tanto, global, dentro de la cual se hace posible la verdad del hombre en su especificidad. Así pues, en el discurso de verdad referente a la comprensión de este todo, ciencia y filosofía no son distinguibles entre si, en cambio están unificadas en el término de episteme, a la que se contrapone la falsa ciencia de la opinión. Es sintomático de la comprensión de la unidad del saber, que la verdad del complejo y articulado universo antropo-cósmico, alcanzada mediante una episteme unitaria, sea expresada en "leyes", término válido durante siglos tanto para las leyes de regularidad del mundo físico y animal, como para las fundamentales y no arbitrarias del mundo humano. Y tampoco es casual que el sector humano, considerado más reacio a conformarse a una ley, a la legalidad, e inclinado, en cambio, al arbitrio, haya aparecido siempre en aquella cultura como el sector de la política, del poder. La "vida buena" auspiciada por Aristóteles para la comunidad política, era precisamente la que derivaba del "gobierno de las leyes" y no de la sumisión al "gobierno de los hombres". Un texto ejemplar bíblico del Antiguo Testamento permite comprender cómo el clásico sentido fuerte de la naturaleza subsiste transformado o sea bajo otra forma sustancialen los milenios sellados por la cultura hebráico-cristiana. En el libro de la "Sabiduría", el principio creacionista es expresado de modo particularmente significativo para el presente estudio. Dice el escritor inspirado: "Tú has llamado a la existencia toda cosa... todas son tuyas, Señor, amante de la vida, porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas" (Sab.,11, 25-26 y 12,1). Sea dicho por incidens, por el filósofo que soy y no por el teólogo que no soy: la ciencia moderna ha demostrado la falacia de la idea antigua-clásica de la eternidad de la materia (y la presuntuosa afirmación de Laplace). El científico moderno sabe bien que el periodístico big-bang está en el origen de lo mensurable con la modernísima medida crono-espacial del espacio-tiempo, pero no es el origen de sí mismo: es un originado. No se trata -apenas es el caso de decirlo- de volver a la antigua indistinción entre saber científico y saber filosófico. Sería una empresa insensata por la distancia que ya se ha creado, y con razón, entre los dos campos y métodos de indagación: constatación empírico-observativa del mundo físico por un lado, e introspección reflexiva sobre el hombre en sí y en sus proyecciones, por otro lado. Se trata, en cambio, de darse cuenta del hecho de que en ambos campos siempre opera el mismo sujeto -el hombre investigador- y siempre a la busca, en ambos, de certidumbre y de verdad. Este hombre no es satisfecho por un saber parcial, advierte su limitación y ambiciona un saber completo: lo necesita. Pero esta necesidad no es el privilegio de los estudiosos, sean científicos o filósofos; hasta el hombre más sencillo siente esa necesidad y responde a ella, aunque sea de forma simple, ingenua, fantasiosa, en "estado salvaje", por decirlo así, al modo de Lévi-Strauss. La investigación es, por lo tanto, la característica propia del hombre viviente; este es, pues, la fuente unitaria y común del ansia, de la necesidad de saber; indefinido en su origen, pero incluído entre los dos polos extremos: de la ciencia más rigurosa, por una parte, y de la más penetrante filosofía, por otra. En esta perspectiva sale a la luz la singular figura del hombre, a primera vista paradójica. De hecho, el hombre está en el mundo, vive del mundo, no puede vivir fuera; pero al mismo tiempo está más allá del mundo por la propia capacidad de conocerlo, interpretarlo, juzgarlo. Mas la paradoja es sólo aparente y es tal para aquella filosofía que pretende negar al hombre una propia naturaleza que no sea la del continuo hacer y cambiar. "El hombre no tiene naturaleza, sino historia" - es la enfática y perentoria afirmación de Ortega y Gasset, que expresa perfectamente el pensamiento del idealismo y también del pragmatismo empirista modernos: en general, del pensamiento metafísico. En realidad, la singular participación en el mundo y a la vez en el más allá del mundo, es la naturaleza específica del hombre, y marca la específica modalidad de presencia dentro del mundo. Toda la gran filosofía cristiana es consciente de eso y siempre ha entendido la naturaleza humana en este sentido y no en sentido solamente biológico-naturalista. Pero aquí creo más oportuno citar el lúcido testimonio de uno de los más grandes filósofos de nuestro tiempo: Ludwig Wittgenstein. Precisamente en su Tractatus logico-philosophicus (en alemán) encontramos esta perentoria afirmación: "El sentido del mundo no puede estar más que fuera de él" (Tract., 6.41), argumentada con feliz unión de rigurosa lógica formal y de penetrantes observaciones empíricas. "Fuera del mundo" está, ciertamente, Dios, también para Wittgenstein, que, como buen filósofo, lo nombra das Mystiche, el Místico, en relación con el cual el hombre puede comprender al mundo en su realidad "como una totalidad delimitada" (Tract.,6.45): la modernísima astrofísica está convencida de ello. El hombre, por lo tanto, está por su propia naturaleza dentro y más allá del mundo, puesto que con su conocimiento señala su límite. La paradoja que he anunciado: "Primum filosofari" se revela ahora como la más simple y hasta banal de las verdades: para vivir hay que comprender la vida y para comprender ésta es necesario comprender la naturaleza del hombre en su bivalente relación con el mundo. Por eso es necesario partir de la filosofía, pero de aquella filosofía que no repudia la naturaleza, sino que la acepta como terreno fecundo de la propia investigación. Y aquí una renovada filosofía de la naturaleza permite al filósofo y, ante todo al médico, científico y agente, encontarse y cooperar, puesto que ambos están unidos en el tener cuidado del hombre en su sintética unidad. Precisamente en el cuidado se reconocen (deben reconocerse) plenamente hombres en la integración de saber científico y saber filosófico, en una dedición al hombre que, en lo más hondo, es amor. Prof. SERGIO COTTA Docente de Filosofía del Derecho en la Universidad "La Sapienza", Roma. Presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos Italianos VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 69 ROBERT C. GALLO El SIDA como enfermedad del cuerpo y del espíritu Eminencias, señoras y señores. Agradezco al Cardenal Angelini por su invitación y por el privilegio que tengo de hablar a esta asamblea. Me han pedido hablar sobre el SIDA como enfermedad del cuerpo y del espíritu. Es relativamente fácil hablar del SIDA como enfermedad del cuerpo; hablar de él como enfermedad del espíritu, en cambio, ofrece varias interpretaciones. Mi punto de vista será el de un hombre de ciencia biomédico. Nos acercamos al final de nuestro milenio con el orgullo de haber realizado grandes pasos hacia adelante en este siglo en el campo de la ciencia médica. Esto es verdad y este orgullo lo podemos comprender. Sin embargo, a veces se ha llegado incluso a la arrogancia. En los años setenta no era muy raro que en algunos centros médicos occidentales, se creyera que las enfermedades infectivas fueran algo "passé". Que aquellas serias ya habían sido "vencidas". Las enfermedades infectivas eran consideradas como un problema solamente del "Tercer mundo". Por esta razón, algunas escuelas médicas prestigiosas hasta abolieron el Instituto de Microbiología. Estábamos muy seguros de nosotros mismos. Pero los microbios siempre han estado con nosotros, desde cuando la humanidad ha tenido origen y seguirán estando con nosotros hasta el final. En ese período, el virus del SIDA, apareció repentinamente como un león apenas salido de la floresta que se lanza contra su víctima. En 1981 se diagnosticaron en los Estados Unidos los primeros casos del SIDA y desde 1982 inició una nueva epidemia o pandemia. El SIDA, en e- fecto, estaba destinado a ser la plaga contemporánea. ¿Cuáles son los mensajes? El primero y también el más obvio es que las grandes epidemias van y vienen, a menudo de manera repentina; las epidemias del pasado generalmente han desaparecido en el marco de pocos siglos sin la participación los grandes descubrimientos de la medicina moderna; se han ido repentinamente. En pocas palabras, la ciencia médica debe permanecer humilde frente a la naturaleza y recordar que los microbios siempre han estado presentes entre nosotros y con nosotros permanecerán desde el inicio hasta el final. El segundo mensaje, conexo con el primero, es que aun si quisiéramos dividir al mundo de acuerdo a un orden de tipo económico, en "primer mundo", "segundo mundo" y, como a menudo se dice, "tercer mundo", el mundo de los microbios, el de los virus, está asumiendo cada vez más una identidad propia. Además, la inclinación prioritaria que estas enfermedades estuviesen limitadas a lugares remotos, que no fueran "para nosotros", constituía un ejemplo impresionante de la arrogancia social, que nos lleva al tema de este encuentro. ¿Cuál es el origen de la epidemia del SIDA? Ante todo, debemos considerar el origen de los virus. Los hombres de ciencia biomédicos han demostrado que el virus del SIDA (HIV), ha nacido en las florestas fluviales africanas y que ha penetrado en el hombre a través de los monos que a menudo son usados como fuente de la alimentación. La sospecha es que limpiando este alimento, se hayan verificado ocasiones de contagio mediante heridas accidentales. No obstante esto haya ocurrido varias veces en el pasado, somos conscientes del hecho que esta epidemia es reciente. Los primeros casos en el pasado fueron descubiertos en los Estados Unidos en 1981, y estos pacientes han sido infectados probablemente en los años setenta y tal vez aún antes. Probablemente las primeras infecciones en las florestas fluviales africanas han sido raras y casuales, con la persona contagiada que terminaba siendo abandonada con su enfermedad. Después de haber efectuado estudios sociales, yo creo que la enfermedad ha tenido su origen en los decenios posteriores a la post guerra (Segunda Guerra Mundial), cuando los colonos abandonaron el Africa central. Las personas no habían aprendido bien los nuevos modos de vida, y quizás habían olvidado ya aquellos viejos. Junto con las explosiones de las guerras tribales, tuvo lugar una significativa migración de la campaña hacia la ciudad. Esto llevó a un aumento de la prostitución. La floresta fluvial había llegado a la ciudad. Después de la Segunda Guerra Mundial, se verificaron también mayores cambios sociales en el globo. El enorme aumento de los viajes aéreos y de la promiscuidad sexual, el desarrollo tremendo del empleo, de parte de muchas personas, de drogas por vía intravenosa, y el uso de sangre para fines médicos (transfusiones) y de derivados de la sangre de una persona a otra y hasta de una nación a otra, han hecho que la posibilidad rara y remota de transmitir el virus rápidamente se convirtiera en habitual y global. La floresta fluvial estaba en todos lados. DOLENTIUM HOMINUM 70 ¿Cuál es la situación actual de la epidemia? No tengo en cuenta de manera rigurosa los informes mensuales. Os repito lo que dicen muchos epidemiólogos: que de los 2,000 casos hemos pasado a los 30 o 50 millones de personas actualmente contagiadas. Todos conocen los efectos destructores que el SIDA ha producido en muchos países africanos y del reciente aumento vertiginoso del número de enfermos en los países asiáticos. Mi colega, el Dr. Robert Redfield, re- te de Boston, que nos informan sobre los posibles cambios de la naturaleza de la epidemia, que dependen de la aparición de particulares tipos de HIV en la población. Ha descubierto que los tipos del HIV dominantes en Asia y en Africa son capaces de infectar mayormente las células de la superficie vaginal femenina o de la uretra masculina, frente a los tipos dominantes de HIV en América y en Europa. Por tanto, es posible que los tipos asiático y africano sean na a las familias, mina naciones enteras, provoca otras y peores enfermedades y puede favorecer el desarrollo de otras epidemias causadas por otros microbios (se considere el retorno virulento de la tuberculosis). La investigación sobre el SIDA tiene una importancia directa sobre muchas enfermedades más. ¿Qué podemos decir brevemente sobre el SIDA en cuanto enfermedad del cuerpo? En palabras sencillas, podemos afirmar que el cientemente me ha dicho que la duración promedio de la vida de las personas en Uganda era de 46 años, pero que ahora ha bajado a 37 por culpa del SIDA. Existen muchas estadísticas más que horrorizan. ¿Quién está actualmente infectado? La tasa más elevada se registra entre las mujeres, los niños y los pobres. ¿Cuál es el futuro de la epidemia? No es fácil preverlo, ya que la epidemia está sujeta a continuos cambios. Además, la transmisión del HIV es favorecida por la presencia de otras enfermedades venéreas y ¿quien está en grado de predecir el futuro de los comportamientos humanos? Existen importantes resultados también de parte de nuestro amigo Dr. Max Essex, Director del Harvard AIDS Institu- mucho más transmisibles por vía heterosexual. Es posible que estos tipos pronto aparecerán en Europa y en las Américas. ¿Cuál es la importancia del SIDA con respecto a las demás enfermedades? No son pocas las veces que escucho afirmar: muchas personas mueren por enfermedades al corazón o por cáncer, etc. Este es un tema al que debemos responder con mucha atención ya que es algo común que los hombres de ciencia médicos favorezcan su "enfermedad preferida", y la respuesta no debe hacer aumentar esta preferencia. En términos sencillos, podemos decir que el SIDA está aumentando actualmente y en general afecta a los jóvenes, provoca muchos sufrimientos y después un determinado período de la enfermedad declarada, arrui- SIDA produce muchos sufrimientos, más allá de cualquier otra enfermedad conocida. Los pacientes se vuelven demacrados, se infectan con innumerables microbios más por los efectos que tiene el HIV sobre el sistema inmunitario, microbios que a veces pueden desfigurar a la persona; el cerebro es infectado por el HIV y esto puede comportar problemas sicológicos y cambios neurológicos; se pueden desarrollar algunos tipos de cáncer. Es supérfluo hablar aquí del temor ante el sufrimiento, del desastre desde el punto de vista económico, de la pérdida de los contactos y de la muerte. ¿Qué podemos decir sobre la responsabilidad y sobre los varios "grupos en peligro? ¿Podemos culpar al niño infecto por la madre? ¿Podemos culpar a la mujer infecta VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO por su marido? Creo que no. ¿Qué podemos decir en relación a las prostitutas? Considero que en su mayoría ellas no elijan libremente hacer este oficio, sino que sean empujadas por la pobreza, por la droga, o tienen a sus espaldas una familia desgraciada. ¿Debemos inculparlas? Creo que no. *** El SIDA como enfermedad del espíritu ha sido otro de los temas que me han asignado. Muchas personas son más calificadas que yo para discutir sobre esto, en particular los que se encuentran en "primera línea" frente a la enfermedad, los que proporcionan los cuidados de base a las personas en el momento de la muerte, los que ayudan a soportar los sufrimientos crónicos, etc. en este grupo están comprendidos, obviamente, los hospitales católicos que se ocupan de estos cuidados, como por ejemplo en la ciudad de Nueva York y en muchos países pobres. Como hombre de ciencia y como individuo que ha conocido a varios pacientes, mis observaciones sugieren que las enfermedades más grandes del espíritu en una situación de SIDA son la desesperación y el miedo; la desesperación y el temor de ser objeto de discrimina- ción, de ser juzgados, por la ruina desde el punto de vista financiero, de perder la familia, de una posible pérdida del trabajo, de ser evitados como los leprosos del pasado, por la destrucción familiar, por el sufrimiento, por la muerte. A veces estos sentimientos se transforman en miedo, en odio y en rabia. El SIDA como enfermedad para toda la sociedad. No conozco ninguna enfermedad como esta que incida sobre tantos segmentos de la sociedad. Obviamente, existe la necesidad continua de contar con agentes sanitarios que otorguen los cuidados básicos - enfermeros, médicos, paramédicos - y administradores que hagan operativos los hospitales y los asilos de enfermos crónicos. Los educadores están involucrados constantemente. Existe la necesidad de la familia y de los amigos, del sostén político y de la clase dirigente, de inversiones financieras fuertes de parte de la sociedad que duren años, de muchos tipos de hombres de ciencia, de cuerpos organizados y, quizás de manera particular, de la Iglesia. *** Termino este breve comentario con una consideración positiva. Creo que al concluir el 1995 tene- 71 mos buenas noticias. La primera es que tengo la impresión que existe una sensible mejora en la comprensión y del interés de toda la sociedad (no obstante a veces yo esté preocupado por la autocomplascencia de algunos ambientes). La segunda es que los lentos pero continuos progresos sobre esta enfermedad y sobre los virus, realizados por los estudios científicos de base, están abriendo las puertas a lo que podrá marcar el final del SIDA como enfermedad horrible e incurable. La posibilidad de que la infección por HIV pueda ser controlada y que una persona pueda vivir bien con el HIV parece estar cercana. Existen varias razones para creerlo. Ante todo, existen las informaciones relativamente nuevas que un subgrupo de personas infectadas por HIV, aunque sean una pequeña parte, viven bastante y bien. Por tanto, tenemos confianza que sea posible vivir bajo el control en estas condiciones. Por otro lado, en recientes resultados clínicos, dos o más fármacos combinados con objetivo HIV han producido una mayor e imponente supresión del HIV con respecto a uno solo. Tercero, está surgiendo un asenso en lo que se refiere al campo de la investigación, lo que indica que la terapia anti-HIV precoz y "dura" sea la aproximación más correcta. Sin embargo, estas aproximaciones que se refieren a sustancias químicas pueden ser tóxicas si se suministran por largo tiempo. Estamos trabajando sobre algunas nuevas aproximaciones de tipo biológico contra el HIV, y que tengan una toxicidad mínima o no ser tóxicos por ninguna razón, de manera que su empleo pueda ser a largo plazo, ya que la terapia contra el HIV con mucha probabilidad requiere un tratamiento que debe hacerse en todo el arco de la vida. El objetivo primario del nuevo "Instiute of Human Virology" en la Universidad del Maryland, en Baltimora, será lograr una terapia mejor contra el HIV. Prof. ROBERT C. GALLO Director del "Institute of Human Virology Medical Biotechnology Center" Universidad del Maryland en Baltimora EE.UU. DOLENTIUM HOMINUM 72 GOTTIEB MONEKOSSO La práctica integrada del médico en el cuidado de las enfermedades El Buen Samaritano no era un médico, sino un ciudadano que se ocupaba de los demás. La profesión del médico es una profesión humanitaria. En los últimos decenios, sin embargo, el rápido desarrollo de la ciencia y de la tecnología prácticamente ha transformado la figura clásica y humanista del médico en la de un técnico competente. Las mutaciones generales políticas, sociales y económicas de este siglo han removido los fundamentos de la ética médica. Esperamos que el siglo XXI recupere el equilibrio entre la tecnología y el aspecto humano en el ejercicio de la medicina. 1. Crisis y cambios en la enseñanza médica Actualmente las escuelas de medicina dan demasiada importancia al logro de conocimientos científicos biomédicos. Se concede poca atención a las connotaciones profesionales; asimismo, dada la superespecialización, las capacidades son fragmentadas y la mayoría de los médicos practicantes se concentra sobre las enfermedades, más bien que sobre las personas enfermas. En todo el mundo, los estudiantes y profesores de medicina son cada vez más conscientes de las actuales alteraciones de la tradición de Hipócrates y del espíritu de abnegación, ejemplificado en la parábola del Buen Samaritano. Existe un movimiento global, de parte de una leadership de oraganizaciones internacionales, en particular la "Federación Mundial para la Educación Médica", que tiende al cambio y a la búsqueda de la educación en la calidad médica. Los recientes cambios en la organización de la práctica mé- dica y de los servicios sanitarios han tenido como resultado una baja o una pérdida de la "deferencia". Casi en todas partes los institutos médicos se encuentran ahora frente al reto de restablecer la "deferencia" en el ámbito médico. Deben tender a standards profesionales que sean aceptables lo más posible desde el punto de vista general, mediante una reforma de la educación médica básica, que debe estar afianzada por programas post-doctorado continuativos. Es necesario coordinar e integrar el gran número de disciplinas y de especialidades que contribuyen en la formación de un doctor en medicina. Esto podría hacerse, ante todo, describiendo las características comportamentales o el perfil del estudiante al concluir el período establecido (años) de estudios en medicina. 2. Perfil del médico competente y deferente El médico debe demostrar una capacidad de saber resolver los problemas; esta capacidad se identifica con el nombre de reflexión profesional esto se asocia a Actitudes profesionales claramente identificables, unidas a una serie de capacidades psicomotorias descritas como capacidades profesionales; asimismo, debe ser una enciclopedia viviente, personificando una "información básica" bien integrada, lo que se llama conocimiento profesional. La suma de estas connotaciones comportamentales es el resultado de la práctica integral del médico. Estos elementos deben estar centrados alrededor de un tema central de la Medicina -los métodos clínicos- es decir, examinar la historia de las enfermedades de un paciente, seleccionar e interpretar los resultados de las investigaciones, informar sobre el tratamiento, sobre la rehabilitación y sobre la prevención; educar al paciente, a la familia y a la comunidad; trabajar "en centros u oficinas sanitarios" junto con agentes de otros teams y dirigir un servicio sanitario local en beneficio de la comunidad. 3. Reflexión profesional, resolver los problemas La reflexión profesional, típica de un médico competente, ha sido descrita como modo crítico de razonar, una medicina basada sobre la evidencia, una capacidad clínica de tomar decisiones y resolver los problemas. Estas características derivan en general del estudio de cierto número de disciplinas científicas aplicadas a la medicina -la base científica de la práctica médica. Las más importantes son: Anatomía, Fisiología, Farmacología, Biofísica, Bioquímica, Patología, Microbiología, Inmunología, Histología, Embriología, Parasitología y Entomología. Se ha sugerido que sean establecidas de manera definitiva en algunas disciplinas-clave. La reflexión profesional puede consolidarse gracias al análisis fisiológico clínico, de la patología clínica y de la farmacología clínica. 4. Actitudes profesionales, aspecto humanitario y atención médica Cuidado de los enfermos y de los heridos, la misma consideración para todos, convicción de los costes económicos para los pacientes, a- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO daptación a los diferentes ambientes socio-culturales, conciencia de los propios límites, y un profundo respeto ético por la vida, estas son algunas de las características profesionales que esperamos encontrar en los médicos. Es necesario que ellos aprendan, o que se les enseñe, el estudio y la aplicación de cierto número de disciplinas que se ocupan del bienestar físico, mental y espiritual de las personas, ya sea que se trate de individuos, de familias o de comunidades. Estas disciplinas, es decir la Etica, la Antropología, la Sociología, la Sicología, la Demografía, la Genética, la Economía y la Administración, proporcionarán la base humanitaria de la práctica médica. Se ha propuesto establecerlas de manera definitiva en algunas disciplinas claves. Las aptitudes profesionales pueden reforzarse mediante el análisis de la ética, de la sociología y de la economía en campo sanitario. 5. Capacidades profesionales vastos conocimentos clínicos Los estudiantes de medicina logran muchas capacidades durante los estudios médicos básicos que, en general, son ampliados luego con la práctica médica. Estas capacidades son, sin embargo, muy fragmentadas en una amplia variedad y el gran número de especialidades. Se podría asegurar la práctica integrada organizando para los estudiantes de medicina experiencias "directas" en tres áreas principales: capacidad en el cuidado de los pacientes, complementada por las capacidades de laboratorio/investigación y capacidades administrativas y de directiva. Estas son las capacidades profesionales de los médicos. Las capacidades en el cuidado de los pacientes se refuerzan gracias al trabajo en clínica médica en colaboración con pediatras, geriatras y siquiatras; en clínica quirúrgica y en las especialidades quirúrgicas; en obstetricia y en ginecología. Las capacidades de laboratorio y de exploración se logran trabajando en el campo de la clínica patológica, cliníca radiológica y en los sectores de exámenes clínicos. Las capacidades administrativas comunitarias se desarrollan trabajando y aprendiendo jun- to con los demás durante las tareas prácticas referentes a la salud comunitaria, estadísticas sanitarias, planificaciones y administración sanitaria, financiamientos sanitarios y trabajo en grupos comunitarios, como por ejemplo en los comités sanitarios, en los comités para el desarrollo y la participación en los estudios de comunidades. 6. Conocimentos profesionales básicos e integrados Los conocimientos profesionales se han ampliado considerablemente gracias al progreso de la ciencia y de la tecnología. Las enseñanzas de los médicos deben "centralizar" los conocimientos esenciales en la práctica médica. Esto ha sido resumido en tres temas principales como son el reconocimiento de la enfermedad, la gestión de la enfermedad y la prevención de las enfermedades en los individuos y en las comunidades. los conocimientos profesionales de los médicos se refieren a una serie increíble de disciplinas, pero se clasifican en general en las tres categorías siguientes: - reconocimiento de la enfermedad: patologías médicas, quirúrgicas y ginecológicas, y disciplinas afines - gestión de la enfermedad: medicina, cirugía, obstetricia y ginecología, pediatría, geriatría, siquiatría, etc. - prevención de las enfermedades: sanidad pública y respectivas disciplinas; epidemiología, nutrición y condiciones ambientales, salud de la madre y del niño, salud profesional y control de los disturbios. 7. Educación médica calificada Los médicos que tienden hacia el cuidado global de los enfermos y de su comunidad, cuyo perfil corresponde a las características arriba mencionadas; médicos, médicos de familia, médicos de comunidades, con el papel principal de curar, deberían poseer una educación médica calificada. Asimismo, deberían estar en grado de enseñar a otros agentes sanitarios y comprometerse en la investigación sanitaria califi- 73 cada, en el arte y en la ciencia del curar las enfermedades. Se ha sugerido que la calidad (una característica difícil de aprender) depende de dos variables, aparentemente contradictorias: la perfección y la competencia. Una escuela de medicina y sus estudiantes pueden ser apreciados por la comunidad científica (perfección) y por la comunidad local (competencia). Las facultades médicas del mundo y cada uno de sus departamentos probablemente pueden caracterizarse por la búsqueda de la perfección y de la competencia o por el logro de la calidad (de los cuidados), uniendo al mismo tiempo perfección y competencia. 8. Unir a la ciencia el aspecto humanitario Un ambiente marcadamente científico, que subraye la aplicación de la ciencia y de la tecnología, ayudará a resolver los problemas que derivan de la reflexión profesional. El logro de capacidades y de conocimientos ayudarán al médico a resolver el problema, a "hacer algo" y a demostrar la propia capacidad de "curar al enfermo". Pero, en último análisis, son las aptitudes profesionales del médico que determinarán hasta qué punto estas capacidades y estos conocimientos serán beneficiosos para el paciente. En otras palabras, se trata del grado de los cuidados. Como en la parábola del Buen Samaritano, el pasante sigue su viaje sin detenerse y confía en sus medios para el viaje de regreso, del mismo modo las mejores intenciones y las más auspiciables aptitudes profesionales pueden ser inadecuadas si falta la reflexión profesional (la capacidad de resolver los problemas). La base científica y aquella humanitaria de la práctica médica deben caminar al unísono. 9. Renacimento del aspecto humanitario en la medicina Las facultades de medicina de todo el mundo han logrado una considerable experiencia en la enseñanza de la ciencia biomédica; la segunda mitad de este siglo ha visto un entibiamiento del aspecto hu- DOLENTIUM HOMINUM 74 manitario en la medicina, y con ello una significativa disminución del papel y del lugar que ocupan los médicos en la sociedad. Un importante reto para las escuelas médicas y para la profesión médica en siglo XXI será favorecer una inversión de tendencia. Por este motivo, otra consideración de la práctica integral del médico se concentrará en la enseñanza insistente y consciente de las aptitudes profesionales aconsejables. En esta área, los modelos de los roles son importantes; un pequeño "ejemplo" puede ser mucho más importante de muchos "discursos". Los maestros de medicina influyen de manera significativa en el comportamiento de sus estudiantes y el modo como se practica la medicina en una sociedad determinará también el modo de enseñarla. 10. Cultivar las aptitudes humanas Desde el punto de vista pedagógico, son importantes los pre-requisitos para la admisión de los estudiantes y los métodos para seleccionarlos. Los métodos actuales favorecen las finalidades cognoscitivas, pero se examina también detenidamente la valoración de finalidades no cognoscitivas y la cualidad de las experiencias universitarias o escolares; en particular, se examina la participación de los candidatos en actividades suplementarias a los estudios. A veces se realiza una evaluación sobre el carácter y el ambiente socio-cultural. Y, una vez en la escuela de medicina, el progreso del estudiante en el desarrollo aptitudinal debería ser controlado paralelamente al progreso hecho para resolver los problemas, en las capacidades y en el conocimiento. Teniendo en cuenta la base humanitaria de la práctica médica, cierto número de temas debería ser ingegrado con la actividad central de la vida práctica de un médico - los Métodos clínicos -. Siguen algunos de estos temas. 11. Cuidado del enfermo El cuidado del enfermo, la solicitud hacia las personas, el compro- miso para ayudar a los demás (saliendo del propio camino, como el Buen Samaritano), estar al alcance de las personas, estar dispuestos a la acogida de manera amigable y ocuparse de los demás, están antes del dinero y de cualquier otra consideración. Es preciso ocuparse cuidadosamente de las personas, respetando su autonomía y la relación confidencial médico/paciente, interesarse de la situación de la vida de una persona no sólo como "caso interesante" y proporcionar una continuidad, complementa el cuidado completo de toda la persona. Este cuidado comprende el logro de algunas cualidades propias de un buen enfermero. 12. Interés por la salud de la comunidad Extender el cuidado hacia el individuo, a su entourage y a su comunidad; un cuidado centrado sobre la persona que tiene como punto focal una situación en la vida del ciudadano -recién nacido, niño, adolescente, joven, adulto, anciano; un cuidado que se basa en la comunidad organizada por los miembros de la familia en determinadas comunidades (pueblos rurales, barrios de las ciudades) así como en un centro o en una oficina sanitaria, involucrando a los leaders y consejeros de la comunidad; salud de la comunidad administrada localmente mediante actividades básicas, de planificación y gestión sanitaria a nivel local, información sanitaria, financiamientos para la salud de la comunidad, abastecimientos de medios sanitarios esenciales (medicinales, vacunas, etc.). 13. Conciencia de los límites profesionales La conciencia de los propios límites profesionales y de las propias capacidades de parte de un médico, así como de las capacidades operativas de un hospital, de un centro o institución sanitaria al que pertenece el médico, adaptarse a esta capacidad operativa e informar a los pacientes sobre los centros más equipados, sobre los especialistas y sobre sus servicios más adecuados. La conciencia de los límites profe- sionales debería ser ayudada por profesores y colegas, por revistas, clases particulares y debates, etc. A los estudiantes se les debería aconsejar que lleven un diario para registrar sus experiencias. 14. Equidad y justicia social Se debe tener la misma consideración para toda persona, hombre o mujer, perteneciente a una clase social elevada, media o baja, sin distinción de raza, religión, tribu, riqueza, país, provincia o zona de origen. Algunos grupos particulares de personas deberían tener cuidados particulares, como por ejemplo los toxicómanos, los alcohólicos, el que tiene particulares disturbios sexuales, el que es afectado por el SIDA, etc. Los estudiantes y los praticantes deben tratar de reconocer concientemente sus tendencias discriminadoras, sean preconcebidas o inconscientes, esforzándose por superarlas. 15. Conciencia de los costes sanitarios El médico debería ser consciente de los costes que comportan los cuidados sanitarios para el paciente, sus familiares y los amigos y, obviamente, para la comunidad y la nación. Los costes para los cuidados del enfermo no son únicamente de carácter económico, sino implican también una pérdida de tiempo que se quita a la escuela o al trabajo, con la consiguiente pérdida de productividad y de oportunidades para las relaciones interpersonales y familiares. Los médicos son conscientes que las personas indigentes se enferman con mayor frecuencia y a menudo de manera grave. El peso de las enfermedades es más costoso en los países más pobres. 16. Adecuarse a las diferentes circunstancias Los médicos aprenden a adecuarse a los ambientes socio-culturales que cambian. Su primer reto puede ser la lengua, la cultura y las personas alrededor de la escuela de medicina. La lengua local es de VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO importancia vital en la práctica clínica. Resolver los problemas locales predominantes que se refieren a la salud es el primer paso hacia la celebridad, a nivel nacional y hasta a nivel internacional. Adecuarse a una cultura local o nacional es el paso más importante hacia la capacidad de trabajar de manera eficiente si fueran llamados a otro país. Los médicos deberían conocer perfectamente al menos una de las principales lenguas extranjeras. Todo esto requiere una cierta "apertura mental", el compromiso y la humildad de aprender y de seguir aprendiendo otras cosas además de la ciencia biomédica. Adaptarse no significa, sin embargo, disminuir los standards profesionales y éticos. 17. Respeto ético por la vida Un gran respeto ético por la vida nos hace entrar en las profundidades de la ética en los cuidados médicos, que inicia con la misma consideración para todas las personas y el respeto por la autonomía del individuo. Ella personifica el principio, muy conocido, de no hacer ningún mal (primun non nocere). Los cambios en el comportamiento social (o lo que se entiende por comportamiento social) y los desarrollos de la tecnología imponen hoy a cada médico que comprenda plenamente y se asuma sus responsabilidades en el campo de la ética: el aborto, la eutanasia, el cuidado o el sacrificio de los niños nacidos con malformaciones, el cuidado o no de las enfermedades mentales, el trasplante de tejidos y de órganos (donador, receptor, relaciones con el médico), procreación in vitro (niños concebidos en laboratorio), el morir con dignidad, la no participación en la tortura, para no mencionar el impacto en rápido crecimiento de la ingeniería genética en el campo médico. Estos temas complejos no pueden ser logrados a través del estudio de casos abstractos, sino analizados cuando se verifican, durante las experiencias de cada día junto con las cuestiones biomédicas. 75 Conclusiones Creemos que la práctica integrada del médico, en el cuidado del enfermo, requerirá una nueva orientación de los programas de educación médica conforme a las líneas que proponemos aquí. Las maestros y los estudiantes deben comprender que mientras observan los árboles detalladamente, no olviden ver los contornos de la floresta. Creemos que está al alcance de todos los institutos médicos tener como objetivo formar médicos que sean totalmente competentes y deferentes. Esto no requerirá ninguna reorganización o restructuración de las facultades. Unicamente requerirá la plena aceptación de parte de los maestros y de parte de los alumnos, ya que los institutos médicos existen ante todo y sobre todo para la práctica integrada de los médicos en el cuidado de las enfermedades. Pr. GOTTIEB MONEKOSSO Director Regional Emérito para la Sección Africana de la Organización Mundial de la Sanidad - Camerún DOLENTIUM HOMINUM 76 FRANCESCO EDUARDO TRUSSO La medicina y el cristianismo El slogan o título que precede un anterior convenio es ya una definición del concepto de la vida para el cristiano: "Gloria Dei Vivens Homo" (La Gloria de Dios es el Hombre Viviente). En la Biblia el salmista repetidamente vuelve sobre el tema de la vida como bendición especial del Señor: "Los muertos ya no alaban al Señor, ni tampoco los que bajaron al Sepulcro. Nosotros, los vivientes, benedicimos al Señor." (Salmo 115) "Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! ................................ "No, no moriré: Viviré para publicar lo que hizo el Señor. El Señor me castigó duramente, pero no me entregó a la muerte". Al mismo tiempo se califica como Bendición del Señor para el justo una vida larga para que vea los hijos de sus hijos hasta la tercera y cuarta generación. Pero no solamente la Biblia nos habla de la muerte como un mal y de la vida como una Bendición, sino que además nos dice lo mismo con respecto a la enfermedad e invoca el salmista al Señor para recuperar la salud y dar gracias por esa recuperación: "Estaban debilitados y oprimidos, a causa de sus rebeldías y sus culpas; la comida les daba nauseas, y ya tocaban las puertas de la muerte. Pero en la angustia invocaron al Señor y El los liberó de sus tribulacionse: envió sus palabras y los sanó salvó sus vidas del Sepulcro" (Salmo 107) "Estoy afligido y enfermo desde niño, extenuado bajo el peso de tus desgracias; tus enojos pasaron sobre mí, me consumieron tus terribles aflicciones." (Salmo 88) "Tu Señor me levantaste del abismo y me hiciste revivir, cuando estaban entre los que bajan al Sepulcro. .............................................. "Entonces te invoqué, Señor, e imploré tu bondad: Qué se ganará con mi muerte o que yo baje al Sepulcro acaso el polvo te alabará o proclamará tu fibridad? Y canta el salmista por boca de aquel que ha sido curado y por el justo que vive una larga vida con salud: "El justo florecerá como la palmera, crecerá como los cedros del Libano: trasplantado en la casa del Señor, florecerán los atrios de nuestro Dios. En la vejez seguirá dando frutos, se mantendrá fresco y frondozo". (Salmo 92) El tema de la medicina y el médico es tratado también ampliamente en la Sagrada Escritura; así en el Eclesiástico, 381, leemos: "Honra al médico por sus servicios como corresponde, porque también a él lo ha creado el Señor. La curación procede desde el altísimo y el médico recibe presentes del rey; la ciencia del médico afianza su prestigio y él se gana la admiración de los grandes; el Señor hizo brotar la plantas medicinales y el hombre prudente no las desprecia. El Señor dio a los hombres la ciencia, para ser glorificado por sus maravillas. Con esos remedios el médico cura y quita el dolor y el farmacéutico prepara sus ungüentos". No sólo esto sino que además preceptúa que se cuide de la salud y en caso de enfermedad rogar al Señor por la curación y además recurrir a los medios medicinales para ello: "Si estás enfermo, hijo mío, no seas negligente, ruega al Señor y El te sanará. No incurras en falta, enmienda tu conducta y purifica tu corazón de todo pecado. Después, deja actuar al médico porque el Señor lo creó; que no se aparte de tí porque lo necesitas. En algunos casos tu mejoría está en sus manos, y ellos mismos rogarán al Señor que les permita dar un alivio y curar al enfermo para que se restablezca". Durante los primeros siglos del Cristianismo así como surgieron los anacoretas que se alejeban del mundo para dedicarse exclusivamente a la alabanza del Señor y ponerse únicamente en sus manos, también se dio cierto ascetismo que despreciaba todo lo corporal y veía en la enfermedad y en el descuido de lo corporal como VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO una bendición del Señor. Este pensamiento y actuar corrió paralelo con el que renegaba de toda la cultura humana para dedicarse exclusivamente a la contemplación de la teología y de la Sagrada Escritura. Se unía el cuidado por la cultura del espíritu y del cuerpo a una postura pagana. Esta concepción en la que se nota la influencia platónica y agnóstica no fue compartida por los principales padres de la Iglesia ni hizo escuela en la tradición del Cristianismo. En contraposición a aquello de Platón de que el cuerpo es la prisión del alma y está ligada por castigos por lo cual constituye un impedimento para adquirir la virtud plena, el Cristianismo responde con Tertuliano "caro cardo salutis" (la carne es el cárdine de la salvación - De Resurrecciones Carnis 8 -) explicitación del punto central de nuestra fé: el Verbo se hizo carne. Del mismo San Ireneo cuyas palabras comenzamos esta relación, es aquella frase “caro possidere in regno a spiritu potest” (la carne es poseída del espíritu). Exige este principio que el cuerpo sea curado mediante la higiene, mediante el reposo, el ejercicio útil y controlado y al mismo tiempo que se evite aquellos ejercicios, aquellos alimentos, aquellas formas de vida que van destruyendo al cuerpo o ponen en serio peligro la salud. Al respecto es interesante recordar que Santo Tomás de Aquino entre los medios que indicaba como propio para curar la "acidia" o tristeza o lo que hoy llamaríamos la depresión, coloca el bañarse y dormir, es decir que el santo teólogo ve en estos cuidados específicos del cuerpo medios para la salud total del espíritu humano. Ya en los primeros pasos de la evangelización en América Hispana los Concilios celebrados en América prescribían que se cuidase de la salud y de la higiene del indígena, del necesario reposo, del ejercicio conveniente, de la habitación higiénica y saludable (Concilios limenses, Concilios de Quito). Esos mismos misioneros de América se ocupaban de los etudios de medicina en forma intensa tanto aquellos que eran propios de la técnica de los indígenas como los nuevos que se iban desarrollando en Europa. En la liturgia cristiana se muestra al sacramento de la eucaristía como alimento del espíritu y del cuerpo y reserva uno de los siete sacramentos para la unción de los enfermos que debe ser vista no sólo como paso para la otra vida sino además como medio de cura. Por eso se insiste en que no debe suministrarse solamente a los enfermos que están ya en peligro inminemte de muerte sino también a aquellos que estándo bajo el sufrimiento de alguna enfermedad puedan por la unción de los enfermos recuperar la salud. En los Evangelios se repite que Jesús ejercía su ministerio curando los enfermos. No debemos ver en esto solamente el aspecto milagroso mediante el cual Cristo manifiesta su divinidad y la potencia del Padre sino también como preocupación que el Hijo del hombre tiene por la conservación de la salud de su hermanos: su llanto ante la muerte de su amigo Lázaro es bien significativa. El Cristianismo, creyendo como cree en el último fin del hombre para la vida sobrenatural en donde los cuerpos resucitarán gloriosos, no se espanta de los cuerpos enfermos, de los cuerpos mutilados, heridos, doloridos; por el contrario se ocupa de manera especial por ellos. Desde el principio de su prédica terrena se ha ocupado de estos cuerpos y ha dedicado gran parte de su obra a sus remedios confortamiento y ayuda. Por supuesto que ve a la enfermedad y a la malformación como un mal pero no como un mal absoluto que hay que desterrar a toda costa sin reparar en las normas de humanidad y de moralidad. Dice Cristo al paralítico "levántate y anda", también dice "El que quiera ser mi discípulo que tome su Cruz y me siga". Y la Cruz es nuestro propio yo e nuestro propio cuerpo con sus dolores, sus enfermedades, etc. y con los cuales nos asociamos a la obra redentora. La aparente dualidad entre lo que proclama el cristianismo acerca de la necesidad de mantener en belleza y salud el cuerpo y cuidarlo debidamente y aquella resignación y paciencia frente a la enfermedad y al dolor es una cara más del misterio del cristianismo que 77 San Pablo llama locura para los gentiles y escándalo para los judíos. La palabra del Buen Samaritano ha estado siempre presente en la enseñanza del cristianismo pero no sólo como obra de misericordia sino también como objeto de estudio e investigación para el desarrollo de la ciencia y de la técnica en su más amplio concepto. El consentimiento informado del paciente, la relación entre el tratamiento médico y el propio destino del paciente, el límite de la utilización de los medios por conservar la vida y la salud, la técnica de la reanimación, la eutanasia, los límites de la terapia, etc. son otros tantos temas que cuyo estudio el cristianismo ha promovido y promueve modernamente la medicina. Pio XII en diversas alocuciones se ha referido a estos temas (en especial puede verse discurso sobre varias cuestiones puestas sobre las nuevas técnicas de reanimación del 14 de noviembre 1957); la Congregación para la Doctrina de la Fe ha trabajado sobre el tema de la eutanasia; ver también el artículo de Manuel Cujás S. J. "El rechazo de la terapia" etc. Este último autor en otro trabajo suyo ha escrito: "La salud y la vida, concebidas orgánica y sicológicamente, no constituyen el objetivo último del comportamiento moral. Son un medio, cuya importancia debe medirse en función de su conveniencia para alcanzar el propio destino y la propia perfección, esto es el fin por el cual hemos sido creados en la culminación del propio proyecto de vida. La teología moral ha elaborado siempre conceptos suficientemente precisos que permiten delimitar negativa y positivamente la libertad del individuo en la honesta disposición de su vida y de su integridad sicofísica". Y Pío XII en el discurso anteriormente citado delimitó el deber de conservar la vida y la salud, señalando exclusivamente la obligación de recurrir a los medios ordinarios, dejando aquellos extraordinarios al arbitrio del enfermo, tenida cuenta de la circunstancias. S.E. FRANCISCO EDUARDO TRUSSO Embajador de Argentina ante la Santa Sede DOLENTIUM HOMINUM 78 ELIO TOAFF Judaísmo* El título de esta asamblea, "De Hipócrates al Buen Samaritano", es para mí bastante problemático. El nombre Hipócrates nos conduce a los comienzos de la tradición médica occidental, y a la codificación griega de las primeras normas de ética profesional; pero el horizonte del juramento que lleva el nombre de Hipócrates está todavía limitado por una inicial evocación idolátrica y por ciertas angustias sobre el secreto de la transmisión de la doctrina y del ejercicio de la profesión. Por otro lado, el nombre del Buen Samaritano es considerado en el uso común como el símbolo de la dedicación en la asistencia a los enfermos, de un amor que supera las diferencias nacionales y religiosas, y que ve en el enfermo, cualquiera que él sea, solamente a un ser humano al cual ayudar. Sin embargo la parábola del Buen Samaritano, tal como es formuladapor Lucas 10, conlleva los signos de una laceración polémica que parece ir directamente contra el judaísmo. La sociedad hebrea de entonces, como también la de hoy, estaba dividida en tres estadios: sacerdotes, levitas y simples hebreos. En la parábola, primero el sacerdote y el levita después, no quieren asistir al herido, y finalmente interviene un tercero, el Samaritano, perteneciente a una comunidad diferente, que ofrece una gran lección de humanidad. En la parábola hay, pues, un gran ausente, el hebreo simple. Alguien ha sugerido que la version original de la narración hablala justamente de él; el hecho es que el texto oficial habla de un Samaritano y que una de las posibles morales de la narración es la necesidad de salir de Israel para encontrar humanidad y solidaridad. De esta manera el mensaje de la parábola, del amor y de la solidaridad sin distinciones, está contaminada por esta amargura de fondo, por lo que se predica mucho amor y al mismo tiempo un poco de hostilidad. En este momento, al mismo tiempo que agradezco por la invitación para participar en esta importante asamblea, deseo subrayar que mi papel es justamente hablar en nombre del ausente, de aquel hebreo simple que no habría podido tomar contacto con la medicina en el templo de Hipócrates, y que en la parábola de Lucas ni siquiera es considerado como sujeto posible de actos caritativos. He hablado hasta ahora de los límites de los modelos en los que tiene origen esta Asamblea; pero deseo aún más definir, a la luz de las incomprensiones del pasado, un camino común al servicio del hombre y particularmente de quien sufre. Es necesario captar en los modelos del pasado las grandes intuiciones de progreso, encontrar las raíces en la propia tradición de cultura y de fe, y ponerlos al servicio de la colectividad. Partiendo propiamente de la parábola del Samaritano, para comenzar quisiera subrayar tres puntos. El primero se refiere a la crítica a los sacerdotes. Un pasaje talmúdico (Joná 23a) narra casi con horror una historia de sacerdotes que se habían acuchillado en el Templo por un problema de precedencias en el servicio; el comentario rabínico a esta historia, que - se note - es contemporáneo y quizás anterior a la parábola, es que para ciertos sacerdotes los problemas técnicos de pureza ritual eran mucho más importantes de la vida humana, incluso de la vida de los mismos hijos de los sacerdotes. Es la diagnosis desconsolada y la autocrítica de un mundo religioso que advierte los límites y los riegos del ritualismo y del tecnicismo jurídico, no obstante considere el rito y la ley como elementos fundamentales de la vida religiosa. Un sistema religioso sano y vital no puede dejar de elevar en cada momento esta crítica. El judaísmo lo hace desde el tiempo de los profetas y nunca ha dejado de hacerlo, a través de sus maestros más inspirados. Pero, tal como debía ser claro desde la antigüedad, así como debe ser claro hoy como exigencia urgente, el problema no se limita ciertamente a los sacerdotes de una religión; sacerdote no es sólo el hombre investido de cargos sagrados sino que, en el sentido etimológico de la palabra hebrea que indica el sacerdocio, es ante todo el "servidor", por lo que cada sociedad tiene sus sacerdotes, sus dirigentes y los funcionarios que la "sirven" y que pueden olvidar, en el posesivo respeto del ritualismo de su cargo, los valores fundamentales de respeto de la vida humana. A las religiones, que quizás son las primeras que caen en los riesgos de la pérdida de valores, pero que también son las primeras que hacen crítica y limpieza, corresponde un papel primario para reconducir las sociedades organizadas a descubrir nuevamente los valores. El segundo punto es una refle- * Este artículo y el siguiente presentan ideas en relación con la bioética, formuladas según la religión hebrea y mulsumana VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO xión sobre la frase que concluye la parábola y es título de este Convenio "Vade tu et fac similiter". El comportamiento correcto de un hombre es visto como ejemplo que debemos imitar. Quisiera observar que en las raíces hebreas en esta invitación hay una dimensión escondida muy amplia y grandiosa. No hay solamente la imitación del hombre que se comporta rectamente, hay también y sobre todo la imitación de Dios: "Sed santos dice el Levítico 19, 2 - porque yo, Jahvéh, vuestro Dios, soy santo ". En el cántico del mar, en el Exodo 15, 2 se dice: El es mi Dios, yo le glorifico. "Glorifico" en hebreo es weanveu, que sin vocales puede leerse aniwahu, yo y El, como si yo y El pudiesen ser semejantes. Los rabinos se preguntan: ¿cómo es posible realizar esta idea? Simplemente, imitándolo: "Así como El es clemente y misericordioso, así debes ser también clemente y misericordioso" (b Shabbat 113b). Más aún, el Deuteronomio (13,5) dice: "A Jahvéh vuestro Dios seguiréis y a El temeréis". El Talmud (bSotá 14a) se pregunta: ¿Pero cómo es posible caminar siguiendo al Señor? Practicamente significa imitar sus atributos: como El ha visitado a los enfermos, como se dice que el Señor apareció a Abraham junto al encinar del Mambré (Génesis 18,1), en el momento en que Abraham, enfermo, descansaba a la entrada de la tienda - se había apenas circuncidado -, así también visita a los enfermos. El hombre, como nos enseña el Génesis (1,26), ha sido creado a imagen y semejanza divina. Es un concepto difícil de entender, si pensamos a un Dios absolutamente indescriptble e incomparable a la realidad humana. Habitualmente se piensa que la imagen divina del hombre sea su inteligencia, pero estas enseñanzas superan e integran esta concepción. La imagen divina del hombre está también en sus capacidades morales, en la posibilidad de ejercer atributos como la misericordia y la solidaridad que son cualidades humanas, pero descienden de la esencia divina. Ejercer estas virtudes de parte del hombre, el "fac similiter" referido al plan divino, significa descubrir, revalorar, hacer vivir y realizar la parte divina que hay en sí. 79 De aquí llegamos al tercer punto, quizás el más delicado del razonamiento. La obligación subjetiva de la solidaridad y de la misericordia proviene de la naturaleza divina que hay en nosotros. Pero de la misma naturaleza divina que hay en cada hombre deriva tamnién la sacralidad de cada ser humano de cada vida, el objeto de nuestra solidarida. De aquí el imperativo que hoy también es un reto para cada persona. Pero el problema dramático, que es justamente el que se plantea en la parábola, es la definición del "prójimo". ¿Es legítimo poner un límite en el ámbito de la humanidad, que separe el prójimo del no prójimo? Es demasiado cómodo y muy equivocado, desde el punto de vista histórico, pensar que a esta pregunta los hebreos malos hayan respondido sí y los cristianos buenos no. En realidad la pregunta atraviesa y divide en todo momento a religiones e instituciones, y a cada sociedad y estado que hoy se proclama civil y democrático. Las tentaciones de cerrarse son omnipresentes; incluso Jesús inicialmente no quiso curar a la mujer siro-fenicia, queriendo reservar la parte mejor de su fuerzas solamente a Israel (que definía hijo, en contraposición con los demás a quienes llamaba perros - Mt 15,21-28, Mc 7, 24-3o). Toda revolución derriba las barreras, pero crea inmediatamente otras nuevas, diferentes, quizas numéricamente más amplias, pero no menos reducidas conceptualmente; y en vez de los circuncidados se ponen a los bautizados, en lugar de los oprimidos a los conciudadanos o afiliados , y así en adelante. También aquí es necesario revalorizar conjuntamente las potencialidades constructivas de las religiones: del mensaje bíblico común, la afirmación del Salmista, que "la misericordia divina está en todas las criaturas" (Salmo 145, 9); a la enseñanza rabínica, que se pregunta por qué la Biblia narre que la entera humanidad desciende de un único hombre, y responde: para que se enseñe que cada hombre es potencialmente una entera humanidad, y por tanto quien destruye a un solo individuo es como destruyera a un mundo entero" (mSanhedrin 5, 5). Un mensaje que el Islam ha recogido y difundido en térmi- 80 nos idénticos. Y para regresar a las raíces bíblicas comunes no podemos ignorar, entre los numerosos ejemplos, la grandiosa imagen al final del libro de Jonás, símbolo según la interpretación tradicional hebrea - del conflicto entre los atributos de la justicia y del amor, en el que prevalece este último: el profeta quería que la ciudad pecadora de Nínive, la capital asiria, fuese castigada por sus culpas; pero el Señor dió esta lección a Jonás: "Tú tienes lástima por un ricino por el que nada te fatigaste, que no hiciste tú crecer, que en el término de una noche fue y en el término de una noche feneció. ¿Y no voy a tener lástima yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda" (Cap. 4, 10-11). Estas ideas deberían ser una de las estructuras calificantes de las religiones abrahamíticas. Dice el Talmud: "El que tenga misericordia de las criaturas revela claramente que pertenece a la estirpe de nuestro patriarca Abraham" (bBetzá 32b). Estas consideraciones fundan el sentido religioso de la solidaridad humana en general y de la actividad médica en particular. Si cada hombre es marcado y consagrado por su ser imagen divina, y como tal digno de respeto, el hombre que sufre lo es aún más. Uno no se acerca a un enfermo como a cualquier otro ser humano. Basándose en la expresión del salmo 42, 4 que dice: " El Señor nos confortará en el lecho del sufrimiento", el Talmud (bNedarim 40 a) dice que por encima del enfermo, literalmente sobre su lecho, se posa la presencia divina, que lo asiste y comparte sus sufrimientos; la experiencia del encuentro con la enfermedad se convierte en un encuentro con lo sagrado (bidchilu urchimu), para usar la expresión amada por los místicos, con temor y misericordia, con temor y amor. En esta perspectiva, nada es más lejano que concebir el ejercicio de la medicina como una actividad de pura búsqueda y aplicación de tecnologías científicas. El deber de las religiones hoy es remarcar que la medicina es encuentro con lo sagrado, una práctica de sacralidad. Tomando los análisis anteriores, para quien trabaja en este ámbito DOLENTIUM HOMINUM sagrado se tienen muchos llamamientos severos y advertencias; a sus sacerdotes que son los médicos y los agentes sanitarios en todos los niveles, el acontecimiento de no perder de vista la escala de valores que coloca a la vida humana como referencia esencial y los problemas "rituales", mientras la técnica y los progresos científicos, están como instrumentos. A quien está implicado, la conciencia de actuar realizando la dimensión divina en el hombre y la hermandad humana. La otra grande tarea, o el reto, que implica a las religiones hoy en el problema médico, es el de remarcar la necesidad de una ética, de reglas de comportamiento preciso. Todo comportamiento humano debe estar regulado por normas, aún más la medicina, que implica aspectos esenciales de la condición humana, y que deber ser entendida como ámbito de encuentro especial con la dimensión de lo sagrado. El debate bioético se vuelve cada vez más amplio y a menudo cada vez más dramático ante las posibilidades ofrecidas por el progreso de las tecnologías. Al mismo tiempo, notamos sin embargo que quizás por la complejidad de las materias tratadas y las divergencias de opiniones, a menudo no es fácil llegar a una norma. Parece que una de las grandes dificultades de nuestro tiempo: aquella de la lentitud jurídica en materia de bioética, con respecto a la velocidad del progreso tecnológico, y esto incluso en el convencimiento, que hay que reconocer a la mayoría de los agentes del sector, la necesidad de una clara reglamentación de los aspectos éticos y jurídicos. Y justamente de los ambientes de los agentes técnicos parten las normas de autoreglamentación, en ausencia o en espera de las decisiones de la colectividad y del Estado. Eso contribuye a dar una nueva importancia a la tradición de ennoblecimiento ético de la profesión, tal como se expresa en los códigos deontológicos. Pero si el esfuerzo ético de una categoría profesional merece estima y atención. no se puede dejar de ver con preocupación la lentitud de las sociedades en general para seguir y reglamentar problemas tan importantes. Pe- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO ro hay más: si la voz y la conciencia de los agentes técnicos es parte en causa fundamental, no se pueden ignorar también todas las otras partes implicadas. Dejando codificar solamente un grupo, por más que sea laudable su intención, no todas las exigencias y no todas las temáticas son discutidas y garantizadas. Quisiera poner como ejemplo lo que ha sucedido en Italia en los últimos meses. Ante la ausencia de una normativa actualizada sobre todos los problemas de la procreación asistida, los médicos italianos han decidido autoreglamentarse. El Consejo Nacional de la Federación de las órdenes de los médicos, que se reunió el 2 de abril, ha adoptado un orden del día, en el cual, después de haber solicitado con fuerza al Gobierno y al Parlamento una intervención legislativa rápida, ha establecido a lo largo del tiempo reglas para todos los médicos italianos; quien no respeta estas reglas es sometido a disposiciones disciplinarias. Examinando estas reglas, y los principios en los que se inspiran, surgen algunos puntos que merecen ser discutidos con mayor profundidad. En estas reglas, la referencia esencial para la valoración de las diferentes opciones creatives es el bien del que va a nacer. Por consiguiente se prohiben ciertos procedimientos, entre los cuales las "práticas de fecundación asistida en mujeres en menopausia no precoz" Es probable que esta decisión recoja hoy un amplio consentimiento en muchas partes del mundo, y creo que también en el mundo hebreo de hecho lo compartirían muchos rabinos. Pero como pertenencientes a religiones que encuentran su fundamento en la Sagrada Escritura, en la Biblia, no podemos poner de relieve una chocante contradicción. El Génesis nos narra sobre Abraham y Sara, de edad adelantada y sin hijos; y del don milagroso de un embarazo hecho a Sara, del cual explícitamente se dice que estaba en menopausia (Gn 18, 11). El hijo que nace, Isaac, llevará en su nombre el recuerdo de la risotada de la matriarca ante el anuncio de la increíble violación de un orden natural. Con las técnicas actuales disponibles, hoy Abraham y Sara no habrían tenido necesidad de un milagro, y paradójicamente, con las normas actuales, el que es Médico de todas las Criaturas podría ser sometiso a disposiciones disciplinarias de la Orden de los Médicos. Dejando de lado la broma, estas consideraciones nos deben hacer reflexionar sobre la insuficiencia del debate y sobre las consecuencias en las que puede llevar una ciertamente laudable urgencia de decidir, si no tienen en debida cuenta todos los componentes. Se ha decidido, repito, que "el bien del que está por nacer debe considerarse siempre como el criterio de referencia". Estamos todos concordes que el bien del que está por nacer debe ser absolutamente tutelado; pero ¿por qué ignorar la legitimidad de otras solicitudes, como la de la maternidad incluso tardía? Hoy se insiste mucho sobre el derecho del que está por nacer para tener dos padres jóvenes y eficientes que lo hagan crecer y, en ausencia de esta garantía no se realicen los procedimentos de procreación asistida. Se trata de un criterio justo y coparticipado, pero ¿hasta cuando será un valor absoluto? En el pasado ¿cuándo ha sido considerado esto un valor absoluto en cada sociedad? Antes bien, es verdad lo con- 81 trario, que se ha tratado de hacer nacer niños, sin preocuparse mucho si sus padres biológicos estuvieran vivos. Y esto porque, y aquí venimos a otro apecto del problema, la sociedad estaba organizada en familias ampliadas, en las que si moría una madre (¿cuántas mujeres morían por parto?), a menudo había en la famiglia otra mujer (una tía, una abuela etc.), dispuesta a acoger al huérfano. Entonces, debemos preguntarnos si la fuerte proclamación actual del derecho, obviamente legítimo, del que va a nacer, premie bastante acríticamente el modelo y la idea de una famiglia nuclear y restringida, con perjuicio de una famiglia ampliada, cuya disgregación es debida a muchos graves motivos sociales, pero en parte es expresión de una incapacidad de convivencia, de individualismo y de egoísmo. Todo esto sirvo para subrayar la compejidad del debate bioético, la necesidad de escuchar las diferentes exigencias, las obligación de delinear caminos e identificar soluciones al servicio del hombre que sufre, sin fáciles permisivismos, pero también sin caer en tentación de negar todo por miedo de lo nuevo o para tutelar modelos sociales cuya legitimidad aunque difundida no es absoluta. Como herederos de una tradición que consideramos inspirada, tenemos cierta ventaja y quizás también algún privilegio, porque nuestro camino de cierta manera está marcado y nuestra elección está guiada. Pero esto no quita sino antes bien multiplica nuestras responsabilidades. La medicina es, como escribía Maimonide, "por un lado, una actividad especial, entre las más importantes del hombre, un gran camino que introduce a las cualidades y a los atributos superiores del intelecto humano, y, por el otro, al verdadero conocimiento divino" (Los ocho capítulos, cap. 5). El profundo sentido de lo sagrado que inspira esta concepción de la medicina es una garantía y un reto para todos, por una mejor medicina al servicio del hombre y al servicio del Creador. Prof. ELIO TOAFF Rabino Jefe de la Comunidad Israelita de Roma DOLENTIUM HOMINUM 82 AHMED ZRIBI Etica médica e Islam 1. Definición del Islam El Islam es, cronológicamente, la tercera religión monoteísta aparecida después del Judaísmo y del Cristianismo, a los que hace frecuente referencia. La base del Islam es el Corán (libro santo) revelado a Mahoma por el arcángel Gabriel. La revelación del Corán comenzó el año 610 d.J.C. y prosiguió durante veinte años. El Islam es un sistema completo que rige tanto el aspecto espiritual como el civil de la vida del individuo, por una parte, y de la comunidad, por otra; el Islam abarca todos los campos de la actividad humana: espiritual y material, individual y social, económica y política. 2. Fuentes de la "Chariâa" La "Chariâa" es el conjunto de leyes del Islam que se aplican a todos los musulmanes. Las fuentes de la Chariâa son de cuatro órdenes: 1. El "Santo Corán" o verdadera palabra de Dios, es un conjunto de dogmas contenidos en 114 capítulos (suras). 2. La "Sunna" es el conjunto de palabras y conductas del Profeta Mahoma reunidas por especialistas del "Hadith". 3. Las "Kyas" o analogías es un método por el cual puede deducirse una regla religiosa, moral o jurídica, a partir de otra regla propuesta por una de las dos primeras fuentes del Islam ("Corán" y "Sunna"). 4. El "Ijmaa" es la elaboración de nuevas reglas por los teólogos musulmanes o "Aimmas". El "Ij- tihad" abarca las dos últimas fuentes de la ley islámica (kyas e Ijmaa). Así pues, el Ijtihad es un esfuerzo intelectual de los "aimmas" que permite encontrar soluciones a los problemas no resueltos por el Corán y la Sunna. Esto da a los preceptos del Islam una dimensión evolutiva, permitiéndole abordar todo nuevo problema, por ejemplo de ética médica, surgido por la evolución de la ciencia. Por nuestra parte, observaremos las diferentes soluciones halladas por los "Aimmas" ante los nuevos problemas éticos. homa dijo en un Hadith: "Tened de vuestra genealogía un conocimiento que os permita estar atentos al lazo de parentesco por la sangre". El Corán ha dicho: "Dios no ha hecho de vuestros hijos adoptivos vuestros propios hijos" (Sura 33, vers.4). "Llamad a los hijos adoptivos por el nombre de su padre" (Sura 33, vers.5). Así el respeto de la vida, de la filiación y de la razón son los tres fundamentos que figuran en la base de la ética médica del Islam. 4. Naturaleza del Islam: espíritu de tolerancia y de liberalismo 3. Los fundamentos de la moral musulmana La "Chariâa" o ley islámica comprende cinco principios que el individuo y la comunidad deben respetar. Son: - El testimonio de la Fe – El respeto de la vida humana – La razón – La filiación – y el dinero. El respeto de la vida significa el respeto de la integridad física y psíquica del hombre. Lo atestiguan numerosos versículos del Corán. – "Hemos creado al hombre de la forma más perfecta" (Sura 95, versículo 4). –"No modifiqueis la creación de Dios" (Sura 30,vers.30). – "Dios ha soplado en el hombre su espíritu" (Sura 32, vers.9). – "Hemos dado la nobleza a los hijos de Adán" (Sura 17, vers.70). El respeto de la filiación significa la salvaguardia de la perennidad genealógica y de la filiación. Ma- La noción de tolerancia aparece en numerosos versículos del Corán. – "Dios quiere para el hombre la facilidad y no el constreñimiento". (Sura 2, vers.185). "No imponemos a cada hombre lo que puede llevar". (Sura 6, vers.152). –"No impongamos a cada uno más de su capacidad" (Sura 7 vers.42). – "Ningún constreñimiento en religión, el verdadero camino se distingue del error". (Sura 2, vers. 256). En el Islam son relativas las obligaciones y las prohibiciones. El Corán dice: "Se os ha prohibido la carroña y la sangre y la carne del cerdo y la carne de la bestia preñada, pero quien es constreñido sin ser rebelde ni transgresor, para éste Dios es verdaderamente misericordioso y lo perdona" (Sura 16, vers.116). Después de haber recordado ciertas características de la religión musulmana y en particular los fun- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO damentos de su moral y de su espíritu, pasamos a ver en primer lugar la ética hipocrática que en gran parte se encuentra en la moral musulmana y, en segundo lugar, el punto de vista del Islam acerca de las soluciones dadas a los nuevos problemas éticos nacidos del desarrollo de la biología y de la terapéutica durante los tres últimos decenios. 5. La ética hipocrática7. El término "ética" se confunde a menudo con el término "moral". Actualmente, el término moral se refiere más bien a los comportamientos reales de un individuo o de una comunidad, mientras el término ético hace referencia ante todo a una reflexión sobre tales comportamientos. Tanto moral como ético varían de una sociedad a otra y de un tiempo a otro5. A pesar de esa variabilidad, los cuatro principios de ética médica adnitidos por la totalidad de los médicos desde hace 25 siglos (Hipócrates) son la autonomía, el beneficio, el deseo de no dañar (no nocividad) y la justicia. La autonomía incluye el respeto y la libertad del individuo. El beneficio consiste en portar el bien a los demás. El deseo de no dañar es el deber de no hacer el mal a otras personas. La justicia en ética médica significa cuidar a los pacientes sin discriminación de raza, de religión, de riqueza o de estado social, etc... 1. Principio de la autonomía. Cada persona se siente libre e independiente.No es controlada ni mandada sino por Dios el creador. El Islam ha dado un gran valor a la reflexión y al aprendizaje. El primer verso revelado por Dios a Mahoma dice: "Lee en nombre de tu Dios que creó al hombre" (Sura 96, vers.1). Numerosos hadith o palabras del profeta, han insistido en el respeto de la persona, sobre la reflexión y sobre el razonamiento. "Ninguna oración es igual a la reflexión y a la contemplación" "Ay de aquellos que leen y no comprenden". "Una hora de reflexión es mejor que una noche de oración". Además hemos visto antes que la razón es uno de los fundamentos de la religión musulmana. El Islam ha insistido sobre la libertad incluso en materia de creencia religiosa". Así el principio de la autonomía aparece claramente en la moral musulmana. 2. El beneficio El Corán ha animado la beneficencia y hasta la ha ordenado tanto para los individuos como para la comunidad. La limosna o "Zakat" es uno de los dogmas de la religión musulmana. El Corán ha prometido una recompensa para toda persona que haya hecho el bien. También el Hadith anima a la beneficencia. –"El musulmán no emprende una acción o una plantación de la que resulte alimento para el ser humano, un animal o un pájaro, por la que no sea recompensado en el más allá". "Una persona puede evitar un castigo en el más allá por malas acciones plantando un palmar". 3. El deseo de no hacer daño (no nocividad) El principio de no hacer daño ha sido mencionado por el Corán y en numerosas Hadith. El Corán dice: "Quienes imponen una pena a los creyentes y a los no creyentes sin que la hayan merecido, esas gentes se cargan con una calumnia y un pecado manifiesto" (Sura 33, vers.58). "Nadie socorra a los prevaricadores" (Sura 22, vers.7). "Y si dos grupos de creyentes luchan entre sí, imponed la paz entre ellos. Después, si uno de ellos se rebela contra el otro, combatid al que se rebela hasta que obedezca al mandato de Dios; si obedece, haced la paz entre ellos con justicia" (Sura 49, vers.9). Así se encuentra en la moral musulmana los principios de la autonomía, del beneficio, de la no nocividad y de la justicia. Y esos principios los encontramos en los diferentes juramentos de médicos que han ejercido en tierras del Islam. Al principio de la era islámica, los sabios musulmanes se inspiraron mucho en la civilización griega para desarrollar su propia civilización. 83 Citemos algunos textos éticos en tierras del Islam. a) Juramento de Moisés Maimonides (1135-1204 d.J.C.) De cultura hebrea, Moisés fue el médico privado de Saladino el Grande. Su juramento insistió sobre las nociones de beneficio y de no nocividad. b) Juramento del médico musulmán (1981) Adoptado por la primera conferencia internacional de la medicina islámica celebrada en Kuwait y publicado por la organización médica islámica en Kuwait, 1982. Ese juramento ha establecido que el practicante debe respetar la dignidad de los pacientes y su intimidad, y no debe divulgar sus secretos. También ha indicado beneficio, no nocividad y justicia. Así los principios éticos hipocráticos han sido adoptados no sólo por los médicos en tierras del Islam, sino también por los médicos con otras culturas religiosas, sobre todo hebrea y cristiana. Sin embargo y desde hace dos o tres décadas, la doble revolución biológica y terapéutica ha suscitado nuevos y graves problemas éticos. ¿Cómo el médico musulmán ha conocido esos problemas y qué soluciones les ha encontrado? Como ya hemos visto antes, los dos primeros fundamentos de la Chariâa (Corán y Sunna) son inmutables, mientras el "Kyas" y el "Ijmaa" permiten una reflexión sobre la ética según las circunstancias y una solución a los problemas no resueltos por el Corán y la Sunna. 6. Islam y nuevos problemas de éticas médicas Desde hace unos veinte años, los nuevos problemas éticos planteados por los progresos de la biología y de la terapéutica, han suscitado la reunión de numerosos seminarios y conferencias que han reunido a agentes de sanidad, hombres de religión y hombres de leyes, a fin de encontrar soluciones a esos problemas, de acuerdo con la Chariâa eslámica. 1 - La planificación familiar Ciertamente el Islam ha anima- DOLENTIUM HOMINUM 84 do la procreación, pero ha permitido, bajo ciertas condiciones, la planificación familiar. 1.1 Métodos anticonceptivos La técnica de retirarse antes de la eyaculación para evitar el embarazo, no ha sido prohibida por el Islam. Si ese problema nunca ha sido evocado por el Corán, numerosas palabras del Profeta (Hadith) han autorizado el método de retirarse antes de la eyaculación para evitar el embarazo. Las "Kyas" o analogías permiten a los Aimmas autorizar los otros métodos anticonceptivos, a condición de no dañar la salud de la mujer: condom, preservativo femenino, píldora hormonal, etc2. 1.2 La procreación artificial El Islam ha ordenado con mucha insistencia el respeto y la salvaguardia de la perennidad genealógica y de la filiación2,4. El Corán dice: "Dios no ha hecho de vuestros hijos adoptivos vuestros propios hijos" (Sura 33, vers. 4). "Llamad a los hijos adoptivos por el nombre de su padre" (Sura 33, vers. 5). Un Hadith del profeta precisa: "tened de vuestras genealogías un conocimiento que os permita ser atentos a los lazos de parentesco por la sangre". Así, Corán y Sunna subrayan la necesidad de asegurar con la perennidad genealógica la eliminación del riesgo de injerto y la salvaguarda del patrimonio familiar. 1.2.1 La inseminación artificial Esta técnica consiste en depositar directamente esperma en la cavidad uterina en caso de esterilidad conyugal. Esta técnica es tolerada por el Islam a condición de que el esperma empleado sea el del cónyuge legal 2,4. 1.2.2 La fecundación in vitro y la transferencia embrionaria En este caso se procede a una fecundación 'in vitro'. Se recoge el óvulo, de una parte, y el espermatozoo, de la otra, y se les reúne en una misma probeta. Se obtiene así la fecundación del óvulo por el espermatozoo. Al cabo de 48 horas se deposita ese principio de embrión en la ca- vidad uterina. Esta fecundación 'in vitro' es tolerada por el Islam a condición de que el embrión proceda del óvulo de una mujer y del espermatozoo de su marido. La donación de esperma está prohibida por el Islam2,4. 1.2.3 Las madres por sustitución Si una madre no puede tener un hijo pero mantiene siempre sus ovarios, se puede tomar uno o varios de sus óvulos. Estos serán fecundados in vitro con el esperma del marido. El embrión obtenido al cabo de 48 horas es depositado en el útero de otra mujer, que lo restituye nueve meses después. Esta técnica está prohibida por el Islam2,4. 1.3 La esterilización La esterilización temporal considerada como un método anticonceptivo es tolerada por el Islam2,4. La esterilización definitiva está prohibida en el Islam salvo si tiende a preservar la salud de la persona que va a ser esterilizada 2,4. 1.4 Interrupción voluntaria del embarazo Hemos visto antes que el Islam ha ordenado el respeto de la integridad física del individuo. Por otra parte y según la religión musulmana, el embrión no es considerado como persona humana sino a partir de 120 días de vida intrauterina. El Corán dice: "después hemos hecho del esperma un coágulo, después, del coágulo hemos creado una carne. Después hemos creado los huesos y los hemos revestido de carne. A continuación, hemos producido una criatura totalmente diferente. Bendito sea Dios, el mejor de los creadores" (Sura 23,vers.14). Mahoma ha dicho (Hadith). “La creación de una persona en el vientre de su madre pasa por las siguientes etapas: 40 días en forma de tierra; 40 días bajo la forma de una adherencia; 40 días bajo la forma de un buche de líquido y por fin Dios le envía un arcángel que le sopla el espíritu”. Esto explica la posición del Islam en materia de interrupción voluntaria del embarazo. Los pareceres de los "aimmas" sobre este punto son diversos y a veces divergentes, entre la tolerancia del abor- to antes de los 120 días de embarazo, la tolerancia motivada y su prohibición total. La posición actual de la moral musulmana en materia de interrupción voluntaria del embarazo ha sido resumida por Jel El Hak, el mufti de Egipto2: – La interrupción voluntaria del embarazo es tolerada antes de los 120 días si existe un motivo válido: vida de la madre en peligro o un embrión que presente defectos genéticos graves que no permitirán que sobreviva una vez nacido o que serán transmitidos a su descendencia. – Después de 120 días de embarazo, la interrupción voluntaria del mismo está prohibida, salvo si está en peligro la vida de la madre. 2. Desarrollo actual de la genética e Islam Tres principios de la moral musulmana nos permiten resolver este problema: respeto de la integridad de la persona humana, el beneficio y la no nocividad. 2.1 Encuestas genéticas y tarjeta de identidad genética El genoma define la especie y el individuo. Se trata de una impronta específica que permite reconocer a un individuo. F. Ben Hamida ha dicho4: – El Islam debe aprobar el empleo de las improntas genéticas para establecer un derecho de filiación. – El Islam debe aprobar también el empleo de improntas genéticas como prueba de la culpabilidad o no culpabilidad de una persona (justicia). 2.2 Diagnóstico pre-natal El diagnóstico pre-natal de ciertas malformaciones congenitales o enfermedades hereditarias plantea el problema de la interrupción voluntaria del embarazo (ver más arriba). 2.3 Manipulaciones genéticas Terapia génica La manipulación genética consiste en modificar un gene o introducir un gene a nivel de un órgano o de un organismo entero. La modificación de un órgano por condición genética es tolerada VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO en el Islam si su objetivo es curar una enfermedad. – La modificación de un organismo entero está formalmente prohibida por el Islam, porque la operación consiste en modificar una criatura divina. 3. Trasplante de órganos El trasplante de órganos conoció un desarrollo considerable durante las tres últimas décadas. En 1990 se ha celebrado en Kuwait el segundo Congreso de la Sociedad de Trasplante de órganos en el Medio Oriente4. Este Congreso ha animado al trasplante de órganos y lo ha considerado como una buena acción ("Hasana") e incluso como una limosna ("Sadaka"). Por otra parte, el Consejo de Ministros árabo-musulmanes ha adoptado un proyecto que concierne al trasplante de órganos. La ley tunecina del 25/3/91 referente al trasplante de órganos se parece al proyecto del Kuwait6. 3.1 El trasplante de órganos es tolerado por el Islam salvo para los órganos de reproducción (por respeto a la perennidad genética) y para los órganos vitales. 3.2 Donadores vivos El trasplante es posible a condición de que el donador sea mayor de edad y goce de sus facultades mentales y de su capacidad jurídica y que haya libre y expresamente consentido en el don de órganos. 3.3 Donadores muertos Las detracciones pueden efectuarse confines terapéuticos o científicos sobre el cadáver de una persona a condición de que, en vida, no haya dado a conocer su negativa a tal detracción, o no se oponga alguna de las siguientes personas en plenitud de capacidad jurídica y en el orden que exponemos: los hijos, el padre, la madre, el cónyuge, los hermanos y hermanas, el tutor legal. La detracción de órganos del cadáver de un menor o de un incapaz no puede realizarse para un injerto sino con el consentimiento de su tutor legal. 4. Ensañamiento terapéutico y eutanasia 85 médica descansa en las siguientes bases: a - Que beneficie al hombre b - Que no perjudique al individuo o a la sociedad c - Que sea justa, de manera que ninguna investigación sea hecha sobre un grupo (o una clase) dado, en beneficio de otro grupo ( u otra clase). d - La confianza total, no sólo en el establecimiento del proyecto de investigación y en su ejecución, sino también en la comunicación de los resultados y su publicación. Conclusión Preservar la vida es uno de los fundamentos de la religión musulmana, como ya hemos visto antes. En el Islam, nadie está autorizado a poner fin a sus días o a los de otra persona, aunque padezca una enfermedad incurable. También el Islam prohibe la eutanasia, incluso cuando la pide el enfermo. 5. Investigación médica Los cinco primeros versículos del Corán con su elogio de la pluma como instrumento de la ciencia humana y hasta de la civilización y de la cultura del hombre, constituyen en absoluto la primera revelación a Mahoma. (Sura 96,vers.15). Esto nos dice la importancia dada por el Islam al conocimiento y a la investigación. El primer Congreso internacional sobre las normas éticas de la investigación en cuanto a planificación familiar en el mundo musulmán (El Cairo 10-13 de diciembre de 1991) ha llegado a las siguientes recomendaciones2: 1 - La investigación médica sobre el hombre no representa más que una parte de la investigación en general. 2 - Necesidad de establecer normas éticas para la investigación médica. 3 - La ética de la investigación La ética médica en el Islam, basada en los fundamentos de la religión musulmana (Corán, Sunna, Kyas e Ijmaa) ha reunido las principales éticas admitidas por la mayor parte de los médicos del mundo y esto desde la época hipocrática hasta nuestros días. Por otra parte, hemos visto que gracias a la tolerancia y al espíritu liberal en el Islam y gracias al esfuerzo de reflexión y de razonamiento (Ijtihad) de los aimmas, la ética médica en el Islam ha podido adaptarse fácilmente a los nuevos problemas planteados por la doble revolución biológica y terapéutica que vivimos desde hace tres décadas. El islamismo Pr. AHMED ZRIBI Director del Departamento de Medicina Interna Y de las Enfermedades Infecciosas en el Hospital de la Rabta de Túnez. Bibliografía 1) El Santo Corán 2) SEROUR J, OMRANE A., Guía de las normas éticas en la investigación sobre la planificación familiar en el mundo musulmán (El Cairo, 10-13 Dic.19091) Centro internacional islámico para las investigaciones y los estudios de las poblaciones, Universidad de Al Azhar, El Cairo. 3) SEROUR J., Biothics in biomedical research in the muslim world. Paper presented at workshop in Reproductive Health Research Methodology. Dubai - UAE 25-29 March 1995. 4) BEN HAMIDA F., Problema de bioética y moral musulmana. Conferencia (12 marzo 1995) 5 ) BERNARD J., De la biología a la ética. Ed.Hachette Pluriel, París 1991 6) "Ley referente a la detracción y al injerto de órganos humanos", (Túnez - Journal Officiel: Loi n.91 - 25 marzo 1991 -République Tunisienne). 7) PORTES L., A la búsqueda de una ética médica, Masson et Cie Editeurs (1964). DOLENTIUM HOMINUM 86 ALESSANDRO BERETTA ANGUISSOLA El lenguaje de la divulgación en medicina La comunicación es una técnica que debe ser aprendida. El problema del lenguaje y de la estructura de la información científica es, de hecho, muy complejo y varía mucho según el objetivo que sequiere alcanzar,en particular según la dimensión-objeto de la comunicación. Este aprendizaje debería entrar en el proceso de formación del investigador científico y, por lo tanto, también del médico, que ante todo es un biólogo (aunque no es sólo un biólogo, sino algo más -o, en todo caso, diverso). La enseñanza universitaria, en cambio, tal como es concebida todavía hoy por lo menos en el ámbito de los cursos de medicina, se inspira fundamentalmente en criterios ya superados, expresión de una Weltanschaung que las prestigiosas escuelas medias alemanas impusieron, casi universalmente, en la segunda mitad del pasado siglo. Modelo inspirado ciertamente en un gran rigor metodológico pero que ya no responde cumplidamente -y es lógico que sea así- al a demanda que nace de una sociedad radicalmente cambiada. Uno de los aspectos peculiares de la nueva demanda está constituído precisamente por la petición de información en el campo técnico y científico, in primis en el sector biológico y médico. Es decir, ya no basta que la adquisición de un dato nuevo, científico, sea inserida en el contexto del saber codificado. El aspecto “novedad” requiere muy a menudo la divulgación, especialmente cuando desestabiliza la posición conceptual preexistente y por lo tanto incide en el modo vigente de pensar y de comportarse. Esta consideración es particularmente válida para el sec- tor de la investigación en medicina. Se ha dicho que el médico no es sólo un biólogo. Objeto de su estudio es, realmente, el hombre y el hombre enfermo. La relación con el objeto de su investigación es, por lo tanto, compleja: no es sólo cognoscitiva, sino que es también ética; no es sólo científica, sino, en su totalidad, humana (o humanística, según la acepción en los países de lengua inglesa). Recoge noticias de los valores existenciales no sólo del cuerpo, sino también del espíritu, no sólo del individuo, sino también de la sociedad. Por eso la información médica adquiere una particular resonancia: tiene -como se dice- un índice de agrado altísimo. Pero la comunicación médica, precisamente por su íntima complejidad (aspectos científicos, jurídicos, éticos, sociales) es también en el plano técnico particularmente árdua. Y merecería precisamente que en cierto modo fuera objeto de aprendizaje -correcto y riguroso- durante los estudios. Para mayor claridad quisiera subdividir, aunque sea un poco arbitrariamente- los aspectos de la divulgación médica según sus dimensiones: dirigida al individuo -el enfermo-, a los familiares, a la comunidad. En todo caso, el problema fundamental es siempre el del enguaje. ¿Cómo se puede informar sin emplear un lenguaje idóneo y ante todo abierto y comprensible? Al contrario, toda profesión -y la del médico tal vez en medida mayor que otras- se sirve de un lenguaje “propio”, técnico y específico, de modo que sólo es comprensible a los de dicados a aquel trabajo. Hablar y escribir de modo claro y simple nunca es fácil, pero resulta de hecho muy difícil en medicina. Pero es necesario para el médico adquirir esa capacidad, especialmente hoy. El enfermo y su ambiente familiar -hoy- ya no son del todo privados de conocimientos biológicos y médicos. Hay que reconocer que los medios de información han sacado fuera de las torres ebúrneas de las varias disciplinas un gran número de nociones. Es ampliamente difundido un background cultural, aunque regularmente elemental, lagunoso y sobre todo no ordenado, pero suficiente para hacer preguntas, pedir aclaraciones, a veces incluso suscitar objeciones no inmotivadas. Es necesario, por lo tanto, que el médico hable, informe y explique (naturalmente con mesura y con prudencia) y que el lenguaje usado por el médico sea claro y exhaustivo. El enfermo tiene derecho a ser informado acerca de la naturaleza de su enfermedad, acerca del desarrollo de las indagaciones de las que es objeto y de sus resultados y acerca de las terapias propuestas (no pocas veces cruentas). Porque, aunque no en modo formal, da de hecho un asenso a la acción del médico, que no puede no ser asenso informado. En la práctica hay que reconocer que esta información por parte del médico es muchas veces insuficiente, tanto por el lenguaje como por el contenido. En particular en los dormitorios de los hospitales y de las clínicas, la necesaria y debida comunicación entre médico y enfermo no tiene lugar o se reduce a expresiones apresuradas y genéricas o a frases técnicas incomprensibles o tal vez -sobre todo por parte de médicos jóvenes- a informaciones a menudo imprudentes, turbadoras y prematuras. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO También con los familiares la información se reduce con frecuencia a poco o nada -pocos momentos, en pie, en público- casi como si por el hecho de estar hospitalizado en una determinada sección (donde a lo mejor el enfermo ha sido enviado por la aceptación según la disponibilidad de camas y sin conocimiento alguno del personal sanitario y del ambiente) al médico receptor le hubiera conferido poder en blanco, sin obligación de información y de aclaración y sobre todo sin obligación de obtener un asenso informado para las decisiones que debe tomar. Pero además de ser debida, la información, si bien comunicada como lenguaje y como contenido, constituye un arte sutil, de extraordinaria eficacia para humanizar la relación enfermo-médico y de extraordinario auxilio en la asistencia misma del enfermo. Otra cosa es, en cambio, la divulgación de nociones médicas a la comunidad. Ya se ha hablado del nivel altísimo de aceptación para las secciones médicas en periódicos, radio y televisión. En realidad es una de las formas de divulgación que tienen mayor éxito. Divulgación de por sí no significa notificación deterior, aproximativa y superficial. Significa sólo como escribe Escarpit- poner en circulación información scientífica y técnica entre “profanos”. Si se realiza con un lenguaje claro, comprensible, sin términos técnicos, pero concorde con el rigor científico, es decir, con absoluta exactitud de la información, la vulgarización médica, prudente y discreta, despojada de toda finalidad publicitaria, ausente de toda forma de protagonismo, representa una irrenunciable componente de la educación sanitaria de la población. A tal fin debería desarrollarse más y sobre todo dirigirla bien. La televisión, en particular, podría verdaderamente “instruir”, si se dirigiera no sólo a dar publicidad a debates y entrevistas referentes a la patología humana y la terapia, sino también a “informar” directamente al público acerca de los grandes problemas de la prevención (inagotable y esencial campo de información), los que tocan a todos de cerca, desde la infancia hasta la tercera edad. Es verdad que la sociedad de hoy se comporta de ma- 87 nera irracional por lo que se refiere a la salud, pero una información de medicina preventiva documentada y objetiva, presentada con lenguaje correcto y eficaz, podría con el tiempo obtener grandes resultados, contribuyendo a modificar comportamientos lesivos de la salud. Piénsese, por ejemplo, en los grandiosos éxitos en la lucha contra el humo, obtenidos por la educación sanitaria en los países anglosajones. Piénsese sólo en la estrecha relación hombre-ambiente y cuán útil resultaría una información difundida a este propósito. Pero también la divulgación a los profanos es difícil y, como ya se ha dicho, o uno la lleva en la sangre o no la tiene, y eso sucede también entre los investigadores. Es fácil caer en errores, incluso torpes, por exceso de celo o por un lenguaje impropio. Por ejemplo, uno de los errores más comunes es el representado por el llamado lenguaje metafórico. Hablar por metáforas refiriéndose al ambiente que rodea al hombre moderno, por ejemplo comparando el organismo humano a una máquina, todo lo compleja que se quiera, constituye una técnica de vulgarización torpemente errónea. El hombre no es una máquina, es el homo sapiens. El médico no es un mecánico que repara los desperfectos: es una conciencia que acoge una confianza. Una divulgación en el sector de la medicina que no tenga siempre presentes los aspectos humanísticos, legitima la preocupación de que la medicina moderna vaya empobreciéndose en la vertiente humana en medida proporcional al aumento de la capacidad técnica. Ya la ciencia médica, llevando siempre más adelante el conocimiento analítico de los eventos morbosos, corre el riesgo de perder su objeto, es decir, el hombre enfermo. Pero si además no consigue frenar la que ha sido definida “hemorragia del alma”, corre el peligro de fallar su etapa más ambicionada precisamente en el momento en que toca la cima de los conocimientos. He aquí por qué una correcta divulgación puede cumplir hoy una tarea de incomparable valor. Prof. ALESSANDRO BERETTA ANGUISSOLA Presidente del Instituto Italiano de Medicina Social, Italia DOLENTIUM HOMINUM 88 MASSIMO BALDINI La relación médico-paciente en las reglas médicas de los siglos XVIII y XIX "La elección del médico debe hacerse según sus buenas cualidades morales y personales, o el saber y la pericia del mismo, lo que quiere decir sobre bases que inspiren confianza y familiaridad, porque sin estas cosas el enfermo resultará injusto o molesto para consigo mismo y para con el médico". Salvadore Mandruzzato 1. La "pequeña medicina" y la "gran medicina" Durante el siglo XX, la ciencia y el trabajo de los científicos han alcanzado profundas modificaciones. De hecho, en nuestro siglo se ha pasado, para usar una expresión estimada por De Solla Arice1, de la "pequeña ciencia" (caracterizada por investigadores aislados que, ayudados por un mecenas, y aun a veces a sus propias espensas, realizaban experimentos y observaciones: es decir, la ciencia como era en los tiempos de Galileo, pero también la de los comienzos de este siglo) y la "gran ciencia" (la ciencia de los equipos de investigación y que tiene necesidad de grandes inversiones económicas). En la "gran ciencia" desaparece la figura del científico dilettante, del investigador amateur que, durante todo el siglo XVIII y buena parte del XIX, había contribuído incluso con aportaciones interesantes al progreso de los conocimientos científicos. La "gran ciencia", además, al igual que otras muchas actividades a finales de este segundo milenio, se ha colmado y ha acelerado. El hombre de ciencia vive hoy en una situación que se ha hecho fuertemente competitiva. El consejo que Ehrlich daba a sus alumnos ("trabajar mucho, publicar poco") ya no es seguido por ningún investigador2. En fin, la "gran ciencia" es la ciencia de los especialistas y de los 'especialismos', de quellos científicos que manejan conocimientos refinadísimos acerca de parcelas cada vez más restringidas de la realidad. Y, para concluir, la "gran ciencia", a diferencia de la "pequeña ciencia", está estrechamente ligada al mundo de la producción. Con otras palabras, a medida que la industria se hacía científica, la ciencia tendía a industrializarse. Así como en el siglo XX se dio el paso de la "pequeña ciencia" a la "gran ciencia", paralelamente se verificó la transición de la "pequeña medicina" (la de un Redi, pero también la de un Murri) a la "gran medicina". La medicina que tenemos ante nuestros ojos presenta algunos rasgos distintivos que la hacen profundamente diversa de la medicina tal como ha sido practicada hasta los primeros decenios del siglo XX. En particular, el ejercicio de la medicina ha sido marcado por un enorme desarrollo tecnológico. Las consecuencias positivas de semejante transformación están a la vista de todos, aunque no siempre se perciben sus aspectos negativos: como el riesgo, por ejemplo, de que el médico acabe por convertirse en un apéndice del instrumento técnico, asumiendo una actitud de pasividad teórica. Dicho de otro modo, el progreso técnico corre el peligro de provocar en la clase médica un progresivo declinar de la lógica médica. Además, la "gran medicina" -igual que la "gran ciencia"- ha quedado profundamente marcada en el siglo XX por el nacimiento de la especialización. Si en el siglo XIX el fenómeno de la especialización en el interior de la república de los médicos inició su tímida aparición, en nuestro siglo se ha hecho macroscópico. Ahora bien, el fenómeno de la especialización es al mismo tiempo un fenómeno positivo y negativo. De hecho, consiente que nuestros conocimientos científicos progresen, pero al mismo tiempo mina el carácter orgánico de las ciencias y nos hace perder la comprensión de las cosas en su unidad. En tercer lugar, la "gran medicina" es no sólo una medicina que tiende a perder, a consecuencia de las especialidades, la relación con el enfermo como una unidad psicofísica, sino que, al mismo tiempo, se inclina a burocratizar las relaciones con los pacientes. Esto significa que el médico tiende a olvidar que la primera medicina es él mismo, convirtiéndose cada vez más en un "vertebrado de sangre fría", un burócrata gris y cansado. El paso de la "pequeña medicina" a la "gran medicina" ha tenido consecuencias notables sobre el papel representado por el médico en la sociedad, sobre su prestigio social y también sobre sus obligaciones éticas y deontológicas. Si saber es poder, como escribía Francis Bacon, es evidente que cuanto más se extiende el saber médico, tanto más complejos son los problemas de orden ético y deontológico que los "agentes del arte" son llamados a resolver. Y esto es tan verdad que a principios de los años ochenta Stephen Toulmin, un conocido epistemólogo de lengua inglesa, llegó a afirmar que las ciencias biomédicas habían resucitado la ética. A su parecer, de he- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO cho, desde hacía unos decenios las reflexiones en el campo ético se encontraban -por decirlo así- en un estado de animación suspendida; es decir, habían sido profundamente marginadas del debate cultural más vivo. Han sido los progresos en algunas ramas del saber científico, sobre todo los que se han dado en las disciplinas bio-médicas, los que han hecho salir a los estudiosos de ética del 'gheto' en el que habían sido encerrados. 2. Las normas para los médicos y para los enfermos En verdad, en las obras de muchos médicos, desde las de Hipócrates a las de los clínicos de nuestros días, se dan habitualmente reflexiones de orden deontológico. Pero éstas se han multiplicado en los períodos de crisis de la función médica y, en particular, se hicieron torrenciales a comienzos del siglo XIX. En los años que siguieron a la Revolución francesa, tuvo inicio un complejo y laborioso proceso que tendía a definir de nuevo la figura del médico, sus conocimientos, su papel en la sociedad3. Durante todo el siglo XIX, en Italia y en los demás países europeos, se editaron tratados, prolusiones académicas, catecismos y libros de normas médicas, diserciones inaugurales dirigidas a evidenciar las cualidades del médico ideal. Estos escritos presentaron tonos diversos (polémicos, apologéticopropagandísticos, moralizantes) y de ellos se hacía transparente, como observa María Luisa Betri, "la imagen de una clase médica desorientada, debilitada por laceraciones internas, casi asediada por la "hidra de cien cabezas" del charlatanismo, objeto de una áspera sátira popular y del escepticismo de los cultos y, sin embargo, consciente de la necesidad de recomponer la fragmentariedad doctrinal, de adecuar la práctica a principios unificadores, de afirmar e imponer la dignidad de la categoría y de derrotar el ejercicio ilegal"4. Se trataba de escritos enderezados, en primer lugar, a los jóvenes médicos que daban los primeros inseguros pasos en su profesión, pero también a veces a "toda clase de personas cultas"5. E incluso en los textos dirigidos a los médicos, de vez en cuando aparece entre líneas que el autor nutría la secreta esperanza de que fueran leídos también por personas ajenas a la medicina. "He esperado -escribe Giuseppe De Filippi- que este Galateo (o libro de normas) mío pudiera caer en manos de personas ajenas al arte de curar. ¡Oh, si pudiera merecer alguna ojeada por parte de todos los hombres que tienen una relación con los médicos! Me atrevería a decir que si el médico puede daros algún consejo útil, la sociedad podrá encontrar ahí alguna espléndida verdad que le dé luz acerca de los médicos y de la medicina"6. Las causas de la proliferación de escritos de este tipo son múltiples y aparecen con mayor claridad si se las examina junto con las funciones que semejantes escritos trataban de cumplir, funciones que en general no se presentan aisladas, sino, entre ellas, cada vez jerarquizadas diversamente: a) Función apologético-propagandística Entre finales del siglo XVIII y primeros decenios del XIX, la figura del médico aparecía rodeada de desconfianza y sospechas, de hostilidad y repulsa. Con el fin de crear una nueva confianza en las capacidades de la clase médica, es decir, con el fin de obtener una legitimación de la misma por parte del Estado y de los usuarios, se publicaron reglamentos y catecismos, tratados y lecciones inaugurales desbordantes de elogios a la acción 89 de los médicos. Estas obras tenían una función apologético-propagandística, se proponían reconquistar la credibilidad del médico, exaltando sus méritos y sacrificios, trataban de "dar a conocer a la sociedad civil cuánto se debía tener en cuenta a los médicos"7. ¿Quién es -se pregunta retóricamente Giuseppe De Filippi- el médico? Es un hombre -respondeque "pasó incansable sus horas en los más severos estudios, se entregó a todas las abnegaciones, pasó en vela sus noches, se consumió en los hospitales y sobre los cadáveres con trabajos que no pueden compararse con ningún otro de la humana capacidad. Crecido en el ejercicio práctico de su profesión, aceptó la misión de ofrecerse en todo caso como víctima voluntaria del público bien. Y verdaderamente la clase de los médicos ostenta quizá más rasgos de heroísmo y de frío valor que toda la falange de guerreros que pueda poner en campo la historia política de las naciones"8. b) Función de toma de conciencia de la clase médica Dado que los médicos, en su mayor parte, estaban circundados por una general desestima y dado que eran numerosas las malignidades divulgadas acerca de ellos, estos escritos trataban de alejar el desánimo que serpeaba entre quienes cultivaban el arte de Esculapio, subrayando su importancia social y proporcionándoles una sólida conciencia de clase. La medicina se hallaba en la primera mitad del XIX en una profunda crisis de crecimiento, aún no habían llegado los éxitos de la bacteriología. Pero, aunque las terapias fueran todavía ineficaces en su mayor parte, el saber médico iba adquiriendo nuevos métodos revolucionarios para examinar el organismo enfermo: "la percusión de Avenbrugger, la estetoscopia de Laennec, la pleximetría de Piorry"9. Sobre estas limitadas conquistas, pero animados por la confianza en el progreso del saber médico, los redactores de los escritos citados antes, se esforzaron por consolidar a los médicos que entonces eran sustancialmente profesionales sin confianza y, por si fuera poco, divi- DOLENTIUM HOMINUM 90 didos en escuelas en guerra entre sí. En esta situación socio-cultural, las siguientes afirmaciones contenidas en un célebre y fortunado trabajo de Roberto Sava (Sui pregi e sui doveri del medico) tenían la función de llamar a unirse a los médicos en la defensa unánime del valor y de la importancia de su arte: "Por la dignidad de su profesión -escribía Sava- el médico se eleva a la primera fila de la sociedad"10. Y añadía: "El médico no conoce otra profesión más noble que la suya y ningún otro puesto superior al suyo. Los soberanos más poderosos confían sus días a su saber y se someten ciegamente a sus mandatos. Un gran médico es el primero de los hombres: por los progresos con los que perfecciona el arte de curar, se convierte en benefactor de la humanidad; y por el mando que ejerce sobre la muerte, en cierto modo es la imagen de la divinidad sobre la tierra. En el ejercicio de las funciones del médico se contienen todas las virtudes. Su ministerio impone el respeto de los hombres y atrae la admiración de los sabios"11. c) Función polémica contra los charlatanes y el charlatanismo médico La libre profesión médica estaba sometida, a comienzos del siglo XIX, a la feroz competición de numerosos personajes. En una grande y espaciosa ciudad, escribe Sava, es difícil para un médico joven darse a conocer, porque allí "se acumula una prodigiosa cantidad de doctores de todas clases: oficiales de salud, quirurgos de armada, quirurgos municipales, ostétras, médicos titulares, médicos sin título y sin nombre, comadronas, etc. Allí pululan los charlatanes de todas las especies, del herborista, del homeopático, del quirurgo ortopédico hasta el operador de hernias y el curandero de enfermedades venéreas: los mismos farmacéuticos, con la jeringa y el mortero en mano, mutilando las fórmulas, hacen consultas"12. Contra los charlatanes se lanzaron implícita, pero más a menudo explícitamente, todos los autores de los escritos que hemos recordado. Con "intrépido valor e inalterable constancia", los médicos eran llamados a combatir a "negocian- tes practicones", "arreglahuesos", "comadres" y "embaucadores". En esta batalla contra los impostores del arte médico, los hijos de Esculapio se colocaron también contra el "charlatanismo médico". Es decir, contra aquellos colegas cuyas actitudes y cuyas prácticas estaban demasiado cercanas a las de los charlatanes. Entre los charlatanes y los insectos -anota Sava- hay muchas semejanzas: "como los insectos, los charlatanes están esparcidos en cantidad verdaderamente prodigiosa; y muchas veces cambian al exterior, revistiendo mil formas diversas. Algunos parecen tener alas como las mariposas: son los charlatanes titulados, llegados hasta las más altas dignidades; otros se arrastran como las chinches y se manifiestan por el infecto aliento que echan fuera, como esos seres siempre repugnantes por el aliento pestífero que escapa de ellos; otros llevan adelante su triste existencia y, semejantes a los ácaros, son casi imperceptibles; otros, en fin, brillan en pleno día, habitan en los salones y atraen la mirada del observador y del curioso por el estrépito que hacen y el rumor que llegan a producir, como los gruesos escarabajos por su magnitud y singular forma"13. d) Función polémica contra los detractores Los médicos se sentían cercados por los detractores y de hecho eran presa de los sarcasmos de "filósofos y poetas" y hasta de los mismos enfermos y de sus familiares, que a menudo los acusaban de "calumniosas imputaciones". Muchas prolusiones académicas, como la celebrada en 1826 por Emmanuele Basevi, tuvieron esencialmente la función de demostrar que la medicina existía e insistir en que los médicos eran útiles y necesarios14. Contra los detractores y contra cuantos estaban dispuestos a maltratar al médico "con injustas pretensiones, con prejuicios y errores de todas clases, con juicios incompetentes y falaces, con la burla de su ciencia y el vilipendio del arte que profesa"15, se emprendió una operación de públicas relaciones, única en la historia de la profesión médica. Muchos autores insistían en subrayar los prolongados estudios que los médicos habían llevado a cabo ("un médico amante del estudio ha languidecido durante quince años en las escuelas y en los anfiteatros físicos y anatómicos")16, sobre las pésimas condiciones de su vida ("ha transcurrido los años más bellos en el aire infecto de los hospitales")17 sobre sus fatigas y sus noches en vela, para concluir que "la civil sociedad" debía hacer justicia y reconocer el valor del arte médico y consentir a los médicos tomar asiento "en el humano consorcio en aquel puesto al que lo eleva la importancia y la nobleza de su profesión"18. e) Función deontológica Los estudios médicos entre finales del siglo XVIII y principios del XIX pasaron por profundas modificaciones. En primer lugar, en la profesión médica se habían reunido "las componentes teóricas y prácticas hasta el punto de hacer anticuada la figura del médico filósofo, apartado y contrapuesto al quirurgo y al flebótomo. En la nueva síntesis, la habilidad manual junto al lecho del enfermo, antes delegada a una jerarquía de inferiores, asumía nuevo aspecto e importancia"19. En segundo lugar, en las facultades de medicina empezaban a inscribirse incluso miembros de las clases medias y de aquella pequeña burguesía que habría proporcionado gran parte de los miembros de la burguesía profesional de la que tanto necesitaba el naciente Estado liberal. Las facultades médicas, por lo VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO tanto, iban llenándose cada vez más con el tiempo ("los estudios médicos -escribía Ranzi- son casi asaltados por multitud de gente")20 con la natural consecuencia de un descenso de la preparación de los futuros médicos. EL arte de Esculapio se llenaba así de novi homines que no tenían entre sus antepasados un médico o un farmacéutico, personas que, no pudiendo tomar enseñanzas de la tradición familiar, necesitaban una atenta educación en el terreno ético y deontológico. Muchos escritos de médicos famosos se encargaron de concretar el estatuto deontológico de la profesión y hasta las normas de "bon ton" a las que los médicos deberían atenerse. Contra la decadencia de la profesión de "menester vilísimo"21, contra los "hambrientos vampiros", los "recién nacidos sabiondos"22, los aventureros con sed del oro, los "médicos mal provistos y ociosos", los "doctorones intemperantes", los médicos "negociantes" y los "consumidores de enfermos"23, los libros de Normas médicas tomaron una clara posición, delineando las que eran las características de fondo del médico ideal. No fue ésta una empresa fácil, incluso porque se trataba de combatir vicios profesionales arraigados en el tiempo, que iban agravándose por el aumento de agentes del arte médico. Pero se trataba de una batalla importante pues, como recordaba A.Dechambre, "la dignidad del arte médica y los deberes del médico están estrechamente relacionados entre sí"24. f) Función metodológica Los médicos que casi en su totalidad vivían "en la miseria o en humilde mediocridad"25, que debían enfrentarse a pacientes y a charlatanes ignorantes pero desvergonzados y atrevidos, que tal vez habían hecho, por las precarias condiciones económicas de sus familias, "exámenes en nada rigurosos"26, los autores de Normas médicas y de los diferentes tratados deontológicos, se preocuparon de insistir también ellos en consejos metodológicos elementales. Consejos que se referían al modo de interrogar a los enfermos, de recoger sus historias clínicas, de prescribir las medicinas. Se subra- yaba la necesidad de no caer víctimas del "menesterismo", es decir, de un "ejercicio maquinal" de la profesión médica como solían hacer -se escribía- los de los hospitales. Para no convertirse en "médicos rutinarios", víctimas de la pereza de espíritu, se insistía en la importancia de una continua puesta al día. También se invitaba a los médicos a desconfiar de los sistemas ("junto al lecho del enfermo -escribía De Filippi- no hay que llevar ideas previas, ojos alucinados por los sistemas")27 y se les recordaba que "como el médico hace la práctica, así la práctica hace al médico"28. g) Función educativa para los usuarios En el siglo XIX aumenta el número de quienes, con cierta regularidad, se dirigen a los médicos. Zonas cada vez más amplias de la sociedad, primero la burguesía, después el pueblo sencillo de las ciudades y, mucho más tarde, los habitantes de los campos, llaman a la puerta de los 'estudios' de los médicos y esto, a diferencia de otros tiempos, para consultar casos de pacientes que no se hallan en situaciones de máxima gravedad. Médicos iluminados comienzan a escribir Normas expresamente dirigidas a los pacientes. Y esto con el fin de obtener de ellos colaboración, acuerdo para dirigir sus opciones hacia el "docto filantrópico médico" y no ya hacia el "empírico impostor". Verdaderamente se trata de escritos que contienen también mensajes del tipo: "lo digo 91 a Pedro para que lo entienda Juan". De hecho, aunque dirigidos a los pacientes, sirven de acicate para los médicos a fin de corregir sus costumbres peores. Los redactores consideran que un público adecuadamente educado evitará a los "medicastros" y a los aventureros de la medicina, no será inobservante, ayudará al médico a encontrar los datos de la anamnesis, y en fin, creará el consenso social del que la profesión médica tenía tanta necesidad. 3. La relación entre médico y paciente En los libros de "Normas" dirigidos a los médicos y a los enfermos se contenían las reglas que deberían consentir una correcta y eficaz relación entre médico y paciente. Los médicos -se decía- deben ser "caritativos, prudentes, reservados y modestos"29. Deben alentar "con cuidado a los enfermos"30. El médico, añade Macoppe, no debe mostrarse con los pacientes "demasiado severo o demasiado complaciente, porque la excesiva severidad provoca la hostilidad del paciente y la excesiva condescendencia la desconfianza"31. Debe mantener "una actitud mezcla de cortesía, seriedad y disponibilidad"32, si quiere ganarse la confianza, la estima y el respeto de los enfermos. Por otra parte, se invitaba a los pacientes a no ser crédulos y amantes de lo maravilloso, porque tal actitud los llevaría a favorecer "a los charlatanes y al charlatanismo en toda clase de personas"33. Además, el enfermo ideal "debería ser diligente en seguir la administración de las prescripciones médicas"34 y no tratar de "engañar al médico con falsas noticias acerca del cumplimiento de sus prescripciones y de los fenómenos observados"35. De hecho, "quien engaña al médico se ofende a sí mismo y ofende al prójimo". Todos los redactores de tales "normas" reservaron particular atención a los problemas de la comunicación entre médico y paciente. El médico -escribe Coletti"más que hablar, deje hablar: escuche incluso las cosas supérfluas y no diga más que lo necesario"36 y en otro aforismo añade: "diligente, DOLENTIUM HOMINUM 92 no apresurado, entre el médico en la habitación del enfermo; hable, no charle; pregunte, no sugiera"37. La elocuencia del médico -escribe por su parte Del Chiappa- debe ser "ingenua, clara y noble"38; sobre todo "clara y limpia"39. Es decir, el médico "debe argumentar y razonar con tal claridad y simplicidad que cualquier persona presente pueda sentir su fuerza; que cada uno comprenda el sentido y quede convencido de su razón. Lejos de él aquella fraseología técnica e infecta de un impropio grecismo o viciada de barbarismos"40. En verdad, una de las causas de desconfianza de los enfermos para con los médicos estaba en la oscuridad de su lenguaje, en su "vana logomaquia"41. Entre el lenguaje de los charlatanes y el de los médicos era difícil para los pacientes, aunque fueran cultos, encontrar diferencias esenciales: los dos eran un enigma. Pues bien, si los médicos querían distinguirse de los charlatanes, debían hallar un lenguaje más riguroso y tratar de traducir sus conceptos en una lengua que no fuese desconocida para los pacientes. En otras palabras, debían proporcionar expresiones diferentes de las practicadas por sus predecesores. En sus cínicos aforismos médico-políticos, Alejandro Knips Macoppe ya había tomado prosición, en pleno siglo XVIII, contra "los médicos que ostentan expresiones ampulosas, se declaran omniscientes, usan un lenguaje incomprensible para la gente común"42 y había aconsejado a sus colegas "no tolerar tal modo de expresarse que a duras penas puede admitirse en labios de charlatanes y pregoneros. Quien usa ese lenguaje -concluíatiende a engañar a los enfermos, no a curarlos"43. Pero él mismo había afirmado antes en un aforismo que el médico debe "ser siempre ambiguo al formular previsiones sobre el curso de la enfermedad"44, es decir, que debía arreglárselas "formulando vagas previsiones, según el estilo de las profecías de las antiguas sibilas"45. Esta ambivalente actitud, oscilante entre un vivo deseo de claridad y la necesidad de la oscuridad, será gradualmente abandonada a partir de los primeros decenios del siglo XIX. El médico docto -se es- cribirá por esos años- no debe emplear "una jerga afectada y extraña"46, ni "embadurnar recetas con extraordinario aparato de cosas y de nombres rebuscados y raros"47. Para Del Chiappa, en fin, el médico -si no quiere comportarse como un embaucador y un charlatán- debe prescindir de "aquella jerga escolástica, propia sólo de pedantes y admirablemente dispuesta para esconder la ignorancia y la insipiencia de ciertos médicos. Pero no basta que el médico emplee una locución nítida y purgada como conviene a un noble artista: además de esto es necesario que su modo de decir nada tenga de sofisticado y de misterioso, cosa que indicaría poca pericia y tal vez sería indicio de corazón corrompido y de mala costumbre, vicios que se deben evitar como la cosa más detestable."48. Y tras haber recordado que la palabra del médico es el primer instrumento con el que "se amansan" las enfermedades, vuelve a criticar a los médicos que hablan con palabras oscuras. Si un médico charlatán es -en frase de Menandro- una nueva enfermedad para el paciente, un médico cuyo discurso es misterioso y grotesco es una nueva y peor enfermedad para el paciente mismo -escribe-: mientras el primero con sus parloteos puede a veces disgustar a alguien, el segundo, hablando por enigmas, no puede gustar a nadie y a todos da fastidio e infecta de mala manera49. Prof. MASSIMO BALDINI Profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de Perusa (Italia) Notas 1 Cfr.: DEREK J. DE SOLLA PRICE, Sociología della creatività scientifica - trad.ital. de Roberta Rambelli, Bompiani, Milano, 1967. 2 Cfr.: ROBERT K. MERTON, La sociologia della scienza, ed. it. a cura di Mauro Protti, Angeli, Milano, 1981 3 Sobre esta temática, véanse los siguientes buenos ensayos: MARIA LUISA BETRI, Il medico e il paziente: i mutamenti di un rapporto e le premesse di un’ascesa professionale (18151859), en A.VV., Malattia e medicina, a cura di Franco della Peruta, Einaudi, Torino 1985 (Historia de Italia.Anales), pp. 209-232; ID., La crisi del ruolo medico. I galatei dell'Ottocento, en "Federazione medica", 1987, XL, 7, pp. 685-688. 4 MARIA LUISA BETRI, Il medico e il paziente: i mutamenti di un rapporto e le premesse di un’ ascesa professionale (1815-1859), op.cit., p. 209. 5 Véase: ROBERTO SAVA Sui pregi e sui doveri del medico, Martinelli, Milano, 1845. 6 GIUSEPPE DE FILIPPI, Nuovo galateo medico ossia intorno al modo di esercitare la medi- cina, per Pasquale Pagni, Firenze, 1839, p. 15 7 Ibidem, p. 12. 8 Ibidem, p. 7. 9 ROBERTO SAVA, Sui pregi e sui doveri del medico, op.cit., p. 154. 10 Ibidem, p. 10. 11 Ibidem, p. 11. 12 Ibidem, p. 113. 13 Ibidem, pp. 105-106. 14 Cfr.: EMMANUELE BASEVI, Degli uffici del medico, en "Giornale critico di medicina analitica", 1826, II. 15 GIUSEPPE DE FILIPPI, Nuovo galateo medico, op.cit., p. 5. 16 ROBERTO SAVA, Sui pregi e sui doveri del medico, op.cit., p. 30. 17 Ivi. 18 GIUSEPPE DE FILIPPI, Nuovo galateo medico, op.cit., p. 159. 19 MARIA LUISA BETRI, Il medico e il paziente: i mutamenti di un rapporto e le premesse di un' ascesa professionale (1815-1859), op.cit., pp. 217-218. 20 ANDREA RANZI, Delle principali cagioni che portarono la decadenza della professione del medico, Firenze, 1851, p. 23. 21 O. TURCHETTI, Dell'influenza delle scienze mediche sull'incivilimento ed il benessere dei popoli e dell'attuale infelice condizione dei medici, Pistoia, 1839, p. 56. 22 D.B.G.R., Galateo di un morto e comenti di un vivo ossia il galateo dei medici, por Placido Maria Visaj, Milano, 1829, pp. 22-23. 23 GIUSEPPE DE FILIPPI, Nuovo galateo medico ossia intorno al modo di esercitare la medicina, op.cit., p. 73. 24 A. DECHAMBRE, Déontologie, en "Dictionnaire encyclopédique des sciences medicales", Masson, Paris, 1882, t. 27, p. 489. 25 SALVATORE DE RENZI, Sui mezzi di migliorare l'educazione medico-chirurgica in Italia, en "Corrispondenza scientifica in Roma", 1847, p. 15. 26 ROBERTO SAVA, Sui pregi e sui doveri del medico, op.cit., p. 26. 27 GIUSEPPE DE FILIPPI, Nuovo galateo medico ossia intorno al modo di esercitare la medicina, op.cit., p. 139. 28 Ibidem, p.68. 29 LUIGI PETRINI, Galateo de' medici, en la tipografía Grossiana, Aquila, 1924, p. 13. 30 ALEXANDRI KNIPS MACOPPE, Centum aphorismi medico-politici, vulgarizados por Tito Berti, Casamassima, Patavii, 1991, p. 35. 31 Ivi. 32 Ibidem, p. 67. 33 SALVATORE MANDRUZZATO, Galateo pegli ammalati, en la imprenta Mazzoleni, Bergamo, 1821, p. 19. 34 Ibidem, p. 23. 35 Ivi. 36 FERDINANDO COLETTI, Galateo de' medici e de' malati, Padova, 1853, p. 13. 37 Ibidem, p. 16. 38 G.A. DEL CHIAPPA, Dell'eloquenza del medico, en ID., Raccolta di opuscoli medici, en la tipografía de Pietro Bizzoni, Pavia, 1828, vol. I, p. 107. 39 Ivi. 40 Ivi. 41 G. GIACOMINI, Riflessioni intorno al linguaggio dei medici, en "Memoriale della medicina contemporanea", 1840, vol. III. 42 ALEXANDRI KNIPS MACOPPE, Centum aphorismi medico-politici, op.cit., p. 55. 43 Ivi. 44 Ibidem, p. 37. 45 Ivi. 46 ROBERTO SAVA, Sui pregi..., op.cit., p. 101. 47 GIUSEPPE DE FILIPPI, Nuovo galateo medico..., op.cit., p. 26 48 G.A. DEL CHIAPPA, Dell'eloquenza medica, op.cit., p. 108. 49 Ibidem, p. 130. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 93 DOMENICO DI VIRGILIO El médico, un hombre para todos Premisa El tema de mi intervención, "El médico, un hombre para todos" es, ciertamente, inusitado y, podemos decirlo, poco "frecuente", tal vez nuevo para gran parte de nosotros, porque si la figura del médico ha sido analizada, hasta "seccionada" seguramente en tantos aspectos: científico, profesional, histórico, artístico, lo que hoy intentaré enfocar ha recibido, en cambio, poca atención en la literatura y en las reuniones científicas. A menos que no hayais tenido la suerte de contar con un ejemplar de un libro de más de 250 páginas, hoy agotado, escrito en 1972 por el entonces Monseñor Fiorenzo Angelini, precisamente con ese título. Podría entonces detenerme aquí e invitaros a leerlo. Y encontraríais en él un exhaustivo, interesante y agudo ensayo que pinta la figura del médico desde este punto de vista, muy particular, revelándonos una cara desconocida de este profesional que durante siglos, mucho antes de Hipócrates, ha representado un papel único e insustituíble en la vida de todo hombre. Y la introducción a este tema, que en los pocos minutos a disposición trataré de presentar casi por imágenes más que en una solución lógica, está tomada precisamente de la presentación del citado libro: "Quien ha tenido la suerte de un asiduo trato con el ambiente médico en su constante relación con el mundo del sufrimiento, sabe bien que, aparte valoraciones parciales o facciosas, el médico es y sigue siendo un hombre para todos, un hombre del que todos, ya en un momento dado, ya en perspectiva, tienen necesidad... Llamado a de- fender la Vida, el médico más que ningún otro conoce la fragilidad del hombre y, al mismo tiempo, aquel hontanar de esperanza, cuyo extremo aliento se confía tantas veces al ejercicio responsable de su profesión... Si el médico es un hombre para todos, es también un hombre al que todos deben conocer mejor"1. Y si damos un salto de algunos siglos atrás, en la Ilíada, uno de los héroes del poema homérico pronuncia una frase muy significativa: "El médico es el hombre que vale muchos hombres". Desde siempre la profesión médica -aunque con limitaciones que derivan del ambiente y de las diversas culturas de los pueblos- se ha colocado como servicio al hombre, y puesto que el servicio dado por la medicina alcanza al hombre en lo que más que ninguna otra cosa lo hace solidario, el dolor y el sufrimiento, el médico puede verdaderamente encontrar en la propia vocación y en el ejercicio de su profesión, un impulso exaltante capaz de hacerlo encontrar comprometido más allá de las más punzantes derrotas y de las pruebas más árduas. Por eso este singular profesional ha sido en la historia universal parte integrante de los avatares humanos, ya fuera considerado mago o brujo, curandero o sacerdote o, en fin, hombre de ciencia; su figura ha alcanzado un carisma particular, envolviéndolo en un aura de misterio; pero sobre todo representa un punto de encuentro inevitable entre las necesidades del hombre que sufre y las capacidades taumatúrgicas de un individuo que aun siendo siempre un hombre, está dotado de particulares capacida- des. Así, como en el corte poliédrico de un diamante, en el médico se refractan las esperanzas y las angustias, el tormento y el reposo de los sufrimientos humanos, en él se unen amistad y respeto, confianza y admiración, expectativas y esperanzas. Y "el hombre médico", a pesar de los acontecimientos milenarios de la vida humana, es todavía un desconocido, porque entre las realidades más grandes y más bellas creadas lleva consigo el signo misterioso de la colaboración con el Creador mismo en la conservación de la vida. 1. Hombre antes que científico la respuesta a una llamada ¿Qué es lo que impulsa a un joven a optar por "ser médico"? ¿Y cómo procede la "formación" de este profesional en los años de la universidad y después de ellos y constantemente durante su vida profesional? Ciertamente la imitación en el seguir el ejemplo de un familiar es frecuente, como lo es el anhelo de una condición de prestigio y consideración en la sociedad; pero es cierto que estas no constituyen el empuje más significativo para elegir una profesión que pone en su base la capacidad de respuesta a exigencias comprometedoras de valencias éticas y de sufrida solidaridad, que deben encontrar en el ánimo del joven una disponibilidad que transciende los aspectos formativos técnico y científico. He aquí entonces que los años de estudio constituyen un momento crucial y delicado para los docentes que deberán llevar a la su- DOLENTIUM HOMINUM 94 perficie el objetivo, único, al que tender: el servicio al hombre y, por lo tanto, la necesidad de saber conjugar las nociones técnicas y científicas con las dotes humanas indispensables para suscitar lo mejor posible aquella relación médicoenfermo portadora de éxito de toda acción terapéutica. Y especialmente en la era postmoderna, con el convulsivo progreso tecnológico, más que en el pasado, se ha acentuado el deber de los profesores universitarios de cuidar la formación de una "conciencia profesional". De hecho, es evidencia cotidiana que donde esta formación ha sido descuidada en el período de los estudios universitarios o en los primeros años de la profesión, es más difícil que se adquiera en adelante. "La pericia científica y profesional del médico no basta por si sola a constituir una relación interpersonal auténticamente humana". De hecho, el futuro médico deberá ser "forjado" sobre la base de cualidades que sabemos hacen surgir actitudes de calidad como: – La capacidad de escuchar, que tiende a crear un clima de confianza, de aceptación, de acogida, favoreciendo una estrecha conexión entre los dos artífices de la prestación médica; – La empatía, es decir, la capacidad de ponerse en las condiciones del enfermo y acompañarlo, aun emotivamente, en el curso de su enfermedad; – La simpatía, la capacidad de entrar en sintonía con el paciente, de manera de adentrarse en sus sentimientos y estados de ánimo, aun manteniéndose siempre lo bastante distanciado de ellos; – El respeto al otro, que supone aceptar al enfermo en cuanto tal, por lo que es y no por lo que quisiéramos que fuera; – La conciencia y el respeto de los valores morales, que determinan la bondad interior de la persona"2. Pero ya desde hace algún decenio, por lo menos en Italia, la formación humana y ética del médico queda descuidada, con lo que se origina un "vacío" que antaño era colmado, al menos en parte, por las enseñanzas humanas del "maestro". Esta figura, ya superada, no sólo era fuente de saber científico, sino también humano y de comportamiento. Los viejos maestros, en la vida cotidiana de las salas de los hospitales, no sólo ayudaban a crecer científicamente a los jóvenes médicos, sino que eran para ellos verdaderos maestros de vida. En fin, la formación del médico, para ser completa, no deberá limitarse a la científica, sino que tendrá que dirigirse a la formación de la persona. "Por lo tanto es necesario conducir al médico, y aún antes al estudiante, a la plena conciencia de la triple dimensión de la competencia profesional que no está hecha solamente de saber o de saber hacer, sino también de saber ser, es decir, de capacidad de relación, de comprensión de las dimensiones de los valores que yacen en el ser humano, de respeto a la vida, de adecuada psicología, de 'amistad por el hombre'. Como decía un viejo aforismo de la escuela hipocrática, "donde hay amor al hombre hay amor al arte (médico)" Pero hoy el sentimiento de la dedición personal a los hermanos corre el peligro de oscurecerse en la conciencia, por los muchos diafragmas que pueden interponerse entre el ánimo del médico y el ánimo del paciente, diafragmas sobre todo técnicos y tecnológicos impuestos por la sociedad y por los ordenamientos. Pero incluso en las condiciones más desfavorables y personalizantes el médico sigue siendo un hombre que pone su in- teligencia, su cultura, su sensibilidad, su corazón, al servicio de otro hombre, que sufre. Y cuanto más difíciles y aun críticas se hagan las condiciones, tanto más se requiere del médico que recupere y encuentre de nuevo dentro de si la frescura y la vitalidad que un día guiaron su opción y su originaria vocación. 2. Un hombre al servicio de los hermanos "¿Y quién es mi prójimo?" Muchas veces se ha dicho que por las manos del médico la humanidad pasa sin discriminación alguna, con un abandono total, sostenido por la convicción de encontrar a un hombre que sepa comprender, compartir y participar en sus demandas de salud, es decir, capaz de "encargarse de cuidarlo en un momento del todo particular, en el que el médico debe prestar atención a la unicidad e irrepetibilidad de la persona que sufre. Un encuentro entre una confianza y una conciencia, la confianza de un hombre marcado por el sufrimiento y la enfermedad y por lo mismo necesitado, el cual se confía a una conciencia de otro hombre que puede encargarse de su necesidad y viene a su encuentro para asistirlo, cuidarlo, curarlo... lo que exige amor, disponibilidad, atención, comprensión, coparticipación, benevolencia, paciencia, diálogo"3. En cambio, parece paradójico que precisamente en el momento de los éxitos más espectaculares de la Medicina, cada vez se ha doblegado y debilitado más la tradicional y fundamental "figura" del médico, más y más discutida precisamente por su creciente tecnicismo, por la escasa carga de "humanidad", por su aparente transformación en un dador de técnicas y de operatividad, apartadas de la indispensable componente ética, con el riesgo de poner en crisis aquella relación de confianza que ha constituído el sostén del arte médico por lo que estos dos polos, en vez de interponerse, corren el riesgo de no comprenderse o hasta de encontrarse en posiciones antitéticas. ¿Por qué? ¿Por qué? Dejadme también a mí aludir a la parábola del Buen Samaritano, VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO tantas veces citada y comentada estos días, para encontrar una respuesta a tantos "por qué". La parábola nos indica precisamente qué carismas, qué virtudes deben plasmar al hombre-médico. A él no le es lícito pasar de largo con indiferencia, sino que debe detenerse"; y detenerse no significa curiosidad, oportunismo, gestos convencionales, sino disponibilidad y comprensión: y éstas deben convertirse en estímulo a la acción que tiende a ayudar al otro hombre que, como dice Juan Pablo II, "no puede ser plenamente reencontrado sino a través del don sincero de si mismo". Entonces no basta la piedad si no se hace activa y eficaz, no basta una asistencia técnico-científica que no se inspire en la misericordia, es decir, en el amor fraterno que se haga partícipe del sufrimiento ajeno. Para el samaritano, el herido al que socorre más que un extranjero y un enemigo era un desconocido; y sin embargo el samaritano lo reconoce en su calidad de hombre. En ese encuentro intenso, participado, la piedad se hace coparticipación. "Por una parte expresa una actitud psicológica de disponibilidad que nace, no de un impulso emotivo, sino de una conquista racional, representada por la adquirida conciencia de la comunidad de destino escrita en la historia de los hombres; por otra parte se manifiesta en una práctica que se extiende en una serie de gestos y de acciones, dirigida a la acogida y a la comunicación. Este complejo patrimonio de actividades no excluye desde luego las curas y el desarrollo de las operaciones de tipo extrictamente terapéutico, pero incluye entre ellas también aquellos comportamientos que resulten idóneos a hacer aceptables al enfermo los propios sufrimientos, a no rechazar el precio y el valor de la propia existencia, aunque herida y derrotada por el mal; en fin, a expresar mediante el dolor una voluntad de liberación y de redención. Así, si el valor salvífico del sufrimiento es, sin duda, una conquista de la fe y de la cultura cristiana, sin embargo, a través del descubrimiento de la dimensión humana de la enfermedad, este ra- zonamiento puede implicar a creyentes y no creyentes, a fin de ayudar al hombre a encontrarse a si mismo. Si el sufrimiento y el padecer constituyen expresiones directas del vivir del hombre, manifestaciones esenciales de su calidad humana y no accidentes fastidiosos y transitorios que hay que cancelar, cualquier actividad que toque o encuentre estos fenómenos participará de su carácter humano, ayudando a descubrir los requisitos pro- pios del ser hombre"4. La participación emotiva en los sufrimientos del paciente, la comprensión de su debilidad de hombre excluído, temporánea o permanentemente, de un bien se expresa como sentimiento de "compasión". Y aumentar la propia capacidad de ser compasivos significa mejorar el propio profesionalismo. 3. Escucha-disponibilidad y coparticipación La escucha es, ciertamente, una de las formas más eficaces para entrar en sintonía y establecer un "feeling" entre médico y enfermo y manifestar un sentimiento de gran respeto. Cuando nos sentimos escuchados tenemos la cálida percepción de ser tomados en consideración y, por lo tanto, de "valer" a los ojos del interlocutor y en con- 95 diciones, por lo mismo, de tejer una relación cuya naturaleza es apta para suscitar particulares reacciones del agente, ya que quedan implicadas la intimidad física, el dramatismo de los sentimientos suscitados por situaciones incluso trágicas, y el contacto con el dolor y con la muerte. Y escuchando atentamente al enfermo, el médico entra poco a poco en su mundo, se abren caminos que serían inexcrutables y que permiten sorprender sentimientos que lo habitan y el significado de tales sentimientos. La anámnesis que nosotros recogemos, a menudo distantes del paciente, representa en realidad la historia de un hombre llamado a analizar su vida, a descomponerla a veces hasta en la intimidad de su ser, ofreciéndola a otro hombre al que confía esperanzado análisis y remedios. De la escucha nace la justa comunicación,verbal y no verbal (¡qué significado adquieren a veces sorprendentes e intensos silencios expresados con gestos y emociones que van más allá de toda palabra!). Es convicción común que el enfermo puede tener a su disposición los medios técnicos y farmacológicos más idóneos, la competencia más refinada de los agentes sanitarios, la satisfacción de sus inmediatas necesidades, y sin embargo todo esto no le basta. Lo dicen por él la frenética necesidad de hablar, de ser comprendido, de ser informado acerca de su estado, la dependencia psicológica que deriva de su condición de inferioridad que a menudo acaba por gustar como si fuera una señal de deferencia. Y nunca se insiste lo suficiente, en cambio, en la importancia del diálogo, de la solicitud personal del médico que, asumiendo una conducta comprensiva y tolerante, supera el rechazo de los largos y monótonos tratamientos del enfermo, ejerciendo aquella función que ha sido definida como "placebo personal". La disponibilidad señala el punto más alto del profesionismo, porque es una virtud compleja que está hecha de altruísmo, de paciencia, de resistencia física y psíquica, de entrenamiento para de- DOLENTIUM HOMINUM 96 terminadas situaciones, de perseverancia. En el periódico de la Asociación Médica de los U.S.A., el periodista Norman Cousins, en un ensayo titulado "El médico como comunicante" escribe: "los médicos y los escritores tienen por lo menos esto en común, que la comunicación es una parte importante de su actividad. En la cura de los enfermos, las palabras usadas por el médico tienen un efecto profundo sobre su bienestar. Las palabras del médico pueden abrir de par en par las puertas o cerrarlas con violencia; pueden abrir el camino a la curación o crear el enfermo dependiente, tembloroso, asustado y hostil. A los médicos se les pide prestar atención a la persona, diálogo, solidaridad y ser expertos en humanidad. Además, comunicación que sepa ser atenta a su historia; hay que entrar en la historia del enfermo con la discreción y con el amor que hacen atentos a todos los matices y a todos los condicionamientos. El respeto del enfermo es también capacidad de comunicación progresiva y delicada. Las palabras adecuadas pueden levantar la moral del enfermo, exaltar su voluntad de vivir. Las palabras equivocadas pueden suscitar un sentido de desesperación y de derrota y disminuir la eficacia de cualquier cura prescrita". El médico, efectivamente, no respondería plenamente al ideal de su vocación si, aprovechando los más recientes progresos de la ciencia y del arte médico, no empleara en la práctica de su profesión más que la inteligencia y habilidad, sin poner sobre todo su corazón de hombre. "El sufrimiento, presente bajo diversas formas e intensidad entre los hombres, está también presente para liberar en el hombre el amor que se manifiesta en el don desinteresado del propio yo en favor de los otros hombres que sufren". Y "los hombres que sufren se hacen semejantes entre sí mediante la analogía de la situación, la prueba del destino, o también mediante la necesidad de comprensión y de premura y tal vez mediante el persistente interrogarse acerca del sentido de la misma" (Carta apostólica Salvifici doloris - 11 de febrero de 1984). 4. Hombre-Médico-Católico "Si el espíritu de elemental humanidad y el amor natural a los propios semejantes estimula y guía a todo médico con conciencia en sus investigaciones, ¿qué hará el médico cristiano, empujado por la divina caridad a prodigarse sin ahorrar ni las curas, ni a si mismo, para el bien de aquellos a quienes, con justa razón y en conformidad con la fe considera hermanos suyos?"5. Es la invitación fuerte a saber conjugar los parámetros de la ciencia con los del espíritu, en la convicción de que los valores evangélicos auténticos no mortifican, sino que amplían las perspectivas de la ciencia tendientes siempre al servicio del hombre. Y Juan Pablo II, en su mensaje a los Médicos Católicos italianos reunidos en Florencia en octubre de 1988, para el XVIII Congreso Nacional, precisaba: "Al dedicarse a la cura del cuerpo, el médico católico no puede, no debe ignorar los problemas del espíritu, ya que el destinatario de su acción es el hombre en toda su integridad. Su "ministerio", por lo tanto, deberá ser cumplido no sólo con pericia científica y profesional, sino también con personal participación en las situaciones concretas de cada paciente". Así pues, para el médico cristiano no es suficiente el solo recono- cimiento de la humanidad del paciente; el último objetivo es el de establecer con él una relación que alcance una dimensión aún más profunda y específicas motivaciones ligadas a su fe. Desde este punto de vista, el médico no puede menos de ofrecer una actitud de profundo respeto, de auténtica humildad y de máxima coparticipación en la convicción de la interdependencia de los dos papeles, de los que no es lícito juzgar quién es el que da más y quién el que más recibe. Ningún médico puede ser de ayuda y de ejemplo sin una profunda vida interior, sin mantener una referencia constante a la realidad de Cristo que sufre. "Lucas, a quien S. Pablo llamó 'médico amadísimo', escribe en el Evangelio: "una vez puesto el sol, todos los que tenían enfermos, afectados por diversas enfermedades, los llevaban a El, y El, imponiendo a cada uno de ellos las manos, los curaba". Naturalmente, sin poseer tales virtudes prodigiosas, el médico católico, que es realmente como exigen su profesión y la vida cristiana, verá todas las humanas miserias crear junto a él un refugio y pedir que su mano benéfica se extienda y se pose sobre ellos"6. Vuestro compromiso "...no puede limitarse al correcto profesionalismo, sino que debe ser sostenido por aquella actitud interior que oportunamente es llamada "espíritu de servicio". De hecho, el paciente al que dedicais vuestros cuidados, vuestros estudios, no es un individuo anónimo sobre el cual aplicar lo que es fruto de vuestros conocimientos, sino que es una persona responsable que debe ser llamada a ser copartícipe de la mejora de la propia salud y del logro de la curación. Debe ser puesto en la condición de poder elegir personalmente y no de deber someterse a decisiones y opciones de otros"... "En concreto, cada uno de vosotros no puede limitarse a ser médico de órgano y de aparato, sino que debe encargarse de toda la persona y, además, de las relaciones interpersonales que contribuirán a su bienestar"7. "Realmente la experiencia enseña que el hombre, necesitado de asistencia, sea preventiva, sea tera- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO péutica, descubre exigencias que van más allá de la patología orgánica del momento. No se espera sólo del médico una cura adecuada... sino el sostén de un hermano, que sepa participarle una visión de la vida, en la que encuentre sentido incluso el misterio del sufrimiento y de la muerte". "Pero el médico encuentra inevitablemente el dolor y la muerte en sus investigaciones científicas, como un problema del que su espíritu no posee la clave, y en el ejercicio de su profesión, como una ley inevitable y misteriosa, frente a la cual muchas veces su arte permanece impotente y su compasión estéril. El puede establecer su diagnosis según todos los elementos del laboratorio y de la clínica, formular su prognosis según todas las exigencias de la ciencia; pero en el fondo de su conciencia, de su creer de hombre y de científico, siente que la explicación de aquel enigma se obstina en huir de él. Por esto sufre, la angustia lo atenaza inexorablemente, hasta que no pide a la fe una respuesta que, si bien no completa tal como está en el misterio de los designios de Dios, se hará clara en la eternidad y sin embargo sirve a tranquilizar su ánimo". "¿Y cómo justificar ante los familiares la impotencia de los remedios que la ciencia le propone? En este momento dramático y sublime, único en su carácter específico pero tan repetitivo, el médico abandona su veste profesional y ve reaparecer "el hombre" con sus dotes íntimas de sensibilidad, solidaridad, humanidad, los únicos caminos posibles para aportar aceptación, serenidad. Pero sólo un corazón penetrado por una viva y profunda fe sabrá encontrar acentos de íntima sinceridad y convicción, capaces de hacer aceptar respuestas "transcendentes"8. Conclusión El médico es, ciertamente, el hombre que custodia mayor número de secretos humanos. Actuando mediante su ciencia y las técnicas que tiene a su disposición, mira al hombre que está detrás de la enfermedad. Es este mirar más allá lo que da un significado profundo y totalmente humano al arte médico y le permite discernir concretamente entre servicio del hombre al hombre y sumisión del hombre al hombre. El médico hombre y científico debe saber expresarse enteramente no sólo tomando de los indispensables conocimientos médicos, sino también de una clara visión del hombre, de su dignidad, de su libertad, de su fin, de la solidaridad que une paciente y médico, haciendo de ellos dos componentes inseparables de un común esfuerzo orientado a afirmar y defender la recíproca humanidad. El médico, más que todo otro profesional, tiene la posibilidad de observar al hombre aliviado de la propia enfermedad, pero no curado en el ánimo, así como vivirá intensamente y con aguda tristeza la derrota frente a males invencibles, advirtiendo al mismo tiempo la posibilidad del hombre de vencer en un contexto más amplio y sublime, como es la proyección del dolor en la esfera de lo transcendente. Puesto que la medicina es, por definición, servicio a la vida, profesión y conciencia se encuentran en este servicio; y puesto que el empeño del médico es, ante todo, el de servir a la vida de su prójimo, la conciencia profesional se encuentra con el amor y la caridad, confrontando la propia conciencia con la de los enfermos. En este encuentro "el médico debe adquirir el conocimiento de los propios límites a partir de la mirada, del rostro, de las situaciones del enfermo al que debe curar. Sigue siendo la mejor síntesis de la complejidad del mal que toca las raíces del físico y del espíritu, que abraza a la persona en sentido local y global, que arrastra en el sufrimiento la entera vida del paciente... Y es precisamente ésta la ocasión de tomar al hombre en su unidad, de situarlo en su entereza, que provoca la subordinación o, mejor, la cooperación entre ciencia médica y valoración ética8, al punto que el médico puede en ciertos momentos advertir casi visualmente la necesidad del recurso a la conciencia moral antes de disponerse a intervenir con los medios y las técnicas de su pericia profesional"9. Amonestaba el Santo Médico Giuseppe Moscati: "Dichosos no- 97 sotros los médicos, tantas veces incapaces de alejar una enfermedad, dichosos nosotros si recordamos que, además de los cuerpos, tenemos delante almas inmortales, para las que urge el precepto evangélico de curarlas como a nosotros mismos: ahí está la satisfacción, y no en sentirnos proclamar sanadores de un mal físico, cuando en general la conciencia nos advierte que el mal ha curado por si mismo". Y Albert Schweitzer, cuando a sus 38 años optó por la profesión de médico, respondiendo a una lejana llamada que se perdía en el paraíso de la infancia, declaró que sólo así habría podido realizar de la mejor manera su gran sueño de servicio total a la vida. Y respondiendo como Schweitzer a una antigua llamada, el médico sabe que será interpelado indiferentemente por cualquier persona, creyente o atea, pobre o rica, humilde o potente; él, por voluntad propia, no llama a ninguna puerta, sabiendo bien que deberá saber responder a todos antes como hombre y hermano y después como profesional y científico, deseando para si mismo lo que Pío XII escribió en su maravillosa plegaria del médico: "seamos fraternos en confortar, sinceros en aconsejar, diligentes en curar, ajenos a crear ilusiones, suaves en preanunciar el misterio del dolor y de la muerte". Prof. DOMENICO DI VIRGILIO Miembro de la Pontificia Academia para la Vida Primario Médico,Presidente de la Asociación de Médicos Católicos Italianos, Roma Consultor del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios Notas 1 F. ANGELINI, Il Medico un uomo per tutti, ed. Orizzonte Medico, 1972. 2 A. DE NATALE, Fenomenologia ed eticità della relazione medico-paziente, Bioetica e Cultura, IV° (1995), 7, 55-71. 3 Carta de los Agentes Sanitarios, Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes sanitarios. 4 V.SARACENI, Orizzonte Medico n.2, 1984. 5 PIO XII al IV Congreso Internacional de Médicos Católicos - Roma 30 de septiembre de 1949. 6 PIO XII a la Unión Médico-Biológica S. Lucas, 12 de noviembre de 1944. 7 JUAN PABLO II al XV Congreso Mundial FIAMC - Roma, 5 de octubre de 1982. 8 PIO XII a la Unión Médico-Biológica S. Lucas, 12 de noviembre de 1944. 9 F. ANGELINI, Il Medico un uomo per tutti, pp. 151-52. DOLENTIUM HOMINUM 98 IGNACE DE LA POTTERIE Los iconos bíblicos de la vida Esta Xª Conferencia Internacional que estamos celebrando ha sido organizada por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios. Por el título que lleva resulta que se desea obtener una finalidad inmediata, concreta y práctica. Con esto se explica también el hecho que haya sido solicitado a un exegeta preparar una exposición en ese sentido: "Los iconos bíblicos al servicio de la vida". Sin duda se esperaba de él una reflexión centrada sobre la ética y sobre las situaciones médicas del "servicio sanitario". Pero es necesario aclarar que, para un exegeta, emplear directamente la Biblia para este fin es algo imposible. Se recuerde la regla clásica de los cuatro sentidos de la Escritura, tomados por el Catecismo de la Iglesia Católica (ns. 117118): al sentido histórico y literal de la Biblia hay que añadir el sentido espiritual que, a su vez, comprende tres subdivisiones: el sentido moral, ciertamente, que según la antigua regla me dice "lo que debo hacer"; pero este sentido moral no es el primero ni el principal; debe estar precedido por la búsqueda del sentido simbólico y tipológico ("lo que debo creer"); sin embargo también este debe permanecer abierto al futuro a través del sentido anagógico ("hacia qué cosa debo tender), que nos indica el fin escatológico de los grandes acontecimientos salvíficos. He aquí en que consiste según la gran Tradición, la verdadera interpretación de la criatura: la búsqueda del sentido profundo y total de la Palabra de Dios; a partir de ese momento ella está abierta contemporáneamente hacia el pasado, hacia el presente y hacia el porvenir. Ahora bien, sin que probablemente haya sido pensado, es de este modo que nos orientan en realidad las dos primeras palabras del tema que nos ha sido propuesto: "los iconos bíblicos". Dado que, en el arte cristiano, los iconos sirven también para representar las grandes fases de la historia de la salvación: el Antiguo Testamento, el tiempo de Cristo, la interioridad del creyente y la escatología, precisamente para hacer ver la unidad y el sentido integral, para el cristiano. Es en este espíritu que concentraremos nuestra reflexión sobre estas dos primeras palabras; el título exacto de nuestra intervención será pues: "Los iconos bíblicos de la vida". ¿En qué sentido? Examinaremos ante todo lo que es un icono pintado inspirándonos en una larga tradición de la Iglesia de Oriente, pero que se está redescubriendo en Occidente. En la segunda parte presentaremos los principales "iconos bíblicos de la vida", es decir que trataremos de comprender el mensaje de algunos personajes esenciales de la historia de la salvación, que nos orientan hacia el misterio de la vida y que, justo a partir de esto, han sido también dibujados en los iconos del arte cristiano. Ante todo tenemos Adan y Eva, nuestros primeros padres, al inicio de toda la historia humana; luego Abraham, que se convierte en el padre del pueblo de Israel y el punto de partida del árbol genealógico que llevará al Mesías; en el centro de la historia de la salvación, obviamente se encuentra Jesús, el Hijo del Dios encarnado, que El mismo es "la vida" y "la luz del mundo"; pero debemos hablar también de María, su madre, porque ha sido a través de ella que la Encarnación se ha realizado; es también ella que, en Caná, se ha presentado como la esposa de las bodas mesiánicas; más tarde, en la cruz, como madre de la Iglesia; y siempre ella sería en el Apocalipsis la mujer revestida de sol, la imagen de la Iglesia que será en la Jerusalén celestial la Esposa del Cordero; en fín, es ella que nos invitará desde arriba a beber para siempre el agua de la vida, es decir a vivir de la misma vida de Dios. Por tanto, en total cuatro iconos bíblicos: dos del Antiguo Testamento y dos del Nuevo, pero en una única perspectiva, hacia la escatología; y no es ciertamente un caso si sobre todo estos últimos dos - Jesús, el Hijo del Dios encarnado, y María la Madre de Dios - han sido representados innumerables veces en los iconos cristianos para inspirarnos y guiarnos. Al final de toda la historia de la salvación es, pues, la vida la que triunfa. 1. El icono ¿Cuáles son las características esenciales de un icono cristiano? 1) Ante todo y fundamentalmente, el simbolismo: en la representación pictórica de un personaje bíblico, el icono nos invita a escrutar y a descubrir su misterio, su sentido profundo. Precisamente por esto un icono es diferente de un retrato, pero también de muchas imágenes religiosas o pías que no representan sólo a Cristo, a la Virgen o a los Santos con sus características humanas. Por el contrario, lo hemos dicho, un icono es "una imagen de lo invisible"1, "un sím- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO bolo (o una manifestación) del mundo espiritual"2. Cuando se trata del icono de Cristo, su fundamento último es la Encarnación del Hijo de Dios. He aquí como se expresa al respecto Chr. von Schönborn en su hermoso libro L'icône du Christ: "Dios se ha hecho visible a nuestros ojos mortales: he aquí el acontecimiento único, central, que funda el sentido del icón de Cristo (eikôn). Cristo Jesús (decía Pablo) 'es la imagen (eikôn) del Dios invisible' (Col 1, 15) (...). El Dios incomprensible da de sí mismo una imagen perfecta, su Hijo (...) de manera que Jesús pudo afirmar: 'El que me ha visto a mí, ha visto al Padre' (Jn 14, 9). Un rostro humano se ha convertido en la expresión perfecta del Hijo de Dios"3. Pero para que esto sea posible según el texto de Juan que acabamos de citar, es necesario que más allá de las connotaciones humanas del rostro de Jesús, el discípulo discierna y descubra en él mediante la fe el "esplendor" de este rostro, el rostro del Hijo dirigido hacia el Padre (cf. 1Jn 1, 2), el rostro de aquel que "ve al Padre" (Jn 6, 46). Esta importancia de la Encarnación ha sido explicada muy bien por Máximo el Confesor, precisamente durante la batalla por los iconos: "A través de la Encarnación, el Señor se ha vuelto el propio precursor (...). Se vuelve el propio tipo y símbolo de que El se manifiesta, El conduce a la criatura hacia sí, ya que está insondablemente escondido"4. Lo que antes era verdadero, en el tiempo de Jesús histórico, por el Verbo que se ha hecho carne entre nosotros, vale también ahora la Iglesia por el icono de Cristo que lo representa. Desde entonces, prosigue Ch. von Schönborn, "contemplar el icono quiere decir dejar penetrar este Misterio purificador y santificador de la Encarnación. Por esto el icono es el 'signo más evidente de la Economía'"5. 2) Cuando se trata de otros iconos, también aquí la mirada contemplativa debe tratar de penetrar hasta el misterio de la persona que representa. Pensemos, por ejemplo, en los iconos de la Virgen, la Madre de Dios. Escuchemos lo que nos dice Léonide Ouspenski en su Essai sur la théologie de l'icône, en el que nos quiere hacer captar la diferencia entre el arte religioso occidental y los iconos orientales (citados por T. Spidlik): "Haciendo un parangón entre la Virgen del Granduca de Rafael y el icono ruso de la Theotokos, Ouspenski concluye: el gran artista italiano (Rafael) nos presenta una graciosa mujer con un niño maravilloso. Sabe decir cosas sublimes sobre su amor recíproco, sobre sus relaciones humanas. Pero no nos dice que aquella mujer es la Madre de Dios y que aquel Niño es divino"6. Este juicio es sin duda demasiado severo para Rafael, según otro gran especialista de los iconos rusos, Pavel Florenskij7. De todos modos, esta comparación nos ayuda a comprender mejor que no puede haber un verdadero icono sin la referencia al alcance espiritual de la imagen representada, ella misma expresión de una experiencia espiritual de su autor. 3) Es preciso poner de relieve otro punto: la analogía entre el icono pintado y el texto escrito de la Biblia. Según el IIº Concilio de Nicea, que en el 787 representó la victoria de la ortodoxia sobre la iconoclasia, "la Santa Escritura y la santa imagen (...) se explican recíprocamente. Un solo testimonio se expresa de dos maneras diferentes: a través de la palabra y a través de la imagen, transmitiendo ambas la misma revelación a la luz de la misma Tradición sagrada y viva de la Iglesia"8; desde entonces "venerar el icono significa comprender correctamente la Sagrada Escritura y viceversa"9. Se ve, pues, en qué sentido era legítimo hablar, como hemos dicho, de "iconos bíblicos". El gran especialista ruso de la ortodoxia, S. Boulgakoff, decía que una palabra del Evangelio es "un icono verbal de Cristo". De esto se deduce que el modo con el que ciertos personajes de la Biblia están representados en los iconos nos indica también de qué manera debemos comprenderlos en el texto mismo de la Escritura. A través de dos caminos de acceso paralelas, es la Tradición de la Iglesia la que llega a nosotros. Esto vale ante todo para el icono de Cristo. "El Concilio (de Nicea) aproxima, pues, palabra e imagen, ya que ambas hablan de la misma cosa: del 99 misterio de Cristo (...): el icono, así como el Evangelio, pertenence al mundo de la Ley Nueva"10. 2. Los grandes iconos bíblicos de la vida Lo que deseamos hacer en esta segunda parte, es recorrer audazmente toda la historia de la salvación para mostrar que, según la Escritura, todos los personajes clave de esta historia en definitiva nos dan el mismo mensaje, el mensaje de la vida, de una vida que es la participación en la vida misma de Dios. 1. Adán y Eva Ante todo recordamos el texto bíblico fundamental sobre la creación del ser humano, hombre y mujer: Y creó Dios el hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó; macho y hembra los creó (Gn 1, 27). La vida es pues una participación a la vida misma de Dios, dado que los hombres son hechos a su imagen. La misma vida proviene de Dios. Para la pareja humana, transmitir la vida como hacen el hombre y la mujer en el matrimonio, quiere decir tomar en el acto creador de Dios. Anfiloquio, un Obispo griego citado por el Papa en la Encíclica Evangelium vitae, decía que el matrimonio es "generador de la humanidad, artífice de imágenes de Dios"11. Por esta razón, nos dice el Génesis, después de la creación del hombre y de la mujer, "Y los bendijo Dios y les dijo: 'Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometadla'" Gn 1, 28). Se comprende también que más adelante en la narración del Génesis la Biblia nos indique que "el hombre llamó a su mujer Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes" (Gn 3, 20). Pero la Escritura forma una gran unidad: el Antiguo Testamento debe ser interpretado en la óptica del Nuevo; la creación de Adan y de Eva abre una perspectiva sobre el tiempo de la salvación, sobre la escatología y sobre la vida futura. Releamos algunos versículos de San Pablo, en su primera carta a los Corintios: "Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el DOLENTIUM HOMINUM 100 último Asán, espíritu que da la vida (...) el primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo" (1 Cor 15, 45-47). Y un poco antes, en la perspectiva de la Resurrección de Cristo, Pablo había escrito: "Cristo resuscitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron (...). Del mismo modo que en Adan mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicia (...); el último enemigo en ser destruido será la Muerte"(Cor 15, 20.22.26). En el inmenso desarrollo de la historia de la salvación a través de toda la Escritura, el acto final se cumplirá cuando Dios asegurará la victoria sobre la muerte y el triunfo definitivo de la vida. Dicha orientación desde el comienzo hasta el final, dicho valor prefigurativo de Adan que anuncia a Cristo, el último Adán, es el que en la exegesis se denomina la tipología bíblica. Ella se aplica también a Eva quien anuncia y prefigura a María, la nueva Eva 12, pero también aquí para subrayar el contraste entre las dos. Después del pecado en el jardin del Eden, Dios había dicho a la primera mujer que habría dado a luz a sus hijos con dolor (Gn 3, 16); para María, la nueva Eva, esta pena del pecado no existe más, dado que con ella inicia el tiempo de la salvación. Por esto María ha sido "transformada por la gracia" (kecharitômenê, Lc 1, 28) en vista de la Encarnación del Hijo de Dios: ella ha permanecido virgen tanto en la concepción como al dar a luz a Jesús. Es lo que los teólogos llaman la virginitas ante partum e in partu. Se capta entonces la belleza simbólica y la profundidad teológica de la escena descrita por Romano el Melòde (uno de los mayores poetas religiosos de la Iglesia oriental), en uno de sus himnos sobre la Natividad: en una audaz visión poética, él no vacila al describir a Adán y a Eva presentes en Belén, en el momento en que María da a luz a Jesús; Eva recuerda a María que, después de la caída, ella ha debido dar a luz con dolor, pero ahora presenta sus felicitaciones a la nueva Eva, a esta mujer transformada por la gracia que ha dado a luz virginalmente al Hijo de Dios: porque así se cumple el rescate de la maldición13. 2. Abraham Es con Abraham que inicia la historia del pueblo de Dios que será la Iglesia. Abraham y sus dos descendientes inmediatos, Isaac y luego Jacob, son los que Pablo llamará "los padres", pero el Apóstol añade inmediatamente, a propósito de Abraham y los patriarcas: "de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén" (Rm 9, 5-6). Sin embargo, Pablo es orgulloso de ser también él "israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín" (11, 1), pero también él ha sido llamado en el camino de Damasco para ser el Apóstol de las naciones. Pero "Dios no ha rechazado al pueblo que había elegido". Los paganos que se convierten participan en lo que la liturgia llama la Israëlitica dignitas14, el privilegio para las naciones de ser "hijos de Abraham" y de este modo toman parte en la dignidad de pertenencer a Israel, este pueblo que Pablo llama "Israel de Dios" (Gal 6, 16). Ahora bien, la "raíz santa" (Rm 11, 16) de Israel es Abraham, de quien proviene el pueblo de Dios, gracias a la elección divina y a las promesas hechas al Patriarca. Pero los verdaderos hijos de Abraham, para Pablo (Rm 9,8) y para Juan (Jn 8, 31-37), no son todos los que descienden de él según la carne, sino los que, como él, aceptan las promesas y viven la fe de Abraham, incluso si provienen de naciones paganas. "El padre de todos nosotros" (Rm 4, 16), puede afirmar Pablo, es Abraham dado que, no obstante su vejez, su cuerpo ya estaba muerto, y muerto estaba también el seno de Sara, su mujer, él ha creido en Dios porque "Dios dá la vida a los muertos" (Rm 4, 17). Los verdaderos hijos de Israel y los verdaderos cristianos son, pues, los que viven la promesa hecha a Abraham y la fe de Abraham. El acontecimiento decisivo de la vida de Abraham fue la alianza que Dios había establecido con él y las promesas paradójicas que le había hecho: "Padre de muchedumbre de pueblos te he constituido. Te haré fecundo sobremanera" (Gn 17, 5). Es esta promesa que los iconos cristianos representan a menudo, por ejemplo aquel muy conocido de Raoublev, que ha sido llamado el monumento más incomparable de la pintura rusa. Como se sabe, representa la aparición en Mambre, en la que tres ángeles vienen a anunciar al patriarca que, no obstante su vejez y la esterilidad de su mujer, será padre de un pueblo numeroso (Gn 18, 1-15). Los tres ángeles, para Roubleb, representan la Trinidad, pero su indisoluble unidad, sugerida por la composición circular de sus relaciones silenciosas, hace comprender que es Dios mismo que le envía este mensaje. El misterio de la fe de Abraham, explica san Ambrosio, está en el hecho que aún si él vio a tres visitantes, en efecto era Dios que le hablaba: "Deus illi apparuit et tres aspexit"15, pero del texto de la Vulgata (Gn 18, 2) la liturgia sacó, cristianizándola, la fórmula: "tres vidit et unum adoravit". Pero "el genio de Roublev, como se ha dicho, añade a la densidad del mensaje concentrando la escena sobre la pareja que contiene la cabeza de ternero sacrificado (por Abraham) que, bajo la mirada cargada de tristeza de las dos figuras laterales, se vuelve un cáliz símbo16 lo de la Pasión" . El simbolismo de los tres ángeles del icono de Roublev nos orienta pues ante todo hacia la Trinidad, pero también hacia la cristología y hacia la cruz. Esta visión simbólica sugerida en el icono ruso nos ayuda a comprender mejor una palabra misteriosa de Jesús en el IV Evangelio. En el curso de una discusión con los judíos sobre la posteridad de A- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO braham, Jesús se presenta como el verdadero objeto de la promesa hecha al patriarca, la verdadera causa de su gozo, el Isaac espiritual. De este modo El hace llegar a su propia persona el gozo mesiánico de Abraham, cuando cree realmente que será el padre de Isaac y de todo Israel; y sin duda es lo que Jesús quería decir a los judíos: "Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día, lo vio y se alegró" (Jn 8, 56). Abraham, abriéndose en la fe a la perspectiva de un cumplimiento que debía realizarse en Jesús, se convertía para nosotros un icono bíblico de la fe en Cristo. Pero Abraham es aún más directamente un icono de la vida, y también de la vida eterna, según algunos textos del Evangelio de Lucas. A una pregunta tentadora de los saduceos, que negaban la resurrección de los muertos, Jesús responde refiriéndose a Moisés: "El Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven" (Lc 20, 37-38). Y en la parábola del rico malvado y de Lázaro, el puesto de la vida eterna en el que Lázaro es llevado por los ángeles es llamdo por Jesús "el seno de Abraham" (Lc 16, 22), el punto de cumplimiento final de toda la historia de la salvación. Y es en el "seno de Abraham", es decir en la vida eterna, que la Iglesia, en la liturgia de los difuntos, desea para todos los que aspiran llegar a ella. 3. Jesús el Hijo de Dios encarnado Hemos llegado al corazón de nuestra ponencia. Como hemos dicho antes, el fundamento teológico del icono de Cristo es la Encarnación del Hijo de Dios: en Jesús, que era un hombre, lo invisible se vuelve visible. Dos escenas de los Evangelios eran particularmente adecuadas para captar el alcance simbólico de un acontecimiento histórico de la vida de Jesús: la Transfiguración de la montaña y luego el costado abierto de Jesús después de su muerte en la curz. a) En la tradición oriental, el icono más importante de Cristo era sin lugar a dudas el de la Transfiguración en el monte Tabor. Se trata de la escena que debía representar cada joven pintor, después de su aprendizaje técnico y su formación espiritual, cuando pintaba por la primera vez un verdadero icono destinado al culto. Esto se entiende fácilmente: de todos los episodios de los evangelios, el de la Transfiguración es en donde mayormente se manifiesta la revelación anticipada de la gloria pascual y escatológica de Jesús, una revelación que ya fue dada aquí a los tres apóstoles antes del anuncio de la pasión. Releamos la narración en el Evangleio de Marcos: "Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo" (Mc 9, 2-3). Según la tradición oriental, el icono indica la santidad, pero de tal manera que ella se haga visible a nuestros ojos carnales, en la imagen de Jesús. Citamos ahora L. Ouspenski: "Imagen de la santificación del hombre, representa la realidad que se reveló en la Transfiguración de Cristo, en el monte Tabor". Y añade este comentario litúrgico del II Concilio de Nicea en el 787: "Cayendo en tierra en el monte sagrado, los más grandes apóstoles se postraron viendo al Señor revelar el alba de la luz divina; y ahora somos nosotros que nos postramos ante el santo Rostro que resplandece más que el sol"17. No se puede negar que en el texto del Evangelio la narración de la Transfiguración era el más bello de los "iconos verbales de Cristo" (S. Boulgakoff); por esto su riqueza simbólica habría debido ser abun- 101 dantemente explotada en los iconos pintados en Oriente. El "candor resplandeciente" del que habla Lucas (9, 29) habría sido representado ampliamente en estos iconos; la revelación hecha en el monte a los apóstoles habría sido llamada en el siglo XIV "luz tabórica", para distinguirla de la profundidad insondable de la esencia de Dios. b) El otro episodio evangélico que deseamos presentar también sobre la vida de Jesús, es el de Jn 19, 34 que nos muestra a Jesús en la cruz con el costado abierto, después del golpe de la lanza del soldado. En pocas palabras, no se trata quí de un icono, sino del valor simbólico del acontecimiento que ha sido percibido y desarrollado más bien en Occidente, en el que se ha difundido ampliamente la devoción al corazón de Jesús (cf. la mística alemana del Medioevo y las revelaciones de Paray-le-Monial en el siglo XVIII); pero el punto de partida de esta larga tradición latina ha sido el comentario de Agustín al texto de Juan del que recordamos la parte esencial: "Uno de los soldados le abrió (aperuit) el costado con la lanza. El Evangelio ha estado atento en la elección de los verbos; no ha dicho golpeó, hirió el costado (...) sino lo abrió. Esto quería indicar que a este punto, por decir así, se había abierto la puerta de la vida (vitae ostium); (sin ella) no se puede entrar en la vida, en la verdadera vida..."18. Una atenta exegesis del texto de Juan permite hacer ver el alcance simbólico y toda la profundidad teológica. Es necesario partir del mismo texto. La sangre que sale del costado abierto de Jesús simboliza que era su vida profunda antes de la muerte, su obediencia total al Padre, su amor por los suyos, su conciencia mesiánica de cumplir toda la Escritura y fundar la Iglesia en ese momento, en las personas de María y de Juan. El agua que sale del costado es, decía Hipólito, "el agua del Espíritu"; simboliza aquel Espíritu que Jesús comunicaba con su muerte a su Iglesia ("tradidit spiritum" 19, 30). Es necesario decir, pues, con una tradición universal tanto oriental como occidental, que la Iglesia ha nacido en el Calvario del costado del nuevo Adán. Esta interpretación se funda ante todo en un he- DOLENTIUM HOMINUM 102 cho de nuestro paso con la declaración de Jesús en la fiesta de los Tabernáculos: "De su seno correrán fuentes de agua viva" (7, 39) que el mismo Juan explicaba que hablaba del Espíritu. La Iglesia "nació", pues, directamente de la llaga del costado, recibiendo el Espíritu de Jesús. A partir de la cruz, la vida de Cristo se prolonga pues en la vida de la Iglesia. Para quienes lo contemplan con fe, el costado abierto de Jesús en la cruz se vuelve realmente en "la puerta de la vida". Por esto, en las letanías al corazón de Jesús, la Iglesia pone en nuestros labios estas invocaciones: "Corazón de Jesús, fuente de vida y de santidad", "Corazón de Jesús, nuestra vida y nuestra resurrección". 4. María, Madre de Jesús y Madre de Dios Si Jesús es la puerta de la vida; María, su madre, aquella que nos entrega a Jesús y nos conduce a El, será necesariamente también ella un icono importante de la vida. Y es así que instintivamente la Tradición la ha representado inumerables veces en el arte cristiano, en Occidente como en Oriente. Las dos escenas evangélicas más importantes son: el anuncio a María (Lc 1, 26-38) y las bodas de Caná (Jn 2, 1-11). a) En lo que se refiere a la Anunciación, estamos atentos a dos aspectos esenciales puestos de relieve por el evangelista y que encontraremos en los iconos cristianos: la virginidad de María y su maternidad. Ante todo su virginidad: en su saludo inicial, el Angel llama a María kecharitômenê, traducido mal en la Vulgata y en numerosas versiones modernas como gratia plena, llena de gracia. Con la antigua versión latina anterior a San Jerónimo, es necesario traducirla más bien por gratificada (= grata facta Deo). María, desde antes, ha sido "transformada por la gracia", una gracia que la había "hecho grata a los ojos de Dios". Esta gracia, decía san Bernardo, era la gracia de la virginidad. Desde antes, gracias al efecto de esta gracia, María sentía el deseo que permanecer virgen, de vivir en una relación esponsal con Dios. De este modo Dios la había preparado a una maternidad que debía ser virgi- nal. Pero María aún no había comprendido todo el misterio. Por esto ella fue turbada ante el anuncio de su próxima maternidad. Pero cuando el Angel le explicó que ella habría "concebido en su seno" por medio de la acción creadora del Espíritu Santo, todo se vuelve claro y con gozo ella da su consentimiento. María se vuelve así el instrumento elegido por Dios para hacer posible la Encarnación de su Hijo: María será contemporánea y necesariamente virgen y madre. Por esto el Angel le había dicho que habría "concebido en su seno", es decir virginalmente. Ella dará la vida a un hijo que llamará Jesús, pero que será Hijo de Dios. El hecho que Dios mismo haya sido el Padre de Jesús y que María haya sido virginalmente su madre es, en síntesis, el misterio central de nuestra fe, es decir el misterio de la Encarnación. Pero dado que hablamos de iconos bíblicos, preguntémonos ahora cómo estos dos aspectos del Misterio de María, es decir su virginidad y su maternidad, estan representados en el arte cristiano. Las variaciones son aquí evidentemente innumerables. Recordamos dos modelos particularmente sugestivos. Para el Renacimiento italiano, pensamos en la bella Anunciación que nos ha dejado Andrea della Robbia, en una bajorelieve blanco y azul, que se conserva en Alverna. La virginidad de María se nos indica de tres modos: se ve la paloma del Espíritu Santo dirigirse hacia María, ya que será El quien la fecunde; María es separada por el Angel arrodillado que le habla desde un ramo de lirios que simbolizan su maternidad; y en lo alto a la derecha aparece Dios Padre que mira atentamente a María, lo que nos hace comprender que el niño que ella dará a luz será Hijo de Dios, en otras palabras que Dios será su Padre. En los iconos orientales la simbolización es más sencilla: a menudo son tres estrellas colocadas en el manto de María se desea significar su triple virginidad: antes, durante y después del nacimiento del niño. La representación de la maternidad de María ciertamente era más fácil hasta el punto que tal vez ahora se ha vuelto banal: ¡hay tantos cuadros y tantos iconos que nos presentan a la Madre y al Niño! Reflexionemos sin embargo sobre el hecho que dichas representaciones difundidas en todas partes pertenecen al cristianismo; no hay nada semejante en las demás religiones; y la razón es sencilla, es que la Encarnación es el misterio específicamente cristiano; de aquí su gran difusión. Además, el simbolismo debe hacer comprender que esta mujer que tiene el niño es la Madre de Dios y que su hijo es el Hijo de Dios. Examinemos desde este punto de vista tres tipos de iconos marianos: ante todo el que es llamado Galactotrofousa, la madre que da la leche, que subraya claramente el aspecto plenamente humano de esta maternidad; luego el tipo Eleousa, de la ternura, porque allí se ve al Niño abrazar tiernamente a la madre (p.e. en el célebre icono de la Madre de Dios de Vladimir), pero en el que la mirada de la Madre ya está entristecida porque prevé la pasión de su Hijo: en fin, y ante todo, el modelo frecuente del Odigitria (de "hodos", camino) porque, con la mano derecha, la madre indica a su Hijo que nos mira, porque es él quien será el "camino" que nos conduzca a la vida (cf. Jn 14, 6). Pero en casi todos estos iconos, cerca de la aureola que circunda la cabeza de la Virgen, encontramos una inscripción que recuerda el papel esencial y único de esta mujer en el misterio cristiano: Mêtêr Theou o Theotokos, "Madre de Dios". De aquí se comprende que el icono mariano se ha vuelto el icono por excelencia de la Encarnación, es decir del misterio teándrico del Hijo de Dios hecho hombre y de la maternidad humana del todo real de esta mujer que se ha vuelto la Madre de Dios. En las iglesias bizantinas, este icono es como un recuerdo del triunfo de la ortodoxia, en el IIº Concilio de Nicea del 787, después de la larga crisis que produjo en Oriente la inconoclasia, la lucha contra las imágenes en el siglo VIII. b) Algunas palabras más sobre el segundo episodio que hemos anunciado, las bodas de Caná. Aquí es necesario hacer una referencia al Antiguo Testamento: los profetas a menudo hablan de la hija de Sión; esta mujer simbólica representa al Pueblo de Israel y el papel que desarrolla en el misterio de la VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO Alianza; es esencialmente la Esposa de Yahvéh, con la que precisamente Dios ha concluido la Alianza como en un matrimonio; pero ella es llamada también la Virgen Israel (Virgo Sion), para hacer comprender que la hija de Dios no podía tener otro Esposo, cometiendo el adulterio de la idolatría; ella es, en fin, la Madre Sión, para todos los hijos de Israel que vive en la Alianza. En el Nuevo testamento, es María que se vuelve "la hija de Sión por excelencia", como dice el Concilio. Las prerrogativas del antiguo Israel se realiza en ella, que se vuelve así la imagen del nuevo pueblo de Dios, el icono de la Iglesia. Pero ¿en qué sentido el título de Esposa puede valer también para María (se le ha llamado Sponsa Verbi, Sponsa Spiritus Sancti)? Aquí debemos partir de la narración de Juan de las bodas de Caná, que evidentemente tiene un profundo significado simbólico. Las bodas de Caná son un grande símbolo de las bodas mesiánicas. El verdadero esposo de estas bodas es Jesús; la esposa es la Hija de Sión, representada por María y por el grupo de los discípulos19. El mismo tema será retomado en la Cruz donde María, con el discípulo predilecto, se convierte en la "Iglesia que nace". Pero este simbolismo logra toda su amplitud solamente en las visiones grandiosas del Apocalpsis, sobre todo en el capítulo XII, que nos presenta a "una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (12, 1): esta mujer es aquí el arquetipo, el símbolo de la Iglesia triunfante20. Ella es contemporáneamente virgen, madre y esposa. Y se comprende así que la Iglesia, en la liturgia del 15 de agosto, aplique este gran símbolo a la Virgen para celebrar su victoria sobre las fuerzas del mal y su asunción en la gloria. Pero esta visión simbólica logra aún mayor amplitud en los últimos dos capítulos del Apocalipsis que nos describen la escatología final, la conclusión definitiva de la Alianza en la Jerusalén celeste. La ciudad santa representada "como una esposa adornada para su esposo" (21, 2). Esta esposa es la Mujer-Iglesia, en la que podemos dar un rostro humano, el de María en la gloria. Ella es llamada más ade- lante "la esposa del Cordero" (21, 9). Pero escuchemos el mensaje proclamado por una voz potente proveniente del trono de Dios: "Esta es la morada de Dios con los hombres (...) Y no habrá ya muerte" (21, 3-4). Esto es muy actual, ahora que Juan Pablo II en la Evangelium vitae ha denunciado la cultura de muerte que domina nuestra época. Es contrario al dinamismo profundo que atravieza y unifica toda la historia de la Iglesia. Pablo había dicho a los Corintios: "El último enemigo en ser destruido será la muerte" (1Cor 15, 26). Y el Apocalipsis anuncia también: "No habrá ya muerte" (Ap 21, 4). El último mensaje que nos deja es el de la vida: "El Espíritu y la Novia dicen: '¡Ven!' Y el que oiga diga: '¡Ven!' Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratuitamente agua de vida" (22, 17). Esta agua viva que estamos llamados a tomar en la ciudad santa es la vida misma de Dios. Tratemos de condensar en algunas palabras nuestro inmenso recorrido a través de toda la historia de la salvación, de la creación a la escatología final. Este largo recorrido nos hace descubrir el sentido profundo de nuestra existencia como cristianos: es un camino constante hacia la vida. Sin embargo, nuestros progenitores creados a imagen de Dios habían cometido el pecado; pero Dios, aun anunciándoles que debían morir por su pecado, les promete la salvación; más tarde anuncia a Abraham que se habría vuelto en el hijo del pueblo elegido, de quien deberá nacer el Mesías, hijo de Abraham e hijo de David, pero también Hijo de Dios. De ahora en adelante El será la vida del mundo; su costado abierto en la cruz será para el pueblo de Dios la fuente del espíritu, la puerta de la vida. A través de su resurrección el será desde ahora en adelante "el que es vivo" (Lc 24, 5). Pero es María, con la Iglesia que representa, que nos invita a recibir esta vida, conforme a la promesa hecha a la iglesia de Efeso: "Al vendedor le daré a comer del árbol de la vida, questá en el Paraíso de Dios" (Ap 2, 7). P. IGNACIO DE LA POTTERIE, S.J. Profesor Emérito del Pontificio Instituto Bíblico de Roma 103 Bibliografía 1 Cf. E. STENDLER, L'icône, image del'invisible, Desclée de Brouwer 1982; o también V. MELCHIORRE (a cargo de), Icona dell'invisible. Studi per un'interpretazione simbolica di Gesù Cristo, Milán 1981. 2 T. SPIDLIK, L'icône, manifestation du monde spirituel, Greg 61 (1980) 539-554. 3 Chr. VON SHÖNBORN, Art e contemplation: les icônes du Christ, en el volumen colectivo C. VON SHÖNBORNy otros, L'art et la technique. Die Kunst un die Technik, Friburgo (Suirre) 1979, p. 9-20 (cf p 12s); del mismo autor, una de sus mejores obras sobre el tema: L'icône du Christ, Fondements théologiques élaborés entre le I. et le II. Concile de Nicée (325-787) (Paradosis XXIV), Friburgo 1976. Con relación a la frase misteriosa de Jn 14, 9 cf, nuestro estudio: "Chi vede me vede il Padre (Jn 14, 9). Dalla storia al mistero, en AA.VV., L'ombra de Dio. L'ineffabile e i suoi nomi. Actas del primer encuentro teológico, Cinisello 16-17 de junio de 1990, Ed. Paoline 1991, 53-71. 4 Ambigua (PG 91, 1253 D); este texto ha sido presentado y comentado por H. Urs VAN BALTHASAR, Liturgie cosmique. Maxim le Confesseur (Théologie, 11), París 1947, 153. 5 Chr. VON SHÖNBORN, L'icône du Christ, 234. 6 T. SPIDLIK, art. cit. (n. 2) 550s; el autor se refiere aquí a la primera edición del libro de L. OUSPENSKI: Essai sur la théologie de l'icône dans l'Eglise orthodoxe, París 1980; el parangón entre el icono ruso de la Virgen del Niño y la Virgen de Rafael no está tal y cual; pero son reproducidos respectivamente en las pags. 164-165 (ilustración 18 y 19). 7 PAVEL FLORENSKIJ, Le porte regali. Saggio sull'icon, Adelphi, Milán 1981 (2), 7475; este testimonio sobre la experiencia de Rafael parece estar basado en una leyenda; de todos modos el juicio del autor sobre la pintura religiosa de Occidente a partir del renacimiento es también demasiado severo (cf. pag. 63-364). 8 L. OUSPENSKI, Théologie de l'icône, 120. 9 L. OUSPENSKI, o. c., 181. 10 Chr. VON SHÖNBORN, L'icône du Christ, 145 s. 11 Vedi Evangelium vitae, n. 43. 12 V. A.M. DUBARLE, Les fondements bibliques du titre marial de la nouvelel Eve, RSR 39 (1951) 49-64. 13 ROMANO IL MELODE, Hymnes, II: "2º hymne de la Nativité", estrofas 6-11 (SC 110, 95-101). 14 Oración después de la tercera lectura (sobre el Exodo) en la oficina del Sábado Santo: "...ut in Abrahae filios et in Israëliticam dignittem, totius mundi transeat plenitudo"; el texto se remonta al sacramentario gelasiano (MOHLBERG, n. 435). 15 De Abrahamo (PL 14, 457, 33). 16 M.P. BADIENVILLE, Roublev (Andrei), en Catholicisme XIII, 136. 17 L. OUSPENSKI, La Théologie de l'icône dans l'Eglise orthodoxe, Cerf., París 1980, 144; en la página siguiente él reproduce un icono ruso del siglo XII que representa la Transfiguración. 18 Tract. in Ioh, 102, 2 (PL 35, 1953). 19 H. SAHLIN, Sur Typologie des Johannesevangeliums, Upsala 1950, 8-9; v. también nuestra obra Marie dans le mystère de l'Alliance, Desclée, París 1988, ch. V: "Epouse des noces messiniques" (p. 183-231). 20 Cf. Marie dans le mystère de l'Alliance, ch. VII: "La Femme couronnée d'étoiles" (p. 261-283). DOLENTIUM HOMINUM 104 PASCUAL PILES El Hospital: templo de la humanidad sufriente 1. El sufrimiento en la vida Sin entrar en justificaciones filosóficas y teológicas, todos tenemos experiencia del sufrimiento. Del físico y de moral. Unos lo hemos probado más, otros hemos tenido menos posibilidad o, como solemos decir, más fortuna. Ante el sufrimiento aparece en seguida la preocupación. No me siento bien, no sé lo que me pasa, pero estoy mal. Desde ahí se inicia todo un proceso para tratar de eliminarlo, para erradicar si es posible, su causa. Ante el sufrimiento luchamos, resistimos, buscamos lo que consideramos es lo mejor, lo que está a nuestro alcance. A veces incluso hacemos esfuerzos que jamás habíamos pensado podríamos hacer. Puede ser que tengamos la experiencia de sufrir solos, pero normalmente en nuestro sufrimiento entran a formar parte los otros. El sufrimiento impacta al entorno. Lo que nos acontece llega a formar parte del nosotros, de la famiglia, de los amigos, de los que intervienen para tratar de solucionarlo. Cada uno se implica según en nivel de relación que tiene con el que sufre. Con mucho respeto decimos que la persona afectada, el enfermo, aún sin querer realiza su rol, tiene un proceso de aceptación de la enfermedad, asume unas actitudes al vivirla, tiene respuestas que, respetando la singularidad de cada uno, han sido estandarizadas. Su rol tienen también los terapeutas, los profesionales con sus conócimientos y formas de aplicarlos, con sus ritos que se repiten en el proceso de la enfermedad. Su rol tienen finalmente cuantos forman el entorno del enfermo, afectados por la incertidumbre, no tanto del sufrimiento, cuanto por el alcance en sí de la enfermedad. 2. El hospital como templo de la humanidad sufriente Un templo es un lugar sagrado que las distintas religiones construyen para realizar el culto a sus dioses, consagrándolo para dicho fin. Obvio un discurso sobre la importancia del templo en la fe de Israel y en la de la Iglesia. Podemos celebrar nuestra fe en otros lugares, pero sobre todo el templo congrega las expresiones de fe de la comunidad cristiana como lugar preeminente de la presencia de Dios. En él se celebran fundamentalmente los sacramentos y sobre todo el de la Eucaristía, celebración del misterio Pascual de Jesucristo. Metafóricamente podemos denominar el hospital templo de la humanidad sufriente, porque es el lugar donde vivimos momentos intensos de nuestra vida. Antes o después acerca de nuestra existencia, en donde miramos al futuro desde una óptica diferente, en donde se unen una serie de fuerzas en favor del servicio y de la promoción de la vida, en donde unos sufren por su realidad y otros sufren acompañando el sufrimiento de sus semejantes. Es lugar en el que se dan grandes éxitos de los que todos gozamos y lugar en el que experimentamos la impotencia del fracaso, ante una vida que se apaga o ante la realidad de la muerte, que no podemos sino aceptar. Es lugar en el que se comparte con sentimiento: el enfermo, la familia, los profesionales y es lugar en el que más en que en otras partes la ciencia se pone al servicio de la vida, teniendo que estar enriquecida de gran sensibilidad. Eso es lo que le da al hospital el apelativo de templo. Lugar consagrado, sacro, porque hablar de dolor, de vida y de muerte, nos hace entrar en lo sacro, en lo misterioso y definitivo, en lo profundo de nuestra realidad. San Pablo habla de nuestro ser como templos del Espíritu (1 Cor. 6, 19). En nuestra esencia entra la cualidad del sagrado. En el hospital como templo y desde el sufrimiento del ser humano como templo del Espíritu celebramos una de las liturgias más importantes de la vida. 3. El misterio pascual de las personas hecho liturgia en el hospital Hablamos de Misterio Pascual de Jesucristo para expresar su liturgia de donación a la humanidad, por su Muerte y por su Resurrección. Cuando celebramos la Eucaristía hacemos presente este misterio en lo que tiene de sacrificio, de muerte, pero asimismo con su apertura a la Resurrección. Por identificación con el misterio Pascual de Jesucristo hablamos de misterio pascual en la vida de las personas. Somos con los demás. El proceso normal de realización de cada persona, es de entrega a los demás, a pesar de que aparezcan los egoísmos, y por eso podemos hablar que se da con la entrega de nuestra vida un misterio pascual, sobre todo se realiza al integrar sufrimiento, muerte y resu- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO rrección, conscientes o sin serlo. Metafóricamente decimos que este misterio pascual de cada enfermo se realiza en el templo del hospital. Cada proceso de enfemedad podríamos definirlo como una liturgia, en la que se celebra, no como sacramento sino existencialmente, el sufrimiento, la muerte y la resurrección. Se da el sufrimiento físico y moral, en todas las intervenciones quirúrgicas. Pasar por el quirófano tiene para todos un dormirse, paragonable al sueño de la muerte, aunque sea presumible un despertar. En el momento que se da este despertar, se experimenta la sensación de sufrimiento, por tanto parte negativa del misterio pascual, pero se ve venir una resurrección con la recuperación progresiva, con la salida del hospital, que lo lleva a vivir de nuevo y con ánimo renovado el sentido de la vida. Procesos menos vistosos pero similares se pueden dar en distintas enfermedades médicas. Se da también este misterio pascual en las situaciones en las que el final no va a ser brillante. La parte de sufrimiento y de muerte es mayor, cuando después de todo el proceso el desenlace va a ser la muerte, pero vivido en la fe, la muerte es puerta que nos lleva a la vida. Conscientes de este paso, hay que ver cómo somos capaces de acompañarlo, con el respeto y el intento de acercamiento a Dios, para que sea paso a la vida. Por tanto, una invitación a quienes estamos al servicio de los enfermos, a celebrar la liturgia del misterio pascual de cada enfermo, a ver cómo hacemos para que el hospital sea un templo, que en su vida ordinaria integra la participación del misterio pascual de cada enfermo. 4. Celebraciones del misterio pascual en minúscula en el hospital como templo del sufrimiento Estamos celebrando esta X Conferencia bajo el principio evangélico conclusivo de la Parábola del Buen Samaritano "Ve y haz tu lo mismo". Jesús se identifica con el Buen Samaritano e invita al joven a relizar lo mismo. Es llamada que se nos hace a daca uno. No podemos pasar de largo. Es importante que nos paremos a pensar en tres elementos que intervienen en el hospital como templo. 105 4.1. Es necesario un cuidado del templo No todos los templos tienen la misma estética, pero hay que cuidar su construcción para que facili- una incubadora bajo la mirada penetrante y cercana de sus padres a pesar de que estén separados por las paredes de cristal, que la de una persona anciana rodeada de los suyos en la habitación. No es lo mismo la vivencia de quien se siente morir y tras una intervención acertada sale curado y como resucitado, que quién desea vivir y la enfermedad la va llevando que en el templo del hospital, a pesar de la experiencia de muerte inhernte en cada proceso exista también la de la resurrección. te el que la comunidad creyente pueda ponerse en contacto con Dios. Además, cada celebración necesita su propia preparación. Tenemos que hacer que nuestos hospitales sean verdaderos templos para la persona sufriente. Hay que cuidar las nuevas construcciones, sus espacios; hay que renovar las que son antiguas; hay que tener adecuadamente las habitaciones para los enfermos y para los familiares; hay que preocuparse de la comida de los pacientes; hay que dotar el templo de los aparatos necesarios para atender las necesidades de los pacientes. Es difícil que uno se sienta bien cuando está mal, pero podemos hacer que se sienta menos mal, creando un ambiente agradable, poniendo a su servicio cuanto necesita, haciendo que aùn en la enfermedad y en el dolor, un domingo no sea como un día ordinario y un día de Navidad no sea como el tercer miércoles de tiempo ordinario. No todos los lugares ni todas la situaciones van a tener la misma fuerza emotiva. No es lo mismo una muerte en la unidad de cura intensiva sin la presencia de los familiares, o la de un niño dentro de 4.2 Los celebrantes deben estar en función de la comunidad Quienes actuamos en el hospital somos muchos. Divididos en secciones, no todos nos hacemos presentes en cada enfermo. A muchos los enfermos ni nos van a conocer. Médicos, Enfermeros, Administrativos, Personal de Mantenimiento, Trabajadores Sociales, Psicólogos, Capellanes, Religiosos, Religiosas. Todos intervenimos, de cerca o de lejos, en el misterio pascual de cada enfermo. Esta intervención debe realizarse con profesionalidad. El diagnóstico, y el tratamiento que el médico prescribe es una parte importante de esta liturgia. Lo es también los cuidados de enfermería que incluyen la aplicación del tratamiento. Incluye además, todas las atenciones hoteleras y del ambiente que intentar hacer agradable al enfermo la estancia en el hospital. La asistencia se debe realizarse con humanismo. Es lo que da la unción al hecho de lo que hemos denominado "celebración" dentro del hospital como templo de la humanidad sufriente, pensando en las necesidades del enfermos y de su entorno. La plantilla debe estar enriquecida por los valores que definen la hospitalidad y debe ponerlos en práctica en el servicio a los enfermos. La humanización exige tener un proyecto ético de asistencia, con los recursos necesarios, que defienda los derechos del enfermo, que respete el secreto profesional, que informe a su debido tiempo de lo que el paciente necesita y debe saber, que acompañe la angustia que, sobre todo cuando el proceso de la enfermedad es grave, aparece y que es difícil elaborar. DOLENTIUM HOMINUM 106 Estamos en un forum creyente, cristiano, iluminados por la parábola del Buen Samaritano, el acompañamiento del sufrimiento en el hospital, debe llevar a los celebrantes, su plantilla, a ofrecer una asistencia holística, integral, preocupada por las necesidades, físicas, psicológicas, sociales y espirituales de los enfermos. Con visión ecuménica, tenemos que tener en los hospitales, sobre todo en los promovidos por la Iglesia, un servicio organizado de Pastoral a los enfermos, que les ayude a descubrir el sentido de su vida y aceptar la salvación de Jesucristo como elemento liberador, cuya presencia se hace factible con el silencio, con el afecto, con el apoyo, con la palabra, también cuando viene al caso en la celebración de los sacramentos: penitencia, eucaristía, unción de los enfermos, bautismo, etc. Quienes hemos vivido, trabajado en un hospital, intentando hacerlo con profesionalidad y con humanismo, quierendo llegar a la realidad de cada enfermo, hemos experimentado con emotividad la participación en el misterio pascual de cada paciente y de sus familiares. Quienes hemos hecho esta presencia desde una dimensión pastoral, hemos teenido la experiencia gozosa de tantas personas que nos han abierto totalmente sus corazones, que nos han enriquecido con su forma de sufrir o de aceptar la muerte, que nos han hecho gozar con su curación cuando la han tenido. Hemos vivido tantas experiencias de acompañar a los familiares en el duelo de la pérdida de un ser querido, tanto más fuerte, cuando ha sido repentina, inesperada o esperada pero aceptada con dificultad. Doy gracias a Dios porque sin haberme apretado demasiado me ha hecho experimentar el sufrimiento, pero sobre todo porque me ha puesto cercano y me ha dado la posibilidad de celebrar tantas liturgias de enfermedad, de participar en el templo del hospital en la recuperación moral de tamtas personas, a quienes sin atosigarles he tratado de acercar a Jesucristo y a los valores de la vida. 4.3 La comunidad que se congrega En el templo del hospital la co- munidad que lo frecuenta está formada por dos grandes grupos: los enfermos y su entorno y los profesionales que se encuentran a su servicio. En función de los enfermos y su entorno se ha construido el templo del hospital, en función de ellos hemos hablado de profesionalidad y humanismo. Como lo son los contrayentes en el sacramento del matrimonio, en la celebración de su misterio pascual los enfermos son los verdaderos ministros de su sacramento. Lo celebrantes, aunque actuamos, somos como testigos. En una de las reflexiones internas de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, hemos hablado de que los enfermos son nuestra universidad, no revocando el valor de la ciencia, pero quierendo afirmar, lo atentos que tenemos que estar a sus procesos e integrarlos positivamente en nuestra dimensión personal. Sólo el que integra el misterio pascual de cada enfermo, es capaz de poder seguir celebrando e inteviniendo con sentido en el misterio pascual de cada uno de los enfermos que continuarán frecuentando el templo del hospital. En la comunidad del templo del hospital están también los profesionales. Hay que hacer un gran esfuerzo para que continuemos a llamar metafóricamente al hospital como templo. Tenemos el peligro de rutinizar nuestro servicio, de olvidarnos del ser personal de quien está sufriendo, de perder los valores que hacen de nuestra profesión una verdadera vocación: Quienes somos conscientes de ello estamos llamados a ser agentes revitalizadores de la fe de los celebrantes, los profesionales, del templo hospital para que se siga actuando con el espíritu del Buen Samaritano. Tenemos que continuar junto al enfermo, por supuesto no pasar de largo y hacer lo mismo que el Buen Samaritano hizo. 5. Celebrar en Espíritu y en verdad En todos los templos los sacerdotes deben celebrar en espíritu y en verdad. Las celebraciones rutinarias y vacías de contenido no son del agrado de los dioses y mucho menos del Dios verdadero. Lo tenemos claramente expresado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Jesucristo que es quien proclama que ha llegado el momento en que los verdaderos adoradores lo harán en espíritu y en verdad (Jn. 4, 23), que echa de su templo a los mercaderes que lo habían profanado (Jn. 2, 16) y que nos dice que ya no solo tenemos necesidad de los templos sino que en todas partes podremos celebrar (Jn. 2, 21) el misterio pascual de Jesucristo y ponernos en contacto con Dios nos da pie para sacralizar el hospital y para proclamarlo templo de humanidad sufriente. Lo podemos proclamar porque cuando celebramos el misterio pascual del sufrimiento de la vida y de la muerte de los enfermos, creados a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1, 27) y con quienes Cristo se identifica (Mt. 25, 35) estamos celebrando un verdadero sacramento, que con su valor redentivo completa lo que falta a la Pasión de Cristo. Conclusión Hablar del hospital como un templo no es para sacralizar un espacio que en sí es secular. Lo sacral viene del respeto que nos merece la experiencia de tantas personas que lo frecuentan: su vivir, su sufrir, su morir, su resucitar. Quienes nos encontramos aquí estamos todos vinculados por vocación al enfermar de la personas. Hoy en día las personas se preguntan más acerca de los por qués de su existencia en los hospitales que en los verdaderos templos y se da para ellos mayor posibilidad de abrirse a Dios desde la experiencia del enfermar que no desde la celebración de una fe externa y mediocre. Que somo cristianos y agentes de salud aceptemos la invitación de Jesús y hagamos en el templo del hospital lo mismo que hizo el Buen Samaritano. Gracias. Hno. PASCUAL PILES, O.H. Superior General de los Hermanos de San Juan de Dios VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 107 ANTON NEUWIRTH Qué piensan los laicos de la misión del médico 1) No existe un hombre que no tenga una experiencia directa, personal, con el sufrimiento. De hecho, llega llorando a este mundo y con los ojos enrojecidos lo abandona y entre estos dos momentos no se tiene sólo una parada dolorosa. Todo hombre es, por así decirlo, un experto en materia de sufrimiento y, a pesar de esto, todos los que responden han formulado de modos tan diversos sus respuestas a la pregunta: "¿En qué consiste, en su opinión, la misión del médico?" Han respondido según sus condiciones del momento: o eran enfermos o eran sanos, o eran jóvenes o eran viejos, o sufrían algún dolor, o sufrían las consecuencias de una enfermedad, o sentían que la muerte se acercaba. Sin embargo, para todas las respuestas podía encontrarse una constatación-base común: "La misión del médico es la de reducir el sufrimiento del hombre". Es una característica de la que ni siquiera el tiempo, en sustancia, ha cambiado nada. Así como no ha cambiado en nada, por lo demás, ni siquiera el grito del hombre que sufre: "Hominem non habeo" (Jn,5,7) - "No tengo un hombre". Pero ¿qué hombre le falta, quién es ese hombre al que dirige su llamada? Un hombre que sufre llama a cualquier otro hombre que pueda comprenderle y que quiera ayudarlo. Llama a alguien que pueda estar a su lado; y está a su lado quienquiera que oiga semejante llamada, semejante grito. Y es el médico, sobre todo, quien debe entenderlo, sin ponerse a considerar quién es el que llama (Cfr. Lc 10,30-37). 2) El dolor y la enfermedad: he aquí el dominio del médico -pero, visto que ambos provocan siempre el sufrimiento, el médico debe dedicarle en todo caso la debida atención. En ciertas circunstancias, si no se consigue soportar el sufrimiento, éste puede gradualmente desembocar en ansia, en la conciencia de la propia desgracia, en la ciega desesperación con un final infeliz. El sufrimiento domina todo el ser del paciente, en todas sus dimensiones humanas, de modo diverso a como lo hacen la enfermedad y el dolor, que son más o menos locales. 3) El hombre sufre porque vive el concreto estado de su salud o en otra situación semejante a ésta, que le hace imposible llegar a la meta de su vida. Y esta meta, para todo hombre, es igual: alcanzar la plena realización de si mismo, cosa que, en sustancia, no es sino el logro de un estado de felicidad total y duradera: sólo esto puede satisfacerlo plenamente. El médico ayuda al hombre que sufre persuadiéndolo de que el sufrimiento no puede impedir su felicidad, siendo el paciente una persona racional y libre, capaz de tomar las decisiones independientemente del tiempo y del espacio. Además, el sufrimiento puede actuar y en verdad actúa en el sentido de acercarse a la meta de la vita. 4) Hemos dicho que el hombre lo hace todo, consciente o inconscientemente, para ser feliz. Esto es natural, forma parte de la naturale- za humana. Pero el hombre no desea alcanzar cualquier felicidad, sino una felicidad absoluta, es decir que para él no terminará nunca y cuya intensidad no puede ulteriormente ser reforzada. Una felicidad de ese tipo no puede alcanzarse en el tiempo y en el espacio. Tal felicidad puede tener sus orígenes solamente en el logro del Absoluto, que es el Bien, es la Verdad y la belleza absolutas, la cima de todo lo positivo. Este Absoluto debe ser transcendental: para un creyente es Dios y para un creyente cristiano es el Dios personal. Vemos, pues, que las direcciones de los hombres son idénticas y ni siquiera la meta de sus vidas les impide llegar a ser hermanos, ser verdaderamente próximos el uno al otro 5) ¿Por qué, entonces, el hombre debería sufrir, si todo en él tiende hacia la felicidad absoluta? Si el hombre no abordara el sufrimiento y, siendo satisfecho del estado en que se halla, no se empeñara todo él en alcanzar la felicidad absoluta, no se realizaría. Pero el hombre, un ser libre e inteligente, es llamado a la colaboración de su felicidad. El hombre no ha sido creado en la felicidad, sino para la felicidad. La vida le ha sido dada al hombre como una ocasión para la felicidad (Cfr. Evangelium vitae). En esto consiste la sustancia del optimismo cristiano y yo creo que la misma puede constituir también un fundamento sólido del optimismo de toda otra concepción del mundo. Y es esta "esperanza real" (Sínodo 1985) como solución de todo sufrimiento, lo que el médico debe hacer accesible a su paciente si 108 quiere ayudarle a superar el ansia de sufrimiento y si no quiere impedir que llegue a ser infeliz. Cierto estudiante de medicina se ha cortado la mano durante una autopsia legal y la herida no quiere cerrarse. Durante meses la diagnosis oscila entre sífilis y tuberculosis. Hay que subrayar que se trataba de tiempos sin penicilina ni antituberculíticos. El estudiante escribió a un amigo: "Podemos sufrir infinitamente, pero esto no quiere decir que debemos ser infelices". 6) Es esta idea principal la que el médico debe hacer arraigar en el alma de su paciente. Pero esta exigencia está condicionada por su capacidad de saber identificarse con él. Exactamente esto pensaba Jesús cuando ha dicho del buen Samaritano que "tuvo compasión" de un hebreo herido (Lc 10,33). Su compasión era tan grande que le curó las heridas y, caminando él a pie, lo llevó sobre su asno a una posada, donde pagó por el todos los gastos futuros y lo recomendó a los cuidados del posadero para ahorrarle la humillación del indigente. Jesús con esto nos dio el ejemplo del complejo servicio sanitario y de la mutua seguridad. Pero lo que es importante, es que subrayó la necesidad de que el citado comportamiento fuera el resultado de compasión y de piedad. Porque, si el médico quiere obrar de modo que su paciente aborde el sufrimiento con optimismo, debe absolutamente identificarse con él, debe alcanzar la total empatía con el paciente. Esto significa saber juzgar todo desde su punto de vista. Pero saber juzgar todo desde el punto de vista del otro, significa amarlo. Seguir el ejemplo del buen Samaritano significa amar a su paciente como a si mismo, es decir, ser verdaderamente su prójimo. ¿No significaría esta actitud para con el paciente tener que contentarlo en todos sus caprichos? Al contrario. ¿Cuál es la idea principal por la que todo paciente trata de guiar su suerte? Es la de buscar el camino hacia la felicidad absoluta, hacia la realización del propio personaje, de las propias capacidades. Para el cristiano esto significa DOLENTIUM HOMINUM buscar el camino del alcance de la salud. 7) Esta concepción del sufrimiento no significa en modo alguno la actitud masoquista ante este problema. No significa que debemos complacernos por el sufrimiento y por la muerte. Pero todo cristiano siente la gozosa seguridad sabiendo que el camino del sufrimiento lleva a la felicidad y que después de todo sufrimiento y con todo instante de sufrimiento se acerca cada vez más a la meta deseada. Repetimos que se trata de una optimista visión de la vida, del programa eficaz de la "esperanza real". Y es tarea del médico conservar y reforzar este optimismo de "esperanza real" aun en toda situación de sufrimiento, incluso de sufrimiento gravísimo. 8) Sentir la compasión por alguno en el espíritu del amor, significa sentirla también en el espíritu de la humildad, significa no imponer nunca la propia convicción al enfermo. Es necesario descubrir la verdad al paciente cuando éste no tiene dolores intensos y cuando está psicológicamente abierto y preparado a aceptarla. Para poder ayudarle a atravesar los momentos difíciles y dolorosos, debemos explicarle el sentido de los dolores y del sufrimiento en los momentos serenos y en los instantes del esplendor de su ánimo. Esto significa dedicar al enfermo el propio tiempo y aguardar el momento oportuno. Sobre todo, hay que aprovechar la ocasión cuando el paciente, por si solo, demuestre interés. 9) Naturalmente, ciertos casos urgentes no permiten esperar a estas ocasiones, susurrando directamente al oído una breve oración, hay que ayudar a que nazca en el ánimo del paciente el arrepentimiento. Alguna vez, el paciente mismo, con alegría, mostrará su asentimiento. Nos encontramos también con la reacción negativa al comienzo, pero después de un cierto tiempo, el paciente por si solo pedirá la consolación y los sacramentos. 10) Con el espíritu del buen Samaritano corresponde igualmente VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO una ayuda, por parte del médico, en la preparación del paciente para tomar, anticipadamente, ciertas decisiones sustanciales. Esto significa que la persona que prevé ciertas situaciones muy complicadas, aunque raras, que exigen un sacrificio importante o incluso el riesgo de la vida, consulta a alguien, por ejemplo un médico o un sacerdote, aclarando con ellos las eventuales objeciones, y de este modo se prepara a aceptar el riesgo o el posible sacrificio. Quiere decir que hay que tomar en consideración también el hecho de que en el momento decisivo la presión psicológica podría ser tan notable y aguda que impidiera tomar una decisión adecuada sin una previa preparación. Para la preparación a tomar tales decisiones preventivas, pueden servir los preparativos prematrimoniales o ejercicios espirituales, por ejemplo antes de entrar en el proceso laborativo, en la vida pública y en la política,etc. 11) El último acto del buen Samaritano, ha sido pagar. Cita: "Al día siguiente, sacó dos dineros y los dio al posadero, diciéndole: Cuida de él y lo que gastarás de más, te lo devolveré a mi regreso". Otra acción del ejemplo de la caridad que quiere poner en evidencia que la compasión es una empatía integral que respeta todas las dimensiones del hombre, su esfera biológica, psíquica y espiritual. 12) ¿Cómo ver, entonces, la medicina a la luz de la doctrina cristiana? La medicina es una relación interpersonal entre el médico y el paciente, orientada a la conservación, el desarrollo y el restablecimiento de la salud, a hacer soportable la vida con las secuelas de las enfermedades, y a la ayuda en el momento importantísimo de la vida, es decir, en la hora de la muerte. Siendo la medicina una relación interpersonal integral, no es sólo el médico quien asegura las necesidades materiales, es decir, la salud del paciente, sino que también el paciente debe ayudar a las exigencias materiales del médico. La salud del hombre es inapreciable y 109 entonces el médico puede recibir en recompensa de su fatiga sólo un honorario, que debe ser adecuado a sus exigencias personales y familiares. El honorario nunca puede ser tal que pudiera cancelar los sentimientos de gratitud y de una unión espiritual entre el médico y su paciente. El concepto de que el paciente podría asegurarse su "libertad" con respecto al médico pagando unos honorarios bastante altos, es un concepto falso de mercantilización de la medicina y su ulterior deshumanización. El fundamento de la medicina no es solamente un alto profesionalismo, sino también una empatía integral mútua del médico y del paciente que hace posible conservar el optimismo que quiere decir la "esperanza real" de una felicidad completa y duradera del paciente incluso durante sus sufrimientos. S.E. SR. ANTON NEUWIRTH Embajador de la República Eslovaca ante la Santa Sede DOLENTIUM HOMINUM 110 SALVINO LEONE La familia como sujeto de salud y de enfermedad 1. La familia como sujeto interagente con el enfermo En las complejas dinámicas que instaura el tiempo de la enfermedad, sin duda juega un papel de primer plano la interacción entre el enfermo y su familia. Dicha relación no solamente consiste en las reacciones de carácter regresivo (por lo que ella se vuelve como el vientre materno en el cual acurrucarse), ni en aquellas conflictuales que irritan y ponen de manifiesto las tensiones preexistentes cubiertas por una aparente normalidad. La enfermedad no debe ser considerada superficialmente como simple fastidio que interfiere con una routine familiar consolidada o con un deseo legítimo de vida serena. En efecto, toda enfermedad, sobre todo si es crónica o en fase terminal, comporta una "adaptación" de la familia que no será más la de antes. Los problemas pueden ser de aparente banalidad (como acompañar a los niños a la escuela o el deber de salir antes de la oficina para llegar a tiempo a las horas de las visitas) o de extrema complexidad (como tener que asistir a un paciente con diferentes traumas o convivir con un enfermo mental). Por otro lado, también en el enfermo se manifiestan una serie de procesos sicológicos cuyo objeto específico es la familia: problemas de carácter económico y de trabajo, dolor al ver sufrir a otros "por causa propia", preocupaciones por un futuro que puede ser diferente y cuyas perspectivas no se quieren hacer saber a la familia. Dicho cuadro se agrava ulteriormente por la fuga de parte de la colectividad. La familia con un pariente enfermo ya no puede desa- rrollar su vida social normal: ya no puede salir con los amigos ni estos la frecuentan como antes, no puede ir al cinema, al teatro, de vacaciones. Hasta la comunidad eclesial, que de alguna manera debería estar presente, a menudo ignora a las familias con personas enfermas presentes en su territorio. En un plano más analítico, más allá de las reacciones individuales de sus miembros, existen varios modelos de interacción dentro de la familia. Siguiendo el análisis hecho por Sandrin podemos identificar al menos cuatro modelos 1. El primero podemos denominarlo lineal. La enfermedad implica directamente a la familia suscitando en ella diferentes reacciones emotivas y comportamentales desde la negación a la desconfianza o a la agresividad ante los sanitarios, de la regresión y del autoaislamiento a la confianza realista. La linealidad del modelo consiste en una sencillez direccional de la interacción síquica por lo que el acontecimiento enfermedad afecta al enfermo y, a través de este, a la familia. El sujeto que es afectado, se transforma en "enfermo" respecto a la enfermedad, pero frente a las relaciones familiares se vuelve en el "familiar enfermo" y constituye una especie de trait-d'union entre la enfermedad y la familia. A través de él, toda la familia está implicada en la enfermedad. Asimismo, existe un modelo circular en el que se pone de relieve la reciprocidad de reacciones del enfermo y de la familia que se "contagian" recíprocamente. En esta tipología de reacción, de parte de los familiares aparecen fenomenos de hiperprotección o de parte del enfermo (sobre todo si se trata de un niño) la posible eliminación de la enfermedad porque inconscientemente hace culpable a la familia por no haber sabido protegerlo. El modelo es definido circular porque, al contrario del anterior, evidencia un mayor dinamismo interactivo. Es como si la triada enfermedad-enfermo-familia instaurase un "círculo vicioso" en el que cada uno de los tres sujetos incide en el otro obligándolo a una reacción de adaptación que, a su vez, condiciona al sucesivo elemento del ciclo. El tercer modelo es el sistémico en el que la familia se vuelve expresión de una crisis total del "sistema familia". La enfermedad se convierte así en una verdadera y real amenaza a su estabilidad (especialmente si esta ya había sido precaria). La estructura "reticular" que determinan sus varios miembros se descompagina pudiendo asumir nuevas interconexiones que convergirán en el enfermo o huirán de él. En otros términos, si la familia es entendida como si fuera un "andamio" en el que cada elemento sostiene a otro, he aquí que la alteración de uno de estos elementos comporta una nueva organización para mantener el equilibrio del sistema. En dicho proceso el enfermo podría ser excluido y, por consiguiente, marginado en cuanto elemento de inestabilidad. Finalmente, el modelo narrativo presente sobre todo en las enfermedades crónicas. La enfermedad ya no es un hecho transitorio y accidental, sino un acontecimiento que incide profundamente en la historia de la familia que es modificada irreversiblemente. El enfermo insertado en el núcleo familiar, por su misma enfermedad es, por VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO decir así, "compartido" con las realidades sanitarias que lo acompañarán en el iter de su patología. El riesgo es que justamente en razón de dicha extensión temporal, al sacarlo del contexto familiar, él sea "cedido" - si no en forma material por lo menos sicológicamente - a quien lo está curando. 2. La familia como sujeto interagente con el médico Si hasta ahora se ha hablado de la diada familia-enfermo, ahora es preciso ampliar el horizonte incluyendo también al tercer sujeto que es el médico. Un médico, que una bella dicción hasta ahora incierta entre permanencia y desaparición, lo sigue llamando de familia. En efecto, más allá de las justas y debidas especialidades, el médico de familia sigue siendo una figura absolutamente insustituible. Si hay una figura profesional que está en grado de enfrentar globalmente los problemas sanitarios de la familia (y no sólo de cada uno de sus miembros), es ciertamente el médico "de familia", "cronista" verdadero y efectivo de su historia sanitaria. En este sentido, es de desear una mayor atención no solamente de parte de los Estados sino también de las instituciones sanitarias (como por ejemplo los Ordenes de médicos y las Facultades de medicina) para que la formación de esta figura profesional esté orientada no sólo a una debida competencia técnica sino también a la especificidad de un papel que lo ve como protagonista de una asistencia "a nivel de familia". Pero no es únicamente este el ámbito de interacción entre médico y familia (aunque sigue siendo el más importante y ordinario). Existen otros momentos de grande delicadeza y empeño ético que consideran a la familia como interlocutor privilegiado y, en cierto sentido, como vicaria del enfermo. El primer momento consiste en la comunicación de diagnosis infaustas. Lamentablemente, a menudo se puede notar la tendencia de parte de los familiares de ocultar sistemáticamente la verdad al enfermo; actitud que es apoyada por el médico (que en el fondo se ve aliviado de una tarea ingrata y emotivamente comprometedora). De este modo se construyen castillos de mentiras, las conjuras del silencio, los dobles partes, la conversación con el médico antes de entrar en la habitación del enfermo, privándole a éste de un derecho que le corresponde e instaurando un proceso de "desconfianza" incluso ante la credibilidad del médico. Junto con esto tenemos el problema del ensañamiento terapéutico que, si por un lado se puede imputar al médico de preocuparse a menudo de que un potencial magistrado lo pueda imputar de comportamiento negligente, la mayoría de las veces es inducido por los familiares preocupados sinceramente para que se haga "todo lo posible". Asimismo, dicha actitud de la familia, a menudo es sostenida por supuestas consideraciones de carácter religioso, ignorando cualquier valoración sobre la "proporcionalidad de los cuidados" que la Iglesia católica anima y apoya2 . El ámbito en que "constitutivamente" debe ser consultado el familiar en lugar del paciente es el pediátrico (al menos en el período neonatal o en la primera infancia). Incluso en este caso, el derecho de decisión corresponde siempre a la persona enferma y no a otros. La "tutela" de parte de los padres, es ante todo un instituto ético y luego jurídico, por lo que no obstante la persona (es decir el niño) siga siendo titular de la responsabilidad decisional, esta es transferida a otros, por su incapacidad de ejercerla3. La alianza terapéutica que se realiza entre el médico y el paciente se vuelve así una especie de alianza de tres: médico, padre y niño. Otro problema que implica (a su pesar) a los familiares es el consentimiento al trasplante. También aquí se sobreponen substractos afectivos, culturas religiosas y desinformación médica. La implicación emotiva de quien tiene que elaborar la difícil situación de la muerte de un pariente, en su mayoría repentina, es ya el primer obstáculo para una decisión que debería ser lúcida, serena, ponderada. A esto se añade una cultura que, por lo menos en el mundo occidental, no ha asimilado plenamente una madurez antropológica de la cor- 111 poreidad y, en el plano religioso, tiende a identificar el culto de los difuntos con el culto de los cadáveres. Finalmente, todo esto es empañado por la neblina de noticias o creencias sobre "muertos" que se despiertan, cuerpos robados, respiradores quitados antes del tiempo. Al tratar de la relación entre familia y sanitarios, en fin, no podemos dejar de lado la delicada cuestión inherente al secreto profesional y a sus posibles abrogaciones en favor de un familiar. No queremos referirnos solamente a las clásicas y tradicionales cuestiones de deontología médica referentes a no revelar a otros una determinada diagnosis sino a problemáticas más "modernas" como, por ejemplo, las relacionadas con el estado de tóxicodependencia o a la condición homosexual. También en este caso debe subsistir el vínculo secreto que si, por lado, no traiciona la relación de confianza que el joven coloca en el médico, por el otro - justamente por esto - se vuelve una premisa para que el médico pueda instaurar con el joven una relación de ayuda cada vez más fructuosa. De lo anterior se deduce claramente la exigencia de una mayor valoración de los familiares sobre todo si el enfermo se encuentra hospitalizado. En primer lugar es necesario reservarles espacios adecuados y tiempos de información. No se puede hablar velozmente en el corredor del hospital o delante de la puerta de casa. Es necesario dedicarles el tiempo necesario, en un ambiente adecuado, con la cartilla clínica delante, sin aproximación alguna. En segundo lugar, es preciso que el médico temple su sensibilidad tomando en consideración problemáticas familiares que para el enfermo no son menos graves de aquellas estrictamente asistenciales: un matrimonio, el juramento del hijo militar, una conflictualidad entre parientes en la que sirve su mediación... También esto es "cuidado" de la salud en su significado más amplio. Es necesario, además, que el médico "se acostumbre" a la presencia del familiar, antes bien, se esfuerce para promover su cercanía al enfermo: programando tiem- DOLENTIUM HOMINUM 112 pos adecuados para la visita en el hospital, no alejándolo de acontecimientos como el parto o pequeñas operaciones de consultorio y sin excluirlo sistemáticamente de las visitas. En esta perspectiva y, a fin de que sea efectiva esta "cercanía", sobre todo en instituciones de elevada especialidad con círculos de servicio regionales y hasta nacionales, es necesario que el problema sea enfrentado incluso políticamente creando adecuadas estructuras de apoyo (pensionados, residencias, refectorios, etc.) entorno a la institución misma. Finalmente, no se debe dejar de lado el ámbito educativo. Si se quiere valorar orgánicamente la presencia del familiar, no es suficiente el esfuerzo de parte del médico para superar la simple "relación entre dos" con el enfermo que no implique también a los familiares, sino que es necesario que los mismos familiares, a su vez, se acostumbren a esa nueva reciprocidad. Es una obra que requiere empeño pero es absolutamente necesaria y sus frutos se verán no solamente a largo plazo. Es necesario enfrentar la pseudo información médica por la que el familiar "sabido" pide informaciones sobre la realización o no de un determinado examen; superar la arrogancia de algunas personas (aunque estén comprensiblemente implicadas en el plano emotivo); inducir a un mayor respeto de los horarios y de las estructuras públicas; exigir aquella educación que el médico debe ejercer ante el paciente. Claramente todo esto será mucho más fácil en cuanto, justamente en el médico y en la estructura sanitaria, se identificarán aquellas actitudes que se pide también al paciente y a sus familiares. En el plano educativo-sanitario, además, no se puede dejar de lado algunos aspectos que influyen directamente en las elecciones y en las orientaciones del paciente. Entre ellas, un papel prioritario corresponde al aborto voluntario del que justamente el pariente a menudo es el primer responsable: del marido que en un pseudo-respeto de la libertad deja sola a su esposa en una decisión, a la suegra que no quiere encargarse de otros niños. Si realmente se quiere que la familia, como comunidad de amor y no un simple agregado social, "viva" la enfermedad de un miembro suyo y sea ayudada para que sea parte del personal sanitario, es preciso que todos se hagan cargo, en todos los niveles, de las instancias de una mayor participación y de las implicaciones de un influjo más directo sobre la dinámica salud-enfermedad en que puede vivir uno de sus miembros. 3. La familia como sujeto que comporta la enfermedad A veces, en el complejo determinismo de la enfermedad la familia tiene un real y verdadero papel etiológico, más o menos consciente. Ante todo, es el caso de las enfermedades genéticas que ya en la común dicción de "hereditarias", tienen como referencia a la familia. La transposición del plano de la pura comprobación biológica al de la problemática existencial, se realiza a nivel de la identificación inconsciente entre "causalidad" y "responsabilidad". Se trata de un fenómeno análogo al de la autoculpabilidad de parte de un cónyuge estéril pero que asume connotaciones diferentes y más fuertes, por el "daño" provocado en la prole. Es significativo, por ejemplo, la diferente actitud de los padres de un niño Down cuando se confirma que la anomalía se debe a una preexistente anomalía genética en uno de los dos padres o bien a una mutación espontánea. En este último caso, en efecto, en cierto sentido el padre se siente "aliviado" en involuntaria responsabilidad. Un fenómeno que muestra un preocupante aumento y que también implica una causalidad familiar es la anorexia (y su recíproco de la bulimia). En esta como en otras patologías de orden síquico que reconocen etiologías reactivas ante un familiar, es necesario estar muy atentos y prudentes. Divulgaciones indebidas, en efecto, corren el riesgo de hiperculpabilizar a uno de los padres creando una incomodidad que, a su vez, hace aun más complejo el tratamiento de la patología. El dato más sobresaliente sobre la temática familia/salud es que en este caso, como en otros semejantes, no es posible tratar al en- fermo si al mismo tiempo no se trata a su familia. Consideraciones como éstas (pero no totalmente análogas) se pueden hacer sobre la toxicodependencia. El paradigma tradicional, en efecto, que veía en varias formas de "desadaptación" uno de los componentes en la génesis de dicha condición, está lentamente cambiando en favor de un nuevo modelo en el que el toxicodependiente está insertado perfectamente en su núcleo familiar, tiene una actividad laboral regular, etc. Se trata de un modelo que, en cierto sentido, tiende a asemejarse al de otras dependencias como el humo y el alcohol. Pero justamente por esto no debe ser menos importante (aunque tal vez sea más difícil) el papel que asume la familia en la superación de la dependencia. Para tender a ello, probablemente no podremos orientarnos más a un "resaneamiento" de un núcleo familiar cuya "patología" ha sido un factor causal de la dependencia pero será necesario exigir de una familia ya "sana" que logre trasmitir con mayor fuerza y autoridad aquellos valores que son la única verdadera y eficaz prevención. Es necesario, en fin, que los miembros de la familia tengan siempre presente el absoluto e inderogable deber de no hacerse daño recíprocamente. Bienvenidas las leyes que prohiben el humo en los locales públicos, pero en el plano sanitario, el problema más grave es el humo en los locales "privados" que son justamente los de la familia. ¿Qué se puede hacer en este caso? Es en la familia, además, que aún hoy tiene lugar vergonzosamente la violencia sobre los menores y cualquier otra forma de violencia doméstica que, si no incide siempre de manera irreversible sobre la salud física, deja profundas cicatrices en aquella síquica. Pero aun sin llegar a esos excesos no se deben dejar de lado otras miles formas de conflictualidad, más o menos sobresalientes, que cotidianamente tienen lugar entre las paredes domésticas y que, por efecto de aquel misterioso y todavía poco estudiado connubio entre soma y sique, son la fuente del número cada vez más creciente de patologías sicosomáticas. Detrás VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO de una úlcera o de una gastritis, de un ataque de asma o de una psoríasis encontraremos, si no es una etiología específicamente familiar, por lo menos un componente que de algún modo puede imputarse a la familia. 4. La familia como sujeto que promueve la salud De lo expuesto se deduce una dialéctica entre familia y enfermedad, compleja y poliédrica, pero de cualquier manera bastante delineada en sus líneas fundamentales. En cambio, contornos mucho más esfumados tiene el planteamiento positivo del problema, es decir, el binomio familia-salud. ¿De qué manera la familia está implicada en el "sistema salud" del individuo y de la sociedad, en su tutela, en su mantenimiento y en su promoción? Conocemos muy bien la definición OMS de la salud como "pleno bienestar síquico, físico y social", pero conocemos menos las objeciones que se hacen a esa definición, especialmente resumidas en la falta de una perspectiva dinámica, en la falta de implicación de la dimensión espiritual y en una cierta absolutidad individual que corre el riesgo de prevaricar la salud de los demás. Teniendo en cuenta estos límites (y por tanto también el horizonte de su superación), sin duda podemos decir que la comprensión actual de la salud recupera plenamente el sentido de la salus latina que no era simple sanitas, como justamente subraya una ponencia de este Congreso. Por esto mismo la familia no puede eludir dicha perspectiva porque es interrogada por ella. Creo que el problema debe ser planteado siguiendo algunas directrices prioritarias. La primera se refiere al deber de la familia de tutelar la propia salud. Ciertamente las mayores responsabilidades en ese sentido pesan sobre los padres pero también los otros miembros son implicados en varios aspectos. Un ámbito es el de la correcta educación alimenticia que es el mejor modo para contener el actual incremento de alergias alimenticias y contribuir a la prevención de futuras patologías como las coronariopatías o los tumores del tramo gastroentérico. Otro ámbito es el de los accidentes domésticos (sobre todo sufridos por los niños), que siguen constituyendo un sector muy grande de patología por negligencia. Otro ámbito es el de las "sanas actitudes síquicas" como por ejemplo cultivar sentimientos de benevolencia recíproca, el desarrollo del sentido crítico hacia la invadencia televisiva, el educarse a la recíproca escucha en momentos comunitarios como estar en la mesa. La segunda directriz es la de tu- telar la propia salud como un bien que no nos pertenece. Tal vez se trata de una perspectiva más difícil de percibir. En efecto, el difundido "principio de autonomía" o el mito de la "propia realización" empañan la no-pertenencia de bienes que consideramos "nuestros" como justamente la salud. El deber de tutelarla se vuelve entonces una forma y una expresión del amor hacia nuestros familiares. Además, en esta actitud están las premisas de aquella "cultura del don" que hoy se invoca tanto para la donación de órganos. 5. Una perspectiva evangélica Al enfrentar la problemática re- 113 ferente a los familiares del enfermo, creo que podemos encontrar una perspectiva de cierto interés en algunos episodios de los Evangelios. Al ocuparse de las curaciones realizadas por Jesús, generalmente se pone el acento en el episodio milagroso dejando a un lado los elementos contextuales que lo rodean. Entre estos están los familiares del enfermo, plenamente implicados en el episodios que se narra. La atención de Jesús hacia el enfermo se revela también atención "integral" a su mundo. No solamente, en cierto sentido parece casi "rescatar" algunas presumidas desvalorizaciones de la realidad familiar como por ejemplo la extraña respuesta cuando sus padres lo encuentran en el templo: el "desconocimiento" de los vínculos de sangre en favor del vínculo del Espíritu, la invitación a dejar que los muertos entierren a sus muertos, el "odio" familiar como requisito de la secuela, etc. En muchas narraciones de milagros corporales, existe también la presencia de un familiar que desempeña siempre un papel activo en la dinámica del hecho. En los tres milagros de la resurrección: Lázaro (Jn 11, 1-44), el hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11.17), la hija de Jairo (Mt 9, 2326; Mc 5, 35-43; Lc 8, 49-56), aun siendo obvio que tratándose de difuntos la solicitud no podía partir sino de los familiares, los Evangelios ponen en evidencia una profunda participación de Jesús en su acontecimiento humano. No solamente para Lázaro (de cuya familia era amigo) sino también para los "desconocidos": lo que estimula la resurrección del joven de Naím es la compasión que prueba por su madre a la cual lo devuelve ("y El se lo dio a su madre" Lc 7, 15). Para la hija de Jairo, es singular la elección de los espectadores: echada fuera la gente, en efecto, Jesús hace pasar solamente a Pedro, Santiago, Juan y a los padres de la joven. Después del milagro, para demostrar la plena realidad corporal, invita a "darle de comer" y esto es un elemento típicamente familiar. Además del caso de la hija de Jairo hay tres curaciones "solicitadas" directamente por los padres: el hijo del funcionario real (Jn 4, DOLENTIUM HOMINUM 114 46); el niño epiléptico (Mt 17, 1427; Mc 9, 14.29; Lc 9, 37-43); la cananea (Mt 15, 21-28; Lc 7, 2430), en donde el elogio por la fe no debe hacernos olvidar la valentía de madre que tiene esta mujer, que va a un ambiente hostíl y replica, hasta con cierto humorismo, a las palabras de Jesús. Sin contar que todas las veces que "le llevan" enfermos para curar es muy probable que en el grupo hayan estado presente los familiares del enfermo. A veces Jesús mismo se da cuenta de un familiar enfermo como el caso de la suegra de Pedro (Mt 8, 14-15; Mc 1, 29-31; Lc 4, 38-39). A veces a la génesis del milagro contribuye tal vez también su ausencia como para el paralítico de Bezatá que dice no tener "a nadie que lo meta en la piscina" (Jn 5, 2-18). Sin embargo, no faltan también situaciones menos idiliacas como la de los padres del ciego de nacimiento (Jn 9, 1-41) que por miedo de los judíos, rechazan indicar al actor del milagro "descargando" la respuesta al hijo. Si es verdad, como ama afirmar el Papa, que el futuro de la humanidad pasa a través de la familia y si es verdad que el binomio salud/enfermedad implica profundamente a cada ser humano entonces a la dimensión familiar de dicha experiencia existencial no se dejará de dar en futuro toda la atención que merece, mucho más de lo que no se haya hecho hasta ahora. Prof. SALVINO LEONE Profesor de bioética en la Universidad de Palermo y en la Facultad Teológica de Sicilia Notas 1 L. SANDRIN, I risvolti della malattia nel tessuto familiare, Actas del Convenio Nacional AIPAS: "La familia y la pastoral sanitaria" en: Insieme per servire IX, 1 (1995) 5-20. 2 Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre la eutanasia, 26 de junio de 1980. 3 M. CUYAS, El médico y el menor "KOS", V, 38, 20 Bibliografía (además de aquella citada en las Notas): 1 AA.VV., Famiglia e salute, Vita e Pensiero, Milano 1987 2 AA.VV., Anoressia, Famiglia Oggi n. 60 (1992) 3 2. AA.VV., The California Family Health Projet, "Family Process, I, 2, 1992, 231-287 4 D. DOYLE, Caring for a dying relative, Oxford University Press 1994 5 C. HENRICH, Rolle der Familie "Actas del XV Congreso de la Federación de las Asociaciones Médicas Católicas", Orizzonte Medico, Roma 1982, 138-141 6 C. IANDOLO, Parlare col malato, Armando, Roma 1983, 166-171 7 S. LEONE, Voz Familiari en: S. LeoneS.Privitera (a cargo de) "Dizionario di Bioetica", Dehoniane-ISB, Bologna-Acireale 1994 8 S. LEONE, L'educazione sanitaria dei futuri sposi, "Orizzonte Medico", 2 (1994) 15-16 9 S. LEONE, La felicità a caro prezzo, Familia oggi 1 (1985) 8-16 10 A. MOSCONI, M. TIRELLI, Interazioni familiari e malattia neoplastica, "Psichiatria generale e dell'età evolutiva", 30, 4 (1992), 605-614 11 A. SANKAR, La comunicazione tra i familiari e i sanitari en: S. SPINSANTI (a cargo de) Bioetica e antropologia medica, la Nuova Italia Scientifica, Roma 1991, 241-255. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 115 JOHANNES BONELLI El reto tecnológico en la medicina moderna En los últimos decenios la medicina ha registrado progresos insospechables en casi todos los campos, logrados sobre todo a través de una revolución técnica dentro de la medicina y que indudablemente representan un considerable bien para toda la humanidad. Pero dicho desarrollo ha llevado al predominio de la técnica en la medicina, predominio que se coloca en una cierta tensión frente a la concepción tradicional hipocrática del mundo, y de cuya seducción ni los médicos ni los pacientes logran substraerse. Me parece que este dilema, por decir así dialéctico, entre una exaltación de la técnica y la ética hipocrática, es hoy el real y verdadero reto de la medicina técnica. A partir de Descartes, la finalidad de las ciencias naturales ha sido la de colocarse, con ayuda de la técnica, como señores y padrones de la naturaleza1. Incluso la Organización Mundial de la Salud ha proclamado, con cierta arrogancia, como finalidad declarada de la medicina, la completa y sistemática eliminación de toda enfermedad, más aun, la superación de la muerte de parte de todos los hombres. Ciertamente no se puede negar que, no obstante todos los progresos realizados, la medicina contemporánea permanece aún muy lejos de esta finalidad; ante bien, se coloca confusamente frente a una serie de problemas que han acabado autocreándose y al parecer no tienen solución, así como ocurre al aprendista brujo ante los espíritus que él mismo evocava. Al respecto, presentamos algunos ejemplos: La técnica de la fertilización in vitro ha comportado que innume- rables embriones, por tanto seres humanos, esperen, en un estado de congelación su destino que ciertamente no es otro sino su misma eliminación, porque no hay necesidad de ellos. En una palabra: seres humanos que fueron creados artificialmente, para luego ser eliminados por su sobrenúmero. Por otro lado, la medicina moderna ha favorecido una sensible elevación de la edad promedio del hombre, sin que por esto se garantizara también la existencia con una óptima salud. Al contrario, la prolongación de la vida se obtiene generalmente con el precio de una enfermedad espiritual y física difícilmente soportable, de manera que la invitación a una eutanasia calculada se convierte en una abierta exhortación. En este sentido, Juan Pablo II habla, en su encíclica Evangelium vitae, de una cultura de la muerte que atraviesa nuestro siglo y a la que, como he intentado afirmar, la medicina técnica ha proporcionado un considerable aporte. En una situación como ésta ciertamente se puede hablar hoy de un reto tecnológico en la medicina, caracterizado por una urgencia particularmente evidente. Según mi modo de ver, este desafío se desarrolla en tres aspectos: 1) En la superación de una imagen del mundo mecanicísticamente reductiva. 2) En el alejamiento de la opinión, muy generalizada, según la cual toda técnica médica, desde un punto de vista perfectamente moral, no es ni buena y menos aún perversa sino que recibe su importancia moral solamente mediante las intenciones y las circunstancias en las que ella es utilizada. 3) En fín, ¿no es tal vez verdad que la medicina actual promueve esperanzas en el hombre que, en realidad, no está absolutamente en grado de realizar? Ya hemos hablado de la proclama de la Organización Mundial de la Salud y de sus finalidades utopistas. Es necesario hacer aquí una reflexión acerca de la imagen que el médico tiene de sí mismo y de su profesión, superando la idea que él tendría en su poder la vida y sería el dueño sobre la vida y la muerte. Deseamos exponer ahora más explícitamente estos tres retos: 1. Naturalismo y teleología Como ya hemos visto, la ciencia moderna natural tiende a un naturalismo incondicionado. Parte del presupuesto de que ningún orden de la creación fundado racionalmente es connatural en este mundo, antes bien, es el hombre mismo que determina las finalidades de la naturaleza. Esta ilusión de una subjetiva e ilimitada libertad de determinación de parte del hombre, ha llevado no solamente a esos daños ambientales de los que tanto nos lamentamos hoy, sino también a una extrema incomprensión, dentro de la medicina, por las exigencias de la ética hipocrática. Por ejemplo, aborto, diagnóstica prenatal y eugenética, esterilización, anticoncepción, investigación en los embriones, trasplante de tejidos embrionales de fetos abortados, etc., son absolutamente inconciliables con el Juramento de Hipócrates y, sin embargo, son técnicas de rutina en todo el mundo, practicadas sin escrúpulo alguno. Contrariamente al naturalismo, 116 la metafísica de la creación tanto hipocrática como cristiana, reconoce en las cosas creadas un orden creativo racionalmente fundado, que el hombre debe respetar, de conformidad con su constitución en cuanto criatura de Dios2. Según la antigua enseñanza hipocrática, el hombre no es dueño sino custodio y defensor de la vida; por este motivo debe respetar determinadas e insuperables barreras, asignadas por el Creador a la realidad creada y, de manera especial, al cuerpo humano. Las cosas creadas, en efecto, tienen su orden radicado en la propia naturaleza, y la propia verdad y, según Hipócrates, este orden debe reflejarse, también en las acciones del médico, ya que pone al servicio de este mismo orden su arte, o su técnica. Por esto, toda manipulación arbitraria realizada en el cuerpo humano, que no sirve como tratamiento terapéutico de la salud del paciente, es un abuso del arte médico (como ejemplo se mencione la esterilización difundida a nivel mundial y, en general, las prácticas "anticoncepcionales". En efecto, el que concibe la realidad y al hombre mismo como puro producto del caso, conforme a un evolucionismo incondicionado, y niega a Dios, no podrá descubrir en la creación alguna utilidad preestablecida a algún significado inmanente ya presente. Dicho significado, por decir así, es establecido por el hombre mismo, de manera que la interrogante sobre la justificación del propio actuar resulta prácticamente supérflua. En esta perspectiva también el médico, ya no estaría vinculado en su actividad a una finalidad asistencial tendiente a la recuperación. Dicha concepción de la técnica médica debe ser obviamente combatida, ya que ella abre las puertas a un arbitrio, en el que no son los derechos humanos, sino el derecho del más fuerte que se coloca como fundamento de la ética médica, como lo testimonia sintomáticamente la práctica del aborto a nivel internacional. En síntesis, el primero y fundamental reto que se plantea a la medicina técnica consiste hoy en el descubrimiento y reconocimiento de un significado inmanente a la creación y al que debe subordinar- DOLENTIUM HOMINUM se todo tipo de técnica. Consiste sobre todo en tener en cuenta como elemento prioritario, no obstante la seducción de lo que es técnicamente actuable, la dignidad del hombre en cuanto persona corpórea y espiritual. El paciente no es una máquina que puede funcionar más o menos bien, no es un producto casual de la evolución, sino una criatura e imagen viviente de Dios, que debe ser tratado por el médico ante todo y sobre todo en sintonía con esta dignidad. 2. Ciertamente la medicina técnica no es indiferente El segundo reto se delínea esencialmente del primero. Hasta hace pocos años tal vez se podía tener la opinión que la técnica médica como tal, no es ni buena ni perversa y que recibe su importancia moral solamente a través de la motivación de los que son implicados. Juan Pablo II ha puesto de relieve claramente en su encíclica Veritatis splendor, que existen también acciones que, independientemente de la intención o del resultado final, representan un mal moral sólo por el hecho que por su naturaleza, no pueden ser dirigidas a Dios3. Efectivamente, ciertas técnicas médicas modernas desde el inicio preven dichas acciones perversas en sí. Como ejemplo indiquemos una vez más la fertilización in vitro, la clonación de embriones, así como también los métodos antiprocreación. Desde el punto de vista de una ética cristiana, se debe renunciar desde el inicio a dichas técnicas, porque representan en sí un comportamiento moralmente equivocado. El que niega decididamente un orden natural de la creación dado por Dios, ni siquiera podrá aceptar este reto de la medicina moderna, es decir la autolimitación mediante la renuncia a todo lo que en línea de principio se podría realizar. 3. La absolutización de la medicina técnica El tercer reto de la medicina técnica consiste en su constante tendencia a una actitud de presunción y supervaloración de sí. Una cien- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO cia médica que pone esa confianza en su poder sobre la naturaleza, hasta el punto que osa garantizar no solamente la salud sino hasta la victoria sobre la muerte para todos, no debe maravillarse si los ciudadanos de esta sociedad reclaman por su cuenta y sin reservas el derecho a la salud. Recientemente, un paciente ha dirigido a su doctora las siguientes palabras: "Me conecte a una máquina que me permita comer más y pueda soportar mejor el humo". Los límites de estas utopías, sin embargo, se vuelven evidentes y no debemos maravillarnos si la insatisfacción aumenta y si algunos pacientes se desesperan ante una enfermedad incurable y desean acabar con su existencia con la ayuda de un médico. Desde la antigüedad la medicina ha visto como tarea propia no solamente la incondicionada curación sino también el alivio y la consolación. Hipócrates ha interpretado la enfermedad no solamente como un acontecimiento físico-químico causalmente determinado, sino más bien como un trastorno de la esencia del hombre en su totalidad. El uso categórico de todos los medios técnicamente posibles, sin tener en cuenta su relatividad y su parcialidad, sin tener en consideración ni siquiera la voluntad y las necesidades del paciente, significaría que la acción del médico se ha reducido a un actuar puramente técnico. Pero es demasiado reductivo ver la tarea terapéutica de la medicina sólo y exclusivamente en el dominio de leyes biológicas, ya que la medicina humana no es una medicina animal de nivel superior; es, en cambio, una medicina para el hombre que de todos modos sigue siendo nuestro prójimo, así como se expresa claramente en la parábola del Buen Samaritano. El médico y el personal sanitario, por tanto, no solamente pueden considerar y tratar aisladamente la enfermedad en cuanto tal: ellos tienen que ver siempre con el hombre enfermo en su totalidad. El que mantiene un acercamiento puramente tecnocrático en la medicina, no trata al hombre como sujeto sino como objeto. De este modo, los progresos de la técnica no deben escapar al control del médico y del personal sanitario, pues están lla- 117 mados de manera totalmente específica a defender la humanidad de un hombre contra toda intención de dominio de parte de la técnica. Se requiere, pues, algo que vaya más allá de las acostumbradas exigencias diarias de una profesión. De este modo, en el curso de la historia, se ha considerado siempre el servicio al enfermo ante todo y principalmente como una vocación, una misión en la que toda nuestra existencia, toda nuestra humanidad debe ser trasmitida. El bien del enfermo debe constituir, siempre y en todas partes, el motivo inspirador principal y supremo de nuestra actividad. La ayuda que se da al enfermo debe ir necesariamente más allá del simple cumplimiento del deber, del servicio realizado teniendo en cuenta solamente las normas. Se trata de ayudar, aun cuando debemos tomar sobre nosotros fastidios, sacrificios, riesgos, antes bien, incluso cuando todo esto es tomado por el paciente como descontado y obvio, o cuando recogemos solamente incomprensión, injusticia, y a veces hasta insolencia y falta de reconocimiento. Para satisfacer esa solicitud, se necesita heroísmo, un grande corazón y una particular educación de los sentimentos. La pregunta, por ejemplo, si una determinada terapia debe o no debe ser aplicada a un paciente es demasiado complicada para que pueda ser resuelta con las simples nociones técnicas. Son esenciales también para dicha decisión la personalidad del paciente, sus concretas condiciones de vida de este mundo, su escala de valores, su composición síquica, su ambiente, su parentela, etc. A dichas preguntas, sin embargo, se puede responder solamente con el corazón y el altruismo y solamente en un consentimiento comunitario de todas las personas implicadas. Con el fin de evitar malentendidos sobre lo dicho hasta ahora, quisiera poner en alerta, entre otros, contra ciertas tendencias que ponen frente a frente el corazón y el intelecto, la atención al paciente contra la competencia técnica, una medicina totalizadora contra una medicina escolástica. Es grande hoy el peligro que el péndulo se mueva hacia el otro lado, que la humanidad se confunda con el ce- DOLENTIUM HOMINUM 118 lo fanático y utopista y el sentimentalismo4. Las consecuencias serían por lo menos igualmente negativas. Una humanidad verdadera no excluye la competencia profesional y el saber técnico que ciertamente representan un presupuesto fundamental. Una medicina personalista, que se desarrollase solamente en la comparticipación y en la identificación, no sería ni un adecuado contrapeso al peligro de la manipulación programada, ni valoraría correctamente el valor y el alcance de la razón humana. Hemos querido hacer aquí una reflexión sobre el modo universal de considerar la verdadera humanidad. Para resumir: frente al progreso en la medicina, unido en primer lugar a una técnica que ejerce un creciente dominio sobre el hombre, los médicos y el personal médico no puede escapar más a la interrogante sobre el sentido que deben tener sus acciones: todas las interrogantes de la ética profesional, que en la actualidad se ponen continuamente en práctica, tanto en la decisión de qué diagnosis y de qué terapia aplicar, como en el problema sobre el modo con el que se debe instaurar la relación con los pacientes, etc., todas estas preguntas reflejan en último análisis la interrogante del hombre de hoy sobre el sentido del sufrimiento o, más generalmente, sobre el sentido de la vida y del ser; porque en el fondo de esto depende también la solución para la situación concreta. La gran diferencia con respecto a otros ámbitos profesionales consiste propiamente en el hecho que, tanto los médicos como el personal sanitario no pueden limitarse a una actividad puramente profesional, a un cumplimiento del deber separado del significado profundo de la esencia humana en su totalidad, sin que por esto nuestras acciones sean automáticamente deshumanas. A nosotros se nos pide ser siempre especialistas competentes y, al mismo tiempo, hombres, esto es, prójimos de nuestros pacientes. Nuestra actividad está acompañada constantemente por el riesgo de ofender a la dignidad humana; por este motivo, sin renunciar al aspecto científico, la medicina debe descubrir una vez más su primer y último punto de referencia, es decir al hombre en cuanto persona, que más allá de todas las ciencias naturales posee una historia y un futuro, que es un ser libre y dotado de propio significado y de propia finalidad, imagen de Dios, llamado al amor y a la devoción, corona del creado. Al hombre así considerado no podemos acercarnos con un simple pa- trimonio tecnológico y el conocimiento singular de funciones orgánicas y de desórdenes. Para satisfacer esta tarea, que ciertamente es mucho más que una simple tarea de naturaleza terapeuta, es necesaria una rehabilitación de la formación genéricamente humanista del médico y del personal sanitario hacia una cultura antropológica y filosófica, una cultura del corazón y del amor, que puede lograrse solamente en el sentido del Buen Samaritano. Solamente así, me parece, se podría enfrentar el desafío que nos hace hoy la medicina técnica. Prof. JOHANNES BONELLI Presidente del Instituto de Medicina, Antropología y Bioética de Viena (Austria) Notas 1 E. PRAT, "Naturalismus und menschliche Fortpflanzung" (Naturalismo y reprodución humana) en: Imago hominis, Band (Vol.) II/Nr. 2, S. p.121 ss. 2 Cf. sobre el particular Ch. LICHTENTHAELER "Der Eid des Hippokrates, Ursprung und Bedeutung" (El Juramento de Hipócrates. Origen y significado), Deutscher Ärzteverlag, Köln, 1984, S. 189 ss. 3 Cf. Veritatis splendor, 80 4 Cf. al respecto R. BUTTIGLIONE: "Die Achtung des unschuldigen Lebens, eins Prüfstein unserer Kultur" (El respeto de la vida inocente, una prueba de nuestra cultura), en "Der Status des Embyros" (El estado del embrión), Verlag Fassbaender (IMABE Hrsg.), 1989. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 119 ERWIN ODENBACH El respeto por la intimidad del paciente "El respeto por la intimidad del paciente" es el tema que me habeis propuesto con vuestra invitación, lo que constituye para mí un honor y les agradezco sinceramente. Sobre este tema se pueden dar importantes informaciones aun con pocas palabras. Meditando un poco al respecto, y en particular recordando nuestras experiencias personales, nos vienen a la mente muchas cosas -especialmente si nosotros mismos somos médicos- algunas de las cuales pueden parecer insignificantes. Quisiera subdividir mi presentación en varias secciones: 1. La importancia de la personalidad del paciente. 2. La gravedad de la enfermedad o de las heridas. 3. La importancia de los factores referentes al espacio (en la práctica médica o en los hospitales, ocasionalmente también fuera de él). 4. La importancia del personal sanitario, es decir, del staff médico. 5. La importancia de la fe y del ministerio. 6. ¿Qué es lo que insidia y limita la intimidad en el hospital y qué debe ser hecho para protegerla y respetarla? Permítanme no introducirme en el significado inglés, o mejor aún, americano, del término "privacy" y del término francés "intimité". La lengua alemana traduce este término en el sentido de "sector privado" o "esfera privada". Lo que exactamente es la "intimidad", y lo que exactamente concierne, puede comprenderse bien cuando ella es violada o está ausente, como en los sistemas totalitarios. 1. Importancia de la personalidad del paciente No existe necesidad alguna de subrayar aquí la unidad del cuerpo, de la mente y del espíritu del ser humano y de su alma inmortal. Sin embargo, a menudo nos olvidamos de esto en nuestra vida cotidiana. La indestructible dignidad de la persona humana es el primer requisito para una verdadera libertad. Hechas estas reflexiones, ahora entro en el tema. Respetar la intimidad del paciente es un derecho del paciente. Aquí trataremos sobre los problemas que se plantean al poner en práctica este derecho. Hay tener en consideración que la personalidad depende de varios sectores como: a) La edad b) La diversidad y la inteligencia. ¿Es religioso el paciente? c) Su sociabilidad (¿es una persona extrovertida o introvertida?), su sinceridad d) Sus inclinaciones y sus intereses (¿Le gusta leer? ¿Escucha la música?) e) El ambiente social, como la familia, los amigos y los que le visitan, o la ausencia de los mismos f) La situación étnica. Puede presentarse una gran diferencia incluso en el mismo país y ciertamente en el caso de personas distantes y a veces con una familia numerosa. 2. Importancia de la enfermedad o de las heridas ¿Se trata de una enfermedad aguda o crónica? Se trata de: a) ¿Un hueso roto? ¿Un accidente? b) ¿Cáncer? c) ¿Una infección (que quizás requiere el aislamiento)? d) ¿Un handicap? e) ¿Una minoración que obstaculiza la funcionalidad (incontinencia fecal o urinaria)? f) ¿Se encuentra en una división de cuidados intensivos? g) ¿Respira artificialmente? h) ¿Se encuentra en un estado de inconsciencia? i) ¿Es minusválido mentalmente, o mentalmente enfermo? ¿Se encuentra en un estado de confusión? Cuando alguien está enfermo o se encuentra bajo tratamiento es necesario examinar muchas cosas y no sólo las controversias económicas y el patrimonio. Algunas cosas se deben discutir con los parientes, entre los cónyuges, con los hijos o con los amigos; a veces es necesario resolver las tensiones interpersonales. La relación con Dios, la dependencia de los cuidados médicos y de la ayuda de enfermería son importantes. Estas consideraciones nos llevan a elementos relacionados con el espacio. 3. Importancia para la intimidad de factores relacionados con el espacio (en la práctica médica o en los hospitales, ocasionalmente también fuera de ellos) La intimidad depende mucho de factores referentes al espacio (habitación individual, habitación con varias camas, pabellón abierto, división de cuidados intensivos). La DOLENTIUM HOMINUM 120 posibilidad de recibir a quien viene a visitar (familiares, amigos), el horario de las visitas, las salas de estar y el bar juegan un papel importante cuando se considera la enfermedad del paciente (¿se trata de una enfermedad maligna, prolongada, de una pierna rota o de una operación que no comporta peligro de vida?). El país, el continente, el clima, la disponibilidades financieras y las enfermedades más difundidas influyen a nivel local sobre el proyecto arquitectónico. Las habitaciones individuales son un elemento importante. En los grandes pabellones abiertos (como los que aún existen en algunos hospitales muy antiguos), se ha llegado a un compromiso instalando "cabinas" con la predisposición para servicios (teléfono, radio, etc.), que permiten tener un cierto grado de intimidad. De todos modos, los grandes pabellones abiertos, sin divisorios, difícilmente permiten que se respete la intimidad. Por el contrario, a veces las habitaciones individuales no son lo que los jóvenes desean, por ejemplo en caso de una pierna rota o durante un breve período de recuperación luego de una operación no muy complicada. Estos pacientes quisieran jugar con las cartas, hablar entre ellos o mirar los partidos de football en la televisión. Para otro tipo de personas, los intelectuales, depende del tipo del paciente que tiene como compañero de habitación cuando se encuentran en un cuarto doble, o de los demás pacientes cuando se trata de una habitación de tres o más camas: existe el tipo tranquilo, el que es locuaz o el que escucha continuamente la radio. En casos de enfermedad pueden haber problemas estéticos o de revulsión. De ser posible, es tarea del staff tener en cuenta estos factores cuando asignan a los pacientes la cama y la habitación. En el ejercicio médico o en una división de no-permanencia en el hospital, por ejemplo en una sala de espera, las preguntas son hechas en presencia de otros pacientes o de otros miembros del staff que se encuentran en la misma habitación, y a menudo son indiscretas. "¿Cuántos años tiene?" "¿Qué trabajo hace su esposo?" "¿Con qué compañía está asegurado?" "¿Pagará privadamente?" ¡Nada de todo esto es asunto de los demás! Además, ¡ciertamente no son preguntas de carácter médico! Una breve anotación sobre las habitaciones individuales. Durante varias visitas a América, he notado en varias ocasiones que las habitaciones individuales en los hospitales-modelo a veces tenían dos puertas: una puerta normal que se cerraba completamente y una "media puerta", por decir así, que me recordaba la puerta de los establos, aunque no en sentido negativo. Me explicaron que a un determinado número de pacientes no le gustaba cerrar las puertas normales, porque querían permanecer en contacto con el ambiente circunstante. Muy a menudo, los pacientes estaban cerca de estas media-puertas, mirando hacia el corredor, de manera que sus pies y su cabeza se pudieran ver desde el corredor. Se trata de un modo de dar a los pacientes cierto grado de libertad ya que son ellos mismos los que deciden cuando y como cerrar o abrir las puertas sin ser vistos por todos. La posibilidad de elegir una colocación de este tipo depende sobre todo de los financiamientos disponibles. Es necesario tener en cuenta la debilidad del paciente cuando se asignan los fondos necesarios. Un número creciente de cuidados a domicilio, que son prestados cada vez menos por los familiares y cada vez más por personas competentes, expertos que se mueven, a veces soportados por métodos modernos de la telemedicina, que permite al paciente y al centro sanitario estar constantemente en contacto, debería facilitar muchas cosas, como la posibilidad para el paciente de permanecer en su ambiente familiar. Pero nacen nuevos problemas. Obviamente, esto se debe también a las posibilidades ofrecidas por los nuevos métodos de transmisión y grabación de datos que, mientras permiten tener a disposición muchas informaciones de manera rápida, pueden causar problemas por el acceso a los mismos de parte de terceras personas. El vínculo de la confesión, mantenido, custodiado y defendido por la Iglesia y por los sacerdotes a lo largo de los siglos, es una prueba evidente a del respeto por la digni- dad del individuo y por su intimidad. De todos modos, la intimidad no es solamente una cuestión de comodidad y la tendencia de crear una atmósfera de hotel en los hospitales. Es algo que comprende también: - la psique, - el espíritu y el modo de pensar y, por consiguiente, el alma. En particular, esto ocurre en una época en la que muchas personas parecen ser incapaces o que no están en grado de soportar más el silencio. Además, tenemos el problema de la habitación, de la capilla y de la asistencia dada por los sacerdotes, aunque esto no diga nada sobre el hecho que algunos pacientes prefieren el cambio y el divertimiento. Miles de personas en el mundo se encuentran constantemente involucradas en accidentes. Incluso cuando reciben una ayuda de primeros auxilios y un tratamiento médico de urgencia - generalmente en la carretera - no debe olvidarse su derecho a la intimidad. Los filmados que se transmiten por televisión, en los que a menudo se muestra totamente la brutalidad de la escena, constituyen una evidente violación de la dignidad humana. Lo mismo vale para los espectadores curiosos que no están en grado de proporcionar una adecuada asistencia y se detienen para curiosear. 4. Importancia del personal sanitario, es decir del staff médico, en los consultorios del hospital, las normas éticas y los deberes del médico El staff de las divisiones de cirugía y de los hospitales son muy importantes para poder garantizar la máxima intimidad posible. En este contexto, ellos tienen la responsabilidad mayor, pero a menudo se olvidan de ella. Además de la competencia profesional, la relación humana del staff es el factor más importante. La consideración hacia la persona, que ellos aprenden cuando estudian para ser médicos o enfermeros, es un compromiso que debe ser mantenido durante la propia existencia. El factor humano del equipo es el elemento VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO prioritario para el bienestar del paciente y viene antes que la situación económica del país y que la comunidad. La intimidad no puede ser garantizada únicamente por medio de artículos, y no solamente haciendo buenas promesas y ofreciendo habitaciones. Los miembros del staff deben considerar numerosos factores cuando asignan la cama al paciente. Ya he subrayado este punto, así como la falta de tacto cuando se hacen preguntas delante de otras personas. Quisiera citar aquí, entre los especialistas alemanes, al anciano profesor K.D. Bock: "El que siga a pacientes enfermos graves o incurables, día a día durante horas hasta la muerte, no puede hacerlo sin una cierta dosis de 'proteción' interna, una supresión parcial de la compasión o de los sentimientos. La mayoría expresan su empatía y la capacidad espontánea de compartir los sufrimientos; pocos no lograrán hacerlo. Es imposible compenetrarse en una situación humana infeliz que uno tiene delante y actuar de manera racional..." Esto nos hace comprender - considerando algunas imperfecciones de la routine cotidiana - que a menudo no se tiene en cuenta la situación del Buen Samaritano. Esto puede ser fácilmente perdonable. Sin embargo, cosas que "nosotros" consideramos como routine cotidiana, en realidad son situaciones excepcionales para los pacientes, y por tanto no son perdonables desde su punto de vista, al igual que sus preocupaciones, sus sufrimientos y su sensibilidad. Debemos, pues, esforzarnos constantemente para cambiar el llamado comportamiento "de routine", pero sin exagerar haciendo ver deferencias exageradas, que algunos pacientes podrían considerarlas como demasiado familiares. Es muy importante el trabajo educativo que se ha efectuado durante los estudios médicos básicos. La especialidad adecuada y los continuos estudios médicos son igualmente esenciales en una vida profesional, así como dar el buen ejemplo, un aspecto en el que las personalidades leader tienen responsabilidades particulares. Los coloquios con los colaboradores favorecen la comprensión de la individualidad de cada pa- ciente y ponen de relieve los errores y las faltas. También el siguiente código es muy importante para la intimidad del paciente: La 47ª Asamblea General WMA de Bali, Indonesia, ha aprobado el 7 de setiembre de 1995 la Declaración de los derechos del paciente. La declaración es mucho más amplia que la anterior, redactada sobre el mismo argumento y adoptada en Lisboa en 1981. Comprende una Introducción y Principios referentes a los siguientes campos: 1. Derecho a los cuidados médicos de calidad 2. Derecho a la libertad de elección 3. Derecho a la autodeterminación 4. El paciente inconsciente 5. El paciente incompetente desde el punto de vista legal 6. Procedimientos contra la voluntad del paciente 7. Derecho a la información 8. Derecho a lo confidencial 9. Derecho a la educación a la salud 10. Derecho a la dignidad 11. Derecho a la asistencia religiosa En todos estos campos, el punto central es la protección del paciente, su personalidad y sus decisiones. La expresión exacta es "Derecho a la dignidad" que se expresa del modo siguiente: a) Debe respetarse siempre la dignidad del paciente y su derecho a la intimidad en los cuidados médicos y en la enseñanza, así como también su cultura y sus valores. b) El paciente tiene derecho al alivio de sus sufrimientos, confor- 121 me a los conocimientos actuales. c) El paciente tiene derecho a cuidados humanos durante la fase terminal de su vida, y contar con la asistencia necesaria para morir con dignidad y posiblemente del modo más confortable. Asimismo, en el punto 1, "Derecho a la asistencia religiosa", se lee: "Es derecho del paciente recibir, o rechazar, el consuelo moral y espiritual, incluso la ayuda de un ministro de su religión". El proyecto de esta nueva y fudamentalmente amplia versión de los derechos del paciente ha sido sometida a la "Finnish Medical Association". La versión que es adoptada ahora por los médicos mundiales debería ser propagandada de manera conveniente y hecha respetar por las organizaciones médicas en todos los países del mundo, aunque en este contexto debería observarse que estos derechos del paciente no son tales solamente frente a los médicos y a los demás agentes sanitarios. En efecto, la introducción afirma que "los médicos y las demás personas o grupos implicados en los cuidados sanitarios tienen la responsabilidad conjunta de reconocer y defender estos derechos. En el caso de que la legislación y la política del gobierno o de cualquier otra administración o institución, negara estos derechos a los pacientes, los médicos deberían ver la forma más adecuada para implantarlos o restablecerlos". Permítanme poner de relieve el punto 10, "Derecho a la dignidad"; se refiere expresamente al término intimidad, que "debería ser respetada en los cuidados médicos y en la enseñanza, al igual que su cultura y sus valores". La tarea es ahora la de asegurar que esta decisión que se refiere a los derechos del paciente no sea simplemente una declaración, sino se convierta en un código de comportamiento que es una cosa de administración ordinaria para todos los que trabajan con los pacientes y hacia quienes tienen responsabilidades. Será difícil que esto sea logrado en todas partes durante la noche, pero es nuestro deber hacer los esfuerzos necesarios para alcanzar este objetivo. El Juramento de Hipócrates afirma: "... y a los discípulos com- DOLENTIUM HOMINUM 122 prometidos, por un pacto o por un juramento de conformidad con la ley de la medicina y no por otro. Seguiré este sistema de disciplina que, según mi competencia y mi parecer, considero adecuado para el bien de mis pacientes, y dejo de lado lo que es deletéreo y dañino. No daré ninguna medicina mortal a nadie aunque me fuera solicitado, ni sugeriré consejos al respecto como tampoco induciré a alguna mujer a abortar". Y prosigue: "Cualquier cosa referente o no a mi práctica profesional, que yo vea o sienta, de la vida de un hombre, y que no sea dicha fuera de este contexto, no será divulgada por mí, considerando que todo esto debería ser conservado secretamente". Cuando la World Medical Association fue fundada en 1947, adoptó la llamada "Declaración de Ginebra", como una nueva versión del Juramento de Hipócrates. Esta declaración ha sido corregida e integrada posteriormente. El Código Internacional de Etica Médica de esta Asociación declara, entre las tareas del médico hacia el enfermo, que "un médico debe tener siempre en consideración la obligación de preservar la vida humana"; "un médico debe brindar a sus pacientes una total devoción y toda su habilidad". Asimismo, "un médico debe mantener absolutamente el aspecto confidencial de todo lo que sabe de su paciente, incluso después de su muerte". La "Declaración de Ginebra" de setiembre de 1948 dice también: "La salud de mi paciente debe ser mi primera preocupación". "Respetaré los secretos que me han sido confiados, incluso después que el paciente ha muerto". "No permitiré que entre mis deberes y mi paciente intervengan consideraciones de edad, enfermedad o dolencia, credo, orígenes étnicos, sexo, nacionalidad, asociación política, raza, orientación sexual o clase social". "Mantendré siempre el máximo respeto por la vida humana desde su nacimiento, incluso si está en peligro, y no utilizaré los conocimientos médicos para fines contrarios a las leyes de la humanidad". Los derechos del paciente han sido tratados en otras declaraciones de la Asociación Médica Mundial con respecto a otros sujetos, aunque son numerosas para poder ser mencionadas todas en esta sede. No existe ninguna duda que el descuido de parte de las personas que trabajan con los pacientes raramente es intencional, pero lleva a situaciones en las que el paciente advierte que su intimidad ha sido violada. 5. Importancia de la fe y del sacerdote "La persona es el centro de todas las cosas", este es el principio-guía de todas nuestras actividades médicas. Sin embargo, como refugio final en el momento de la enfermedad o de dificultad, Dios es el centro de todas las cosas para muchos pacientes, incluso si ellos no oraban o habían sofocado todo pensamiento para Dios durante años de indiferencia religiosa. De esta manera, la religión tiene una importancia especial en la enfermedad, no solamente cuando la muerte se acerca. Debe existir la posibilidad de hablar con un sacerdote, de confesarse y recibir la Santa Comunión. Una iglesia o una capilla, que debería estar siempre abierta, y un sacerdote, tienen mucha importancia para la práctica religiosa, para recibir la Santa Comunión, para confesarse y para la celebración de la Santa Misa. Cuando se proyecta la construcción o la restructuración de un hospital, sería necesario tener en cuenta la posibilidad de llevar a los pacientes a la Santa Misa (casos de enfermedad prolongada o de imposibilidad de caminar). Existen señales inequivocables de una creciente confrontación y de un alejamiento del "yo" del "nosotros" (también en la Iglesia, en el estilo de la oración, en la devoción; es de particular importancia también la evolución de la confesión individual hacia aquella ampliamente difundida y las devociones penitenciales anónimas). La persona enferma, el paciente, no quiere que lo disturben y desea estar solo cuando se comunica con Dios. Teniendo en cuenta la creciente importancia que tienen el "grupo", la "comunidad" y la "sociedad", la pregunta que surge es: ¿qué sucede al aspecto individual, a la personalidad, a la intimidad? El término falta, "culpa" (y por consiguiente pecado) es un concepto que está asociado a una sola persona. Las relaciones entre Dios y el hombre, entre vosotros y yo, entre padre e hijo, entre Creador y creado, son esenciales y de manera particular durante las enfermedades. El vínculo de la confesión, mantenido, custodiado y defendido por la Iglesia y por cada uno de sus sacerdotes a lo largo de los siglos, muestra la evidencia del respeto por la dignidad del individuo y por consiguiente de su intimidad. La importancia del sacerdote en los hospitales es un elemento que en muchos países está recibiendo cada vez menor atención. Esto se debe en parte al espíritu del tiempo, pero tampoco debemos desconsiderar la consecuencia del problema que no se dispone de suficientes sacerdotes. Por mucho que puedan ser válidos los ministros laicos, ellos no reeemplazan al sacerdote consagrado que puede recibir el sacramento de la confesión y dar la absolución. A los sacerdotes en los hospitales se les hace grandes interrogantes, y no debemos creer que ellos han sido "dejados de lado". 6. ¿Qué insidia o limita la intimidad en el hospital y qué debe hacerse para protegerla y respetarla? Las visitas de los familiares y de los amigos generalmente son muy deseadas. Sin embargo, pueden constituir una fatiga según su duración, los argumentos discutidos y el número de los visitantes, tranformándose para el enfermo en un peso y creando ansias. Es muy importante que los estudiantes de medicina y los enfermeros practicantes sean respetuosos también de los "detalles menores". La falta de tacto, de senbilidad y una excesiva familiaridad hacia el paciente de parte del staff, a menudo son peores que los visitantes prolijos. El factor humano del staff, y la situación financiera del sistema sanitario en el país o en la comunidad, tienen una influencia decisiva sobre la intimidad. La política y los sistemas totalitarios, al igual que la VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO situación económica de un país y la pobreza de la familia son los elementos principales. Es necesaria una cierta dosis de valor para hablar en este importante congreso de presuntas futilidades que pueden aparecer insignificantes, pero que en efecto no son hechas para el paciente en una situación actual. El continuo vaivén, las personas que abren la puerta sin tocar, el movimiento, la atmósfera agitada que reina en alugnos momentos, pueden irritar mucho a los pacientes. Cualquiera que vea abrirse la propia puerta mientras se está lavando o mientras se encuentra en la mini-toeletta de su habitación, se siente gravemente inoportunado en su intimidad, ya sea que se trate de la mujer de la limpieza o de la llegada de los alimentos. Creo que sea natural tocar a una puerta antes de entrar y realmente pocas personas entre las del staff lo consideran fastidioso. Debo subrayar que durante la noche las puertas deberían abrirse despacio para dar un vistazo a los enfermos. El secreto profesional y la obligación de mantener el secreto médico son importantes como el secreto de la confesión, aunque - seamos honestos - debemos admitir que no siempre lo respetamos. No obstante las oportunidades positivas que ofrece la rápida disponibilidad de descubrimientos - por ejemplo la comparticipación de los datos en caso de una emergencia aguda - debería ayudarnos a tener en cuenta que la vasta institucionalización de la medicina representa una amenaza para la intimidad como resultado del aumento de la excesiva recolección, del almacenamiento y del intercambio de datos. Por otro lado, en las situaciones en las que la tempestividad es esencial, el intercambio de datos mediante computers y fichas se ha vuelto una costumbre pues se hace millones de veces al día, cuando hay necesidad de un estudio sistemático de estos problemas desde el punto de vista de la protección del paciente y, por tanto, de su intimidad. El libro "The Catholic Hospital Today. The Future of Hospital Operated by Charitable Sponsors" (El hospital católico hoy. El futuro de los hospitales administrados por las obras de caridad), contiene un capítulo digno de tenerlo en cuenta cuyo título es "Attention to minor details" (Atención a los detalles menores) en la sección "The Hospital as a Moral Subject" (El hospital como sujeto moral) escrito por Gonzalo Herranz y Hans Thomas. Se afirma que cuando los pacientes y sus parientes juzgan un hospital, a menudo atribuyen más importancia a algunos detalles menores que parecerían insignifcantes frente a los niveles tecnológicos de la institución o para aquellos científicos de los médicos y de los buenos resultados de tratamientos importantes. El hospital debe tener una atmósfera invitante y debe ser un puesto donde las personas se sientan acogidas y seguras. Asimismo, afirman que "los altoparlantes funcionan contemporáneamente para las señales y para los timbres de alarma", y esto puede dar lugar a una atmósfera impersonal, mientras la televisión se convierte en la primera fuente de rumor en las habitaciones. El divertimiento para algunos se convierte en molestia para los demás, de manera particular en las habitaciones con varias camas. Un hospital debería ser un lugar acogedor, como dice su nombre, y también los que trabajan en él deberían ser acogedores. 7. ¿Qué se puede hacer para salvaguardar la intimidad? Quizás les habrá desilusionado el hecho que he tratado el tema intimidad más desde el punto de vista práctico y no teórico, filosófico y sociológico, pero para el paciente la intimidad es algo muy importante justamente desde el punto de vista práctico. Una solución digna del problema del espacio -habitaciones individuales o de dos camas- es el problema principal cuando nos encontramos frente a una escasez de fondos. Ya he dicho que una experimentación con las "cabinas" como solución de fortuna es mejor que un pabellón abierto. Cualquiera que se encuentre implicado en la enfermedad puede recibir solamente un beneficio de su experiencia personal que se refiere a la enfermedad, a las heridas, a las operaciones o las dolencias. Solamente después 123 se puede comprender qué cosas de ordinaria administración se olvidan los médicos y enfermeros en las situaciones diarias. No tendría el coraje de decirlo si no hubiera tenido la experiencia personal de una enfermedad grave que ha puesto en peligro mi vida, después de un trauma cránico y luego las operaciones, la quemioterapia y las radiaciones que he soportado para curar un tumor maligno. La codificación de los derechos del paciente de parte de la Asociación Médica Mundial, en su declaración de setiembre pasado, tiene una gran importancia para la intimidad. Sin embargo, sólo algunos párrafos, por más importantes que sean si las personas están obligadas a vivir juntas, no son suficientes si nosotros mismos no tenemos un profundo respeto por los pacientes, seres humanos semejantes nuestros, aunque en ciertas ocasiones sean no particularmente agradables. En este contexto, quisiera recordarles los numerosos "detalles menores" que podrían evitarse incluso sin necesidad de dinero. ¡Sólo es necesario tenerlos en cuenta siempre! Es perfectamente natural que el amor y la compasión del Samaritano, que ve a la víctima asaltada y golpeada que yace en el camino, no está siempre presente en la práctica cotidiana, en sus continuas confrontaciones con innumerables personas enfermas y doloridas. Pero debemos recordarnos siempre de la no acostumbrada situación de necesidad en la que el paciente se confía en nosotros. El derecho natural del paciente y nuestro deber de preservar su dignidad personal podrían ser difíciles de realizar en circunstancias iniciales, cuando se lucha contra la escasez de medios o estamos sumergidos por un gran número de pacientes. Debemos hacer lo mejor para preservar lo más posibile esta dignidad, incluso en estas situaciones: es una exigencia por nada nueva y que no debe ser considerada como fútil. ¡Hagamos todo lo que está a nuestro alcance para no olvidarlo nunca, sino para llevarlo a cabo! Dr. ERWIN ODENBACH Neurólogo y Psiquiatra Colonia DOLENTIUM HOMINUM 124 KARL-OTTO HABERMEHL El ejemplo de Hipócrates sobre la neutralidad y la universalidad de la medicina En nuestra vida se verifican muchos acontecimientos y emociones. Gozos y temores, éxitos y quiebras, amabilidades y amenazas constituyen los varios tipos de experiencias a los que los hombres atribuyen gran importancia. Todos nos encontramos constantemente frente a los problemas sanitarios; sin embargo, una enfermedad seria que nos afecta personalmente puede tener una influencia profunda o nos puede hacer cambiar las opiniones que teníamos en precedencia. El hecho de ser enfermos nos hace revalorar nuestra existencia y nos hace comprender que la vida humana es limitada. Cuando nos encontramos frente a la enfermedad, generalmente nos dirigimos a un médico, creyendo que él hará todo lo posible para ayudarnos. Esto es verdad si la enfermedad se puede curar, si nuestras condiciones de salud pueden mejorar, o si buscamos comprensión y empatía cuando nos llega una enfermedad incurable. Según la gravedad de la enfermedad, de la edad del paciente y de su toma de conciencia de la situación, el médico debe extender un parecer sobre el mejor modo para enfrentar las necesidades del paciente. Cualquiera que sea el caso, la relación médico-paciente tendrá una influencia profunda en la vida de este hombre. Después de haber mencionado la relación de base médico-paciente, debemos concentrarnos en algunos de los diferentes criterios en los que se basan las decisiones del médico. Obviamente el interés del médico se pondrá en el método más adelantado científicamente para el tratamiento de su paciente. Sin embargo, es decisivo que el médico elija una terapia que sea realmente para el bien del paciente, y que no resienta la influencia de consideraciones sociales, económicas y filosóficas o, peor aún, de la "moda". Este problema se ha agravado en los últimos decenios ya que la medicina ha evolucionado. Por un lado, hemos visto progresos revolucionarios en campos como la tecnología genética, los trasplantes, y el desarrollo de la farmacología. Por el otro, los medios económicos están distribuidos de manera más irregular que antes y la elección de una terapia a menudo está caracterizada por criterios económicos. Esta dicotomía "crea un dilema moral para el médico, encontrándose cada vez más en situaciones en que no se le permite hacer lo que desearía. Pueden existir situaciones en las que el principio moral ya no es evidente, pero se convierte en un problema" (von Kress). Los esfuerzos hechos por la sociedad para establecer normas éticas que guíen a los médicos ante situaciones ambiguas se remontan a 3.500 años. Podemos encontrar una guía ética que es válida también hoy en el Corpus Hippocraticum. El Juramento de Hipócrates pide al médico aliviar el dolor del paciente, sostener la naturaleza y su equilibrio natural en la curación del paciente, tratando de actuar siempre por el bien de este último. El médico no debería suministrar tratamientos insensatos a un paciente incurable, que ha sido derrotado por la enfermedad. Aunque una parte de los requerimientos se refieren a los roles profesionales, no por ello son menos importantes para el paciente, ya que garantizan un tratamiento optimal, al tener en cuenta el estado del arte. Asimismo, en este sentido ayudan a establecer una relación de confianza recíproca entre el médico y el paciente. Formuladas en la antigüedad, estas pautas de Hipócrates sobre los comportamientos éticos siguen siendo válidas, así por ejemplo, las encontramos en el Genfer Aerztegeloebnis de 1948. Es evidente que los médicos se confrontan con situaciones complejas cuando las normas clásicas de la ética médica no son suficientes para guiarlos en el sentido indicado por Hipócrates. Estos problemas son universales e independientes de las naciones o de los límites geográficos. No obstante las múltiples decisiones, existe una máxima que permanece inmutable: "La convicción del médico de su responsabilidad frente a la vida eterna del paciente". 1. Criterios para la decisión La multiplicidad de las decisiones, la gran variabilidad de las indicaciones médicas, las situaciones individuales de los pacientes, y las condiciones socio-económicas, requieren una atenta consideración del proceso. Entre los varios criterios que influyen en nuestras decisiones, quisiera poner de relieve algunos ejemplos. Es actual la importancia del problema de la base de la decisión médica. Posteriormente, es necesario discutir la llamada "medicina super-tecnológica" y el problema sobre cómo puede sostener la sociedad los costes VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO de estos desarrollos de la tecnología. Para concluir, quisiera plantear el problema de quien tiene la responsabilidad última de la decisión del médico desde un punto de vista moral y legal. 2. Bases científicas de la decisión médica El tratamiento del paciente según los modelos éticos requiere una práctica médica objetiva y considerable. Solamente cuando el comportamiento del médico es guiado por modelos estrictamente científicos, estará en grado de lograr un tratamiento optimal para sus pacientes. Nociones vagas sobre el curso de una enfermedad o sobre una terapia, teniendo a veces como referencia "metodos naturales de sanación", se resuelven en tratamientos que no sólo son inadecuados, sino completamente deshonestos. No podemos ignorar el nexo bien determinado entre teoría y práctica en la medicina moderna, y el modo científico de sumistrar la terapia necesaria. No hace mucho, existía aún una neta distinción entre la teoría y la práctica, basada sobre una noción de la ciencia que se desarrolló durante el Renacimiento, y tuvo inicio con Bacon y Descartes. La idea era la de encontrar leyes universales a través de la exacta observación metódica de cada uno de los fenómenos (Schieder). La medicina era considerada una ciencia aplicada. Actualmente, esta noción de la ciencia ya no es válida. Según una definición del British Medical Council, la ciencia actual es pertinente si, en un adelantado nivel de investigación, continúa produciendo nuevos criterios, de tipo práctico o teórico. Sobre esta base, las ciencias médicas tratarán de optimizar siempre los beneficios para el paciente. 3. El problema de la llamada "Medicina super-tecnológica" Con el sorprendente adelanto que ha tenido la medicina moderna ha logrado combinar los conocimientos más recientes de la patofisiología con los de la biología molecular, así como las complicadas 125 innovaciones técnicas con el trabajo práctico del médico. El inmenso aparato técnico de un gran consultorio, a menudo asusta al paciente. Tiene miedo de ser tratado como un objeto, en una "cadena de montaje" o, peor, de ser objeto de un experimento. El caso opuesto se verifica si seguimos la guía ética de nuestra profesión. Consideremos los esfuerzos técnicos que se han realizado en la medicina con el auxilio de ejemplos adecuados. Antiguamente, un médico habría colocado un estetoscopio de madera sobre el tórax del paciente; hoy, el médico usa un fonocardiograma. Una vez una enfermera habría medido manualmente la presión del paciente; hoy usa un registrador. Estos son solamente detalles, que no modifican el principio del tratamiento. Pero debemos poner atención para no perder de vista la importancia de las normas éticas que no ha disminuido, y de la relación médico-paciente que se basa sobre la confianza. Esto es posible únicamente si consideramos al sostén técnico tal como es: un apoyo y nada más ni nada menos. Solamente un atento análisis costes-beneficios - basado en la recopilación de datos efectuada de manera imparcial - puede ayudar al médico a tomar la decisión sobre la eficacia de una terapia, para que sea prometedora y de apoyo. Un análisis completo presupone un conocimiento particularizado de todos los acontecimientos referentes a la enfermedad. En la medicina moderna, no es posible lograr dicho conocimiento sin un amplio apoyo técnico. Si es aplicado correctamente el equipo técnico comportará beneficios para el paciente, ya que puede protegerlo de tomar decisiones subjetivas. mitirnos trabajar sin las modernas innovaciones tecnológicas. Al contrario de la opinión de un grupo de personas que denominaría "pesimistas culturales", el progreso técnico y científico en la medicina es importante para el beneficio de los pacientes. En línea de principio, es contrario a la moral negar al paciente una terapia por razones económicas, en el caso que esta terapia fuese demasiado costosa según el parecer de parte de alguna administración. Tomar una decisión parecida es ciertamente una de las pruebas más difíciles, ya que por un lado debemos considerar el hecho que cada beneficio terapéutico estará limitado y que con toda probabilidad será seguido por otros disturbios. Además, es necesario tener en cuenta la naturaleza limitada de la vida humana. El resultado, generalmente es una mejora a corto plazo o, quizás, "solamente" la esperanza de esta sanación. Pero en ese momento es justamente esta esperanza lo más importante para el paciente. Por otro lado, la sociedad tiene la obligación de cumplir con las obligaciones sociales frente a la comunidad. En efecto, estos esfuerzos pueden mejorar la calidad de la vida y hasta caracterizar un acontecimiento secular. Por consiguiente, el paciente que por su estado es incapaz de ayudarse, tiene necesidad de un 'abogado' que represente sus intereses. El médico debería cumplir su deber en sentido cristiano, "viendo en el paciente la imagen de Dios que vive en él, y que pide se respete la dignidad del paciente" (Nakamura y otros). 4. Problemas financieros No obstante que las decisiones médicas se basan sobre un claro conocimiento del argumento y sobre un preciso análisis científico, resienten la influencia de otros argumentos de tipo político y de tipo ideológico. La naturaleza oportunista del proceso político, la voga de algunos modos de razonar, o simplemente legisladores desatentos, a veces han conducido a leyes que no pueden ser toleradas desde Junto con el empleo cada vez más difundido de los soportes técnicos en la medicina moderna, constantemente se discute sobre los respectivos costes y como deben ser distribuidos. Los que hablan de "aumento de los costes en nuestros hospitales" deberían tener prioridades exactas. Quisiera que fuese claro que no podemos per- 5. ¿Quién se toma la responsabilidad de las decisiones médicas? DOLENTIUM HOMINUM 126 el punto de vista moral. Me refiero en particular a la legalización de la eutanasia y a la obligación para el médico, desde el punto de vista legal, de informar al paciente sobre todos los detalles de su enfermedad, lo que a veces produce una comprensible desesperación. A veces los pacientes pueden estar tan terrorizados por la revelación de todas las verdades médicas que rechazan los tratamientos salvavida. Esta y otras faltas de la legislación, que regulan la profesión médica, se deben a los esfuerzos de nuestros gobiernos para regular de manera exacta las decisiones médi- de estatutos sobre los derechos humanos. No existe ninguna filosofía moral que pueda sustituir su responsabilidad última". Por estas razones, las decisiones del médico no están siempre de acuerdo con las normas nacionales. La neutralidad y la universalidad de la medicina es el factor dominante. Actualmente, el rápido progreso en los campos científico, tecnológico y económico esta causando varios problemas. Los ciudadanos de nuestros países están solicitando que estos problemas sean resueltos cuanto antes por medio de reglamentos gubernamentales y sin la cas que se refieren a la intimidad del paciente. Es esta una tendencia inquietante. En realidad, la relación médicopaciente es demasiado compleja e individual para adecuarla a un simple modelo. Citaré a Jaspers, quien dijo una vez que "el tratamiento de un médico hacia un paciente se debe basar en el conocimiento y en la humanidad". El conocimiento, al igual que el progreso científico, está sujeto a continuos cambios. La humanidad se mide incesantemente con medios convencionales. Mi maestro y consejero, el Profesor von Kress - hombre prudente y atento - tendía al privilegio de una élite para los problemas médicos cuando decía: "Los requerimientos sobre la disposición médica de los médicos practicantes se expresan más en este campo que en otras profesiones". Como dijo Victor von Weizsaecker "es el mismo médico que debe sufrir las consecuencias de sus acciones, sin buscar una guía de parte de leyes criminales o implicación personal o la responsabilidad del individuo. De este modo se han creado innumerables leyes, más o menos pragmáticas, que han entrado en vigor, invadiendo cada vez más la intimidad del individuo. Lo peor es que por su naturaleza estas leyes deben ser revisadas con frecuencia, lo cual tiene como resultado un tormento de revisiones y enmiendas. 6. Correlación entre ley y ética Cuando critico el frenesí regulador de nuestros gobiernos, no quiero decir que el campo de la medicina no debería estar regulado por leyes. En lo que se refiere a la "tarea de la ley y al orden de regular la coexistencia humana y de evitar o resolver los conflictos" (Lauffs), deberíamos tender a un sistema en el que "la ley y un sentido de ética personal constituyan un complemento recíproco, y proporcionar una estructura que permita - y respe- te - el juicio moral del médico" (H.G. Koch). Con este cuerpo legislativo, sería posible ayudar al paciente en el espíritu del Juramento de Hipócrates. Los requisitos esenciales de la práctica médica escrupulosa, además, son la objetividad científica, una elevada calidad profesional y una relación médicopaciente fundada en la confianza. El paciente debe estar seguro que el médico no hará nada que pueda hacerle daño, incluso cuando esto le fuera solicitado. Permítanme que considere la relación privilegiada médico-paciente en un contexto más amplio, ligado a la sociedad. Según Mitscherlich, son dos problemas opuestos de adaptación que influyen en el desarrollo individual en nuestra sociedad. Por un lado, estamos en grado de adaptarnos hábilmente al ambiente; por el otro, somos conservadores en la protección de nuestros valores individuales y nuestros derechos. El problema está si en el desarrollo de la humanidad se debe favorecer la personalidad del individuo, en grado de pensar de manera alternativa, o la capacidad humana de perfeccionar el papel que cada uno está destinado a desempeñar. El standard con el que debemos medirnos es: ¿estamos en grado de defender nuestros valores y los derechos reconociendo los de los demás? o bien ¿estamos en grado de adaptarnos sin conflicto con las organizaciones, con las leyes y con los reglamentos que gobiernan nuestra vida? En el último caso, mediremos nuestras capacidades de manera que modifiquemos nuestra mentalidad, y destruiremos así las bases de nuestra existencia libre. "La responsabilidad presume la libertad", como dice Dietrich Bonhoeffer. Ninguna autoridad tiene la competencia para destacar al médico de su libertad en lo que se refiere a una decisión médica. Estamos seguros que la integridad de nuestro trabajo proseguirá para justificar el conocido principio que nuestro servicio médico debe desarrollarse en la "libertad de la responsabilidad", al servicio de la vida eterna del paciente. Karl-OTTO HABERMEHL Profesor Emérito de Virología Clínica y Experimental Universidad Libre de Berlín (Alemania) VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 127 JESUS CONDE El sufrimento y el sentido de la vida Introducción Quizá como ninguna otra realidad humana, el sufrimiento, ha sido descrito, estudiado, meditado y expresado a partir de sus múltiples manifestaciones. Y, sin embargo, sigue siendo una realidad irreductible al puro análisis ciéntifico, a la domesticación mediante la técnica e incluso a la reflexión filosófica. Tal vez por eso continúa siendo extremadamente problemático y polémico el hallazgo de un significado y de un sentido orientador a una experiencia tan universal, y al mismo tiempo tan opaca en principio para la sed humana de comprensión y dominio. Desde este punto de vista, y en una primera aproximación, lo más que acaso podría decirse es que los humanos se dividen en dos grandes grupos: el de aquellos que afirman que el sufrimiento, aún siendo un mal, alberga una fuente de sentido constructivo y benéfico para la vida; y el de aquellos otros que, o bien le niegan toda posibilidad de sentido o le atribuyen exclusivamente un significado y una carga puramente destructivos. A la hora de acotar un tema tan sumamente amplio como el que me ha sido propuesto, pienso que es necesario hacer varias precisiones iniciales. En primer lugar, resaltar el hecho de que esta Conferencia Internacional, como las nueve anteriores, ha sido promovida por el dicasterio de la Santa Sede destinado a promover la Pastoral Sanitaria en la Iglesia universal, y en el mundo a la que ésta trata de servir en el nombre de Jesucristo. A lo que hay que añadir que es precisamente en ese campo pastoral donde he adquirido, a lo largo de veintiséis años, la experiencia que me permite decir alguna palabra provechosa sobre el sufrimiento y el sentido de la vida. Y añadir también mi convicción de que la Pastoral es - debe ser - la actividad en la que se integran sabia y forzosamente la praxis asistencial que dimana del imperativo evangélico asumido por la Iglesia, y la recta ratio agibilium, es decir, la reflexión que revierte en forma de saber hacer sobre la acción pastoral y sobre los demás saberes asistenciales cristianos y profanos - desde la teología dogmática hasta la medicina - desvélandoles la elocuente sintomatología y sabiduría ocultas en los hechos y en la experiencia de los mismos. Una ulterior precisión viene de la mano del título de esta Conferencia: Ve y haz tu lo mismo. De Hipócrates al Buen Samaritano. La historia de la cultura, de la medicina y de la asistencia sanitaria de Occidente ha convertido a estos dos personajes en figuras emblemáticas del tratamiento del sufrimiento ajeno provocado por lesiones o enfermedades, de modo que cuando hoy las situamos ante nosotros constituyen dos modelos cargados de múltiples significaciones y, por tanto, dos fuentes surtidoras de sentido para quienes desde las profesiones sanitarias pretenden curar a veces, aliviar a menudo y consolar siempre, y para quienes desde esas mismas profesiones, o desde el voluntariado asistencial y pastoral, quieren ir haciendo realidad el desafío del Sermón del Monte: Dichosos los que sufren ,porque serán consolados. Partiendo de las dos precisiones anteriores, pienso que puedo decir una palabra sobre: 1) qué clase de sentido pueden aportar a su vida y ofrecer a la vida de los demás humanos - quienes tienden hoy a identificarse más o menos conscientemente con Hipócrates y con el Buen Samaritano, cuando se acercan a los pacientes- en el sentido literal de la palabra - con la intención de asistirles desde esa identificación; 2) qué aspectos convergentes y cuáles divergentes muestra hoy, a grandes rasgos, la encarnación de estas dos figuras tras su larga evolución histórica; 3) qué puede aportar la Iglesia, y más en concreto, la Pastoral Sanitaria, para lograr una alianza lo más plena y satisactoria posible entre los hipócrates y los samaritanos actuales en cuanto a dotar de sentido genuino, humano y cristiano, a una vida que todos seguimos haciendo como via dolorosa. 1. Hipócrates y el Buen Samaritano ante el sufrimiento Como presbítero destinado por la Iglesia a procurar ayuda pastoral no sólo a los pacientes enfermos, sino también a esa otra recíproca y amplia gama de pacientes que son sus cuidadores de índole diversa familiares, profesionales sanitarios y voluntarios - he sido y soy testigo de cómo los componentes de esta segunda categoría de pacientes se encuenttran con el sufrimiento ajeno, se sienten afectados por él y expresan tal afección de maneras diversas y peculiares. En no pocas de ellas, expresadas sobre todo por los profesionales y los voluntarios implicados en tarea sanitarias, es donde veo la figura encarnada y ciertos rasgos pa- DOLENTIUM HOMINUM 128 tentes tanto de Hipócrates como el Buen Samaritano. Dejo para los historiadores de la medicina y para los biblistas la tarea de precisar minuciosamente hasta qué punto y en cuántos aspectos pueden ser traídas a la actualidad las dos figuras en cuestión. De cuanto dicen la historia de la medicina y la exégesis bíblica al respecto sólo me interesa destacar aquí, como pastor en ejercicio, aquellos rasgos susceptibles de proporcionar un sentido a la vida, a partir del sufrimiento experimentado en la asistencia a los dolientes enfermos. Desde este marco preciso es desde donde me propongo vislumbrar a Hipócrates y al Buen Samaritano en los cuidadores sanitarios de hoy. Lo cual me obliga sin duda a dirigir una mirada, siquiera sea somera y selectiva a los estudios históricos y exegéticos sobre ambas figuras. 1) Tres textos tomados de la tradición hipocrática creo suficientes para ilustrar las actitudes de sus seguidores ante los padecimientos de los enfermos, a saber: el médico convierte en preocupación propia el dolor ajeno (Escribonio Largo)1; el médico, en los dolores ajenos, sufre penas propias (De flatibus, L. VI, 90)2; la medicina tiene por objeto librar a los enfermos de sus dolencias, aliviar los accesos graves de las enfermedades, y abstenerse de tratar a aquellos que ya están dominados por la enfermedad, puesto que en tal caso se sabe que el arte no es capaz de nada (De arte)3. De la primera cita salta a la vista que el médico hipocrático se apropiaba de algún modo y en alguna medida del dolor del enfermo; en la segunda resalta el hecho de que tal apropiación llevaba al médico a sufrir él mismo; y de la tercera se deduce que estos dos hechos - la apropiación del dolor ajeno por parte del médico y su conversión en padecimiento propio - eran una consecuencia no fortuita o imprevista, sino conscientemente asumida dentro del objetivo mismo de la asistencia médica, que indluía librar a los enfermos de sus dolencias y aliviar los accesos graves de la enfermedad. He aquí, pues, a los inventores de la medicina, en tanto que técnica racional aplicada, presentándose a sí mismos como copartícipes del dolor y el sufrimiento de los pacientes enfermos. ¿Por qué razón, en qué sentido y hasta qué grado juzgaron asumible y vinculante los hipocráticos la compasión asistencial? La razón básica estriba en que la lucha hipocrática contra el sufrimiento tenía profundas raíces religiosas, y aún teológicas4. Su concepción del ser como naturaleza (physis) y principio (arkhé) de orden en cada uno de los seres (isonomía) y en el conjunto de todos ellos (kósmos), llevaba al médico hipocrático a con- siderar la enfermedad como desequilibrio (monarkhía, dyskrasía) y desorden (kaos), y al sufrimiento como la secuela dolorosa (pathos, lypé) de aquella5; es decir, a ver a una y otro como realidades antinaturales. Por tanto, el deber de combatir el sufrimiento tenía un significado cuasi - religioso, y así lo expresa un apotegma latino de origen claramente hipocrático: Divinum opus sedare dolorem6, pues la naturaleza es por principio impasible, apática (apathés) y en su divina ordenación no cabe, por tanto el sufrimiento. La medicina que hoy llamamos hipocrática surgió en la Grecia colonial sobre el fundamento de esta religiosidad fisiológica. La orientación primaria, el curso y el sentido que dicha medicina adoptó en su lucha contra el dolor consistió en elaborar una técnica (tékne), palabra que expresa el genial hallazgo de los griegos en el ámbito del saber aplicado a influir sobre la naturaleza. Frente a la concepción mágica, teúrgica o puramente empírica de la medicina surgida en el resto de las culturas ambiguas, la escuela hipocrática (y con ella las de Cortona, Cnido, etc.) aplicó las capacidades de la razón humana para comprender, en términos de naturaleza, los padecimientos asociados a enfermedades y para combatirlos mediante la tékne iatriké, un saber que se atenía al qué y al por qué racionales de los procedimientos que había que adoptar ante los mencionados padecimientos. La medicina hipocrática ha aportado a la historia de la asistencia al sufrimiento humano, entre otras cosas, el imperativo del saber hacer asistencial, la exigencia clara y rotunda de que, frente a las dolencias de los enfermos, no basta la buena voluntad si no va seguida de una buena actuación. Desde entonces, el terapeuta que pretende ser (éticamente) bueno sabe que, para serlo, es necesario que sea, ante todo, un terapeuta bien preparado, competente. ¿Hasta qué punto vinculaba la compasión asistencial al médico hipocrático en el ejercicio de su técnica con el enfermo doliente y a sufrir, por tanto, con él y a causa de él? La respuesta, mirando una vez más a los escritos del Corpus Hippocraticum, aparece clara: hasta donde las leyes inexorables de la naturaleza le permitían mitigar o eliminar el sufrimiento del enfermo, mediante la aplicación del arte médica. Es decir, el médico hipocrático podía llegar en el tratamiento y en la compasión activa hacia el enfermo sólo hasta donde juzgaba que su técnica podía ser eficiente. De ahí que el escrito De arte antes citado precise que la medicina tiene (también) por objeto... abstenerse de tratar aquellos enfermos que ya están dominados por la enfermedad, puesto que en tal caso se sabe que el arte no es capaz de nada. Según la patología hipocrática ciertas enfermedades surgían por necesidad de la naturaleza (kat anánken tes physeos) y ante ellas el empleo de la técnica médica no sólo resultaba inútil, sino hasta pecaminoso porque equivalía a ir contra naturam; eran enfermedades técnica, moral y religiosamente in- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO curables. Otras enfermedades, por el contrario, surgían como consecuencia del puro azar (thyké) y constituían, junto con los padecimientos que acarreaban, el objeto propio del arte de curar y aliviar. El radical naturalismo de los hipocráticos extendía la comprensión y la práctica de la philantropía ( amor al hombre) del terapeuta para con el enfermo doliente, sólo hasta donde era posible procurar en él la perfección de la naturaleza, es decir, el restablecimiento de su enfermedad. La ética y la religiosidad del Médico hipocrático impidieron pasar de ahí. Al ser humano se le consideraba sólo naturaleza, y a tal convicción había que atenerse. La concepción personal del ser Humano, incluido el doliente incurable, fue ajena al pensamiento griego; emergió con el cristianismo el cual trapasó los límites del naturalismo hipocrático y dotó a la asistencia a los dolientes de una perspectiva, un imperativo y unas alternativas de acción inéditas y, en ciertos aspectos, ilimitadas. 2) Junto a la figura de Hipócrates, y frente a ella, esta Conferencia Internacional coloca la figura del Buen Samaritano. Pienso que lo hace no sólo por ser ésta un modelo cristiano de asistencia a los dolientes sino, en expresión de Juan Pablo II, por haberse convertido en uno de los elementos de la cultura moral y de la civilización universalmente humana 7. En efecto, dice poco antes el Papa que no sin razón, aun el lenguaje habitual, se llama obra de buen samaritano toda actividad en favor de los hombres que sufren y de todos los necesitados de ayuda. ¿Que hay en esa figura que le ha hecho trascender se tiempo de origen histórico-literario, llegar hasta nosotros y seguir siendo un símbolo para quienes asisten a los dolientes de hoy? Juan Pablo II responde a esta pregunta de un modo escueto y certero mediante tres afirmaciones progresivas 8 en cuanto al alcance de su significado e implicaciones, a saber: a) Buen Samaritano es todo hombre que se para junto al sufrimiento de otro hombre, sea del género que sea... todo hombre sensible al sufrimiento humano. Ante el herido, al que la parábola presenta como el representante típico de los hombres frente a los cuales debe ser ejercitada la misericordia, el Samaritano es signo de una actitud humana universal ante el sufrimiento, consistente en la commoción consiguiente decisión de aproximarse espontáneamentee a quien lo padece. Desde el ámbito concreto de la asistencia a los dolientes el Samaritano es la viva expresión de que asistir a un enfermo con alguna voluntad de perfección debe ser siempre, sea médico o profano quien practique esa obra asistencia, un acto de amor...de un amor previo al conocimiento técnico y a la prescripción de fármacos 9. Pero, ¿qué sentido - qué alcance exigitivo - tiene la palabra amor, en el contexto genuinamente cristiano al que pertenece la parábola del Buen Samaritano? Pedro Laín Entralgo, eminemte médico y cristiano de vocación, responde a esta pregunta de un modo tan fiel y certero, a mi juicio, que no resisto a resumirlo: Para los cristianos el amor - la agape - posee la consistecia religiosa y metafísica que exige un triple mandamiento: a) Ama a tu prójimo como a tí mismo (entendiendo cristianamente por prójimo a cualquier ser humano a quien uno se aproxima al verlo necesitado). Esta viene a ser la enseñanza de la parábola del Buen Samaritano. La novedad respecto al pensamiento griego es tan patente como radical. b) Ama a tu próximo como si él fuese Cristo. Así 129 puede ser formulada la lección moral contenida en el pasaje escatológico de Mat. 25, 39s: Mis humildes hermanos son, en principio, cualesquiera seres humanos que, por la razón que sea. necesitan de compañía y ayuda. c) Ama a tu prójimo como si tu mismo fueses Cristo. Así lo declara, entre otros, el pasaje de Jn 15, 12: Amaos unos a otros, como yo os he amado. El cristiano debe amar al otro como Cristo amó a los hombres 10. El alcance de la donación amorosa a los dolientes es para el seguidor de Cristo, en principio, ilimitado y sólo contenido por la prudencia y humildad que le impone su humana fragilitas. Cristo es la más genuina encarnación del Buen Samaritano en esa actitud inicial de pararse junto a los dolientes. Los evangelios muestran con toda claridad cómo Jesús no podía ser testigo de un sufrimiento sin quedar profundamente conmovido. A la vista de la gente, que acudía a él maltrecha y extenuada (cf Mt 9, 36) sentía lástima (cf también Lc 7, 13) y compasión. Tales sentimientos eran el fondo emocional y el impulso primario que ponía humanamente en marcha su actividad como terapeuta dotado de una filantropía universal, sin excepciones, Para el Cristo Samaritano, diría Pablo, ya no hay judío ni griego, ni esclavo, ni libre (cf Gal 3, 28) a la hora de aproximarse y detenerse ante quienes sufren, de ser radicalmente prójimo más allá de los límites mosaicos o hipocráticos. ¿Quién enferma sin que yo mismo enferme? ¿quién cae sin que a mí me dé fiebre? volverá a decir el mismo Pablo (2 Cor 11, 29). b) Buen Samaritano, continúa diciendo Juan Pablo II, es el que ofrece ayuda en el sufrimiento... de cualquier clase que sea. Ayuda eficaz, hasta donde sea posible. Este rasgo es el que convierte al Buen Samaritano en símbolo y alegoría de los cuidadores sanitarios profesionales y voluntarios - de todos los tiempos 11. No resulta exagerado decir que los ministerios y actividades de la Iglesia hacia los dolientes, a lo largo de toda historia, han surgido desde una actitud básica de voluntariado, promovida por el modelo de Cristo, Buen Samaritano, Pastor venido a entregar DOLENTIUM HOMINUM 130 libremente su vida (cf en 10, 17 s) enviado para vendar los corazones desgarrados (Is. 61, 1) modelo que llega hasta nuestros días e inspira a todos los que hoy ejercen de manera desinteresada el propio servicio al prójimo que sufre, empeñándose voluntariamente en la ayuda como buenos samaritanos12. Y lo mismo cabe decir de los médicos y demás profesionales sanitarios cristianos13. Desde que el cristianismo incorporó decididamente la medicina hipocrático-galénica a su estrategia asistencial. la figura del Cristo Médico14 ha sido para los terapeutas profesionales cristianos la versión ajustada a su circunstancia de la figura del Buen Samaritano. Aquí se hermanan la filantropía hipocrática y la caritas operativa cristiana, la capacidad técnica y la aportación del voluntariado asistencial: en esta ofrenda de ayuda a los dolientes, en su común intento de convertir la compasión en prestación eficaz de alivio frente al dolor. Pero aquí también resalta la novedad del sentido cristiano y la radicalidad se sus imperativos. Ya el cristianismo primitivo supo crear una estructura sanitaria eficaz, a partir de la base del voluntariado, puesto que durante el primer siglo y medio de su historia apenas pudo contar con la ayuda de la medicina hipocrática15. Las primeras comunidades cristianas mostraron que la penuria de medios económicos y técnicos no era un obstáculo insalvable para proporcionar a los dolientes una asistencia a la altura de su necesidades más hondas, compensando con cuidados humanos y espirituales la antedicha penuria. La infraestructura de dicha asistencia se basaba sobre todo en los recursos humanos los cuales surgían casi siempre de la propia base comunitaria. Desde entonces ésta ha sido la tónica dominante en la historia de la asistencia cristiana por voluntarios hasta nuestros días16. Respecto a la asistencia profesional por parte de los cristianos, cabe reseñar una serie de novedades, a partir de su comprensión evangélica, a saber: la superación de la oposición entre curar y cuidar, oposición tan arraigada en la medicina moderna y contemporánea17; la práctica de una suerte de psicoterapia verbal o psicologogía de carácter moral y religioso... enderezada a una recta instalación intelectual y afectiva del enfermo en la prueba aflictiva que para él era su enfermedad 17; la aceptación de los enfermos incurables y moribundos en la asistencia por parte del médico cristiano, frente a la abstención técnica y moral del médico griego, y aun de muchos posteriores hasta nuestros días; y, por último, la valoración terapéutica y moral de la convivencia con el dolor. Esta última novedad me lleva a la tercera afir- mación de Juan Pablo II. c) Buen Samaritano es el hombre capaz del don de sí mismo. Aquí radica el aspecto más hondo de cuanto quiero resaltar en mi intervención: el alcance de la implicación personal que exige al voluntario y al profesional cristiano su asistencia a los pacientes. Desde la tradición hipocrática aparece claro que dicha asistencia comporta al terapeuta un cierto dolorido sentir, por decirlo con una bella expresión de Garcilaso de la Vega y Azorín, pero ¿hasta dónde llegan sus implicaciones? Creo que, una vez más, es la tradición cristiana la que revela más la hondura y exigencia de esas implicaciones. Veámoslo brevemente. El evangelio de Mateo, en su descripción de la actividad terapéutica de Jesús, aclara el precio personal que la asistencia sanitaria exige a quien la practica - profesional o voluntario - siempre que ésta sea verdadera, íntegra y hondamente humana. Según el texto de Mt 8, 16s, Jesús al curar cumplía la profecía de Isaías tomando sobre sí nuestras dolencias y cargando con nuestras enfermedades. Leído este texto - y el de Is 53, 4 al que hace referencia - en clave asistencial quiere decir que el ingrediente técnico es un elemento necesario, pero no suficiente, en toda acción terapéutica que no sea meramente puntual; con otras palabras, que dicha acción no puede reducirse a emitir un diagnóstico y a aplicar un tratamiento técnicamente impecable sino que, por consistir en una relación humana continuada y de ida y vuelta, le fuerza al terapeuta a dar de sí y a echar sobre sí a dar una parte mayor o menor, según los casos, de sí mismo, de su intimidad; y a consentir en echar sobre sí algunos de los padecimientos que el enfermo sufre y saca de sí mismo, sean éstos de índole orgánica, psíquica o anímica. El terapeuta que quiere serlo a imagen de Cristo, Buen Samaritano y Médico de las almas y de los cuerpos ha de ser consciente de que curar dolencias ajenas le exige decidirse a enfermar él mismo en ciero grado, a ser terapeuta herido por las dolencias de los pacientes y a aportar de ese modo lo que falta a las tribulaciones de Cristo por (el consuelo de) su cuerpo, que es la Iglesia (cf Col 1, 24). 2. El sufrimiento en la asistencia a los enfermos. Es éste un asunto que, por desgracia, apenas atrae aun la atención de la instituciones sanitarias actuales, e incluso de la pastoral general de la Iglesia, exceptuando los estudios psicológicos y pastorales que comienzan a aparecer acerca del burn out, de la quemazón consecutiva a la práctica asistencial ante el sufrimiento. Sin embargo, se trata de un hecho constatable por cualquier observador atento y, desde luego, apreciable a diario por quienes ejercen la Pastoral Sanitaria. Por eso, he creído oportuno fijar sobre él mi atención, dejando a un lado otros aspectos incluidos en el tema general sobre el sufrimiento y el sentido de la vi- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO da. Así lo exige la índole pastoral de mi trabajo en nombre de la Iglesia. El recto ejercicio de la Pastoral Sanitaria no consiste sin más en la pura ejecución de las acciones que le son propias; es al mismo tiempo un observatorio privilegiado de los signos objetivos y de los síntomas subjetivos manifiestos en sus destinatarios; signos y síntomas que deben merecer la atención de todas las disciplinas asistenciales, así como de la antropología y la teología18. Voy a intentar, pues, muy breve y esquemáticamente exponer la semiología y sintomatología que percibe el observador pastoral en los cuidadores sanitarios de los dolientes19. Comenzaré por los voluntarios. A los ojos de la sociedad y de la Iglesia aparecen como la reencarnación de una filantropía que se creía poco menos que extinguida, por lo que constituyen un símbolo preciando que todos tratan de resaltar al máximo. Además, para numerosas instituciones orientadas hacia el mundo del sufrimiento constituyen un filón de personas vocacionadas y dispuestas a realizar tarea cuya índole choca frontalmente con la mentalidad propia de una sociedad proclive a la superficialidad y el hedonismo. Suelen ser bien preparados para llevar a cabo dichas tareas con la adecuada competencia y habilidad, pero la ayuda que necesitan supera con mucho ese entrenamiento. El precio de dolor que tienen que pagar por ser fieles a su vocación de samaritanos se manifiesta en las dudas angustiosas que muestran acerca de si estarán a la altura de los cometidos que se les encomiendan, en el no saber como ni dónde, ni con quién desahogar los sufrimientos que sobre ellos echan los dolientes a quienes asisten, y en la sensación de no estar suficientemente cuidados ni atendidos en estos aspectos por las instituciones en cuyo mombre trabajan. Tales hechos, comprobados con demasiada frecuencia desde la sensibilidad propia de la Pastoral Sanitaria, provocan en no pocos de estos samaritanos una sintomatología de cansancio, inestabilidad, desilusión y amargura que, si no es debidamente captada y tratada, puede acarrear como poco un descenso en su eficiencia, y en cieros casos llegar a provocar hondas crisis psíquicas y espirituales. Los profesionales sanitarios, incluidos los cristianos, pasan a su modo por la misma situación19. Es opinión común que ellos están, por regla general, inmunizados frente a los sufrimientos de los enfermos a los que asisten, y a los de sus familiares, ya que suele creerse que su profesionalidad les proporciona una especie de coraza emocional. De hecho, enfermos y familiares dicen a menudo convencidos a los profesionales: Ustedes ya están acostumbrados a ver enfermedades y a ver sufrir. Las causas de dicha opinión pueden resumirse en tres: en primer lugar, la imagen que la sociedad tiene de los profesionales sanitarios, a los que ve como técnicos de la salud y la curación, cuya eficacia parece que debe ir acompañada de una fría objetividad científica, insensible al dolor o a las emociones ajenas; también influye la misma educación recibida por los profesionales, en la que ha primado hasta ahora el estudio de las disciplinas científicas, con menoscabo de las humanidades - incluída la asistencia espiritual - en sus programas de formación; por último, es forzoso mencionar el esfuerzo de muchos de ellos por defenderse de la enormidad del sufrimiento al que están expuestos cada día en su trabajo, esfuerzo que tienden a emplear tratando de establecer una distancia frente a los pacientes y justificándola en nombre de la ecuanimidad y objetivi- 131 dad científico-técnica, sin percatarse de que la angustia es más contagiosas que los micro-organismos patógenos. ¡Cuántos de estos samaritanos hipocráticos necesitan hoy ellos mismos un diagnóstico y un tratamiento humano y pastoral, paliativo de las forzosas dolencias que echan sobre sí, y restaurador de los grandes esfuerzos que dan de sí! En realidad, quien posea una mínima sensibilidad humana y pastoral puede fácilmente descubrir que los profesionales sanitarios necesitan ayudas y apoyos muy considerables y que, sin embargo, ésto no suelen verlo ni las instituciones sanitarias ni, en el caso de los cristianos, la propia Iglesia. He aquí una sumaria enumeración de tales necesidades: – Necesidad de desahogo, motivada por la sistemática represión que han de practicar al contacto reiterado con el sufrimiento de enfermos y familiares; y necesidad de contar con cauces adecuados para ello. – Necesidad de contrarrestar y compensar las no pocas quejas y reclamaciones que reciben de enfermos y familiares, algunas de las cuales obedecen a negligencia o mala práctica por parte de los propios profesionales, pero muchas más tienen como causa defectos del sistema sanitario, del que ellos son también víctimas directas. – Necesidad de encontrar - ellos también - un sentido satisfactorio a un trabajo duro y que no suele ofrecer muchas gratificaciones. 3. El sentido que aportan a la vida los Hipócrates y Samaritanos de hoy La pregunta por la aportación de sentido a la vida en el contacto con el sufrimiento experimentado asistiendo a los dolientes, puede y debe ser desdoblada en otras dos para explicitar su amplitud y darle cumplida, aunque aquí breve respuesta. La primera pregunta tiene que ver con aquello de lo que el sufrimiento es signo, de su significación para quien lo experimenta al contacto con los pacientes: ¿qué aspectos significativos de la vida, que pasan desapercibidos en otras DOLENTIUM HOMINUM 132 experiencias, encuentran los cuidadores sanitarios en su experiencia asistencial? La respuesta es forzosamente progresiva. Encuentran, en primer lugar, una de las formas más lacerantes de la presencia del mal en el mundo y, con ella, el signo de la infirmitas congénita que San Pablo descubría en toda la creación20. Todas las culturas humanas han considerado al sufrimiento un mal que no debería existir. Pero, al contrario de quienes han mantenido y mantienen que hay que evitar y pasar de largo ante el sufrimiento propio o ajeno21, los hipócrates y samaritanos de cualquier época han descubierto en el sufrimiento una indigencia humana, susceptible de ser tratada asistiendo a quien la padece, es decir, un motivo de progreso humano sea en el orden corporal a anímico, científico o espiritual. La tradición hipocrática descubre en el sufrimiento , y en las enfermedades de que es signo, un gran desafio a la capacidad humana de infundir cierto orden y armonía a lo caótico, mediante la razón y las técnicas que ésta es capaz de inventar. La tradición samaritana, vale a decir cristiana, invita por su parte a movilizar ante el sufrimiento no sólo los recursos racionales y naturales, sino a la persona entera del cuidador y, desde ella, a los recursos de la redención de Cristo, Médico que se hace Siervo y Enfermo y mediante esa triple actitud, integrada en su Persona, cura, alivia y consuela. Sólo a través del cristianismo descubre el cuidador sanitario profesional su radical carácter humano de ser constitutivamente indigente y oferente, necesitado y al mismo tiempo capaz de ayudar en la necesidad. La segunda pregunta tiene que ver directamente con el sentido: ¿Qué orientación imprime a la vida de los cuidadores sanitarios la experiencia de asistir a los sufrientes? Al contacto con el sufrimiento contemplado y padecido en la asistencia a los enfermos, los hipocráticos han venido tejiendo el progreso continuo de la medicina hasta hoy y hacia un futuro que se prevé aún más portentoso; son los obradores del milagro técnico en el que los cristianos vemos a la potencia Dei ordinata en ejercicio mediante la beneficencia paliativa; por su parte, los samaritanos sanitarios nos animan a trabajar por una asistencia cada vez más integral, que responda a las repercusiones del sufrimiento en las dimensiones orgánica, psíquica, social y espiritual del paciente, y lo haga desde todas esas mismas dimensiones presentes, y por tanto susceptibles de ser operativas, en el cuidador voluntario y profesional. El modelo de este progreso integral es, una vez más Cristo el cual, en cuanto Hombre Nuevo es síntesis total, en este caso del sufriente y del terapeuta que en su persona son asumidos, integrados y transfigurados. Cristo es, por último, el Sentido que exige hoy, y para el futuro, una gran alianza entre Hipócrates y el Buen Samaritano, entre la inteligencia y el sentimiento, entre la razón y la voluntad, entre la ciencia y la fe, entre la técnica y la caridad, entre el curar y el cuidar. Así lo percibimos desde la Pastoral Sanitaria. Y desde ella pedimos al resto de la Iglesia que impulse decididamente esta alianza en su seno, y promueva el que todos los cristianos se preocupen cada vez más de cuidar a los cuidadores, pues gracias a sus heridas, como a las de Cristo, todos los demás y ellos mismos somos curados (cf. 1 Pe 2, 24). P. JESUS CONDE Delegado Diocesano de Pastoral Sanitaria, Madrid (España) Notas 1 Citado por PEDRO LAIN ENTRALGO en Historia de la Medicina, Ed. Salvat, Barcelona 1987, p.135 2 Citado por el mismo autor en La relación médico-enfermo, Alianza Ed.,Madrid 1983, p. 98. 3 Citado per el mismo autor en la misma obra, p. 99. 4 La afirmación es de DIEGO GRACIA GUILLÉN, en El dolor en la cultura occidental; cf. Fe cristiana y sociedad moderna, vol. 10, Ed. SM, Madrid 1982, p. 27. 5 Cf. P. LAIN ENTRALGO, Hist. Med. p. 9295; La relación...p. 68-70. 6 D. GRACIA GUILLÉN, l. c. 7 JUAN PABLO II, Carta apostólica Salvifici Doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, 11 de Febrero de 1984, n. 29. 8 JUAN PABLO II, o.c. n. 28. 9 P. LAIN ENTRALGO, La relación p. 105 10 P. LAIN ENTRALGO, o. c. p. 107-108. 11 La concepción de la asistencia que dimana de la doctrina y conducta de Jesús imprimió una evolución decisiva a la cultura y la praxis sanitarias de Occidente y, a través de ellas, a las de toda la humanidad (J. CONDE HERRANZ: La aportación de la Iglesia a la sanidad, desde el Evangelio y su propia tradición, en Labor Hospitalaria. Organización y Pastoral de la Salud, n. 223, 1992, p. 72). 12 JUAN PABLO II, o. c. n.29. 13 Así lo reconoce también el Papa, justo tras el párrafo de la nota anterior. ¡Cuánto tiene de buen samaritano la profesión del médico, de la enfermera, u otras similares! 14 Sobre este título cristólogico, su significación e implicaciones, cf. el magnifíco estudio de MANUEL GESTEIRA GARZA Christus medicus. Jesús ante el problema del mal, en Revista española de teología 51 (1991) P. 253-300. 15 Cf. D. GRACIA GUILLÉN, El cristianismo y la asistencia el enfermo, en Labor Hospitalaria. Organización y Pastoral de la Salud, n. 184, 1982, p. 67. 16 Para una exposición más detallada de este punto y de otros que vienen a continuación, cf J. CONDE HERRANZ, o. c. p. 73-77. 17 P. LAIN ENTRALGO, o. c. p. 128s. 18 Una detallada y muy completa aportación pastoral sobre este tema puede encontrarse en varios de los trabajos contenido en el nùmero monográfico de Labor Hospitalaria dedicado a El sufrimiento en la enfermedad. Claves para vivirlo sanamente, n. 235, Enero a Marzo de 1995. 19 Cf. J. CONDE HERRANZ: Los cuidadores del ser humano enfermo, en Introdución a la pastoral sanitaria, Delegación de Pastoral Sanitaria, arzobispado de Madrid, septiembre de 1994, p. 22-24 (documentación de uso interno). 20 Infirmitas nostra la llama San Pablo en Rm, 8, 26, exteniéndola a toda la creación en los versículos 19-22. 21 Por ejemplo, y por distintos motivos, el estoicismo antiguo, el budismo de todos los tiempos, o la moderna religión de la dicha, tan extendida aún en Occidente. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 133 STANISLAW GRYGIEL La civilización de la tristeza y la cultura del gozo La tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación; mas la tristeza del mundo produce la muerte (2 Co 7, 10) El deseo del hombre es vivir con mayor plenitud. El sabe lo que debe hacer para lograr la abundancia. Sin embargo, no es claro lo que debe hacer para satisfacer con mayor plenitud el deseo de ser. El ser en plenitud es algo muy lejano y los caminos, por los cuales el hombre camina en su pobre presente, lo conducen solamente a otro presente igualmente pobre y fugaz. El hombre no sólo desea ser más plenamente. Se siente llamado también a ser tal y por consiguiente es responsable de su respuesta. El ser más plenamente, pues, está confiado a su libertad como una tarea. Pero, ¿dónde encontramos los caminos de esta libertad? Sin duda se accede a ella "a través de la fe" (Hch 11, 8-9) y en la esperanza. En efecto, ellas conducen más allá del tiempo y el espacio en el que se encuentran solamente las cosas que se desean poseer. Pero, ¿dónde inician estos caminos? El hombre a menudo es asido de una gran tristeza e inquietud, porque es consciente que de él depende si esta tristeza "se convertirá en gozo" (Jn 26, 20), o si degenerará en una desesperación "irrevocable". "Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó..." (Lc 10, 25-37). Con la parábola del Samaritano, Jesús ha respondido a la pregunta del legista "¿que debo hacer para ganar la vida eterna"? El legista sabía que el hombre puede hablar de la vida eterna solamente bajo forma de preguntas. Mas no sabía que la respuesta se encuentra no en una frase particular sino en el cambio de la dirección de la vida. El pedido de una vida más plena, que expresa el deseo de ser y no la necesidad de tener esta o aquella cosa, abre al hombre la dimensión religiosa de su vida. La palabra religión deriva del latín relegere, es decir, atar, recoger en uno, leer, caminar. El hombre lee el texto que es constituido por él mismo y por los demás, lo recoge unificando y lo ata con Aquel que lo ha escrito. El bien, contrariamente a la verdad dada al hombre en este texto, une su amor con Aquel que lo ha amado antes que él en el acto de la creación de todo lo que existe1. Es justamente a partir de esto que el hombre camina hacia Dios o, en otros términos, es aquí que Lo adora "en espíritu y verdad" (Jn 4, 24). La vida eterna es para todos los que aman a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos. Cuando el legista ha preguntado "y ¿quién es mi prójimo"?, a través de la historia del Samaritano misericordioso Cristo le ha mostrado que el problema no ha sido bien planteado: no preguntes quién es tu prójimo, sino ¡tú mismo sé prójimo para los demás! ¡Cambia la dirección de tu existencia! En el camino que llevaba de Jerusalén a Jericó se encontraron también el sacerdote y el levita. Pero ellos con indiferencia dieron un rodeo al herido sin mayor reparo; no cambiaron la dirección de su existencia; no se maravillaron y no se "conmovieron" por el otro; no leyeron el contenido y no amaron el bien que emanaba de su ser herido. Los negocios que tenían que desempeñar en Jericó hacían "sus ojos /.../ incapaces" de ver (Lc 24, 16), de manera que no reconociendo la verdad y el bien en el otro no le rindieron justicia. Tampoco rindieron justicia a sí mismos. Se dejaron guiar no de lo que ha sido desvelado en la vivencia de otro hombre, presencia que nos obliga moralmente, sino que fueron guiados por las cosas que los esperaba en Jericó para hacer y poseer. Pasaron de largo, pues, sin reparar en aquel hombre que, como Job, pedía justicia para su dignidad herida2. En su mentalidad, tan cercana a nuestro modo cientificista de pensar, no hay lugar para el sacrificio de las propias ideas en favor de la verdad y por el bien del hombre. El formalismo del sacerdote y del levita, que no les deja ver lo que es, ha hecho que no hayan creado una historia digna de ser narrada. El tiempo de su bajada "de Jerusalén a Jericó" es un tiempo vacío; no sucede nada. Permanecerán en el Evangelio como la imagen de personas que inútilmente van a ningún lado y están convencidas que justamente allí se ocuparán de los asuntos ligados al sentido de su vida. Tratan este sentido como si fuera un "enigma" por resolver con la ayuda de razonamientos. Pasando con indiferencia junto al otro despegan su mente de la verdad y de la voluntad del bien dado a su libertad, es decir a su fe, esperanza y caridad. Tienen la impresión de saber lo que es el mal que consume al hombre. Creen, pues, que la verdad y el bien de su ser dependan de ellos mismos. Por consiguiente, ellos permanecerán con gestos y cantos vacíos que repiten ritualmente. DOLENTIUM HOMINUM 134 El Pequeño Príncipe llamaría a los hombres de este género hongos que se hinchan de orgullo3. De este modo la licencia se transforma en soberbia y rechaza recibir el don de los demás. El que ya ha resuelto el "enigma" del hombre, lo trata como objeto del que uno nada espera. Pasa de largo, pues, y entra a "Jericó" con el mismo desconsiderado descaro con el que Edipo entró un día a Tebas luego de haber resuelto los enigmas de la esfinge. No obstante hubiera tenido allí el poder y el placer, tanto a él mismo como a sus seres queridos les tocó una suerte trágica. Una civilización que aleja al hombre del hombre dirigiendo su estática existencia o, en otras palabras, su vida espiritual hacia el vacío. Salen de sí, pero yendo hacia la nada precipitan en un gozo desconsiderado y en una tristeza desesperada. Su deseo de existir de manera más abundante coloca sus raíces, no en lo que es, sino en la praxis calculada de manera prometéica. Su amor y su conocimiento, privados del bien y de la verdad, se doblan sobre sí mismos y se pierden en la búsqueda de métodos eficaces para crear comodidad y placeres. Su espíritu está enfermo; la mentira de las ilusiones construidas inteligentemente destruye su mente y esclaviza su voluntad. Donde no hay encuentros, sólo hay lo que no hay - el vacío4. En la Biblia el vacío y la tristeza que emana aparecen por primera vez en Caín (cf. Gn 4, 6). Caín cree saber en qué consiste el mal que lo atormenta; ve su causa en la particular presencia de su hermano. Con envidia observa su felicidad, sin darse cuenta que Abel la tiene porque se abre con un realismo magnánimo a las dimensiones divinas de la propia existencia. Caín se mueve estérilmente en el vacío de las ecuaciones de la pura razón. Sometiéndose a su funcionamiento, trata de lograr su plenitud poseyendo la abundancia de cosas. Pero, lamentablemente esto no transforma al ser humano. Caín deja de ser, como diría Platón5 "un hombre demoniaco", es decir espiritual, experto en cuestiones decisivas para el sentido de la vida, y se convierte en "un simple obrero", que conoce esto o aquel "oficio". Se cierra en el "oficio" lleva en sí la muerte para otros, en vez de convertirse en su prójimo. El espíritu decide la conciencia moral del hombre. Espíritu enfermo, conciencia moral enferma. "Nadie es triste como yo./.../ Miro en mí mismo y veo que estoy /.../ muerto. ¿He dicho que estaba triste? He mentido. Ni triste ni alegre, el desierto, la inconmensurable nada de las arenas bajo el nada luciente del cielo: es siniestro. ¡Ah! ¡daría mi reino con tal de derramar una lágrima!"6. A Egisto, rey de Argos, que en las "Moscas" de Jean-Paul Sartre, pronuncia estas palabras, el "oficio" que consiste en dominar los mecanismos de la naturaleza socio-político-económica ha vuelto inútil la presencia de la otra persona. Por consiguiente, él no está presente ni siquiera para sí mismo. Según las ecuaciones que le permiten ser algo, pero no alguien, el tiempo del amor generoso de Antígona, el tiempo dedicado a los demás, es tiempo perdido. En un mundo creado por personas espiritualmente enfermas cada Antígona será condenado a la muerte. La verdad confía su misterio al hombre conforme él existe en el diálogo con otro hombre. Ella huye de quienes solitaria y, por tanto estérilmente construyen opiniones, "sombras" de verdad, aquella mecánica doxa de la caverna de los esclavos de Platón, o bien las cosas por hacer en "Jericó". La verdad y el bien no soportan la industria de la verdad y del bien. La enfermedad del espíritu termina con la desidia. El hombre, entonces, es atacado por la tristeza, en la que la preocupación (anxietas, angustia) por el mal en acecho y a veces por el bien de los demás, como si ello fuera un mal para sí mismo (invidia)7, paraliza la mente y la voluntad. El hombre se vuelve inerte no solamente para conocer la verdad y amar el bien (agere) sino también en la actividad exterior (facere)8. La desidia confina con la desesperación. El sacerdote y el levita ciertamente tenían sus casas, pero no tenían una vivienda en donde estar ellos mismos. La morada se edifica solamente in communione personarum. La pusilanimidad que no les permitía detenerse junto a otro hombre, en efecto les ha convertido en personas sin-techo. Los sintecho no constituyen una sociedad, sino una aparencia de ella denominada multitud. La multitud está siempre llena de desidia. Su activismo no es sino una forma de desidia. La incapacidad de las personas enfermas espiritualmente de tomar decisiones creativas y de desempeñar un trabajo creativo hace que en la sociedad el ars gubernandi, que constituye la prolongación del ars creandi 9, cede el puesto a lo que llamaría el ars administrandi. En una función administrativa, lógica, vacía y sin trabajo, el ars dominandi se convierte en la lógica de las relaciones sociales. La lucha por las funciones en la administración camina al mismo tiempo que el servilismo. Este da inicio a una política aparente, cuya tarea, como habría dicho Aristóteles, no "es promover la amistad" y, por consiguiente, también la justicia, dado que "la justicia y la injusticia se realizan sobre todo entre amigos"10. En la multitud los hombres se preocupan no tanto de la construcción de la casa común sino más bien de sus propios intereses contra las leyes que gobiernan una morada común11. De esta manera comienza a prevalecer una aparente economía y una aparente cultura en la que la comodidad y el placer funcionan como principios del pensamiento, de la acción y del ser. Al no construir una casa familiar, la persona humana pierde la identidad y la dignidad. Pierde la herencia paterna, así como la perdió el hijo menor de la parábola e- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO vangélica, al dejar al padre y al hermano para partir "hacia un país lejano" (cf. Lc 15, 13). En el "país lejano", al haber reducido al mal que hiere al hombre en un enigma fácilmente resovible y sin detenerse pues al lado de alguien, ni siquiera junto a sí mismo, cae en las ideologías y en vano busca en ellas la propia identidad. En el vacío que no evoca el amor mueren tanto el pensamiento como la voluntad; en el vacío muere el hombre. El camino para salvarse de las apariencias de la vida y de la tristeza mortal se desarrolla a través del hombre herido por el mal. Job llama a los amigos para que se detengan y sean para él don, es decir, para que justifiquen tanto su ser como el de ellos. El que se detendrá junto a él, "verá" junto a él a Dios y probará una felicidad diferente de todas las que ha vivido hasta entonces. Lo que acontece en com-pasión, que une el Samaritano al hombre herido por el mal, crea la historia que, como habría dicho Platón, podría salvarnos si "creemos en ello"12. El Samaritano era tan abierto a la alteridad, y por tanto también libre, que cuando la presencia del hombre herido lo ha impactado y maravillado al improviso constituyéndolo en "resistencia", se ha detenido y ha cambiado sus planes. El Evangelio dice que el Samaritano se conmovió profundamente por el hombre asaltado por el mal; "tuvo compasión de él". Las lágrimas de conmoción han purificado sus ojos, de manera que el Samaritano ha descubierto lo que ni el sacerdote ni el levita y ni siquiera los amigos de Job habían visto. La verdad que se revela en el otro hombre ha puesto delante del Samaritano fuertes retos. Respondiendo a estos, el Samaritano da la precedencia al otro y no a sus propios asuntos en Jericó. Lo hace casi co-propietario de sus haberes. El Samaritano no tiene apuro. Dedica al otro su tiempo. Es capaz de darle porque tiene el dominio. Mide su libertad con el Futuro más grande del tiempo. Este generoso realismo le permite ser dueño de sí y por tanto de existir como don para los demás. El Samaritano, al convertirse al hombre herido, conoce la verdad de lo que es. Pensar en su sentido más profundo tiene el carácter de diálogo. Por tanto necesita acción y dilatación de los corazones, es decir del amor. Esto inicia, en cambio, en el com-passio personarum. Las lágrimas permiten al hombre descrubir las verdades que solamente él puede aspirar. Y es justamente la interrogante que constituye la esencia del diálogo, sin el cual el hombre no puede pensar. ¿Qué pide el Samaritano? El Samaritano se ha conmovido profun- damente por el ser humano que corre peligro de morir. Se ha conmovido por la contingencia del ser del hombre que ha encontrado, que le indica un camino diferente del que solamente lo lleva a Jericó. Y es sobre este otro camino que el Samaritano ha buscado. Lo ha pedido no con palabras sino con la propia existencia que cambia. Irá a Jericó, pero de otra manera. A través de la contingencia del ser humano él ha visto la fragil contingencia del mundo de las cosas, su no-necesidad. Precedentemente, el Samaritano veía en el mundo no solamente los cambios, en los que podía dominar así como lo hizo Edipo ante el enigma de la esfinge sobre el tema del hombre. Pero sólo encontrándose frente a la muerte, a aquel hundimiento del ser de la persona en el no-ser, entra allí donde él se convierte en una interrogante metafísica sobre el ser13. La sensibilización a la contingencia del ser humano y el pensamiento metafísico nacen en el Samaritano gracias a la "conmo- 135 ción" por el hombre amenazado por el no-ser. El Samaritano intuye que el ser del hombre requiere ayuda para que pueda existir. ¿Quién se la puede dar? Como respuesta a esta pregunta no es suficiente pensar sobre la condición del hombre herido, como lo hacían ciertamente el sacerdote y el levita o los amigos de Job. El Samaritano no trata de ayudar al otro a través de los pensamientos, sino que comienza a actuar. Realiza actos, a los que aquí y ahora lo obliga esta y no otra presencia del otro hombre. Al llenarse del otro hombre, el Samaritano justifica tanto su propio ser como el del otro; los refuerza a ambos y los defiende del no-ser. Probablemente san Tomás de Aquino habría dicho que la "conmoción" lleva al Samaritano sobre el llamado tercer camino ex contingentia, que lo lleva al Ser existente por sí mismo, es decir a Dios. Es el camino de la acción creativa que comprende al hombre, y de la comprensión creativa que actúa con el hombre y para el hombre. En la acción creativa se revela gradualmente la Acción del amor de Dios. Gracias a esto la acción del hombre se vuelve imagen de la Acción de Dios, imagen cada vez más semejante a lo que representa. En las acciones del hombre hay algo divino, algo que se revela en ellas en el presente, invisible e incomprensible para el mismo hombre, el momento del sacrifico. ¿El hombre es capaz de decir por qué, por ejemplo, no obstante el riesgo de morir, ha ayudado a alguien que estaba por ahogarse? En esta perspectiva entiendo la "apuesta" de Pascal; haz como si hubiera la Vida eterna - ella se revelará a tí y se infundirá en tí a través de tus acciones. Donde hay algo que salvar, se derrama la gracia. "Cercano Y difícil de aferrar es Dios. Pero donde existe el peligro, crece También lo que te salva. En las tinieblas viven Las águilas y sin miedo Camina la prole de los Alpes sobre el abismo Por los puentes suavemente construidos." (Fr. Holderlin, Patmos) En la "conmoción" del Samarita- DOLENTIUM HOMINUM 136 no existe la tristeza que san Tomás de Aquino llama misericordia14. Sea el pensamiento heroico como la existencia igualmente heroica, y por tanto lo que llamamos metafísica, nacen en la misericordia, en la com-passione personarum. Sabe pensar quien sabe vivir, y sabe vivir quien sabe sufrir junto con los demás, es decir, aquel que se convierte en su prójimo. Pensar es dialogar; la soledad lo hace morir. El rey Edipo comienza a comprender la verdad del hombre, que no tiene nada en común con los enigmas, solamente cuando su hija Antígona, como el Samaritano, lo conduce en las tierras natales. El pensamiento heorico y la existencia heroica constituyen la esencia del trabajo creativo que, hablando religiosamente, abre al hombre a la resurrección15. No olvidemos que Cristo ha narrado la historia del Samaritano como respuesta a la pregunta sobre lo que hay que hacer para heredar la vida eterna. Lo que está en juego en la vida del hombre es la grandeza de Dios. Justamente por esto él unicamente puede hacer preguntas sobre la verdad de su ser. Lo pide con el deseo y con la esperanza in com-passione16, ya que solamente in compassione cesa de calcular, y por tanto de escapar de lo que es, "a los países lejanos" de sus invenciones. In com-passione pensamos y existimos con responsabilidad y fielmente. Nuestras acciones creativas (creatio) tienen consecuencias (gubernatio) en nuestro pensar y existir con el otro y para el otro hombre. El Samaritano ha medicado las heridas del pobrecillo, lo ha acompañado a una posada "y cuidó de él"; lo confió al posadero prometiéndole regresar (Lc 10, 3435). La conmoción del Samaritano crea un espacio para las relaciones interpersonales; los demás entran en su trabajo. En la parábola evangélica la sociedad nace cuando en la compassio que unía al Samaritano con el herido entra el propietario de la posada. La sociedad nace cuando un tercer hombre entra en el trabajo a través del cual hombre se hace prójimo de otro hombre. Solamente en un espacio social como este, haciendo justicia con el trabajo creativo a lo que sucede como verdad para la mente y como bien para el corazón, el hombre se da cuenta de qué modo está orientado su ser hacia el Otro Ser. Es entonces que, haciéndose prójimo para los demás, se vuelve libre de cualquier Jericó. El hombre libre, es decir que de modo creativo es fiel al otro hombre, traiciona a la humanidad y a la Divinidad cuando se aleja de El y se va al "país lejano" de sus invenciones privadas. Cuando la palabra traición es una palabra vacía, también es vacía la sociedad. De la sociedad de personas que creativamente se vuelven prójimos los unos para con los otros, decía el zorro al Pequeño Príncipe: "Tú tienes cabellos de color oro. Será maravilloso cuando me habrás adomesticado. El grano, que es dorado, me hará pensar en tí. Y amaré el rumor del viento en el grano.../.../ No se conocen sino las cosas que se adomestican. Los hombres ya no tienen tiempo para conocer nada. Compran de los mercantes las cosas ya hechas. Pero como no existen mercantes de amigos, los hombres ya no tienen más amigos. Si tú deseas un amigo ¡adomestícame!"17 La sociedad de personas que "se adomestican" entre sí, su recíproca y mútua presencia tan grande que se revela en todo el esplendor sólo a través de su... ausencia, transforma al mundo. Esta presencia está llena de gozo. Se distingue de la alegría vacía, ya que inicia en la... tristeza compassionis personarum. Es el gozo de la contingencia comprendida y justificada por la misericordia. Go- za quien es comprendido por las palabras volo quod sis (san Agustín): deseo que tú seas, que tú seas mejor de lo que eres. Estando así las cosas con el hombre, nos encontramos frente a la sociedad en su significado más profundo del término cuando el eros-deseo, concebido en la Miseria humana, al ser lleno de la Abundancia Divina, por aquel ερωµε− νοϖ 18, se convierte en un amor que se dona de manera divina. El Eros-deseo, dirigiendo al hombre hacia Dios19, se transforma cada vez más en deseo divino de ser don para los demás. Platón intuyó esta verdad, cuando a través de los labios de Diotina dijo que "la divinidad no se mezcla con el hombre, pero por medio de Eros se desarrolla cada relación y cada coloquio entre los dioses y los hombres, ya sea que estén despiertos o duerman"20. "El hombre demoniaco", al contrario del "simple obrero", se comporta como pontifex; construye puentes entre los hombres y Dios, haciendo nacer desinteresadamente y creando en la Belleza21. Al construir dichos puentes, se hace prójimo del otro hombre; existe en cuanto don. El Evangelio no dice lo que ha sucedido con el legista, que interrogó a Cristo sobre la vida eterna, "para tentarle" (Lc 10, 25). Ciertamente el apego a la ciencia que poseía hacía más difícil para que se hiciera prójimo. La habilidad de Edipo para resolver los enigmas referentes sólo a las funciones logradas facilita al hombre su ingreso a Tebas o a Jericó, pero hace más difícil su entrada en la vida eterna (cf. Mc 10, 23-25). El joven rico "se marchó triste, porque poseía muchas riquezas" (Mt 19, 22). Los subrogados de la verdad y del bien limitan el camino a la felicidad, llamada beatitudo, dado que debilitan en el hombre la capacidad de recibir la verdad y el bien22. Cristo hablaba de la nueva vida a Nicodemo, que no vino para tentarlo, sino para conocer el deseo de su corazón. Cristo hablaba de la nueva vida a la Samaritana que, al hacer preguntas sobre la vida eterna, la deseaba. La paz irradiada por Nicodemos y el gozo de la Samaritana se comunican a los demás. Hombres tan felices que llevan a los demás la verdad de Dios VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO sobre el hombre, verdad presente en ellos. Ellos son apóstoles. El gozo de la felicidad es fruto de la presencia recíproca de las personas. "Cuando tu mirarás el cielo y la noche, dado que yo moraré en uno de ellos, dado que me alegraré en uno de ellos, entonces será para tí como si las estrellas se alegraran"23. El gozo de la felicidad es fruto de un trabajo común. Cultivar la tierra, que Dios ha dado a la comunidad del amor, Adán y Eva, y no a cada uno (cf. Jn 1, 28), cesa de ser dimensión de la creación de la sociedad y de la cultura, cuando se cierra en los intereses de cada uno. La persona debe entrar en el trabajo del otro, para participar en el gozo. Este, en efecto, tiene un carácter de comunión (cf. Jn 4, 38). No hablemos del trabajo, de la cultura y de la felicidad, si no hablamos de ello religiosamente24. Al respecto, no es necesario añadir nada a las palabras de Platón: "Quien /.../ seriamente ha cultivado el amor del saber y los pensamientos verdaderos, y entre las facultades propias que ha ejercido sobre todo, creo que no es por nada necesario que piense cosas inmortales y divinas, donde pueda alcanzar lo verdadero; y que a él, hasta donde la naturaleza puede participar de la inmortalidad, ninguna parte sea defectuosa; y como a aquel, que siempre cuida lo divino y respeta escrupulosamente al genio protector, el demonio che en él convive, sea también asegurada de manera particular la "eudemonia", es decir la felicidad de la vida"25. En la parábola del hijo pródigo, el hermano mayor no se ha convertido en prójimo del propio hermano herido. Habiendo pasado de largo sin misericordia hacia su Jericó, también él ha desperdiciado la herencia paterna. Si no fuese por la presencia del Padre, que no deja de ser prójimo de todos sus hijos, en el canto de nuestra existencia dominaría una desesperada tristeza y, del mismo modo, una desesperada alegría de los hombres que se alejan hacia "un país lejano", donde reina una injusticia salvaje. En la historia que se realiza en la presencia del Padre "al final también lo que es salvaje de los lugares lejanos debe venir al lugar sagrado" (Fr. Holderlin, Friedensfeier), lugar en el que sunt lacrime rerum e gaudium et spes, mientras reina la justa misericordia. Prof. STANISLAW GRYGIEL Profesor de Antropología Filosófica en el Instituto "Juan Pablo II" para los estudios sobre el matrimonio y la familia en la Pontificia Universidad Lateranense - Roma Notas 1 No dudo que los llamados trascendentales de la metafísica clásica, el ser, lo verdadero y el bien (ens, verum et bonum), si no son reducidos a un producto del pensamiento humano y, por tanto, anulados, orientan el intelecto y la voluntad del hombre a Dios. La metafísica no tiene sentido si hablando de lo que deviene para poder ser, no habla de Dios. 2 La parábola del Samaritano misericordioso nos hace ver que lo que aleja de la verdad del hombre es tratar de pasar de las llamadas frases enunciantes a las frases imperativas. El compromiso moral no deriva de los razonamientos, sino de la presencia del hombre por el hombre, presencia que los llama a actos de misericodiosa justicia. 3 ANTOINE SAINT-EXUPÉRY, El Pequeño 137 Príncipe, Milán 1993, Bompiani, p. 37 4 Es preciso recordar aquí las palabras de Aristóteles, para quien la amistad "es una cosa muy necesaria para la vida. En efecto, ninguno elegiría vivir sin amigos, aún si poseyera todos los demás bienes" (Ethica Nicomachea, 1155 a). 5 PLATON, Convito, 203 a. 6 JEAN-PAUL SARTRE, Moscas, II, 3 y 4. 7 Cf. Summa Theologie, I-IIae, 8, c. 8 Cf. San Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, 63, 2, ad 2 (Acedia /.../ est quaedam tristitia qua homo reditur tardus ad spirituales actus). 10 Cf. El dicho clásico creatio est continua gubernatio. 11 La palabra economía deriva del griego oîkos (casa) y nómos (costumbre, ley). 12 Cf. PLATON, La República, 621 c. 13 Sería necesario pensar nuevamente en la perspectiva de la experiencia del peligro de muerte tanto la visión materialista de Parménides del ser (del Uno), visión en la que los cambios son aparentes, así como la filosofía panteísta de Heráclito de los cambios. Me parece que el no considerar la experiencia samaritana del peligro mortal que incumbe sobre el ser del hombre, no les ha permitido convertirse en interrogante sobre la Otra Realidad. El no-ser, en efecto, no existe, en cambio la muerte no puede ser reducida a los cambios observados en el mundo. 314 Cf. Summa Theologie, I-IIae, 35, 8, c.; (misericordia, quae est tristitia de alieno malo, in quantum aestimatur ut propium). 15 Me parece que en el pensar heroico y en el existir igualmente heroico tiene inicio y se cumple el llamado tercer camino de san Tomás de Aquino. Es en la profunda conmoción por el hombre que se manifiesta a nosotros la contingencia de nuestro ser y existir. 16 Cf. STANISLAW GRYGIEL, El sentido del sufrimiento en el mundo secularizado, en: "Il Nuovo Aeropago", n. 2/1995. 17 Cf. Idem, pag. 93 y s. 18 ARISTOTELES, Metafísica, _ 1072 b. 19 Cf. PLATON, Convito, 178 c, d. 20 PLATON, Convito, 203 a. 21 Cf. PLATON, Convito, 206 d, e. 22 La palabra latina beatitudo proviene de beatus, que se refiere a quien ha recibido el bien, bonum. 23 ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY, El Pequeño Príncipe, como antes p. 116. 24 Las palabras cultus y cultura derivan de la palabra colo, es decir cultivo. Solamente trabajando en comunión "cultivamos la tierra", tal como corresponde a las personas libres, es decir personas ligadas a la verdad y al bien que provienen de Dios. Trabajamos, pues, para el hombre, adorando a Dios en la verdad y en el bien de lo que es. DOLENTIUM HOMINUM 138 WANDA POLTAWSKA La responsabilidad del médico en la vida del paciente Introducción Desde hace siglos, la profesión del médico es objeto de particular estima. Algunos la han llamado libre profesión, otros, vocación; hasta se ha considerado que era, no una profesión, sino un arte, ars medica. Este "menester", totalmente orientado al bien de los demás, ha llevado siempre consigo una especial responsabilidad, que se menifiesta en la formulación, desde los tiempos de Hipócrates, de una diversa e independiente ética profesional, aceptada por todos los médicos del mundo. Este código ético, aplicado al ejercicio de la medicina, justifica la confianza que la gente pone en los médicos. La estima general es la respuesta a la especificidad de esta profesión, digna de respeto. Se ha determinado así una particular dependencia del paciente con respecto al médico; tal dependencia existe aún, aunque la opinión general sobre los médicos ya no aparece siempre llena de estima y de admiración. En los últimos decenios, de hecho, el ethos de los médicos ha sufrido alteraciones tan sustanciales que se ha hecho necesario concretar de nuevo sus auténticos contenidos. Quiere decir que se ha determinado una urgente necesidad de redefinir de manera precisa los deberes y los derechos de los médicos. 1. La ética tradicional de los médicos y la ética católica. La ética tradicional de Hipócrates no se oponía de ningún modo a la ética católica, y durante siglos los médicos católicos, prestando el requerido juramento, no han tenido problema alguno. Sólo los cambios introducidos en el texto del juramento han provocado conflictos y laceraciones. Puesto que bajo los regímenes totalitarios, a menudo los médicos eran ejecutores de múltiples encargos políti- cos, tales regímenes pretendieron controlar y dirigir su actividad profesional, quitando a la profesión del médico su propia independencia. Buen ejemplo de esta situación es la actividad de los médicos alemanes durante la época de Hitler, concluída con la infame condena a muerte para muchos médicos a consecuencia del proceso de Nuremberg. De hecho, ha sido el Tribunal Supremo de Nuremberg el que, en 1947, restituyó a la medicina la propia independencia, estableciendo de manera unívoca que el médico debe seguir exclusivamente la tradicional ética profesional y la propia conciencia del médico, sin ser obligado a someterse a ninguna ley prescrita por otras instituciones. Es decir que el médico está autorizado a oponerse a eventuales requerimientos contrarios a su conciencia profesional. Podría parecer que una afirmación de este tipo hubiera salvado el ethos de la profesión de los diversos peligros. Es decir, podría parecer que a partir del proceso de Nuremberg, hubiera cambiado decididamente la situación en el campo de la medicina mundial. Al contrario, los crímenes juzgados en Nuremberg, como -por ejemplo- el hecho de dar muerte a los enfermos para abreviar una vida que ya se da por inútil, o el uso de personas para llevar a cabo experimentos, ya entonces juzgados de modo unívoco como "crímenes", han tenido entre tanto la aceptación social y actualmente muchos médicos desenvuelven actividades que en el proceso de Nuremberg hubieran sido condenadas como crímenes. Esta significativa transformación de la ética tradicional crea, para los médicos católicos, un problema fundamental o, en todo caso, debería crearlo, porque existe un conflicto básico entre la actual práctica médica y los principios de la ética católica, a la que el médico católico está obligado a adecuarse en el ejercicio de su profesión. Por otra parte, también el paciente creyente tiene de- recho a esperar, por parte del médico, comportamientos y consejos conformes a los principios del Decálogo. Semejante situación crea una inevitable dicotomía entre los médicos de todo el mundo, que se hace evidente en la frecuente creación de organizaciones de médicos católicos. La tradicional ética de Hipócrates obligaba a los médicos a la observancia de algunos puntos fundamentales, que vinculan hasta hoy a todo médico honesto, independientemente de su concepción del mundo: a) Primum non nocere: ante todo, no causar mal Este principio obliga a un estudio y a un continuo ponerse al día para llegar a diagnosticar con exactitud la patología que tenemos a la vista y, en caso de dudas, obliga a buscar la ayuda de colegas con más preparación y experiencia (la tradicional llamada a consulta está desapareciendo; cada médico se considera a si mismo una "autoridad"); obliga al estudio y a la investigación continua de nuevas y más eficaces metodologías de cura pero, al mismo tiempo, obliga a la prudencia y a la reflexión sostenida: es decir, pone en guardia frente a la precipitada aceptación de las novedades, porque a veces los métodos de cura propuestos provocan en el paciente efectos peores que la misma enfermedad. Ante todo es importante tomar en consideración las fuerzas inmunológicas del organismo y, en lo posible, reforzarlas. Obliga a una cierta humildad. b) Salus aegroti suprema lex esto que la salud del enfermo sea la ley suprema El deber de poner la salud del paciente en el primer puesto en el ejercicio de la medicina determina la construcción de un número cada vez mayor de hospitales y casas de cura, con VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO el fin de poder curar al enfermo de los modos y en los tiempos necesarios. Mas para el médico creyente el concepto de salud debe incluir algo más que la simple salud del cuerpo. En la concepción cristiana, el hombre nunca es sólo cuerpo, sino una persona que tiene sus orígenes en Dios, que tiene un alma y que, por lo tanto, tiene en sí una dimensión de eternidad que es su finalidad: es decir, que tiene como fin la felicidad eterna. Por tal concepción del hombre, la idea de "salus" debe comprender la entera perspectiva del destino humano. Por consiguiente, ni la terapia ni sus efectos pueden ser opuestos a la dignidad humana y a sus responsabilidades. El médico católico no puede practicar una terapia que comporte, por ejemplo, la necesidad de quitar la vida a otra persona, como sucede en la cura quirúrgica de Alzheimer y en otras enfermedades curadas mediante trasplante. De ahí nace la fundamental diferencia entre el comportamiento de los médicos creyentes y los no creyentes -una división cada vez más profunda- porque un católico no puede prescribir a un paciente un medio abortivo o anticonceptivo, no puede proponer la esterilización ni la manipulación genética, etc. Incluso la cura de la esterilidad no puede hacerse mediante la fecundación artificial, indigna del hombre, ni la cura de las neurosis sexuales puede suponer la propuesta de cometer adulterio, etc. Si la preocupación por la salud, que es el principio básico de toda la actividad del médico -"suprema lex"- debe tener en cuenta no sólo la vida terrena, sino también la vida sobrenatural del paciente, los consejos del médico no pueden dañar al alma. Más aún, el médico católico debe aceptar el primado del alma con respecto al cuerpo y ocuparse de su destino. Por esto, si un recién nacido tiene una salud incierta o hay peligro de vida, el médico católico debe preocuparse de que sea bautizado inmediatamente, o si un paciente está gravemente enfermo, debe tener la posibilidad de contar con la absolución y la unción de los enfermos. Todos los consejos del médico referentes tanto a la terapia como a la profilaxis, teben tomar en consideración la visión exacta e íntegra del hombre. A tal fin, el médico debe no sólo conocer, sino también aceptar los principios de la antropología cristiana y adecuarse a ella. 2. La justa concepción del hombre en la contraposición entre antropología cristiana, biologismo y utilitarismo El médico puede tratar al paciente del modo justo solamente cuando acepta la concepción fundamental del hombre revelada por el mismo Cristo que, si ha ido "contra corriente" con respecto a la concepción del mundo de sus tiempos, va igualmente "contra corriente" con respecto a las ideas predominantes en el mundo de hoy. Antes de que un médico se acerque a un paciente, debe saber quién es. La ética cristiana, la ética más rigurosa, exige que en la persona sometida a su decisión, el médico vea a Dios mismo. Pide al médico que no domine al enfermo, sino que le sirva; impone el respeto que deriva únicamente del hecho de ser un hombre, porque para un cristiano ser "hombre" significa ser hijo de Dios, creado a imagen del mismo Dios. El médico católico debe aceptar el origen divino del hombre, de todo hombre, independientemente del estado y del desarrollo de su cuerpo. En cada uno debe ver este valor fundamental que es la dignidad de la persona humana. Esta persona es llamada a la vida por el Espíritu, y en este punto la ética católica se opone total y unívocamente al biologismo, que ve en el hombre sólo un conjunto de células del padre y de la madre, sin tener en cuenta al Espíritu que da y mantiene la vida. El médico debe aceptar el hecho de que el verdadero dador de la vida no son los padres, porque estos transmiten sólo la vida recibida de Dios creador; en consecuencia, exclusivamente el Creador puede ser considerado el Señor de la vida, sólo a El debe dejarse la decisión, tanto en el momento del nacimiento, como en el de la muerte. El respeto a la persona debe conducir al respeto al cuerpo humano y dictar el modo de comportarse. El derecho a la vida es el derecho primario de todo hombre; y misión del médico es la de tutelar toda vida, en particular la vida amenazada, débil y enferma. Es cosa evidente que el médico no tiene el derecho de matar ni a un niño no nacido, ni a una persona anciana cuya vida está por acabar. El católico no puede nunca ni en ninguna situación quitar la vida. "In dubio mitius": en la duda, elegir la solución más suave. Esta regla de conducta del médico, especialmente de los 139 especialistas, acaba -aun no queriéndolo- por favorecer una opción no correcta, es decir, la aceptación del principio del llamado mal menor. Pero el médico católico no puede escoger el mal, sea el que sea: ni el mal mayor, ni el mal menor. La elección del mal es siempre un pecado. Muy significativas son, a este propósito, las palabras de Jesús: "Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que sucedan, pero ay del hombre por cuya culpa sucede el escándalo" (Mt 18,7). Ahora bien, puesto que las decisiones justas dependen de las convicciones personales del médico, no carece de influencia quién es el médico y cómo vive la propia vida. La antropología cristiana, que encuadra la vida humana en la perspectiva de la eternidad, pone exigencias unívocas. El hombre no tiene sólo la vida recibida en don, sino también los trabajos correspondientes: es decir, debe ser perfecto "como es perfecto el Padre que está en los cielos" (Mt 6,48). Así pues, el médico debe ser... santo, porque este es el deber primario de la vida de toda persona, y el católico debe tener conciencia de ello. Así pues, a parte de los deberes para con los pacientes, también para consigo mismo el médico tiene deberes precisos, y puede afirmarse tranquilamente que los primeros condicionan a los segundos (son interesantes, a este punto, los consejos sobre la vida sexual dados en la televisión por un médico que había tenido cuatro mujeres). En fin, principio fundamental de la actividad de un cristiano debe ser siempre el amor al prójimo, un amor total. "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" -dice el Evangelio; y no es posible pensar en realizar tal amor cuando se le condiciona a las ventajas económicas, con respecto a las cuales habría que conservar siempre una total independencia. En la historia de la humanidad hay muchas figuras excepcionales de médicos cuya actividad ha sido animada por un amor al prójimo llevado al heroísmo; por ejemplo, los médicos polacos que decidieron morir junto con sus pacientes durante las persecuciones nazis (dr.Zdzislaw Jaroszewski)1. Pero el amor al prójimo debe demostrarse también con el respeto para con el cuerpo de todo hombre, con la delicadeza y la cordialidad con que se le trata. Realmente, puesto que la dignidad de la persona humana incluye también su cuerpo, el paciente tiene derecho a ser tratado de modo que su DOLENTIUM HOMINUM 140 dignidad no sea herida ni humillada. A este respecto, un problema es el de creer que sea necesario que el paciente se desnude sin respetar el pudor (por ejemplo, en radiología: no es verdad que el paciente debe desnudarse; en las clínicas privadas americanas tal cosa es impensable. De hecho, el examen radiológico se hace sobre el paciente cubierto con una túnica, pues es sabido que la tela no provoca sombras). En fin, el médico está a menudo presente en el momento de la muerte. Ahora bien, para un creyente, la muerte es el encuentro con Dios "cara a cara", y el hombre ha de prepararse para ese momento con infinita seriedad. Por consiguiente, el enfermo no puede ser echado en un pasillo y escondido tras un biombo, dejado como una cosa ya inútil; el médico católico tiene el deber, asistiendo a su muerte, de orar por él, de preparar con toda la delicadeza posible a la familia a enfrentarse con ese momento y hasta hacer posible su presencia para que la muerte sea verdaderamente humana. El médico católico debe procurar que en las estancias de los enfermos haya un Crucifijo sobre una pared y que un sacerdote pueda asistirlos, a fin de no crear un vacío entre la teoría y la práctica del ethos. 3. La casuística Observando la actividad de los médicos que se dicen católicos, se nota una divergencia sustancial entre la afirmación de pertenecer a la Iglesia, por haber recibido el bautismo y los sacramentos de la Confirmación y del Matrimonio, y su comportamiento en el ámbito profesional. El ambiente médico está simplemente corrompido y de esto son culpables todos los médicos, incluso los católicos. Basta recordar lo sucedido el 13 de diciembre de 1993 en Polonia, cuando, aun estando presentes los representantes de la Unión de Médicos, los católicos votaron contra los principios de la ética. Los médicos católicos se caracterizan por la debilidad y la disponibilidad al compromiso, por su fácil sumisión a las presiones del ambiente para lograr ganancias y popularidad. Podrían citarse infinitos ejemplos de degradación moral de los ambientes médicos, no para reprobarlos, sino para emprender iniciativas aptas a mejorar tal situación. Un modo es la pastoral sanitaria, la iniciativa de la Iglesia Católica que, por ejemplo en Cracovia, posee una tradición particular, porque durante muchos años ha sido función del actual Santo Padre. Efectivamente, la Iglesia preocupada por la salvación del hombre, da concretas indicaciones. Pero el conocimiento de los documentos de la Iglesia es espantosamente escaso entre los médicos, por más que muchos documentos pontificios se refieran precisamente a los problemas de los que ellos se ocupan o deberían ocuparse. Por lo tanto, la primera función del médico católico es tener un profundo conocimiento de la doctrina de la Iglesia y confrontar las propias concepciones con los principios de la ética católica; no sólo las reglas generales, sino también su aplicación en las concretas situaciones de la vida. Actualmente existe una enorme tentación de seguir ambientes "progresistas" y liberales, tentación dictada simplemente por la vanidad humana. Por el contrario, el médico debe encontrar su puesto de instrumento de la Gracia divina, o arrogarse los derechos pertenecientes a su Creador. Así, no toca al médico decidir el momento del nacimiento, ni quién debe tener el niño, o cuándo es oportuno matar a la abuela. También la fecundación "en probeta" constituye una tentación para los ambientes médicos en nombre de los llamados "progresos de la ciencia". Indudablemente aquella representa un cierto desarrollo de las posibilidades técnicas, pero en cuanto concierne a la dignidad humana, ese modo de nacer se opone a su esencia: está a medida de los animales, que son una cosa diversa del hombre. Ahora bien, aun no negando la necesidad de curar la esterilidad, es necesario poner, al mismo tiempo, límites precisos a la intervención de la ciencia. El médico católico: 1) nunca, en ningún caso, puede dar muerte a un niño; no existe ninguna diagnosis médica que autorice a matar. Puede haber sólo curas particulares cuando el embarazo presenta complicaciones, porque se trata siempre de salvar a dos personas; 2) no puede ni proponer ni realizar la fecundación artificial "in vivo" o "en probeta", independientemente del hecho que sea hétero u homológica; 3) no puede inducir al paciente al onanismo para controlar la cantidad de espermatozoos, entre otras cosas porque los resultados nunca son seguros. De hecho e- xisten personas que tienen cinco hijos, aunque el análisis del esperma hubiera demostrado una escasez cuantitativa o cualitativa; 4) no tiene motivo para hacer en todos los casos la diagnosis prenatal, que sólo debe servir para una eventual cura, pero nunca para dar muerte; 5) no puede proponer a las personas enfermas de SIDA o de otras enfermedades venéreas, el uso del preservativo, puesto que solamente la abstinencia es el medio profiláctico seguro; 6) debe afirmar de manera clara que la virginidad no contradice a la naturaleza, y difundir una visión auténtica de la sexualidad humana. No existe mecanismo alguno fisiológico que obligue a la persona a la actividad sexual; 7) en los conflictos matrimoniales, nunca puede aconsejar el divorcio como solución de la situación conflictiva; 8) no puede condicionar su servicio a la ventaja económica que consigue de él; 9) no tiene derecho a matar a una persona gravemente enferma, poniendo como pretexto la llamada misericordia. Nadie sabe cuanto pueden ser necesarios a la salvación los momentos difíciles de la enfermedad; 10) no puede ceder a ninguna presión, del carácter que sea, sino que siempre debe dejarse guiar por el código de la ética católica, aunque esto suponga pérdidas financieras o incluso de prestigio; 11) acerca del problema siempre controvertido de los anticonceptivos, debe definirse de manera unívoca; y si no comprende sus motivaciones, tiene el deber de hacerse aconsejar por algún moralista o leer los documentos de la Iglesia; 12) en la propia vida debe ayudarse con la gracia de los sacramentos, para que sus consejos sean iluminados por el Espíritu Santo. El médico católico debería ser consciente de que su actividad debe desenvolverse concorde con las palabras dirigidas en Cracovia a los médicos por el Santo Padre: "Vosotros sois mi brazo tendido a quienes no vendrán a mí" "Que vuestro decir sea sí, sí; no, no" (Mt 5,17), sin claroscuros. Prof. WANDA POLTAWSKA Directora del Instituto de Teología de la Familia, de la Academia Pontificia de Teología - Cracovia - Polonia. Miembro de la Pontificia Academia para la Vida - Consultora del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Agentes Sanitarios 1 Exterminio de los enfermos mentales en Polonia 1939-1945, Casa Editora PWN, Varsovia, 1993. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 141 ELIO SGRECCIA El embrión signo de contradicción Ante todo dirijo mi profundo agradecimiento a Su Eminencia el Cardenal Angelini por haberme invitado para dar inicio a la mesa redonda. Al mismo tiempo, deseo confirmar a Su Eminencia la admiración y las felicitaciones por el éxito que siempre tienen estas Conferencias Internacionales, destinadas, entre otros, a constituir un punto de referencia también para la literatura ético-médica. Saludo al público y a las autoridades presentes y agradezco particularmente a los relatores que tomarán la palabra. El tema que se examina esta tarde se ha vuelto central en las discusiones actuales que se desarrollan en el doble aerópago: de la bioética y del bioderecho. Basta consultar la Banca de datos de la literatura médica y bioética. En el estatuto del embrión y del feto en los años 70-74 existían poco menos de 500 voces de literatura biomédica y 27 en tema de literatura filosófico-teológica; en el cuadrienio 90-94 contamos ya con aproximadamente 4200 voces de naturaleza biomédica y 242 en el campo filosófico-teológico. El por qué es evidente: ya no se trata solamente del problema del aborto, siempre actual, doloroso e interrogante: basta recordar la audición de la especial Comisión Juzgante del Senado USA del 23 de abril de 1981, querida por el Presidente Reagan y en la cual participó como testigo el prof. Léjeune, pero podemos recordar también las numerosas propuestas de ley hechas en las diferentes tentativas de aprobar del aborto en países de América Latina (Perú, México), propuestas en las que el problema del estatuto del embrión y del feto es involucrado directa o indirectamente aunque fuera sólo para confrontar la vida del feto con la de la madre. Pero hoy se plantean dos problemas más que han puesto esta temática en el centro de la atención: a) el problema de la procreación in vitro, donde se determina el he- cho del surplus de embriones denominados "sobrenumerarios" (nueva categoría de seres humanos) y se pone en acto una secuela de abusos: congelación, transferencias mortales, experimentaciones y destrucciones periódicas ordenadas por los gobiernos, utilización para obtener células; b) el problema que plantean los nuevos productos, instrumentos y vacunas definidos como anticonceptivos, interceptivos, antigestionales; en realidad son abortivos pues impiden la instalación o que continúe la instalación de un óvulo ya fecundado. Entre estos podemos mencionar la espiral, la píldora del día después, el northplant y las vacunas. De este tema se ocupa la Evangelium Vitae en el n. 13. Con respecto a los últimos temas, sobre todo en relación con la procreación in vitro, se han propuesto teorías sofisticadas e infundadas del pre-embrión, el embrión precoz antes de los 15 días, o del pro-embrión, el embrión hasta los 8 días. Imagino que los presuntos fundamentos de orden biológico o filosófico serán desarrollados y examinados aquí por los diferentes oradores. Deseo subrayar el texto de un Padre de la Iglesia, Tertuliano: "Homo est qui venturus est". Y también aquel texto más conocido de la Instrucción Donum Vitae, tomado por la Encíclica: "Desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces... Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar" (Donum vitae, I, 1; Evangelium vitae, n. 60). La demostración de esta afirmación se apoya sobre todo en el hecho biológico: 1. No hay un momento que sea menos necesario de otro (lo afirma también el Informe Warnock) y cada estadio depende estrictamente del anterior por el cual está determinado. 2. Las objeciones fundadas en la división gemelar, en la aparición de la estría primitiva y del inicio del sistema nervioso, sobre la importancia de la instalación como hecho decisivo para la continuidad DOLENTIUM HOMINUM 142 del desarrollo, no influyen ni en la individualidad del embrión ni en la continuidad del desarrollo: en la división gemelar la parte no residua no pierde la individualidad de ser humano, la parte nueva que se separa tiene su nueva individualidad; la aparición de la estría primitiva y del sistema nervioso, como el conjunto de la organogenia, son el resutlado de este desarrollo activo e individualizado. Los dos momentos de verdadera discontinuidad en la vida de un individuo son la fecundación y la muerte A partir de esta realidad, la misma razón humana y filosófica, debe ir más alla de toda mentalidad fenomenológica o funcionalista, que consideran los hechos en relación con las capacidades operativas y con la manifestación de dichas capacidades. La razón humana, si hay una razón que busca y da una explicación de los hechos, no puede dejar de afirmar que dicha explicación profunda proviene de la existencia de una singular energía que informa y anima a todo el ser humano, lo vivifica y lo individualiza y que no es otra cosa sino el Yo capaz de espiritualidad, un Yo personal, porque tiene en sí toda la capacidad activa que se realiza en la persona. Afirma un biólogo molecular (R. Colombo): "Ninguno de los conocimientos científicos a nuestro alcance permite afirmar con certeza las objeciones hechas a la naturaleza racional del embrión y del feto humano y a su individualización" Para profundizar este tema, la Academia para la Vida ha constituido una task-force pluridisciplinaria cuya finalidad es estudiar todos los aspectos del problema y publicar una obra al respecto. Es para discutir este tema y para defender esta posición de la Encíclica que ahora debo - con poca elegancia - retirarme para participar en el grupo especial de trabajo del Comité Nacional de Bioética que discute en este momento sobre el mismo tema. Doy la palabra al primer relator y pido disculpas a todos. S.E. Mons. ELIO SGRECCIA Vice-Presidente de la Pontificia Academia para la Vida Secretario del Pontificio Consejo para la Familia VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 143 MARIE-ODILE RETHORÉ Jérôme Léjeune Perfil científico y cristiano Cuando en 1952, Monsieur Léjeune me pidió, por consejo de su esposa, que trabajara con él "en genética", acepté inmediatamente, pero ignoraba en absoluto lo que me esperaba... Por entonces no se enseñaba la genética en las Facultades de Medicina. Jérôme Léjeune estaba entonces en el servicio de pediatría del Profesor Raymond Turpin. Ahí descubrió a esos niños a los que se llamaba "mongólicos" y a los que él dedicaría gran parte de su existencia. En esa época, el Profesor Turpin era el único que había creado una consulta reservada a los niños que sufrían un handicap mental. "El más dramático, sin duda -decía a menudo Monsieur Léjeune- porque sólo el hombre puede sufrirlo, y también el más inhumano, porque impide al paciente ser plenamente él mismo". Llegado a investigador, no descansó hasta poder montar un laboratorio de investigación, "especie de máquina para sorprender la suerte, cuya eficacia descansa en un estado de alerta permanente". Poco más de diez años más tarde, con motivo de su Lección Inaugural el 10 de marzo de 1965, el Profesor Léjeune evocaba aquella instalación con un poco de nostalgia y mucha emoción: "El local era soberbio. Tenía dos vanos amplios abiertos al cielo, pero no tenía agua, ni gas, ni un jergón. Nuestro microscopio, que fue orgullo del hospital Trousseau por los años 1920, se comportaba bastante bien, sobre todo cuando los dientes limados de su cremallera eran engrasados con una hoja de papel de chocolate juiciosamente inserta entre sus engranajes"1. A partir de esa época, hemos tenido numerosos aparatos, nuevos y flamantes, cada vez más sofisticados y experimentados... nunca he visto a alguien que, desde su más joven edad, haya sido transformado, me atrevería a decir transfigurado a fuerza de papel de confitura, de papel de chocolate, de scotch... Todos los representantes y los instaladores acababan yéndose asombrados, contritos... ¡pero nunca convencidos de la buena razón de la transformación conseguida de aquella manera! Pero volvamos a la descripción original del laboratorio y de su microscopio. "Esa maravilla de óptica estaba dispuesta sobre un camastro de enfermo que hacía las veces de jergón. Una silla alta, muy parecida a las que todavía se ven en las iglesias campestres detrás del viejo armonium, completaba el mobiliario. Ahí el camastro de enfermo manifestaba todas sus ventajas: en lugar de trasladar la silla, empresa aventurada por ser bastante vetusta, uno se sentaba en él con toda tranquilidad. Después, un tal Grok, acercándose a su altura, bastaba atraer a sí el camastro para observarlo todo con facilidad. Realmente era una instalación a la buena... pero nos ha traído suerte" - concluía. Y yo añadiría de buena gana: he aquí como se puede ser un hombre feliz... ¡No le faltaba nada! Amaba lo que hacía. Creía en ello profundamente; y yo creo que ha sido eso lo que le ha permitido hacer, día a día, serenamente, lo que él creía tener que hacer, incluso en los momentos de las mayores turbulencias. Cuando el 26 de noviembre de 1993, regresando de Roma, descubrió que tenía un cán- cer de pulmón, me pidió que fuera a almorzar a su casa. Ya me costaba bastante acabar con lo que tenía en mi plato, cuando me propuso servirme más. Ante mi negativa, me dijo: "Ya ve usted, esta suciedad, si es verdad que me impide respirar, no me quita en absoluto el apetito" y volvió a servirse. Nunca he sentido en él amargura, ni celos, ni envidia. Era simplemente feliz y sabía hacer felices a los demás. En toda circunstancia tenía el genio de la réplica inmediata. Jugaba con las palabras, no podía impedirlo. Esto desconcertaba a todos sus detractores, incluso a los más duros. A menudo me pedía que leyera lo que acababa de escribir. Cuando yo encontraba un juego de palabras demasiado duro, le decía simplemente: "Señor, usted ha hecho ya esa buena frase y eso le ha causado un placer... entonces ahora puede ya retirarla..." Y él me contestaba: "Es una lástima, pero usted tiene razón, sin duda", y la retiraba. Cuando me sentía herida por las críticas que oía por todas partes y me preocupaba por el futuro de la casa, él me decía: "Por qué preocuparse, es perder tiempo cuando no se influye en los acontecimientos". Puede que tuviera una intuición de que sus días estaban contados... Cuando se llegaba a separarlo de su trabajo, a veces se tenía la sensación de estar haciendo algo mal hecho. Durante su enfermedad no he sentido más que un solo lamento: "Esto es demasiado estúpido... Quedaba aún tanto que hacer..." No estaba inquieto, no tenía miedo. A un periodista que le preguntaba si no temía las proezas técnicas que corrían el riesgo de DOLENTIUM HOMINUM 144 hacer saltar nuestro planeta, contestó: "Tengo confianza absoluta, por la sencillísima razón de que yo pienso verdaderamente que el hombre es inmortal. Creo que el hombre ha sido construído para la eternidad; pero en cambio no estoy seguro de que la humanidad haya sido construída para la eternidad. La verdadera cuestión es saber: ¿es verdad, sí o no, que el hombre ha sido hecho a imagen de Dios? ¿Es verdad, sí o no, que Dios ha amado tanto a los hombres como para tomar su imagen? Si usted responde sí, la humanidad toma una dignidad eminente. Pero si usted piensa que el hombre es perfectamente fortuito, fruto del azar en un universo impasible, ¿por qué no seguir jugándonos al hombre a la lotería?"2. "Mi padre fue un guía admirable al que yo debo todo lo que sé de realmente importante. Me enseñó que la existencia de un hombre debe ser reglamentada por dos imperativos: la rectitud del juicio y el entusiasmo por la verdad. Mi madre me enseñó la grandeza de la dedición y la omnipotencia de la bondad". He aquí las raíces del hilo conductor de este investigador, médico, docente. La investigación lo apasionaba. Lo dominaba en cuerpo y alma. "La investigación -decía- se hace a pleno corazón, a plena vida, a pleno tiempo... o si no, no existe. Los investigadores no saben más que los otros. No son sabios en el sentido estático del término. No son más que estudiantes en quienes la pasión de comprender no ha empañado la facultad de admirar. Este entusiasmo ante la naturaleza es la única verdadera marca del investigador"3. Su aptitud para imaginar teorías generales nunca le ha hecho olvidar la importancia primordial de las bases experimentales: "En el curso que tendré la dicha de presentarles -decía a los estudiantes en su lección inaugural- todo lo que les dé como experimentalmente establecido, pueden aceptarlo como piedra para edificar de buena calidad. Pero cuanto les proponga como hipótesis explicativa, deberán considerarlo como andamiaje provisional que tal vez oculta la arquitectura definitiva del edificio en construcción"4. Al principio había elegido ser investigador en genética porque, convencido de que no tenía una materia viva sino una materia animada, consideraba que la genética era la ciencia que permitía sorprender lo que anima la materia. "La genética no es una disciplina narcisista, satisfecha en sí misma y de sus construcciones abstractas. No se trata de una nueva taxonomía de la patología constitucional, de un museo de horrores cromosómicos o de una colección de curio- sidades. Debe ser una búsqueda ardiente y apasionada hacia el conocimiento, la que permite, en fin, hacer algo por los que sufren". El médico, al servicio de los pacientes, precedía siempre al investigador. "Basta haber conocido la experiencia terrible de un alma encadenada en un cuerpo imperfecto, de una inteligencia que se siente a si misma pero que no puede expresarse, falta de un substrato acabado, para comprender que la medicina no debe capitular ante este freno del destino, que no podemos resignarnos a lo irreparable... Toda la historia de la medicina está ahí para enseñarnos que quienes han liberado a la humanidad de la peste y de la rabia, no son quienes asfixiaban a los enfermos de rabia entre dos colchones o quemaban a los apestados en sus casas. La moral de la medicina se resume en una sola frase: odio a la enfermedad, amor al enfermo. Si se olvida esto, puede que uno sea técnico, pero no es un médico"5. Quería comprender como un e- rror cromosómico llevaba a una deficiencia mental. Sobre todo quería encontrar un remedio a esas terribles enfermedades. "Es una cuestión de vida o de muerte -me decía muchas veces. Si no se les cura, acabarán matándolos". Se hizo investigador en bioquímica y propuso diferentes modelos teóricos que permitían representar la superficie sensible de las células cerebrales y así prever los tipos de moléculas susceptibles de intervenir en ese metabolismo y de disminuir los disturbios. "Los hombres no nacen iguales ante el destino. La única dignidad de nuestra ciencia es tratar de darles, por medios tan diversos como necesarios, lo que la naturaleza les ha negado o quitado"6. Todo lo que se refiere al hombre y a su inteligencia era casi sagrado a los ojos de Jérôme Léjeune: "Nuestros nuevos moralistas -decía- pretenden que el hombre ha sido hecho por la sociedad, que es ésta quien le da su inteligencia y que, por consiguiente, tiene derecho a disponer de él en función de las leyes que se da a sí misma. Y sin embargo, todo el conocimiento acumulado desde hace milenios nos enseña lo contrario. La inteligencia humana y toda la ciencia no son productos de la evolución en el sentido automático del término: la inteligencia de los hombres existe porque son hechos así. Y les ha sido dada entera y gatuitamente"7. Para hacer comprender lo que es la inteligencia humana, la comparaba al funcionamiento de las calculadoras modernas: "Se parecen decía- simplemente porque son hechas por el hombre. No es sorprendente que encontremos en las más maravillosas de ellas una especie de espejo de la manera en que somos configurados. Esto quiere decir que los ordenadores son exactamente una inteligencia desencarnada. Esta es la razón de que su poder nos parezca a veces tan temible. Los hombres son todo lo contrario, son exactamente una encarnación de la inteligencia y esta es la razón de que cada uno de nosotros sea hasta tal punto precioso"8. "Un inmenso rumor considera al hombre como una anomalía sin causa, cuyo destino no está escrito en ninguna parte, objeto para siempre incomprensible, surgido VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO fortuitamente de un impasible universo... O bien la inteligencia humana es el fruto de un azar, simple caso de figura de los mecanismos evolutivos como algunos lo quisieran y según la vieja aporía de Demócrito renovada por Monod: "Todo en la naturaleza es el fruto del azar y de la necesidad". O bien nuestra inteligencia es, como quisiera Engels, una simple consecuencia de las leyes físico-químicas. La materia y la energía estarían embarazadas del espíritu al punto que éste aparezca, infaliblemente, en algún rincón del universo. Más allá de esta alternativa que desvía le inteligencia, existe una explicación más veraz. A saber: que el espíritu, que guía el universo y sus leyes, creó, de modo totalmente particular, la sola forma viviente capaz de descubrir sus maravillas. Y entonces, ¡el hecho de que el universo nos resulte inteligible, se hace a su vez inteligible! La superioridad absoluta del hombre, su completa novedad, está en ser la única criatura capaz de probar una especie de connivencia entre las leyes de la naturaleza y su sensación de existir. La facultad de admirar no existe más que en el hombre "Aquel que, el primero, supo que debía morir y construyó sepulcros; aquel que socorrió a su semejante herido, lo cuidó, lo alimentó y protegió su debilidad; aquel que descubrió el arte bastante más allá de la técnica; aquel que es todos nosotros y no tiene cien mil años, posee como una chispa del Amor Inteligente"9. Y este hombre, simplemente por ser hombre, tiene derecho al respeto absoluto de su vida, desde su primer instante hasta su término natural. Es uno de los mensajes del Profesior Léjeune, que el mundo entero conservará: "Unos científicos se extienden en consideraciones sumamente nebulosas para hacer creer que ellos, científicos, ya no saben qué es un ser humano, ni cuándo comienza... Pero nosotros sabemos exactamente qué es un ser humano, tenemos una definición sumamente simple: es un miembro de nuestra especie. Si, en efecto, el embrión no es un miembro de nuestra especie desde sus primeros instantes, no llegará a serlo nunca"10. A un periodista que le preguntaba qué pensaba de los Comités de éticos que decidían sobre el respeto a la vida y sobre los embriones, respondió: "Cuando oigo hablar de ética, me pongo en guardia. Las personas que hablan de ética tienen a menudo el deseo de alargar la moral... Quien habla de moral piensa que las costumbres deberían conformarse a unas leyes superiores; pero quien habla de ética da por supuesto que las leyes deberían conformarse a las costumbres"11. Raras veces hablaba de su fe. Simplemente, la vivía. "Se me ha preguntado a menudo qué sería yo si no fuera cristiano. Estoy obligado a responder que no lo sé. También se me ha preguntado qué sería si no fuera médico. Igualmente debo responder que no lo sé. Ciertamente, tenemos facetas diferentes pero, en fin de cuentas, todo está tallado de la misma piedra"2. Cuando se le preguntaba si el médico que él era no se la tomaba con Dios por todos los sufrimientos que encontraba cada día, Léjeune respondía: "Ante el mal intolerable, el médico no acusa a Dios... Esa tentación de acusar a Dios... no, verdaderamente no se me presenta". La respuesta al misterio del sufrimiento la encontraba en la explicación de Cristo ante el ciego de nacimiento: "En un sentido analógico, puede decirse que cuando los hombres llegan a vencer la enfermedad, a arrancar a un niño de las manos de la muerte, cuando 145 hacen avanzar la ciencia, son también las obras de Dios las que se manifiestan"12. "En nuestro tiempo materialista -decía en Notre Dame de París el 10 de octubre de 19824- puede parecer desplazado el conciliar los datos de la revelación con las hipótesis fundadas en las constataciones científicas. Esos dos modos de conocimiento son fundamentalmente diversos. Uno, dado gratuitamente, se expresa en lenguaje poético que el corazón comprende con júbilo. El otro, conseguido laboriosamente, es un discurso difícil que la razón domina a duras penas y -concluye- tal es la decisión de Dios que hizo el cielo y la tierra e hizo todas esas cosas tan oscuras a los sabios y a los hábiles y las reveló a los niños". Su convicción profunda la manifestó al término de su lección inaugural1: "Cualquiera que sea el nombre que se le da, cualesquiera que sean las cualidades que se le atribuyen, o la estructura que se le supone, algo debe existir en los confines de la materia y de la forma, que trascienda a ambas y, sin embargo, las una. Virus formativo, matriz interior o hilera de macromoléculas, no son más que las transformaciones progresivas de una idea que es siempre la misma: idea que nos parece inevitable, tal vez porque está realmente inscrita en lo más profundo de nosotros mismos. Idea que no sabría resumir mejor que parafraseando el comienzo de un antiquísimo libro: al principio hay un mensaje. Ese mensaje está en la vida y ese mensaje es la vida." Pr Marie-Odile RETHORÉ Miembro de la Academia Nacional de Medicina de Francia Profesor Asociado de Genética en la Universidad de París (Francia) 1) Lección Inaugural. 10.3.1965. La Expansión Científica Francesa. 15, rue Saint Benoit, París 75006. 2) "No me gusta que se hable de ética cuando se trata de moral" 1.3.1985. France Catholique, n. 1993. 3) La encarnación de la inteligencia. 28.9.1978. Congreso de la Asociación Saint Benoît, Avignon (Francia). Eaux Vives n. 39, 26-37. 4) Biología, conciencia y Fe, 10.10.1982. Investigaciones y experiencias espirituales. Notre Dame de París (Francia). DOLENTIUM HOMINUM 146 ADRIANO BAUSOLA Antropología cultural del derecho a la vida El enfoque antropológico-cultural de la temática de la vida, de su valor, de su defensa, puede ser realizado a diversos niveles. La antropología cultural, tomada en su acepción más rigurosa, es indagación descriptiva y comparativa de los diversos sistemas (o subsistemas) de cultura, de los diversos ethe, con particular atención a sus formas originarias, aun con desarrollos interpretativos, pero sin una actitud valorativa (por lo menos declarada programáticamente, porque de hecho las cosas siguen después, a menudo, caminos diversos). Esto lleva tendencialmente a llevar a cabo la comparación de los numerosos sistemas culturales a nivel mundial. Pero es manifiestamente imposible realizar una vindimiatio completa sobre todos los sistemas culturales mundiales, sean cuales fueren los particulares temas que, en el interior de tales sistemas, se quiere indagar. Por eso hay que escoger: yo, de acuerdo también con mi específica preparación cultural, apuntaré, con respecto al tema particular que nos compromete en esta gran reunión (el valor, la defensa de la vida) sobre la discusión propia de los sistemas de cultura occidentales de nuestro tiempo, por un confrontarse entre ellos y, saliendo del mero momento descriptivo, por una discusión crítica de los mismos. Tratar del derecho a la vida en relación con la amenaza contra ella constituida por el aborto es muy difícil, sin abordar también -en nuestras sociedades occidentalesel tema de la eutanasia. Por ello, si queda tiempo, abordaré también brevemente este último. Partiré de una observación de hecho. La discusión acerca del aborto y la eutanasia se concentra sobre todo en la cuestión directa de su liceidad y de su posibilidad de ser reconocida por parte de la ley positiva. En esta discusión los críticos del aborto y la eutanasia adoptan argumentos que, por su objetiva inopugnabilidad, deberían conseguir fácilmente el asenso general. Y sin embargo, es un dato de todos los días la dificultad de hacer aceptar tales argumentos: son muy a menudo desconocidos o netamente refutados. La cultura dominante incluso los hace objeto de irrisión. Una eficaz acción antiabortista, en el terreno de las argumentaciones y de la persuasión, no puede ignorar el hecho de la escasa influencia entre los hombres de hoy (por lo menos en Italia) de tales argumentos, y debe interrogarse, para después intentar obrar en consecuencia, acerca de las razones del fracaso persuasivo de cuanto en sí hay de válido y ni siquiera demasiado difícil de entender. Una investigación histórico-cultural sobre los orígenes del abortismo hoy difuso, especialmente en los más seguidos instrumentos de la información de masa, resulta por todo ello indispensable. Empezaré, para intentar un boceto de indagación, por una observación de fondo realizada por Luigi Lombardi Vallauri. Para este autor, la forma de abortismo que hoy prevalece, es la "libertaria" (el aborto es legítimo porque el feto es propiedad de la madre, cosa suya, y, en todo caso, la mujer tiene derecho a administrar el propio cuerpo, sin intervenciones del Estado o de otras autoridades), más que la "humanitaria" (el aborto es "mal menor" que hay que prevenir, en lo posible y, de lo contrario, debe ser tolerado). Entonces es necesario someter a análisis los caracteres que acompañan a la doctrina abortista-libertaria: la tendencia igualitario-homosexual que acompaña a ciertas defensas del aborto, sobre todo por parte feminista; el anticatolicismo, el anarquismo, etc. Hecho esto, se presenta en primer plano la pregunta central: ¿cómo se ha podido llegar a tanto? Volviendo a la terminología freudiana, puede observarse que la ética cristiana -ética también del deber, del sacrificio, de la superación del mero interés individual y, por lo tanto, ética capaz de tutelar toda vida, incluso aquella que aún no sabe hacerse valer- ha tenido, respecto a hoy, menores dificultades en la situación científico-social pre-industrial, pre-moderna: "el principio de realidad" en una situación así, requería del hombre sacrificios (dada la limitación de los recursos entonces disponibles) y hacía creíble la perspectiva ética cristiana, con sus indicaciones de renuncia, de moderación; lo que, además, hacía disponibles a aceptar las normas que exigían la renuncia a intereses propios, para salvar los derechos de otros, incluídos los de quien aún no había nacido. Con el advenimiento de la sociedad industrial, con el triunfo de la tecnología, ha parecido que la disponibilidad de los bienes se hubiera dilatado hasta el punto de no exigir ya la ética del sacrificio propia de edades anteriores. En años no lejanos se ha hecho dominio de las masas la sensación, en los países industrializados, de que la penuria ha sido definitiva- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO mente superada y que el "principio de realidad" ya no exigía las tradicionales inhibiciones. Como ha escrito Augusto del Noce: "el dominio total del hombre sobre la naturaleza coincidiría con la separación de la ética, al menos en el aspecto que en ella significa renuncia, sacrificio, ascetismo. Así pues, a la victoria de la técnica sería correlativa la desaparición a un tiempo de la religión y de la moral. El progreso técnico haría posible un completo naturalismo". He aquí el afirmarse, a nivel de masa, de cuanto anteriormente había sido sostenido solamente por algunos filósofos: "el principio del placer" es el criterio de las acciones humanas y el libertarismo ético es la fórmula que lo expresa adecuadamente. Yo observaría que en la raíz está la crisis histórica (no una crisis de derecho, puesto que, según verdad, las cosas están de modo bastante diverso) de la concepción metafísica (y cristiana) que veía el mundo rico de significados objetivos, porque estaba finalizado por Dios y, por lo tanto, orientado en sí mismo y capaz de orientar al hombre según normas morales objetivas: el ateísmo y el materialismo de algunos filósofos modernos han teorizado, universalizado, la concepción mecanicista del universo, propia de la ciencia moderna en su nacimiento (pero apenas es el caso de recordar que la misma ciencia, en nuestro siglo, ha revisado ampliamente los propios principios, volviendo a poner en tela de juicio el mismo mecanicismo). La filosofía materialista, que se encuentra con el movimiento de masas de la industrialización, que ha dado la ilusión de una ilimitada capacidad del hombre de dominar la materia y de dominarse a si mismo, sin límites objetivos, ha llevado al libertarismo ético de masa (presente en el Oeste y en el Este, en el capitalismo y en el comunismo o socialismo). Prevaleciendo, con esta cultura de masa, el principio del placer sobre el principio de realidad, la moral sexual y familiar tradicional se ha encontrado a veces, es cierto, con el soporte cristiano, aunque a su vez debilitado para muchos. De aquí también la expansión del libertarismo sexual: divorcio, anti-familia, homosexualidad incluso teórica, pornografía, abortismo. Pero el abortismo, en este cuadro, tiene una connotación toda suya, derivada del particular fenómeno social del que es expresión. El abortismo es síntesis de hedonismo y de desesperación. Los cientos de millones de hedonistas individualistas posesivos engendrados por la cultura burguesa emancipada, internamente desdichada, transferida a las masas por el socialismo y por el movi- miento sindical, no se encuentran hoy frente a la superación de la penuria, sino frente a los límites del desarrollo, al desastre ecológico, a la presión demográfica, a la nueva delincuencia: en fin, al parcial fracaso, incluso material (y no sólo espiritual) del materialismo. No se puede, al parecer, no ser burgueses; pero hoy se corre el riesgo de no conseguir ya serlo: lo que significa triunfo ideológico de la cultura industrialista, es crisis humana y real de la misma. El abortismo libertario es, precisamente, un fenómeno de desenfreno moral y de desesperación, y es favorecido, gracias al desenfreno, por el triunfo; y gracias a la desesperación, por la crisis del materialismo. En una edad de crisis, una vez asumida la insubsistencia de normas éticas transcendentes, no vale la pena salvaguardar vidas que atentan al bienestar de quien ya vive en el mundo, y que son vis- 147 tas -si se las permitiera nacer- destinadas a un mundo coloreado con un sombrío pesimismo. Además del cálculo egoísta del "sigamos siendo pocos, así podremos seguir viviendo bien en el mundo", debe subrayarse bien este motivo de pesimismo existencial propio de nuestra sociedad en crisis, que llevaría a sentir como negativo en si mismo el permitir nacer hoy. "Dentro de una planificación integral de la economía y de la sociedad-naturaleza -escribe también Lombardi Vallauri- el momento libertario es perdedor y provisional, no se puede menos de ir hacia la socialización total. En el mundo materialista del "nada-más-que" (nada más que el mundo de la cantidad, de la materia) el hombre queda privado de esencia ontológica, es un proceso calculable, plasmable, al que la esencia humana es distribuída soberanamente, históricamente, por la sociedad; y es la sociedad quien confiere el derecho a existir. En el proyecto libertario, este derecho ontológico del que ha de nacer es confiscado por la madre. ¿No pasará el día de mañana al sindicato, al partido, a la oficina de programación? Dentro del inmanentismo materialista, el abortismo totalitario tiene por lo menos las mismas chances del abortismo libertario; más aún, el colectivismo tiene probabilidad de prevalecer, en definitiva, sobre el individualismo". Debe observarse aquí que, en muchos ambientes, ha faltado la educación para mirar con el ojo de la razón, porque prevalece el sensismo (o, a lo más, una versión más afinada del mismo, el sentimentalismo ético), para el cual sólo cuenta quien logra suscitar sentimientos, sensaciones de simpatía o de piedad: el niño que ya ríe o llora, no el niño que aún no se ve (al adulto se le respeta porque tiene la fuerza de los brazos, o de la mente). En el fondo está todavía, muy a menudo, metafísicamente el materialismo, pero con una aplicación psicológica que debería ser adecuadamente indagada aparte: se trata de localizar concretamente, en las ramificadas raíces psico-sociológicas, el motivo de la caída de DOLENTIUM HOMINUM 148 la razón, sin la cual -sin el concepto además de la sensación- es difícil entender la verdad por la que aun una vida no plenamente desarrollada es, sin embargo, esencialmente vida, y existe el deber de respetar universalmente la vida. El libertarismo, debemos añadir, tiene su matriz no sólo en la civilización de la (creída) abundancia; también es su matriz la convicción de que, caída la construcción metafísica llamada "helénica" (que sostiene un orden en el ser querido por Dios), al mundo el orden se lo da el hombre, a su gusto. Con todo, existen también teólogos, protestantes y católicos, que afirman que Dios quiere un mundo en el que el hombre dé -él mismoel sentido a las cosas, a la vida; y entonces surge la exigencia, aun no ignorando las dificultades de encontrar audiencia hoy, de retomar, repetir, afinar las antiguas verdades metafísicas, además de éticas. No hay duda de que existen hoy formas de humanismo laico no nihilista, positivamente abierto a los valores interpersonales, al respeto de la vida de los demás. En el pasado, hubo una ética burguesa de la sobriedad y de la disciplina; hoy, existen humanistas, socialistas o no; ayer y hoy ha habido y hay filósofos como Rousseau, Kant (que, en verdad, no eran precisamente ateos), Croce y otros que, aun no siendo creyentes, no comparten el libertarismo destructor y nihilista. En ellos actúa implícitamente, a menudo, la herencia cristiana. Es posible un diálogo con ellos para mostrar las premisas cristianas (implícitas, desde luego) de su humanismo. Los humanistas laicos, muchas veces, no defienden sus valores por pura opción, sino por sentimiento (es una emoción, una pasión que no sabe encontrar fuera de si fundamentos teoréticos). Ahora bien, puede observarse que se trata de hacer ver no tanto que esa emoción no es válida, cuanto que tiene en el teísmo el fundamento de su validez. Donde no está dicho que todos experimenten las emociones que nosotros experimentamos, una justificación revelada (o filosófico-teorética, teística) es, en cambio, de derecho universal. Se puede añadir que una perspectiva que dé esperanza de inmortalidad puede proporcionar fuerza práctica efectiva a las indicaciones de renuncia a una ilimitada satisfacción de las exigencias de los hombres de hoy, para salvaguardar un mundo habitable por los hombres de mañana. En este caso, ciertamente, podría concluirse que el humanista laico no sería puesto personalmente en crisis; sería puesta en crisis solamente su confianza en la amplia capacidad de difusión de sus convicciones, fundada en la simple base de sus principios que son, en las perspectivas de fundamento, inadecuados. Pero esto no basta: no basta invitar a optar por el Cristianismo porque éste resulta un puntal más sólido para una difusión universal de los ideales humanitarios. Solamente si se pueden aducir argumentos objetivos, se podrá pasar a una propuesta cristiana de universal aceptación. Y entonces el problema es el de estudiar los argumentos pro-teísmo (y pro-cristianismo) que puedan hablar a los humanistas laicos; y esto exige que se indaguen las razones específicas de su rechazo del teísmo (y del cristianismo); tales razones no serán las mismas que han llevado al libertarismo hedonístico (por lo tanto, no las del industrialismo, etc.); con todo, deberán existir y ser varias, si diversas son las actitudes teóricas de los humanistas laicos. Consideraciones análogas (aunque, obviamente no idénticas) valen con respecto a las raíces de la defensa de la eutanasia. También en este caso hay, en la base, un radical hedonismo, para el cual la vida merece ser vivida sólo en la felicidad, con exclusión de la infelicidad. Como escribe Claudio Magris, "parece difundirse cada vez más una mentalidad según la cual, para tener verdaderamente el derecho de vivir hay que estar en posesión de la felicidad; se ha consolidado cada vez más la religión de la felicidad, que se hace la ilusión de eliminar de nuestra vida, individual y social, la necesidad de convivir con el dolor". O todo felicidad o nada. A favorecer una actitud disponible a la eutanasia, concurre también otro motivo, muy difundido en la cultura contemporánea. "La acentuación de la necesidad de auto-realización subjetiva conduce a la exasperación de la búsqueda de modos de ser y de vivir, que tienden a excluir cualquier perspectiva de limitación del deseo" (G.Piana ). Vivir viejos, vivir enfermos graves, significa ciertamente -debemos decirlo- vivir aceptando la renuncia a muchos valores. Imaginemos, entonces, que se haya acogido una visión espontaneísta de la vida, incapaz de aceptar una disciplina del impulso inmediato y que por eso mismo no soporta renuncias, sacrificios, en vista de futuros bienes superiores; pues bien, supuesto todo esto, resulta lógico concluir que si no se sabe ver la necesidad, la positividad de la renuncia, donde resulta más claro que sirve, porque lleva a un bien futuro, tampoco se sabrá ver, a fortiori, la aceptabilidad de la renuncia donde es menos evidente (aunque es real) lo positivo que se debe y se puede buscar aun en las privaciones de la vejez o de la dolorosa enfermedad. Las orientaciones culturales que hemos recordado actúan poderosamente para producir, hoy, un clima ético incapaz de reconocer lo positivo de la vida en toda situación, en cada una de sus etapas. Actúa igualmente un tercer motivo: el mundo moderno -más allá de las contraposiciones entre capi- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO talismo y socialismo-vive en la dimensión de las transformaciones del mundo y por ello mismo en la dimensión del futuro. Es natural, entonces, que hoy se privilegie a la juventud, que se busque espasmódicamente ser siempre jóvenes, que se rechace la idea de la vejez, que se mire, como a los valores más altos, a la eficiencia, a la capacidad de trabajar y de producir, a la utilidad. Se necesita un redescubrimiento difuso del valor de la generosidad, de la entrega. Esto es, un valor decisivo -se me consienta una breve digresión- para recuperar una diferente actitud con respecto a la generación, a los nacimientos y, por lo mismo, al aborto. Este valor de la generosidad en dar la vida puede ser reconocido también desde el punto de vista de sus reflejos psicológicos, directamente experimentables. Leo en un reciente libro del gran psicólogo Erik Erikson: "Cuando el enriquecimiento generativo, en sus varias formas, falla del todo, es fácil encontrar regresiones a estadios precedentes, ya sea en las formas de una obsesiva necesidad de falsa intimidad, ya en la de una excesiva y exclusiva preocupación por la imagen del propio yo y, en ambos casos, de un difuso sentido de estancamiento. Este (el estancamiento) debe ser entendido en la 149 específica importancia de su estadio. Esto es particularmente notable hoy, en un momento en que la frustración sexual es reconocida como causa generadora de enfermedad, mientras la frustración generativa no es igualmente reconocible, porque la cubre el dominante ethos tecnológico del control de los nacimientos". Pero el discurso se está alargando demasiado y debo concluir esta ya larga conversación. Prof. ADRIANO BAUSOLA Rector Magnífico de la Universidad Católica del Sacro Cuore, de Milán (Italia) DOLENTIUM HOMINUM 150 TADEUSZ STYCZEN En el origen del concepto de la persona Cuatro variaciones sobre el tema previsto Introducción Comenzaré con una confesión. Cuando recibí la invitación a tratar aquí el tema "En el origen de la concepción de la persona", mi pensamiento se detuvo en el Primer Hombre del Libro del Génesis, en el momento de su impacto con el hecho del mundo1. Adán contempla el mundo de los objetos, quiere identificarlos y por lo tanto los define y les atribuye nombres oportunamente variados. Pero pronto comprueba que entre todos no encuentra uno solo que -como él- se asombre del mundo. Con creciente estupor nota que es diverso. Y aunque el mundo sea su casa, se siente incómodo en esa casa suya, ajeno y extrañamente solo. El estupor despertado por una mirada sobre sí mismo, a la luz de tal contraste, produce en Adán la necesidad de interrogarse sobre sí mismo: Prácticamente, ¿quién soy yo? Presupongo que para los Organizadores del Convenio: "Vade et fac tu similiter - de Hipócrates al Buen Samaritano", que, en su ámbito me han propuesto desenvolver el tema: "En el origen de la concepción de la persona", se trata de ilustrar precisamente ese problema. En la reflexión que sigue, por lo tanto, deseo proponer a quien me escucha que acompañe al Primer Hombre en su camino hacia su auto-génesis y descubra junto con Adán en esta circunstancia un autorretrato de nuestro propio rostro espiritual, personal. La cuestión de la "auto-génesis" del hombre, tratada en las primeras páginas del libro del Génesis por el inspirado autor de la Antigua Alianza, podría decirse que tiene un paralelo "laico" en la Antigua Gre- cia. Su expresión es la introducción, por parte de Sócrates, de la problemática del "cambio antropológico" en el centro mismo de la filosofía. El sabio de Atenas ve la misión del filósofo en sensibilizar a sus discípulos en cuanto a la necesidad de "engendrarse a sí mismos" mediante el auto-conocimiento ("¡Conócete a tí mismo!") y él mismo, por propia opción, se convierte en mártir precisamente de esta causa Sin embargo, esta problemática llega a su cenit y su plena ilustración sólo en la Nueva Alianza. Aparece ya al comienzo mismo de la misión de Jesucristo, en su coloquio nocturno con Nicodemo, durante el cual el Maestro de Nazaret convence a "un fariseo" asombrado de la necesidad de "renacer" (cfr. Jn 3). Y así la cuestión del nacimiento del hombre como la liberación del hombre en el hombre, mediante el conocimiento de la verdad y la elección de ésta: "conocereis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32) se coloca en el centro mismo del mensaje del Evangelio. Alrededor de ella gira casi como un pasacalle monotemático- todo su mensaje verbal, coronado por el testimonio de la muerte en cruz de Aquel que la anuncia. Jesucristo es el Nuevo Adán, que realiza en si mismo el ideal del hombre, engendrándolo en los "dolores de la pasión", hasta la plenitud de la libertad en la verdad, hasta el victorioso "Todo se ha cumplido" sobre el Gólgota. En este contexto, el "¡Ecce homo!" de Pilato (Jn 19,5) es un comentario turbador y hasta hoy altamente instructivo, a la cuestión de Jesús de Nazaret. De hecho procede de la boca de un hombre que poco antes "había liquidado" con una irónica observación de escéptico: "¿Qué es la verdad?" el acto de la solemne declaración del Imputado: "Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37-38). El "He aquí el hombre" de Pilato une la cuestión del ideal del hombre con la de Sócrates. Derrama sobre ella la luz del Evangelio. Nada de auténticamente humano es extraño a Dios que, por motivo del hombre, aparece en su camino. Por eso observará Santo Tomás de Aquino: Gratia non tollit natura sed eam supponit et perficit. He aquí también el motivo por el que "la cuestión de Sócrates" fue constantemente presente en la historia de la reflexión filosófica y teológica de los cristianos acerca del problema del nacimiento espiritual del hombre. No conocemos el nombre del cristiano, tan bien conocido y querido por todos nosotros, que, lleno de estupor, escribió en un pergamino, en forma de cruz, el texto del juramento de Hipócrates. Pero conocemos el nombre de otro, aquel que siglos después hizo casi lo mismo con Sócrates, dando a un propio tratado de teología moral el título "Scito te ipsum" y proponiendo completar las Letanías de todos los Santos con la invocación: San Sócrates, ora por nosotros. Basándose sobre el "bautismo de sangre". Aquel cristiano es P. Abelardo. Es una línea paralela que sorprende. E. Gilson habla incluso de "socratismo cristiano" de los Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente, llamando la atención sobre la excepcional contribución de B. Pascal a la obra de la cristalización del enfoque personalista en el hacer filosofía 2. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 1. El sujeto frente al mundo Más arriba ya he hecho mención de que "en el origen del concepto de la persona" está el contacto del hombre con el mundo. Tal contacto ocurre a través de un acto -y a la vez un hecho- del conocimiento. En este contacto el hombre es sorprendido por el contraste entre el mundo y él mismo. El hombre experimenta una sacudida en el descubrimiento de la propia diversidad con respecto al mundo y vive su soledad en el mismo centro de aquél. Siente su ser extraño en él. Es precisamente este contacto cognoscitivo con el mundo lo que inicia, junto con la historia del autoconocimiento del hombre, también la historia del origen y génesis de su autorretrato, la historia del nacimiento del concepto de la persona. Es ese -el acto del conocimientolo que libera en el hombre el inicio de la historia de toda su gran aventura con el mundo y consigo mismo, sobre el escenario de la propia intimidad, que se convierte para él, al mismo tiempo, en palco central de su mundo. El hombre se da cuenta de que es el único actor en ese escenario y al mismo tiempo el único espectador del propio drama: dramatis persona. Buscando en el mundo alguien que compartiera su estupor con respecto al mundo, Adán lo descubrió exclusivamente en sí mismo. Y ahora concentra sobre sí mismo el propio estupor descubriendo lo que lo hace diverso del mundo y lo que al mismo tiempo lo distingue en el mundo 3. La profundidad del encantamiento que acompaña a este autodescubrimiento, tiene su correspondiente en la profundidad del temor que crece en Adán con motivo del descubrimiento de la propia soledad en medio del mundo. "El silencio eterno de los espacios infinitos me asusta ... mediante el espacio, el universo me circunda y me traga como un punto; mediante el pensamiento, yo lo comprendo. ... No debo pedir mi dignidad al espacio, sino al recto uso de mi pensamiento"4. He aquí de qué manera Pascal ve la intimidad de Adán en sí mismo: la persona y su dignidad. Con una mirada espiritual, Adán toca directamente el propio "yo" como sujeto en contraste con "esto" de los objetos del mundo 5. Descubre en sí la persona como sujeto del conocimiento. ¿Pero el hombre es una persona solamente gracias al hecho de que es el sujeto del conocimiento? Si fuera así sería posible, en la biografía de ningún hombre la dramática confesión hecha -en nombre de todos nosotros- por Ovidio: Video meliora proboque deteriora sequor6 . San Pablo confesará lo mismo con las palabras: "Hago lo que yo mismo me prohibo" (cf. Rm 7,19). Por lo tanto, caracterizando a la persona como sujeto del cono- cimiento, ¿no presentamos solamente una "definición parcial" suya, es decir, una definición que indicando la primera palabra en la cuestión de la esencia de la persona, no pronuncia la última palabra en tal cuestión? 2. El sujeto del conocimiento frente al sujeto de la libertad Definitivamente adivinamos que nos colocamos junto a Adán y frente a nosotros mismos- como un sujeto frente a un sujeto de la libertad, es decir, ante a alguien que es él mismo gracias al hecho de que conociendo la verdad no cesa de seguir dependiendo de sí mismo. Pero el hombre, conociendo la verdad, ¿no se compromete a reconocerla como tal incluso con actos de libre opción, a fin de poder se- 151 guir fiel hasta el fin a la verdad y a si mismo, es decir, a la propia identidad? 7. De hecho, gracias al personal discernimiento de esta verdad, no puede no notar que se guía y gobierna a sí mismo solamente cuando se deja guiar y gobernar por la verdad. ¿Quisiera él, con la potencia de la propia libertad, condenarse a sí mismo a la tragedia de la soledad, de cuya hondura procede aquel grito de Pablo: "¡Soy un hombre desventurado!"? 8. Dice Juan Pablo II: "En la verdad está contenida la fuente de la transcendencia del hombre con respecto al cosmos en el que vive. Precisamente mediante la reflexión sobre el propio conocimiento, el hombre se revela a sí mismo como único ser del mundo que ve 'desde dentro', ligado a la verdad conocida, ligado y por lo tanto también 'obligado' a reconocerla, si es necesario, incluso a través de la libre opción, con actos de testimonio en favor de la verdad. Esta es la capacidad de superarse a sí mismo en la verdad. (...) El hombre simplemente nota que es un sujeto personal, una persona. Se coloca frente a frente con la propia dignidad" 9. Es aquí precisamente donde el hombre revela a sí mismo el problema de la propia identidad moral, reconociémdose un actor cargado con la exclusiva responsabilidad para la solución de tal problema como el drama personal por excelencia, como una cuestión del rango de su ser o no ser él mismo. ¿Qué quiere decir, más concretamente, todo esto? Primero, quiere decir que el hombre-persona es alguien que sigue no viéndose a sí mismo hasta que ve en sí a alguien al que no es absolutamente lícito negar, con un acto de libre opción, la verdad comprobada por él mismo con un acto propio cognoscitivo. Segundo, esto quiere decir que el hombre, sin embargo, puede negar lo que absolutamente no debiera negar: el hombre es un actor que puede usar la potencia de la propia libertad para negar la verdad por él mismo reconocida como tal. Tercero, esto significa, de hecho, que el hombre-persona, que de hecho se decide a negar una verdad comprobada por él mismo, cumple inevitablemente la descomposición DOLENTIUM HOMINUM 152 de la compactibilidad de su estructura personal como unión del sujeto del conocimiento y de la libertad, es decir, la unión de un "yo" racionalmente libre. En realidad es suficiente considerar: qué sucede entonces con el actor, y más en concreto: qué hace el actor a si mismo cuando, con un acto de libertad, niega la verdad que él mismo, como persona, constata con un propio acto de conocimiento. La verdad permanece igualmente tal. Pero el sujeto que como sujeto de la libertad niega la verdad, reconociéndola al mismo tiempo, como sujeto del conocimiento, como verdad, ¿sigue siendo lo que era, o sea, él mismo? De hecho, condescendiendo, como sujeto de la libertad, a algo que él mismo no aprueba como sujeto del conocimiento, falsifica libremente el propio "yo", introduciendo con el mismo acto -en el ámbito de su óntico "yo" - un "yo" negado por él, es decir, un "no-yo". Y lo hace siempre cediendo -no importa si libremente- a algo que él mismo no aprueba, es decir, a alguna superchería. Por lo tanto da personalmente la propia autodependencia, la autonomía, como presa de alguna potencia externa, de la heteronomía. Y así se hace a si mismo y a la propia libertad esclavos -con la potencia de la propia libertad. ¿Es posible pensar una una esclavitud mayor que esta auto-esclavitud, que es efecto de esta auto-hipocresía? 10 ¿Es pensable una fractura en sí mismo más profunda que ésta? 11 Así que he ahí el método: per opposita cognoscitur - nos permite completar más claramente la definición de las líneas de nuestro autorretrato como persona. Persona es autodependencia de un sujeto ("yo" de "yo") que se actualiza en su propio acto de hacerse dependiente por la única potencia que no hace esclavo al sujeto: por la fuerza normativa de la verdad conocida por el sujeto . Soy yo mismo siempre y solamente cuando por mi solo me hago dependiente de mi mismo, pero me hago dependiente de mi mismo siempre y solamente cuando con actos de libre opción me hago dependiente de la verdad por mi afirmada y reconocida como independiente de mi mismo. 12 La verdad me supera13. Por eso sigo siendo yo mismo y me confirmo en mi compactibilidad e integridad interior siempre y sólo cuando supero a mi mismo hacia la verdad conocida -afirmándola hasta el fin con actos de libre opción. En mi esencia personal como unión del sujeto del conocimiento y de la libertad, me unifico siempre y sólo como testigo de la verdad por excelencia, como su fiduciario y tutor. Verdaderamente, el hombre-persona es un sacerdote al servicio de la verdad a dos inseparables niveles de tal servicio: a nivel de tutor de la verdad y al mismo tiempo a nivel de tutor del tutor de ella - en sí mismo... Por eso, ¡ay de la persona, no de la verdad, si la persona traiciona a la verdad! Por eso San Pablo no dirá: ay del Evangelio si no lo predicara, sino que dirá: ay de mi si no predicara el Evangelio. Vae mihi! En cambio, Karol Wojtyla expresará la esencia de la estructura personal del hombre con las palabras de un poema de título significativo: "Nacimiento de los confesores": "Pero si está en mí la verdad debe estallar. No puedo rechazarla, me rechazaría a mi mismo". ¿Y si yo la rechazara? Entonces me condenaría a una trágica soledad conmigo mismo, cercana pariente de la desesperación. La persona, de hecho, como sujeto racionalmente libre, no puede, por una parte, dejar de condenarse a sí misma por la escisión causada por ella misma en su propia estructura; y por otro lado, nota que no posee en sí poder alguno para anular los efectos de la escisión sucedida en su interior. No tiene el poder de hacer inexistente un hecho realizado por ella y lo que es su inevitable consecuencia. De ahora en adelante, debe para siempre permanecer como testigo y juez de sí misma como artífice de la trágica víctima de su acto suicida. La persona debe mirar sin fin la obra de la propia autodestrucción y sin fin condenarse a sí misma por su cumplimiento -como artífice, víctima y juez, en una persona, de la propia tragedia. Dante, en la "Divina Comedia" expresa el carácter trágico de tal situación con las palabras: "Lasciate ogni speranza voi ch'entrate". Y pone estas palabras sobre la puerta del infierno. Sartre definirá el mismo estado interior de la persona con el título de un drama: "Huis clos" ("A puertas cerradas"), que fue bien traducido por los ingleses con dos palabras: "No exit". Françoise Sagan en cambio, la autora procedente del país del gallo que canta, saluda esa desesperación con las palabras: "Buenos días, tristeza" Bonjour tristesse! Per opposita cognoscitur. La cuestión de escoger ser o no ser uno mismo, es un "sí" o un "no" a la verdad. ¡No me es lícito negar la verdad que he comprobado! Me gobierno a mi mismo cuando me dejo gobernar por la verdad. Me hago dependiente de mi mismo cuando me hago dependiente de la verdad. Cuando desprecio la verdad, me desprecio a mi mismo. Sigo siendo yo mismo y confirmo a mi mismo en mi, sólo cuando con un acto de libre opción me supero a mi mismo en la dirección de la verdad que conozco. Sólo la verdad hace libres... La conclusión de la reflexión hecha hasta ahora la veo así: Me noto a mi mismo en mí como persona y defino sus contornos conceptuales, cuando me noto como alguien a quien no le es absolutamente lícito negar la verdad comprobada por él mismo, cuando -con otras palabras- yo mismo pongo la señal de la igualdad entre mí y el depositario de la verdad 14. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO Nadie, naturalmente, puede sustituir a alguien en llevar a cabo el acto de ver personalmente esta verdad un acto que constituye el comienzo de su auto-génesis como persona. Cada uno debe conocer personalmente la verdad que hace libres, y cada uno debe escogerla personalmente, para que ella lo libere efectivamente. Pero a otro puede ayudársele -como ha observado perfectamente Sócrates- a ver la verdad y con esto covertirse en el obstétrico de su nacimiento, y de tal modo también en obstétrico del origen de su visión de sí mismo como persona. He aquí por qué hasta el Autor de las palabras: "Conocereis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32) se detiene lleno de respeto en el umbral de la libertad del hombre, de la libertad de la persona. Cristo deja a Nicodemus la obra de hacerse nacer a sí mismo, pero hace de todo para movilizarlo para la acción de autogénesis. Bajo este aspecto Cristo, Nuevo Adán, va infinitamente más allá de cuanto llegara a intuir el autor del famoso Salmo 8 15. Dios-Creador tras haber puesto a los pies de Adán el mundo entero- se pone ahora El mismo a sus pies como DiosHombre, Redemptor hominis, para fascinar y sorprender al hombre con la verdad sobre su grandeza y así ayudarlo a escoger su propia grandeza y mantenerla hasta el fin. Deus homo ut homo Deus! -exclamará Gregorio Nacianceno, asombrado por la oferta del Dios-Hombre Crucificado16. Pero San Agustín completará justamente: "Quien te ha creado sin tí, no te salvará sin tí" 17. El hombre debe nacer por si solo. Pero Dios espera incesantemente que el hombre le permita ayudarlo en este nacimiento. Espera provocándolo constantemente en virtud del hecho de la Encarnación- a plantearse la gran interrogante de Anselmo de Aosta: Cur Deus Homo? 18. Por eso, apenas el hombre se haga esa pregunta, será un buen comienzo. Con eso, realmente, el hombre mismo se pone en el campo visual del Dios-Hombre 19, "Los dolores y el laborío del parto" (Ap 12,2) del hombre en sí -junto con toda posible tentación de renunciar y de caer en el abismo de la desesperación- de ahora en adelante los compartirá siempre con "los dolores y el laborío" del Dios-Hombre, el Buen Samaritano inclinado sobre él 20. Dejemos una vez más la palabra a Pascal: "El conocimiento de Dios sin el conocimiento de la propia miseria engendra el orgullo. El conocimiento de la propia miseria sin el conocimiento de Dios engendra la desesperación. El conocimiento de Jesucristo está entre los dos extremos, porque en él encontramos a Dios y nuestra miseria" 21. Resumen - Conclusión Hay un nacimiento que sucede y basta. Y hay un nacimiento que debe ser obra nuestra. En entrambos el hombre es el sujeto, pero en cada uno de modo sustancialmente diverso. En el primero, el hombre es el sujeto y llega a ser él mismo, como aquel "al cual sucede algo" (suppositum personale), es decir, aquel que se hace y es él mismo en virtud de la naturaleza misma. En el segundo, en cambio, el hombre mismo se hace y es sujeto, él mismo, en virtud del propio acto del conocimiento de la verdad y de la libre opción de ésta (subjectum personale). Este nacimiento es la obra personal de cada hombre por su parte. El hombre, como sujeto de este tipo de actos, se manifiesta al mismo tiempo a sí mismo y a los otros: imprimiéndose en cierto sentido en estos actos como artífice de los mismos, expresa a la vez con ellos a sí mismo y a los demás, se expresa en ellos a sí mismo como persona en el propio acto. "Mediante el acto la persona se realiza como alguien y manifiesta también a sí mismo como 'alguien' (K.Wojtyla, subrayado por TS). El nacimiento de la persona es, en este sentido, el nacimiento del concepto de la persona. Nadie puede sustituir a alguien en este nacimiento. Cada uno debe nacer por si solo. Incluso "Dios no puede salvar al hombre sin el hombre" (San Agustín). Mas para que el hombre pueda nacer efectivamente, tiene indispensable necesidad de la ayuda de Dios. Dios quiere concedérsela y para hacerlo se hace hombre, para estar incesantemente a su disposición como el Buen Samaritano. Pero el hom- 153 bre sigue siendo libre. No está obligado a aceptar la oferta del Dios-Hombre. Puede rechazarla. P. Prof. TADEUSZ STYCZEN Miembro de la Pontificia Academia para la Vida Profesor de Etica en la Universidad de Lublin (Polonia) Notas 1 Cfr.Gn 2,18. Cfr. JUAN PABLO II, Uomo e donna lo creò. Catechesi sull'amore umano. Libreria Editrice Vaticana, 1986, Capítulo I, "Il Principio".V. "Il significato dell'originaria solitudine dell'uomo", pp.44ss. 2 Cfr. ETIENNE GILSON, L'esprit de la philosophie medievale, Paris 1943 (1948), Capítulo XI. Esto es también subrayado por el eminente historiador contemporáneo de la filosofía y por el igualmente insigne filósofo Augusto del Noce, recientemente fallecido. Cfr. ROCCO BUTTIGLIONE, Augusto del Noce. Biografia di un pensiero, Piemme, Casale Monferrato, 1991. En el mismo espíritu se pronuncia también el contemporáneo filósofo italiano de derecho SERGIO COTTA: Etica e diritto. Dall'unità al completamento, en "Studi in onore di Manlio Mazziotti di Celso", CEDAM 1995, pp. 287-294. Cfr. también Josef Seifert: Essere e persona. Verso una fondazione fenomenologica di una metafisica classica e personalistica. Ensayo introductorio y traducción de Rocco Buttiglione, Milano 1989. 3 Un párrafo con un significativo título (en la versión polaca): "El hombre en busca de la propia entidad", JUAN PABLO II, caracteriza así la situación del "primer hombre": "El hombre creado se encuentra, desde el primer momento de su existencia, frente a Dios casi en busca de la propia entidad; podría decirse, en busca de la definición de sí mismo. Un contemporáneo diría: en busca de la propia 'identidad'. La constatación de que el hombre 'está solo' en medio del mundo visible y, en particular entre los seres vivientes, tiene en esa búsqueda un significado negativo, en cuanto expresa lo que él 'no es'. Sin embargo, la constatación de no poder esencialmente identificarse con el mundo visible de los otros seres vivos (animalia) tiene, al mismo tiempo, un aspecto positivo para esta búsqueda primaria: aunque tal constatación no es aún una definición completa, constituye ya uno de sus elementos. Si aceptamos la tradición aristotélica en la lógica y en la antropología, habrá que definir este elemento como 'género próximo' (genus proximum). "Uomo e donna..." ibid. Considerada su importancia, el texto de este párrafo debería ser reproducido entero. Pero ya que esto no es posible, debemos remitir al lector interesado en esta materia a dicho texto. 4 B.PASCAL, Pensieri e altri scritti su Pascal, Edizioni Paoline,1987. Versión integral del francés, realizada sobre la edición de Brunschvicg (1897/1904), n. 206, 347, 348. El texto reproducido muestra que "el pensamiento" de Pascal es sinónimo del conocimiento o de la ciencia y está en oposición con respecto al modo de entender de Descartes la palabra "pienso" (cogito). Por eso, "el cambio antropológico" de Pascal se distingue radicalmente del "cambio antropológico" de Descartes y de los idealistas alemanes que se relacionan con él. 5 Frente a todos estos, es "de diverso modo" y "más en alto" que todos. 6 OVIDIO, "Metamórfosis". 7 Cf. A.Szostek Mic, Wolnosc - prawda - DOLENTIUM HOMINUM 154 sumienie (Libertad-verdad-conciencia), "Ethos" n. 15/16 (1991) p. 27. 8 Cf. Rm. 7, 24. 9 Cf. JUAN PABLO II, "Responsabilidad por la verdad conocida y transmitida" (Al mundo de la ciencia polaca). Aula Magna de la Universidad de Lublin, 9 de junio de 1987; en "La traccia", n.6, año VIII, julio de 1987, p.724 10 Vale la pena aquí de hacer notar el contexto en el que en el Evangelio de San Juan, aparecen las palabras de Cristo: "conocereis la verdad y la verdad os hará libres". Las palabras que siguen poco después: "quien comete pecado es esclavo del pecado", son ya la respuesta de Jesús a la declaración de los participantes en el diálogo, que negaron con firmeza haber vivido en esclavitud. "Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir: os hareis libres?" (cf. Jn 8, 30-34). 11 Es evidente que la caricatura de la libertad es también una libertad. Pero lo que distingue la libertad que con acto propio en si supera (transciende) a sí misma "hacia la verdad", permitiendo ser orientado y guiado por ella, es precisamente el hecho de que tal libertad sigue en armonía con su impulso originario, que acompaña al acto de conocimiento del sujeto ya desde el momento en que el sujeto, mediante tal acto, operó una aserción de la verdad. Si Juan Pablo II llamó su Encíclica Veritatis splendor, una oda en honor de la libertad, con ello quería ante todo distinguir la libertad en la verdad de una libertad que vuelve contra sí mismo el propio dinamismo, y quería a la vez poner en guardia contra la trágica posibilidad de esa desviación, simplemente como una desviación. Creo que precisamente a este punto hay que reanudar el diálogo clarificador en cuanto a la libertad en su esencia, con autores como L.Kolakowski, que afirman que la verdadera libertad (ligada a la verdad) no es libertad. Cf. p.ej., sus observaciones críticas sobre el "Catecismo de la Iglesia Católica". 12 Cf. T. STYCZEN SDS, Wolnosc w prawdzie (La libertad en la verdad), Roma 1988; cfr. del mismo autor, Solidarni: wolni przez prawde (Solidarios, libres mediante la verdad), "Ethos" 3 (1990) n.3/4 (11/12), pp. 5-9. 13 Cf. KAROL CARDENAL WOJTYLA, "L'autoteleologia dell'uomo e la trascendenza della persona nell'atto" - intervención transmitida al VI Congreso Internacional Filosófico, organizado por la Facultad de Letras -Siena, y la Facultad de Magisterio - Arezzo. Arezzo 1-5 VI 1976. En lengua polaca, Lublin WTN Universidad Católica de Lublin 1994, pp. 478-490, especialmente p. 489. 14 Solamente entonces me veo a mí mismo como persona, es decir, como alguien que debo, sin fin, engendrar en mí. Sin fin. No se llega a ser ipso facto ese "padre". Se llega a serlo cuando se asumen los actos de superarse a sì mismo (abrirse a sí mismo) como sujeto de la libertad hacia la verdad ya afirmada en el acto del conocimiento de la verdad. Se trata de "no endurecer el corazón" a la voz de la verdad ya conocida y con eso mismo reconocida como tal. 15 Cf. Salmo 8. 16 Cf. S. GREGORIO NACIANCENO, Sermón 7, tras la muerte de su hermano César, 23-24. 17 S. AGUSTIN, "Confesiones". 18 Pascal responderá sintéticamente: 1) Para hacer ver al hombre qué grandes son las dimensiones de su caída, si es indispensable una intervención tan grande, para poder salvarlo; 2) Para hacer ver al hombre qué grande es su dignidad a los ojos de Dios, no obstante la caída, si Dios considera que el hombre siga mereciendo su intervención; 3) Para hacer ver al hombre cuán grande es el amor de Dios al hombre, si Dios está dispuesto a tal intervención. 19 "No me habrías buscado si ya no me hubieras encontrado", cf. PASCAL, Pensamientos. 20 "De hecho Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado su Hijo unigénito, para que quien cree en él no muera, sino que tenga la vida eterna. Dios no ha mandado al Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve mediante él" (Jn 3, 16-17). Es significativo: Cristo pronuncia estas palabras ya durante el coloquio nocturno con Nicodem. Cf. pasajes análogos: Jn 5, 22; 12, 47; Lc 19, 10; Hech. 17, 31. 21 PASCAL, "Pensamientos", ibid n. 527. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 155 EMMANUEL SAPIN Los horizontes de la medicina fetal y sus consecuencias éticas Las consecuencias éticas del desarrollo del diagnóstico prenatal y de las perspectivas de la medicina fetal, han sido analizadas y enunciadas con gran profundidad de visión y a una luz particularmente perspicaz, piensen lo que quieran los media dominantes, en la encíclica Evangelium Vitae. Más bien que apostar -más o menos biensobre los peligros que amenazan hoy y en el futuro al Hombre y que deben permanecer constantemente en nuestro espíritu, quisiera hoy ante vosotros insistir más sobre el presente y el horizonte de la medicina fetal. Este informe, un tanto técnico (me excuso ante vosotros) permitirá, así lo espero, dar una idea realista del campo de aplicación actual y de las perspectivas de la medicina fetal. Provistos de estas informaciones podreis calcular mejor los peligros enunciados en la encíclica de la Vida y trabajar por orientar esta medicina fetal hacia su verdadera finalidad: la defensa de la vida, al servicio del Hombre. La medicina prenatal, inicialmente reducida a detectar anomalías cuyo simple riesgo podía conducir a un aborto, ha evolucionado mucho en estos últimos años, con los progresos del diagnóstico prenatal, más preciso y más de fiar en término diagnóstico, pero igualmente en la estima del pronóstico de ciertas afecciones. El diagnóstico prenatal permite así examinar la terapéutica fetal, pero igualmente temer una selección médica de los individuos antes del nacimiento. Como la medicina convencional, la medicina fetal debe concebirse para el tratamiento de un paciente, en este caso aún no nacido, y también al nivel de la prevención por el desconocimiento de las mujeres (de las parejas) en quienes existe un riesgo particular de tener un hijo afectado por una enfermedad hereditaria o una malformación. Esto, para evitar tal riesgo. Es la función, en sentido amplio, del consejo genético. Sea lo que sea que pueda pensarse de la manera en que el diagnóstico prenatal es efectuado, éste es una realidad de hoy. Por lo tanto, se trata del imperativo de darle un sentido que no sea exclusivamente el de la detección de anomalías que conduzca a la interrupción del embarazo. He aquí lo que debe ser el horizonte de la medicina fetal: el feto es un ser humano; si está enfermo, hay que cuidarlo; si corre el riesgo de estarlo, hay que evitar que lo esté; y si no puede hacerse nada en tal sentido, hay que acogerlo, acompañar a los padres en esa dura prueba y permitir su mejor desarrollo posible. Ahora bien, el horizonte que se perfila no corresponde en absoluto, ni de lejos, a todo esto. Hay peligros que amenazan desviar la medicina fetal de su finalidad: – el aborto, llamado interrupción médica del embarazo, en caso de supuesta anomalía, – un consejo genético orientado hacia la selección de los individuos, – el empleo de tejidos embrionales o fetales. Detrás de todas estas realidades se esconde el problema más profundo de la definición del hombre, del respeto a la vida humana, estando su valor -según la ética dominante- en relación con la calidad de vida. 1. Diagnóstico Prenatal & Medicina Fetal En medicina fetal, actualmente, siendo sospechoso el diagnóstico y después concretado por diversos exámenes (biología, ecografía, doppler, amniocentesis, toma de sangre fetal en el cordón, por sólo citar estos), quedan reunidas las condiciones para considerar un tratamiento. Queda por determinar las modalidades, teniendo en cuenta los conocimientos de la evolución espontánea de esas anomalías, de las posibilidades técnicas médicas o quirúrgicas y de los riesgos que hacen correr esos tratamientos al feto y a la mujer encinta. Esquemáticamente, pueden aparecer dos situaciones: el descubrimiento de una anomalía ya existente o la detección de un riesgo: – El descubrimiento de una anomalía conduce a realizar exámenes para descubrir la causa de la anomalía y apreciar su gravedad; después, analizar las posibilidades de tratamiento, calculando su factibilidad, sus ventajas y sus riesgos. A partir de ahí, podrá proponerse un tratamiento curativo cuyo objeto será suprimir la causa de la afección, o disminuir o suprimir sus consecuencias a fin de asegurar un buen desarrollo del feto y evitar las secuelas e incluso asegurar que el feto sobreviva. Cuando tal tratamiento no es posible y la anomalía del feto pone en juego rápidamente o en un tiempo posterior su porvenir, el papel de la medicina fetal debería consistir en preparar progresivamente a los padres para la prueba que los espera y a poner en práctica las mejores condiciones de acogida de aquel futuro recién DOLENTIUM HOMINUM 156 nacido. Tal es, de alguna manera, el tratamiento paliativo. – En el caso de descubrimiento de un elevado riesgo de anomalía previsible, como puede verse, por ejemplo, en casos de incompatibilidad sanguínea feto-materna, o de una pareja que ya ha tenido un hijo afectado por una enfermedad hereditaria y que desea tener otro hijo, o bien de una patología materna capaz de provocar consecuencias garaves para el desarrollo del feto, la medicina fetal debe dedicarse a calcular el riesgo y procurar evitarlo: tal es el tratamiento preventivo. Este debería ser el objetivo del consejo genético en sentido amplio. La finalidad del consejo genético es permitir a una pareja de hecho de antecedente (s) particular (es), tomar la decisión de tener o no tener un hijo conociendo la gravedad real del riesgo corrido y la posibilidad de recurrir o no al diagnóstico prenatal; por ejemplo, unos padres que ya tienen un hijo que sufre una muscoviscidosis o una miopatía. Si la pareja toma la decisión de procrear, el diagnóstico prenatal, cuando es posible, permitirá reemplazar esa probabilidad de anomalía por una certeza: el niño está o no afectado por tal anomalía. Si lo está, viene ahora la decisión eventual de un aborto. Así pues, la información de la pareja lleva consigo la posibilidad de recurrir a un aborto si el diagnóstico prenatal aporta la certeza de que el feto está afectado. Existe así, en la lógica del consejo genético, con la posibilidad de suprimir los sujetos afectados, una filosofía eugénica. 2. Medios terapéuticos en medicina fetal Existen diferentes posibilidades de cuidar un feto: – el Tratamiento de la madre antes y durante el ambarazo, si está afectada por una enfermedad que puede tener graves consecuencias para el hijo que espera (ej. hipertensión, diabetes); – el Tratamiento del feto, dando medicinas a la madre (ej. ciertas infecciones: toxoplasmosis, listeriosis, sífilis; disturbios del ritmo cardíaco fetal, una hipotiroides fe- tal, ciertas ambigüedades sexuales); – el Tratamiento del feto directamente: a) ya sea por inyección de productos: – en el líquido amniótico, – en la sangre fetal por el cordón, – directamente, inyección en el feto mismo; b) ya sea por posa de un drenage fetal; c) por cateterismo fetal con dilatación de un obstáculo; na anomalía, persona ya nacida. Las capacidades de desarrollo de este tejido y el débil riesgo de rechazo del injerto han inducido a algunos a proponer y practicar estas técnicas. Se ve en este caso que esta técnica utiliza un embrión o un feto al que se niega la cualidad de ser humano. Pero los padres pueden encontrarse en una situación muy dolorosa. Una pareja tiene un hijo inmuno-deprimido que no puede vivir sino bajo una tienda estéril. Se les propone un injerto de tejido fetal para dar a su hijo las defensas inmunitarias que le faltan y le amenazan a cada instante. Ese tratamiento permitirá salvar a su hijo, al que aman, al que ven y conocen y por el que sufren en sus corazones de padres. Ese tejido fetal que será empleado para el injerto procede de un feto abortado. Acepten o rechacen esta solución, ¡qué responsabilidad para esos padres! ¿Deben aceptar que un feto sea utilizado como medicamento, que no sea más que un producto y no un ser humano totalmente que ha sido sacrificado? d) o bien inoculación efectuada por fetoscopia; e) en fin, una cirugía fetal ex útero. En cuanto a la terapia génica, su utilización en medicina fetal es del dominio de la investigación. Su principio consiste en reparar la anomalía génica directamente responsable o bien asegurar que se supla el gene defectuoso. La primera modalidad no es técnicamente realizable hoy. La segunda modalidad queda asegurada por el transfert de un gene por mediación de vectores virales, habiendo sido reemplazado el gene viral por el gene que injertar. Estos injertos se efectúan ex vivo sobre células somáticas en cultivo, habiendo sido tomadas dichas células en el sujeto afectado de la anomalía; después, las células injertadas son reintroducidas en el organismo inicial. El peligro de manipulación del genoma humano injertando células germinales debe seguir presente en el pensamiento. En fin, el injerto de tejido fetal: consiste en emplear tejido fetal para tratar a un sujeto afectado de u- 3. La medicina fetal: una medicina verdadera Mejor que hacer un repertorio exhaustivo de la medicina fetal, será proponer algunos ejemplos que permitan mostrar lo que es. 3.1 Medicina fetal preventiva – Unos padres han tenido la desgracia de tener un hijo portador de una anomalía del conducto neural: "spina bifida o anencephalia" (ausencia de cerebro). Estudios han mostrado que esto podía resultar de una carencia de ácido fólico en la mujer. Un tratamiento preventivo puede plantearse en previsión de un nuevo embarazo, tratando a la mujer con ácido fólico antes de la concepción y prosiguiéndolo durante los tres primeros meses de embarazo. Un estudio ha mostrado que el riesgo de que tal anomalía se reproduzca pasa de 4,6% (sin tratamiento) a 0,7% gracias al tratamiento. El descubrimiento de esta carencia y su tratamiento permitirá además disminuir a la mitad el riesgo de tener un recién nacido de poquísimo peso. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO – La diabetes materna puede tener muy pesadas consecuencias en el hijo que se espera. Así el porcentaje de mortalidad de recién nacidos en caso de diabetes materna era del 13% en 1960, 5% en 1970 y 2% en 1990. Igualmente, el porcentaje de malformación congénita en caso de diabetes materna no equilibrada, es estimado de 3 a 4 veces superior a la población general. Si se establece el tratamiento de la diabetes antes del embarazo, el porcentaje de malformación cae a 0,8%, mientras es de 7,5% si el tratamiento no se hace sino después de la octava semana de embarazo. Así un tratamiento que permita equilibrar la glicemia lo más perfectamente posible, permitirá muy a menudo evitar esas graves consecuencias. Por eso es necesario un conocimiento del diabetes antes e igualmente durante el embarazo. Y lo mismo se diga, por ejemplo, para la hipertensión arterial materna. – En los casos en que haya que temer un parto muy prematuro, puede establecerse un tratamiento a la madre para provocar una madurez pulmonar fetal e igualmente para evitar una hemorragia intracerebral en el recién nacido. 3.2 Medicina fetal curativa A veces el conocimiento prenatal permitirá no sólo hacer el diagnástico de una anomalía fetal, sino igualmente observar una mala tolerancia del feto a esa anomalía. La situación puede ser tan crítica que la vida del feto puede estar en peligro incluso antes de que el pequeño nazca. O también el desarrollo normal del feto puede enfrentarse con tal dificultad que graves secuelas pueden resultar de ello ulteriormente si no se hace nada antes del nacimiento. En otros casos, el parto puede poner en peligro al niño o incluso a la madre si no se hace nada antes del parto. Ciertas situaciones graves no sólo pueden detectarse antes del nacimiento por el examen ecográfico, sino en algunos casos ser accesibles a un tratamiento prenatal. Así ocurre con la exsanguineatransfusión fetal realizada mediante punción del cordón en caso de incompatibilidad sanguínea feto-materna. Igualmente, la colo- cación de un drenaje fetal bajo ecografía puede, por ejemplo, efectuarse entre un grueso quiste pulmonar y la cavidad amniótica. En circunstancias muy excepcionales, la indicación de una cirugía fetal ex útero puede ser discutida. Tal tratamiento fetal tendrá como objetivo la supervivencia del feto, evitar graves consecuencias posteriores, permitiendo un buen desarrollo de los órganos y evitar un nacimiento demasiado prematuro. – Una mujer espera dos geme- los: uno de ellos puede desarrollarse normalmente y el otro, no. El que se desarrolla normalmente lo hace a expensas de su gemelo. Esto es lo que se llama síndrome de transfusionado-transfusionador. Esto puede llevar a veces a la muerte del más pequeño, con riesgo en ocasiones de vida también para el más grande. Gracias a técnicas de fetoscopia con ayuda de fibras ópticas miniaturizadas, es posible coagular con el láser las comunicaciones interplacentarias de los gemelos y obtener así un crecimiento armonioso de ambos. En ciertos casos, una anomalía se desenvuelve con gran rapidez al cabo de embarazos que llevan consigo una mala tolerancia fetal: la vida del feto está en peligro si no se hace nada rápidamente. Un nacimiento precoz puede ser programado mediante una liberación o una cesárea, tras haber iniciado un tratamiento para favorecer la maduración pulmonar y cerebral del feto. Esto hará menos frágil al pequeño prematuro. En otros casos, el conocimiento prenatal de una malformación fetal 157 permitirá organizar el parto en un centro especializado donde el recién nacido pueda ser tratado inmediatamente, evitando así un error de tratamiento o simplemente un tratamiento mal adaptado o retardado o incluso simplemente el transfert secundario de un recién nacido frágil. 3.3 Medicina fetal paliativa En otras situaciones, el diagnóstico prenatal no se acompaña de posibilidad alguna de tratamiento preventivo o curativo. Estas situaciones plantean el problema de la información a la pareja y de la responsabilidad del médico en la angustia que resultará del conocimiento por parte de los padres, ya antes del nacimiento del hijo, de una anomalía a veces grave y sin posibilidad de tratamiento. En esos casos se propone a menudo el aborto a esa pareja en desgracia como una solución. En tal decisión entran en juego una fuga ante el handicap y la enfermedad con el rechazo de lo ineluctable cuando es previsible, un miedo exacerbado al sufrimiento y a la muerte. Pero igualmente la búsqueda del hijo perfecto, que obedece a la ley de la oferta y la demanda, donde la oferta es el resultado del progreso médico y del orgullo de los médicos en su ciencia, y la demanda de eficacia del público que incluso puede desembocar en querella en el caso de desconocimiento de una anomalía o de fracaso médico. Algunas reflexiones Cuando los medios de exploración prenatal, cada vez más probados, concurren a mostrar que la vida del ser humano comienza bastante antes de su nacimiento, paralelamente esas nuevas posibilidades de acción, ese nuevo dominio del poder del hombre hacen resurgir viejos demonios. El respeto debido a un ser humano se relaciona con su calidad de vida; algunas vidas no merecerían ser vividas. La percepción del valor humano es dominada por lo afectivo que reemplaza toda reflexión profunda sobre el respeto debido a un ser humano, y conduce a decisiones guiadas por una especie DOLENTIUM HOMINUM 158 de compasión humanitaria. El ser humano no sería verdaderamente hombre más que cuando es deseado y debe ser conforme a los deseos de sus padres. ¿Cómo puede aceptarse la práctica de este eufemismo de "reducción embrionaria" para un aborto selectivo efectuado cuando un embarazo médicamente inducido ha conducido a un embarazo múltiple por la razón de que el embarazo no podrá llevar a ningún niño vivo si ciertos embriones o fetos no son suprimidos e incluso puede poner en peligro la vida de la madre? La realidad supera aquí la más siniestra ficción. La ausencia de posibilidad de tratamiento de una anomalía que puede detectarse antes del nacimiento desemboca ineluctable- mente en una propuesta de aborto; en el caso de una anomalía cromosómica, como la trisomía 21, no se trata ni más ni menos que de una selección de individuos, de eugenismo. En el caso de una enfermedad hereditaria, como la mucoviscidosis o la miopatía, se participa de la misma filosofía de la eutanasia: es eutanasia prenatal. Consideraciones económicas, de copertura financiera de la política de protección social pueden entender, a escondidas, la detección y la supresión del embrión o del feto que tienden a tentar la supresión del handicap o a minimizar sus consecuencias. La referencia absoluta del hombre moderno es la ciencia; lo que ella no sabe, no existe en absoluto; donde la ciencia no puede ser efi- caz, hay un fracaso; y ese fracaso, aunque fuera un ser humano, debe ser eliminado. Así, como acabo de mostrar mediante algunos ejemplos, la medicina fetal puede ser considerada como una medicina en su sentido más noble; pero su práctica y sus orientaciones suscitan grandes cuestiones éticas. El amor no puede ser aprehendido por la ciencia. ¿Dónde está el Hombre en todo esto? No, ¡el embrión y el feto, no son los únicos en peligro! Prof. EMMANUEL SAPIN Especialista en Cirugía Pediátrica Visceral y Urológica en el Hospital Saint-Vincent de Paul, París (Francia) VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 159 BRUNO SILVESTRINI El respeto de la vida en la investigación biomédica Introducción El progreso científico y tecnológico es connatural al hombre, satisface una necesidad irrenunciable, pero a veces se revuelve contra él. Es un problema antiguo, pero hoy tal vez advertido aún más que en el pasado en cuanto que el poder de intervención sobre la naturaleza ha crecido enormemente. Lo hemos visto cuando todos los beneficios producidos por los avances teóricos y prácticos de la física han sido de nuevo puestos en discusión antes de las explosiones de las bombas atómicas y, por lo tanto, del surgir de otros graves peligros, como los que lleva consigo el empleo pacífico de la energía nuclear. Ahora toca a la biología que, al cabo de milenios de entumecimiento está colmando rápidamente el retraso acumulado con respecto a las otras ciencias. A través de los fármacos modernos, que son sustancias exógenas capaces de modificar el funcionamiento de los organismos vivientes, ha vencido muchas enfermedades mortales o causantes de invalidez, ha limitado otras y ha aumentado la producción agrícola hasta tal punto que ha salvado del hambre a millones y millones de personas. A renglón seguido se ha asomado sobre las bases moleculares de la vida, demostrándose capaz de intervenir directamente sobre los desórdenes genéticos y corregirlos. Al mismo tiempo, sin embargo, se han verificado muchos eventos dramáticos, como la tragedia de la talidomida, los desastres ecológicos producidos por los pesticidas, las matanzas consentidas por mortíferas armas biológicas, estrechamente emparentadas con medici- nas, hasta llegar a la manipulación salvaje del DNA, que abre perspectivas todavía más inquietantes. En estas circunstancias vuelven a la luz las interrogantes de siempre acerca del significado del progreso, en qué principios se funda. Se las ha planteado la física cuando, de ciencia experimental ha vuelto a ser filosofía; y ahora se las propone la biología, aventurándose en un terreno para ella desacostumbrado. El respeto a la vida en la investigación biomédica será discutido aquí desde esta perspectiva. 1. El debate bioético Nace, en el cuadro que acabamos de delinear, la bioética. A sus comités se les demandan dos tareas fundamentales, que según los niveles, van abordados con diferentes grados de estudio profundo, modalidades y responsabilidades institucionales. He aquí cómo son indicados en la recomendación del Consejo de Europa (1989): a) "informar a la colectividad y a los poderes públicos acerca de los progresos científicos y técnicos realizados en embriología, en la investigación y en la experimentación biológica"; b) "orientar y controlar sus posibilidades de aplicación, valorar sus resultados, ventajas e inconvenientes, aun desde el punto de vista de los derechos y de la dignidad del hombre y de los otros valores morales". Pero cuando se pasa de las declaraciones de principio a cada uno de los problemas, surgen contrastes y disparidades de puntos de vista aparentemente insanables: basta pensar en el aborto, en la fe- cundación artificial y asistida, en la eutanasia, en el empleo de los embriones en la investigación científica, en los tantos casos de conflicto entre interés individual y colectivo, entre la vida de una persona y la de otra. El debate bioético se traslada entonces de los aspectos particulares a las interrogantes filosóficas de fondo. Podría buscarse la respuesta en otros campos del pensamiento, en los que se discute desde hace milenios, pero la biología se siente ya madura para dar una aportación autónoma, aun a la luz de la impresionante cantidad de informaciones acumuladas en su propio interior. 2. La centralidad de la vida ¿Qué es la vida? Esta es la primera pregunta a la que el biólogo trata de dar una respuesta. La vida es, para él, la luz que ilumina el universo y le da forma, haciéndolo surgir de las tinieblas. La realidad que nos rodea no corresponde, de hecho, a un dato objetivo, sino que es el resultado de la percepción que de ella tienen los seres vivientes. En algunos prevalece la vista, en otros el gusto, el tacto, el oído, el olfato u otros sistemas que en el hombre están atrofiados o son ausentes. Según lo que prevalece, la realidad toma formas completamente diversas. Un alimento puede ser agradable o desagradable, un objeto o gris o de colores vivos, un acontecimiento puede ser motivo de alegría o de desesperación, lo que para uno es invisible, en otro puede dejar huellas profundas. Hay también una realidad reconstruída a través de instrumentos fabricados por el hombre, que van DOLENTIUM HOMINUM 160 bastante más allá del dominio de los sentidos: hacia el mundo cada vez más pequeño de las células, de las moléculas, de los átomos y de las partículas o hacia aquel otro, cada vez más extenso, de los espacios estelares. También el tiempo cambia según el individuo y, en el mismo individuo, según su edad biológica: hay el de la infancia, tan dilatado por las experiencias que lo llenan, que parece eterno; pero también hay el del anciano, que se desliza cada vez más veloz a medida que disminuyen los acontecimientos que verdaderamente atraen su atención. Hay la realidad que tiene como límite la velocidad de la luz, pero ya hoy puede imaginarse la que un día se concretará a través de un instrumento capaz de percibir la superfuerza que sostiene e impregna el universo no viajando en el tiempo y en el espacio, como la luz, sino ligando instantáneamente todas sus partes, como un elástico siempre en tensión. Hay el universo del microbio, que se extiende por pocos milímetros y dura pocos minutos, pero es igualmente concreto y duradero como el del hombre. ¿Qué nos autoriza a considerar una de estas realidades más concreta que la otra? Estos conceptos han sido largamente discutidos por los filósofos, que en su búsqueda de un punto de referencia han oscilado siempre entre subjetivismo y objetivismo. Después han reaparecido en las teorías físicas de la relatividad y de la indeterminación, que son aparentemente más avanzadas porque están convalidadas con el método experimental, pero que no consiguen incluir en sus ecuaciones ni la vida ni al hombre. Ahora son propuestos de nuevo por la biología, que coloca la vida en el centro del universo. La sacralidad de la vida se convierte entonces en un concepto no sólo religioso, sino también laico y el biólogo se siente como el escalador que, alcanzada fatigosamente la cima, descubre que algún otro había llegado antes que él, siguiendo un diferente recorrido. 3. La esencia de la vida ¿Cómo funciona la vida? Esta es otra pregunta fundamental para el biólogo, estrechamente relacionada con la primera. El universo está regido, según las leyes de la física, por una fuerza que lo empuja todo hacia la pérdida de la organización y del orden, hacia un grado creciente de entropía; es como un tizón ardiente que se está apagando y transformando en ceniza. La vida forma parte de este universo, pero va en dirección opuesta, hacia configuraciones caracterizadas por un grado creciente de orden y de organización; es como una barca de vela que, siguiendo una ruta precisa, sube tenazmente, un borde tras otro, el curso de un viento violento que empuja todo lo demás a romperse contra los escollos. Puede hacerlo solamente porque es diversa del resto del mundo conocido. La vida posee el conocimiento de la propia identidad, la defiende contra todo lo que tendería a borrarla y la desarrolla incesantemente. El conocimiento, entendido como un complejo orgánico y organizado de informaciones, no es sólo lo que a través de la vida da origen a la realidad circunstante, sino que es también el eje de la vida misma. En vez de explicar este misterio, el descubrimiento del DNA lo ha aumentado, mostrando que el proyecto de la vida está presente en cada viviente, además de estarlo en cada uno de los miles de millones de células que componen los organismos multicelulares. En un espacio infinitesimal, invisible a simple vista, se encierra la esencia de la vida: su pasado, su presente y su futuro en todas sus manifestaciones, desde la más elemental hasta el hombre. El DNA ha sido llamado el proyecto de la vida (Dulbecco, 1989), pero esta palabra nos desvía porque un proyecto, por sí mismo, queda como una cosa sin sentido, sin la intervención externa de quien lo realiza. En cambio, el proyecto de la vida "contiene dentro de sí todo lo que le sirve para realizarse, excepto, naturalmente, las materias primas y la energía que obtiene del ambiente. Sabe construirse autónomamente las piezas que le sirven, junto con los utensilios necesarios para juntarlas. Sabe adaptarse al ambiente. Sabe preparar los subproyectos, cada vez más detallados, necesarios a medida que la obra va adelante. En fin, el proyecto del viviente y el viviente que resulta de él no son separados, sino que se identifican el uno con el otro. En vez de proyecto, es preferible por lo tanto llamarlo Libro sacro de la vida, para explicar el sentido de extravío que se experimenta cuando se trata de hojearlo" (Silvestrini,1995). Este proyecto es la esencia de la vida a lo largo de todo su recorrido, de la simple procreación duplicativa a la sexual y a la cultural. Es el mismo que cada día se abre ante nosotros cuando cada célula fecundada se divide en dos, en cuatro, en ocho, en dieciseis, etc., diferenciándose en aquella miríada de componentes de los que emergen el embrión, el feto, el recién nacido, el niño y después el adulto, que ya ha iniciado su descenso, pero no antes de haber dado su aportación a la vida. Contiene en sí también los desarrollos futuros, los que a través del progreso científico y tecnológico lo llevarán a desplegarse ulteriormente. No es necesario ser Albert Einstein para comprender que a la guía de una barca de vela que avanza en el curso del viento hay algo diferente del mar tempestuoso. Para el laico este quid sigue siendo misterioso o bien es el fruto de la casualidad, de la combinación fortuita de miles de millones de eventos que se suceden incesantemente en VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO el universo. En cambio, para el creyente, presupone una intervención transcendental. Sin embargo, una vez más las diversidades entre el pensamiento laico y el religioso pierden importancia porque la vida existe en todo caso y es cuanto poseemos. Entrambos, por lo tanto, no pueden sino concordar en el principio básico de la defensa de la vida. Por citar un documento del Comité Nacional para la Bioética, "la defensa de la vida nace, no de una forma abstracta de filantropía, sino de la constatación de que el hombre existe en cuanto es ser viviente, dotado al mismo tiempo de una propia individualidad, que lo hace único, y estrechamente interconexionado con la sociedad, de la que forma parte" (Comité Nacional para la Bioética, 1995). característica, pero con él sucede un hecho nuevo. En vez de dejarse guiar instintivamente por la ley fundamental de la vida, la analiza y busca una explicación racional de la propia existencia. En vez de esperar a que sus tegumentos se adapten a la intemperie, o que asomen las aletas o las alas, el hombre se construye con sus manos los vestidos, los alojamientos, las barcas, los aviones; fabrica además los instrumentos que lo ayudan a extender sus conocimientos y, por 4. La vida es progreso Todo otro ser viviente se adecua al principio fundamental de la defensa de la vida por el hecho mismo de existir, gracias a informaciones que figuran en su funcionamiento y en su estructura orgánica, compuesta de aparatos, y órganos grandes y pequeños. Al contrario de cuanto sucede con los libros del hombre, estas informaciones son intercambiables con la forma y el funcionamiento de la vida, están ínsitas en ella, como caras diversas de la misma medalla. Este concepto está parcialmente expresado en la teoría quemosmótica de la interdependencia de forma y función que ha hecho ganar a Mitchell el premio Nóbel, pero tiene un valor bastante más general. Se encuentra en todo el proceso evolutivo, ya descrito en la Biblia para quien sabe leer, en el curso del cual la vida pasa sucesivamente de los organismos monocelulares a los multicelulares que se confían al instinto de la supervivencia y dotan su cuerpo de aparatos especializados: tegumentos que los protegen de las intemperies y de las radiaciones nocivas, aletas y branquias para moverse en el agua, alas para flotar en el aire, etc. Las informaciones referentes a estos cambios no son transcritas aparte y conservadas en una biblioteca, sino que están contenidas en la vida misma. También el hombre tiene esta lo tanto, el universo de la vida más allá del dominio de los sentidos. Este cambio nace de sus capacidades intelectuales y manuales que le consienten extraer las informaciones de la vida de su substrato natural, para transferirlas a otro substrato, hecho del lenguaje oral y escrito, de la cultura individual y colectiva; las traduce, después, en medios prácticos. Parece, pero no es así, que se apropie de las ideas que Platón asigna a la divinidad. Este es el resorte del nuevo tipo de evolución llamada progreso. Forma parte de la vida, favorece su desarrollo, pero concentra en las manos del hombre un poder enorme, que al mismo tiempo lo enorgullece y lo asusta. Si es religioso, se siente investido de una misión divina, pero al mismo tiempo teme violar sus reglas. Si es un filósofo o un científico, le parece avanzar en el camino del conocimiento, pero paradójicamente a medida que 161 avanza aumenta su incapacidad de dar una respuesta a las demandas fundamentales. Si es un hombre de la calle goza de los beneficios del progreso, que prolonga su vida y la hace cada vez más confortable, pero mira con espanto los riesgos y peligros que lo acompañan. 5. Una lección de vida La respuesta a estas interrogantes debe buscarse en las mismas capacidades intelectuales que han hecho posible el progreso. A diferencia de todo otro ser viviente que defiende la vida instintivamente, ya con el solo hecho de existir, el hombre está, de hecho, en condiciones de leerlo, de comprender sus principios fundamentales, de hacer propia su sabiduría y, por lo tanto, de respetarlo no ya sólo instintivamente, sino conscientemente. He aquí entonces que la cultura deja de ser elucubración teórica, para dar respuestas concretas a las cuestiones que agobian al hombre, tanto en sus pequeñas acciones cotidianas como en la política. Alguno llega a esta conquista mediante el don de la fe, que es el recorrido más rápido, pero también el más difícil. Algún otro, estudiando con humildad la vida. Yo creo firmemente que estos dos recorridos pueden encontrarse. De hecho la vida ofrece las mismas enseñanzas proporcionadas por la religión. El respeto a las reglas de la convivencia civil, que nace de la conveniencia antes que de un imperativo ético. La posibilidad de ser, al mismo tiempo, igualitarios y aristocráticos, porque la vida confía a cada ser viviente, del microbio al hombre, el propio proyecto entero, ofreciendo a cada uno un punto de partida igual, pero al mismo tiempo premia a quien sobresale por calidad de empeño. Es una y otra cosa contemporáneamente, porque es verdad que el individuo resulta valorizado por sus cualidades, pero solamente si forma parte de una comunidad. He aquí por qué la Iglesia nunca podrá ser de Derechas o de Izquierdas, liberal o democrática, sino una y otra cosa a la vez. La vida no persigue el placer o combate el dolor por si mismos, como el hombre estaría tentado a DOLENTIUM HOMINUM 162 hacer, pero se sirve de ello para dar una indicación de lo que es útil o dañoso. Para ella, todo lo que existe tiene un significado, en cuanto que encaja en su proyecto. He aquí entonces que la cultura, sea laica o religiosa, deja de ser un hecho abstracto para transformarse en lección de vida. 6. El respeto de la vida en la investigación biomédica Yo no soy un filósofo: por lo tanto dejo a otros la tarea de desarrollar estos conceptos como merecen. A mí me corresponde sólo la obligación de subrayar que aquéllos se aplican en términos sumamente prácticos incluso en la investigación biomédica, que se ha convertido en uno de los elementos portantes del progreso. Dejando a parte sus degeneraciones, aquellas que en vez de respetar la vida la ofenden, en sus desarrollos positivos, la investigación biomédica sigue desde siempre dos recorridos diversos. El primero la lleva a combatir los sufrimientos y las enfermedades desde el exterior, con todos los medios posibles. De este modo ha conseguido éxitos impresionantes, que han mejorado la calidad y la duración de la vida del hombre, pero que son efímeros. Basta pensar en los antibióticos, que representan una de las etapas más significativas de este recorrido. Pero en su realización se ha descuidado y olvidado la lección de la vida, que en el curso de la evolución ha dejado a un lado el mecanismo defensivo de la antibiosis en favor del inmunitario, mucho más eficaz. He aquí por qué el empleo de los antibióticos revela una serie de inconvenientes, desde la resistencia bactérica, que requiere un continuo recurrir a nuevos antibióticos, hasta el de millones de niños de los países en vías de desarrollo, que han sido salvados pero, a la vez abandonados a condiciones inhumanas de vida. El otro recorrido es el de estudiar las enfermedades antes de combatirlas, de llegar no sólo a sus causas, sino a su significado biológico, a sus interrelaciones con otros procesos, a los mecanismos defensivos dispuestos por la naturaleza misma. Este es el camino de las vacunas, que ofrecen soluciones más duraderas y seguras que los antibióticos, pero requieren una acción de educación sanitaria, un desarrollo de las estructuras sanitarias, una intervención que co- rresponde a los mismos sistemas sanitarios. Por lo tanto, el respeto de la vida significa, ante todo, ansia de conocimiento. Este concepto reaparece en las palabras de todos los grandes científicos que han contribuído a los éxitos de la medicina, incluso mi Maestro, pero en particular en la enseñanza de Hipócrates. Quisiera terminar expresando toda mi admiración y mi reconocimiento al Cardenal Fiorenzo Angelini, que una vez más, con esta Conferencia nos ha ofrecido una importante ocasión de encuentro y de reflexión. Prof. BRUNO SILVESTRINI Director del Instituto de Farmacología y Farmacognosia de la Universidad La Sapienza de Roma. Consultor del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Agentes Sanitarios Bibliografía BIGNAMI, G. Ann. Ist. Sup. San. 1993, 29 (Suppl. 1): 1-104. Comité Nacional para la Bioética. Documento sobre las Vacunas. Istituto Poligrafico e Zecca dello Stato, Roma 1995 (en prensa) Consejo de Europa, Recomendación de la Asamblea Parlamentaria del 2 de febrero de 1989. DULBECCO R., Il progetto della vita. Mondadori,Milano 1989. MITCHELL P., Science 1979, 206: 11481159. SILVESTRINI B., Malati di droga. Sperling e Kupfer, Milano 1995. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 163 CARLA GIULIANA BOLIS El cerebro humano: de Hipócrates al desarrollo actual de las neurociencias A lo largo de los siglos, la búsqueda de un sistema de coordinación y de localización de las funciones en el sistema nervioso y en el cuerpo siempre ha tenido una fundamental importancia en el campo de los estudios de anatomía y en el ámbito filosófico. A veces, las informaciones, incluso vinculadas con acontecimientos microscópicos, no fueron consideradas particularmente importantes, como efectivamente se juzgaron más tarde. Sin embargo, debemos tener presente que solamente en la actualidad la comprensión de las funciones del cerebro es considerada de manera correcta. El estudio del cerebro ha requerido muchos éxitos científicos y habilidades técnicas hasta el punto que podemos afirmar que solamente ahora nos encontramos en la condición de poder comprender los mecanismos básicos de la mayor parte de las funciones fisiológicas y bioquímicas ligadas con el sistema nervioso. Un ejemplo claro de la dificultad de interpretación lo tenemos con el descubrimiento de un papiro egipcio de hace 3,000 años antes de Cristo, en el que se hacía una serie de observaciones de heridas a la cabeza ligadas a específicas manifestaciones somáticas. Inicialmente las observaciones fueron exactas, pero se ha necesitado al menos 50 siglos para comprobar los mecanismos fundamentales de la correlación entre una herida a la cabeza y una lesión periférica. Actualmente, hemos iniciado a tomar en consideración el trabajo de Hipócrates. No hay duda que Hipócrates (460-370 a.C.) fue un gran médico y que comprendió con mucha claridad algunas condi- ciones neurológicas como el ataque apoplético y la epilepsia, que se mencionan en los Aphorismi y en la Praesagia Hippocratis, liber II, De convulsione. Al publicar el Corpus Hippocraticum, Hipócrates y su escuela introdujeron la racionalización de los hechos que conducen a las enfermedades. No se describió ninguna intervención divina. La visión de Hipócrates y del filósofo Platón (429-347 a.C.) sobre la localización de la coordinación fue más bien cerebrocéntrica, pero más tarde Aristóteles (384-322 a.C.) impuso su visión cardiocéntrica de la coordinación del cuerpo humano. Aristóteles describió el corazón como el responsable de todas las funciones, incluida la percepción y el pensamiento; el cerebro fue considerado como la parte más fría del cuerpo cuya función era la de suavizar el calor producido por el corazón. En el siglo III a.C., Herophilus y Erasistrato estuvieron en grado de estudiar el cuerpo humano y se encontraron en la posición de distinguir entre cerebelo, cerebro y médula. Demostraron también que el cerebro tiene ventrículos y que su superficie tiene circunvoluciones. Asimismo, comprendieron claramente que los vasos sanguíneos son muy diferentes de los nervios y que el origen del nervio es el cerebro o la médula. Los nervios se distinguen en motores y sensitivos. En el siglo II d.C., Galeno (129199) confutó la visión de Aristóteles y a través de la observación directa propuso la distinción entre nervios motores y nervios sensitivos, atribuyendo importancia a las percepciones y de este modo anticipó el concepto del Nil est in inte- llectu quod prius no fuerit in sensu. Galeno no consideró solamente la anatomía, sino que fue el primero que observó la fisiología. Atribuyó gran importancia a los ventrículos, que dividió en anterior, mediano y posterior. Galeno, además, previó que a lo largo de los nervios viaja un agente, el pneuma. Su intuición fue dejada de lado por al menos docientos años, hasta que se descubrió la comunicación eléctrica a lo largo del nervio. Fueron Emeso, Obispo de Emesa y San Agustín quienes, en el siglo IV d.C., efectuaron una concentración específica de estudios sobre el cerebro con respecto a la localización de las funciones de los tres ventrículos descrita por Galeno: en el ventrículo anterior está localizada la imaginación; en el mediano el razonamiento y en el posterior la memoria. Esta es la primera aproximación a la localización de las funciones y por al menos un centenar de años este acercamiento dio lugar solamente diseños y pinturas. Durante el Renacimiento, los estudios de anatomía prosiguieron y en el Hospital de Santa María Nueva en Florencia, alrededor del 1505 Leonardo de Vinci construyó un modelo de cera de los ventrículos cerebrales e hizo diseños de las circonvoluciones cerebrales. Más o menos en el mismo período, Vesalio en Italia y Fresnel en Francia, hicieron mayores y más explícitas descripciones morfológicas. Willis (1667) trató de encontrar una descripción anatómica más minuciosa y distingió la materia cerebral en gris y blanca. Teniendo en cuenta el trabajo realizado por William Harvey (1578-1637) so- DOLENTIUM HOMINUM 164 bre el corazón y la circulación, realizó brillantes estudios sobre la circulación del cerebro, para la identificación de la red mirabilis o círculos de Willis. Durante este período, tuvo una aproximación filosófica la investigación sobre el cerebro, teniendo en cuenta las relaciones entre cerebro, inteligencia y alma. En su De cerebro cortice, en 1665 Malpighi describió la superficie del cerebro con un sistema de extensión primitivo. En 1666 en el Cerebro describió dos observaciones sobre la distribución de la materia gris en el cerebro. Puso de relieve el hecho que la estructura del cerebro fuese particularmente difícil de dividir y las manipulaciones que efectuó naturalmente dieron origen a una serie de adulteraciones. Alrededor del 1718, van Leuwenhoeck produjo la primera imagen adecuada de la organización al microscopio del sistema nervioso, cuando consideró que la estructura del nervio está formada por una especie de pequeños vasos reunidos conjuntamente, a veces encerrados en una estructura identificada más tarde como la mielina. La anatomía al microscopio no hizo progresos hasta el 1824, cuando Dutrochet identificó en un ganglio invertebrado, la presencia de "pequeñas células" de forma esférica. Esta es la primera descripcción de una célula nerviosa. Pocos años más tarde Valentin describió la presencia en el cerebelo de extremidades alrededor de estas células esféricas y hoy conocemos que estas ramificaciones terminales fueron identificadas más tarde como las dendritas. En 1865, Deiters propuso la estructura de los nervios tal como la conocemos hoy gracias a la introducción del microscopio electrónico (1950). Estas observaciones y las propuestas de Deiters contenían un pensamiento presente en la comunidad científica sobre las posibles comunicaciones y las interacciones entre las células nerviosas. Hoy sabemos que las interacciones están restringidas a sistemas especializados denominados sinapsis. Esta palabra deriva del griego, que significa "conexión", y fue acuñada por Charles Sherrington (1897), que en uno de sus artículos cientí- ficos escribió: "Por lo que conocemos, estamos propensos a pensar que la extremidad de un ramo de la arborescencia no es continuo sino solamente en contacto con la sustancia del dendrita o del cuerpo de la célula sobre el cual choca. Esta particular conexión de una célula nerviosa con otra puede llamarse sinapsis". Aproximadamente cincuenta años después (1850), Claude Bernard sostuvo la posibilidad que el contacto entre el nervio y las células 'blanco' fuese especializa- do y que habrían habido modificaciones durante la transmisión de la señal. A fines del siglo XIX y al comienzo del siglo XX, hubo un interesante debate sobre cómo se establece la conexión neuronal. El logro de un sistema mejor de verificación (verificación a la plata) de los tejidos nerviosos fue descubierto por el italiano Camillo Golgi, y fue aplicado por el español Santiago Ramón y Cajal, mediante técnicas de microscopio mejoradas, con el fin de formular la neurona contra la teoría reticular. Ciertamente la teoría neuronal consideraba el neurón como una célula individual, ya distinguida en el espacio por su célula blanco y afirmada en la individualidad de la neurona. Sin embargo, a este debate, en el que venció la teoría neuronal, siguió otro debate sobre el modo como es transmitido el señal dado por las neuronas: "Transmisión química", según la cual se suponía que las neuronas liberasen moléculas que actuaban sobre células específicas, o "transmisión eléctrica", según la cual la señal era de naturaleza eléctrica. Es muy interesante ver que en 1884 Thudicum publicó "La composición química del cerebro". En dicho período, la bioquímica estaba iniciando a surgir, pero no eran técnicas válidas para una correcta identificación de las sustancias. Debemos esperar hasta nuestro siglo cuando, en los años cincuenta fue identificada la composición química de las sustancias. El trabajo de investigación de Sir Henry Dale y de Otto Loewi estableció en 1920 que la transmisión química fue la teória más válida. Pero en aquel período toda la secuela de los hechos que se referían a la generación y a la propagación de la señal eléctrica aún no eran conocidos. Fue solamente en 1786 que Luigi Galvani, realizando experimentos en las ranas, propuso la existencia de una especie de electricidad animal. Más tarde, en 1838, Matteucci por primera vez registró la corriente eléctrica producida por un músculo. En 1898 Dubois Reymond describió la existencia de una corriente que trabajaba en los nervios. Asimismo, en 1875 Catón demostró mediante sus experimentos con los conejos, que también la capa cortical produce electricidad La magnífica publicación de Galvani en 1791, De viribus electricitatis in motu musculari commentarius, abre el camino a un importante y fascinante acercamiento a la electricidad animal. Hasta 1950, no había ninguna prueba evidente de que los estímulos actuasen sobre la exitación nerviosa. Gracias a los estudios de Hodgkin y Huxley (Hodgkin, 1964; Hodgkin y Huxley, 1952; Hodgkin y Keynes, 1955), hoy sabemos que la membrana excitable existe en dos estados: uno polarizado (con el mantenimiento de intercambios iónicos diferentes en los dos lados de la membrana), y uno despolarizado, que es el resultado del primero seguido por cambios drásticos en permeabilidad, en orden de milisegundos, después del estímulo. Los rápidos cambios en la permeabilidad iónica hace partir los impulsos eléctricos trans- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO mitidos a lo largo del axo del nervio, alí donde el intercambio iónico está regulado por la membrana del plasma a través de la cual la célula comunica con el ambiente circunstante. El axo ofrece un camino único no solamente para la conducción de los impulsos iónicos, sino también para la circulación de macromoléculas entre el sistema nervioso central y los órganos periféricos. Cada interrupción o alteración patológica de las fibras nerviosas impide el transporte a través del axo de las moléculas y por tanto priva las partes centrales y periféricas del sistema nervioso de intercambios moleculares. Este transporte a través del axo anterogrado es una de las conclusiones centrales que facilitan la comprensión de los mecanismos fisiológicos responsables de la degeneración y de la regeneración del axo. Viceversa, el transporte axonal retrógrado representa los medios con los cuales la información química es recogida de la periferia axonal y eventualmente de las células objetivo al cuerpo de la célula. Este mecanismo puede tener un papel importante en la respuesta regenerativa y en el desarrollo de conexiones sinápticas establecidas entre las neuronas y sus células objetivo. En aquel período la estructura del mecanismo biológico de la membrana era bien definida y estaban en gran fermento los estudios sobre los sistemas de transporte. Dada la capacidad del CNS y del PNS de reparar después de la exposición a diferentes condiciones ambientales, y de establecer nuevas conversiones de adaptación o de recuperar la función mediante la implicación de neuronas supérstites, el conocimiento neuronal es ahora un campo de investigación muy prometedor, especialmente por su impacto en las lesiones nerviosas y en la recuperación. Hoy conocemos que el cerebro humano está formado por aproximadamente 101011 neuronas, un número muy semejante al de las estrechas en nuestra galaxia. Estas células están subdivididas en 100 tipos diferentes de células, allí donde los órganos del cuerpo la subdivisión es más bien modesta. En esta complejidad celular, la eficacia funcional es lograda mediante la cooperación armoniosa. La cooperación es mantenida por el código genético, por los neurotrasmisores, por los neuromoduladores, por las neurormonas y se manifesta con el funcionamiento neuronal y el comportamiento; la ineficiencia de estas actividades relativas se expresa por las condiciones patológicas. Aun si las células del sistema nervioso están unidas al mismo código genético como las demás células y tienen una organización celular general, ellas difieren de las demás células en lo que concierne a algunas características, sobre todo porque estas células neuronales están interconexas y funcionan con otros tipos de células creando contactos específicos con otras neuronas, glándulas o células musculares. La comunicación tiene lugar por vía eléctrica y química a través de la sinapsis. Las señales químicas tienen relación con los neurotransmisores: fue T.R. Elliot el primero que el 21 de marzo de 1904 en el encuentro de la "Physiological Society of London", afirmó que "la adrenalina puede ser un estimulante químico liberado cada vez que el impulso llega a la periferia...". La transmisión química y eléctrica es la de la zona de contacto entre dos células nerviosas; la señal química (neutransmisor) es lanzada una señal eléctrica a las pre-sinápticas, guiadas a la modificación de la actividad biológica de 165 la célula receptora (post-sináptica). El receptor es una proteína protadora de zonas especializadas (secuencias de aminoácidos) capaz de reconocer de manera específica el mensaje químico. La sinapsis es un lugar importante de modulación de la señal y de regulación homeostática. Los mecanismos de cesión y los procesos de reconocimiento son hechos regulados. El punto de contacto especializado la sinapsis - debe ser, pues, considerada como un lugar "plástico" que puede ser modificada por la actividad del cerebro y por los hechos fisiológicos. Hoy conocemos un gran número de neurotransmisores que pertenecen a diferentes clases químicas sin nexos. Entre los neurotransmisores clásicos, las catecolaminas y las acetilcolinas han sido las primeras en ser descritas y son los mensajeros químicos más estudiados. Estas dos clases de neurotransmisores representan en varias actividades fisiológicas un ejemplo de antagonismo funcional. Debe subrayarse la posbilidad reconocida de la coexistencia (y cooperación funcional) de más de un neurotransmisor en una extremidad nerviosa. La proteínas receptoras son divididas en dos categorías principales, las receptores que constituyen un canal iónico y las que están conexas con las proteínas G. Esto nos lleva a la introducción del concepto de la interacción receptora con otras proteínas de la membrana, como las proteínas G, que permiten la activación de un sistema eficaz al final. Se trata de hechos catalícticos a caída que permiten la amplificación de la señal. El interés sobre las proteínas G ha ido creciendo, como lo testimonian el reciente premio Nobel otorgado a Gilman y Rodbell por su descubrimiento. La proteína G es la proteína que pone en conexión el receptor con el effector. Se sabe que varias proteínas G dependen del tipo de célula y por el sistema de transconducción. Es preciso notar que la existencia tanto de estimuladores que de inhibidores de proteínas G que convergen en el mismo sistema effector, lleva al control estrecho del conjunto de DOLENTIUM HOMINUM 166 informaciones que deben ser transmitidas. Asimismo, debemos recordar la importancia de los sistemas de fosforación, que en algunos son receptores (p.ej. receptores para los factores de crecimiento) o conexos a través de los hechos a caída ya descritos a la activación de varios receptores (p. ej. receptores para aminas biogénicas). A todas estas informaciones debe añadirse la reciente noción que los sistemas neurotransmisores específicos, como los que contienen VIP y NE, como lo manifiesta P.J. Magistretti, pueden regular el metabolismo en células glía o en las células endoteliales de vehículos interparenquimales del cerebro que añaden una función inesperada para los neurotransmisores. La investigación sobre la localización de las funciones en el cerebro ya estaba en primera línea. Con este fin, Franz Joseph Gall produjo los siguientes datos experimentales a fines del siglo XIX. Efectuó extirpaciones de centros anatómicos bien definidos y observó el comportamiento animal. Por ejemplo, demostró de que modo la extirpación del cerebelo disturbase la coordinación de los movimientos. Además, de acuerdo con Galieno, demostró que las lesiones del bulbo (en el ventrículo posterior) inducen a modificaciones en la respiración. Más tarde, Gall afirmó que la memoria verbal o lenguaje estuviese localizada en el lobo frontal de la capa cortical. El neurólogo francés Bouilland, después de estudiar 100 casos a lo largo de 40 años, puso en evidencia que existía un nexo entre el daño cerebral en el lobo frontal y la pérdida del lenguaje (1825). Pero ha sido sólo en 1860 que el neuroanatomista y antropólogo Broca presentó la prueba clínica y anátomo-patológica que la pérdida del lenguaje está relacionada con el daño unilateral del lobo frontal izquierdo. Al mismo tiempo, demostró la asimetría entre los hemisferios. Fueron también muy interesantes los estudios de Carl Wernicke en su monografía de 1874 "Der Aphasische Symptomencomplex". En 1909 Brodman reunió todos los datos disponibles sobre el hom- bre y sobre el mono y dividió la capa cortical cerebral en 50 áreas: áreas de asociación, de motores y de percepción sensitiva. Pero ha sido solamente en los últimos dos decenios que se han elaborado instrumentos para localizar de manera precisa las funciones del cerebro. Estos instrumentos comprenden el scan CT, SPECT, la resonancia magnética y otros. Hoy conocemos muchas actividades del cerebro, incluso el empleo de la energía y de la función. Cier- tamente estas técnicas han sido concebidas para diagnosticar y compreder los mecanismos que constituyen la base de los disturbios neurológicos y siquiátricos. Todas las tentativas y las aplicaciones de nuevas técnicas desde el inicio del interés manifestado por el hombre hacia el cerebro, en cuanto sede del control de las funciones del cuerpo y de la mente, han sido de gran importancia para la actual comprensión. El éxito de la neurociencia depende de un acercamiento multidisciplinario: biología, anatomía, física, química y medicina. El empleo de los fármacos (neurofarmacología y psicofarmacología) ha sido también fundamental para comprender particulares disturbios de la funcionalidad de los nerurotransmisores, de los segundos mensajeros, de la plasticidad de las sinapsis y de los circuitos neuronales. Gracias a la biología molecular ha sido posible definir la estructura de algunos recepto- res, especialmente los receptores de proteínas complejas y de canales iónicos. La aplicación de la biología molecular ha sido crucial para la identificación de algunas enfermedades genéticas en neurología y psiquiatría. Las informaciones de que se dispone en las neurociencias básicas han sido esenciales para la identificación de los mecanismos básicos para la prevención y el tratamiento de los disturbios degenerativos del nervio debidos a toxinas ambientales, a causas metabólicas y a agentes infecciosos. Hoy conocemos que las células glía, la célula no-nerviosa en el sistema nervioso, son fundamentales para el mantenimiento de la actividad funcional de las neuronas y de los axos. La actividad integrativa de las neuronas y de las células glía regula muchas de las actividades neuronales y, según los recientes estudios experimentales, participa en la regulación del metabolismo cerebral. Pero la investigación básica va más allá del laboratorio y se extiende a todas las áreas del comportamiento humano. Lo que había iniciado como un estudio antropológico de una tribu aislada en Nueva Guinea afectada por una enfermedad degenerativa progresiva del sistema nervioso, ha abierto el camino a todo un campo de investigaciones que tratan de demostrar que algunas enfermedades crónicas neurológicas son causadas por una infección viral persistente. Sin embargo, usando hoy la aproximación racional a la enfermedad indicado por Hipócrates, estamos en grado de prevenir y de controlar una serie de enfermedades neurológicas, y esta lista aumentará en un futuro cercano. Prof. Carla Giuliana BOLIS MD PHD Profesor de Biología General y Comparativa en la Universidad de Milán Consultor de la Sección Neurociencias de la Organización Mundial de la Salud Lecturas aconsejables ARISTOTELES, De partibus animalium. ARISTOTELES, De memoria et reminiscentia. BINDMANN, L., Lippold, O; (1981), The neurophysiology of the cerebral cortex, London, Arnold. BIRNHAUMER, L., (1990), Transduction of VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO receptor signal into modulation of effector activity by G proteins: the first 20 years or so... FASEB J. 4:3178-3188. BODIAN, D; (1952), Introductory survey of neurons, “Cold Springs Harbor Symp. Quant. Biol.”, 17, pp. 1-13. BOLIS, C.L. (1984), Acetylcholine receptors: Introductory remarks. 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Tendiente a autotrascenderse, deseoso de inmortalidad y de felicidad duradera, el hombre es como inferior frente a la experiencia del dolor, al que también intenta dar una respuesta. "En el repertorio cultural de cada grupo humano existen teorías sobre la enfermedad, científicas o religiosas... Ellas varían según como cambian las culturas; y ninguna teoría puede ser plenamente entendida fuera del contexto cultural a la que pertenece y de la estructura social de los grupos que comparten determinadas opiniones y estrategias de adaptación y de supervivencia"1. El dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte llaman, pues, en causa al sujeto antropológico, se trate de una sola persona o de la personalidad corporativa. Es decir, interactúan con la singularidad de los sujetos y con el grupo social en cuanto tal en su autocomprenderse como entidad cultural2. Para los llamados "primitivos" el origen de cada sufrimiento, así como de toda calamidad o catás- trofe, es una potencia trascendente del cual el hombre es su víctima; para la cultura griega y para la hebrea, el dolor, el sufrimiento, la muerte, tienen como base una responabilidad personal. En nuestro siglo la cultura marxista ha denunciado los condicionamientos sociales, mientras que la psicoanálisis ha puesto como causa los condicionamientos del subconsciente... Cualquiera que sea la respuesta o el acercamiento específico, el drama del dolor permanece totalmente abierto en nuestra cultura3. Esto es mucho más grave ya que está en acto una especie de remoción colectiva de todo lo que disturba el imaginario en la radicalización de un modelo de vida a todo trance hedonístico y consumista. Quizás nuestra cultura, ha asimilado todas las consecuencias de aquella demitización o desacralización de la naturaleza que, según Max Weber, habría tenido su punto de partida en la religión bíblica como "desencanto", como acercamiento a la naturaleza con intención operativa, condición preliminar absoluta para el desarrollo de la mentalidad científica4. De todos modos, dentro de nuestra cultura y de sus procesos colectivos de remoción, se yergue perversa y titánica, casi cercana al delirio de omnipotencia, la voluntad de derrotar la enfermedad, el dolor y la muerte. Tenemos la interpretación del dolor y de la enfermedad como entidad ajena, que incumbe desde fuera y permanece como extraña; esta concepción ciertamente es incrementada por las mismos métodos prácticos de la medicina5. En nuestra cultura, pues, el dolor aparece cada vez menos como experiencia "humana". Esto es más desconcertante en cuanto se nos presenta más compleja la realidad de sujeto antropológico, no tanto en la perspectiva parcial de las ciencias de la naturaleza sino en aquella global de las ciencias humanas y de su correlación orgánica. Como parte central ellas ponen el fenómeno humano en su predicabilidad global, en su complejidad sicofísica, en la red de su aucomprenderse, de su interactuar solidario con los demás sujetos humanos, en su histórico colocarse dentro de la variada trama de la creaturalidad con la que se entrecruza su existencia y la de los demás. La paradoja del delirio de omnipotencia que exorciza el dolor y la muerte consiste sin embargo en la angustia que oprime al hombre actual sin dejarlo en paz. Evadir el interrogante final sobre el sentido no resuelve la "frustración existencial"6, la falta de adecuación o la insensatez de encontrarse en el mundo fuera de una respuesta que revele el hombre al hombre (cf. GS 22). El problema es, pues, antropológico y, para los creyentes, necesariamente teológico. Por tanto, es necesario encaminarnos a las respuestas que la Escritura7 - AT y NT - ha dado al problema del dolor; y, honestamente, es necesario regresar a los pradigmas interpretativos ofrecidos por la cristiandad en el arco de su historia. 2. Paradigmas de solución teológica 2.1 El AT y el NT La etiología genesíaca responde al porque del sufrimiento, del do- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO lor y de la muerte atribuyéndolo a una precisa responsabilidad humana. El Dios que ha dado la existencia al universo, el Dios creador del hombre macho-hembra, es un Dios sabio y justo. No le pertenecen ni el dolor ni la muerte y, además, no hay otro Dios fuera de El. El sufrimiento y la muerte hay que atribuirlos, por tanto, al hombre, a su pecado. No obstante la culpa, Dios no abandona al hombre. El Creador es también el "redentor". Antes bien, es partiendo de la experiencia de la redención que el hombre bíblico tiende a conocer del designio creador. De todos modos, el horizonte optimal del hombre bíblico es el shalom, la bendición de Dios que se traduce en seguridad, bienestar, felicidad inmediata y concreta. Por el contrario, la enfermedad y el dolor representan un castigo proporcional a la culpa. Mas como recuerda el libro de Job, verdadera summa sobre el misterio del sufrimiento, no todo es siempre tan sencillo y obvio. En todo caso, en la victoria de la fe sobre la prueba, Job es restituido a aquella condición de felicidad y bienestar que debería caracterizar la existencia del justo. Si es verdad que indudablemente en la revelación veterotestamentaria el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es el Dios de la vida y de la muerte, no hay minimizar su subjetividad patética. El Dios de la Alianza sufre por el pecado de su pueblo. Dialoga con él con acentos dramáticos. Lamenta su infidelidad y el adulterio. Muestra su pasión por el pueblo que ha escogido con expresiones prestadas por la experiencia humana de la traición, del abandono y de la infidelidad . Esto se evidencia sobre todo en la revelación profética8, en el diálogo que El realiza con su pueblo. En fin más allá del esquerna interpretativo que relaciona la muerte y el dolor con, el pecado de cada uno o de todo Israel, más allá de la paradoja inquietante, de la prosperidad o de la felicidad de los malvados y de la infedilidad de los justos, el mismo Dios de Israel es un Dios que sufre, que se enoja, que se conmueve, que es capaz de participar y de asumir el sufrimiento de su pueblo. El Dios de Israel es, asimismo, un Dios misericordioso que a través de la pena y el castigo invita a su pueblo a la conversión, a retornar a El, a regresar a la fidelidad, a su amor y a su ley. De este modo el sufrimiento y la prueba se transforman en crisis, examen, discernimiento, posibilidad ofrecida nuevamente para volver a su amor y a su alianza. El aspecto conmovedor del Dios de Israel se acentúa y se hace, si es posible, incluso más definitivo y explícito en el NT. Ahora el Verbo hecho carne comparte y asume en todo su alcance, sufrimiento incluido, el acontecimiento humano. La kenosis del Hijo de Dios (cf. Fil 2, 7) incluye su nacimiento de una mujer (Gal 4, 4); su sometimiento a las leyes del crecimiento (cf. Lc 2, 52); el tener que tomar las distancias de la familia de origen (cf. Lc 8, 19); la experiencia del rechazo de parte de quienes están más cercanos (cf. Lc 4, 28 ss.); de su pueblo en sentido propio y amplio (cf. Jn 6,60 ss.); de los suyos, de aquellos que él ha llamado personalmente y que sucumben ante el escándalo de su pasión y muerte (cf. Mt 26, 69-75; Mc 14, 50). Jesús sufre y se conmueve personalmente. Es herido en la amistad (cf. Mc 14, 10-11), en el amor hacia su ciudad que va en ruina (Lc 19, 41). Pero sobre todo, El se inclina sobre el dolor de los demás haciendo de la sanación un llamamiento a los valores del Reino de Dios, un camino a la fe y a la conversión (cf., 169 por ejemplo, Jn 9). El Hijo de Dios experimenta en su misma carne la violencia de la muerte. Tiene horror de ella como cualquier otra criatura. En la soledad del Getsemaní (cf. Lc 22, 3944), así como en lo alto del patíbulo (cf. Mc 15,34) el dolor y la muerte se presentan a El como insensatos. Pero es en esta participación a la insensatez y al escándalo del dolor, que se yergue El justo que se ha hecho "pecado" (cf. 2 Cor 5, 21), que la pasión de Dios por el hombre llega a su ápice. En ella se desvela el designio definitivamente redentor: "Cristo resuscitó de entre los muertos como primicia de los que murieron" (1 Cor 15, 20). El acontecimiento Cristo no exorcisa el dolor, no lo remueve del horizonte humano. Pero, para el creyente, seguirlo es paradigmático. La victoria sobre el dolor y sobre la muerte pasan de la participación a su kenosis. Pero es justamente en este horizonte participativo, en esta imitación del Christus patiens, del "siervo sufriente" que la cristiandad elabora dos modos de entender el dolor, diferentes y antitéticos. 2.2 La cultura cristiana frente a la experiencia del dolor Por un lado, los cristianos han insistido sobre la relación misteriosa que existe entre la fe y la cruz. Creen que el precio del sufrimiento es infinito cuando es asociado a la redención. Autores espirituales, sobre todo "modernos", han concluido que el sufrimiento es indispensable para el progreso interior. Alguno ha llegado a afirmar que solamente el sufrimiento imprime el sello de la perfección auténtica y que por esto hay que desearlo y amarlo. Nadie, ciertamente, lo ha presentado como un bien en sí mismo, prescindiendo del amor de Dios. Pero numerosos manuales de devoción, a lo largo de siglos han predicado dicha doctrina. Contrariamente a esta corriente ha habido otra, más moderada y más plausible; ciertamente más radicada en la tradición del Evangelio y de los Padres. El sufrimiento procede del maligno. Dios quiere que luchemos para eliminarlo lo más posible de este mundo. Establecer el gozo y la paz del DOLENTIUM HOMINUM 170 Señor, promover el reino de Dios en la tierra: este empeño está en mayor sintonía con el humanismo que, en otro plano, se compromete para favorecer el desarrollo y el bien natural. Vencer la tristeza a través de la iluminación de un amor que reconforta es una empresa valiente y heroica. Sin embargo este ideal, como el anterior, puede conducir a efantizaciones doctrinales impropias, hasta el punto de provocar, aunque fuera indirectamente, una disminución del espíritu de sacrificio9. 2.2.1 Elogio al sufrimiento La primera actitud se funda, obviamente, en tomar como ejemplo a Cristo; sólo asociándose al El tiene sentido el misterio del dolor. Por lo demás, es una tesis hecha propia ya en Col 1, 24, cuando Pablo afirma que completa en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia. No se trata de hipotizar la insuficiencia de la cruz, sino más bien de haber abierto en primera persona y, antes bien, de insertarse en la dinámica vital de aquel cuerpo que Cristo ha conseguido muriendo en la cruz (cf Ef 5, 23.26). Pero este principio se ha cargado de valores discutibles; ha construido lo que acostumbramos definir "dolorismo", caballo de batalla de abundante literatura espiritual, y ante todo expresión de una precisa contextualidad cultural. Al interrogante si el sufrimiento es siempre un bien o, por lo menos, si es posible que se vuelva tal, no es difícil oponer la constatación que a menudo el dolor es poco tolerable10 y la misma fe no es capaz de aclararnos su sentido11. Los únicos sufrimientos que están en grado de ayudarnos son solamente los que pueden ser superados. Fuera del amor y de la fe el sufrimiento no produce sino mal. Buenas en sí son solamente la fuerza y la caridad gracias a las cuales es posible afrontarlo. La superioridad del hombre que ha sufrido nace por el hecho que ha sido capaz de dominar la prueba. Identificar, además, la perfección y el sufrimiento hasta hacer coincidir la primera en la búsqueda del segundo, no nos parece que encuentre una respuesta en la parado- ja del "Siervo sufriente". Su elección de la muerte de cruz (frente a otras posibilidades para lograr la redención del hombre), se inscribe en el pecado del mundo. Cristo se ha hecho solidario con el dolor del hombre, lo ha asumido, pero no lo ha buscado para sí mismo. Lo prueba su drama existencial. En ningún lugar evangélico el discípulo auténtico es invitado a buscar el dolor en cuanto tal. Al contrario el mensaje de Jesús es un gozoso mensaje de liberación (cf. Lc 4, 18 ss.). L'enfatización del dolor en la historia cristiana se acompaña también a otra constante, la que asigna a la iniciativa de Dios el "don" del sufrimiento. En efecto, sobre todo a los no creyentes Dios aparece pues en la paradoja poco paterna del torturador, en antítesis radical a las afirmaciones de Jesús en Mt 7, 9-1112. También puede resultar que algunos sufrimientos muevan a la conversión, que constituyan una chance única de madurez y de crecimiento. Pero no tiene sentido exaltar determinadamente el sufrimiento para que nos conduzca siempre y de cualquier manera a Dios. La paradoja de una cristiandad que ha hecho suyas estas tesis aparece en toda su evidencia si tratamos de encuadrarlas en la historia. Del "dolorismo" es familiar para nosotros su concepción romántica. Pero corre a lo largo de la historia en épocas ciertamente anteriores. Pensemos en la lucha titánica del asceta - el estilita, por ejemplo. El asemejarse al Cristus patiens del mártir se fundaba en una fidelidad a todo trance que triunfaba y vencía al dolor. Pero otra cosa es el martirio voluntario del asceta, a menudo muy cercano a aquel encratismo, justamente reprobado por los Padres13. Viceversa, permanece dualista la concepción del dolor en el primer medioevo. El hombre en cuanto tal muestra indiferencia y desprecio. El dolor se refiere a las mujeres, como lo prueba la condena de Eva (Gn 3, 16)14. No obstante esto el sufrimiento físico tiene un valor medicinal, sea que se refiera al cuerpo viviente o que se refiera al alma purgante, para la cual justamente el imaginario medieval encuentra una abigarrada corrección de tipo corporal. Sin embargo, la actitud casi estoica frente al dolor - por lo demás propia de la aristocracia feudal desvanece al final del siglo XII15, junto con la tendencia de la desclericalización y con la vulgarización de la cultura que se realizará en los siglos XIV y XV. Aquí la piedad del creyente se concentra en el "Hombre de los dolores", en su pasión16. El es seducido e inducido a ser su imitador incluso en el sufrimiento físico y, al mismo tiempo, para hacerse cargo de aquellos hermanos en los que el cuerpo pobre y doliente se encarna el Cristo que sufre17. Esto no falta en el ámbito de la imitación para deslindar en sadomasoquismo. Se piense en el ensañamiento con el que se ofende al propio cuerpo, se desfigura y se le obliga para que elimine el alimento y el sueño18. Sinceramente, no creemos que sólo la imitación de Cristo crucificado justifique tantos comportamientos que ciertamente de manera más mitigada permanecen en la espiritualidad de los siglos venideros19. Por ejemplo, se ponga atención en la tendencia contraria de la edad barroca y a la recrudescencia de la praxis penitencial en el siglo XVII, en los límites del movimiento jansenista, cuyos rigores penetran hasta la incredulidad una cierta rigidez de no pocas comunidades religiosas, particularmente femeninas. El "dolorismo" real y verdadero es un fenómeno sobre todo del si- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO glo pasado y de gran parte de nuestro siglo, hasta el punto que es más increíble por ser extraño a la cultura occidental. Su fatalista y supina acquiescencia al dolor, el hecho de inscribirlo pasivamente en la voluntad divina, de buscarlo como valor en sí mismo, va más alla del reconocimiento y de la consideración del "Hombre de los dolores" como paradigma espiritual personal. Quizás ofuscan su transparencia redentora y liberadora20. Se trata de un camino culturalmente identificado, que al final está inserto en una concepción estoica o maniquea, poco cercana, pues, a la salvación y a la esperanza cristiana, cuyo espesor escatológico no hace culpable ni al presente y la historia, ni a la experiencia del cuerpo21. 2.2.2 La lucha contra el sufrimiento Los primeros cristianos ciertamente ignoraban el "romanticismo del dolor". El "dolorismo" era completamente extraño para ellos. Su lucha en favor de Dios incluía todo mal, incluso el sufrimiento. Este es el compromiso de quienes combatieron con todas sus fuerzas contra la enfermedad y el dolor convirtiendo esta lucha en un aspecto de la misión humana y un deber de su testimonio cristiano. Pienso en la Dra. Gianna Beretta Molla que rechaza los analgésicos con tal de permanecer compos sui. Análogamente, se queda fuera del horizonte de la primera comunidad cristiana el "providencialismo dolorista". La invocación del pater: "¡se haga tu voluntad!" no prevé la disminución de la propia subjetividad activa, del propio compromiso en favor de la instauración del reino. Lo que habría debido ser un programa de liberación muy a menudo se ha traducido en una estéril acquiescencia, en una culpable fuga escatológica. Por otro lado, la lucha contra el sufrimiento no desea anesteciar la sensibilidad cristiana, invalidar una concepción austera de la vida y corroer toda reserva escatológica. Antes bien, desea ponerse coherentemente frente al problema de la enfermedad teniendo en cuenta el sujeto. Se trata de reconducir el sufrimiento y la enfermedad a la esfera personal y comunitaria. 3. Para una concepción cristiana del sufrimiento La "Salvifici doloris"22 ha puesto mucha atención en el tema del sufrimiento humano, colocando el valor salvífico a la luz del sufrimiento de Cristo. No nos detendremos en ello. Recordemos que la encíclica no declina ni desempeño ni rendimiento. La inteligencia del sufrimiento, su misterio, que permanece tal en la óptica de la fe, no comprende ninguna acquiescencia a sus patologías - físicas o morales - antes bien invoca en el sujeto enfermo como en el que se hace cargo del mismo - es el paradigma del "Buen Samaritano" - un compromiso activo y decidido. Está en juego el sujeto humano, la persona humana, creada a imagen de Dios (cf. Gn 1, 26). El espesor de esta imagen, no borrada por el pecado (cf. Gn 5, 1b-2), revela en el misterio del hombre el misterio mismo de Dios. El misterio del dolor no deja de tener su sentido dentro del marco relacional que manifesta en el hombre, llamándolo a la comunión, el misterio mismo del amor trinitario. El hombre es un sujeto patético23. La percepción y la conciencia que él tiene de sí mismo están confiadas necesariamente al círculo de la dialogía, al interrogante de alteridad y de trascendencia que al revelarlo a sí mismo, lo revelan también en su límite óntico. El dolor, no en su forma patoló- 171 gica, sino como consciencia y percepción del propio límite, es una experiencia esencialmente humana. Este captarse y autocomprenderse como hombre entre los hombres en la limitación existencial de un ser concreto confiado a una complejidad sico-física, inscrita en el espacio y en el tiempo, es el horizonte, el modo como tiene lugar el fenómeno humano. Hay un espesor del dolor - que quizás no es ni siquiera correcto llamarlo así - una percepción de sí que es un todo con la conciencia del límite. Pero esto y no otro es el hombre en su complejidad sico-somática. De este hombre, según la fe cristiana, Dios se hace prójimo desde el comienzo. El Dios cristiano es un Dios consciente del límite óntico de la criatura a quien ha creado incluso a su imagen. En este límite él se hace prójimo hasta en la experiencia de la muerte de cruz. Ciertamente la fe cristiana enfatiza la conciencia, el peso del límite a partir de la hipoteca de la culpa. Pero, cualquiera que sea su valor alienante y disgregador, el límite de la criatura está escrito en la misma experiencia prelapsaria. El problema es entonces afirmar de si mismos refiriéndose, de manera creativa y activa, a Dios que "sufre" y cuya "historia"24 es al mismo tiempo la llave para interpretar el "padecer" del hombre. En su acepción patológica, el dolor - siempre y de cualquier manera contigua al sujeto (la enfermedad no es una entidad ajena sino relacionada y emitida por el sujeto que es afectado25 - debe medirse con esta referencia original. En este sentido, la concepción cristiana del dolor, eliminada cualquier equivocación o hipoteca dolorista, invita al sujeto humano a leer el mismo dolor patológico en el álveo del límite óntico. Y, por consiguiente, a vivirlo como experiencia plenamente humana; comprometiéndose a combatir todo lo que atenta contra la calidad de propia vida y de los demás. Esto no quiere decir huir del escándalo de la cruz, sino, más bien profesar la globalidad del misterio cristiano. Misterio ciertamente de kenosis, pero también misterio de redención y de gloria. Como se ha afirmado varias veces, el Viernes San- DOLENTIUM HOMINUM 172 to sin la Resurrección celebraría solamente el triunfo del mal. Y es aquí y ahora que es necesario promover el Reino de Dios; es aquí y ahora que es preciso restituir a Dios el creado, en alabanza a su gloria. Es aquí y ahora que es necesario combatir el propio límite que se ha vuelto pesado por aquelllas que estamos acostumbrados a llamar estructuras colectivas de pecado. Entre el dolor como contextualidad creatural del ser y el dolor como mal, como desorden personal y colectivo, el cristiano no tiene otra posibilidad sino la de oponerse a este último, asumiendo su mismo límite como desafío y paradigma exodial. Se trata de corresponder a la synkatabasis misericordiosa de Dios (cf. DV 8), de reproponerla como paradigma salvífico y vital, como conditio sine qua non de ingreso definitivo al Misterio y a la Gloria. Prof. CETTINA MILITELLO Profesora de Antropología Teológica en las Pontificias Facultades Teológicas del Teresianum y Marianum - Roma Notas 1 S. SPINSANTI, Salute, malattia, morte (Salud, enfermedad, muerte) NDTM, Cinisello B. 1990, p. 1136. 2 Cf., p. ej. M. AAUGE' - C. HERZLICH, Il senso del male. Antropologia, storia e sociologia della malattia (El sentido del mal. Antropología, historia y sociología de la enfermedad), Milán 1986. 3 Tenemos un ejemplo en el volumen La Douler. "Au de là des Maux" (El dolor. Más allá de la muerte), Paris 1992 (breve bibliografía sobre: neurología y dolor; comportamiento y dolor; medicina y dolor; farmacología y dolor; antropología y dolor; literatura y dolor) que ha acompañado a la homónima muestra de París. Cf. ivi, p. 140 s. Cf., además de la cita de Spinsanti, p. ej.. B. HAERING, Proclamare la salvezza e guarire i malati (Proclamar la salvación y curar a los enfermos), Hospital Mulli - Reseña Trimestral, 1982/692. 6 La expresión es de V. FRANKL. Cf. su Homo patiens. L'interpretazione umanistica della sofferenza (Homo patiens. La interpretación humanista del sufrimiento), Varese 1972. 7 El poco tiempo que tenemos a disposición hace imposible una comprobación extrabíblica, intercultural o interrreligiosa de los paradigmas resolutivos del dolor y del sufrimiento. 8 Obligatoriamente nos remitimos a A. NEHER, L'essenza del profetismo (La esencia del profetismo), Casale M. 1984, p. 82 ss. La del pathos de Dios es una idea que Neher la cambia de A.J. HESCHEL, Il messaggio dei profeti (El mensaje de los profetas), Roma 1982. 9 Citamos casi literalmente, M. NEDONCELLE, La soufference. Essai de réflexion chrétienne (El sufrimiento. Ensayo de reflexión cristiana), París 1950, p. 12-13. 10 Sobre el debate anual acerca del uso de los analgésicos, cf., p. ej. I. SCHINELLA, Il cristiano, il dolore e gli analgesici (El cristiano, el dolor y los analgésicos) "Vivarium" 3 (1993), pp. 519-531. 11 Es emblemático el breve apólogo de L. Santucci: "El dolor tocó a la puerta, vino a abrirle la fe y afuera no había nadie". 12 "¿Quién de vosotros al hijo que pide un pan le dará una piedra? O si le pide un pescado, ¿le dará una serpiente? Si vosotros pues que sois malos sabeis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuanto más lo será vuestro Padre que está en los cielos que dará cosas buenas a quienes lo pidan!" 13 Remito a mi volumen Donna e Chiesa. La testimonianza di Giovanni Crisostomo (Mujer e Iglesia. El testimonio de Juan Crisóstomo), Palermo 1985, pp. 74 ss. 14 Sería interesante conjugar el tema del dolor en la perspectiva "femenina". Indudablemente la experiencia del embarazo y sobre todo del parto parecen unir indisolublemente la mujer y el dolor. Pero hoy, removida entre otros la hipoteca de una debilidad constitutiva de la mujer, la contiguidad mujer-dolor se convierte quizás en el paradigma existencial de aquella "misericordiosa ductibilidad" que permite a la mujer de autotrascenderse con una coherencia sicofísica más lúcida. Por lo demás el paradigma de la parturiente como capacidad de ir más allá del sufrimiento ya es neotestamentario (cf. Jn 16, 21). En lo que se refiere a la reflexión femenina sobre el tema del dolor, remitimos a D. SOELLE, Sofferenza (sufrimiento), Brescia 1976 y a G.P. DI NICOLA, Il linguaggio della madre (El lenguaje de 4 5 la madre), Roma 1994. Asimismo, es interesante - rico tal como es de un largo bagaje literario e iconográfico - el tema de la mater dolorosa, también éste anterior al tema teológico, topos cultural (cf. M. LE BOT, Une femme en Pleurs, en AA.VV., La Douleur. "Au-delà des Maux", cit. pp. 81-94). 15 Pertenece, p. ej., al siglo XII el anónimo opúsculo Le dodici utilità della tribolazione (Las doce utilidades de la tribulación), PL 207, 989-1006. Entre ellas: la ayuda que Dios da al tribulado; el aspecto purgativo; el pago de la deuda debida al pecado; la constricción a buscar las cosas celestiales; la custodia del corazón; la seguridad que Dios ama a quien castiga... A nivel poético, en cambio, se lea Jacopone de Todi: "Señor, por favor", por ejempo. 16 Es emblemático Francisco, cuya amorosa identificación al Christus patiens implica incluso la presencia en su carne de los signos de la pasión. Si esto hace en el imaginario el alter Christus por antonomasia, el efluvio prehumanista de Francisco impide colocarlo en una perspectiva ciegamente dolorista. 17 Cf. G. DUBY, Réflexion sur la Douleur Physique au Moyen Age (Reflexión sobre el dolor físico en el Medioevo), en AA.VV., La Douler. "Au-delà des maux", cit., pp. 71-79. Según su parecer, justo partiendo de esta mutación cultural, la diferente atención de las ciencias y de la medicina, poco a poco comprometidas en el arte de curar, rechazan la función redentora del dolor y se empeñan a combatirlo con todo medio. 18 Un ejemplo desconcertante es ofrecido por S. Eustochia, que en el siglo XIV fundó en Mesina un monasterio de clarisas. El imaginario pone de relieve su excesiva búsqueda del sufrimiento, su mortificación del cuerpo, y a su muerte se vuelve una fuente de aceite perfumado, fenómeno activo, al parecer, aún en el siglo pasado. Cf. F. TERRIZZI, La Beata Eustochia. 1434-1485, Mesina 1982. 19 Cf. S. SPINSANTI, L'etica cristiana della malattia (La ética cristiana de la enfermedad), Alba 1971. 20 Obviamente, esto no quiere absolutamente negar la eventualidad que dicha acsesis, inspirada en la caridad sobrenatural, pueda haber sido ocasión de santidad auténtica y de perfección. Sin embargo, con razón sospechamos una cierta propensión agiográfica para reconducir cada camino de santidad a las connotaciones obligadas del dolorismo. Obviamente una lectura diferente finalmente podrá hacernos descubrir los profundos valores que han cimentado la vida de muchos santos, además y más allá de esta presunta opción preferencial del sufrimiento. 21 Sobre este tema, cf. C. ROCCHETTA, Per una teologia della corporeità (Para una teología de la corporeidad), Roma 1990: S. SPINSANTI, Il corpo nella cultura contemporánea (El cuerpo en la cultura contemporánea), Brescia 1983. 22 AAS (1984)... 23 Sobre el espesor semántico de los términos referentes al dolor (Pathos/pascho, thlipsis, thlibo... Cf. S. NATOLI, L'esperienza del dolore. Le forme del patire nella cultura occidentale, Milán 1987, p. 19 ss. 24 Sin entrar en el contenido de los problemas planteados por A.N. WHITEHEAD, Process and reality, Cambridge 1929 y por C. HARTSHORNE, The Divine Relativity, New Haven, 1948, creemos que podemos recorrer legítimamente a este lenguaje sobre todo en la perspectiva "económica", es decir aquella de la historia de la salvación como historia exodial de Dios. En esta perspectiva el Dios Trinitario sufre con nosotros, pero sobre todo sufre en el Verbo que se ha hecho hombre. 25 Cf. asimismo S. SPINSANTI, Salud..., cit., p. 1138 ss. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 173 CORRADO MANNI La medicina de las curas paliativas y la escatología cristiana Las curas paliativas han adquirido justamente, en estos últimos años, un papel fundamental en el ámbito de la asistencia socio-sanitaria y se han convertido en objeto de numerosos debates, no sólo en el terreno médico, sino también en aquel ético y social. Por lo demás, sólo recientemente ha empezado a ser adecuadamente reconocida a la Medicina Paliativa la valencia de nueva disciplina médica, merecedora de la máxima atención y digna de programas finalizados a consentir adecuado desarrollo y difusión. Permitidme ante todo recordar brevemente la definición que, de las "curas paliativas" ha sido dada por la Organización Mundial de la Sanidad: "Las curas paliativas son la cura total dada a la persona afectada por una enfermedad que ya no responde a las terapias que tienen por objeto la curación. Su objetivo es obtener la máxima calidad de vida posible para el paciente y para sus familiares a través del control del dolor, de los otros síntomas y de las problemáticas psicológicas, sociales y espirituales que surgen en el interior del núcleo doliente constituído por el enfermo y por su familia, que comparte sus sufrimientosl". Las características peculiares de las curas paliativas son, por lo tanto, las siguientes: 1) se dirigen a los enfermos incurables; 2) como tales, no tienen por objeto primario la curación, sino la mejora de la calidad de vida; 3) no se enderezan al simple aspecto biofísico y farmacológico de la enfermedad, sino al hombre que sufre, en su totalidad de aspectos físico, moral y espiritual2; 4) no se dirigen solamente al paciente, sino que envuelven a su familia, ya como objeto de cuidados, ya como sujeto activo que participa en el cuidado del pariente enfermo. El número de pacientes necesitados de curas paliativas está en constante aumento, especialmente en el mundo occidental3. Esto reconoce dos causas fundamentales: La primera es el aumento de la incidencia de patologías de evolución progresiva e infausta, entre las que recordamos el cáncer, el SIDA, el morbo de Alzheimer, la enfermedad de Kreuzfeld-Jacob y las varias formas de esclerosis múltiple. Tal fenómeno está en parte ligado al aumento de la vida media de la población, consecuencia de la mejora de las condiciones sanitarias y sociales y de la reducción de la mortalidad infantil y juvenil. La segunda causa es representada por la prolongación del tiempo medio de supervivencia de estos pacientes, como consecuencia de la mayor eficacia de las terapias sintomáticas médico-quirúrgicas y de la mayor precocidad de las diagnosis. Así pues, no hay duda de que los progresos de la medicina, si por una parte han conseguido la drástica reducción de la mortalidad, por otra han contribuído a incrementar el número y la duración de la supervivencia de los pacientes afectados por patologías todavía incurables. Por lo tanto, nos encontramos frente a un nuevo tipo de enfermos necesitados de curas entendidas en el sentido más amplio del término, o sea como atención dirigida a toda la compleja realidad espiritual y psicosomática del paciente incurable. En realidad no hay duda de que el paciente afectado por una enfermedad de final infausto presenta problemáticas peculiares, que un frío enfoque "técnico", enderezado sólo a los aspectos clínicos de la enfermedad, no puede resolver. Ante todo, el dolor físico y los otros desórdenes ligados a la patología que le afecta, adquieren un carácter especialmente gravoso por su continuidad e intensidad creciente. En segundo lugar, los efectos directos de la enfermedad, las mutilaciones debidas a eventuales intervenciones quirúrgicas y las decaídas condiciones generales del paciente, reducen mucho su autosuficiencia, haciéndolo dependiente de los demás. En tercer lugar, la conciencia que tarde o temprano se abre camino en la mente del enfermo de la gravedad de sus condiciones y de su prognosis infausta, lo sitúa ante la angustia de la ya próxima separación de la vida terrena. El acumularse de estas problemáticas causa una profunda turbación espiritual y psicológica que se manifiesta en las reacciones más dispares: incredulidad, rebelión, desorientación, ansia, depresión. Esto acentúa más los sufrimientos físicos del paciente y agrava el curso de la enfermedad. Por desgracia, la relación médico-paciente en estas condiciones, muchas veces no es de las más idóneas para dominar una realidad tan compleja. Más aún, podemos decir que en estos últimos años, la cultura médica ha ido empobreciéndose progresivamente en su componente "humanística", para acercarse DOLENTIUM HOMINUM 174 cada vez más al carácter de una "ciencia exacta", eficiente pero impersonal y cada vez más lejana de la naturaleza transcendente del gran misterio de la vida, la cual sigue constituyendo el objeto de su saber. El empleo de procedimientos diagnóstico-terapéuticos cada vez más sofisticados, el recurso a veces excesivo a la hospitalización y a la racionalización y protocolización del acercamiento al paciente, tienden más y más a alejar, por una parte, al paciente mismo del propio ambiente humano y social y, por otra parte, al médico del enfermo. Naturalmente no podemos desconocer los innegables beneficios que la tecnología ha consentido hacer reales, ni negar el rigor científico de nuestra disciplina, pero hay que recordar que la tecnología asume un valor mientras permanece al servicio del paciente; pero cuando se limita a servir a la ciencia, acaba favoreciendo la "deshumanización de la medicina", con grave daño tanto para el paciente como para el médico. Otro riesgo para la delicada relación médico-paciente lo representa la fragmentación del deber médico en muchas disciplinas de especialización, cuyo interés se dirige con prevalencia al estudio de un determinado órgano o aparato: nefrología, neumología, gastroenterología, cardiología, hepatología y otras muchas. Es indudable que las notables conquistas de la moderna ciencia médica no hubieran sido posibles sin el logro de un elevado nivel de especialización por parte de quienes las han llevado a cabo. Pero de hecho muchos médicos han modificado profundamente la propia cultura con peligro de convertirse en curadores de órganos y no de organismos, como debería ser. La multiplicación de las disciplinas lleva consigo la multiplicación de los encargados de las curas: no es raro observar a pacientes en graves condiciones confiados a los cuidados de cuatro o cinco especialistas diversos, cada uno de los cuales tiende a fijar su atención en el propio sector de competencia específica. Y la presencia de un médico coordinador de la actividad diagnóstico-terapéutica a menudo no basta para evitar que se llegue a perder de vista al paciente en su integridad, cayendo en el error conocido como "reduccionismo". Precisamente por este motivo debemos recordar siempre que nuestro deber es curar al enfermo, no la enfermedad. La "medicalización" de la relación con el enfermo constituye un notable obstáculo a la comprensión de su difícil experiencia humana y espiritual, del doloroso reflejo del sufrimiento físico y moral en su existencia. Pero en el enfermo incurable otros factores, esta vez de naturaleza moral y social, contribuyen a poner otros obstáculos a lo largo de este camino. De hecho, en una sociedad opulenta y productivista como la occidental, en la que el bienestar material es con demasiada frecuencia exaltado como único bien posible y donde los medios de comunicación de masa tienden a construir una imagen de la existencia hecha sólo de belleza, riqueza y éxito, los lados oscuros de la vida, el sufrimiento, la vejez y la muerte, son cada vez más marginados, como si se quisiera removerlos de la conciencia común. En una perspectiva hecha sólo de bienes terrenos, la dimensión dolorosa de la existencia no puede menos de aparecer como un vacío inconcebible e inexplicable, que debe ser exorcizado. Es inevitable que la pérdida del significado transcendente de la vida prive de sgnificado incluso su natural conclusión, la muerte. Tras la tendencia a hospitalizar la enfermedad se esconde a menudo el intento de ocultar esa dimensión dolorosa a los ojos de la sociedad. Pero la falta de aceptación de semejante realidad, su marginación o su disfraz tras un tecnicismo exasperado, tras la medicalización, mientras por un lado no impiden que dicha realidad se verifique, por otro lado han hecho del hombre de hoy un ser cada vez menos preparado a enfrentarse con ella, y han acentuado los sufrimientos del moribundo, que debe soportar las consecuencias morales y materiales del aislamiento al que tantas veces se le somete. En cada uno de nosotros, el espectáculo de la muerte ajena suscita desazón porque, a su vez, nos recuerda nuestro destino. En el médico, a todo esto se añade una sensación personal de derrota de la propia capacidad. También el ya citado reduccionismo alimenta esta torcida concepción, en cuanto que conlleva la pérdida de identidad del paciente, que es identificado y confundido con su enfermedad; en tal perspectiva, la muerte es erróneamente considerada como la complicación final de una patología y no el término natural de la vida. Así pues, veamos ahora cómo los factores que acabamos de describir están conexionados entre sí: el tecnicismo y el reduccionismo, pueden ser considerados, a primera vista, solamente como "deformaciones profesionales" de la clase médica; en realidad un análisis más atento revela que constituyen la justificación y el instrumento de un rechazo cultural más generalizado de la muerte, que implica no sólo al médico, sino a toda la sociedad. Esta actitud de rechazo y distanciamiento de la enfermedad incurable y de su inevitable final, puede tener dos consecuencias que sólo en apariencia contrastan entre sí: 1) por una parte, puede inducir al médico a persistir obstinadamente en tratamientos ya inútiles o desproporcionados, los cuales, sin ser realmente provechosos para el paciente, son fuente de más sufrimientos. Este error, como es sabido, suele llamarse "ensañamiento terapéutico". Numerosos factores coinciden en determinarlo: de hecho, a la incapacidad del médico de admitir la propia incapacidad para curar al enfermo, se añaden el temor de no haber hecho "todo lo que era posible" para el bien del paciente y la subestima de los sufrimientos que la hospitalización VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO prolongada y las terapias agresivas suponen para un enfermo ya probado por una enfermedad que lo debilita. Debemos precisar, para evitar equívocos, que por ensañamiento terapéutico se entiende el empleo de tratamientos de documentada ineficacia con respecto al objetivo, a lo que hay que añadir la presencia de un elevado riesgo y/o lo particularmente gravoso para el paciente de un nuevo sufrimiento en el que la excepcionalidad de los medios empleados resulta claramente desproporcionada con respecto a los objetivos de la condición específica4. Así pues, el primer criterio es el de la documentada ineficacia y, por lo tanto, inutilidad de la terapia. Este criterio se funda en la evidente contradicción in fieri de semejante conducta por parte del médico: el "ensañamiento", es decir, la prosecución obstinada y sin finalidad de un tratamiento que resulte inútil para el paciente, anula su valor "terapéutico" y, por consiguiente, la naturaleza misma del tratamiento que, en cuanto tal, debería tener por objeto el bienestar del paciente mismo y una mejora de su calidad de vida. Por otra parte, es evidente que una terapia aun empeñativa, compleja y costosa, si es proporcionada, no podrá presentarse como ensañamiento terapéutico. El empleo de recursos diagnósticos y terapéuticos avanzados y con alto grado de tecnología está plenamente justificado, si se hace para exclusivo bienestar del paciente. El segundo criterio es el del carácter gravoso del tratamiento que corre el riesgo de determinar nuevos sufrimientos físicos y morales, por lo que podrían ser considerados como una actitud de "violencia terapéutica". El tercer criterio es el de la excepcionalidad de los medios terapéuticos, que no deben ser desproporcionados con respecto a los objetivos que el médico se propone lograr. Es evidente que este último criterio está sujeto a la continua evolución de la ciencia médica. Medios que tiempo atrás eran considerados desproporcionados, hoy son de diaria y rutinaria aplicación. Baste pensar en la ventilación me- cánica y en la hemodiálisis, hoy realizadas incluso a domicilio. El juicio de proporcionalidad debe, más bien, ser aplicado sobre la base de un conocimiento adecuado de las condiciones clínicas del enfermo y del concreto beneficio aportado por la intervención terapéutica. Igualmente, en los pacientes bastante graves, en los que la espectativa de vida es muy breve, la terapia del dolor, la nutrición y la hidratación, la cura de úlceras de decúbito, la asistencia en las necesidades cotidianas, no se presentan desde luego como ensañamiento terapéutico, sino que son solamente las curas indispensables para mantener la dignidad de vida del paciente. 2) Por lo demás, la conciencia de que el paciente que se le ha confiado tiene una prognosis infausta, puede inducir al médico al error opuesto: el de rendirse, renunciando no sólo a las terapias inútiles, sino también a las curas que, si hechas de modo adecuado, aliviarían notablemente los sufrimientos del paciente: esto es, las curas paliativas. Desde este punto de vista, el enfermo para el que no hay posibilidad de curación, es considerado como un enfermo "perdido", que ya no merece una verdadera asistencia, no sólo sanitaria en sentido estricto, sino también moral; en el médico, perdida toda esperanza de curar al paciente, a la atención científica y profesional sucede el distanciamiento, negando al paciente la confianza y el sostén espiritual precisamente cuando más necesidad tiene de ello; las informaciones sobre su estado de salud de hacen vagas y evasivas; se le evita, en fin de cuentas, porque despierta en el médico el embarazo de 175 la propia impotencia y la amargura de su derrota profesional; a lo más, la piedad se conforma con darle falsas ilusiones. Se comete así un error aún más grave, si es posible, que el ensañamiento terapéutico: el de un verdadero "abandono terapéutico", abandono que puede concluir con el alta tout court del enfermo por incurable, sin ninguna otra perspectiva de asistencia. Al aislamiento moral del paciente sigue así la verdadera soledad material y social, suya y de su familia. Es inútil añadir que esto no hace más que multiplicar los ya graves problemas de todos ellos. En realidad, la sensación de derrota profesional representada por el paciente incurable, cuyo rechazo está en la base tanto del ensañamiento como del abandono terapéutico, deriva esencialmente de un equívoco de los objetivos de la propia misión, que es percibida como si tuviera por fin único la curación del paciente; una vez más nos olvidamos de curar al enfermo y no sólo la enfermedad. En realidad, mientras no siempre se puede curar, siempre se puede cuidar: también la diabetes es una enfermedad habitualmente incurable, pero nadie se permitiría definirla incurable; lo que la diferencia de enfermedades igualmente incurables, como el cáncer o el SIDA, es la diversa espectativa de vida del paciente. Pero la necesidad de curas y atenciones del enfermo no es ciertamente proporcional a la duración de la vida que aún queda; si acaso la verdad es lo contrario. En sustancia, aun cuando ya no hay más espacio para las terapias etiológicas, o sea las que pueden eliminar la causa de la enfermedad, es deber irrenunciable del médico llevar a cabo todas las intervenciones dirigidas a remover los sufrimientos relacionados con la enfermedad misma, ya sean de naturaleza física, ya moral. A este propósito recuerdo que el Art.32 del Código italiano de Deontología Médica afirma textualmente que "el médico no puede abandonar al enfermo considerado incurable, sino que ha de seguir asistiéndolo aun con el único fin de calmar el sufrimiento físico y psíquico, de ayudarle y confortarlo"5. Más expresamente, también el DOLENTIUM HOMINUM 176 Comité Nacional de Bioética, en la conferencia de prensa del pasado 19 de julio, para la presentación del documento sobre "Cuestiones bioéticas referentes al fin de la vida humana"6, ha subrayado el alto valor bioético de las curas paliativas. De hecho éstas tienen su sustancia no en la pretensión ilusoria de poder sustraer a la muerte a un paciente, sino en la firme intención de no dejarlo solo, de ayudarle a vivir esta su última radical experiencia de la manera más humana posible, tanto desde un punto de vista físico como desde un punto de vista espiritual. Orientadas sobre todo a aliviar el dolor en general y en particular el de los enfermos terminales, las curas paliativas han ampliado y siguen ampliando su horizonte y su ámbito de acción y se presentan en nuestro tiempo como uno de los campos en los que la moderna medicina manifiesta su profunda vocación de cura en sentido global: por lo tanto, no sólo físico, sino también psicológico y existencial, de quienes sufren. Por lo demás, la asistencia a los pacientes incurables adquiere un significado espiritual más alto en la ética cristiana. Para el médico cristiano, el primer imperativo moral es el de servir a la vida, lo que significa asistirla hasta su término natural. La asistencia sanitaria al moribundo es una tarea particularmente importante y delicada porque se trata de hacer que incluso en el morir el hombre haya de reconocerse y quererse como ser viviente. Para citar las palabras del Santo Padre, "nunca como en la proximidad de la muerte y en la muerte misma hay que celebrar y exaltar la vida... la actitud ante el enfermo terminal es a menudo el banco de prueba del sentido de justicia y de caridad, de la nobleza de ánimo, de la responsabilidad y de la capacidad profesional de los agentes sanitarios, empezando por los médicos"7. Ayudar a una persona a morir significa ayudarla a vivir intensamente la experiencia última de su vida. Y esto se cumple a través de una presencia amorosa junto al moribundo; una presencia que, sin engañarle, le haga sentirse vivo, persona entre personas, porque es destinatario como cualquier hom- bre y aun más que cualquier otro, en tal circunstancia, de atenciones y cuidados. Esta presencia, atenta y cuidadosa, debe infundir confianza y esperanza en el enfermo y reconciliarlo con la muerte. Es evidente que, para estar realmente en condiciones de infundir confianza y esperanza, el agente sanitario debe ser el primero en hacer suyos estos valores, en no sucumbir ante el desánimo y el egoísmo, en saber hacer suya la dimensión humana y transcendente de los sufrimientos físicos del enfermo y del drama psicológico y espiritual de la separación que el morir significa y comporta; tareas éstas no fáciles. No podemos negar que "...ante el misterio de la muerte quedamos impotentes; vacilan las certidumbres humanas. Pero es precisamente frente a tal derrota cuando la fe cristiana... se propone como manantial de serenidad y de paz... Lo que parecía no tener sentido, adquiere sentido y valor"8. Al cumplir esta tarea, el testimonio de fe y de esperanza en Cristo del agente sanitario adquiere un papel decisivo. "Realizar una presencia de fe y de esperanza es, para el agente sanitario la más alta forma de humanización del morir. Es más que aliviar un sufrimiento. Significa procurar con los propios cuidados hacer fácil al enfermo ir a Dios"9,10. Así pues, en el plano operativo, los imperativos para el agente sanitario con respecto al enfermo incurable son: 1) evitar la medicalización de su enfermedad; 2) mantener su intervención en los límites de la justa proporcionalidad, evitando tanto el ensañamiento como el abandono terapéutico; 3) constituir para el paciente y para su familia una constante y solícita fuente de esperanza y de apoyo moral mediante el propio testimonio de fe; 4) actuar y promover con todos los medios las curas paliativas que, aliviando los sufrimientos del paciente, contribuyen a la humanización y a la aceptación del morir. A propósito de lo último, hay que subrayar que la realización de curas paliativas lleva consigo una planificación que asegure la continuidad de las curas, tanto a nivel hospitalario como fuera del hospital y el mantenimiento de un firme núcleo asistencial en torno al enfermo; esto no puede realizarse sin un programa que envuelva a los familiares del paciente, al médico de familia, a los asistentes sociales y religiosos y a las estructuras públicas11. Desgraciadamente, esto es aún escasamente asimilado a nivel social y político: hoy más que nunca la asistencia sanitaria se ve constreñida a encontrarse con la insuficiencia de los medios legislativos y económicos puestos a su disposición: la crónica de cada día nos pone, por una parte, frente a clamorosos éxitos terapéuticos llevados a cabo en centros de alta especialización; y por otra parte, a carencias operativas, igualmente clamorosas, en servicios sanitarios incluso esenciales. La causa de estos desequilibrios sólo en parte puede ser atribuída a los médicos: es, sobre todo, el reflejo de un desinterés más general de la colectividad para con la parte más débil de la sociedad: los ancianos, los enfermos, los pobres. Muchos pacientes incurables y necesitados de curas paliativas encajan simultáneamente en más de una de esas categorías; los ancianos, por ejemplo, o los enfermos de SIDA, en los que son comunes la mala situación económica y la marginación social, preexistentes o, por desgracia, efecto de la enfermedad misma. Desde este punto de vista, el abandono del enfermo incurable puede presentarse, a los ojos de algunos, como un remedio necesario para economizar en el gasto sanitario en beneficio de los pacientes con prognosis mejor; y a veces se justifica esta opción con el intento de "dejar morir al paciente en paz, en su casa", para evitarle el stress de la hospitalización. En realidad, tal perspectiva se muestra totalmente ilusoria: de hecho, el dar de alta al paciente incurable, efectuado sin prever programa alguno de terapia paliativa y de soporte domiciliar, es no sólo éticamente inaceptable, pero presenta costes sociales y económicos enormes, calculables en jornadas laborales perdidas por parte de los familiares del paciente, tanto por la necesidad de asistencia al enfermo, como por la ma- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO yor incidencia de enfermedades físicas y psíquicas consecuencia del stress de la enfermedad y del luto. Añádese a esto el derroche debido al mal uso de medicinas, sobre todo analgésicos, a consecuencia de una prescripción dicontinua e inadecuada12. Todavía preocupa más la actitud de quien, frente al sufrimiento de los enfermos terminales, llega a proponer la eutanasia como único remedio, justificando tal postura con el hecho de que, en general, es el paciente mismo quien pide el empleo de tales medios extremos. Respondiendo a quienes presentan tales propuestas, no pienso ahora entrar en las complejas problemáticas ligadas a la eutanasia: me limitaré a citar las palabras del Pontífice: "...las súplicas de los enfermos muy graves, que a veces invocan la muerte, no deben ser entendidas como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia; de hecho son casi siempre angustiadas peticiones de ayuda y de afecto"13. El enfermo que se siente circundado por una presencia amorosa y que ve aliviados los pro- pios sufrimientos, no cae en la depresión de quien, en cambio, se siente abandonado a un destino sin esperanza9. En conclusión, la medicina dispone hoy de numerosos medios para controlar el dolor y restituir al enfermo incurable una digna calidad de la vida hasta el natural término de la misma; no existen escusas para la ignorancia o la omisión de su empleo por parte del personal sanitario, que de la defensa del bienestar del paciente hace el objeto de su profesión. La terapia paliativa hace improponible e inaceptable la eutanasia. Es ésta la respuesta más alta que puede darse a la "cultura de la muerte y del abandono". Prof. CORRADO MANNI Director del Instituto de Anestesiología y Reanimación Universidad Católica del "Sacro Cuore" Roma Bibliografía 1 Organización Mundial de la Sanidad: Dolor por cáncer y curas paliativas. Ginebra, Colección informes técnicos, n. 804, 1990. 2 VENTAFRIDDA V.: Continuing care: a major issue in cancer pain management. Pain, 177 36: 137-43, 1989. 3. World Health Statistics Annual 1988. Ginebra, Organización Mundial de la Sanidad, 1988. 4 MANNI C., "Accanimento terapeutico: definizione e aspetti scientifici. Atti del convegno AMCI-ACOS" Accanimento terapeutico: un concetto da precisare", Roma, 1990. 5 Federación Nacional de los Médicos Quirurgos y de los Odontólogos. Código de Deontología Médica. "Il Medico d'Italia",44(3) Supl. 1990. 6 Comité Nacional para la Bioética, "Questioni bioetiche relative alla fine della vita umana". En imprenta. 7 JUAN PABLO II, A los participantes en el Convenio internacional de la Asociación "Omnia Hominis", 25 de agosto de 1990, en "Insegnamenti", XIII/2, p. 328. 8 JUAN PABLO II, A los participantes en el Convenio internacional sobre la asistencia a los moribundos, en "Osservatore Romano", 18 de marzo de 1992. 9 Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios: Carta de los Agentes Sanitarios, Ciudad del Vaticano, 1994. 10 JUAN PABLO II, A dos grupos de trabajo promovidos por la Pontificia Academia de las Ciencias, 21 de octubre de l985, en "Insegnamenti" VIII/2, n. 6, p.1083. 11 ROMANINI A., SPEDICATO M.R., Unità di cura continuativa, nuova soluzione terapeutica e assistenziale nella malattia terminale. En "Progressi Clinici: Medicina, III, 3, Padova, 1988. 12 CAMERON J., PARKES C.M.: Terminal care: evaluation of effects on surviving family members of care before and after bereavement. Postgrad.Med. J., 59; 73-78, 1983. 13 PABLO VI, A los participantes en el III Congreso mundial del "International College of Psychosomatic Medicine", 18 de septiembre de 1975, en AAS 67 (1975) p. 545. DOLENTIUM HOMINUM 178 AN VERLINDE La mujer a lo largo de la Historia en la asistencia a los enfermos Introducción al tema En todos los países, en todas las sociedades de todos los tiempos, han sido siempre las mujeres quienes se han encargado de cuidar a sus hijos, hembras o varones. Fueron siempre y todavía hoy, principalmente las mujeres, quienes cuidaban a los enfermos, tanto en el plano profesional como en el simplemente formal; por ejemplo, los cuidados a domicilio y los cuidados de las familias. Actualmente resulta de una encuesta hecha en los Países Bajos (1994), y podemos suponer que las cifras dadas se aplican igualmente a los demás países industrializados de Europa, que de cinco horas de cuidados dados fuera de los hospitales, cuatro de esas horas son prestadas por mujeres. Más del 60% de toda la asistencia informal es dada por mujeres, como es sabido: casadas, hijas, nietas y mujeres emparentadas. Visto en absoluto, se puede hablar de un logro importante sobre el empleo del tiempo de las mujeres. Una de cada seis personas que haya superado los 55 años de edad, recibe cuidados ya sea a domicilio ya en un hospital. De todas las mujeres entre los 30 y los 60 años de edad, una de cada tres ofrece sus cuidados informales. En pocas palabras, dar esos cuidados constituye la tarea predominante de las mujeres. Así aparece, por una comprobación y según una encuesta personal, hecha con ocasión del XV Congreso Mundial de CICIAMS en 1994, que la nursing y la obstetricia están principalmente en manos femeninas. En los países industrializados, el cuidado de los enfermos y la ayuda social son dados por las mujeres en un 85%. A partir de los años 60, los hombres han hecho su ingreso en el mundo de los cuidados de la salud. El porcentaje de hombres en la cura de enfermos y en los cuidados de la salud sigue más o menos al mismo nivel, e l15%. Los estudios hechos concernientes a indagaciones y tendencias indican que dicho porcentaje seguirá más o menos estable y esto también para los decenios venideros. Pero debe observarse que entre el 15% de hombres, hay un porcentaje de 60%, incluso del 75% de hombres que ocupan una posición de dirigentes al margen de los cuidados de la salud y de la ayuda social, y esto ocurre sobre todo a partir de los últimos quince años. Tomando como ejemplo a Micelle Perrot (1990) me atrevería a hablar del "poder de los hombres y la potencia de las mujeres". Pero hay excepciones bien conocidas en la historia, cuando las mujeres han tomado el poder. A menudo se trata de excepciones espectaculares, sobre todo de jefes de ejército de jefes de Estado, como son los casos de Juana de Arco y de Catalina la Grande. También hay gran número de ejemplos de mujeres de elevada posición que han representado un papel político importante entre bastidores y han llegado así a ejercer una gran influencia política. Pero no debe sorprendernos el que sean sobre todo las mujeres quienes ejercen la función de cuidar, tanto en el plano informal como en el plano profesional. A ello contribuyen varios factores, especialmente: a) Las predisposiciones naturales de la mujer, entre ellas la solici- tud maternal, se extienden espontáneamente a todos aquellos que deben ser protegidos, aliviados, socorridos. La palabra inglesa "nursing" viene de "to nourish": nutrir y, por extensión, ofrecer los cuidados maternales a los débiles, a los enfermos, a los heridos. b) el papel femenino la misión sagrada de la dedición, del altruismo, vista como una colaboración eficiente a la profesión médica y, en fin, como una ciencia técnica que necesita una habilidad manual consumada. c) la Historia: durante numerosas generaciones en Occidente, la opinión pública ha considerado que el cuidado de los enfermos, la dedición, la abnegación, no podían cumplirse más que en el estado religioso y exigía pronunciar los votos irrevocables de confinarse para siempre en el celibato, para aquellas que hubieran sido tentadas de dedicarse a los cuidados de los enfermos. Pero es un hecho que son sobre todo las mujeres occidentales quienes se han encargado de las tareas de procurar cuidados y que han sido inspiradas por la fe. A través de la historia de la Iglesia, las mujeres cristianas siempre han admitido, reconocido y comprendido las necesidades fundamentales contemporáneas y han respondido de manera concreta, partiendo de la Palabra del Evangelio. Lo han hecho comprometiendo totalmente sus personas y sus vidas con los medios existentes en cada época. Siempre han sido inspiradas por el Espíritu Santo y así han llegado a responder a las necesidades de su época, a las necesidades de la Igle- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO sia y a las necesidades de la sociedad en la que vivían. El Espíritu Santo no ilumina sólo a Dios, sino que ilumina también lo más profundo del hombre. Conoce las necesidades del hombre como sus más profundos deseos. E iluminando especialmente la Palabra de Dios, el Espíritu Santo conduce la historia. También en la Palabra de Dios el hombre encuentra la respuesta. Lo que caracteriza a las mujeres cristianas es el hecho de que iban, y siguen yendo actualmente, hacia el hombre (ver Madre Teresa) y veían -y siguen viendo siempre- al hombre a través de la mirada de Cristo: porque son movidas por el Espíritu Santo y reconocen a Cristo en todos los hombres. Cuando fue ungido con el precioso bálsamo de nardo indio en Betania, Jesús dijo: "A los pobres los teneis siempre con vosotros". Y en efecto, durante siglos, siempre ha habido pobres y en nuestro tiempo hay más pobres que nunca. Jesús se ha identificado con todos esos pobres cuando dice: "Lo que haceis con los más humildes de los míos, lo haceis conmigo mismo" (Mt 25,40). Es evidente que numerosas mujeres iban a los otros partiendo de una dimensión apostólica. Actualmente, muchos enfermeros, enfermeras y comadronas, miembros de CICIAMS, cumplen su labor en una óptica apostólica y se incluyen así en la tradición y en la historia de los miembros cristianos de la nursing. Tal fue el resultado de los comentarios dados por asociaciones-CICIAMS al cuestionario de CICIAMS hecho con ocasión del XV Congreso mundial de CICIAMS en Lovaina en 1994. Numerosos son los que sirven al Señor en su cuerpo mortal, por más que el Señor haya dicho que María había escogido la mejor parte. "Marta, te preocupas de tantas cosas, cuando hay una sola que es necesaria. María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada" (Lc 10,41-42). ¿Qué significa esto? ¿Debemos creer que Jesús reprochaba a Marta su quehacer doméstico? ¿Cómo hubiera podido reprocharle eso? ¿A ella, que estaba completamente absorbida por el cuidado que dar a su Huésped y que ofrecía su hospitalidad al Señor mismo? No se trata de un reproche, porque, de lo contrario, nadie volvería a ocuparse de los necesitados, sino que cada uno escogería la mejor parte. Ninguna persona daría de comer a los pobres, ni cuidaría a los enfermos, ni visitaría a los encarcelados, etc. Nuestra solicitud sigue siendo indispensable y necesaria a todos los que deben ser alimentados. Marta y nosotros, enfermeros, enfermeras y comadronas, y todos los que se encargan de procurar cuidados, tienen interés en servir al Señor en su cuerpo mortal. 2. El recorrido histórico de la "nursing" Toda profesión sanitaria se coloca en relación a la medicina, ya sea una rama que ha adquirido su independencia, como los farmacéuticos, o que permanezca más o menos independiente como las enfermeras o los cino-terapeutas. La medicina, y con ella el conjunto de profesiones de la salud, se sitúa en una sociedad con respecto a la interpretación aceptada del origen de las enfermedades. Durante mucho tiempo y todavía en nuestros días de manera más o menos reconocida, la causa de toda enfermedad revestía un carácter moral; la enfermedad procedía de una falta cometida o de un mal querido por otros, vivos o muertos, adivinos, brujos, sacerdotes que trataban de identificar esta causa, de combatirla y rehabilitar a las personas curadas por ritos de purificación. Entre tanto se desarrollaba una medicina capaz de oponer a los síntomas unos medios a menudo eficaces. Por su parte, la historia del grupo enfermero puede ser unida a la de personas encargadas por la sociedad del sostén y de los cuidados que hay que dar a los enfermos. El mismo hombre, mago o curandero, ha podido cumplir a la vez el papel médico de interpretación de la causa del mal, de administración del tratamiento y de enfermero; pero este no ha sido el caso. Incluso en las sociedades arcaicas en 179 las que la división del trabajo era imprecisa, el papel médico consistía muchas veces en expulsar el mal identificado inflingiendo al paciente prácticas muy penosas para desalojar al mal, ese huésped indeseable. La función enfermera de sostén de la persona tocaba a una mujer de la familia o de la tribu. Pero el origen de las enfermeras más claramente identificable como grupo social en los países de Occidente, es el de las órdenes religiosas, ligado a la historia del cristianismo. El cristianismo, efectivamente, aporta unos principios revolucionarios: la vida humana es sagrada, los pobres y los enfermos son representantes de Cristo y hay que socorrerlos por amor de Dios, sin distinción de raza ni de religión. Tal es el mensaje de la parábola del "Buen Samaritano". Unos fieles dan sus bienes a la Iglesia y consagran sus vidas a poner en práctica aquellos principios. Algunos viven en comunidades que se organizan progresivamente bajo la autoridad de los obispos. Estas comunidades asumirán determinadas funciones en la sociedad, especialmente las de socorro a los pobres y a los enfermos. Durante siglos la Iglesia católica se convierte en institución estable y goza de una autoridad organizada, reconocida y que dispone de riquezas y de personas consagradas a vivir en sus filas. En Francia, entre los siglos V y XIX, la Iglesia crea numerosas instituciones de muy diversa importancia para paliar las mayores insuficiencias de la organización social. Serán abrigo para los peregrinos, los huérfanos y los ancianos, casas de caridad para los mendigos. El funcionamiento de tales instituciones ha sido confiado muchas veces a órdenes femeninas, con excepción de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, orden masculina fundada en 1102, en plenas cruzadas. Paralelamente a esas instituciones hospitalarias, la Iglesia visita a pobres y enfermos. Una de las más notables creaciones en ese terreno es la de las Hermanas de la Caridad, fundada por San Vicente de Paul. La primera escuela de enfer- DOLENTIUM HOMINUM 180 meras fue fundada en 1633 por San Vicente de Paul, en París. Las órdenes religiosas serán expulsadas de los hospitales en los países dominados por la Reforma. En Francia, su partida será progresiva, entre la revolución de 1789 y la separación de la Iglesia y del Estado en 1902. Pero ¿quién va a reemplazar a las órdenes hospitalarias? Durante siglos, el personal religioso ha sido ayudado por sirvientes de ambos sexos. Eran iletrados y no estaban obligados por voto, sino que lo hacían simplemente para ganar con qué vivir. Muchos testimonios muestran que los hospitales han pasado por un período de decadencia. En Inglaterra surgía otro recurso ligado a la laicización, la aparición de una clase media con la industrialización, el desarrollo de una medicina específica y la creación de la Cruz Roja. Quien lleva a cabo el cambio es Florence Nightingale. La reforma se basa sobre tres principios capitales: – el reclutamiento de enfermeras para una profesión; – la formación en escuelas con una economía independiente; – y un cuerpo docente competente; – el trabajo en instituciones en las que las enfermeras tienen la posibilidad de organizar y administrar el servicio de enfermería en colaboración con la dirección del hospital y del cuerpo médico. Mlle. Florence Nightingale era la propagandista de una actitud profesional de las enfermeras, basada sobre normas del código deontológico de la medicina y sobre valores cristianos: "No se trata simplemente de cuidar y curar enfermedades, sino al enfermo, y esto fundado en valores cristianos". Desde los primeros años del siglo XX, en Europa y en los países industrializados, se constituyen tres grupos profesionales: religioso - público - privado. Tres grupos muy diferentes por – la elección del oficio; para unos por el deseo de compromiso personal y el ingreso se hará por los votos; – para otros se tratará de ganar para vivir y el ingreso se hará por un contrato con la institución - un tercer grupo, la opción por el deseo de ejercer una profesión de servicio reconocida honorablemente y a la espera de casarse. Estos tres grupos tienen rasgos comunes: – La ausencia de compensación financiera por los servicios hechos; las religiosas por voto de pobreza las enfermeras de hospitales públicos, porque no son muy calificadas, las enfermeras de servicios privados porque menosprecian la remuneración. – El funcionamiento se basa sobre la obediencia religiosa, burocrática o militar. – Un débil valor atribuido a la formación profesional, salvo en el grupo privado. En resumen, puede decirse que el período negro para el cuidado de los enfermos ha concluido cuando hombres y mujeres, movidos religiosamente, se comprometen personalmente en esta rama empobrecida de la ayuda social. Pienso en San Vicente de Paul y sus Hermanas de la Caridad, en el Pastor Fliedner y su esposa, en Florence Nightingale. Esta última recibió su formación de enfermera en casa de los esposos Fliedner y residió durante algún tiempo en París, en el hospital instituido por San Vicente de Paul. 3. La enfermera moderna: de Hipócrates al Buen Samaritano El juramento de Hipócrates determina desde hace 25 siglos los límites de la ética médica. Lo que ahora hay de nuevo es que los principios de la ética general son aplicados a la ética biomédica. Otra novedad consiste en que los problemas éticos exigen un enfoque interdisciplinar científico. Los médicos, los miembros de la nursing, los psicólogos, los cino-teapeutas, los juristas... deben ponerse a reflexionar juntos en la dignidad humana de las tecnologías aplicadas. Estamos todos de acuerdo en admitir que la ética biomédica conduce a la reflexión en cuanto a los puntos más graves como el aborto, el Sida, la eutanasia, el hecho de experimentar y el trasplante de órganos. Los miembros de enfermería reflexionan también acerca de la a- sistencia dada cada día. Hay una distinción entre la ética de los miembros de enfermería y la ética biomédica, sobre todo porque la primera es específicamente puesta sobre las actividades profesionales desde el punto de vista de los cuidados que se ofrecen y sobre el papel y la posición de quienes cumplen dicha función. Las acciones que los miembros de la nursing realizan actualmente y los valores y normas que inspiran tales acciones, están inscritas en el contexto existente desde hace siglos en la tradición de los cuidados institucionalizados. No podemos presindir aquí de la influencia de Florence Nightingale. Hay ocasión de ver la persona de Florence Nightingale en su contexto histórico y desde luego en el cuadro de la existencia de la mujer del siglo XIX. Antes de Nightingale, la profesión de enfermera simplemente no existía. El cuidado de los enfermos era considerado como tarea específica de la mujer en el hogar; en consecuencia, poco cualificada, no remunerada, pero dedicada y maternal. La enfermera no tenía conocimiento alguno de medicina y cada vez debía consultar al médico, figura paternal que decidía de las dichas y desdichas del hospital y de los pacientes. Así pues, es evidente que la enfermera, como en una familia patriarcal, seguirá al médico y obedecerá sus instrucciones. Nightingale separó en cierto modo la nursing del contexto de la familia porque, en su opinión, la enfermería era una ocupación profesional, basada en motivos religiosos y realizada por enfermeras calificadas. Para las mujeres de las clases superiores esto presentaba la ocasión ideal para escapar del papel pasivo de la mujer, impuesto por la sociedad. La convicción religiosa de Nightingale se manifiesta en su severa crítica de las evoluciones posteriores en la profesión de enfermera, como la formación de uniones profesionales para los miembros de la nursing; mejores remuneraciones y mejores condiciones sociales de trabajo. Según Nightingale todo esto no concordaba con la concepción de procurar cuidados como vocación religiosa. Su razonamiento y su ac- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO titud, especialmente su toma de posición religiosa y su disciplina militar han influido en casi todos los miembros de la nursing moderna y occidental. Frases como "ser una buena enfermera, esto es Born in het church, and raised in the Army" han sido válidas hasta la segunda guerra mundial. Es más que probable que a consecuencia de esto los enfermeros, las enfermeras y las comadronas y asistentes médicosociales, hayan esperado mucho tiempo antes de constituir una institución profesional internacional. Bajo el impulso de miembros belgas y franceses de la nursing, CICIAMS no fue instituido hasta 1936. Según Nightingale, el tipo de la enfermera ideal responde a la imagen tradicional de una "mujer muy conveniente" de la época Victoriana. En consecuencia, se pone el acento sobre la pureza, la dedición, la obediencia y la lealtad para con los médicos. Los llamados valores quedan reflejados en "La promesa de Florence Nightingale": es el documento ético más antiguo de la nursing y en cuanto a su forma y contenido se parece mucho al juramento de Hipócrates. Desde el paso del siglo XIX al XX hasta la segunda guerra mundial, hemos sido testigos de la sucesión de numerosas uniones profesionales para los miembros de la nursing y para las comadronas, así como una verdadera exlosión de manuales y de artículos publicados para enfermeras y escritos por enfermeras. Es importante ver que muy a menudo se presta gran atención a las directivas referentes a las normas; sobre todo la norma de una perfecta obediencia; todo un paquete de normas, tanto morales como civiles, referentes a la decencia y al "savoir-vivre": la etiqueta. Los artículos publicados por Isabel Hampton Robb (Estados Unidos) son un ejemplo de ello y son considerados como un primer paso hacia la etiqueta de la nursing. Simultáneamente, gran número de análisis aparecía en toda clase de artículos y de libros que se referían a la formación del carácter de las enfermeras. Se trata aquí de virtudes como la paciencia, el amor al prójimo, la lealtad, la pureza, la prudencia, la ho- nestidad, la justicia y, sobre todo, la dedición. Aunque la medicina haya evolucionado tanto gracias a una tecnología avanzada, la nursing ha permanecido fiel a las directivas referentes a las llamadas normas y esto más o menos hasta los años 60. Sea como fuere, hecho el estudio de esas normas, los indicios son claros: se da el modo de comportarse como un "Buen Samaritano". Después de los años 60, la profesionalidad de la nursing fue muy acentuada, consistiendo en la aplicación técnica exacta de los conocimientos y posibilidades. Por analogía con la medicina, la nursing debía responder a la siguiente imagen ideal: 1) un conocimiento teórico y sistemático que da las directivas necesarias a la práctica de la profesión 2) reconocimiento por parte del paciente de la autoridad y experiencia del miembro de la nursing 3) un código ético que regule las relaciones entre los miembros de la nursing y exprese el hecho de servir 4) acceso a la profesión mediante una formación controlada 5) ejercicio de la profesión exclusivamente por los miembros de la asociación profesional protegidos por la ley 6) la asociación profesional tiene su propia cultura profesional apoyada por los sindicatos. El procedimiento de la profesionalidad de la nursing tiende a una autonnomía en la definición y el ejercicio del trabajo, es decir, autonomía e independencia en la descripción y el ejercicio de la profesión. En estos últimos tiempos existe el cuidado no sólo de aplicar exactamente las conocimientos y las posibilidades técnicas, sino también el cuidado referente a la aplicación de la calidad y de la capacidad de los procedimientos de comunicación. Además se trata de reflexionar cada vez con mayor madurez sobre las actividades, lo mismo que sobre el papel y la posición del personal de la nursing. Durante los últimos años hemos sido testigos de la publicación de numerosos estudios referentes a las opciones y problemas éticos; y lo mismo se diga de una verdadera 181 explosión de códigos profesionales. Con otras palabras, podemos suponer que los miembros de la nursing quieren manifestarse más abiertamente acerca de lo que se refiere a la propia función y también en cuanto concierne al aspecto "humano" o "los buenos cuidados". Muchas veces la parábola del "Buen Samaritano" es considerada como punto de partida y como ejemplo. Conclusión Para concluir, me gustaría citar a mi predecesora, Mademoiselle Ch.Van Massenhove, Presidente Nacional del NVKVV y Secretaria General de CICIAMS. La diferencia entre vocación y profesión está representada por la distancia que hay entre lo que puede prestarse partiendo de la fe y de la caridad, y lo que puede prestarse partiendo de la obligación y de la constricción. Entre la vocación y la profesión se sitúa el entusiasmo que se traduce cada día en el hecho de asistir a los menos privilegiados y más vulnerables. Mme. An VERLINDE Secretaria General del Comité Internacional Católico de Enfermeras y Asistentes Médico-Sociales (CICIAMS), (Bélgica) Consultor del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Agentes Sanitarios Bibliografía BIHET, M., Histoire du Nursing, Ed. De Soer. Liège, Belgique, 1947 .. MORDACQ, C., Pourquoi des Infirmières? Ed.du Centurion Paris, 1972. PERROT, M., Les Femmes, le pouvoir de l'histoire, "Annales", Paris, marzo-abril de 1986. 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DOLENTIUM HOMINUM 182 BERNARDIN GANTIN El primado de la vida más allá de toda condición humana – particularmente en Africa Mi intervención quisiera: 1) ante todo deciros hasta que punto Africa, a pesar de todos sus sufrimientos, ama la vida, 2) después, indicaros los espacios físicos, psicológicos y morales donde esta vida está todavía, por desgracia, demasiado herida; 3) y, en fin, lo que la Iglesia trata de hacer y nuestras razones para creer en el porvenir. 1. Africa, tierra sedienta de vida En uno de los idiomas hablados en el sur de mi país, el Benin, al hombre se le llama "Padre de la vida" y el nombre fecundo de Dios es simplemente "Madre de la vida". Adivino que en muchos otros idiomas africanos debe haber expresiones parecidas para magnificar la vida y expresar su importancia. Efectivamente, el africano tiene un insaciable apetito de vida, que él aspira a devorar, hasta el punto que esto parezca, a los ojos de algunos, como un goce vulgar. Cuantos se han acercado a este continente lo han percibido y se han dado cuenta de que la vida y su promoción están en el corazón de todas las preocupaciones africanas, como en el horizonte de su filosofía de las cosas y de su concepción del hombre. La "Filosofía Bantú", que el Padre Tempels, en su tiempo, había puesto en evidencia y que había hecho sensación, indicaba que la realidad africana era movida por una especie de "vitalismo", es decir, el primado de la vida. Más tarde, muchos ensayos de filósofos y de jóvenes teólogos africanos han querido subrayar la trilogía Vida-Muerte-Vida, para expresar una especie de interpretación global africana de la existencia o triunfo de la vida. También hay que decir que es igualmente esta preocupación de no ver a la muerte presentar la cuenta de la vida lo que explica, en parte, el cuidado de tener muchos hijos con la seguridad de que la mortandad, muy fuerte, ahorrará a pesar de todo a algunos. La sorprendente serenidad de que dan prueba los africanos durante las peores pruebas, lo atestigua. Dan sin cesar la impresión de regatear con la muerte incluso cuando ella no hace más que llamar a la puerta. Es, sin duda alguna, este apego a la vida así como la invención de múltiples subterfugios para disminuir los efectos traumatizantes de las desgracias, lo que explica el que hayan sobrevivido tantos africanos deportados en el curso de la historia fuera de su continente y en las condiciones que sabemos. La farmacopea africana, de la que estamos lejos de haber explorado todas sus riquezas y virtudes, que no podemos minimizar, aunque la ciencia moderna postula el dominio de sus medios terapéuticos para asegurar su eficacia y limitar los riesgos. Sería deseable que los organismos que pueden hacerlo nos ayuden a explorar esos dominios para racionalizarlos y difundir su uso. A pesar de las múltiples solicitaciones de la vida moderna y de una inurbación incontrolada y a veces anárquica, Africa conserva aún, en lo esencial, un amplio respeto por la vida y por las personas ancianas, consideradas como poseedoras de la sabiduría y cuya presencia, aun- que frágil, asegura cierto equilibrio en la sociedad y especialmente en los poblados. Nadie piensa que haya que apresurar la muerte de una persona muy vieja o muy enferma porque ya no produce. La dificultad está, más bien, en encontrar los medios eficaces para cuidarlos. Ese tradicional cuidado africano de proteger y de promover la vida explica, por una parte, la demografía galopante que conoce el continente (640 millones de habitantes en 1994, 1.200 milones en 2015, es decir, el 19% de la población mundial) y lo mismo la sorprendente juventud de su población. Sin esta savia nueva, puede que el continente hubiera conocido una suerte aún más dramática. Africa sobrevive por su juventud y cuenta con las poblaciones más jóvenes del mundo (el 50% de los africanos tienen menos de 16 años). Porque, si habitualmente no se trata de detener la vida en su crepúsculo, tampoco se quiere interrumpirla en su concepción. Por lo demás, no quisiéramos hacer creer que esta constatación nos lleva a una especie de ceguera sobre la complejidad de las situaciones africanas y sobre la gravedad de los dramas de múltiples facetas que las constituyen y aminoran su progreso. Aquí nos vienen a la memoria las palabras del Santo Padre durante el último Sínodo Especial de los Obispos para el Africa al principio de la tragedia de Ruanda que nos interpeló tan fuertemente y, por decirlo así, trató de empañar el rostro del cristianismo africano: "este continente ama la vida y cultiva la muerte, cree en la fraternidad y, por desgracia, es tantas veces fra- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO tricida..." Tal es la paradoja cuyas causas debemos saber analizar. Sin duda convendría invitar y ayudar a los africanos a encontrar los medios constantes y duraderos para conjurar las enfermedades y las desgracias que obstaculizan la expansión cotidiana de la vida sobre su continente. 2. Africa, continente donde la vida es frágil La salud, todos lo sabemos pero hay que repetirlo siempre, es un bien precioso para cada individuo y para las colectividades. Es un elemento esencial del bienestar, pero como lo subrayan frecuentemente los informes de la Banca Mundial, "hay también justificaciones puramente económicas a expensas de la salud". Porque la mejora de la salud contribuye al crecimiento económico, es un factor de lucha contra el subdesarrollo. Por lo tanto, los problemas de la salud merecen una gran atención. Hay motivo para felicitarse de que la salud haya mejorado en el continente africano, como un poco por todo el mundo. ¡Pero cuántas cosas quedan todavía por hacer! El deterioro de nuestros sistemas económicos frena de nuevo la difusión de los efectos benéficos adquiridos en estos últimos cincuenta años. Sabido es, especialmente, que los hospitales y dispensarios públicos, que representan la mayor parte de los cuidados dispensados por la medicina moderna, son muchas veces ineficaces y sus disposiciones financieras están sometidas a grandes fluctuaciones. La reciente aparición del virus Ebola en Zaire y los muertos por esa infección son una prueba de ello. Si los hospitales públicos fallan, son ante todo los pobres las primeras víctimas. Los pobres no tienen acceso a los servicios de sanidad de base y los cuidados que reciben son de escasa calidad. Pero quien dice pobres en Africa se refiere a la inmensa mayoría de la gente. Con razón un gran médico que ha dedicado 40 años de su vida al servicio de la Sanidad en un gran país africano, podía hablar de "la profunda miseria de los hospitales africanos". Ciertamente ya se ha hecho mucho, gracias a Dios. Pero queda todavía un inmenso trabajo que hacer, de multiplicación y de calidad. La situación del continente africano frente a los problemas de la vida clama dolorosamente a la conciencia africana para que se encargue con más decisión de la salud, abordando con lucidez los diversos males que devastan el continente y sobre todo analizando las causas de ello con una clarividencia responsable. Esta situación interpela también a la conciencia universal para una solidaridad fuer- te que debería inscribirse en una lógica de corresponsabilidad internacional que deje de satisfacer con paliativos y trabaje para las cosas duraderas. En este sentido es lamentable que los países industriales no vacilen en hacer del continente, ya tan frágil y expuesto a tantos males, el depósito de sus productos tóxicos y de sus desechos. La conciencia internacional debería insurgir contra tales procedimientos que ponen en peligro la supervivencia de tantos pueblos. El continente africano es el que, desgraciadamente, es más visitado por la muerte y la enfermedad, los dos mayores enemigos de la vida. 2.1 Deterioro del sistema sanitario Veamos en primer lugar qué sucede con los enfermos. Entre nosotros se dice que la enfermedad es la enemiga del hombre. Hace unos cuarenta años, los cuidados primarios de sanidad, la 183 prevención gracias a la vacuna, habían permitido sensibles progresos que contribuyeron al crecimiento demográfico y suscitaron esperanzas. Africa aprovechó las mejoras de la sanidad registradas en el mundo entero. Si los progresos sanitarios del Africa subsahariana figuran entre los más lentos, la esperanza de vida al momento de nacer ha pasado de 39 a 52 años. Pero desde hace un decenio más o menos, la frecuencia de la pobreza y de la miseria provocan de nuevo el recrudecimiento de las grandes endemias: la lepra, el paludismo, la tuberculosis, la meningitis, la fiebre tifoidea, la diarrea. Africa cuenta hoy con la más numerosa población afectada por enfermedades transmisibles, mucho más que Asia y América Latina. El recrudecimiento de las enfermedades que recordamos se explica por la escasez de medios y una mala organización de nuestras políticas económicas y sanitarias. A esta lista hay que añadir el sida, cuyos efectos devastadores no pueden calcularse hoy en ciertas regiones de gran permisividad o de conflictos desestabilizadores, fuente de vagabundeo y de peligrosa promiscuidad. La desnutrición alarga de nuevo sus bolsas. Hay que empezar a medir el retardo que todo esto pone en peligro de acentuar. De aquí se deduce que el continente conoce aún la más débil esperanza de vida del planeta. 2.2 Fuerte mortandad y sus causas Africa se presenta entonces como la tierra más visitada por la muerte, que parece conocer una especie de banalización extraña y deshumanizadora, contra la cual exhortamos a movilizarse a todas las buenas voluntades y especialmente a las élites africanas. La banalización de la muerte -no puede dudarse- es una de las causas de la regresión colectiva de este continente que, sin embargo, no carece de riquezas. Será necesario analizar con clarividencia, para mejor conjurarlas, las numerosas causas históricas, psicológicas, políticas, económicas y religiosas de guerras que devastan el continente, siembran la muerte e hipotecan gravemente su DOLENTIUM HOMINUM 184 desarrollo sanitario y, en consecuencia, su desarrollo. De la Liberia al Sudán, pasando por Sierra Leona, Angola y Somalia, ya no se puede calcular el número de cadáveres de nuestros hermanos y hermanas que flanquean los caminos de nuestra historia reciente. Y no podemos consolarnos, porque se trata de una verdadera tragedia. Debemos dedicar aquí una particular atención a Ruanda y Burundi, que constituyen para nosotros, por la cristalización de la violencia fratricida, un punto interrogativo agudo y un gran sufrimiento. La violencia fratricida que allí llega a proporciones inquietantes, en ese hogar de fuertes concentraciones cristianas, solicita nuestra atención e interpela a nuestra conciencia cristiana, puesta a dura prueba. En Africa, donde tanto hablamos de solidaridad, ¿cómo podríamos aceptar que los lazos de sangre puedan tan fácilmente poner en tela de juicio el agua del bautismo? Se nos plantea claramente el problema de una toma de conciencia africana para demostrar, más allá de todo otro sentimiento legítimo, los límites de la pertenencia étnica. La vida de un hombre no puede resultar insignificante porque él es de otra etnia. Ninguna razón puede justificar un genocidio. Cada hombre que muere por la violencia en el continente es una pérdida para Africa y para la humanidad. Nos atrevemos a afirmarlo en esta reunión de la esperanza, pues se trata de la atención a los problemas de la vida: "ayudadnos a vencer a las fuerzas de la muerte, vendednos más arados y máquinas agrícolas y menos carros armados, menos fusiles y granadas". La guerra devasta el continente africano y siembra inutilmente la muerte, muchas veces por apetitos irracionales de ciertos hombres corroídos dementemente por un poder que deben conservar o conquistar a cualquier precio; y también por influencias no confesadas de las potencias extra-continentales que se hacen la guerra mediante bandos interpuestos. 2.3 Necesidad del respeto a la persona humana La promoción y la protección de la vida en el continente plantea también el problema de la dignidad de la persona y de sus derechos. Estos son violados a menudo con falaces pretextos: la razón de Estado, la autodefensa anárquica provocada por la carencia de estructuras legales de protección social; la tortura policíaca, el recrudecimiento alarmante de la criminalidad, debido a la miseria, a la falta de trabajo y a una inurbación anárquica que favorece el éxodo rural masivo (el 3% de la población por año). Esta inurbación es tanto más inquietante en cuanto va enfermedades contagiosas. Teniendo en cuenta el carácter reciente de la extensión de las ciudades, el éxito de las experiencias de profilaxis puede tener una influencia rápida en los medios rurales cuyos habitantes están en constante contacto con sus parientes instalados en las ciudades y cuyas palabras y conductas tienen a menudo efectos de atracción. La Iglesia no puede hacerlo todo, pero tiene el empeño de dar su contribución a esta tarea importante y preciosa de protección y promoción de la dignidad humana. Esta labor es irreemplazable y de vital importancia. Por lo tanto no convendría dejarse desanimar por las dificultades que surgen a menudo en los caminos de su cumplimiento. 3. La contribución cristiana, lugar de esperanza acompañada de fuerte escasez de urbanismo. Es fuente de numerosos males: falta de medios sanitarios, multiplicación de barrios de simples cabañas y promiscuidad peligrosa, inseguridad de todas clases. Nos parecía importante subrayar que la ciudad debe ser pensada de nuevo en el corazón de los problemas de desarrollo que asaltan a los países africanos. Resolverlos es abrir el camino a la solución de otras muchas dificultades. Efectivamente, a partir de las ciudades, entrecruces de grandes migraciones, se propagan muy a menudo las enfermedades. Ahora bien, como decimos a veces, las ciudades tentaculares que se multiplican en Africa, como en otras áreas del Tercer Mundo, no tienen los medios financieros y materiales para su protección sanitaria. Convendría, por lo tanto, iniciar una reflexión acerca de la higiene en las ciudades como centros de circulación y de propagación de La Iglesia da la mayor importancia a este cuidado de la dignidad humana porque cree en el hombre, en todo hombre, creado a imagen de Dios y, cualquiera que sea su raza, su origen y su condición humana, este hombre ha sido salvado por Cristo. Se trata de un dato fundamental del Evangelio y la expresión evidente de su espíritu de amor universal. Con la educación, que siempre ha ocupado un puesto primordial en su acción pastoral, la Sanidad ha sido una de las mayores preocupaciones de la actividad misionera de la Iglesia. Desde que las Iglesias africanas se esfuerzan por hacerse cargo de ella, hacen todo lo posible por proseguir y adaptar ese apostolado antre las poblaciones más desheredadas de las ciudades y de los campos. Son innumerables los pozos abiertos en el cuadro de actividades de las ONG, de las organizaciones de caridad, para resolver los problemas del agua; los hospitales, los dispensarios, las maternidades se han construído para responder a las solicitaciones de salud. Para mejor asumir la responsabilidad del mantenimiento de las estructuras, los africanos han sido asociados, cada vez más, a su edificación. Nada se protege mejor que lo que ha sido fruto de los pro- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO pios esfuerzos. Por lo que conviene ayudarlos aún más en ese sentido. Cuántas vidas humanas han sido salvadas gracias a su misión de evangelización. Necesitamos absolutamente proseguir y ampliar ese impulso, esa función subsidiaria, tanto más porque la debilidad de las estructuras del Estado es cada vez mayor. Las sectas cuyo número no deja de aumentar conceden gran importancia al papel de terapeuta representado por Cristo. Las Iglesias instituídas deben saber aprovechar la importancia de sus funciones en una Africa cuyas poblaciones tienen sed de curación, de curación del cuerpo y del espíritu. No se puede perder de vista lo que hemos de hacer para estas poblaciones pobres y frágiles. Conviene además tener en cuenta la dimensión psicológica de las cosas. Muchos males son de origen psicosomático. La educación y el retroceso de la ignorancia son antídotos a la expansión de la enfermedad y de la violencia. Sin dar la impresión de querer ocupar el puesto del Estado en sus responsabilidades específicas de garantizar la salud para todos, las instituciones cristianas deben luchar de igual modo en todos los frentes para proteger la integridad de la persona humana. Así se percibe la función de Buen Samaritano de la que la Igle- sia no puede dimitir y que da una gran credibilidad a la acción de la Iglesia dondequiera se compromete a defender la vida del hombre herido por la naturaleza o por su prójimo. Aprovechamos esta tribuna para dar las gracias a todos aquellos cuya acción se hace solidaria de los esfuerzos emprendidos en este continente. Pero no pensamos que la solución a los problemas de Africa debe adaptarse a simples facilidades que acabarán llevando a nuevos males. Nos parece deseable que las organizaciones internacionales que ayudan financieramente no pierdan de vista este aspecto. La eficacia buscada para proteger la vida no puede economizar la razón moral. Es nuestro deber cristiano subrayarlo para que Africa, que es en muchos aspectos un continente frágil, no cargue con los gastos. Conclusión Hay mucho que hacer en Africa para proteger la vida y asegurar a cada uno y a todos las mejores oportunidades de sobrevivir. Ahora bien, sabemos que los medios a menudo son limitados y tal vez conviene no dispersar las fuerzas. La franca colaboración entre las Iglesias cristianas por una parte y el Estado por la otra, puede contribuir a hacer que converjan los es- 185 fuerzos en una complementariedad solidaria para una mayor eficacia. La comunidad internacional puede hacer mucho para la reforma de las políticas de la Sanidad en Africa. Para ayudar a los africanos a encargarse de ella, para vencer los males que los asaltan. Parece cada vez más urgente aportar un apoyo exterior a los trabajos de investigación médica, principalmente dispuestos sobre los mayores problemas de la sanidad del continente. En fin, hay que hacer lo posible para extinguir los diversos focos de guerra, algunos de los cuales parecen artificialmente mantenidos. Los cristianos africanos no quieren ni pueden estar ausentes de estas reuniones. El crecimiento que nos anima de su número, el dinamismo sorprendente de sus Iglesias, inducen a este compromiso. Deben ser sal y luz en esta tierra que ofreció la primera hospitalidad al Niño Jesús, Emanuel amenazado por la violencia. Deseamos de todo corazón que el continente africano vuelva a ser en toda su extensión la tierra del respeto a la vida y verdaderamente una tierra de hospitalidad y de paz. Cardenal BERNARDIN GANTIN Prefecto de la Congregación para los Obispos DOLENTIUM HOMINUM 186 YAW-TANG SHIH Cuidados sanitarios y cualidad de la vida La experiencia de Taiwán Me siento honrado por haberme concedido la oportunidad de presentarles los esfuerzos realizados por Taiwán durante los últimos decenios, para promover el respeto de la vida humana mediante algunos programas sanitarios. En los últimos 50 años, Taiwán ha realizado considerables progresos para mejorar la salud de su población. El promedio de la duración de la vida, por ejemplo, ha aumentado de los 53 años de 1951 a los 72 años en 1993 para los hombres y de 56 a 78 años para las mujeres durante los mismos períodos. Este progreso ha sido posible gracias a varios programas sanitarios bien organizados, además del rápido desarrollo socio-económico. Los programas sanitarios de Taiwán son organizados teniendo en cuenta las siguientes convicciones y los siguientes principios: – ante todo la vida humana debe ser respetada y debidamente considerada; – la salud es un derecho humano fundamental; – todo ser humano tiene el derecho de vivir en buena salud y dignitosamente; – es esencial el acceso a la sanidad sobre una base paritaria y equitativa, sin distinción de sexo, edad o clase socio-económica; particularmente, la falta de medios económicos de ninguna manera debe constituir una razón para negar los cuidados sanitarios necesarios; – las personas menos privilegiadas de la sociedad tienen la precedencia en los cuidados. Teniendo en cuenta estas convicciones y estos principios, los programas sanitarios de Taiwán han sido organizados incialmente focalizando en primer lugar la pro- tección de la vida mediante programas para eliminar y controlar las enfermedades contagiosas, como ocurrió en 1965 cuando se consideró debelada la malaria, y mediante la constitución de un número mayor de instituciones sanitarias, como por ejemplo los centros sanitarios que operaban a nivel gubernamental, en particular en las áreas remotas que gozaban de un número inferior de estructuras sanitarias, para poder curar las enfermedades y prevenir el contagio. En los últimos 15 años, hemos trabajado en favor la promoción sanitaria y el mantenimiento de la salud, es decir, para permanecer en buena salud y cada vez mejor gracias a la educación, a los servicios de prevención sanitaria, al desarrollo de comportamientos sanitarios positivos, y sobre todo haciendo que los cuidados médicos sean disponibles y accesibles a todos, a través de un programa nacional de seguro sanitario, desde marzo de 1995, que tiene como finalidad lograr que todos esten en buena salud y por consiguiente mejorar la calidad de su vida. Sanar la enfermedad de un individuo y proteger su vida, no es lo principal no obstante esto sea una tarea importante para los médicos. Lo más importante no es conservar sino mejorar la vida, mejorar y promover las condiciones de salud de los individuos, de las comunidades y de los seres humanos, de manera que todas las personas del mundo tengan una mejor calidad de vida. Después de todo, la salud ha sido definida por la Organización Mundial de la Salud como "no sólo la ausencia de enfermedades, sino un estado de bienestar físico, social y mental". La calidad de la vida es un concepto bastante vago. Desde el punto de vista sanitario, sin embargo, creo que puede ser medida en términos de : 1) no tener miedo de ser contagiados por las enfermedades epidémicas; 2) bajas tasas de cualquier tipo de mortalidad; 3) mayor duración de la vida; 4) fácil acceso a cuidados sanitarios adecuados. Según estos criterios, Taiwán es un país con una calidad de la vida relativamente elevada desde el punto de vista de la salud. Casi todas las enfermedades contagiosas han sido completamente vencidas o están bajo control. La malaria, que una vez constituía una amenaza para la vida de la gente, la Organización Mundial de la Salud lo ha considerado como debelada en 1965. Taiwán ha sido afortundada al haber contenido la epidemia mortal del SIDA a solamente 900 casos de personas positivas al HIV sobre una población de 21 millones de personas. La tasa de mortalidad infantil ha bajado al 5 por mil nacidos vivos; la mortalidad materna ha bajado a 9 mujeres sobre 100,000 y han muerto sólo 27 en 1994. Sin embargo, las muertes causadas por accidentes o por infortunios, especialmente entre los jóvenes fallecidos en accidentes de carretera, preocupan cada vez más. La duración promedio de la vida es ahora de 72 años para los hombres y de 78 para las mujeres y esperamos que siga aumentado. El nuevo Programa Nacional de Seguridad Sanitaria, que se está actuando desde hace sólo 9 meses, ha cubierto el 96% de toda la población. Una adecuada sanidad es disponible y accesible ahora a los 21 millones de ciudadanos. No obstante esto aún no estamos VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO contentos. Estamos decididos a lograr que cada persona en Taiwán, República de China, viva más, en buena salud y dignitosamente. Con esta finalidad, Taiwán ha lanzado varios proyectos ambiciosos, que han sido presentados en la "Health White Paper" (Carta Blanca Sanitaria), una copia de cual se anexa aquí, para mejorar aún más la salud de las personas y la cualidad de su vida. 1. Programa Nacional de Seguridad Sanitaria lograr la finalidad de la salud para todos La salud es un derecho humano fundamental. Para la promoción de la salud y su mantenimiento, es esencial que todos tengan el mismo y equitativo acceso a una adecuada sanidad. Antes del inicio del Programa Nacional de Seguridad Sanitaria, el 1º de marzo de 1995, ya existían programas gubernamentales de seguridad sanitaria para los trabajadores, los empleados del Estado y los agricultores, que habían abarcado a aproximadamente el 60% de la población. El 40% restante de la población no asegurada eran las personas a cargo, como los más ancianos y los niños más pequeños, personas más vulnerables a las enfermedades y que tenían necesidad de mayores cuidados. Los principales objetivos del Programa Nacional de Seguridad Sanitaria son: 1) proporcionar a cada ciudadano del país adecuados cuidados sanitarios; 2) emplear de manera eficiente los medios disponibiles para estos cuidados; 3) reducir las barrera financieras para el acceso a los cuidados sanitarios; 4) promover la salud de la población. Al poner en acto el Programa Nacional de Seguridad Sanitaria, este grupo de personas vulnerables, que antes no tenían acceso a los cuidados sanitarios, ahora son defendidas adecuadamente por este programa que actúa a nivel estatal. Asimismo, en el respeto de la vida humana, con el Programa Nacional de Seguridad Sanitaria, se han dado especiales disposiciones para el cuidado de los ancianos y de los individuos de los grupos menos privilegiados, como los mi- nusválidos, los que sufren de disturbios mentales y los indigentes. Estas disposiciones comprenden: la renuncia al co-pagamento para los continuos cuidados de enfermedades crónicas, para el cuidado de enfermedades graves, para los indigentes y para los residentes en áreas montañosas y en las islas lejanas, que disponen de un menor número de postas sanitarias; subsidios sobre primas de las familias de renta baja; reembolso de los servicios domiciliarios a domicilio; y un examen físico gratuito para los ancianos. Con este Programa Nacional de Seguridad Sanitaria, toda la población y las personas que han sido menos afortunadas, ahora son servidas mejor desde el punto de vista sanitario. 2. Desarrollo de Servicios Sanitarios Especiales Además de los programas sanitarios generales, se han promovido también algunos programas especiales, para afrontar las necesidades específicas de los individuos de determinados grupos, como por ejemplo los ancianos, los que sufren de disturbios mentales, y las personas que viven en zonas aisladas, con la finalidad de reducir las diferencias en campo sanitario entre los grupos y entre las áreas urbanas y aquellas rurales. Algunos de estos programas han sido ilustrados del siguiente modo: 1. Hospitalización para enfermos terminales. Toda persona tiene el derecho de vivir dignitosamente y tiene también el derecho de morir dignitosamente. Los cui- 187 dados médicos pueden tener un epílogo positivo o no. Por ejemplo, un tercio de los pacientes afectados de cáncer requerirá cuidados que tendrán un éxito positivo; para los otros dos tercios no hay remedio alguno. Para permitirles compartir con los demás los últimos instantes de su vida en paz y con dignidad, y sin miedo de la muerte, se han formulado proyectos para desarrollar los centros-piloto en este sentido en algunos hospitales. Actualmente, existen 18 camas en el McKay Memorial Hospital, 20 camas en el Cardinal Tien Hospital y 17 puestos cama en el National Taiwan University Hospital, donde se proporcionan cuidados físicos, mentales y sociales y se dan consejos religiosos al paciente en un estadio terminal y a los miembros de su familia. 2. Emergencias. Con el rápido aumento del número de vehículos que circulan, incluso los motovehículos, desde hace algunos años los accidentes y sus consecuencias, particularmente debido al tráfico y a los riesgos profesionales, constituyen la causa de un tercio de las muertes en Taiwán. Cada año aproximadamente 13,000 personas mueren por estas causas y la mayor parte de ellas lamentablemente son jóvenes. La pérdida económica causada por los accidentes, en especial en el caso de vidas jóvenes, es incalculable. Examinando los grupos de edad, los accidentes y las heridas debidas al tráfico de motovehículos son la primera causa de muerte por accidentes en todos los grupos de edades superiores a un año de vida; el ahogamiento es la segunda causa de muerte accidental en los grupos de edad comprendida entre 1 y 24 años; las caídas accidentales son la segunda causa de muerte accidental en los grupos de edad que van de los 45 años para arriba. Ya que la educación a la seguridad y a la prudencia es lo más importante para prevenir los accidentes, es igualmente importante disponer de una adecuada emergencia que preste sus cuidados inmediatamente después de los accidentes. Para salvar vidas humanas y reducir la enfermedad, se ha constituido en Taiwán una red para las emergencias. Las autoridades sanitarias locales han recibido disposiciones para DOLENTIUM HOMINUM 188 colaborar con la policía y los bomberos para planificar los programas de emergencia, instituir un centro de conexión para la emergencia y un sistema de comunicaciones vía radio para operar con rapidez. La con la reciente legislación de la "Emergency Care Act" (Ley sobre la Emergencia), dentro de poco un programa de masa iniciará a educar, además del personal médico, los bomberos y aquellos que trabajan con las ambulancias, para ofrecer una primera asistencia a las víctimas en el lugar y successivamente en la ambulancia, antes de que lleguen al hospital. 3. Cuidados siquiátricos. Para respetar los derechos de los pacientes siquiátricos y para proporcionarles adecuadas atenciones, la política actual de Taiwán para la prevención y el tratamiento de los disturbios mentales es la de animar un cuidado positivo, la rehabilitación y la reducción de los aislamientos negativos y de la segregación. Taiwán está dividida en varias regiones, que forman una densa red de servicios sanitarios mentales regionales. Los pacientes son estimulados a recibir un tratamiento adecuado, incluso el tratamiento y el seguimiento de pacientes externos, el day-hospital, y una terapia de rehabilitación en la comunidad para prepararlos a regresar a formar parte de la sociedad. En 1990 ha sido promulgada una Ley sobre la Salud Mental. 4. Cuidados de largo alcance. En Taiwán, sobre una población de 21 millones de personas, actualmente el 7,1% aproximadamente, o 1,5 millones, tienen una edad superior a 65 años y con el aumento de las enfermedades crónicas y degenerativas, la necesidad de cuidados de largo plazo se ha vuelto más urgente. Las personas más ancianas, desde el punto de vista médico y en la vida cotidiana, han sido tracicionalmente curadas por los miembros de las propia familia y/o por los parientes. Con el cambio de la estructura familiar -como demuestra un estudio nacional de 1988, el 14% (del 12% de 1986) de los ancianos en Taiwán vivían solos, el 15% (14% en 1986) vivía con el cónyuge y el 68% vivía con sus hijos- al parecer existe la necesidad de cuidados mejor organizados para los ancianos, no para sus- tituir, pero por lo menos para integrar el sistema sanitario tradicional desorganizado. En la actualidad, los cuidados de largo plazo para los ancianos tienen la forma de: cuidados a domicilio (65 instituciones proporcionan este servicio), day hospital (aproximadamente 240 puestos camas), y cuidados en clínicas (11 instituciones con 450 camas para un servicio 24 sobre 24 horas). El número de instituciones que proporcionan cuidados de largo plazo no es suficiente, y mucho se debe hacer en el futuro. 5. Cuidados sanitarios en zonas aisladas. Las zonas montañosas y las islas lejanas, donde el transporte y las condiciones de vida a menudo son inadecuadas, tienen escasas estructuras sanitarias. Para salvaguardar la salud de los habitantes de estas zonas, se ha iniciado la acción de educar, gracias a bolsas de estudio del gobierno, a los jóvenes estudiantes autóctonos en el ámbito de una educación médicoenfermera; mejorar las estructuras sanitarias; promover la información médica a través de la televisión; estimular la iniciativa privada con la ayuda de subsidios para constituir instituciones médico sanitarias en estas zonas. El Programa Nacional de Seguridad Sanitaria prevé también que los residentes en estas áreas no paguen su cuota por cuidados sanitarios. 3. Reducir los factores de riesgo para la salud Antiguamente, en la China y también en otras partes del mundo, los hombres se habrían acontenta- do de los cuidados ofrecidos a ellos en calidad de pacientes. Hace algunos decenios, inició el descontento por los cuidados, y se consideró la posibilidad de prevenir las enfermedades; la consecuencia fue el perfeccionamiento de las vacunas. Hoy, no obstante muchas personas consideren importante la prevención de las enfermedades, se ha desarrollado un nuevo concepto de promoción sanitaria positiva. La simple ausencia de enfermedades por sí sola no satisface más a las personas que ahora quieren vivir mucho más y en buena salud. La escasa salud depende mucho de los comportamientos. Los factores relacionados con la salud de un individuo son: 1) factores biológicos; 2) factores ambientales; 3) servicios y estructuras sanitarias; 4) comportamientos sanos y tipo de vida. Entre estos factores, los comportamientos sanos y el tipo de vida de un individuo son los más importantes. Ha sido comprobada la relación causal entre el humo y la salud. Guiar en estado de embriaguez es una de las principales causas de accidentes. Una investigación de 1988 demostraba que: un tercio de los ancianos en Taiwán fumaba, un quinto de ellos bebía, el 40% no efectuaba una regular actividad física, el 32% usaba mucha sal, y el 27% comía alimentos con elevada tassa de colesterol. Con solo cambiar algunos de estos comportamientos y un poco de control de estos factores de riesgo podrían llevar a una neta mejora de las condiciones de salud de los ancianos en Taiwán. Aunque no fuera posible eliminarlos completamente, por lo menos sería necesario reducir los factores de riesgo que son peligros para la salud, como el humo, el beber, una dieta equivocada, la falta de un adecuado ejercicio físico y, en el caso de Taiwán, la masticación de betel-nut, y al mismo tiempo desarrollar la convicción que los comportamientos positivos son la llave para una buena salud. Con esta finalidad, estamos poniendo en marcha varios proyectos: Para la promoción sanitaria: campaña contra el humo, promoción de la buena salud, nutrición y dieta balanceada, salud mental; VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO Para el mantenimiento de la salud: prevención de los accidentes y de las heridas, control de la vista, salud oral, etc. Para la prevención: salud de la madre y del niño, salud genética, prevención y control de enfermedades crónicas y del cáncer, cuidados de largo plazo, y cuidados sanitarios básicos. Si, por ejemplo tomamos en consideración la campaña anti-humo, Taiwán ha iniciado un programa contra el humo en 1987 cuando los mercados locales se abrieron a los cigarrillos extranjeros. Un estudio de 1992 ha mostrado que la tasa de fumadores entre los hombres con más de 16 años era del 55,3% y entre las mujeres del 3,2%. Para combatir los riesgos para la salud provocados por el humo, se ha establecido la "Tobacco Hazards Act" (Ley sobre los riesgos del tabaco), para limitar o prohibir la propaganda de los cigarrillos, para poner una etiqueta en cada paquete de cigarrillos que indique el contenido de nicotina y de alquitrán, para limitar las áreas para fumadores, y prohibir la venta de los cigarrillos a los menores. Actualmente, la ley está en curso de revisión. Mientras tanto, intensas actividades educativas están informando al público, y particu- larmente a los estudiantes que aún no han iniciado a fumar, de los peligros del tabaco. En un estudio se ha calculado que ha habido un aumento del 1,6% en 1990 al 9,8% en 1992 de personas que han dejado de fumar por efecto de la campaña contra el humo. 4. Conclusión Taiwán se está moviendo rápidamente hacia la modernización y la industrialización, y la salud forma parte del proceso que tiene como resultado la disminución de la tasa de mortalidad. Se considera, sin embargo, que este último deje de disminuir y sufra un aumento, proporcionalmente con el crecimiento de la población anciana del país. La tasa de mortalidad infantil podría aumentar si todo el peso de la modernización caerá sobre las espaldas de las madres y de los niños. De todos modos, existe una cierta duda que haya aún una potencialidad sustancial para ulteriores mejoras que puedan reducir las diferencias entre los países. Esto puede lograrse si nuestra sociedad no perderá de vista: 1) la probabilidad que sustanciosas inversiones en la investigación biomédica básica, o el aumento de 189 las mismas, produzcan nuevas tecnologías y mejoren las actuales, para el control de los principales problemas sanitarios, 2) los efectos de las estrategias para inversiones alternativas que se concentren en los elementos determinantes para la salud; 3) los costes sociales, económicos y éticos, además de los beneficios de los primeros dos puntos en diferentes combinaciones; 4) otras necesidades sociales que concurren a los recursos disponibles; 5) nuestras preocupaciones sociales y éticas, sea de corto como de largo plazo, para la disponibilidad de los servicios que pueden salvar la vida, prolongarla y mejorarla. Es poco probable que logremos todos estos objetivos de golpe. Como siempre, los recursos son limitados, pero creemos que mientras estamos dando un incremento a nuestra economía, debemos esforzarnos también para lograr el objetivo de la salud para todos, y aquel definitivo de una sociedad feliz y floreciente. Dr. Yaw-Tang SHIH, MD, DRPH Vice-Director General Min. Sanidad Director Ejecutivo de la Yuan Taiwán DOLENTIUM HOMINUM 190 GEORGE ALLEYNE La supremacía de la vida en cada condición humana y en todo el mundo Las palabras de este título nos proporcionan el sentido de los puntos en discusión que son muy importantes y cualquiera que desea honrarlas ante todo debe examinar las diferentes interpretaciones que están sobrentendidas, conforme estén formuladas. Mi intervención será necesariamente el resultado de mi orientación como disciplina en las ciencias sociales - particularmente en el campo de la medicina o más bien en el de la salud - y de mis responsabilidades en mi calidad de Director de la "Pan American Health Organization". Una posible interpretación es que en todo ángulo de esta tierra sería necesario tener en consideración la supremacía de la vida en cada condición humana, posición que puede parecer bastante supérflua. Asimismo, debo evitar la tautología implícita en la interpretación que cada condición humana implica en todas partes en la tierra. Trataré el tema como si fuera una especie de afirmación que el tipo de vida humana es el elemento primario y que debemos ser orgullosos de la consideración que damos a estos temas, que tienen influencia o son determinantes en la condición humana. Esta consideración de la condición humana debe colocarse en el centro de todos los comportamientos sociales legítimos, y es el objetivo de todos los que como yo se ocupan de disciplinas sociales. No nombraré a los eminentes filósofos que en el curso de los años han discutido y se han tormentado sobre el significado de la vida, o los diferentes grupos de biólogos que discuten sobre los orígenes de la vida humana, o de quienes ponen interrogantes sobre la existen- cia de formas de vida más allá de la tierra. Yo subrayo que lo que nos interesa es la vida humana. La conservación de la vida ha sido aceptada como uno de los derechos fundamentales. El liberalismo defendido por John Locke afirmaba que todos los seres humanos son iguales e independientes y "ninguno debe hacer daño a otro en su vida". El estado liberal del pensamiento de Locke trataba de proteger estos derechos considerados básicos y todos los que seguían esta tradición, como Paine y Jefferson, reafirmaban la naturaleza "evidente por sí misma" del derecho del hombre a la vida, a la propiedad y a la libertad. La vida es vista como un derecho o un título que debe estar asegurado o que no debe ser infringido por nadie. La definitiva negación o privación de este derecho lleva a la muerte que, en sus formas más violentas, es la manifestación brutal de la abrogación del derecho a la vida. Naturalmente, los seres humanos se han preocupado en el tiempo que este derecho fuese protegido y esta preocupación sobresale claramente en la Encíclica Evangelium vitae (El evangelio de la vida) en la que Su Santidad Juan Pablo II nos recuerda que: El extraordinario aumento y la gravedad de las amenazas a la vida de los individuos y de los pueblos, especialmente allí donde la vida es débil e indefensa. Y prosigue: -¿Cómo no pensar también en la violencia contra la vida de millones de seres humanos, especialmente niños, forzados a la miseria, a la desnutrición, y al hambre, a causa de una inicua distribución de las riquezas entre los pueblos y las clases sociales? - ¿en la violencia derivada, incluso antes que de las guerras, de un comercio escandaloso de armas, que favorece la espiral de tantos conflictos armados que ensangrientan el mundo? - ¿en la siembra de muerte que se realiza con el temerario desajuste de los equilibrios ecológicos, con la criminal difusión de la droga, o con el fenómeno de modelos de práctica de la sexualidad que, además de ser moralmente inaceptables, son también portadores de graves riesgos para la vida? Nuestros variados sistemas judiciales protegen ampliamente este derecho a la vida y castigan a los que al tomarla privan a otra persona de algo que nadie le puede restituir. Juan Pablo II prosigue: El afirmarse de una cultura anti-solidarista, que se configura en muchos casos como verdadera "cultura de muerte". Podría ser difícil establecer una jerarquía de la supremacía entre los derechos fundamentales, pero hasta diría que indudablemente la vida merecería una posición muy elevada en dicha jerarquía, por no decir el más alto. La supremacía de la vida con respecto a los demás derechos podría basarse en su norenovabilidad. La propiedad puede ser recuperada y el individuo, una vez recompesado, puede lograrla completamente. La libertad, o la lucha por la libertad, ha sido el grito de batalla de movimientos famosos que a lo largo de los años han modificado a las naciones. Si bien los individuos no pueden ser recompensados adecuadamente cuando su libertad es perdida, la VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO libertad en sí puede ser recuperada. Se podría encontrar la supremacía de la vida en el hecho que su privación es determinada de manera absoluta e irrevocable. La vida, tal como la conocemos, nunca puede ser restablecida y es obvio que la persona que ha sido privada de ella nunca podrá ser recompensada por esta pérdida. Solamente los poetas han escrito sobre la gloriosidad del modo de dejar la vida o de los posibles frutos de esta pérdida, que puede cambiar la inmutabilidad rígida de la mutación. La áspera definición de privación de la vida, que tiene como resultado la muerte, siempre está presente en la mente de los médicos, cuya función original era la de preservar la vida y alejar la muerte. Los modelos de comportamiento, éticos y morales, que son explícitos en el juramento de Hipócrates, imponen a los médicos no hacer daño y no obstante el respeto por la autonomía, la base tradicional de la práctica médica ha sido siempre respetar la vida operativa. El médico de hoy a menudo se encuentra involucrado en discusiones sobre la conservación de la vida en los varios estadios del ciclo vital y no es raro que algunos de ellos se sientan ofendidos cuando las preocupaciones morales por la protección de la vida se entrecruzan con consideraciones de carácter económico. El valor de la vida en términos económicos ha sido un sujeto de continuo interés y ha encendido algunas artiméticas de la política antecedentes a la disciplina de las economías modernas. Pero es inevitable que se piense en el valor económico de la vida y que estos argumentos sean añadidos a aquellos morales por la conservación o la mejora de la vida. Mientras la riqueza de una nación depende de la producción de parte de sus recursos humanos, la vida y la duración de la vida productiva siempre serán un argumento de tipo económico. Muchos argumentos sobre la mejora o la conservación de la vida se mueven alrededor de la posible productividad o de su pérdida. Este debate sobre el carácter absoluto de la conservación de la misma vida tiene ramificaciones de tipo económico, y si bien el derecho implique que existan medi- das de protección y, quisiera añadir de conservación, en el mundo actual esto no puede ser visto solamente en sentido absoluto. No obstante las afirmaciones sobre la supremacía de la vida, en virtud de las realidades de los recursos limitados, a menudo es planteada y discutida de manera muy vigorosa la opinión siguiente, esto es, que escasos recursos deben ser aplicados cuando puedan actuar del modo mejor para toda la sociedad. De este modo encontramos que el gobierno debe tomar decisiones sobre la incorporación o sobre el em- pleo de la tecnología conocida para prolongar o conservar la vida, pero cuyo coste es prohibitivo. La ética de la distribución de los recursos de esta naturaleza va más allá de la simple imposición económica que guía la aplicación de estos recursos en períodos de escasez. La consideración sobre la supremacía de la vida y la percepción que cada vida es preciosa y que merece una particular atención, a menudo lleva al inútil conflicto ético entre la aproximación deontológica que otorga supremacía al individuo y al consiguiente dogma, que se concentra sobre el bien de muchos. La aspereza de esta separación es mucho más marcada cuando los recursos son escasos y no ha ocurrido nada que puede satisfacer a los modernos Benthamitas que a menudo deben hacer frente a la elección agonizante ante el sufrimiento y el dolor humano individual. Hay numerosas referencias bí- 191 blicas en lo que respecta la importancia y el valor de la vida y me gusta tener siempre presente esta afirmación: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15, 13). Este concepto de la vida como don último en cierto sentido me gusta más que el concepto inherente a la interpretación hegeliana que considera la muerte o la pérdida de la vida como el último cascote en la dura lucha para el reconocimiento. De todos modos, ambos puntos de vista son muy compatibles con la asignación de la supremacía a la vida, en todas las condiciones humanas. Pero para la mayor parte de nosotros que trabajamos en el campo sanitario, existe otra dimensión, que trataré de examinar ahora. La supremacía de la vida implica para nosotros no solamente su conservación en sentido absoluto, no sólo la supervivencia, sino toma en consideración también la calidad de esta vida. El derecho a la vida de algún modo implica el derecho a estas situaciones que promueven una vida decorosa, y la más alta de estas situaciones es la salud. El mejor concepto de una vida en salud es aquel en donde no está presente la enfermedad en el sentido primitivo del término. Esto implica que en una persona hay realmente un bienestar mental, espiritual y físico. No es necesario oponerse solamente a la cultura de la muerte, sino que se debe promover la cultura de la calidad de la vida. La muerte puede ser fácilmente reconocida y la enfermedad fácilmente medida, pero el estado de buena salud, en toda su importancia, es relativamente invisible y es tal vez esta invisibilidad que conduce a falsas percepciones. La salud, como muchas otras cualidades esenciales que forman el género humano, es difícil de comprender y de imaginar. Es justo cuando el problema se vuelve visible que se pierde el estado invisible, que reconocemos la importancia de lo que ya no tenemos. Como he escuchado decir a una joven "no se siente la falta del agua hasta que la fuente no se seca". Una parte de nuestro trabajo es la de convencer a las personas que este estado invisible llamado salud es un recurso esencial para vivir, tal vez uno de DOLENTIUM HOMINUM 192 aquellos real y auténticamente no renovables. Si estamos para comprometer a otros en la lucha para mantener este recurso, debemos aclarar cuáles son las principales determinantes. Esta aproximación a menudo es tormentada por el hecho desafortunado que nuestras medidas sanitarias aceptadas más ampliamente son indudablemente medidas en caso de pérdida de la salud - disturbios y enfermedades. No obstante las dificultades referentes a medidas adecuadas, existe ahora un acuerdo general sobre las causas determinantes de este estado de salud, que indudablemente otorga supremacía y calidad a la vida. Es importante comprender estas determinantes si es que individualmente o a nivel de sociedad insistimos sobre las medidas para preservar o restablecer a salud. El ambiente social y físico son dominantes en este contexto. Siempre ha sido fácil comprender el impacto del ambiente físico sobre la salud humana, y el aprecio de esta acción recíproca nos lleva a los escritos y a las enseñanzas de Hipócrates. De todos modos, es verdad que justo recientemente hemos comprendido mejor esta interacción. Los cambios en el microambiente pueden ser asociados fácilmente a la enfermedad y es evidente que las condiciones ambientales pobres presentes en el mundo, como la falta de agua, la contaminación del aire y del terreno produzcan enfermedades, a menudo de proporciones epidémicas. La enseñanza de John Snow, que nos ha mostrado que la cólera tuviera relación con la contaminación del agua potable, se ha repetido luego varias veces. La tragedia es que habiendo aprendido la lección hemos sido incapaces de aplicar el remedio necesario en larga escala. La cólera aún está presente entre nosotros y los niños todavía mueren a causa de la diarrea. Lo que tal vez es nuevo es que también los cambios micro-ambientales que han sido causados por la acción del hombre llevan a las enfermedades. Los cambios climáticos producidos por el recalentamiento global y por las mutaciones en la faja de ozono protectiva tienen efectos sobre la salud no solamente inmediatos, sino que se pueden verificar también en un se- gundo tiempo. También el impacto del ambiente social tiene su historia y la relación pobreza-salud había sido bien reconocido por Virchov en Alemania, por Villerme en Francia y por Alison en Escocia. Chadwick y Shattuck son nombres de fama en el campo de la sanidad pública, ya que mejoraron las condiciones sociales y la salud de la población. Es fácil decir que la pobreza está relacionada con la enfermedad y que nos enfermamos solamente por los efectos del micro-ambiente y por la posibilidad de sufrir las privaciones desde el punto de vista de la nutrición. Hoy existe una considerable literatura inherente a la salud y a las condiciones sociales y los descubrimientos más impresionantes se refieren no solamente a la influencia de la clase social sobre la salud, sino al hecho que esta inclinación en el campo de la salud, determinada socialmente, sea bastante resistente a las mutaciones. El famoso "Black report" de 1988, analizaba la relación entre la clase social y la salud en Gran Bretaña y demostraba que si bien el estado de salud hubiese mejorado de manera absoluta en el tiempo, la inclinación aún persistía. El bienestar social prosiguió teniendo mayores indicadores de salud con respecto a los que se encontraban en la base. No hay duda que esta asociación de la investigación más fascinante esté dirigida hacia una delucidación de este mecanismo. Las explicaciones son diferentes, pero siempre he sido atraido por la tesis que las personas acomodadas tengan acceso a mayores informaciones y, además, que estén mayormente en grado de hacerlas propias y de utilizarlas para crear su cultura sanitaria. El comportamiento individual y aquel colectivo son otros factores determinantes de la salud. Existen la evidencia, alrededor de nosotros, de los daños que el comportamiento puede acarrear a la salud y por el hecho que esto conduzca a la enfermedad. El humo, las prácticas sexuales no sanas, las costumbres alimenticias, son sólo pocos ejemplos de estos comportamientos que dañan la salud. Una de las tragedias de nuestro tiempo es la insistencia sobre la autonomía y el derecho a la autodeterminación, en menoscabo del bien individual así como de aquel colectivo. El patrimonio genético es otro factor determinante para nuestra salud y hasta hace poco tiempo, bien poco se podía hacer para modificarlo. A menudo no es la presencia o la ausencia de algunas connotaciones genéticas de por sí llevan al estado de la enfermedad, sino la predisposición a otros males o lesiones. La ética sobre la manipulación genética para la corrección de estos defectos va más allá del argumento de nuestra discusión. De todos modos, en los tiempos modernos se tiene muy en cuenta a la persona, que ocupa la mayor parte de nuestra atención. La orden de curar unos a otros, y de manera particular la admonición al médico para que se preocupe y tenga cuidado, están insertos profundamente en nuestra cultura y en la práctica. Gran parte de la expresión supremacía de la vida se refiere a la atención a los cuidados individuales y a los orígenes sacerdotales de la profesión que cura hablan de la importancia de estos cuidados. Esta última está claramente demostrada en la atención hacia los servicios sanitarios y a las instituciones que proporcionan dichos cuidados. Este sistema sanitario consuma abundantemente la parte más consistente del presupuesto destinado a la sanidad en cada sistema. Esto tiene lugar gracias a los orígenes de la profesión médica, al poder público de los miembros que más que otros hacen sentir su voz indi- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO vidualmente y en grupos y la preocupación normal del individuo que debe hacerse todo lo posible para preservar la vida y evitar la muerte. Raramente hay entusiasmo por una prematura "liberación de esta espiral mortal". Sin embargo, cuando una persona examina la importancia relativa de los diferentes factores determinantes de la salud, es claro que si bien el ambiente social y aquel físico sean los más importantes para promover y mantener el estado de salud, la mayor parte de los recursos en favor de la salud vaya a los servicios sanitarios. Ninguno desearía que existiera dicho rigor y que ninguno o que pocos recursos estuvieran destinados a la sanidad, pero en lo que se refiere a la salud vista como supremacía de la vida, sería adecuado que esto fuese traducido en una capacidad de disponer de mayores recursos para llegar a los demás factores determinantes que, como se ha visto, juegan un papel importante. Nuestra preocupación por la salud va más allá del individuo y, además, es vista en el contexto de un bien más amplio. La presencia o la ausencia de salud o los estados de desigualdad en la salud en una sociedad a menudo son manifestaciones de desigualdad en esa misma sociedad. La referencia del Papa en la Evangelium vitae a la pobreza, a la desnutrición y al hambre, como resultado de una distribución injusta de los recursos entre personas y clases sociales, es una clara indicación del interés por las manifestaciones de desigualdad social en lo que se refiere a la salud. Aproximadamente hace 20 años las naciones del mundo, unánime y solidariamente, gritaron: ¡Salud para Todos! Lo hicieron con el pleno conocimiento que no habría habido una utopía para desear que ninguna salud fuese enferma. Lo hicieron como demostración del compromiso de buscar un tipo de equidad social que se manifestase en una mejor Salud para Todos. Al igual que muchas aspiraciones nobles y elevadas, la Salud para Todos es imposible en sentido pragmático y programático. Durante los últimos dos decenios, han habido mejoras, pero en el exterior se percibe que gran parte del entusiasmo original ha dis- minuido, no obstante haya mucho que hacer. Nuestra atención es afectada por las imágenes de poblaciones que sufren y por las nuevas enfermedades que están aflorando. Indudablemente la preocupación por las nuevas enfermedades infectivas que están retornando es grande en la agenda de la salud pública mundial. El virus denominado HIV con la síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), son el ejemplo más conocido de una nueva enfermedad que está avanzando. Un escaso sistema sanitario, los cambios ecológicos y los transportes que se efectúan rápidamente, todo está favoreciendo nuevas amenazas, y no hay duda que su impacto es y será global. Estas enfermedades son problemas del mundo industrializado y en vía de desarrollo, y los esfuerzos que se harán para ponernos en alerta y para controlar estas enfermedades requerirán un esfuerzo global. Los países están tratando de renovar el llamado a la Salud para Todos, apreciando este objetivo que tiene el valor permanente. Pero ahora tenemos la dimensión agregada de una claridad más conceptual sobre el papel de la salud con respecto a las demás actividades y cualidades que, unidas, pueden concurrir al desarrollo humano como un estado en el que realmente hay un florecer del espíritu humano y la posibilidad para los hombres de lograr buena parte de su potencial. Espero haberlos convencido que tenemos necesidad de considerar la salud no solamente en términos sectoriales y como un argumetno para los médicos. La salud está relacionada con todos los sectores y uno de los elementos de esta reno- 193 vación de la Salud para Todos es el de dar mayor énfasis y significado para la interacción de la salud con los demás aspectos del comportamiento social. Debemos considerar para la salud un puesto en la agenda pública, de manera que los que influyen en la sociedad aprecien el papel de promover el concepto de la salud como recurso para todo nuestro ser es un bien que debemos deplorar cuando no hay. La salud es esencial para la vida, pero la salud es también una fuerza potente que asegura la conciliación y la reconciliación. Nuestra experiencia es que ella representa una de las áreas nobles alrededor de las cuales el contraste es poco y para la que es relativamente fácil reforzar un diálogo que puede llevar a la comprensión y a la paz. Señor Presidente, gracias a nuestra formación y convicción, los que trabajamos en favor de la salud, creemos en la supremacía de la vida y la vemos expresada de modo más hermoso en la conservación del que es el más precioso de nuestros recursos - la salud. Pero sería casi una tragedia si esta visión permaneciese solamente en los que se ocupan de la salud y yo quisiera que está visión fuese compartida por todos los seres humanos. Tal vez cuando este día llegará, no sólo veremos una mejora en las condiciones humanas en toda la tierra, sino que se reconocerá que esta supremacía de la vida, que consideramos sagrada, es importante en todas las condiciones humanas. Sir GEORGE ALLEYNE Director Regional para las Américas de la Organización Mundial de la Salud (Islas Barbados) DOLENTIUM HOMINUM 194 FRANCIS ARINZE La pedagogía del sufrimiento en las diversas religiones 1. Un fenómeno que se impone 1. El dolor es una realidad con la que todo ser humano debe enfrentarse durante su peregrinación terrena Se presenta en formas diversas. El dolor físico puede ser mal físico, daños y heridas físicas, debilidad, hambre, sed, vejez o muerte. El dolor mental, espiritual y moral, puede tomar la forma de la desilusión, del fracaso, de la ingratitud, de la falsa acusación, del insulto y de la marginación. También puede ser causado por la muerte de los propios seres queridos. También un tiempo inclemente, los accidentes, los incendios o los desastres naturales pueden causar sufrimientos a la gente. El dolor toca al hombre en todo su ser, en su unidad somático-espiritual. El dolor acompaña al hombre y prácticamente requiere su atención. Se impone al hombre como sujeto de reflexión y de meditación. El hombre, a lo largo de la historia, se ha hecho preguntas acerca del sufrimiento y del mal. Ha buscado su significado y ha intentado responderle. El Concilio Vaticano II observa sabiamente que: "Los hombres de las diferentes religiones aguardan la respuesta a los oscuros enigmas de la condición humana que, hoy como ayer, turban profundamente al corazón del hombre (Nostra Aetate,I). El dolor es uno de esos profundos misterios. ¿De qué manera el hinduismo, el budismo, el hebraísmo, el islam y la religión tradicional africana frecen a sus miembros una respuesta a este enigma inevitable? ¿Qué reflexión podemos hacer sobre estas respuestas a la luz del Evangelio de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo y de la fe cristiana? 2. El sufrimiento en el Hinduismo 2. La ley del karma Es básica para la comprensión del enfoque hinduista del misterio del dolor y del sufrimiento, la creencia en la ley o teoría del Karma. El término Karma significa acción, trabajo u obra. Los hinduistas creen que el yo inmortal (o alma) es el substrato del conocimiento, de la acción y del goce. Toda acción del yo, sea buena o mala, produce un correspondiente resultado invisible. Tal resultado es gozado o sufrido por quien actúa, en esta vida o en la futura. La naturaleza de la existencia corporal en la próxima vida (ya que los hinduistas creen en la reencarnación) está determinada por las acciones de esta vida y de las vidas precedentes. Por lo tanto, el cuerpo y las circunstancias de espacio y de tiempo que una persona posee aquí y ahora, no son accidentales. Son la suma de los resultados de todos los karma de los precedentes nacimientos. 3. El dolor es merecido Por lo tanto, si preguntamos por qué un hombre justo padece sufrimientos y miserias y debe enfrentarse con los problemas de la vida, el hinduismo responde que ese hombre ha sido un agente del mal en su vida o en sus vidas precedentes. Uno nace ciego porque ha pecado con sus ojos en una de sus vidas pasadas. Sufrimientos, miserias, males y problemas de la vida, en todos sus matices, son así explicados con la eterna ley del Karma. 4. Otras causas del sufrimiento Particulares interpretaciones o escuelas del hinduismo sugieren otras causas de dolor y sufrimiento, como los dioses, el mundo material, dolor e ignorancia, una fragmentada visión de la realidad, egoísmo, hambre y sed, vejez y muerte. 5. Respuesta al dolor El hinduismo enseña que la respuesta al dolor y al sufrimiento puede encontrarse en virtudes como la renuncia, la austeridad, el estudio de las escrituras, la no-violencia, la verdad-fuerza o Satyagraha (es decdir, cuando una persona está colmada de verdad, tiene el inagotable poder de hacer el bien), la ayuda de un guru, etc. En el hinduismo, los tres medios clásicos o senderos para la liberación, son el sendero del conocimiento, el sendero del amor de Dios y el sendero de la acción desinteresada. 6. El papel de Dios ¿Cómo ve el hinduismo el papel de Dios en el sufrimiento humano? Dios es visto como imparcial. Permite a las personas asumir los cuerpos destinados a ellas por los propios karma precedentes. Pero les da libre voluntad, por lo que pueden, mediante la activa práctica de los medios espirituales, destruir todos los resultados del karma e interrumpir así la cadena de nacimientos, muertes y re-nacimientos, y obtener la liberación eterna. En los sistemas clásicos de espiritualidad, como el Samkhya y el Yoga, no se piensa que Dios esté implicado en la salvación del hombre. Quien busca obtiene la liberación con los propios esfuerzos. Pero en los sistemas teísticos Vedan- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO ta y en la literatura Bhakti, Dios es concebido como una persona y su ayuda es juzgada esencial para la salvación del hombre. 7. Valor del dolor y del sufrimiento En su conjunto, el hinduismo no ve un valor positivo en el dolor y en el sufrimiento. El sufrimiento es visto como el resultado del Karma. De todas maneras, el pueblo santo y los místicos del movimiento Bhakti aceptan voluntariamente el sufrimiento como modo de expresar su intenso amor de Dios. Para el hinduismo, hay un valor positivo en el auto-imponerse los sufrimientos, como la libre asunción de renuncias y la práctica de un ascetismo riguroso. Son considerados medios para la salvación. sufrimiento. 9. El Nirvana La tercera verdad sobre el sufrimiento se refiere a su fin o conclusión. La aniquilación de la pasiónansia, del odio y del terror es el Nirvana, el estado de santidad. El Nirvana (salida, fuga) es la supresión del fuego de la pasión-ansia. El ascetismo budista lleva a alcanzar el nirvana (extinción) del yo y a su purificación. El santo budista es aquel que ha realizado el vacío y la renegación de sí mismo y de las pasiones. El Nirvana puede ser alcanzado 3. El Budismo y el sufrimiento 8. Liberación del dolor y del sufrimiento El sufrimiento es el punto de partida y verdaderamente el fundamento de toda la enseñanza budista. Puede decirse en verdad que el budismo es una doctrina que predica la liberación de la humanidad del sufrimiento. La enseñanza de Buda está resumida en Cuatro Nobles Verdades, que se refieren en su totalidad al sufrimiento, con respecto a su verdad, a sus causas, a su fin y a cómo liberarse de él y alcanzar el Nirvana. La primera verdad, la Verdad del Sufrimiento, dice que todo es sufrimiento: el nacimiento, la enfermedad, la vejez, la unión con una persona no amada, la separación de un ser querido, no tener lo que se quiere: en pocas palabras, los cinco elementos materiales y espirituales junto con la pasión son sufrimiento. Toda felicidad o gozo en este mundo, marcados como están por su inestabilidad y caducidad, son ya sufrimiento. Buda dice que durante nuestra existencia hemos derramado más lágrimas que toda el agua contenida en los cuatro océanos (cf. Samyuttanikâya II, 180). Buda dice que la causa del sufrimiento es la pasión-ansia. Esta puede tomar la forma del deseo o del ansia por las cosas, o de una afición egoísta a las mismas. Esto puede llevar al miedo de perderlas. Esta es la segunda verdad sobre el en este mundo destruyendo la pasión egoísta que es la raíz de todo sufrimiento, pero se obtiene de forma definitiva solamente después de la muerte. Este Nirvana, puesto que en él falta el sufrimiento, es llamado Paz Inefable, Calma Perfecta, Beatitud Suprema o Felicidad Plena. En la cuarta verdad, Buda indica el camino que conduce al Nirvana. La óctupla Vía de la Rectitud es como sigue: recta visión, recto pensamiento, recta palabra, recta acción, recta vida, recto esfuerzo, recta atención y recta meditación. 10. Una vía moral y soteriológica El budismo responde con el silencio a todas las cuestiones acerca de Dios, el hombre y el universo. El budismo no es un sistema metafísico. Solamente se ocupa y se preocupa de salvar a todos los seres del mal que es el sufrimiento. Buda no excluye la existencia de problemas metafísicos, pero niega 195 su utilidad. El budismo queda resumido en la frase: "Evita el mal, practica el bien, purifica el corazón, esta es la enseñanza de Buda" (Dhammapada 183, Majjhimanikâya II,49). La óctupla Via de la Rectitud reúne ocho virtudes, todas morales, y ninguna se refiere a Dios). 4. Hebraísmo y sufrimiento 11. Castigo y responsabilidad La Biblia, desde el principio, es consciente de que el sufrimiento es una característica de la existencia humana (cf. Gen.3,19; Jb.5,7). Los hebreos tienen un fuerte sentido de la comunidad. Esto incluye la espera de un castigo o de un sufrimiento colectivo: "Los padres comen uva agraz y los hijos padecen la dentera" (Jer.31,29; ver también Ez.18,2). Pero bien pronto, con Jeremías (cf.Jer.31,30) y de manera más efectiva con Ezequiel (cf.Ez.18) se hace firme el principio de la retribución individual más bien que colectiva. 12. Explicaciones del dolor y del sufrimiento Los libros de Job y el Eclesiástico muestran cómo el pensamiento hebreo aparecía confuso y turbado por el sufrimiento, para el que no se encontraba una respuesta. No aparece en él solución alguna final al problema del sufrimiento de la persona inocente, prescindiendo de la fe. Una persona debe ver a Dios, encontrarlo e inclinarse en adoración ante El, si vive en el dolor y el sufrimiento. En Alejandría, en Egipto, la Sabiduría de Salomón, un libro que apareció hacia el 90 A.C., subrayaba claramente una fe precisa en la recompensa futura después de la muerte, y la consiguiente reducción de la atención sobre los sufrimientos que se da en el presente. La retribución tiene lugar para cada individuo después de la muerte. Los fariseos creían fuertemente en la resurrección de cada uno. Maimónides creía que los males particulares que suceden a una persona son por el bien de todo el universo y que todo el sufrimiento es el castigo por los pecados anteriormente cometidos. Buber considera que el mal no DOLENTIUM HOMINUM 196 es, realmente, otra cosa que un recodo en dirección opuesta al bien hacia la nada. El hebraísmo, en su forma no filosófica reconoce la entera realidad del mal y del sufrimiento. Verdaderamente, el mismo Dios es descrito a menudo como quien sufre con el hombre. El hombre es desafiado a poner remedio al sufrimiento siempre que pueda ser remediado, y a soportarlo sin lamentarse cada vez que es irremediable. Otra explicación de la existencia del sufrimiento es la de que se trata de un proceso de purificación. El Talmud llama a tal sufrimiento "aflicciones de amor". El sufrimiento es concebido como la última forma de la purificación divina que conduce a la unión mística. En el siglo XX, el terrible desastre del Shoah (Holocausto) hizo salir a la superficie la cuestión del sufrimiento en su forma más aguda. ¿Cómo podían tantos inocentes sufrir así tan terribles torturas y una muerte ignominiosa? ¿Dónde estaba Dios en todo eso? Los hebreos se han visto obligados a buscar un significado para este misterio del mal, muchas veces a través de una o varias explicaciones ya expuestas antes. Pero a veces han preferido permanecer en silencio ante este misterio. islam tiene una tradición diferente. Cree en la eficacia vicaria del sufrimiento. Para los chiitas, los imanes (especialmente Hussain, nieto de Mahoma) tomaron sobre sí el pecado de la humanidad, y por su paciencia fiel en la tribulación y en la persecución, expiaron por todo el mal que los seres humanos se hacían los unos a los otros. Digno de ser recordado es el místico sunnita de gran valor, alHallâj, que cree que la perfección del Islam (total abandono en Dios) estaba en el "total abatimiento", es decir, en la "muerte en el patíbu- Para concluir estas reflexiones, es necesario ahora que nos preguntemos qué comentarios pueden hacerse a la luz del Evangelio de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, sobre las respuestas propuestas por estas religiones acerca del misterio del dolor y del sufrimiento. 5. El Islam y el sufrimiento 14. Otras tradiciones islámicas La fracción chiita de la casa del 16. Actitud para con el sufrimiento Para remover el sufrimiento, los devotos de la Religión Tradicional Africana toman algunas de las siguientes medidas: consulta de un adivino para saber qué espíritu está enfadado con ellos, sacrificios propiciatorios al espíritu o antepasado indicado, o recurrir a verdaderos doctores, expertos en el conocimiento del poder curativo de las plantas. También se da la creencia en el fatalismo, en el caso de un sufrimiento ni merecido ni previsible. 7. La respuesta cristiana lo". Y realmente fue crucificado en Bagdad el año 922. 13. El sufrimiento será reparado El Corán y el Islam ven la vida de los profetas de Dios pasar a través de las etapas de la proclamación del mensaje divino, de la oposición humana, de la perseverancia del profeta en el sufrimiento y de la defensa final por parte de Dios. En los momentos de sufrimiento, el buen musulmán no debe desesperar de la bondad de Dios, ni hacerse amargamente auto-destructor o dañosamente agresivo. Intenta esperar pacientemente con plena fe a que la voluntad de Dios, al final, corrija lo errado y ponga de nuevo las cosas en orden. El Corán rechaza la crucifixión de Cristo y Su muerte, porque las considera como un fracaso o el abandono de Jesús por parte de Dios. espíritus malignos, de fuerzas ciegas y de brujos. En esta religión no se ve a Dios generalmente como responsable de ninguno de los sufrimientos que padece el pueblo. 6. La religión tradicional africana y el sufrimiento 15. Causas del dolor La religión que prevalece en la mayor parte de Africa antes de la llegada del cristianismo y del islam, cree en Dios, en los espíritus y en los antepasados. Sus seguidores consideran que hay diversas y posibles causas del dolor y del sufrimiento. Culpas morales -como el robo, la esclavitud, el adulterio, el incesto, el asesinato, el abortose cree que provocan castigos por parte de los espíritus y de los antepasados, en forma de enfermedades, epidemias, accidentes de carretera, muerte (especialmente por los rayos), sequía, inundaciones, ausencia de hijos. Se cree que también la ruptura de un tabú es causa del mal y del castigo. El dolor puede proceder de los caprichos de los 17. Valor salvador del sufrimiento Dios ama a la humanidad. Ha enviado a su Hijo para salvar a todos los hombres. "Dios ha amado tanto al mundo que ha dado a su Hijo unigénito a fin de que quien crea en él no muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn.3,16). Jesús ha salvado a la humanidad entera con su sufrimiento, muerte y resurrección. Lo ha hecho para mostrar el amor al Padre y para salvar a todos los hombres. Por eso Jesús ha dado un significado al dolor y al sufrimiento. Invita a todo discípulo a tomar la propia cruz y a seguirle. Por la unión mística con Cristo a través del sufrimiento, el cristiano descubre el valor salvador del sufrimiento y se halla en condiciones de soportarlo con amor. 18. En respuesta a las diversas religiones Al hinduismo la fe cristiana anuncia que la muerte es el término VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO de la peregrinación terrena del hombre y que no hay reencarnación (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1013), sino que tras la muerte empieza la vida en el cielo (directamente o a través del purgatorio) o el infierno. Mientras a veces el sufrimiento puede ser por culpa de quien lo sufre, no siempre es así necesariamente. El esfuerzo ascético y el apartarse de las criaturas son cosa laudable, pero el cristianismo enseña que nosotros dependemos completamente de la iniciativa de Dios para nuestra salvación. Sin la gracia de Dios no podemos obtener ni la perfección ni la salvación, aunque en verdad se requiere nuestra colaboración. Mientras el cristianismo aprecia los sinceros esfuerzos que el budismo cumple en el ascetismo, se dan mayores diferencias. El cristianismo proclama el bien esencial de la existencia y el bien de cuanto existe. Sobre todo, proclama la existencia de un Dios transcendente que es bondad y ama a los seres humanos creados y quiere su felicidad. El hombre sufre a consecuencia del mal, que es una cierta falta, limitación o distorsión del bien. El hombre no es capaz de procurarse a sí mismo la beatitud eterna. Para ello tiene una completa necesidad del sostén de la gracia de Dios. Para el cristianismo, la salvación es la liberación de la humanidad del pecado a través del sufrimiento, muerte y resurrección de Jesucristo. La pasión de Cristo es parte de su misterio pascual. Para los cristianos, el sufrimiento no es un factor negativo del que el hombre trata de librarse, sino que es un modo de llevar la propia cruz y seguir a Cristo que nos ha salvado con su cruz. Hebreos y cristianos condividen la revelación de Dios a la humanidad, preservada en las Sagradas Escrituras vistas por los cristianos como Antiguo Testamento. Estas Escrituras presentan la figura del Siervo doliente de Yahvéh. Los cristianos ven en esos textos (Is.42,1-9; 49,1-6; 50,4-11; 52,1353, 12) una prefiguración de Jesucristo, que ha sufrido por nosotros. "Y él ha cargado con nuestros sufrimientos, se ha tomado nuestros dolores... por sus llagas nosotros hemos sido curados" (Is.53,4-5). Jesucristo es la plena y final manifestación de la gloria de Dios y de su amor salvador a la humanidad. La cruz se convierte en fuente de salvación, paz y gozo y un llamamiento a ser discípulos de Cristo y al amor por nuestros semejantes que sufren. Con respecto a los musulmanes, los cristianos aprecian la virtud de la obediencia a Dios y cumplir pacientemente su voluntad, así como la percepción chiita del valor del sufrimiento vicario. Una mayor diferencia está en que el cristianismo subraya que el amor es la fuente más rica del significado del sufrimiento, y que por amor a su Padre Eterno y a todos los hombres Jesucristo ha sufrido la ignominia de la crucifixión y que esa crucifixión no es la derrota de Jesús, sino su victoria, porque ha resucitado al tercer día. La gloriosa resurrección de Cristo es central para la fe en sus misterios. Cristo ha dado así al sufrimiento un valor de salvación y la cruz es la señal de su triunfo. Como seguido- 197 res de Cristo no debemos dejarnos llevar por el fatalismo cuando encontramos un sufrimiento, sino que somos llamados a tomar nuestra cruz y a seguir a Cristo, el Vencedor del pecado y de la muerte. Y no hemos de esperar siempre que Dios manifieste de manera visible la victoria de quien le es fiel. Los seguidores de la religión tradicional africana se alegran de la influencia liberadora de la religión establecida por Jesucristo. El Evangelio libera al hombre del temor de fuerzas ciegas y malvadas, y lo introduce en el plan de salvación de Dios, que ha enviado a su único hijo para redimir a la humanidad a través de su sufrimiento y crucifixión. El cristianismo es una oferta del amor de Dios en Cristo a toda la humanidad. La respuesta humana a esta llamada incluye la voluntad de soportar el sufrimiento que se encuentra. Así se toma la propia cruz y se sigue a Cristo en una unión de amor. Como puede verse, el Evangelio no es una edición mejor que las otras religiones. Es una irrupción sobrenatural y totalmente innovadora de Dios en la historia humana. Es una llamada a la vida de unión con Dios a la que el hombre no podría aspirar nunca con sus propios poderes. El Evangelio da un significado y un sentido de dirección al dolor y al sufrimiento. Da una dimensión a la existencia humana completamente nueva y que no puede obtenerse de otra manera. ¡Bendito sea Dios! S. E. Cardenal FRANCIS ARINZE Presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Inter-religioso DOLENTIUM HOMINUM 198 ALBERT VANHOYE El Buen Samaritano (Lc 10,29-37) Hermenéutica bíblica de la parábola Inspiradora de esta X Conferencia internacional, la parábola del Buen Samaritano suscita, en exégesis bíblica, numerosas cuestiones y ofrece numerosas particularidades muy sugestivas. No es posible examinarlas todas en una breve exposición y me esforzaré, por lo menos, por no omitir nada que sea esencial. El texto sólo se encuentra en el evangelio según Lucas (10,19-37). Corresponde a una particular insistencia de este evangelio sobre el tema de la misericordia, insistencia que puede reconocerse igualmente en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) y en otros episodios propios de Lucas (7,1117.36-50). Se habla, a propósito de ellos de una fuente "L", utilizada por Lucas además de las fuentes que le son comunes con Mateo. 1. El contexto en el evangelio de Lucas La parábola del Buen Samaritano ha sido colocada por el evangelista poco después del comienzo de una gran sección del evangelio a la que se llama "la subida hacia Jerusalén", sección injertada por Lucas entre el 2° y 3er anuncio de la Pasión de Jesús (Lc 9,43-44 y 18,31-34; Mt 17,22-23 y 20, 1719; Mc 9,30-31 y 10,32-34). Se extiende de Lc 9,51 a Lc 18,14 y comienza con estos términos: "Ahora bien, cuando se cumplían los días de su elevación, Jesús tomó resueltamente el camino de Jerusalén" (Lc 9,51). Este comienzo expresa claramente la orientación hacia la ciudad santa. Nos es útil subrayar que los versículos siguientes hablan inmediatamente de los Samaritanos, para indicar que dicha orientación provoca su hostilidad. "Jesús -cuenta Lucas- envió unos mensajeros delante de él. Estos, ya en camino, entraron en una aldea de Samaritanos para preparar su llegada. Pero no fue acogido, porque se dirigía a Jerusalén" (Lc 9,52-53). Entre samaritanos y Judíos, como sabemos, las relaciones no eran armoniosas. El IV Evangelio lo señala al comienzo del encuentro de Jesús con la samaritana (cf. Jn 4,9). Varios pasajes del Antiguo Testamento manifiestan el menosprecio de los Judíos por los samaritanos, que eran considerados bastardos desde todo punto de vista, social y religioso (cfr. 2R 17,24-41; Si 50,25-26). La hostilidad era recíproca. El historiador judío Josefo cuenta que los samaritanos molestaban a los peregrinos judíos que iban hacia Jerusalén (Ant. 20,6,1). Conviene recordar esa negación de hospitalidad sufrida por Jesús de parte de una aldea de Samaria, si se quiere apreciar en su justa importancia la generosidad que Jesús manifiesta, en su parábola, para con los samaritanos, presentando a uno de ellos como un modelo de amor al prójimo. La parábola, en efecto, se lee en el capítulo siguiente del evangelio y perteneciente a la misma sección. Jesús la pronuncia para responder a una pregunta que le hace un "Legista", intérprete reconocido de la Ley de Moisés. Este legista había preguntado primero a Jesús: "Maestro, ¿qué debo hacer para tener en herencia la vida eterna?" (Lc 10,26). La misma pregunta será formulada, algunos capítulos después, por un notable muy rico, a quien Jesús responde citando el Decálogo (Lc 18,18-22). Al legista encuentra en seguida la buena respuesta, la que el mismo Jesús da en un pasaje de los otros dos sinópticos (Mt 22,36-40; Mc 12,2831). Esa respuesta une estrechamente el precepto de amor a Dios, enunciado en DT 6,5, y el de amor al prójimo, enunciado en Lv 19,18. Jesús constata lo justo de la respuesta e invita al legista a ponerla en práctica: "Has responido bien. Hazlo así y vivirás" (Lc 10,28). El episodio parece concluído. Su conclusión corresponde exactamente a su comienzo, conforme al procedimiento literario semítico llamado "inclusión". El legista ha preguntado qué tenía que hacer para recibir la vid. Jesús le dice: "Haz eso y tú vivirás". Pero en ese momento, de manera inesperada, el relato toma una nueva dirección, porque el legista, "queriendo justificarse" por haber hecho su primera pregunta, propone una segunda. "¿Y quién es mi prójimo?" Y en respuesta a esta segunda pregunta, Jesús cuenta la historia del Buen Samaritano . 2. Cambio de perspectiva Los exégetas observan a este propósito que en realidad Jesús no responde a la pregunta del jurisconsulto. No le dice quién es su prójimo. No explica a qué categorías de personas debe aplicarse ese calificativo y qué otras categorías no entran en la definición. En vez de responder a la pregunta hecha, Jesús la reemplaza implícitamente con otra: ¿por qué clase de conducta uno se convierte en prójimo de cualquier otra persona? El legista tomaba un punto de vis- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO ta estático, que trata de fijar los límites del precepto de amor al prójimo. Jesús le propone una perspectiva dinámica, que tiende a crear nuevas relaciones. Preocupada por discernir, en el texto evangélico, la fusión de varias fuentes diferentes, la génesis diacrónica encuentra en ese cambio de perspectiva una razón para suponer que la parábola ha existido primero independientemente del relato del encuentro con el jurisconsulto y que "sólo en un segundo tiempo ha sido añadida al contexto anterior, puesto que no responde realmente a la pregunta del legista" (J.A.Fitzmayer, The Gospel according to Luke, Anchor Bible, 1985,p.883). Pero un análisis sincrónico del texto muestra que el lazo de unión entre la parábola y la segunda pregunta del legista es esencial para una correcta interpretación del relato evangélico. La falta de correspondencia inmediata entre la respuesta de Jesús y la pregunta formulada constituye precisamente un aspecto importante de la pedagogía del "Maestro" (Lc 10,25). Lo que Jesús nos pide es renunciar a la perspectiva estática de las separaciones y segregaciones, para entrar en el dinamismo de la comunicación y de la comunión. Se puede notar que también en otras ocasiones Jesús da respuestas que no corresponden a la cuestión planteada, sino que hacen pasar de una pregunta teórica a una exigencia existencial. Cuando una persona le pregunta: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?" Jesús no contesta indicando una cifra, sino haciendo una exhortación: "Esforzaos por entrar por la puerta estrecha..." (Lc 13,23-24). Igualmente, cuando se le interroga sobre la fecha de los estragos escatológicos que ha anunciado, Jesús no da precisiones cronológicas, sino que procede a una alerta. A la pregunta de los discípulos: "Maestro, cuádo sucederá?" (Lc 21,7), responde: "Estad alerta y no os dejeis engañar, porque muchos vendrán tomando mi nombre y os dirán: Soy yo y: el momento ha llegado. No los sigais" (Lc 21,8). Jesús nunca se ha presentado como un teórico o un pensador; se ha preocupado siempre de comunicar un dinamismo de conversión y de amor. El le- gista le hacía una pregunta teórica: "¿Quién es mi prójimo?" (Lc 10,29) y Jesús le responde proponiéndole un modelo de acción y diciéndole: "Ve y haz tú también de ese modo" (Lc 10,37). 3. Respuesta del Antiguo Testamento Buscando en la Ley de Moisés, el jurisconsulto podía evidentemente encontrar numerosos elementos de respuesta a su pregunta. El precepto de Lv 19,18 que él mismo ha citado antes, es aclarado por su mismo contexto. La palabra "prójimo" es definida allí por una expresión paralela: "los hijos de tu pueblo". Así pues, el amor al prójimo está entendido en aquel texto como una actitud de solidaridad con los propios compatriotas, límite bastante estrecho. Sin embargo se observará que, unos versículos más adelante, el Levítico extiende el precepto a los inmigrados (en hebreo: gèr): "Al inmigrado instalado entre vosotros, lo tratareis como una persona del país, como uno de vosotros. Tú lo amarás como a ti mismo. Porque vosotros mis- 199 mos habeis sido inmigrados en el país de Egipto" (Lv 19,34). Esta ampliación de la perspectiva merece atención. Se opone a toda discriminación racial o nacional en el interior de las fronteras de Israel. En el pasaje del Levítico, el amor al prójimo es definido por preceptos negativos: "No abuses de tu prójimo y no le robes" (Lv 19,13); "no te muestres calumniador de tu parentela y no manifiestes una acusa que haga derramar la sangre de tu prójimo" (19,16); "no tengas pensamiento de odio contra tu hermano" (19,17); "no te vengues y no seas rencoroso para con los hijos de tu pueblo" (19,18). Pero otros textos del Pentateuco van más allá de estas prescripciones negativas. Es una actitud de generosidad positiva lo que prescriben para con el prójimo. El Deuteronomio exige primero, cada siete años, el perdón de las deudas contraídas por el "prójimo" (Dt 15,2), es decir, el compatriota; "Al extranjero (hebreo: nokri), podrás obligarle a pagar, pero lo que posees en casa de tu hermano, se lo condonarás" (Dt 15,3). La ley deuteronómica se preocupa a continuación de la suerte de los pobres: "Si hay en tu casa un pobre, uno de tus hermanos, (...) le abrirás totalmente la mano (...) y le darás con generosidad" (Dt 15, 7-8.10). En fin, la liberación de los esclavos israelitas es obligatoria al cabo de seis años (Dt 15,12-18; cfr. Jr 34,14). Por su parte, los profetas han insistido en exhortar vigorosamente a la solidaridad generosa. Baste aquí recordar el elocuente llamamiento del cap.58 de Isaías, en el que Dios define la penitencia que prefiere: nada de mortificaciones formalistas, sino "dejar libres a los que se doblegan bajo el yugo", "compartir tu pan con el hambriento", "albergarás a los pobres sin cobijo; si ves a alguien desnudo, lo cubrirás; ante aquel que es tu propia carne, no pasarás adelante. Entonces tu luz despuntará como la aurora" (Is 58,6-8; cf. Jr 34,8-9; Jb 31,16-20.32). 4. Respuesta de Jesús: "un hombre..." La respuesta de Jesús al legista DOLENTIUM HOMINUM 200 se sitúa en la misma línea, pero va mucho más lejos. A decir verdad, por más de un rasgo, resulta provocatoria. La primera expresión, "un hombre", no tiene nada de especial; la encontramos al principio de otras parábolas, la del hijo pródigo ("Un hombre tenía dos hijos": Lc 15,11), la del administrador deshonesto (Lc 16,1), la del rico epulón (Lc 16,11). Por lo tanto no merece una atención particular. Pero en este caso, esa expresión es muy significativa, por el hecho mismo de su indeterminación. Al leguleyo que le pide que defina quién es su prójimo, Jesús responde no definiendo nada en absoluto y expresándose del modo más vago posible. La palabra griega empleada por el evangelio, anthropos, ni siquiera concreta el sexo. La prosecución muestra que ese anthropos pertenece al sexo masculino, pero nada nos dice de su raza, ni de su religión, ni de su categoría social. ¿Es un judío? ¿un inmigrado? ¿un extranjero? ¿Es un hombre religioso o un no creyente? Nada se sabe al principio, ni se sabrá más al término. Lo cual quiere decir que, para definir quién es el prójimo, Jesús rehusa considerar esas categorías, sea cual sea su importancia en el Antiguo Testamento. Las únicas notas que da para identificar la persona en cuestión se refieren a lo que le ha sucedido y a la lamentable situación en que se encuentra. Este hombre, que descendía de Jerusalén a Jericó, atravesaba un paraje desértico y se encontró con unos bandidos que le despojaron de todo, lo molieron a palos y lo abandonaron medio muerto. Un hombre herido, medio muerto: he ahí su identidad. Ignoramos incluso si es capaz de gritar o de gemir. 5. Contraste entre dos actitudes La parábola expresa a continuación un fuerte contraste entre la actitud de diversos personajes que pasan por aquel mismo camino. Esta vez, su identidad está mejor definida: se trata primero de un sacerdote judío y de un levita; después, de un Samaritano. La actitud de los dos primeros es idéntica. Ven al herido, pero pasan al otro lado del camino para evitar acer- carse demasiado él. No se da ninguna explicación de tal actitud, descrita muy brevemente con una sola palabra griega: antiparelthen. Lucas emplea aquí un verbo con doble prefijo (anti: frente, de la otra parte; para más allá) que no se encuentra más en el Nuevo Testamento y una sola vez en el Antiguo Testamento, en un pasaje cuyo sentido es diferente (Sap 16,10). El tercer personaje, el Samaritano, muestra una actitud completamente diferente. La primera cosa que se dice de él, cuando ve al herido, se refiere a su reacción afectiva: "fue movido a compasión" (literalmente: "fue tomado en las entrañas"; el verbo splanchnizomai deriva del término splanchna, que significa "entrañas"). Esta reacción de compasión desencadena todo el resto: en lugar de evitar al herido, como el sacerdote y el levita, se acerca a él, le da los primeros cuidados, lo carga sobre su cabalgadura, lo conduce hasta el albergue, donde cuida de él; después lo confía al albergador, pagándole y asegurándole que los eventuales gastos suplementarios le serán igualmente pagados. Quedamos estupefactos ante semejante genero- sidad para con un desconocido. El contraste entre las dos actitudes es extremo; se expresa cuantitativamente: una sola palabra para la actitud del sacerdote y del levita; más de cincuenta palabras para la del Samaritano. Se puede pensar que tal dedicación es inverosímil, pero esto corresponde al género literario de las parábolas. Estas llevan consigo muy a menudo rasgos inverosímiles porque, precisamente, quieren poner en tela de juicio las ideas convencionales y abrir perspectivas nuevas, perspectivas divinas (cf. Is 55,8-9). Esta parábola choca, evidentemente, con la mentalidad del leguleyo; primero porque nada tiene de legalismo; después y sobre todo, porque atribuye un pésimo papel a dos personajes que, según la Ley de Moisés, son muy respetables, el sacerdote y el levita, santificados por su privilegiada relación con el templo de Dios, y porque invita al legista judío a aceptar, como modelo que debe imitar, a un Samaritano, que la Biblia le ha enseñado a despreciar. Jesús exige del legista un radical cambio de mentalidad, como lo ha exigido del fariseo Simón en un episodio anterior, el de la pecadora perdonada (Lc 7,36-50). A Simón, que menospreciaba a aquella mujer, Jesús se la presenta como ejemplo de generosidad, que pone en contraste con la frialdad de la acogida dada por el fariseo. Otros episodios evangélicos están orientados en el mismo sentido, como, por ejemplo, aquel en el que Jesús hace el elogio de la fe de un centurión pagano (Mt 8,5-13; Lc 7,1-10) y aquel en que declara a unas autoridades judías: "Los publicanos y las prostitutas caminan delante de vosotros hacia el Reino de Dios" (Mt 21,31). Como los antiguos profetas (cf. Is 1,3; Ez 16,48.51; 22,4; 23,11), lanzaba así punzantes desafíos a su pueblo, para estimularlo a un verdadero progreso espiritual. 6. Dos concepciones diferentes de la santificación Ya hemos dicho que ninguna explicación se da en la parábola acerca de la actitud del sacerdote y del levita. ¿Por qué no se acercan al VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO herido? ¿Por qué, al contrario, pasan al otro lado del camino? ¿Por qué Jesús presenta a estos personajes tan respetables bajo una luz desfavorable? Tratando de explicar estos problemas, los exegetas creen que la explicación más plausible la proporciona el cuidado de la pureza ritual. Para toda participación en el culto, la Ley de Moisés exigía la pureza ritual. Ahora bien, el menor contacto con un muerto hacía perder esa pureza. La Ley declara: "Quien toca un muerto, no importa qué despojo mortal, es impuro durante siete días" (Nb 19,11). Participar en el culto en ese estado de impureza constituía una profanación de la Casa del Señor y llevaba como sanción ser "excluído de Israel" (Nb 19,13). Para los sacerdotes, la ley de pureza era especialmente extricta. El libro del Levítico le dedica todo un capítulo (Lv 21). Así pues, se puede pensar que la actitud del sacerdote y del levita descrita en la parábola correspondía a una preocupación por la pureza ritual. De haberse ocupado del desgraciado viajante, dejado "medio muerto" al borde del camino, hubieran corrido el riesgo de verlo expirar entre sus brazos y de contraer, por eso mismo, una grave impureza, incompatible con su "santidad" sacerdotal. La lección implícita dada por la parábola sería, pues, que la "misericordia" para con las víctimas de una desgracia debe ir por delante del cuidado de la pureza ritual. Esta lección corresponde efectivamente a una orientación constante de la enseñanza evangélica. Por sus palabras y más aún por su ejemplo, Jesús ha afirmado que Dios prefiere al culto ritual una actitud generosa para con el prójimo. Según el primer evangelio, interpretaba en ese sentido el oráculo del Profeta Oseas, en el que Dios declara: "Es la generosidad (hebreo: hèsèd) lo que me place, no el sacrificio" (Os 6,6; Mt 9,13; 12,7). Por otra parte, una polémica de Jesús contra el exagerado cuidado de pureza ritual es largamente expuesta por Marco y Mateo (Mc 7,1-23; Mt 15,1-20). Aparece también, pero con más sobriedad, en el evangelio de Lucas (Lc 11,3841). Común a los tres sinópticos, pero más acentuada en Lucas, es la relativización del precepto referente al sábado. A los episodios de las espigas arrancadas (Mt 12,1-8; Mc 2,23-28; Lc 6,1-15) y el de la mano curada en día de sábado (Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11), Lucas añade el de la curación e una mujer encorvada (Lc 13,10-17) y el de un hombre enfermo de hidropesía (Lc 14,1-6). La lección es siempre la misma: la ayuda urgente que dar al prójimo es más importante, a los ojos de Dios, que la observancia del descanso sabático. En todos estos casos se constata que Jesús invita sin cesar a un cambio de perspectiva. Hay que notar que ese cambio ya había sido preparado por la enseñanza de los profetas (Is 1,10-17; Jr 7,1-7; Am 5,21-24); consiste en reemplazar la búsqueda de una santificación practicada mediante observancias segregadoras, por la de una santificación obtenida mediante la solidaridad generosa. Para estar en auténtica relación con Dios, la pureza ritual es ineficaz. Lo necesario es ponerse a disposición de Dios para el servicio al prójimo, es dejarse llevar por el movimiento de la misericordia divina, que quiere 201 llegar a las personas que sufren y tienen necesidad de ser cuidadas, las personas heridas, enfermas, minusválidas, menospreciadas. La parábola del Buen Samaritano expresa ese movimiento, y de doble manera: de una parte, describiendo la actitud generosa del Samaritano para con el viajero herido y, de otra parte, suscitando la admiración por el Samaritano mismo, miembro de una población tradicionalmente menospreciada. 7. Un modelo que hay que imitar Notemos, para terminar, que nuestra parábola pertenece a una clase particular de parábolas, que Adolf Jülicher ha llamado de los "relatos-ejemplos" (Beispielerzahlungen). En lugar de describir el Reino de Dios sirviéndose de una comparación, como las parábolas del sembrador o del tesoro escondido, los relatos-ejemplos presentan un hecho que muestran directamente una enseñanza. Tal es el caso de la "parábola" (Lc 12,16) del rico insensato (12,16-20), de Lázaro y el rico epulón (Lc 16,19-31), del fariseo y el publicano (Lc 18,914). En esta clase de parábolas, el evangelio del Buen Samaritano ocupa un puesto especial, porque es el único que contiene una explícita invitación a seguir el ejemplo propuesto. Ni el rico insensato, ni el rico epulón, ni la plegaria del fariseo son, evidentemente, modelos para imitar. La plegaria del publicano es uno, pero el evangelio no lo dice explícitamente, se contenta con dejarlo entender, mientras que el evangelio del Buen Samaritano concluye con estas palabras de Jesús: "Ve y haz de modo semejante" (Lc 10,37). En muchas otras parábolas, la palabra "semejante" (griego: homoios) va al principio, para introducir la comparación: "¿A qué es semejante el Reino de Dios y a qué voy a decir que es semejante? Es semejante a un grano de mostaza" (Lc 13,18; cf.Mt 13,31; Lc 13,21; Mt 13,33; etc.). En el evangelio del Buen Samaritano, caso único en su género, la forma adverbial "de modo semejante" aparece, por el contrario, al final. Es la última frase. Acompañando a un imperativo, define una regla de acción e indica que el re- DOLENTIUM HOMINUM 202 lato precedente ha presentado el modelo que hay que imitar. Tal modelo es el Samaritano, que se ha dejado conmover a la vista del hombre medio muerto y que ha expresado su compasión con una intervención generosa. Su "misericordia" no se ha quedado en sentimiento estéril; se ha traducido en actos. El Buen Samaritano es "aquel que ha practicado la misericordia"; en tales términos es designado en la respuesta del legista (Lc 10,37). La misma expresión griega (poiein eleos) sólo se encuentra otra vez en el Nuevo Testamento y es, precisamente, en otro pasaje del mismo Evangelio. En este caso se aplica a Dios mismo (Lc 1,72) y ahí forma una "inclusión" literaria con la expresión "las entrañas de misericordia de nuestro Dios" (Lc 1,78). Dejando que sus entrañas se conmuevan (cf.Lc 10,33) y practicando la misericordia (cf. Lc 10,37), el Samaritano se ha puesto a parecerse a Dios (cf.Lc 6,36; Ef 5,1-2; Col 3,12). No se ha planteado la cuestión: ¿"Este herido es mi prójimo? ¿Estoy obligado a amarlo?" Ha tomado la iniciativa de acercarse a él (cf. Lc 10,34), de ocuparse de él y de convertirse así, innegablemente en su prójimo (cf. Lc 10,36-37). 8. Conclusión He aquí, pues, cómo Jesús -según el Evangelio de Lucas- ha respondido al legista. Rehusando en- trar en una discusión jurídica sobre la definición de la palabra "prójimo", Jesús ha dado al jurisconsulto un vigoroso impulso a hacerse prójimo de toda persona humana. Desde hace más de diecinueve siglos, el evangelio del Buen Samaritano no ha cesado de comunicar a quienes lo meditan este mismo impulso. Quiere comunicarlo también a nosotros, en esta Conferencia Internacional que define su orientación repitiendo la frase final de Jesús: "Vade et tu fac similiter" P. ALBERT VANHOYE, S.J. Secretario de la Comisión Bíblica Pontificia. Profesor en el Instituto Bíblico Pontificio. Roma (Italia) VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 203 IGNACIO CARRASCO DE PAULA El Buen Samaritano como categoría antropológica Dado que el título de mi exposición admite una pluralidad de interpretaciones y es imposible abarcarlas todas, es bueno iniciar con una premisa para establecer desde el inicio las coordenadas dentro de las cuales deseo proceder. El Congreso de este año tiene como tema la comparación entre Hipócrates y el Buen Samaritano, a la luz de un patrimonio histórico y doctrinal que ha sabido ver en el ethos hipocrático y en el modelo evangélico, cuñas complementarias de las que una hace más realizada y humana al otro y viceversa. El que sigue las huellas del peregrino de Samaría no se aleja de Hipócrates, antes bien, capta el sentido y lo lleva a su más alta perfección. En este contexto, me toca plantear ahora dos preguntas: 1. Dos cuestiones preliminares Primera: ¿cómo definir en términos racionales rigurosos la relación existente entre las dos praxis representadas por Hipócrates y por el Buen Samaritano? La implícita complementaridad ¿corresponde solamente a una simple - aunque no casual - comparticipación de los fines por lograr? ¿Se trata de una relación etrínseca ligada a circunstancias contingentes? O bien ¿se trata de una convergencia fundada sobre bases sólidas y duraderas? Para decirlo con una imagen amada por Maritain: el Buen Samaritano ¿podría ser considerado como el gorro que completa el mandil hipocrático, un sombrero que en el fondo puede ser dejado de lado según las circunstancias o las conveniencias? Con lo dicho aquí en los días anteriores, pienso que se ha dado una respuesta unánime: el modelo evangélico no se deja reducir a una especie de elemento opcional, aunque es posible ignorarlo o colocarlo en un puesto secundario. También yo me propongo apoyar estar segunda tesis, ya que la considero más conforme con la verdad de su contraria1. Segunda: prosiguiendo con la imagen tomada por Maritain, parece razonable que, terminado el horario en el hospital o en el estudio privado, el médico regrese a ser un ciudadano común liberándose de los indumentos que lo califican externamente. Ahora bien, ¿es posible y justo realizar esta operación también en lo que estos vestidos representan? La pregunta nos lleva a la interrogante: ¿hasta qué punto el ethos médico involucra la personalidad y condiciona el comportamiento del agente sanitario? Inicialmente, el buen sentido parece exigir una respuesta en sentido único: el doctor o la doctora cuando, por ejemplo, regresan a casa, no se pueden entretener con la mujer o con el marido y con los hijos, recogiendo sus confidencias con la misma actitud con la que escuchan a un paciente, no pueden observar los gestos de sus seres queridos con la atención analítica con la que examinan a un enfermo... En casa es necesario colgar el gorro y el mandil apenas se atravieza la puerta. No obstante esto, las cosas no son tan sencillas. Es aquí que se vuelve necesario introducir la categoría antropológica. 2. Las categorías como expresión del ser El concepto de categoría en su significado original (del griego κατηγορειν) significa "declarar, manifestar". Las categorías son modos de expresar el ser en la irreducible peculiaridad y variedad en la que se manifiesta. Las categorías subrayan la diversidad a nivel primordial, y en esto se contraponen a los trascendentales que indican, en cambio, los modos de ser comunes a todos: cada existente, por el hecho que existe, es bueno, es verdadero, etc. Dejemos de lado el problema hermenéutico representado por dos escuelas antitéticas que tienen su máxima expresión en Aristóteles y Kant. Nos baste establecer que una categoría antropológica no es otra cosa sino la enunciación de un modo de ser-hombre. Veamos un ejemplo. Un modelo clásico de categoría antropológica es la del padre. En efecto, padre nombra un particular modo de ser y de comportarse. La paternidad nace y se manifiesta en oposición a otra categoría antropológica que es el hijo. Ni el padre ni el hijo nos llevan a otro hecho o experiencia anterior. Por esto constituyen un elemento caracterizante que diferencia a quien es padre o hijo de quien no lo es2. Si la dimensión relacional hace claros y precisos los matices de las categorías padre e hijo, sin embargo no basta la simple relacionalidad para conferirles consistencia. Las relaciones son múltiples. Quien compra el periódico establece una relación con el vendedor de periódicos, pero difícilmente pensará que el vendedor de diarios constituye una categoría antropológica. En este caso las relaciones se limitan a proporcionar un servicio, y por tanto algo contingente. Una categoría antropológica re- DOLENTIUM HOMINUM 204 quiere, en cambio, una estabilidad, establidad que es solicitud y al mismo tiempo está garantizada por su relación con el ser. El padre en cierto sentido ya lo es antes de la existencia hijo y seguirá siéndolo incluso cuando la enfermedad se lleve a su hijo. Se es padre no solamente operando, esto es cuando se actúa como tal, sino en la estructura ontológica del propio ser. Una observación más para completar y aclarar lo que estoy afirmando. La paternidad se puede predicar de toda persona. Cada hombre, cada mujer, tiene una disposición connatural hacia la paternidad o la maternidad. No me refiero obviamente a la potencia creativa esencial a la estructura corporal ni menos aún a la efectiva fertilidad. Sino más bien a una dimensión antropológica, a un verdadero ser-constituido que no es posible dejar de lado sin pagar un caro precio. Esto vale también para quienes renuncian a generar otras personas por un motivo superior. En efecto, ellos no pueden dejar de traducir la categoría antropológica padre/madre en una paternidad o maternidad espiritual. No sabemos quien era el Buen Samaritano. Ciertamente no había ido a Jerusalén por motivos religiosos o turísticos. Probablemente se trata de un comerciante. Pero demuestra conocer los elementos de primeros cuidados. Antes bien, aplica una terapia y prescribe el 'internamiento' de un herido grave. El ejercicio de la medicina requiere una preparación específica pero cada uno de nosotros sabe que, en el momento menos pensado, puede encontrarse en una circunstancia en la que se debe improvisar como agente de la salud en favor del prójimo. En todos existe una disponibilidad radical para servir la vida y la salud. Se podría decir que cada uno lleva dentro de sí un pequeño doctor. Otra cosa es si esta presencia es activa o no. El papel del médico cumple, pues, todas las condiciones que se requieren para una verdadera categoría antropológica. Pero el modelo del Buen Samaritano ¿es un modo adecuado para definirla como tal? 4. Estructura antropológica del modelo del Buen Samaritano 3. El médico como categoría antropológica Me he detenido sobre este modelo bien conocido por todos no sólo porque entre médico y padre existen muchos elementos comunes3, sino más bien para hacer más claro el recorrido que deseo seguir para evaluar si el Buen Samaritano pertenence o no a una categoría antropológica. Sin embargo, aún antes de poner nuestra atención sobre la parábola de Cristo, examinemos si el discípulo de Hipócrates tiene válidos motivos para aspirar tanto. Parece indiscutible que la figura del médico no conduzca a un modelo anterior. Posee una precisa especificidad: un modo de ser hombre puesto al servicio de otros hombres, conforme a una relación de oposición con la enfermedad que amenaza su humanidad y que coloca al sujeto en otra categoría: la del paciente o enfermo. Queda por ver el nexo que esto tiene en el ser de la persona. Y aquí nos ayuda sorprendentemente la parábola. Las primeras indicaciones que surgen de una lectura de la parábola decididamente nos indican una tendencia. La pregunta dirigida al Señor no se refiere al comportamiento que es preciso tener con un enfermo: qué debe hacer para aliviar sus sufrimientos. Menos aún pide un consejo de ética profesional. La pregunta plantea el problema: ¿quiénes son las personas que debo amar como a mí mismo? ¿a quién debo considerar como mi prójimo? Se da por descontado que no todos los hombres son dignos de mi amor y por tanto se pide a Jesús que indique los signos o las condiciones que permitan reconocer a las personas que merecen un amor tan elevado. La medicina, por tanto, no tiene nada que ver en todo esto. Además, la respuesta del Maestro no es evasiva, no elude la pregunta planteada, antes bien, desea satisfacer plenamente las espectativas del interlocutor. Cristo no desea cambiar el tema de los médicos o de la medicina. Desea mostrar que no existen "condiciones" particulares que favorezan que las personas sean dignas de ser amadas: basta el simple hecho de existir y de ser encontradas. Ahora bien, si el amor no conoce categorías, el sujeto que ama sí: el puede ser "prójimo" o bien "extraño". Para ilustrar esta antinomia la sociedad pone muchos ejemplos a disposición: un juez, un facultoso benefactor, un maestro o un guía, etc. Sin embargo el Señor elige un viajero que se encuentra en circunstancias poco comunes en que debe aplicar los primeros auxilios a un muribundo. Sin forzar la parábola, nos sentimos autorizados a pensar que el Señor haya encontrado en el gesto de curar a alguien en fin de vida un significado particularmente eficaz para enunciar cómo deberían ser las relaciones entre los hombres. El Buen Samaritano realiza un gesto como médico y contemporáneamente una demostración de humanidad: la asistencia al enfermo, al que sufre, al abandonado. El Buen Samaritano representa un modelo específico de comportamiento. La parábola habla de un sacerdote y de un levita, justamente con la intención de poner en relación estos dos con el viajero que llega detrás de ellos. La impresión es que la lista podía seguir - un político, un soldado, un mercader, un escriba, etc. - pero con el riesgo de que la historia se volvería pesada. En efecto, basta el ejemplo dejado por dos sujetos dedicados al culto. El Evangelio no da razón de su comportamiento, aunque podríamos adivinarla5. Sin embargo lo importante aquí no es el juicio ético que disculpa o condena la omisión del sacerdote y del levita, sino el hecho que los hombres se dividen en dos categorías: los que están dispuestos a ser "prójimos" y los que no lo son. Obviamente, para ser "prójimo" no es indispensable hechar aceite y vino ni gastar dinero. Pero, al actuar de esta manera, el Buen Samaritano se vuelve "prójimo" y contemporáneamente manifiesta un modo de ser y de vivir humano en en el cabal sentido de la palabra. Para completar estas reflexiones, quisiera ahora llamar la atención sobre una connotación clave de esta categoría antropológica: la VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO capacidad de percibir al desventurado y la situación en que se encuentra. ¿Qué ha percibido el viajero de Samaría que no hayan visto los otros dos: el hombre, las heridas, la necesidad?... todo esto era más que evidente, de manera que el sacerdote y el levita simplemente evitan verse implicados en la historia. El Buen Samaritano ha percibido algo más: ha descubierto en el enfermo a un prójimo, es decir a un hombre que debe ser amado como uno ama a sí mismo, sin condiciones: se ha sentido interrogado por una persona digna de amor infinito. 5. Respuesta a algunas observaciones críticas No puedo concluir estas reflexiones, sin hacer algunas consideraciones críticas que han sido planteadas. Me refiero concretamente a las observaciones hechas en buena fe por Childress6, uno de los cultores de la bioética más sobresalientes en los Estados Unidos. Este autor considera que el modelo del Buen Samaritano es un modelo insuficiente, dado que no responde a todas las posibles situaciones de relación médico-paciente y en particular en el campo de los conflictos entre amor y derecho. La caridad que lo lleva a curar a la víctina no dejaría espacio a la justicia. Antes bien, hasta se podría dudar de la validez ética de su comportamiento, dado que de inmediato hace lo posible sin tener en cuenta los deseos, las preferencias o de todos modos la voluntad del interesado. La actitud del Buen Samaritano tendría poco respeto por la autonomía de ese pobre hombre. Pienso que la crítica nos da la idea de la estrechez del contexto mental con el que Childress - un autor atento y riguroso en otros escritos - se acerca a la parábola. Además, el autor se pregunta sobre lo que habría hecho el Buen Samaritano si en vez de un hombre herido hubiese encontrado a otros más. Cómo habría distribuido sus recursos: la cantidad de vino y de aceite disponible, el dinero para pagar la fonda, siempre que hubiese sido posible encontrar una cama para cada uno. También esto sería un límite, o al menos un problema que quedaría sin solución. En fin, continúa nuestro crítico, no se puede ni siquiera prever qué habría hecho el viajero si, mientras ofrecía los primeros cuidados a la víctima, los brigantes hubieran regresado a la escena. ¿Los habría atacado para defender la vida de su prójimo y la suya? O bien ¿habría considerado a los bandidos como prójimos? Dejemos de lado el hecho -ignorado por Childress- que cuando se subraya el primado de la caridad no por esto se niega necesariamente el papel indispensable de la justicia. Dejemos también de lado si sus observaciones son o no pertinentes (y justamente diría que no). Pero es bueno tratar de entender la sustancia de las objeciones, más allá de la redacción literal utilizada por Childress. Me parece que su lectura no es funcional para la investigación de un significado antropológico para la formulación de reglas, de soluciones que resuelvan los diferentes dilemas que se ponen hoy fuera y dentro de la ética médica. ¿Qué habría tenido que hacer el samaritano si los brigantes hubieran regresado al lugar del delito? ¿Qué debería hacer un médico en Sarajevo mientras expoltan las bombas? Estas preguntas ya no entran en la categoría específica de 205 la profesión: el médico, en sustancia, hará lo que hace un maestro de escuela, el director de un pensionado, etc. La pregunta tiene sentido solamente si es dirigida a un militar. La categoría antropológica representada por el Buen Samaritano no es un instrumento para catalogar la realidad médica en función de resultados prácticos, sino un modo de enunciar adecuadamente el modo con el que la humanidad, o el programa de humanidad presente en cada persona, se realiza en quien se compromete profesionalmente en una área de extraordinaria riqueza y complejidad como es el campo de la salud del hombre. En fin de cuentas, el Buen Samaritano resulta muy bien como médico y como hombre: practicando casualmente la medicina, se convierte en prójimo que ama incondicionalmente a los demás tal como incondicionalmente ama a sí mismo. Se trata de una categoría antropológica que nunca nos dejará de maravillar. Mons. IGNACIO CARRASCO DE PAULA Miembro de la Pontificia Academia para la Vida Profesor de Teología Moral en el Ateneo Romano de la Santa Cruz Consultor del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios Notas 1 Como implícitamente hace notar la encíclica Evangelium vitae, Hipócrates, aun siendo pagano, no ha logrado hacerse respetar por una cultura que niega toda relación entre lo divino y lo humano. En efecto, el juramento hipocrático ha sido eliminado por la mayoría de los códigos de ética médica. 2 La paternidad presupone un papel específico: el de haber generado a otro ser humano y haber asumido la tarea y la responsabilidad de proveer y cuidar el crecimiento y la educación. 3 Esta cercanía esconde un peligro denunciado por la crítica moderna: la transferencia tout court del modelo paterno al papel del médico, dando lugar de este modo al criticado tal vez demasiado - paternalismo. 4 Las razones que están como base del comportamiento del Buen Samaritano, no son suficientes para fundar una categoría. La caridad es la sustancia de la parábola. Pero no es una categoría antropológica, sino una virtud. La caridad abraza a todo el hombre y no a un aspecto a una área particular de su ser y de su actuar. 5 Para el sacerdote estaba el riesgo que se quedara inhábil para el culto. 6 Ver J.F. CHILDRESS, Amor y justicia en la ética biomédica cristiana, en E.E. Shelp (ed.), Teología y Bioética, Ediciones Dehonianas, Bolonia 1989, pp. 355-382. DOLENTIUM HOMINUM 206 ANGELO BRUSCO El modelo del Buen Samaritano en la historia de la asistencia hospitalaria Jesucristo es el modelo perfecto del Buen Samaritano, come lo presenta no sólo la parábola de Lucas, sino también el conjunto de los textos de la Sagrada Escritura. Las características de dicho modelo se pueden resumir así: - Es un sanador herido, osea una persona capaz de hacer de su propio sufrimiento una fuente de curación para los demás. Como afirma el profeta Isaías, : "Con todo, eran nuestros fufrimientos los que llevaba, nuestros dolores los que le pesaban, mientras nosotros le criamos azotado, herido por Dios y humiliado. Ha sido traspasado por nuestros pecados, triturado por nuestras iniquidades; el castigo, precio de nuestra paz, cae sobre él; y a causa de sus llagas hemos sido curados" (Is. 53, 4- 5). – Toma la iniciativa, es decir, va hacia quienes sufren. – Es capaz de acogida y de compasión. – No se deja guiar por prejuicios de raza, de cultura, de pertenencia social del enfermo. – Confía en la comunidad para que su asistencia el enfermo sea más eficaz. – En su acercamiento al enfermo, la salud y la salvación se encuentran en estrecha correlación, – Privilegia a los pobres y a los últimos. ¿Cómo se ha realizado, a través de los siglos, este modelo, encarnado por la persona y por la acción de Jesucristo? Cada uno de los rasgos indicados ha encontrado su actuación, por lo menos parcial, en todos los periodos de la historia. Esto no quita, sin embargo, que los diferentes momentos históricos hayan reproducido algunos de ellos con características muy especiales. Es lo que trataremos de poner en evidencia con esta breve ponencia. arte de sanar, o sea, la capacidad para hallarse como "en casa" en la oscuridad del sufrimiento y de encontrar en ella la semillas de la luz y de la curación1. 1. El período pre-cristiano En la historia de la asistencia que se practicaba en las "Instituciones sanitarias" durante el período anterior al nacimiento de Cristo, se pueden identificar numerosos rasgos del modelo del Buen Samaritano presentado en los párrafos precedentes. El sanador herido Es en la Grecia antigua donde nace la metafóra del 'sanador herido' para indicar que quienes asisten a los enfermos previamente deben tomar conciencia de sus propia heridas e integrarlas en su experiencia personal. De dicho proceso de auto-curación nacen la libertad de acercarse al enfermo con compasión y la participación en sus sufrimientos. El mito de Esculapio resulta elocuente al respecto. Hijo de Apolo y de Corónide, ya antes de nacer fue herido. Su madre, cuando todavia lo llevaba en las entrañas, en castigo por haber sido infiel a Apolo, fue traspasada por un flecha de Artemis y condenada a morir en la hoguera. Pero cuando Corónide estaba ya sobre la pira, Apolo, para salvar a su hijo del fuego, hizo de modo que Esculapio saliera de su vientre. El recién nacido fue entregado al Centauro Quirón, que ejercitaba el arte de curar, para que lo educara. Qurón padecía de una llaga incurable, que le había infligido Hércules. Él mismo, sanador necesitado de cura, enseñó a Esculapio el El sentido de humanidad En los hospitales griegos y romanos - los asclepiei, los iatrieia, los valetudinari, las medicatrine se asiste a manifestaciones emocionantes de amor hacia el prójimo enfermo; se notan ejemplos de desinterés junto con la voluntad de unir la compasión a la competencia. También se trata de superar la barrera de las clases sociales. Se verifica la utilización de la religión como medio terapéutico. El influjo de los grandes Hipócrates y Gelno y de las escuelas griegas de medicina contribuye a crear una cultura médica y asistencial en que se subrayan el concepto de salud integral, e importantes valores morales, como el respeto para con la persona y su vida2. Sin embargo, en el cuadro de la asistencia grecorromana no faltan los aspectos negativos que desvirtúan el modelo del Buen Samaritano. Una utilización no sana de la religión Por su estrecha relación con la religión y por la insuficiencia del conocimiento cíentifico y técnico de la medicina, la asistencia a menudo se ve afectada negativamente por la superstición, la brujería, la charlatanería. Los responsables del culto fácilmente se transforman en manipuladores de los enfermos, y utilizan sus sufrimientos para sacar ventajas (ganancias) personales. – "Los terapeutas obtenían mu- VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO chas ganancias de su arte, en dinero y en dones. Hasta existía una organización comercial en el verdadero sentido de la palabra, entre los distintos asclepiei, que están confederados entre ellos. Se invitava al cliente enfermo, algo sencillote, a un templo, del que luego debía ir otro, y a otro más todavia, indicándole claramente que en cada uno debía dejar una buena contribución en dinero y dones. Luciano en su "El mercado de los dioses" y Aristófanes en la comedia "Pluto" toman como motivo de sátira el modo cómo los terapeutas astutos practicaban sus curas3. bien los gobiernos u otros organismos laicos se asumen la responsabilidad de construir y administrar hospitales, éstos están guiados por los principios evangélicos que hallan su mayor realización concreta en la figura del Buen Samaritano. Los rasgos sobresalientes, en ese largo período, del modelo del Buen Samaritano son los siguientes: Un santo, Juan de Dios, recogió y practicó el valor de la acogida, transformándola en el vehículo del amor redentor de Cristo hacia quien vive en la difícil estación de la pobreza o del sufrimiento. El instituto Fatebenfratelli (Hermanos de San Juan de Dios), por él fundado, junto a los votos religiosos tradicionales agregó el de la hospitalidad. La hospitalidad Este rasgo evangélico, comprendido en el significado mismo del término "hospital", ha sido motivo El tratamiento global del enfermo En el mismo ministerio de Cristo se arraiga la visión del enfermo en la totalidad de su ser: cuerpo, alma y espíritu. Como modo de vida, nunca se la olvida la actitud del Buen Samaritano. Sin embargo, ha habido personas que han hecho de esta actitud un programa tan intenso de vida que se han transformado en maestros de una escuela en este campo. Una de estas personas es San Camilo de Lellis. Al canonizarlo, Benedicto XIV indicó en él al fundador de una nueva escuela de caridad. Uno de los aspectos de esta caridad está justamente en la importancia que en su proyecto asistencial se da a todas las necesidades de la persona enferma, ya sean físicas, que emocionales, sociales o espirituales. ¿No llama la atención que aún en nuestros días se combata tanto, a nivel de medicina y de enfermeria, para promover el tratamiento global u olístico en la asistencia sanitaria? 2. En el período cristiano En un documento del año 200 de nuestra era, se hallan indicios del pasar de la cultura pagana a la cultura cristiana. Se trata de unos versos de un poema sobre los deberes del médico. Dice del discípulo de Esculapio: "será semejante a Dios: salvador por igual de esclavos, de pobres, de ricos, de príncipes, y será para todos como un hermano, y a todos ayudará. No odiará a nadie, ni tendrá envidia en su ánimo, ni aumentará sus honorarios". ¿Cómo no sentir el eco del Evangelio en estas palabras? 4 En la exhortación apostólica Christfideles Laici se lee: "A lo largo de los siglos, la comunidad cristiana ha vuelto a copiar la parábola evangélica del Buen Samaritano en la inmensa multitud de personans enfermas y que sufren, revelando y comunicando el amor de curación y consolación de Jesucristo. esto ha tenido lugar mediante el testimonio de la vida religiosa consagrada al servicio de los enfermos y mediante el infatigable esfuerzo de todo el personal sanitario" (n. 53). De esta copia de parábola evangélica y de la consiguiente imitación del modelo del Buen Samaritano, se distinguen períodos distintos, que ponen en evidencia sus peculiaridades. a) Hasta la Revolución Francesa Está confirmado históricamente que hasta la Revolución Francesa, y más tarde aún, la asistencia a los enfermos se desarrolla bajo el impulso de la doctrina cristiana. Si 207 de honra para las instituciones sanitarias. Grandes doctores, como San Juan Crisóstomo, San Gregorio de Nisa, San Basilio, San Clemente de Alejandría en Oriente; San Agustín, San Ambrosio, San Cesario de Arlés, San Gregorio Magno, en occidente, han fomentado la reflexión sobre el valor de la hospitalidad. El nombre de Hôtel-Dieudado a los hospitales de Francia y de las colonias canadienses expresa muy bien el carácter evangélico de la acogida ofrecida al Señor que está presente en los pobres y en los enfermos. Los monasterios, fraguas (centros) de cultura y de caridad, dieron un impulso notable a la Hospitalidad. ¿Cómo no ver en ello la convergencia de la misión cristiana - de los obispos, de los religiosos y de los laicos - con la necesidades de los pobres y de los desheredados?5 La implicación emocional Si, por un lado, el enfermo tiene que ser asistido en la globalidad de su ser, el agente sanitario, por su parte, debe implicarse en la globalidad de su propia persona, uniendo el corazón al saber científico y a la acción de asistencia. "Más corazón en esas manos", era una de las frases con que Camilo de Lellis exhortaba al personal sanitario. Además, había redactado una norma: "Antes que nada, cada uno pida al Señor la gracia de que le dé un afecto maternal hacia su prójimo, para que pueda servirlo con toda la caridad, en el alma y en el cuerpo, porque deseamos asistir, con la gracia de Dios, a todos los enfermos con el cariño de una madre afectuosa hacia su único hijo enfermo" 6. DOLENTIUM HOMINUM 208 ¿Y quién podría olvidar el inmenso aporte dado a la asistencia sanitaria por la fundación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, "entre las primeras en la Iglesia que se consagraron a Dio fuera de la clausura"? Ellas han hecho más presente en los pasillos de los hospitales el rostro femenino del amor: la ternura y la compasión. Una donación hasta el martirio Es un rasgo del modelo del Buen Samaritano que ha brillado en la historia de la asistencia sanitaria. La historia de la Iglesia cuenta con un gran número de hombres y mujeres que han sacrificado la propia vida por asistir a enfermos contagiosos, demostrando así que "la dedición hasta el martirio es uno de los aspectos calificantes de la índole profética de la vida cristiana y en especial de la vida religiosa"7. La peste del año 251 en que se distinguió San Cipriano, la que devastó media Europa en la Edad Media, la epidemia que vio como protagonista a San Carlos Borromeo en el siglo XVI, los numerosos brotes de enfermedades infecciosas... han segado centenares de creyentes, que, en el servicio asumido aun con riesgo de la propia vida, han visto la posibilidad de realizar su vocación humana y cristiana, según el ejemplo de Cristo, divino Samaritano, médico de las almas y de los cuerpos. En este período fácilmente se encuentran algunas deformaciones del modelo del Buen Samaritano. a aceptar los sacramentos si querían recibir las curas. Son pocos los casos de quienes se hayan opuesto a esta disciplina (San Camilo es uno de ellos) que, lamentablemente, hasta el siglo XIX permaneció en vigor en los hospitales administrados por la Iglesia. Crisis de la asistencia espiritual La misma se verifica en especial durante los siglos XVI-XVII-XVIII y XIX, y se nota también en los institutos sanitarios de las Ordenes hospitalarias. El hospital se transforma en un lugar del que los Decadencia de numerosas estructuras hospitalarias Las causas deben buscarse en la mala administración, en la corrupción y en el decader de los altos ideales que habían inspirado la costrucción de los hospitales. En efecto, el pasaje cultural de la Edad Media al Renacimiento no ha carecido de influjos negativos sobre la escala de valores que guiaban la asistencia sanitaria, como se ve en algunas descripciones de lo que sucedía en los hospitales romanos del siglo XVI. sacerdotes huyen "Los hombres de alguna condición - escribe un historiador del siglo XVII - aborrecían los hospitales y los consideraban tan abominables que apenas si se encontraban sacerdotes que quisieran estar en ellos, por buena o grande que fuera la merced que se les afreciera. Por lo que más de una vez los reverendísimos obispos y otros señores de los hospitales se tenían que servir de la canalla de la sociedad, o sea de administradores ignorantes, de bandidos o de condenados por algún delito que por penitencia o castigo estaban en estos lugares (hospitales)" 8. En los autores del siglo sucesivo todavía se repite este testimonio 9. Falta de respeto para con las convicciones religiosas y morales de los enfermos Los enfermos estaban obligados b) Desde la Revolución Francesa a nuestros días El lluminismo llevó a grandes reformas en el campo sanitario. Estas se deben, en gran parte, al proceso de laicización de los hospitales que, si bien ya estaba presente en el pasado, en este período asume un impulso irreversible, imponiendo al Estado la asunción de responsabilidades en el campo sanitario. Al contrario de lo sucedido en los períodos anteriores, con el lluminismo (llustración) y sobre todo con la revolución francesa, el proceso de laicizacón de las instituciones sanitarias significaba también una disociación con respecto a la visión cristiana del hombre. El sueño de la llustración de derrotar a la enfermedad y a la muerte entra en la cultura del mundo sanitario moderno, alimentado por los enormes progresos de la ciencia y de la tecnología médica, dando grandes esperanzas y provocando al mismo tiempo grandes y dramáticas decepciones. ¿Cómo fue y cómo se vivió el modelo del Buen Samaritano en este período? La técnica como instrumento de caridad No hay dudas de que la finalidad evidente de tecnología es humanizadora. Basta pensar en la posibilidad de alargar la vida, de aliviar los sufrimientos, de mejorar la calidad del funcionamiento social de las personas. El empleo de aparejos cada vez más sofisticados ofrece a los pacientes nuevas posibilidades de curación, un nùmero superior de alternativas, una gran posibilidad de comunicación. En tal sentido, se puede considerar que la técnica constituye un vehículo moderno y eficaz de humanitarismo y caridad, tal como se expresa en la Constitución de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Es claro, pues, que el Buen Samaritano de los tiempos modernos vive en los nuevos templos de la tecnología médica, cooperando con la acción creadora y redentora del Señor. Racionalidad en la administración La organización racional del trabajo ha favorecido un progreso humano real y la buena administración de una institución sanitaria representa una expresión de caridad genuina. Es significativo al respecto el ejemplo de los grandes santos hospitalarios. San Juan de Dios, VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO despedido del hospital en que había estado internado, "funda uno (hospital), alternativo con respecto a la estructura pública, no para competir con ella sino para demostrar con los hechos cómo se puede asegurar a todos una asistencia digna de la persona humana, basada sobre la competencia, la solidaridad, sobre una solidaridad al servicio del amor. Su gestión sigue criterios nuevos y actualizados, algunos de ellos notablemente anticipados para su tiempo"10. La misma impresión se recibe con la lectura de "órdenes y modos que se deben tener en cuenta en los hospitales al servir a los pobres enfermos" de San Camilo11. El administrador moderno es Buen Samaritano cuando - estando su oficina abarrotada de "papeles, documentos, de máquinas cada vez más sofisticadas" - sabe mantener en su corazón el espíritu de donación y tiene la seguridad fortalecedora de que en el centro de la propia obra está Cristo, presente en el enfermo. Cuando, en una tensión espiritual constante, se plantea los siguientes interrogantes: "La obra ¿responde verdaderamente a las necesitades actuales? ¿Cuál puede ser la incidencia de los criterios humanos de ganancia y de prestigio de frente a los de un sano criterio de realismo no carente de la confianza en la Providencia? De qué modo se traduce en acto la elección eclesial por los pobres y por los marginados que no permite discriminaciones? La conducción de la obra en su aspecto administrativo ¿es justa y al mismo tiempo está abierta a la misericordia como consideración de la compleja problemática humana? ¿Es ejemplar y constructiva para el presente y para el futuro? ¿Está incluida en la comunidad eclesial? ¿Mantiene relaciones correctas con el conjunto de las iniciativas paralelas? ¿Se mantiene claro el sentido de la transitopriedad de todo lo que es humano?"12. Humanización El Buen Samaritano de los tiempos modernos desenvuelve su misión humanizando el mundo de la salud y del sufrimiento13. Si bien el progreso científico y técnico de la medicina y de las ciencias administrativas haya conllevado tantas ventajas, por otro lado ha causado y provoca todavía graves inconvenientes. El lado problemático de la técnica aplicada a la cura y a la asistencia sanitaria, está en que la misma no puede descuidar al hombre justamente mientras tiende a curarlo. Podríamos pensar, por ejemplo, en todo lo que se refiere al ensañamiento terapéutico: por una parte está la utilización de las técnicas más avanzadas para mantener en vida al paciente y, por la otra, se descuida el valor de la dignidad y el respeto a la persona. Otro ejemplo se encuentra observando que a menudo el sufrimiento viene tratado sólo técnicamente, o sea sin tener en cuenta que quien lo vive siente sus repercusiones en todos los niveles de su ser. Se cura la enfermedad pero no se cura al hombre, por lo que el cuidado sanitario se limita a ser únicamente una consideración clínica, a menudo aséptica, fría y distante. Por lo que se refiere a la administración sanitaria basta pensar en la burocratización de los sistemas de servicio que fácilmente provoca apatía, rutina, resistencia al cambio, errores en la comunicación. La misma división del trabajo y la estandarización de los comportamientos, útiles para producir eficiencia, cuando se exasperan como sucede frecuentemente también a causa de las exigencias sindicales, obstaculizan una respuesta 209 personalizada a los problemas del enfermo, individualizados al máximo por su carácter crítico y su resonancia afectiva. La burocratización de los servicios, por ejemplo, ha contribuido a pasar de una predominancia de relaciones primarias, familiares, a una preponderancia de relaciones funcionales cada vez más impersonales. En la relación funcional, se ve al otro no como a una persona, sino, sencillamente, como a uno que da o que recibe servicios. El apego, el interés y el amor tienden a sustituirse con la frías reglas del contrato de trabajo. Parecería que la compasión, la identificación con quienes sufren, la implicación personal no se vieran estimuladas por el sistema de los servicios sanitarios. Nos preguntamos, entonces, hasta qué punto la máquina administrativa puede estar animada de valores humanos. En tal sentido, son bien expresivas las palabras de una administradora: "Desde hace tiempo se proclama, y con justicia, la necesidad de humanizar la asistencia hospitalaria, mas podríamos plantearnos si en la misma reflexión ha entrado la humanización de la administración hospitalaria. Quien trabaja en contacto directo con la persona que sufre generalmente se encuentra facilitado para descubrir cuáles son las formas inhumanas de su propio comportamiento. Quien, en cambio, trabaja en la administración hospitalaria corre mayor riesgo de ver a los enfermos como a cantitades, de razonar más en función de camas de hospital y de porciones comida del comedor hospitalario que en función de personas que sufren, de hacer que su función sea absoluta y de cerrarse ante la renovación, ante el diálogo, y ante la colaboración14. La administración, si humanizada, puede transformarse a su vez en fuente de humanización. "Apoyar la carga de humanidad que debe animar a todos los colaboradores, en especial en aquellas ocasiones en que sea necesario crear un clima de colaboración, respetar la diferencia de opiniones, trabajar en grupo, es parte de la tarea, en efecto, de la administración sana y humanizadora. La humanidad crea a su vez humanidad y la DOLENTIUM HOMINUM 210 administración de parte del religioso debería favorecer esa corriente de humanidad y de amor que alcanzar, como tendrá como finalidad al paciente y a su ambiente". Cómo olvidarse de aquel estribillo que los genoveses cantaban a la muerte de Santa Catalina de Génova: "Pues mira: en Génova - un santo entre los administradores. Entonces también nosotros podemos serlo, ¿verdad?" La santa, que vivió en la segunda mitad del siglo XV, había transcurrido gran parte de su vida al servicio de los pobres y como ellos había vivido en la pobreza. La defensa de la vida y de la persona La encíclica "Evangelium vitae" ilustra muy bien este rasgo del Buen Samaritano de los tiempos modernos: lucha para que en el mundo sanitario no predomine la lógica técnica sobre la lógica ética, para que se respete la vida desde su concepción hasta su fin natural, para que se respete la dignidad de la fragilidad humana, que se muestra en el hombre afectado por una enfermedad física o psíquica. El dolor, la enfermedad y la muerte constituyen parte de la vida; no hay crecimiento sin sufrimiento que pueda transformarse en ocasión de crecimiento. La dimensión ética del servicio a la vida y al enfermo no se limita al sector de la investigación, sino que se extiende a los de la asistencia, a nivel sanitario y administrativos. La administración, en efecto, está llamada a inspirarse en los valores morales de la justicia, de la equidad, del respeto hacia los enfermos y hacia los dipendientes de la institución, en la inversión y la distribución de las ganancias... Evangelización: salud y salvación Pasando de una sociedad cristiana compacta a una sociedad pluralista a nivel cultural, ético y religioso, se ha evidenciado más aún la necesidad de unir con eficacia la salud y la salvación, tomando a Cristo como ejemplo. Las instituciones sanitarias cristianas y las asociaciones del personal profesional en el campo de la salud tienen como objetivo el de fomentar una salud integral, que alcance tam- bién la dimensión de la trascendencia. ¿Quién sería capaz de subestimar la importancia de este aspecto del Buen Samaritano? De la parte de los pobres y de los últimos Este rasgo del Buen Samaritano ha estado presente en todo el devenir histórico. Es parte de la misión del hombre, no sólo de la Iglesia. Para los creyentes, se trata de un mandato ineludible, elemento integrante de la fe. En los tiempos modernos, el mismo adquiere un relieve muy especial a causa de las grandes injusticias que impiden u- tituyente de la experiencia humana, pero al mismo tiempo se encuentra plena de energías positivas, como la solidaridad y la sed de un mundo mejor?15 La respuesta se halla en el rasgo esencial del modelo del Buen Samaritano: el amor. Todos están llamados a esta actitud de la mente y del corazón, como lo recuerda la antes citada exhortación apostólica Christifideles Laici: "... hoy, incluso en los mismos hospitales y nosocomios católicos, se hace cada vez más numerosa, y quizá también total y esclusiva, la presencia de fieles laicos, hombres y mujeres. Precisamente ellos, médicos, enfermeros, otros miembros del personal sanitario, voluntarios, están llamados a ser la imagen viva de Cristo y de su Iglesia en el amor a los enfermos y a los que sufren" (n. 53). P. ANGELO BRUSCO, M. I. Superior General de los Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos, Camilos, Italia; Miembro del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios Notas na repartición equitativa de las posibilidades de salud. En el camino del progreso aumenta siempre y cada vez más el número de los marginados, víctimas del egoísmo, de la violencia y de la injusticia. Se encuentran indicados con nombres distintos: son los leprosos, los afectados por el SIDA, los drogadictos, los moribundos, los enfermos crónicos...Sobre esta humanidad que sufre se inclinan para asistirlo muchos buenos samaritanos, profesionales y voluntarios. Madre Teresa de Calcuta es el nombre en que se resumen muchos de ellos. Conclusión ¿Cuáles serán los rasgos dominantes del buen Samaritano en la época posmoderna, caracterizada por una ideología débil, llevada a quitar importancia a la realtad y a los acontecimientos, al nacimiento y a la muerte por jemplo, recia a aceptar el dolor como a parte cons- 1 Cf. BRUSCO A., Vulnerabilità Personale e servizio agli infermi, in "Camillianum", 8 (1993), pp. 223-242. 2 Cf. CASERA D., Chiesa e salute, Ancora, Milano, 1991, pp. 9-14 3 CASERA D., L'ospedale e l'assistenza ai malati nel corso dei secoli, Salcom, Varese, 1990, p. 21. 4 BOTTURA G., Il giuramento di Ippocrate. I doveri del medico nella storia, Riuniti, Roma, 1986, p. 29. 5 Cf. CASERA D., o.c., p. 63. 6 VANTI M., Gli scritti di San Camillo, Roma, 1952. 7 Carta del Cardenal A. Sodano al Superior general, P. A. Brusco en ocasión de instituirse la Jornada de los religiosos camilos, mártires de la caridad, Osservatore Romano, 26 maggio 1995. 8 CICATELLI S., Via di San Camillo de Lellis, Viterbo, 1615, p. 86. 9 BRUSCO A., P. Camillo Cesare Bresciani, Il Pio Samaritano, Milano, 1972, p. 62. 10 CASERA D., o.c., p. 89. 11 VANTI M., o.c., p. 52-77. 12 BRUSCO A. (a cura di), Religiose nel mondo de la salute, Camilliane, Torino, 1993, p. 183. 13 Cf. sobre este tema ver: Brusco A., Umanità per gli ospedali, Salcom, Varese, 1983. 14 BRUSCO A. (a cura di), Religiose..., p. 184. 15 Cf. AA. VV., Coscienza etica e mondo della salute, Camillianum, Roma, 1991. * N. del T.: Las citas de Christifideles Laici son de la traducción "Los cristianos Laicos" - Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, Ed. Promoción Popular Cristiana, Colección Documentos y Estudios, n. 137, Madrid, 1989. VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO 211 J. AUGUSTINE DI NOIA Las virtudes del Buen Samaritano: la ética de la asistencia sanitaria en la perspectiva de una renovada Teología Moral La formulación del tema que me ha sido asignado es significativa: no es sólo la conducta del Buen Samaritano lo que nos interesa aquí, sino las virtudes que subyacen bajo aquella conducta. Esta formulación señala un cambio en las concepciones dominantes de la teología moral y, por lo tanto, también en la ética del servicio sanitario. En los términos más simples es un cambio de un precepto-centrado a una ética virtudcentrada. Parcialmente, este cambio refleja evoluciones en la ética filosófica y en el ambiente de la misma teología moral católica, una recuperación de las riquezas de la tradición bíblica, de la patrística y de las fuentes altamente estudiadas1. Pero un impulso más importante para este cambio ha procedido de la renovada teología moral propuesta por el Magisterio de la Iglesia en la encíclica Veritatis Splendor y en el Catecismo de la Iglesia Católica. Los teólogos moralistas de la Iglesia y los bioéticos son invitados a situar las discusiones de la rectitud o la culpabilidad de las conductas particulares en el contexto más amplio del bien moral y de su perseguimiento. En esta presentación trataré de identificar la naturaleza de este cambio y de indicar algo de su impacto en la ética del servicio sanitario. En el campo de la ética del servicio sanitario, como en los otros aspectos de la vida, tenemos familiaridad con la pregunta: ¿Qué debo hacer para obrar moralmente en esta o en aquella situación?" Pero el interrogante más radical, "¿por qué ser morales?" es una que no nos hacemos con frecuencia. Estructurando la cuestión de la ética del servicio sanitario precisamente en los términos de las virtudes del Buen Samaritano, los organizadores de esta Conferencia nos incitan a desafiar lo que propone la pregunta: "¿por qué ser morales?" y por lo menos delinear cómo nuestra respuesta podría estructurar nuestro acercamiento a otra demanda: "¿Qué debería hacer para obrar moralmente en esta o en aquella situación de servicio sanitario?" La encíclica Veritatis Splendor es singular entre los documentos recientes del Magisterio en el ocuparse de la pregunta más radical, "¿por qué ser morales?" Al dirigir esta pregunta, la encíclica señala una vuelta crítica en la renovación de la teología moral iniciada por el Concilio Vaticano II2. Dejando a un lado ambos, la legalidad de la teología moral del pasado y sus remedios insuficientes promovidos por algunas teorías morales recientes, el Santo Padre nos invita a considerar la vida moral de un modo nuevo y tal vez poco conocido. Veritatis Splendor discute que, en la auténtica enseñanza católica, la obediencia a la ley moral tiene su propio significado solamente en la comunicación de la divina revelación a la comunión trinitaria y, dirigida por aquella comunión, nuestra transformación a imagen de Cristo. Si no es una revolución, la encíclica ciertamente señala un cambio crítico en el pensamiento moral católico -como veremos, con consecuencias cruciales para la ética católica del servicio sanitario3. La pregunta "¿qué debo hacer para obrar moralmente en esta o en aquella situación?" es trasladada en la encíclica a un nivel definido por otra pregunta, "¿qué cosa bue- na debo hacer para tener la vida eterna?" La vida eterna es, nada menos, que una participación en el Bien supremo, el bien de la comunión divina compartida por el Padre, por elHijo y por el Espíritu Santo. La vida moral -la vida en Cristo-conlleva una transformación gradual en la que nosotros llegamos a ser buenos en la búsqueda de la bondad. La bondad que buscamos es así un bien personal complejo. Es el bien de la unión personal con el Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo. Con Cristo, como modelo y principio de esta transformación, la vida moral es una cuestión de adaptación gradual para la vida de la comunión trinitaria, ya comenzada por el bautismo y que será consumada en la vida futura4. El Catecismo de la Iglesia Católica sigue a la encíclica en enseñarnos que la vida moral es nada menos que la vida de Cristo. La discusión del Catecismo sobre los diez mandamientos es preliminada e impregnada por su explicación de los principios de la vida moral que, en realidad, constituye una elaboradísima respuesta a la pregunta "¿por qué ser morales?" Entrambos, el Catecismo y la Veritatis Splendor forman su respuesta a esta pregunta en los términos de comunión con el Dios trino y la transformación en Cristo. Juntos ponen la obediencia a la ley divina en su propio contexto personalista. Como tal, la vida moral nunca puede ser reducida a la observancia de la ley, sino que debe ser vista como la búsqueda del bien que la ley divina asegura y convalida. El error de la teología moral en una vena legalista ha consistido en perder de vista esta profunda ver- DOLENTIUM HOMINUM 212 dad de la auténtica tradición moral católica, reencontrada y propuesta rigurosamente por la Veritatis Splendor y por el Catecismo de la Iglesia Católica. Una simple analogía nos ayudará a ver el contraste entre las concepciones legalistas y personalistas de la vida moral, que son aquí el punto de discusión. Supongamos que, mientras preparais la comida, uno de vuestros pequeños entra en la cocina comiendo galletas. Vosotros decís: "¡No comas galletas!" Cuando el niño pregunta: "Mamá, ¿por qué no?" por lo menos hay dos respuestas disponibles. Por una parte, la respuesta podría ser: "Soy tu madre y yo hago las reglas en esta casa. Aquí no comemos galletas antes de la comida". Otra respuesta podría ser: "Si comes esas galletas, estropearás tu apetito y no podrás saborear tu plato favorito". La primera respuesta apela a vuestra autoridad de legislador y a los preceptos que imponeis. En cambio, la segunda se refiere al bienestar del niño. Atendiendo solamente a la lógica del argumento moral (y no a los principios de educación de los niños), en la primera respuesta el punto en discusión es la observancia o la transgresión de un precepto. En la segunda, es la aceptación o el rechazo de un bien moral. Entrambos, Veritatis Splendor y el Catecismo de la Iglesia Católica, proponen una renovada teología moral en la que las categorías centrales de la vida moral no son lo que está permitido o prohibido, sino el bien y el mal. La ley divina prohibe lo que a nosotros nos hace siempre mal (p.e. acciones intrínsecamente malas) y ordena lo que nos hace buenos. En toda acción, en unas más que en otras, nosotros buscamos el bien o no. A través de toda acción, en unas más que en otras, nos hacemos buenos o no. La virtud crece en nosotros o, en su ausencia, el vicio. En esta perspectiva nuestras acciones son justas o injustas y atraen alabanza o acusación, porque son buenas o malas y no viceversa. No es el cumplimiento de un deber o de una obligación como tal lo que nos hace buenos -porque, entonces, la única virtud sería la obediencia- sino el seguimiento del bien moral recomendado por el deber y la obliga- ción. La vida moral es una vida transformada o transfigurada en la cual las virtudes morales y teológicas tienen un papel central. Según la imagen de Cristo y por la gracia de Su encarnación, pasión, muerte y resurrección, nosotros somos cambiados en nuestro profundo ser y recibimos plenos poderes para vivir y obrar a la manera de hijos e hijas adoptados que comparten la vida con el Dios trino y uno. El bien que debemos buscar y en que hemos de convertirnos es así un bien radicalmente personal, el de una capacidad para la comunión del amor trinitario habilitada por la gracia5. Podemos comenzar a ver, por lo tanto, que la discusión de las virtudes del Buen Samaritano localiza la agenda central del servicio sanitario católico precisamente dentro de la estructura de la renovada teología moral promovida por el Magisterio. La misma parábola del Buen Samaritano nos anima a pensar de este modo (Lc 10,29-37). Consideremos un rasgo de la parábola que a veces se nos escapa. El doctor de la ley pregunta "¿Quién es mi prójimo?" y Jesús le responde con un relato. Pero al término de éste, claramente el Señor está preocupado por una pregunta muy diferente de la hecha por el doctor de la ley. La pregunta de Cristo no es "¿quién es mi prójimo?" sino: "¿Quién de estos tres te parece que ha sido el prójimo de aquél caído en manos de los bandidos?" -es decir, ¿qué significa ser el prójimo? Ciertamente, hay razón para suponer (como comprueba la tradición) que el Señor quiere hacernos comprender que toda persona necesitada es nuestro prójimo. Pero la parábola misma ofrece una descripción del significado de ser un prójimo y de actuar como buen vecino con otra persona. La pregunta del doctor de la ley "¿quién es mi prójimo?" contiene una cierta nota teórica, auto-justificante, como San Lucas sugiere, y muestra un modo de reflexionar que puede retardar en vez de inspirar la acción: "¿es él mi prójimo?" "¿aquel otro es mi prójimo?", etcétera. Pero Cristo no lo admite en absoluto. El pregunta: "¿Quién de estos parece haber sido el prójimo?" De este modo desafía al doctor de la ley -y a nosotros- a mirar no a los otros en torno a nosotros, sino a nosotros mismos, para determinar si comprendemos o poseemos características personales que nos harían obrar como buen vecino cualesquiera fueran las circunstancias6. Las acciones del Samaritano en el relato nos dicen algo de su carácter y también algo de sus virtudes, que constituyen las relaciones de buena vecindad. ¿Qué significa no sólo obrar como un prójimo, sino serlo? La conducta del Samaritano al curar al hombre caído en manos de los bandidos es correcta y hasta excede en la ayuda, como han observado los bioeticistas7. Pero la espontaneidad y el respeto de su conducta sugieren algo más profundo. Muestran una disposición desarrollada o estabilidad en el obrar con valor, compasión y justicia en situaciones como ésta con la que se encuentra. Así la parábola ejemplifica las características principales que, según la teología moral clásica, indican una acción virtuosa: prontitud en hacer el bien, facilidad en hacerlo y satisfacción en su cumplimiento8. Consecuentemente, las palabras finales de Cristo: "Ve y haz también tú lo mismo", -que dan el tema a esta conferencia- deben ser entendidas como una receta, no sólo para el obrar, sino para la conversión y transformación personal, haciéndonos capaces de hacer lo mismo. Debemos llegar a ser como el Buen Samaritano para poder VADE ET TU FAC SIMILITER: DE HIPOCRATES AL BUEN SAMARITANO actuar como él en las circunstancias en que él se encontró en la parábola. No es sólo su conducta lo que debemos imitar, sino sus virtudes. Tal vez no haya otro fragmento en la Escritura que haya servido como una poderosa fuente de inspiración para la asistencia sanitaria como la parábola del Buen Samaritano -a tal punto que, como ha escrito el Santo Padre en la Salvifici Doloris, "se ha hecho uno de los elementos esenciales de la cultura moral y de la civilización universal humana"9. Sin embargo, como dice de nuevo el Santo Padre en el mismo pasaje, a consecuencia de su específico concepto evangélico, la parábola nos hace pensar en la profesión de los trabajadores de la asistencia sanitaria como una verdadera vocación. Durante la historia de esta gran profesión, entre los católicos y los cristianos generalmente, ha sido siempre claro que la posibilidad de abrazar la vocación del Buen Samaritano depende en gran parte de una transformación personal10. Tal vez presuponiendo este concepto cristiano subrayado por la vocación de la asistencia sanitaria, la bioética moderna le ha dado poca referencia específica y se ha concentrado más bien sobre la ética el decidir en las particulares y difíciles situaciones que cada día abordan la profesión del servicio sanitario. Pero la luz de una renovada teología moral debe ser hecha para brillar sobre la bioética11. La acción moral en el campo de la bioética requiere no sólo un conocimiento completo de las informaciones biológicas y técnicas y las normas pertinentes de la ética, sino también la disposición interior de aplicarlas para el bienestar del paciente y para el bien de la profesión. De hecho, como ha insistido la tradición de la asistencia sanitaria católica, el bienestar del paciente depende de la bondad del profesional. Las virtudes de la fidelidad a la confianza, la compasión, la prudencia, la justicia, la fortaleza, son cruciales para la formación de las disposiciones necesarias para un profesional de la asistencia sanitaria, para comportarse de un modo que corresponda con la plena visión de la vida moral que es ingrediente del Evange- lio y queda manifiesto como ejemplo en la conducta del Buen Samaritano12. Los dos, el paciente y el profesional quedan abrazados por la invitación al destino de la comunión suprema, y las decisiones éticas en el sector de la asistencia sanitaria tienen el significado más profundo en el contexto de la búsqueda de este último bien. Pero incluso una breve discusión del significado del Buen Samaritano para la ética de la asistencia sanitaria quedaría seriamente incompleto si dejara de tener en cuenta la lectura alegórica de esta 213 der a la pregunta, "¿por qué ser morales?" Porque, si la vida moral es la vida transfigurada, entonces su modelo y principio no es otro sino el Cristo crucificado, resucitado y glorificado. La libertad de poder abrazar el bien en toda ocasión de obrar y durante muchas ocasiones para actuar, depende de la transformación de nuestra naturaleza y la conquista de nuestros pecados, lo que es la acción de Cristo en nosotros. Nuestra participación en el bien final de la comunión del amor trinitario depende, en fin, de nuestra conformación con el Hijo único de modo que, cuando el Padre reconoce las virtudes del Buen Samaritano en nosotros, "verá y amará en nosotros lo que ve y ama en Cristo" (Prefacio XII, Domingo del Tiempo Ordinario). P.J. ANGUSTINE DI NOIA, O.P. Director Ejecutivo del Secretariado para la Doctrina y las Prácticas Pastorales, Editor de "The Thomist", Washington (U.S.A.) Notas parábola, favorita de muchos comentadores patrísticos y escolásticos y renovada por algunos teólogos recientes13. Según esa lectura, el Buen Samaritano es Cristo y nosotros somos como el hombre víctima de los bandidos. Construída de este modo, la parábola nos enseña que, a consecuencia de la salvación llevada a cabo para nosotros por Cristo cuando estábamos perdidos, el cultivo y la práctica de las virtudes del Buen Samaritano en nosotros dependen radicalmente de la gracia de Cristo. Esta comprensión de la parábola del Buen Samaritano se refuerza con la renovada teología moral que nos encomienda la Veritatis Splendor y el Catecismo. Completa nuestro intento de demostrar que en el campo de la asistencia sanitaria, como en todas las secciones de la teología moral, debemos siempre estar en condiciones de respon- 1 Para un profundo análisis de esta recuperación, cf. SERVAIS PINCKAERS, O.P., The Cources of Christian Ethics (Washington, D.C.: Catholic University of America Press, 1995) 2 Según el Concilio Vaticano II, el Decreto Optatum Totius, n.16: "Un cuidado especial deb