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SMCIIS L f L UU^MCI^ L^fL UU5M Fernando Poyatos L SSli l_j L Estuve enfermo y me visitasteis U ü l Testimonio de Pastoral Sanitaria c a vX v / o ¡3 X V/X o >ssier f~*4 | ; -'% "§"" | "!i| • V_^ X J—¿ vX v / ü J i v l o Centre de Pastoral Litúrgica v^/ *V/k3¡3lJ Fernando Poyatos "ESTUVE ENFERMO Y ME VISITASTEIS" Testimonio de Pastoral Sanitaria Dossiers CPL, 94 Centre de Pastoral Litúrgica Barcelona Título original: / Was Sick and You Visited Me: A Spiritual Guide for Catholics in Hospital Ministry, Nueva York, Paulist Press, 1999. Traducción y revisión del autor. No está permitida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento sin la autorización escrita de la editorial. Primera edición castellana: mayo del 2002 Edita: ISBN: D.L.: Imprime: Centre de Pastoral Litúrgica 84-7467-804-8 B - 23.393 - 2002 JNP A quienes me permitieron, y permiten, atenderles en su sufrimiento y crecer con ellos SUMARIO Introducción ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que podamos consolar a los que están en cualquier tribulación! (2 Corintios 1,3-4) Honra al médico como se merece [...] cuando estés enfermo [...] ruega al Señor y él te sanará [...] y llama al médico [...]. (Sirácida o Eclesiástico 38,1,9,12) Los que visitan a los enfermos deben transmitir la esperanza. Cuando uno tiene en sí mismo la vida de Jesucristo, puede ver esperanza aun en las situaciones más imposibles. Dios es un Dios de lo imposible. (Dr. Wm. S. Reed, Healing the Whole Man: Mind, Body, Spirit, 158) La enfermedad puede ser la ocasión solemne de la intervención de Dios en la vida de una persona. (Dr. Paul Tournier, The Healing ofPersons, 198) Empezamos imaginando que les estamos dando a ellos; terminamos por darnos cuenta de que ellos nos han enriquecido a nosotros. (Homilía de Juan Pablo II, Londres, 1982) Los enfermos fueron pieza clave en el anuncio del Reino que constitituyó la misión de Jesús. ¿Lo son hoy en las comunidades de Jesús? (Labor Hospitalaria, 215/1, 1990,10) 11 Capítulo 1. Los enfermos, hermanos y hermanas en Cristo, y nosotros La importancia de la pastoral sanitaria: samaritanos y obreros del reino de Dios Recibiendo al dar: crecimiento a través del ministerio de pastoral sanitaria "No estás lejos del reino de Dios" La búsqueda de la santidad en la pastoral de enfermos y nuestra actitud en el mundo El sufrimiento: enfrentados con el misterio más antiguo "Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre" Atender a toda la persona: cuerpo-mente-espíritu El agente de pastoral sanitaria, promotor de la medicina y la oración 23 Capítulo 2. Relación y evangelización Los enfermos, Dios y nosotros: cuatro principios "Si tenéis favoritismos, cometéis un pecado" Pastoral sanitaria y evangelización Pacientes problemáticos y discutidores Cuando un "No, gracias" es sólo un "No" a medias 25 27 28 32 34 Capítulo 3. Aspectos no verbales de la pastoral sanitaria El entorno y la gente Cómo decimos lo que decimos 37 39 13 15 16 17 18 20 22 Gestos, maneras, posturas Comunicando con el silencio, no temiéndolo Distancia interpersonal y contacto físico El tiempo del enfermo y nuestro tiempo Capítulo 4. La oración y la Biblia en la pastoral sanitaria Nuestro tiempo de oración Cuando no nos sentimos con ganas de visitar Orando antes de visitar Orando con el enfermo: aspectos verbales y no verbales Nuestra lectura personal de la Biblia Nuestro ministerio con la Biblia y basado en la Biblia El ayuno como complemento bíblico a la oración Pastoral de enfermos y consej o no profesional Capítulo 5. El ministerio sacramental en la pastoral sanitaria La Comunión: nuestra maravilla como ministros de la Eucaristía y la reeducación de los fieles La oración antes de la Comunión Después de la Comunión: actitudes y problemas La Unción de enfermos: sacramento y sacramental El sacramento de Reconciliación y la confesión no sacramental : Capítulo 6. Nuestro encuentro con los problemas: físicos y espirituales "Nunca he rezado" ¿Por qué hay tanto sufrimiento sin sentido en el mundo? Desesperanza de sí mismo "Yo digo que tiene que haber Algo" Pérdida de fe Alejamiento de la Iglesia Resentidos contra Dios por su enfermedad Falta de perdón 43 44 45 47 49 50 51 52 54 55 59 60 65 69 70 71 73 77 78 84 85 86 87 88 90 Capítulo 7. Con Jesús por el hospital Tristeza, ansiedad y desaliento Miedo "Soy demasiado viejo, ¿qué hago en este mundo?" Visitando en Psiquiatría La visita en Cuidados Intensivos El enfermo que está de duelo La visita en Maternidad La visita en Pediatría Enfermedad terminal y muerte inminente ¿Orar por sanación? 95 97 98 100 101 104 105 106 107 109 Capítulo 8. Orando con nuestros hermanos y hermanos Nuestros propios hábitos dé oración La oración de alabanza La oración de gracias La oración de aceptación y de gracias por la voluntad de Dios La oración de confianza, abandono y esperanza La oración ofreciendo nuestro sufrimiento La oración por la tristeza, la ansiedad, el miedo y el desaliento La oración para perdonar La oración de intercesión: por el enfermo y por otros La oración conscientes del año litúrgico Ecumenismo en el hospital: promoviendo la unión del Cuerpo de Cristo 136 índice 145 115 116 118 119 121 125 127 130 131 133 INTRODUCCIÓN Este libro, ideado como manual espiritual para quienes trabajan en el ministerio de pastoral de enfermos y personas recluidas, ofrece material para actividades como cursillos, seminarios, talleres y retiros, incluso más allá del campo sanitario. Basado en mi experiencia personal dentro de la pastoral de enfermos, mi original en inglés (Nueva York, Paulist Press, 1999) está sirviendo para la preparación de nuevos agentes de pastoral y para sus reuniones periódicas, en las cuales pueden ir presentándose los distintos temas, compartiendo después los participantes sus propias experiencias. Seamos sacerdotes, religiosos o laicos, nos damos cuenta desde el primer día de que este ministerio sólo podemos enfocarlo con una perspectiva y actitud cristianas y cimentados en las Escrituras. Es más, las referencias y citas que leemos aquí de los escritos de santos, de algunas de las encíclicas de Juan Pablo II, del Catecismo de la Iglesia Católica y de otras obras espirituales cristianas católicas o no católicas, se basan rigurosamente en la Palabra de Dios, transcendiendo las barreras interconfesionales como corresponde al creciente espíritu ecuménico en este tercer milenio. En nuestro sufrimiento múltiple de cuerpo, mente y espíritu, nos enfrentamos con problemas tan cruciales como son la angustia y la desesperanza, la pérdida de fe, el alejamiento de la Iglesia, la alienación de Dios, o la incapacidad para perdonar. Pero a medida que sintonizamos nuestro corazón con el de nuestros hermanos, se desarrolla un proceso mutuo en el que ellos y nosotros nos ayudamos a crecer espiritualmente y en el cual nos vemos ejerciendo, como «embajadores» de Cristo, una misión evangelizadora según las circunstancias de cada una de esas personas y teniendo siempre en cuenta que muchas pueden haber sido 'sacramentalizadas' pero no tanto 'evangelizadas.' Como agentes de la pastoral sanitaria, nuestros medios, pues, serán: el consejo cristiano, la oración (de alabanza, de gracias, de confianza y abandono en él, de perdón, de intercesión), la Biblia y los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. Preparar esta versión española no me ha supuesto simplemente traducir mi propio original, ya que, aún tratándose del mismo ministerio allá donde sirvamos en él, se encuentran a veces ciertos enfoques y diferencias culturales. Mi gratitud para todos los pacientes católicos y no católicos con quienes me he relacionado durante años, sobre todo durante mis últimos siete en Canadá en el Hospital "Dr. Everett Chalmers", de Fredericton (New Brunswick), así como a los que durante un año visité en el pueblo gaditano de San Martín del Tesorillo, y a quienes actualmente visito diariamente en la Residencia de Pensionistas "San José Artesano", de Algeciras. Muchos de ellos «se quedaron dormidos», como diría san Pablo, pero todos permanecen en mi corazón. Capítulo 1 LOS ENFERMOS, HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO, Y NOSOTROS Que él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo (lTs 5,23). La importancia de la pastoral sanitaria: samaritanos y obreros del reino de Dios Sentía algo muy especial el primer día que fui a la Oficina de Pastoral Sanitaria del Hospital "Everett Chalmers" de Fredericton (New Brunswick, Canadá). Me había recomendado mi párroco y había sido aceptado por la persona a cargo del equipo católico y por el sacerdote supervisor. Es un lugar de mucho ajetreo en algunos momentos, con pastores de todas las iglesias cristianas, así como rabinos judíos y seglares como yo entrando y saliendo, firmando el registro, obteniendo del ordenador la lista de pacientes de cada confesión (por identificación optativa al ingresarse) y partiendo para las distintas plantas. Aunque había visitado hospitales antes, aquel día me abrumaba darme cuenta de que me encontraba en un recinto único donde parte de la sociedad se encontraba recluida enfrentada con el sufrimiento, o la incertidumbre, o la crisis, o incluso la expectación de traer nueva vida al mundo. Viéndome parte de la mayoría sana (por así decirlo) se me revelaba de pronto, con gratitud, que Dios me había dado la oportunidad de realizar lo que supone el deber de esa mayoría: servir a la otra parte, la de los enfermos y los que sufren. Cuando aquel día entré en las habitaciones y encontré los ojos de mis primeros pacientes comprendí en lo más hondo la importancia social y espiritual de la pastoral sanitaria, la gran necesidad que esos hermanos y hermanas tienen de comunicarse con nosotros y, como iría descubriendo enseguida, de «la presencia evangelizadora de la Iglesia en los centros sanitarios existentes en cada diócesis».1 Dos cosas vi muy claras aquel día. Primero, que los enfermos tienen el derecho moral de no estar solos, sino de relacionarse con otros mientras sufren, incluso mucho más que cuando no sufren. Cuando miraba ese río de visitantes durante las horas de visita, especialmente cuando salían a la calle, pude sentir, por experiencia propia, su instintiva satisfacción al verse entre los afortunados sobre cuyos cuerpos podía hacer sentir el sol sus cálidos rayos de vida cuando dejaban atrás no sólo el sufrimiento, sino tal vez también la muerte. Pero ahora, habiéndoseme dado el privilegio de unirme a la pastoral de enfermos, también me hacía consciente de su inmensa relevancia para la sociedad, tanto para los enfermos como para todos aquellos que los atienden, completando así el cuidado integral del ser humano: cuerpo, mente y espíritu. Me daba cuenta de que al poner Dios en nuestro corazón el deseo de ocuparnos en este ministerio, se nos permite no sólo convertirnos en sus samaritanos, sino también en «embajadores de Cristo» (2Co 5,20), obreros de Dios en el vasto campo de sus hijos sufrientes, pues «la mies es mucha y los obreros pocos» (Le 10,2). Para quienes practiquen la visitación de pastoral sanitaria en un hospital o en las casas, este ministerio llega a ser pronto un descubrimiento diario de su propia condición corno hijos de Dios y como miembros del Cuerpo de Cristo. Como visitador láco católico y ministro de la Eucaristía, siempre en estrecho contacto coi no católicos, me di cuenta desde el principio 1. Congreso Iglesia y Salud, Madrid,EDICE, 1995, pág. 443. de que este ministerio estaba basado en las palabras de Jesús: «estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25,36). Me daba cuenta además de que, como cristianos, podíamos enfocarlo únicamante desde una perspectiva cristiana y con una actitud cristiana. Toda situación y problema que se encuentre, independientemente de nuestra confesión religiosa, tiene un comentario o respuesta en las Escrituras, el faro infalible de todos nosotros. En nuestro múltiple sufrimiento de cuerpo, mente y espíritu nos enfrentamos con problemas cruciales y, a medida que nuestro corazón sintoniza con los de nuestros hermanos, nos esforzamos por asistirles. Pero en este proceso ellos también nos ayudan a nosotros, en este mundo moderno y materialista, a crecer espiritualmente en nuestras necesidades de evangelización, de consejo cristiano, de oración y de la Biblia; y, dentro de la Iglesia Católica, de los sacramentos de la Reconciliación y la Comunión. Recibiendo al dar: crecimiento a través del ministerio de pastoral sanitaria A medida que vivimos este ministerio nos damos cuenta de que, como dijo Juan Pablo II en una ocasión, «empezamos imaginando que les estamos dando a ellos; terminamos dándonos cuenta de que ellos nos han enriquecido». Es en este frecuente enfrentamiento con el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas, en su compartir con nosotros su caminar emocional y espiritual, y a veces incluso al rechazarnos calladamente, cuando ellos insospechadamente se convierten en un poderoso apoyo en nuestro propio caminar y un instrumento para nuestro crecimiento espiritual. Por eso, aunque es verdad que, como dijo Jesús, «hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35), pacientes y visitadores son una bendición los unos para los otros, y estos pueden beneficiarse mucho en cada caso, sea cual sea la situación. Una vez, mientras oraba por un oficial jubilado de las Fuerzas Armadas a quienes estaban dando quimioterapia, sentí su mano acariciándome el hombro con un contacto fraterno, tal vez por 16 haberle dicho yo que había estado un poco bajo de forma últimamente y haberle pedido oración. siempre las últimas palabras de Jesús al escriba: «No estás lejos del Reino de Dios» (Me 12,34). «No estás lejos del reino de Dios» La búsqueda de la santidad en la pastoral de enfermos y nuestra actitud en el mundo Las palabras de Jesús en Marcos 12,34, dirigidas al escriba que había declarado su amor a Dios y al prójimo, nos vienen a la mente en el contexto de la pastoral sanitaria. Nuestro ministerio del hospital, realizado por amor a Dios y a los demás, nos acercará sin duda alguna a Dios. Jesús estaba también citando la Ley, donde Dios nos dice cómo debemos amarle, «con toda tu fuerza» (Deut 6,5), y dijo al escriba cuando este le preguntó cuál era el primero de los mandamientos: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente (Mt 22,37) [...] El segundo, semejante a este, es: Amarás al prójimo como a ti mismo (Mt 22,38-39). No existe otro mandamiento mayor que estos (Me 12,30-31). Además de nuestro propio reflexionar sobre las palabras «con toda tu fuerza», es decir, no a medias, san Agustín nos dice: El amor de Dios es lo primero que se manda, y el amor del prójimo lo primero que se debe practicar [...] amando al prójimo te harás merecedor de amarle a él. El amor del prójimo limpia los ojos para ver a Dios, como lo dice claramente Juan: Si no amas a tu prójimo, que estás viendo, ¿cómo vas a amar a Dios, que no ves? (Un 4,20).2 Y para que no tengamos duda alguna sobre dónde conseguir esta clase de amor para nuestros pacientes, san Agustín añade que se trata de «la gracia de Dios, por la cual es derramada la caridad de Dios en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado».3 Pidámosle a Jesús ese amor, pues él está intercediendo continuamente por nosotros y nos lo dará (Hb 7,25). Y puesto que todos necesitamos que nos animen, recordemos 2. Tratados sobre el Evangelio de san Juan, XVII.8, Obras de san Agustín, XIII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1955. 3. «De la gracia de Jesucristo y del pecado original», I, XXVI.27. Obras de San Agustín, VI, Tratados sobre la gracia, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1956. «Santifícaos por tanto y sed santos; porque yo soy Yahvé, vuestro Dios» (Lv 20,7). Como cristianos sabemos que la 'santidad' depende de nuestra vida diaria, no de grandes actos de santidad. Así pues, hemos de rogar a Dios que nuestro trabajo de pastoral de la salud sea una búsqueda de la santidad natural y dirigida por el Espíritu. Porque, sin la ayuda del Espíritu, corremos el riesgo de perseguir una buena imagen propia, un sentirnos bien por ser buenos y por hacer el bien, o un sentimiento de logro espiritual. Recordemos que lo que quiere Dios es «amor, no sacrificio» (Os 6,6; Mt 9,13). Para él la verdadera prueba de santidad está en lo que hacemos por otros, cómo llevamos a cabo nuestras obligaciones con un corazón lleno de amor por los pacientes, «pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (Un 4,20). Es por nuestra relación con la gente, especialmente con nuestros pacientes en la pastoral de la salud, como podremos medir nuestra relación con Dios y ver cómo de auténtica es nuestra búsqueda de santidad. Esto no tiene nada que ver con 'sentirse santo'; nosotros no podemos tampoco medir nuestra santidad por cómo nos sentimos. Más bien es una cuestión de 'cómo relacionarse' con los demás de una manera santa, guiados suavemente por el Espíritu Santo, pues se nos dice en Hebreos: «Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hb 12,14). Por otra parte, podemos no sentirnos dignos de lo que hacemos -y yo personalmente tengo que esforzarme de vez en cuando para no caer en esta trampa-, pero pensemos que Dios, no nosotros, nos ha puesto ahí. Pero hay otro aspecto de nuestra vida como agentes de pastoral que debemos tener muy presente: nuestra actitud en el mundo. Al estar dedicados a un ministerio como este, hemos de ver a Jesús en cada enfermo y ser también conscientes de que él nos acompaña (sobre todo en la realidad de su presencia eucarística) y de que somos sus intercesores ante Dios. Pues bien, eso nos obliga, sencillamente, a no exponernos (aparte de nuestra conducta cristiana con los demás) a los continuos contactos que el enemigo nos proporciona en nuestra sociedad, por ejemplo, en nuestras conversaciones y, de la forma más adictiva, por la televisión. No se trata de decir que nada que veamos nos asusta, sino de que, lo mismo que ciertas revistas y libros, nos muestra y hasta glorifica vidas de pecado, sea en películas o en tertulias, y «ya sólo en mencionar las cosas que hacen ocultamente da vergüenza» (Ef 5,12). El sufrimiento: enfrentados con el misterio más antiguo «Si los ángeles pudieran envidiar, nos envidiarían dos cosas: primero, la Santa Comunión y segundo, el sufrimiento»,4 escribió santa Faustina Kowalska (muerta en 1938 y canonizada en 2000), una de las muchas personas santas misteriosamente escogidas por Dios para sufrir, o que le ofrecieron a él su sufrimiento.5 Aunque en los capítulos 6 y 8 se habla del sufrimiento más extensamente, debemos reconocer ahora que, si nos proponemos verlo, dondequiera que vamos nos enfrentamos con él; y no siempre sufrimiento físico, sino, a niveles más profundos, el dolor continuo de las heridas de la vida que invade todo nuestro ser con mayor fuerza cuando nos encontramos debilitados por la enfermedad. Nos damos cuenta de que si nos identificamos con los enfermos como debemos, si vemos a Jesús en cada uno de ellos y nos esforzamos por atenderlos en su nombre, descubrimos que, por su bien, tenemos que saber qué hacer ante ese sufrimiento. Como testigos de Jesús tenemos la misión de inspirar en ellos, con nuestra manera de hablar y de orar con ellos, la convicción de que «el sufrimiento, secuela del pecado original, recibe 4. Santa Faustina Kowalska. Diario.La Divina Misericordia en mi alma (1408), Stockbridge, Massachusetts, Ediciones de los Padres Marianos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, 1997. 5. Entre otras, por ejemplo, santa Teresa de Lisieux (muerta en 1897) y el Padre Pío (muerto en 1968). un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica de Jesús" {Catecismo de la Iglesia Católica, 1521).6 Cuando nos enfrentamos con el sufrimiento nos enfrentamos también con otra cosa. Vemos pacientes que de pronto se preguntan por qué hay mal en el mundo, por qué hay sufrimiento y por qué están ellos sufriendo si no han hecho nada realmente malo, mientras que conocen a gente mala que vive felizmente. ¡Qué duramente nos hieren esas preguntas y comentarios! Podríamos decir que el sufrimiento es sufrimiento precisamente porque, o cuando, no vemos razón alguna para ello. Y si nuestra fe no ha alcanzado la solidez de la verdadera conversión y de una relación personal con Jesús y tratamos de ser 'lógicos,' nuestro sufrimiento puede convertirse en una peligrosa tentación y esa fe empezará a tambalearse peligrosamente. Y, por añadidura, como dice Juan Pablo II en su encíclica de 1984, Salvifici Doloris, «la sensación de inutilidad del sufrimiento, sensación que a veces está arraigada muy profundamente en el sufrimiento humano [...] no sólo consume al hombre dentro de sí mismo, sino que parece convertirlo en una carga para los demás [...] se siente condenado a recibir ayuda y asistencia por parte de los demás» (27). 'Los demás' incluye a los visitadores pastorales que desean ayudar, y lo vemos cuando estamos visitando; por eso nos es mucho más fácil visitar a una persona de fe firme, aunque sea un paciente terminal, ya que tantas veces fortalece nuestra fe. ¿Cómo podemos ayudar a otros muchos que una vez acometidos por la enfermedad se quedan solos con su sufrimiento porque no están con Jesús, aunque Jesús sí está con ellos? Juan Pablo II ha dicho también que parte de nuestra misión de evangelización de los enfermos es «tratar de dar luz, comunicando los valores evangélicos, el modo de vivir, sufrir y morir del hombre de nuestros tiempos» («Cuidado del enfermo»). En una homilía de 1984 dirigida a varios cientos de enfermos, les animó diciendo: ¡Queridos enfermos! ¡Ofreced vuestros sufrimientos al Señor con amor y generosidad por la conversión del mundo! El hombre debe comprender la 6. Abreviado de aquí en adelante como CCE. gravedad del pecado, de ofender a Dios, y convertirse a él, que por amor le creó y le llama a la felicidad eterna [...] Aceptad vuestros dolores con valentía y confianza, también por los que están sufriendo en el mundo [...] ¡La Iglesia necesita personas que oren y amen en silencio y en el sufrimiento; y en vuestra enfermedad vosotros podéis ser verdaderamente esos apóstoles! Y para el Día del Enfermo de 1997, el Papa dijo: El sufrimiento y la enfermedad son parte de la condición humana. Sin embargo, en la muerte y resurrección de Cristo la humanidad descubre una nueva dimensión de su sufrimiento; en lugar de ser un fracaso, se revela a sí mismo como ocasión para ofrecer un testimonio de fe y amor. No muchos de nosotros creemos realmente que «en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman (Rm 8,28), pero ¿estamos dispuestos a aplicar esas palabras en la consulta del dentista cuando esperamos y soportamos el dolor? ¿Cuántos de nosotros, como primera reacción ante el sufrimiento, o el sufrimiento inminente, creemos que estamos a punto de tomar la cruz de Cristo sobre nuestros hombros? ¿Cuántos de los que queremos ser buenos cristianos creemos de verdad en las advertencias de Jesús sobre el sufrimiento, cuando nos dice que el seguirle a él no es fácil? «¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida!» (Mt 7,14). El sufrimiento no es únicamente físico; puede ser causado por la ingratitud de un amigo, o por un cónyuge increyente o infiel. Es terrible sufrir cuando, además de enfrentarnos con la muerte, parece inútil, cuando no podemos ver en él significado alguno, cuando carecemos de fe para aceptar el regalo del sufrimiento de Cristo por nosotros en la cruz. ¿Creemos realmente que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna»? (Jn 3,16), ¿y que Dios nos lo dio, él mismo hecho hombre, por medio de la muerte más dolorosa y humillante? «Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre» Vemos, pues, que puesto que sanos cuerpo, mente y espíritu, el sufrir física o psicológicamente debilitael cuerpo, la mente y también el espíritu cuando nos llega sin que tengamos puesta «la armadura de Dios» (Ef 6,11) de la fe fuerte y la esperanza. La enfermedad no es vida sino muerte, no es luz sino oscuridad. Hemos de admitir, sin temerlos, que muchos de¿ esos «espíritus impuros» (Me 1,27) como los que echaba Jesús en ¿ | ministerio pueden estar atacando a algunos pacientes y pueden muy bSfn haber hecho su morada en ellos. ^ . A veces eso es con lo que los agentes de pastoral tienen que e n f r ^ i r s ^ en un hospital o en una casa: «Había allí una mujer que tenía un «fcpír^su de enfermedad hacía dieciocho años» (Le 13,11). Esto no quiere decir que debamos sacar este tema, ni que siquiera lo mencionemos, cuando estemos visitando y orando con los pacientes, sino únicamente que debemos reconocer la presencia concreta del mal, pues sabemos que «nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra [...] los Espíritus del Mal» (Ef 6,12). Puede hacerse mucho daño tratando de hacer el papel de los por otra parte bien intencionados amigos de Job, al sugerir que la enfermedad es consecuencia del pecado de la persona con quien hablamos. Aunque no descartemos la posibilidad, no debemos nunca precipitarnos con respecto a nadie; en lugar de eso, recordemos lo que Jesús dijo a los que le preguntaban acerca del hombre que había nacido ciego: «Ni él ni sus padres han pecado» (Jn 9,2), y afirmó que aquellos pobres galileos que habían sido atrapados al derrumbarse una torre no eran más pecadores que otros (Le 13,2-3). Debemos tener muchísimo cuidado de no hacer asociación alguna entre la enfermedad y el pecado, a menos que el paciente saque el tema. Sin embargo, es necesario estar muy atentos, sin fanatismos, a la posibilidad de la relación entre el pecado personal y el sufrimiento, las consecuencias del pecado en nuestro árbol genealógico,7 y la relación entre el pecado del / I (x i.slr una abundante literatura, así como retiros, dedicados a este campo de la sanación KiMiCTiicionul. bien conocidoentre católicos y no católicos. Véase, por ejemplo: Dr. Kenneth Mi'( 'nll, llc<iliiit> the Family Tree (Sanando el árbol genealógico) (Londres: Sheldon Press, l'M.'). el claretiano John Hampsch, Healing Our Family Tree (Sanando nuestro árbol tfi<ii«««ilrtj¡bi) (lluntington, Ind. OurSunday Visitor, 1989). mundo y el sufrimiento colectivo e individual, sin interpretar el sufrimiento como castigo directo de Dios. Es esencial ser consciente -y para ello el conocimiento de las Escrituras es indispensable- de la relación, a menudo insospechada, entre el amor de Dios y el sufrimiento, así como del valor del sufrimiento que Dios mismo puede permitir. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos enseñan elocuentemente acerca de estas relaciones y las ilustran; por eso el familiarizarse con las enseñanzas divinas nos ayudará enormemente en la pastoral de la salud. Atender a toda la persona: cuerpo-mente-espíritu Al mismo tiempo, para estar al tanto de esas relaciones, necesitamos reconocer que una persona es una unidad indivisible en la cual cuerpo, mente y espíritu no son partes independientes sino interrelacionadas. Dios «creó, pues, al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó [la naturaleza espiritual de Dios]» (Gn 1,27), pero lo hizo «con polvo del suelo» (Gn 2,7), fundiendo así cuerpo, mente y espíritu y creando a un ser que era físico, pero también como él, que «es Espíritu» (Jn 4,24). Esta es la forma en que él, desde la eternidad, quiso venir a nosotros, porque «tanto amó Dios al mundo» (Jn 3,16). Esto es lo que tenemos delante cada vez que nos acercamos a otra persona y por lo que todos experimentamos cómo la salud física puede afectar nuestro bienestar espiritual, cómo nuestro estado mental puede hacer enfermar el cuerpo, y cómo un serio desequilibrio en nuestra relación con Dios puede afectar nuestro estado físico y hasta el mental; así como el mantenerse cercano a Dios afecta positivamente todo nuestro ser. Consolemos a los hermanos que sufren citándoles, parafraseándoles o leyéndoles las palabras del salmista: Pongo siempre a Yahvé ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa (Sal 16,8-9). Estamos llamados, por tanto, dentro de los límites de nuestra función en pastoral sanitaria, a atender a toda la persona, la cual puede estar necesitada tanto de sanación interioi (tan importante hoy entre los cristianos) como de sanación física. Esto significa ser conscientes de su indivisible naturaleza tripartita como criaturas de Dios. Muchos médicos verdaderamente cristianos saben bien esto y combinan sus conocimientos médicos otorgados por Dios con sus conocimientos espirituales, «pues ellos también al Señor suplicarán (Eclo 38,14). Tal vez las palabras que más frecuentemente digo en oración con un paciente sean: 'Señor, te pido que llenes su mente, su corazón y su cuerpo de tu presencia y de tu paz, que ya son sanación.' Lo mismo que el salmista, san Pablo reconoce asimismo esta triple realidad nuestra: Que él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha (lTs 5,23). El agente de pastoral sanitaria, promotor de la medicina y la oración Al comienzo de mi ministerio laico una paciente me dijo que un médico le había preguntado, refiriéndose a mí: ««¿Te ha dicho que Dios iba a curarte?» (o sea, sin medicación). Jamás había dicho tal cosa, por supuesto, y ninguno de los médicos cristianos que conocí en la Fundación Médica Cristiana Internacional haría tal pregunta. En uno de sus congresos oí a su presidente, Dr. William Reed, anglicano, citar de un pasaje favorito mío, precisamente de uno de los siete libros deuterocanónicos no incluidos en la Biblia protestante, el Eclesiástico (o Sirácida), los versículos 1-15 del capítulo 38. Ojalá todo médico estuviera familiarizado con la Biblia y concretamente con ese libro; en él nos dice Dios que el pecado causa enfermedad y que debemos recurrir al médico y a él, que, últimamente, obra a través del primero, en particular cuando el médico es un verdadero creyente que se ve a sí mismo como instrumento de Dios. Él mismo dio a los hombres la ciencia para que se gloriaran en sus maravillas. Con ellas cura él y quita el sufrimiento (Si 38,6-7). No parece ser una opción para el médico el rezar por sus pacientes como lo hacen los de la Fundación Médica Cristiana y muchos otros, ya que se nos dice: Recurre luego al médico, pues el Señor le creó a él también, que no se aparte de tu lado, pues de él has menester [...] pues ellos también al Señor suplicarán que les ponga en buen camino hacia el alivio y hacia la curación para salvar la vida (Si 38,12, 14). Así pues, un paciente no es sólo un cuerpo para el internista, ni una mente para el psiquiatra, ni un alma para nosotros, sino un todo, un ser integrado devenido enfermo. Qué triste es cuando encontramos a algunos que han sido llevados a toda prisa al hospital, ansiando que les vea un médico, pero cuando nos ofrecemos a orar por ellos nos dicen: «No gracias, estoy bien». Claro que siempre podemos hacerlo en silencio en otro lugar, «y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús» (Col 3,17). Capítulo 2 RELACIÓN Y EVANGELIZACIÓN Apacienta mis ovejas (Jn 21,16) Los enfermos, Dios y nosotros: cuatro principios El ministerio de la pastoral de la salud debe basarse en cuatro principios. El primero es que los pacientes son hermanos y hermanas en Cristo a quienes debemos acercarnos con amor, responsabilidad y reverencia. Amor, por la naturaleza misma que hemos adquirido como hijos de Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo, como «herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8,17). Responsabilidad, porque no estamos en este ministerio pastoral por nuestra propia iniciativa, sino por la de Dios, que nos ha puesto ahí como «embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros» (2Co 5,20). Y reverencia, porque esos hermanos y hermanas en Dios son sus criaturas, creados «a imagen suya» (Gn 1,27). Si los médicos cristianos, como el cirujano William Reed, tratan de promover una «reverencia por los tejidos» muy necesaria, queriendo decir por cada tejido con que entran en contacto en el quirófano,1 cuánto más debemos nosotros relacionarnos con toda la persona con reverencia. Debemos referirnos a ellos como a 'mi hermano N7 o 'mi hermana N.' cuando oramos con ellos, lo cual establecerá un importante lazo al iniciar la visita. 1. William S. Reed, Surgery ofthe Soul: Healing the Whole Person: Spirit, Mind and Body (Cirugía del alma: sanando a toda la persona: espíritu, mente y cuerpo), págs. 106-107, Tampa, Christian Medical Foundation, 1995. 26 2. Relación y evangelización El segundo principio va más lejos aún. En palabras de san Pablo, refiriéndose a cuando estaba enfermo: «no me mostrasteis desprecio ni repulsa, sino que me recibisteis como a un ángel de Dios: como a Cristo Jesús» (Ga 4,14), que es como las hermanas de la Madre Teresa ven a cada persona a quien cuidan, como me dijo ella en Calcuta. Ni Pablo ni la Madre Teresa exagerarían, pues Jesús nos dice: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Una mañana en que no me sentía con ganas de visitar, la primera persona a quien el Señor me condujo era una señora mayor en Cuidados Paliativos a quien ayudé a tomar el desayuno y por quien recé, tras lo cual me dijo con el rostro radiante: «¡Oh, ha sido como estar con el Señor!». Yo le expliqué, mientras le acariciaba la frente, que si sentía eso no era por mí, sino porque yo estaba allí con el amor del Señor, que él ponía en mi corazón por ella, y que, según su Palabra, cuando la visitaba a ella, estaba visitando al Señor mismo. Al entrar en la habitación de los pacientes sé que Jesús los ama muchísimo y que es por la voluntad permisiva de Dios -porque él lo permite-, o por su voluntad volitiva -porque él así ha podido quererlo según sus designios y su plan para cada uno de ellos- por lo que se encuentran en esa situación indefensa, incapaces de hacer nada, y vulnerables al desaliento, a la depresión, a desanimarse social y espiritualmente, al miedo y a otros sentimientos negativos, Sé por experiencia propia que «a quien ama el Señor, le corrige» (Hb 12,6). Pero sobre todo, sé que «él es el que hiere y el que venda la herida, el que llaga y luego cura con su mano» (Jb 5,18). El tercer principio es que mientras ellos son vulnerables al enemigo, se encuentran asimismo vulnerables y abiertos de manera especial a la gracia de Dios. Es entonces cuando nosotros y los sacerdotes entramos en sus vidas, lo mismo que hace el médico, ya que, como ministros de Dios para los enfermos, debemos oír su voz diciendo: «En su angustia me buscarán» (Os 5,15). Y puesto que pueden necesitar que se les anime un poco, debemos discernir el grado en que debemos ayudarles a buscar a Dios a través de Jesús, de un modo personal y tangible, durante su estancia en el hospital. De maneras diferentes, y no precisamente citando las Escrituras, podemos decirles: «Buscad a Yahvé mientras se deja encontrar, llamadle mientras está cercano» (Is 55,6). Finalmente, el cuarto principio es bastante sencillo: estamos ahí como «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Co 4,1). Nunca podemos servir como es debido a nuestros hermanos y hermanos, a menos que tengamos «los mismos sentimientos que Cristo» (ICo 2,5). Ni tampoco podemos ser sus administradores entre los enfermos ni en ningún otro lugar, a menos que Dios nos llene con la gracia de saber cuidar de ellos y saber cómo atraerlos hacia él, mostrando por ellos el 27 «Si tenéis favoritismos, cometéis un pecado» Algunas veces, por razones diversas que yacen en lo profundo de nuestra debilidad e imperfección humanas, puede no resultarnos fácil amar a la persona. Si visitamos a los mismos pacientes unas cuantas veces, podemos establecer prioridades y hasta tener nuestros favoritos, aunque sabemos que Dios mismo, al ser perfecto, no muestra parcialidad alguna: Si cumplís la ley regia de la Escritura que dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», hacéis bien. Pero si tenéis favoritismos cometéis pecado, y la ley os condena como transgresores (St 2,8-9). Visitaba en cierta ocasión a una mujer de unos cincuenta años que había sufrido una hemiplejía. Su aspecto era penoso: la lengua la colgaba por un lado de la boca, babeando, incapacitada para hablar, y apenas podía comunicarse. Pero mientras le acariciaba la frente sentía en mi corazón el amor de Jesús por ella. Me acuerdo a menudo del hermoso testimonio de mi amiga enfermera Lynn Young, cuando tuvo que atender a una anciana a quien las demás enfermeras evitaban por lo desagradable que era en todos los sentidos. Lynn pidió a Dios que pusiera en su corazón la clase de amor que necesitaba para entenderse con ella, y durante la primera visita ya estaban cogidas de la mano y la señora le estaba contando su vida. Esto nos enseña que lo que podamos dar a nuestros pacientes no es nuestro, sino que nos viene de Dios. De nada podemos jactarnos, a menos que nos jactemos en Dios (Sal 44,9), «pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar» (Flp 2,13). 2. Relación y evangelización 28 Pastoral sanitaria y evangelización En diciembre de 1978, sentada frente a mí al otro lado de una mesita en la salita de su casa madre de Calcuta, me dijo la Madre Teresa: «Mire, lo que yo hago, usted no puede hacerlo; y lo que usted hace, yo no puedo hacerlo. ¿Qué es usted?». «Profesor universitario», contesté. Y ella, siempre rápida en sus respuestas, replicó: «Entonces limítese a irradiar a Dios como lo que es». Era obvio que al decir 'irradiar' quería decir evangelizar. La Biblia nos dice de muchas maneras diferentes que debemos irradiar las dos fuerzas de luz y calor. El mismo Jesucristo dijo: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12), «Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas» (Jn 12,46), y nos dijo que nos hiciéramos «hijos de la luz» (Jn 12,36). En él «estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1,4), porque Jesús es «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9); nosotros los que hemos recibido esa luz tenemos la obligación de no ocultarla y de obedecer su mandato: «Brille así vuestra luz delante de los hombres» (Mt 5,16). Quiero aclarar enseguida que nunca me acerco a una persona nueva en el hospital o en una casa con un preconcebido propósito de 'evangelizar,' mucho menos 'predicar.' Bien lejos de ello, pues por evangelización quiero decir, en primer lugar, una actitud de testigos del Evangelio y, sobre todo, de la clase de amor que sólo Dios puede poner en nuestro corazón. Pero cuando Jesús nos dice: «seréis mis testigos [...] hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8), y también "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Me 16,15), quiso decir, y quiere decir hoy, quienquiera que tenga necesidad de él. Puesto que un hospital, como cualquier otro lugar, está lleno de gente que le necesitan, también nos dice que no olvidemos los hospitales. Eso es lo que Juan Pallo II quiere decir cuando se refiere al «vasto campo de la salud, que es tan importante para anunciar y ser testigos del Evangelio».2 Como nosdice en su encíclica de 1996, Vita Consécrala, La Iglesia también recuerda a los consagrados y consagradas que esparte de su misión el evangelizar los ambientes sanitarios en que trabajan, tratando de 2. «Mensaje paa el Tercer Dia Mundial del Enfermo». 29 iluminar, a través de la comunicación de los valores evangélicos, el modo de vivir, sufrir y morir de los hombres de nuestro tiempo.3 Después de todo, por el hecho de ser cristianos, estamos obligados a considerarnos evangelizadores y actuar como tales; por eso Juan Pablo II nos exhorta con las palabras del apóstol Pedro, que bien claramente nos designa como «pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (IPe 2,9), y por eso su sucesor hoy nos recalca constantemente el mandato primordial de nuestra Iglesia para toda persona: Por su pertenencia a Cristo, Señor y Rey del universo, los fieles laicos participan en su oficio real y son llamados por él para servir al reino de Dios y difundirlo en la historia [...] en la propia entrega para servir [...] al mismo Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños.4 Esto significa que se nos llama a extender el reino de Dios en la tierra, a esparcir la verdad que es el fundamento de su reino: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). Pero recordemos que, estemos o no activos como evangelizadores, el maligno no cesa nunca de contrarrestar la obra de Dios que llevamos a cabo, pues, como nos dice Juan Pablo II, «hay también una poderosa antievangelización, que dispone de medios y de programas, y se opone con gran fuerza al Evangelio y a la evangelización».5 Esto incluye todos los terrenos de nuestra vida social, desde el lugar de trabajo hasta los medios de comunicación, desde el aula universitaria hasta los libros tan desorientadores que proliferan como señales de nuestro tiempo. Y por si todo eso no fuera bastante, «el escándalo de los conflictos entre los cristianos oscurece el escándalo de la cruz, debilitando así la única misión 3. Encíclica Vita consecrata, 83, Madrid, San Pablo, 1996. 4. Encíclica Christifideles laici, 14, Madrid, San Patio, 1989. 5. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, pág. 125, Barcelona, Plaza & Janes, 1994. 30 del único Cristo», como leemos en la «Declaración de Evangélicos y Católicos Unidos», de 1994.6 En nuestro propio sector de responsabilidad entre los enfermos sabemos que 'trabajo pastoral' quiere decir 'trabajo de pastoreo,' que pastoreo quiere decir atender y conducir a otros por un sendero concreto, y que los sacerdotes son los verdaderos pastores de la Iglesia ungidos por Dios. Así pues, los agentes de pastoral laicos están ahí -como apostolado laico tan necesario y tan alentado por la Iglesia de hoy- para ayudar a los sacerdotes en aquellas funciones que podemos asumir como cristianos responsables. Esto debe hacerse en un espíritu de servicio, y servicio es el continuo latir de nuestro corazón lleno de amor por Jesús. Por eso, cuando Pedro respondió «Sí» a la pregunta «¿me amas?», Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas»» (Jn 21,16). Si servimos estamos imitando a Jesús, que dijo que él «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28). Pero además estamos más que sirviendo a Jesús y trabajando 'para él', estamos 'atendiéndole a él,' 'cuidándole a él,' como hacían en Calcuta la Madre Teresa y el pastor pentecostal canadiense Mark Buntain, porque Jesús dice que está en cada uno de esos pacientes: «Estuve enfermo y me visitasteis [...] cuantas veces hicisteis esto a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,36, 40). Ellos son Jesús, nos reciban con agrado o nos rechacen. Dios, como parte de su plan para nosotros, ha permitido circunstancias por las cuales han terminado en un hospital o en cualquier otra institución sanitaria, o recluidos en su casa. Cuando entramos en conversación con ellos y empiezan a hablarnos de sí mismos, en ese frecuente compartir espontáneo y tan terapéutico, cuando saben que les escuchamos con el corazón, pensemos que el estar allí, afrontando la realidad de un sufrimiento 6. «ECT Statement» ("Evangelicals and Catholics Together" [ECU: Evangélicos y católicos unidos]), págs. XVI-XVII; documento principal en el importante libro sobre sus reuniones ecuménicas, editado por Charles Colson y Richard John Neuhaus, S.J., Evangelicals and Catholics Together, págs. XV-XXXIII, Dalas/Londres, World Publishing, 1995. 2. Relación y evangelización 31 que tal vez rehuyan, puede que sea el único modo en que su Padre amante podía atraerlos hacia él y hacia quienes pueden ayudarles en su nombre. Incluso es posible que seamos sus únicos instrumentos en esos momentos. Una vez oré en Cuidados Intensivos por un hombre que podía oírme; cuando volví al día siguiente, había muerto. Lo mismo me ocurrió hace poco en Algeciras con un paciente de cáncer (según su hermana, alejado de la Iglesia) que sólo me miraba fijamente cuando le hablé del gran amor de Jesús por él y pedí que le llenara de su paz, y me apretó la mano varias veces y también al preguntarle si le importaría que volviera a verle. ¿Me había querido Dios allí en ambos casos? En el hospital canadiense me sentí impulsado por dos veces a ver a un paciente terminal que no había querido nuestras visitas, y las dos oré por él después de hablarle un rato y me cogió la mano que yo tenía sobre las suyas y me dio las gracias. A la mañana siguiente ya no estaba allí. Como cristianos en nuestro lugar de trabajo o en cualquier otro medio hemos de ser muy conscientes de que cada una de esas personas con quienes entramos en contacto se encuentra, lo mismo que nosotros, camino de la eternidad. Tal vez Dios, a través de nosotros, le esté dando una oportunidad para acercarse a él. Es algo que me llena de asombro y a la vez me inquieta cuando considero mi responsabilidad personal. ¿Cómo podemos, en esta clase de pastoreo entre los enfermos, no damos cuenta de que cualquiera de esas ovejas de Dios puede ser la perdida que hay que traer de nuevo al redil? Aunque nos gustaría traerle a un sacerdote, puede ser necesario que primero la atendamos nosotros. ¿Qué podemos hacer sino 'dialogar de manera evangelizadora' cuando alguien comparte con nosotros que no puede perdonar a un pariente, o que no va a la iglesia desde hace mucho tiempo? Una paciente nueva empezó a contarme que no iba a la iglesia porque no le gustaba el cura. Poniendo la mano sobre mi Biblia, le dije: «La absolución que Dios te da por tus pecados en la confesióón es la misma a través de un 'mal cura' que de un 'buen cura'» Me di cuenta de que aquellas simples palabras le habían llegado dentro. Eso fue evangelización. 32 2. Relación y evangelización A la vez que debemos considerarnos «embajadores de Cristo» (2Co 5,20) y embajadores de nuestra Iglesia y de nuestros sacerdotes, también es cierto que en este tipo de trabajo somos asimismo compañeros de los médicos y ministros «de Jesucristo [...] ejerciendo el sagrado oficio [ministerio] del Evangelio de Dios» (Rm 15,16). Podemos incluso incluir las palabras que he omitido de ese versículo, «los gentiles», ya que a menudo nos enfrentamos con personas que, hayan sido bautizadas o no, viven, actúan y piensan como paganos. Al principio de mi ministerio pastoral me di cuenta de que, como católico, qué privilegio tan grande era ejercer ese ministerio con muchos que habían sido 'sacramentalizados' pero no 'evangelizados,' en quienes Dios tenía aún que hacer el viaje más largo: de su mente a su corazóón, convirtiendo su 'religión' en 'relación.' Naturalmente, lo que nos hace campo propicio para sembrar en nosotros la duda y la confusión es la tradicional ignorancia de tantos sobre su propia Iglesia. Tratar de ayudarles puede parecemos inútil; parecen tener ciertas cuestiones muy claras, pero siempre podemos intentarlo hasta cierto punto movidos por amor y compasión. Claro que si un incrédulo culto e intelectual llega a permitirnos siquiera acercarnos a él, probablemente nos dará un mal rato (si somos lo bastante ingenuos para dejarnos), ya que puede incluso querer discutir la existencia misma de Dios. Como no soy precisamente el apóstol Pablo, me identifico perfectamente con el famoso lingüista Kenneth Pike, que en un librito que me envió dice con respecto a esto de discutir sobre Dios con quien él llama «intelectual no-teísta»: «He desistido de intentar llegarle al intelectual con argumentos».7 Por eso, tanto en el hospital como en cualquier otro ambiente, compartimos la responsabilidad de nuestro clero de volver a la gente hacia Dios y levantarles espiritualmente cuando su fe se ve debilitada por el sufrimiento. Puede que algunos de nuestros pacientes católicos no estén preparados para recibir la Comunión, pero siempre podemos ofrecernos a orar por ellos, especialmente cuando hemos descubierto su necesidad espiritual. ¿Cómo podemos estar seguros de que la oración que decimos con nuestro hermano o hermana no va a ser 'vital' para su eternidad, sobre todo cuando sospechamos, o sabemos, que nosotros fuimos los únicos que oraron con ellos antes de morir? Nuestra oración puede ser la proclamación del Reino de Dios, una manera de predicarlo sin 'sermonear,' pero sí evangelizando. Porque, como dice san Pablo en ICo 9,16, «¡ay de mí si no predicara el evangelio!». Pacientes problemáticos y discutidores A veces se encuentran pacientes que no quieren nada de nosotros, a pesar de que realmente necesiten oración, pero que tampoco nos dejan marcharnos sin haberse desahogado. Los hay de varios tipos, pero todos ellos son víctima de la confusión sembrada en nosotros por el enemigo, que, al ser mucho más listo que nosotros, intenta constantemente que seamos «llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina [...] que conduce engañosamente al error» (Ef 4,14). 33 Jesús sabía esto muy bien cuando dijo a su Padre: «has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños» (Mt 11,25). A través de todo el Antiguo Testamento vemos la actitud de Dios hacia los orgullosos, diciéndoles: «La soberbia de tu corazón te ha engañado» (Ab 3), y diciéndonos a nosotros que no nos inclinemos hacia «los soberbios y mentirosos apóstatas» (Sal 40,5), o hacia «los soberbios, los malditos, que se desvían de tus mandamientos» (Sal 119,21). Por eso la Palabra de Dios nos advierte: «Que nadie os engañe con vanas razones» (Ef 5,6). En estos casos, no infrecuentes en mis años de pastoral, mi experiencia ha sido seguir hablando a estos pacientes amablemente como a hermanos y hermanas más o menos desviados -porque no puedo sentir por ellos otra cosa que pena y un profundo deseo de que algún día puedan conocer la verdad-, pero sin alargar mi visita si sólo me está sirviendo para involucrarme en la clase de argumentos que sólo pueden robarme la paz. Lo cual no quiere decir que la corte abruptamente, ni que me muestre impaciente y como con prisa de salir de allí (lo que sería falta de caridad); de hecho, cuántas veces he dicho a la persona, cogiéndole la mano tan cordialmente como al entrar y con una sonrisa: "Bueno, pero yo rezaré 7. Kenneth L.Pike, With Heart and Mind: A Personal Synthesis ofScholarship and Devotion (Con corazón y mente: síntesis personal de erudición y devoción), pág. 13, Duncanville, Texas, Adult Learning Systems, 1996. 34 2. Relación y evangelización por usted, ¡eso no me lo puede impedir!". Ellos saben que en mis palabras de promesa (el pensar en ellos), en mi voz y en mi mirada no hay sino sinceridad, y hasta puede que me digan, como un hombre mayor hace poco: "¡Y yo se lo agradezco!" (aunque ese 'y' quiera decir 'Pero no me hable a mí de Dios'). En algunas ocasiones, al preguntarles si necesitan algo, contestan riéndose: «¡Espero que no!». Sin embargo, cuando su necesidad de oración es bien evidente, tal vez les diga: 'Bueno, siempre podemos usar la oración,' o '¿Te importaría que orara por ti (usted)?'. Un inseguro y penoso rechazo de la Comunión no es necesariamente rechazo de la oración. Si deseamos hacer la voluntad de Dios y dejarle en control a él, puede que nuestra oración sea importante en la vida de esas personas. «Dios, sí, pero no la Iglesia», o «¡Ah, sí, yo creo en Dios, pero no en la religión organizada, en la Iglesia como institución!», son cosas que oímos con frecuencia. Yo sé por experiencia lo fútil que resulta tratar de acercarnos a un corazón cerrado: «¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar [soportar] mi palabra» (Jn 8,43). Pero a veces uno se siente atrapado y confrontando una afirmación o pregunta inevitable. Y no podemos llamar a un sacerdote cada vez que nos encontramos en esta situación, pero sí debemos saber qué decir en defensa de la Palabra de Dios y del magisterio de la Iglesia (o, para muchas cuestiones, de cualquier Iglesia cristiana), y para eso tenemos obligación de estar preparados. Allá donde estemos, sabemos que Dios nos dice a través de Pablo que «en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo» (ICo 12,13), y que «Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todo» (Ef 1,22-23), fundada por él por medio de Pedro, dándole toda autoridad (Mt 16,18) y prometiendo que el Espíritu Santo estaría para siempre con la Iglesiapara guardarla en la verdad (Jn 16,13). Por tanto, debemos hablar en nombre de la Cabeza de la Iglesia, Jesucristo, y tratar de conducir a cada cristiano ala Iglesia a la que pertenezca. Cuando un 'No, gracias' es sólo un 'No' a medias Cuando en mi hospital canadiense nos dice un paciente que «no necesita nada», encontramos en la lista de quien le visitó primero un "No" junto a su nombre. A veces es la madre de un recién nacido, que nos dice: «No gracias, estamos bien los dos». A muchos de los que se sienten tan aliviados por el buen resultado de una operación o de un parto, ni siquiera se les ocurre hacer con nosotros una oración de gracias; hasta puede que nos digan: «No gracias, me dan el alta enseguida». ¡¡ Una joven que no había querido nuestra visita pastoral no vaciló en aceptar cuando me ofrecí a rezar por ella. Le cogí la mano y oré, y ella se quitó las-lágrimas de los ojos, me dio las gracias y me besó la mano. Sé que otros no hubieran vuelto a visitarla después de su primera negativa. Quiero mencionar también que cuando rezo con enfermos que yo sé que se unen a mi oración en su corazón, a menudo encomiendo a esos otros que parecen rechazar a Dios cuando nos rechazan a nosotros -«quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza» (Le 10,16)-, sabiendo cuánto los ama y cómo está llamándolos. Capítulo 3 ASPECTOS NO VERBALES DE LA PASTORAL SANITARIA El corazón del hombre se refleja en su cara, lo mismo para el bien que para el mal (Si 13,25[31]) El entorno y la gente Si actuamos desde el corazón en nuestro ministerio, nos hacemos cada vez más sensibles a todo lo que comunica más allá de las palabras, tanto en las personas como en cuanto nos rodea. No obstante, por su íntima relación con la pastoral sanitaria, conviene resumir los principales aspectos de lo que se llama comunicación no verbal. Empezando por la habitación, siempre he sugerido a mis alumnos de enfermería que observen y escriban como proyecto de curso sobre las fuentes tan elocuentes de información que encontrarán allí: bombones, tarjetas humorísticas o con citas bíblicas, flores, regalos, fotos de seres queridos (que, sobre todo para pacientes terminales, llenan esas largas horas del día y de la noche con su silenciosa compañía), animalitos de peluche, la presencia o ausencia de flores, revistas del corazón, rompecabezas, libros de crucigramas, novelas rosas, libros de texto, libros (de algún enfermo terminal) sobre el morir y la muerte, libros espirituales, la Biblia, un rosario, 38 3. Aspectos no verbales de la pastoral sanitaria una radio o radiocasete, y el televisor y el teléfono de la habitación para mantener esos hilos de comunicación con el mundo exterior.1 encontrar una excesiva preocupación por la ropa, el peinado y el maquillaje en una mujer maníaco-depresiva durante un período maníaco. Podemos además aprender mucho de los visitantes: los que parecen estar sinceramente motivados; aquellos cuya actitud apresurada puede reflejar la superficialidad de sus sentimientos hacia el paciente; los que, al no quitarse el abrigo siquiera, le están diciendo que no quieren quedarse mucho; los que se ponen a mirar las revistas del enfermo o se abstraen en su televisión, o salen y entran de la habitación sin mantener nunca una verdadera interacción; los que fuerzan al enfermo a discutir los asuntos económicos de la familia porque "hay que ver lo que se va a hacer" sobre esto y lo otro; los que carecen de la necesaria compasión y comunican no verbalmente su incomodidad y su incapacidad para enfrentarse con el sufrimiento de los demás; e incluso miembros de la familia cercanos que no parecen tener una relación muy personal con su pariente enfermo. En nuestro primer encuentro, todavía no he visto a nadie que no haya respondido a mi mirada directa, y aún más a que le dé la mano, que ya tiene un efecto positivo en nuestro encuentro. Como cada uno somos únicos, puede ser fútil pretender que los participantes en un taller de pastoral sanitaria 'practiquen' su papel como visitadores. Como ocurre en la psicología experimental, nunca dará el 'hacer como que' el resultado de una situación real, puesto que no podemos fingir lo que sentiríamos por un paciente real. En cuanto a la apariencia personal, podemos encontrar a los que en el hospital están muy disgustados, satisfechos, indiferentes o resignados, y a quienes llevan unos elegantes pijamas y batas que reflejan su posición social. Entre los primeros, el descuido personal puede delatar un gran decaimiento o incluso una depresión patológica. Por otra parte, podemos 1. Sobre estas cosas, y otras comentadas más adelante, debo hacer algunas observaciones comparativas de tipo cultural sobre los dos tipos de hospital que conozco mejor: los de Estados Unidos o Canadá y los españoles en general. Para empezar, en los dos primeros el paciente cuenta con mayor espacio (mayor 'territorio personal', como se llama), lo cual le permite crear un 'entorno objetual' personalizado y familiar (ej., con fotos y otros objetos personales) y recibir flores, bombones, regalos, libros, etc. Segundo, se refleja en aquellos países un hábito de lectura muchísimo mayor y a todos los niveles sociales; la Biblia, si no es personal (esta menos corriente entre pacientes católicos), se encuentra de todos modos (como en todo hotel o motel) en cada mesilla de noche, dejada allí por la Asociación Internacional de los Gedeones; hay tiendas dedicadas exclusivamente a tarjetas de todo tipo y para toda ocasión y son una sección en cualquier papelería: Navidad, san Valentín, Bautismo, Comunión, boda y aniversarios, cumpleaños, graduación, pésame (generalmente incluyendo una cita bíblica) y, por supuesto, para el hospital con deseos de un pronto restablecimiento, o por el recién nacido, lo cual refleja también su mayor hábito de escribir (lo mismo que en la correspondencia habitual); al paciente casi nunca se le oculta la verdad de su estado per parte del personal médico o su familia, de modo que algunos incluso desean leer libres sobre la muerte y 'el proceso de morir.' 39 Otro aspecto no verbal de nuestras visitas, sugerido ya más arriba, es la presencia o ausencia de personas y cosas, ya que no sólo comunican con su presencia, sino precisamente por su ausencia. En ciertas situaciones las palabras que no se dicen pueden ser tan importantes como las que se dicen, y lo que no se hace, tan vital como lo que se hace. En general tendemos a valorar las palabras, los gestos, los objetos -todo cuanto podemos captar con los sentidos, todo lo que 'ocurre'- más que lo que no se dice, está ausente o no ocurre. A veces encontramos a un paciente cuya habitación delata soledad, a una persona que no tiene nada tangible con que mostrarnos que sus parientes o amigos le recuerdan, que apenas tiene visitas o no tiene ninguna. En el otro extremo encontramos a quien se le prodigan las visitas y todo tipo de cosas: tarjetas, flores, cestas de fruta, bombones, revistas, globos, peluches. Debemos saludar al que está rodeado de soledad incluso en una habitación doble, charlar con él o ella, ejercer nuestro ministerio con esa persona también y tal vez incluirla en nuestra oración por la otra persona, acercándola así más a su compañero de cuarto, aunque fuera este a quienes íbamos a visitar. Cómo decimos lo que decimos Nuestro hablar se compone de tres canales comunicativos simultáneos o en alternancia: 'lo que decimos,' es decir, las palabras, 'cómo lo decimos,' y 'cómo lo movemos' con gestos, maneras y posturas. Generalmente somos 40 3. Aspectos no verbales de la pastoral sanitaria conscientes de nuestras palabras, y podemos incluso seleccionar nuestro vocabulario cuidadosamente al hablar a un enfermo, procurando no ofender o infundir miedo o desconfianza, sino inspirar esperanza, euforia y confianza en Dios. Si nuestra interacción está imbuida del amor de Dios en nuestro corazón, el Espíritu Santo nos ayudará como ayudó a los profetas a quienes Dios quería que hablaran a la gente: «"¡ Ah, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho" [...] "No les tengas miedo, que contigo estoy yo" (Jr 1,6, 8). ellas la risa, el llanto, el gritar, el suspirar, el toser y el carraspear, incluso el bostezo, cumplen funciones interactivas a veces insospechadas. La risa no es algo que usamos sólo cuando algo o alguien nos resulta divertido o porque estamos contentos: «También en el reír padece el corazón» (Pr 14,13). Hay formas de risa que utilizamos incluso hablando con un enfermo terminal. Hay una risa que 'busca apoyo' y afecto, como la de muchos desvalidos y desamparados, o la 'risa compasiva' que se ofrece a pacientes graves (que sólo podríamos verbalizar con palabras de consuelo y comprensión). Algunas veces nuestro apoyo puede consistir simplemente en reír lo inreíble. Otras, oímos la risa nerviosa del paciente que busca alivio para su ansiedad, suscitada por una amenazante preocupación que se niegan a afrontar y por la necesidad de negarla; o la 'risa agridulce' que refleja sentimientos diversos y que también se muestra en el rostro como fusión de emociones. La manera de decir lo que decimos se llama paralenguaje. Es lo que básicamente apoya, realza, debilita, contradice o camufla (consciente o inconscientemente) lo que estamos diciendo con palabras. Comprende cuatro tipos de fenómenos de la voz. Primero, una serie de rasgos esenciales de la voz, tales como: el tempo de nuestro discurso, que no deberá ser apresurado, como si estuviéramos pensando en marcharnos en lugar de quedarnos, sino tranquilo; el tono o registro de la voz, que no debe desviarse del que utilizamos normalmente (ej., muchas enfermeras anglosajonas, como les he hecho notar siempre a mis alumnas, suben su registro al hablar a la mayoría de los pacientes: 'A ver, ¿me vas a tomar esta pastillita?'); el volumen de voz, que indica, por ejemplo, si es muy alto, una forzada euforia cuando no hay razón alguna para ello. 41 Y en cuanto al lloro o llanto, una profesora cristiana de enfermería nos dice: Aquellos que se encuentran en las profesiones sanitarias, sean psiquiátricas, médicas o pastorales, tiene una oportunidad única de ayudar a la gente a expresar las emociones 'negativas' [...] [el llorar es] una función otorgada por Dios que sirve un propósito útil y que debe ser apoyada terapéuticamente por el orientador cristiano [...] el cuerpo humano puede soportar sólo cantidades limitadas de estrés. Dios en su providencia ha proporcionado diversos escapes para la tensión, uno de los cuales es el llorar.2 Segundo, hay muchos tipos de voz que podemos adoptar, cada uno con una función comunicativa que refleja una actitud concreta que el enfermo puede interpretar mejor aún que nosotros mismos (apagada, animada, emocionada, seca, tensa, relajada), y debemos tratar de hacer que refleje amor e inspire confianza y un deseo en ellos de comunicar y compartir, siempre tan terapéutico. El susurrar, por ejemplo, apropiado en la intimidad, sería de lo más inadecuado en un médico y una enfermera que se pusieran a cuchichear sobre un paciente junto a su puerta. La voz comprimida (o laringalizada) de un enfermo puede delatar dolor o incomodidad además de edad avanzada (cuando la llamamos cascada), pero si se trata de la nuestra, tal vez estará delatando nuestro aburrimiento. Una voz dura, como una bronca, está muy lejos de ser una voz amorosa, y una voz tensa puede estimular la ansiedad del paciente. 2. Judith F. van Heukelem, «'Weep With Those who Weep': (Llorad con los que lloran: comprender y ayudar a la persona que llora), Understanding and Helping the Crying Person», Journal ojPsychology and Theology, 7 (2), 1979, págs 3-84. Tercero, el sonido de ciertas reacciones fisiológicas y psicológicas, entre 3. Ibid., pág. 86 (citado de J.R.W. Stott, «When should a Christian weep?» (¿Cuándo debe llorar un cristiano?), Christianity Today, 14, 1969, págs. 3-5. Más tarde cita a Stott, que dice: La moderna ausencia de lágrimas es una mala interpretación del plan de salvación de Dios, una falsa presunción de que su obra salvadora ha terminado [...] que no hay ya necesidad de más enfermedad, sufrimiento o pecado, que son las causas de las penas.3 42 3. Aspectos no verbales de la pastoral sanitaria 43 Y llega a la conclusión de que los que reprimen sus lágrimas promueven deshonestidad emocional y el que se lleven máscaras dentro del pueblo de Dios [•••] cuando impiden el apoyo de 'llevar las cargas unos de otros' (Ga 6,2).4 Aparte de muchos otros ejemplos del llanto en la Biblia (ej., el dolor del rey Josías frente a la infidelidad del pueblo, en 2R 22,19, o el arrepentido rey David, en el salmo 6,8), recordemos la tristeza de Jesús cuando María estaba afligida por la muerte de su hermano Lázaro (Jn 11,35), el amargo llanto de Pedro tras negar a su Maestro (Mt 26,75). Hoy podemos presenciar el llanto más desinteresado y sublime como manifestación de la conversión y el arrepentimiento, una vuelta radical del corazón y la mente de una persona hacia Dios a través de Jesucristo por el poder del Espíritu Santo: «Había en la ciudad una mujer pecadora [...] comenzó a llorar [...] y con sus lágrimas le mojaba los pies [a Jesús]» (Le 7,37-38). El pastor pentecostal David Wilkerson nos narra algunos ejemplos excelentes de las lágrimas de arrepentimiento y conversión en su ya clásico libro La cruz y el puñal.5 Finalmente, dentro del paralenguaje utilizamos gran número de emisiones de voz que actúan como palabras, tales como un gruñido aceptando algo de mala gana, 'Aaah' o 'Mmmm' que revelan indecisión o duda, espiraciones y aspiraciones audibles de ansiedad, un carraspeo de indecisión o tensión, un 'Mmm' agudo y suspirado para llenar un silencio embarazoso, o un sincero suspiro acompañado de un chasquido lingual conmiserativo, todo cuanto a veces podemos decir. 4 . Ibid., pág. 86. 5. The Cross and the Switchblade (Nueva York: Pillar Books, 1976). La cruz y el puñal, Mitmi, Editorial Vida, 1965. Más correcto sería 'navaja' para traducir 'switchblade,' la típica de las bandas callejeras. Gestos, maneras, posturas Kinésica es el término científico para 'lenguaje del cuerpo.' Hay una abundante literatura popular llena de generalizaciones simplistas y conclusiones superficiales que ignoran por completo los niveles más profundos de la interacción personal, como: 'Si se echa hacia atrás o cruza los brazos, está usted indicando falta de interés'. Podemos echarnos hacia adelante y a la vez mostrar, por la manera de dejar vagar la mirada de vez en cuando, o de mirar a la otra persona sin pestañear, que nuestro pensamiento está en otra parte. En otras palabras, interaccionamos en complejos o combinaciones comportamentales y son esas combinaciones, y no una sola conducta, las que transmiten mensajes y significados concretos. En cuanto a la conducta de la mirada, conviene recordar que debemos mantener un contacto ocular intermitente con la persona con quien estamos conversando, contacto que sirve como lo que se llama retrocomunicación y para calificar nuestras propias palabras y gestos. A través de nuestras miradas entrecruzadas establecemos una mejor intimidad para las confidencialidades y enfatizamos mejor lo que queremos que nuestro interlocutor comprenda si le miramos a los ojos. Hay ocasiones en que podemos hasta entendernos sin palabras con sólo mirarnos calladamente, sentados nosotros a una distancia íntima en la cama del enfermo. También debemos saber que no debemos nunca mirar a otro a los ojos cuando está tratando de revelar algo muy íntimo, hablar de algo que le resulta difíícil o embarazoso, o recordar cosas penosas. Para eso debemos concederles un cierto grado de 'intimidad visual.' Mucho más podríamos decir acerca de la mirada, pero baste con añadir que jamás debemos intercambiar miradas de entendimiento con otros delante del enfermo, pues son más vulnerables de lo que imaginamos a todo cuanto comunica. Los pacientes son conscientes de la importancia de la clase de ojos que ven al despertar después del tratamiento. Unos ojos de amor, de cuidado e interés se diferencian de los que 44 son impersonales o muestran irritación y disgusto. Nuestros ojos hablan oración. 6 Comunicando con el silencio, no temiéndolo Si nos comunicamos por el sonido de nuestra voz y los movimientos y posiciones de nuestro cuerpo, no podemos ignorar el potencial expresivo del silencio y de la quietud. Sin embargo, sí que lo ignoramos, sobre todo el silencio. ¿Por qué? Nosotros, los occidentales, no podemos soportar los silencios interactivos de más de unos pocos segundos, ya que nos provocan ansiedad. Hasta en la Biblia vemos cómo tememos el silencio de Dios: «Tú lo has visto, Yahvé, no te quedes callado. Señor, no estés lejos de mí» (Sal 35,22), «No permanezcas silencioso, ¡oh Dios!» (Sal 83,2). En Apocalipsis (o Revelación) 8,1 sentimos un ominoso silencio mientras los siete ángeles se están preparando para tocar sus trompetas, a lo que siguen una serie de ¡ayes!: «Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo, como una media hora». El silencio se equipara con la soledad y también con la soledad de un lugar y con la soledad personal. Una viuda canadiense ya mayor le aconsejaba a otra que acababa de perder a su marido: «¡Ah, sí, querida, tienes que tener la tele encendida!», y la viuda española que ahora vive en el piso de abajo se duele de que jamás nos oye y quisiera «sentirnos». El silencio con contacto ocular causa aún mayor ansiedad porque tenemos la sensación de que si nos estamos mirando tenemos que decirnos algo, y si nos miran se nos debe decir algo, lo que sea. Por eso tratamos de camuflarlo y, para llenar lo que nos parece un vacío, decimos cualquier trivialidad o carraspeamos. ¿No nos da miedo el silencio incluso cuando nos ponemos ante Dios en oración y ni siquiera podemos parar las palabras que nos decimos en nuestra mente? Como escribió santa Faustina Kowalska en su Diario: 6. ¥illiam S. Reed, Surgery ofthe Soul: Healing the Whole Person: Spirit, Mind andBody, pág. 148 (citando a su colega alemán, el psiquiatra Karlfried Graf Von Dürkheim). 3. Aspectos no verbales de la pastoral sanitaria 45 El silencio es un lenguaje tan poderoso que alcanza el trono del Dios viviente. El silencio es su lenguaje, aunque misterioso, pero poderoso y vivo (888). Te hablo de todo, Señor, callando, porque el lenguaje del amor es sin palabras (1489). La mayoría de las pausas que ocurren en la conversación están muy lejos de ser vacíos. Aunque no se diga nada verbalmente, podemos estar enviando todo tipo de mensajes corporales a través de una ligera expresión facial, un cabeceo conmiserativo, unos ojos al borde de las lágrimas o un sonrojo. Debemos darnos cuenta de que un silencio significativo durante nuestra visita no es un vacío o laguna, sino algo que es una parte importante de cualquier interacción, una elocuente declaración sin palabras de nuestro interés y amor por el enfermo cuando se ha alcanzado la verdadera comunicación y las palabras se hacen innecesarias. El influyente psiquiatra suizo cristiano Paul Tournier nos ofrece un emotivo ejemplo del uso terapéutico del silencio - y también del tiempo, mencionado más abajo- en uno de sus inspiradores libros, donde nos habla de una médica a quien habían llamado para ver a un enfermo muy grave: Ella se daba cuenta de que él no quería de ella un aluvión de palabras, ni exhortación, ni siquiera compasión; quería una compañía real y ardiente. Pasó con ella una hora entera en completo silencio, y esa hora fue para ella una de las más bellas de su vida.7 El libro del Eclesiastés nos asegura que hay «tiempo de callar y tiempo de hablar» (3,7), y esto es exactamente lo que ocurrirá si actuamos con el discernimiento que nos dará el Espíritu si verdaderamente deseamos ser guiados por él y le elejamos hacerlo. Distancia interpersonal y contacto físico Un importante aspecto no verbal de la pastoral de enfermos es lo que en la interacción social se llama proxémica, el estudio sobre todo del espaciamiento interpersonal y del tocarse. En la pastoral de enfermos quiere 7. Paul Tournier, A Doctor's Casebook in the Light ofthe Bible (Libro de casos de un médico a la luz de la Biblia), pág. 180, San Francisco, Harper & Row, 1974. 3. Aspectos no verbales de la pastoral sanitaria decir la distancia que mantenemos de nuestros pacientes durante la visita y cómo establecemos con ellos contacto físico. Casi siempre, tras haber discernido qué clase de persona tengo delante, me siento en un lado de la cama del paciente. Independiente de su sexo, edad o estado médico, a algunos les pido permiso para hacerlo, a otros no, y con otros no lo hago. Pero con la persona adecuada y en el momento adecuado, el mero hecho de sentarnos allí por iniciativa nuestra puede desarrollar un lazo instantáneo de algo en común creado al actuar con naturalidad con una persona que acoge con alegría esa forma de acercarse a ella un corazón compasivo. El tocar está estrechamente asociado con la compasión y con los milagros de sanación en toda la Biblia. Elias, Eliseo y Pablo se tendieron sobre el muerto (IR 17,21; 2R 4,35; Hch 20,10). Jesús tocaba a la gente de distintos modos para curar y, al menos en un caso, «toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos» (Le 6,19). Yo siempre saludo a los pacientes dándoles la mano, muchas veces pongo una mano sobre la suya, y casi siempre tengo cogida su mano mientras rezo porque me cuesta no hacerlo si, como dice Francis MacNutt, quiero «orar con la gente en lugar de sólo para ellos».8 Cuántas veces sentiremos la mano del enfermo apretándonos la nuestra, pues sienten nuestro amor por ellos. Una vez dio la casualidad de que no lo hice mientras oraba por Norbert, el oficial jubilado de las Fuerzas Aéreas que he mencionado antes, pero cuando terminé, él me buscó la mano que yo mantenía cerrada y le dio un cálido apretón. Lo hago con menos frecuencia en la unidad psiquiátrica, por si pudiera interpretarse mal o suscitar sentimientos no deseados, y en Maternidad, a menos que vea una clara necesidad o una personalidad muy abierta. También he podido sentir la necesidad básica de ese 'estar con' cuando ellos aceptan mi sugerencia (sin palabras) de cogernos las manos para orar; 8. MacNutt, Francis. The Prayer that Heals (La oración que sana), pág. 43, Notre Dame, Indiana, Ave María Press, 1981. 47 en cómo un hombre mayor, liberado de los prejuicios de la juventud, toma la iniciativa cuando le visito por segunda vez; o en cómo, cuando tengo la mano sobre la mano o el hombro de un hombre joven, él y su novia se cogen a la vez de la mano, satisfechos de mi visita. Por otra parte, no olvidemos que hay marcadas diferencias entre culturas en la conducta proxémica y en el tocarse. En algunas hay mucho más contacto físico (libaneses, magrebíes, hispanoamericanos, italianos, griegos, franceses, rusos), y en otras (Japón, Malasia) prácticamente ninguno pasada la infancia. Las lenguas de Ghana ni siquiera tienen una palabra para 'besar.' Sin embargo, en un grupo de oración en Tokio, de unas cien personas de la Renovación Carismática Católica, hermanos y hermanas de ambos sexos y de todas las edades se abrazaban con el mismo amor que he visto entre cristianos carismáticos de diferentes culturas y confesiones; y la misma experiencia tuve entre los médicos que asistían al congreso de la tan interconfesional Fundación Médica Cristiana Internacional, mencionada antes. El tiempo del enfermo y nuestro tiempo Otro aspecto no verbal de la pastoral de la salud es la duración de nuestras visitas y de lo que hacemos en ellas con nuestro tiempo: dar de comer a alguien (no necesariamente un paciente nuestro) cuando vemos que no puede hacerlo fácilmente solo y no está la enfermera, ahuecarle la almohada, llevar a algún sitio a alguien que va en silla de ruedas, o llevarnos a alguien adonde podamos estar tranquilos para orar por él y darle la Comunión. Una alumna de uno de mis cursos de comunicación no verbal estudió la cronémica -es decir, la conceptualización, percepción y estructuración del tiempo en la interacción social- en una residencia de ancianos. Se refería al 'entorno temporal' de los pacientes y a la diferencia entre las dos clases de tiempo: el tiempo real de reloj de los residentes (así como el del personal y visitantes que se relacionaban con ellos) y el 'tiempo psicológico,' es decir, cómo es percibido el tiempo: muy corto cuando lo estamos pasando bien, pero insoportable si estamos esperando algo o a alguien. 48 Puesto que este ministerio está dedicado a Jesús mismo, como él mismo nos asegura, pronto reconocí que tenía que darme yo mismo y no ir nunca con prisa. Es mejor no aceptar esta responsabilidad que llevarla a cabo con apresuramiento. Cada individuo merece el tiempo que necesite, ni más ni menos. Debemos procurar no parecer como si estuviéramos ya pensando en el siguiente enfermo, sino que hemos de medir el tiempo según nos dice el corazón, no nuestro reloj. Ser generosos con nuestro tiempo puede significar volver a una habitación más de una vez si es preciso. La primera vez que fui a ver a Pat, una enferma de cáncer, estaba hablando por teléfono, y más tarde la encontré durmiendo por dos veces, pero cuando volví por cuarta vez estuvimos hablando y oré por ella. Resultó que ese día quería recibir la Comunión, y agradeció mucho mi visita. A veces sentimos la necesidad de visitar a ciertos pacientes en días cuando tal vez no nos toque realmente estar en el hospital. Esto, más que un simple 'sentir que tenemos que ir,' puede ser del Espíritu. Tal vez ese día los otros agentes del equipo de pastoral no pudieron, por cualquier razón, llevar la Comunión a un paciente que la esperaba o que realmente necesitaba oración, o sus parientes nos estaban buscando a nosotros o a un sacerdote. Dios nos da a veces lo inesperado y nosotros debemos siempre estarle agradecidos por ello. Capítulo 4 LA ORACIÓN Y LA BIBLIA EN LA PASTORAL SANITARIA Mí palabra [...] no tornará a mide vacío, sin que [... ] haya cumplido aquello a que la envié (Is 55,11) Nuestro tiempo de oración Nuestra propia vida de oración se reflejará en nuestro ministerio con los que sufren: cuanto más llenos estemos del Espíritu Santo, mejor podremos darnos a otros. Para muchos, yo entre ellos, la mejor hora para la oración es por la mañana al levantarse. A esa hora nos equipa, protege y prepara espiritualmente para el día que nos espera, y la Biblia nos dice: «A ti, Señor, te invoco; de mañana me escuchas, de mañana me dirijo a ti» (Sal 5,4), «Yahvé, de madrugada va a tu encuentro mi oración" (Sal 88,14), «es preciso anticiparse al sol para darte gracias y salirte al encuentro a la aparición de la luz» (Sb 16,28), «Mañana tras mañana despierta mi oído para escuchar como los discípulos» (Is 50,4), y el mismo Jesús «de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó [...] se puso a hacer oración»» (Me 1,35). Nosotros vivimos en el mundo, y una de las cosas más difíciles de afrontar es que a menudo vamos de nuestro lugar de trabajo -donde tal vez nos molesten personas y situaciones que pueden quitarnos la paz- al hospital, donde la gente se enfrenta con la enfermedad, con la muerte y, en definitiva, 50 4. La oración y la Biblia en la pastoral sanitaria con nuestro Dios eterno. Es diferente ir a visitar a los enfermos directamente desde nuestra casa, donde podemos haber ya hecho oración y haber leído las Escrituras. Por eso siempre es necesario prepararnos con la oración, teniendo en cuenta que vamos a unirnos a esos pacientes y por tanto tenemos que protegernos nosotros mismos, nuestro corazón y nuestra mente, de todo aquello que pueda minar la eficacia de nuestro ministerio. era católico. Antes de ofrecerme yo, la familia me pidió que entrara. La habitación estaba llena de parientes, todos en silencio; únicamente se oía la respiración fatigosa del padre. Primero recé por él. Pedí que sus familiares le ofrecieran el sufrimiento de aquel hombre y su propio sufrimiento a Jesús, que había muerto por él y por cada uno de nosotros. Oré para que Dios le diera su paz. Rezamos todos el Padre Nuestro y el Ave María, y cinco o seis de ellos recibieron la Comunión. Cuando no nos sentimos con ganas de visitar Puede ocurrir que lleguemos al hospital agobiados por algo que no deberíamos haber llevado con nosotros y que nos hace sentirnos indignos de atender a nuestros hermanos y hermanas en el nombre de Jesús. Una noche me sentía fatal. Hasta me quedé sin el rato de oración con mi mujer porque no hice el esfuerzo, como lo he hecho otras veces, de simplemente sentarme allí y unirme a ella en oración. Nada bueno podía venir de esa actitud. A la mañana siguiente, un sábado en que yo era el único católico de pastoral, cuando abrí el sagrario de la capilla del hospital para coger mi píxide, me arrodillé y dije: Señor Jesús, perdóname por venir así. Ya sé que hoy soy aún más indigno que otras veces de servir a mis hermanos y hermanas en esas plantas. Pero, Señor, lo siento, soy el único a quien tienes esta mañana, nada mejor. Así que, Señor, te ruego que no dejes que esas personas sufran las consecuencias de mi pecado. Perdóname y limpíame, Señor. Déjame ir con tu bendición, Señor. Te amo, Señor, en mi debilidad y en mi nada. Gracias, Señor. Y subí a la segunda planta. Mi primer paciente estaba en Cuidados Paliativos, era una mujer de gran fe y con gran confianza en Dios, a quien expliqué cómo me sentía y que me levantó el ánimo sólo con hablarme de ella misma. Más tarde, en Pediatría, encontré a una niña muy sonriente de cinco años, por la que habíamos intercedido en casa. Sentí el amor de Jesús por ella, y la nube que cubría mi corazón y mi mente se disipó. Dios es tan fiel, «¡grande es tu lealtad!» (Lm 3,23). Otro día tuve que hacer algunas visitas muy especiales, particularmente una con toda una familia cuyo padre tenía que estar en nuestra lista, pero no aparecía en ella. Primero me sentí llamado a hablar con uno de los hijos, que estaba en el pasillo, y me enteré de que su padre estaba muriendo y 51 Desde entonces supe que si volvía a llegar al hospital con alguna carga, que evidentemente no viene de Dios, empezaría a levantárseme como la niebla de mañana si me arrodillaba ante Jesús Sacramentado. Minutos después él se uniría a mí allá donde yo fuera. Cuando una vez en su casa de Calcuta le pregunté a la Madre Teresa, mirando a las hermanas cuando salían de su capilla, cómo tenían la energía para hacer lo que hacían día tras día, ella, mirando hacia al sagrario, me contestó: «Sólo el recibir a Jesús en la Comunión puede darles la fuerza cada mañana». Orando antes de visitar El siguiente paso es lapreparación antes de empezar a visitar a los enfermos. Lo mismo si somos parte de un pequeño equipo como si lo hacemos individualmente, debemos orar desde el corazón de una forma así: Padre, venimos ante ti con alabanza y gracias por permitirnos atender a nuestros hermanos y hermanas en nombre de tu Hijo Jesús, y para pedirte que bendigas cada una de nuestras visitas. Libéranos de todas las distracciones que traemos de fuera y llénanos de tu Espíritu para que podamos atenderlos como tú quieres. Te los encomendamos, Señor, sabiendo cuánto los amas. Prepara sus corazones y sus mentes y está con nosotros en esas habitaciones. Oramos especialmente por los nuevos pacientes, para que no nos rechacen, Señor, y por los que lo hacen. Espíritu Santo, está con nosotros, ora con nosotros. Y a ti, Madre María, te pedimos tu intercesión, sabiendo que sólo quieres acercarlos a tu Hijo Jesús. En el nombre de Jesús. Amén. Debemos de confiaren la misericordia de Dios y pedirle que abra los corazones de esos pacientes, sabiendo que, pase lo que pase después, él escucha nuestra oración antes de las visitas, y recordando cómo «el Señor había abierto su corazón para atender a las cosas que Pablo decía» (Hch 16,14). 52 Orando con el enfermo: aspectos verbales y no verbales Hay dos componentes estrechamente relacionados en nuestro orar con los pacientes: el verbal y el no verbal. Sin palabras, comunicamos una actitud al sentarnos en su cama o quedándonos de pie mientras oramos. Cada persona es diferente. No hay que explicar nada para coger una mano o asir un hombro. A veces puede convenir justificar el que toquemos una pierna, un brazo o una espalda que están mal simplemente refiriéndonos a Jesús y diciendo: «impondrán las manos sobre los enfermos» (Me 16,18). Este ejemplo del mismo Jesús puede ser un descubrimiento para muchos al hacerles conscientes de la legitimidad de una manera bíblica y cristiana tan básica de rezar con alguien. De nuevo he de decir que ni una sola vez he detectado la menor incomodidad en un paciente por tocarle: todo lo contrario, algunas veces su propia mano apretando, buscando o permaneciendo sobre la mía, expresa sus sentimientos, con o sin palabras. En cuanto a la oración oral, la mejor es, sin lugar a dudas, la espontánea, tal como les hablamos al Padre y a Jesús cuando oramos en privado, presentando las necesidades del enfermo con sencillez según su situación concreta. Nunca habrá dos iguales. Aun cuando nos encontremos entre los que sufren de la misma enfermedad, uno la lleva bien y con fe; otro está lleno de ansiedad, deprimido o descorazonado; a otro le atenaza el miedo; otro es víctima de heridas de su pasado; otro se siente solo; otro está afligido por la muerte de un ser querido. Habrá veces en que no sepamos qué hacer, sin conocer las causas que aquejan a un paciente además de la enfermedad. Pero si oramos: 'Señor, te presento las necesidades de mi hermano/hermana,' reconociendo su amor y misericordia, sabemos que «el que escudriña los coraiones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los santos según la voluntad de Dios» (Rm 8,27). En otras ocasiones puede que nos pidan que oremos por otra cosa que no sea la enfermedad. Una vez, por ejemplo, después de orar por una mujer, su marido me pidió que, por favor, rezase por una situación económica en la que a él le estaban tratando muy injustamente. Aunque siempre rezo espontáneamente y de manera diferente con cada persona, me gusta empezar diciendo: 'Gracias, Señor, portraerme hasta mi hermano/a N.,' muy a menudo seguido de algo como: 4. La oración y la Biblia en la pastoral sanitaria 53 Te doy gracias, Jesús, por tu presencia, porque sabemos que tú siempre cumples tus promesas, y tú dijiste: "donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." Por eso, Señor, N. y yo te damos gracias por tu presencia. Si por cualquier razón siento que debo ser breve y tal vez sólo dar la Comunión, empiezo: 'Pongámonos un momento en la presencia del Señor. Mi hermano/a N. y yo te damos gracias, Señor...'. Quisiera señalar que aun cuando no estemos acostumbrados a la oración espontánea podemos estar seguros de que, si nos ocupamos en este ministerio por amor al Señor y a los enfermos, aprenderemos pronto a simplemente expresar con palabras lo que estamos diciendo en nuestro corazón, de una forma que variará con cada persona de manera natural. El Espíritu Santo nos dará palabras, ayudándonos a crecer en esta forma de orar tan importante. A menudo iremos a ver a un paciente y nos encontraremos con que está ocupado con el médico o la enfermera, y podremos o no podremos volver. A veces sentimos que esa persona se encuentra en gran necesidad de oración. El hecho de que no podamos acercarnos al paciente no es excusa para marcharnos sin haber rezado por él. La primera vez que encontré a un enfermo en aislamiento total en Cuidados Intensivos, no hice más que quedarme de pie cara a él junto a su puerta de cristal y encomendarle a Dios. En otras ocasiones me ha ocurrido que, si por la gravedad de su estado no se podía visitar al paciente, o se estaba sintiendo muy mal, no me he acercado siquiera a decirle nada. Una vez visitaba a una mujer de mediana edad que llevaba muchos puntos en el cuello y estaba con una náusea terrible. Sólo le dije que era de la pastoral de enfermos y que volvería más tarde, y me quedé de pie fuera de la puerta pidiéndole a Dios que la aliviara y le permitiera descansar. Pocos minutos después me asomé a mirarla y estaba tranquilamente dormida. En ambas ocasiones vemos que, si el paciente claramente necesita oración, nada puede impedirnos que le encomendemos a Dios y que, como siempre, le dejemos los resultados a él. 54 Nuestra lectura personal de la Biblia Si una condición previa para la oración espontánea 'personalizada' es nuestra propia oración personal, hemos de reconocer que ambos tipos de oración, y por tanto también nuestro ministerio con los enfermos, serán más profundos y ricos si los complementamos diariamente con la lectura personal y orante de la Biblia, la Palabra de Dios, donde él nos habla a cada uno personalmente. Por consiguiente, no debemos limitarnos a oírla cuando nos la leen en la Santa Misa, sino que debemos ser lectores asiduos, siguiendo la interpretación de nuestra Iglesia, pues «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo».1 Andrew Murray, el gran escritor piadoso sudafricano y pastor de la Iglesia Reformada, que habló y escribió mucho sobre la oración y «el pecado de la falta de oración», recalcaba que nuestro estudio piadoso de la Biblia es indispensable para una oración con fuerza.2 Nuestra oración con los que sufren necesita tener fuerza, no en la voz sino en profundidad, así como en íntimo contacto con Jesús y con el Padre. Así pues, necesitamos conocer la mente del Dios del Antiguo Testamento, un Padre amante que nos llama constantemente a nosotros, su pueblo, para santificamos y preparamos para la salvación, anunciando la venida de Jesús cientos de años antes de que ocurriera y dándonos la verdad que es para todos los tiempos y como respuesta a cualquier-pregunta sobre él, sobre nosotros y sobre los demás. Jesús nos dice que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4); así pues, la lectura de la Biblia es una necesidad, no una opción. Además, pensando en los muchos problemas de toda índole con que nos enfrentamos en nuestra interacción con los pacientes y en nuestra propia vida, no dudemos que, como dice muy bien Billy Graham en su ya clásico Paz con Dios, «el origen del noventa y nueve por ciento de las dificultades que experimentarás como cristiano puede relacionarse con la falta de 1. Constitución dogmática sobre la divina revelación, "Dei Verbum", n. 25 2. Murray, que murió en 1918, escribió muchos libros, entre ellos The Prayer Life (La vida de oración), Springdale, PA, Whitaker House, 1981. 4. La oración y la Biblia en la pastoral sanitaria 55 estudio y lectura de la Biblia»,3 es decir, que como Palabra de Dios que es -y, repitamos, fieles a la interpretación de la Iglesia, a lo cual el mismo Espíritu nos ayudará si le encomendamos nuestra lectura-, puede damos el discernimiento y la sabiduría necesarios para reconocer esos problemas y hacerles frente según su voluntad y no la nuestra. Y si cualquier cristiano debe leer la Biblia asiduamente, cuánto más los que están dedicados a servir a sus hermanos en la pastoral sanitaria, para sacar del inagotable pozo de la palabra de Dios, donde encontramos a Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) como nuestro Protector (Sal 18,3), nuestro «maravilla de Consejero» (Is 9,6), nuestro Maestro (Mt 23,10), nuestro Consolador (2Co 1,3) y nuestro Guía (Hch 13,4). Además, hay muchas ocasiones en nuestro ministerio en que necesitamos asimos a «la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Ef 6,17), sabiendo exactamente lo que queremos decir. Es sólo por nuestra propia lectura diaria de la Biblia con nuestra Iglesia como tendremos suficiente sabiduría para afrontar situaciones con el discernimiento para saber lo que está bien y lo que está mal y lo que va contra los mandamientos de Dios. ¿Cómo podemos cumplir nuestra obligación de ser testigos de Dios si no podemos transmitir a nuestros hermanos lo que dice la Biblia sobre algo, puesto que «la fe viene por la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo» (Rm 10,17). Nuestro ministerio con la Biblia y basado en la Biblia Tras estas reflexiones sobre la íntima relación entre la oración y la lectura personal de la Biblia, vemos que la Palabra de Dios es una herramienta 3. Durante más de veinte años ha sido una verdadera bendición para nuestro crecimiento espiritual (y para nuestro ministerio de pastoral) The Word Among Us (editada en EEUU para casi un millón de lectores por una comunidad católica de sacerdotes y seglares), bimensual en español como La Palabra entre Nosotros. Además de disciplinarnos en la lectura diaria de la Biblia, nos permite hacerlo con nuestra Iglesia, ya que (además de artículos para nuestro crecimiento espiritual) indica las lecturas de la misa diaria y ofrece una meditación muy ungida por el Espíritu. Dirección: LaPalabra entre Nosotros / 9639 Dr. Perry Road, 126 / Ijamsville, Maryland 21754-9900 /EEUU. Fax: 1-301-831-1188. 56 4. La oración y la Biblia en la pastoral sanitaria indispensable en la pastoral de la salud. Mi primer día en el hospital había olvidado mi Biblia. La echaba de menos. Sabía que la mayor parte del tiempo no la hubiera leído realmente, sino sólo citado o tal vez parafraseado. Sin embargo, si llevo la Biblia conmigo discretamente, sé que, en caso necesario, puedo abrirla, leer algo de ella y mostrar cómo el Señor quiere hablar, por ejemplo, a una nueva madre y a su niño con el salmo 139,13-16, siempre un feliz descubrimiento para esos padres que encontramos en Maternidad, cuando a menudo esas hermosas palabras del niño a su creador les traen lágrimas a sus ojos. Y equipados sí que tenemos que estar en todo momento con «el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Ef 6,17), sabiendo que Me resultaría difícil mi ministerio si no estuviera familiarizado con la Palabra de Dios y no la leyera diariamente. Cuántas veces, después de leerla en actitud de oración por la mañana,4 he tenido la oportunidad de compartirla con alguien. Y es una gran bendición para el ministerio pastoral porque a menudo leemos justo lo que necesitaremos más tarde para determinados pacientes. Es también una forma de mantenerlos en contacto con la Iglesia, especialmente los domingos. Un domingo me dijo un paciente que no quería la Comunión porque había estado alejado de la Iglesia muchos años; la lectura del Evangelio de ese día era Mt 20,1-16, sobre los trabajadores que llegan tarde a la viña. Otras veces, para asegurarle a un paciente cínico o desesperanzado del amor que Dios le tiene a alguien 'como él', puede que recurra a Le 15,1-7, la parábola de la oveja perdida, o lo que sigue en el resto de Le 15, la parábola del hijo pródigo. Podemos estar seguros de que si las Escrituras son nuestro pan diario, Dios nos dirá, como dijo a Ezequiel cuando le hizo comerse el rollo: «ve luego a hablar a la casa de Israel y habíales con mis palabras» (Ez 2,9, 3,1, 4). Indudablemente, estaremos mejor equipados para llevar a cabo nuestro ministerio, puesto que Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar e n lajusticia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena (2Tm 3,16-17). 4. Billy Graham, Peace With God (Taz con Dios'), pág. 168, Word Publishing, 1995. 57 la palabra de Dios es viva, eficaz y tajante [...] y penetra hasta la división del alma y del espíritu [...] y discierne los sentimientos y las intenciones del corazón (Hb 4,12). La ex-enfermera psiquiátrica Barbara Shlemon, hoy muy conocida en el ministerio de sanación y como predicadora y conferenciante católica, anima a «los visitadores de enfermos voluntarios» diciendo haber «escuchado incontables testimonios de personas cuya enfermedad empezó a desaparecer cuando invocaban el poder de un pasaje de las Escrituras».5 No estoy en modo alguno sugiriendo un enfoque de la Biblia sin discriminar, pero sí que seamos totalmente conscientes de su importante función en la pastoral de enfermos, no sólo para nosotros o para el clero, sino para los mismos médicos y enfermeras, con quienes formamos un equipo que atendemos a toda la persona. Por eso las enfermeras Sharon Fish y Judith Alien Shelly hacen hincapié en que «uno de los medios personales de la enfermera es el conocimiento de las Escrituras [..] poder consolar y utilizar las Escrituras terapéuticamente», confirmado por organizaciones médicas como la Medical Foundation International y la Association of Christian Therapists. Me apresuro a añadir que no podemos leer la Biblia indiscriminadamente a los que están sufriendo, pues El aplicar pasajes de la Biblia demasiado pronto puede crear innecesarias barreras para la comunicación [...] aumentar aún más la expresión de las necesidades [...] comunicar un Dios impersonal que tiene respuestas fáciles para toda pregunta, pero se niega a preocuparse de los verdaderos sentimientos y frustraciones délos seres humanos sufrientes que necesitan una comprensión compasiva. Para un paciente que tiene muy poco conocimiento de la Biblia y que tal vez cuestione la existencia de Dios y su participación en su 5. Barbara Shlemon, To Heal as Jesús Healed (Sanr como sanaba Jesús), pág. 43, Notre Dame, Indiana, Ave María Press, 1978. 58 4. La oración y la Biblia en la pastoral sanitaria vida, las respuestas fáciles de las Escrituras pueden servir para alienarle aún más de Dios.6 No hay nada que no podamos encontrar en la Palabra de Dios. Dios parece incluso advertirnos contra el citarla inoportunamente en la sarcástica reacción de Job ante los intentos de sus amigos para enseñarle sin empatia alguna en medio de su sufrimiento: «En verdad vosotros sois el pueblo, con vosotros la Sabiduría morirá» (Jb 12,2). Así que debemos tener cuidado de cuándo, cómo y a quién transmitimos las palabras de Dios, pues utilizadas fuera de tiempo pueden hacer más mal que bien y tal vez oigamos a alguien casi citando literalmente a Job: «¡He oído muchas cosas como esas! ¡Consoladores funestos sois todos vosotros!» (Jb 16,2). Sin embargo, después de advertir a sus colegas contra el usar la Biblia indiscriminadamente, Fish y Shelly animan a recurrir a lo que ellas llaman «pasajes de identificación», y relatan varios casos en los que los pacientes podían identificarse con las situaciones y necesidades que encontramos en ellos. El consejo de estas autoras sugiere, por lo tanto, que los agentes de pastoral deben discernir cuándo deben dejar que Dios hable directamente a sus pacientes, pues, cuando se usa la Palabra de acuerdo con su voluntad, Dios dice: «la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí sin resultado, sin haber hecho lo que yo quería y haber llevado a cabo su misión» (Is 55,11). ¡Cuántas veces he visto esto! Como cuando me vino a la oficina de pastoral un muchacho, novio de una paciente que iba a tener un parto muy peligroso, y estaba alteradísimo; pero cuando, tratando de calmarle, conseguí que se sentara a mi lado, además de algún otro consejo apropiado para su caso, le leí Romanos 8,28, Filipenses 4,6-7 y el salmo 139,13-16, y se le fue la ansiedad; y cogiéndome las dos manos me dijo: «¡Ya me siento mejor!». Añadiré que con frecuencia, y significativamente, puedo ver que el tener la Biblia en el hospital es algo que fomenta la buena comunicación y 6. Sharon Fish, and Judith Alien Shelly. Spiritual Care: The Nurses's Role (Atención espiritual: la función de las enfermeras), págs. 110, 111, Downers Grove, InterVarsity Press 1978. 59 comprensión entre los no católicos y yo y entre ellos y mis pacientes católicos cuando son compañeros de cuarto, cosa ya no infrecuente en los hospitales españoles. El ayuno como complemento bíblico a la oración ¿Suena la mera mención del ayuno como una exageración en el contexto de la pastoral sanitaria? No cuando continuamos intercediendo por nuestros hermanos y hermanas enfermos en nuestro tiempo de oración. Cuando eran ellos los enfermos, vestía de sayal, me humillaba con ayuno y en mi interior repetía mi oración (Sal 35,13). Puede que habitualmente guardemos un día de ayuno durante la semana, como hacen muchos cristianos de las diferentes Iglesias, en cuyo caso podemos ofrecerlo por los pacientes; o podemos querer hacer algo más de esfuerzo en casos particulares. Sabemos que el ayuno es el complemento de la oración prescrito por Dios, como nos dice el libro de Tobías: «Buena es la oración con ayuno» (Tb 12,8). A través de todo el Antiguo Testamento encontramos numerosas enseñanzas sobre los objetivos y efectos del ayunar, bien personal o colectivamente: durante el tiempo de duelo (2S 1,12), para pedir protección (Esd 8,21; Est 4,6; 2Cro 20,2-3), en señal de arrepentimiento (IR 21,22, 27; Jl 2,12; Jon 3,5), para petición (2S 12,15-16, aunque ineficaz para David, según la voluntad de Dios) y como intercesión (Sal 35,13; Dn 9,3-5). En el Nuevo Testamento, Jesús, que nos asegura: «No penséis que he venido a abolir la ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17), ayunó él mismo para fortalecerse en el Espíritu (Mt 4,2), nos dice cómo ayunar (Mt 6,16-18), nos amonesta por no hacerlo (Mt 17,21; Me 9,29) y nos aclara que ahora, después de que él nos ha redimido en la cruz, es el tiempo de ayunar (Mt 9,15). Más tarde vemos que sus apóstoles, siguiendo la tradición del Antiguo Testamento y el ejemplo de su Maestro, reforzaban su oración con ayuno (Hch 13,2-3; 14,23; 15,23), y san Pablo lo menciona como acto meritorio «como ministros de Dios» (2Co 6,4-5, 11,27). 60 4. La oración y la Biblia en la pastoral sanitaria En la Didaché o Escritos de los Doce Apóstoles7 el escrito cristiano más antiguo aparte del Nuevo Testamento se recomienda el ayuno en miércoles y viernes. Para John Wesley, el gran fundador de la Iglesia Metodista en el siglo XVII, era una condición para ordenar a sus ministros, y el rey inglés de su tiempo proclamó un día de oración y ayuno (como hace el rey Josafat en 2Cro 20,2-3) para protegerse de la invasión francesa. Pablo VI nos exhortó al ayuno en su encíclica sobre la penitencia. en Cuidados Intensivos con unos familiares que lloran la muerte de un paciente. Aunque haya orado antes con esa persona, lo que ellos necesitan en ese momento es lo que puede llamarse consejo espiritual, por ejemplo, hablandoles del amor incondicional e incuestionable de Dios por el paciente, de que él ha permitido que las cosas hayan ocurrido así, el sufrimiento de Jesús en la cruz por esa persona querida, y la necesidad que ellos, sus familiares, tienen ahora de tener en cuenta las palabras de Flp 4,7 y buscar esa paz de Dios «que supera todo conocimiento [que sobrepasa toda inteligencia] [y que] custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». Naturalmente, no podemos acercarnos del mismo modo a cualquier familia en esta situación, pero, con experiencia, sí que veremos cuándo apreciarán cierta forma de oración. Hoy día el ayuno, según lo admita cada uno, ha recobrado gran importancia en la vida espiritual ordinaria de muchísimos cristianos, los cuales han descubierto sus frutos, con la particularidad de que se tiene conciencia de la posibilidad de privarse de las cosas que a uno le atraigan más (ej., la televisión, el tabaco), si el hacerlo con la comida no supone ningún sacrificio o no lo permite la salud.8 Los agentes de pastoral pueden también enriquecer su vida espiritual y la eficacia de su ministerio de intercesión ofreciendo al Señor este sacrificio personal. Pastoral de enfermos y consejo no profesional Las normas que recibí como voluntario pastoral laico católico hacían constar que estábamos allí «para asistir a los sacerdotes de la zona en la atención a las necesidades físicas, psicológicas, sociales y espirituales de los pacientes y sus familias durante el período de enfermedad o daño [...] refiriendo a los pacientes a los profesionales (como sacerdotes [...]) cuando se vea la necesidad de orientación». La mayoría de nosotros no somos consejeros profesionales y no debemos precipitarnos a asumir tal responsabilidad, ni usurpar la función del sacerdote o religioso. Pero a veces una visita de pastoral requiere lo que sólo podríamos llamar orientación. Por ejemplo, puedo encontrarme 7. En Didaché, DoctrinaApostolorim, Epístobdel Pseudo-Bernabé (ed. por J.J. Ayán Calvo). Nuevas Fuentes Patrísticas, 3, Madrid, Editorial Ciudad Nueva, 1992. 8. Para los católicos, aparte de las pocas ocasiones en que se prescribe estrictamente. 61 En alguna ocasión en que la familia esperaba llena de ansiedad en el saloncito contiguo a Cuidados Intensivos de mi hospital, les he invitado a pasar a la capilla (también al lado) y ante el sagrario he orado con ellos por el paciente. De cualquier modo, si dejamos que el Espíritu nos guíe podemos estar seguros de que él nos inspirará la actitud y oración apropiadas para cada clase de personas en el momento apropiado. Aunque por norma no debemos nosotros tomar la iniciativa de crear una situación de consejo, es también cierto que a veces nos enfrentamos con una gran ansiedad que sabemos que posiblemente aliviemos hablandoles, lo cual he experimentado muchas veces. Pero hay también ocasiones en que deberemos referir al paciente a un sacerdote. Claro que esto requiere a menudo un poco de orientación preliminar si el paciente inicia un tema concreto o empieza a hablarnos de sus problemas, y en ese momento tenemos dos alternativas: una, evitar ofrecer una opinión o aconsejar, limitándonos a escuchar con empatia, pero con 'discreción,' es decir, de una manera desligada y bastante inútil, en lugar de aceptar nuestra pobreza y actuar a través de ella confiando en un Dios que nos acompaña; o podemos ayudar a nuestros hermanos utilizando el discernimiento que hemos ganado por el conocimiento de las Escrituras y, para un católico, del Catecismo (gran parte del cual puede aplicarse a cualquier cristiano). 62 4. La oración y la Biblia en la pastoral sanitaria Hay ocasiones en que digo a los pacientes que deberían hablar a un sacerdote, especialmente cuando veo, por ejemplo, que la confesión sacramental es la solución, o que han estado alejados de la Iglesia mucho tiempo. Pero a menudo, precisamente porque no se encuentran preparados para ello aún, no quieren hablar 'con un cura,' pero sí podremos tal vez 'conducirles' hasta uno. Si siento en mi corazón que estoy ayudando al sacerdote en este ministerio, digo lo que tengo que decir y el resultado se lo dejo al Señor. Cuando sabemos que lo que decimos no se basa en la manera que el mundo tiene de mirar las cosas, sino en la manera de Dios y de su Palabra, no podemos equivocarnos. Splendor ('El esplendor de la verdad'), contienen las respuestas, y nosotros, como católicos al cuidado de ellos, tenemos la obligación de responder a esas preguntas. Una vez una mujer joven me dijo que hacía años que no iba a la iglesia y que no le apetecía comulgar. No pude evitar ver en ella a la oveja descarriada que por un momento estaba acercándose al redil. Le hablé del gran amor que Dios le tenía, de su compromiso como católica que había recibido los sacramentos, y de cuánto mejor se sentiría si se decidiera a volver a la Iglesia, ponerse en contacto con un sacerdote y vivir como una cristiana en su Iglesia. A la mañana siguiente, cuando el marido estaba a punto de llevársela a casa, me hablaron los dos en un tono muy amistoso y él me dijo de manera muy significativa que ella le había hablado de mí... ¿Hubiera sido mejor si me hubiera abstenido de aconsejarle al faltar una persona más 'profesional'? En otra ocasión, sólo después de hablar bastantes veces con un muchacho y darle varias cosas para leer, pude hacer que viera a un sacerdote para confesar y que empezara a asistir a misa y recibir la Comunión. Debemos recordar una vez más que Dios nos dice en Is 55,11: «mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié». Podemos intentar plantar la semilla y él la hará crecer si esa es su voluntad. Hay muchísimo material basado en la Biblia del que podemos beneficiarnos para este tipo de orientación circunstancial. Los católicos tienen su nuevo Catecismo, un tesoro doctrinal con el que todo agente de pastoral debe estar familiarizado, lo mismo que debe estarlo con las encíclicas del Papa, que escribe para todos nosotros. A menudo los pacientes hacen preguntas sobre moral, para lo cual el Catecismo y la encíclica de 1993, Veritatis 63 A veces esta orientación puede requerir cierto seguimiento, dándoles tiempo para recapacitar sobre nuestra conversación o para leer algo que les hayamos prestado y darnos su reacción. Y podemos hacer eso fuera de nuestras horas de visitas, tal vez ya en su casa. En cierta ocasión encontré a una paciente que había recibido ya mal consejo. Me dijo que ya no iba más a misa los domingos porque sus amigos, «muy buenos católicos», le habían dicho que «no le estaba permitido asistir a misa porque estaba divorciada». Me sentí indignado y dolido, viendo su estado de amargura y su complejo de culpabilidad. Le aseguré que por supuesto podía ir a misa y recibir los sacramentos, siempre que no estuviera casada de nuevo sin haber conseguido la nulidad para su matrimonio, y que podía y debía hacer uso del sacramento de la Reconciliación, y la animé a ver a un sacerdote. No podemos limitarnos a escuchar como muñecos compasivos cuando los pacientes comparten con nosotros cosas que llevan en lo profundo de su corazón y que les duelen más de lo que ellos mismos creen. ¿Cómo podemos demostrar que somos escuchadores compasivos si no exteriorizamos esa compasión? Naturalmente, debemos estar preparados, y cimentados en la Palabra de Dios. Y este conocimiento se adquiere sólo con la lectura y meditación diarias de las Escrituras, como debe hacer todo cristiano, así como con la lectura de materiales basados también en la Biblia. Muchas cuestiones que no pueden resumirse aquí surgen durante nuestras visitas cuando menos lo esperamos. Mencionaré sólo una cuya dimensión espiritual es ignorada por la mayoría de la gente: el fumar. He visto pacientes con cáncer de pulmón que no pueden liberarse de esa esclavitud, y uno de los primeros alumnos que yo tuve en un instituto español murió hace años de tanto fumar. Recuerdo a un especialista en cirugía torácica enseñando a sus colegas en el congreso de la Christian Medical Foundation una diapositiva de los tejidos pulmonares de una fumadora normal, y diciendo con un nudo en la garganta: «¡Si al menos nos creyeran!». 64 Para animar a los enfermos fumadores a quitarse del tabaco les cuento cómo mi mujer, que fumó durante veinte años sin poder dejarlo a pesar de su gran fuerza de voluntad, lo consiguió cuando un día se enfrentó con Dios con el cigarrillo en la mano y le dijo: «¡Señor, si tú quieres que lo deje, hazlo tú, porque yo no puedo!». En ese momento lo dejó en el cenicero y nunca más fumó ni tuvo el deseo de hacerlo. En cuanto a la gravedad moral del fumar, me refiero siempre a las palabras de San Pablo: «¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios y que no os pertenecéis» (ICo 6,19). El Catecismo nos dice: «La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás y el bien común» (CCE 2288), y «debemos evitar toda clase de excesos, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas» (CCE 2290). Luego está claro que nadie puede decir, como dicen algunos, «¡De algo hay que morir!», puesto que el fumar es elegir conscientemente una posible forma de morir. Como agentes de pastoral, si deseamos hacer la voluntad de Dios y ayudar a que otros la hagan también, podremos ser testigos de sus promesas: El Señor Yahvé me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora (Is 50,4). Capítulo 5 EL MINISTERIO SACRAMENTAL EN LA PASTORAL SANITARIA Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío (Le 22,19) La Comunión: nuestra maravilla como ministros de la Eucaristía y la reeducación de los fieles La Iglesia primitiva consideraba la Eucaristía como el sacramento ordinario de sanación, puesto que nuestro Señor Jesucristo se hace uno con nosotros de modo que podemos decir: «es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). A través de la Eucaristía él quiere ser uno con nosotros, física y espiritualmente. Sobre el valor de la Comunión como fuente de fuerza para quienes sufren tenemos las palabras del propio Jesús en sus revelaciones privadas a santa Faustina Kowalska: has de saber que la fuerza que tienes dentro de ti para soportar los sufrimientos la debes a la frecuente Santa Comunión; pues ven a menudo a esta fuente de la misericordia y con el recipiente de la confianza recoge cualquier cosa que necesites. ' Cuánto mejor podríamos beneficiarnos de este maravilloso misterio si recibiéramos siempre el cuerpo de Cristo como debemos, hasta esperando la sanación de nuestras enfermedades de cuerpo, mente y espíritu. El Catecismo, refiriéndose al mandato de Jesús, «Curad a los enfermos» (Mt 10,8), nos asegura: 1. Diario, 1487 5. El ministerio sacramental en la pastoral sanitaria 66 la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos [...] actúa [...] de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf. Jn 6,54,58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa san Pablo (CCE 1509). P o r eso T o m á s d e K e m p i s , el f a m o s o s a c e r d o t e h o l a n d é s del siglo XV, nos dice que Tanta es a veces esta gracia, que de la abundancia de devoción que da, no sólo el ánima, mas aun el cuerpo flaco siente haber recibido fuerzas mayores.2 En su Camino de Perfección, una de las obras místicas de santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, relata cuántas veces se veía libre del dolor físico nada más recibir «este santísimo Pan» (XXXIV, 6), pues, como escribe ella: Pues si cuando andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéramos, pues está en nuestra casa? (XXXIV.8) [...] no perdáis tan buena sazón de negociar, como es la hora después de haber comulgado (XXXIV.10).3 En nuestros días, la monja irlandesa Briege McKenna, muy llena del Espíritu (a quien tuve ocasión de conocer en un seminario sobre sanación en 1978), escribiendo sobre la Eucaristía relata algunos sorprendentes milagros presenciados por ella durante la Misa.4 A menudo, cuando doy la Comunión hago hincapié en las palabras «[...] y mi alma sanará» o «sanaré». ¡Qué gran instrumento de amor y compasión es este en la pastoral de enfermos, junto con la Palabra de Dios! 67 Diariamente se humilla [...] desciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote. Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan consagrado [...] con la vista corporal veían solamente su carne, pero con los ojos que contemplan espiritualmente creían que El era Dios, así también nosotros, al ver [...] el pan y el vino, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero. Y de esta manera está siempre el Señor con sus fieles, como él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20).5 En su Vida, santa Teresa, que recibía frecuentes visiones de Jesús, nos dice cómo se sentía al haberle recibido en la Comunión: Cuando yo me llegaba a comulgar, y me acordaba de aquella majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento, y muchas veces quiere el Señor que le vea en la Hostia, los cabellos se me espeluznaban y toda parecía me aniquilaba. ¡Oh Señor mío! (XXXVIII. 19).6 Un siglo después, santa Margarita María Alacoque escribía sobre cómo ansiaba hacerse religiosa para poder comulgar más a menudo, y cómo se sentía antes y después de la Comunión (lo que ciertamente nos hace examinar lo que hacemos nosotros antes y después de recibir a Jesús): Las vísperas de la comunión sentíame abismada en tan profundo silencio, que ni hablar podía, sino violentándome, a causa de la grandeza de la acción que debía ejecutar, y cuando ya había comulgado, ni siquiera beber, ni comer, ni ver, ni hablar: ¡tan grandes eran la consolación y la paz de que gozaba!7 El primer día que llevaba mi píxide con las formas consagradas, me sentía como alguien muy especial por el gran privilegio de llevar el cuerpo de Jesús como lo llevan sus sacerdotes. Y me venían a la mente las palabras del gran san Francisco de Asís, del siglo XIII, en sus Admoniciones, sobre la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento: Por la relación que establecemos con nuestros pacientes cuando les llevamos la Comunión, podremos medir nuestra propia relación con Dios, pues en esta tarea tan única, que realizamos en su servicio, respondemos al mandamiento «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18), confirmado por Jesús (Mt 2,39). 2. Tomás de Kempis, Imitación de Cristo (trad. de Fray Luis de Granada), Madrid, Aguilar, 1989, IV, I; Madrid, San Pablo, 1996, IV.I.ll. 5. «Admoniciones», 1.16-22. En San Francisco de Asís. Escritos, Biografías, Documentos de la época (ed, de J.A. Guerra), págs. 77-78, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1958. 3. Vida de Santa Teresa de Jesús escrita por ella misma. En Obras de Santa Teresa, ed. de Santa Teresa, C.D, Burgos, El Monte Carmelo, 1922. 6. Vida, XXXVIII, 19. 4. Miracles Do Happen (Los milagros sí que ocurren), págs. 55-68, Ann Arbor, Servant Books, 1987. 7. Autobiografía de Santa Margarita María Alacoque (trad. A. Sánchez Teruel, S.I.) Sevilla, Apostolado Mariano. 5. El ministerio sacramental en la pastoral sanitaria 6S 69 las revistas o novelas que lee el enfermo y me fijo en los programas de televisión que está viendo. No debemos ofrecer el cuerpo de nuestro Señor indiscriminadamente. Asegurémonos primero de que los enfermos son católicos practicantes que se sienten dispuestos a recibir la Comunión. A veces les indico que, si quieren, puede ir un sacerdote, por el cual algunos podrían volver a los sacramentos, y quizá también a la Iglesia. Pero sobre todo, no vendamos barato el cuerpo de Cristo. La experiencia nos enseña a detectar la manera como algunos reciben la Comunión, como sin darle importancia. Por regla general, si encontramos a una persona mirando algo en la televisión que realmente distrae (en el sentido moral de la palabra) o es claramente ofensivo, o está comiendo, es mejor llevarles la Eucaristía en otra ocasión, aunque nos la hubieran pedido, pues sería dar el cuerpo de Cristo en circunstancias totalmente inapropiadas. La oración antes de la Comunión Una vez encontré a un hombre que nos había pedido la Comunión, en una silla de ruedas y en mitad de su desayuno, mientras miraba absorto la televisión. Me dijo, sin dejar de mirar la pantalla, que sí, que la recibiría en cuanto tragara lo que tenía en la boca. Sin demostrar mi dolor ante su ignorancia, le expliqué que no me parecía el mejor momento para darle la Comunión, lo que pareció comprender fácilmente, pero, como no quería dejarle así, aceptó agradecido que le impusiera las manos y orara por él unos momentos, después de lo cual le sugerí a un sacerdote que tal vez debería hablar con él. Como ministros extraordinarios de la Eucaristía tenemos la responsabilidad de ayudar a quienes visitamos a darse cuenta de que «debemos prepararnos para este momento tan grande y santo» (CCC 1385). El hecho de que, desgraciadamente, veamos tanta indiferente familiaridad hacia la Comunión en la iglesia no quiere decir que debamos descuidar el ayudar a nuestros pacientes (como en las parroquias debería hacerse como necesaria reeducación de los fieles) a reconocer que «Recibir la Eucaristía en la [«Santa», ed. inglesa] Comunión da como fruto principal la unión íntima [«o comunicación», ed. inglesa] con Cristo Jesús» (CCC 1391). La increíble familiaridad con que podemos acercarnos a la' Eucaristía, unida a nuestra propia inmadurez espiritual, puede convertir ese acto sagrado en una tibia rutina dominical o incluso diaria, y, como dice Kempis: Por eso dice santa Faustina: «El momento más solemne de mi vida es cuando recibo la Santa Comunión. Anhelo cada santa Comunión y doy gracias a la Santísima Trinidad por cada santa Comunión». De hecho, Jesús le reveló: No vamos con vivo fervor a recibir a Cristo [..] ¡Oh ceguedad y dureza del corazón humano, que tan poco mira a tan inefable don, antes de la mucha frecuentación ha venido a mirar menos en él!8 Debemos aconsejar a los enfermos que traten de evitar demasiada distracción de visitas, lecturas o televisión cuando saben que estamos a punto de llegar y que traten de recogerse y prepararse un poco, como debemos hacer en la iglesia. Dándome cuenta de mi responsabilidad como portador y ministro de la Eucaristía, yo trato, con discreción, de identificar 8. Imitación de Cristo, IV, I (IV.I.12en otras ediciones). A veces no puedo menos de hacer alguna observación, más en serio que en broma, y siempre según la persona, sobre lo inapropiado que son ciertos materiales de lectura o algunos programas cuando se está enfermo, ya que debemos desear más que nunca estar en los brazos de nuestro Salvador y Sanador y hasta recibir su cuerpo en la Comunión. Muchas anécdotas podría contar acerca de este tipo de situación, y debo añadir que nunca dejaban de reconocer -aunque fuera riéndose- que tenía al menos 'cierta razón' en mis observaciones u objeciones. Pero quiero decirte que la vida eterna debe empezar ya aquí en la tierra a través de la Santa Comunión. Cada Santa Comunión te hace más capaz de comunicar con Dios por toda la eternidad. 9 Y santa Teresa nos cuenta cómo el Señor la bendecía abundantemente con visiones después de la Comunión. A menudo, con ciertos pacientes, incluyo algo así en mi oración antes de comulgar: Señor Jesús, te damos gracias por el gran regalo que nos haces en nuestra Iglesia de poder recibir tu cuerpo, el mismo cuerpo que murió en la cruz por 9. Diario, 1804, 1811 70 5. El ministerio sacramental en la pastoral sanitaria cada uno de nosotros. Te pedimos, Espíritu Santo, que nos hagas darnos cuenta de que estamos recibiendo a Jesús, nuestro Señor, en nuestro cuerpo. Haznos cada vez más conscientes de este misterio tan maravilloso, que podemos recibir tu cuerpo, Jesús, con el asombro y reverencia y gratitud que tú te mereces, Te damos gracias, Padre, por habernos dado a tu Hijo Jesús por tu gran amor por cada uno de nosotros. Te damos gracias, Jesús, por permitirnos recibirte. También me gusta preceder las palabras «Este es el Cordero de Dios...» con «Este es Jesús...» o «Esto es el cuerpo y sangre de Jesús...». Hace unos años vi celebrar misa al párroco de un pueblo de nuestra provincia canadiense de New Brunswick, y lo hacía con verdadero fervor y predicaba «como quien tiene autoridad» (Mt 7,29). Decía las últimas palabras del ritual que he mencionado, y cuando luego le hablé, me dijo con el rostro radiante: «¡Estoy enamorado de la Eucaristía!». ¿No es nuestra misión, la de cada ministro de la Eucaristía y la de cada sacerdote, propagar este amor a Jesús y al maravilloso misterio de la Eucaristía? Después de la Comunión: actitudes y problemas Santa Teresa de Jesús aconseja para después de recibir la Comunión: «procurad cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma, y miraros al corazón».10 Y Tomás de Kempis dice: 71 Algunas veces, en este momento tan especial, repito cualquier punto importante que hayamos podido mencionar en la oración, como la inminente operación, el dolor que les aqueja o su restablecimiento. A algunos agentes de pastoral, tras un breve momento, tal vez les guste leer una oración o un pasaje apropiado de las Escrituras. A menudo, cuando me preparo para dar la Comunión, les indico que me marcharé inmediatamente después «para dejarles con el Señor». Con esto, naturalmente, pretendo sugerir ese momento de recogimiento durante el cual deben evitar volver enseguida a su lectura, a la televisión o a su conversación con el otro paciente o con una visita, los cuales tal vez hayan recibido también la Comunión. Desgraciadamente, en cuanto a volver inmediatamente a lo que estuvieran haciendo antes, podría contar muchos casos de tales actitudes, que muchas veces me han causado gran dolor al ver la falta total de reverencia y respeto hacia la presencia de Jesús en la Eucaristía, a su vez reflejo de la actitud de muchos en la misma iglesia. La Unción de enfermos: sacramento y sacramental Conviene que te aparejes a la devoción, no sólo antes de la comunión, sino después, y que te conserves con cuidado en ella, después de recibido el santísimo sacramento [...] Guárdate de hablar mucho, y recógete a algún lugar secreto, y goza de tu Dios, pues tienes al que todo el mundo no te puede quitar." Quisiera mencionar la Unción de los enfermos porque muchos todavía conservan el concepto pre-Vaticano II de la 'Extrema Unción' o 'Últimos Ritos,' términos ominosos que evocaban -y aún es así para muchas personas mayores- la muerte inminente y hacían ver al sacerdote como el mensajero de la muerte. Para fomentar la debida reverencia cuando los enfetmos se encuentran recibiendo la Comunión en un ambiente que no es el más familiar de su iglesia, encuentro muy útil quedarme en silencio y con los ojos cerrados durante un par de minutos para evitar establecer cualquier canal de comunicación. A veces alabo y doy gracias a Jesús audiblemente por la recepción de su cuerpo, y algunos pacientes no dudan en secundarme. Sin embargo, la Unción de enfermos fue restaurada por el Concilio Vaticano II como el verdadero sacramento de sanación, para ser administrado no sólo a quienes «se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez»,12 orando 10. Camino de Perfección. Obras de Santa Teresa, ed. de Santa Teresa, C.D, Burgos, El Monte Carmelo, 1922, XXXIV. 12. 11. Imitación de Cristo, I, XII (IV.I.12). 12. «Constitución sobre la sagrada liturgia» n. 73. Véase también el Ritual de la Unción y de la Pastoral de Enfermos (Editores Reunidos, 1979), libro oficial de la Iglesia, adaptado a España, con los Prenotandos oficiales de Roma y las Orientaciones del Episcopado 73 72 5. El ministerio sacramental en la pastoral sanitaria concretamente por el restablecimiento de la persona, tal como lo instituyó Jesús cuando envió por primera vez a sus apóstoles y «les dio poder sobre los espíritus impuros [...] Y [ellos] ungiendo con óleo a muchos enfermos los curaban» (Me 6,7, 13). Desde el mismo principio de la Iglesia fue parte del ministerio de sanación y el apóstol Santiago instaba a los enfermos a acudir a los presbíteros de la Iglesia: «que oren sobre él y le unjan con óleo en nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo» (St 5,14-15). aceite de oliva (con el que se unge al enfermo en la frente y en las manos), dice: Tengamos en cuenta los agentes de pastoral que no debemos limitarnos a quienes pidan la Unción de enfermos, pues tampoco muchos enfermos saben pedir al médico el tratamiento que necesitan y sin embargo el médico se lo ofrece, se lo explica y se lo administra. Es más, el Catecismo nos dice bien claramente que «es deber de los pastores instruir a los fieles sobre los beneficios de este sacramento» (lo cual compete igualmente a los laicos de pastoral, en contacto más frecuente con los enfermos), añadiendo que «los fieles deben animar a los enfermos a llamar al sacerdote para recibir este sacramento» (CCE 1516). Por eso debemos hablarles para que sepan exactamente lo que reciben en este sacramento, por qué y cómo, y describirles las partes más importantes del ritual: imposición de las manos sobre la persona enferma, oración por ella y su unción con el aceite bendecido. Bárbara Shlemon dimitió como enfermera psiquiátrica a mediados de los años 60 y se dedicó al ministerio de intercesión precisamente después de haber visto a una paciente de cáncer moribunda, por cuya sanación había pedido, recuperarse literalmente de la noche a la mañana tras recibir el sacramento de los enfermos.13 Recordemos que cuando el Jueves Santo el obispo consagra este Señor Dios, Padre de todo consuelo, que has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo [...] derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Parááclito sobre este óleo [...] para que [...] sientan en cuerpo y alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores.12 Y Dios siempre honra este sacramento según su voluntad, tanto para resultados físicos como espirituales. Pero existe a la vez la unción no sacramental de una persona enferma con aceite bendecido por un sacerdote, no necesariamente un obispo (véase lo que dice el Catecismo sobre los sacramentales [1668-1671]). Aunque yo personalmente no solía hacerlo en Canadá, conozco concretamente a sacerdotes, religiosas y agentes laicos de pastoral de muchos otros lugares, incluyendo otros países, que -siempre como complemento a la oración- ungían con aceite (haciendo la señal de la cruz en la frente y manos del enfermo) cuando rezaban por sus enfermos; naturalmente después de explicarles, si era preciso, la diferencia entre el sacramento y el sacramental, y nunca indiscriminadamente y de manera rutinaria. El sacramento de Reconciliación y la confesión no sacramental La Iglesia Católica Romana y las Iglesias Ortodoxas conservan la Penitencia como sacramento. La Iglesia Anglicana permite la confesión no sacramental con un sacerdote, mientras que otras Iglesias creen en el acto personal de arrepentimiento y de reconciliación con Dios, bien en la oración privada o hablando con un hermano o hermana: «Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros» (St 5,16), «Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados» (Un 1,9). español. Conviene que todo equipo de Pastoral conozca asimismo la segunda parte del libro Los enfermos terminales, La Unción de los Enfermos (Barcelona, Centro de Pastoral Litúrgica, 2001). 13. Barbara Shlemon, Healing Prayer (Oración de sanación), págs 13-16, Notre Dame, Indiana, Ave María Press 1976. 14. Misal Romano Completo: Texto Litúrgico Oficial, vol. I. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1988. 75 74 5. El ministerio sacramental en la pastoral sanitaria Los agentes de pastoral católicos encontramos a veces a personas que, en el transcurso de nuestra conversación, empiezan a comunicarnos sus preocupaciones, su dolor interno y lo que ellos consideran pecados. No debemos en tales casos tratar de evitar este sincerarse tan espontáneo, sabiendo lo terapéutico que puede ser, sino intentar ayudarles con las palabras que cualquier Iglesia cristiana tendría para ellos. Es algo que considero un deber cristiano básico que, lo mismo que el tipo de orientación mencionada antes, puede llevar al católico a desear ver a un sacerdote para la confesión sacramental, una experiencia que en bastantes ocasiones he visto como el gozoso resultado de nuestra interacción. Algunos pacientes expresan el deseo de recibir la Comunión, pero tal vez añadiendo que llevan mucho tiempo alejados de la Iglesia. Yo les aconsejo que con mucho gusto les visitaría un sacerdote para la confesión y, para darles ánimo, les hablo del amor incondicional de Dios y suelo contarles cómo el hijo pródigo de la hermosa parábola sobre el arrepentimiento, la confesión y el perdón (Le 15,11-31), cuando decide volver a su casa, ve que su padre ya le sale al encuentro con los brazos abiertos. ¡Qué alegría ver su gozo cuando se han reconciliado con Dios y con la Iglesia a través de los sacramentos de la Reconciliación y la Comunión! A menudo están de acuerdo conmigo cuando les pregunto: '¿A que ha valido la pena esta estancia en el hospital?'. En algunos casos encontramos a personas que han estado alejadas de la Iglesia durante algún tiempo y que tienden a cuestionar la confesión sacramental, diciéndonos que sus amigos no católicos no lo hacen y refiriéndose a palabras de la Biblia como las citadas más arriba y, por ejemplo, al salmo 32,5: «dije: "Me confesaré a Yahvé de mis rebeldías." "Y absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado», o la de los escribas en Me 2,7, cuando Jesús le perdona los pecados al paralítico: «¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Como católicos, no podemos simplemente evitar esta asunto una vez que ha surgido durante la visita. Yo trato de explicarles brevemente que la autoridad que tenía Jesús para perdonar los pecados como Hijo de Dios fue la que les dio a sus apóstoles cuando dijo a Pedro: «lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16,19); y que también dijo Jesús después de su resurrección: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23).15 15. Véanse detalles muy interesantes sobre el desarrollo del Sacramento de Reconciliación en: Alan Shreck, Catholic and Christian: An Explanation of Conmonly Misunderstood Catholic Beliefs, Ann Arbor, Servant Books, 1984,137-140; Paul A. Feider, The sacraments: Encountering With the Risen Lord, Notre Dame, Ave Maria Press, 1986, Capítulo 4. Véase también el libro del P. Enric Moliné, Los siete sacramentos, Madrid, Rialp, 1998. Véase en general el Catecismo de la Iglesia Católica (1440-1470). Capítulo 6 NUESTRO ENCUENTRO CON LOS PROBLEMAS: FÍSICOS Y ESPIRITUALES Él estará contigo, no te dejará ni te abandonará; no temas ni te desanimes (Deut 31,8) 'Nunca he rezado' Pronto aprendemos en nuestro ministerio a mirar el hospital como un gran caldero repleto de vidas, vidas que reflejan muchos hogares felices, infelices y hasta rotos, e infestado de problemas espirituales que requieren mucha sanacion interior. A veces la persona por quien estamos a punto de orar nos confiesa candidamente: 'Nunca he rezado antes'. Se nos parte el corazón. A mí me recuerda a Clara, una alumna de una universidad de Hungría a mediados de los años 80; paseando con ella por su campus (donde mefijéen su iglesia universitaria abandonada), me dijo exactamente esas palabras y me preguntó: «¿Cómo se reza?». En situaciones así puede ayudarnos el decir, por ejemplo: ¿Sabesuna cosa?..Jesús te ama muchísimo, está ansioso de que tú le busques, y por eso te da una oportunidad como esta. Y te dará más si tú lo deseas en tu corazón, porque ahora mismo él te está diciendo: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él» (Ap 3,20). Tú no tienes más que hacer eso, abrirle tu corazón, si le hablas tan sencillamente 6. Nuestro encuentro con los problemas: físicos y espirituales 78 como me estás hablando a mí, ahora mismo en tu cuarto. No busques palabras bonitas, simplemente dile lo que sientas, como se lo dirías a tu mejor amiga, dile que sientes no haber hecho el esfuerzo de intentar comunicarte con él antes. Prueba y verás cómo sentirás su presencia en tu corazón, respondiéndote. También les recuerdo a los pacientes que Jesús nos dio la mejor oración, y les invito a decir conmigo el Padre Nuestro, despacio y escuchándonos cada palabra. Luego parafraseo o explico brevemente cada una de sus partes, sugiriendo que a partir de entonces, además de rezar esas palabras, empiecen ellos a dirigirse a él como lo harían a su mejor amigo, porque descubrirán que le están hablando a alguien que escucha y quiere dialogar en nuestro corazón. ¿Por qué hay tanto sufrimiento sin sentido en el mundo? La persona que no ha llegado a conocer a Dios personalmente ni ha comprendido, por medio de un encuentro personal con Jesús, el sacrificio de su Hijo en la cruz, corre el riesgo de crearse una serie de preguntas torturantes acerca del sufrimiento y hasta un duro cinismo, alimentado diariamente por las imágenes de sufrimiento en la pantalla de televisión, en la prensa y a nuestro alrededor. Esto aflorará a la superficie tan pronto como tratemos de hablar con Dios con esa persona, pues o le culpan a él de su sufrimiento o niegan tácitamente su existencia. '¡No hay nada que tenga sentido!' nos dicen a menudo. Nosotros no podemos ni debemos ignorar ese grito que sale de su corazón. En primer lugar, gran parte del sufrimiento que vemos a nuestro alrededor sí que tiene sentido, pues es causado por los muchos pecados del mundo. El hombre maltrata la creación de Dios destruyendo sus recursos naturales (como al quemar tantas selvas tan necesarias), contaminando el mar (como con el mercurio industrial que había en el pescado que luego comía la gente de la isla japonesa de Minimata y estuvo causando terribles defectos congénitos y enfermedades) y el aire (destruyendo la capa de ozono con el uso de productos químicos). El odio entre grupos étnicos y religiosos genera guerras devastadoras que causan la muerte de los que odian y de 79 muchos inocentes. El consumo excesivo de drogas, alcohol y tabaco abusa de nuestros cuerpos y los destruye. Todo esto y mucho más produce reacciones de sufrimiento en cadena que se propagan de las víctimas individuales a las familias, a grupos y a naciones enteras a través de generaciones, arrastrando consigo a incontables víctimas. Podemos decir con Juan Pablo II: La segunda mitad de nuestro siglo -como en proporción con los errores y transgresiones de nuestra civilización contemporánea- lleva en sí una amenaza tan horrible de guerra nuclear, que no podemos pensar en este período sino en términos de un incomparable acumularse de sufrimientos.1 A la vez, el sufrimiento es acogido en el amor de Dios por la humanidad. Aunque es «secuela del pecado original, recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica de Jesús» (CCE 1521), gracias a su propio sufrimiento y muerte en la cruz por todos y cada uno de nosotros. Santa Faustina Kowalska, mientras oraba por los niños que sufrían en su nativa Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, vio al Señor Jesús «con los ojos llenos de lágrimas y me dijo: "Ves, hija mía, cuánta compasión les tengo; debes saber que son ellos los que sostienen el mundo"».2 Cada una de las personas que visitamos se encuentra en una etapa diferente en su camino hacia Dios y en su conocimiento de él. Incluso Job, que personifica la búsqueda de la respuesta a las preguntas '¿Por qué hay sufrimiento?' y '¿Por qué tengo que sufrir yo?', no había alcanzado madurez espiritual hasta que, habiendo sufrido mucho, pudo al final confesar: «Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento» (Jb 42,5-6). Siempre podremos rezar para que así les ocurra a los que tal vez nosotros nunca podamos llegarles por su descorazonamiento y actitud amargada hacia Dios, a quien culpan de su sufrimiento. Preguntar siempre es legítimo. Como nos dice Juan Pablo II: «Dios espera la pregunta y la escucha»,3 como vemos en el libro de Job. Job se veía a sí 1. Encíclica Sabifici doloris, 8, Madrid, San Pablo, 1984. 2. Diario, 286. 3. Salvifici Doloris, 10. 80 6. Nuestro encuentro con los problemas: físicos y espirituales mismo inocente y sin embargo sufriendo. ¿Por qué? ¿Por su pecado? No, no siempre sufrimos por nuestro pecado, como pensaban sus amigos. El libro de Job es como un prólogo a la respuesta cristiana al sufrimiento, que refleja el sufrimiento de Cristo. Pero incluso en el Antiguo Testamento vemos que Dios castiga a su pueblo con un sufrimiento que es realmente una 'corrección misericordiosa': Ruego a los lectores de este libro que no se desconcierten por estas desgracias; piensen antes bien que estos castigos buscan no la destrucción, sino la educación de nuestra raza; pues el no tolerar por mucho tiempo a los impíos, de modo que pronto caigan en castigos, es señal de gran benevolencia (2M 6,12-13). Dios, al ser justo, puede traernos amorosamente a una crisis en nuestra vida y hacernos saber su gran amor, lo mismo que nos protege de las tentaciones y de las situaciones difíciles. A veces creemos que estamos buscando a Dios, cuando es él realmente quien nos busca. Por eso debemos esforzarnos en mostrar a los demás que él obra verdaderamente a través del sufrimiento que permite en nuestras vidas. Esperamos que, como dice Ralph Martin: Todo sufrimiento puede obrar para producir una clara comprensión de lo que es importante. Puede ayudarnos a tener claras nuestras prioridades. Puede producir confianza en Dios antes que en nosotros mismos, haciéndonos humildes, mostrándonos nuestras limitaciones y debilidades, convenciéndonos de cuánto necesitamos poder de lo alto y ayuda de Dios.4 ¿Nos es difícil aceptar que tal vez sea nuestro sufrimiento físico o emocional parte del plan de Dios? Si un médico prescribe una teiapia dolorosa, nos fiamos de él y vamos a ella de buena gana. Pero si Dios, en su infinita sabiduría, y como parte de su plan para nosotros, nos proporciona una terapia espiritual por medio de pruebas y de sufrimiento, no podemos soportarlo, porque: Duele estirar músculos atrofiados, y duele ensanchar los corazones contraídos y de piedra para que puedan dar y recibir más amor. Llegar aser santo es a menudo 81 un proceso dolorosísimo de rehabilitación [...] Él sabe lo que necesita ser purificado en nosotros y cuánta presión necesita ejercer.5 Una vez que descubrimos lo que está pasando realmente, podemos decir, aunque aún estemos experimentando una prueba: «nos gloriamos hasta en las tribulaciones» (Rm 5,3), porque entonces podemos reconocer los propósitos de Dios: «Mira que te he apurado, y no había en ti plata, te he probado en el crisol de la desgracia» (Is 48,10). De una cosa podemos estar bien seguros: si nuestro médico conoce nuestro cuerpo mejor que nosotros, Dios conoce todo nuestro ser, cuerpo-menteespíritu, infinitamente mejor. Debemos tratar de tranquilizar a nuestros hermanos y hermanas orando con ellos, pidiendo esa gracia ganada ya por Jesús en la cruz por la cual podemos vencer, si no el dolor físico y psicológico, sí el sentimiento de su inutilidad, sobre todo, la compasión de sí mismo. Qué difícil es atender a quienes se han abandonado a ella, envueltos por un espeso velo que la luz de Dios apenas puede penetrar. A veces vemos sufrir a personas que ven la mano correctiva pero amante de Dios, pero muchas otras son incapaces de comprender que pueda derivarse fruto alguno de su sufrimiento. Y sin embargo, puede que aún tengan fe suficiente -y debemos ayudarles en esto- para creer a Dios cuando nos dice: «Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos» (Is 55,8). Puede que en otras ocasiones nos falten las palabras, que casi nos dé miedo oír la amonestación de Dios: «¿Quién es este que empaña mi providencia con insensatos discursos?» (Ib 38,2). Es sobre todo el pecado del mundo, no siempre nuestro pecado personal, lo que Dios castiga. Es más, cuando me uno al pecado del mundo con mi propio pecado, puedo incluso conducir a otros al pecado en una interminable reacción en cadena, un veneno, transmitido de uno a otro, cuyo origen es en definitiva el pecado original. Pero Dios Padre, creador del universo, nos dio a su Hijo Jesús, que, con 4. Ralph Martin, Calleé toHoliness (Llamados a la santidad), pág. 128, Ann Arbor, Servant Books, 1988. 5. Ralph Martin, When Triáis Weigh You (Cuando te pesan las pruebas): New Covenant, agosto 1994, págs. 12-13. 83 82 6. Nuestro encuentro con los problemas: físicos y espirituales la fuerza del Espíritu Santo, se dio a sí mismo en la cruz para ofrecernos la oportunidad de liberarnos. Cuando sufrimos debemos recordar su sufrimiento y su muerte como parte del plan de Dios, un plan que conocía y aceptó. A Pedro le mandó controlarse durante su arresto, porque «¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras, según las cuales tiene que suceder así?» (Mt 26,54). Sin embargo, acababa de derramar lágrimas de sangre por ese plan de su Padre, gritándole: «Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú» (Mt 26,39). que es como si nosotros tres, Jesús, el enfermo y yo, estuviéramos cogidos de la mano mientras él nos dice: «donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). En un momento así me siento tan pequeño e insignificante, porque sé que Dios está diciendo a esa persona: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (2Co 12,9). ¡Qué bien conocía las Escrituras! ¡Cómo debió de pensar durante su pasión en las palabras de Isaías!: Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados (53,5). El soportó el castigo que nos trae la paz, y en sus llagas hemos sido curados [...] Yahvé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros [...] como cordero llevado al matadero (53,5-7). La pasión de Jesús nos da la oportunidad de hacer buen uso de nuestro sufrimiento, sobreponiéndonos a nuestra sensación de inutilidad. Nos permite ofrecérselo a él e interceder por otros, sabiendo que, como explica Juan Pablo II, si hacemos eso nuestro sufrimiento se hace «creativo» porque lo convertiremos en algo bueno, confirmando así que «en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,28). Ese sufrimiento, como dice él, puede ser el principio de nuestra gloria en el cielo cuando participamos en el sufrimiento de Jesús, pues, como dice san Pablo:6 Somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con él para ser con él glorificados [..] [pues] los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación cor la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Rm 8,16-18). En estas palabras vemos la relación entre sufrimiento y santidad: gloria implica 'santidad.' Cuando conozco la actitud de una persona hacia Dios y oro con ella cogiéndole la maro, siento una profunda reverencia porque sé 6. Salvifici Doloris, 24. Cuando a Donna Thibodeau le estaban inyectando un calmante y yo tenía su mano en la mía para ayudarla a sentir la presencia de Jesús más tangiblemente mientras yo oraba, porque el dolor la traspasaba a pequeños intervalos, me apretaba la mano cada vez que le venía. Y me dijo: «¡Gracias! ¡Es tan bueno él! ¡Siempre viene cuando le necesito!». Cada vez me ocurre más que, cuando estoy con un hermano o hermana en fase terminal, me maravilla pensar que tengo ante mí a una persona que está ya tan cerca de verse frente a Dios, de encontrar a nuestro amoroso Jesús al final del plan del Padre para él o ella, y cerca de pasar a la eternidad que el Hijo ganó para nosotros en la cruz y a la que todos nos aproximamos un poco más cada día. Como Harry, un amigo protestante muy querido, que nos dijo mirando hacia la puerta de su habitación con un rostro radiante: «¡Estoy impaciente por encontrarme con mi Creador! ¡Es que no veo el momento de traspasar esa puerta!». Sin embargo, como nos dice el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, evitamos el lema de la eternidad y ni siquiera oímos sermones sobre ello, porque el secularismo, que él define como algo que «olvida [...] el destino eterno de la raza humana [...] concentrándose únicamante en [...] el tiempo presente y en este mundo [...] [es] la herejía más extendida e insidiosa de la edad moderna».7 De hecho, nos aleja nuestra mente del plan eterno de Dios y nos impide enfrentarnos con el sufrimiento de un modo cristiano. Ralph Martin escribe: Lealtad a Dios significa necesariamente el purgar del mal nuestra propia vida [...] A mí me ha ayudado mucho [...] el eliminar mucha música popular, 7. Raniero Cantalamessa, OFM, In Love With Etemity (Enamorados de la eternidad):/Vew Covenant, NOY 1992, pág 10; de su libro Jesús Christ: The Holy One of God, Collegeville, MN, Liturgical Press, 1992 (Jesucristo, el santo de Dios, Madrid, Ediciones Paulinas, 1991). 6. Nuestro encuentro con los problemas: físicos y espirituales 84 televisión, revistas y películas mundanas que no ayudan a conseguir nuestro objetivo de seguir a Cristo con una lealtad exclusiva. El estar expuesto a muchas de las actuales diversiones populares debilita inevitablemente nuestro deseo de seguir a Cristo, apaga nuestra sed de oración y nos va adormeciendo hasta aceptar la inmoralidad como normal y "no tan mala."8 ¡Quién va a pensar en la vida eterna cuando la vida aquí y ahora es tan buena! No es tan fácil contemplar la idea de la eternidad sin miedo de perder todo, a menos que pidamos a Dios que nos haga discernir su plan para nosotros. Pero para esto necesitamos la compañía de hermanos cristianos y estar familiarizados con su Palabra y con la literatura espiritual hasta que, aun cuando suframos, poseamos la certeza que Dios nos da de que «la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna» (2Co 4,18). Desesperanza de sí mismo El sentimiento de futilidad de la persona que, al carecer de formación espiritual, es incapaz de comprender la existencia del sufrimiento, produce un sentimiento aún peor de desesperanza personal. Esa persona, al ver su pecado, sin saber que Dios está constantemente ofreciendo su perdón a quienes se arrepienten sea cual sea su pasado, cae inevitablemente en un temible estado de desesperanza espiritual que puede enmascararse con cinismo, una peligrosa coraza que debemos intentar traspasar por el bien de la salud espiritual y física de esa persona. Para ello tenemos que saber lo que dice la Biblia sobre el perdón incondicional de Dios si nos arrepentimos y transmitir el amor de Dios, como hizo él a través de Ezequiel: En cuanto al malvado, si se aparta de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, vivirá sin duda. Ninguno de sus crímenes que cometió se le recordará más [...] ¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado [...] y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (Ez 18,21-23). 8. Ralph Martin, Calleé to Holiness, pág. 74. 85 Jesús expresa ese gozo de Dios cuando nos habla de la oveja perdida en Le 15,7 y dice qué «habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión». 'Yo digo que tiene que haber Algo' Hace sólo unos días, en la sección de cuidados paliativos de un hospital español, donde visitaba a José, un hermano de gran fe y gran amor a Dios, Pedro, su compañero de cuarto, de 80 años, me dijo: «No, eso de ir a la iglesia, ni hablar. Yo, sólo cuando voy a un funeral o algo así. ¡Ahora, yo -añadió señalando hacia arriba- creo que debe de haber Algo, yo creo que debe de haber un Algo ahí!». ¡Cuántas veces oímos esta penosa confesión de una necesidad de Dios oculta bajo la carga de la ignorancia y de no haber sido debidamente evangelizados, pero sí 'sacramentalizados'! Me decía que sí, como cosa lógica, cuando le pregunté si había recibido el Bautismo, la Confirmación, la primera Comunión y el Matrimonio en la Iglesia. ¡Qué impotentes podemos sentirnos ante ese muro en apariencia infranqueable! Yo le dije que ese gran ánimo que él mismo decía que tenía después de calcularle los médicos unos cinco años de vida, le venía precisamente de nuestro Dios, que Jesucristo había muerto en la cruz por él y por cada uno de nosotros, y le pregunté si no creía que, al menos por agradecimiento, debía acercarse a él y a su Iglesia. Así se lo pedí al Señor durante un retiro ese fin de semana. Siempre que oigo hablar de ese 'Algo que debe de haber' mi mente corre a aquel areópago de Atenas donde Pablo (Hch 17,23) se enfrentó con aquellas gentes que hasta tenían un altar dedicado «Al Dios desconocido» que llegaban a reconocer, y mi corazón quiere gritar: «Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar» (Hch 17,23). Es el mismo grito que oímos en nuestro corazón al ver a tantos en 'bautizos' (más que en bautismos), primeras comuniones, bodas, tanatorios, funerales y misas de aniversario. Pedro al menos aceptó gustoso que yo le incluyera en mi oración con 87 K6 6. Nuestro encuentro con los problemas: físicos y espirituales José y terminamos rezando juntos el Padre Nuestro (que confesó no haber dicho hacía muchos años) y pidiendo con el Ave María la intercesión de nuestra Madre del cielo. El próximo día estaba dormido con su máscara de oxígeno, pero le dejé una estampa de Jesús llamando a una puerta, una tarjeta sin texto alguno que desde la calle descubrí una vez en una tienda nada recomendable de Zagreb como ilustración de las palabras del Apocalipsis 3,20, y que le escribí dedicadas «A mi hermano Pedro»: «Mira que estoy a la puerta y llamo [...]». Le dejé un libro sobre los sacramentos y pronto se confesó por primera vez (aunque había recibido la primera Comunión). Me dijo que le había hecho sentirse «estupendamente» y empezó a pensar en la Confirmación, así que se lo dije a un sacerdote de nuestra parroquia. Empezó a venir a misa con nosotros los domingos, aprendió las principales oraciones y nunca dejaba de dar gracias a Dios por su restablecimiento y su nueva fe. Hasta le encontré un día rezando el Rosario, después de darle Alex, un compañero de pastoral, un rosario y el delicioso librito de san Luís de Monfort sobre el Rosario. Esperemos, Señor, que su fe no haya vuelto a debilitarse y que no haya vuelto a la oscuridad de antes. Pérdida de fe Si san Pablo confirma nuestra naturaleza tripartita cuando expresa sus buenos deseos para los Tesalonicenses: «todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo», deducimos que si una de esas partes sufre, sufren también las otras dos. Así, cuando el cuerpo sufre, tanto la mente como el espíritu pueden debilitarse, sobre todo cuando no han sido fortalecidos por la fe y la confianza en Dios. No todo el mundo puede soportar el sufrimiento y mantenerse 'espiritual.' Incluso Job se dejó llevar por la desesperación cuando Dios permitió a Satanás que le probara hasta el límite. A veces encontramos nosotros a personas que, al no tener una fuerte base espiritual, han perdido la fe, o la poca que tenían, y no pueden ni pensar en Dios. Craig era un muchacho con quien hablé durante una hora, después de decirme que había perdido su fe por los muchos problemas serios de salud que había tenido desde los dieciséis años. Yo sencillamente le hablé sobre lo que dice la Biblia con respecto al sufrimiento, y él empezó a animarse un poco. Luego le impuse las manos en una herida gangrenosa que tenía en la pierna y que le hak'a estado doliendo hacía bastante tiempo. Días más tarde me dijo que el dolor se le había ido después de habernos visto y que los médicos estaban muy satisfechos de su rápido restablecimiento. Sabemos que a menudo la sanación espiritual produce también la física, y tal vez le ocurriera eso a Craig. Le presté unos libros, que leyó con muchas ganas y hasta se los dejó a su madre. Durante mis visitas iba contándome la nada edificante historia de su vida, cosas por las que íbamos pidiendo. Alejamiento de la Iglesia El alejamiento de la Iglesia se deriva frecuentemente de una situación o estilo de vida de pecado, junto con la pérdida de la fe. Con el paso del tiempo encuentro cada vez más personas que me cuentan que hace mucho tiempo que no van a la iglesia. Generalmente, y sin que yo les pregunte nada, hacen esta confesión con un sentimiento de culpa. Yo trato de explicarles lo mucho mejor que se sentirían si trataran de volver a la Iglesia y cómo se beneficiarían de los sacramentos. A menudo dicen que creen en Dios y rezan, aunque no asistan a la iglesia. En ocasiones así podemos recordarles Hebreos 10,25, que nos exhorta a vivir «sin abandonar vuestra propia asamblea, como algunos acostumbran hacerlo», y aplicarnos las palabras de san Pablo, es decir, como «embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2Co 5,20). Sandy, una niña muy mona de trece años, me dijo candidamente: «Yo no voy a la iglesia. Lo encuentro aburrido, el cura no hace más que decir chistes para hacernos reír». Me causaban dolor sus palabras y una vez más pensé en la necesidad de evangelizar a los que únicamante han sido 'sacramentalizados,' y en «la necesidad urgente que tenemos de una evangelización que [...] sea también sencilla y esencial, lo que se logra haciendo de Jesucristo el punto inicial y focal de todo». Acababa de leer esas palabras en uno de los libros del padre Cantalamessa, donde también dice que hoy corremos el riesgo de pasar «la mayor parte del tiempo 89 88 6. Nuestro encuentro con los problemas: físicos y espirituales cuidando a la oveja que ha permanecido en el rebaño, en vez de ir en busca de las noventa y nueve descarriadas».9 En aquella ocasión había pensado yo en la desesperación comprensible de Job, cuando «maldijo el día de su nacimiento» (Jb 3,1). Yo había tratado de asegurarle acerca del amor y compasión de Dios. Mi mujer y yo le habíamos incluido durante algún tiempo en nuestra oración de intercesión. Esta segunda vez se alegró de verme y se acordaba de cosas de Dios y de mí que yo le había dicho. Convencido de la injusticia de su condición, la amargura le había mantenido alejado de la Iglesia durante unos años. Ahora, sin embargo, mientras me hablaba de un restaurante español de Tampa, cambió de pronto el tema y dijo que le gustaría hablar a un sacerdote porque estaba pensando en volver a la Iglesia. Y hoy pienso en la triste declaración hecha ante el Sínodo Europeo de 1999 por uno de los cardenales: «La prioridad en Europa hoy no es bautizar a los convertidos, sino convertir a los bautizados», desgraciadamente aplicable también al continente norteamericano.10 Traté de explicarle a Sandy que también yo había encontrado a algunos 'curas aburridos,' pero que aunque un sacerdote no lo haga mejor, Dios está en esa iglesia suya y que Jesús nos muestra el inmenso amor que nos tiene y nos habla en nuestro corazón. Otras veces puede ocurrir que la persona alejada se encuentre en la última fase de una enfermedad terminal. Como Vincent, de setenta y dos años, a quien visité aunque inicialmente me había dicho: «Gracias, pero no necesito nada», después de decirme que hacía mucho que no iba a la iglesia. Pero, pareciéndome que eso no le hacía precisamente feliz, le dije que siempre podía ver a un sacerdote y le pregunté si le importaba que rezara por él. Aceptó lo segundo, de modo que puse las manos sobre las suyas y recé, dando gracias a Dios por ser fiel a su promesa de estar presente allí donde dos o más estén reunidos en su nombre, reconociendo su amor por «mi hermano Vincent» y pidiéndole que llenara su corazón, su mente y su cuerpo de su paz, que ya es sanación. Vincent me apretó la mano y me dio las gracias. Dos semanas más tarde oré por el de nuevo, y también se mostró agradecido. Al día siguiente encontré su cama vacía. Resentidos contra Dios por su enfermedad «Me ha dado una patada en el trasero», me dijo Lloyd, un hombre impedido de las piernas. Con una risa amarga me había dicho lo mismo dos años antes. 9. Raniero Cantalamessa, O.F.M., Ungidos por el espíritu, pág. 79, Valencia, Edicep, 1993 (basadoen un retiro para 1500 sacerdotes y 70 obispos de Hispanoamérica en 1992). 10. Palabras del Arzobispo de Genova, Cardenal Tatamanzzi (en Zenit, 9 de octubre de 1999). «La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios» (CCE 1501). Frecuentemente, el perder una fe débil es consecuencia directa de culpar a Dios por la enfermedad y el sufrimiento que tenemos. Personalmente, me es muy difícil hablar a la persona amargada. Sí, puedo decir lo que quiera decir, pero a veces me oigo mis propias palabras «como bronce que suena o címbalo que retiñe» (ICo 13,1). Aunque recuerde que la cruz de Cristo es la respuesta al misterio del sufrimiento y que hay beneficios en compartirla con él por medio de nuestro propio sufrimiento, a menudo mis propias limitaciones me impiden saber cómo hablar a una persona que está con dolor, deprimida o enfadada, las palabras de san Pablo: «completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24). Decir a destiempo que «en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,28), suena más bien a acusación, como si dijera 'Esta promesa no es para ti.' Muchas otras veces, sin embargo, veo cómo esas mismas palabras tocan el corazón de la persona como un bálsamo de esperanza. Este pensamiento me da a veces la fuerza para compartir lo que hay en mi corazón en lugar de simplemente escuchar las quejas de la persona, y recuerdo que fue precisamente por su propio sufrimiento como Job pudo descubrir la majestad de Dios y terminar confesando: «Yo te conocía sólo de oídas, más ahora te han visto mis ojos» (Jb 42,5-6). Cuando hemos podido establecer cierta intimidad, puede ser sorprenden- 91 w 6. Nuestro encuentro con los problemas: físicos y espirituales temente positivo el asegurar a alguien que el sentirse así es 'humano,' aunque en ese momento nuestra interacción se limite más bien a un monólogo. una iglesia, al terminar de dar una charla, con «uno de los guardianes más crueles» (ante el cual recordó cómo ella y su hermana, muerta allí, habían pasado desnudas), que, al no reconocerla, le extendió la mano y le pidió que le perdonara, porque ella había mencionado aquel campo. Falta de perdón La falta de perdón, si no nos enfrentamos con ella, es una herida espiritual que sigue enconándose por mucho que pensemos que hemos olvidado o ignorado la causa. El psicólogo franciscano Benedict Groeschel nos cuenta haber visto a personas debilitadas por heridas así de cincuenta años." Sus dañinos efectos son reconocidos incluso en contextos seculares, como leímos en 1984 en el editorial de Time sobre el perdón de Juan Pablo II al que podía haberle asesinado: Los que no perdonan son los menos capaces de cambiar las circunstancias de su vida [...] No perdonar es estar aprisionado por el pasado, por viejos agravios que no permiten que la vida continúe con las cosas nuevas. No perdonar es entregarse al control de otro. Si uno no perdona, entonces está controlado por las iniciativas de otro y está encerrado en una secuencia de acción y respuesta, de ultraje y venganza, diente por diente, siempre en aumento. El presente está interminablemente agobiado y devorado por el pasado. El perdón libera al que perdona. Arranca al que perdona de la pesadilla de otro.12 Como cristianos sabemos que el mismo Dios nos quita la carga de los hombros cuando lo hemos pedido en oración y que nos concederá la gracia de perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22). Perdonar es lo más difícil que se nos pide, pero, para poder perdonar a nuestros peores enemigos, «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5). La holandesa Corrie ten Boom, de la Iglesia Reformada, superviviente del campo de concentración de Ravensbruck, se encontró más tarde en Parecía que se me había helado la sangre [...] Pero el perdón no es una emoción. El perdón es un acto de la voluntad [...] '¡Jesús, ayúdame! [y ella le dio la mano] [...] Y entonces el calor del perdón pareció inundar todo mi ser, trayéndome lágrimas a los ojos. '¡Te perdono, hermano!' exclamé con emoción. 'Con todo mi corazón' [...] no era mi amor [..] Era el poder del Espíritu Santo, como consta en Rm 5,5. Las palabras del Time se ajustan perfectamente a lo que nos cuenta Corrie: Los que pudieron perdonar a sus enemigos pudieron también volver al mundo exterior y reconstruir sus vidas, por muchas que fueran las cicatrices físicas. Los que alimentaron su amargura quedaron inválidos.13 El pastor evangélico rumano Richard Wurmbrand fue torturado durante catorce años en las cárceles de su país: Los comunistas que nos habían torturado terminaron también en la prisión [...] los torturados y los torturadores en la misma celda. Y mientras que los no cristianos mostraban su odio hacia quienes habían sido sus inquisidores, los cristianos les defendieron [...] dándoles su última rebanada de pan (en aquel tiempo teníamos una rebanada a la semana) y la medicina que podía salvarle la vida a un torturador comunista enfermo, que ahora era compañero de prisión.14 Muchos de nosotros aún no hemos llegado a comprender la seriedad del mandamiento de Dios sobre el perdón y las consecuencias de no obedecerlo: «si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,15). De hecho, en varias ocasiones (ej., en la parábola del siervo despiadado, Mt 18,21-35) repitió lo que las Escrituras habían declarado ya: 11. Benedict J. Groeschel, CFR, Forgiveness: Digging Up the Root ofBitterness (El perdón: extrayendo la raíz del rencor). New Covenant, septiembre 1991, págs. 7-10. 13. Corrie ten Boom, Tramp for the Lord (Vagabunda para el Señor), págs. 53-55, Nueva York, Pillar Books, 1976. 12. Lance Morrow, / Spoke...As a Brother (Hablé...como un hermano): Time, 9 de enero, 1984, pág. 28. 14. Richard Wurmbrand, Tortured for Christ (Torturado por Cristo), pág. 43, Nueva York, Bantam Books, 1977. 6. Nuestro encuentro con los problemas: físicos y espirituales 92 93 Perdona a tu prójimo el agravio, y, en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados. Hombre que a hombre guarda ira, ¿cómo del Señor espera curación? [...] Acuérdate de las postrimerías, y deja ya de odiar (Si 28,2-3, 6). migraña incurable durante ocho años, e incapaz de perdonar la infidelidad de su marido, fue totalmente sanada cuando, tras mucha oración con el Dr. Wilson, pudo finalmente perdonarle.16 Hay una forma de falta de perdón que me he encontrado más frecuentemente de lo que podía imaginar. Una mujer católica había cambiado de parroquia tras haberse sentido profundamente herida por su párroco. Le dije que había estado viviendo con esa falta de perdón mucho tiempo y que, aunque ella dijera que le había perdonado, se había mantenido desde entonces alejada de su parroquia. Traté de reflexionar con ella sobre dos cosas: primero, que un sacerdote es un ser humano, vulnerable a los fallos y necesitado de ser perdonado por Dios diariamente; y segundo, que debemos ver a Jesús en ese ministro suyo. Como escribió san Francisco de Asís en sus Admoniciones: Uno de los casos más penosos de falta de perdón que he encontrado fue el de una mujer joven que visité en Cuidados Intensivos, que en cuanto abrió los ojos, me dijo: «Echo de menos a mi hermana [...] fue violada y asesinada [...] estrangulada». Yo le aseguré que el Señor quería sanar esos recuerdos y que tenía que perdonar al asesino de su hermana porque Jesús nos pide que perdonemos a nuestros enemigos. Oré por ella y le di la Comunión. Al día siguiente se alegró de verme y de nuevo hablamos y comulgó. Otro caso fue el de una mujer en Psiquiatría que no podía perdonar a su madre desde que tenía quince años porque se burlaba de ella cuando «me negaba a tener relaciones sexuales con un chico porque yo pensaba que eso estaba mal». Después de hablarle y de orar por ella, pudo ya decir: «Sí...tengo que perdonarla, después de todo, es mi madre... Gracias». Y ¡ay de aquellos que los desprecien!; pues, aun cuando sean pecadores, nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque el Señor mismo se reserva para sí solo el juicio sobre ellos. Pues cuanto más grande es el ministerio que tienen del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y que ellos solos administran a otros, tanto más pecado tienen los que pecan contra ellos que los que lo que lo hacen contra todos los otros hombres de este mundo.15 Hay también un aspecto médico y patológico en la falta de perdón documentado a través de la Biblia: «se apoderó de Saúl un espíritu malo de Dios» (1S 18,10) cuando estaba celoso de David; el salmista nos advierte: «Desiste de la cólera y abandona el enojo, no te acalores, que es peor» (Sal 37,8), mientras que en Proverbios se nos dice que «la ansiedad en el corazón deprime al hombre» (Pr 12,25), que «la envidia es la caries de los huesos» (Pr 14,30) y que «el espíritu abatido seca los huesos» (Pr 17,22). Ben Sirá aconseja: «echa lejos de ti la tristeza; que la tristeza perdió a muchos, y no hay en ella utilidad. Envidia y malhumor los días acortan, las preocupaciones traen la vejez antes de tiempo» (Si 30,23-24). Recuerdo un caso descrito por el psiquiatra William Wilson, de la Christian Medical Foundation, de una mujer que, después de sufrir de una terrible 15. «Admoniciones», XXVI. Algunas veces encontramos a pacientes que no pueden perdonarse a sí mismos. Debemos ayudarles a reflexionar sobre la injusticia que se están haciendo, puesto que Dios está dispuesto a perdonarles, y debemos tratar de llevarlos, si son católicos, al sacramento de Reconciliación. El sentimiento profundo de culpa por nuestros pecados del pasado y el no haber buscado el perdón de Dios puede conducirnos al tipo de depresión que una vez vi en una mujer de unos cuarenta años: «No puedo perdonarme por todos los pecados de mi vida pasada». Le leí una breve oración llena de esperanza: «De los pecados de mi juventud no te acuerdes, pero según tu amor acuérdate de mí» (Sal 25,7), y recé más o menos así: Padre, mi hermana y yo nos ponemos ante ti para pedirte que limpies su mente y su corazón para que, a través de Cristo, podamos acercarnos a ti como a nuestro Padre amante. Muéstrale, Señor, que necesita pedir tu perdón sólo una vez, porque tú la has conocido desde que nació, y que tu Hijo Jesús la está llamando a su brazos y que tu Espíritu Santo la llenará de tu paz. 16. W. Wilson es director del programa de Psiquiatría Cristiana, Duke University, EEUU, y autor, entre otras obras, de The Grace to Grow (La gracia de crecer) "Waco, Word Books, 1984. 94 Finalmente, no debemos ignorar cierto aspecto temible de la falta de perdón. Así como podemos interceder por otros con nuestra oración y ayuno, y ser canales de las bendiciones de Dios para cuerpo, mente y espíritu, también podemos afectar a los tres negativamente al abrigar y alimentar sentimientos negativos como el resentimiento y la ira, que son realmente maldiciones. Cuando nos hieren, la herida genera fácilmente ira, se implanta en nosotros el resentimiento profundo y, en vez de responder a lo que Dios nos manda -«Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis [...] No devolváis a nadie mal por bien» (Rm 12,14, 17), «No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto» (1 Pe 3,9)-, hacemos lo contrario, convirtiendo a esa persona en nuestro enemigo. En el libro del padre George Kossicki sobre intercesión leemos: Tenemos gran poder para maldecir y bendecir, pero la mayoría de nosotros no somos conscientes de este poder. Por medio de nuestro resentimiento, nuestra ira, nuestras críticas o sentimientos negativos hacia otra persona [...] podemos, en efecto, maldecirla y mantenerla atada - y también a nosotros mismos- [...] El poder de atar y desatar (véase Mt 16,19 y 18,18) acompaña a las llaves que le son confiadas a la Iglesia. No sólo podemos liberar, sino que podemos, sin querer, encerrar y atar y no darnos cuenta de que somos responsables. Por medio de nuestro perdón, y cuando desatamos y bendecimos, podemos llevar la libertad a la gente a distancia. 17 17. George W. Kossicki, C.S.B., intercession: Moving Mountains by Living Eucharistically (Intercesión: Moviendo montaias viviendo eucarísticamente), pág 15, Milford, Faith Publishing Company, 1996. Capítulo 7 CON JESÚS POR EL HOSPITAL El día de su visita resplandecerán, y como chispas en rastrojo correrán (Sb 3,7) Tristeza, ansiedad y desaliento «Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte» (CCE 1500), y esto invariablemente causa ansiedad hasta que recobramos la paz por medio de la fe y la oración. Es este un problema acerca del cual podemos inquirir abiertamente y que a veces puede mostrarse claramente apenas conocemos a un paciente: en su voz, en su respiración irregular, en su falta de interés por leer, incluso en la manera distraída con que mira la televisión. Si nos menciona la operación ya próxima, las pruebas que tiene que hacerse, el esperado diagnóstico o la causa desconocida de su dolor o malestar, hay razón para que oremos por esa situación. Pero a menudo es bueno preguntar concretamente: '¿Tiene(s) ansiedad?' o '¿Y cómo se encuentra de ánimo?' Invariablemente admiten que sí sienten ansiedad, como si, consciente o inconscientemente, buscaran su alivio. Sólo unos pocos dicen ' ¡Me encuentro bien!'. Lo que a menudo sentimos es su tristeza, que mueve en nuestro corazón el amor de Dios. Puede ser provocada por la soledad y alienación o por un sentimiento de pérdida. Nosotros tenemos que intentar traer un poco de alegría a su mente., Como nos dice san Francisco de Sales (1567-1622): 7. Con Jesús por el hospital 96 La tristeza (la cual al principio es justa) engendra la inquietud, y la inquietud engendra después un crecimiento de tristeza que es en extremo peligrosa.1 Cuando es este el caso, no estamos presenciando ni la tristeza de la compasión ni la del arrepentimiento, según san Francisco las únicas dos clases buenas. En 2 Corintios 7,10, san Pablo habla de «la tristeza según Dios», pero lo que llama «la tristeza del mundo» dice que «produce la muerte». San Francisco nos dice: «El enemigo se sirve de la tristeza para usar de sus tentaciones con los buenos», y «causa temores extraños, quita el gusto de la oración, adormece y oprime el celebro, priva el alma de consejo, de resolución, de juicio y de ánimo»; y, aludiendo a St 5,10, añade que «la oración es un soberano remedio porque levanta el espíritu en Dios».2 Esto es lo que debemos tratar de hacer con los enfermos, rechazar a esos espíritus de tristeza que los mantienen esclavizados, pidiendo a Dios que los libere en el nombre de su Hijo Jesús, alabándole y dándole gracias y reclamando las promesas hechas por él a su pueblo exiliado: «cambiaré su duelo en regocijo, y les consolaré y alegraré de su tristeza» (Jr 31,13). En cuanto a la ansiedad misma, mezclada a veces con la tristeza, san Francisco de Sales nos asegura que: Es el mayor mal que puede venir al alma, excepto el pecado [...] procede de un deseo desordenado de librarnos del mal que sentimos, o de conseguir el bien que nos deseamos. "Y no obstante esto, no hay cosa que empeore más el mal y que aleje más el bien que la inquietud y congoja. 3 97 Miedo Con los que tienen propensión a dejarse tentar por el miedo, es bueno animarles a recurrir al nombre del Señor, pues «el nombre del Señor es torre fuerte; a ella corre el justo y no es alcanzado [o 'en ella se refugia el justo y está seguro']» (Pr 18,10), y decir cuando ataca el enemigo: 'Señor Jesús, ayúdame', o la primitiva y poderosa Oración de Jesús: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí». El Dr. Reed entiende esto muy bien: El miedo, bien a la muerte o a la enfermedad, es un arma de Satanás utilizada para derrotar a los cristianos y producir toda clase de enfermedades y problemas emocionales. El miedo activa el proceso de la enfermedad así como los síntomas. La Santa Biblia declara: «No hay miedo en el amor; pero el amor perfecto expulsa al temor, porque el temor tiene el tormento [...]» (Un 4,18). Dios es amor [...] cuanto más miedo tenemos, menos tenemos de Dios; cuanto más tenemos de Dios, menos miedo tenemos. Pablo declara en Rm 8,15: «Pues no habéis recibido el espíritu de la esclavitud otra vez para temer; sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual gritamos: 'Abbá, Padre'». 4 También nos ilumina con respecto a esos pacientes que: Desarrollan un miedo morboso a su enfermedad que les paraliza para hacer cualquier cosa que sea de naturaleza constructiva con referencia a su enfermedad [...] El miedo es quizá el mayor aliado del cáncer y sólo puede quitársele a la persona por medio de un acto de la voluntad para hacer algo por su enfermedad y por intervención de Dios en la persona total del individuo -espíritu, alma y cuerpo. El ministerio de sanación no debe nunca llevarse a cabo aparte del médico y de la enfermera.5 Leer lo que dicen un santo y un médico cristiano acerca del miedo debería ser suficiente para los agentes de pastoral que tienen que tratar de hacer algo cuando se enfrentan con una emoción tan avasalladora. Y si estamos familiarizados con la Palabra de Dios y con su fidelidad a ella deberíamos poder reclamarla cuando recordamos las palabras que nos dio para decírselas a él: 1. San Francisco de Sales, Introducción a la Vida Devota, Parte IV, Capítulo XI, pág. 362, Madrid, Cuadernos Palabra, 1999. 2. Ibid., XII, pág. 365-366. 3. Ibid., XI, pág. 362. 4. Surgery ofthe Soul, págs. 79-80. 5. Ibid., pág. 54. 98 7. Con Jesús por el hospital Él estará contigo, no te dejará ni te abandonará; no temas ni te desanimes (Dt31,8). Yahvé es mi roca, mi fortaleza, mi liberador, mi Dios, la roca en que me amparo (2S 22,2-3). Sé para mí una roca de refugio, alcázar fuerte que me salve; pues mi roca eres tú, mi fortaleza (Sal 31,3-4). He buscado a Yahvé, y me ha respondido: me ha liberado de todos mis temores (Sal 34,5). El día en que temo, en ti confío (Sal 56,4) Con frecuencia, si veo algún signo de miedo, pregunto con suavidad pero directamente: '¿Tiene miedo?'. Algunas veces me contestan que sí, y entonces sugiero que oremos por eso. Empiezo alabando y glorificando a Jesús y dándole gracias porque sabemos que si estamos juntos en su nombre, él está con nosotros porque lo ha prometido. Puede que me dirija al Padre y reclame, en nombre de su Hijo, las promesas citadas más arriba, pidiéndole que libre a la persona de la esclavitud del miedo. Porque él envió a Jesús «para proclamar la libertad a los cautivos» (Le 4,18). Debemos siempre tratar de infundir en el corazón y en la mente de nuestros hermanos y hermanas la sencilla confianza en Dios que san Pedro fomentaba entre los primeros cristianos, expuestos siempre a la persecución y a la violencia: «Descargad sobre él todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros» (1 Pe 5,7). 'Soy demasiado viejo, ¿qué hago en este mundo?' Algunos nos dicen estas mismas palabras cuando han alcanzado una ancianidad ya avanzada. Yo tenía un tío de 97 años que muchas veces me decía: «¿Y yo qué hago aquí? Yo no sé por qué Dios me tiene aquí, ya es hora de que me lleve». Una anciana muy querida de la misma edad, a quien hemos estado viendo en Fredericton durante más de veinte años, nos decía: «Ya he estado aquí bastaate, ¿no os parece? ¡Ya es hora de dejar este país!». Mi tío vivía en una residencia y nuestra vieja amiga, hasta que murió el año pasado, vivía ya en una habitación en una pequeña casa de familia, rodeada de otras ancianas que apenas se comunicaban. Los ancianos que viven como parte de su propia familia y disfrutan 99 diariamente de la compañía de hijos y nietos, raramente se quejan, ni se preguntan qué están haciendo en esta vida. Pero cuando hablo con los otros trato de asegurarles que si Dios les permite estar aquí es porque él tiene un plan para cada uno de nosotros y que él nos conoce y nos ama a cada uno personalmente: «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía» (Jr 1,5). Si leemos su Palabra, reconoceremos ese conocimiento eterno que tiene de nosotros: «en tu libro están inscritos todos los días que han sido señalados, sin que aún exista ni uno solo de ellos» (Sal 9,16). Además se nos ha dicho: «Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así soy vosotros en mi mano» (Jr 18,6). Tengo en mis manos la hermosa Carta a los ancianos, de Juan Pablo II,6 en la que cita el salmo 92, que nos dice que el justo «todavía en la vejez seguirá dando fruto» (8). Por eso, a quienes veamos dominados por el temor a la muerte tan humanamente lógico -pues «no estaba en el proyecto original de Dios» (14)-, debemos acompañarles de vez en cuando en oración, ayudándoles a tomar la perspectiva cristiana de ver «el ocaso de la existencia terrena como un "paso," de un puente tendido desde la vida a la vida» (16). Y, a quienes se quejan de una existencia inútilmente prolongada, procurar infundir en ellos que su ancianidad sea, como dice el Papa, «años para vivir con un sentido de confiado abandono en las manos de Dios» (16); y que, aunque no hagan las cosas que solían hacer, pueden servir a Dios rezando por sus familiares y amigos muertos y por los enfermos, por los que no tienen la misma fe que ellos y por las muchas necesidades del mundo, con la seguridad de que Dios escucha sus oraciones. Como escribió el Dr. Tournier: Lo que es importante para los ancianos no es lo que aún pueden hacer, ni siquiera lo que han acumulado y no pueden llevarse. Es lo que son. Esta es la causa del terrible sentimiento de inutilidad que tan profundamente aqueja a la mayoría de las personas mayores [...] Todo lo que puedo esperar cuando se me acabe mi tiempo de actividad es que pueda todavía llegar más lejos en la riqueza de este conocimiento [de Dios].7 6. Carta a los ancianos, Madrid, San Pablo, 1999. 7. Paul Tournier, TheSeasons of Life (Las estaciones de la vida), págs. Í5, 61, Atlanta, John Knox Press, 1977. 100 7. Con Jesús por el hospital Visitando en Psiquiatría bíblicos sobre la esperanza y la misericordia de Dios. Llevé la Comunión a una mujer joven que sufría de depresión y antes la invité a tomar la Biblia que se había llevado de su casay aleer conmigo el salmo 103, del cual escogí los versículos 1-3, comentándole las ideas que aquí enfatizo: Reconocimos en el primer capítulo que quienes estamos en este ministerio tenemos que enfrentamos con el pecado y la oscuridad: Porque nuestra lucha no es contra la sangre y la carne, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas (Ef 6,12). En definitiva, con el «padre de la mentira» (Jn 8,44), que sabe muy bien agudizar nuestros sentimientos y emociones cuando estamos debilitados por la enfermedad. Sin embargo, debemos evitar cualquier tendencia a interpretar la enfermedad mental como obra del demonio. Como cualquier otra zona del hospital, Psiquiatría (o una clínica psiquiátrica independiente) es un lugar donde, respaldados por la oración, con nuestra confianza en el amor de Dios por nuestros hermanos y hermanas y armados en nuestra mente con «la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Ef 6,17), podemos hacer mucho bien, a la vez que tendremos gran cuidado de no interferir con los profesionales cuando hablemos con sus pacientes. Tampoco debemos quedarnos demasiado tiempo con ellos, ni darles 'lecturas espirituales' (aparte déla Biblia, que en Canadá y Estados Unidos encontramos en la mesilla de noche de cualquier hotel u hospital), sobre todo sobre sanación, ya que podríamos hacerles más daño que bien; ni, en general, ser demasiado efusivos con pacientes del sexo opuesto cuyo problema no conozcamos muy bien, por el riesgo de una mala interpretación. Recordemos, por si nos sintiéramos tentados de abusar de nuestras prerrogativas como visitadores de pastoral y ver a los psiquiatras como antagonistas, que el Señor puede usar toda circunstancia y a cualquier persona para llevar a cabo sus propósitos, incluso a profesionales no creyentes, lo mismo que en la Biblia vemos cómo a veces utiliza Dios a los enemigos de su pueblo paraayudarle. Podemos usar en Psiquiatría alguna de las muchas oraciones que encontramos en las Escrituras, por ejemplo: «¡[...] tiende hacia mí tu oído, date prisa! [...] pues mi roca eies tú, mi fortaleza, y, por tu nombre, me guías y diriges» (Sal 31,3-4). Un día las lecturas de la misa eran pasajes 101 ¡Bendice, alma mía, a Yahvé, y bendiga todo mi ser su santo nombre! ¡Bendice, alma mía, a Yahvé, y no olvides ninguno de sus favores! El perdona todas tus faltas y sana todas tus dolencias; él rescata tu vida del sepulcro y te corona de piedad y de misericordia. Él sacia de bienes tus deseos, renueva tu juventud como la del águila. Le dejé una copia de la estampa de Jesús llamando a la puerta de una casa, que he mencionado antes, en la que había escrito las palabras de Ap 3,20, y le di una fotografía de santa Teresa de Lisieux, diciéndole qué maravillosa intercesora es esa joven santa, en cuyo dorso le escribí las siguientes referencias para que ella las leyera luego: Sal 34,18-20, Rm 5,3-5, Rm 8,28, ICo 10,13 y Flp 4,6-7. Nuestra Biblia, usada sabiamente, puede ser un maravilloso instrumento en nuestro ministerio pastoral. Puesto que a menudo no sabemos exactamente por qué debemos orar, y por regla general tampoco debemos hacer preguntas -además algunos pacientes ni siquiera pueden explicamos por qué están allí-, debemos solamente pedir a Jesús que llene su mente con su paz y que les defienda de todo lo que pueda no venir de él. Quienes tengan el don de lenguas -un don del Espíritu renovado hoy día con gran fruto entre muchos cristianos- pueden usarlo en voz baja, pues «el Espíritu mismo intercede por nosotros» (Rm 8,26). La visita en Cuidados Intensivos Es triste ver que algunos agentes de pastoral se resisten a visitar en Cuidados Intensivos, ya que estos pacientes son precisamente los que más necesitan nuestra oración. Y si tienen con ellos a familiares, tal vez también ellos necesiten nuestras palabras piadosas de consuelo. El hospital donde yo he trabajado tiene, contiguo a Cuidados Intensivos, algo que todos deberían tener: una cómoda salita con unaminicocina, donde lps familiares o amigos pueden estar siempre que quieran cuando no acompañen al 102 7. Con Jesús por el hospital paciente. La función social y hasta espiritual de un lugar con atmósfera hogareña como este es muy importante. En él hay suficiente intimidad para hablar con la gente e invitarles a hacer oración con nosotros como lo mejor que puede hacerse por el enfermo, o el que ha sido víctima de un accidente. Yo he tenido experiencias muy hermosas en Cuidados Intensivos, tanto en la sala de estar como en la misma Unidad, y siempre encontré a los familiares dispuestos a que les dirigiera en la oración. En ciertas ocasiones, si pertenecen a distintas confesiones cristianas, tenemos una buenísima oportunidad para el tipo de contacto ecuménico que se comenta en el capítulo siguiente. Aunque vaya por un valle tenebroso, no tengo miedo a nada, porque tú estás conmigo (Sal 23,4). Ten piedad de mí, ¡oh Dios!, ten piedad de mí (Sal 57,2). ¡Tú, mi Padre, mi Dios y roca de mi salvación! (Sal 89,27). ¡Oh Yahvé, mi fuerza y mi refuerzo, mi refugio en día de apuro! (Jr 16,19) Señor Dios, tú has creado el cielo y la tierra con tu gran fuerza [...] ¡Nada hay imposible para ti! (Jr 32,17). También hay que mencionar, respecto a Cuidados Intensivos, que debemos tener mucho cuidado de lo que decimos delante de pacientes que estén comatosos o anestesiados. Y si los que están con ellos empiezan a hablar inadecuadamente, no dudemos en hacerles un gesto cortés para que cambien de tema o se callen. Puesto que la capilla está siempre abierta, y muy cerca de Cuidados Intensivos (otra buena característica de un hospital), a veces he invitado a alguna familia católica, como ya he mencionado, a orar con ellos ante el Santísimo. En este tipo de interacción pueden establecerse estrechos lazos con los familiares del paciente. El Dr. William Reed explica: Dentro de la Unidad, a los nuevos pacientes que están conscientes les preguntan primero si quieren vernos cuando llegamos. Si parece ser imposible comunicarse con ellos, me quedo junto a la cama y pongo una mano sobre ellos o les acaricio suavemente la frente mientras les hablo y rezo en voz baja, confiando en que oyen lo que digo, y, en todo caso, siempre sabiendo que el Señor está con ellos, que él los ama y que él escucha nuestra oración. Mis palabras no son solamente de intercesión, pidiendo a Dios, en el nombre de Jesús, que esté con ellos, que tenga misericordia, que les proteja y les toque con mano sanadora, sino de ánimo, diciéndoles cuántas ganas tengo de verles cuando se pongan mejor y de dar gracias y alabar a Dios juntos por su restablecimiento. También Barbara Shlemon dice: Es muy importante entreverar nuestra oración con alabanza al Padre y a Jesús y pedir a los pacientes que se unan a nosotros en su corazón, a veces citando o leyendo las Escrituras: El estará contigo, no te dejará ni te abandonará; no temas ni te desanimes (Dt31,8). Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza, mi roca, mi fortaleza, mi liberador, mi Dios, mi roca donde yo m e refugio (Sal 18,3). 103 Mi opinión, comprobada después de observar a muchos pacientes anestesiados, es que se pueden implantar ideas negativas en la mente subconsciente y posiblemente en el ser espiritual del paciente durante el tiempo que dura la anestesia o la inconsciencia, que definitivamente influyen en el curso postoperatorio del paciente y en el resultado general del procedimiento que se haya utilizado para corregir la anormalidad [...] es totalmente posible que el paciente se vea afectado adversamente por lo que ocurre mientras está inconsciente.8 Una persona en coma puede a menudo oír lo que se está diciendo, aunque no pueda responder de modo visible [...] Personas que han sobrevivido a estados comatosos nos relatarán frecuentemente conversaciones enteras que tuvieron lugar en su habitación [...] Muchas veces esas personas me han contado el efecto tan tremendo que tuvo sobre ellos la palabra de Dios en su estado de impotencia. Una mujer [...] dice: "Me daba el valor para vivir cuando oía decir a mi repetidamente: 'Puedo hacer todo a través de Cristo que me fortalece" (Flp 4,13). 9 Por eso no debemos nunca dejar al paciente simplemente porque vemos que no está consciente. Yo a menudo le digo que Jesús está con él porque le 8. Surgery ofíhe Soul, pág. 88. 9. To Heal as Jesús Healed, pág. 43. 104 7. Con Jesús por el hospital ama muchísimo y que no debe tener miedo porque está con él cada minuto, obrando a través de los médicos y enfermeras, y que se va a poner bien. También debemos recordar que cada una de esas visitas en la UCI puede muy bien ser -como me ocurrió la primera vez que fui allí- la última oportunidad que tenga una persona de que se ore por ella, de oír hablar del amor de Jesús y de que se la encomiende a Dios. Puede que incluso seamos nosotros los últimos que recemos con esa persona antes de que muera, como me ocurrió a mí con Alma, una mujer a quien, la segunda vez que fui a verla en Cuidados Intensivos, le habían retirado toda ayuda clínica. Yo sabía que Jesús había estado muy cerca de nosotros. La visita en Maternidad El enfermo que está de duelo No es raro que algunos de los pacientes que encontramos en el hospital estén a la vez llorando la muerte de un pariente o amigo íntimo. Por eso es conveniente conversar un poco con ellos, aunque nos hayan dicho antes que no nos necesitan, y ofrecernos a orar por ellos. Yo he encontrado a algunos obsesionados por la muerte años antes de una hija o un hijo, que nos dejan ver una profunda y torturante herida que nosotros sabemos que Dios quiere sanar. Invariablemente nos damos cuenta de que el grado de dolor varía con la fuerza que tengan su fe y su confianza en Dios. Y sabremos cuándo les va a ayudar que abramos nuestra Biblia y leamos algo o que, a nuestro modo, apliquemos esas palabras a su situación: Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno [...] por una corta corrección recibirán largos beneficios, pues Dios los sometió a prueba y los halle dignos de sí (Sb 3,1, 5). Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieronen Jesús (lTs 4,13-14). Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros (Rm 8,18). Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras (lTs 4,18). 105 Hablo deliberadamente de visitar en Maternidad y Pediatría a continuación de la muerte porque representan los dos extremos de nuestra existencia terrena y por simbolizar el transcurso de una vida, que no es sino «vapor que aparece un momento y después desaparece» (St 4,14). Al principio no me atraía precisamente esa zona del hospital, pero luego empecé a ver allí el maravilloso misterio divino de la vida en ese niño, acompañado de su madre, o de ambos padres, o en la mujer que aún no ha dado a luz. Pero cuando ya está el niño, casi siempre les leo los versículos 13-16 del salmo 139, dejando que saboreen cada palabra: Tú formaste mis entrañas, tú me tejiste en el vientre de mi madre. Confieso que soy una obra prodigiosa, pues todas tus obras son maravillosas; de ello estoy bien convencido. Mis huesos no se te ocultaban cuando yo era formado en el secreto, tejido en lo profundo de la tierra. Tú me veías cuando era tan sólo un embrión, todos mis días estaban escritos en tu libro, mis días estaban escritos y contados antes de que ninguno de ellos existiera. No hace mucho, mientras escuchaba el latido del corazón del niño a través de la máquina ultrasónica, pensé en Isabel, cuando «saltó de gozo el niño en su seno» (Le 1,41). A menudo la madre llora de gozo mientras el padre, con ojos brillantes, le alcanza un 'kleenex.' A veces les leo también las palabras de la Biblia: Este niño pedía yo y Yahvé me ha concedido la petición que le hice. Ahora yo se lo cedo a Yahvé por todos los días de su vida (1S 1,27-28). Así ayudaremos a esos padres a reconocer ese regalo de Dios, que le pertenece a él y que ellos deben ofrecerle para que se haga su voluntad en su vida. Mi oración por el niño (y a veces antes de dar de comulgar a la madre) suele ser algo así: Y Señor, protégele/la, bendice cada uno de sus días y dale la oportunidad de llegar a conocerte de una manera personal como a su Salvador. Te damos gracias, Señor, por N. como parte de tu pueblo. Que te sea siempre fiel, lo mismo que tú le eres fiel a él/ella. Al recibir su madre tu cuerpo, Señor, toca también el cuerpo de su niño, que es tu cuerpo. También encuentro en Maternidad a madres que piensan que están bien y que no necesitan nada de nosotros. Entonces, naturalmente, me marcho, 106 7. Con Jesús por el hospital pero no sin antes recordarles que el hecho de que todo haya ido bien es razón suficiente para dar gracias a Dios. De vez en cuando, si percibo una actitud bondadosa, también les leo del salmo 139; y aunque no quieran nada más, les encanta y les vienen las lágrimas a los ojos. También hay ocasiones en las que se siente la ansiedad de esos padres y su necesidad grande de que se ore con ellos y por su niño. Estos generalmente lo aceptan con gratitud si nos acercamos a ellos con sensibilidad, y algunas veces hasta lo pedirán ellos mismos, si les hemos indicado en qué consiste nuestra pastoral. En casos así siempre podemos orar sabiendo el gran amor de Jesús por ese niño, poniéndolo en sus brazos, pidiendo a su Madre María que muestre su amor por esa madre y ese niño. A menudo me ha gustado tocar a la vez el cuerpo del niño con la píxide -sabiendo que era el cuerpo de Cristo lo que estaba tocándole a él o ella-, a la vez que le doy gracias y le alabo por ello. Una vez hice eso con una niña muy pequeña que estaba excitadísima, llorando y retorciéndose en brazos de su madre e impidiendo que sus padres se concentraran en mi oración. Instantáneamente cesó de llorar. Yo repetía con calma bastantes veces: 'Gracias, Jesús; gracias, Jesús; tranquilízala, Jesús, tranquilízala; gracias, Jesús; alabado seas, Jesús.' Siguió totalmente tranquila y como dormida, y salí de la habitación sin decir nada más. Eso es también evangelización, al menos esa pequeña semilla que debemos sembrar, dejando que el Señor la riegue. Algunas veces me he encontrado con una madre jovencísima sin casar, con quien también me encanta leer esos cuatro versículos, y de una manera especial, reflexionando con ella sobre cómo a otros hijos e hijas como el suyo se los mata por medio del aborto. Cuando rezo le doy gracias a Dios por el amor que ha puesto en el corazón de esa madre y encomiendo al Señor a aquellas que puedan estar contemplando un aborto, para que, por intercesión de María, Madre de todos, el Espíritu Santo ponga en ellas la decisión de no hacerlo. A veces esta interacción puede conducirlas a confesar su deseo de bautizar a su niño y, en algunas ocasiones, incluso a casarse por la Iglesia. Aunque inmediatamente sugiero que hablen con un sacerdote (y generalmente me pongo en contacto con el párroco de su parroquia), suelo tener que responder a ciertas preguntas básicas que tienen sobre el bautismo, el matrimonio, etc. Nos encontramos, pues, como he dicho antes, en la situación de tener que aconsejarles -gracias a lo cual podemos llegar a llamar a un sacerdote- y dejar bien clara la posición de nuestra Iglesia. La visita en Pediatría En el hospital donde he estado ejerciendo mi ministerio de pastoral sanitaria, Pediatría y la unidad de Cuidados Paliativos están separados sólo por unas puertas de cristal: a un lado los niños enfermos, al otro una mayoría de ancianos muy enfermos y hasta agonizantes. Durante mucho tiempo me parecía más difícil visitar a los niños que a los pacientes terminales. Una de las razones era que a menudo los padres jóvenes eran los que, como otros muchos pacientes en el hospital, decían: 'Estamosbien, no necesitamos nada, gracias,' reflejandodesgraciadamente la actitud de tanta gente joven hoy día. 107 Enfermedad terminal y muerte inminente A veces nos enfrentamos con lo peor: el paciente agonizante y la sombría actitud de los demás ante la muerte inminente. Parece que se nos va el corazón hacia todos ellos y querríamos ayudarles, sobre todo cuando vemos que están dispuestos a hablar o a orar. Estos son los momentos cuando necesitan nuestro consuelo. Claro que el grado de consuelo que podamos ofrecerles depende, primero, de la fe de la persona, y luego de lo sólidamente que nuestras palabras estén fundamentadas en la Palabra de Dios. Podemos parafrasearlas, o citarlas textualmente, pero deben comunicarse a ese hermano o hermana, pues es lo único que realmente «penetra hasta la división del alma y del espíritu» (Hb 4,12). ¡Cuánto amor necesitamos pedir a Dios que ponga en nuestro corazón por los que están muriendo y cómo se nos va el corazón hacia ellos! Les estamos visitando, oramos con ellos, se entrelazan nuestras manos, a veces hasta nos abrazan con amor cuando intimarnos con ellos. Pero hay también veces cuando instintivamente tendemos a hacer nuestra visita más breve porque queremos escapar del dolor. 108 7. Con Jesús por el hospital Es duro enfrentarse con quien sabe que nosotros sabemos que se acerca su muerte, que ya está más cerca del juicio de Dios que de este mundo. Y sin embargo, he llegado a apreciar precisamente ese privilegio, dándome cuenta de que estoy hablando a una persona que va a encontrarse pronto con Jesús y que podrá interceder por mí ante el trono de Dios. Aunque es algo a lo que siempre me acerco con un profundo respeto, independiente de la actitud del paciente, he de confesar que me comunico infinitamente mejor con una persona verdaderamente cristiana. De hecho, a mi mujer (también agente de pastoral) y a mí nos ha confortado enormemente muchas veces, y nos ha servido para sanar algo nuestro propio temor a la muerte, cuando hemos estado con alguien que podía enfrentarse con la muerte con fe y confianza, sin la más mínima actitud de rebelión y con una apacible aceptación de la voluntad de Dios, o cuya confianza en Dios era tan firme y profunda que su rostro se iluminaba con expectación, como si estuvieran a punto de ir a su propia boda. Las almas de personas así parecen arder dentro de ellas por su unión con el Esposo: Vedlo ya que se para/ detrás de nuestra cerca,/ mira por las ventanas, atisba por las rejas (Ct 2,9). Hace muchos años una comunidad canadiense de monjas españolas nos ofreció a un amigo mío y a mí una comida llena de alegría. Dos semanas después visitábamos a una de las hermanas, que estaba muriendo de cáncer en el hospital. En aquel entonces me maravillé cuando nos dijo con una sonrisa: «¡Jesús me está esperando!». En la primavera de 1997 estábamos visitando a nuestro querido amigo protestante Harry, a quien he mencionado en el capítulo anterior. Durante muchos años, Harry, un modesto mecánico de coches de una profunda vida espiritual y con un vasto conocimiento de las Escrituras, compartía con nosotros su erudición y su don de la oración y, junto con su mujer, su gran amor al Señor y su oración. Cuando estaba ya muy debilitado por el cáncer, recibió de Dios una auténtica sanación después de orar por él nosotros y luego un grupo de hermanos pentecostales. Durante dos meses disfrutó de cortar leña en el bosque nevado alrededor de su casa y de trabajar muchas horas seguidas en sus coches, y comía bien, aunque siempre había sido sorprendentemente frugal. Después de ese «suplemento del Señor», como él y Elaine lo llamaban, sabía que ya iba a morir, y cito de nuevo lo que nos dijo con la sonrisa luminosa que siempre tenía hablando de las cosas de Dios: «¡Estoy impaciente por encontrarme con mi Creador! ¡Es que no veo el momento de traspasar esa puerta!». Empieza a hablar mi amado, y me dice: «Levántate, amada mía hermosa mía, y vente. Porque, mira, ha pasado ya el invierno» (Ct 2,10) Otra muerte que mi mujer, María, y yo nunca olvidaremos fue la de Sana Gebrael, una bella muchacha de 24 años de una familia libanesa, que murió en nuestro hospital tras una infección cerebral que le duró cuatro años y la dejó totalmente inerte durante sus dos últimos meses. Aun durante las semanas cuando ya no podía ni abrir los ojos, ver su apacible expresión era ver a Jesús, a quien irradiaba, pues su amor llenaba aquella habitación. Sus padres, Gebrael y Samira, que estuvieron con ella día y noche durante cuatro meses, fueron un gran ejemplo de aceptación de la voluntad divina. Cuando murió la vistieron como a una novia, de blanco, y en su funeral se oía suavemente una marcha nupcial. Sus padres estaban destrozados, pero a la vez «la paz de Dios que supera todo conocimiento» (Flp 4,7) reinaba en su hogar por encima del dolor desgarrador. No he tenido ocasión de presenciar esta situación en una familia increyente, ya que generalmente no solicitan los servicios del sacerdote o de otras personas de pastoral. Pero en todos los demás casos, al orar por la persona agonizante, o hablando a la familia, intento asegurarles que Dios está en control de toda circunstancia y que nosotros los cristianos creemos en todas sus promesas de vida eterna y aceptamos su voluntad, sabiendo también que Diosha estado uniendo ese sufrimiento al sufrimiento de su Hijo Jesús en la cruz por su familiar y por cada uno de nosotros. Siempre aprecian oír las palabras de Dios en momentos así. ¿Orar por sanación? Sabemos que «Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será por siempre» (Hb 13,8), que él mismo dice que está entre nosotros «para dar la libertad a los oprimidos» (Le 4,18), que, así como «le trajeron todos los que se 110 encontraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó» (Mt 4,24), también nos da como instrucción: «Curad enfermos, resucitar muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt 10,8), y los que le siguen «impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Me 16,18). Por eso, la mayoría de las veces simplemente obedezco ese mandato, dejándole a él el resultado. También sabemos que siempre ha obrado sanaciones y milagros extraordinarios por medio de los santos y de muchos otras santas personas cristianas, así como a travéés de otras bien corrientes y humildes que aman a Dios porque saben que él es amante y fiel y cumple sus promesas. Hoy Jesús continúa obrando toda clase de señales y prodigios en medio de nosotros, curando a la gente física, emocional y espiritualmente, multiplicando la comida y realizando asombrosas conversiones por el poder de su Espíritu Santo en quienes confían en sus promesas. Me he enterado personalmente de algunos milagros concretos por los testimonios de unos hermanos y hermanas mejicanos pobres que viven en Juárez con el padre jesuíta Rick rhomas y la monja Sor Linda Koontz, así como de los médicos de la interconfesional Christian Medical Foundation International (EEUU y Canadá), los de Caring Professions Concern (Inglaterra) y los de la Association of Christian Therapists (EEUU). Por otra parte, muchísimos católicos y no católicos experimentan hoy sanaciones y profundas conversiones durante su visita a santuarios marianos famosos, como Medugorje (que he visitadoen dos ocasiones y donde he presenciado la centralidad de Jesús) o Lourdes, pues la Madre de Jesús sigue intercediendo por nosotros como lo hizo por primera vez en las bodas de Cana. Y existe hoy una vasta literatura que hace crecer nuestra fe acerca de la sanación dentro de las Iglesias cristianas através de sacerdotes yobispos, religiosos, pastores y muchísimas personas muy llenas del Espíritu. ¿Quién debe orar por la curación, cuándo y cómo, en nuestro ministerio pastoral? Necesitamos discernimiento, y Dios nos lo dará en proporción directa a la profundidad de nuestra vida espiritual y de acuerdo con el grado en que nos rindamos a él sabiéndonos pecadores y que sólo con su gracia podemos ser canales de su paz, de su Palabra y de su amorosa sanación. 7. Con Jesús por el hospital 111 En 1978 pasé un mes hospitalizado. En la habitación contigua estaba RayViennau, un hombre encantador de 81 años que tenía cáncer de garganta. Como no podía tragar ni agua, le alimentaban por vía intravenosa. Nunca olvidaré cómo ansiaba «una taza de te caliente». También sufría de un asma terrible que ni un aerosol cada cuatro horas podía aliviar. Cuando me nacionalicé también como canadiense en 1976, la jueza me había dado un Nuevo Testamento, y lo estaba leyendo seriamente por primera vez durante aquel regalo de Dios que fue mi estancia en el hospital. Lo que más me atraía eran las promesas de Jesús: «pondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán» (Me 16,18), «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis» (Mt 7,7), «Y todo lo que pidáis con fe en la oración, lo recibiréis» (Mt 21,22); y los testimonios personales que iba encontrando en el libro de los Hechos, cuando Jesús estaba aún tan reciente en la mente y en el corazón de aquellos primeros cristianos. Había yo leído un año antes el libro, hoy ya clásico, Healing ('Sanación'), del católico Francis MacNutt,10 y los de la extraordinaria mujer episcopaliana (anglicana estadounidense) Agnes Sanford.'' Todo me sonaba tan lógico, y Jesús se iba haciendo tan real en mi corazón que, lo mismo que Job con Dios Padre, empezaba a ver a Jesús con mis propios ojos, desde luego con los ojos del corazón. Una noche, cuando el hospital estaba ya en silencio total hacia las nueve y Ray estaba durmiendo, pasé a su habitación y le puse mis manos sobre su pecho jadeante y oré: «Señor, yo sé que va a morir, ¡pero si al menos pudiera respirar normalmente! Por favor, Señor, ayúdale a respirar», y me volví a mi cuarto. A la mañana siguiente, cuando pregunté por Ray a las enfermeras, una contestó: «¡Pues al menos ya no necesita más el aerosol!». Eso hizo algo en mí. Cuando salí del hospital seguí visitando a Ray todos 10. Francis MacNutt, Healing (Sanación), Notre Dame, Indiana, Ave María Press, 1974; Nueva York, Bantam Books, 1977. 11. Agnes Sanford, The Healing Light (La luz sanadora), Nueva York: Ballantine books, 1983; Seded Orders: The Autobiography of a Christian Mystic (Ordenes selladas: autobiografía de una mística cristiana), North Brunswick, Bridge-Logos, 1972; The Healing Touch ofCod (El toque sanador de Dios), Nueva York, Ballantine Books, 1987; ed. by A. Sanford, The Healing Gifts of the Spirit (Los dones sanadores del Espíritu), Berkhamstead, Arthur James Ltd., 1990. 112 los días, pero en agosto María y yo íbamos a una asamblea de la Renovación Carismática Católica de veinte mil personas en South Bend, Indiana. Fui a decir adiós a Ray y, con dolor todavía por aquel simple deseo de «una taza de te caliente», dije otra breve oración: «Señor, ya sé que está muriéndose, ¡pero si por lo menos pudiera tragar su tacita de te, Señor!... Por favor, Señor...». Cuando volvimos a las dos semanas le encontré tomándose su tacita de te, y los últimos diez días hasta que murió, no sólo se tragaba su te, ¡sino los bizcochos que yo le mojaba! No siempre oramos por las cosas 'importantes'. Pero es de esperar que un discernimiento básico nos guíe cuando entramos en interacción con los enfermos. Yo a veces me retraigo de compartir esa clase de oración con ellos, pero es sólo porque mi propio pecado me está quitando aún la libertad que debo tener en mi relación con Dios, porque todavía necesito mucha sanación en mí mismo para hacerme un canal limpio de intercesión. Sin embargo, no tengo la más mínima duda de que el Señor puede curar a cualquiera de mis enfermos agonizantes, porque «para Dios todo es posible» (Mt 19,26), como lo hace a través de otros hermanos, por ejemplo, dentro de la Christian Medical Foundation International. Yo mismo recibí una sorprendente sanación de mi terrible asma durante su congreso de 1984 -al que su presidente me había invitado como observador, y donde aquellos médicos compartieron muchos testimonios de sanaciones físicas, emocionales y espirituales- cuando el Dr. Reed me impuso las manos y oró por mí en dos ocasiones, la segunda, concretamente, tras haber yo pedido perdón a Dios en una reunión suya de oración: «Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros» (St 5,16). Podría contar, para gloria de Dios, muchos casos de sanación en diferentes iglesias cristianas. Pero lo que nunca dejo de hacer en mi ministerio es pedir que el Señor llene al enfermo de su paz. Todo agente de pastoral sanitaria (y el personal médico debe considerarse como tal) debe orar por esto, especialmente cuando se ve que falta lapaz de Dios en el enfermo y a su alrededor (pues a veces son sus visitas, por diversas razones, quienes pueden impedirla). Recuerdo que decía el Dr.Reed: «Nunca pronuncio un caso incurable hasta que no veo ala persona muerta». 7. Con Jesús por el hospital 113 Pero, a pesar de todo, muchos de nosotros tenemos miedo de poner nuestras manos sobre los enfermos y orar por su sanación, aunque lo hagamos a distancia. Una vez en las preces de una misa el sacerdote leyó la siguiente oración de intercesión por un sacerdote de unos 60 años que se encontraba en fase terminal (a quien años antes yo había visitado en el hospital para llevarle la Comunión y orar por él): «[...] y que Dios le ayude a vencer el miedo, la soledad y la ansiedad». Esas palabras me entristecieron, pues yo sentía que debería haber dicho más bien: 'Padre, te pedimos, en el nombre de tu Hijo Jesucristo, que no permitas que a nuestro hermano le invada ninguna sensación de temor, soledad o ansiedad. Y, Señor, nosotros, tu pueblo aquí reunido, te rogamos que, de acuerdo a tus promesas, le sanes, para tu gloria.' Es cierto que era un enfermo terminal, pero no podía yo evitar el recordar cómo en 1961, en nuestra ciudad de Fredericton, el Rev. Bill Drost (más tarde pastor de la Iglesia Pentecostal en Colombia y en Málaga, España) fue sanado en pocos días, cuando iba a morir de una metástasis cancerosa abdominal, por sus propias oraciones y las de su congregación.12 Concluyo este capítulo citando una carta de 1995 en la que el Dr. William Reed me daba la información más reciente sobre la sanación de su cuñado cuando, al instante de desconectarle los médicos de cuanto le manteníía clínicamente vivo, el Dr. Reed y el hijo del paciente le impusieron las manos y empezaron a orar: Es realmente asombroso que se esperase que muriera, pero realmente, cuando se le desconectó de todo, empezó inmediatamente a ponerse bien [...] Estoy convencido de que cuando oramos siempre le pasa algo espiritualmente a la persona por quien oramos, es decir, a nivel del espíritu, y que esta sanación se extiende paulatinamente por el psicosoma. 12. Bill Drost (con Mike y Loma Wieteska), Un hombre con una misión: Bill Drost El Pentecostés (1985) y Un destino más allá de la muerte: Bill Drost El Pentecostés (1988), Burlington, Ont., Welch Publishing (Mrs. Ruth Drost, reside aún en Málaga, y sus cuatro hijos son pastores en Hispanoamérica, España y Canadá). Capítulo 8 ORANDO CON NUESTROS HERMANOS Y HERMANAS Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el hombre que se refugia en él (Sal 34,9) Nuestros propios hábitos de oración Como católico siempre pienso que, en cuanto miembros de la Iglesia apostólica que Jesús «comenzó [...] con el anuncio de la Buena Noticia» (CCE 763) -que preparó con «los Doce con Pedro como su cabeza» (CCE 765), estableció a través de él (Mt 16,18) y confirmó con la efusión de su Espiritu en Pentecostés (Hch 2,2-4)-, poseemos la más antigua tradición en la oración -seguidos de las Iglesias de la Reforma- mantenida a través de los siglos por los santos, por las comunidades monásticas y otras comunidades y por los mismos fieles. Contamos con un verdadero tesoro de oraciones escritas, empezando por las de la Misa (muchas de ellas atribuidas a los mismos santos), que siempre apreciaremos como parte de nuestro patrimonio. Sin embargo, a pesar de una vasta literatura sobre la oración espontánea vocal, así como la mental y contemplativa, la mayoría de nosotros, sobre todo delante de los demás, preferimos las oraciones ya establecidas -además del Rosario, ya de siglos, centrado sobre todo en la vida y pasión de Cristo- a la oración espontánea dirigida por el Espíritu Santo, mucho más común entre muchos no católicos. 116 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos Algunos sectores de la Iglesia Católica, muy característicamente dentro de movimientos eclesiales como la Renovación Carismática, han alcanzado en las últimas décadas un justo equilibrio entre ambos tipos de oración. Yo he oído personalmente, o leído, testimonios de toda clase de personas, desde obispos y sacerdotes a religiosos y laicos, sobre cómo se ha enriquecido su vida de oración al crecer en la oración espontánea con la libertad del Espíritu Santo, así como en el ejercicio del don de lenguas (1C 12,10; 14,2,5: 14,18). Señor Jesús!» después del Evangelio y antes el Aleluya; «Bendito seas por siempre, Señor» al presentar el pan y el vino; dentro de la plegaria eucarística, la aclamación «¡Santo, santo, santo, Señor, Dios del universo, llenos están el cielo y la tierra de tu gloria! ¡Hosanna en el cielo! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!»; hasta el Padre Nuestro que Jesús nos enseñó empieza alabando al Padre; y después la aclamación «Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor». Todo esto lo presenciamos en asambleas multitudinarias católicas o ecuménicas y en retiros y grupos de oración. De una manera especial en la pastoral sanitaria, la oración espontánea nos permite expresarnos de acuerdo con las necesidades de cada persona según el Espíritu nos guíe, y por supuesto que nuestros pacientes aprecian nuestra oracióón 'personalizada' y a menudo experimentan su efecto terapéutico de distintas maneras. Sin embargo, la mayoría de los sacerdotes y sus fieles parecen recitarlas mecánicamente y con una expresión que jamás delataría la alabanza gozosa, mientras que en algunos sectores de la Iglesia Católica y de otras Iglesias la gente pasa mucho tiempo en la alabanza porque saben muy bien que es cierto que Dios habita y se goza en nuestra alabanza, como nos dice en su palabra. La alabanza es sencillamente la forma de oración más importante de todas, a través de la cual puede Dios actuar incluso antes de que le hayamos pedido nada. Personalmente, me gusta, suave pero audiblemente, alabar a Jesús después de dar su cuerpo a los pacientes y también durante mi oración por ellos. Debemos fomentar la alabanza, a veces explicando por qué lo hacemos: La oración de alabanza «Bendeciré al Señor a todas horas, su alabanza estará siempre en mi boca» (Sal 34,2), «Mi boca está llena todo el día de tualabanzay de tu gloria» (Sal 71,8), leemos en la Biblia. Y sin embargo, un aspecto de la oración que los católicos tienden a descuidar es la oración de alabanza, simplemente alabar a Dios por ser quien es, porque él mismo nos dice: «El que me ofrece sacrificios de alabanza me glorifica» (Sal 50,23). A través de toda la Biblia, llena de exhortaciones a la alabanza, el pueblo de Dios la practica porque «¡Qué bueno es cantar para el Señor!, ¡qué agradable alabar a nuestro Dios!» (Sal 147,1), porque «todo el día se le bendecirá» (Sal 72,15) y porque proclamamos: «[...] Tú eres el Santo que moras en los laudes de Israel!» (Sal 22,4). Por eso, «ofrezcamos a Dios sin cesar un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre» (Hb 13,15). Es sorprendente que, mientras que la alabanza es la forma de oración más importante en la mayoría de las demás Iglesias, los católicos no nos damos cuenta de que la historia de nuestra Iglesia abunda precisamente en alabanzas ya establecidas, de manera más sobresaliente en la Misa: el Gloria, e l «¡Te alabamos, Señor!» tras las lecturas y el «¡Gloria a ti, 117 Te damos gracias, Señor, por tu presencia entre nosotros y te alabamos porque sabemos que tú quieres nuestra alabanza sobre cualquier otra oración, y que tú ya estás respondiendo a nuestra oración cuando estamos alabándote. Un día oí el llanto desconsolado de una mujer de unos 60 años que estaba en una silla de ruedas a causa de su avanzada artritis. Estaba gimiendo, gritando, con tal dolor de corazón que le cogí las manos y empecé a acariciarle la cabeza, alternando entre la oración por ella y el decirle cuánto la amaba Jesús. Cuando vi que tenía un rosario le dije cuánto la quería María también y oré por ella y la invité a que alabara a Jesús y le hablara, lo que empezó a hacer al momento y pidiendo perdón por sus pecados. Me habló de ver a un sacerdote y me pidió que le diera la Comunión, que ya nos había ella pedido. Orando por los recuerdos que tuviera que sanar, y de nuevo alabando a Dios Padre y a Jesús, le cité las palabras del Evangelio de aquel día, Juan 3,16: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio su Hijo único». Cuando me marché estaba de lo más tranquila y contenta. 118 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos María, mi mujer, debido a una racha de poca salud, se había ido hundiendo en un estado de fatiga y depresión. Una tarde en que no conseguía levantarse de la cama para preparar la cena (la comida principal en Canadá, hacia las 18,00), tuvo dos llamadas telefónicas: primero, de una hermana de un grupo de oración anglicano que ella frecuentaba, pero que había querido marcar otro número...; así que prometió llamar a su cadena de oración; poco después, llamó otra hermana, esta vez del grupo hispánico de oración, y la animó a no parar de alabar al Señor, lo que María empezó a hacer enseguida, sintiendo que su paz iba invadiéndola, ¡hasta que pudo incluso preparar una cena estupenda! La oración de gracias Recordemos que de los diez leprosos curados por Jesús, como se relata en Le 17,11-19, sólo uno, «viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias». Vemos a muchos que, lo mismo que los otros nueve leprosos sanados, no parecen sentir la necesidad de darle gracias a Dios por su curación, y se refieren sólo al personal médico o a su buena suerte. Muchos de los que nos piden oración no se muestran tan dispuestos a hacerlo en acción de gracias como antes a su petición. Y sin embargo, el salmista nos invita a decir: «No está aún en mi lengua la palabra, y ya tú, Yahvé, la conoces entera» (Sal 139,4), y el mismo Jesús nos asegura: «vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo» (Mt 6,8). Es cierto que Jesús también nos dice: «Porque todo el que pide, recibe» (Le 11,10), pero Pablo nos recuerda en Ef 5,20 que, sobre todo, debemos estar «dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo». Con mucha frecuencia tengo que decir a un paciente que está restableciéndose y parece no necesitarnos ya: 'No debemos dar nada por sentado, esto es para dar gracias a Dios.' Dietrich Bonhoeffer, pastor, teólogo y mártir luterano, dice: Sólo el que agradece lo pequeño recibe también lo grande. Impedimos que 119 Dios nos conceda los grandes dones espirituales que nos ha reservado, porque no le damos gracias por los dones diarios.1 La otra oración de gracias aún más importante es cuando alabamos a Dios Padre, o a Jesús, no por lo que hemos recibido visiblemente, sino por su amor, su misericordia, su fidelidad, su protección, su presencia y, por supuesto, por el hecho de que él nos permite recibir los cuidados médicos que también damos por sentados, cuando tantos en el mundo sufren y mueren por carecer de ellos. Cuando les veo con su bandeja de la comida, a veces les pregunto: '¿Puedo dar gracias con usted?' En cuanto a la costumbre cristiana de bendecir la comida antes de empezar, procuro mencionarles que Jesús siempre lo hacía (Mt 15,36; Mt 26,26; Me 6,41; Me 8,6; Le 22,19), que Pablo daba ejemplo de ello, como debemos hacer nosotros como cristianos: «tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y se puso a comer» (Hch 27,35), y que en su primera carta a Timoteo se refiere a los «alimentos que Dios creó para que fueran comidos con acción de gracias por los creyentes y por los que han conocido la verdad» (4,4). Cuando un día fui a decir adiós a un enfermo de cáncer y su mujer, contento de que dejaran ya el hospital, oramos juntos, uniendo nuestras manos y agradeciéndole a Dios el habernos juntado allí y haber cuidado de él todos esos días a través del personal médico. La oración de aceptación y de gracias por la voluntad de Dios Otra ocasión para evangelizar y familiarizar a nuestros hermanos con la Palabra de Dios es tratar de hacerles conscientes de cómo su voluntad obra en nuestras vidas y cómo debemos desear siempre hacer su voluntad, no la nuestra, aun cuando nos enfrentamos con el sufrimiento. A veces lo que los enfermos necesitan aceptar no es precisamente su enfermedad, sino alguna circunstancia en sus vidas que les está haciendo 1. Dietrich Bonhoeffer, Vida en comunidad, pág. 106, Buenos Aires: Editorial Aurora, 1966 (Munich 1939). 120 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos desgraciados y les tiene desalentados. Una mujer me habló de lo desgraciada que era por haber tenido que mudarse a un pueblo pequeño y aburrido porque su marido había comprado una casa allí. «Diana», le dije, «Dios controla nuestras vidas, especialmente si le dejamos ser Dios y creemos en él y aceptamos las cosas que él permite, porque él te ama. Mira, nosotros tenemos una casa en España de la que también yo me quejo cada vez que me olvido de que Dios nos permitió adquirirla cuando lo hicimos. Mira lo que él nos dice sobre esto de aceptar lo que es su voluntad para nosotros». Y le leí Efesios 5,17 y 20: porque me parece me allego un poquito más para ver a Dios, de que veo ser pasada aquella hora de la vida».3 Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad del Señor [...] dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo. El famoso obispo católico estadounidense Fulton Sheen escribió: «Las cosas ocurren en contra de nuestra voluntad, pero nada, excepto el pecado, ocurre en contra de la voluntad de Dios»,2 y cita la conocida reacción de Job cuando se entera de uno de sus infortunios: «Yahvé dio, Yahvé quitó: ¡Sea bendito el nombre de Yahvé!» (Jb 1,21). Luego desarrolla esta idea y dice lo que yo le dije a Diana, que «en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,28), asegurándonos que «si confías en Dios y te rindes a su voluntad, siempre eres feliz». Muchas otras veces es el sufrimiento de la misma enfermedad (y la depresión que puede causar cuando no estamos espiritualmente preparados para hacerle frente, e incluso a veces si lo estamos) lo que impide aceptar la voluntad de Dios. Santa Teresa de Jesús se refiere a una de las muchas veces cuando se sentía deprimida viéndose tan llena de dolores y tan agotada ala hora de acostarse: «me apareció el Señor y me regaló mucho, y me dijo que hiciese yo [o sea, aceptando su voluntad] estas cosas por amor de él y lo pasase, que era menester ahora mi vida»; y que, habiendo experimentado eso, le decía algunas veces a él: «Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí». Y añade: «Dame consuelo oír el reloj; 121 Recordémosles a los enfermos cómo Jesús, sabiendo que iba a morir en la cruz, oró así: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Le 22,42), y, con la fuerza que le daba el Espíritu Santo, soportó el horror de su Pasión y triunfó así sobre su sufrimiento y el del mundo entero. Así pues, cuando vemos a algunos cuya fe está desmoronándose bajo la presión del sufrimiento, pensemos en las palabras de la carta a los Hebreos: «No perdáis ahora vuestra confianza, que lleva consigo una gran recompensa. Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido» (Hb 10,35-36). Y no dejemos de añadir en nuestra oración: Señor, danos la fe y la confianza en tu amor y misericordia para darte gracias por todo lo que tú permites que ocurra en nuestras vidas, para ofrecerte estas adversidades y pruebas y para recordar tus palabras: «no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos» (Is 55,8), y tengamos siempre en cuenta que «Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman» (Rm 8,28). La oración de confianza, abandono y esperanza Ralph Martin dice: «Cuando vienen las penalidades a nuestras vidas lo mejor que podemos hacer es rendirnos y abandonarnos en Dios. Es menos doloroso a la larga cooperar con Dios que resistirle».4 Para hacer eso necesitamos aprender a confiar más en su infalible fidelidad y su amor, especialmente cuando se está en el hospital y nuestras defensas espirituales están bajas a causa de la ansiedad que nos desequilibra. Son momentos 3.Vida, XL,20. 2. Fulton Sheen, Preface to Religión, "Hope" (Prefacio a la religión: La esperanza), pág 717, en John A. Hardon, SJ (ed.), A Treasury qf Catholic Wisdom (New York, Doubleday, 1987) 4. Ralph Martin, Hardship and Holiness (Penalidades y santidad): New Covenant, noviembre 1987, pág. 13. 122 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos críticos cuando esa misma ansiedad puede a menudo llevar a esos pacientes, aunque sean personas que van a la iglesia, a declinar toda ayuda porque creen que prefieren estar solos. Sus palabras reflejan siempre su estado anímico y nosotros debemos tratar de aliviar su ansiedad asegurándoles que Dios controla esa situación y que deben confiar en él. Mi oración puede ser así: de fe» (Hb 10,22). De este modo podemos contribuir a ese proceso de santidad que se nos promete, Padre, Creador de cielos y tierra, te alabamos y te damos gracias por reunimos en el nombre de tu Hijo Jesús, a quien tú permitiste morir en la cruz por N. y por cada uno de nosotros para que podamos ponernos ante ti como lo hacemos ahora. Jesús, tú dijiste que cuando dos o más están reunidos en tu nombre, tú estas allí con ellos. Por eso te damos gracias por tu presencia. Te damos gracias porque sabemos que tú eres tan compasivo como lo es tu Padre. De nuevo, Padre, te pedimos, reunidos en esta habitación en el nombre de tu Hijo Jesús, que nos ayudes a querer poner esta situación en tus manos y entregarnos a ti, que nos des la gracia de confiar y esperar en ti. Amén. Esta ocasión es buena también para compartir algunos testimonios, como cuando les cuento la vez que mi mujer sufrió una operación muy seria para quitarle un pequeño tumor de un pulmón, y cómo tras el primer sobresalto puso su situación en manos del Señor y casi nunca más le atacó el miedo, incluso antes de saber que no era maligno. En 1996 Dios nos dio el regalo de conocer a los canadienses Glen y Emily Ager, miembros residentes en España de los Wycliffe Bible Translators.5 Cuando a finales de ese año a Glen le tuvieron que tratar un cáncer en Canadá, Emily nos decía en una carta: Dios puede muy bien poner paz en sus corazones a través de nuestra oración, preparándoles mejor para lo que pueda venir. Podemos incluso sentirnos inclinados a añadir algunos versículos bíblicos apropiados, por ejemplo, las tan conocidas y alentadoras palabras del Sal 23,1-4, o las del Sal 27,13: «Yo estoy seguro que he de ver los bienes del Señor en el mundo de los vivos. Espera en el Señor, ten ánimo, sé fuerte, espera en el Señor»; o He aquí a Dios mi salvador: estoy seguro y sin miedo, puesYahvé es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación (Is 12,2). He buscado a Yahvé y me ha respondido, me ha librado de todos mis temores (Sal 34,5) El día en que temo, en ti confío (Sal 56,4). Puesto que sabemos que «el temer delante de los hombres es un lazo, el que confía en el Señor está seguro (Pr 29,25), suelo pedir la protección contra toda clase de pensamientos negativos, 'porque sabemos que no vienen de ti, Señor,' y trato de apoyar mis propias palabras en la Palabra de Dios, ya que «todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que [...] mantengamos la esperanza» (Rm 15,4), y muy concretamente las de Filipenses 4,6-7, ya citadas, siempre recordando que cuando nos ponemos ante Dios «acerquémonos con sincero corazón, en plenitud 123 sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,3-5). Todo va muy bien, nos sentimos defendidos y envueltos en oraciones. Es la única explicación que encontramos para nuestra falta de miedo, nuestra confianza en Dios, sea cual sea el futuro, y mucha paz [...] Recibimos toneladas de aliento y fuerza de la familia de Dios y nos sentimos satisfechos y en paz con lo que está ocurriendo. Dios está aquí, bendiciéndonos y fortaleciéndonos. Describiendo la temible y arriesgada radiación, Emily escribía: En muchos aspectos, este roce con el cáncer ha sido una experiencia muy rica. ¡¡¿¿Rica??!! Si, rica. Hemos visto nuestra tendencia a controlar, lo que significa que no le dejamos controlar a Dios. Hemos visto nuestra propia ira cuando las cosas nos van mal. Hemos visto nuestra propia impotencia y nuestro deseo de manipular a Dios. Finalmente, en marzo, Glen nos escribía hablando de las «lecciones» que había aprendido a través de esta experiencia respecto a sus limitaciones espirituales y nos pedía que nos uniéramos a ellos dando gracias a Dios por 5. Asociación misioneradedicada a la traducción de la Biblia en las lenguas menos comunes. John Wycliffe (1330-1384) fue uno de los reformadores religiosos de Inglaterra y primer traductor de la Biblia al inglés a partir de la Vulgata de san Jerónimo. 124 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos haberle mostrado su amor de tantas maneras y «por el regalo del cáncer, por su paciente gracia conmigo», y terminaba con estas citas: Suelo llevar en mi Biblia estas palabras, que son oración, de la Madre Teresa: Dios nos disciplina para provecho nuestro, para hacernos partícipes de su santidad. Ninguna disciplina parece de momento agradable, sino penosa, pero luego produce fruto apacible de justicia y de paz para los que han sido ejercitados en ello (Hb 12,10) [..] Él [...] multiplicará la cosecha de vuestra justicia. Se os hará ricos en todos los aspectos para que podáis ser generosos en toda ocasión [...] y vuestra generosidad provocará acciones de gracias a Dios (2Co 9,10-11). Una cosa me pide Jesús: que me apoye en él y que sólo en él ponga toda mi confianza; que me entregue a él sin reservas. Aun cuando todo vaya mal y me sienta como un barco sin brújula, debo darme completamente a él. No debo intentar control la acción de Dios.7 La misma actitud la encontramos en la oración final de la 'Novena de la Divina Misericordia', inspirada por Jesús a Sor Faustina: Una vez más veíamos el efecto de la oración y la presencia de esa «paz que supera todo conocimiento» (Flp 4,7). Kenneth Pike, cofundador de Wycliff Bible Translators, dice, claramente pensando en las palabras de esperanza de san Pablo en Romanos 5: Oh, eterno Dios, en quien la Misericordia es infinita y el manantial de compasión es inagotable, vuelve a nosotros tu mirada bondadosa y aumenta tu Misericordia en nosotros, para que en los momentos difíciles no nos desesperemos ni nos desalentemos, sino que, con absoluta confianza, nos sometamos a la santa voluntad que es todo Amor y Misericordia.8 Sin esperanza una persona puede confiar y todavía estar abatida [...] La esperanza mira hacia los montes, a la cosecha. "Cuando el que ara ara y el que trilla trilla, deben hacerlo con esperanza [...]" (ICo 9,10) [...] Ha de haber crecimiento. El principio será seguramente con fe, en la tribulación.6 Así pues, la esperanza nos hace mirar hacia delante sin pararnos a pensar en situaciones presentes o pasadas, fijando nuestra mirada en Jesús, nuestro camino, nuestra esperanza, nuestra luz, ahora y para la eternidad, si dejamos que él nos atraiga hacia su Reino. Porque la vida es corta, es verdaderamente ««como sombra que pasa» (Sal 144,4; Ecl 6,12), como «vapor que aparece un momento y después desaparece» (St 4,14), pero necesitamos alcanzar ese estadio en nuestro caminar espiritual cuando podamosdecii: «En ti está mi esperanza» (Sal 39,8). Por medio de su palabra y de testigos como Glen y Emily, siempre podemos ser «poderosamente animados [...] asiéndonos a la esperanza propuesta» (Hb 6,18), «aguardando la feliz esperanza» (Tt 2,13), «Cristo Jesús nuestra esperanza» (lTm 1,1), «una esperanza viva» (IPe 1,3). Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro» (Un 3,3). 6. Kennetli L. Pite, With Heart and Mind: A Personal Synthesis of Scholarship and Devotion, pág. 84 125 La oración ofreciendo nuestro sufrimiento Tras considerar lo que hemos reflexionado sobre el sufrimiento en los capítulos 1 y 6, y la actitud hacia él que espera Dios de nosotros con la fuerza del Espíritu Santo, nos damos cuenta de que hay tres aspectos del sufrimiento que necesitamos hacer conocer a los enfermos. Uno es que cada vez que veamos amenazada nuestra fe debemos gritar al Señor inmediatamente: «sé tú mi roca de refugio» (Sal 71,3), o '¡Señor Jesús, ten misericordia!', hasta que su paz nos llene y podamos decir de nuevo: «Nunca pierdo la fe, aun cuando digo: 'Yo soy un desgraciado'» (Sal 116,10). El segundo aspecto es el uso que personalmente pueden hacer de su sufrimiento como ofrecimiento a Dios a través de su Hijo Jesús para los fines que él tenga. El tercero es el ofrecerlo por otros como forma de intercesión. 7. Madre Teresa, Total Surrender (ed. de Fray Angelo Devananda), pp. 39-40, Ann Arbor, Servant Publications, 1989, 8. Diario, 1804, 1811. 126 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos Hace pocos años leí en un periódico católico inglés el mensaje de Juan Pablo II para el Día del Enfermo, donde decía: Llamado a la unión con Cristo, el cristiano, con la aceptación y el ofrecimiento del sufrimiento, anuncia el poder constructivo de la Cruz [...] pidiéndole a él la fuerza para transformar la prueba que os aflige en un regalo. Y en su encíclica Vita Consecrata, el Papa escribió, c o m o m a n d a t o , que aquellos, c o m o nosotros, atiendan al enfermo: han de fomentar que los enfermos ofrezcan su dolor en comunión con Cristo crucificado y glorificado para la salvación de todos y, más aúún, que alimenten en ellos la conciencia de ser, con la palabra y con las obras, sujetos activos de pastoral a través del peculiar carisma de la cruz (83). Me alegré de leer esas palabras, pues me había acostumbrado yo a sugerir a mis pacientes que pusieran su sufrimiento a los pies de la cruz de Jesús, para que él pueda unirlo a su propio sufrimiento por la humanidad y por la salvación de las almas. Como explica Juan Pablo II: «el sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas.9 Mi oración es algo así: Padre, te alabamos y te damos gracias por tu amor, te damos gracias por darnos a tu Hijo Jesús en la cruz. Oh, Espíritu Santo, llena nuestra mente y nuestro corazón con la confianza de que Jesús está constantemente con nosotros, que él nunca nos abandona, y danos la fe y la voluntad de ofrecerte cualquier sufrimiento que estemos pasando por el sufrimiento de tu Hijo Jesús por nosotros. Acompaña siempre a N., Jesús, llena esta habitación de tu presencia y la de tus ángeles, llena el cuerpo, el corazón y la mente de N., de tu paz. Te damos gracias y te alabamos, Jesús. Alabado seas, Señor, alabado seas. A ciertos pacientes que están realmente abiertos a la oración les sugiero que ofrezcan su sufrimiento por los que no rezan, para que hasta puedan decir, como san Pablo: «Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros» (Col 1,24). Infundamos en nuestros hermanos enfermos la seguridad de que, como dice Pablo: «somos hijos de Dios [...] herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con Él glorificados» (Rm 8,17), y 127 compartamos también con ellos las palabras de Dios acerca del sufrimiento para hacer que crezca su fe hasta el punto de que reconozcan que ellos están atribulados en todo, más no aplastados; perplejos, más no desesperados [...]; derribados, más no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo [...] en nuestra carne mortal (2Co 4,8-11). Inspirados por la Palabra de Dios y fortalecidos por el cuerpo de Jesús en la Comunión, pueden incluso hacer suyas las palabras de san Pablo: «completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24). El padre Kossicki confirma esto: Todos nosotros podemos ofrecer nuestros sufrimientos con Cristo, por muy pequeños que sean, sean del tipo que sean, bien físicos, emocionales o espirituales. El sufrimiento ofrecido en unión con Cristo es muy precioso a ojos de Dios. No lo desperdiciéis. Ofrecédselo a Cristo por la salvación de las almas.10 Pidámosle a Dios que su Espíritu Santo infunda en sus mentes y corazones lo que Pablo dijo a los cristianos de Roma: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva» (Rm 12,1). Y qué mejor ocasión de hacer eso que cuando reciben la Comunión, puesto que en ese momento Cristo está en sus cuerpos y ellos son uno con Jesús. Donna, a quien he mencionado ya, me dijo una vez que ella ofrecía su sufrimiento por los niños que estaban sufriendo, y podía yo imaginar cómo aceptaría Dios esa intercesión cuando oré con ella mientras sufría intermitentemente de un dolor desgarrador. La oración por la tristeza, la ansiedad, el miedo y el desaliento El gran santo español del siglo XVI san Ignacio de Loyola nos asegura en sus famosos Ejercicios Espirituales que cuando deseamos crecer espiritualmente «propio es del mal espíritu morder, tristar y poner impedimentos, inquietando con falsas razones para que no pase adelante».11 10. Intercession, pág. 50. 9. Encíclica Salvifici áoloris, 27, Madrid,San Pablo, 1984. 11. San Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales (ed. de S. Arzubialde, S.I.), «Reglas 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos 128 Claro, como que somos mucho más vulnerables a sus ataques cuando estamos debilitados física, mental y espiritualmente por la enfermedad. Pero si confiamos en las promesas de Dios y, como en el salmo, clamamos a él en nuestro corazón: «mi roca eres tú, mi fortaleza» (Sal 31,4), tendremos también la certeza de que sencillamente no puede abandonarnos: Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rm 8,38). Y en cuanto al miedo, el Dr. William Reed, a quien he citado respecto a este problema en el capítulo anterior, está «convencido de que el miedo y la aprensión hace que aumente el dolor».12 Por tanto, este es el momento de aconsejar y orientar a nuestros hermanos y hermanas: «confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros» (IPe 5,7), «Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!»» (Rm 8,15), «Pues el Señor no nos ha dado espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de prudencia» (2Tm 1,7). Verdaderamente, las palabras de Pablo en Filipenses 4,6-7 no pueden ser más apropiadas, y a veces las explico según las voy citando o leyendo: No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión [o sea, aun en esta situación, porque Dios no siempre quiere que lo entendamos, sino que lo aceptemos, y esto podemos conseguirlo manteniéndonos cerca de él y confiando en él] presentad a Dios vuestras peticiones [porque él quiere que le pidamos], mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias [por todo lo que él permite que ocurra en nuestras vidas y por sus muchas bendiciones]. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento [y que ya es curativa], custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos [para que el demonio no pueda atacarteahí] en Cristo Jesús. Es importante que los que están con miedo conozcan esas promesas. Sabiendo que las palabras de Dios consiguen el propósito para el cual él para en alguna manera sentir y conocerlas varías mociones que en el ánima se causan... [315], Bilbao, Ediciones Mensajero, pág. 95. 12. Surgery ofthe Soul, págs. 79, 152. 129 las manda (Is 55,11), debemos creer que ellas pueden hacer a su mente y a su espíritu lo que un calmante hace a su cuerpo. Además de dar gracias a Dios por las cosas que son claramente buenas, debemos esforzarnos po r infundir en sus mentes la convicción que Dios quiere que le demos gracias en toda circunstancia y que confiemos en él siempre: «En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros» (lTs 5,18). Esto sería imposible sin aceptación -que no es lo mismo que resignación-, puesto que la aceptación y la confianza en Dios se dan la mano. Yo no les hablo de la fe, porque puede sonarles como si les estuviera diciendo que por falta de ella no 'merecen' estar bien. Una buena lectura que recibimos de labios del mismo Jesús es Jn 14:1: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí»; y si se trata de un paciente terminal consciente de su situación, pero con miedo a la muerte, puede que Dios bendiga a esa persona con su paz mientras le leemos las palabras que siguen: «volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,3). Amenudo sugiero que cuando sientan llegarles la ansiedad, digan inmediatamente la antiquísima Oración de Jesús: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí».13 A san Siluán, el místico de la Iglesia Ortodoxa rusa que murió en 1938, le enseñaron esta oración cuando llegó a su monasterio de Grecia, ya que «puede decirse en cualquier lugar y en todo momento».14 Desde que visité ese y otros monasterios del Monte Atos, le tomé gran gusto a esa oración, fórmula perfecta para seguir el consejo «orad constantemente» (lTs 5,17). 13. Esta breve oración (jaculatoria) de base bíblica (véase Le 18,38 y 18,13), a la que puede añadirse la palabra 'pecador,' se remontaa los monasterios egipcios del siglo IV y aparece escrita ya hacia el siglo VI. Véase La oración interior: Antología de autores espirituales, págs. 32-47, Buenos Aires, Editorial Lumen, 1990. 14. Archimandrita Sophroni, The Monk cf Mount Athos: Staretz Silouan 1866-1938, 1973, pág. 17. Del mismo autor, Wisdom From Mount Athos: The Writings of Staretz Silouan, 1974, Crestwood, N.Y., Si. Saint Vladimir's Press. Véase F. Poyatos, «Mount Athos: Soul's Haven on Earth» (El Monte Atos: Refugio para el alma en la tierra), Queen 's Quarterly, Vol. 105, invierno 1997, págs 660-678 (ilustrado). 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos 130 La oración para perdonar >> Después de habernos ocupado del problema de la falta de perdón en el capítulo 7, podemos ver ahora cómo tenemos que acercarnos a la persona que no puede perdonar para ayudarla con la oración. Se trata de pedir la gracia de perdonar, algo humanamente imposible que Dios tiene que poner en nuestro corazón, lo mismo que pone la gracia de amar, ya que el perdón no es sino un aspecto del amor. Si perdonamos de verdad, estamos amando a la persona que nos hirió, pero si creemos que sólo 'lo hemos olvidado,' entonces no hemos perdonado. Debemos siempre, cariñosamente y sin 'sermonear,' hacer comprender a esa persona que no perdona las palabras que Jesús nos enseñó y que decimos tan a menudo: «y perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12), y de que a continuación añade: «pero si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre perdonará las vuestras» (Mt6,15). A menudo, cuando rezo el Padre Nuestro con un paciente, pongo énfasis en las palabras sobre el perdón para hacerles pensar en la posible necesidad de perdonar a alguien, no sólo porque es un mandamiento de Dios, sino porque puede proporcionarle la sanación física o de problemas emocionales, que con tanta frecuencia se agravan por la falta de perdón. Señor Dios, creador de cielos y tierra, te alabarnos y glorificamos porque podemos venir ante ti como hijos tuyos. Tú, que siempre amas y perdonas, nos pides que perdonemos a los que nos han hecho daño. Pero Tú sabes, Señor, lo que cuesta, tú sabes cómo K, ha estado llevando estas profundas heridas que otros le han causado [o mencionamos aquí la persona causante, si nos lo ha dicho]. Padre, tú nos amas tanto que diste a tu Hijo Jesús para que nunca muramos, sino que tengamos vida eterna. Pero nosotros sabemos que vivir con un corazón herido y alimentando esta falta de perdón, no es realmente vivir, y que la vida eterna contigo empieza aquí en la tierra para nosotros. Por eso, Padre, que la sangre de tu Hijo Jesús limpie a N., de su falta de perdón y llena su corazón de perdón, para que pueda perdonar como tá perdonas. Gracias, Padre; gracias, Jesús; gracias, Espíritu Santo, por llenar nuestro corazón y nuestra mente del deseo de perdonar. 131 La oración de intercesión: por el enfermo y por otros En el Antiguo Testamento Dios expresa ya su deseo de que oremos por otros cuando, por ejemplo, en dos ocasiones se lamenta de no encontrar intercesores para su pueblo (Is 59,16; Ez 22,30), y en el salmo 106 hasta nos asegura del poder de nuestra intercesión, pues él hubiera exterminado a su pueblo pecador «si no es porque Moisés, su elegido, se mantuvo en la brecha en su presencia». Y con la nueva alianza él nos hizo a todos un «sacerdocio real» (IPe 2,9) y, como sacerdotes, intercesores junto con Jesús, nuestro intercesor y «sumo sacerdote misericordioso y fiel» (Hb 2,17), que intercede por todos nosotros. El padre Kossicki dice: Como miembros del Cuerpo de Cristo tenemos todos la obligación de orar unos por otros lo mismo que hacía Pablo. Nadie está exento de esta obligación [...] todos son llamados a interceder con Cristo.15 Debemos entender por esto que, además de orar por quienes conocemos y queremos y por quienes nos lo piden, hay otras cosas que entran dentro de esa obligación diaria de todos nosotros: nuestra Iglesia y la unidad de las Iglesias cristianas, los sacerdotes de nuestra parroquia, los sacerdotes y pastores de las Iglesias cristianas, los obispos y el papa, nuestros hermanos judíos, los países afectados por la guerra y por tantas calamidades, y por sus víctimas y refugiados y quienes les ayudan, por la protección contra el terrorismo y la conversión de los terroristas, por los que buscan trabajo, por todos los enfermos de nuestros hospitales, las madres que están contemplando el aborto y las que lo llevan a cabo, los que están viajando, los que trabajan en circunstancias peligrosas. Además, como hacen otros muchos cristianos -un modo único de unirnos a nuestros hermanos de otras Iglesias-, debemos aprender a apoyar nuestra oración de intercesión con el ayuno, como se ha comentado ya, algo totalmente bíblico y cristiano que muchos descuidan. Sabiendo, pues, la importancia que tiene la intercesión, otra manera de considerar el sufrimiento de quienes visitamos es, como también se ha mencionado antes, que ellos lo ofrezcan como sacrificio de intercesión 15. Intercession, pág. 7. 132 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos por otros. A veces el paciente con quienes estamos conversando empieza a hablarnos de problemas familiares, por ejemplo, una mala relación, una costumbre pecaminosa de un familiar o la enfermedad o desgracia de alguien, y vemos claramente que está afectando al paciente. En tales casos no podemos mantenernos indiferentes. Podemos ofrecer algunas palabras de orientación, pero cualquier otra cosa, excepto escuchar atentamente (aunque no detalles que mejor es no conocer, o chismes), puede ser superfluo y una pérdida de tiempo. Lo mejor es decir: 'Bueno, vamos a orar por eso,' y presentar a Dios a esa persona o esa situación. de llevarnos más cerca de su Hijo por medio de nuestra obediencia a él, como ya nos aconsejó en la boda de Cana: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). A veces el paciente nos pide que recemos por otros. Una mujer cuyo marido no iba a la iglesia y encima se burlaba de ella, me rogó que pidiera por él, y así lo hice. Y le animé a que ofreciera su sufrimiento por él, lo que también hizo. Una madre en Pediatría, cuando me ofrecí a orar por su niño, me pidió que por favor pidiera por un sobrinito suyo a quien le estaban haciendo un trasplante de médula para su leucemia en el oeste de Canadá. Como ella sufría porque su propia hija estaba sufriendo, ella misma podía ser una excelente intercesora precisamente en ese momento. ¿Cuál es la mejor manera de empezar la intercesión? Con alabanza, por supuesto. Si el mismo Jesús nos dice: «vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo» (Mt 6,8), quiere decir que el énfasis no tiene que estar en 'informar' a Dios sobre el problema de la persona con toda suerte de detalles, sino en la alabanza. Como para todo lo demás; encontramos en la Biblia ejemplos preciosos de oración de intercesión, que debemos leer, por ejemplo, en 2Samuel 7,22-29 y en 2Reyes 19,15-19. Algunas veces empieza la oración con una confesión y pidiendo perdón, como en Daniel 9,3-5, 9, 17, un aspecto importante que hay que recordar cuando oramos con ciertas personas. Y fijémonos en una cosa: que en estas oraciones es sólo después de la alabanza, la confesión y el arrepentimiento, en ese orden, cuando se dice «Y ahora, Señor [...]» (que es como decir 'ahora, no antes, puedo ya interceder'), y entonces se expresa el objeto de la intercesión. Finalmente, por encima de la poderosa intercesión de los santos ante el Padre, debemos acudir a quien mejor intercede por nosotros después de Jesús, su propia Madre, que sufrió por él y sigue sufriendo por el mundo en su deseo 133 La oración conscientes del año litúrgico Puesto que la mayoría de los pacientes de un hospital no pueden ir a la iglesia y a veces hasta pierden la cuenta de fiestas y celebraciones, es conveniente recordarles esas ocasiones especiales cuando hablamos con ellos y en nuestra oración; por ejemplo, durante la Navidad y la Semana Santa, y muy especialmente la Pascua y la gloria de Jesús resucitado, vencedor de la muerte y el pecado, tras su sacrificio en la cruz por cada uno de nosotros; y otras que también pueden ayudarles de manera especial, como el Sagrado Corazón de Jesús, Cristo Rey, Nuestra Señora de los Dolores, o algún santo especial, concretamente algunos de los que sufrieron largas enfermedades. Durante el período de Navidad, sobre todo el día de Nochebuena y el día de Navidad, fechas tan familiares en que tienen que permanecer hospitalizados, aprovechemos la oportunidad de referirnos al misterio maravilloso del nacimiento de Jesús, el tan esperado anunciado Mesías, nuestro Salvador personal, y traer a sus mentes y a sus corazones la realidad de la Trinidad: Te damos gracias, Padre, por darnos a tu Hijo Jesús, por haberte dado tú mismo en él y por tu infinito amor. Te damos gracias, Mana, por traernos a Jesús al mundo por tufidelidady obediencia a Dios Padre y por la acción del Espíritu Santo. Y te damos gracias a ti, Jesús, nuestro Salvador; te damos gracias porque, mientras celebramos tu nacimiento, sabemos ya que viniste a este mundo para luego morir en la cruz por cada uno de nosotros para que pudiéeramos ser perdonados y salvados contigo para la eternidad. Siempre hay algunos que tienen que pasar el día de Navidad en el hospital. Todos los árboles y decoraciones de Navidad con que el personal de cada una de las zonas de nuestro hospital de Fredericton tratan de crear una atmósfera hogareña son muy apreciados por sus pacientes, pero, como en cualquier otro hospital, no pueden sustituir el estar en su propia casa con sus familias. A mí me gustaba hacer yo mismo una tarjeta de Navidad, hacer copias de ella y dársela a cada uno, con un mensaje personal escrito 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos 134 a mano, en nombre del equipo católico de pastoral. El mensaje de la última vez que lo hice era: «Querido/a N.: «Él estará contigo; no te dejará ni te abandonará. No temas ni te asustes» (Dt 31,8). Por tanto, lo mismo estemos en el hospital que en casa, podemos celebrar el nacimiento de Jesús, pues sabemos que vino para morir por cada uno de nosotros y que pudiéramos estar con él para siempre. Siempre lo apreciaban muchísimo. Cuando rezo con ellos en esos días, también me gusta requerir la intercesión de María y José, de toda la Sagrada Familia, pidiéndoles: Por favor, María y José, permitid que N. sostenga en sus brazos a vuestro niño Jesús, para que él le/la toque y le/la ponga bien, como regalo de su misericordia, porque tú, María, le trajiste al mundo por el amor del Padre para nuestra salvación. También disfruto de orar con los pacientes el día de Año Nuevo, cuando podemos unirnos a ellos en acción de gracias a Dios por el año que ha terminado y pidiéndole su bendición por el nuevo: Te damos gracias, Señor, por todo lo que nos has dado en este año pasado y por todo lo que tú has permitido que ocurriera en nuestras vidas. Te ofrecemos, Señor, cualquier sufrimiento que hayamos pasado para unirnos al sufrimiento de tu Hijo Jesús por nosotros. Te pedimos que bendigas a nuestro hermano/a, que le des tu paz y que le/la hagas siempre consciente de tu amor y de tu fidelidad. Después, cuando llega la Cuaresma y todas las Iglesias cristianas se van acercando a la celebración de la Pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, especialmente durante Semana Santa, encuentro esos días ocasión muy especial para, mientras hablo orezocon ellos, referirme al verdadero y asombroso significado del sacramento de la Eucaristía: 'Qué privilegio tan grande es traerte el cuerpo de Jesús, ahora que estamos celebrando su muerte en la cruz por ti, por mí, por cada uno de nosotros'. También en Semana Santa me gusta darles una tarjeta, diciendo, por ejemplo: «Querido/a N.: «Jesús "murió por todos, para que los que viven no vivan para sí, sino para quien murió y resucitó por ellos" (2Co 5,15)». Y el Domingo de Ramos y en los días que siguen incluyo en mi oración algo así como: 135 Te damos gracias, Padre, por darnos a tu Hijo Jesús en la cruz; te damos gracias, Jesús, por morir por nosotros en la cruz, porque gracias a eso podemos ahora recibir tu sagrado cuerpo. Gracias, Jesús, te alabamos y glorificamos por dejarnos este regalo tan maravilloso a través de tu Iglesia. De vez en cuando me gusta compartir una de las lecturas de la misa de ese día, tan a menudo palabras de esperanza, de confianza en Dios, sobre su amor y su fidelidad. Una vez, por ejemplo, la lectura del Evangelio era sobre la curación por Jesús del ciego Bartimeo (Me 10,48-52), tras lo cual se marcha con Jesús; la otra era de Jeremías 31,8, Dios trayendo del exilio ('nuestra separación de él') «el ciego y el cojo». Aunque ese domingo yo no tenía que ir al hospital, fui para ver a un señor por quien había rezado el día antes, cuya visión se había deteriorado. Les llevé a él y a su mujer a una de las salitas privadas de aquella zona16, donde brevemente pero como en oración, compartí con ellos esas dos lecturas y dije una breve oración de intercesión, pidiendo a Jesús que, puesto que él es el mismo ayer, hoy y para siempre, le tocara para su gloria como había tocado a Bartimeo y le acercara más a él. Luego pensé: ¿Cómo podría traerle a Jesús si no trajera también sus palabras en mi mente y en mi Biblia? Pocos días después alguien me dijo que él había dicho que le había mejorado mucho la vista después de aquella oración. En otra ocasión tenía que visitar a dos hombres en la UCI. Uno parecía estar inconsciente, pero siempre recuerdo ahora las palabras del Dr. William Reed con respecto al paciente inconsciente y que «cualquiera que esté dormido o comatoso debe ser tratado como si estuviese despierto y fuera capaz de entendernos», y cómo él recomienda la oración y «sugerencias positivas relacionadas al restablecimiento del paciente y a su estado en general».17 Así que le cogí la mano, le saludé y le dije que me gustaría leerle algo del salmo de aquel día: «Escucha mi plegaria, Señor, atiende a la voz de mi súplica; en el día de mi angustia yo te llamo porque tú siempre me escuchas» (Sal 86,6-7), y luego seguí con una oración corta pidiendo a Jesús que llenara su cuerpo, su corazón y su mente de su paz sanadora. 16. La función tan importante de estos lugares es obvia y todo hospital debería tenerlos. 17. Surgery ofthe Soul, p. 93. 136 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos Muchos salmos expresan confianza en el Señor, tales como el 23, el 27,13 y el de Is 26,1-6, y si hacemos de las lecturas del día parte de nuestra oración de mañana, encontraremos la mayoría de las veces oportunidades para referirnos a ellas y aun para leerlas en nuestra Biblia. podía tocar su guitarra, pero me dio a leer una de sus propias canciones, sobre su difícil vida y «la falta de compasión y caridad del mundo». Me dijo que asistía a diferentes iglesias, que hacía oración a diario y que gracias a esa oración había podido abandonar la bebida y las drogas. Le puse una mano en las suyas y oré. Al día siguiente estaba con un amigo pentecostal, así que les dije que tres reunidos en nombre de Jesús era todavía mejor, y les dirigí en la oración. Ecumenismo en el hospital: promoviendo la unión del Cuerpo de Cristo Una Navidad, intentando encontrar una nevera para un hombre que no podía comprarse una, llamé al Food Bank de Fredericton (una organización benéfica). La mujer que contestó me reconoció y me dijo: «Me llamo Sharon. Probablemente no me recuerda, pero usted oró por mí cuando vino a visitar a mi compañera de habitación. Yo soy de la Iglesia Adventista. Cuando se fue usted, pensé: '¡Eso es ser cristiano!'». Como agente católico de pastoral sanitaria nunca he ido por ahí ofreciéndome a rezar por los pacientes no católicos que me encuentro, puesto que sé que tienen sus propios pastores y agentes laicos. Sin embargo, he debido de orar por hermanos y hermanos de todas las confesiones cristianas, ya que, sobre todo en una habitación doble, no voy a ignorar al otro paciente, especialmente cuando veo que necesita oración. Al hacer esto, no lo olvidemos, estamos sanando un poco más nuestra separación. En 1977 Dios habló por medio de una profecía en una asamblea ecuménica de 40.000 personas en Kansas City, EEUU, de la cual las palabras más importantes del Señor fueron: «¡Llorad, haced lamento, porque el cuerpo de mi hijo está destrozado!», tras las cuales todos aquellos hermanos y hermanas cayeron de rodillas llorando, lo mismo que hizo el pueblo de Dios al arrepentirse, como leemos en Esdras 10,1.18 Una enfermera me llevó una vez hasta un joven que había dicho que necesitaba hablarme. Fui a su habitación y me senté en su cama. Tenía diabetes, poca visión y dolor de artritis en las manos y en las muñecas. No 18. El P. Cantalamessa, que asistió a la asamblea, se refiere a esta profecía en su testimonio personal. En Ungidos por el Espíritu, págs. 144-149. 137 Un día, al ofrecerme a un paciente católico para orar por él, su compañero me pidió si podía hacerlo por él también. Cuando supe que era anglicano dije que qué estupendo sería si oráramos juntos. Una señora anglicana que pasaba por allí me oyó y entró, yo la invité a unirse a nosotros, cerré la puerta «para nuestro pequeño servicio ecuménico», les dije, y oré por todos nosotros y luego terminamos diciendo el Padre Nuestro, tras lo cual le di la Comunión a mi paciente. Aquello les encantó. Generalmente, aunque sólo sea por cortesía, debemos hablar al otro paciente, en cuyo caso puede que les pregunte si han ido ya sus agentes de pastoral. Luego explico que puedo orar por los dos y dar la Comunión a mi paciente católico, lo que invariablemente aceptan muy gustosos. A una señora de la Iglesia llamada Ejército de Salvación le oí decir cuando yo salía: «¡Nunca lo olvidaré!». En otra ocasión tuve que explicar brevemente a una señora bautista que nosotros los católicos rezamos a María como intercesora nuestra, pero que no la 'adoramos', como creen algunos por inocente ignorancia, sino sólo la 'veneramos' como Madre de Dios Hijo. A otra señora, de la Iglesia Unida, le expliqué de dónde vienen casi todas las palabras de nuestra oración del Ave María (Le 1,28,42); y otra de la misma Iglesia me dijo que ella personalmente rezaba todas las noches a Jesús y a María. Me apresuro a aclarar que nunca he hecho esto indiscriminadamente, pero cuando lo hago es siempre una oportunidad bellísima de unirse con cristianos no católicos, disipar conceptos erróneos y malas interpretaciones y acercar mutuamente a hermanos y hermanas en Cristo. La reacción ha sido siempre de lo más positiva. Ojalá todos los agentes de pastoral de las distintas Iglesias cristianas sintieran la suficiente libertad en el Espíritu para hacer lo mismo, porque sabemos que nuestro Señor 138 oró al Padre: «que todos sean uno [...] que sean uno como nosotros somos uno» (Jn 17,21-22). Conducido por 'equivocación' hasta alguien que realmente necesitaba oración y consuelo, me acerqué una vez en una habitación doble a la paciente que no era la mía, una mujer de la Iglesia Bautista. Cuando empezamos a hablar me di cuenta de que no había tal equivocación, pues se encontraba muy necesitada de oración. Otra vez fui a la habitación que no era y así fue como me encontré con una hermana pentecostal muy llena del Espíritu, a quien no había visto hacía años y a quien acababan de amputar una pierna por cáncer, pero que irradiaba gozo y paz, y oramos y alabamos a Dios juntos. Pero la mayor 'equivocación' fue cuando en mi lista encontré el nombre de George Caldwell, que en realidad era presbiteriano. Nuestra mutua atracción fue de 'flechazo' y pronto se convirtió en uno de los mejores amigos de mi vida. Empecé a visitarle todos los días y así pasaron meses, y hablábamos de muchas cosas y también de las cosas de Dios, y le regalé una suscripción a la edición inglesa de La Palabra entre Nosotros, que empezó a leer diariamente con su Biblia. Cuando al cabo del tiempo supe que nunca se había preocupado de bautizarse en su Iglesia, me puse en contacto con su pastor, pero, como nunca volvió después de una primera visita, acordé con un sacerdote amigo prepararle un programa de catecumenado para sólo doce semanas, por la gravedad crónica de su estado. En la Vigilia de Resurrección de 1998 tuvimos el gozo de verle convertido en un hermano católico. Murió en el año 2000, así que ahora cuento cor su intercesión en la intercesión de los santos. Por otra parte, el encontrarse con familiares de los pacientes, sobre todo junto a Cuidados Intensivos, también puede ser ocasión para fomentar la mutua comprensióón ecuménica. Una vez intentaba ver a un hombre joven que había tenido un accidente de tráfico muy serio del que su mujer y otro habían salido ilesos. La salita al lado de la UCI estaba atestada de familiares por ambas partes, así que los saludé, me presentéy me senté con ellos. Les dije que estábamos pidiendo por él en la misa de mi parroquia, en casa y un grupo de oración, y oré por él allí. Tal vez incluso pidiera la intercesión de María, no recuerdo. 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos 139 A la mañana siguiente volví a verle de nuevo, y entonces me enteré de que, aparte de su mujer y sus padres, todos los demás eran pentecostales. Así que aproveché para comentar la pena que era que no conocieran los siete libros que están en la Biblia católica pero no en la suya -y por qué esa diferencia ilógicamente heredada por ellos- y les leí lo que Dios nos dice sobre los enfermos, los médicos y él mismo en Siracida (Eclesiástico) 38. También les hablé del ministerio de sanación en la Iglesia Católica hoy día, de cómo el gran pentecostal David Duplessies fue invitado a hablar del Espíritu Santo en el Concilio Vaticano II, cómo algunos pentecostales y anglicanos, cómo Agnes Sanford, habían influido en la renovación espiritual dentro de la Iglesia Católica a mitad de los años 60 y cuánto había gozado yo de mi amistad con el episcopaliano (anglicano) Dr. Reed y su interconfesional Christian Medical Foundation International. Estaban encantados con toda esa información, y me di cuenta de que esos católicos y esos pentecostales se habían acercado un poco más los unos a los otros. También disfrutaba compartiendo con otros cristianos casos de testimonios y testigos extraordinarios en sus propias iglesias, como el luterano Dietrich Bonhoeffer (víctima de los nazis, como nuestro san Maximiliano Kolbe), los episcopales Dennis y Rita Bennett (hermana del Dr. Reed), iniciadores de la renovación carismática en la Iglesia Anglicana, y otros. Y me gusta hablar de pastores y laicos no católicos que he conocido y contarles los «signos, prodigios y toda clase de milagros» (Hb 2,4, P) que el Espíritu Santo ha obrado a través de ellos. Naturalmente, tenemos que estar bien informados acerca de nuestra propia Iglesia y de sus creencias en general, en caso de que un no católico haga algún comentario sobre ciertas cuestiones. Más de una vez, al visitar a un paciente en una habitación doble de un hospital español, me he encontrado con que el otro y sufamilia eran, por ejemplo, evangélicos o pentecostales. Invariablemente, después de charlar con todos, me he ofrecido a orar por ese otro enfermo, o simplemente lo he hecho si ya como cristianos nos habíamos entendido muy bien. Pero en alguna ocasión (como no hace mucho una chica evangélica jovencita con la 'valentía' de su edad) pueden interpelarnos acerca de nuestras imágenes, que ellos -no sin razón si uno piensa en muchas de 140 8. Orando con nuestros hermanas y hermanos nuestras manifestaciones de religiosidad popular- consideran ídolos a los que adoramos. Yo siempre trato de asegurarles que ninguna de las referencias bíblicas en las que Dios condena las 'imágenes' y los 'ídolos' (ej., en Is 42,17), que tanto ellos como nosotros los católicos leemos en nuestra Biblia común, podrían nunca aplicarse a nuestras imágenes. Y les menciono que precisamente uno de los siete libros deuterocanónicos que su Biblia no incluye, el de Baruc, se refiere, en la llamada 'carta del profeta Jeremías' (Ba 6) a la inutilidad de los ídolos y ataca la idolatría de los paganos con sus estatuas. Esto, les explico, nos hace reconocer la ignorancia inocente y mala formación religiosa que pueden llevar a muchos católicos a convertir las imágenes religiosas en ídolos, en lugar de considerarlas como representaciones dignas solamente de reverencia y no adoración; que una imagen de Cristo en la cruz sirve para recordarnos su sacrificio por nuestra salvación; que en las de María vemos a su Madre e intercesora nuestra; y que las de los santos representan solamente hombres y mujeres considerados como modelos de fe y de obediencia a Dios, a quienes veneramos como intercesores. No olvidemos que Juan Pablo II, en su encíclica de 1995, Ut unum sint (Para que sean uno), que yo suelo mencionar a esas personas, exhorta a los católicos a conocer a sus hermanos cristianos de las diferentes Iglesias y a sanar tantos conceptos erróneos, sospechas mutuas y «un desprecio derivado de una presunción nociva» (15), a ser enriquecidos por los hermanos «que confiesan públicamente a Jesucristo como Dios y Señor, y único mediador entre Dios y los hombres, para gloria del único Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo» (66), que «cultivan el amor y la veneración por las Sagradas Escrituras» (66) y comparten con nosotros «el sacramento del bautismo, que tenemos en común [...] un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados por él» (66). Santa Teresa de Jesús, les cuento a veces, se sintió llamada a una conversión más profunda en la presencia de un crucifijo: Entrando un día en el oratorio, vi una imagen [...] de Cristo muy llagado, y tan devota, que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros [...] arrójeme cabe éJ con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle. [...] Creo cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho más desde entonces.19 Como agentes de pastoral, debemos siempre estar preparados para, por lo menos, explicar cosas como estas a otros hermanos cristianos, cada vez más numerosos en nuestra sociedad y a quienes yo mismo encuentro en el hospital con mayor frecuencia cada vez. Que nuestra explicación dé algún fruto no debe preocuparnos, nosotros simplemente ponemos esa semilla como labor ecuménica a la que todos estamos llamados. 19. Vida, IX. 1. 141 También se refiere a su vida familiar cristiana, a «un Martirologio común» (84) y a «la comunióón plena de los santos, es decir, de aquellos que al final de una existencia fiel a la gracia están en comunión con Cristo glorioso [...] de todas las Iglesias y Comunidades eclesiales, que les abrieron la entrada en la comunión de la salvación» (84). A la luz de estas esperanzadoras realidades, y como hermanos que somos todos en la Iglesia universal de Cristo, los agentes de pastoral de la salud debemos mantenernos informados de los actuales avances ecuménicos alcanzados en las muchas e importantes reuniones y actividades que están teniendo lugar con gran frecuencia y hacemos eco de las palabras de un pentecostal sobre la peregrinación a Roma de obispos pentecostales afro-americanos de Estados Unidos en febrero del 2000 para celebrar el Jubileo: Nosotros somos parte del cuerpo de Cristo y queremos acercarnos más a otras partes del cuerpo de Cristo. Ya es hora de construir los puentes y derribar algunos muros.20 Porque, en definitiva, como nos dice Juan Pablo II en la citada encíclica: Si los cristianos, a pesar de sus divisiones, saben unirse cada vez más en oración común en torno a Cristo, crecerá en ellos la conciencia de que es menos lo que los divide que lo que los une (22). 20. De Synthesis, selección semanal de Zenit (Vaticano), 12 de febrero, 2000. Información: <info @ zenit.org>. 142 Cuando pienso en la santidad que encontramos en cada una de las Iglesias cristianas, en cómo Jesús, que murió por su Iglesia, nos quiere unidos, y en cómo cada vez que nos reunimos para algo estamos dando testimonio vivo -y, de formas diversas, evangelizando-, no puedo menos de recordar a la joven monja trapense Sor María Gabriela de la Unidad (beatificada por Juan Pablo II en 1983), que en 1936 ofreció su vida por la unidad de los cristianos y murió tres años después. Juan Pablo II nos exhorta al arrepentimiento y a la conversión y a orar por la unidad cristiana, puesto que, como nos dice en la misma encíclica, «en el diálogo íntimo y personal que cada uno de nosotros debe tener con el Señor en la oración, no puede excluirse la preocupación por la unidad». En un lugar como es un hospital nuestra interacción y nuestra oración con miembros de diferentes Iglesias confirmará que «a los ojos del mundo la cooperación entre los cristianos asume las dimensiones del común testimonio cristiano y llega a ser instrumento de evangelización» (45). EPÍLOGO Habiendo llegado pues, al final de estas páginas, me doy cuenta de que podían haberse alargado, porque el Espíritu continúa enseñándome siempre y porque son tantos más los casos y situaciones que recuerdo y que siguen surgiendo cada día, todos ellos instrumentos para mi propio crecimiento. Sin embargo, he tratado de sintetizar cuanto me parece imprescindible en nuestro ministerio de los enfermos. Que cada agente de pastoral no sólo viva lo que aquí se ha expuesto, sino que amplíe siempre esta guía con su experiencia personal. Aquí cabe únicamente animar a todos aquellos cuyo compromiso con la Iglesia les llame a poner sus dotes personales al servicio de los hermanos que sufren. Y pedírselo así a Jesús, para que a muchos más pueda decirnos cuando nos llegue la hora de nuestro encuentro con él: «Estuve enfermo y me visitasteis» ÍNDICE Agente de pastoral y el mundo, el 17-18 Ager, Glen y Emily 123-124 Agustín, san 16 Alacoque, santa Margarita María 67 . alejamiento de la Iglesia 87-88 Alien Shelly, Judith 57, 58 ansiedad 95-96 antievangelización 29 año litúrgico y oración 133-136 apostolado en pastoral sanitaria 28-32 Association of Christian Therapists 57, 110 ayuno como complemento a la oración 59-60 Bennet, Dennis y Rita J39 Biblia, la y pastoral sanitaria 22, 55-64, 135 lectura personal 54-55 Bonhoeffer, Dietrich 118-119, 139 Boom, Cometen 90-91 Buntain, Mark 30 Caldwell, George 138 Cantalamessa, Raniero 83, 87-88, 137 capilla del hospital, la 61, 102 Caring Professions Concern 110 Catecismo déla Iglesia Católica 18-19, 60, 61, 62, 64, 65, 69, 72, 73, 79, 89, 95, 115 Christian Medical Foundation International 23, 57, 63, 110, 112, 139 Colson, Charles 30 confesión no sacramental 61-62 confesión sacramental 62, véase Reconciliación comunicación no verbal en pastoral sanitaria apariencia personal 38 contacto físico 46-47 cronémica 47-48 entorno objetual 38-39 habitación, la 37 kinésica 44 mirada 43-44 paralenguaje 40-41 proxémica 45-47 visitantes 38 Comunión, dando la 51, 65-71 Concilio Vaticano II71 consejo espiritual 60-64 contacto físico 46-47 conversión 42 Cuidados Intensivos 101-104, 135, 138 desaliento 95-96 desesperanza 84-85 Didaché 60 Drost, Rev. Bill 113 Duplessies, David 139 índice 146 ecumenismo en la pastoral sanitaria 11, 137-142 enfermedad e influencias malignas 21 y evangelización 19, 28-32 enfermedad terminal 107-109 enfermos problemáticos 32-34 evangelización en la pastoral sanitaria 19, 28-32 fe 85-87 Feider, Paul A. 74 Fish, Sharon 57, 58 Francisco de Asís, san 66-67, 92 Francisco de Sales, san 95-96 Gebrael, Sana 109 Graham Billy 54 Groeschel, Benedict J. 90 Heukelem, Judith F. van 41,42 hospital canadiense, pastoral en un 13, 35, 38, 60 Iglesia Anglicana 45, 99, 137, 139 Bautista 138 Adventista 136 Ejército de Salvación 137 Episcopaliana 23, 111 Evangélica 30, 91, 139 Luterana 118-119, 139 Ortodoxa 129 Pentecostal 30, 42, 113, 119, 137, 138, 139, 141 Presbiteriana 138 Reformada 54, 90-91 Unida 137 Wesleyan 60 Ignacio de Loyola, san 127-128 Juan Pablo II 19, 20, 28-29, 79, 82,99, 126, 141, 142 Kempis, Tomás de 66, 68, 70 Kolbe, Maximiliano 139 Koonz, sor Linda 100 Kossicki, P. George 94, 127,131 Kowalska, santa Faustina 18, 45, 69, 79, 125 MacNutt, Francis 111 María Gabriela de la Unidad, beata 142 Martin, Ralph 80-81, 83-84, 121 Maternidad 105-106 McKenna, Sor Briege 66 medicina cristiana 25 médico en la Biblia, el 23-24 miedo 97-98 Moliné, Enric 74 Morrow, Lance 90 muerte inminente 107-109 Murray, Andrew 54 Neuhaus, S.J., John 30 oración de aceptación y gracias 119-121 de alabanza 116-117 y el año litúrgico 133-136 de confianza, abandono y esperanza 121-125 con el enfermo 52-53 de gracias 118-119 de intercesión 131-133 de Jesús 129 ofreciendo el sufrimiento 125-127 para perdonar 130 personal 49-50, 115-116 por sanación 109-113 por la tristeza 127-128 oraciones del visitador pastoral 50, 51 oraciones con el enfermo, ejemplos de 23,53, 69, 77, 93, 105, 117, 121, 122, 126,128, 131,134, 135 147 pastoral sanitaria Shlemon, Barbara 57, 72, 103 importancia social y espiritual 14 silencio como comunicación 44-45 y evangelización 19, 28-32 Siluán, san 129 favoritismos en 27 SínodoEuropeol999 88 y la Ley de Dios 16 Stott, J.R.W. 41 ministerio recíproco visitador- sufrimiento, 18-20, 78-84 enfermo 15-16 y la santidad 17-18 tabaco 63-64 pecado 78-84 Teresa de Calcuta, madre 26, 28, 30, Pediatría 106-107, 132 51, 125 Penitencia, sacramento de véase Teresa de Jesús, santa 66, 67, 69, 120, Reconciliación 140 persona como cuerpo-mente-espíritu Teresa de Lisieux, santa 101 22-24 Thibodeau, Donna 83 Pike, Kenneth 33, 124 Thomas, Rick, S.J. 110 perdón, falta de 90-94 tiempo (cronémica) en la proxémica 45-47 pastoral sanitaria, el 47-48 Psiquiatría 100-101 Tournier, Dr. Paul 45, 99 tristeza 95-96 Reconciliación, sacramento de 73-75 Reed, Dr. William S. 23, 97, 103, 112,113, 128, 135, 139 Unción de enfermos, 71-73 Renovación Carismática Católica 47, unción como sacramental 73 116 Vienneau, Ray 111-112 resentimiento contra Dios 88-90 Wesley, John 60 Wilkerson, David 42 sacerdotes 92 Wilson, Dr. William 92-93 sanación generacional 21 Wurmbrand, Richard 91 Sanford, Agnes 111 Wycliffe Bible Translators 123,124 Sheen, Fulton 120 Young, Harry 83, 108-109 Shreck, Alan 74 Young, Lynn 27