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Portada Guías SEN Recomendaciones sobre la vuelta a diálisis del paciente trasplantado Coordinador: Gema Fernández Fresnedo. Hospital Marques de Valdecilla. Santander. Grupo de Trabajo (por orden alfabético) Manuel Arias Hospital Univesitario Marques de Valdecilla, Santander Luis Capdevila Hospital Vall d’Hebrón, Barcelona Domingo del Castillo Hospital Reina Sofía, Córdoba. Juan Jose Cubero Complejo Hospitalario U. Infanta Cristina, Badajoz Gema Fernández Fresnedo Hospital Univesitario Marques de Valdecilla, Santander. Milagros Fernández Lucas Hospital Ramón y Cajal, Madrid Ana Fernández Hospital Ramón y Cajal, Madrid Gorka García Hospital de Cruces, Baracaldo Emilio González Parra Hospital de la Defensa, Madrid. Román Hernández Gallego Complejo Hospitalario U. Infanta Cristina, Badajoz M Ovidia López Oliva Hospital La Paz, Madrid. Enrique Luna Complejo Hospitalario U. Infanta Cristina, Badajoz Roberto Marcén Hospital Ramón y Cajal, Madrid Isabel Pérez Flores Hospital Clínico San Carlos, Madrid. Ana Sánchez Fructuoso Hospital Clínico San Carlos, Madrid. Jaime Sánchez Plumed Hospital Universitario La Fe, Valencia. Jaime Torriente Hospital Clínico de San Carlos, Madrid. Jose Luis Teruel Hospital Ramón y Cajal, Madrid. Sofia Zárraga Hospital de Cruces, Barakaldo Capitulo 1. Impacto de la enfermedad renal avanzada del trasplantado renal y su vuelta diálisis Juan Jose Cubero1, Gema Fernández Fresnedo2, Enrique Luna1, Roman Hernández Gallego1, Manuel Arias2 Servicio de Nefrología 1. Complejo Hospitalario Universitario Infanta Cristina. Badajoz 2. Hospital Universitario Marques de Valdecilla. Santander Correspondencia Gema Fernández Fresnedo Servicio de Nefrologia. Hospital Universitario Marques de Valdecilla. Avda de Valdecilla s/n. Santander 39008 Email: nefffg@humv.es 1 El trasplante renal es considerado como la mejor opción terapéutica para pacientes con insuficiencia renal crónica en estadio terminal (IRCT)1. Comparado con pacientes que permanecen en diálisis y en lista de espera, los enfermos trasplantados tienen mayor supervivencia2, mayor calidad de vida3, y consumen menos recursos sanitarios. A pesar de los numerosos avances producidos en los últimos años, los resultados a largo plazo del trasplante renal, son mejorables en opinión de la mayoría de los especialistas en este campo. La supervivencia a un año reportada en el registro de la UNOS es superior al 90%, sin embargo después de 5 años de seguimiento, alrededor del 30% de los pacientes trasplantados han perdido el injerto o han muerto con el injerto funcionante 4. Después de 10 años, la supervivencia estimada no es mayor del 50%. Según datos del Collaborative Transplant Study, la vida media de los primeros injertos renales es de 13 años y sólo un 31% sobrepasa los 20 años5. Las causas más frecuentes de pérdida de los injertos en la primera época son el rechazo agudo, los problemas técnicos y el riñón no funcionante. Las pérdidas más tardías son debidas a nefropatía crónica del transplante y a la muerte con injerto funcionante6,7. Después del primer año, entre un 24% de pacientes trasplantados pierden su injerto y vuelven a diálisis cada año8. La elaboración de las guías K-DOQI en el año 2002 ha permitido la unificación de criterios para la definición y clasificación de la enfermedad renal crónica y de esta forma hacer una aproximación a la prevalencia de la misma en distintas poblaciones9. Una clasificación uniforme independiente del tipo de tratamiento sustitutivo puede estimular la continuidad en el seguimiento. Es más, the International Conference on the Care of the Kidney Transplant Recipient no encontró razón para excluir a los pacientes trasplantados de esta clasificación y se aplica en la actualidad de la misma manera a esta población10. Para indicar este hecho el sufijo T debe ser añadido a este sistema de clasificación. Publicaciones recientes en éste sentido indican que el porcentaje de 2 pacientes trasplantados en estadio 4 y 5 K-DOQI oscilan entre un 14 y 20% (Tabla 1). Este grupo de pacientes representan un población con más posibilidades de iniciar diálisis a corto lazo cómo reflejan Anseell y cols en un análisis del registro Renal del Reino Unido. Según sus datos la proporción de pacientes en estadios 4T y 5T que pierden su injerto en el siguiente año es de 8 y 49% respectivamente. Además la proporción de pacientes que consigue unos controles de parámetros bioquímicos y hematológicos es inferior que los demás pacientes en estadio 5 pero en diálisis11. Actualmente la vuelta a diálisis tras la perdida de un injerto renal funcionante representa un hecho frecuente en las unidades de Nefrologia más consolidadas. De esta manera el nefrólogo se enfrenta con el problema del enfermo portador de un trasplante cuya función renal va declinado y al que debe atender, por una parte, como a cualquier otro paciente con insuficiencia renal crónica progresiva, pero también de una forma específica, ya que esta patología reúne características propias. Esto hace que cada vez sea mayor el número de pacientes que comienzan diálisis, tras el fallo del injerto; y además las listas de espera, se ven cada vez con mayor número de pacientes, que ya han perdido uno o varios injertos. Dependiendo de diversas circunstancias, este porcentaje es variable. En un programa de nuestro entorno, como el del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, el 10,9 % de los pacientes incidentes en diálisis en 2006, lo hicieron a causa de la perdida de un injerto anterior y alrededor de un 30 % de los pacientes en lista de espera, están esperando un segundo o tercer trasplante12. El fracaso progresivo de las funciones depurativas renales así como de producción de hormonas y otras funciones metabólicas renales determina la aparición de alteraciones en la concentración de electrolitos y del equilibrio ácido-base, del calcio y del fósforo, acumulación de productos nitrogenados y aparición de anemia. Además, este grupo de pacientes presenta una serie de características especiales principalmente 3 matizadas por la exposición al tratamiento inmunosupresor, lo cual diferencia a estos pacientes de los incidentes por primera a diálisis, confiriéndoles unas características propias. Este grupo de pacientes, cada vez más numeroso, que vuelven a diálisis tras el fallo del injerto, representan un grupo de alto riesgo, porque tienen mayor morbilidad y mortalidad en los primeros meses, de causa infecciosa y cardiovascular13. Esta tasa de mortalidad elevada es demodelora cuando se compara con la mortalidad durante el trasplante, en series publicadas en diversos países. Analizados 73.707 transplantes renales realizados entre 1988 y 1997 y 4703 exitus después de la pérdida del injerto; se observa que la supervivencia del paciente, después de la perdida del injerto es de 76%; 60% y 48% al año, tres años y cinco años respectivamente. El tiempo previo de estancia en diálisis, antes del trasplante es un factor de riesgo de muerte, no así el tiempo funcionante del injerto14,15. El aumento de la mortalidad es atribuido a causas cardiovasculares e infecciosas. La alta tasa de mortalidad cardiovascular puede ser debida a factores de riesgo clásicos favorecidos por la inmunosupresión, el efecto de la uremia y el estado inflamatorio producido por el injerto rechazado16,17. Djamali y cols al comparar la evolución de 1762 pacientes con enfermedad renal crónica con 890 pacientes trasplantados renales y tras 16 años de seguimiento objetivaron una menor progresión de la enfermedad renal en los pacientes trasplantados que, sin embargo, no se traducía en una menor mortalidad. Es decir, esta población presenta una características comorbidas propias que anulan el potencial efecto beneficioso de la lenta progresión de insuficiencia renal18. De hecho, Arias y col al comparar pacientes que iniciaban diálisis por primera vez con aquellos que volvían a diálisis tras la perdida de un injerto renal observaron que el grupo de pacientes que volvían a diálisis lo hacían con filtrado glomerular, cifras de hemoglobina y albúmina más bajas que aquellos que iniciaban diálisis por primera vez, conllevando también mayor número de hospitalizaciones19. Para ilustrar esto hecho en 4 la figura 1 se exponen datos del Hospital Marques de Valdecilla en la que se muestra la supervivencia del paciente tras el inicio de diálisis comparando ambos grupos. La mortalidad de los pacientes que vuelven a diálisis es claramente superior que la de los pacientes que inician diálisis por primera vez, siendo la supervivencia al año y los 5 años de 80% y 62% vs 93% y 78% respectivamente. El riesgo relativo de mortalidad fue de 2,05 (IC95% 1,26-3,35)20. A pesar de la relevancia de este tipo de pacientes, tanto por su progresivo incremento en número, como por ser una etapa de elevada mortalidad, las Guías Europeas y Americanas no mencionan datos relevantes sobre el cuidado de este tipo de pacientes que han perdido el injerto21,22,23. En la reciente conferencia de Lisboa, que recoge casi todos los aspectos del cuidado de pacientes trasplantados, tampoco se existe un capitulo dedicado a la mejora de la atención de los pacientes en esta época crítica10. Históricamente el manejo de los pacientes trasplantados se ha enfocado a la inmunosupresión y a sus complicaciones directas como las infecciones y los tumores. Además la suspensión definitiva de la inmunosupresión en un paciente con nefropatía crónica del injerto y pérdida progresiva de la función renal es una decisión difícil y supone la confirmación del fracaso del trasplante renal mal aceptado por el paciente y en ocasiones por el médico. Al igual que un paciente con enfermedad renal crónica de riñones propios, es necesaria una evolución clínica y una corrección de las principales complicaciones derivadas de la perdida de función renal, así como la creación de un acceso de diálisis adecuado. Es importante valorar el estado nutricional evaluando la ingesta calórica. Teniendo en cuenta este estado de cosas, se decidió en este grupo de trabajo de la SEN, abordar los puntos más debatidos en el manejo de estos pacientes. En estas recomendaciones, hemos tratado los puntos, que consideramos más relevantes para un 5 mejor manejo de estos pacientes, tales como el momento de comenzar diálisis, el tipo de la misma, realización o no de nefrectomía, inclusión de nuevo en la lista de espera, el manejo de la inmunosupresión. Así mismo se aborda de forma somera el control de los factores de progresión de la perdida de función renal así como el manejo de la anemia y osteodistrofia renal. 6 Tabla 1: Porcentaje de pacientes trasplantados en estadio 4T y 5T de enfermedad renal crónica en distintas series Población Estadio 4T Estadio 5T 459 Tx estables24 14.4% 1.3% 9542 Tx estables11 15.7% 3.1% 474 Tx 1 año postTx25 7.8% 1.6% 506 Tx estables26 9% 0.9% 2192 Tx estables. Estudio Gestra27 13.9% 2.3% 7 Figura 1: Supervivencia del paciente tras inicio de diálisis. 1,1 RR: 2,05 (IC95% 1,26-3,35) 1,0 Supervivencia Tx NoTx 1a 80% 93% 5a 62% 78% Paciente que inician diálisis (noTx) ,9 ,8 Pacientes que re-inician de diálisis (Tx) ,7 C u m S ur vi ,6 p=0.003 ,5 0 365 730 1095 1460 1825 Supervivencia tras inicio de diálisis (días) 8 2190 2555 1 Suthanthiran, M, Strom TB. Renal Transplantation. N Engl J Med 1994;331(6):365376 2 Wolfe RA, Ashby VB, Milford EL, Ojo AO, Ettenger RE, Agodoa LY, Held PJ, Port FK. Comparison of mortality in all patients on dialysis, patients on dialysis awaiting transplantation, and recipients of the first cadaveric transplant. N Engl J Med 1999; 341: 1725-1730 3 Laupacis A, Keown P, Pus N, Krueger H, Ferguson B, Wong C, Muirhead N. A study of the quality of life an cost-utility or renal transplantation. Kidney Int 1996; 50: 235242 4 Cecka JM. The OPTN/UNOS renal transplant registry. In: Cecka JM, Terasaki PI, editors. Clinical transplants. Los Angeles (Calif): UCLA tissue typing laboratory, 2005. p 1-16 ( capitulo 1) 5 Collaborative Trasnplant Study. www.cts.org. 6 Amend WCJ, Vincenti F, Tomlanovich SJ. The first three postransplant months. In: Danovitch, editor. Handbook of kidney transplantation.4ª ed. Philadelfia: Lippincott Williams and Wilkins, 2005, 212-223 7 Prommool S, Jhangri GS, Cockfield SM, Halloran PF. Time dependency of factors affecting renal allograf survival. J Am Soc Nephrol 2000;11:565-573 8 Canadian Institute for Health Information: Annual report 1996. Organ donation and transplantation.Volumen 2.Otawa, Ontario, Canadian Organ Replacement Register. 1996 9 National Kidney Foundation. K/DOQI clinical practice guidelines for chronic kidney disease: evaluation, classification and stratification. Am J Kidney Dis 2002; 39(suppl 1):S1-S266 10 Abbud-Filho M, Adams PL, Alberú J, Cardella C, Chapman J, Cochat P, Cosio F, Danovitch G, Davis C, Gaston RS, Humar A, Hunsicker LG, Josephson MA, Kasiske B, Kirste G, Leichtman A, Munn S, Obrador GT, Tibell A, Wadström J, Zeier M, Delmonico FL. A report of the Lisbon conference on the care of the kidney transplant recipient. Transplantation 2007; 83:S1-S22. 11 Ansell D, Udayaraj UP, Steenkamp R, Dudley CR. Chronic renal failure in kidney transplant recipients. Do they receive optimum care?: data from the UK renal registry. Am J Transplant. 2007; 7(5):1167-1176 12 Marcén, R, Teruel, JL. Patient outcomes after kidney allograft loss. Transplantation Reviews 2008; 62-72 13 Cattran DC, Fenton SSA. Contemporary management of renal failure: Outcome of the failed allograft recipient. Kidney Int 1993; 43 Suppl 41: S36-S39 14 Kaplan B, Meier-Kriesche H-U. Death after graft loss: an important late study endpoint in kidney transplantation. Am J Transplant 2002; 2:970-974 15 Knoll G, Muirhead N, Trpeski L, Badovinac K. Patient survival following or transplant faliure in Canada. Am J Transplant 2002; 13: 2560-2569 16 Gill JS, Abichandani R, Kausz AT, Pererira, BJG. Mortality after kidney tranplant faliure: the impact of non inmunologic factors. Kidney Int 2002; 62: 1875-1883 17 López-Gómez JM, Pérez-Flores I, Jofré R, Carretero D, Rodríguez-Benitez P, Villaverde M, Pérez-García R, Nassar GM, Niembro E, Ayus JC Presence of a failed kidney transplant in patients who are on haemodialysis is associated with chronic inflammatory state and erytropoietin resistance. J Am Soc Nephrol 2004; 15:2494-2501 9 18 Djamali A, Kendziorski C, Brazy PC, Becker BN. Disease progression and outcomes in chronic kidney disease and renal transplantation. Kidney Int. 2003 Nov;64(5):1800-7. 19 Arias M, Escallada R, de Francisco AL, Rodrigo E, Fernández-Fresnedo G, Setién MA, Piñera C, Ruiz JC, Herráez I, Cotorruelo J. Return to dialysis after renal transplantation. Which would be the best way? Kidney Int Suppl 2002; 80: 85-88. 20 Fernández Fresnedo G, Ruiz JC, Gómez Alamillo C, de Francisco ALM, Arias M. Survival after dialysis initiation: a comparison of transplant patients after graft loss versus non transplant patients. Transplant Proc. 2008 Nov;40(9):2889-90. 21 Kasiske BL, Vazquez MA, Harmon ME y cols. Recommendations for outpatients surveillance of renal transplant recipients. J Am Soc Nephrol 2000; 11: S1-S86 22 The EBPG expert group on renal transplantation. European best practice guidelines for renal transplantation ( Part 1). 2000;15 ( Suppl 7) 1-85 23 The EBPG expert group on renal transplantation. European best practice guidelines for renal transplantation (Part 2).2002; 17 ( Suppl 4) 1-67 24 Karthikeyan V, Karpinski J, Nair RC, Knoll G. The burden of chronic kidney disease in renal transplant recipients. Am J Transplant. 2004; 4(2): 262-269. 25 Marcén R, Pascual J, Tenorio M, Ocaña EJ, Teruel JL, Villafruela JJ, Fernández M, Burgos FJ, Ortuño J. Chronic kidney disease in renal transplant recipients. Transplant Proc. 2005; 37(9): 3718-3720. 26 Fernandez-Fresnedo G, de Francisco A, Ruiz JC, Cotorruelo JG, Alamillo CG, Valero R, Castañeda O, Zalduendo B, Izquierdo MJ, Arias M:. Relevance of chronic kidney disease classification (K/DOQI) in renal transplant patients. Transplant Proc. 2006; 38 (8): 2402-2403. 27 R Marcén, D Castillo, L Capdevila, G Fernandez-Fresnedo, E Rodrigo, C Cantarell, A Fernández-Rodriguez, M López-Oliva, J Camps, P Aljama, J Ortuño, M Arias. Achieving chronic kidney disease treatment targets in renal transplant recipients: results from a cross-sectional study in Spain. Trnasplantation 2008 (en prensa) 10 Capítulo 2. Factores de progresión de la enfermedad renal crónica. Mecanismos inmunológicos. Luis Capdevila Plaza1, Juan Jose Cubero2, Enrique Luna2, Román Hernández- Gallego2 Servicio de Nefrología. 1. Hospital Vall d’Hebrón. Barcelona. 2. Complejo Hospitalario Universitario Infanta Cristina. Badajoz Correspondencia: Luis Capdevila Plaza. Servicio de Nefrología. Hospital Vall d’Hebrón. Paseo Valle de Hebrón, 119-129. Barcelona 08035. Tel. 93 274 60 79. Fax: 93 274 62 04. E-mail: luiscapdevila@comb.es 1 RESUMEN • El trasplante renal ofrece excelentes resultados a corto y medio plazo, tanto en la supervivencia del paciente como del injerto. Permanecen estabilizados los resultados a largo plazo. • Las tasas de rechazo agudo están situadas a niveles muy reducidos: 8 % - 15 %. • A pesar de los avances en el conocimiento de los mecanismos de la respuesta inmune, queda por resolver la disponibilidad de una monitorización inmunológica precisa y a tiempo real que permitiera anticiparse a la aparición de lesiones histológicas, a la alteración de la función renal y que facilitara seleccionar la inmunosupresión más idónea en el momento adecuado. • Desde el punto de vista inmunológico queda por solventar la prevención de las lesiones crónicas del injerto (FI/AT: fibrosis intersticial y atrofia tubular) y la aparición del rechazo mediado por anticuerpos. • La FI/AT es la principal causa de pérdida del injerto renal. • En los resultados del trasplante renal, han contribuido de manera indiscutible los inmunosupresores (IS) inhibidores de la calcineurina (ciclosporina y tacrolimus), los antiproliferativos ( micofenolato mofetil y micofenolato sódico) y anticuerpos mono y policlonales. La combinación tacrolimus con micofenolato mofetil o micofenolato sódico y esteroides es la que ofrece mejores resultados. • El mantenimiento del equilibrio de la respuesta inmune es fundamental tanto para el paciente (prevención de infecciones y neoplasias) como para el injerto (mantenimiento de su función). • Inmunosupresión en los trasplantados renales con insuficiencia renal: 2 Estadío 4: si la función se mantiene estable no modificar la pauta de IS. Si el filtrado glomerular disminuye progresivamente, reducir los inhibidores de la calcineurina y los antiproliferativos. 3 Introducción. Los resultados globales del trasplante renal han dado un espectacular giro positivo en el seguimiento a corto y medio plazo, pero para mejorar los resultados a largo plazo quedan por conocer mecanismos de la respuesta inmune , disponer de una monitorización inmunológica precisa y a tiempo real con unos biomarcadores adecuados, así como poder identificar los perfiles proteómicos y genómicos de la activación inmunológica. Todo ello permitirá definir mejor el tipo, combinación y secuencia de los IS más idóneos en el momento adecuado. ¿Cuáles han sido los cambios en los resultados a corto y medio plazo? ¿A que pueden atribuirse? En referencia a la primera pregunta, son evidentes los elevados porcentajes de supervivencia al año, tanto del paciente –cercanos al 100 %- como del injerto –del orden del 90%- y con elevados porcentajes mantenidos al tercer y quinto años. (1, 2) . En un estudio realizado en España (3) en el que se incluyeron 3.165 trasplantados renales, con injertos funcionantes a partir del primer año post-trasplante, la supervivencia a los diez años del paciente y del injerto fueron del 82% y 70 %, respectivamente. En relación a la segunda cuestión, el impacto favorable en los resultados es atribuible a la introducción de los inmunosupresores inhibidores de la calcineurina (ciclosporina y tacrolimus) y posteriormente a su asociación con los inmunosupresores antiproliferativos (micofenolato mofetil y micofenolato sódico) o con los inhibidores de la señal de proliferación (sirolimus y everolimus) , anticuerpos policlonales (globulina antitimocítica: rATG) y anticuerpos monoclonales anti- CD 25. Los resultados a más largo plazo se evalúan por la vida media del aloinjerto. La vida media de un injerto es el tiempo transcurrido hasta que un 50% de pacientes que 4 sobreviven al primer año post-trasplante, siguen vivos con injerto funcionante. La vida media la determinan la tasa de fallecimientos y la pérdida de función del injerto (4). En un análisis entre los años 1995 y 2000 de la base de datos norteamericana SRTR (Scientific Registry of Renal Transplant Recipients ) (5,6) para determinar la supervivencia real del injerto a largo plazo -en lugar de la proyectada- y tomando como punto de partida el momento del trasplante –en vez de realizar el análisis a partir del primer año post-trasplante- se observó una menor supervivencia del injerto a pesar de haber un menor porcentaje de rechazo agudo y de emplear las pautas inmunosupresoras actuales (ciclosporina, tacrolimus, micofenolato mofetil, inducción con anticuerpos anti IL-2R, globulina antitimocitíca: rATG). Un amplio análisis (7) pone de relieve que el estudio de las pendientes del eGFR (filtrado glomerular estimado) a lo largo del seguimiento de los trasplantados renales, se mostraban más estables (mejoraban) en los trasplantes realizados en épocas más recientes (durante 1999-2002 en comparación a 1984-1989). En las últimas dos décadas ha habido una reducción importante en la incidencia de episodios de rechazo agudo en los primeros 3-6 meses del post-trasplante (7), pero los pacientes que lo presentan, responden menos al tratamiento y recuperan la normalidad de la función renal en un porcentaje inferior. Es evidente además que en la supervivencia a largo plazo influyen: mayor edad de los donantes, los donantes marginales o con criterios expandidos , aumento de edad de los receptores con riesgo cardiovascular asociado y la muerte del paciente con injerto funcionante. Monitorización de la respuesta inmunológica . La respuesta inmune al aloinjerto tiene un carácter sistémico: timo, bazo, ganglios linfáticos, diferentes estirpes celulares, mediadores inflamatorios, citocinas , 5 quimiocinas y otros factores solubles . Esto explica el interés en el desarrollo de marcadores que a través de análisis de sangre - es decir un procedimiento poco invasivo y susceptible de repetir sin riesgo- permitan reflejar la respuesta inmune, relacionarla con la histopatología, con el grado de función renal y con el tratamiento inmunosupresor. ( 4,9,10,11,12) El objetivo ideal en el trasplante consistiría en la detección precoz de los cambios inmunológicos que pueden preceder o indicar la aparición de rechazo y que nos indicaran la pauta inmunosupresora más idónea. En realidad, actualmente la secuencia de acontecimientos es la siguiente: alteración de la función renal, práctica de biopsia renal, actuación terapéutica. La práctica de biopsias iterativas permite anticipar la presencia de lesiones antes que aparezca la modificación de la función renal (13). En la práctica clínica del trasplante renal, la respuesta inmunitaria mediada por anticuerpos se monitoriza mediante: determinación de anticuerpos circulantes y la prueba cruzada frente a los antígenos del donante antes del trasplante. A pesar de la ausencia de anticuerpos circulantes detectables, un porcentaje relativamente reducido de pacientes presentan episodios de rechazo agudo que se han relacionado con la respuesta inmunitaria mediada por células T, en especial por células T de memoria aloreactivas efectoras antidonante. De manera análoga a la detección pretrasplante de anticuerpos reactivos, la determinación de la frecuencia de células T reactivas frente al donante, medida por la secreción de IFN gamma mediante técnica de ELISPOT (enzyme-linked immunosorbent spot) realizada inmediatamente antes del trasplante se puede correlacionar con el riesgo de aparación de rechazo agudo (10,12). Constituye una manera de monitorizar la respuesta inmunitaria por células T. Los hallazgos obtenidos por microchips de ADN han mostrado que los cambios moleculares en el epitelio tubular se presentan antes que la tubulitis se detecte en las 6 biopsias. En las biopsias con rechazo mediado por anticuerpos se ha encontrado un incremento en la expresión de genes relacionados con la activación de las células endoteliales (14). Por otra parte se plantea la necesidad de disponer de biomarcadores que permitan distinguir el daño inmunológico del no inmunológico en los sucesivos estadios después del trasplante renal. (15,16). El objetivo de estas técnicas de monitorización es la detección precoz de los cambios inmunológicos antes que se produzcan lesiones de rechazo. En la Fig.1 se indica la secuencia de marcadores potencialmente útiles en el seguimiento del trasplante renal (15). Consecuencias de la respuesta inmune sobre la función del injerto. Cuando en el postrasplante objetivamos una disfunción del injerto que se traduce en un incremento de la creatinina plasmática y/o proteinuria y después de descartar otras posibles causas de alteración de la función renal, pensamos en los factores inmunológicos y concretamente en la posibilidad del rechazo, cuyo diagnóstico de confirmación se realiza mediante biopsia renal. En el diagnóstico diferencial de la disfunción aguda o crónica del injerto la biopsia renal puede orientar a agentes etiológicos especificos: hipertensión arterial, toxicidad por inhibidores de la calcineurina, infección por poliomavirus, recurrencia de la enfermedad, lesiones de rechazo. Los dos mecanismos de rechazo reconocidos histológicamente en la clasificacion de Banff (17) son: rechazo mediado por celulas T, diagnosticado por el índice de inflamación del intersticio, tubulitis y vasculitis y el rechazo mediado por anticuerpos, cuyo hallazgo principal es la presencia de C4d en los capilares peritubulares. 7 La clasificación del rechazo mediado por células T, puede resultar difícil cuando se detectan cambios límite con la normalidad. Además la inflamación intersticial y la tubulitis no son específicas y se encuentran en trasplantes con función renal estable. La 9ª Conferencia de Banff , celebrada en La Coruña el año 2007 (17,18) en base a las categorías de Banff 1997 y 2005, actualizó la clasificación y estableció las categorías diagnósticas para biopsias de los injertos renales. Desde el punto de vista clínico, según la forma y cronología de presentación, podemos considerar los siguientes tipos de rechazo : 1) Rechazo hiperagudo . Se produce en pacientes hipersensibilizados por anticuerpos citotóxicos preformados HLA, ABO, u otros aloanticuerpos frente a los antígenos de la superficie endotelial del donante. Es una situación infrecuente si la prueba cruzada pretrasplante donante/receptor ha resultado negativa. Aparece después de la anastomosis vascular o a las pocas horas y comporta una afectación vascular con trombosis diseminadas irreversible del injerto. Tiene las características histopatológicas del rechazo mediado por anticuerpos. 2) Rechazo agudo de aparición precoz . Se presenta dentro de los tres primeros meses del trasplante. El rechazo agudo representa uno de los factores negativos más importantes en cuanto al pronóstico para la supervivencia del injerto a largo plazo (20,21). Produce lesiones en el injerto en función del tipo, severidad y persistencia. Según la clasificación actual de Banff, distinguiremos el rechazo agudo mediado por linfocitos T y el rechazo agudo mediado por anticuerpos. Las lesiones de rechazo agudo mediado por linfocitos T quedan descritas en la categoría 4 de Banff . (17,18). 8 El rechazo agudo mediado por anticuerpos, aparece en las primeras semanas del trasplante. Desde el punto de vista clínico no se puede distinguir del rechazo agudo mediado por linfocitos T . Se traduce en un importante y brusco deterioro de la función renal. Los criterios diagnósticos son: 1) C4d + en los capilares peritubulares. 2) presencia de anticuerpos circulantes antidonante, 3) evidencia morfológica de lesiones histológicas agudas: I. Similar a necrosis tubular aguda, inflamación mínima. II. Inflamación capilar y/o glomerular y/o trombosis. III.Arterial: arteritis intimal, inflamación transmural (17,18). La presencia de anticuerpos antidonante se ha asociado con rechazo agudo y con un peor pronóstico. La detección en los 6 primeros meses post-trasplante de C4d en las biopsias del injerto se ha relacionado con una reducción del 50% de la supervivencia del injerto a largo plazo. En un estudio realizado en España (19) con 3.365 trasplantados renales se constata una reducción en la tasa de rechazo agudo y se analiza la influencia de los inmunosupresores asi como el impacto negativo que el rechazo agudo tiene en la supervivencia del injerto a largo plazo. 3) Rechazo agudo tardío es el que se presentaria a partir del tercer mes del trasplante y cuyas características histológicas pueden superponerse a las antes descritas. 4) Rechazo agudo subclínico. Es el hallazgo de lesiones histológicas de rechazo en ausencia de disfunción renal .Sin tratamiento evoluciona a la fibrosis y daño tubulointersticial permanentes. Los pacientes con rechazo subclínico asociado a FI/AT (fibrosis intersticial y atrofia tubular) presentan una menor supervivencia del injerto (11,22,23). 5) La lesión crónica del injerto es la primera causa de la pérdida de injertos a medio y largo plazo. Se produce por causas inmunológicas (antígeno dependientes) y 9 por causas no inmunológicas (antígeno independientes). Se caracteriza por atrofia tubular progresiva y fibrosis intersticial (FI/AT) (24). Clínicamente se traduce por pérdida progresiva de función del injerto renal, proteinuria e hipertensión arterial . Su incidencia varia desde un 23% a los 5 años hasta un 60% a los 10 años post-trasplante (25). Las diferencias alogénicas entre donante y receptor producen una persistencia de infiltrados celulares en el injerto constituidos por células T, células B, macrófagos, acompañados de una respuesta celular proliferativa mediada por quimiocinas, citocinas y factores de crecimiento con inducción de fibrogénesis, aparición de fibrosis y pérdida progresiva e irreversible de la función renal del injerto renal. Las células epiteliales tubulares representan más del 75% de las células del parénquima renal y su susceptibilidad a la lesión inflamatoria condiciona la función del injerto a largo plazo, debido a que la lesión tubular severa puede ser una importante causa de pérdida de nefronas. Cuando la muerte celular excede la capacidad regenerativa del riñón, el resultado es la pérdida de función y el fallo precoz del injerto. (25). La lesión de las células epiteliales tubulares se asocia con el desarrollo de fibroblastos y miofibroblastos en el intersticio renal. Debido a la lesión o a la inflamación, las células del epitelio tubular pueden sufrir un cambio de fenotipo a través del proceso de transición de epitelio a mesenquima (EMT). En las biopsias de protocolo a los 3 meses se ha encontrado que un 40% expresan marcadores de EMT. Estos injertos habian tenido rechazo y tiempos de isquemia largos.(26,27,28). Otro mecanismo propuesto en la FI/AT (27,28,29) es la aparición de neogénesis linfoide (acúmulos ectópicos de tejido linfoide) que seria una fuente productora de anticuerpos y de lesión renal. 10 La fibrosis intersticial es consecuencia de un desequilibrio entre la síntesis y la degradación de la matriz extracelular, predominando el incremento de la síntesis en relación a una disminución de la degradación o a la combinación de ambas .La matriz mesangial es una red dinámica de proteinas y proteoglicanos. En el tejido renal se encuentra un mayor expresión de factores profibróticos como el TGF-beta y el inhibidor tisular de metaloproteinasas. (26). Especial importancia tiene el rechazo crónico activo mediado por anticuerpos que se caracteriza por: C4d+, presencia de anticuerpos circulantes antidonante, cambios morfológicos de lesión histológica crónica, tales como: doble contorno glomerular y/o multilaminación de la membrana basal de los capilares peritubulares y/o fibrosis intersticial/atrofia tubular y/o engrosamiento fibroso de la intima en las arterias. Se le ha denominado tétrada ABCD (A:alloantibody, B:basement membrane, C: C4d, D:duplication de la membrana basal glomerular) (17). En el rechazo crónico mediado por anticuerpos tendría lugar la siguiente secuencia: 1) Producción de anticuerpos anti-donante especificos. 2) Interacción de los anticuerpos con los aloantígenos resultando en el depósito de C4d+ en los capilares peritubulares. 3) Alteraciones histológicas (glomerulopatía del trasplante, fibrosis) y finalmente 4) Alteración de la función renal.(30). Si consideramos el rechazo como un proceso lineal, la elevación de la creatinina plasmática constituye el último evento. (30,31,32,43). Inmunosupresión. El objetivo de la inmunosupresión además de prevenir y tratar el rechazo agudo, es evitar la lesión crónica del injerto a la vez que minimizar los efectos secundarios de los inmunosupresores. 11 Las pautas de inmunosupresión actuales se dirigen al bloqueo de la activación, proliferación y función de lo linfocitos T. La mayoría de inmunosupresores actuales utilizados en trasplante de mantenimiento no cubren la acción de los linfocitos B (8,33). Los inmunosupresores utilizados actualmente se muestran en la Tabla 1. En los pacientes con riesgo inmunológico (presencia de anticuerpos circulantes, retrasplantes, baja compatibilidad HLA), la inmunosupresión de inducción con globulina antitimocítica (rATG) adquieren especial relevancia. Con la aprobación de la ciclosporina para su uso en trasplante renal en 1984 se consiguió una disminución significativa del rechazo agudo con un aumento de la supervivencia del injerto. En la década de los 1990 se introducen el tacrolimus y el micofenolato mofetil resultando en un disminución de las tasas de rechazo agudo y un aumento de la supervivencia a corto y medio plazo del injerto. (6) . En pacientes diagnosticados de nefropatía crónica del trasplante, la asociación de micofenolato mofetil al tratamiento con ciclosporina, disminuyó el ritmo de deterioro de la función renal (45). Hay que tener presente que los mejores resultados a corto-medio plazo en trasplante renal se han conseguido en la época de los inhibidores de la calcineurina. Entre las causas que contribuyen a la patología de causa inmune sobresalen: inmunosupresión subóptima y el incumpliento terapéutico por parte del paciente. Las pautas de inmunosupresión referidas al año 2006, recogidas del registro norteamericano OPTN/SRTR 2007 Annual Report (http://www.ustransplant.org) se muestran en la Tabla 2 12 Resultados con diferentes pautas de inmunosupresión En los ensayos clínicos, en general, se consideran como objetivos principales la tasa de rechazo agudo, supervivencia del injerto y del paciente a corto plazo ( 6 ó 12 meses), mientras que estos mismos objetivos a largo plazo no suelen ser evaluados. No obstante, hay que reconocer que estos ensayos han permitido llegar a conocer unas combinaciones de inmunosupresores que permiten alcanzar resultados muy buenos a la vez que han puesto de relieve sus efectos secundarios en los que conviene prestar atención, en especial infecciones y neoplasias. La pérdida del injerto está asociada a FI/AT y constituye uno de los retos a evitar. Es evidente que la detección y el tratamiento previo de las lesiones agudas puede contribuir a limitar la aparición de atrofia tubular y fibrosis intersticial, pero uno de los aspectos futuros a considerar será considerar la actuación terapéutica sobre la fibrogénesis (34). En un estudio prospectivo, multicéntrico, realizado en España con 1.558 trasplantados renales (35), los pacientes que recibieron tacrolimus en combinación con micofenolato mofetil y prednisona , mostraron a los dos años mejor función renal que los tratados con ciclosporina. En un análisis a 3 años (36) tacrolimus/sirolimus (grupo A), vs de 3 combinaciones de inmunosupresores: tacrolimus/micofenolato (grupo B) vs ciclosporina/sirolimus (grupo C) se observó una menor incidencia de rechazo agudo demostrado por biopsia y una mejor función renal en el grupo B. En el interesante estudio ELITE-Symphony (42) con seguimiento a 1 año constituido por 4 grupos de pacientes : A) Ciclosporina, a dosis standard / micofenolato mofetil / esteroides . B) Daclizumab / ciclosporina a dosis bajas / micofenolato mofetil / esteroides. 13 C) Daclizumab / Tacrolimus a dosis bajas / micofenolato mofetil / esteroides. D) Daclizumab / Sirolimus a dosis bajas / micofenolato mofetil / esteroides. Los pacientes del grupo C tenían el mejor aclaramiento de creatinina, la supervivencia más elevada y la menor incidencia de rechazo agudo demostrado por biopsia. Con referencia a la mortalidad no hubo diferencias significativas entre los grupos . En un estudio (37) realizado analizando los datos del registro norteamericano entre el año 2000 y el 2005, que incluye a 58.131 pacientes y en el que se analiza el regimen inmunosupresor de 5 asociaciones: TAC/MMF, CsA/MMF, TAC/SRL, CsA/SRL y SRL/MMF, se concluye que la tasa de rechazo agudo a los 6 y 12 meses era más elevada con SRL/MMF y la menor, la registrada con TAC/MMF. La supervivencia a los 5 años era de 73,8% para TAC/MMF, un 71,8 % para CsA/MMF, un 68,9 % para CsA/SRL, un 67,8 % para TAC/SRL y de un 57,7% para SRL/MMF. (TAC: tacrolimus. MMF: micofenolato mofetil. SRL: sirolimus. CsA: ciclosporina en microemulsión.) El debate entre pautas con esteroides o libres de corticoides desde el inicio del trasplante y el planteamiento en quienes los reciben, entre retirada precoz o tardía, sigue abierto. En algunos ensayos se ha constatado un significativo incremento del rechazo agudo al retirar los corticoides mientras que en otros ensayos la incidencia de rechazo agudo era similar en el grupo con esteroides comparado con el grupo que no los recibía (38,44). En este sentido los diferentes ensayos sobre retirada de esteroides son poco comparables, debido a que se emplean pautas de inmunosupresión diferentes tanto en inducción como en mantenimiento, así como diferente período de seguimiento posttrasplante. 14 Según datos de OPTN/SRTR 2007 es más prevalente la pauta sin esteroides al alta del paciente, un 23 %, que su retirada posterior. En un estudio de biopsias de protocolo, relacionando los hallazgos histológicos y el tratamiento inmunosupresor utilizado (23) se constató que la menor incidencia de rechazo subclínico (16%) la presentaban los tratados con tacrolimus, mientras que en los tratamientos que no recibian inhibidores de la calcineurina mostraban la tasa más elevada (56%). En cambio la tasa de FI/AT no presentaba diferencias significativas entre los tratados con ciclosporina, tacrolimus o con una pauta sin inhibidores de la calcineurina. A medida que se incorporaron nuevos y potentes inmunosupresores en diferentes combinaciones y una vez conseguidos porcentajes muy reducidos de rechazo agudo, diversos grupos de trasplante se plantearon minimizar o suspender los inhibidores de la calcineurina, para evitar su nefrotoxicidad y de esta manera mejorar la función renal y en consecuencia aumentar la supervivencia del injerto (38). En las valoraciónes histológicas no todas las lesiones observadas en la biopsia del injerto pueden ser atribuidas a nefrotoxicidad. Es muy probable que cambios en el compartimento vascular o tubulointersticial pueden ser atribuidos a la respuesta aloinmune y a un inadecuado control de la misma por inmunosupresión insuficiente. La disminución o supresión de los inhibidores de la calcineurina suposo observar un descenso de la creatinina plasmática, traducción de un efecto hemodinámico intrarrenal por eliminación de la vasoconstricción inducida por los inhibidores de la calcineurina, pero en el seguimiento a más largo plazo no queda suficientemente cuantificado la aparición de rechazos subclínicos o de rechazo agudo que incrementaría el daño tisular del injerto con el consiguiente deterioro funcional. (26,39). 15 En pacientes con factores de riesgo para la aparición de fallo renal agudo posttrasplante se han conseguido buenos resultados con la administración pre-trasplante de daclizumab y la introducción tardía de tacrolimus (40). En una interesante revisión (41) que analiza diferentes estudios que incorporan como objetivo la minimización o retirada de los inhibidores de la calcineurina y en la que se incluyen solo los estudios que emplean dos o más inmunosupresores en combinación, se analiza su impacto sobre las variables más utilizadas como criterios de valoración : rechazo agudo, función renal, supervivencia del injerto, supervivencia del paciente. Aunque el objetivo de los tratamientos inmunosupresores sin inhibidores de la calcineurina, son para mejorar la función y la supervivencia del injerto a largo plazo, tienen la limitación por el número reducido de pacientes y el seguimiento a corto plazo. Para demostrar la hipótesis que la función renal, la histología y la supervivencia son superiores en un regimen inmunosupresor sin inhibidores de la calcineurina, sería preciso un amplio estudio prospectivo, controlado, comparativo. Estudios con un amplio número de pacientes (SRTR y Symphony) evidencian claramente la superioridad de los resultados en los tratamientos inmunosupresores que incorporan inhibidores de la calcineurina. En la actualidad podemos decir que en receptores de trasplantes renales de novo los resultados son inferiores cuando no se utilizan inhibidores de la calcineurina. Los efectos de la retirada de ciclosporina en pacientes con disfunción renal tendrían un pronóstico más favorable en un seguimiento a 2 años (41), sin embargo en los estudios con función renal estable en los que se retira la ciclosporina tienen un riesgo elevado de rechazo agudo. Cuando se consideran las estrategias de minimización o retirada de inhibidores de la calcineurina es importante valorar los riesgos y beneficios en cada paciente . 16 Hay que señalar que la inmunosupresión más intensa y acumulada ha generado mayor número de infecciones oportunistas, aparición de nefropatía por poliomavirus y el incremento de neoplasias. En los pacientes con disfunción crónica avanzada del injerto la repercusión de la la disminución o retirada de inhibidores de la calcineurina es probablemente significativamente menor que en los pacientes con función renal normal y estable. En un paciente con función normal del injerto, el riesgo de rechazo agudo debe contraponerse al de los posibles beneficios de la supresión o reducción de estos fármacos. En la actualidad queda por responder la pregunta : ¿a quien puede beneficiar o a quien podría suponer un detrimento para el injerto, la utilización de un regimen inmunosupresor sin inhibidores de la calcineurina?. El desafío actual es aún poder objetivar el mejor tratamiento inmunosupresor para cada paciente. El objetivo ideal desde el punto de vista inmunológico, conseguidas las reducidas tasas actuales de rechazo agudo, consistiría en poder disponer de marcadores poco invasivos de actividad inmunológica para medir las respuestas celular y por anticuerpos, que permitieran anticiparse a las lesiones de rechazo y a la alteración de la función renal , poder validar estos marcadores en estudios con un número amplio de pacientes, con seguimiento a medio y largo plazo y valorar asimismo los factores que influyen en la supervivencia del paciente y del injerto. Inmunosupresión en trasplantes con enfermedad renal crónica avanzada. Consideraremos el estadío (K/DOQI) 4 (filtrado glomerular estimado según MDRD: 15-29 ml/min/1,73 m2). La inmunosupresión en el estadío 5 (filtrado glomerular < 15 ml/min/1,73 m2) se expone en otro capitulo. 17 En el seguimiento del trasplantado renal cuando se alcanzan estos estadíos hay que admitir que previamente ya se han adoptado las diferentes estrategias posibles en las pautas de inmunosupresión (IS) para evitar el deterioro de la función renal de causa inmunológica, por lo tanto lo más importante en estas fases es prevenir las complicaciones derivadas de la insuficiencia renal, evitar toxicidades por los inmunosupresores y tener preparado al paciente para un retrasplante y/o para iniciar diálisis con el mejor estado clínico y metabólico posibles. En los pacientes que mantienen el filtrado glomerular estable a lo largo del seguimiento, lo racional es no modificar la pauta de IS que están recibiendo. Si a pesar de mantener inmodificada la IS, el filtrado glomerular se va reduciendo: ajustar las concentraciones mínimas de ciclosporina a 100 ng/ml y de tacrolimus a 5 ng/ml con el objetivo de mejorar el componente hemodinámico intrarrenal. En caso de encontrarse previamente en estos valores, reducirlos un 50 %. Si reciben tratamiento asociado con IS antiproliferativos, conviene tener presente que a medida que se deteriora la función renal, los efectos tóxicos se incrementan, tanto los hematológicos (anemia, leucopenia, trombocitopenia), digestivos (naúseas, esofagitis, epigastralgias, diarrea), afectación estado general (astenia marcada). Debido a la insuficiencia renal los niveles de ácido micofenólico se encuentran con valores superiores a los rangos terapéuticos. La recomendación es reducir a la mitad las dosis de este grupo de fármacos. No modificar los esteroides. 18 BIBLIOGRAFÍA. 1. Sayegh MH, Carpenter CB. Transplantation 50 Years Later —Progress, Challenges, and Promises. 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Anticuerpos policlonales: Globulina antitimocítica (rATG ). Anticuerpos monoclonales: Anti- IL2 R (anti-CD25): Basiliximab. Daclizumab. Anti- CD 20 : Rituximab. Anti-CD 52 : Alemtezumab. Bloqueo selectivo de la coestimulación CD 80 / CD 86: Belatacept. 22 Tabla 2 .Inmunosupresores utilizados en diferentes estadíos ( en %) Fármacos En inducción (1) Al alta hospitalaria (2) A 1 año post-trasplante (3) rATG 42,3 - - BASILIXIMAB 17,8 - - DACLIZUMAB 11,2 - - ALEMTEZUMAB 10 - - TAC/MMF/MPA/ST 73,3 70,6 CsA/MMF/MPA/ST 8,7 11,3 TAC/SRL/EVL/ST 3,9 4,1 CsA/SRL/EVL/ST 2,3 2 (1) n=16.505 (2) n= 16.257 (3) n = 14.734 rATG: globulina antitimocítica de conejo.TAC: tacrolimus MMF: micofenolato mofetil. MPA:micofenolato sódico. SRL: sirolimus. EVL: everolimus. ST: esteroides. (OPTN/SRTR 2007 Annual Report) 23 Capítulo 3. Factores de progresión de la enfermedad renal crónica. Mecanismos no inmunológicos. Gema Fernández Fresnedo1, Jaime Sánchez Plumed2, Manuel Arias1, Domingo del Castillo3, M Ovidia López Oliva4 Servicio de Nefrología. 1. Hospital Universitario Marques de Valdecilla. Santander 2. Hospital Universitario La Fe. Valencia. 3. Hospital Reina Sofía. Córdoba 4. Hospital La Paz. Madrid Correspondencia: Gema Fernández Fresnedo Servicio de Nefrologia Hospital Universitario Marques de Valdecila Avda de Valdecilla s/n Santander. 39008 nefffg@humv.es RESUMEN: Los factores no inmunológicos que parecen contribuir a la progresión del daño renal y por consiguiente a la pérdida de función son entre otros: la hipertensión arterial, la proteinuria, la dislipemia, etc 1. Tratamiento de la Hipertensión arterial (HTA). La presión arterial debe medirse periódicamente en todos los pacientes trasplantados. Igual que se ha descrito en los riñones propios, en los pacientes con trasplante renal la HTA se muestra como factor de riesgo de progresión del deterioro de la función del injerto. La HTA representa un marcador clínico de la nefropatía crónica del injerto y contribuye a la perdida del injerto y a la morbimortalidad de estos pacientes (Grado de evidencia C). En los pacientes trasplantados renales las cifras de PA recomendadas son ≤130/80 mmHg , bajando a niveles de la PA ≤125/75 mmHg si existe proteinuria >1 g/d. Dado que la HTA y la proteinuria se asocian frecuentemente en el curso de la nefropatía crónica, un abordaje terapéutico conjunto parece mas racional cuando ambas situaciones concurren simultáneamente (Grado de Recomendación C). Para el control de la PA en el receptor de un trasplante renal, es muy importante iniciar medidas higiénico- dietéticas junto con el tratamiento médico. Todos agentes antihipertensivos son efectivos y todavía no existe una preferencia clara en ninguna guía y la mayoría de los pacientes necesitarán dos o más fármacos antihipertensivos.. Los IECA o ARA II son de elección en los pacientes con proteinuria. Al iniciar tratamiento con IECA o ARA II o al aumentar dosis es preciso monitorizar función renal y kaliemia a las 1-2 semanas. Además en los pacientes trasplantados con ERC estadio 4-5 y en tratamiento con IECA o ARA II se debe monitorizar periódicamente la kalemia. 2. Tratamiento de la Proteinuria: conocido marcador de daño renal contribuyendo a la progresión de la insuficiencia renal. La reducción a cifras <0.5g/24 horas es el objetivo terapéutico. Tanto los IECA como los ARA II son los fármacos de elección en este tipo de paciente pero con monitorización cuidadosa de función renal y del potasio especialmente en el paciente trasplantado con ERC estadio 4-5.. 3. Tratamiento de la Dislipemia: En todo paciente trasplantado debe realizarse una evaluación periódica del perfil lipídico (colesterol total, HDL-c, LDL-c y triglicéridos). Además del impacto negativo el la enfermedad cardiovascular, la hiperlipemia también se ha relacionado con la nefropatía crónica del injerto. Los pacientes trasplantados han de considerarse de alto riesgo cardiovascular considerándose el objetivo terapéutico un LDL-c < 100 mg/dl (Grado de recomendación C). 4. Otras medidas: control de la diabetes mellitus manteniendo niveles de hemoglobina glicosilada <7%, cese del hábito tabaquito, evitar el sobrepeso, antiagregación individualizada, medidas especialmente destinadas a la protección cardiovascular y por tanto también a la protección del injerto renal. La nefropatía crónica del trasplante (NCT) es la primera causa de perdida del injerto después del primer año del trasplante, seguida de la muerte del paciente con injerto funcionante. Es una entidad clínico-patológica de origen multifactorial caracterizada por daño tubulointerticial y vascular que se acompaña de deterioro progresivo de la función renal, hipertensión arterial (HTA) y proteinuria. El término de NCT es hoy día más aceptado que el clásico de rechazo crónico, ya que se ha demostrado claramente que no sólo factores inmunológicos sino también factores no inmunológicos contribuyen al desarrollo de la lesión crónica del injerto. De hecho de acuerdo a los resultados de Nankivell y cols la NCT representa el daño acumulado e incrementado por causas inmunológicas y no inmunológicas a lo largo de la evolución1. En este capítulo se revisará el tratamiento de los factores no inmunológicos en cuanto a su posible papel en el enlentecimiento de la progresión de la insuficiencia renal del injerto centrándonos principalmente en aquellos factores de progresión demostrados en riñones nativos que constituyen, de entrada, lógicas dianas terapéuticas: hipertensión arterial, proteinuria, dislipemia y diabetes. No existen grandes evidencias en población trasplantada pero parece prudente, en principio adoptar las medidas de la población general. HIPERTENSIÓN ARTERIAL Incidencia de la hipertensión arterial Tanto el VII Joint National Committee on Prevention, Detection, Evaluation, and Treatment of High Blood Pressure, como las guías de práctica clínica K/DOQI en HTA y agentes antihipertensivos en la enfermedad renal crónica (ERC), definen como normal la presión arterial (PA) cuando es < 120/80 mmHg 2 , 3 . Según estos mismos documentos se define HTA como la PA ≥ de 140 mm Hg de PA sistólica (PAS) y/o ≥ de 90 mm Hg de PA diastólica (PAD). Con esta definición de normalidad, la incidencia de HTA postrasplante renal es superior al 80% de los pacientes 4,5,6. La prevalencia de la HTA postrasplante en receptores de un injerto renal varía de acuerdo al momento de evolución del trasplante, el tipo de inmunosupresión, particularmente los corticoides y inhibidores de la calcineurina 7 el tipo de donante (vivo o cadáver), la edad, la presencia de HTA en el donante y la causa de muerte (ACVA), la enfermedad renal primaria, más frecuente en los pacientes con nefroangiosclerosis, el estado anéfrico o no del receptor y los antecedentes de HTA, pre y en diálisis, la disfunción del injerto renal causada por rechazo agudo (mediado por anticuerpos o por células T) o la disfunción crónica del injerto (nefrotoxicidad, rechazo crónico mediado por anticuerpos o por células T, recidiva de enfermedad glomerular y vasculopatía hipertensiva) y estenosis de la arteria renal 8,9, 10. En España en un estudio multicéntrico realizado recientemente y cuyos objetivos han sido investigar en más de 2100 pacientes trasplantados funcionantes la incidencia de enfermedad renal crónica, así como determinar si existía asociación entre las complicaciones de la uremia y el estadio de función renal y evaluar la aplicación de los criterios de tratamiento de las complicaciones de acuerdo con las guías utilizadas en los enfermos no trasplantados, se evidenció que la HTA era bastante común de forma que un 74% y un 51% de los pacientes presentaban cifras de PAS y PAD > 130/80 mm Hg respectivamente11. La PA debe ser monitorizada por el receptor mediante automedida de la presión arterial (AMPA)12, en cada visita médica postrasplante por enfermería o por el médico, usando esfigmanómetro o manómetro aneroide calibrado en los últimos seis meses8 y por medio de la monitorización ambulatoria de la presión arterial (MAPA) cuando hay discrepancias entre las lecturas de PA tomadas en la consulta y las aportadas por el paciente (HTA de bata blanca), cuando estamos en presencia de una HTA resistente al tratamiento, el paciente presenta episodios hipertensivos o de hipotensión sintomática, sospechamos una disfunción autonómica o queremos conocer la abolición de la caída nocturna de la presión arterial, tan frecuente en estos pacientes. También es útil para valorar la eficacia del tratamiento antihipertensivo3. En cada visita debe realizarse también una evaluación del nivel y causa de la HTA, como de la repercusión y progresión tanto en la función renal (incluida la proteinuria), enfermedad cardiovascular y de otras comorbilidades incluyendo las derivadas del tratamiento antihipertensivo. Influencia de la hipertensión arterial en el injerto La HTA es a la vez causa y complicación de la ERC, que como complicación que se desarrolla en el curso inicial de la ERC se asocia con resultados adversos, en particular la pérdida rápida de la función renal y desarrollo de la enfermedad cardiovascular y , a la vez existe evidencia de que el manejo apropiado de la HTA y el uso de antihipertensivos pueden retrasar la progresión de la enfermedad renal y reducir el riesgo cardiovascular3. Igual que se ha descrito en los riñones propios, en los pacientes con trasplante renal la HTA se muestra como factor de riesgo de progresión del deterioro de la función del injerto13,14, 15,16. La HTA representa un marcador clínico de la NCT y contribuye a la perdida del injerto y a la morbimortalidad de estos pacientes. Opelz G y cols, manifiestan que tanto la HTA sistólica cómo la diastólica son factores de riesgo independientes para la pérdida del injerto y del paciente en receptores de un trasplante renal y demuestran que al año, hay un incremento del riesgo de pérdida del injerto por cada 10 mmHg de aumento de la PAS por encima de 140 mmHg y de la PAD por encima de 90 mmHg17. Datos también del Collaborative Transplant Study (CTS) han demostrado que a largo plazo el control de la PAS, incluso después del primer año del trasplante, se asocia con una mejoría en la supervivencia del injerto y paciente. Los pacientes con PAS >140 mmHg al año postrasplante, pero con control de la PAS a ≤140 mmHg a los tres años tienen mayor supervivencia del injerto a largo plazo comparado con los pacientes con PAS elevada mantenida (riesgo relativo 0.79; 95% intérvalo de confianza 0.73 a 0.86; P< 0.001)18. Mange KC et al, observaron que por cada 10 mmHg de aumento en la PAS había incremento del riesgo en el fracaso del injerto del 1.15 (95% CI, 1.02 a 1.30) y de 1.30 (95% CI, 1.05 a 1.61) por cada aumento de 10 mmHg en PAD19. Tratamiento de la hipertensión arterial en pacientes con trasplante renal. Al igual que en la ERC de otras etiologías, en el paciente con trasplante renal, el tratamiento antihipertensivo constituye la base del manejo terapéutico de la misma, debido a que el control estricto de la PA es probablemente la medida con el impacto más favorable en el pronóstico. Los objetivos del tratamiento antihipertensivo en la ERC son: 1. Reducir la PA. 2. Frenar la progresión de la insuficiencia renal. 3. Disminuir la incidencia de eventos cardiovasculares. 4 Las modificaciones de la terapia antihipertensiva deben tener en cuenta la presencia y nivel de proteinuria. 5. El tratamiento antihipertensivo debe ser coordinado con los demás tratamientos para la ERC como parte de una intervención multifactorial. La evaluación inicial y las reevaluaciones frecuentes son esenciales para conseguir un tratamiento efectivo de la HTA3,20. Sin embargo, existe una matización especial en los trasplantados respecto a los enfermos afectos de ERC por patología en riñones propios. Los pacientes sin marcadores de daño renal y FG <60 ml/min/1,73m2 pueden ser clasificados correctamente como pacientes con ERC. Sin embargo, los pacientes sin marcadores de daño renal y FG ≥ 60 ml/min/1,73m2 pueden ser clasificados incorrectamente como que no tienen ERC. Por ello, la guias de la NKF-K/DOQI clasifican a los receptores de un trasplante renal sin marcadores de daño renal y FG ≥ 60 ml/min/1,73m2 como de “riesgo aumentado de ERC” y aunque la recomendaciones van dirigidas a la HTA y agentes antihipertensivos en receptores de trasplante renal con ERC, el grupo de trabajo sugiere que las estas mismas recomendaciones deben aplicarse a los receptores de un trasplante renal con HTA y “riesgo aumentado de ERC”3. Cifras tensionales diana: La Guía de la Sociedad Española de Nefrología (SEN) para el tratamiento de la HTA en pacientes con ERC recomienda que el objetivo de control de la HTA para conseguir nefroprotección a la vez que prevenir la enfermedad cardiovascular es reducir las cifras de presión arterial a unos valores < 130/80 mmHg en pacientes sin proteinuria y a < 125/75 mmHg si la proteinuria es superior a 1 g/día. Este tratamiento debe ir acompañado del control de la proteinuria (<0,5 g/día), control estricto de la glucemia con HbA1C ≤7% , control de la dislipema, cese del hábito tabáquico y antiagregación plaquetaria20. Igual que ocurre en la ERC de otra etiología en los pacientes con trasplante renal la HTA debe tratarse y alcanzar las cifras tensionales diana lo antes posible 8,2,321. Las Guías K/DOQI Clinical Practice Guidelines on Hypertension and Antihypertensive Agents in Chronic Kidney Disease indican específicamente el objetivo de PA en receptores de un trasplante renal, recomendando una PA <130/80 mmHg en pacientes sin o niveles bajos de proteinuria. En pacientes con proteinuria elevada, recomiendan valores inferiores de PA y deben usarse antihipertensivos adecuados como en la enfermedad renal no diabética. En pacientes con proteinuria las las Guías Europeas (EBPG) recomiendan una PA < 125/75 mm Hg. Dado que la HTA y la proteinuria se asocian frecuentemente en el curso de la NCT un abordaje terapéutico conjunto parece mas racional cuando ambas situaciones concurren simultáneamente. En resumen en los pacientes trasplantados renales se recomienda un control de la PA ≤130/80 mmHg , bajando a niveles de la PA ≤125/75 mmHg si existe proteinuria >1 g/d. (Figura 1 ). El manejo de la hipertensión arterial en la población trasplantada debe incluir, de inicio, el tratamiento no farmacológico y nunca se debe retrasar innecesariamente el inicio de tratamiento farmacológico, sobre todo en estos pacientes trasplantados que son considerados de riesgo cardiovascular, ni restar importancia al cumplimiento de este. Para el control de la PA en el receptor de un trasplante renal, es muy importante modificar, si es necesario, el estilo de vida, incluyendo: la restricción del aporte de sal (2,4 - 6 g/día), reducción del peso por debajo de IMC de 25 kg/m2 , incremento del ejercicio y de la actividad física junto con aporte moderado de alcohol y no fumar 3,20. Todos agentes antihipertensivos son efectivos, incluyendo los antagonistas del calcio, diuréticos, inhibidores de la enzima de conversión (IECAs), antagonistas del receptor de la angiotensina II (ARA II) y β-bloqueantes, Todos han sido usados y todavía no existe una preferencia clara en ninguna guía. La mayoría de los pacientes necesitarán dos o más fármacos antihipertensivos. El descenso de la PA debe ser paulatina, evitando la hipotensión ortostática fundamentalmente en mayores y diabéticos. En ocasiones puede plantearse una disyuntiva entre los fármacos indicados en el esquema de protección renal y los fármacos indicados en la prevención cardiovascular, especialmente secundaria, por lo que será preciso una individualización concreta del tratamiento 3,20 . Los antagonistas del calcio dihidropiridínicos se asocian con mayores niveles de filtrado glomerular (FG) durante los dos primeros años. Los estudios iniciales sugieren que los antagonistas del calcio pueden tener mayor beneficio en el control y limitar la pérdida del injerto22.23, pero no ha sido demostrado que los antagonistas del calcio tengan un claro beneficio sobre los IECAs o ARA II en la función y supervivencia del injerto a largo plazo21. Además, estos antihipertensivos pueden desarrollar edema e hiperplasia gingival cuando se asocian con la ciclosporina (CsA)24, y los antagonistas del calcio no dihidropiridínicos pueden aumentar los niveles de CsA, tacrolimus (TAC), sirolimus (SRL) y everolimus (EVR)3 dificultando el manejo global del paciente trasplantado. En la base del efecto de los IECAs y ARA II en enlentecer la progresión en pacientes con ERC, varios grupos han usado estas medicaciones en la nefropatía crónica del injerto, proteinuria y enfermedad cardíaca en pacientes con trasplante renal 25,26,27,28,29,30, 31 disipando las preocupaciones iniciales respecto a la seguridad ya que no se han observado hiperpotasemias significativas o cambios agudos en la función renal. Sin embargo, para minimizar los efectos secundarios (descenso de la función rneal, hiperkaliemia y anemia) es aconsejable excluir la presencia de la estenosis de la arteria renal, comenzar con dosis bajas y monitorizar estrechamente la función renal, potasio y hemoglobina, extremando las precauciones en aquellos pacientes con hiperpotasemias previas, anemia y sospecha de estenosis de la arteria renal32 . Los IECAs y ARA II serían los antihipertensivos preferidos cuando junto a la HTA nos encontramos en presencia de proteinuria. El objetivo es reducir la PA a <125/75 mmHg y reducir la proteinuria a <0,5 g/día (o cociente albúmina/creatinina < 200 mg/g, o cociente proteínas/creatinina < 500 mg/g.). Pueden ser usados solos o en combinación3, 33,20.. El uso de los diuréticos pueden ser efectivo en trasplantados renales con HTA y a menudo es necesario utilizarlos en combinación con otros antihipertensivos para el control de la HTA. En pacientes de riesgo, los posibles efectos secundarios de los diuréticos pueden ser hipercalcemia, hiponatremia, hiperuricemia y disminución a la tolerancia hidrocarbonada. Los antagonistas del calcio pueden utilizarse en el periodo inicial postrasplante vigilando los niveles de los inmunosupresores si se utilizan los no dihidropiridínicos. Los IECAs y ARA II pueden ser utilizados con seguridad en los pacientes con proteinuria, tolerando ascensos de la creatinina (hasta un 35%) sobre los niveles basales. Habitualmente deben utilizarse combinaciones de varios antihipertensivos para el control de la PA 34 , 2, 3,15 con controles inicialmente cada dos semanas y luego mensualmente de la PA, creatinina sérica, electrolitos y hemoglobina (en caso de la utilización de bloqueantes del SRA). Es conveniente no realizar cambios a la vez en la medicación inmunosupresoa ya que puede complicar el diagnóstico diferencial en caso de un incremento de la creatinina sérica. PROTEINURIA La proteinuria se observa frecuentemente tras el trasplante renal y se ha descrito entre un 9% y un 45% de los pacientes trasplantados renales. La presencia de proteinuria transitoria inmediatamente después del trasplante ocurre a menudo y se ha relacionado con episodios de rechazo agudo, pero no suele ser persistente y su duración y cantidad no tienen significado pronóstico. Sin embargo, se ha descrito un peor pronóstico en los pacientes que desarrollan proteinuria persistente en fases más avanzados del trasplante, correlacionándose con una peor supervivencia del injerto. Varias publicaciones recientes han mostrado la importancia de la proteinuria como factor de riesgo cardiovascular independiente en población trasplantada. Roodnat y cols encontraron un riesgo del doble de muerte con injerto funcionante en aquellos receptores de trasplante renal con proteinuria respecto a los que no tenían proteinuria35. Otras publicaciones, en concreto del Estudio Español para la Nefropatía Crónica que confirmó datos de nuestro grupo en este sentido también demuestran el efecto de la proteinuria como marcador independiente de riesgo cardiovascular y como marcador de daño renal contribuyendo a la progresión de la insuficiencia renal crónica 36,37,38. El objetivo terapéutico de ser intentar reducir la misma a cifras inferiores a 0,5 g/día y ademas considerar la diana de la PA < 125/75 mmHg. Como tratamiento de debe iniciar o incrementar la dosis de IECAs o ARA II, valorando la posibilidad de combinaciones entre IECAs y ARA II. Posteriormente se debe añadir o incrementar la dosis de otros antihipertensivos que puedan bajar la proteinuria. Recordar que los IECAs o ARAIIs están contraindicados en el embarazo y estenosis de la arteria renal del injerto y que deben hacerse controles de PA, creatinina y potasio séricos al inicio del tratamiento y a las dos semanas del inicio o aumento de la dosis. En los pacientes que hayan tenido edema angioneurótico con IECAs, deben extremarse las precauciones con ARAIIs 3,20. En los pacientes trasplantados con ERC estadio 4-5 y en tratamiento con IECAs o ARA II se debe controlar periódicamente la kaliemia por el riesgo aumentado de hiperpotasemia pero de entrada no está contraindicado su uso. De la misma manera debe emplearse con muchísima precaución el doble bloqueo del SRA. HIPERLIPEMIA La hiperlipemia es una complicación frecuente tras el trasplante pudiendo aparecer en más de 75% de los pacientes trasplantados. En España en el estudio multicéntrico comentado anteriormente se evidenció que la dislipemia era bastante común de forma que un 60% de los pacientes trasplantados presentaban un colesterol > 200 mg/dl a pesar de que un 50% estaba en tratamiento con estatinas11. Se han descrito elevaciones de colesterol, especialmente debidas a elevaciones de las LDL, aunque también se ha descrito elevaciones de las VLDL colesterol y VLDL triglicéridos. Los cambios en el perfil lipídico se observan ya entre los 3 y 6 primeros meses del trasplante, persistiendo a lo largo del tiempo y a veces disminuyendo 39 . La etiología de este trastorno es multifactorial estando implicados factores genéticos, dislipemia pretrasplante, tratamiento inmunosupresor, presencia de proteinuria, grado de función renal, hiperglucemia, hiperinsulinemia, uso de diuréticos, sobrepeso, sedentarismo, tabaco y exceso de alcohol40. El tratamiento inmunosupresor, los esteroides en un principio, los anticalcineurínicos más tarde y actualmente los inhibidores de la mTor, parecen jugar un papel importante en su etiología. Los esteroides inducen a una resistencia periférica a la insulina lo que contribuye a un incremento en la síntesis y alteración en el metabolismo de los lípidos contendiendo ApoB. Los inhibidores de la calcineurina, son agentes lipifílicos y se ha postulado que la hipercolesterolemia puede ocurrir al menos en parte debido a una acción competitiva entre la LDL y los receptores de la LDL, a una inhibición enzimática de la síntesis de ácidos biliares y su excreción por acción directa sobre el citocromo P450, y a una disminución en la actividad de los enzimas lipolíticos, lo que contribuye a empeorar el metabolismo de las lipoproteínas, fundamentalmente en presencia de insuficiencia renal. Las evaluaciones periódicas de colesterol total, HDL y LDL colesterol y triglicéridos son necesarias en el seguimiento de paciente trasplantado, y dado que su prevalencia es más elevada que en la población general es recomendable que su evaluación sea más frecuente. Deben realizarse controles como mínimo una vez durante los 6 primeros meses postrasplante y luego anualmente, teniendo en cuenta que pueden precisarse controles adicionales según perfil de riesgo previo al trasplante y según la medicación inmunosupresora que lleve el paciente39. La gran evidencia disponible en población general sobre el beneficio del tratamiento de la dislipemia y la gran prevalencia de la misma en población trasplantada es suficiente motivo para racionalmente intentar un buen control lipídico en estos pacientes. Además del impacto negativo el la enfermedad cardiovascular, la hiperlipemia también se ha relacionado con la nefropatía crónica del injerto. Así mismo, el tratamiento con estatinas puede prolongar la supervivencia del injerto renal41. De acuerdo con NCEP el colesterol total y colesterol LDL deben ser inferiores a 200 y 100 mg/dl, respectivamente42. El colesterol HDL > 40 mg/dl para hombres y mujeres, el colesterol no HDL < 130 mg/dl y los triglicéridos < 150 mg/dl. El tratamiento debe consistir en dieta adecuada, cambio del estido de vida haciendo ejercicio y aconsejando la pérdida de peso. Se debe realizar ajuste o cambio de inmunosupresión si fuera preciso. Como medicación a utilizar estatinas, fibratos o ezetemibe, pudiéndose utilizarse aisladamente o en combinación, por ejemplo, estatinas+ezetimibe. Dado que la asociación con inhibidores de la calcineurina puede facilitar la presencia de rabdomiolisis debemos vigilar periódicamente los niveles de creatinin fosfoquinasa, riesgo que aumenta a medida que empeora la función renal especialmente en estadio 45. Esto también es aplicable a la asociación de fibratos con estatinas, de manera que esta asociación no es aconsejable en estadios 4-5 por el elevado riesgo de rabdomiolisis. (Tabla 1). En estas recomendaciones se debía evitar el uso, o en todo caso su uso con precaución, de los secuestrantes de ácidos biliares por su posible interacción con los fármacos inmunosupresores. En caso de ser empleados debería hacerse una hora antes o cuatro horas después de la toma de anticalcineurinicos39. DIABETES La diabetes mellitus postrasplante (DMPT) se define como la aparición de diabetes después del trasplante en aquellos pacientes que no la presentaban antes. Es una situación que remeda a la diabetes tipo 2 ya que se caracteriza por la coexistencia de resistencia periférica a la insulina y un déficit relativo en la secreción de insulina. Es una condición frecuente, aunque la incidencia documentada en diferentes estudios ha sido variable, fundamentalmente debido a la disparidad de criterios empleados en su definición, oscilando entre un 3-19%. En cuanto a la influencia en la función del injerto, la razón por la que la DMPT se asocia a una peor supervivencia del injerto no está del todo claro. Aunque se ha sugerido que la aparición de nefropatía diabética en los injertos de pacientes con DMPT pudiera contribuir a este acortamiento de la supervivencia del injerto, en principio, la aparición de nefropatía diabética requiere mayor tiempo del que ha sido necesario en algunos estudios para objetivar el efecto pernicioso sobre la supervivencia del injerto. Por lo tanto, una explicación alternativa es que la diabetes podría aumentar el efecto nocivo de algunos factores relacionados con la evolución del injerto. Se ha sugerido que la diabetes podría agravar la lesión mediada por isquemia-reperfusión. Además en la población general se ha descrito una fuerte asociación entre la existencia de un estado proinflamatorio y la resistencia la insulina. En cuanto al manejo de la diabetes se requiere un control estricto de la glucemia con hemoglobina glicosilada ≤ 7%. El tratamiento debe ser con insulina en estadios de ERC 4-5, dejando los antidiabéticos orales para estadios más precoces de ERC. En estadio 3 pueden usarse gliquidona (otras sulfonilurea pueden acumularse y las biguanidas están contraindicadas), tiazolidinadionas (troglitazona, pioglitazona), repaglinida, nateglinida y acarbosa.20. OTROS TRATAMIENTOS 1. Cese del hábito tabáquico. Aproximadamente entre el 25-30% de los receptores de trasplante renal fuman habitualmente, prevalencia muy similar a la población general. El tabaco incrementa el riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular y también esta práctica es asocia a una peor supervivencia del injerto. Se debe recomendar encarecidamente el abandono del tabaco20. 2. Antiagregación plaquetaria. Dosis bajas de aspirina o considerar el uso de otros antiagregantes plaquetarios como clopidogrel en caso de intolerancia a la aspirina20.Los pacientes trasplantados deben considerarse de elevado riesgo cardiovascular pero la antiagregación como prevención primaria en pacientes con ERC estadio 4-5 trasplantados no tiene de momento una evidencia disponible y el riego aumentado de sangrado digestivo hace que la indicación de tratamiento deba individualizarse. En la tabla 2 quedan resumidas las recomendaciones sobre el manejo de los factores no inmunológicos de progresión en la población trasplantada renal. Tabla 1: Manejo de las dislipemias en el paciente trasplantado renal (Modificado de referencia 39) Dislipemia Objetivo TG>500 mg/dl <500 LDL 100-129 mg/dl <100 1º escalón CEV CEV CEV+dosis bajas estatinas TG ≥ 200 mg/dl y no- No-HDL CEV+dosis HDL ≥ 130 mg/dl <130 bajas estatinas TG, Triglicéridos; CEV, cambios estilo vida LDL >130 mg/dl <100 2º escalón CEV+fibratos o niacina CEV+dosis bajas estatinas CEV+dosis max estatinas CEV+dosis max estatinas Tabla 2: Resumen de las recomendaciones en los receptores de un trasplante renal 1. Evaluación . ERC . ECV y factores de riesgo de ECV. 2. Dieta y cambios en . Aporte de sodio diario < 2,4 g/día. el estilo de vida para . Perder peso si IMC > 25 kg/m2 todos los pacientes. . Incremento del ejercicio y de la actividad física. . Aporte moderado de alcohol. . No fumar. 3. Tratamiento para los . Diabetes (HbA1c <7%). factores de riesgo de ECV. . Dislipemia (LDL-c <100 mg/dlGuías NCEP, Guías K/DOQI). 4. PA < 130/80 mmHg. . Todos agentes antihipertensivos son efectivos, incluyendo los antagonistas del calcio, diuréticos, IECAs, ARAIIs y βbloqueantes. . Los antagonistas del calcio dihidropiridínicos se asocian con mayores niveles de FG durante el 1-2 años. . Los antagonistas del calcio no dihidropiridínicos pueden aumentar los niveles de ciclosporina, tacrolimus, everolimus y sirolimus. 5. Para pacientes con proteinuria > 1g/24 h . Considerar PA <125/75 mm Hg. . Considerar medidas para reducir la proteinuria. .. Iniciar o incrementar las dosis de IECAs o ARAIIs. .. Usar una combinación de IECAs con ARAIIs. .. Añadir o incrementar la dosis de otros antihipertensivos que puedan bajar la proteinuria. ..Objetivo: <0.5 g/24h 6. Monitorización del potasio . Los IECAs y ARAIIs pueden empeorar la hiperkaliemia producida por la ciclosporina o tacrolimus. . Los diuréticos pueden causar hipokaliemia. 7. Monitorización del FG . Los IECAs, ARAIIs y los diuréticos pueden descender el FG. Figura 1: Manejo de la hipertensión arterial en el paciente trasplantado renal. Modificado de la referencia 33 BIBLIOGRAFIA 1 BJ, Borrows RJ, Fung CL, O'Connell PJ, Allen RD, Chapman JR. The natural history of chronic allograft nephropathy.N Engl J Med. 2003; 349 (24): 2326-2333. 2 Chobanian AV, Bakris GL, Black HR, Cushman WC, Green LA, Izzo JL Jr, Jones DW, Materson BJ, Oparil S, Wright JT Jr, Roccella EJ: The Seventh Report of the Joint National Committee on Prevention, Detection, Evaluation, and Treatment of High Blood Pressure: The JNC 7 report. JAMA 2003; 289: 2560–2572. 3 K/DOQI Clinical Practice Guidelines on Hypertension and Antihypertensive Agents in Chronic Kidney Disease. Am J Kidney Dis 2004: 43: (suppl 1) S1-S290. 4 Kasiske BL, Guijarro C, Massy ZA, Wiederkehr MR, Ma JZ: Cardiovascular disease after renal transplantation. J Am Soc Nephrol 1996; 7: 158–165. 5 Midtvedt K, Hartmann A: Hypertension after kidney transplantation: Are treatment guidelines emerging? 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JAMA 283: 633–638, 2000 20 Gorostidi M y Marín R. Tratamiento de la hipertensión arterial en enfermos con insuficiencia renal. Estadios 2 y 3 de la enfermedad renal crónica. Nefrología 2004; V 24. Suplemento 6:91-100. 21 European best practice guidelines for renal transplantation. Section IV: Long-term management of the transplant recipient. IV. 5.2. Cardiovascular risks. Arterial hypertension. Nephrol Dial Transplant 17[Suppl 4]: 25–26, 2002.). 22 Midtvedt K, Hartmann A, Foss A, Fauchald P, Nordal KP, Rootwelt K, Holdaas H: Sustained improvement of renal graft function for two years in hypertensive renal transplant recipients treated with nifedipine as compared to lisinopril. Transplantation 72: 1787–1792, 2001 23 Midtvedt K, Hartmann A: Hypertension after kidney transplantation: Are treatment guidelines emerging?. Nephrol Dial Transplant 17: 1166–1169, 2002.) 24 Morales JM, Rodriguez-Paternina E, Araque A, Andres A, Hernandez E, Ruilope LM, Rodicio JL: Long-term protective effect of a calcium antagonist on renal function in hypertensive renal transplant patients on cyclosporine therapy: A 5-year prospective randomized study. Transplant Proc 26: 2598–2599, 1994. 25 Premasathian NC, Muehrer R, Brazy PC, Pirsch JD, Becker BN: Blood pressure control in kidney transplantation: Therapeutic implications. J Hum Hypertens 18: 871– 877, 2004. 26 Artz MA, Hilbrands LB, Borm G, Assmann KJ, Wetzels JF: Blockade of the reninangiotensin system increases graft survival in patients with chronic allograft nephropathy. Nephrol Dial Transplant 19: 2852–2857, 2004. 27 Lin J, Valeri AM, Markowitz GS, D’Agati VD, Cohen DJ, Radhakrishnan J: Angiotensin converting enzyme inhibition in chronic allograft nephropathy. 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Clin Transplant 19: 181–192, 2005.) 32 Winkelmayer WC, Kewalramani R, Rutstein M, Gabardi S, Vonvisger T, Chandraker A: Pharmacoepidemiology of anemia in kidney transplant recipients. J Am Soc Nephrol 15: 1347–1352, 2004. Cruzado JM, Rico J, and Grinyó JM. The renin angiotensin systems blockade in kidney transplantaron: pros and cons. Transplant Inter 2008; 21: 304-313 33 Djamali A, Samaniego M, Muth B, et al. Medical care of Kidney Recipients after the First posttransplant Year. Clin J Am Soc Nephrol 2006; 1: 623-640. 34 Levey AS: Controlling the epidemic of cardiovascular disease in chronic renal disease: Where do we start? Am J Kidney Dis 32[Suppl 3]: S5–S13, 1998. 35 Roodnat JI, Mulder PG, Rischen-Vos J, van Riemsdijk IC, van Gelder T, Zietse R et al. Proteinuria after renal transplantation affects not only graft survival but also patient survival. 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Clinical practice guidelines for managing dyslipidemias in kidney transplant patients: a report from the Managing Dyslipidemias in Chronic Kidney Disease Work Group of the National Kidney Foundation Kidney Disease Outcomes Quality Initiative. Am J Transplant. 2004; 4 Suppl 7:13-53 40 Drüeke TB, Abdulmassih Z, Lacour B, Bader C, Chevalier A, Kreis H. Atherosclerosis and lipid disorders after renal transplantation. Kidney Int 1991; 31: S24-8. 41 Holdaas H, Fellström B, Jardine AG, Holme I, Nyberg G, Fauchald P, GrönhagenRiska C, Madsen S, Neumayer HH, Cole E, Maes B, Ambühl P, Olsson AG, Hartmann A, Solbu DO, Pedersen TR; Assessment of LEscol in Renal Transplantation (ALERT) Study Investigators.. Prevention of cardiac death and non-fatal coronary events with fluvastatin in renal transplant patients: a mulicentre randomised placebo controlled trial. Lancet 2003; 361:2024–31. 42 National Cholesterol Education Program (NCEP) Expert Panel on Detection, Evaluation, and Treatment of High Blood Cholesterol in Adults: Third Report of the National Cholesterol Education Program (NCEP) Expert Panel on Detection, Evaluation, and Treatment of High Blood Cholesterol in Adults (Adult Treatment Panel III: Final Report). Bethesda, MD, National Cholesterol Education Program, National Institutes of Health, NIH publication no. 02-5215, 2002. Capítulo 4. Manejo de la anemia en la enfermedad renal crónica del paciente trasplantado renal María Ovidia López Oliva1, Domingo del Castillo Caba2, Gema Fernández Fresnedo3 Servicio de Nefrología. 1. Hospital La Paz. Madrid 2. Hospital Reina Sofía. Córdoba 3. Hospital Universitario Marques de Valdecilla. Santander. Correspondencia: Domingo del Castillo Servicio de Nefrología. Hospital Reina Sofía, Córdoba. Correo: ddelcastillo@telefonica.net 1 RESUMEN Definición: La definición de anemia más extendida es la establecida por la Organización Mundial de la Salud y que posteriormente fue adoptada por la Sociedad Americana de Trasplantes, que define como anemia la concentración de hemoglobina < 12 g/dl en mujeres y < 13 g/dl en hombres. (Evidencia C) Prevalencia de anemia postrasplante: Varía a lo largo del periodo postrasplante y se asocia con el grado de función del injerto renal. La relación entre niveles de hemoglobina y filtrado glomerular no se comporta de la misma manera que en la población con enfermedad renal crónica. Los resultados de los diversos estudios muestran una prevalencia elevada en los primeros meses postrasplante (< 6 meses), que disminuye a partir del año postrasplante y posteriormente se incrementa relacionándose con la pérdida de función del injerto. El estudio europeo sobre manejo de la anemia mostró una prevalencia de anemia del 38.6% y sólo el 18% de los pacientes con anemia severa estaban en tratamiento con eritropoyetina (EPO). (Evidencia B) Fisiopatología: Se produce una disminución de la síntesis de eritropoyetina (EPO) o un incremento en la resistencia a la EPO. Existen múltiples factores que pueden causar anemia postrasplante. Algunos de estos factores son únicos de los pacientes trasplantados y otros son comunes a otros pacientes con enfermedad renal crónica. Entre los factores comunes se encuentran: el grado de función renal y el déficit de hierro y entre los factores propios del trasplante están el rechazo agudo, la medicación postrasplante, infecciones y neoplasias. Resultados clínicos: Los datos disponibles que evalúan la asociación de anemia con la morbi-mortalidad del paciente y la supervivencia del injerto son escasos. La mayoría de los estudios son retrospectivos y analizan experiencias de centros aislados. En ellos se 2 demuestra una mayor mortalidad y morbilidad entre los pacientes con una hemoglobina < 11 g/dl. (Evidencia B) Tratamiento de la anemia postrasplante: - Agentes estimulantes de la eritropoyesis (AEE) y reposición de los depósitos férricos. (Evidencia A) - Respuesta al tratamiento: En los pacientes trasplantados puede existir cierta resistencia al tratamiento con agentes estimulantes de la eritropoyesis (AEE) debido al uso de medicación mielosupresora, inflamación crónica y otros factores. - Efectos adversos del tratamiento con AEE: Existen pocos estudios no controlados al respecto que muestran que los AEE son eficaces y probablemente no aceleran el deterioro de función renal pero pueden agravar la hipertensión arterial. 3 INTRODUCCIÓN El tratamiento de la anemia es clave dentro de los cuidados de los pacientes trasplantados con insuficiencia renal crónica. La anemia podría comportarse como un factor de riesgo cardiovascular en los pacientes trasplantados ya que se asocia con mortalidad, riesgo cardiovascular en los pacientes diabéticos trasplantados, HVI e insuficiencia cardiaca congestiva, lo cual es preocupante ya que los eventos cardiovasculares son la principal causa de muerte en esta población1. Los estudios sobre prevalencia y relevancia clínica de la anemia postrasplante han empezado a desarrollarse en los últimos años, pues hasta entonces a aquellos pacientes con injerto renal se les consideraban similares a los pacientes con insuficiencia renal crónica (no en diálisis) y se extrapolaba la evidencia disponible en estos pacientes a los pacientes con injerto renal. Sin embargo existen varias razones que hacen que dicha extrapolación no sea equiparable: Por un lado la presencia de medicación inmunosupresora y otros fármacos relacionados con el trasplante, la existencia de un estado inflamatorio alterado provocado por un sistema inmune alerta ante la presencia de aloantígenos y por último la exposición previa al tratamiento con diálisis en la mayoría de los pacientes trasplantados. Estos factores pueden inducir por sí mismos anemia postrasplante a través de diversos mecanismos, uno de ellos el de resistencia a la eritropoyetina, por lo que parece esencial establecer evidencias directamente de la población trasplantada renal2. El riesgo de desarrollar anemia aparece en los primeros meses postrasplante y posteriormente a largo plazo asociado con la pérdida de función renal, por tanto en la evaluación de la anemia es importante distinguir entre anemia precoz o tardía ya que nos permite identificar posibles causas etiológicas. La anemia postrasplante precoz se refiere a aquella que aparece relativamente pronto en el postrasplante (antes de los seis 4 meses) e incluye factores tales como pérdidas sanguíneas relacionadas con la cirugía, retraso en la función del injerto, déficit de hierro, infecciones, rechazo…La anemia postrasplante tardía se asocia con deterioro de la función renal en el contexto de nefropatía crónica del injerto3. EPIDEMIOLOGÍA DE LA ANEMIA POSTRASPLANTE Los datos sobre prevalencia de la anemia en el periodo postrasplante varían en función de la definición de anemia que se use. La más extendida en la mayoría de los estudios es la definición establecida en 1964 por la Organización Mundial de la Salud y que posteriormente fue adoptada por la Sociedad Americana de Trasplantes en 2001, que define como anemia la concentración de hemoglobina < 12 g/dl en mujeres y < 13 g/dl en hombres. Otras definiciones empleadas se basan en las recomendaciones de las guías KDOQI que definen anemia cuando el hematocrito < 33 % (hemoglobina < 11 g/dl) sin diferenciar entre hombres o mujeres. La evidencia disponible permite concluir que la anemia en la población trasplantada es una condición frecuente, común e infratratada. Yorgin et al4 estudiaron en dos centros americanos 128 pacientes trasplantados en 1995 y los siguieron durante 5 años. En el momento del trasplante el 43 % estaban anémicos, con un hematocrito < 33%, al año del trasplante la prevalencia de anemia disminuyó al 12 %, mientras que a los 5 años volvió a incrementarse de nuevo llegando al 26%. Posteriormente Winkelmayer et al5 confirmaron estos datos en una población americana de 374 trasplantes de los cuales el 29 % tenían un hematocrito < 33%. En Europa en cuatro estudios diferentes, donde se aplica en todos la definición de anemia de la OMS, la prevalencia oscila entre el 39 % y el 46 %3,6,7. 5 En un estudio realizado en Canadá por Karthikeyan et al sobre la prevalencia de enfermedad renal crónica (ERC) según los estadios de las guías K/DOQUI y las complicaciones derivadas de la pérdida de función renal en una cohorte de pacientes trasplantados de riñón vieron que la prevalencia de anemia (Hb < 11 g/dl) se incrementaba desde un 0 % en el estadio 1 hasta un 33 % en el estadio 5 de ERC8. En España en un estudio multicéntrico realizado recientemente cuyos objetivos fueron investigar la incidencia de enfermedad renal crónica en el enfermo con trasplante renal funcionante, así como determinar si existe asociación entre las complicaciones de la uremia y el estadio de función renal y evaluar la aplicación de los criterios de tratamiento de las complicaciones de acuerdo con las guías utilizadas en los enfermos no trasplantados se evidenció que el 8% de los pacientes presentaban anemia definida como Hb < 11 g/dl, el 44,2 % presentaban niveles de Ferritina < 100 ng/ml y sólo el 16% estaban en tratamiento con AEE. El grado de anemia empeoraba a medida que lo hacía la función renal9. CAUSAS Existen múltiples causas asociadas con la anemia postrasplante que nos permiten diferenciar entre anemia precoz y tardía. Algunos de los factores implicados son: deterioro de la función renal, supresión de la médula ósea, pérdidas sanguíneas, anemia hemolítica autoinmune, estado inflamatorio crónico, uso de IECAs – ARA II, hiperparatiroidismo, infecciones virales, déficit de hierro y edad del donante2,10,11. Haremos una revisión de todos los factores aunque se sabe que la anemia asociada a pérdida de la función del injerto es la anemia tardía. La restauración de la secreción endógena de eritropoyetina y el impacto que tiene sobre la resolución de la anemia después del trasplante se ha estudiado en diversos estudios. En los primeros días postrasplante se produce un pico inicial en los niveles de eritropoyetina que no se acompaña de una respuesta eritropoyética eficaz. La 6 recuperación de la función renal conlleva la normalización de los niveles de eritropoyetina sérica y la normalización de las cifras de hemoglobina que tiene lugar entre el 6º y 12º mes postrasplante12. Los fármacos inmunosupresores contribuyen al desarrollo de anemia a través de varios mecanismos. Los antiproliferativos (azatioprina y micofenolato mofetilo) provocan anemia por supresión directa de la médula ósea aunque la azatioprina puede también producir anemia macrocítica13. La asociación de estos fármacos con la anemia postrasplante se ha demostrado en la mayoría de los estudios. Otros inmunosupresores que producen toxicidad directa sobre la médula ósea son el OKT3 y globulina antitimocítica, usados en el tratamiento de inducción o en el tratamiento del rechazo agudo. De los inhibidores de la calcineurina, tanto ciclosporina como tacrolimus pueden causar anemia, sin embargo tacrolimus es el que más se asocia con anemia5. Pueden causar anemia hemolítica, aunque estos hallazgos son improbables que aparezcan en la fase de mantenimiento y sí pueden aparecer en los primeros meses postrasplante14. En estadios tardíos la anemia por inhibidores de la calcineurina se asocia con nefrotoxicidad. En el caso de los inhibidores de la rapamicina, sirolimus, se asocia a anemia porque disminuye la producción de eritropoyetina e interfiere en la utilización del hierro haciendo que los niveles de hierro sérico no aumenten a pesar de los suplementos orales15. Además de los inmunosupresores otros fármacos que pueden asociarse a la anemia son los inhibidores del sistema renina angiotensina aldosterona. El eje renina angiotensina aldosterona es un importante regulador de la eritropoyesis. Se ha visto que aquellos pacientes que están con IECAs o ARA II tienen más posibilidades de desarrollar anemia que aquellos que no los toman, y este efecto es independiente de la función del injerto16. Otros medicamentos usados en el periodo postrasplante y que 7 pueden producir anemia son antibióticos o antivirales como el trimetoprimsulfametoxazol y el ganciclovir o valganciclovir. El estado inflamatorio crónico y el rechazo parece que actúan a nivel molecular reduciendo la expresión de genes implicados en el proceso de la eritropoyesis lo que conduce a un estado de resistencia a la eritropoyetina y a anemia17. Aquellos pacientes que presentan uno o varios episodios de rechazo o que han recibido un segundo o tercer injerto renal tienen niveles de hemoglobina menores que aquellos que no tienen episodios de rechazo o son receptores de un primer injerto según el estudio multicéntrico desarrollado en Europa por Varenterghem et al6. Sin embargo en estos pacientes son varios los factores que pueden tener un papel etiopatogénico además del estado inflamatorio crónico como son: una función renal subóptima, el tratamiento inmunosupresor más intenso para controlar el rechazo o el uso más frecuente de IECAs o ARAII para el control de la tensión arterial ya que estos pacientes tienen más posibilidades de tener cifras elevadas de tensión arterial. La edad del donante es otro factor de riesgo para la anemia. En los donantes mayores de 60 años la presencia de anemia está significativamente elevada. Esto en el futuro puede tener implicaciones clínicas importantes ya que la edad de los donantes se está incrementando progresivamente6. La causa más importante de anemia postrasplante es la pérdida de función renal del injerto. La capacidad endocrina del riñón se relaciona con su función excretora medida a través del aclaramiento de creatinina. Todos los estudios demuestran esta asociación. Así en el estudio de Mix et al18 se demuestra que a partir del año postrasplante la proporción de pacientes con anemia aumenta progresivamente a medida que se deteriora la función renal. Y en el estudio realizado por Chadban et al19 en el que comparan la prevalencia de anemia entre pacientes trasplantados de riñón y población 8 general con un grado de función renal similar demuestran que en ambos grupos el CrCl se relaciona directamente con la concentración de hemoglobina, sin embargo la probabilidad de presentar anemia en el grupo de pacientes trasplantados es 10 veces mayor que en la población general. Las infecciones recientes y los eventos clínicos se asocian con una mayor probabilidad de tener anemia. Por el contrario la infección por los virus de la hepatitis B o C no se ha demostrado que tengan un mayor impacto en la anemia. Mix et al encontraron asociación entre la serología para citomegalovirus D+/R- con la posibilidad de desarrollar anemia moderada. Este grupo de pacientes (D+/R-) tienen un alto riesgo de desarrollar infección por CMV, y tanto la propia infección como el tratamiento profiláctico frente a la infección por CMV se ha visto que tienen efectos supresores de la médula ósea que pueden explicar esta asociación con la anemia18. Otro hecho importante a destacar en el desarrollo de anemia es el déficit de hierro. CONSECUENCIAS DE LA ANEMIA POSTRASPLANTE Desde el punto de vista clínico hay que ser capaz de responder si la anemia en los pacientes trasplantados con deterioro de la función renal se asocia con resultados perjudiciales en esta población sobre todo porque disponemos de medicación, como los agentes estimulantes de la eritropoyesis, para el tratamiento de la anemia postrasplante. Los resultados perjudiciales incluyen la morbilidad y mortalidad cardiovascular, la mortalidad global por todas las causas y la pérdida del injerto renal. Son varios los estudios que investigan sobre las consecuencias de la anemia postrasplante sin embargo los datos que se extraen de ellos son contradictorios debido a limitaciones en el diseño o diferencias en el análisis de los mismos. 9 En el estudio de Winkelmayer y cols20 donde se combinaron dos cohortes (una cohorte de la Universidad de Viena y otra de la Universidad de Massachussets) con un total de 825 pacientes trasplantados de riñón prevalentes con un aclaramiento de creatinina medio de 52,6 ml/min/1.73 m2 se analizó la asociación entre anemia, mortalidad global y pérdida del injerto. Después de 8 años de seguimiento 251 pacientes murieron y 401 perdieron el injerto renal. En el análisis multivariante la anemia no se asoció con la mortalidad global pero sí con la pérdida del injerto renal suponiendo un 25 % más de riesgo de pérdida. Por otro lado Molnar y cols7 en Budapest en una cohorte de 938 pacientes trasplantados con un aclaramiento de creatinina medio de 49 ml/min/1.73 m2 demostraron que la anemia se asociaba significativamente e independientemente con la mortalidad y la pérdida del injerto renal. No está claro porqué estudios similares llegan a conclusiones diferentes. TRATAMIENTO DE LA ANEMIA POSTRASPLANTE El tratamiento con agentes estimulantes de la eritropoyesis (AEE) en todas las fases de la ERC, desde la prediálisis al trasplante, ha producido una mejora en la calidad de vida y una disminución de la hospitalización y la mortalidad21. Sin embargo existen pocos estudios que hayan evaluado sistemáticamente el uso de AEE en la anemia postrasplante así como el metabolismo del hierro. Al iniciar el tratamiento de la anemia de un paciente con insuficiencia renal crónica debe hacerse una valoración de los depósitos de hierro. En la práctica clínica habitual los más utilizados son la ferritina, el índice de saturación de la transferrina y el porcentaje de hematíes hipocromos. Para obtener y mantener el nivel deseado de hemoglobina es necesario perseguir unos objetivos diana para los depósitos y disponibilidad del hierro que se muestran en la tabla 122. 10 Los requerimientos de hierro aumentan aún más cuando se administra eritropoyetina especialmente en los tres primeros meses de tratamiento. No se debe iniciar tratamiento con AEE hasta que los depósitos de hierro estén replecionados y en algunos casos esta corrección de la ferropenia es suficiente para corregir la anemia. El hierro puede administrarse por vía oral aunque su absorción sea en ocasiones escasa, sin embargo ofrece ventajas para el paciente. En ocasiones no es suficiente y es necesaria la administración intravenosa. En la literatura los datos que se extraen de los parámetros ferrocinéticos son escasos. Mix y cols18 encontraron que el estudio del metabolismo del hierro sólo se había realizado en el 36% de los pacientes anémicos (hematocrito < 33%) y sólo el 46% recibían suplementos de hierro. De la misma manera, Karthikeyan y cols8 encontraron que el índice de saturación de la transferrina y la ferritina se determinaban en un 57% y un 61% de los pacientes anémicos. En cuanto al paciente trasplantado estable Lorenz y cols.22 referían una prevalencia del déficit de hierro del 20% y observaban la escasa información que daban tanto del índice de saturación de la transferrina como de la ferritina. Estos autores recomiendan la utilidad del porcentaje de células hipocromas argumentando la gran variación que pueden presentar los niveles de ferritina que pueden elevarse independientemente de los depósitos de hierro en ciertas condiciones como procesos inflamatorios, enfermedades infecciosas, procesos malignos o sobrecarga de hierro. La situación actual descrita en los estudios sobre el uso de AEE para el tratamiento de la anemia postrasplante indican un escaso uso de los mismos. En el estudio europeo liderado por Vanrenterghem y cols 6. sólo el 18% de los pacientes con anemia severa (Hb < 11 g/dl en hombres y < 10 g/dl en mujeres) estaban en tratamiento con eritropoyetina (EPO). En los estudios americanos el porcentaje es similar (25% de 11 los pacientes con hemoglobina < 11 g/dl) y aquellos con una hemoglobina por debajo de 10 g/dl recibían EPO en el 40% de los casos. Es importante diferenciar el periodo postrasplante en el que nos encontramos ya que las razones clínicas y las causas de la anemia cambian. Así en el periodo postrasplante inmediato la corrección de la anemia aporta beneficios para reducir la hipoxia medular mientras que en el periodo tardío tiene interés desde el punto de vista cardiovascular. El uso de AEE en las primeras semanas postrasplante probablemente requiera dosis más altas y evita en muchos casos la necesidad de trasfusiones sanguíneas, reduciendo el riego de trasmisión de enfermedades virales y disminuyendo la producción de anticuerpos linfocitotóxicos. Sin embrago, los resultados de los estudios sobre tratamiento de la anemia en el inmediato postrasplante son contradictorios. Algunos de ellos no muestran una mejoría de la anemia en los primeros 3 meses cuando se compara enfermos con y sin tratamiento. En el postrasplante tardío los pacientes que experimentan un fracaso lento del trasplante renal deben recibir los mismos cuidados y tratamientos que cualquier otro paciente con ERC. El tratamiento de la anemia con agentes estimulantes de la eritropoyesis debe iniciarse cuando los niveles de hemoglobina se mantienen por debajo de 11 g/dl en dos determinaciones consecutivas separadas por un intervalo de dos semanas siempre y cuando no haya carencia férrica ni otras causas de anemia además de la insuficiencia renal. Se ha demostrado beneficio clínico en aquellos pacientes que alcanzan una hemoglobina superior a 11g/dl. En cuanto al nivel máximo no se vieron beneficios significativos con niveles de Hb superiores a 13 g/dl por lo que el objetivo debe adecuarse a cada situación particular y comorbilidad asociada. Actualmente existen, además de EPO alfa y EPO beta, otros agentes estimulantes de la eritropoyesis, tales como darbepoetina alfa y metoxy polietilenglicol 12 – epoetin beta (CERA: activador continuo del receptor de la eritropoyetina). Todas estas moléculas, de diversa estructura y/o composición, han demostrado similar eficacia y, por el momento, seguridad, aunque las dos últimas presentan como ventaja, una vida media más prolongada que la Epo, lo que permite administrar las dosis 1 a 2 veces al mes. Pueden administrarse por vía s/c o i/v, siendo la vía sub-cutánea la adecuada en los pacientes trasplantados. Cuando se inicia tratamiento con AEE la dosis inicial y el ajuste de dosis debe ser determinado según el nivel de hemoglobina inicial, el porcentaje de aumento de hemoglobina y las características clínicas (tabla 2 y Figura 1-algoritmo de tratamiento). 13 Tabla 1: Objetivos en parámetros ferrocinéticos Objetivos adecuados Objetivos Óptimos Ferritina > 100 pg/ml Ferritina 200 -500 pg/ml IST > 20 % IST 30 – 40 % Hematíes hipocromos < 10 % Hematíes hipocromos < 2.5 % Tabla 2. Dosis inicial AEE Fármaco Dosis inicial Eritropoyetina 50 – 100 UI/kg/semana, en 2 a 3 dosis semanales Darbepoetina 0,45 mcg/kg/semana. Posteriormente 0,75 mcg/kg/2 semanas C.E.R.A. 0,6 mcg/kg cada dos semanas. Posteriormete 1,2 mcg/kg/mes 14 Figura 1. Algoritmo de tratamiento de la anemia Hb < 11 g/dl, en dos determinaciones consecutivas separadas 15 días. Iniciar: Darbepoetina 0.45-0.60 mcg/kg/semana EPO alfa o beta 50 UI/kg/tres veces por semana CERA 0,6 mg/kg/2 sem Monitorización hemoglobina 2-4 semanas Hb > 12 Hb < 11 Aumentar dosis 50 % Hb 11 - <12 Aumentar dosis 20 % Monitorizar 2-4 sem Disminuir dosis 20 % Monitorizar 4 semanas 15 Fase de corrección Fase de mantenimiento BIBLIOGRAFÍA 1.- Kasiske BL, Guijarro C, Massy ZA, Wiederkehr MR, Ma JZ. Cardiovascular disease after renal transplantation. J Am Soc Nephrol 1996; 7: 158–165. 2.- Winkelmayer WC et al Posttransplantation anemia: Management and rationale. 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Nephrol Dial Transplant 2006; 21: 3559–3566. 21.- Locatelli F, Aljama P, Barany P, Canaud B, Carrera F, Eckardt KU, Horl WH, Macdougal IC, Macleod A, Wiecek A, Cameron S; European Best Practice Guidelines Working Group. Revised European Best Practice Guidelines for the Management of Anemia in Patients with Chronic Renal Failure. Nephrol Dial Transplant 2004: 19 (sup 2); ii1 - ii45. 22- Lorenz M, Kletzmayr J, Perschl A, Furrer A, Hörl WH, Sunder-Plassmann G: Anemia and iron deficiencies among long-term renal transplant recipients. J Am Soc Nephrol; 2002; 13: 794–797. 23.- Singh AK, Szczech L, Tang KL, Barnhart H, Sapp S, Wolfson M, Reddan D: Correction of anemia with epoetin alfa in chronic kidney disease. N Engl J Med; 2006; 355: 2085–2098. 24.-. Drueke TB, Locatelli F, Clyne N, Eckardt KU, Macdougall IC, Tsakiris D, Burger HU, Scherhag A: Normalization of hemoglobin level in patients with chronic kidney disease and anemia. N Engl J Med 2006; 355: 2071–2084. 18 Capítulo 5. Alteraciones del metabolismo óseo mineral en la enfermedad renal crónica del paciente trasplantado renal María Ovidia López Oliva1, Domingo del Castillo Caba2, Jaime Sánchez Plumed3 Servicio de Nefrología. 1. Hospital La Paz. Madrid 2. Hospital Reina Sofía. Córdoba 3. Hospital Universitario La Fe. Valencia. Correspondencia: Domingo del Castillo Servicio de Nefrología. Hospital Reina Sofía, Córdoba. Correo: ddelcastillo@telefonica.net 1 RESUMEN Definición: Recientemente, la Fundación KDIGO ha propuesto nuevas definiciones para referirse a las alteraciones del metabolismo óseo – mineral de los pacientes con enfermedad renal crónica (ERC), relegando el término tradicional de Osteodistrofia renal (ODR). (Evidencia C) Recomiendan: - El término de ODR para definir exclusivamente las alteraciones de la morfología y la arquitectura ósea propias de la ERC. - Y el término de alteración óseo-mineral asociada a la ERC para describir las alteraciones bioquímicas, esqueléticas y calcificaciones extraesqueléticas que ocurren como consecuencia de las alteraciones del metabolismo mineral en la ERC. Fisiopatología: Las diferentes alteraciones metabólicas son secundarias a la pérdida progresiva de masa renal y función renal que conlleva a una retención de fósforo y descenso de los niveles de calcitriol que son responsables de la resistencia esquelética a la acción de la PTH. Manifestaciones clínicas: Las manifestaciones clínicas principales de las alteraciones del metabolismo óseo mineral postrasplante son la osteoporosis y la osteopenia que producen un incremento de las fracturas, osteonecrosis y dolor óseo. Métodos diagnósticos: Parámetros bioquímicos (calcio, fósforo, PTH y 25 hidroxivitamina D), radiología ósea, densitometría y biopsia ósea. (Evidencia A) Alternativas terapéuticas: Se recomienda para el tratamiento y prevención de la osteopenia – osteoporosis en pacientes trasplantados basarse en los datos de evidencia clínica disponibles de otras poblaciones de estudio, como la de los pacientes con enfermedad renal crónica. Además del tratamiento específico, hay que tener en cuenta 2 las medidas preventivas para reducir el riesgo de fracturas. El tratamiento específico incluye medidas para la prevención de pérdida de masa ósea (metabolitos activos de la vitamina D o análogos y bifosfonatos) y el tratamiento del hiperparatiroidismo persistente (calcimiméticos). (Evidencia A) 3 INTRODUCCIÓN La enfermedad ósea postrasplante es una entidad bien conocida1. Es un proceso heterogéneo en el que además de la osteoporosis se añaden otros procesos patológicos cuyos mecanismos etiopatogénicos no han sido aclarados de forma completa. Sin embargo en varios trabajos se sugiere que la enfermedad ósea preexistente, el tratamiento inmunosupresor, la persistencia del hiperparatiroidismo y las alteraciones en el metabolismo del fósforo juegan un papel patogénico importante. Recientemente, la Fundación KDIGO (Kidney Disease: Improving Global Outcomes) ha propuesto nuevas definiciones y un sistema de clasificación más integrado para referirse a las alteraciones del metabolismo óseo – mineral de los pacientes con enfermedad renal crónica (ERC), relegando el término tradicional de Osteodistrofia renal (ODR). Recomiendan2: - El término de ODR para definir exclusivamente las alteraciones de la morfología y la arquitectura ósea propias de la ERC. El diagnóstico de confirmación se haría a través de la biopsia ósea. - Y el término de alteración óseo-mineral asociada a la ERC para describir las alteraciones bioquímicas, esqueléticas y calcificaciones extraesqueléticas que ocurren como consecuencia de las alteraciones del metabolismo mineral en la ERC. Se manifiesta por una, o la combinación de las siguientes manifestaciones: 1) Anormalidades del calcio, fósforo, hormona paratifoidea y vitamina D 2) Alteraciones en el remodelado, mineralización, volumen, crecimiento o fragilidad del esqueleto 3) Calcificaciones cardiovasculares o de otros tejidos blandos 4 FISIOPATOLOGÍA Las diferentes alteraciones metabólicas son secundarias a la pérdida progresiva de masa renal y función renal. (Figura 1)3. Moderados descensos del aclaramiento de creatinina provocan un aumento de la fosfatemia y una disminución de los niveles de calcitriol que son responsables de la resistencia esquelética a la acción de la PTH4. En las glándulas paratiroides existen al menos dos receptores conocidos a través de los que se canalizan los efectos de las moléculas y hormonas que modulan tanto la síntesis y secreción de PTH como el tamaño glandular. Estos receptores son: el receptor de la vitamina D el cual con la progresión de la ERC disminuye contribuyendo a la resistencia a la acción de la vitamina D sobre la síntesis de PTH y el receptor sensor de calcio que disminuye con el desarrollo progresivo de hiperplasia paratiroidea secundaria a la ERC contribuyendo a la resistencia a la acción del calcio sobre la glándula paratiroidea por lo que deja de inhibirse la secreción de PTH5,6. Estas alteraciones van a producir daño en tejidos diana, fundamentalmente en el esqueleto y el sistema cardiovascular. Como consecuencia de estos efectos, las alteraciones del metabolismo mineral han demostrado ser predictores independientes de mortalidad, especialmente de causa cardiovascular en la población urémica6. Por tanto el curso de la enfermedad ósea postrasplante depende de la persistencia de estas anormalidades, como el hiperparatiroidismo, hipercalcemia, hipofosfatemia e hipomagnesemia además del tipo, dosis y duración de la medicación inmunosupresora que se requiere para disminuir la tasa de rechazo agudo7. En la figura 21 se resumen los principales factores implicados en la enfermedad ósea postrasplante. 5 MANIFESTACIONES CLÍNICAS Las manifestaciones clínicas principales de las alteraciones del metabolismo óseo mineral postrasplante son la osteoporosis y la osteopenia que producen un incremento de las fracturas, osteonecrosis y dolor óseo8. El riesgo de fractura está incrementado en los pacientes trasplantados de riñón en comparación con la población general o con los pacientes con insuficiencia renal crónica en diálisis, lo cual origina un aumento de la morbilidad9. Esta disminución de la masa ósea se produce principalmente en los 6 primeros meses postrasplante y tiende a estabilizarse después de los 12 meses. La pérdida ósea rápida que ocurre después del trasplante condiciona la elevada prevalencia (7-20%) e incidencia (3-4%) de fracturas, muy superior a la de la población de la misma edad y sexo. Las fracturas suelen ocurrir en el postrasplante tardío y afectan mayoritariamente a pies y tobillos10. Los cuidados deben individualizarse en base a la patología preexistente del paciente y a los recursos disponibles. Los factores de riesgo de fractura en la población trasplantada renal descritos en la literatura son: edad superior a 60 años, mujer, antecedentes de fracturas previas, tratamiento previo con esteroides e hiperparatiroidismo persistente (PTHi superior a 500 pg/m). Tabla 111. Los factores de riesgo para enfermedad ósea postrasplante son: tratamiento pretrasplante con análogos vitamina D, esteroides u otros inmunosupresores, o anticonvulsivantes. También presentan más riesgo aquellos pacientes con historia de inmovilización, malnutrición, uso de diuréticos de asa e hipogonadismo persistente. En un estudio realizado en España sobre la asociación de las complicaciones de la uremia y el estadio de función renal en los pacientes trasplantados de cuatro 6 hospitales se demostró que el 12.5 % de los pacientes tenían hipercalcemia mientras que el 75 % de ellos presentaban niveles elevados de PTHi.12 MÉTODOS DIAGNÓSTICOS DE ESTUDIO DE LA ENFERMEDAD ÓSEA SUBYACENTE 5,13 - Parámetros bioquímicos: - Calcio y fósforo: Tienen poca capacidad predictiva de la enfermedad ósea subyacente sin embargo su determinación periódica, junto con la PTH, es decisiva en el manejo terapéutico del paciente. Deben medirse después del trasplante al menos mensualmente durante los primeros 6 meses, después cada 2 meses hasta final del primer año y posteriormente anualmente. Puede ser necesaria una monitorización más estrecha en pacientes bajo tratamiento con análogos de la vitamina D o con calcimiméticos. - Hormona paratiroidea (PTH): Es el parámetro bioquímico que mejor se correlaciona con las lesiones histológicas del hiperparatiroidismo secundario. Se debe medir a los 6 y 12 meses postrasplante y posteriormente anualmente. - 25 (OH) Vitamina D: Es aconsejable su medición para prevenir y tratar la frecuente insuficiencia de vitamina D detectada en los pacientes trasplantados. - Técnicas de Imagen: - Radiología ósea: En la actualidad la evaluación radiológica ósea está indicada sólo en aquellos pacientes con historia previa de fracturas. En los pacientes asintomáticos no está justificada. Estos estudios son útiles para detectar calcificaciones vasculares. - Densitometría ósea: Proporciona información de cambios en el contenido mineral óseo pero no del tipo de enfermedad ósea subyacente. Su relación con el riesgo de fractura en la población 7 trasplantada no está claramente definido sin embargo ha demostrado ser de gran utilidad para el seguimiento de la masa ósea postrasplante por lo que debe utilizarse para el manejo terapéutico de los pacientes. - Biopsia ósea: Sólo indicada de manera excepcional y en las siguientes situaciones: fracturas de stress, sintomatología y/o analítica no clara y sospecha de enfermedad ósea por aluminio. ALTERNATIVAS TERAPEÚTICAS En ausencia de datos clínicos establecidos en la población trasplantada las guías clínicas actuales recomiendan para el tratamiento y prevención de la osteopenia – osteoporosis en pacientes trasplantados basarse en los datos de evidencia clínica disponibles de otras poblaciones de estudio. Además del tratamiento específico, que se desarrolla más adelante, hay que tener en cuenta las medidas preventivas para reducir el riesgo de fracturas. Estas incluyen: Uso de dosis bajas de corticoides durante un periodo limitado de tiempo en el periodo pretrasplante en pacientes en lista de espera de trasplante renal, ejercicio físico de al menos 30 min, identificación y tratamiento de factores de riesgo de osteoporosis, evitar consumo de alcohol o nicotina y terapia sustitutiva hormonal en mujeres postmenopaúsicas.14 El tratamiento específico incluye medidas para la prevención de pérdida de masa ósea y el tratamiento del hiperparatiroidismo persistente15. Algunas de estas medidas preventivas deben de iniciarse inmediatamente después del trasplante. El tratamiento con bifosfonatos o vitamina D en cualquier momento del trasplante tiene un efecto beneficioso sobre las alteraciones del metabolismo óseo mineral. 8 Tratamiento de prevención de pérdida de masa ósea tras el trasplante16,17,18: - Metabolitos activos de la vitamina D y análogos: Reducen la pérdida ósea postrasplante normalizando la absorción intestinal de calcio y suprimiendo la secreción de PTH. Deben administrarse en pacientes que reciban esteroides junto con suplementos de calcio como prevención de las fracturas postrasplante. Por el riesgo de hipercalcemia se pueden emplear lo activadores selectivos del receptor de la vitamina D como el paricalcitol. - Bifosfonatos: Han demostrado su eficacia en disminuir el riesgo de fracturas y de pérdida de masa ósea en mujeres postmenopaúsicas con osteoporosis y en la osteoporosis inducida por esteroides. Así mismo en la población trasplantada existen también diversos estudios que han evaluado la eficacia de estas drogas en el tratamiento de la osteoporosis en el postrasplante renal obteniendo resultados favorables. Los bifosfonatos mejoran la densidad ósea y disminuyen el riesgo de fracturas. Deben reservarse para los pacientes con riesgo de fractura. Las dosis recomendadas de las diferentes alternativas son: Pamidronato, 60 mg iv, la dosis se puede repetir al mes o a los 3 meses Ác. Zoledrónico, 4 mg iv dosis única Alendronato, 70 mg oral semanal Risedronato, 35 mg oral semanal En las figuras 3 y 4 se muestran los algoritmos de tratamiento / prevención de pérdida de masa ósea en pacientes con trasplante renal con y sin riesgo de fractura propuestos por la SEN para el manejo de las alteraciones del metabolismo óseo mineral en los pacientes con ERC. 9 Tratamiento para controlar el hiperparatiroidismo persistente19,20,21,22: - Cinacalcet: Es un calcimimético tipo II. Se comporta como un activador alostérico del receptor sensor de calcio, incrementando la sensibilidad del receptor a la activación por el calcio extracelular. El cinacalcet directamente disminuye los niveles de PTH y de calcio sérico. Se ha aprobado su uso en pacientes con ERC, sin embargo se desconoce si tiene la misma eficacia en pacientes trasplantados. No obstante se han publicado diversos estudios en los que el uso de calcimiméticos se ha demostrado eficaz en el control de la hipercalcemia secundaria ya que producen una reducción a corto plazo del calcio y una disminución de la PTH, cambios que se mantienen mientras se usa el fármaco pues cuando se retira se observan en algunos casos una recaída del hiperparatiroidismo. La dosis inicial aconsejable es de 30 mg/día. - Nuevos tratamientos de la osteoporosis23,24,25: Estroncio, PTH cíclico y denosumab. Todavía no han sido empleados en el contexto del tratamiento de la osteopenia – osteoporosis en el postrasplante renal, sin embargo a medida que vamos conociendo mejor la fisiopatología de estas alteraciones se presentan como una opción futura. 10 Tabla 1.- Factores de riesgo de fractura de novo y enfermedad ósea en trasplante renal. TRASPLANTE RENAL FRACTURA DE NOVO ENFERMEDAD ÓSEA Mujer Análogos Vit D pretrasplante > 60 años Esteroides u otros inmunosupresores pre tx Fracturas previas Anticonvulsivantes pre tx Esteroides previos Inmovilización PTHI > 500 pg/ml MALNUTRICIÓN 11 BIBLIOGRAFÍA 1-. Weisinger JR, Carlini RG, Rojas E. Bone disease after renal transplantation. Clin J Am Soc Nephrol 2006; 1:1300–1313 2-. Moe S, Drueke T, Cunningham J et al. Definition, evaluation, and classification of renal osteodystrophy: a position statement from Kidney Disease: improving global outcomes (KDIGO). Kidney Int 2006; 69(11):1945–1953 3.- Martin et al. The parathyroids in renal disease. 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Expert Opin Biol Ther 2006; 6(10):1041–1050. 13 Figura. 1: Factores implicados en la patogénesis de la enfermedad mineral ósea. (Modificado de Sadiddenn et al) Masa renal Retención de fósforo Hipocalcemia Descenso de calcitriol Calcitriol Alteración de la función y crecimiento de la gándula paratiroides Fósforo Masa renal ? Acidosis Niveles bajos de calcitriol Receptor de Vit D Hiperplasia glándula paratiroides Masa glándula paratiroides Fósforo Enfermedad mineral ósea - Hiperparatiroidismo Resistencia esquelética Fósforo Receptor de PTH Calcitriol Resistencia al calcitriol Resistencia esquelética Fósforo Hipocalcemia Hipocalcemia ? Calcitriol ? Toxinas urémicas Figura 2. Factores que contribuyen a la enfermedad ósea postrasplante. (Modificado de Sadiddenn et al) Alteraciones metabolismo óseo mineral pre Tx renal Inmunosupresores Esteroides Hiperparatiroidismo persistente Actividad osteoclástica Masa ósea Enfermedad ósea post Tx renal Formación ósea Mineralización ósea Actividad osteoblástica Apoptosis Hipofosfatemia Glucocorticoides Figura 3. Algoritmo de tratamiento de pérdida de masa ósea en pacientes con trasplante renal con riesgo de fractura Factores Riesgo de Fractura SI DEXA basal No Osteoporosis Osteoporosis PTH > 60 pg/ml Vitamina D3: 30.000 ui/mes Bifosfonatos: O -Risendronato semanal Calcitriol 0.5 mcg/48 h -Alendronato semanal + -Pamidronato 60 mg Calcio 0.5 g/día DEXA 6 meses No disminución DMO -Zolendronato 4 mg Disminución DMO Bifosfonatos Figura 4. Algoritmo de tratamiento de pérdida de masa ósea en pacientes con trasplante renal sin riesgo de fractura Factores Riesgo de Fractura NO Esteroides + AntiCal No esteroides Vitamina D3: 30.000 ui/mes O Calcitriol 0.5 mcg/48 h + Calcio 0.5 g/día No profilaxis Capítulo 6 Valoración de función renal e indicaciones para el inicio de diálisis José Luis Teruel1, Jaime Torrente2, Milagros Fernández Lucas1, Roberto Marcén1, Emilio González Parra3, Sofia Zarraga4, Gorka García4. Servicio de Nefrología 1. Hospital Ramón y Cajal. Madrid 2. Hospital Clínico de San Carlos. Madrid. 3. Hospital de la Defensa. Madrid. 4. Hospital de Cruces. Barakaldo Correspondencia: Dr J.L.Teruel Servicio de Nefrología Hospital Ramón y Cajal Carretera de Colmenar km 9,100 28034 Madrid e-mail: jteruel.hrc@salud.madrid.org 1 RESUMEN 1.-VALORACION DE LA FUNCION RENAL 1.A.- Para el seguimiento de la función del injerto renal debe medirse el filtrado glomerular mediante fórmulas que utilizan la concentración sérica de creatinina. La ecuación más utilizada es la fórmula abreviada MDRD. 2.B.- Todos los enfermos trasplantados deben ser incluidos en el grupo de Enfermedad Renal Crónica aunque el filtrado glomerular sea normal y no haya evidencia de daño renal. 3.C.- Las medidas de intervención propuestas en la clasificación de la Enfermedad Renal Crónica para su instauración progresiva en los estadios 1 a 3, deben ser aplicadas de entrada a todos los enfermo trasplantados. 2.-COMIENZO DE DIALISIS 2.A.- A pesar de recibir atención nefrológica a lo largo de toda la evolución, los enfermos con disfunción crónica del injerto que reanudan tratamiento con diálisis, lo hacen de forma más tardía y con más complicaciones relacionadas con la uremia, que los enfermos que se dializan por primera vez. 2.B.- Para invertir esta tendencia, hay que considerar el tratamiento con diálisis cuando el filtrado glomerular sea inferior a 15 ml/min/1,73 m². En el momento en que aparezca cualquier complicación relacionada con la uremia que no responda al tratamiento conservador, el inicio de la diálisis es mandatorio. 3.- INICIO PROGRAMADO DE LA DIALISIS 3.A.- La reanudación de diálisis de forma no programada en el enfermo trasplantado es difícil de justificar si tenemos en cuenta que ha recibido atención nefrológica a lo largo de toda su evolución. 2 3.B.- La realización de un nuevo acceso vascular en estos enfermos puede ser problemática dependiendo de los antecedentes de fístulas trombosadas. Es importante una valoración precoz por el Servicio de Cirugía Vascular. 3.C.- Como norma general debe seguirse el mismo criterio aconsejado para el enfermo no trasplantado: el acceso vascular debe plantearse cuando el filtrado glomerular sea inferior a 20 ml/min/1,73m². 3.D.- El enfermo que vaya a ser tratado con diálisis peritoneal precisa un seguimiento muy estrecho para poder programar la colocación del catéter peritoneal con un mínimo de 15 días antes de comenzar el entrenamiento. 3 INTRODUCCION La disfunción del injerto renal es una situación de enfermedad renal crónica, y como tal debe ser considerada a efectos de clasificación y tratamiento. Sin embargo tiene algunas peculiaridades que le confieren características propias. La existencia de un periodo previo de diálisis, el tratamiento inmunosupresor y la inflamación asociada al rechazo, son circunstancias específicas de esta entidad que no se contemplan en la enfermedad renal crónica del paciente no trasplantado. En este capítulo vamos a analizar la medida de la función del injerto y el momento en que se debe iniciar el tratamiento con diálisis, resaltando los aspectos que marquen alguna diferencia con respecto a las diferentes guías existentes sobre enfermedad renal crónica en general. VALORACION DE LA FUNCION RENAL El mejor marcador de la función del riñón es la tasa de filtración glomerular. El método de referencia para su cálculo es el aclaramiento de inulina o de otras sustancias exógenas (iotalamato, EDTA, DTPA o iohexol), procedimientos complejos y difíciles de aplicar en la rutina diaria. El método usado tradicionalmente en la práctica clínica es el aclaramiento de creatinina, que sobreestima el filtrado glomerular conforme disminuye la función renal. En la actualidad se prefiere estimar el filtrado glomerular mediante ecuaciones a partir de la concentración sérica de creatinina: no es necesaria la recolección minutada de orina y aclaramiento de creatinina el resultado es igual o más fidedigno que el (1). En la fase de enfermedad renal crónica avanzada (estadios 4 y 5), el filtrado glomerular se puede considerar equivalente a la media aritmética de los aclaramientos de urea y creatinina (2-4). La concentración sérica de 4 cistatina C es útil para detectar reducciones leves de la función renal pero no ha mostrado superioridad sobre las fórmulas de estimación, sobre todo en estadios avanzados de enfermedad renal crónica (1,5). La Guía K/DOQI recomienda calcular la tasa del filtrado glomerular mediante las ecuaciones que utilizan la concentración sérica de creatinina. Las dos fórmulas aconsejadas en el adulto por su mayor precisión, son la de Cockroft-Gault normalizada para 1.73m² y la fórmula abreviada de cuatro parámetros del estudio MDRD (Modification of Diet in Renal Disease) (6). En el paciente no trasplantado se ha impuesto la fórmula abreviada MDRD por su mayor facilidad de aplicación, y porque en la mayoría de los estudios realizados en diferentes poblaciones obtuvo un buen grado de concordancia con el método de referencia (7). Es la fórmula recomendada en el Documento de Consenso elaborado por la Sociedad Española de Nefrología y la Sociedad Española de Bioquímica Clínica y Patología Molecular, sobre la Utilización de Ecuaciones para la Estimación del Filtrado Glomerular en Adultos. La concentración sérica de creatinina, el aclaramiento de creatinina y el filtrado glomerular estimado por fórmulas, son los tres métodos empleados en la clínica para valorar la función del riñón trasplantado. La concentración sérica de creatinina es el parámetro que se ha utilizado tradicionalmente para el seguimiento del trasplante renal, pero no refleja de forma segura la función del injerto ni su velocidad de deterioro. El aclaramiento de creatinina sobreestima la función del trasplante, su precisión mejora notablemente tras la administración de cimetidina pero no resulta un procedimiento fácil de aplicar de forma rutinaria (8). Es de nuevo la estimación del filtrado glomerular mediante ecuaciones basadas en la concentración sérica de creatinina el procedimiento preferido para valorar la función del riñón trasplantado. Existe una ecuación específica para el trasplante renal (9), pero la fórmula MDRD sigue siendo la más utilizada a pesar 5 que seis estudios clínicos observaron que pierde precisión en el enfermo trasplantado (10-15). La administración crónica de corticoides y las alteraciones inmunológicas e inflamatorias del rechazo crónico, disminuyen la masa muscular y la generación de creatinina, y condicionan que la relación entre concentración de creatinina y filtrado glomerular sea distinta a la observada en el paciente con enfermedad renal crónica no trasplantado. La metodología utilizada para calcular la concentración de creatinina, también puede contribuir a explicar estas diferencias: en el enfermo trasplantado la precisión de la fórmula MDRD aumenta si se efectúa la calibración del resultado con respecto a un método de referencia (7). A pesar de estas limitaciones, en la mayoría de los estudios comparativos realizados en enfermos trasplantados, la fórmula abreviada MDRD mostró ser mas fidedigna que el resto de las fórmulas analizadas (10-12, 14,16,17). Además tres series comprobaron que su uso tiene utilidad clínica en el trasplante renal: la medida de la función del injerto realizada con dicha fórmula se correlacionó bien con las complicaciones y con el pronóstico (18-20). Un dato relevante es que la exactitud de las fórmulas de estimación del filtrado glomerular no se ve influida por el tipo de tratamiento inmunosupresor utilizado (17). Los estudios realizados para valorar la utilidad de la cistatina C en el enfermo trasplantado dan resultados controvertidos. El tratamiento inmunosupresor puede afectar los niveles de cistatina C, y con los datos disponibles no parece que la concentración sérica de cistatina C ni las diversas fórmulas derivadas de la misma, aporten ventajas relevantes para medir la función del injerto con respecto a las ecuaciones basadas en la concentración de creatinina (21-24). El cálculo del filtrado glomerular en la etapas avanzadas de enfermedad renal como la media aritmética de los aclaramientos de urea y creatinina, se ha utilizado poco en trasplante renal. Tiene una buena concordancia con la fórmula MDRD (16), pero no 6 ha sido validado con los métodos de referencia. Extrapolando las recomendaciones para el enfermedad renal crónica, en los casos con gran alteración de la masa muscular (desnutrición severa, amputación, enfermedades neurológicas, dieta vegetariana, hábito muscular), se debería valorar la función del injerto en los estadios 4 y 5 con la media aritmética de los aclaramientos de urea y creatinina, y en los estadios previos con el aclaramiento de creatinina (4,6). El Grupo de Trabajo V de la Conferencia de Lisboa para el Cuidado del Enfermo Receptor de un Trasplante Renal considera que el control rutinario de la función del riñón trasplantado debe realizarse con la tasa de filtrado glomerular, según las recomendaciones de la Guía K/DOQI, sin definirse por la fórmula a utilizar (25). No encuentra ninguna razón para excluir al trasplante renal de los estadios de clasificación modificados en la Guía K/DIGO, en la que se establece que el enfermo trasplantado debe ser considerado siempre como portador de enfermedad renal crónica, aunque no tenga marcadores de daño renal (26). Con respecto a las medidas de intervención aconsejadas en cada etapa, el Grupo de Trabajo V de la Conferencia de Lisboa opina que la existencia de una fase de enfermedad renal crónica previa al trasplante representa una diferencia fundamental con el enfermo no trasplantado y por tanto, las actuaciones propuestas para ser implantadas de forma progresiva desde el estadio 1 al 3, deben aplicarse a todos los enfermos trasplantados independientemente del grado de filtrado glomerular (25). Ver Tabla 1. COMIENZO DE DIALISIS El comienzo del tratamiento con diálisis en la enfermedad renal crónica es el resultado de la conjunción de dos opiniones que muchas veces son opuestas. Por una parte tenemos el criterio profesional del nefrólogo que debe establecer cuando es el 7 momento adecuado. Por otra parte está la actitud del enfermo que suele ser reticente a empezar un tratamiento que va a modificar sustancialmente su estilo de vida, e insiste en retrasar ese instante todo lo posible. Un hecho conocido en la práctica clínica es que el enfermo trasplantado muestra mayor resistencia a reanudar el tratamiento con diálisis que la primera vez que tuvo que hacerlo. La dificultad del tema aumenta porque desde el punto de vista médico, el momento idóneo para iniciar el tratamiento con diálisis crónica no está claramente definido. Teóricamente el momento óptimo sería aquel en el cual un retraso del mismo se asociara a un aumento de la morbilidad o mortalidad. En la práctica, se intenta definir mediante datos analíticos y clínicos. La tasa de filtrado glomerular y la aparición de complicaciones atribuibles a la uremia son los dos parámetros utilizados para concretar el comienzo del tratamiento renal sustitutivo. El Kt/V ya no es considerado en ninguna Guía como parámetro adecuado para decidir el inicio de la diálisis (2-4). En el enfermo no trasplantado, se ha intentado determinar si el inicio precoz de diálisis, con una tasa más alta de filtración glomerular, se asocia a menor morbilidad y mayor supervivencia. Los resultados son controvertidos (27,28), e incluso en un estudio se objetivó un aumento de la mortalidad en el grupo que comenzó la diálisis con un filtrado glomerular más alto, resultado que no pudo ser atribuido a una mayor comorbilidad (29). Para intentar aclarar este dilema, se está realizando el ensayo clínico IDEAL cuyos resultados se conocerán en los próximos meses (30). Por lo que respecta al momento de reiniciar la diálisis en el enfermo con disfunción crónica del injerto, solo hay un estudio en este sentido y observó la existencia de una relación inversa entre el grado de función renal al reanudar el tratamiento renal sustitutivo y la morbilidad en los meses posteriores definida por las necesidades de hospitalización (31) . 8 La mayor tasa de mortalidad a lo largo de toda la evolución del enfermo trasplantado se detecta en el periodo de transición de trasplante a diálisis tras el fallo del injerto (32). A pesar de la gran relevancia clínica que tiene este momento, todos los estudios realizados concluyen que los enfermos con disfunción crónica del injerto renal reanudan tratamiento con diálisis con una tasa de filtrado glomerular y con un estado de complicaciones urémicas, que están lejos de lo establecido en las Guias Clínicas y que se comparan desfavorablemente con la situación al inicio de diálisis de los enfermos no trasplantados (20,31,33). La remisión tardía del enfermo a un Servicio de Nefrología se asocia a inicio retrasado del tratamiento con diálisis y a peor control de las complicaciones relacionadas con la uremia (34-35). El enfermo trasplantado, es atendido por el equipo de Nefrología a lo largo de toda la evolución, y sin embargo se da la paradoja que cuando precisa reiniciar el tratamiento con diálisis lo hace más tarde y en peor situación clínica que el enfermo con insuficiencia renal crónica no trasplantado, cuyo periodo de seguimiento nefrológico pudo haber sido mucho menor. Es probable que la atención nefrológica en el enfermo trasplantado se haya enfocado más a la preservación de la función del injerto que a la prevención de las complicaciones relacionadas con la uremia. El fin del trasplante es vivido con sensación de fracaso tanto por el equipo médico como por el enfermo; el deseo de prolongar la vida del injerto y la resistencia del paciente a reanudar el tratamiento con diálisis, ayudan a comprender el retraso en el inicio de la misma. Anemia, desnutrición, hipertensión arterial, acidosis metabólica y dislipemia, son hallazgos frecuentes en la etapa final del trasplante renal (18-20,31,33). Todos ellos se han relacionado con la aparición de accidentes cardiovasculares y episodios infecciosos, que son las dos principales causas de mortalidad tras la vuelta a diálisis 9 (36). Los efectos secundarios de la medicación inmunosupresora y el estado de inflamación crónica inciden sobre una situación de insuficiencia renal que se prolonga más de lo debido, y contribuyen al desarrollo de estas complicaciones cuya prevalencia es superior a la observada al inicio de la diálisis en el enfermo no trasplantado. Su prevención y control no son fáciles de lograr. El mantenimiento de la inmunosupresión alarga la vida del injerto prolongando el periodo de uremia, pero su reducción favorece la aparición de los fenómenos inflamatorios asociados a rechazo con repercusión negativa sobre anemia y nutrición. La Guía Española de Enfermedad Renal Crónica (37), en conformidad con otras Guías Internacionales (2-4), señala dos momentos en los que se debe comenzar el tratamiento sustitutivo en la enfermedad renal crónica: cuando el filtrado glomerular sea inferior a 15 ml/min/1.73 m² y haya alguna complicación urémica no corregible con tratamiento convencional, y siempre que el filtrado glomerular sea inferior a 6 ml/min/1.73 m² aunque el enfermo esté asintomático. En pacientes con edades extremas y en aquellos con enfermedades asociadas, se recomienda el inicio precoz (incluso con un filtrado glomerular superior a 15 ml/min/1.73 m²), aunque tengan poca sintomatología. En ninguna de las diferentes Guias Clinicas se hace referencia específica a los enfermos con fallo crónico del injerto, y se asume que se debe aplicar el criterio aconsejado para el resto de la población incidente. Teniendo en cuenta la alta prevalencia de complicaciones detectadas en esta situación, la mayoría de los enfermos trasplantados estarán incluidos en el grupo en el que se debe programar el inicio del tratamiento renal sustitutivo de forma precoz, en cuanto se alcance el estadio 5 de enfermedad renal crónica. El comienzo de la diálisis no soluciona todos los problemas: la inflamación crónica con sus consecuencias (resistencia a la acción de los agentes 10 eritropoyéticos y desnutrición) puede persistir tras la diálisis y solo se resuelve con la nefrectomía del injerto (38). INICIO PROGRAMADO DE DIALISIS Muchos enfermos pierden la fístula arteriovenosa tras el trasplante renal y llegan a la fase de disfunción avanzada del injerto sin acceso vascular disponible. El inicio no programado de diálisis se asocia a mayor desnutrición, peor control de la anemia y aumento de morbilidad y mortalidad. (34-35). Una de las causas de la ausencia de programación es la referencia tardía a un Servicio de Nefrología. No es ésta la situación en el enfermo trasplantado, y sin embargo la proporción de ellos que reanuda tratamiento con diálisis sin acceso vascular definitivo o sin catéter peritoneal, no es despreciable. La Guía Española de Accesos Vasculares recomienda realizar fístula arteriovenosa cuando la tasa de filtrado glomerular sea inferior a 20 ml/min (39). No hay unanimidad sobre la validez de este criterio en el enfermo trasplantado. El Grupo de Trabajo V de la Conferencia de Lisboa (25) aconseja la realización del acceso vascular durante el estadio 4 solo si se comprueba una tendencia a la disminución de la función del injerto. Argumenta que hay enfermos en dicho estadio que mantienen un filtrado glomerular estable durante mucho tiempo. Pero también se ha observado que el ritmo de progresión puede acelerarse en las etapas finales de la disfunción del injerto, con un descenso rápido de la función renal en los últimos 3-6 meses (31,33). La presencia de una fístula arteriovenosa en la etapa prediálisis, aunque sea durante un periodo prolongado de tiempo, no suele representar ningún problema para el enfermo. No parece prudente retrasar la programación del acceso vascular hasta que se objetive un deterioro de la función del injerto, que puede ser rápido e imprevisible. 11 La realización de un nuevo acceso vascular en estos enfermos suele ser problemática dependiendo del número de fístulas agotadas durante el periodo previo de diálisis. La dificultad de cada caso tras su valoración por el Servicio de Cirugía Vascular, y las singularidades de cada Hospital en lo que respecta al tiempo de espera quirúrgico, son aspectos decisivos para decidir el momento de programación del acceso vascular. De forma general parece apropiado atenerse a las indicaciones de la Guía Española para Accesos Vasculares en enfermos no trasplantados, con las matizaciones propias de cada caso y cada centro. Por último, no hay que olvidar que las medidas para la preservación de la red venosa deberían mantenerse en todo enfermo trasplantado, ante la eventualidad de la necesidad de diálisis en un futuro (39). La diálisis peritoneal es una opción válida para los enfermos con disfunción crónica del injerto. Al contrario de lo que sucede con la fístula arteriovenosa, no es recomendable la presencia de un catéter peritoneal durante un tiempo prolongado en la etapa prediálisis. La Guía Española de Diálisis Peritoneal aconseja su implantación 1520 días antes de comenzar el entrenamiento (40). El seguimiento individualizado de cada enfermo es el que determina el momento de su inserción. 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Estadio FG(ml/min/1,73m²) 1 ≥ 90 con daño renal o trasplante 2 3 60-89 30-59 4 15-29 5 < 15 Medidas de intervención en población no trasplantada -Diagnóstico y tratamiento. -Tratamiento de comorbilidad. -Enlentecimiento del ritmo de progresión. -Reducción del riesgo de enfermedad cardiovascular. Estimación de la progresión. Evaluación y tratamiento de las complicaciones de la insuficiencia renal. Medidas de intervención en trasplante renal -Diagnóstico y tratamiento. -Tratamiento de comorbilidad. -Enlentecimiento del ritmo de progresión. -Reducción del riesgo de enfermedad cardiovascular. -Estimación de la progresión. - Evaluación y tratamiento de las complicaciones de la insuficiencia renal. Preparación para tratamiento renal sustitutivo. Tratamiento renal sustitutivo (si hay uremia). Preparación para tratamiento renal sustitutivo. Tratamiento renal sustitutivo (si hay uremia). 17 Capítulo 7. Elección de la modalidad de diálisis en la insuficiencia renal avanzada del paciente trasplantado renal Sofia Zarraga1, Gorka García1,José Luis Teruel2, Jaime Torrente3, Milagros Fernández Lucas2, Roberto Marcén2, Emilio González Parra4. Servicio de Nefrología 1. Hospital de Cruces. Barakaldo 2. Hospital Ramón y Cajal. Madrid 3. Hospital Clínico de San Carlos. Madrid. 4. Hospital de la Defensa. Madrid. Correspondencia: Sofia Zarraga Hospìtal de Cruces Servicio de Nefrología. Planta 7ª Plaza de Cruces s/n. 48903 Barakaldo 1 RESUMEN: La elección de la modalidad de diálisis más apropiada para los pacientes que pierden un injerto renal es una pregunta no resuelta. La mayoría de pacientes reinician tratamiento sustitutivo con hemodiálisis ( HD). Hay varias razones para ello: 1-En la mayor parte de los programas predomina la HD sobre la diálisis peritoneal (DP) 2-La urgencia para el inicio del tratamiento obliga a la HD 3-El temor a las complicaciones infecciosas por la necesidad de mantener cierto grado de inmunosupresión para evitar fenómenos inmunes y preservar la función residual en el caso de la DP Muchos pacientes que pierden su injerto se podrían beneficiar de la diálisis peritoneal, manteniendo un estilo de vida más parecido al que tenían en trasplante, preservando árbol vascular en casos de niños y jóvenes y como alternativa si no hay acceso vascular. La mortalidad en los pacientes que regresan a diálisis tras el fallo crónico del injerto respecto a la de pacientes que inician diálisis como primer tratamiento sustitutivo parece ser mayor. Sin embargo no hay diferencias de mortalidad entre los pacientes que inician HD o DP Los estudios que comparan la tasa de peritonitis en DP tras la pérdida de un injerto y sin injerto renal previo no obtienen resultados homogéneos. La supervivencia de la técnica DP tras perder un injerto es similar a la de la DP inicial Al comparar la supervivencia de la técnica entre la HD y la DP en estos pacientes, retrospectivos y sesgados estudios encontrados sugieren que ambas técnicas presentan un pronóstico superponible. 2 Con todo ello debemos concluir que la elección de la modalidad de diálisis tras la pérdida de un injerto debe seguir criterios similares a los que se aplican en pacientes que inician diálisis como primer tratamiento sustitutivo 3 INTRODUCCION La característica común a todos los aspectos relevantes para la decisión de la modalidad de diálisis aconsejable tras la pérdida de un injerto renal es la práctica ausencia de evidencia suficiente para tomar decisiones en uno u otro sentido. Así, no existe en ninguno de ellos evidencia de nivel superior al C al estar basada en estudios de cohortes o de casos y controles, y si tenemos en cuenta que el escaso número de pacientes incluidos en estos estudios proporciona a éstos poca potencia estadística, en la práctica debemos tener en cuanta que en este capítulo se darán recomendaciones de nivel de evidencia D, es decir, basadas en la experiencia más que en la evidencia. El grupo de pacientes que regresa a diálisis tras la pérdida del injerto renal tiene una riesgo mayor de mortalidad y hay que abordarlo como un grupo especial. No hay evidencia de que la técnica de diálisis tenga un impacto especial en este riesgo y tanto la HD como la DP son opciones válidas como tratamiento renal sustitutivo en este grupo. El manejo adecuado de la inmunosupresión y las mejores técnicas de diálisis ( tanto DP como HD) hacen posible que no desechemos a priori una u otra. El abordaje de la enfermedad crónica avanzada debe ser multidisciplinar, incluyendo aspectos educativos e información de las modalidades de la terapia renal sustitutiva, de forma complementaria y no competitiva. En la literatura del trasplante renal pocos estudios evalúan el impacto bidireccional entre modalidad de diálisis y supervivencia del paciente. La mayor experiencia de los grupos en ambas técnicas, el abundante número de pacientes que precisan un segundo o más injertos a lo largo de su vida y la necesidad de individualizar los tratamientos nos ayudarán en el futuro a definir la mejor terapia para cada individuo. 4 COMPARACIÓN ENTRE LA HD Y LA DP EN LA MORBIMORTALIDAD DE LOS PACIENTES QUE REGRESAN A DIALISIS TRAS LA PERDIDA DEL INJERTO Se describe una alta mortalidad en los pacientes que regresan a diálisis tras el fallo crónico del injerto renal. Analizando datos del USRDS, Ojo 1 comunicó una alta mortalidad en este grupo a los 5 años (35% para no diabéticos y 50% para diabéticos), resultados similares a los reportados por Meir-Kriesche 2 Destacamos dos estudios recientes 3,4 que sugieren que la mortalidad de este grupo es mayor que la de pacientes que inician diálisis por primera vez, incluso al comparar grupos de igual situación en lista de espera para trasplante. No hay diferencias en la supervivencia de los pacientes que inician DP o HD tras perder el injerto. Los escasos estudios que comparan ambos grupos encuentran similar supervivencia ( Tabla 1). 7, 10, 12 Tampoco hay diferencias de mortalidad comparando los pacientes que inician DP sin injerto previo que los que lo hacen tras su pérdida ( Tabla 1). Únicamente Sasal encuentra mayor mortalidad en los pacientes con injerto renal, en una cohorte de 42 pacientes comparada con una cohorte seleccionada aleatoriamente de 43 pacientes que inician diálisis peritoneal de novo 5. Davies estudia 45 pacientes con fallo del injerto que inician diálisis, 28 en DP y 17 en HD, no encontrando diferente supervivencia entre la DP y la HD 7. De Jonge compara 21 pacientes que inician D.P. postrasplante y 39 pacientes que inician HD, sin encontrar diferencias significativas en la mortalidad. 10 Badve publicó los resultados del estudio del registro australiano. De 11979 pacientes que inician D.P. (1991-2004) 309 pacientes lo hicieron tras fallo del injerto. El análisis 5 multivariante no mostró que la técnica de diálisis fuera una variable independiente de mortalidad 12. El pronóstico respecto a supervivencia de pacientes que comienzan D.P. tras fallo del injerto es al menos superponible a la de los que inician HD. Ahora bien, todos estos estudios son retrospectivos y presentan varios sesgos, principalmente de selección, y carecen de información clínica importante (como la concerniente a la inmunosupresión o el riesgo vascular) En un análisis retrospectivo realizado en los hospitales del País Vasco y La Rioja estudiamos 154 pacientes que regresaron a diálisis tras la pérdida del injerto. El 74 % en HD y el 20% en DP. El resto se trasplantaron supervivencia (4%) o fallecieron (4%). La en este segundo período de diálisis fue mayor en DP (p<0.003) probablemente asociado a una menor edad media de estos pacientes respecto a los que iniciaban HD ( 42 años vs 54 años) ( p<0.001). Hay que tener en cuenta que en nuestro programa el reparto de tratamiento renal sustitutivo tras la pérdida de función renal de riñones nativos es de 73% para HD y 27% para DP en este grupo estudiado . La correlación entre modalidad de diálisis previa y secundaria fue del 90% para HD y del 49% para DP. En nuestra experiencia la adecuada selección de los pacientes , teniendo en cuenta la edad, el estímulo para mantener una vida autónoma , ausencia de patología severa concomitante y la ausencia de fenómenos inflamatorios desde el injerto que favorezcan la minimización de la inmunosupresión , nos animan a indicar la DP sin menoscabo de inicio o traslado a HD si las circunstancias lo aconsejan. Como argumento adicional los pacientes que inician DP lo hacen con más precocidad por la propia necesidad de la técnica ( colocación del catéter, entrenamiento e inicio del 6 tratamiento propiamente dicho). Esto lleva a un mayor cuidado de todos los factores no relacionados con la inmunosupresión y a un mejor estado clínico prediálisis. DIFERENCIAS EN LA SUPERVIVENCIA DE TECNICA ENTRE HD Y DP No existen diferencias significativas en la duración de la técnica entre la HD y la DP en los pacientes que regresan tras el trasplante. (Tabla 1) Davies estudia 45 pacientes con fallo del injerto que inician diálisis, 28 en DP y 17 en HD, no encontrando diferente supervivencia de la técnica entre la P.D y la HD 7. De Jonge compara 21 pacientes que inician D.P. postrasplante y 39 pacientes que inician HD. La duración de la técnica tiende a ser mayor en HD y el retrasplante más frecuente en D.P. 10 Badve publicó los resultados del estudio del registro australiano. De 11979 pacientes que inician D.P. (1991-2004) 309 pacientes lo hicieron tras fallo del injerto. El análisis multivariante no mostró que la técnica de diálisis fuera una variable independiente de mortalidad 12. En los 154 pacientes estudiados de nuestra serie ( junio 2003-octubre 2007) el fallo de la técnica es superponible. Probablemente por efecto de la edad la probabilidad de retrasplante fue mayor en pacientes en DP. Aunque estamos pendientes de analizar la velocidad de pérdida de función residual en pacientes en DP, la aparición y desarrollo de técnicas de diálisis automática nocturna ha paliado en parte este problema. Si bien sigue siendo más frecuente el paso de DP a HD. Como curiosidad tenemos un caso de regreso a DP automática tras embolización del injerto por problemas inflamatorios En resumen, pensamos que la evidencia no concluye a favor de una de las técnicas 7 PERITONITIS EN DP CON INJERTO FALLIDO La peritonitis puede condicionar un aumento de mortalidad del paciente y de fallo de la técnica.( Tabla 2). Hay pocos estudios enfocados a este aspecto tan importante: 1- Gregoor evalúa la morbilidad y mortalidad en 177 pacientes que recibieron 197 injertos con fallo crónico posterior. Comparando los grupos con y sin inmunosupresión ( 100 /97) encontraron más mortalidad por infecciones severas y mortalidad cardiovascular en cualquier modalidad de diálisis. La dosis de prednisona era de 9,4 mg/ día de media. No se diferencia HD o DP 11 2- Sasal encuentra mayor mortalidad y mayor número de peritonitis ( todas por Gram negativos) en los pacientes en DP por fallo del injerto. De estos 39/42 tomaban prednisona 5 3- De Jonge no observó mayor número de peritonitis en los pacientes DP y fallo del injerto. El 86% de los pacientes tomaba dosis bajas de prednisona ( 3,4 mg/día) que se retiraba en 9-12 meses.10 4- Duman no encuentran diferencias en la tasa de peritonitis en los dos grupos en DP con o sin fallo del injerto. Sólo 4 de 34 pacientes con injerto llevaban prednisona 8 La inmunosupresión en dosis elevadas puede condicionar un aumento de las complicaciones infecciosas. Parece que la inmunosupresión en dosis bajas podría ser bien tolerada, con tasa escasa de infecciones, evitando fenómenos inmunes y permitiendo el mantenimiento de la función renal residual tan importante en DP. En nuestra experiencia no hemos tenido mayor número de peritonitis en DP de novo o tras pérdida de injerto. Así mismo el germen causal ha sido principalmente el estafilococo y no ha habido ni infección ni fallecimiento por infección con gérmenes Gram negativos. La pauta de descenso de inmunosupresión ha sido rápida para 8 anticalcineurínicos (<1mes). Buscamos dosis de prednisona ( si la tenían previamente ) de 2,5mg en 2-3 meses y suspensión en 6-8 meses. Mantuvimos dosis pequeñas de MMF ( 250-500 mg/día) durante el descenso de los corticoides y suspensión en el mismo tiempo . Puntualizamos que si individualmente algún paciente presentó problemas inflamatorios y precisó dosis elevadas de inmunosupresión seguimos las indicaciones de embolización o nefrectomía del injerto . Cómo curiosidad indicar que tenemos a un paciente en DP automática e hiperinmunizado que nunca tuvo ni fenómenos inflamatorios ni peritonitis. ASPECTOS A CONSIDERAR AL SELECCIONAR LA MODALIDAD DE TRATAMIENTO SUSTITUTIVO TRAS LA PERDIDA DE UN INJERTO La falta de evidencia impide establecer conclusiones o recomendaciones firmes en relación a la elección de la técnica, pero la experiencia y los pocos estudios disponibles permiten considerar a ambas técnicas de diálisis como válidas tras el fallo del injerto. No obstante, hay ciertos aspectos de las circunstancias clínicas de estos pacientes que deberemos tener en consideración, y que enumeraremos a continuación: 1- Indicaciones generales de la modalidad. El planteamiento a priori, al igual que en los pacientes que inician por primera vez diálisis debe tener en cuenta las actuales indicaciones de cada modalidad 13 , que en el caso de la HD serían la voluntad del paciente, la presencia de daño abdominal importante y la incapacidad de autotratamiento, y en el caso de la DP la imposibilidad de acceso vascular interno y la presencia de cardiopatía grave. La inmensa mayoría del resto de indicaciones o contraindicaciones son relativas. En caso de duda la elección lógica debería ser la DP dada la mayor dependencia y aprovechamiento de ésta de la función renal residual. Por otro lado, el paciente potencial candidato a un nuevo Trasplante debe ser informado de 9 sus circunstancias y posibilidades, tanto en el caso del Trasplante de donante cadáver como de donante vivo, si es posible y procede. También en este aspecto se deben individualizar las indicaciones. 2- Mantenimiento del injerto. La anulación de su función, tratada en otro capítulo de estas Guías, sea mediante embolización o mediante nefrectomía, dificultará la DP, por la dependencia de ésta en la función renal residual para conseguir una diálisis adecuada. Sin embargo las técnicas actuales para conseguir una ultrafiltración y diálisis adecuada no contraindicarían la DP a priori 3- Mantenimiento de la inmunosupresión. Este tema también se trata en otro capítulo de estas Guías. En lo que se refiere a su relación con la técnica de diálisis, diremos que el ritmo de reducción de la inmunosupresión debería ser más lento en pacientes en DP para facilitar el mantenimiento de la función renal residual, y más rápido en los pacientes en HD a través de acceso vascular percutáneo, en los que el riesgo de infección es mayor, sin obtener apenas beneficio del mantenimiento de función renal residual. En cualquier caso, la aparición de fenómenos sugestivos de reacción inmunológica en relación al injerto puede llevar al aumento temporal de la dosis de inmunosupresores, lo cual va en contra de modalidades que utilicen un catéter como acceso de diálisis. 4- Seguimiento integrado del paciente. Cuando las maniobra terapéuticas para detener al progresión de la Nefropatía Crónica del Injerto están agotadas y la función del mismo está muy deteriorada es importante la coordinación entre las Consultas de trasplante y las de Prediálisis para conseguir los resultados adecuados, tanto en cuanto a la elección de la modalidad de tratamiento como a la información que debe recibir el paciente, como al adecuado manejo tanto de la inmunosupresión como de la medicación característica de esta fase de la Insuficiencia Renal. 10 BIBLIOGRAFIA: 1. Ojo A, Wolfe RA, Agodoa LY, Held PJ, Port FK, Leavey SF et al. Prognosis after primary renal transplant failure and the beneficial effects of repeat transplantation: multivariate analyses from the United States Renal Data System. Transplantation 1998 Dec 27;66(12):1651-9. 2. Meier-Kriesche HU, Kaplan B. death after graft loss: a novel endpoint for renal transplantation. Am J Transplant 2002, 2:970-974. 3. Gill JS, Rose C, Pereira BJG, et al. 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USRDS 1999 Annual Data Report 2001; Bethesda, National Institutes of Health, National Institute of Diabetes and Digestive and Kidney Diseases. 10. De Jonge H, Bammens B, Lemahieu W, et al. Comparison of peritoneal dialysis and haemodialysis after renal transplant failure. Nephrol Dial Transplant 2006; 21:1669–1674. 11. Gregoor PJ, Kramer P, Weimar W, van Saase JL. Infections after renal allograft failure in patients with or without low-dose maintenance immunosuppression. Transplantation 1997; 63: 1528–1530 12. Badve SV, Hawley CM, McDonald PS, Mudge DW, Rosman JB, Brown FG, Johnson DW et al. Effect of previously failed kidney transplantation on peritoneal dialysis outcomes in the Australian and New Zealand patient populations. Nephrol Dial Transplant 2006; 21(3):776-83. 13. Arrieta J, Bajo MA, Caravaca F, Coronel F, García-Pérez H, González-Parra E, Granado A, Martín-Govantes J, Miguel A, Molina A, Montenegro J, Pérez-Bañasco V, Pérez-Fontán M, Remón-Rodríguez C, Rodríguez-Palomares JR, Ruiz C, SánchezMoreno A, Vega N. Guías de práctica clínica en diálisis peritoneal. Nefrología, 2006, 26 (supl.4): 8-25 11 Tabla 2 AUTOR AÑO Gregoor 2001 Nº Fallo Injerto 197 100 IS N. Control Prednisona Peritonitis 97 no IS 9,4 mg ± 2 mg Peritonitis ↑↑con I.S. Duman 2004 34 DP 82 DP - = Sasal 2001 42 DP 43 DP 6.2 ± 2.1 mg ↑↑ con I.S. De Jonge 2006 21 DP 39 HD 136 DP 3.4 mg 4.4 mg = Estudios que analizan el porcentaje de peritonitis en pacientes con pérdida de injerto y DP. Los controles son pacientes con inicio de tratamiento renal sustitutivo de novo Tabla 1 Autor Periodo Sasal Davies 1989-1996 1989-2001 Duman De Jonge NA ¿- 2002 Dadve Mujais 1991-2004 2000-2003 N:Fallo injerto 42 DP 28 DP 17 HD 34 DP 21 DP 39 HD 309 DP 494 DP N: Control 43 DP 469 DP Supervivencia paciente Menor Similar Persistencia técnica Menor Similar 82 DP 136 DP Similar Similar Similar Similar 13947 DP 491/479 DP Similar Similar Similar similar Estudios que comparan supervivencia del paciente y de la técnica. Los controles son pacientes con inicio de tratamiento renal sustitutivo de novo 12 Capítulo 8. Retirada definitiva de la inmunosupresión. Juan José Cubero1, Enrique Luna1, Román Hernández- Gallego1,Luis Capdevila Plaza2. Servicio de Nefrología. 1. Complejo Hospitalario Universitario Infanta Cristina. Badajoz 2. Hospital Vall d’Hebrón. Barcelona. Correspondencia: Juan José Cubero Servicio de Nefrología Complejo Hospitalario Universitario Infanta Cristina Badajoz Email: jcuberog senefro.org @ 1 RESUMEN 1. No existen estudios prospectivos y controlados que demuestren la manera más segura y eficaz de suspender o reducir las dosis de inmunosupresores, y solo algunos centros han publicado sus propios protocolos. 2. Existen razones de peso para suspender la inmunosupresión, la más importante es el aumento de incidencia de infecciones. Por el contrario, la rápida suspensión de la misma tampoco esta libre de problemas, como son: la pérdida de la función renal residual, y la aparición de signos de intolerancia, con posterior necesidad de nefrectomía, intervención de muy alto riesgo. 3. Las pautas más recomendadas para el manejo de la inmunosupresión: 3.a. Suspensión inmediata de los antimetabolitos, y el descenso lento de la prednisona. (Fuerza de recomendación C ) 3.b En cuanto a los inhibidores de la calcineurina, se pueden suspender, o en caso de importante diuresis residual, mantener a dosis mas bajas durante 3-6 meses, para luego suspender de forma lenta. (Fuerza de recomendación C) 4. No hemos encontrado datos que apoyen la prolongación de ningún tipo de más allá de los seis meses. 2 inmunosupresión INTRODUCCION El trasplante renal es considerado como la mejor opción terapéutica para pacientes con insuficiencia renal crónica en estadio terminal (IRCT). A pesar de los avances producidos en los últimos años, la supervivencia del injerto a largo plazo no se ha mejorado de forma significativa, de tal manera que a los 10 años del trasplante, se han perdido un 50% de los injertos. Esto hace que cada vez sea mayor el número de pacientes que comienzan diálisis, tras el fallo del injerto; y además las listas de espera, se ven cada vez con mayor número de pacientes, que ya han perdido uno o varios injertos. Este grupo de pacientes, cada vez más numeroso, que vuelven a diálisis tras el fallo del injerto, representan un grupo de alto riesgo, porque tienen mayor morbilidad y mortalidad en los primeros meses, de causa infecciosa y cardiovascular. A pesar de ello, la situación de estos pacientes ha recibido poca atención en la literatura y en los diversos foros donde se han tratado otros aspectos del paciente trasplantado. En esta guía, hemos tratado los puntos, que consideramos más relevantes para un mejor manejo de estos pacientes, tales como el momento de comenzar diálisis, el tipo de la misma, realización o no de nefrectomía, inclusión de nuevo en la lista de espera; y en este apartado de la monografía, tratamos como manejar, de forma más segura la inmunosupresión en el paciente, que se considera que ha perdido de forma definitiva su injerto. ARGUMENTOS A FAVOR Y EN CONTRA DE MANTENER LA INMUNOSUPRESIÓN La vuelta del paciente a diálisis, después del fallo del injerto, plantea al clínico el problema de qué hacer con la inmunosupresión, tanto el momento de su retirada, como la forma de hacerlo. No existen estudios prospectivos y controlados que demuestren la manera más segura y eficaz de 3 suspender y/o reducir las dosis de los diversos inmunosupresores 1.Algunos centros de trasplante tienen sus propios protocolos que han reportado en algunas publicaciones 2,3. Las razones más importantes para suspender la inmunosupresión se muestran en la tabla I Una de las más notables es el aumento de la incidencia de infecciones si se mantiene algún tipo de inmunosupresión, así en un estudio de pacientes de un solo centro, se demuestra que la incidencia de infecciones aumenta de 0,68 infecciones/paciente-año a 2,28, en el grupo que mantiene la inmunosupresión; con la circunstancia agravante de que 5 de estas infecciones fueron mortales 4. Es un hecho bien demostrado que las infecciones son la segunda causa de muerte en estos pacientes 5. En el paciente con insuficiencia renal, tanto en programa de diálisis, por las alteraciones del sistema inmune de la uremia; como en el trasplante, por la medicación inmunosupresora, existe un aumento de la incidencia de infecciones. En un estudio retrospectivo multihospitalario, dirigido por los mismos autores del trabajo anteriormente citado, en el que se compara la incidencia de infecciones de 177 pacientes, que habían recibido 197 injertos ( 18 segundos injertos y 2 un tercer injerto) que mantienen dosis bajas de inmunosupresión, frente a 90 pacientes en los que se ha suspendido la misma, el riesgo de infección es mayor en el primer grupo ( 1,7 frente a 0,5 infecciones/paciente-año), odds ratio: 3,4, intervalo de confianza 95%: 2,5-4,5. Además en el grupo que mantiene algún tipo de inmunosupresión, existe una mayor mortalidad, OR 3,4, intervalo de confianza 95%. 1,8-6,3, de causa infecciosa y cardiovascular. También en este estudio se demuestra una mayor incidencia de otras complicaciones asociadas a la inmunosupresión, como son la diabetes y la hemorragia gastrointestinal 6. Un segundo efecto adverso de mantener la inmunosupresión es el peligro de mayor incidencia de efectos cardiovasculares, 14 frente a 6, OR 3 (1,1-8; p=0,02) y por ende de la mortalidad, OR 4,9 (1,8-13,5;p=0,001), ambos efectos son demostrados en el estudio comentado de Smaakk Gregoor y cols, por lo que estos autores son partidarios de suspender la inmunsupresión inmediatamente después de la pérdida del injerto. Otro argumento, no 4 despreciable en contra de mantener la inmunosupresión es la toxicidad asociada a la toma de esteroides, como diabetes, cataratas, osteoporosis…etc 7. Otro aspecto, que no podemos apoyar en ninguna referencia bibliográfica, pero que es perfectamente comprensible es el aumento de costes que mantener la inmunsupresión significa, en un grupo de pacientes que por otra parte, consumen un porcentaje importante de recursos sanitarios. Finalmente, entre los argumentos en contra de mantener la inmunosupresión, queremos resaltar, la dificultad del manejo de algunos inmunosupresores en pacientes en diálisis, como se ha demostrado cuando son utilizados para tratamiento de la enfermedad de base, LED y vasculitis ANCA positivo; No existen guías para el manejo de estos fármacos y el riesgo de infección se eleva exponencialmente 8. Con los inhibidores del la calcineurina, ciclosporina y tacrolimus, aunque no son metabolizados o excretados por el riñón, ha sido reportada neurotoxicidad, que podría empeorar las manifestaciones neurológicas de la uremia 9. Por todo lo expuesto, continuar con la inmunosupresión, podría parecer innecesario, aumentanto la toxicidad y el riesgo de infección, sin obtener beneficios aparentes, sin embargo la retirada de la misma puede acarrear algunas complicaciones, que justificación prolongar su uso, y que están expuestas en la tabla II. Vamos a comentar las más relevantes: Aparición de rechazo y necesidad de realizar nefrectomía Los signos de rechazo y/o intolerancia del injerto son. Fiebre, hematuria, dolor y tumefacción en la zona del injerto, pueden aparecer de forma más frecuente al suspender al inmunosupresión; sin embargo esto no siempre se evita manteniéndola; así en un articulo anteriormente citado 6, la tasa de rechazo en el grupo con inmunosupresión es del 12%, frente a un 18% de en pacientes que la suspenden. En cuanto a la necesidad de nefrectomía, que esto conlleva; ya hemos hablado en el apartado correspondiente, solamente recordar a modo de 5 resumen, que no es una intervención exenta de riesgos, complicaciones y mortalidad, que su necesidad de realización es variable entre los grupos, pero es más frecuente en la era de la ciclosporina (63% frente a 27%) 10, y finalmente que algunos grupos preconizan el embolización, que es menos traumática para el paciente, y que se ha mostrado eficaz en un importante número de casos 11. Pérdida de la función renal residual La función renal residual se pierde rápidamente después de la suspensión de la inmunosupresión, tanto en pacientes en hemodiálisis, como en el caso de diálisis peritoneal. Es de sobra conocido que el mantenimiento de la misma es crítica para proporcionar una dosis de diálisis adecuada, sobre todo en pacientes en DP 12,13 . Probablemente el mayor beneficio, al menos desde el punto de vista teórico de mantener la inmunosupresión seria el conservar el mayor tiempo posible la función renal residual; en este sentido el único trabajo de los revisados, que se inclina claramente por mantener la inmunosupresión es en pacientes en diálisis peritoneal 14 . Si bien las conclusiones de este estudio deben ser analizadas con cautela, puesto que se basan en un modelo matemático, que podría ser cuestionado su aplicación en la práctica clínica. Estos autores reportan una mayor supervivencia de los pacientes que continua con inmunosupresión (5,8 frente a 5,3 años) y por tanto son partidarios de mantener algún tipo de la misma, para mantener durante más tiempo, una mayor función renal residual .Aunque en este trabajo no se reporta una mayor incidencia de peritonitis, otras publicaciones si han documentado un incremento de peritonitis en pacientes sometidos a algún tipo de inmunosupresión 15 . Es muy difícil definir un nivel de función renal residual suficiente, que justifique el mantenimiento de la inmunosupresión. Quizás estuviera más justificado en los pacientes que vuelven a diálisis peritoneal. En contra de esta opinión se ha manifestado muy recientemente el grupo de diálisis peritoneal de Levante, que son contrarios a mantener ningún tipo de inmunosupresión, sobre 6 todo por la mayor incidencia de peritonitis; si bien en su estudio sólo dos pacientes la mantuvieron 16. Sensibilización de cara a futuros trasplantes Es un hecho conocido que la realización de una nefrectomía puede incrementar el nivel de anticuerpos citotóxicos, comparado con pacientes que continúan con el injerto 17 . La influencia del ritmo de suspensión de la inmunosupresión en el nivel de anticuerpos no es bien conocida. Una revisión de 44 pacientes, 6 meses después del fallo del injerto, y con rápido descenso de la inmunosupresión no incrementa el nivel de anticuerpos después de la nefrectomía 18. Desarrollo de insuficiencia suprarrenal secundaria Algunos pacientes, que suspenden los esteroides, después de su vuelta a diálisis, pueden desarrollar insuficiencia suprarrenal glucocorticoidea, que se manifiesta por: fiebre, fatiga, debilidad, artralgias, pérdida de peso, sobrecarga de líquidos por pérdida de la capacidad de ultrafiltración, hipercalcemia moderada y eosinofilia 19 . El diagnostico es por el test de estimulación con ACTH. Por el contrario cuando se hace una bajada de esteroides, hasta suspenderlos, en pacientes con injerto funcionante, el desarrollo de insuficiencia suprarrenal es poco frecuente, según nuestra experiencia personal y la de otros autores 20. Reactivación de enfermedad renal primitiva Finalmente, como complicación posible de la suspensión rápida de inmunosupresores, han sido descritos algunos casos de reactivación de una enfermedad de base. Herrero y cols 21 han publicado la reactivación de una sarcoidosis, que previamente no había sido correctamente diagnosticada, al suspender la inmunosupresión después del fallo de un injerto. PAUTAS RECOMENDADAS 7 Puesto que no existen estudios controlados, ni guías clínicas que determinen con alto grado de evidencia como debe manejarse la inmunosupresion en esta situación de pérdida del injerto, después de haber revisado la literatura recomendaríamos las siguientes pautas, según los protocolos de los centros que los han publicado: 1. Retirada inmediata de la inmunosupresión y nefrectomía anticipada en casos de perdida precoz del injerto ( tiempo inferior a un año). 2. En caso de pérdida más tardía, proponemos dos pautas: 2. a. Suspensión inmediata de ciclosporina, tacrolimus, micofenolato y rapamicina. Descender progresivamente la prednisona 1-2 mg/mes, de tal manera que a los seis meses este retirada todo tipo de inmunosupresión, 2. b. Si el paciente tiene importante diuresis residual, la pauta podría ser: Suspender antimetabolitos (micofenolato o azatioprina ) inmediatamente. Reducir el inhibidor de la calcineurina a una dosis diaria y reducir al prednisona a 5 mg/dia. Mantener estos dos inmunosupresores e ir descendiendo lentamente en 3-6 meses. 3. Ni en las publicaciones más recientes 1,21 , encontramos pautas de actuación en pacientes que pierden el injerto, y no recibían esteroides. Creemos que estos casos, en el momento actual, son una minoría. Nuestra opinión, en todo caso es que se reintroduzcan los esteroides solo en caso de signos de intolerancia. 4. Si se presentan signos de rechazo al suspender la inmunosupresión, pautar prednisona: 0.3-1 mg/Kg/día, con descenso rápido y preparación para la nefrectomía. Con estas pautas, las necesidades de nefrectomía se sitúan en un 30% de los casos 1 . 8 BIBLIOGRAFÍA 1. Miller BW, Brennan DC. Withdrawal of immunosuppresion after renal transplant failure. 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Herrero JC, Morales E, Domínguez Gil B y cols. Reactivation of multisystemic sarcoidosis after immunosuppression withdrawal in a transplant patients returning to chronic dialysis. Nephrol Dial Transplant 1998; 13: 3280-3281 22.Messa, P, Ponticelli C, Berardinelli L. Coming back to dialysis after kidney transplant failure. Nephrol Dial Transplant 2008; 23:2738-2742 10 Tabla I. Razones para suspender la inmunosupresión 1. Aumento de la incidencia de infecciones 2. Aumento de la incidencia de tumores 3. Aumento de la mortalidad cardiovascular 4. Aumento de los costes 5. Dificultad en el manejo de algunos inmunosupresores en diálisis (metabolismo, eliminación, toxicidad) 11 Tabla II. Razones para mantener la inmunosupresión 1. Evitar aparición de rechazo agudo 2. Evitar y/o retrasar la trasplantectomía 3. Conservar la función renal residual 4. Disminuir la probable sensibilización anti HLA 5. Evitar aparición de insuficiencia suprarrenal 6. Prevenir reactivación de enfermedad de base 12 ALGORITMOS: MANEJO DE LA INMUNOSUPRESION I. Pérdida precoz del injerto: < 1 año • Retirada de toda la inmunosupresión • Nefrectomía anticipada 13 II. Pérdida más tardía • Suspender antimetabolitos ( Micofenolato, Azatioprina) o mTOR (Sirolimus ó Everolimus ) • Bajada lenta de esteroides: 1-2 mg/mes • Inhibidores de la calcineurina: (Ciclosporina o Tacrolimus) B A Mantener ½ dosis 3-6 meses, según función renal residual Suspender Suspender III. Otras situaciones • No se debería mantener ningún tipo de inmunosupresión, después de 6 meses • Si aparecen signos de rechazo al suspender inmunosupresión: o Prednisona: 0,5-1 mg/Kg/día con descenso rápido, en 5-7 días o Preparación para nefrectomia 14 Capítulo 9. Manejo del injerto renal fallido. Nefrectomía versus embolización. Isabel Pérez-Flores1, Ana Sánchez-Fructuoso1, Roberto Marcén2, Ana Fernández2, Milagros Fernández Lucas2, José Luis Teruel2 Servicio de Nefrología. 1. Hospital Clínico San Carlos, Madrid. 2. Hospital Ramón y Cajal. Madrid. Correspondencia: Ana Sánchez Fructuoso Hospital Clínico San Carlos C/ Prof. Martín Lagos s/n. 28040. Madrid Fax: 91 3303492. Email: sanchezfruct@telefonica.net 1 RESUMEN 1. El diagnóstico precoz de un síndrome de intolerancia o de un estado subclínico de inflamación crónica generada por un injerto no funcionante es uno de los pilares básicos que debe llevar al nefrólogo a tomar una serie de medidas encaminadas a paliar esta situación. La presencia de fiebre que no puede ser atribuida a un proceso infeccioso subyacente, hematuria, dolor y/o aumento de tamaño del injerto son los principales criterios clínicos para el diagnóstico de un síndrome de intolerancia inmunológica al injerto. Sin embargo, en muchas ocasiones no existen manifestaciones clínicas y únicamente nos encontramos con un paciente con datos de inflamación crónica, con albúmina baja, PCR elevada y resistencia al tratamiento con Agentes Estimulantes de la Eritropoyesis, que tras la nefrectomía o el tratamiento endovascular se normalizan. 2. La posibilidad de mantener en el tiempo el tratamiento inmunosupresor tras la entrada en diálisis no es aconsejable porque, aunque puede ser eficaz para evitar que el paciente desarrolle intolerancia al injerto, se paga un precio muy alto debido al incremento de las infecciones y de los eventos cardiovasculares (Fuerza de recomendación A). 3. La nefrectomía es el tratamiento de elección en el caso de la existencia de determinadas complicaciones como la presencia de sobreinfección añadida, procesos neoplásicos o un elevado riesgo de rotura del injerto (Fuerza de recomendación A). 4. La cirugía no está exenta de riesgos y se asocia a una considerable tasa de complicaciones, con la consiguiente prolongación de la estancia hospitalaria, por lo que recurrir a procedimientos menos invasivos como la embolización puede ser el primer escalón siempre que no existan contraindicaciones, enumeradas en el punto 3 (Fuerza de recomendación B). 5. Es recomendable realizar profilaxis con antibioterapia previo al tratamiento endovascular para evitar complicaciones infecciosas tras la misma (Fuerza de recomendación B). 2 INTOLERANCIA AL INJERTO. IMPORTANCIA CLINICA A pesar del aumento progresivo en el número de trasplantes realizados en el mundo, hay muy poca evidencia en la literatura médica sobre que actitud tomar frente a un injerto no funcionante en el paciente que vuelve a diálisis. Más de un 50% de los pacientes pierden el injerto a los 10 años del trasplante, de tal forma que pueden llegar a constituir entre 4-10% de los pacientes que inician diálisis cada año (1, 2). Pero además, la pérdida del injerto es un factor de riesgo que se ha asociado a una mayor morbilidad y mortalidad, aunque las causas que explican este hecho no han sido bien esclarecidas. La existencia de un proceso inflamatorio crónico o el desarrollo de un síndrome de intolerancia al injerto es una de las hipótesis que más fuerza ha ganado en los últimos años (3). La supervivencia del paciente con un trasplante renal fallido que vuelve a diálisis ha sido un tema muy debatido en los últimos años. Recientes estudios epidemiológicos demuestran que la supervivencia de esta población es más pobre que la de otros pacientes renales, siendo mucho más patente aún en el grupo de los diabéticos (4). Kaplan y Meier-Kriesche analizan la mortalidad de casi 80.000 pacientes trasplantados renales incluidos en la base de datos americana (USRDS) y comprueban que la tasa de mortalidad global es tres veces mayor después de la pérdida del injerto que mientras éste se encuentra funcionante (9.4% frente a 2.8%) (5). Pero más importante aún es el hallazgo obtenido en distintas series de que los pacientes que vuelven a diálisis con un injerto fallido presentan una mortalidad significativamente más elevada que aquellos en diálisis, con edad similar y en lista de espera de trasplante, que nunca han recibido un injerto (6). Rao y cols. afirman que los pacientes en diálisis con injerto renal fallido tienen hasta un 78% de mayor mortalidad que los no trasplantados y esta diferencia se mantiene relativamente constante para todos los rangos de edad (7). Esta observación conduce a que se intente averiguar cuáles son los factores, propios y exclusivos de este estado, que provoquen un incrementado riesgo de 3 mortalidad. Uno de los principales hallazgos que pueden justificar este elevado riesgo es el desarrollo de un síndrome de intolerancia. Incidencia de intolerancia al injerto Según Delgado y cols, hasta un 40% de los pacientes que vuelven a diálisis tras un trasplante renal fallido desarrollan intolerancia inmunológica al injerto cuando se suspende o disminuye la inmunosupresión. Esta intolerancia se manifiesta por la presencia de febrícula, malestar general, astenia, hematuria, dolor y/o incremento del tamaño del injerto, todo ello en ausencia de infección sistémica. En caso de fiebre aislada, también debe descartarse la insuficiencia adrenal ya que son pacientes tratados largo tiempo con esteroides, en los que la suspensión de éstos puede causar una crisis Addisoniana. Como muchos de esos pacientes no tienen función renal residual, la presentación clínica es a medido atípica y difícil de diagnosticar (8). La mayoría de estos episodios ocurren durante el primer año después de la pérdida del injerto, siendo el riesgo acumulado de desarrollo de síndrome de intolerancia del 28, 38 y 40% a 6, 12 y 24 meses, respectivamente (9). Estos autores analizan además posibles predictores inmunológicos que se asocien con este síndrome, pero no encuentran ninguna correlación. Sin embargo, Madore y cols describen que los sujetos con historia previa de varios episodios de rechazo son los que tienen mayor riesgo de desarrollar intolerancia al injerto y precisar trasplantectomía una vez que se ha interrumpido la inmunosupresión (10). Pero no hay que olvidar que las manifestaciones clínicas de intolerancia no son tan evidentes en algunos casos, con una evolución más tórpida y solapada que puede dificultar su diagnóstico. López-Gómez y cols. analizan una cohorte de 43 pacientes que vuelven a diálisis tras la pérdida de un trasplante renal y demuestran que todos presentan en mayor o menor medida signos de inflamación crónica como se refleja en el hecho de que, con respecto a un grupo de pacientes incidentes en diálisis, mantienen 4 cifras más elevadas de PCR y más bajas de albúmina y prealbúmina (3). En relación con un mayor grado de inflamación, estos pacientes están más anémicos y presentan más resistencia al tratamiento con eritropoietina, lo que concuerda con lo descrito previamente por Almond y cols, que ya en 1994 afirmaba que los pacientes que vuelven a diálisis tras un trasplante renal fallido requieren mayores dosis de eritropoietina (11). Esta situación de inflamación es provocada por el propio injerto y revierte tras la trasplantectomía, como demuestran López-Gómez y cols. Así, en aquellos pacientes donde se realiza trasplantectomía por manifestaciones clínicas, se objetiva una mejoría de los parámetros de anemia y nutrición a los 6 meses de la cirugía, que se equiparan a los del resto de la población en diálisis; mientras que los pacientes con injerto renal fallido, clínicamente asintomáticos y que no han sido intervenidos, no presentan una mejoría de su perfil bioquímico y hematológico a lo largo de la evolución (3). Inflamación y morbimortalidad La asociación entre las cifras de albúmina, PCR y anemia y la morbi-mortalidad está ampliamente descrita en la literatura, tanto en la población general como en los pacientes con insuficiencia renal crónica en distintos estadios evolutivos. Diversos estudios epidemiológicos demuestran una fuerte asociación entre malnutrición, inflamación y arteriosclerosis en los pacientes con enfermedad renal crónica (12-14). También ha sido descrita la influencia de factores no inmunológicos como la albúmina en la mortalidad después de un injerto renal fallido. Gill y cols demuestran que la presencia de unas cifras de albúmina elevadas conlleva un riesgo disminuido de mortalidad global después de la pérdida de un trasplante renal (15). A la luz de estos resultados parece necesario hacer un diagnóstico precoz de signos o síntomas de intolerancia en todo paciente con injerto renal fallido que vuelve a diálisis. Mantenimiento de inmunosupresión La reintroducción o el aumento de las dosis de esteroides pueden ayudar a paliar los síntomas derivados de un síndrome de intolerancia. Algunos autores mantienen a estos 5 pacientes con tratamiento inmunosupresor para evitar el rechazo agudo (16). Kiberd y Belitsky utilizan una pauta descendente de ciclosporina, la cual se mantiene una media de 14 meses, consiguiendo una tasa muy baja de nefrectomías, aunque el precio que pagan es una alta morbilidad debido a infecciones (17). Por tanto, mantener a estos pacientes con dosis bajas de inmunosupresión de forma crónica no está justificado. Smak Gregoor y cols. encuentran también una elevada incidencia de infección y enfermedad cardiovascular en relación con dosis bajas de inmunosupresión en una cohorte de 197 pacientes con injerto renal fallido. En esta serie, el riesgo de mortalidad de los pacientes que continúan con tratamiento inmunosupresor es 3.4 veces mayor que el de aquellos en los que la inmunosupresión es retirada (18). En la actualidad la mayoría de los grupos suspenden los anticalcineurínicos y los inhibidores de la síntesis de purinas, dejando únicamente dosis bajas de esteroides, que se suspenden a los 3-6 meses de iniciar diálisis (9). NEFRECTOMIA. PRINCIPALES INDICACIONES Todos los argumentos esgrimidos anteriormente apoyan la hipótesis de que mantener un injerto renal fallido puede suponer un riesgo, en contra de lo que se pensaba inicialmente. Las ventajas de mantener cierto grado de función renal residual con mejor control de la ganancia interdiálisis son mínimas, sobre todo teniendo en cuenta que la diuresis disminuye en el tiempo de forma significativa con los cambios hemodinámicos de la diálisis y las funciones endocrinas como la producción de eritropoietina y la hidroxilación de 25 dihidroxicolecalciferol también se pierden. La nefrectomía sería en teoría el procedimiento de elección en todo paciente que vuelve a diálisis tras la pérdida del injerto; sin embargo, la existencia de unos riesgos nada despreciables asociados a la cirugía hace que ésta no se haya generalizado. La incidencia de trasplantectomía es muy variable según las distintas series (4.5-84.4%) (19-28), debido a que los criterios en los que se basa cada centro para indicarla son muy 6 distintos. La principal indicación de nefrectomía del injerto es la intolerancia inmunológica, que constituye entre un 45 y un 97% según las series (20, 21, 29). Otras indicaciones son la necesidad de espacio para un futuro injerto, la detección de una neoformación, la proteinuria severa, la infección del injerto o la recurrencia de infecciones del tracto urinario (20). En base a lo descrito en la literatura, se recomienda la trasplantectomía en la mayoría de los casos cuando la pérdida de injerto ocurre en el primer año postrasplante (30). Su retraso no solo incrementa los costes de hospitalización (31), sino que también expone al sujeto a posibles severas complicaciones en un futuro, como son infecciones o neoplasias. Cuando la causa de pérdida del injerto es un problema quirúrgico, como una trombosis arterial o venosa, la trasplantectomía inmediata es casi obligada. En el caso de rechazo severo y resistente al tratamiento inmunosupresor, la mayoría de los autores recomiendan también la nefrectomía para evitar futuras complicaciones como son la rotura del injerto o el síndrome de intolerancia inmunológica. Según Varenterghem y cols., un 94% de los injertos que se pierden dentro de los 6 primeros meses postrasplante precisan ser extirpados, mientras que si éste se pierde después de los 6 meses, el porcentaje de nefrectomías desciende a un 58% (32). Hallazgos similares encuentra Glicklich y cols., con una incidencia de nefrectomía precoz del 74% frente a un 35% de nefrectomías tardías o realizadas después de los 6 meses postrasplante (33). Más recientemente, Secin y cols. estudian también una población de 91 pacientes trasplantectomizados y demuestran que la mayoría de las nefrectomías son realizadas dentro del plazo de dos años desde la fecha del trasplante y que casi la mitad de las mismas se hacen dentro del primer año de vuelta a diálisis. Estos autores estiman que la probabilidad condicionada de precisar nefrectomía después del primer año desciende del 74% al 31%, siendo rara su indicación a partir de los 28 meses (20). 7 Factores que se han asociado con la realización de trasplantectomía, tanto temprana como tardía son, según Johnston y cols, la edad inferior a 40 años en el momento de la pérdida del injerto, la existencia de un mismatch mayor de 3 y la reinclusión en lista de trasplante dentro del primer año de pérdida del injerto (19). Madore y cols sin embargo encuentran que el único factor que en el análisis multivariante mantiene una correlación estadísticamente significativa con la nefrectomía tardía es la existencia de dos o más episodios de rechazo agudo (10). Morbi-mortalidad de la trasplantectomía La mortalidad en relación con la nefrectomía del injerto ha disminuido de forma muy significativa en los últimos años. En la era pre-ciclosporina, la trasplantectomía era considerada como una intervención de riesgo y la mortalidad reportada estaba entre 7% (31) y 38% (33). La principal causa de muerte era la sepsis derivada de complicaciones infecciosas. Tras la aparición de ciclosporina y uso, por lo tanto de dosis menores de esteroides, disminuyen las complicaciones y la mortalidad, existiendo series que incluso no observan mortalidad postoperatoria (3, 32). En paralelo con la disminución de la mortalidad, la incidencia de complicaciones severas también disminuye desde más de un 20% a menos de un 10% (32) (Tabla 1). Distintas variables como son la urgencia del procedimiento, la localización tan próxima del injerto a grandes vasos, las alteraciones de la coagulación de los pacientes en diálisis y su mayor riesgo de infección pueden ser las causas de una alta morbilidad de la técnica. Se ha descrito que la nefrectomía urgente se asocia con doble incidencia de complicaciones y hasta 13 veces más riesgo de mortalidad peri-operatoria. Una de las complicaciones más frecuentes es el sangrado, que puede ser la causa de reintervención hasta en el 80% de los casos (20), junto con las complicaciones infecciosas. Según López-Gómez y cols., más de la mitad de los pacientes necesitan alguna transfusión sanguínea durante el postoperatorio y hasta en un 48% de los casos existen complicaciones infecciosas, siendo la infección de la herida quirúrgica la más frecuente. 8 La existencia de estas complicaciones se correlaciona con el grado de anemia e inflamación de los pacientes en el momento de la hospitalización (3). En las últimas series publicadas se observan diferencias significativas en la morbimortalidad de los pacientes en función de que se trate de una nefrectomía temprana o tardía. Estudios comparativos de nefrectomías antes o después de la aparición de la cisclosporina demuestran que al disminuir los episodios de rechazo agudo severo, se reduce significativamente la necesidad de nefrectomía temprana, que es la que presenta mayor mortalidad, pero no influye sobre la nefrectomía tardía (34). Según Johnston y cols., podemos diferenciar dos tipos de pacientes con resultados muy diferentes. Por un lado están aquellos que son trasplantectomizados tras la pérdida precoz del injerto, que tienen un riesgo incrementado de mortalidad. La causa más frecuente de muerte de estos pacientes es la enfermedad cardiovascular, seguida de la sepsis. Sin embargo, estos autores piensan que la asociación entre nefrectomía y mortalidad puede ser debida en parte a la presencia de complicaciones relacionadas con el injerto más que a la nefrectomía en sí. Por otro lado, están los pacientes con nefrectomía tardía, que tienen un riesgo más bajo de muerte y de sepsis, que puede ser debido a una menor exposición al tratamiento inmunosupresor que los pacientes no nefrectomizados (19). Efectos de la trasplantectomía en la formación de anticuerpos anti-HLA y en la supervivencia de sucesivos trasplantes Otra consideración a tener en cuenta y que ha sido motivo de gran controversia a la hora de tomar una decisión sobre la actitud a seguir con un injerto fallido es la formación de anticuerpos anti-HLA. Parece que tras la nefrectomía existe un incremento de la tasa de anticuerpos circulantes en un porcentaje muy variable de pacientes, que oscila entre el 8% y el 97%. Sin embargo, según algunos autores esto es solo un fenómeno transitorio y el porcentaje de pacientes hiperinmunizados desciende a lo largo del tiempo hasta igualarse con el de los pacientes no nefrectomizados (32). Jonhston y cols. detectan dos 9 tipos de comportamiento tras la nefrectomía en función de la tasa de anticuerpos antiHLA pretrasplante. Aquellos pacientes nefrectomizados con un PRA ≤30% antes del primer trasplante, tienen un PRA previo al re-trasplante significativamente mayor que los no trasplantectomizados, mientras que aquellos con un PRA >30% antes del primer trasplante, no presentan diferencias significativas en el PRA en el momento del retrasplante en función de que estén nefrectomizados o no (19). Con respecto a la influencia de la nefrectomía en la supervivencia de sucesivos trasplantes también existe mucha polémica. En 1976 Freier y cols afirman que la nefrectomía del injerto fallido mejora la supervivencia del segundo trasplante. Sin embargo, Sumrani y cols describen posteriormente que la nefrectomía antes del retrasplante se asocia con una mayor incidencia de disfunción primaria del segundo injerto y una peor supervivencia a 1 año (35). Más recientemente, Jonhston y cols. describen que la trasplantectomía en aquellos pacientes con pérdida precoz del injerto se asocia con un menor riesgo de pérdida del segundo trasplante, mientras que en el caso de pacientes con pérdida tardía del injerto los resultados son a la inversa. El efecto protector de la nefrectomía en los pacientes con pérdida precoz del injerto se relaciona con un descenso de la muerte con injerto renal funcionante más que con una mejoría de la supervivencia del injerto censurada la muerte, lo que sugiere que puede existir una relación entre la presencia de un injerto renal fallido y la enfermedad cardiovascular, como ya veníamos apuntado previamente. En el caso de pacientes con pérdida tardía del injerto, el efecto deletéreo de la nefrectomía en la supervivencia del segundo trasplante no es fácilmente explicable pero, según estos autores, puede que la nefrectomía sea simplemente un marcador de que el paciente tiene un elevado riesgo inmunológico (19). EMBOLIZACION PERCUTANEA. UNA ALTERNATIVA TERAPÉUTICA La embolización arterial usando etanol o esferas de polivinilo seguidas de la inserción de coils metálicos, es una alternativa a la nefrectomía del injerto en determinados casos 10 como es el síndrome de intolerancia inmunológica o la presencia de proteinuria severa. Sin embargo, estaría contraindicada en casos de infección sobreañadida, presencia de neoformaciones o alto riesgo de rotura del injerto por complicaciones quirúrgicas o rechazo severo intratable, donde la nefrectomía sería el tratamiento de elección. Es un tratamiento menos invasivo que la cirugía, que fue descrito por primera vez por Lorenzo y cols. en 1993 (36) en 14 pacientes con intolerancia inmunológica. La embolización se asocia con una menor estancia hospitalaria y una tasa más baja de complicaciones que la nefrectomía, sin claras diferencias en el porcentaje de pacientes re-trasplantados durante el seguimiento. Resultados similares se observan en otras series publicadas con posterioridad (37-40). La complicación más frecuente es el síndrome postembolización, presente en un 50-90% de los casos y caracterizado por la aparición de fiebre, dolor local, hematuria, náuseas y vómitos, que ceden tras 48-72 horas. Si los síntomas se mantienen más de 7-8 días hay que pensar en un fallo del procedimiento y es necesario descartar la presencia de vascularización del injerto y la persistencia del síndrome de intolerancia inmunológica. La embolización suele ser exitosa en un 6592% de los casos (Tabla 2), requiriendo trasplantectomía subcapsular diferida un 8-22% de los pacientes, la cual no tiene más riesgos que cuando se realiza como primera opción terapéutica. Sin embargo, el éxito de la técnica en casi todos los estudios viene definido por la desaparición de los síntomas, pero no se analiza lo que sucede con los parámetros de inflamación crónica. En una serie publicada recientemente, se objetiva una mejoría de los parámetros de anemia e inflamación en siete pacientes en diálisis a los que se les realiza embolización del injerto fallido (40). También se ha descrito en algunos casos la infección del injerto embolizado, que puede ser prevenido con la administración de antibioterapia de amplio espectro 72 horas antes del procedimiento, por ejemplo cefazolina (38). Recientemente se ha publicado en la literatura una serie que requieren, en un alto porcentaje de casos, la realización de trasplantectomía por desarrollo de intolerancia 11 inmunológica, con datos de rechazo agudo en la pieza de nefrectomía (41). Se trata de un grupo de pacientes con hepatopatía crónica por VHC que reciben tratamiento con IFN. En nuestra opinión, estos pacientes pueden ser perfectamente candidatos a embolización percutánea, la cual debe realizarse incluso antes del inicio del tratamiento con INF. No creemos, por tanto, que la existencia concomitante de una hepatopatía por virus C sea una contraindicación para la embolización, sino más bien todo lo contrario, al ser pacientes por lo general con un mayor riesgo quirúrgico. CONCLUSIONES Los pacientes que vuelven a diálisis tras un injerto renal fallido deben estar sometidos a una estrecha vigilancia por el mayor riesgo de desarrollar intolerancia inmunológica al injerto. El seguimiento de los parámetros de anemia e inflamación en estos pacientes es fundamental, adoptando una actitud activa si existe un estado de inflamación crónica que no pueda justificarse por otras causas distintas al propio injerto, ya que ésta situación tiene implicaciones pronósticas para el paciente. En el caso de pérdida precoz del injerto se debe plantear la realización de nefrectomía de forma programada o, en caso de ausencia de contraindicación, la embolización percutánea. Dado que este problema cada vez va a ser más prevalente, esperamos que en los próximos años salgan a la luz más datos sobre el manejo adecuado de este creciente problema. Son necesarios estudios controlados y randomizados que nos confirmen cual es la mejor opción para estos pacientes. Hasta la obtención de resultados concluyentes, en la mayoría de los casos será necesario individualizar. 12 BIBLIOGRAFIA 1. Excerpts from the United Status renal data base. 2006 annual data report: atlas of chronic kidney disease and end-stage renal disease in the United States. Transplantation. Am J Kidney Dis 2007; 49 (S1): S147-S158. 2. Ceballos M, López-Revuelta K, Caracho R y cols. Dialysis and transplant patients Registry of the Spanish Society of Nephrology. Nefrología. 2005; 25(2): 126-129. 3. López-Gómez JM, Pérez-Flores I, Jofre R y cols. Presence of a failed kidney transplant in patients who are on hemodialysis is associated with chronic inflammatory state and erythropoietin resistance. 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Nephrol Dial Transplant 2008; 23 (3): 1043-1047. 15 TABLAS Nº Autor Incidencia nefrectomías Acumulada Morbilidad Mortalidad (%) (%) Hansen 19 ND 15.7 0 Rodríguez- 88 ND 7.7 0 85 74% NP ND ND García Glicklich 35% NT O´Sullivan 86 ND 60 5 Varenterghem 90 94% NP 8.9 0 58% NT López-Gómez 29 ND 48 0 Secin 91 74% NP 48.3 7 ND 5 31% NT Johnston 6213 56% NP 27% NT Tabla 1. Incidencia acumulada de nefrectomías y morbi-mortalidad asociada. ND: No disponible. NP: Nefrectomía precoz. NT: Nefrectomía tardía. 16 Autor Nº de embolizaciones Porcentaje de éxito Delgado y Lorenzo 55 65% Gonzalez-Satué 33 85% Atar 26 92% Cofan 30 80% Pérez Martínez 7 71% Tabla 2. Eficacia de la embolización del injerto renal fallido según distintas series. 17 Parámetros/Dosis Periodicidad Profilaxis antibiótica Cefazolina 1 gr iv Tratamiento esteroideo Prednisona 0.3-0.5 mg/kg 1 dosis pre y 2 postembolización Desde inicio de síntomas hasta 2-3 días post-emb. Seriación analítica Hb, Hto, Leucocitos, LDH, Alb, PCR Pre, 24-48 horas, 1 sem, 1 mes post-emboliz. Evolución clínica Dolor local, PA, FC, Temperatura Diaria 1º 15 días postembolización Evolución pruebas de imágen Eco-doppler renal A 1 semana y a 3 meses post-embolización Tabla 3. Protocolo de embolización del injerto renal fallido del Hospital Clínico San Carlos. 18 ALGORITMO INJERTO RENAL FALLIDO PÉRDIDA PRECOZ TROMBOSIS VASCULAR RECHAZO AGUDO SEVERO RECHAZO HIPERAGUDO INFECCION / NEOPLASIA TRASPLANTECTOMÍA PÉRDIDA TARDÍA (>12 m) PACIENTE SINTOMÁTICO: SÍNDROME DE INTOLERANCIA PACIENTE ASINTOMÁTICO EMBOLIZACIÓN NO EFECTIVA: PERSISTE SINTOMAS/ INFLAMACIÓN CRÓNICA SIGNOS DE INFLAMACIÓN CRÓNICA NO INFLAMACIÓN CRÓNICA DEJAR IN SITU 19 Capítulo 10. El retrasplante Roberto Marcén1, Ana Fernández1, Milagros Fernández Lucas1, José Luis Teruel1, Isabel Pérez-Flores2, Ana Sánchez-Fructuoso2 Servicio de Nefrología. 1. Hospital Ramón y Cajal. Madrid. 2. Hospital Clínico San Carlos Correspondencia: Roberto Marcén Servicio de Nefrología Hospital Ramón y Cajal Avda Colmenar Viejo km 9,1 28034. Madrid Teléfono 91 336 9017 email: rmarcen.hrc@salud.madrid.org 1 RESUMEN 1.- A pesar de los avances en el tratamiento inmunosupresor y en los cuidados del enfermo trasplantado, a los 3 años del trasplante el 20-30% de los receptores habrá perdido el injerto y la pérdida continuará a razón de un 2 al 4 % anual. Estos enfermos son de nuevo incluidos en programas de diálisis, y constituyen entre el 4 y el 10% de los enfermos admitidos anualmente para tratamiento dialítico. 2.- De ellos, el 40-60% según las series, son incluidos en lista de espera para un segundo trasplante. Lo que origina un aumento del número de enfermos en espera de trasplante y plantea el dilema acerca de los derechos a trasplantarse en los programas basados en donantes cadáver. Como característica importante, los enfermos en espera de un segundo o tercer trasplante tienen con frecuencia anticuerpos circulantes frente a los antígenos HLA. 3.- El retrasplante constituye la mejor forma de tratamiento de la insuficiencia renal crónica y los resultados en cuanto a la supervivencia del injerto se acercan a los del primer trasplante a pesar de ser considerados enfermos de alto riesgo. También mejora la supervivencia del enfermo respecto de aquél que permanece en lista de espera. Los grupos más favorecidos por el retrasplante son los enfermos en que la diabetes tipo I fue la causa del fallo renal y el grupo de edad entre 18 y 50 años. (Evidencia C) 4.- A pesar de las ventajas terapéuticas del retrasplante, el porcentaje de enfermos que son sometidos a un segundo trasplante permanece estacionario, posiblemente por la aplicación de criterios más amplios en cuanto a la aceptación de candidatos a trasplantarse. (Evidencia B). 5.- En el segundo trasplante, se pueden repetir los antígenos HLA-AB no compartidos si el receptor no ha desarrollado anticuerpos específicos. La prueba cruzada reciente e histórica debe ser negativa. Las pautas de inmunosupresión a utilizar son las mismas que en el primer trasplante. Complicaciones asociadas a la inmunosupresión como la enfermedad linfoproliferativa y la nefropatia por el virus BK y también las glomerulopatias recidivantes no son contraindicaciones para el retrasplante. (Evidencia C) 2 INTRODUCCIÓN Un trasplante renal funcionante es el mejor tratamiento de la insuficiencia renal crónica en comparación con la diálisis, puesto que restaura las funciones realizadas por los riñones, mejora la supervivencia del enfermo y la calidad de vida ( 1,2). No obstante no es un tratamiento definitivo y es importante constatar que a pesar del desarrollo de nuevos fármacos inmunosupresores, de la mejora en los cuidados generales de los enfermos, de la nueva generación de antibióticos y de la disponibilidad de fármacos antivirales, la supervivencia del injerto a largo plazo no ha mejorado significativamente. Así, después de 3 años de seguimiento un 30% de los receptores de un trasplante renal habrán perdido el injerto y la pérdida continuará a razón de un 2-4% anual. Las causas de las pérdidas si se producen precozmente son el rechazo agudo, los fallos técnicos y la no viabilidad del órgano trasplantado. Cuando la pérdida se produce tardíamente las causas son la nefropatía crónica del injerto y la muerte con injerto funcionante. La pérdida de función del injerto renal es una causa importante de admisión para tratamiento con diálisis. También es una de las causas del aumento de las listas de espera. Como en el caso de la insuficiencia renal por enfermedad de los riñones nativos, después del fallo de uno o más injertos, el trasplante renal continúa siendo el mejor tratamiento de estos enfermos salvo que la situación clínica del enfermo no lo aconseje (2,3). La elección de un receptor para un segundo trasplante plantea un dilema ético, su realización puede tener implicaciones positivas en cuanto a la supervivencia y calidad de vida del receptor pero por otra parte se restan órganos a aquellos receptores que están esperando su primer trasplante contraviniendo el principio de igualdad de oportunidades, quizás por este motivo y por la ampliación de los criterios de aceptación de enfermos, el porcentaje de retrasplantes ha permanecido estabilizado. El objetivo del presente trabajo es; 1º.- Analizar el impacto del fallo del primer injerto en las necesidades de diálisis y el acceso a las listas de trasplante, así como la adecuación del porcentaje de retrasplantes al número de enfermos en listas de espera. 2º Establecer algunas recomendaciones en cuanto a criterios de inclusión de enfermos para retrasplante, inmunosupresión, etc. 3º Revisar los resultados en cuanto a supervivencia del injerto y del enfermo y de los factores que las influencian. 4º Determinar como afectan al injerto y al enfermo las enfermedades con posibilidad de recurrencia. 3 Lista de espera y porcentaje de retrasplantes El fallo del injerto trasplantado determina la necesidad de recomenzar el tratamiento con diálisis para mantener al enfermo vivo. En la actualidad, es una causa importante de admisión para tratamiento con diálisis. En Europa el número de enfermos con fallo del injerto que recomenzaron tratamiento con diálisis en 1995 fue el 4% del total de los admitidos (5 ). Similares porcentajes, 4,8%, han sido publicados referidos al 2004 en los Estados Unidos (6). En el Hospital Ramón y Cajal, 10 enfermos (10,9%) de los 92 enfermos admitidos para tratamiento con diálisis en 2006 procedían del programa de trasplante. Algunos enfermos que han perdido un primer injerto son candidatos a un nuevo trasplante por lo que su inclusión aumentará las listas de espera. El porcentaje de enfermos incluidos en listas de espera es variable. Según datos de centros aislados (710) y registros americanos (2,3), entre el 40 y el 70 % de los enfermos que han perdido un injerto renal son incluidos en lista para un segundo trasplante (Tabla 1). Las causas de exclusión fundamentales son la situación clínica y la propia decisión del enfermo. Entre estos enfermos incluidos en lista, el porcentaje de trasplantados es variable y depende de muchos factores no suficientemente conocidos entre los que estarían incluidos la edad, sexo, raza, duración del primer injerto y los niveles de anticuerpos frente a un panel de células (PRA). Aunque no es una situación que se presente de momento en España, la raza condiciona la probabilidad de repetir el trasplante en países como los Estados Unidos en que los afro-americanos y los de otras razas no caucásicas tenían un 53% y un 38% respectivamente menos probabilidades de repetir un trasplante. Datos algo antiguos del registro de la EDTA mostraban que entre el 1984 y el 1993, el 5% de los trasplantes realizados correspondía a retrasplantes (11). En los Estados Unidos, durante el mismo periodo el 13% de los trasplante se realizaron a enfermos que habían perdido un injerto, pero los enfermos que esperaban un retrasplante constituían el 25-30% de los enfermos en lista (2). En Francia, entre 1989 y 1999, el 13,3% de los trasplantes eran retrasplantes, pero el 42% de los enfermos en lista de espera eran candidatos a un segundo trasplante (12). A pesar del incremento del número de trasplantes, el porcentaje de enfermos admitidos para retrasplante ha cambiado poco en la última década. Según datos de la OPTN, en el año 2005 entre el 10 y el 13% de los trasplantes realizados fueron retrasplantes siendo el grupo de edad entre 18 y 49 años el que presentaba el mayor porcentaje de segundos o terceros trasplantes (13). Las posibilidades de tratamiento del enfermo que ha perdido un injerto renal están contenidas en la figura 1. 4 Características de los enfermos que han perdido un injerto. Los enfermos con disfunción del injerto en estadios avanzados de enfermedad renal crónica se caracterizan por estar seguidos por médicos con experiencia en el cuidado de la insuficiencia renal crónica por lo que deberían tener una buena información acerca de las modalidades de diálisis, del tiempo de realización del acceso para la diálisis y un tratamiento adecuado de las enfermedades asociadas. Cuando se comparan con la población que comienza diálisis, los enfermos que han perdido un injerto suelen ser más jóvenes, predominan los hombres y tienen una menor comorbilidad. El tiempo medio de duración del injerto funcionante es muy variable según las series, pero en general suele ser de algunos años. Al analizar parámetros de cuidado, los niveles de hemoglobina, uso de eritropoyetina, niveles de albúmina y filtrado glomerular al comenzar el tratamiento con diálisis no se encuentran diferencias o son algo peores que las de los enfermos de la población general incluidos en diálisis (14, 15). Los parámetros analizados muestran que es posible mejorar la situación del enfermo de acuerdo con las recomendaciones de las guías de tratamiento de la enfermedad renal crónica. En caso de una pérdida precoz, el primer injerto tendrá efectos sobre el enfermo en función de las condiciones en que se haya producido la pérdida. Si ésta se produjo por una complicación técnica en los días inmediatos al trasplante, el enfermo habrá sufrido los efectos de la cirugía del trasplante y de la nefrectomía más el impacto psicológico correspondiente por la oportunidad perdida. En el caso que la pérdida haya sido por rechazo agudo tras un plazo más o menos prolongado de ausencia de función, además de los efectos anteriores, se habrá sometido al enfermo a una inmunosupresión intensa con los consiguientes complicaciones en cuanto a alteraciones metabólicas, toxicidad hematológica, infecciones etc. Cuando la pérdida es tardía por nefropatía crónica del injerto o recidiva de enfermedad primaria, la inmunosupresión crónica y sus efectos secundarios así como la situación de fallo renal van a determinar el aumento del riesgo cardiovascular. Por otra parte, la pérdida del injerto por causa inmunológica es una causa importante de sensibilización y se acompaña de producción de anticuerpos frente a un panel de células (PRA). El grado de sensibilización se correlaciona de forma directa con el grado de compatibilidades en los antígenos HLA-A, B (Clase I) en el trasplante previo. Al igual que ocurren el primer trasplante la incidencia de rechazo aumenta en relación con el aumento del PRA. Se ha señalado que los enfermos 5 hipersensibilizados retrasplantados tienen un mayor riesgo de presentar episodios de rechazo que los receptores de un primer injerto hiperinmunizados, lo que sugiere la existencia de algún otro mecanismo, además de los anticuerpos preformados, que aumenta la incidencia de rechazo. Como consecuencia de lo expuesto previamente, un porcentaje variable de candidatos a un segundo trasplante están sensibilizados (12,13,16). El nivel de sensibilización se expresa por el porcentaje de células, adecuadamente tipadas, de un panel con las que reacciona un suero. Un enfermo altamente sensibilizado sería aquel con uno o más sueros que reaccionan con el 80% o más de las células del panel. Estos enfermos tienen una gran dificultad de obtener un órgano puesto que la prueba cruzada va a ser sistemáticamente positiva, lo que conlleva en el mejor de los casos que el tiempo de espera para un nuevo trasplante sea muy largo o por el contrario que no se trasplanten nunca. La única forma de poder ser trasplantados es mediante programas nacionales o regionales que les den prioridad o reduciendo la alosensibilización HLA. En algunas comunidades, los enfermos hipersensibilizados de los diferentes hospitales están en una lista común y son testados siempre que hay un donante, teniendo preferencia para trasplantarse. En relación a la alosensibilización, en los últimos años se han desarrollado algunos protocolos de tratamiento con cierto grado de efectividad. 1.- Inmunoglobulina intravenosa, procede del plasma de cientos de donantes, posee efectos moduladores de los anticuerpos anti-HLA. Se utiliza tras la evaluación de su eficacia mediante un test in vitro. Se administra a una dosis de 2 g/kg durante las 4 horas de una sesión de hemodiálisis, una vez al mes durante al menos 4 meses. Este tratamiento además de reducir la alosensibilización, reduce el daño inducido por isquemia-reperfusión, reduce los episodios de rechazo y mejora la supervivencia del injerto a largo plazo (16). 2º.Combinación de inmunoabsorción o plasmaféresis e inmunoglobulina intravenosa, la inmunoabsorción y la plasmaféresis eliminan los anticuerpos circulantes y la inmunoglobulina bloquea la producción de anticuerpos. El tratamiento se continúa hasta que no se detectan anticuerpos anti-HLA en el suero del enfermo, esta combinación terapéutica se ha utilizado también en trasplante de donante vivo con una prueba cruzada positiva y como terapia de rescate de rechazo agudo humoral (17,18). Selección del receptor: 1.- Criterios no inmunológicos 6 En el segundo trasplante, los criterios no inmunológicos a aplicar deben ser en su mayor parte semejantes al primer trasplante. Los injertos deben ajustarse al receptor de acuerdo con la edad, la masa corporal, situación clínica del enfermo, tiempo de espera. En los registros, no existe diferencia con el primer injerto en cuanto al porcentaje de utilización de donantes idóneos o de donantes llamados subóptimos. La aceptación de un receptor para un nuevo trasplante cuando el primero se perdió por incumplimiento terapéutico ha sido ampliamente debatida. Los datos que se disponen no sostienen la exclusión de estos enfermos. 2.- Criterios inmunológicos La elección de los receptores se realizará de acuerdo con la compatibilidad de grupo sanguíneo ABO. Se pueden repetir las incompatibilidades del sistema HLA, siempre y cuando los receptores no hayan desarrollado anticuerpos específicos a los antígenos HLA clase I o antígenos HLA clase II compartidos por ambos donantes (16). En algunos centros se recomienda la utilización de órganos que compartan 4 antígenos HLA, sobre todo en aquellos receptores con niveles elevados de PRA (12). La prueba cruzada tanto reciente como histórica debe ser negativa. Una prueba cruzada a células B, sin reactividad anti-células T del donante no debe ser considerada una contraindicación al trasplante. Se ha debatido mucho acerca del método a utilizar en la realización de la prueba cruzada. La prueba convencional detecta aquellos anticuerpos anti-HLA capaces de fijar complemento. Se ha considerado que esta prueba puede ser poco sensible en la detección de grados mínimos de sensibilización. Por dicho motivo se han desarrollado pruebas más sensibles como son la técnica de la antiglobulina humana y la citometría de flujo Esta última detecta anticuerpos citotóxicos que no son dependientes de complemento y es la más sensible de las tres (20). La significación de los anticuerpos detectados por la citometría de flujo viene determinada por la aparición de efectos sobre el injerto a corto plazo; mayor incidencia de función retrasada del injerto, de rechazo agudo y mayores perdidas de injertos por rechazo agudo, y a largo plazo; menor supervivencia del injerto en los enfermos con una prueba cruzada convencional negativa y una prueba cruzada positiva por citometría de flujo (20, 21). Para algunos autores, hasta un 25% de las pruebas cruzadas convencionales negativas son positivas cuando se realiza mediante citometría de flujo. 7 Los autoanticuerpos son generalmente inmunoglobulinas de la clase M (IgM) que pueden producir una prueba cruzada positiva y que no contraindicarían el trasplante. La forma mejor de eliminar los autoanticuerpos es mediante la absorción con células autólogas que hacen desaparecer la positividad de la prueba. Alternativamente, se puede usar el ditiotreitol (DTT) que elimina los anticuerpos IgM (16). Evolución del injerto. Los enfermos que reciben un segundo injerto tienen, en algunas series, una mayor incidencia de función renal retrasada y una mayor necesidad de diálisis en el postrasplante inmediato que los receptores de un primer trasplante. Por lo que el retrasplante ha sido considerado un factor de riesgo de función retrasada del injerto. También se ha descrito un mayor porcentaje de injertos nunca funcionantes que se ha atribuido a rechazo hiperagudo no diagnosticado, debido a la presencia de anticuerpos a los antígenos HLA no detectados por la prueba cruzada convencional. La incidencia de rechazo agudo es más elevada que en el primer trasplante. Las causas de pérdida del segundo injerto son similares a las del primero: nefropatía crónica del injerto, fallecimiento con injerto funcionante y rechazo agudo (12). La supervivencia del segundo trasplante ha sido variable según épocas y resultados publicados, en los años 90 mejoró y se aproximaba a los del primer injerto, las diferencias en la supervivencia del injerto entre el primero y segundo trasplante descendieron desde el 10% en 1984 al 1% en 1992 (16). No obstante estudios de registro más recientes han mostrado la reaparición de algunas diferencias. Así, la supervivencia para primero y segundo trasplante a 1, 3 y 5 años tanto para injerto de donante vivo como para injerto de donante cadáver fueron un 5 % peor para los retrasplantes (13). En nuestra propia experiencia, las diferencias entre primero y segundo trasplante en el hospital Ramón y Cajal fue del 5% a los 5 años, si bien no se alcanzó significación estadística por el número de casos (22). La falta de órganos para trasplante ha hecho que se hayan flexibilizado las exigencias requeridas para la donación de órganos. Se han utilizado órganos procedentes de donantes de más de 60 años o de 50-60 años con alguna de las siguientes características: fallecimiento por accidente cerebrovascular, creatinina sérica superior a 1,5 mg/dl o historia de hipertensión arterial. Son los llamados en los Estados Unidos, donantes con criterios ampliados. En España, no suele haber límite de edad en la donación, aunque no se suelen utilizar órganos de donantes de más de 80 años. Los 8 resultados del retrasplante con este tipo de injertos en cuanto a la supervivencia del injerto son inferiores a la de los procedentes de donantes convencionales (23). Un resumen de la supervivencia del injerto según datos de estudios multicéntricos y de registros está expresada en la tabla 2. Factores que influyen en la supervivencia del injerto Se han descrito varios factores que influyen de uno u otra forma en la supervivencia del retrasplante. Estos factores dependen de las características del primer trasplante, del receptor, del donante y del órgano trasplantado. Algunas de ellas son las mismas que influyen el la evolución del primar injerto como puede verse en la tabla 3 (16, 24,25, 26). La mayoría de autores están de acuerdo en que la supervivencia del primer injerto es un factor predictor importante de un trasplante posterior. Una supervivencia de un primer trasplante superior a 6 meses o un año se asocia con una evolución más favorable de un retrasplante, mientras que una pérdida precoz se asocia con una mala evolución (11,16,24,25,26). La supervivencia a largo plazo puede ser un marcador subrogado de una respuesta inmunológica baja y una pérdida precoz indicaría una respuesta inmunológica fuerte. También la supervivencia del segundo injerto es más baja si el primero se perdió por rechazo en los primeros seis meses. Pero la supervivencia del segundo injerto es similar a la del primero cuando la causa de la pérdida es el rechazo más tarde de 6 meses o causas no inmunológicas ( 24). El efecto de la nefrectomía del injerto no funcionante en la supervivencia del retrasplante es controvertida. Lair y cols (27), en un estudio de un centro comparan la evolución del segundo trasplante según se haya realizado o no nefrectomía previa, y no encuentran que la presencia del injerto no funcionante in situ en el momento de un nuevo trasplante tenga algún efecto beneficioso en la supervivencia del injerto a 10 años. Tampoco encuentran diferencias en la incidencia de rechazo, en la función renal ni en las causas de pérdida del segundo injerto. Sin embargo estos autores no refieren las complicaciones de la nefrectomía. Datos de registro han encontrado que la nefrectomía después de un fallo precoz del injerto se ha asociado con un riesgo menor de nuevo fallo del injerto, efecto que desaparecía después de censurar los enfermos que perdieron el injerto por fallecimiento. En caso de fallo tardío, la nefrectomía puede ser 9 deletérea para la evolución del segundo injerto y el efecto se mantiene incluso después de censurar los enfermos cuya causa de pérdida del injerto fue el fallecimiento (25, 28) . La extirpación de un injerto no funcionante se asocia con sensibilización fundamentalmente en los enfermos con un título de anticuerpos bajo antes del primer trasplante (28,29). Los injerto no funcionantes pueden ser retenidos in situ con una dosis mínima de inmunosupresión o incluso sin inmunosupresión pero pueden estar implicados en el desarrollo y mantenimiento de un estado inflamatorio crónico (30). La influencia de la secuencia del tipo de donante en la evolución del retrasplante ha sido analizada en algunos estudios, si el segundo trasplante procede de un donante cadáver la supervivencia no está influida por la procedencia del primer injerto, vivo o cadáver. Sin embargo como la inmunización es más intensa con el trasplante de donante cadáver, se debe preferir el trasplante de donante vivo como primera opción (16). En el caso en que el segundo trasplante proceda de un donante vivo, tampoco parece que se influyan por la procedencia del primer injerto (11), aunque los resultados sean inferiores a los del primer injerto son mejores que los de donante cadáver (11, 13,24, 26) . La presencia de aloanticuerpos contra los antígenos HLA en el suero de los receptores de un trasplante tienen un efecto negativo en la supervivencia del injerto (24) y su presencia precede la aparición de rechazo agudo o crónico. Los enfermos que han rechazado previamente un injerto y están en espera de otro tienen con frecuencia anticuerpos circulantes en la sangre. Se ha postulado que la ausencia de estos anticuerpos se debe a la falta de sensibilidad en los métodos usados en su detección, o a la absorción de éstos por el injerto. La utilización de pruebas más sensibles, como se ha indicado previamente, puede ayudar a una mejor selección de los candidatos. La mejoría en la supervivencia del segundo injerto observada en algunos centros se ha atribuido a la realización de la prueba cruzada mediante citometria de flujo que evita la realización de trasplantes con anticuerpos IgG frente a los antígenos HLA de clase I dirigidos a los antígenos del donante (16, 19,20). Sin embargo, hay otros estudios que no han observado diferencias en la supervivencia del injerto en relación a la técnica usada en la realización de la prueba cruzada (31). Al igual que en el primer trasplante, la edad del donante es uno de los factores más importantes que influyen en la supervivencia del injerto, sobre todo a medio plazo (25 ). 10 Los órganos procedentes de donantes muy jóvenes (<16 años) o mayores de 35 tienen una peor supervivencia que aquellos procedentes de donantes entre17 y 35 años. La producción de orina en el primer día del trasplante y la necesidad de diálisis también son dos factores pronósticos importantes (16). La isquemia fría debe reducirse puesto que una isquemia fría prolongada, más de 24 horas, afecta los resultados a corto plazo, si bien no parece tener efecto a largo plazo (26). Algunos autores creen que una buena compatibilidad HLA-DR mejora la supervivencia, mientras que no tiene influencia la compatibilidad HLA-A,B (12, 16, 26). Otros consideran que la compatibilidad HLA tiene una influencia escasa en la evolución puesto que la potente inmunosupresión que disponemos en la actualidad, controla los posibles efectos negativos de una mala compatibilidad. La repetición de incompatibilidades tiene un efecto variable, mientras que en presencia de una prueba cruzada negativa, la repetición de Antígenos HLA de los locus A y B no influye negativamente en la supervivencia del injerto, la repetición de los antígenos del locus DR tiene un efecto negativo por lo que se recomienda no repetirlos (21, 32). Evolución del enfermo Como ya se ha dicho el trasplante renal es el mejor tratamiento de la insuficiencia renal crónica, consecuentemente este principio deberá aplicarse también al retrasplante. Existen estudios comparativos entre los enfermos que pierden el injerto en que se comparó la supervivencia de los enfermos según su situación: no incluídos en lista de trasplante, incluidos en lista y trasplantados de nuevo que lo demuestran. En un estudio de un solo centro, Denny y cols (7) observaron en 111 enfermos con fallo del injerto que la mortalidad era mayor entre los enfermos incluidos de nuevo y no incluidos en lista que en los retrasplantados, sin encontrar diferencias entre los dos grupos no retrasplantados. Estos resultados concuerdan con los publicados por Ojo y cols (3) extraídos del registro USRDS que observaron en 19 208 enfermos con pérdida del injerto como un nuevo trasplante reducía la mortalidad entre el 23% y el 45% fundamentalmente en los enfermos en los que la diabetes tipo 1 había sido la causa de la insuficiencia renal crónica. Datos del registro canadiense han mostrado en 3067 enfermos que el retrasplante redujo la mortalidad en un 50% respecto a los enfermos en diálisis después de ajustar entre otras variables por edad, sexo, raza, enfermedad renal primaria, tiempo en diálisis y tiempo entre el primar trasplante y el fallo del injerto. Al 11 igual que en el estudio anterior, algunas poblaciones se beneficiaron más que otras. La mejoría de la supervivencia fue mayor para trasplantes de donante de vivo comparado con los receptores de donante cadáver (4). En la experiencia del Hospital Ramón y Cajal los resultados fueron diferentes de los previamente citados, la supervivencia del enfermo fue similar en el grupo retrasplantado que en el grupo incluido en lista no retrasplantado (10). El retrasplante con injerto procedente de donantes con criterios ampliados no parece reportar beneficios en cuanto a la supervivencia del enfermo aunque no hay que descartar otros como la posible mejoría en la calidad de vida. A diferencia del retrasplante con injertos procedentes de donantes estándar, Miles y cols (33) no encontraron diferencias en la supervivencia del enfermo entre los retrasplantados con riñones procedentes de donantes con criterios ampliados y la terapia convencional. Inmunosupresión Al ser el retrasplante de mayor riesgo inmunológico y por consiguiente con mayor incidencia de rechazo que el primer trasplante, sería acertado considerar que el régimen inmunosupresor a administrar debería ser más potente que en el primer trasplante. No obstante no hay unanimidad en cuanto al régimen inmunosupresor más adecuado. En la época de la ciclosporina, se utilizaba ésta en combinación con azatioprina y esteroides. Algunos autores recomendaban la utilización de gammaglobulina antilinfocítica (ALG o ATG) o anticuerpos monoclonales (OKT3) bien de manera sistemática a todos los enfermos durante los primeros 14 días postrasplante o solamente a aquellos con función retrasada del injerto hasta que ésta se restablecía o en el caso de que la pérdida del injerto previo se hubiese debido a rechazo agudo (12,22, 26) . Esta pauta con inducción con anticuerpos se asoció con una menor duración de la ausencia de función en el inmediato pos-operatorio y mejor supervivencia del injerto a 5 años que se atribuyó al posible descenso del efecto nefrotóxico de la ciclosporina en el inmediato postrasplante. La aparición del micofenolato mofetilo, del tacrolimus y de la rapamicina y su utilización en diversas combinaciones ha descendido de forma drástica la incidencia de rechazo agudo. En la actualidad, los receptores de un segundo trasplante que no estén hiperinmunizados se tratan con los mismos protocolos terapéuticos que el primer trasplante. En los casos de enfermos inmunizados sería recomendable la utilización de la combinación de tacrolimus con micofenolato mofetilo o ácido micofenólico y esteroides por ser la pauta de inmunosupresión más potente posiblemente asociada a 12 inducción con gammaglobulina antilinfocito o con anticuerpos monoclonales anti CD25. Retransplante en receptores con enfermedades recurrentes Las glomerulonefritis están entre las causas más frecuentes de enfermedad renal crónica y estos enfermos tienen riesgo de recurrencia de su enfermedad original después de un trasplante renal. Este riesgo no está influido por la inmunosupresión por ciclosporina pero aumenta con el tiempo de supervivencia del injerto. La verdadera recurrencia de las glomerulonefritis no es muy bien conocida puesto que no se realizan biopsias renales de forma rutinaria en todos receptores y por tanto la incidencia publicada está subestimada. Por otra parte la incidencia e impacto de la recurrencia varía entre los diferentes tipos de glomerulonefritis. Briganti y cols (34) han publicado, basados en los resultados de biopsias de los riñones nativos y del injerto en 1505 enfermos, que la recurrencia de la glomerulonefritis fue la tercera causa de pérdida del injerto después de 10 años de seguimiento. La recurrencia fue más frecuente entre los receptores con hialinosis segmentaria y focal y glomerulonefritis mesangiocapilar tipo I, pero no se pudo identificar ningún factor predictivo de recurrencia de los diferentes tipos de glomerulonefritis. Al igual que en el primer injerto, las glomerulonefritis pueden recurrir en el retrasplante y se ha descrito su presentación en el segundo injerto en receptores con glomeruloesclerosis focal y glomerulonefritis mesangiocapilar.. Pardon y cols (35) observaron que la glomeruloesclerosis focal recurrió en tres enfermos que se retrasplantaron. El tratamiento es el mismo que el recomendado en el primer injerto: control de la hipertensión arterial, de la proteinuria y de la hiperlipidemia (36). La recurrencia de las glomerulonefritis en el primer injerto no contraindica un segundo trasplante pero la posibilidad de que esto ocurra debe ser considerada. Las enfermedades linfoproliferativas postrasplante (PTLD, en la nomenclatura anglosajona) es una complicación que puede poner en peligro la vida en los enfermos trasplantados, el riesgo de padecerlas no es mayor en el segundo trasplante que en el primero a pesar de repetirse la inmunosupresión (12). Muchos casos son originarios de células B, y se relacionan con la inmunosupresión e infección con virus Ebstein-Barr (EBV). EL tratamiento incluye reducción o suspensión de la inmunosupresión y el uso de anticuerpos específicos anti- células B o antivirales. Como consecuencia de la suspensión de la inmunosupresión se pierden algunos injertos y estos enfermos son 13 potenciales candidatos a un segundo trasplante. Como van a persistir los mismos factores de riesgo, injerto extraño, inmunosupresión e infección por EBV, hay resistencia a incluir estos enfermos en la lista de espera y realizar un nuevo trasplante. No obstante, se han publicado algunos casos aislados y algunas series pequeñas de retrasplante con éxito en enfermos que habían padecido PTLD (37, 38). Birkeland y cols (39) han publicado 5 enfermos con PTLD que fueron retrasplantados, los cuales no presentaban signos de recurrencia de la enfermedad 3 años después. En dicho estudio la inmunosupresión consistió en timoglobulina y basiliximab como terapia de inducción y ciclosporina, o tacrolimus y MMF como inmunosupresión de mantenimiento. Resultados similares han sido observados por Karras y cols (40) en un estudio multicéntrico, 6 enfermos seguidos al menos dos años después de una remisión completa del PTLD se incluyeron en lista de esfera y fueron retransplantados con un tiempo de espera de 77 meses después del diagnóstico de PTLD. De ellos, 4 enfermos recibieron inducción con anticuerpos policlonales y 2 con basiliximab. El tratamiento inmunosupresor de mantenimiento incluyó ciclosporina o tacrolimus y micofenolato mofetilo o azatioprina.. Ninguno desarrolló recurrencia después de un seguimiento medio de 30 meses. Teniendo en cuenta los resultados de estos estudios, el diagnostico de PTLD no debe ser considerado una contraindicación para un segundo trasplante. Los nuevos inmunosupresores han hecho descender la incidencia del rechazo y han mejorado la supervivencia a corto plazo del injerto pero han desencadenado la aparición de nuevas infecciones víricas. La nefropatía por el virus polioma BK se ha descrito hasta en el 8% de los receptores de injerto renal y puede ser la causa de la pérdida de la función del injerto (41). Como en el caso de la PTLD, se puede producir la reactivación del virus con la inmunosupresión por este motivo es importante conocer si los enfermos que perdieron el injerto por nefropatía por el virus BK pueden volver a trasplantarse. Poduval y cols (42) han descrito el primer caso exitoso de retrasplante después de la pérdida del primer injerto por nefropatía por virus BK. Ramos y cols (43) han publicado la primera serie de 10 enfermos con nefropatía por virus BK que se retrasplantaron. El segundo trasplante se realizó en ausencia de infección activa por el virus descartada por citología urinaria para células decoy. Después de un seguimiento de 34.6 meses, solamente un enfermo presentó recurrencia de la nefropatía por virus BK. Womer y cols (44) realizaron con éxito un segundo trasplante de donante vivo en dos enfermos con nefropatía por virus BK antes de ser incluidos en diálisis y a pesar de 14 presentar viremia. La inmunosupresión no se suspendió aunque si se redujo y se realizó nefrectomía del primer injerto durante la cirugía del segundo trasplante. La necesidad de nefrectomía del injerto previa al retrasplante es controvertida puesto que no parece proteger contra la recurrencia. Se recomienda que la tanto inmunosupresión intensa como el retrasplante deben evitarse cuando hay replicación viral. De acuerdo con las publicaciones previas, los enfermos con pérdida del injerto renal por nefropatía por virus BK pueden ser trasplantados con inmunosupresión estándar, no obstante como el seguimiento de la mayoría de los enfermos ha sido corta, se necesita un seguimiento más largo para conocer la evolución a largo plazo. 15 REFERENCIAS 1.- Wolfe RA, Ashby VB, Milford EL et al. Comparison of mortality in all patients on dialysis, patients on dialysis awaiting transplantation, and recipients of a first cadaveric transplant. N Engl J Med 2007; 341:1725-1730. 2.- McDonald SP, Russ GR. Survival of cadaveric kidney transplants compared with those reciving dialysis treatment in Australia and New Zealand 1991-2001. Nephrol Dial Transplant 2002; 17:2212-2219. 3.- Ojo AO, Wolfe RA, Agodoa LY et al. Prognosis alter primary renal transplant failure and the beneficial effect of repeat transplantation. Transplantation 1998; 66:1651-1659. 4.- Rao PS, Schaubel DE, Wei G, Fenton SSA. 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Supervivencia del retrasplante Autor Nº Supervivencia enfermos 1 3 5 Almond y cols (24) Donante vivo 53 Donante cadáver 95 Abouljoud y cols 1998 192 (25) 46 75 50 66 65 40 74 68 Fernández-Juarez y cols 1999 (22) Rigden y cols 1999 (11) Donantevivo Donante cadáver Gjerson 2002 (26) Coupel y cols 2003 (12) 183 2928 9126 223 85 89 Magee y cols 2007 (13) Donante vivo Donante cadáver 2509 4690 93 87 60 30 64 64 50 76 76 83 76 (%) Inmunosupresión años Inducción MALG, Aza + esteroides AZA+esteroides o CsA+Aza+ esteroides con o sin inducción con MALG Iducción OKT3, CsA+ esteroides Inducción ATG, ALG u OKT3, CsA+Aza o MMF+ esteroides 76 63 21 Tabla 3. Factores que pueden influir en la supervivencia del segundo injerto 1.- Relativos al injerto previo: Duración del primer injerto Causa de pérdida Nefrectomia del injerto 2.- Relativos al receptor: Edad Sexo Raza Índice de masa corporal Situación clínica Sensibilización ( % PRA) 3.- Relativos al donante: Edad Tipo de donante: vivo, cadáver, asistolia Isquemia fría 4.- Relativos al trasplante: Compatibilidad HLA Método prueba cruzada Función inmediata 22 Figura 1.-Esquema de tratamiento tras pérdida del injerto renal Fallo del injerto Diálisis: hemodiálisis, DPCA No candidato a retrasplante Trasplante prioritario Candidato a retrasplante Lista de espera Retrasplante 23