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ΕΛΛΗΝΙΚΗ ΓΛΩΣΣΑ ΜΗΔΕΙΑ ΑΓΓΕΛΟΣ. Θνητῶν γὰρ οὐδείς ἐστιν εὐδαίμων ἀνήρ· ὄλβου δ´ ἐπιρρυέντος εὐτυχέστερος ἄλλου γένοιτ´ ἂν ἄλλος, εὐδαίμων δ´ ἂν οὔ. Εὐριπίδου Μήδεια, 1228-30 Medea es la hija de Eetes, el rey de la Cólquide, región situada a orillas del mar Negro. Por la rama paterna es nieta de Helio, el Sol, y sobrina de la hechicera Circe y de Pasífae, la esposa del rey cretense Minos. El mito, de hecho, atribuye a las tres mujeres el mismo dominio sobre las artes mágicas. Medea desempeña un papel esencial en el ciclo de los Argonautas: su pasión por Jasón y las consecuencias funestas que de ella se derivaron la convierten en el tipo de la mujer fatal, traidora a su padre y a su patria, abandonada por el amante al que había salvado – como Ariadna por Teseo –, pero también esposa celosa y vengativa, temible por sus poderes de hechicera. Fue ella quien ayudó a Jasón, del que se enamoró a primera vista, a superar todos los obstáculos que fue encontrando en su conquista del vellocino de oro. Sus ungüentos mágicos protegieron al héroe del resuello de fuego de los toros que debía vencer por orden de Eetes, y ella misma la condujo al bosque sagrado donde estaba el vellocino, durmiendo luego con sus sortilegios al terrible dragón que lo vigilaba. Después de haber conseguido con sus artes que Jasón se apoderara del preciado trofeo, no dudó tampoco en cometer un crimen horrendo para favorecer la huida de los Argonautas e impedir que los navíos de su padre Eetes, lanzados en persecución de los fugitivos, dieran alcance al Argo: despedazó a su propio hermano, al que había embarcado consigo como rehén, y arrojó sus pedazos al mar, obligando así a su padre a detener la persecución para recoger uno a uno los restos de su hijo menor con el fin de tributarles honras fúnebres. Por último, consiguió aniquilar con sus artes la fuerza del hasta entonces invencible Talos, el gigante de bronce que Minos había puesto como centinela en su isla. A cambio de su ayuda, Jasón le había prometido el matrimonio. Será la violación de este juramento lo que desencadene la tragedia. Cuando por fin Jasón regresó a Yolco, Medea le ayudó también a desembarazarse del usurpador Pelias, que no estaba dispuesto a restituirle el trono que le había entregado el vellocino. Medea hizo creer a las hijas del usurpador que conseguirían devolver la juventud a su padre si, después de cortarlo en pedazos, los hacían hervir en un caldero. El “experimento” fracasó y los habitantes de Yolco, horrorizados por el crimen, expulsaron a Jasón y a Medea de la ciudad. Refugiados en Corinto, la pareja vivirá feliz durante diez años. Jasón, sin embargo, cansado de Medea y velando exclusivamente por sus propios intereses, repudia a esta para prometerse a Glauce, la hija del rey corintio Creonte. Enloquecida de cólera y dolor, Medea fragua una terrible venganza: ofrece a Glauce un vestido nupcial que abrasa inmediatamente a su desgraciada rival y al anciano Creonte, que había acudido a socorrer a su hija; a continuación mata a sus propios hijos, dos niños habidos de su unión con Jasón. Después de cometer estos crímenes, huye en un carro mágico tirado por dragones alados, un presente de su abuelo Helio. Medea se instala entonces en Atenas, donde obtiene la protección del rey Egeo. Este, persuadido de no tener descendencia, pues ignoraba entonces la existencia de Teseo, se casa con la hechicera para asegurar la sucesión al trono. Cuando el joven regresa a Atenas para darse a conocer, Medea intenta envenenarlo en vano; Egeo, que ha recuperado a su hijo, la expulsa de Atenas. Medea regresa a la Cólquide con Medos, el hijo que había tenido con Egeo y al que la leyenda convierte en el antepasado epónimo de los medos. Allí madre e hijo darán muerte a Perses, que había traicionado a su hermano Eetes y usurpado su trono. Algunas tradiciones sitúan a Medea en los Campos Elíseos después de su muerte, que permanece envuelta en el misterio. Eurípides, en su tragedia Medea (431 a. C.) – en la que se inspirarán más tarde Ovidio y Séneca – presenta una heroína apasionada que descarga su terrible venganza sobre un Jasón egoísta y vanidoso, preocupado únicamente por su propio provecho. En ninguna otra creación del teatro griego se han presentado con tanta nitidez las fuerzas oscuras e irracionales que pueden brotar del complejo corazón humano. Esta agonía continua entre sentimientos contrapuestos, entre razón e irracionalidad, adquiere una formulación definitiva y bellísima en tres monólogos, en los que Medea expresa sus atormentados pensamientos. El deseo de venganza por la traición sufrida, el amor por sus hijos, la catástrofe que su acción ocasionará en palacio, se debaten en el campo de batalla del alma de la infeliz Medea. Conviene destacar cómo Eurípides ha centrado todo el problema sobre seres humanos de carne y hueso, con sus pasiones violentas. Un trágico como Esquilo habría hecho hincapié, de acuerdo con la concepción tradicional griega, que exigía lavar con sangre los delitos de sangre, en el problema religioso y hubiese llegado a la conclusión de que las tribulaciones de Medea son la secuela lógica de los actos impíos que cometió matando a sus hermanos para huir en pos de Jasón. En la Medea de Eurípides no hay nada semejante. No le interesa al poeta ni detenerse en problemas de corte teológico, como a Esquilo, ni tampoco ahondar en el dolor humano como demostración de los peligros que pueden acechar al hombre que, traspasando su límite, se hace la ilusión de acercarse a la grandeza divina, como nos lo hubiera presentado Sófocles. Eurípides se propuso escudriñar los recovecos de un alma femenina atormentada por el sufrimiento y la pasión, que rechaza los sensatos dictados de la razón; con esta única intención, legó a nuestra civilización una obra maestra de la escena que ejercería un influjo secular en el patrimonio literario y musical de toda Europa (piénsese en la ópera Medea, compuesta en 1791 por Luigi Cherubini, muy admirada por Beethoven y considerada como la primera ópera romántica). Medea, 230 - 268 MEDEA. (Dirigiéndose al CORO.) De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras, las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas y tomar un amo de nuestro cuerpo, y este es el peor de los males. Y la prueba decisiva reside en tomar a uno malo, o a uno bueno. A las mujeres no les da buena fama la separación del marido y tampoco les es posible repudiarlo1. Y cuando una se encuentra en medio de costumbres y leyes nuevas, hay que ser adivina, aunque no lo haya aprendido en casa, para saber cuál es el mejor modo de comportarse con su compañero de lecho. Y si nuestro esfuerzo se ve coronado por el éxito y nuestro esposo convive con nosotras sin aplicarnos el yugo por la fuerza, nuestra vida es envidiable, pero si no, mejor es morir. Un hombre, cuando le resulta molesto vivir con los suyos, sale fuera de casa y calma el disgusto de su corazón yendo a ver a algún amigo o compañero de edad. Nosotras, en cambio, tenemos necesariamente que mirar a un solo ser. Dicen que vivimos en la casa una vida exenta de peligros, mientras ellos luchan con la lanza. ¡Necios! Preferiría tres veces estar a pie firme con un escudo, que dar a luz una sola vez. Pero el mismo razonamiento no es válido para ti y para mí. Tú tienes aquí una ciudad, una casa paterna, una vida cómoda y la compañía de tus amigos. Yo, en cambio, sola y sin patria, recibo los ultrajes de un hombre que me ha arrebatado como botín de una tierra extranjera, sin madre, sin hermano, sin pariente en que pueda encontrar otro abrigo a mi desgracia. Pues bien, sólo quiero obtener de ti lo siguiente: si yo descubro alguna salida, algún medio para hacer pagar a mi esposo el castigo que merece, a quien le ha concedido su hija y a quien ha tomado por esposa, cállate. Una mujer suele estar llena de temor y es cobarde para contemplar la lucha y el hierro, pero cuando ve lesionados los derechos de su lecho, no hay otra mente más asesina. CORIFEO. Así lo haré. Tú tienes derecho a castigar a tu esposo, Medea. No me causa extrañeza que te duelas de tu infortunio. Medea, 1222 - 1250 MENSAJERO. Rehúso decir palabra alguna de aquello que te concierne, Medea, pues tú misma sabrás el medio de huir del castigo. No es la primera vez que considero la condición humana una sombra y valientemente podría decir que, de los mortales, los que pasan por sabios e indagadores de conocimientos, esos son los que se ganan el mayor castigo. Pues ninguno de los mortales es feliz y, cuando la prosperidad se derrama, uno podrá ser más afortunado, pero no feliz. CORIFEO. La divinidad parece que en este día ha acumulado con justicia muchas desgracias sobre Jasón. ¡Oh desdichada hija de Creonte, cómo lloramos tus desgracias, tú que te encaminas hacia las moradas de Hades por tu boda con Jasón! MEDEA. Amigas, mi acción está decidida: matar cuanto antes a mis hijos y alejarme de esta tierra; no deseo, por vacilación, entregarlos a otra mano más hostil que los mate. Es de todo punto necesario que mueran y, puesto que es preciso, los mataré yo que los he engendrado. Así que, ¡ármate, corazón mío! ¿Por qué vacilamos en realizar un crimen terrible pero necesario? ¡Vamos, desdichada mano mía, toma la espada! ¡Tómala! ¡Salta la barrera que abrirá paso a una vida dolorosa! ¡No te eches atrás! ¡No pienses que se trata de tus hijos queridísimos, que tú los has dado a luz! ¡Olvídate por un breve instante de que son tus hijos y luego… llora! Porque, aunque los mate, ten en cuenta que eran carne de tu carne; seré una mujer desdichada. 1 Ejemplo de la situación de inferioridad en que se encontraba la mujer en Atenas, si bien Eurípides evidencia aquí un notorio anacronismo, ya que en el siglo V a. C. la mujer podía divorciarse del marido con el patrocinio del arconte, aunque esto la desacreditaba.