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LA FELICIDAD ES AMOR Y VERDAD1 Carles María Gri i Casas2 Umbral Dios es amor (1Jn 4,8). Dios también es luz (Jn 1,5). El hombre es la imagen y la semejanza de Dios (Gn 1,26). Por tanto, el hombre es amor luminoso. Todo su dinamismo existencial ha de estar regido y orientado por el amor verdadero en tensión hacia una comunión creciente con Dios vivo y hacia una fraternidad progresiva con los hombres, sus compañeros de ruta. Solamente así logra su plenitud y su felicidad. Cristo, ícono perfecto del hombre nuevo, le es ayuda, fuerza y ejemplo. Esta es la vivencia descrita en las páginas que siguen con pensamientos y experiencias expuestos al compás de la vida y dentro de una atmósfera de realismo, de confidencia y de amistad. Humillación La envidia te corroe, el despecho te envenena, sientes el amargor dentro del corazón. Has sido olvidado, otros te hacen sombra, vives en el anonimato de los de tercera o cuarta fila … ¡No te perturbes! Bendice tu situación, es la hora de Dios, que sobre los fundamentos de tu humillación quiere construir un palacio resplandeciente de luz y de amor. Ceniza congelada Hay un pecado básico, hiriente. El hombre quiere ser Dios. Pretende convertirse en absoluto, autosuficiente. No depender de nada ni de nadie. Poder ahorrarse de dar gracias. Abolir el reconocimiento y la adoración. Es el pecado de orgullo desvergonzado. El pecado del hombre-dios, que es osadía, a la hora del crepúsculo vespertino de la vida, en la soledad de un puñado de ceniza muy helada y muy repugnante … Título original: La felicitat és amor i veritat. COL-LECCIÓ L´ESPIGA 83. Publicacions de l´Abadía de Montserrat 2004. 1 2 Traducción del catalán al castellano: Jorge Capella Riera, 2015. 1 Presencia de amigo Si quieres compañía, si buscas el calor del amigo, la presencia afable del otro, baja por la escalera de la humildad. Reconoce tu indigencia. Abre los ojos agradecidos a la riqueza de todo lo que te rodea. Dios, el hombre y la naturaleza vendrán a llenar el vacío de tu corazón para celebrar en él las bodas, sobrias y luminosas, del amor y de la amistad. El orgullo y la nada Orgullo es soledad. Soledad y menosprecio de Dios, de los otros y de ti mismo. Especialmente de ti mismo. ¿Por qué? Porque el orgullo solamente acepta y estima un yo magnificado, falso, enaltecido fraudulentamente. Pero menosprecia, odia y rechaza el yo real con sus limitaciones, sus finitudes y sus pecados. De hecho, toda la dinámica del orgullo se sintetiza en un huir de la realidad y, pot tanto, en un abrazarse con la tenebrosa angustia de la nada. Simplicidad En el hombre existe el deseo. Un deseo fuerte y a veces hiriente. Un deseo que hoy puede llevarte hacia el blanco y mañana hacia el negro. Se pasea por la conciencia desgarrándola a menudo con una versatilidad caprichosa y anárquica. Existe la atracción hacia la santidad y la atracción hacia el egoismo enlodado y perverso. Pero Dios exige simplicidad y harmonía. Hace falta un combate de la naturaleza y de la gracia para llegar a este estado. No puede anularse ni lo diverso ni lo múltiple. Pero se ha de instaurar la paz en la unidad de todas las diferencias hacia un objetivo común: la gloria de Dios, el amor al otro. Llegar ahí es la plenitud de la alegría, de la alegría que Cristo predicó por lo caminos de Galilea y Judea. Austeridad Toma lo que necesites. Sin embargo, no te dejes encadenar por la caricia seductora del lujo, del comfort, de la comodidad. El trabajo, el esfuerzo, la lucha noble en favor de aquello que es mejor te abrirán las fuentes de la alegría y de la libertad. Vencerás así la melancolía, la pesantez, la tristeza. Quiere ser el amo de ti mismo. Serás rey si dominas el instinto y el deseo, la emoción y el pensamiento. Pero que tu realeza siga la de Cristo. Que tu soberanía no te haga ni cruel, ni áspero ni intolerante. 2 Crecimiento. El hombre es crecimiento. Un crecimiento ininterrumpido.Crece siempre, si es fiel, en la dimensión de la luz y del amor.Toda edad y toda circunstancia tienen sentido y dirección. El infante, el joven, el adulto, el anciano, todos son peregrinos hacia un más allá de la situación actual. El hombre es trascendencia. Por eso es antihumano detenerse, creerse ya realizado o acabado. La esperanza acompaña siempre la condición humana. El viejo, como el joven, ha de abrise a horizontes inéditos de gracia y de vida. En sentido profundo, no hay decrepitud para el hombre auténtico. Dios trabaja con ilusión ennobleciendo el corazón tanto del enfermo terminal como del infante de sonrisa ingenua. Todo está en progreso, si la mano negra de la culpa no ahoga el gran movimiento de la vida hacia su encuentro con la plenitud de Dios. Integridad La vida cristiana es dulce. Básicamente no es áspera. De toda ella mana la unción suave del Espíritu. Pero la vida cristiana exige la oblación de todo el corazón. Como enseñan los profetas, Dios quiere contigo una comunión de esposo y esposa. No le puedes rehusar nada. Recuerdos, emociones, anhelos, proyectos, deseos e ilusiones … Todo ha de ser polarizado e imantado hacia Dios. Tu consagración al Señor ha de ser, por tanto, integral, profunda, definitiva. Solamente en este plano, te será posible experimentar la paz de Dios y la dulzura de Cristo, que nos abre, ya desde ahora, la puerta de la eternidad. Actividad-pasividad La vida espiritual, evangélica, tiene una base humana. Es decir, es espiritual y es carnal. Pertenece a un tiempo y a unas circunstancias. Por eso los estados de ánimo, las emociones, el impacto del mundo, siempre en pleno flujo y cambio, crean situaciones diversas y contrastadas. Entonces no es posible, en este horizonte, querer mantener un dinamismo de respuesta siempre fijo y uniforme. Trabajo y descanso, fuerza y ternura, aceptación y rechazo … tendrán que ir alternándose harmónicamente al compás de la horas y de los acontecimientos. En el fondo, sinembargo, ha de permanecer en ti el poso claro y diáfono de una paz amorosa y de una caridad lúcida. Es la tranquilidad encendida de las aguas profundas. Allí reina Dios, siempre dispuesto a dirigir con abanderada sabiduría tanto tu actividad como tu pasividad. Abandono La energía más fuerte, más radical, más extrañable de toda la realidad es el ser. El ser es aquello que hace que una cosa sea. No simplemente que sea esto o aquello: una rosa o un roble, un caballo o un hombre, sino que hace que simplemente sea, que sea sapaz de vencer la pasividad y la negatividd radicales 3 de la nada. El acto de ser, entonces solamente puede brotar como la flor más bella y gratuita, de las mismas manos de Dios, que se nos presenta como la fuente, la raiz y la mina de toda la creación. Delante de él, único acto de ser puro e infinito, solamente no cabe el abandono y la confianza sin límites. En efecto, todo puede esperarse de aquel poder omnipotente, que ha convertido la noche caótica y helada de la nada en un cosmos de luz, de amor y de vida. La muerte Es preciso ver la muerte como “la hermana muerte”. Así la veía y la saludaba San Francisco de Asís. Al nacer ya comenzamos a morir. El organismo es finito. Envejece inexorablemente. Además, pueden venir traumatismos crueles, impensados, imprevistos. Siempre podemos morir. Siempre estamos muriendo … Es importante aceptar la realidad de la muerte. Santa Teresa de Jesús se dio cuenta con lucidez y perspicacia que solamente el que ha aceptado la muerte puede vivir el gozo de la existencia. Es preciso, por consiguiente, que mates tu miedo a la muerte. Entonces nacerá en tu corazón profundo la luz gozosa de la verdad. Descubrirás que eres peregrino privilegiado, que caminas rápido y esperanzado, sin añoranzas ni temores, hacia Jerusalén, la Ciudad Santa, donde te esperan Dios y sus santos para celebrar la gran fiesta de la eternidad. Conocimiento y amor Inventariar las cualidades y los defectos del otro es reducirlo a objeto, máquina, cosa. Es condenarse a desconocerlo. Solamnete la unión en el amor y en la simpatía nos puede abrir el área del verdadero conocimiento del hermano. De hecho, el amor ha de entrar en una teoría englobante del conocimiento, de la epistemología. Amor y verdad van unidos de tal manera que Tomás de Aquino llegó a afirmar que el conocimiento de la verdad se da por el ardor de la caridad: Per ardorem caritatis datur cognitio veritatis (In Joannis Evangelium, V, Lect. 6,6). Esperanza El Evangelio es una expansión de la esperanza. El ateo camina hacia la muerte, la nada, la destrucción. El creyente corre hacia la plenitud, la luz, el amor. Por eso el no creer es enervamiento, melancolía, tristeza. Le falta la juventud de la esperanza. La fe, en cambio, es fuerza, entusiasmo, alegría. El horizonte de la eternidad da sentido y fundamento a todo su esfuerzo, a todo su sufrimiento, a todo su deseo siempre más extenso, siempre más luminoso, siempre más unido a la serenidad y a la paz del Dios vivo y transformador. Miedo Los grandes maestros de la espiritualidad siempre han denunciado el obstáculo que impide el creciemiento en la vida del Espíritu. Es el miedo. Miedo a 4 la cruz. Miedo al esfuerzo a abrise a lo inédito. Miedo a la libertad. No se tiene la suficiente confianza para subir a la cruz con Cristo y se queda sin llegar a la resurrección. La entraña del Evangelio Cuando se reduce el Evangelio a una moral, la vida cristiana se convierte en rígida, incluso dura y áspera. Pero el Evangelio no es un código de imperativos éticos. El Evangelio es la apertura del corazón a un amor gratuito, que Dios nos manifestó en su Cristo. El Evangelio, por ende, es el ofrecimiento de una alianza, de una amistad, de un diálogo. Este amor es transformador. El cara a cara con el Padre crea al hombre nuevo. Este hombre regenerado por el Espíritu, convertido en imagen y semejanza del Señor Jesús, si que encarna su ser cristianizado en obras de misericordia, de justicia, de amor y de solidaridad. Es así cómo son los frutos de un enamoramiento profundo y sólido que desparraman por todas partes las chispas encendidas de la alegría, del entusiasmo, de la reconciliación, de la esperanza y de la paz. Novedad El grita, el otro también. El critica, difama, calumnia. Golpe contra golpe. Odio contra odio. Hiel y venganza. Corazones amargados de odio, de tinieblas y de noche. Es el drama de muchas personas, de muchos pueblos y de muchas naciones. ¿Cuál es el remedio? La novedad. La creación. A la luz del Evangelio hace falta construir una nueva atmósfera, un firmamento nuevo, una mirada nueva. Es preciso transformar la frialdad en sonrisa. La dureza en benignidad. La indiferencia altiva en solidaridad de hermano. Enfermos Aquellos dos hombres miraban en son de súplica. La enfermedad se reflejaba en sus ojos, en su rostro, en su voz débil, ronca, alterada.Necesitaban ayuda, les faltaba alguien, pedían comprensión. ¿Lo mejor para ellos? Una mirada cálida. Una presencia discreta, comprometida, fraterna. Después … Todo cambia. La enfermedad persistía, pero la soledad angustiosa desapareció. La alegría se dibujó brevemente en los ojos enfermos, en la cara amarillenta … Finalmente también regresó la salud. Volvió a iniciarse la vida de cada día. Pero ya todo no era igual. Había nacido una relación de fraternidad. Una comunión más intensa y más gozosa. Cristo había renacido en el pesebre del amor fraterno. Parálisis En un cruce cualquiera de la vida, puedes encontrate paralizado. Se reseca el dinamismo de tu libertad y de tu amor. El enervamiento puede brotar como una 5 onda gris y viscosa de las hondonadas de la duda, de la pesantez, del enojo, de la sospecha, de la depresión … Delante de esta enfermedad del alma, tu espíritu ha de reaccionar de manera enérgica, luminosa y fuerte. Estás llamado a la acción, al trabajo, al crecimiento. No te faltará la ayuda del Señor que volverá a encaminar tus pasos hacia los parajes amplios y soleados del gozo, del vigor y de la libertad. Luz de verdad La humildad es una virtud dulce. Te ilumina con la luz de la verdad. Por eso te hará libre. Romperá el yugo de la envidia, del miedo y de la soledad. Te permitirá ser, agradecidamente, tu mismo. Por eso te capacita para el encuentro con Dios que busca tu verdadero rostro para transformarlo a imagen y semejanza de Cristo. Transformación Tu no te puedes hacer santo. Solamente Dios te puede transformar con su luz y con su amor. Ellos te harán ver que eres un “simple pecador”, pero elegido, y estimado por Aquél que es la omnipotencia soberana en el amor y la ternura. Obediencia de la Virgen Hubo un ser totalmente humilde. Un ser que supo desaparecer en un mar de obediencia. Por eso el Espíritu pudo formar a Cristo en su corazón plenamente transparente y claro. Liberación La relajación y la pacificación profundas, las regala la humildad. Ella te libera de la mentira.Te hace caer las máscaras que ahogan la respiración de tu libertad y de tu amor. Por eso el humilde es el hombre de la comunión con Dios y con los hermanos. Profundidad Desciende a la profundidad sin fondo del ser divino. Sumérgete allí escondido, silencioso, confiado. Todo orgullo será hundido, todo recelo borrado, toda angustia anulada. Entonces experimentarás el gozo dulce y calmado del hombre nuevo creado por el fuego amoroso del Espíritu de vida y de verdad. De corazón dulce Alguien ha afirmado que “el Corazón de Jesús es todo Jesús” porque Jesús es todo corazón”. Si, no hay duda. Jesús es un corazón benévolo y humilde, dulce 6 y misericordioso. Si quieres ser amigo de Dios, es preciso que tu también seas: “todo humildad, misericordia, dulzura y benevolencia”. Maleable Si quieres entrar en el misterio de Dios, si quieres ver su luz y ser transformado por su Espíritu, necesitas profunda humildad, tan profunda que llegues a ser tan maleable como la misma nada del instante virgen de la aurora de la creación. Cristo ha vuelto a la tierra Es posible que ante unas circunstancias, de unos problemas, de unas injusticias … hayas pensado que sería bueno que Cristo volviera a la tierra. Su luz, su palabra, su amor, su paz … podrían poner orden en el desbarajuste del mundo. Pero, de hecho Cristo ha vuelto a la tierra. Ha vuelto cuando las aguas bautismales, fecundadas por el Espíritu te han injertado en la vida del Señor del mundo y de la historia. Ahora, en tu concreción, en tu familia, Cristo eres tu. Los otros tienen el derecho, y tu el deber, de encontrarlo en tu acogida, en tu solidaridad, en tu plegaria y en tu amor. Renuncia A menudo se habla de renuncia. Pero se puede caer en una trampa. No toda renuncia es buena. Y no es buena porque no se renuncia del todo. La estructura del corazón humano está construída de tal forma que solamente puede renunciar a un amor por un amor más grande, solamente puede abandonar un bien por un bien mejor. Si no es así, el corazón humano enferma de añoranza. En el límite, lo que el corazón del hombre busca necesariamente es el máximo bien. Su capacidad, en efecto, es infinita. Los santos se han dado cuenta de ello y han comenzado una carrera a todo dar para llenar su vacío existencial con el máximo y absoluto bien: el mismo DIOS. Por eso los santos son los hombres más felices. Riqueza Serás más rico cuanto menos desees. Si no deseas nada, lo tendrás todo. Nada y todo, muerte y vida, vacío y plenitud. He aquí una paradoja fundamental vivida con pasión por todo corazón iluminado por el resplandor del Evangelio, llevado a cabo por la dulzura de las bienaventuranzas. Rompe, entonces, la cadena de todo deseo que busque aferrarse a algo más bajo, más pequeño, menos noble que el mismo Dios. Entonces gozarás de la riqueza más pura y más elevada: la riqueza de la libertad. 7 Reacción Te han comunicad una noticia dolorosa. Tu horizonte se ofusca. Niebla, pesadez, tristeza … ¡Reacciona! Comtempla la realidad con una mirada lúcida. Con integridad. El sol de Dios brilla por encima de los truenos, los relámpagos y la nuvosidad. Arraigate en su presencia. Está a favor tuyo. El da fuerza a tu brazo, da aliento a tu coraje, alegra tu melancolía. Su paz te hará descubrir la ruta de acceso a la salida, te hará ver que el dolor y el esfuerzo, aceptados y estimados en Cristo, son aurora de resurrección, bocanada de vida nueva, parto de gloria y santidad. Legalismo “Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que hacéis la ceremonia de purificar vasos y platos, y después no tenéis escrúpulo de comer en ellos cosas robadas y embriagaros” (Mt 23, 25). Jesús habla claro. La religión oficial está controlada por un colectivo de maestros de la Ley y de fariseos que la deforman, la desnaturalizan y la degradan a un conjunto de ritos y de ceremonias estériles, absurdas e inoperantes. Dentro de este clima, el romano egoísta en su altiva soledad, el corazón de piedra en su parálisis fría y mineralizada, incapaz de vida, de amor o de comunión. El hombre continúa prisionero y encadenado en su exilio, alejado de Dios y abocado a la muerte como a un final trágico de su carrera por los caminos del tiempo y de lo finito. Jesús es la luz, la vida, la resurrección. Es la presencia de la eternidad encarnada en medio de los hombres. Es la referencia definitiva del designio salvador de Dios. Por eso el hombre ha de arrancarse la máscara de la hipocresía. Ha de vitalizar la anemia de un culto vacío y embustero. Ha de convocar a un pueblo de hombres nuevos, capaces de iluminar al mundo con el fuego de la palabra del Dios vivo y transformador. Con sus obras. Con su doctrina, con su santidad, Jesús se presenta como el primero de este nuevo orden de valores, de este pueblo regenerado por la acción poderosa del mismo Dios. Pero la victoria de Jesús no ha sido fácil. El viejo se resiste a morir, el error rehuye la luz de la verdad, el amor a sí mismo se horroriza de tenerse que abrir y darse en la clarinada liberadora del amor oblativo y fiel. Las aguas ennegrecidas del mal crucificaron a Jesús. Pero, la sangre que se cuela por sus heridas abiertas es la aurora del mundo nuevo, la potencia invencible de la verdad que destruye la mentira, el sol vivificador del amor que conecta a todos los hombres de buena voluntad en la hermandad luminosa de un solo corazón y de una sola alma. 8 Autoestima Menospreciarse es pecado. Es un olvido de tu ser profundo. Eres imagen y semejanza del mismo Dios. El Altísimo, complacido, reposa con fruición su mirada eterna sobre ti. Eres una obra privilegiada de su creación. Eres el fruto precioso de la sangre de su corazón en la acción dramática de su redención. El olvido, el menosprecio, la burla de los hombres, son incapaces de fundir la alegría de quien vive arraigado en la luz de la fe. Regreso Es posibole que tu fidelidad se haya roto. Es posible que la culpa haya herido con una oscura puñalada tu ser hijo de Dios.. Vives en el exilio, en el frío de la soledad y de la añoranza. Pero Dios, ¿no ves? Te está buscando con pasión. Eres su tesoro. Te “necesita” para llenarse de gozo, para vestirse de fiesta, para ser plenamente feliz. ¿Por qué demoras tu regreso? Es la desazón de todo un Dios que puedes calmar. El todo y la nada Serás más rico cuanta menos ambición tengas. Si tu ambición llega a la cota de la nada alcanzarás la pobreza del espíritu evangélico. Entonces, se te dará todo gratuitamente. Dios habitará en el templo de tu corazón llenándolo con el gozo infinito de su libertad, de su amor y de su entrañable ternura. El fundamento Si piensas con profundidad, es posible que te extrañes que tu, las montañas, los árboles y los cometas existís. Personalmente, a lo menos en un cierto grado de reflexión, encuentro más natural que reinara la nada que no el ser. Pero hay el ser. Es evidente. Brilla el sol, crece la rosa, sonríe el infante, agoniza el moribundo … El conjunto del ser, harmonía sagrada y profundamente misteriosa, la siento, la veo y la contemplo como una resurreción ininterrumpida y fascinante. Es el ser mismo que, por una decisión de libertad infinita y por un acto de potencia soberana, se levanta victorioso del sepulcro helado e infecundo de la nada. Este nacimiento original es la firme e indeleble garantía del sentido de la vida y de la misma muerte. El ser es, entonces, el fundamento que nos lleva y que nos dinamiza. Es el mismo Dios, acto maravillosamente “intensivo”, que engloba de manera “inminente” toda la riqueza, toda la verdad, todo el amor y toda la vida que se despliegan en la evolución del cosmos y en la dramática de la historia. 9 El espejo, la ventana y el sol El hombre necesita un espejo. El hombre tiene que conocerse a sí mismo. Es preciso que sepa sus tendencias, sus posibilidades, sus defectos … Pero el hombre necesita también una ventana. El hombre está en relación. Es un ser abierto al mundo y a los otros. Los tiene que tratar, estimarlos, conocerlos. Sin relación no hay humanidad. Además hace falta el sol, la fuente de la vida, de la luz y del amor. Sin la cálida brillantez de Dios, verdadero sol, el hombre y el mundo se convierten en opacos, oscuros, enigmáticos. Se transforman en el laberinto tenebroso del ser, donde el hombre se agita, ciego, en la fugacidad del instante presente, teniendo como única seguridad su nada del pretérito y su nada del futuro, que inexorablemente se acerca amenazante. Pobres hasta el espíritu Si quieres ser discípulo del Evangelio tienes que ser pobre. Pero no es suficiente que carezcas de recursos. Tienes que estimar la pobreza. Tienes que estimarte en tu indigencia. Tienes que aceptar de buen grado que tu solo no te puedes salvar. Ni tu sabiduría, ni tu poder económico, ni tu justicia, ni tu santidad son suficientes para que alcances la salvación. Cuando hayas reconocido lúcidamente esta realidad profunda y la hayas abrazado con amor agradecido, entonces serás pobre hasta el espíritu. En este instante de gracia, Cristo te cubrirá con su luz, te hará resplandecer con su gloria y te contará entre sus elegidos. El endemoniado En el territorio de los geracenos (cf. Mc 5,1-20; Lc 8,26-39) vivía un endemoniado (según Mt 8,28-34). Estaba encerrado en la soledad. Le ahogaba la angustia, la desazón, incluso la misma rabia. En su interior se había desarrollado un dinamismo de autodestrucción. Siempre, de noche y de día, iba por los sepulcros y por las montañas, gritando y dándose golpes con piedras. (Mc 5,5) Los esfuerzos de los hombres para curarlo habían fracasado. Repetidamente había roto cadenas y troceado grilletes. Súbitamente se encuentra cara a cara con Jesús, Dios hecho carne y sangre. La primera reacción es de rechazo. Rehuye su salvación. Pero, pese su resistencia altiva, la misericordia del Maestro galileo le salva. El endemoniado se pacifica profundamente, convive amigablemente con los otros y se abre a la comunión con Dios. La dramática de este hombre es el paradigma, el ejemplo y la concreción del infierno que de alguna manera todos llevamos dentro. Soledad, alejamiento de los otros, odio a sí mismo, olvido y negación de Dios. Cristo anhela bajar al abismo de este infierno. Quiere plantar ahí la plenitud de harmonía y de paz, de amor y de 10 alegría que empapan su alma y su corazón. La felicidad, entonces, es posible, si sabemos acogerla como un don. Solamente nos hace falta la confianza del infante amorosamente abandonado a los brazos de su madre. Paz profunda Quieres gozar de paz estable. Quieres la paz incontrolable de las aguas profundas. Despojado de todo deseo, de toda ambición, de todo capricho. Sigue radicalmente pobre. Tu única riqueza, tu tesoro preciado, tu perla escogida solamente puede ser, como Jesús, la voluntad del Padre. Aceptarla con gratitud y decisisón particulares, sí tiene la forma, el gusto y la aspereza de la Cruz gloriosa de Cristo. Emaús (Lc 24, 13-35) Los dos discípulos caminan abatidos. La tristeza se ha apoderado de su corazón. Se ha amortiguado la primavera de las esperanzas. Hace tres días que el supuesto Mesías, liberador del pueblo, ha muerto en medio de una lluvia de escarnios, de burlas y de menosprecio. En estos momentos de depresión, las palabras del Maestro, sus milagros y prodigios, el testimonio de las mujeres, que para entoces ya anuncian que el sepulcro está vacío y repiten el mensaje angélico de la resurrección, todo esto no tiene suficiente fuerza para levantar la pesada losa, que sumerge la conciencia de los discípulos en un mar de aguas negras, amasadas con amarga tristeza y de helado desencanto. Sencillamente es la hora de la derrota, de la huída vergonzante, del silencio propio del desaliento. Durante el camino, se les acerca un forastero, Cleofás, uno de los dos, le explica la muerte de sus esperanzas y la pesadez de su desengaño. La respuesta del forastero es sorprendente. Los azota con un reproche con palabras directas. Denuncia su dureza de corazón, su indecisión en creer en el mensaje profundo de las “Santas Escrituras”: ¡Sí que os cuesta entender! ¡Qué corazones tan indecisos en creer todo aquello que habían anunciado los profetas! ¿No tenía que padecer todo esto, el Mesías, antes de entrar en su gloria?” Este reproche comenzó a hacer abrir en el corazón de los discípulos un amanecer de luz nueva. El forastero sigue hablando, desgrana con convincente lucidez la exposición más autorizada que jamas se haya podido dar de las Escrituras. Moisés y los profetas ya han dibujado el auténtico rostro del Mesías. No un simple libertador político, un César victorioso y triunfante, sino un siervo de Dios sufriente, humilde, dulce, que redime al pueblo del pecado y de la muerte con su sangre. El corazón de los discípulos se ilumina, se calienta, prende un soplo de vida. “¡Quédate con nosotros!” es el ruego sincero, que sale de su corazón, cuando Jesús se dispone a dejarlos. No les es posible perder la dulzura de aquella palabra, ni el calor de su compañía. En el interior de la casa, se inicia una comida íntima y fraterna. Jesús toma el pan, dice la bendición, lo parte y se lo da. ¿Cuántas veces los discípulos lo habían visto hacer este gesto antes de comer, o en ocasiones solemnes como en la multiplicación de los panes y sobre todo en la “última cena”? En ese momento se 11 les abren los ojos, todo se hace claro. “Si, es el, el Maestro, el resucitado, el vencedor del pecado y de la muerte”. La alegría de Pascua irrumpe en el corazón de los dos discípulos: Jesús desaparece, pero su Espíritu ha penetrado en ellos hasta lo más profundo. Imposible de detener esa alegría sin anunciarla, comunicarla y encenderla por todas partes. Regresan a Jerusalén, donde su goce pascual se funde y se multiplica con el de los Apóstoles, que también han recibido el anuncio gozoso de la Resurrección de labios del mismo Simón Pedro. Así fue cómo se encendió la esperanza de Pascua. Cristo resucitado resucita la fe de los discípulos, la fe de la Iglesia. Y a ti, cuando la prueva te visite, cuando la angustia ahogue tu pecho, cuando te parezca que el fracaso y la frustración se han apoderado definitivamente de tu existencia, Cristo de Pascua con su resplamdor de eternidad victoriosa te enseñará que tu muerte es vida y tu cruz fuerza y prenda de resurrección. Amor Dios te ama. Dios quiere tu bien. Tu verdadero bien. Un bien que sea capaz de llenar tu vacío, de pacificar tu angustia, de darte vida, luz y felicidad duraderas. Pero, no es un bien fácil. Se llega por el camino de la cruz. Es preciso romper egoismos, resentimientos, envidias, servilismos. Es el camino de la libertad. El Decálogo define perfectamente su trazado. Se resume todo él en una sola palabra: amor. Recoge esta palabra con veneración. Entiérrala en el cuarto más íntimo de tu corazón. Es la levadura divina que transformará todo tu ser para hacerlo apto para ser una imagen viva del mismo Dios, que precisamente se define diciendo: “soy el amor”. El placer de la tristeza. Existe la posibilidad de gozar de la tristeza. Es posible hacer amistad con la amargura. Puede agradar vestir el pensamiento, el recuerdo y la fantasía con los velos de la niebla, con los colores grises de la melancolía. La negatividad puede volverse dulce e incluso seductora. En este clima, sin embargo, el corazón se baña en unas aguas que apagan la vida y matan el amor. El hombre casado con la tristeza entra en el desierto. El mundo y los otros se hacen lejanos. La admiración o el enamoramiento no pueden atravesar los espesos muros de la isla de su corazón. Es un solitario. Más claramente: un egoísta prisionero de un malévolo placer que le enerva y esteriliza. Le es preciso el gozo suave y profundo del Espíritu. Tiene que dejarse penetrar por la brisa sutil y penetrante del amor divino que transforme, desde la raiz de su orgullosa soledad, en comunión fraterna. Entonces agradecido y gozoso, aprenderá la lección fundamental: solamente dándose puede poseerse; solamente ofreciendo amor a los otros se puede alcanzar su plenitud y su salvación. 12 Felicidad crucificada El Evangelio es buena noticia. El ser divino queda lleno de alegría. Dios nos llama a participar en ello con plenitud. Por eso ha plantado en nuestro corazón el deseo de la felicidad. Querer borrarlo, aunque sea con la falacia de un amor puro totalmente desinteresado, es instaurar un anticristianismo que es doblemente antihumanismo. El hombre ha sido creado para la felicidad. No alcanzarla es caer en la frustración. Por eso Pablo podía mandar con toda razón a los de Tesalónica: “Vivid siempre contentos” (Tes 5, 16) Siembargo, se alza en la existencia la sombra del dolor, del mal, de la cruz. Es evidente. Pero el cristiano maduro ha integrado en su vida el drama del Viernes Santo. Es más: planta en medio de su existencia el arbol de la cruz. Sabe que esta es la presencia de Dios en el misterio. Ella es la garantía suprema que el cristiano se ha convertido en ícono de Cristo. En su oscuridad y en su ignominia, la cruz tiene toda la luz y toda la gloria de la resurrección. El que la ha abrazado con amor agradecido vive ya desde ahora el gozo de los resucitados. Con el Maestro y con sus Santos está intronizado a la derecha del Padre. (cf. Ef 2, 6). Y como Juan el Teólogo, llega a comprender la paradoja fundamental: la crucifixión es el tiempo de la resurrección. Triunfo fundamental Un instante del reinado de la nada implicaría una eternidad de soledad absoluta. Pero no es así. Estás en el reinado del ser, lo que implica una eternidad de presencia. Te conoces, te amas. Lo haces envuelto, sostenido e impulsado por la acción triunfante y maravillosa del ser. En el principio, en el ahora, mañana, está, entonces, la victoria exultante de Dios sobre aquello que aniquila, disgrega, mata. Eso tiene que darte plena confianza. La fuerza divina te hace ser, actuar, superarte. Tus posibilidades son, por tanto, ilimitadas. Estás hecho para Dios, para conocerlo, para amarlo, para servirlo, para gozarlo. No toleres que nadie reprima tu empuje hacia esta totalidad. No dejes encoger tu capacidad de vivir una amistad amorosa con el eterno. No te dejes encadenar por el oscurantismo malévolo de quien quiere doblar tu cabeza para que sólo conozcas, ames y esperes a quien está debajo del firmamento. Eres capaz de infinito, tu mirada puede penetrar la entraña de la realidad, puedes conocer y, por tanto, amar verdades absolutas, liberadoras.Tienes como ícono y garantía palpable de este tu ser, gande y libre, la palabra, vida y persona de Cristo, Dios hecho hombre. Él ha bajado desde las alturas de la divinidad, se ha hecho tiempo y se lleva triunfante la naturaleza, el hombre y su historia, a la derecha del Padre para darles consistencia de eternidad. El, tu creador y tu redentor, es la imagen y la semejanza de tu verdadero yo. Ve, pues, cantando himnos victoriosos, invita a los hombres, tus hermanos, a participar de tu inmarcesible felicidad. 13 La realidad del instante Buscas la intimidad con Dios. Quieres la santidad. Tu deseo es encarnar el misterio de Cristo. Es fácil. Está a tu alcance. Es preciso solamente abrazar con amor, con intensidad y con acción de gracias, la realidad. ¿Cuál? La de este instante, la de este día, de esta circunstancia. No importa que te abrigue la niebla de la ira o la luz del entusiasmo; la amargura de la derrota o la llama del triunfo; la depresión de la enfermedad o la plenitud luminosa de la salud. Todo es positivo, si lo aceptas como un don de Dios. Come y bebe, pues, la realidad de cada instante; aquí encontrarás lo que tu deseo busca con empeño y con anhelo indecibles. Renovación Crees que el mundo es malo. Las amistades inseguras, problemáticas. En tu horizonte gana lo negativo. El sol se apaga y se desvanece el sentido, el empuje, el amor y la ilusión. ¡Transfórmate! Cambia tu corazón, limpia tu mirada, busca el bien, da comprensión. Haz compañía al que está solo, sigue solidario, prudente y razonable. De tu corazón nuevo nacerá el mundo renovado, la sociedad fraterna, el triunfo de la comprensión, el amanecer de la ternura. “Silentes loquuntur” “Los muertos (Silentes por antonomasia) hablan”. Paseando por los corredores silenciosos de su hospedaje. Escucha su voz grave, íntima y suave. Te dirá las cosas esenciales. Ellos saben cual es la categoría y cual es la anécdota. Saben valorar el tiempo y la aternidad. Te guiarán hacia la paz del corazón, el gozo del alma, el calor de la comunión. Su magisterio, pero, se resume en esta sentencia: solamente vale el amor, el resto es vanidad. Necesidades distintas El hombre mundano necesita, para ser feliz, cetro y corona. El hombre de Dios tiene suficiente –y aún le sobra- con la simplicidad de una escoba. El secreto de los santos La llave de la felicidad es vivir un gran amor. Un amor que te haga dulce al más grande sacrificio. Es el secreto de los Santos. El secreto de aquéllos y aquéllas que se han arraigado en la paz inquebrantable, porque el gozo de su amor sereno y profundo quema con la madera ensangrentada de la cruz de Cristo. 14 La adúltera (Jo 8, 1-11) Jesús no tiene pecado. Ha venido para liberar al hombre de la culpa, de la esclavitud de las pasiones desenfrenadas, del odio, del absurdo, del desamor. Jesús es la esperanza del pecador, del maldito y del menospreciado. Jesús, pues, no es la muerte del pecador. Es el “camino, la verdad y la vida” que abre el horizonte luminoso de la salvación, del sentido, de la vida eterna. Todo el que haya acudido a Jesus, por hundido que esté, recobra la esperanza, su existencia se rejuvenece y comienza a caminar hacia un nuevo futuro, iluminado por la paz, el gozo del mismo Dios. El hombre santo es el hombre libre, en cambio, el hombre prisionero del pecado es el hombre herido por la muerte, envenenado por el odio, amargado por una profunda e invencible frustración. Este hombre entonces no puede sembrar la vida, ni abrir caminos de esperanza liberadora. Lleva la guerra y la destrucción en el corazón. Por eso los Maestros de la Ley y los Fariseos no perdonan a la adúltera y buscan, en profundidad, la muerte y la perdición del mismo Jesús. Proyectan el veneno de su pecado en el otro y lo quieren destruir sin piedad ni misericordia. Siembargo el Maestro, les descubre su verdad, su hipocresía, su maldad. Y comienza un retroceso vergonzante. Quedan solos Jesús y la mujer: “misera et misericordia”, ”la miserable y la misericordia”, como describe con perspicacia San Agustín. “¿Nadie te ha condenado? Nadie, Señor. Yo tampoco te condeno. Vete y de ahora en adelante no peques más.” El amor ha fundido el pecado. Ha nacido una vida nueva. Una hija de Dios se llena de esperanza, comienza a vivir con plenitud, con mirada límpia, con corazón puro, con gozo y alegría en el alma. Es el milagro del perdón. Es el milagro del Evangelio que transforma al hombre esclavo del pecado en hijo de Dios, creado de nuevo a imagen y semejanza del mismo Cristo. El deseo como portal de la plenitud El hombre es el ser del deseo. Nuestro deseo nos proyecta hacia la plenitud. Somos los peregrinos en ruta hacia la fuente de la vida, del gozo y de la felicidad. Nuestro destino es absoluto en amor y en verdad solamente presente en el mismo Dios. A lo largo de este peregrinaje, siembargo, nos salen al encuentro una multitud de pedidos, de espejismos, de aferramientos de mala ley, que quieren hacernos instalar nuestra tienda en lo relativo, en lo provisional, en la vanalidad. Si cedemos, nuestro deseo se degrada. Con sed insaciable se lanza a llenarse de placeres, de prestigios y de riquezas, que disfrazan y palidecen la frustración fundamental donde ha caído. El hombre, que sigue este camino puede llegar a poseer muchas cosas. Pero, de hecho, no posee nada. Son las riquezas, que lo poseen a él. La nada reina en su corazón clavándole en su corazón un puñal de angustia gris y terriblemente estéril. 15 El mundo pasional El hombre tiene pasión. El hombre se conmueve, experimenta emociones. A veces se entristece, otras veces se alegra; palidece por el miedo, se esponja por el amor. Estas pasiones pueden sacudirlo intensamente. La fuerza pasional es profundamente humana. Es imposible desterrarla o decapitarla del corazón del hombre. Pero, estas energías son ambíguas. Pueden ayudarlo a escalar la montaña de la santidad o hundirlo en el abismo del vicio más repugnante o de la depresión más malévola. Es preciso reconocerlas, aceptarlas, orientarlas. El santo es el hombre de las pasiones más intensas, pero pacificadas, integradas, harmonizadas. En él se reconcilian el ardor de la pasión más impulsada y la paz en calma y lúcida de la eternidad. Por eso es el ícono del hombre regenerado, nacido de nuevo en Cristo Jesús. La agitación Dios no estima la agitación. Da tiempo al trigo para que de su grano, a la rosa para que florezca, al hombre para que vaya convirtiéndose en santo. Todo tiene un tiempo y un espacio. Todo camina a su término al paso de la paz de Dios. La agitación rompe el ritmo divino de la naturaleza y de la historia. Por eso la agitación es la madre del desbarajuste, de la ansiedad, de la riña y de la intolerancia. La razón profunda de esto es que la agitación tiene como padre al orgullo. Un orgullo oscuro que se ignora a sí mismo. Pero un orgullo tenazmente soberbio que desea hacer y ser más de lo que Dios ha dispuesto en su sabiduría y en su amor. Por eso el hombre agitado ni encuentra la paz en su corazón de aguas enturbiadas, ni puede sembrarla en el corazón de los amigos que le rodean. Padece la triste enfermedad de la soledad, del alejamiento morboso de si mismo y de los otros. Estimar Teresa Martín, la Santa de Lisieux, decía que “estimar es darlo todo y darse a sí mismo”. Esto pide libertad. Un profundo desaferramiento de todo lo que tienes. Un profundo desaferramiento de ti mismo. Así, pues, si quieren encontrar la joya del amor, libérate. Rompe y rompe grilletes y cadenas, avanza sin miedo mar adentro, y en la desnudez del “pobre hasta el espíritu”. Dalo todo, libérate a ti mismo. Entonces, canta y baila la alegría del amor, patrimonio exclusivo de los hombres libres. Transparencia María es grande. Su grandeza le viene de su humildad transparente. Te acercas a la Virgen y encuentras a Dios. ¿Dónde está María? Ha desaparecido en 16 el abismo sin fondo de la humildad más pura y más resplandeciente. Por eso, el Espíritu ha podido transformarla de gloria en gloria a imagen y semejanza del mismo Dios. Encarnación La Virgen es visitada. Es visitada por la palabra de Dios, que resuena en su corazón procedente de Gabriel, el Arcangel. La Virgen escucha atenta con docilidad. Esta audición es tan dócil y tan atenta, que la Palabra puede tomar carne y sangre en su sí virginal. María se convertía así en modelo y patrón para todo discípulo de su Hijo. Desde entonces, todo bautizado tendrá que escuchar la Palabra, estimarla, obedecerla, encarnarla y, después, darla a los hermanos, los hombres, con gozosa y fraterna compartición. Visitación María sube con deleite a la montaña de Judá. Cristo vive y crece en su si virginal. Ella es la nueva y definitiva “Arca de la Alianza”, sagrario viviente, aurora de rayos luminosos de gracia y de salvación. Va a dar un abrazo fraterno de ayuda y de felicitación. Su prima anciana, llamada Isabel, está preñada por un don de Dios. La alegría estalla en el instante del encuentro. Isabel, llena del Espíritu, loa con voz fuerte y entusiasmada a la Madre del Salvador. María entona su más bello cántico para celebrar a Dios que derriba la soberbia y ensalza la humildad. Es un cuadro iluminado, dominado por el Espíritu, que nos transmite un mensaje eterno. Evangelizar, anunciar la “buena Nueva”, es llevar a Cristo en el corazón, correr rápidamente hacia el hermano necesitado y ofrecerle al Salvador, con gestos concretos de caridad solidaria, en un clima de intenso gozo del Espíritu y de entrañable y sincera comunión fraterna. La escuela de Cristo El hombre que ha sido sumergido en las aguas bautismales es otro Cristo. En sus venas circula la savia de la vida divina. Su ser y su acción son crísticos. Un hombre así ha hecho suyo el programa del Reino resumido en las Bienaventuranzas. Por eso se define por esas líneas de conducta que brillan con el ardor del fuego en su corazón profundo. Ha renunciado a todo tipo de orgullo y a toda prepotencia para convertirse en pobre, dulce y acogedor. Como Cristo, busca el consuelo de Dios para que seque su llanto y consuele su alma. Quiere ser justo con la justicia divina. Por eso pide que la humildad del Maestro ame su palabra y su acción. 17 Sabe que no es una isla separada. Es un hombre de comunión. Los sentimientos, las esperanzas y los dolores de los hombres son sus sentimientos, esperanzas y dolores. Pide un corazón limpio, dócil, transparente a la luz de Cristo. Es fiel en el matrimonio o en el celibato. Arraigado en esta pureza, ya ve en la fe el rostro de de Dios. Por encima de todo combate, lucha, rencor, levanta bien alto la bandera blanca de la paz. Como el Maestro galileo, quiere ser invencible en el perdón y en la reconciliación. Cuando sufre el zarpazo de la ofensa, de la persecución o de la calumnia, dentro del llanto y a través de las lágrimas, se alegra y hace fiesta porque participa de la victoria de Cristo en su cruz gloriosa. Aceptar y vivir estas biebaventuranzas evagélicas es encontrar “la perla fina” y “el tesoro escondido” que llenan de gozo el corazón de Cristo. Por eso el discíplulo coherente las abraza y hace suyas con agradecimiento encendido, e indecible alegría. Conservador y progresivo La dignidad del hombre exige que sea regulado por las categorías objetivas de la verdad y del bien. El hombre se degrada cuando quiere ser de derechas o de izquierdas, conservador o progresista. Es evidente que tiene que conservarse todo lo que es verídico o valioso. Y es igualmente evidente que tiene que ser derribado todo error o toda injusta maldad. Por eso el hombre ecuánime será entonces conservador ante el bien y revolucionario progresista ante el mal. El hombre superficial, en cambio, se dejará encarcelar por un conservadurismo sistemático, capaz de eternizar la injusticia, o por un progresismo a ultranza capaz de decapitar injustamente la verdad y el bien. En este punto se origina la paradógica contradicción del conservadurismo no conservador y del progresismo no progresivo. Es preciso advertir que regularse por las categorías de la verdad y del bien es propio del hombre honrado, libre y fuerte. En efecto: esta alta fidelidad llevó a Sócrates a beber la cicuta y al Hijo de Dios a abrazarse a la cruz. Lejanía y proximidad El santo es el hombre transformado a imagen y semejanza de Cristo. Las fuerzas dinámicas del Espíritu han cincelado su ser profundo. Sus sentimientos, su amor y su visión son los del Hijo de Dios hecho carne y sangre para nuestra redención. El santo no ve ni siente al mundo como hombre cerrado a la transcendencia. Como tampoco no coincide exactamente con el cristiano mediocre prisionero todavía de egoísmos, recelos, miedos y angustias no evangélicas. En cierto sentido, entonces, el santo está alejado de los hombres. Experimenta la soledad de manera parecida al Maestro, sospechoso para los 18 judíos, blasfemo para el Sanedrín, enigmático y oscuro para los mismos discípulos. Pero, de hecho, el santo no está alejado. Es el hombre de la proximidad soberana. Ve el mundo que ven los otros, pero, encuadrado y situado en el que está más allá y más acá, a más altura y a más profundidad. Por eso puede secar lágrimas estériles, enderezar descarriados, transformar el odio en amor, la derrota en victoria. El resentimiento Uno de los peores enemigos del hombre es el resentimiento. Este se define como la pesantez de la memoria envenenada de indignación, de odio, de rencor. En su dominio todo se viste de duelo, de tristeza, de enervamiento. Bajo su mantel sombrío, enferman y matan la ilusión, la alegría, la esperanza. Es preciso un golpe de espada liberador. Hace falta abrir los portales del corazón a la cálida luz del Evangelio. Es preciso sobre todo convertir y transformar el pasado envenenado en un valle de aguas claras donde se celebre de manera solemne y gozosa la gran liturgia de la reconciliación. La cima de la ascética La vida cristiana tiende hacia una perfección. Apunta a una cima. El camino y el término, pero, se confuden. Se trata de hacer nuestra, por un amor eficiente, la voluntad salvadora de Dios. Teresa de Jesús, mujer eminentemente práctica, lo vió con claridad meridiana. Para ella, toda la ascética, toda la espiritualidad, toda la mística se resumen y complementan en imitar a Cristo que se alimentaba con el pan sólido y nutritivo de la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34). Ambivalencia El hombre dominado por la soberbia trabaja con ansiedad para engrandecerse y magnificarse. Busca la admiración y la estima. El hombre evangélico, en cambio, trabaja con paz para ser humilde y dulce de corazón. Busca admirar y estimar a todo hombre y a toda mujer, todo árbol y toda flor … La desazón y la angustia son el patrimonio del primero. El gozo y la felicidad son del segundo. El pasado El pasado puede cambiar, porque el pasado es vivo.Nuestra mirada de amor o de odio, de perdón o de condena, de aceptación o de rechazo, la coloración con resonancias y tonalidades de fiesta o de funeral, de esperanza o de desencanto. 19 Es preciso mirarlo con los ojos y ternura de Cristo. Entonces el pasado es profundamente redimido. Se convierte todo él en fuerza de resurrección, fuente de esperanza, historia de salvación. El brazo poderoso del Señor ha aniquilado la oscuridad y la negatividad, habiendo transformado el mismo pecado en “culpa afortunada”, tal como canta con grito vibrante de victoria el iluminado pregón pascual. Cristianismo débil El cristianismo débil es un cristianismo de esperanzas encongidas. La mística se ha degradado en ética. La historia en mito. Dios viviente en valores. Se habla de conceptos, de principios, de teorías más o menos actuales, más o menos tradicionales. Poco importa. Pero la acción amorosa, tansformante y exigente de Dios salvador se ha desvanecido en la abstracción, en la teoría, en la manipulación. Dios verdadero ha sido arrinconado grotescamente con los coturnos de la mentira y de la ficción. El contemplativo La relación con Dios vivo no es neutra. Cambia y transforma. Toda la persona humana va siendo configurada y regenerada. Se va gestando un hombre nuevo. El que verdaderamente ora experimenta un ensanchamiento de su espíritu. Derecha e izquierda, buenos y malos, serenidad y tempestad encuentran una acogida en su corazón dilatado por la acción renovadora del Espíritu de Cristo. Condena el error y la injusticia, pero en su corazón abre un horizonte de gozo y plenitud para el que se ha decidido a emprender los caminos envenenados del turbio egoismo. Comprensión Amigo, ten por seguro que la rigidez y la dureza no nacen del corazón de Dios. Al contrario, el Espíritu de Cristo va transformando los corazones de piedra en corazones de carne. El cristiano verdaderamente maduro, lo encontrarás siempre ductil y flexible. Esta ductilidad y flexibilidad no son signos de debilidad ni de cobardía. Son, precisamente, las condiciones de posibilidad de la auténtica y eficaz fortaleza, Esta, en efecto, se fundamenta sobre los pilares inconmovibles de la clarividencia y del amor, que solamente florecen en los corazones sazonados por el rocío suave de la comprensión benévola y misericordiosa. Rondalla Hay una antígua rondalla, transmitida de generación en generación, que nos explica una historia grávida de enseñanza en su extremada simplicidad. Nos narra que en tiempos lejanos hubo un hijo que cometío una acción gravemente 20 malévola. Ofuscado por la ambición y por la avaricia, mató a su propia madre y le arrancó el corazón con hábiles cuchilladas. Enloquecido, huía, bajaba a grandes zancadas por la escalera de la casa familiar, llevando en su regazo el corazón ensangrentado de la madre. Súbitamente, cayó estrepitosamente. En aquel instante habló el corazón maternal desde lo hondo de su regazo y dijo dulcemente: “¿Te has hecho daño, hijo mío?”. Este corazón es el corazón de Dios. Así, pues, por negro y profundo que sea el abismo de tu pecado y de tu desesperación, pensarás siempre, sin lugar a dudas, que no son sino una insignificante gota de rocío dentro del infinito amor misericordioso de la soberana divinidad. El ahora de Dios Acepta el momento presente como manifestación única y privilegiada de Dios salvador. En esta aceptación encontrarás el gozo y la plenitud que se alcanza en valles lejanos y en montañas con neblina de tu imaginación y de tu fantasía. Arrincona, por lo tanto, el reino de la irrealidad y abraza, agradecido y gozoso, tu presente con sus pasividades, con su carga, en su aspereza. Por paradójico que te parezca, encontrará en este presente gris, pobre y monótono la realidad soberana de Dios vivo con su paz y con su salvación. El sendero del amor Buscas la felicidad, la paz, el equilibrio con métodos difíciles, rebuscados, exóticos. Te equivocas. La felicidad, la paz y el equilibrio serán tu patrimonio cuando tengas un amor tan grande que te haga dulce y suave todo esfuerzo, todo dolor y todo sacrificio en bien de Dios y de los hombres. Descubrimiento fundamental Hay un descubrimiento decisivo, fundamental. No estás solo. Eres un templo. Dios vivo habita en la profundidad de tu ser. No es una metáfora, es el ser o no ser de tu existencia “en Cristo”. Noche y día, angustia y paz, derrota y victoria, todo está traspasado y sostenido de Dios fiel, amoroso e inmutable. Abrirse a esta presencia, valorarla, aceptarla como el tesoro más preciado es vivir desde ahora la plenitud de los bienaventurados, la gloria de la nueva y definitiva Jerusalén. Presencia El hombre puede encontrarse con Dios. Puede hacerlo porque Dios, ya desde ahora, se manifiesta. Lo hace de muchas maneras. Nada puede poner nombre, modo o mesura a la soberana libertad.Esta, en efecto, busca con apetencia tu corazon, tu compañía, tu amistad. Para conseguirlo los recursos de su imaginación creadora son activados con profusión generosa e ilimitada. 21 No obstante, su invitación puedes sentirla a menudo en el si de una pacificación profunda, en la tranquilidad de su desazón, en la luz brillante de una lucidez superior. Es un instante bendecido en el cual se desglosa suavemente la inmensa presencia de Dioa vivo y transformante. Lo tienes que que acoger con fe y amor confiados, dóciles, agradecidos, profundamente pacificados. Lo que se tenga que decir lo comprenderás en el murmullo silencioso de la única palabra. El Verbo de Vida, que eternamente resuena en el si de la tranquila, la plácida e inmutable Trinidad. Discernimiento Sabrás que Dios te ha visitado con su amor y con su gracia por el sello de fuego gravado en la entraña profunda de tu espíritu. El hombre herido por la visita de Dios es transformado con profundidad. Sabe que ha sido introducido en aquel punto de luz y felicidad que secretamente deseaba la arquitectura más profunda de su ser. Gratuitamente le han sido abiertas las puertas de aquel paraíso que anhelaba el avaricioso con sus riquezas, el sabio con su ciencia, el libertino con sus placeres. Es la perla preciosa y el tesoro preciado por los cuales vale la pena hacer ofrenda de todo el que se es y de todo lo que se tiene. Sabiduría Hay verdades tan luminosas que deslumbran. La potencia de la mente parece incapaz de entenderlas, de aceptarlas, de abrazarlas. El sendero es el amor. Comienza por contemplar la infinidad amorosa de Dios verdadero. Deja que su fuego te toque, te penetre, te transforme. Participa sí de la naturaleza divina convertido tambien en amor tu mismo. Entonces comprenderás lo que es más difícil para tu acerptación: la lógica de la cruz, el gozo puro de la pobreza, la fuerza liberadora del servicio, la nobleza de la fidelidad casta de los esposos, la belleza sublime de la virginidad, signo y prenda de las riquezas que esperamos. Esclavitud Tu tirano más difícil eres tu mismo. Tu yo tiránico que te impone una esclavitud despiadada. Te exige los más grandes sacrificios y te rodea, inexorable, con desazón, con angustia y con ansiedad, día tras día, hora tras hora. Quiere y te ordena con prepotencia que lo analtezcas delante de los otros, delante de ti e, incluso, delante del mismo Dios. Quiere aparecer siempre como un noble, bello, savio, rico e imprescindible. En el límite, quiere ser adorado como el mismo Dios. Es la exigencia de la imposibilidad más absurda y más contradictoria; el camino directo hacia la frustración existencial más ruinosa. El poder de este tirano es temible, imposible de vencer mediante tus propias fuerzas. Su obstinación, por otra parte, es indomable, siempre renaciendo bajo las máscaras más sutiles e hipócritas. Capaz de disfrazarse con perfección de pobre, de humilde o de santo. 22 Solamente el mismo Dios puede librarte de ti mismo. Con confianza llena de amor, te desliza hasta el fondo de su divinidad soberana. Allí, en el si de la amorosa, plácida e iluminada Trinidad, te será vencido y demenuzado el peor de tus enemigos. Muerto tu orgullo, renacerás con tu verdadero y genuino yo convertido en una loa al Dios vivo y capaz de proclamar con Paz el grito de victoria de todo auténtico liberado: “Vivo, pero no yo, es Cristo quien vive en mi” (Gál 2, 20). Clausura Tú, como todo hombre, eres un ser de deseo. Buscas afanosamente la fuente infinita de amor y de verdad. La única que puede darte la anhelada felicidad, que tu corazón busca con sed ardiente y punzante. Si tu caminar no es distraído, si tu mirada acota lo esencial, la misma fuente se dejará encontrar con gran facilidad. En efecto, tal como dice un antíguo e iluminado proverbio: “A Dios lo tienes más cerca que tu misma yugular”. Indice Umbral Humillación Ceniza congelada Presencia de amigo El orgullo y la nada Simplicidad Austeridad Crecimiento. Integridad Actividad-pasividad Abandono La muerte Conocimiento y amor Esperanza Miedo La entraña del Evangelio Novedad Enfermos Parálisis 1 1 1 2 2 2 2 2 3 3 3 4 4 4 4 5 5 5 5 23 Luz de verdad Transformación Obediencia de la Virgen Liberación Profundidad De corazón dulce Maleable Cristo ha vuelto a la tierra Renuncia Riqueza Reacción Legalismo Autoestima Regreso El todo y la nada El fundamento El espejo, la ventana y el sol Pobres hasta el espíritu El endemoniado Paz profunda Emaús Amor El placer de la tristeza. Felicidad crucificada Triunfo fundamental La realidad del instante Renovación “Silentes loquuntur” Necesidades distintas El secreto de los santos La adúltera El deseo como portal de la plenitud El mundo pasional La agitación Estimar Transparencia Encarnación Visitación La escuela de Cristo Conservador y progresivo Lejanía y proximidad El resentimiento La cima de la ascética Ambivalencia El pasado Cristianismo débil El contemplativo 6 6 6 6 6 6 7 7 7 7 8 8 8 9 9 9 10 10 10 11 12 12 12 13 13 14 14 14 14 14 15 15 16 16 16 16 17 17 18 18 18 19 19 19 19 20 24 Comprensión Rondalla El ahora de Dios El sendero del amor Descubrimiento fundamental Presencia Discernimiento Sabiduría Esclavitud Clausura 20 20 21 21 21 21 22 22 22 23 25