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“Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quien sabe
lo que se traga la tierra!
(CXEs un hecho que la figura de Leonor Izquierdo Cuevas, hija de Ceferino Izquierdo Caballero
y de Isabel Cuevas Acebes, sigue siendo un pequeño misterio; un personaje real y literario todavía por
descubrir y describir. Se ha hablado y escrito de lo joven que era – 15 años - cuando se casó con
Antonio Machado, del lugar en donde nació, en el castillo de Almenar, de la casa en donde murió, calle
de los Estudios 7; pero, salvo las dos fotografías de su boda, muy pocos documentos más han venido a
completar su corta biografía.
Era, según la descripción que hizo José Tudela en 1958, en una conferencia que dio en París:
baja, menuda, enfermiza, nerviosa, viva, de familia humilde, de tíos barberos y practicantes, bella,
austera, sencilla, ingenua, tímida. Tuñón de Lara, Gervasio Manrique, Pedro Chico y Rello, Mariano
Granados Aguirre, José Posada, y otros amigos y estudiosos machadianos se han acercado a su perfil en
los mismos o parecidos términos. De todos los adjetivos que se le han atribuido, nosotros destacaríamos
el que le dedicó José María Palacio en un artículo publicado, tres días después de su muerte, en El
Porvenir Castellano: “Doña Leonor Izquierdo de Machado, tan joven, tan buena, tan bella, tan digna
del hombre en cuyo corazón es todo generosidad y en cuyo cerebro dominan potentes destellos de
inteligencia, ha muerto, y ¡parece mentira! ¡Pobre Leonor!”1
Una de las pocas novedades sorians que ha aportado el I Centenario de la llegada a Soria de
Antonio Machado ha sido precisamente la hipótesis del lugar exacto de su primer encuentro. En un
artículo publicado en el Heraldo de Soria, el 25 de abril pasado, Julio Santamaría Calvo, en base a una
revisión del padrón de 1905, afirmaba que la familia de Leonor Izquierdo habría estado empadronada,
desde finales del mes de septiembre de 1907, en la pensión –Calle del Collado 50- de su tía, Concha
Cuevas Acebes, cuya fotografía y la de su marido es portada en la revista IDIOMAS, de la EOI de Soria.
La hipótesis parece verosímil si tenemos en cuenta que, según se desprende del expediente
militar, entregado por la Sección Guardia Civil del Archivo General del Ministerio del Interior a Ramón
Fernández Palmeral, con fecha 7 de noviembre de 2006, al padre de Leonor, Ceferino Izquierdo
Caballero, le concedieron licencia absoluta de guardia civil el 31 de agosto de 1907. Tenía entonces 37
años: 5 menos que Machado. Así que es muy probable que Antonio Machado y Leonor Izquierdo
hubieran convivido en la misma pensión desde la llegada de ambos a Soria.
De su educación, costumbres, aficiones, creencias, sabemos muy pocas cosas contrastadas.
Recordando una de las visitas que hiciera a Leonor mientras tomaba el sol y el aire en El Mirón, José
María Palacio destaca lo que podría ser un pequeño y significativo rasgo de su personalidad: “Cuando
yo llevé las rosas estaba sola Leonor. ¡Y cuánto la alegraron nuestras flores!” Poco más.
En una época en la que la mujer ejercía, oficialmente, “las labores propias de su sexo”; en la
que se podía leer en el Porvenir Castellano2 que “La sociedad española no ha despertado más ideal en la
mujer que el matrimonio”; en una provincia en la que, en 1900, el 61´21%3 de las mujeres eran
analfabetas, frente al 31´64% de hombres, y se debatía la posibilidad de que la mujer pudiera 4 ser ella
misma, instruirse, y no solo “esposa, madre e hija”; en una sociedad, en fin, estructurada de esta
manera no debe de sorprender que la mujer del Vice-Director del Instituto General y Técnico, Antonio
Machado, no haya sido objeto todavía de una mínima biografía.
Antes de abordar el influjo de Leonor en la obra poética de Antonio Machado, es importante
saber que su presencia en dicha obra coincide con su muerte. Y será después, instalado Antonio
Machado en Baeza, cuando el poeta sevillano la incorporará en su mundo poético, componiendo en torno
a su figura desaparecida versos verdaderamente hermosos.
I
LEONOR: NIÑA o MUJER.
Como todo el mundo sabe, Leonor Izquierdo tenía, cuando se casó, 15 años, frente a los 33 de
Antonio Machado. “Apenas sabemos nada acerca del desarrollo de la relación que, de entrada,
desconcierta por la poca edad de Leonor”, insiste Ian Gibson en su Ligero de equipaje5. En efecto, poco
se sabe de esa relación, pues, aunque no se ha destacado apenas este hecho, la discreción fue una de
las virtudes que más cultivó Antonio Machado a su paso por Soria. Cuando se casaron, el 30 de junio de
1909, Antonio Machado sólo se quejó de la ceremonia, que calificó como “un verdadero suplicio”6. Las
muestras de intolerancia que, al parecer, tuvo que soportar el matrimonio, no empañaron en absoluto su
absoluta admiración por la ciudad y por sus gentes: “Soria –proclamaría, junto a la ermita de San
Saturio, en 1932- es una escuela admirable de humanismo, de democracia y de dignidad.”
También conocían aquella relación, José María Palacio, casado con una prima de Leonor, D.
Gregorio Martínez Martínez, Director del Instituto General y Técnico, y el catedrático del Instituto, D.
Federico Zunón, que fue el encargado de hacer la petición de mano, en nombre de la madre de Antonio
Machado, y cuya fotografía, junto a la de su esposa y sus tres hijos sorianos, va a ser publicada muy
pronto en un libro. Y conocían así mismo a Leonor muchos de los habitantes de Soria: vecinos, amigas,
amigos, familia, etc. Es decir que la niña, la amiga que juega con sus amigas, la soriana, la hija de
sorianos, Leonor Izquierdo, fue siempre para ellos, y para nosotros, por supuesto, la mujer que decidió
compartir con Antonio Machado -uno de los intelectuales más importantes de la historia contemporánea
española- los últimos tres años de su vida. ¿No es esto bastante?
LEONOR: MUJER REAL Y PERSONAJE LITERARIO.
Leonor aparece en la obra poética de Antonio Machado muy poco antes de su muerte, en un poema
descubierto, en 1989, por la profesora María Luisa Lobato, y que no forma parte de ninguna antología
aprobada por el poeta. El poema se titula: Yo buscaba a Dios un día. En él, Antonio Machado habla de
ella como:
La muerte ronda mi calle
llamará.
¡Ay, lo que yo más adoro
se lo tiene que llevar!
Su muerte parece inminente:
La muerte llama a mi puerta.
Quiere entrar.
Y, entonces, el poeta no puede contenerse y reta y suplica a quien él considera autor de la injusticia:
¡Ay! Señor, si me la llevas
ya no te vuelvo a rezar.
¡Ay!, mi corazón se rompe
de dolor.
¿Es verdad que me la quitas?
No la quites, Señor.
Muerta, el poeta vuelve a repetir la misma idea7 en un poema publicado, éste sí, en Campos de Castilla:
“Señor, ya me arrancaste lo que más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.”
(CXIX)
Machado parece fundir en esas expresiones, separadas únicamente por el tiempo (presente-pasado)
todos sus sentimientos, todos sus años de convivencia, discreta e íntima, respetable y real, con su
mujer. “Lo que más adoro”, “Lo que más quería” es el testimonio de la presencia real de Leonor en la
vida de Machado, cuya “voluntad humana” de continuar con esa relación se enfrenta en combate
perdedor con la “voluntad divina” de que eso no ocurra así:
“Señor, ya me arrancaste lo que más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.”
(CXIX)
* Leonor se ve representada, en otros poemas, por el pronombre ella, con mayúscula unas veces, y con
minúscula, otras:
“¡Ay, ya no puedo caminar con ella!”, con minúscula;
“esta amargura que me ahoga fluye
en esperanza de Ella”, con mayúscula.
En el primer caso, ella representa a su compañera; en el segundo, el sueño frustrado, la ausencia
añorada que le produce dolor y esperanza a la vez.
* Leonor es también el tú, evocación soñada de un pasado vivido, verdadero:
“Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quien sabe
lo que se traga la tierra!
(CXXII)
La voz de niña –real- le acerca al tú, a ella, al ser cercano, próximo, compañero. La mano se convierte
en el símbolo nostálgico del apoyo, del respeto, de la generosidad. Curiosamente, cuando tanto se sigue
insistiendo en la condición de niña de Leonor, Antonio Machado destaca el hecho de que fuera ella,
Leonor, su mujer: “quien asentó mis pasos en la tierra”8
“Mas hoy… ¿será porque el enigma grave
me tentó en la desierta galería,
y abrí con una diminuta llave
el ventanal del fondo que da a la mar sombría?
¿Será porque se ha ido
quien asentó mis pasos en la tierra,
y en este nuevo ejido
sin rubia mies, la soledad me aterra?
No sé, Valcarce, mas cantar no puedo;
se ha dormido la voz en mi garganta,
y tiene el corazón un salmo quedo.
Ya sólo reza el corazón, no canta.”
(A Xavier Valcarce)
* Leonor aparece una única vez en la obra de Machado con su nombre propio, LEONOR: “¿No ves,
Leonor,…?” En ese momento, y para siempre ya, Leonor adquiere la talla de una personalidad
perfectamente definida, autónoma, independiente de la del poeta, a quien éste evoca, desde la
distancia, desde el sueño -más fuerte y más puro, muchas veces, que la realidad-, con absoluto respeto
y devoción:
“Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños…
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.”XII)
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lecciòn:
mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millòn.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales
El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...
Es una trade clara,
casi de primavera;
tibia tarde de marzo,
que al hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusiòn cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazòn: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.
¡Oh tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones
y atònitos palurdos sin danzas ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasò? Sobre sus campos aun el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes
madrastra es apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Mio Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditò sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos. a la corte; la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar cargados
de plata y oro a España, en regios galeones,
para la presa, cuervos; para la lid, leones.
Filòsofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora;
envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora
Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh, viejas moscas voraces,
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
- que todo es volar -, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales…
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
de siempre… Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
LA SAETA
¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Saeta Popular
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canciòn;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabòn.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.