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Cátedra de Artes N° 3 (2007): 9-19 Revista Cátedra de Artes Nº 4 • Primer semestre de 2007 Pontificia Universidad Católica de Chile Facultad de Artes Cátedra de Artes N° 3 (2007): 111-127 Revista Cátedra de Artes Facultad de Artes Proyecto Magíster en Artes ISSN 0718-2759 (versión impresa) ISSN 0718-2767 (versión en línea) director Patricio Rodríguez-Plaza comité editorial Verónica Barraza Pontificia Universidad Católica de Chile contactos y correspondencia Av. Jaime Guzmán Errázuriz 3300 Fono (56-2) 3545144 Fax (56-2) 3545252 revistacatedra@uc.cl www.catedradeartes.cl Santiago de Chile Omar Corrado Universidad de Buenos Aires Jaime Donoso Pontificia Universidad Católica de Chile Aldo Enrici Universidad Nacional de la Patagonia Austral Roberto Farriol Gispert webmaster Pontificia Universidad Católica de Chile Joaquín Cociña catedradeartes@gmail.com Juan Pablo González Rodríguez Pontificia Universidad Católica de Chile diseño y edición Pontificia Universidad Javeriana Iliana Hernández Tipográfica Edición al cuidado de David Bustos M. Fonofax (56-2) 6347747 contacto@tipografica.cl www.tipografica.cl © Facultad de Artes P. Universidad Católica de Chile Jean Lancri Universidad de París I Katya Mandoki Universidad Autónoma Metropolitana Jesús Martín-Barbero Pontificia Universidad Javeriana Ana María Ochoa Universidad de Nueva York Alicia Pino Rodríguez Cátedra de Artes es financiada por el Programa de Magíster en Artes de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Instituto de Filosofía de La Habana Carlos Plasencia Climent Universidad Politécnica de Valencia Evgenia Roubina Universidad Nacional Autónoma de México Inés Stranger Pontificia Universidad Católica de Chile Cátedra de Artes N° 3 (2007): 9-19 Tabla de contenidos Revista Cátedra de Artes Nº 4 • Primer semestre de 2007 7-8 Presentación 9-18 claudia bahamonde y aldo enrici Dasein curatorial: el cuidado o cura de la obra dentro del existenciario heideggeriano ser con Curatorial dasein: The care of cure provided to an art piece as in Heidegger’s existentiary to be with 19-28 nils grosch Música y medios: Hacia una perspectiva nueva en la historiografía de la música Music and media: Towards a new perspective in music history 29-42 maría delia martínez Teatralidad colonial en los Andes Centrales Colonial teathrality in Central Andes 43-62 evgenia roubina Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales en la música popular novohispana del siglo xviii Iconographic source in the study of the instrumental practices on popular novohispanic music of the eighteen century 63-90 egberto bermúdez Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) From humor and love: parranda and despecho music in Colombia Cátedra de Artes N° 3 (2007): 111-127 91-93 Sobre los autores publicados en este número 94-96 Normas editoriales Nuestra revista llega a su cuarto número haciendo gala de un pluralismo disciplinario y una diversidad epistémica que la llena de compromiso académico. Compromiso en primer lugar con el Programa de Magíster en Artes, cuya primera versión ha comenzado este año 2007; mas también en torno a una Facultad de Artes cuyas tareas se encuentran inmersas por entremedio de redes móviles y ajustables de terrenos intelectuales y creativos variados. Y no estamos sólo hablando de las diferencias y semejanzas de las artes visuales, la música y el teatro, sino también de las infinitas visualidades, sonoridades y espectacularidades de que están hechas estas disciplinas al materializarse y desplegarse en el ámbito social. Despliegue que, por lo mismo, las hace transfigurarse en el espacio tiempo de la vida diaria, llevándolas a adquirir menos el estado disciplinar con el que se las reconoce que la dimensión cultural que las dota de sentido cotidiano. Esta vez se trata de un puñado de colaboraciones que sirven como metáfora de un viaje simultáneamente sincrónico y diacrónico por nuestro continente, el cual, como sabemos, no sólo se distingue por sus desniveles y destiempos culturales, sino fundamentalmente por su capacidad de hibridez contemporáneamente latente. Pero que también se caracteriza por la capacidad de generar y mantener vivas las tradiciones al ser llevadas a una actualidad que las sumerge, en las brechas abiertas por la modernidad descentrada que ha sabido configurar durante todo este tiempo. Así, y siempre en el ámbito de la metáfora geocultural, Claudia Bahamonde y Aldo Enrici nos trasladan hacia el terreno austral de nuestro continente, indicándonos ciertos ángulos materiales, en donde se sitúan unos cuantos hitos creativos realizados y emplazados por las escultoras chilenas Alejandra Ruddoff y Paula Vezzani y en los que, según los autores, y parafraseando a Heidegger se instaura el ser. Dicho esto, quizás pueda parecer extraña la inclusión aquí, de un trabajo del musicólogo alemán Nils Grosch, quien propone una lectura general —no necesariamente latinoamericanista— a la música y los medios. No obstante, debemos recordar que Latinoamérica ha sido parte, no sólo de esos mismos debates, sino también de estas experiencias masivas, que han terminado por entretejerse con nuestras fragmentadas identidades. Cátedra de Artes N° 3 (2007): 9-19 Presentación Cátedra de Artes N° 3 (2007): 111-127 Por su parte María Delia Martínez captura reflexivamente una dimensión de la teatralidad producida en los Andes Centrales a la llegada de los conquistadores, para escrutar lo que allí existe de teatro y de historia, recordándonos de paso, aquello de la permanencia transmutada de las tradiciones, así como de las dificultades en el entrelazamiento de tales disciplinas. Pero esto no es todo. Evgenia Roubina, explora a su vez fuentes iconográficas para el estudio de la música popular novohispana del siglo xviii, contribuyendo a llenar lagunas respecto al conocimiento del pasado cultural de México. El número concluye con la segunda parte del artículo de Egberto Bermúdez, cuyo punto de partida se encuentra en el número anterior, y que debió ser dividido debido a la extensión de sus interesantes estratagemas discursivas. El autor continúa entrecruzando la musicología con dimensiones históricas y contextuales, para entender, no solamente la actualidad de la llamada música de parranda y despecho producida y consumida en Colombia, sino también los giros e inflexiones que la atan a las más hondas costumbres hispanas y latinoamericanas. Agradecemos a Camila Otto Pavez por la ayuda en la revisión de algunos de los textos de este número, así como a nuestros colaboradores y lectores, que en más de una oportunidad nos han manifestado su confianza y aliento. Roberto Farriol, Juan Pablo González, Patricio Rodríguez-Plaza e Ignacio Villegas comité editor i a l Dasein curatorial: el «cuidado» o «cura» de la obra Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 • ISSN 0718-2759 © Facultad de Artes • Pontificia Universidad Católica de Chile 18Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 Dasein curatorial: el «cuidado» o «cura» de la obra dentro del existenciario heideggeriano «ser con» Curatorial dasein: The «care» or «cure» provided to an art piece as in Heidegger’s existentiary «to be with» claudia bahamonde Universidad de Magallanes aldo enrici Universidad Nacional de la Patagonia Austral, Argentina resumen El presente artículo desarrolla un estudio sobre obras de arte que rinden homenaje a la naturaleza, especialmente patagónica, tomando como ejemplo a las artistas Alejandra Ruddoff y Paola Vezzani. Se considera que la curaduría de dichas obras de arte es posible desde la utilización de la noción de Dasein proveniente de Ser y Tiempo de Martin Heidegger. La curaduría es, en suma, el «cuidado» o «cura» de la obra dentro del existenciario heideggeriano «ser con», en cuanto el cuidado de la comunidad es también un cuidado con otro, al que se homenajea. Este artículo entiende que la propuesta de Dasein curatorial no se limita sólo a los casos de las autoras mencionadas, sino que es un criterio que aspira a ser un aporte fenomenológico a la actividad estética curatorial en general. palabras clave: curatorial, dasein, ser con, comunidad, Patagonia. abstract The present article expounds a study on art pieces that pay homage to nature —and specifically Patagonian nature—, exemplified by the artists Alejandra Ruddoff and Paola Vezzani. The curatorial activity of such works of art is considered possible making use of the notion of Dasein stemming from Martin Heidegger´s Self and Time. Curatorial activity is, in short, the «care» or «cure» provided to an art piece as in Heidegger´s existentiary «to be-with», whereas care in the community is care for the other, who is being paid homage to. This article understands that the proposal of a curatorial Dasein is not restricted only to the authors mentioned beforehand, but is rather an approach aiming at becoming a phenomenological contribution to aesthetic curatorial activity in general. keywords: Curatorial, dasein, to be-with, community, Patagonia. Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 Claudia Bahamonde y Aldo Enrici 10 Introducción El siguiente estudio parte de considerar la valoración de Sloterdijk a propósito del argumento de la técnica y comentario de que Martin Heidegger funda un segundo socratismo donde importa saber con mayor claridad que uno no sabe nada a pesar de tanta técnica y en qué medida estaríamos forzados a partir de esta tosquedad para trazar proyectos de futuro, de puesta en acción y creación, partiendo de una ignorancia fundamental y centrados en el puro funcionamiento. Sobre el ser de la técnica pregunta Heidegger, haciendo la distinción entre el ser y el ente y afirmando que aquel ente particular que es el ser humano posterior a la muerte de Dios o al olvido del ser. Este Dasein, expulsado, arrojado es el honrado para comprender el ser. Es la apertura por la que se comprende y se comparece ante el cierre de lo que lo ha arrojado. Heidegger, utiliza este concepto; sorge en Ser y Tiempo para mostrar que la existencia del «ser» es la realidad que se anticipa a sí misma. Recalquemos el vocablo «anticipa» ya que nos indica que hay algo que acontece con antelación. Así, cuidado es «preocupación», es anticipación o prevención que una cosa merece, alude también a un estado de inquietud y de intranquilidad ante algo que está por acontecer. Sorge (cuidado) prepara el camino. Uno de los modos de adelantarse al ser, a su llegada es la actitud existenciaria del da-sein, como un preocuparse por lo que la obra habrá de ser en cuanto abierta a la fisis. Esta falta de cuidado ha permitido que lo técnico prime sobre lo estético. Una obra de arte en el episodio técnico Un templo griego. Ocurre un «levantarse de un mundo y la producción de la tierra». En efecto, con el templo no sólo se circunscribe lo sagrado a su espacio específico, sino que a su vez se constituye un ámbito abierto en donde adquiere sentido el destino de una comunidad histórica entera de hombres: a saber, el pueblo. La obra de arte es tal únicamente si abre un mundo en su identidad, si deja reposar ese mundo en su pertenencia sobre la tierra. Tal mundo se instaura por ello sobre una materia rocosa a la que nos remite y hacia donde se retira. Identificada con la physis griega, con «aquello hacia donde el nacer hace a todo lo naciente volver», como principio pulsional que se sublima en el mundo. En aquello que nace, la tierra se presenta como lo que lo hace emerger y da refugio; como fundamento velado de la verdad como des-ocultamiento ocultante. Lo abierto, lo cerrado, lo reservado, lo trasladado En la obra de arte se abre el espacio del conflicto esencial entre el mundo (lo humano, lo artificial o lo cultural) y la tierra (lo natural); una lucha entre Dasein curatorial: el «cuidado» o «cura» de la obra 18Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 lo abierto, que sólo ilumina en el marco de lo velado, y lo cerrado después de abierto, que no es sino aquello que se revela reservadamente. Su puesta en obra como obra de arte es su pro-ducción, como un dejar delante, un despejar camino como obra que se hace presente quizá como cosa inútil, pero que por su existencia, a su vez, transforma las relaciones del hombre con el mundo y con la tierra, e instaura/funda un origen. Es la lucha del monumento ante el derribamiento. En la lucha que el monumento da al viento, de la escultora Alejandra Ruddoff, que permanece como monumento hasta que el viento lo derribe, instaurando un mundo de sacrificio esencial, de la obra ante su destrucción ansiada, existe algo parecido al despliegue mostrado antaño por las obras de arte, en el sentido del templo griego o del cuadro de los zapatos de Van Gogh, ya destruidos, que cuelgan como el paisaje de lo remoto. Homenaje al viento se inserta dentro de las prácticas que utilizan la tierra como soporte, el land art. Se trata de una intervención en el paisaje y a la vez en un espacio público, ya que está emplazada en una diagonal que atraviesa una carretera de sur a norte, a 55° (medición astronómica). La diagonal marca «la orientación desde el sur del mundo» (Solanich, 2000). Se trata de un conjunto escultórico formado por cuatro bastones verticales férreos que se elevan en la planicie de la pampa a una altura de Álamo. En su extremo superior se encuentra una forma esférica que dibuja el viento, una morfología eólica. Estas piezas están unidas por un sistema de engranajes que se pone en movimiento a una velocidad cadenciosa cuando el viento sopla a más de 60 kms. por hora. La lentitud en la traslación evoca el movimiento de la semilla. Mantiene, por lo tanto, una relación activa con el entorno. Es un trabajo en la biósfera y con ella (Garraud, 1994). La participación de las fuerzas naturales que existen en este lugar le proporciona el sentido y la significación. El monumento es hecho para este sitio específico, de manera similar a lo que ocurre con la obra The Lightning Field (campo de relámpagos) que Walter de María realizó en los años 70. Consiste en 400 mástiles-pararrayos de acero de 5,40 mts. de altura, dispuestos de manera regular en un territorio de Nuevo México donde se producen muchas tormentas por año. La obra se activa como tal en su vinculación física con las cargas eléctricas de la atmósfera. Produciéndose, temporalmente, una unión entre la tierra y el mundo. Es lo que ocurre con Homenaje al viento, la relación que establece la obra con el medio circundante es de tipo estructural. Ella se completa con la intervención de las fuerzas naturales. Se integra al contexto. Las fuerzas eólicas son un componente importante de la obra. Ambas obras trascienden su espacio específico, su volumen y su masa. Ambas ponen en relieve el espacio de emplazamiento, lo señalan. Dirigen la atención hacia la inmensidad del cielo y del paisaje, hacia la extensión y la ausencia de límites. La presencia de estas realizaciones transforma el lugar. Todo se modifica o se arregla, se (dis-)pone o se organiza/ajusta, de acuerdo al modo como las cosas han de erigirse en el monumento de palos 11 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 Claudia Bahamonde y Aldo Enrici 12 Homenaje al viento, 2000. Acero inoxidable, 36 metros de alto. Ruta 9, kilómetro 82.280, Pampa Magallánica, Chile que arrastran las aguas en el arte de Paola Vezzani, como gerenciamiento de traslados del mar, como un monumento que gerenciado ha puesto al residuo del mar como monumento. Las cosas, los objetos, todos ellos se ven insertos y trasladados allí, sin más límite que su propia manera de darse en ellas, de ser sujetas y amarradas por estas instalaciones en su perfecto y exclusivo radio de acción. La escultura está ubicada en la comuna de Río Verde, frente al Seno Skyring, a la entrada del canal Fitz Roy sobre el continente. La síntesis de las formas se inspiran de las canoas y arpones de los indios kaweskar que recorrieron esta zona. Sin titulo, 2002. Concreto, acero y maderas recogidas en las playas del lugar. 7 metros de alto, 15 de largo y 2,5 de ancho. Río Verde, Región de Magallanes, Chile Dasein curatorial: el «cuidado» o «cura» de la obra El arte como mera identidad cultural del conflicto Las actuales producciones artísticas trátanse, más bien, de: «instalaciones, performaciones, posproducciones» o formas de im-poner, de montar/erigir o instalar el ente tecnológico en alguna fracción. Las producciones del arte aparecen provisoriamente con el carácter de la «disposición», de un prepararse, un estar dispuesto (Vor-richtung) del ente a ser dominado, cuyo mecanismo se haya montado de antemano sobre una transgresión planificada, factible La identidad pensada, posteriormente, en la metafísica, es representada como un rasgo del ser. Por lo tanto, a partir de esta identidad representada metafísicamente no podemos pretender determinar la que enuncia Parménides. 1 18Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 En el darse de ésto, lo que se realiza, se hace siempre de manera tal de aparecer como algo que sigue siendo, aún en la actualidad, una medida de determinación fundamental. Lo sublime agrada en su sentir a la naturaleza poderosa y devastadora. Provoca el abandono que hace el ser de los entes, esto es, la falta de sentido y verdad en beneficio de la pura y lesa maquinación, y del aseguramiento planificado y total de todo cuanto existe, se acabará igualmente con cualquier posibilidad de búsqueda de un sentido detrás o por encima de las creaciones humanas. La consecuencia es que: el arte devenga otra vez téchne, una pro-ducción, pero en su figura/forma moderna como técnica e historiografía. Técnica entendida aquí como producción del ente (de la naturaleza y de la historia), en la factibilidad de ser fabricado o facturado; pero sobrevendrá téchne, no como una recaída (como vuelta al inicio de antaño), sino como su consumación: el arte moderno es el instalar/erigir (Einrichten) de modo de ob-tener disposición –(obtener posición) absoluta de todo lo que se produce o se crea en su fabricación; y con la única condición que presta la figura manipuladora del ente mismo: cual es la de provocar también agrado. El arte produce aquello que nos sale al encuentro como tal, hoy, en una realidad que nos resulta indiscutible, en la futura disolución de los géneros de arte, que en el fondo ya sólo consistirían, por su título, en zonas de ocupación irreal con poca identidad. Lo que expresa la identidad, escuchado desde su tono fundamental, es que la unidad de la identidad constituye un rasgo fundamental de lo ente. La representación conductora de la identidad del objeto no le aporta nunca a las ciencias utilidad tangible. La llamada de la identidad habla desde el ser de lo ente, haciéndonos reconocer que en la mañana del pensamiento, la propia identidad platica, para Heidegger, mucho antes de llegar a ser principio de identidad en (Heidegger, 1990). Pensar y ser (y ser–arte en este caso) tienen su lugar en lo mismo y a partir de esto mismo se pertenecen mutuamente. El ser se halla determinado, a partir de una identidad, como una facción de ésta y no la identidad como un rasgo del ser. 13 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 Claudia Bahamonde y Aldo Enrici 14 de hacerse, y cuyo mecanismo, por su parte, no debiera jamás asomar como tal, sino ser expuesto. Ser «incrusto», «orgánico» en el «paisaje», en las necesidades y en las medidas de orden público, de orden cultural por ejemplo, o en la intervención de un espacio político-temporal. El sufrimiento invertido de la técnica frente al enloquecimiento de los fríos y los vientos, como en réplica a la caracterización hecha de una época de excesivo dominio técnico, donde la dominación venidera del planeta será definida por la sociedad industrial (Heidegger, 1967) el rasgo característico del mundo actual (Heidegger, 1936-1938) que se expresa en términos de maquinación o bien del «tecno-lego» total del ente, de la irrupción de lo masivo y de lo gigantesco (del dominio absoluto del pensamiento científico-calculador), y de la creciente experimentación llevada a cabo en todo el ente, como de la absoluta necesidad de educarse, de legar, de percibir todo en forma «puntual» todo. Si se ha sostenido que la tecnología nos domina sin otro mecanismo más que su propia falta de reflexión y cuestionamiento, sólo desde la opresión sin esencia de la técnica con resultados [o logros] en nada previsibles (contaminación por transporte y depósito de material radioactivo sobrante en basurales, hoy incluso destinado al enemigo humano, o las grandes quimeras que realiza a diario la ingeniería genética), donde no se percibe un real llamado al pensamiento. Asegurar y ordenar maquinal–mente todo el ente que ha de ser manejado o manipulado en la producción del arte significa, de antemano, definir que la «creación» devenga disposición, es decir, algo que se coloca e instala en medio de lo entitario (tó ón) y de ese modo se lo [de] pone y posee ya asegurado dentro de adecuamientos entendidos como instauradores de una seguridad. Ocurre un «levantarse de un mundo y la producción de la tierra». Con el templo no sólo se circunscribe lo sagrado a su espacio específico, sino que a su vez se constituye un ámbito abierto en donde adquiere sentido el destino de una comunidad. En la obra de arte se abre, por lo tanto, la identidad cultural del espacio del conflicto (Streit) esencial entre el mundo (lo humano, lo artificial o cultural) y la tierra (lo natural, lo brutal, lo pulsional); una lucha entre lo abierto, que solo ilumina en el marco de lo velado, y lo cerrado, que no es sino aquello que se revela reservadamente, esto es, cuando hay reserva. El paisaje surge en la defensa de la reserva que la tierra ha dejado de mantener en un mundo abierto en su exposición, que se expone como obra y no salva a la tierra. De esa forma acontece la verdad del ser del ente. Su puesta en obra como obra de arte es su pro-ducción, como un dejar delante, un despejar que se hace presente quizá como cosa inútil, que despejada es sublime. Peter Sloterdijk esboza la tesis de leer la «historia de la cultura como historia de la abstinencia», señalando que, en el momento en que la «extática» quedó inutilizada en la retórica, se desarrolló una magia civil cuyos Dasein curatorial: el «cuidado» o «cura» de la obra el saber del no saber convertido en algo urgente (ibid.). Lo que Sloterdijk está indicando es que al menos Heidegger llegó a saber lo que no sabía, lo que hizo de él un nuevo —de nuevo— Sócrates («Sólo sé que nada sé»). Y lo que supo que no sabía es precisamente eso, la respuesta a la pregunta: ¿cuál es el ser de la técnica?, ¿cuál es el destino ontológico del dasein en un mundo «virtualizado» y enteramente diseñado y controlado por los poderes de la tecnología? Este no es un punto de llegada sino de propuesta. La relación del artista con su público se realiza por medio de artefactos tecnológicos que permiten someter el cuerpo del artista a los estímulos y solicitaciones que el público determine en función de las posibilidades que otorgue el dispositivo tecnológico en presencia. Esta experiencia da lugar a un acto de conocimiento del efecto performativo que puede llegar a tener la determinación efectiva de la acción de los artefactos tecnológicos desplazados por la tecnología de punta, sobre el sujeto que se presta a tal experiencia y un público participante, es decir activo y atento. Lo desplazado adquiere densidad estética, pero no solo lo desplazado tecnológico sino lo despla- 18Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 discípulos comenzaron a dedicarse a oficios en apariencia completamente desembriagados, como políticos, oradores, educadores y juristas. El filosofar pasa a ser concebido como «una forma procesal de la sobriedad» y el análisis antropológico-cultural remite a una especie de fenomenología del espíritu propenso a la adicción. De modo tal casi sería posible pensar en la evolución como la historia de su alejamiento del mundo externo y del mundo interno, como una historia de la fantasía. De modo que gracias a la fantasía y, si se quiere, a la sublimación, es que los mecanismos neuróticos han tenido originariamente una función adaptativa sin la cual hubiese sido imposible el desarrollo tecnológico y científico así como el de las artes. Lo que apunta Sloterdijk puede constar como que «Heidegger hubiera fundado un segundo socratismo» (Sloterdijk, 2004: 35) y en este nuevo socratismo lo importante es saber con mayor claridad que uno no sabe nada y en qué medida está obligado a partir de esta ignorancia, como «recaída en la identidad» respecto a todo lo demás. Esta apreciación la formula a propósito precisamente de la cuestión de la técnica como parte del siguiente comentario: Si echamos un vistazo, aún contando con la mejor voluntad, a nuestra situación, lo mejor es no hablar de un mundo concluido o clausurado sobre sí mismo. Al contrario: el melodrama de la antropología no ha hecho más que empezar. Lo que se encuentra ante nuestros ojos es la etapa universal de las construcciones mecánicas, la reflexión del hombre surgida a la vista de su creciente capacidad de reflejarse en estas ciclópeas máquinas y de su preocupación en torno a la distancia entre sí mismo y estas criaturas suyas (Sloterdijk, 2001). 15 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 Claudia Bahamonde y Aldo Enrici 16 zado-desplazando como «lo que debe ser apreciado en el desplazamiento» como la situación retirada y reservada de la Patagonia. La falta de respuesta se ha desplazado del final socrático al principio de una virtud que es la de no tener elementos para responder sino de construir en lo retirado, como en la retirada patagónica, cual es esencia de la técnica. Hacia una propuesta curatorial La exigua sabiduría coexiste a la generación de sabidurías insuficientes, por lo que los curadores deben hacer la vigilia de la obra, para que no sea que la sabiduría no sea la sabiduría sino el desconocimiento. En esto es comparable el tránsito o traslado de la obra, al traslado del viento, pero trasladar implica una acepción de la comprensión. Puede comprenderse que a la sabiduría se la haya de llevar el viento, pero con el viento debe ir la obra. Por eso importa mantener la distancia fenoménica en los casos mencionados de Ruddoff y Vezzani. Son casos y no son cosas. La idea es que se instalen no como monumentales obras resistentes, como la resistencia opuesta. Son monumentales las ideas como resistentes a la obra que se debe ir con el viento. De otra manera la vigilia curatorial volvería a la oscuridad el deseo de temple y templo patagónico. Debe entenderse que el viento, el océano tienen su temple, pero no son guerreros de ningún modo. Pues esa inspiración es más vale homérica, o excesivamente europea. Podría repasarse en el «Dasein curatorial», un ser-ahí para la muerte (Heidegger, 1999) destinada delimitación del elemento perpetuo que la obra de arte tiene y que no le otorga un plus de goce sino una suerte de suplemento de perpetuidad para que la obra atraviese la eventualidad de la técnica utilizada, sabiendo que no es la técnica la esencia de la obra, sino el dejar ser a la pulsionalidad frente a la técnica. Este suplemento es obtenido en el fuera de sí del da-sein heideggeriano, en un tono curatorial, sobre las posibilidades de lograr un éthos estético, el cuidado —en definitiva amoroso— del individuo humano con respecto a los demás y con respecto a sí mismo en cuanto a cuidarse cuando se cuida. El cuidado de los demás y el cuidado de sí mismo (Selbstsorge) se condicionan en el reposo de la obra, como un «dejarlos ser» (lassen = dejar), (Gelassenheit = Serenidad) de un «velar» por que todos los entes se muestren en su ser, es decir, lleguen a ser lo que son, en su tiempo, a su tiempo. Que los entes se desarrollen en todas sus potencialidades y posibilidades de ser. El cuidado en el que se funda la vida comunitaria no implica la pérdida de sí, en el sentido de renuncia de la propia singularidad. Se alcanza una integridad, que hace posible que cada cual se muestre sin olvido, como lo que expresa en «verdad». No en una verdad en el sentido de una certeza o seguridad, en tanto principio últimamente válido, sino en la verdad a la que se llega, como obra que llega por sí mismo a ser lo que expresa. Dasein curatorial: el «cuidado» o «cura» de la obra El honor de la misma naturaleza. El caso de Samotracia El templo griego, el que admiramos es el que ha sido herido y rebanado por el tiempo, los robos o el turismo. La técnica como el conocimiento a vencerse por su propio desafío que es posiblemente un desafío que la técnica perderá, aunque como si perdiera un brazo, o su cabeza como la Victoria de Samotracia. La Victoria estaba hecha pedazos cuando la encontraron en 1863 en la isla de Samothrace. La posición de los brazos es objeto de discusión. Recientemente se ha intentado mostrar que una de sus manos tendida, hacía un ademán de victoria. El artista de esta obra dinámica utilizó un tema conocido desde el siglo v a. c., el de la victoria, Niké en griego, simbolizada por una mujer con alas tratado como una figura de proa azotada por el viento; pero gracias a su ingenio transfiguró el motivo antiguo. Hizo este cuerpo poderoso y fogoso que va a la conquista de los mares. En el descansillo de la escalera a la derecha de La Victoria, en el Louvre, hay una pequeña vitrina en la que está la mano de la estatua. «Se descubrió esta mano (palma y fragmento anular) en 1950 en el mismo sitio en que se habían encontrado los otros fragmentos de la estatua». Se supo después que un pulgar y la parte inferior de un anular, conservados en Viena se adaptaban a la mano que se encuentra en Samothrace. Esta Victoria, o Niké, contiene la grandiosidad y el dinamismo de la escultura griega. Una característica que comprendemos en la Venus mutilada, en cuanto a que la presencia del tiempo hace que la obra entregue su enteridad. La no sabiduría sobre la duración de la obra produce algo sabio, dado que lo sabio es un saber que se sabe a sí mismo precario. La precariedad no armoniza con lo sabio y en eso corresponde reconocer la sabia ventaja en las condiciones de la Patagonia Austral. La curaduría de la Victoria no es una reposición de lo que le falta o se le ha retirado sino la comprensión de la falta terrible que le da más dimensión de permanencia en la retirada. Es gracias a un intercambio que esta mano entró en las colecciones del Museo del Louvre. La Victoria fué reconstruida con los fragmentos descubiertos en 1863 por el cónsul francés Charles Champoineau en la isla de Samotracia. Actualmente, se conserva en el Museo del Louvre. 2 18Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 Es allí donde encontramos que en el olvido del olvido del ser emprendido al superar conservando, su olvido del género, su olvido del cuerpo, su olvido del trabajo, su olvido de la multitud. Olvidar el «olvido del ser», quiere ser olvidar «el olvido del olvido». Ambos quieren averiguar lo que significa el olvido. Y en ambos memoria y cura para abandonarse y abandonar la voluntad para estar atento al advenimiento del ser. Olvidar la obra a la salida de la fisis no es más que no olvidar «el olvido del olvido» de la australidad, lo abandonado a sí por el septentrión técnico. 17 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 9-18 Claudia Bahamonde y Aldo Enrici 18 Referencias Garraud, Colette. (1994). L’idée de nature dans l’art contemporain. París: Flammarion. Guasch, Anna María. (2000). El arte último del siglo xx. Del posminimalismo a lo multicultural. Madrid: Alianza. Heidegger, Martin. (1967). Besinnung. Tomo lxvi. Fráncfort: Gesamtausgabe. —. (1986). El ser y el tiempo. Traducción de José Gaos. México: Fondo de Cultura Económica. —. (1990). «El principio de identidad». En Identidad y diferencia. Barcelona: Anthropos. —. (1999). Tiempo y ser. Madrid: Tecnos. Solanich, Enrique. (2000). Homenaje al viento. Separata. Santiago: Universidad de Chile. Sloterdijk, Peter. (2001). Extrañamiento del mundo. Valencia: Pre-Textos. —. (2004). El sol y la muerte. Investigaciones dialógicas. Madrid: Siruela. Cátedra de Artes N° 4 (2007): 19-28 • ISSN 0718-2759 Música y medios: hacia una perspectiva nueva en la historiografía de la música © Facultad de Artes • Pontificia Universidad Católica de Chile Cátedra de Artes N° 4 (2007): 19-28 Música y medios: Hacia una perspectiva nueva en la historiografía de la música Music and media: Towards a new perspective in music history nils grosch Instituto de Investigación de la Canción y la Cultura Popular de Freiburg, Alemania resumen Mientras que a través de representantes como Marshal McLuhan y Neil Postman, por nombrar solamente los más importantes, la teoría de los medios provocó un cambio paradigmático en las humanidades, hasta hoy la musicología parece casi inmune frente a esta revolución científica. A pesar de esta inmunidad, la música, sin duda, forma uno de los elementos más importantes entre las informaciones comunicadas y en el desarrollo descrito por la teoría e historiografía de los medios. La canción, el Lied, la comedia musical, la opereta y la ópera son ejemplos importantes dentro de la teoría de la intermedialidad. La imprenta musical presentaba en el siglo xvi uno de los primeros productos de una industria de diversión, que se transformó en una influencia muy importante sobre el desarrollo de la cultura popular de la «Galaxía Gutenberg», y de la temprana edad moderna en general. Este artículo intenta sondear las posibilidades de una musicología desde la perspectiva de la historia de los medios de comunicación. palabras clave: medios de comunicación, intermedialidad, imprenta de música, interpretación musical, disco, música mecánica. abstract While the media theory of Marshal McLuhan, Neil Postman and many others provoked a change of paradigms in the humanities, musicology seems immune against these scientific revolution. Music, nevertheless forms one of the most important components of media information, and the development described by media theory. Song, Lied, Broadway musical and opera are vital examples of intermediality. Printed music was one of the first products 19 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 19-28 Nils Grosch 20 of the entertainment industry of the 16th century, and it transformed into one integral parts of the «Gutenberg Galaxy’s» popular culture and of early modernism in general. This article intends to explore the possibilities of a musicology which takes the perspective of media history. keywords: mass media, intermediality, musical press, musical performance, recording, mechanical music. Hace pocos años atrás, la Federación de Estudiantes de Musicología de Alemania, encargó la realización de un estudio de la oferta docente en los 47 institutos de musicología alemanes. Los resultados más notorios fueron el fuerte predominio de la musicología histórica (76%) y, dentro de este campo, las actividades lectivas centradas en determinados compositores. Entre las desideratas señaladas por los estudiantes se encuentra también el área de la investigación musicológica en «contextos culturales y mediales»: esta área sólo participaba con un 2% y, en su mayor parte, a través de temáticas relacionadas con la música en el cine y los videos musicales (véase, entre otros, Hemming, 2002). Desde entonces, esta situación ha mejorado levemente, entre otras cosas por el hecho de que entretanto se han creado en los departamentos de musicología de las universidades de Oldenburg, Bonn y Dortmund, por ejemplo, cátedras con la expresa especificación de investigación de medios. Reconocer que los medios de reproducción técnica tienen una importancia central para la difusión de la música, y que, a la inversa, la música es un contenido cuantitativo y cualitativamente relevante de la radiofonía y, en general, de la industria de entretención de los medios de comunicación de masas, parece algo tan banal como la trillada frase de que la música misma es un medio de comunicación. Parece lógico, por lo tanto, analizar la terminología y la teoría creadas por la ciencia de los medios no sólo por su aplicabilidad a los fenómenos musicales, sino por examinar también la respectiva utilidad de tales aplicaciones. No podemos hablar de una construcción teórica coherente: los enfoques en materia de teoría de los medios desarrollados desde los años 60 —y si incluimos el ensayo de Walter Benjamin (1996) en La obra de arte en la época de su reproductibilidad, tendremos que remontarnos incluso a los años 30— partían de disciplinas diferentes, se referían a diferentes ámbitos sociales, culturales, antropológicos y tecnológicos y siguen siendo controversiales hasta el día de hoy. Más bien los puntos de partida de nuestra pregunta aquí deberían ser los diversos puntos de contacto entre música, medios y sus implicancias específicas para la teoría de los medios. Para estos efectos, quisiera recurrir a la definición de los medios que entrega Werner Faulstich (2002: 23-6): «Un medio es un sistema institucionalizado con predominio social en torno a un canal de comunicación organizado que posee una capacidad específica». Música y medios: hacia una perspectiva nueva en la historiografía de la música Los medios influyen en las ideas que nos hacemos de la música Con la invención de la imprenta con letras móviles por Gutenberg, comenzó a mediados del siglo xv la época de una forma de presentación completamente nueva de las obras musicales (Flood, 1996; Brednich, 1974). La impresión de canciones en volantes, y poco después también en cancioneros polifónicos, (comenzando con las ediciones venecianas de Ottavino Petrucci), permitió que un gran repertorio de obras musicales fuera accesible a un sector de la población que hasta ahora había estado excluído de esta práctica musical. Lo determinante aquí, es que este paso no fue realizado por un sólo medio, sino por una nueva red de medios primarios (cantores itinerantes y de feria, tradición oral) y secundarios (volantes, libros de música) (Faulstich, 1998: 83–100; Grosch, 2006). Para que estos productos musicales pudieran ser presentados en el mercado, debían ser declarados como mercancías (Fenlon 1995: 18). Para ello era necesario darles una mayor homogeneidad, tanto en lo referente a su extensión (que estaba restringida por los respectivos medios), al estilo (técnica de composición), al sonido (número y conducción de voces), y a la constelación específica de las partes constitutivas (texto, música y elementos visuales). Este proceso de aproximación, facilitó el que formas o productos musicales que hasta ese momento habían sido comunicados básicamente mediante la tradición oral y la práctica de presentación sin escritura, pudieran ser presentados en un mercado, agrupados y comparados entre ellos. La yuxtaposición de diferentes obras musicales impresas facilitaba esta comparación; le permitía al público establecer relaciones estilísticas entre las diferentes obras que hasta ese momento, por lo general, sólo podía reconstruir con ayuda de la memoria auditiva que, según el caso, debía salvar grandes intervalos o distancias en el tiempo (Giesecke, 1998 y 2002). Este proceso se repitió unos cuatrocientos años más tarde, cuando ya no fueron textos musicales sino acontecimientos musicales los que se almacenaron, reprodujeron y comercializaron con ayuda de una nueva tecnología medial: los medios terciarios. El rollo de autopiano, el disco fonográfico y la radio sacaron las arias de ópera y las canciones populares de los contextos de presentación ligados a los medios primarios (teatro o concierto) para los cuales habían sido concebidas. Después del fracaso del fonógrafo de Edison para imponerse como Cátedra de Artes N° 4 (2007): 19-28 De acuerdo a ello, Faulstich señala cuatro grupos de medios: los medios primarios (medios humanos); los medios secundarios (medios de escritura e impresión); los medios terciarios (medios electrónicos) y en cuarto lugar los medios digitales. En lo que sigue, quisiera desarrollar brevemente cuatro tesis sobre la relación entre música y medios en base a ejemplos de diferentes épocas de la historia de la música. 21 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 19-28 Nils Grosch 22 dictófono —por ciertas deficiencias técnicas—, e incluso después que el primer intento de una producción en serie casi significara el fin definitivo del fonógrafo, a principios de los años 1890 una variante totalmente distinta causó furor: la combinación con un sistema que funcionaba con monedas. Este aparato, provisto de hasta diez audífonos, se podía colocar en plazas públicas, en plazas en las que, igual que en las ferias de entretención y en los lobbys de los hoteles, el libre mercado y la diversión comercial ya estaban instaladas en las más diferentes formas. Como aparato de entretención musical, el fonógrafo de Edison se impuso con vigor en 1891, asegurando la supervivencia de la empresa de Edison (desde 1896, National Phonograph Company) en medio de una fase de depresión económica (Millard, 1990: 81-7). El mercado había exigido un aparato que —junto con diversas informaciones acústicas— almacenara y reprodujera, sobre todo, entretención musical en forma de unidades cortas, de las cuales ahora el propio cliente podía disponer libremente y por poco dinero, incluso podía volver a escucharlas cuantas veces quisiera (Millard, 2003: 59-61). Sólo a partir de ahí los nuevos medios de almacenamiento y reproducción —el disco y el gramófono— se convirtieron en las bases de una industria de soportes de sonido que condujo a una nueva posición de la música en la conciencia pública. De pronto, ejemplos de culturas musicales totalmente diferentes se encontraban fijados y registrados por el mismo medio, transformados en un valor de mercado y llevados a la forma de una «yuxtaposición sin relación alguna» (McLuhan, 2001: 22); músicas que hasta ese momento nunca habían estado expuestas a ninguna comparación, ya que habían existido en esferas completamente separadas, ahora se encontraban en una yuxtaposición que las hacía comparables. Los discos se diferenciaban por estiquetas de colores, que las asignaban a diferentes grupos de recepción, es decir, sectores de compradores que se solían equiparar a diferentes unidades regionales y sociales de la población, y les conferían rótulos sociales. Estos pueden entenderse perfectamente como un sustituto de la asociación, perdida con el surgimiento de los medios, de géneros, estilos y obras musicales con las prácticas de determinados grupos de la sociedad. La separación en unidades musicales de los géneros de presentación convencionales y su posicionamiento en un catálogo, en gran medida, independiente de esos géneros (de diferentes culturas musicales), representa aquel «descascaramiento del objeto, el desprendimiento de su envoltura, la destrucción del aura» que Walter Benjamin describió como «la signatura de una percepción cuyo «sentido de la similitud del mundo» ha crecido tanto que por medio de la reproducción ve la similitud incluso en lo singular» (Benjamin, 1996: 15-6). La recepción de la composición de la música de épocas pasadas o de culturas diferentes en la música docta, como por ejemplo en el neobarroco, el neoclasicismo, el folclorismo o en las composiciones de jazz de aquellos años, reproduce por una parte la yuxtaposición «aposi- Música y medios: hacia una perspectiva nueva en la historiografía de la música Cátedra de Artes N° 4 (2007): 19-28 cional» de McLuhan, (2001: 22) comparable a la de la realidad de los medios musicales y, por la otra, acerca el carácter de la obra musical en su función comunicativa, a un medio de este tipo (Grosch, 2005: 216-7). Los medios influyen en la forma y la estructura de las obras y contextos musicales: géneros, formas, estilos. En una sentencia paradigmática para el ámbito de la investigación de los medios en la literatura y la cultura, Neil Postman caracterizó como «ingenuo», suponer que uno pueda expresar algo en otro medio que ya lo haya sido en un medio determinado, sin alterar considerablemente su importancia, su estructura y su valor (Postman, 1988: 145). Una influencia directa del cambio de los medios sobre características estilísticas, formales y estructural-musicales se encuentra en diferentes épocas, aunque aquí sólo citaré algunos ejemplos de los siglos xvi y xx (sobre el tema «cambio de medios», véase Rajewski, 2002). Cuando en 1539 Georg Forster, el sin duda más importante editor alemán de música del siglo xvi, había «reunido sin mayor esfuerzo» (on allen fleiss zusamen geklaubt) las canciones para la primera parte de su publicación, tuvo que constatar que en los «ejemplares de los cuales las copié» (Exemplaria, daraus ich’s hin und wider geschriben) «el texto no existía en todas las canciones» (Text nicht in allen Liedlin vorhanden). Se ayudó entonces, como señala en el Prólogo, «poniendo otras letras a las canciones que no venían con letras (para que no estuvieran sin texto), como también reemplazando aquellas que no correspondían, por otras» (Forster, 1943: xxix). A pesar de que «hizo imprimir las canciones no por su letra, sino por la composición» (id.), se distanció de la asignación poco homogénea de música y letra, tal como aparentemente la encontró en los manuscritos. El manejo de letra y música en los manuscritos tradicionales de aquella época le pareció deficiente para la presentación pública. Efectivamente, en los manuscritos de los siglos xv y xvi se encuentran modelos muy diversos para la asignación de música y letra: Algunas composiciones no tienen letra, algunas letras de canciones están registradas sin música, en ocasiones inicios de letras o indicaciones de notas remiten a la parte que falta en cada caso, otras veces la letra se encuentra anexada a la música. Es lógico que esta situación no pareciera aceptable frente a la reproducción para un grupo de compradores anónimos. Era necesario generar un marco, en lo posible autoexplicativo, con la ayuda del diseño gráfico, la disposición e interrelación de los diferentes elementos —algo que se tornó posible con la nueva tecnología de impresión de notas de los años 1530—. Tanto más lógico entonces que el texto ahora se posicionara consecuentemente en forma coordinada debajo de las lineas de notas, una novedad de las ediciones de Forster para la música de habla alemana. La homogeneidad con respecto a la definición de la extensión de la letra y las voces del género presentado, ya se había logrado anteriormente en las ediciones impresas. Para obtener un diseño mesurado del largo de 23 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 19-28 Nils Grosch 24 las letras, se agregaron o eliminaron estrofas. Se puede suponer que aquí el ojo se guiaba por lo que cabía en una página impresa; entre otras cosas para evitar el molesto volver la hoja. Lo mismo se aplica a la cantidad de voces que variaba en los manuscritos (en el siglo xv predominaban aún las canciones a tres voces, pero también se podían encontrar canciones a una o dos voces), ya que, con las impresiones, las canciones a cuatro voces se convirtieron prácticamente de un día para el otro en el estandar que habría de tener vigencia durante décadas. Simultáneamente, en el transcurso de pocos años, el madrigal fue transformado por la industria italiana de la imprenta y por compositores flamencos cercanos a ésta, que, en su gran mayoría, no tenían empleo en las cortes, para convertirse de una práctica oral y local florentina en un género influyente a nivel internacional, sobre todo a través de estéticas específicas de asignación de texto y música. Las nuevas constelaciones de los medios no sólo facilitaron posicionar nuevamente música, letra, imagen y performance entrelazados, sino que desafiaron este posicionamiento. Asimismo, el desarollo y cambio de géneros musicales, surge como acto constructivo en reacción a los cambios de los canales de comunicación y a sus formas modificadas de recepción. Esto también sucedió con la estandarización de forma y sonido, pues en el contexto del desarrollo de los medios técnicos de comunicación de masas a principios del siglo xx, se encuentran marcas en las realidades musicales de una profundidad comparable. Impulsada por la difusión con apoyo tecnológico de música popular, cuyos formatos fueron estandarizados por la capacidad limitada de los discos y cuya asignación a géneros y estilos fue estructurada por los catálogos de venta, esta tecnología se arraigó con grandes consecuencias en los sistemas mediales existentes. Es así como en las producciones de revistas comerciales de los grandes teatros de Nueva York, Londres, París, Berlín, Buenos Aires o La Habana, se contrataron estrellas internacionales cuya presentación en un disco, con interpretaciones de los números principales de un show, ya se publicitaba en los folletos del programa. La posición especial de estos números individuales, dada la posibilidad de recepción separada del contexto del escenario (tal como ya existía antes del disco fonográfico en la forma de ediciones populares individuales), tuvo efectos sobre la generación de dramaturgias seriales en el teatro musical popular así como en el teatro épico. Desde la década de 1920 —como un reflejo directo de la electrificación de la técnica de grabación— surgieron cada vez más formas típicamente mediales. El «crooning» de Jack Smith, y después de Bing Crosby y Frank Sinatra —aquel cantar bajito y afónico—, se lograba por medio de posiciones especiales del micrófono y producía un carácter completamente nuevo de intimidad de la expresión, que sería característico de la música popular norteamericana de los años 30 y 40 (Banfield, 2000: 72–4). Desde entonces, la música popular Música y medios: hacia una perspectiva nueva en la historiografía de la música La interpretación musical es una categoría dirigida por los medios La afirmación de la teoría de la recepción, sostenida sobre todo por Jauss (1970: 169) de que «sólo a través de su comunicación [...] una obra entra en el horizonte de experiencia sujeto a cambios de una continuidad», confirió —en las ciencias de la literatura y del arte— a los procesos de recepción y comunicación el estatus de objeto de investigación y generó en muchas disciplinas, hasta ahora concentradas en primer lugar en obras o respectivamente textos artísticos y su esfera de producción, un cambio paradigmático. Como Jauss (1991: 14) observaría más tarde, las tesis iniciales de la teoría de la recepción deberían considerarse como particularmente evidentes en el campo de la música, ya que aquí «la interacción entre texto (o partitura), interpretación (o presentación) y recepción debería contar entre los elementos primarios de la experiencia». Sin embargo, en los hechos, no se produjo la reorientación que se podía esperar a partir de ello, especialmente en la musicología. Posiblemente esto también tenía que ver con el hecho de que la tríada establecida por Jauss, a saber texto/interpretación/recepción, era, por una parte, un constructo reductor. La posibilidad de separar texto y recepción, así como la interpretación, como categorías esenciales para la constitución de prácticas musicales, no resulta desprovista de condiciones previas, pues se trata más bien de un proceso explicable por la historia de los medios. Por otra parte, ya los modelos simples de la teoría de la comunicación muestran una interacción más compleja de estos tres niveles que la que Jauss sugiere. La presentación de interpretaciones individuales por los medios de reproducción técnica en el siglo xx, desempeño un papel importante para la percepción de la interpretación como una categoría artística propia. Por una parte, las empresas discográficas —en forma planificada y controvertida— desviaron el foco de atención desde la perfección técnica —el aspecto más considerado hasta ese momento— a la interpretación individual. La política de Edison había sido no indicar el nombre del intérprete en el soporte del sonido (Millard, 2003). Aquí, el aspecto de la interpretación aún no parecía ser relevante. Asimismo, la mayoría de los soportes de datos de los medios de reproducción mecánica (sobre todo de los pianos mecánicos) se las habían arreglado perfectamente sin «intérpretes» hasta principios del siglo xx; en este caso, la reproducción técnica sustituía, por decirlo así, la ejecución individual. Luego, en 1905, la empresa Welte de Freiburg, Alemania, que producía y comercializaba en el mundo entero pianos mecánicos y el correspondien- Cátedra de Artes N° 4 (2007): 19-28 siguió siendo una música cuyo sonido era manipulado, si no generado en los estudios (Wicke, 2000: 27–9). 25 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 19-28 Nils Grosch 26 te repertorio para la reproducción en rollos perforados de papel, lanzó al mercado el así llamado «rollo de artistas» como un producto nuevo. Aquí, como explicaba la empresa en un folleto publicitario, se había creado «por primera vez la posibilidad de registrar la forma de tocar el piano de nuestros maestros famosos que de otra manera se habría perdido, y de presentarla a las generaciones futuras con ayuda del aparato construido con mucho ingenio llamado Welte-Mignon» (Hagmann, 2002: 27-8). La estrategia empleada por la Victor Talking Machine Company, de convertir el gran artista del escenario en la estrella del soporte de sonido, en vez del innovador técnico (Millard, 2003), iba finalmente en la misma dirección. Ahora bien, las posibilidades del disco fonográfico iban aún más lejos que las del piano mecánico. La voz humana, predestinada por razones acústicas a la grabación por medio del fonógrafo o el gramófono —y con mayor razón la del registro vocal del tenor que en esa época se podía reproducir en forma óptima—, hizo que la técnica de reproducción quedara en segundo plano, una técnica que en el caso del piano mecánico siempre necesitaba —además de la técnica de reproducción— el instrumento musical. Si el Welte-Mignon logró (en el caso ideal) la reproducción de «la forma de tocar original precisa en una reproducción exacta de la concepción personal y los matices de todos los virtuosos», el disco fonográfico parecía hacer surgir el mismo cantante en toda su corporalidad. En 1902, Victor proclamó en su publicidad que la grabación discográfica con Caruso tendría la misma calidad que el gran tenor en vivo, incluso que equivalía al mismo Caruso: «Both are Caruso: The Victor Record of Caruso’s Voice is just as truely Caruso as Caruso himself. It actually is Caruso [...]». También Edison publicitaba sus nuevos rollos de ópera con la recomendación: «Wouldn’t you like to have these metropolitan stars as your Christmas guests?» (¿No quisieras tener estas estrellas metropolitanas como tus invitados de Navidad?) (Millard, 2003: 62). Si cuatrocientos años atrás la impresión de notas había hecho transparente la diferenciación entre la notación escrita y la presentación, fomentando con ello la imaginación de la obra musical; con el almacenamiento de la reproducción de la obra, se separaron los aspectos de la presentación y la interpretación. La interpretación se deslizó como un elemento constitutivo autónomo entre la notación y la presentación, acercándose de este modo, con su carácter artístico, a la misma composición. Los ejemplos que he citado podrán mostrar en qué puntos angulares de la investigación musicológica se encuentran las oportunidades y desafíos de un cambio de perspectiva en el ámbito de la ciencia de los medios. Al final de este ensayo, sólo puedo señalar brevemente las posibilidades de la investigación de la intermedialidad para la música: géneros intermediales como la canción, el teatro musical y la música en el cine se pueden interpretar como una combinación consciente de elementos mediales, cuyas fronteras recepti- Música y medios: hacia una perspectiva nueva en la historiografía de la música Referencias Banfield, Stephen. (2000). «Stage and screen entertainers in the twentieth century». En John Potter (editor). The Cambridge Companion to Singing (63-82). Cambridge: Cambridge University Press. Benjamin, Walter. (1996). «Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit». En Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit: Drei Studien zur Kunstsoziologie (7-44). Fráncfort am Mein: Suhrkamp. Brednich, Rolf Wilhelm. (1974). Die Liedpublizistik im Flugblatt des 15. bis 16. Jahrhunderts. 2 Tomos. Baden-Baden: Koerner. Faulstich, Werner. (1998). 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Teatralidad colonial en los Andes Centrales Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 • ISSN 0718-2759 © Facultad de Artes • Pontificia Universidad Católica de Chile Colonial teathrality in Central Andes maría delia martínez Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 Teatralidad colonial en los Andes Centrales* 29 resumen Este artículo aborda algunas tensiones nacidas del vínculo que se establece entre teatro e historia, en el marco de una investigación sobre representaciones teatrales en la zona de los Andes Centrales desde la llegada de Pizarro hasta 1650. Se reconoce en esta relación potencialidades y limitaciones que permitirían establecer caminos metodológicos más adecuados al objeto de estudio. Sin pretender abarcar la compleja gama de elementos presentes en el prolífero vínculo entre teatro e historia, se reflexiona sobre la distancia entre el objeto de estudio y el investigador en el contexto de una investigación teatral y la difícil convivencia del texto escrito y la oralidad en este contexto. palabras clave: teatro, historia, oralidad, texto dramático, metodología. abstract This paper is about some tension in the link between theater and history, inside the framework of a more broad research over theatrical representations in the Central Andes, since Pizarro’s arrival to 1650. This relation shows different possibilities and limits that allow us to establish and ad* Este artículo forma parte del proyecto fondecyt nº 1061279: «La lucha por el control de la memoria. Escritura, oralidad e imágenes en los Andes de los siglos xvi y xvii», dirigido por el profesor José Luis Martínez del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile. Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 María Delia Martínez 30 equate methodologies to this subject. Without willing to comprehend the complex variety of elements related to the link between theater and history, the paper reflects about the distance between the matter and the researcher, in the context of a theatrical study and the problems of coexistence between written texts and orality. keywords: theater, history, orality, dramatic text, methodology. En los Andes Centrales, en la zona conocida con el nombre de Alto Perú, durante el período que va desde la llegada de Pizarro en 1532 —cuando comienza una primera etapa de evangelización— hasta el año 1650 —cuando se habrían logrado aspectos importantes de estabilidad del régimen colonial— existieron sistemas de representación teatral que albergaron importantes rasgos de la cultura andina. Ellos son una fuente de información importante, aunque insuficientemente explorada, para entender la problemática en un aspecto más macrocomprensivo, pero también para aprehender las particularidades surgidas en torno a la historia del teatro latinoamericano, a los discursos involucrados, a los puntos de vista y sensibilidades que estuvieron en juego durante el periodo. Sobre las representaciones teatrales indígenas las opiniones van desde los que las consideran más cercanas a las danzas, o a los rituales religiosos hasta los que relacionándolas con un texto, las han visto como una expresión eminentemente escrita. Entre estos ultimos, Jesús Lara, en su libro Literatura de los quechuas (1969: 55-60), señala su convencimiento sobre la existencia de cuatro piezas teatrales escritas por los incas, reconociendo su extremada belleza. Asimismo concluye que los españoles habrían encontrado una tradición teatral de profundo arraigo en la zona, que sería prueba de la grandeza del Tawantinsuyo, o imperio inca, lo que habría tenido como consecuencia la opción española de sustituir las piezas antiguas por autosacramentales, poniendo como ejemplo el «Uska Páuqar» y «El pobre más rico» (Cid, 1973). Esto último ha sido puesto en entredicho, fundamentalmente en el trabajo de historiadores como Etien (2000), quienes en general se manifiestan hostiles a la idea de la supervivencia en la cultura andina actual de elementos prehispánicos. 1 El Alto Perú fue una división administrativa, primero del Virreinato del Perú y, luego, del Virreinato del Río de la Plata. Estaba integrado por las intendencias de Potosí, Cochabamba, Charcas y La Paz, que corresponden al actual altiplano boliviano, poblado por diversas etnias andinas. 2 «Allí encontramos que en unas fiestas celebradas hacia 1555 en la Villa Imperial fueron exhibidas ocho piezas teatrales [...] Las cuatro obras se hallaban compuestas en quechua y fueron llevadas a la escena por actores indios. [...] De las cuatro comedia restantes enunciadas al principio, no tenemos ninguna referencia. El autor deja aquí una sensible laguna» (Lara, ibid.). Teatralidad colonial en los Andes Centrales Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 En relación con algunas fuentes éstas tienden a confirmar la existencia de un teatro en lengua quechua. Sarmiento de Gamboa en Historia de los Incas (1572), se refiere a representaciones que se habrían hecho sobre la vida de cada inca, específicamente sobre las que mandó a hacer Pachakútej. Martín de Murúa, en Los orígenes de los Incas (1590) habla someramente sobre el teatro de los quechuas. En Relación de las costumbres antiguas de los naturales del Perú (anónimo ca. 1615 y 1621, aunque atribuida por algunos investigadores al padre Blas Valera) se alude más concretamente a las grandes representaciones de batallas, de comedias y de tragedias que el pueblo presenciaba los días en que los incas celebraban sus victorias. El indio Pachakuti Yamki Sallkamaywa (1610) va un poco más lejos y proporciona nombres de conjuntos de actores en su Relación de antigüedades deste Reyno del Perú, especializados en determinadas clases de espectáculos. Waman Puma de Ayala (1615) anota nuevos conjuntos de comediantes, refiriendo, al mismo tiempo, que cada grupo contaba con un número considerable de artistas. Cabello Balboa (1586) consigna datos acerca del teatro incaico en su «Miscelánea Antártica». El inca Garcilaso de la Vega (1618) informa que los amautas, que eran los filósofos del imperio, ejercían también la dramática. Según él eran conocidas la tragedia y la comedia. La primera ofrecía las hazañas y grandezas de los reyes pasados y de otros heroicos varones. La comedia abarcaba asuntos de agricultura, de hacienda o de cosas caseras y familiares. No tenían cabida temas reñidos con la honestidad ni las sanas costumbres, y los actores más hábiles recibían galardones de mucha estima. En la Historia de la Villa Imperial de Potosí de Bartolomé de Arzans Orzúa y Vela (1638), se refiere a unas fiestas celebradas hacia 1555 en la Villa Imperial donde habrían sido exhibidas ocho piezas teatrales. En el marco de la evangelización muchas fiestas del calendario astronómico y agrícola prehipánico fueron reajustadas de acuerdo a las celebraciones del año litúrgico de la Iglesia. La música, el canto, la poesía, las danzas y los trajes se entrelazaron unas veces generando conflicto y otras armonizando sincréticamente (Vilcapoma, 2006). Hoy, en las fiestas patronales, la tradición oral rememora a estos santos y dioses con los rasgos de las viejas deidades prehispánicas, casi siempre asociados a lagunas, cerros o montañas. Según Porras (1951), entre las expresiones teatrales provenientes de las culturas prehispánicas de la región de los Andes, se encontrarían los haylli o canto colectivo de celebración. Carlos Vega (1937: 30), señala la relación entre el ritual, la danza y el teatro. La danza sería para este autor, la expresión dramática de la vida del indio en todas las épocas, en la libertad y en la servidumbre, en el placer y en el dolor y reconoce danzas cercanas a las representaciones teatrales vinculadas con estructuras deportivas o de entrenamiento, actividades de caza y pastoreo y otras relacionadas con el trabajo, así como algunas vinculadas con la experiencia concreta del viaje o las de sentido religioso como conjuros, de carácter fúnebre o alusivas a la 31 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 María Delia Martínez 32 unión matrimonial. Estensoro (1992: 353–4), reconoce la importancia que adquiere el estudio de manifestaciones como las danzas para construir una historia de la cultura colonial. En un artículo alusivo al tema, el autor hace un recorrido por el significado que adquieren los takis en distintas etapas de la colonia. Utilizando el estudio de los conceptos con que se vincula esta danza para analizar la relación de este baile con los distintos sentidos que adquiere el período en el marco incluso de opciones ideológicas posteriores, concluye sobre la importancia de evitar una historia que pretenda adjudicar cierta permanencia originaria a estas expresiones. Los autores anteriores, a pesar de escribir sobre el tema en distintas épocas, admiten las transformaciones de que fueron objeto estas manifestaciones, sin dejar de asignarles un lugar importante en la comprensión general del período en la región y dándole cierta significación en la relevancia y magnitud tanto del proceso de cristianización, como del poder de permanencia y resistencia de las culturas andinas. Lo que parece claro es que las manifestaciones teatrales indígenas se vieron influidas por distintas fuerzas culturales que las hacían, como en todo proceso artístico, maleables a las comunidades y contexto donde se desarrollaron. Por lo tanto, su ubicación geográfica así como su posible pertenencia a sistemas culturales específicos, es determinante al momento de realizar un recuento de ellas. Del mismo modo las manifestaciones y prácticas religiosas de la península se vieron influidas por su uso y adaptación a la evangelización en la zona. Al parecer, en un contexto cristiano, los indígenas habrían logrado conciliar las tradiciones de antaño con las innovaciones introducidas por los religiosos, los nobles indígenas y todos los que, de lejos o de cerca colaboraban con los españoles. Según Estensoro (1992), este proceso podría ser visto como una adaptación de la religiosidad indígena o bien como espacios de persistencia y resistencia cultural. A pesar de las múltiples vías de aproximación y comprensión que otorga el fenómeno teatral, en este caso la tendencia de las investigaciones en torno al tema han sostenido un marcado interés por la dramaturgia quechua escrita y sus posibles orígenes prehispánicos. Interés que ha tomado distintas formas dependiendo algunas veces de los proyectos políticos que han estado en juego, siendo visto como territorio de disputa ideológica en torno al carácter originario especialmente de algunas obras emblemáticas como La tragedia del fin de Atahualpa. Este trabajo se propone desplazar las preguntas que surgen de esta disputa, hacia la indagación de las diversas vías de comprensión de la época, relevando de este modo el carácter polisémico e integrador del teatro a través de su doble carácter espacio-temporal, ofreciendo simultáneamente signos diversos y sistemas de signos distintos y complementarios. Esta idea básica para la comprensión del fenómeno teatral, ha sido expresada de distintas manera por numerosos estudiosos, desde Bogatyrev (1971) que señaló la estructura compuesta del signo teatral, con elementos procedentes de distintas artes, Teatralidad colonial en los Andes Centrales a Barthes (1973) que habló de un «espesor de signos» o Metz (1969) que apuntó que la especificidad sémica del teatro es la heterogeneidad de sus componentes. Por lo tanto, se propone una perspectiva pluridisciplinaria que permita equilibrar la heterogeneidad de las dimensiones de análisis y su conexión con los antecedentes recopilados sobre cada objeto. La historia y el teatro bajo esta perspectiva, compartirían su carácter puramente potencial, aunque el esfuerzo será dirigido a concretar una investigación histórica sana (Huizinga, 2005), para llegar a saber bien algo muy definido. Sin embargo, esta visión del teatro y de su contexto histórico si bien abre múltiples perspectivas de análisis, pone en tensión aspectos sobre los cuales es necesario reflexionar con el propósito de establecer límites y expectativas adecuadas a las posibilidades que ofrece el vínculo entre estas dos disciplinas. Se trata, entonces, de escudriñar el carácter de los vínculos que existen entre teatro e historia, reconociendo en ellos potencialidades y limitaciones que permitan establecer caminos metodológicos más adecuados al objeto específico de estudio, en este caso el teatro andino colonial. Una tensión se refiere a la distancia entre el objeto de estudio y el investigador y entre el texto escrito y la oralidad, tanto en el teatro como en la historia. Sin pretender abarcar la compleja gama de elementos que evocan estas tensiones, el artículo sólo pretende reflexionar acerca de algunas cuestiones generales que faciliten la aproximación metodológica a una investigación que tiene como protagonistas a ambas disciplinas. La perspectiva de que las manifestaciones teatrales permiten indagar en ámbitos culturales que puedan reflejar la multiplicidad de prácticas que dan sentido a un periodo histórico determinado y a las transformaciones que se llevaron a cabo durante él, nos habla de cómo la historia y el teatro comparten aspectos para el estudio de las teatralidades indígenas en los Andes Centrales. Estas convergencias podrían señalar pistas acerca del aporte del lenguaje teatral a la comprensión de la sociedad y de las comunidades de la región andina colonial. Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 Kero en que se prepresenta el Baile de la Soga de Oro (de donde tomó su nombre Waskar Inka). Pieza núm. 7524. Colección del Museo de América, Madrid 33 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 María Delia Martínez 34 El teatro, como insumo para la historia, si bien puede verse limitado por la necesidad del tratamiento específico de un hecho histórico, que habitualmente restringe las posibilidades especulativas de la interpretación del arte, también amplía sus posibilidades de análisis a través de ciertas coincidencias en sus modos de aproximación al objeto de estudio. Una de las expresiones más significativas de esto es la que se refiere a la necesidad, tanto de la historia como del teatro, de alcanzar la comprensión de su objeto de estudio, poniéndose en el lugar de éste. En el caso del teatro andino colonial, esta práctica cognitiva, que necesariamente apela a un compromiso afectivo, ha compelido a la historia a desplazar sus preguntas tradicionales hacia otras que involucren la perspectiva de los vencidos, sin abandonar por completo la distancia necesaria para observar los procesos y mantener su sentido epistemológico. Antoniette Molinié (1997) se refiere específicamente al punto «No se trata de modo alguno de criticar la etnohistoria andina, que ha dado tantas pruebas de su eficacia sino de situarla en su campo epistemológico propio; el de una historiografía occidental aplicada a las sociedades indígenas». Esta aplicación no se refiere a la empatía que disuelve la distancia entre el objeto de estudio y el investigador, sino una perspectiva conciente de las motivaciones contemporáneas que pueda indagar efectivamente la percepción indígena del pasado. Es decir, un acercamiento que permite visibilizar las particularidades propias del otro. Este proceso nos habla de la necesidad de ponerse en el lugar del otro. Práctica habitual en el teatro, esencial desplazamiento que da origen a la creación de personajes, a una atmósfera, en definitiva, a la concepción y realización de un tiempo y de un espacio determinado. Esta construcción propia del teatro se replica en la necesidad de la etnohistoria de comprender el hecho histórico, a partir del acercamiento a éste, lo que Gadamer llama «La necesidad de la conciencia histórica de desplazarse hacia la situación del pasado, intentando alcanzar el verdadero horizonte histórico». Abordar el teatro como un fenómeno que construye un mundo hecho de pliegues y desdoblamientos, donde el sujeto es capaz de pertenecer a la vez al espacio donde está y al objeto que contempla, pone en juego la alteridad del otro, convertida en tema de conocimiento objetivo. Esta misma coincidencia permite avanzar en el aporte del teatro a la historia, cuando reconocemos la capacidad de éste, no sólo de reflejar una época, sino de aportar a la génesis de los cambios llevados a cabo en ella, ampliando las repercusiones que puede tener el uso del teatro como fuente histórica. Otro aspecto que une teatro e historia es la dependencia de uno y otro del tiempo y el espacio. En esta investigación, como en otras relacionadas con el mundo andino, es necesario avanzar en un tipo de historicidad específicos para conocer mejor esta cultura y también para poder compararla con otras. Se tiene indicios de que el tiempo andino no es separable del espacio, «que está construido por ciclos separados por crisis (pachacutis) y que la sucesión Teatralidad colonial en los Andes Centrales Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 de los ciclos parece tener una dimensión pendular formulada por espacios de adentro y de afuera» (694). En este caso como en el anterior, el teatro no sólo proporciona información sobre la concepción del tiempo y del espacio, sino que también permite aproximarse a las formas específicas que tenían las comunidades indígenas, de restitución de los hechos históricos. Las formas específicas de la ritualidad indígena, vinculada con hechos históricos es numerosa. Así lo atestiguan las diversas formas de representación que ha adquirido la Tragedia del fin de Atahualpa (Husson, 1999) en el área andina. A través de ellas, los hechos de la conquista, han perdurado integrándose a la memoria viva del sistema cultural de las comunidades. El evento histórico ha sido reproducido a través del rito y también del mito, produciéndose lo que Molinié describe como una «conjunción entre un acontecimiento mítico y un hecho histórico, confiriendo a este último un valor cósmico» (702). Una característica singular de algunas teatralizaciones de la región andina es abordar temáticas en que coinciden hechos históricos compartidos por la historia occidental como la llegada de los españoles, con la visión cósmica de este evento, entendiendo la visión cósmica como el carácter prodigioso que se le adjudica a una realidad creada o que se ha manifestado por primera vez. Lo que para muchas comunidades indígenas se relaciona con la restitución de la cosmogonía, como el tiempo sagrado de origen, en las comunidades andinas, se relaciona también con un hecho histórico y por lo tanto, la llegada del hombre español adquiere significación mítica y a la vez significación histórica. Probablemente muchas de las contiendas relacionadas con la procedencia y el origen de la Tragedia del fin de Atahualpa, provengan de esta difícil coexistencia. Esta coexistencia nos pone sobre la pista de los distintos sentidos que puede adquirir un hecho y si el ritual o las representaciones teatrales que lo revitalizan son la respuesta a un sentido preexistente dado al mismo por las comunidades indígenas o es un proceso por medio del cual, justamente estas comunidades pretenden buscar su sentido. Más allá de cual sea la respuesta, Molinié se pregunta si al dar un sentido «histórico» a un ritual, no se estaría también destruyendo: «Es así que al dar profundidad histórica a su objeto, la etnohistoria puede disolverlo en sus descubrimientos» (698). Sin embargo, para Gadamer «una verdadera conciencia histórica, aporta siempre su propio presente, de manera que puede verse a sí misma y a lo históricamente otro en sus exactas relaciones» (85). La solución a este problema lo ve Molinié en una colaboración rigurosa entre antropología e historia, que no sea una fusión de ambas disciplinas ni una disolución de una en la otra. El giro de Molinié hacia un mecanismo metodológico que determine espacios y mantenga la rigurosidad de las áreas no necesariamente responde a la pregunta por la distancia adecuada entre el objeto de estudio y el investigador. Cuando se trata de remontar el espacio histórico en busca de las huellas del teatro, esta pregunta resulta imprescindible para determinar el alcance de la búsqueda teatral a la luz de 35 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 María Delia Martínez 36 Representación de una escena del sueño de Atahualpa, parte del ciclo de la Tragedia del fin de Atahuallpa, pintada aproximadamente en 1780 por dibujantes indígenas. Reproducida en Martínez Compañón, 1978 los esfuerzos de la teatrología por abarcar los contextos culturales del teatro y desplegarse hacia áreas hasta hace poco, consideradas de competencia exclusiva de la antropología y la sociología. El horizonte histórico, ha sido una idea utilizada por Gadamer, como un concepto de situación, «por el hecho de que significa un lugar que limita las posibilidades de visión. Al concepto de situación le pertenece esencialmente la noción horizonte. Horizonte es el círculo de visión que abarca y circunscribe todo lo visible desde un punto» (84). Nos habla de cierta predisposición, que conciente de lo próximo, enfrente el pasado, sin que por ello pretenda igualar las implicancias de sentido de uno y otro tiempo. Vinculado con la relación entre distancia y tiempo, la velocidad parecer ser una categoría actual que debiera tener consecuencias en la aproximación que podemos mantener hoy día del pasado. Hemos ganado la capacidad y perspectiva del movimiento continuo y tenemos la conciencia que todo se estremece a nuestro alrededor, ya no percibimos como Nietzsche «muchos horizontes cambiantes» (1919: 83), sino un horizonte que cambia permanentemente y se traslada, deslizando las fronteras con la consiguiente dificultad para fijar y delimitar el objeto de estudio. Cuando la historia se vincula con la representación teatral, en busca del pasado, esta concepción del tiempo continuo facilita el camino para abordar un objeto movedizo como el teatro, pero dificulta cumplir con la pretensión de esta disciplina, de aproximarse al pasado desde el propio horizonte histórico, haciendo una cabriola por sobre los prejuicios y criterios contemporáneos. A mi parecer, esta inestabilidad definiría el lugar desde donde es posible producir un acercamiento prolífero de teatro e historia, pero no soluciona el problema sobre la rigurosidad con que debieran definirse la intervención pertinente Teatralidad colonial en los Andes Centrales Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 de las distintas áreas de estudio involucradas, lo que tendría un impacto directo en las distintas lecturas sobre el objeto de estudio, en este caso las expresiones teatrales andinas. Este vínculo inestable entre teatralidad e historia, encontrará una posible modalidad de análisis en lo que se ha llamado la performatividad en el teatro. Se ha señalado su fundación a comienzos del siglo xx, relacionado con el Primer Instituto de Ciencias Teatrales de Berlín, creado el año 1923, por Max Herrmann (1865–1942). Herrmann no define el teatro a partir del texto dramático, sino como un arte de carácter espacial, donde lo decisivo es la actuación y los distintos despliegues de signos ligados a ella. De esta forma pretende unir lo teatral al sentido cultural de una comunidad social determinada, señalando que justamente el teatro, por su carácter preformativo podría servir de modelo para el estudio de la cultura. Este proceso también está ligado no sólo al cambio del concepto teatral sino también del concepto dominante de cultura. En América Latina se la asocia con la escuela francesa e italiana que marca sus inicios a partir de la década de los sesenta, donde la teatrología extendió el análisis semiótico-literario incluyendo todos los elementos de una puesta en escena vistos como códigos de la estructura teatral. Sin embargo, en las últimas décadas la teatrología ha extendido su marco de análisis al contexto de la sociedad dentro de la cual se efectúa un montaje escénico. Esta perspectiva se nutrió de la reflexión del antropólogo francés Jean Duvignaud (1965) fundamentalmente a través de su libro Sociología del teatro. Asimismo, desde la historia en los estudios preformativos, ha tenido mucha difusión la metáfora de la acción humana acuñada por Goffman (1980). En la actualidad performance y teatralidad se han convertido en paradigmas analíticos, valiéndose de metáforas y analogías, y proponiendo en algunos casos, modelos teóricos, como el de Juan Villegas (1995), quien intenta conjugar el estudio semiótico de los signos teatrales incorporando a los signos textuales, los corporales y auditivos, todos ellos interactuando ante un lector o espectador. La red que entreteje el diálogo entre los distintos sistemas, favorece la perspectiva del teatro a partir de los estudios preformativos. En América Latina, se han podido analizar desde esta perspectiva las conductas de sujeción civil, resistencia, ciudadanía, género y etnicidad. En la colonia, desde esta perspectiva se han conjugado estudios en torno a la recuperación de festividades, danzas, procesiones, celebraciones de muertos y ceremonias, basadas en tradiciones coloniales de raíz prehispánica. Es en este periodo donde tienden a unirse los esfuerzo desde este nuevo campo de estudio con los que provienen de la historia de las mentalidades (Burke, 2000) ya que esta última, permite vincular el problema de las fuentes con la percepciones, lógicas y sistemas de pensamiento, espacios donde se puede relacionar con los estudios teatrales desde su caracter performativo. Por otra parte, permite la verificación de sistemas de analogías y correspondencias, funda- 37 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 María Delia Martínez 38 mentalmente para comprender las metáforas de las cuales se nutre cualquier sistema artístico, permitiendo incluir lo imaginario en un sistema de análisis y reflexión. En otro ámbito la utilización de una variada gama de fuentes hace posible trabajar con el concepto de «utillaje» cultural (Chartier, 1999), que pone en juego otra variedad de representaciones sociales de la cultura. De este modo se pueden incluir los imaginarios colectivos conjugando aspectos estéticos, semióticos y representacionales provenientes del repertorio dinámico de las estructuras plurales de imágenes (Durand, 2004). El tipo de aproximación que concibe el teatro más cercano a un fenómeno performativo que literario, obliga a enfrentar la disputa del teatro entre el logocentrismo y el escenocentrismo. Siendo el escenocentrismo una manera de estudiar los múltiples sistemas de signos que se encuentran en juego en una puesta en escena, abordando el amplio margen de campo no codificado que deja el texto teatral escrito. Si bien este camino de análisis abre nuevas perspectivas, instala la pregunta por el lugar que debiera ocupar el texto teatral, en el marco de una investigación histórica y en el propio sentido que adquiere el texto para el teatro, ya en su dimensión literaria, sino como la forma que ha encontrado para perdurar en el tiempo. En esta perspectiva se hace evidente la tensión entre la importancia asignada al texto escrito versus la importancia de la oralidad tanto en el teatro como para la historia. Especialmente si se reconoce que quienes estuvieron a cargo de montar el poder colonial identificaron la sabiduría con un alfabeto para escribir y leer y que este hecho tuvo lamentables consecuencias, vedando la posibilidad de conocer aspectos cruciales de las culturas indígenas americanas. Si en el teatro este asunto resurge como punto de discusión cada cierto tiempo, en la historia la tradición positivista del siglo xix que establecía la supremacía absoluta del documento escrito, se ha visto también cuestionada. La irrupción de las multimedias que permiten almacenar gran cantidad de información y reproducirla, junto al desarrollo de las ciencias sociales como la sociología, la antropología, la lingüística y la sicología han aportado a la historia métodos, conceptos y marcos teóricos, permitiendo una comprensión más profunda de la vida social y sus actores. Se podría señalar que la historiografía estaría superando la dualidad entre objetivismo y subjetivismo y entre idealismo y materialismo. Al ponerse en crisis el concepto de realidad objetiva, se señala la imposibilidad de la relación causal y unívoca entre la posición social de los individuos y su práctica significativa, relevando la compleja red formada por los conceptos y las categorías fundantes de la práctica y de las relaciones sociales, como parte de una naturaleza que no es ni objetiva ni subjetiva y cuyo origen es diferente y externo, en términos causales, a las dos instancias (referente real y subjetividad). Acerca de la intrincada relación entre lenguaje e historia y su impacto en una manifestación como el teatro, Cesar Itier (2001) en un artículo sobre teatro quechua trata de caracterizar este fenómeno desde un punto de vista Teatralidad colonial en los Andes Centrales Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 ideológico y lingüístico y de comprenderlo situándolo dentro de su contexto histórico. Refiriéndose especialmente al parentesco que existiría entre este fenómeno y los nacionalismos literarios y lingüístico europeos del siglo xix. Para este autor, el mundo andino al que se refieren en su teatro incaico y el lenguaje escogido para evocarlo son asociados a un pasado que les pertenece exclusivamente a la élite y que no involucra a la masa dominada de los que ellos llamarían los «indios» ni a las formas lingüísticas que éstos manejan. Sin embargo, la coexistencia de las élites indígenas dentro de los imperios coloniales, abrió la posibilidad para que, aunque fuera de modo muy restringido, una parte de la memoria oral de los pueblos americanos fuera escrita por los primeros mestizos y por algunos quechuas, como el Inca Garcilaso de la Vega o Waman Puma de Ayala. El texto dramático puede ser abordado bajo la perspectiva de los relatos de testigos, puesto que estudiados desde las teorías narrativas que enfatizan el carácter creador del lenguaje y las implicancias de la acción lingüística, son la principal fuente con que se cuenta para esclarecer aspectos de las representaciones teatrales de la época. La performatividad de estos relatos tendría repercusiones en la construcción de los discursos de pertenencia y la proyección de un imaginario colectivo, para lo cual puede resultar necesario recurrir a la teoría de la recepción, a fin de poder penetrar en aspectos cruciales del diálogo que los autores entablan con el público de su tiempo. Las fuentes también aportan elementos sobre los distinto relatos y memorias, que permiten confrontar los grados de diálogo que existiría entre las teatralidades andinas y su contexto social y cultural. Sin embargo, al realizar este procedimiento resulta imprescindible reconocer los distintos niveles de significado que van a actuar sobre el observador, puesto que por sobre la policemia del fenómeno teatral, que también dispone de mecanismos propios y singulares de influencia sobre el espectador, se agregarían en el caso específico de la expresiones andinas, mensajes desde el emisor y desde el receptor, que estarían señalando elementos del contexto, de la lucha por la imposición y por la sobrevivencia de la cultura indígena, así como por aspectos sobre el triunfo o no del proceso colonizador. Aparte, las fuentes de testigos son expresiones interpretadas con formas de lectura provenientes de un sistema de significados europeo, que desconoce los elementos significativos de la cultura de procedencia y que en algunos casos incluso pudo intencionar criterios de semejanzas que facilitaban procesos como el evangelizador, que es la propuesta de Estensoro (2003) al respecto. En el caso, es probable que los informantes, cercanos a la iglesia, tengan un cúmulo de conocimientos que los involucre con una cierta interpretación a priori de lo que están viendo. Así Bartolomé Álvarez (1588) en su De las costumbres y conversión de los indios del Perú describe con detalle fiestas y borracheras indígenas, con el propósito de denunciar el poco y nada valor que los indios le habrían asignado al bautismo. Uno de los principales problemas 39 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 29-42 María Delia Martínez 40 procedente del uso de fuentes y que surge de la distancia del informante con el sistema de significados, son las confusiones sobre los límites significantes que se desprenden de la producción o en la delimitación de los estratos en juego y los aspectos que llevaron a una manera determinada de realización que definirán ciertas características estéticas del espectáculo. En zonas de la región andina donde se ha logrado mantener la tradición oral, se ha podido continuar con la representación de algunas piezas vinculadas a celebraciones religiosas o fiestas patronales donde se sigue representando piezas como «El sueño de Waylla Wisa» (Lara, 1989). En algunas de ellas llama la atención la presencia de un individuo que acompaña de cerca a los actores y que recita los parlamentos a modo de consueta. Como si interpretara el rol del director sobre el escenario o como si el propio personaje experimentara una reducción transformándose en acción directa sobre el escenario. El director o el actor que ejecuta su rol, no representa un papel sino que se representa a sí mismo, evocando elementos usados en montajes contemporáneos. Así como el texto teatral escrito deja abierta las posibilidades creativas de nuevas interpretaciones, sería interesante investigar los modos que adopta el relato oral en el caso del teatro andino, sus énfasis y necesarios vacíos. La expansión del análisis que surge del abandono del texto literario en el teatro nos lleva de vuelta a él pero por la vía de la experiencia. Relacionado con la oralidad, el tema de las experiencias vinculadas con el lenguaje que surgen en el teatro andino, descubren un campo de profunda convergencia. Aportando al difícil vínculo entre lenguaje y experiencia Joan Scott (1999) a partir de estudios históricos de género ha hecho una revisión crítica del concepto de experiencia que se basa en una doble premisa. En primer lugar que la realidad no está constituida por «objetos transparente» de los que la conciencia sería una representación obtenida mediante la experiencia y por lo tanto, lenguaje y experiencia están tan estrechamente unidos que no pueden separarse. Según ella no existiría experiencia social al margen del lenguaje y por lo tanto, uno y otro no podrían ser analizados por separado. Esta perspectiva permitiría comprender al teatro andino también como un modelo para la práctica del lenguaje puesto que la representación hace posible que aparezcan rasgos estructurales laterales del discurso y la enunciación que en escena se manifiestan. Es obvio que lo macizo de estas preocupaciones no puede ser contestada a través de un trabajo de estas características, sólo pretendo dejar en claro que las manifestaciones teatrales en este contexto aportarían con información de distintas magnitudes, puesto que ninguno de sus sistemas de signos logra responder por sí solo a la pregunta por las huellas del teatro y por el contrario, cada una de ellas abre nuevas vías de comprensión sobre el sistema teatral andino. La elección del fenómeno teatral en el territorio andino durante la época colonial, coloca esta investigación en un terrino de tensiones entre el texto teatral y el teatro representacional, entre la historia tradicional y la historia Teatralidad colonial en los Andes Centrales Referencias Barthes, Roland. (1973). «Elementos de semiología». En Communications, 4. Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo. Burke, Peter. (2001). Formas de historia cultural. Madrid: Alianza —. (2001). Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico. Barcelona: Crítica. Bogatyrev, Pert. (1971). «Los signos del teatro». En Poétique. Revue de théorie et d’analyse littéraires, 8. Capoche, Luis. (1959). Relación general de la Villa Imperial de Potosí. Madrid: Atlas (Biblioteca de autores españoles). Centeno, Gabriel. (1938). El pobre más rico; drama quechua del siglo xvi. Lima: Instituto de Lingüística y Filología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos-monumenta linguae incaicae ii. 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Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 • ISSN 0718-2759 Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales © Facultad de Artes • Pontificia Universidad Católica de Chile Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales en la música popular novohispana del siglo xviii* Iconographic sources in the study of the instrumental practices on popular novohispanic music of the eighteenth century Evgenia Roubina 43 Universidad Nacional Autónoma de México resumen La presente investigación viene a llenar una de las lagunas existentes en el conocimiento del pasado cultural de México: la que se había formado en torno a las prácticas instrumentales desarrolladas en el ámbito popular novohispano en el siglo xviii. Este trabajo inaugura un cauce novedoso para la musicología mexicana al servirse de testimonios provenientes de las artes plásticas del virreinato para especificar las funciones del conjunto instrumental popular, definir su estructura y observar los movimientos evolutivos en su integración. Como un primer acercamiento al problema del estudio de la música popular novohispana, por medio de fuentes iconográficas, esta publicación prescinde de conclusiones definitivas y se concentra en la demostración de lo benéfico que puede ser el auxilio de la iconografía musical en este campo de conocimiento, en el que no abundan fuentes primarias de distinta índole. palabras clave: música popular, iconografía musical, Nueva España, prácticas instrumentales. abstract The present investigation comes to fullfill one of the actual blindspots in the knowledge of the cultural past of México:the one that was built around the instrumental practices developed in the popular novohispanic enviroment of the eighteenth century.This work creates a new path for mexican mu*La presente monografía resume los principales postulados de la conferencia dictada por su autora el 2 de diciembre de 2004 en La Habana, en el marco del iv Coloquio Internacional de Musicología de Casa de las Américas Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Evgenia Roubina 44 sicology that relies on testimonials from the plastic arts of the viceroyalty in order to specify the functions of the popular instrumental ensemble, to define its structure and to track the evolution of the movements of its integration. As a first approach to the problem of the study of the popular novohispanic music, by means of iconographic sources, this work does not produces definitive statements and it focuses on showing the benefits of the aid of musical iconography for this field of knowledge that lacks of primary sources of any other kind. keywords: popular music, musical iconography, New Spain, instrumental practices. Una de las lagunas más hondas en el estudio del pasado musical de México es la que a través de los años se ha formado en torno a las cuestiones relacionadas con la música para el conjunto instrumental y las prácticas de su ejecución desarrolladas en diferentes ámbitos culturales del virreinato. Temas que, hasta la actualidad, no han sido examinados con la hondura y el rigor que harían justicia a la vastedad de sus manifestaciones y a la importancia que éstas adquieren dentro de la herencia artística del país. Aun las publicaciones realizadas por los pioneros de la musicología histórica mexicana —Gabriel Saldívar y Jesús Estrada—, que han enfocado su interés en la capilla catedralicia de la Nueva España y su repertorio o por los investigadores de las siguientes generaciones que han hollado la misma senda, como Robert Stevenson o Aurelio Tello, no han podido subsanar omisiones serias ni desprenderse de datos erróneos o conclusiones precipitadas en lo que respecta a los instrumentos musicales al servicio de la catedral novohispana. En cuanto al conjunto o, mejor dicho, los diferentes tipos de conjuntos instrumentales empleados en el virreinato en ámbitos distintos al catedralicio, éstos a la fecha no han sido objeto de un estudio especializado. La razón de esta inicua omisión no ha sido otra sino el des1 Independientemente de que a la presente investigación no compete la problemática del estudio de la capilla catedralicia del virreinato, creemos oportuno señalar que las imprecisiones en esta relación que, con el auxilio de las fuentes documentales, hemos podido detectar en las publicaciones de los autores mencionados corresponden, básicamente, a cuestiones de nomenclatura musical, movimientos evolutivos en la integración del conjunto instrumental catedralicio y las particularidades del desarrollo del estilo orquestal novohispano. Esperamos poder externar estas observaciones a través de un estudio dedicado a la música orquestal en la Nueva España que actualmente estamos preparando para su publicación. 2 Algunas carencias de los estudios realizados en el campo de la música instrumental profana las patentiza el ejemplo del personaje conocido como «Ortiz, el músico» (Díaz del Castillo, 1632: 53-4), a quien varios autores señalan como uno de los iniciadores de la práctica de ejecución y enseñanza de vihuela en MéxicoTenochtitlan (Campos, 1928: 47; Saldívar, 1934: 164; Carpentier, 1946: 21-2; Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales Jiménez Rueda, 1950: 254; Stevenson, 1952: 93; Orta Velázquez, 1971: 164; Stevenson, 1986: 25; Turrent, 1993: 153) y quien, como demostraron documentos de la época, nunca radicó en esta ciudad, pues no sobrevivió la Conquista (Roubina, 2002: 60-75). 3 Las publicaciones que desde diferentes campos del saber humanístico han dado cabida al estudio de la música popular de México hasta la actualidad no han logrado acrisolar ideas claras y unísonas en cuanto a la definición de este fenómeno, la diversidad de sus manifestaciones y las fases de su desarrollo, ni aun sobre el momento histórico en que éste despuntó y que oscila entre la época prehispánica (Garrido, 1981: 11) y el año de 1785, cuando tuvo lugar «la primera aparición pública y notoria de los famosos sonecitos del país» (Moreno, 1979: 9). Lejos de pretender llevar a una sola sintonía la diversidad de opiniones expresadas a este respecto, nuestra investigación se solidariza con la tesis de Jas Reuter, quien califica como popular a «una música creada y cultivada por toda una comunidad no profesionalmente dedicada a este arte» (Reuter, 1980: 15), por lo que, dentro del marco cronológico establecido, se concentra en la observación de las prácticas instrumentales desarrolladas con la exclusión de los músicos de oficios y fuera de sus entornos laborales. Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 conocimiento de fuentes primarias y fidedignas —las que, probablemente, se pensaba inexistentes— que permitieran ahondar en el tema de manera íntegra, cabal y científica. El estudio de la música orquestal en la nueva españa que esta investigadora ha estado realizando durante más de una década ha hecho posible el acopio de un vasto corpus de fehacientes testimonios históricos que han conformado la base de un nuevo conocimiento sobre las prácticas instrumentales en la música popular novohispana de la segunda mitad del siglo xviii y principios del siglo xix. De especial importancia para esta labor ha sido la localización y recopilación de fuentes iconográficas correspondientes a la época señalada, más de 400 obras que incorporan imágenes de instrumentos musicales o de un conjunto de ellos, muchas de ellas jamás descritas ni reproducidas en publicaciones de investigación o divulgación artística. Es preciso hacer notar que, independientemente del material o la técnica con que han sido acabadas las imágenes en cuestión, sólo un grupo muy reducido de ellas se ha podido enlazar con las prácticas instrumentales propias de la música popular novohispana. En primera instancia, tenían que deslindarse de esa relación las obras de los pintores de oficio, como Miguel Cabrera, Francisco Antonio Vallejo, Miguel Antonio Martínez Pocasangre, por mencionar sólo algunos, quienes habiendo puesto su destreza al servicio de catedrales y conventos integraron sus orquestas angélicas de manera idéntica o similar a la capilla catedralicia de la segunda mitad del siglo xviii. Con la misma suerte corrieron los ensambles de músicos alados que figuran en los libros de coro que antaño pertenecían a diferentes catedrales y cuyos 45 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Evgenia Roubina 46 autores, frecuentemente «ministros músicos» de los templos de referencia, habían podido inspirarse en la imagen del conjunto instrumental al que ellos mismos pertenecían. No podía darse un tratamiento distinto tampoco a las obras de los pintores populares —anónimos o identificados—, quienes, dando cabida a los instrumentos musicales en el marco de una importante escena religiosa, podían haber recreado cierto modelo del conjunto orquestal cuya presencia era parte de los servicios que, con especial solemnidad y fausto, se celebraban en los templos de las localidades para las cuales fueron creadas esas obras. Semejantes consideraciones no pueden desestimarse, por ejemplo, en la interpretación organológica de la escena del bautismo de Cristo en la que Joseph Estrada, pintor popular del siglo xviii, plasmó a una docena de ángeles tocando instrumentos musicales a los que documentos de la época sitúan en el ámbito catedralicio. Dentro del mencionado grupo de imágenes la excepción se hizo únicamente para los conjuntos angélicos que, evocados, aparentemente, fuera de alguna circunstancia religiosa específica, no excluían la sugerencia de su posible vinculación con las prácticas instrumentales de la música popular. Sin embargo, el especial detenimiento con el que fueron analizadas las obras que integran las imágenes referidas permitió probar de manera inequívoca que al menos una de ellas (véase imagen 1), identificada por Salvador Moreno, quien fue el primero en publicarla, como «Pintura popular. Tres ángeles» (Moreno, 1971: 95), originalmente formaba parte de una majestuosa escena de la Coronación de la Virgen de un pintor anónimo novohispano del siglo xviii (Toussaint, 1986: 120). Descubriéndose esto, la misma sospecha —la de haber sido desprendida de un cuadro de una advocación determinada— ha recaído sobre Los ángeles, una pintura popular de Toluca (con la que, de hecho, se agota la posibilidad de emparentar a los instrumentistas celestiales con el conjunto popular novohispano), sobrando las razones para tal conjetura, debido a la colocación, Joseph Estrada, s. xviii, Bautismo de Cristo, óleo sobre tela, Museo Nacional del Virreinato, cnca/inah, Tepotzotlán, Estado de México. 5 Por razones obvias no se buscó la relación con el conjunto popular de los llamados «conciertos de ángeles» (Bosseur, 1991: 34) que, a pesar de no pertenecer a una escena litúrgica, se ubican en los templos novohispanos en los espacios destinados a la ejecución de la música o adyacentes a éstos: en el coro (Capilla del Rosario, Iglesia de Santo Domingo, Puebla; Iglesia de Santa Rosa de Lima, Puebla) o en el Sotocoro (Iglesia de la Virgen, Santa María Tonanzintla, Puebla; Capilla del Rosario, Iglesia de Santo Domingo, Oaxaca) de los mencionados sagrados recintos. 6 El título del cuadro se señala de acuerdo con el registro que se tiene en el museo en cuya custodia se encuentra éste. 7 Clara Bargellini, al analizar el cuadro Niño Jesús con ángeles músicos de Juan Correa 4 Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 47 Imagen 1. Anónimo, s. xviii, Coronación de la Virgen, óleo sobre tela. Santuario de Nuestra Señora de Ocotlán, Tlaxcala Imagen 2. Anónimo, s. xviii, Los ángeles, óleo sobre tela. Museo de Bellas Artes, Toluca, Estado de México un tanto asimétrica, de las figuras sobre el lienzo y a la rareza del concepto sonoro que representa el dúo de violín y corneta (véase imagen 2). Al igual que las fuentes iconográficas alusivas a las prácticas instrumentales de la iglesia, tenían que deslindarse de la música popular novohispana del siglo xviii las imágenes inspiradas en lienzos creados en épocas anteri(ca. 1646-1717), señala con gran acierto el carácter excepcional que en la pintura novohispana tienen las composiciones que no constituyen «un complemento de una escena religiosa» (Bargellini, 1994: 308). 8 Moreno erróneamente identifica este aerófono como «trompeta curva» (1971: 96). Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Evgenia Roubina Imagen 3. Cristóbal de Villalpando, s. xvii, Iglesia triunfante (detalle). Catedral Metropolitana de México, Ciudad de México 48 ores a la estudiada, como el que decora la tapa del clavicordio fabricado en la Ciudad de México por Juan Felipe de Olea y que descubre su nexo con la figura de uno de los ángeles músicos que, lleno de fuerza y expresividad, personifica La iglesia triunfante (véase imagen 3) en la visión que tuvo de ella Cristóbal de Villalpando (ca. 1640-1714). A este grupo se integraron también las copias novohispanas de algunas de las obras artísticas procedentes de Europa, como la Alegoría de la música, pintura de Juan Patricio Morlete Ruiz (1713-1772), la cual no es sino un tributo que rindió este autor novohispano al genio del gran Veronese (véase imagen 4), o como la Adoración de los pastores, dibujo de Ignacio Lobo, cuyo original la investigadora española Rosario Álvarez reprodujo en una de sus publicaciones refiriéndose a ella como «El nacimiento de cristo, grabado flamenco de la imprenta plantiniana de Amberes» (1993: 21). Habiendo presentado todas estas consideraciones, se esperaría la pregunta referente a las características y el número de las fuentes iconográficas a las que podría otorgarse la categoría de testimoniales relativos a las prácticas instrumentales que florecieron en la música popular en el ocaso del virreinato. Para satisfacer cabalmente esta interrogante ha sido necesario recurrir a documentos de la época, algunos de reciente hallazgo, otros que anteriormente han sido citados por estudiosos de la historia de la Nueva España en relación con otros fenómenos socioculturales, para aceptar como pruebas testificales únicamente aquellas muestras de la iconografía musical novohispana que sitúan el conjunto instrumental en el contexto de la vida cotidiana de diferentes estratos sociales del virreinato, diversiones públicas y privadas en las cuales sus representantes tomaron parte, así como de festividades religiosas, populares y familiares. En otra oportunidad hemos demostrado la existencia de una serie de analogías entre el óleo alegórico del artista novohispano y el grupo de músicos representado en Las bodas de Canaán del célebre pintor renacentista (Roubina, 1999: 57). 9 Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales Debido a que la veracidad o la precisión de la información ofrecida por las fuentes iconográficas no pocas veces tiende a ser cuestionada, no se podría dar fe absoluta más que a las imágenes cuya correspondencia con la usanza novohispana está plenamente respaldada por pruebas documentales. Se trata, en esencia, de testimonios que el arte virreinal ofrece sobre la participación del conjunto popular en la celebración de la semana santa y la navidad, en las procesiones eucarísticas o en festividades religiosas de importancia local: la del santo patrón de cierta población o de uno de sus principales templos, al igual que de diferentes congregaciones, cofradías y colegios del lugar. Como permiten juzgar los documentos de la época, el papel del conjunto popular no se diferenciaba en relación con el carácter de la festividad o la región en la que ésta tenía lugar y se circunscribía a las siguientes tareas: anunciar la celebración, participar en la procesión que acompañaba el desplazamiento de las sagradas imágenes y, en su caso, tocar «en la puerta» del templo antes y después de la misa que se oficiaba en su interior. Tampoco variaban los instrumentos que formaban este conjunto, el cual, no obstante que el número de sus integrantes podía ser distinto, comprendía la participación de alientos —clarín, pífano o chirimía— y percusiones, que podían ser señalados como tambor o caja. De esta manera el Archivo Histórico de la Notaría de la Parroquia de Santiago de Querétaro (ahnpsq) preserva las relaciones de gastos «en música» el día de la «fiesta titular del santo» que en la «Congregacion del Índito Mártir S.Or S.N Juan Nepomuceno», además del pago a los «músicos y cantores», comprendían la remuneración por los servicios prestados por «clarín caxa y chirimía» (ahnpsq, 1756: s.f.). Los montos erogados para propósitos semejantes en la Cofradía de San Pedro de la Cañada consideraban pagos a los «tanburileros, piphanero, chirimitero, y clarinero» (ahnpsq, 1790: s. f.); En la Cofradía de San Nicolás Tolentino incluían cantidades pagadas «al tamborilero, y clarinero» y «a los chirimiteros» (ahnpsq, 1769: 131r), y en la Cofradía de Nuestra Señora del Tránsito correspondían a las sumas destinadas a la invitación de los músicos y las «madres cantoras para Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Imagen 4. Juan Patricio Moflete Ruiz, s. xviii, Alegoría de la música (detalle), óleo sobre tela. Biblioteca Nacional de México, Ciudad de México 49 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Evgenia Roubina 50 cuerdas en toda la octaba» a los que se sumaron siete reales gastados en «caja y clarín» (ahnpsq, 1752: 110v). En Jalapa la cofradía de la «Pura y Limpia Patrona de esta Villa», sin prescindir de la participación en su fiesta titular de los músicos y cantores que «oficiaron la misa», pagó los gastos «de los chirimiteros de Xpa y Jilotepeque» (aecj, 1796: [f. 2r]). En la fiesta de San Pedro, santo patrón de la Catedral de Zacatecas, nunca faltaron el «clarinero y musicos de la puerta de la iglesia» que en diferentes años eran el «atambor», chirimías y pífano o pito (accz, 1753: 169r; 1760: 183r; 1783: 3v). A los documentos citados podrían sumarse otros testimonios procedentes de la Ciudad de México, San Luis Potosí, Pachuca, Toluca, Mérida, Oaxaca y San Dionisio Yauhquemehcan en Tlaxcala, todos ellos alusivos a los mismos instrumentos. Su número más que considerable y su carácter perfectamente explícito no debería dejar un margen de error en el señalamiento de los instrumentos que integraban el conjunto popular que en la nueva españa solía emplearse en las actividades eclesiásticas «extramuros» y, sin embargo, no parece bastarles a algunos investigadores. Un ejemplo de ello lo dio Craig H. Russell quien, no obstante estar suficientemente acreditado como músico e investigador, interpretando el contenido de uno de los manuscritos del Archivo General de la Nación (México), llegó a confundir los arcos florales con instrumentos de arco y convirtió a la juncia —planta aromática que se acostumbraba repartir por las calles principales de los poblados novohispanos la noche anterior a la celebración de Corpus Christi— en un aerófono que, según el autor mencionado, pudo haber sido «un instrumento de registro grave de lengüeta doble, similar a bajón o fagot» (Russell, 1993: 2804). El grave error de Russell difundido en una seria revista musicológica ya difícilmente podrá ser enmendado, pero las imágenes de clarín y tambor (anónimo, s. xviii, Bautismo de Cuauhtémoc, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia; cnca/inah, Ciudad de México), de chirimía y tambor (anónimo, s. xviii, Procesión de Santiago en el barrio de Santa Cruz, óleo sobre tela, colección Jesús González Vaquero, Cuernavaca, Morelos) o de tambor y pífano ( Joseph Sánchez, s. xvii, El bautizo de los señores de Tlaxcala, óleo sobre tela, Parroquia de San José de Tlaxcala) plasmadas en la pintura novohispana contribuirán a evitar que en el futuro los estudiosos de la música en el virreinato emprendan búsquedas ociosas de otros instrumentos que ganaron papeles protagónicos en las procesiones y representaciones religiosas. El conjunto instrumental integrado por tambores, clarines y pífanos encontró en la música popular novohispana también usos distintos a los mencionados. Un testimonio de ello lo constituye la prohibición del empleo de estos instrumentos en las funciones públicas decretada en 1793 por el alcalde de Santiago de Querétaro (agn, 1793: 138r). Otro lo ofrece un grupo de instrumentistas tallados en piedra que hacía tiempo se encontraban en la azotea de una construcción dieciochesca conocida como «Casa de la Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 51 Imágenes 5a y 5b. Anónimo, s. xviii, «Músicos populares», talla en piedra. Casa de la Marquesa de Uluapa, Ciudad de México Marquesa de Uluapa»10 y situada en el centro histórico de la Ciudad de México.11 La posición sedente de los tres músicos que ejecutan: uno ya los referidos tambor y chirimía y otros dos vihuela o guitarra y arpa, no permite sugerir la evocación de una procesión religiosa, en tanto que la indumentaria de los pequeños intérpretes descarta cualquier posibilidad de relacionarlos con el conjunto instrumental catedralicio (véase imágenes 5a y 5b). Por supuesto, no podríamos aventurarnos a elucubrar sobre si el escultor anónimo había pretendido, además del propósito meramente decorativo que cumplen las figuras de los músicos, recrear un concepto sonoro relacionado con alguna determinada práctica instrumental en boga en la época en que se construyó la vivienda coronada por estas esculturas. Sin embargo, poseemos pruebas inequívocas de que los instrumentos musicales con los que se engalanó la «Casa de la Marquesa de Uluapa» efectivamente tenían cabida en el conjunto popular del virreinato. Entre los testimonios de esta índole, como a uno de los más curiosos se puede referir un documento relacionado con uno de los vecinos de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, Ignacio Martín Cortés, quien, al morir intestado, dejó entre sus bienes algunos «estrumentos de la cantoria y tambien [...] Dos chirimías chiquitas y una arpa con su templador y una viguela» (ams, 1764: s.f.).12 U otro inventario formado en el mismo El edificio en cuestión se ubica en el número 18 de la calle 5 de Febrero en el Centro Histórico de la Ciudad de México. 11 Después de una reconstrucción realizada, al parecer, en la segunda mitad del siglo xx, estas pequeñas esculturas quedaron dentro del edificio. 12 Agradecemos a Luis Lledías el habernos permitido disponer para este estudio 10 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Evgenia Roubina 52 Imagen 6. Anónimo, s. xviii, [Escenas populares], biombo (detalle), óleo sobre tela. Museo Franz Mayer, Ciudad de México poblado algunos años antes del citado que enumera «estrumentos de canoria» que, en vida, pertenecieron a «don Antonio Bernabé Valverde», señalando entre éstos «una chirimia [...],13 Ytem un arpa bieja con veinte y siete clavixeras de fierro con mas una guitarra y dos biolines» (ams, 1760: s. f.). Con el sólo hecho de mencionar la guitarra y el violín apuntamos a los dos instrumentos musicales que, como demuestran fuentes iconográficas, fueron privilegiados por todos los estratos sociales del virreinato. Las representaciones pictóricas de las castas mexicanas, sin hacer distinción alguna, posan la guitarra en manos del castizo, hijo de mestiza y español o de española y mestizo, al igual que en las del «barquino».14 A su vez, el violín se relaciona indistintamente con diferentes escenas populares (véase imagen 6) y con las actividades musicales palaciegas recde los documentos provenientes del Archivo Municipal de Saltillo (ams). 13 En la parte final del documento citado este aerófono es mencionado como «una chirimía contra alto» (ams, 1760: s.f.). 14 No existe una total claridad respecto de este representante de las castas mexicanas. Los diccionarios de americanismos o mexicanismos que hemos podido consultar no interpretan etimológicamente este vocablo, derivado, probablemente, de «barquín ‘fuelle’ (objeto que hace movimiento oscilatorio)» (Corominas y Pascual, 2000: 515), explicación que difícilmente puede ser alusiva a algún concepto racial. En cuanto a la obra pictórica que consigna a barquino entre las castas mexicanas, ésta se limita a señalar que «un barquino y una mulata dan un coyote». Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 53 Imágenes 7a, 7b y 7c. Anónimo, s. xviii, Alegoría de la Nueva España, biombo (detalles).Colección Banco Nacional de México, Ciudad de México readas por el autor anónimo del biombo pintado conocido como Alegoría de la Nueva España (véase imagen 7a). Esta última obra artística ofrece, como se expone en el texto explicatorio que forma su parte, un testimonio pictórico sobre las fiestas organizadas en las casas reales de Chapultepec con motivo de la llegada de un virrey pero, a la vez, constituye una prueba de la acogida que dieron al conjunto integrado por violín y guitarra diferentes niveles de la sociedad virreinal: desde la nobleza y las clases acomodadas que amenizaban sus pasatiempos Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Evgenia Roubina 54 con su compañía (véase imagen 7b) y hasta el populacho que se entretenía con danzas y funciones teatrales escenificadas a su son (véase imagen 7c). De la amplísima expansión geográfica del violín y la guitarra y el conjunto popular integrado por estos dos cordófonos hablan las fuentes iconográficas localizadas en Oaxaca, Mérida, San Luis Potosí, Puebla, Michoacán, Santiago de Querétaro, por mencionar sólo algunos puntos de su procedencia, que evocan su imagen y, en consonancia con las fuentes documentales de la época, dan fe de su presencia en diferentes provincias de la Nueva España. A esas muestras del favor del que gozaban en el virreinato el violín y la guitarra debe añadirse la variedad de manifestaciones artísticas que configuran su imagen y la diversidad de los temas con los que ésta se relaciona. Si bien las representaciones del conjunto popular, en general, no son tan numerosas como las imágenes alusivas a las prácticas instrumentales desarrolladas en el ámbito catedralicio, ninguna de las técnicas principales de la producción artística de la Nueva España llegó a omitir referencias a la guitarra y el violín, instrumentos que fueron reproducidos por medio de talla en madera o piedra, estuco dorado y policromado, repujado en plata, bordado, delineado a tinta o a lápiz, además de la pintura al fresco y al óleo que cuentan con un mayor número de ejemplos. Igualmente irrestricto fue el proceder que los artistas novohispanos adoptaron en relación con los temas, en cuya narrativa visual se servían de la imagen del conjunto popular integrado por estos dos cordófonos y que lo mismo podría ser la descripción pictórica de una circunstancia religiosa específica —como, por ejemplo, de un episodio de la vida de Santa Catalina de Suecia—15 que la representación de una escena popular (véase imagen 8). Esta última imagen pintada en una batea laqueada procedente de Michoacán exige una mirada más atenta, ya que permite apreciar algunas de las bondades que el estudio de la historia de la música en México le debe a la iconografía musical. En un principio, sin adentrarnos en un detallado análisis organológico de este detalle, podemos señalar las dimensiones inusuales de uno de los cordófonos que adornan la batea. Podría, quizá, sugerirse que el artesano michoacano agrandó el violín, acercándolo al tamaño de la guitarra, con la finalidad de equilibrar el «peso» de ambos cordófonos y lograr una perfecta simetría del motivo decorativo del que éstos forman parte. Esta sugerencia, empero, resulta improcedente tan pronto se toma en consideración el número de cuerdas de las que está provisto el cordófono de arco y que son tres y no las cuatro que debería ostentar un violín. ¿Se equivocaría el maestro artesano? Lo más seguro es que no fue así y que la imagen, en realidad, corresponde al violín antiguo de tres cuerdas al que la nomenclatura española y, tras ella, la usanza virreinal otorgó el nombre de Anónimo, s. xviii, Santa Catalina de Suecia (detalle), óleo sobre tela, Museo de las Intervenciones, cnca/inah, Ciudad de México. 15 Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Imagen 8. Anónimo, s. xviii, «escenas populares» (detalle), laqueado en madera. Museo Nacional de Historia (Castillo de Chapultepec), cnca/inah, Ciudad de México rabel. Los cordófonos de esta familia que por sus dimensiones correspondían a tiple, contralto, tenor y bajo desde el siglo xvi pertenecieron a distintos ámbitos de la música virreinal y su presencia ha sido ampliamente documentada en fuentes escritas y en obras de artistas y artesanos de la Nueva España, anónimos y de prestigio reconocido, como lo eran José Luis Juárez, Cristóbal de Villalpando y Miguel Antonio Martínez Pocasangre (Roubina, 1999: 69-76 y 226-228). Entre los testimonios iconográficos, uno de los que encierra el mayor interés para el estudioso es, precisamente, la mencionada batea de Michoacán, ya que esta pieza constituye la referencia más antigua a una singular tradición que, hasta la fecha, permanece vigente en la construcción de instrumentos musicales en México y que es la igualdad en las dimensiones entre los dos cordófonos —el de frotación y el de punteo— que actualmente integran el conjunto popular, por ejemplo, en la huasteca potosina (véase imagen 9). Imagen 9. Anónimo, s. xx, rabelitos y jaranita. Museo de las Culturas de la Huasteca. Ciudad Valles, San Luis Potosí 55 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Evgenia Roubina 56 Imagen 10. Tomás Javier Peralta, 1742, Exvoto de la hermana Lugarda de Jesús (detalle). Iglesia de Santa Rosa Viterbo, Santiago de Querétaro, Querétaro La batea de Michoacán contribuye a elucidar una más de las preguntas relacionadas con las prácticas instrumentales desarrolladas en el virreinato, y ésta se refiere a la participación de la mujer en este ejercicio. Podrían hacerse algunas conjeturas respecto del significado de la figura de la mujer tañedora de guitarra plasmada en esta pieza de arte popular, apuntando a razones de índole simbólica o decorativa. En efecto, no abundan las fuentes documentales que mencionen a la mujer novohispana en relación con la ejecución pública de la guitarra. Aun las crónicas de la instrucción musical que se impartía en las principales instituciones de educación femenil: el Colegio de Santa Rosa de Santa María en Valladolid, Michoacán, el Colegio de San Miguel de Belén en la Ciudad de México o el Colegio de las Vizcaínas, también de la metrópoli, no consignan a la guitarra entre los objetos de la enseñanza que ahí se daba. Las fuentes iconográficas, en cambio, no guardan tal hermetismo y no sólo representan a monjas pulsando la guitarra (véase imagen 10), sino suelen destacar el especial atractivo de las mujeres guitarristas, dotando a sus imágenes de cierto cariz de seducción que en grado semejante pone de manifiesto la sirena de cola bifurcada de la fuente que adorna el patio principal del Palacio de los Condes de Santiago de Calimaya, hoy Museo de la Ciudad de México; la mujer bellamente ataviada que forma parte del cuadro dedicado a La tentación de San Juan de Dios del hospital consagrado a este santo en Atlixco, Puebla, u otra agraciada tentadora que en la alegoría de Los peligros del alma con sonido de su guitarra guía a un grupo de hombres que se apartaron del camino del bien a los brazos de un engendro infernal (imagen 11). En la descripción alegórica del destino que depara la providencia a las almas entregadas al vicio encontramos un nuevo testimonio de la especial distinción que el gusto popular ha otorgado al dúo de violín y guitarra. Pero el violín que en el arte sacro novohispano tantas veces reposó en brazos de músicos alados, ¿por qué razón se relacionaría con el pecado? Claro está que tal vinculación no debe entenderse como censura de alguna de las propiedades del cordófono mismo, sino como una clara reprobación Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales de una forma de diversión conocida en la Nueva España dieciochesca como fandango y que no era sino un pasatiempo popular con música, canto y baile que podía llevarse a cabo en las celebraciones domésticas o formar parte de diversiones públicas (agn, 1730: 191-203; 1785: 30-33). Las noticias sobre «fandangos» y «fandangueros» se preservan en los Anales del Santo Oficio y también en los libros de Actas del Cabildo de la Catedral Metropolitana de México (agn, 1767: 196-199; accmm, 1775: 275v), autoridad eclesiástica que tenía estrictamente prohibido a sus ministros músicos «asistir â cosas profanas, ni a fandangos comunes, a cosa que no sea mui decente, y en las casas en que concurran las correspondientes circumstancias de atención, respecto y urbanidad» (accmm, 1752: 176r). A pesar de que los testimonios escritos de los que actualmente disponemos no ofrecen el registro de los instrumentos musicales que asistían a fandangos y saraos que, según los guardianes de la moral y del orden público, eran otros de los divertimentos «deshonestos y provocativos» que consistían en canto y baile y se llevaban a cabo o, en la voz de la época, «se formaban» en las casas particulares y cuarteles (agn, 1768: 380r-381r; 1769: 253r), las fuentes iconográficas permiten descorrer el velo del desconocimiento sobre este asunto y señalan como partícipes de esas «indecencias» (agn, 1768: 380r-381r), además de la insustituible pareja del violín y la guitarra, a la flauta «trabisiera» y al contrabajo de tres cuerdas. La presencia de este último en la música catedralicia del virreinato está documentada desde mediados del siglo xviii. Referido en las actas del cabildo de la catedral metropolitana de México y de los principales templos de guadalajara, oaxaca, morelia y durango como bajo, contrabajo o tololoche, este instrumento también ha sido evocado en algunas obras de la pintura sacra dieciochesca. Dos testimonios pictóricos: la imagen que está plasmada en el biombo de la Alegoría de la Nueva España (véase imagen 7a)y la que forma parte del biombo denominado Sarao en el jardín,16 16 Anónimo, s. xviii, Sarao en el jardín, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Imagen 11. Anónimo, siglo xviii, Los peligros del alma (detalle), óleo sobre tela. Oratorio de San Felipe Neri (La Profesa), Ciudad de México 57 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Evgenia Roubina 58 Imagen 12. Anónimo, s. xviii, batea (detalle), laqueado en madera. Museo Franz Mayer, Ciudad de México permiten aseverar inequívocamente que la admisión del contrabajo de tres cuerdas o, en la nomenclatura novohispana, tololoche17 en la música profana del virreinato fue simultánea, si no es que antecedió su integración en la capilla catedralicia. Atenta a los movimientos evolutivos en la integración del conjunto popular, la iconografía musical en las postrimerías de la época virreinal denota el creciente gusto que los pobladores de la Nueva España empezaban a mostrar por los instrumentos de aliento: la trompa y el clarinete, este último introducido en el virreinato en el tercio final del siglo xviii para ser añadido en las «músicas» de las compañías militares (agn, 1770: 238r240r; 1775: s. f.). Y, antes de ser admitido en las nóminas de las capillas catedralicias, pasó a formar parte de las prácticas instrumentales desarrolladas en el ámbito popular en diferentes regiones de la nueva españa. De ello dan pruebas dos obras artísticas: una batea laqueada proveniente de Michoacán (véase imagen 12) y una pintura de un autor anónimo de zacatecas, la que, no obstante su advocación a Santa Cecilia, no establece el paralelo con la orquesta de la catedral novohispana de principios del siglo xix —época a la que pertenece—, sino, más bien, proporciona un inventario de los instrumentos de los que se servía el conjunto popular de aquel entonces (véase imagen 13). El registro pictórico resulta un tanto incompleto, ya que omite referencias a la trompa, casi obligatoria en el conjunto popular decimonónico, y al también omnipresente tololoche. Ambos instrumentos, junto con los imprescindibles violín y guitarra, están trazados en el cuadro procedente de pachuca. El monumental lienzo que hoy cubre un muro en las oficinas (Castillo de Chapultepec), cnca/inah, Ciudad de México. 17 Anteriormente ya hemos tenido oportunidad de demostrar la equivalencia del tololoche o toroloche novohispano al contrabajo europeo de tres cuerdas (2004: 103). Fuentes iconográficas en el estudio de las prácticas instrumentales del centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia del Estado de Hidalgo se encuentra —o al menos hace poco se encontraba— en condiciones lamentables: tiene varias desgarraduras y está cubierto con una gruesa capa de hollín, al parecer producto de un incendio del que fue salvado, que no permite apreciar sus colores originales. Pero, a pesar de ello, ofrece una detallada descripción de una tertulia doméstica, pasatiempo que constituyó uno de los más importantes fenómenos socioculturales del México decimonónico. La parte central del cuadro retrata a un conjunto de cuatro músicos —tololoche, violín, guitarra y trompa— que amenizan una reunión familiar, al parecer una fiesta de compromiso, mientras que en la terraza que da al jardín un grupo de jóvenes se entretiene con una danza animada y un tanto frívola acompañada con los sonidos de una guitarra y un pandero. Esta narrativa gráfica no difiere de las reseñas de las tertulias publicadas en periódicos mexicanos del siglo xix o de los relatos que escribieron sobre esta forma de entretenimiento literatos como Luis González Obregón o Antonio García Cubas (González Obregón, 1943: 205-6; García Cubas, 1969: 244), pero no por ello el testimonio visual sale sobrando, ya que cronológicamente antecede a la información proporcionada por las fuentes biblio y hemerográficas y, en cuanto a la fidelidad a los detalles, las rebasa sobradamente. En un breve acercamiento al problema del estudio de la iconografía musical novohispana no sería factible detenerse en cuestiones de la metodología de investigación, ni en la problemática organológica, ni en los aspectos de la nomenclatura musical, entre otros tantos enfoques que deben adoptarse. Como tampoco es posible ofrecer un registro totalizador de todas las obras artísticas cuyo testimonio puede ser considerado para el examen de las prácticas instrumentales desarrolladas en la Nueva España en el ámbito de la música popular o precisar los aspectos en que las fuentes iconográficas auxilian a la generación de un nuevo conocimiento sobre el tema. Sin embargo, se debe señalar muy enfáticamente que los valiosos y, muchas veces, muy precisos testimonios de la iconografía musical novohispana contribuyen a mostrar la variedad de los conjuntos instrumentales integrados en atención a las diversiones públicas, así como a las festividades religiosas, populares y Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Imagen 13. Anónimo, s. xix, Santa Cecilia (detalle), óleo sobre madera. Colección particular, Zacatecas 59 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 43-62 Evgenia Roubina 60 familiares, precisar la cronología de los cambios en la integración del conjunto popular, constatar el realce que diferentes estratos sociales del virreinato dieron a los instrumentos de su predilección y, no por último, observar los cambios que en el decurso del tiempo se han producido en su morfología y en las formas de su ejecución. Toda esta información, casi en su totalidad inédita, faculta la lectura de algunas páginas aún en blanco del pasado cultural de México y permite una interpretación mucho más certera de los procesos de la formación, el desarrollo y la evolución del arte instrumental con la que el país nació a la independencia. Más allá de estos beneficios y de su trascendencia local, la contribución de las artes plásticas al estudio del conjunto popular novohispano debería, quizá, estimarse en el contexto de la musicología iberoamericana, la que, por razones que no requieren de explicación, no dispone de un nutrido arsenal de fuentes documentales o musicales relativas a las prácticas instrumentales desarrolladas durante los siglos del dominio español en un ámbito distinto al de la iglesia y a la que el auxilio de la iconografía musical podría permitir compensar esta deficiencia. Referencias Álvarez, Rosario. (1993). 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Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 • ISSN 0718-2759 Del humor y el amor: Música de parranda y © música despecho enUniversidad Colombia (ii) de Chile Facultadde de Artes • Pontificia Católica Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) From humor and love: parranda and despecho music of Colombia Egberto Bermúdez 63 Universidad Nacional de Colombia, Bogotá resumen Este artículo aborda conjuntamente dos de los más significativos estilos de la actual música popular colombiana, las denominadas músicas de parranda y de despecho. Su surgimiento en las décadas comprendidas entre 1950-70 tuvo lugar en la ciudad de Medellín y su área de influencia estuvo ligada al dinamismo empresarial de la ciudad, que se convirtió en el epicentro de la naciente industria fonográfica y musical nacional, fenómeno que consolidó una cultura local conocida hoy como ‘cultura paisa’. Su cobertura no fue solo urbana y tuvo gran impacto en los entornos campesinos, lo que dio lugar al surgimientos de rótulos o etiquetas (guasca, carrilera, despecho, parranda) nacidos en la industria fonográfica y la radiodifusión y que se han ido superponiendo y redefiniendo a través del tiempo. Esta discusión hace énfasis en el tratamiento musicológico del corpus de canciones y los repertorios que constituyen dichos estilos, focalizándose en sus estructuras musicales examinadas sincrónica y diacrónicamente. Siendo canciones, en el tratamiento de sus textos y música se intenta identificar las tradiciones musicales y literarias locales e internacionales que intervinieron en la conformación de los dos estilos mencionados. palabras clave: parranda, despecho, guasca, carrilera, bolero, tango, ranchera, corrido, sentimentalismo, paisa, música, humor, doble sentido, musica popular colombiana. abstract This article considers simultaneously two of the most significant styles of contemporary Colombian popular music, parranda and despecho. Its ap- Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Egberto Bermúdez 64 pearance between 1950-70 took place in Medellin and its surrounding areas and was linked to the industrial and entrepreneurial growth of that city which became the cradle of Colombian phonographic and music industries and at the same time developed what in later decades was to be known as paisa culture. The cultural environment of those styles was not only urban and they also gained favor in the countryside, a process which gave origin to the appearance of ‘labels’ or ‘tags’ (such as guasca, carrilera, despecho, parranda) created within the music and radio industries that over the years have been overlapping and redefining themselves. This discussion emphasizes the musicological treatment of the corpus of songs and repertoires that constitute these styles, focalizing in the synchronic and diachronic treatment of its musical structures. Being songs, the treatment of words and music tries to identify both the local and international musical and literary traditions that intervened in the conformation of both styles keywords: bolero, tango, ranchera, corrido, sentimentalism, humor, double entendre, Colombian popular music. Música y textos/textos y música Retomando el pretexto de este texto, «La camisa negra» se puede considerar como un intento de síntesis entre los elementos esenciales de la música de despecho y de parranda. Desde el punto de vista formal, sigue el patrón de ambos estilos cuyos solos (preludio, interludio) de guitarra —en esta ocasión eléctrica— se pueden considerar imprescindibles. Sus acentuación mímica funk/reggae también están ligados a ambos estilos, por un lado, a las reminiscencias de la música bailable de la costa colombiana en la parranda, acentuadas por membranófonos (bongoes) e idiofonos (guacharacas); y por el otro la cronométrica marcación de acentos y la rápida transición entre tónica y dominante, típica del corrido mexicano y el tango, que como veremos, son dos géneros esenciales dentro del despecho y que explican el protagonismo del simple acompañamiento sincopado de la guitarra acústica de cuerdas metálicas. La elección de la tonalidad menor también entronca claramente con el uso del vals y el pasillo (colombiano y ecuatoriano) géneros que, con los ya mencionados, el bolero y la ranchera, constituyen los principales repertorios de base del despecho. El ambiente «nostálgico» de la canción es reforzado efectivamente en esta y en todo el contenido de la producción, con la presencia «retro» de algunos de los teclados eléctricos (Hammond, Wurlitzer, MiniMoog, Rhodes) en boga en en el rock y pop de los años sesenta y setenta. Sin embargo, su texto fue el causó el escándalo y este también combina los rasgos estereotípicos de los dos estilos mencionados. Por un lado, los comentarios hablados son típicos de la parranda y en el caso de la grabación están hechos con un inconfundible acento rural antioqueño. El primero, «pobre y feo, pero antojao» es un conocido refrán regional y el segundo «pa Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 enterrártelo cuando quieras mamita» de clara alusión sexual y que provocó la mencionada censura, está directamente relacionado con el texto de un conocido éxito de parranda el paseo «El enterrador» de José Muñoz (c1932) interpretado por Gildardo Montoya (1941-1976), que a su vez —y totalmente dentro de la tradición de parranda— parodiaba así el nombre de una de las canciones más antiguas del repertorio nacional grabada por primera vez en 1908 (Restrepo Duque, 1994: 100-2; Rico Salazar, 2004: 65). Sin embargo, no es la primera vez que este repertorio es traído al terreno del pop/rock contemporáneo latinoamericano. Fue justamente Aterciopelados, el grupo que del que más tarde sería productor Gustavo Santaolalla (1951), también productor de Juanes, y quién parece haber inaugurado esta tendencia en 1993 al incluir «La cuchilla», uno de los números paradigmáticos del repertorio guasca/despecho en su cd Con el corazón en la mano (El dorado, 1995), cuyo aparte textual más significativo es el siguiente: «Si no me querés, te corto la cara/con una cuchilla de esas de afeitar/el día de la boda, te doy puñaladas/te corto el ombligo y mato a tu mamá». Para algunos, la aparente violencia del texto vendría como anillo al dedo al estilo punk del grupo (Esterrich y Murillo: 33). Sin embargo, su texto pertenece a otra tradición, la de parranda y naturalmente no se puede interpretar sino como un ejemplo más de la exageración humorística característica de sus textos. A pesar de su esquematismo, las defensas de «La camisa negra» de parte de Juanes y su empresario Fernán Martínez Mahecha reconocían que la música guasca y parrandera tenían como base textos con «humor y doble sentido». Y en efecto, como textos de canciones, ambos tienen una larga tradición en la cultura hispánica. Gómez de Melo caracterizaba el humor paisa como «simple y burdo» basado en la vulgaridad y al exageración y en el estilo de los «chistes con los que se ríen los niños», pero que a los antioqueños les gustan «para toda la vida». El acierto de este juicio es sólo aparente pues desconoce la antigua tradición humorística hispánica del juego verbal erótico, presente en las canciones de esta tradición. Los textos con alusiones sexuales y obscenas se hallan documentados en la canción española al menos desde la archiconocida «Dale si le das» del Cancionero de Palacio (c.1500) que seguramente contó con antecedentes que desconocemos. Pedrosa (1993) ha mostrado como dicha tradición aparece tanto en aquella escrita como oral desde aquella época (cancionero sefardí), pasando por ejemplos de los siglos xviii y xix, hasta la actualidad (tradición oral andaluza) y la ejemplifica con elocuencia con otra conocida canción, Los Hermanos Pinzones una entre muchas otras. Además, este autor adopta el término «defraudación obscena» (sugerir una rima obscena y hacer otra normal) como un nombre para el recurso y documenta algunos casos específicos, como el de «[...] de Logroño» o «[...] con disimulo» con sus respectivas y obvias rimas, desde el siglo xvi hasta la actualidad. Esta tradición se halla documentada en Colombia desde mediados del siglo 65 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Egberto Bermúdez 66 xviii y algunos ejemplos nos indican que fue muy importante en este siglo y el siguiente en los textos con clara indicación de ser musicalizados en la llamada literatura de cordel, tanto en España como en América (Bermúdez, inédito). La vigencia actual de estos textos en la tradición campesina —al menos hasta mediados del siglo anterior— atestigua su gran popularidad, como el caso de algunos recogidos desde mediados del siglo xix por el poeta Rafael Pombo (1833-1912) quien los denominaba, al uso de la época, «versos verdes» (Beutler: 187-88). Estos temas estuvieron presentes en el desarrollo de la música bailable o tropical colombiana desde alrededor de 1928. Ejemplos son algunas canciones de Camacho y Cano, con claras alusiones de jactancia sexual como «Oigalo Usté» y «Su supiera Usté» (Brunswick, 41191 a y b) (Arhoolie Foundation). Esta orientación textual se mantuvo aún cuando la música bailable supero sus referencias locales y comenzó su proceso de nacionalización e internacionalización. Es diciente su presencia en el repertorio de porros grabado en Buenos Aires en el entorno musical en que había trabajado Lucho Bermúdez, como el porro «Tócame el trombón» (porro) de Daniel Andrade Nieto (interpretado por Eduardo Armani y su orquesta, 1946): «La novia que yo tenía la tuve que abandonar/Porque le di mi instrumento y no lo supo tocar». Naturalmente las canciones con oblicuas o directas alusiones sexuales forman parte de un repertorio más amplio en la música bailable caribeña de las que el reggaeton sería el heredero actual más notable. A pesar de su atractivo y popularidad, estos textos fueron —como el ya citado caso de La camisa negra— severamente cuestionados de parte de los sectores católicos y conservadores de la sociedad colombiana y latinoamericana. Un editorial del diario El Siglo de 1946 (muy seguramente escrito por el importante líder conservador Laureano Gómez) den el cual se pide que, siguiendo el ejemplo de Puerto Rico no se permita la difusión en la radio de «ciertas canciones picarescas como el Caimán» para defender «el prestigio de nación culta que tiene Colombia» (Quiroz Otero, 41). La ironía, como otro aspecto del humor (además del sentimentalismo) en el tratamiento del amor se perfila como otro de los filones principales de los repertorios que estudiamos. Estos rasgos están representados en la literatura hispánica de amplia circulación en América durante los siglos xviii y xix. Como hemos dicho, un aspecto esencial en su continuidad de la tradición barroca (siglos xvii y xviii) fue la circulación masiva de sus textos a través de reimpresiones hasta muy entrado el siglo xix (Bermúdez, inédito). Aún a pesar de la escasa información sobre los entornos sociales de difusión de los textos de este tipo musicalizados en las fuentes españolas de tonos de mediados del siglo xvii, esta nos indica una amplia dispersión que abarca desde la corte y los ambientes teatrales hasta los conventuales . Un caso paradigmático en el tratamiento irónico del amor en el barroco musical hispánico es el de las canciones del compositor, guitarrista y cantante madrileño José Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Marín (1619-1699) (Marín/Lázaro ed. 33). Y una vez más, observamos su continuidad en la poesía popular en nuestro medio a través de la supervivencia casi idéntica de una estrofa de su canción «Menguilla, yo me muriera», en una cuarteta glosada con décimas cantada por el poeta campesino Efraín Francisco Cantero Pérez (1925) en una apartada zona de la costa atlántica colombiana . Sin embargo, su contrario, la aceptación del «morir por amor», también es fácilmente detectables en este repertorio musical (Sepan todos que muero/de un desdén que quiero!) (Marín/Lázaro ed. 118-121). En estos ejemplos, el modo menor está asociado a la «melancolía» y «tristeza» que se le asigna al despecho (ver adelante) así como en el medio americano —tomando el ejemplo del Perú— se le asignó desde mediados del siglo xviii a los yaravíes, definidos como «canciones de indios a manera de endechas de cosas de amores» (Porras Barrenechea, s.p.; Estenssoro: 34-7). En la tradición de la canción europea, especialmente en el lied, se pueden encontrar valiosos antecedentes del tratamiento de texto y música al que nos hemos referido. En este género, en especial en aquellos de Robert Schumann, se explota la ambigüedad y la dicotomía del tema amoroso teniendo como punto de partida los textos de Heinrich Heine (1797-1856), poeta paradigmático sin duda en su tratamiento irónico de la temática amorosa. En el uso musical de la que Brauner (263) denomina la ironía «explícita» (en contraposición a aquella «encubierta»), tal vez los mejores ejemplos son las canciones de Robert Schumann (1810-1856) con textos de Heine contenidas en su ciclo Dichterliebe (Op. 48, 1840-1844), en especial en «Im wundershone Monat Mai» y «Ich grolle nicht», la primera y séptima de dicho ciclo. En la segunda de ellas, Schumann magnifica la ironía del poema de Heine a través del tratamiento «irónico» del acompañamiento (acordes mayores repetidos insistentemente) que terminan en una limpia y aparentemente inocente cadencia perfecta. Así pues, para afrontar la ambigüedad del amor se presentan dos opciones: optar por el humor y la ironía o ir al otro extremo opuesto y morir o matar «de o por amor» para salvarse. No es raro encontrar estas orientaciones textuales por fuera de la ópera y la canción generalmente denominada de arte (art song) y en este terreno considerar de nuevo el repertorio del tango-canción anterior a 1940 nos trae de nuevo a América Latina. Mafud (78-9) considera que una de las vertientes más interesantes de los textos de Enrique Santos Discépolo (1901-1951) es aquella en los que propone el tema de la «salvación» a través del amor. Al mismo tiempo, sus textos son también buena fuente de la opción irónica ante el abandono amoroso como en «Victoria» de 1929: «¡Victoria, saraca, Victoria! / pianté de la noria, se fue mi mujer!». Y si bien no es tan común como en otros géneros (ranchera, bolero), también en el tango-canción encontramos el tópico del intento de poner fin a la pena amorosa a través del intento de destrucción (a través de golpizas y aún la muerte) del supuesto culpable, que en casi todos los casos 67 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Egberto Bermúdez 68 es la mujer. Es también Discépolo quien nos proporciona los ejemplos en «Justo el 31» de 1930 y «Confesión» de 1931 (Ogando: 26-9). Además del consumo de alcohol como paliativo, la destrucción de los objetos del ser amado (cartas, fotografías, regalos, etcétera) a manera de exorcismo son otros de los tópicos comunes en los textos de despecho. En «Amargura» de Gardel y Le Pera, el amante herido no consigue la destrucción deseada («Desecho de amargura yo me quise vengar/mis manos se crispaban, mi pecho las contuvo/su boca que reía yo no pude matar»); y por esa razón debe continuar soportando su obsesión: «Del fondo de mi copa, su imagen me obsesiona/es como una condena su risa siempre igual/coqueta y despiadada su boca me encadena/se burla hasta la muerte la ingrata en el cristal». La ironía aparece como la única opción de superación de esta situación en uno de los ejemplos más conocidos del repertorio de despecho, «Me bebí tu recuerdo» (ranchera, 1996) de Oswaldo Franco, popularizada por Carmelo Galeano (c. 1956) mejor conocido como Galy Galiano: «Y metí la foto dentro de mi copa/y en ella tu imagen se fue disolviendo/y poquito a poco y muy lentamente/todo tu recuerdo me lo fui bebiendo/Y me bebí tu recuerdo/para que jamás vuelva a lastimarme/y quiero que sepas que aunque adolorido/hoy ni de tu nombre yo quiero acordarme» (Galeano 1999: cd1, 1). En el repertorio de la canción ranchera encontramos la misma orientación especialmente en algunas («Sin sangre en las venas», «La araña», «La media vuelta») de José A. Jiménez (1926-1973). Sin embargo, el sentimentalismo parece ser la característica más sobresaliente del repertorio de despecho y a continuación examinaremos como las críticas al sentimentalismo del bolero pueden aplicarse en general a dicho repertorio. Con tono humorístico, este repertorio fue abordado hace ya muchas décadas por García Márquez, quien enfiló sus armas de novel literato contra el bolero en su artículo «Sencillamente hipócrita» de mayo de 1950, en donde lo califica de «castigo con ritmo», emanado del «rincón de la idiotez». Su argumento de fondo iba en realidad contra el sentimentalismo en la literatura, en particular en la poesía, pero no deja de ser sintomático su prejuicio contra ese estilo de música popular, no así contra aquella regional costeña (el naciente vallenato) que en esos mismos años defendía con igual vehemencia (García Márquez, I, 255-6) . Se trataba del momento en que de la mano, el bolero y las películas mexicanas (con artistas como Ninon Sevilla, Agustín Lara, Pedro Vargas y Los Panchos) conquistaron al público latinoamericano. Más sensible a las posibilidades y realidades de uso político de ese mismo sentimentalismo, el expresidente colombiano Alfonso López Michelsen (1913) pone en boca de Ayarza, un líder izquierdista personaje de su novela Los elegidos (1952), la siguiente reflexión: «el pueblo no entiende que lo quieran sino en los propios términos en que aprendió a cantar sus amores imposibles» (López Michelsen: 105). Aceptando sin chistar el epíteto de demagogo, Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Ayarza alude directamente a Evita y Perón y resalta el importante papel de la música popular, y el tango en especial, en el desarrollo del populismo peronista. Este fue un modelo y un anhelo para muchos colombianos en pos del que fracasaría Gustavo Rojas Pinilla, el único dictador militar colombiano del siglo xx. A Colombia también llegarían en esos años las ramificaciones de ese que podemos llamar «sentimentalismo populista» en lo musical. Uno de los artistas que mejor lo encarna, Antonio Tormo (1913-2003) llamado «el cantor de las cosas nuestras», así como Los Trovadores de Cuyo de Hilario Cuadros (1902-56) comenzaron a tener una gran popularidad y se convirtieron en uno de los modelos a imitar durante el período formativo del repertorio de despecho. En el contexto cubano Navarro (1968-1969) en su crítica de las orientaciones creativas en las artes plásticas de aquel país después de la Revolución, vincula de nuevo el sentimentalismo (kitsch) con el populismo y añade que a través de este último se tolera la mediocridad en lo creativo mientras que esté alienada con la retórica ideológica oficial. El bolero criticado por García Márquez, «Hipócrita» de Carlos Crespo, la igual que otros interpretados por Fernando Fernández (1916-99), fue uno de tantos que le dieron el nombre a exitosas películas mexicanas: Dos almas que el mundo, Coqueta y Callejera (1949), Perdida, Aventurera y Traicionera (1950), Arrabalera (1951), Cabaretera (1952) y Ambiciosa (1953) entre otras. Allí se perfila esa tendencia que muchos llaman «populachera» o de «melodrama de cabaret» que es abordada críticamente por Acosta (1996, 2004). Este autor (1996: 271; 2004: 248), llama bolero «de vitrola», «arrabalero» o «bolerón» al tipo de bolero a que nos hemos referido, que en Cuba se consolida durante los años 40 en especial con el acompañamiento del «conjunto» inaugurado por Arsenio Rodríguez. Indica asimismo que los prejuicios en su contra (centrados en su machismo y chabacanería) vienen de que el consumo y la popularidad de estos boleros se concentraba en los ambientes proletarios y marginales (prostíbulos, night clubs de poca categoría), y cuyos artistas no eran los mismos que los de los grandes centros de la industria de entretenimiento (cabarets y hoteles) de la Cuba prerrevolucionaria (Acosta 2004: 247-51). Si bien en el caso de este tipo de bolero (y el vals peruano), eran evidentes sus vínculos de producción y consumo con las clases bajas, no es adecuado pensar que los corridos y las rancheras que conocieron nuestros campesinos (rurales y urbanizados) en la década de 1930 eran reales expresiones campesinas. Por el contrario, eran productos urbanos, mediáticos y totalmente modelados por los pilares de la industria musical de entonces, y de ahora: radio, cine, discos y presentaciones en vivo. Un ejemplo muy claro nos lo proporciona Víctor Cordero (1914-¿), el autor de «Juan Charrasqueado», uno de los corridos más difundidos en aquellos años, compuesto en 1942 y grabado en 1947. Cordero pertenecía a una familia de clase media, aprendió el piano de su madre quien lo tocaba y también de su abuelo (fundamental en 69 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Egberto Bermúdez 70 su educación artística) quien era poeta aficionado. Desde 1945 y por más de una década, vivió en los Estados Unidos (California, Texas, Nuevo México, Chicago, Nueva York), en donde realiza actuaciones con grupos de música, baile y teatro costumbrista mexicano, que incluían a Margarita Padilla, su esposa y exintegrante del dueto Hermanitas Padilla. En ese periodo, Cordero trabaja sobre todo como compositor para casas fonográficas con catálogo latinoamericano (Concepción: 13, 21-8, 45). En Colombia, sus composiciones se convirtieron en modelo de la ranchera y corrido de la música guasca y carrilera. Un ejemplo elocuente es el disco Zeida, lanzado alrededor de 1952 en Medellín, que incluía dos obras suyas, en su lado a el corrido «El puente roto», un clásico en su género y en el b la ranchera «Cuatro Velas». La temática es la misma, el engaño de parte de la mujer, y la metáfora de un puente roto como «el cariño que se rajó», que por cierto no es del todo ajena a la poesía. Hoy estas canciones, invitan a reflexionar tal como lo hace Ogando (9) sobre la imposibilidad de ir en contra del discurso masculino de «contención, control y custodia de la virtud femenina». Las apretadas armonías del dueto femenino eran el ideal estético de aquel momento y a través de las antiguas grabaciones y de grupos que aún se conforman, continúa siéndolo en la región. Los actuales intérpretes y compositores de extracción social campesina del repertorio de despecho afirman seguir la tradición poética de los autores románticos, sin embargo, el sentimentalismo de sus textos, siempre ha tenido detractores. En contra de los críticos de su populacherismo, Acosta (1996: 279-81) defiende esos textos con argumentos que van desde la constatación de que lo cursi aparece aún en la mejor poesía clásica y romántica y en repertorios musicales como el de la Nueva Trova; hasta citar opiniones de conocidos literatos y poetas en los que se acepta, como Mario Benedetti, que «a veces a uno le gusta una canción cursi». En lo relacionado con las estructuras musicales, Acosta también defiende los «viejos bolerones» comparándolos con las baladas del pop hispánico y latinoamericano ( Julio Iglesias, Roberto Carlos, José José, Pimpinela) a las que descalifica por su «indigencia rítmica, melódica y armónica». Sin embargo, ambas críticas evitan el tema esencial, pues se trata de canciones y en ellas sólo en virtud de ese resultado final y el equilibrio entre ambos elementos (texto y música) se puede entender que «una canción cursi» pueda gustar. Además de sus antecedentes y correspondencias con otros repertorios, la música de despecho adquirió una especial personalidad en Colombia desde 1960 hasta nuestros días. Sin embargo, la que podríamos llamar la «colombianización», (o conversión a las convenciones estéticas locales) de los repertorios de base arriba descritos (tango, bolero, ranchera, vals y la música regional argentina), se presenta mucho antes, cuando el público colombiano se estaba apenas familiarizando con ellos. Este proceso lo ideó a mediados de la década de 1930 el poeta y músico antioqueño Libardo Parra Toro (1895- Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 1954), conocido como Tartarín Moreira, y consistió en hacer cambios a los textos de piezas muy conocidas manteniendo intacta su música (Restrepo Duque, 1971: 211-28; Rico Salazar, 2004: 234-8). Fueron numerosos sus experimentos con el repertorio de tangos, valses, etcétera. Resultan elocuentes de este proceso, por ejemplo, los cambios introducidos al vals «Gota de lluvia» (Manzi/Lipesker, 193?), que rebautizó «Te soñó mi ser» y que fue grabado por el ya mencionado Dueto Peronet e Izurieta en La Habana en 1940 ( Joyas, 18: pistas 7, 9 y 14). El tema del famoso tango «El penado catorce» (Pesce/Magaldi/Noda, 1930) es el de un prisionero que murió sin que nadie entendiera que quería ver a su madre por última vez, deseo que dejó escrito en una carta. En manos de Tartatin se convierte en la historia de un hombre desgraciado en el amor que enloquecido, ve a su amada en un remanso de un río al que se lanza queriendo alcanzarla (García Blaya; Joyas…: 18, 9). Tartarin contribuyó con textos propios en obras como «Son de campanas», tango con música del antioqueño Carlos Vieco (1904-1979), grabado por Agustín Magaldi en 1934 (García Blaya). Otro importante indicio sobre las predilecciones estéticas de los textos de despecho es el testimonio de Israel Motato (192?), uno de sus más importantes exponentes del estilo en las últimas décadas y claro representante por su extracción social campesina, de la vertiente guasca que con el tiempo y a medida que se fue convirtiendo en un fenómeno urbano se fue paulatinamente reconociendo como despecho. Motato indica que la inspiración de sus textos son los poemas de estilo romántico del reconocido poeta colombiano Julio Florez (1867-1923). El y su hermano Alejandro fueron músicos aficionados y se les asigna protagonismo en la consolidación de la canción colombiana (bambuco, pasillo) en las dos primeras décadas del siglo. La intención poética de Motato, modelada en la poesía romántica de comienzos del siglo xx, es patente en la primera estrofa y el estribillo de su corrido «Quemé tus cartas»: «Con el desdén castigaré tus faltas/Sin perdonar tus míseras promesas/Porque hasta el cofre donde guardé tus cartas/Quedó también por siempre hecho pavesas». La poesía romántica tuvo una amplísima difusión en Colombia especialmente durante la primera mitad del siglo xx. En nuestro caso, tal vez la labor más importante de difusión de este repertorio (que incluye entre sus autores favoritos al ya mencionado Florez) lo desarrolló en la década de 1950 a 1960 la colección Parnaso La Campana, una colección de folletos de poesía publicados por la Cacharrería «La Campana» de Medellín, una de las más importantes del país. Aquellos de la colección de 1910: «Gotas de Ajenjo» de Florez y «Reír Llorando» y «Fusiles y muñecas» del mexicano Juan de Dios Peza (1852-1910) fueron tal vez los grandes hits de esa colección, con centenares de reimpresiones. Se trata tal vez del ejemplo más notable de la supervivencia de la literatura de cordel en Colombia y en consecuencia su consumo, como el de los cancioneros —todas publicaciones de muy bajo 71 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Egberto Bermúdez 72 costo— estaba enfocado justamente a las capas medias y bajas de la sociedad. Entre los cancioneros, uno de los más significativos fue «El Tangón», publicado aproximadamente desde 1945, una iniciativa individual pero con vinculaciones con la compañías discográficas especialmente dedicada a los repertorios que nos ocupan. La poesía romántica y las obras mencionadas contaron con otros canales de distribución, orientados a sectores urbanos como la colección de «El Arco y la Lira» de la editorial Horizonte de Medellín, dirigida por Jorge Montoya Toro (1921-1989) que alcanzó amplia difusión a nivel nacional . En este repertorio poético, el sentimentalismo es un elemento esencial, reconocido por Montoya Toro (Peza, s.p.), en el caso de su antología de Peza, como «exaltación de la intimidad hogareña, sencilla y tierna» con un lenguaje «profundamente cristiano y espiritualista», despojado de los «arreos retóricos». Estas «cualidades», esenciales en la cultura paisa y aplicables a los poetas a que nos hemos referido, en el caso de Florez, eran desdeñadas por el crítico Holguín (1957) simplemente como un «sentimentalismo fácil, inculto y de inspiración espontánea». El intelectualismo de la crítica de Holguín mantiene su eco actual, que en ocasiones incluye elementos sociales. Es el caso de Villegas ([Pagano]: 81), al referirse al tipo de bolero más popular en Colombia, el que se desarrolló en ambientes campesinos, al cual bautiza «agrobolero» y lo califica de «arrabalero, chabacano [y …] poco recomendable». Por otra parte, además de la ya mencionada incomprensión del humor de los textos de parranda, también fue objeto de críticas la música bailable que de ella se derivó a mediados de los años sesenta. En el momento del apogeo de la que podríamos llamar música costeña «nacionalizada», el joven escritor y crítico de cine Andrés Caicedo (1951-77) defensor de la salsa de Ricardo Ray y Bobby Cruz, en su novela Que viva la música! (1976) también la rechazó y calificó de «vulgar sonido paisa» los éxitos de Los Hispanos y Los Graduados, cuya música consideraba «infame» y sus textos, meras «boberías» (España: 6-7). Algo similar, intelectualismo y prejuicio de clase esta detrás de algunos calificativos que en varios países (Ecuador, Perú y Chile) se le dan a este repertorio, música «cebollera» «cortavenas», «cebolla» y «cantinera». La valoración del cantante peruano Lucho Barrios (1935) pone de manifiesto el enfrentamiento entre el intelectualismo de las críticas mencionadas y la citada defensa de Acosta. Tanto Barrios mismo (Coaguila, s.p), como Ruiz Zamora (151) encuentran que «cebolla» y «cebollero» tienen una clara connotación despectiva y clasista mientras que, limitándose a lo estético, Rolle y González (444,498) contraponen el «canto lastimero de repertorio de un romanticismo afectado» de los valses y boleros de Barrios al «elegante y masivo a la vez» estilo de Lucho Gatica (1928). En el caso ecuatoriano Wong (s.p.) lamenta que figuras icónicas como Julio Jaramillo sean incorporadas al repertorio reconocido como «cortavenas» y a la que ella llama «rocolización» de los años ochenta. Sin embargo, Jaramillo y Cárdenas, además de íconos Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 musicales ecuatorianos, fueron —como se ha visto— figuras esenciales en la misma conformación del estilo de despecho, cuya popularización —vale la pena insistir— se logró a través de la difusión de su música en los radios y victrolas de pueblos y ciudades de la región colombiana a la que nos hemos referido a través de este escrito. Como se ha dicho, el vals peruano se puede considerar periférico en la conformación del estilo pero en su repertorio básico, ejemplificado por la obra de Pinglo Alva, también abundan los temas que nos ocupan, (celos, pasión y odio, amor traidor) y otras en que prima lo social y sobre todo, sus clases y agudas diferencias, con las que a veces, confluye el tratamiento del amor («El Plebeyo», «Pobre Obrerita», «Mendicidad», «La Oración del labriego») (Yep: 23-7; Anónimo, 1999b: s.p.). Si tomamos el bolero como indicador, la apreciación o «recepción» del repertorio de despecho se ha enfrentado en la mayoría de los casos desde el punto de vista del efecto psicológico que desencadena en su oyente. Poco se ha explorado desde la perspectiva del creador, con excepciones con respecto a los autores de los textos, y para nada, en el mismo caso del bolero se ha abordado el hecho de que haya sido (y sea todavía) un genero de baile. Sin embargo en los últimos años, se han planteado estudios que relacionan géneros musicales con gran similitud a los que aquí tratamos (blues, country) con la depresión y aún con el suicidio, tanto desde el punto de vista de su audición o consumo, como del de su creación ( Jamison; Akkiskal en Kubik: 40). En sentido inverso a las teorías generalizadas sobre el tema, Martini (60-61) sostiene que la que identifica como «melancolía romántica» es muy diferente de la depresión clínica y de la «depresión creativa» que reconoce como una «metabolización» de una pérdida afectiva. Este autor encuentra dos ámbitos para la melancolía romántica, el lied y los textos filosóficos románticos de los que los músicos hicieron uso. Es patente aquí la necesidad de un tratamiento musical/musicológico de la melancolía en música, máxime si los textos canónicos van en otro sentido, como la afirmación de Freud de 1909 (Petrella, 126-27) en la que considera el ejercicio de la nostalgia, por cierto casi inherente al consumo del repertorio de despecho, como una experiencia neurótica que impediría aceptar la realidad y el presente. Desde la perspectiva inversa, el consumo, historiadores sociales como Palacios (1995: 323) —como ya hemos citado— consideran el auge la música de baile como una actitud «vitalista» en el marco de la generalizada violencia política imperante en el campo colombiano entre 1949-1959. De la misma forma se explica la locura por el vals (esta vez vista como escapismo) en el entorno vienés en el turbulento período de la disolución del imperio AustroHúngaro (1880-1914) (Janik y Toulmin); actitud ya preludiada desde el no menos turbulento período post-napoleónico cuando Johann Strauss padre (1804-1849) al componer uno de sus valses durante la epidemia de cólera de 1831 lo tituló: «Heiter auch in ernster Zeit» (Alegres aún en tiempos difíciles) (Höslinger, 11). La «teoría sobre el oyente» de «On Popular Music» de 73 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Egberto Bermúdez 74 Adorno (452-57), o sus interpretaciones críticas como la de Middleton (3463), siguen siendo las herramientas metodológicas que ponen de manifiesto los principales problemas para la aproximación analítica a estos géneros. La música En los párrafos que siguen examinaremos los estilos y sus géneros mas significativos, en el caso de la música de parranda, la parranda como genero nuevo y en el caso del despecho, el aporte local a los repertorios de base ya mencionados. Como se ha dicho, el repertorio actual de la música de parranda incluye los géneros de la música bailable costeña (paseos, merengue, porro) pero sin duda su género más representativo —y aporte a la música popular colombiana— es la parranda. Como género, su característica principal es la superposición de patrones rítmicos con diferente acentuación en su acompañamiento. En general, este repertorio de constituyó mediante la adaptación de los géneros de la música de baile costeña y del naciente vallenato de los años 1940-50, (porro, merengue, paseo) y otros de la tradición musical de la costa del Pacífico que también habían comenzado a conocerse en esos años (currulao). Al igual que había ocurrido entre 1938 y 40 con la rumba criolla, la parranda superponía los géneros de baile mencionados a las estructuras musicales locales, en este caso, aquellas del bambuco y los esquemas de improvisación de la ya mencionada trova. Burgos Herrera (2000: 14, 168) propone que la canción «24 de diciembre» de Francisco Antonio «Mono» González (1908) es una de las primeras obras grabadas de este repertorio. En la actualidad los compositores e intérpretes más reconocidos de la música de parranda son los hermanos José (1934), Agustín (1936) y Joaquín Bedoya (1943), el recién fallecido Octavio Mesa (1930-2007) y José de J. Muñoz (1932), a quien por su contribución al estilo de despecho también nos referiremos más adelante. Los hermanos Bedoya son campesinos que legaron a Medellín alrededor de 1948 dentro de las migraciones internas y cambios sociales que ha traído el conflicto social y político colombiano que hoy persiste. Todos trabajaron en la fábrica textil Fabricato (ver arriba), junto con Neftalí Alvarez (1930), José Muñoz, y German Rengifo (1934), estos tres, integrantes de Los Relicarios, importante grupo de música de carrilera o guasca (y después despecho). Sus primeras grabaciones datan de la primera mitad de la década de 1950 dentro del gran auge de la industria fonográfica de la ciudad y en los últimos años Joaquín Bedoya ha combinado su carrera de artista con su empleo en Discos Victoria. Como elementos comunes a su trayectorria artística todos mencionan las dificultades que han tenido desde entonces para que se les reconozacan debidamente sus derechos autorales y de interpretación, así como los problemas con las autoridades eclesiásticas lo- Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 cales a raíz de sus textos de parranda (Burgos Herrera, 2000: 49-109, 223-35, 279-92, 367-78). Hoy, el video musical, sobre todo de parodias de canciones de moda, es uno de los medios de difusión preferidos de este estilo. Como dijimos, la parranda presenta las características que más tarde tendría la parranda como género, en especial la acentuación diferente en los patrones de dos de los instrumentos que la caracterizan, la charrasca o guacharaca, y los bongoes. 75 Ejemplo musical «El Grillo» El cantante y compositor de música de parranda Luís Eduardo Yepes (1934) usa el termino «anticompás» para referirse a esta ambigüedad en la acentuación, añadiendo que «es muy difícil para el […] principiante». Yepes nos aclara que la guía para él como cantante era «pegarse […] al marcante», es decir a los bajos de la guitarra (Burgos Herrera, 2000: 452). Yepes se refiere a esto al corroborar la enorme importancia de la música de Guillermo Buitrago (1920-1949) en este repertorio, concepto compartido por casi todos los artistas de parranda entrevistados en el trabajo de Burgos Herrera. Las primeras grabaciones de Buitrago y sus muchachos (con dos guitarras y guacharaca) datan de 1946-1947 y en ellas (en especial en los merengues) sobresale una interpretación de la guitarra con el bajo anticipado característica del son cubano que en esencia anticipa el ritmo armónico de la pieza (Manuel, 1985: 249). Sin embargo, en ellas los tiempos fuertes de la guacharaca y los bongoes coinciden totalmente, y la anticipación no es la Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Egberto Bermúdez 76 misma en el caso de los paseos y los merengues, en los que en lugar de una corchea el ritmo armónico se anticipa en el valor de una negra. Esta característica rítmica fue interpretada de una manera muy peculiar en un ambiente musical en el que la música predominante era aquella de raíz hispánica (pasillo y bambuco), en la que también se presentaba un fenómeno similar, aunque con características diferentes. Algo similar ocurrió en otros ámbitos musicales del interior del país con una cultura común de base hispánica común, como es el caso de Boyacá donde el merengue que se interpreta en ambientes campesinos presenta problemas similares (Rojas: 66-7). En la misma zona (Valle de Tenza), durante el primer tercio del siglo xx, hay evidencias del uso de «charrascas y maracas» junto con los instrumentos de cuerda en las «parrandas» de Aguinaldos, la misma tradición ya mencionada para la costa atlántica y otras regiones del país (Davidson: iii, 256). Tenemos también testimonios de la gran dispersión que alcanzó la música bailable costeña en el interior del país y su clara influencia en los repertorios musicales de ésta región (Velosa: 3). La ambigüedad rítmica que se plantea en este caso, fue el motivos de las encendidas polémicas (1930-1960) relacionadas con la notación musical del bambuco pues en este período esta hacía cada vez más necesaria dentro del competitivo ambiente de las grabaciones, en especial al usar arreglos y conjuntos instrumentales ampliados. Esta situación resultaba muy alejada de su transmisión oral tradicional en ambientes tanto urbanos como campesinos y daría pie para una ardua e inútil polémica arriba citada sobre la que hay una amplia bibliografía (Uribe Bueno; Restrepo Duque, 1986: 43-62). Inútil pues se desarrolló con elementos analíticos muy rudimentarios en los que los participantes todavía pensaban que la notación musical era sinónimo de superioridad y refinamiento. Carentes de un vocabulario adecuado, los músicos prácticos (instrumentistas y arreglistas) que si entendían el problema, no pudieron hacer contrapeso al prestigio de los compositores y a la influencia de los hombres de radio y propagandistas culturales que participaron en ella y que nunca lo entendieron (Bermúdez, en prensa). Refiriéndose oblicuamente al tema, la ambigüedad rítmica de la parranda, Tomás Burbano (1922), músico profesional que vivió el auge de las grabaciones en Medellín en los años cincuenta, alude al bambuco y sintetiza el problema al decir que el bambuco era «una música ilógica … termina en la mitad del segundo tiempo» (Burgos Herrera 2001: 342). Un afortunado ejemplo que nos ilustra este aspecto es la grabación del bambuco «El trapiche» realizada por el Trío Matamoros en Nueva York en 1934 en donde la anticipación del bajo coincide con el tercer tiempo ( Joyas, 13: pista 20). La ambigüedad rítmica aquí mencionada también se presenta en el repertorio ecuatoriano cuando a algunos géneros nativos (vals, pasillo y otros) se le añaden instrumentos de percusión (bongoes) como parte de su adaptación a géneros internacionales como el bolero (Zambrano y Bowen: 9 y 11). Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 El repertorio actual de la música de despecho depende de las preferencias de sus artistas. Los hay especialistas en boleros, como el caso de Orlando Contreras y alguno más versátiles como Alci Acosta. Otro aspecto importante es la vigencia de las grabaciones (en especial a través de compilaciones) de artistas fallecidos como Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas y Luis Bernardo Saldarriaga (Los Pamperos). De los artistas actuales, Darío Gómez y Galy Galiano podrían considerarse sus exponentes más importantes. En general, en este repertorio predominan las rancheras, corridos y boleros en ese orden, seguidos de los valses y el que podríamos llamar vals-ranchero. Luís Posada y El Charrito Negro, prefieren la ranchera y el corrido norteño (con acompañamiento de acordeón) mientras que Gómez y Galiano se inclinan por el acompañamiento de conjuntos instrumentales mas amplio y sobre todo el mariachi. Tal vez el contexto mas importante para este estilo, cuyo discusión dejaremos por fuera de este escrito, es el Festival de Despecho, que se celebra anualmente en Pereira y que ha motivado la creación de otros en otras ciudades y pueblos de la zona a la que nos hemos referido. El dúo Los Pamperos se estableció en 1951 conformado por Luís Bernardo Saldarriaga (1926-1999) y Luis Carlos Murillo (1925-1999) modelaron el sonido de sus grabaciones en el de los duetos ecuatorianos como Valencia y Benítez, activos desde alrededor de 1940. El período de auge del pasillo coincide con el momento a que nos referimos, en el que las emisoras ecuatorianas y la industria fonográfica de aquel país se dedican casi exclusivamente a este género, que llega a acaparar el 80% de la producción nacional. Estos duetos eran en su mayoría masculinos aunque aquellos femeninos y en menor grado los tríos, también figuraran entre los que popularizaron el género. En las grabaciones, el tradicional acompañamiento de guitarras se ampliaba a un pequeño conjunto instrumental que incluía la trompeta, el contrabajo y algunos instrumentos de percusión (Riedel: 2-3). A pesar de que comparten su temática y «populacherismo», el tango ha sido considerado —en general— menos populachero que la canción ranchera y el corrido. Esta diferencia la hace Luís Ramírez Saldarriaga (1917) conocido como El Caballero Gaucho en su repertorio del que excluye estos últimos. Un ejemplo de como esto obedece a una práctica histórica nos la ponen de manifiesto la aceptación del tango y no de la ranchera ni el corrido, entre los autores e interpretes, profesionales y aficionados de música popular en diferentes regiones de América. En el caso colombiano, de todos estos géneros, la ya citada colección de partituras del Mundo al Día (1924-1938) incluye solamente tangos, un repertorio que se ajustaba a la herencia urbana y de «buen tono» de la música de salón (Cortés, 114) . De los artistas actuales que podríamos considerar históricos vale la pena destacar a Rómulo Caicedo (1929), Oscar Agudelo (1932) y Alcibiades «Alci» Acosta (1938). Caicedo se desempeñó como cantante de música bailable/ tropical con Las Tres Jotas y la orquesta de Edmundo Arias (c1964) al igual 77 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Egberto Bermúdez 78 que Acosta, quien también comenzó su carrera como cantante y pianista del mismo estilo y en 1965 con su grabación del bolero «Odio gitano», se lanzó como solista con el repertorio que lo identificaría de ahí en adelante. Agudelo por su parte, también pasó una importante época formativa en Pereira y Medellín antes de iniciar su carrera alrededor de 1953 y vive en el exterior desde 1957. Su repertorio incluye tangos, boleros, pasillos y valses vals, La cama vacía (tango) (Márquez, s.p., Anónimo 2004, s.p.). La música tropical fue también un terreno fértil para Jaime Rincón (¿-?), autor del ya mencionado corrido «La Cuchilla», quien también es autor de varias piezas bailables para Los Golden Boys. Gildardo Montoya, quien como hemos dicho es uno de los mas significativos autores de música de parranda, es autor también de varios éxitos de música bailable, entre los que se destaca Plegaria Vallenata (Rico Salazar, 2004: Burgos Herrera, 2000: 253-65; Pinilla, ). Como vemos, una vez más aparece la historia común de nuestros dos estilos y como un ejemplo adicional y notable la carrera de José de J. Muñoz quien ha contribuido notablemente a ambos. Entre sus obras, en lo que se refiere al despecho, se destacan «Cruz de cuero» (corrido), «Esclavo del licor» (pasillo ecuatoriano) y «Allá en la loma» (zamba-tonada) así como innumerables parrandas, paseos, merengues y currulaos en el terreno de aquella de parranda (Burgos Herrera, 2000: 279-92; Pinilla: 312). En el repertorio de Darío Gómez predominan las rancheras y los corridos norteños, y en menor grado los valses y los boleros. El sonido es muy diferente al de los grupos campesinos (Los Relicarios) e históricos (Los Pamperos), con arreglos más complejos, secuencias electrónicas y mayor costo en la producción. Los valses son fusiones con elementos mexicanos, ecuatorianos, colombianos y argentinos, mantiene la importancia de los solos de dos guitarras pero incluye el mariachi y acordeón y en ocasiones bandoneón (Nueve años de soledad). Algunos valses pueden considerarse corridos ternarios, diferenciados de los que en realidad están identificados como corridos, que son binarios. Esto resulta interesante pues como sucede en Chile, lo que se llama corrido tiende a ser aquel de metro binario (González-Rolle, 432), a pesar de que en el modelo mexicano, como se dijo, predominen aquellos de metro ternario. Estos autores consideran que la adaptación musical de los patrones métricos binarios en medios musicales donde predominan los ternarios, tuvo como elemento importante el ser la base de bailes menos complejos que los de uso local, sin embargo, en el caso colombiano, son géneros predominantemente escuchados y no bailados. Algunos de los corridos de Gómez, presentan el estilo de balada, en especial por su armonía, que rompe con el esquema de tónica y dominante («Me atrapaste»). En general, sus rancheras son todas en modo mayor. Por su parte, el repertorio de Carmelo Galeano «Galy Galiano» es mucho más variado en sus géneros probablemente debido a su experiencia como cantante de pop, salsa y música bailable. Allí encontramos rancheras (lentas y Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 rápidas), corridos, boleros, baladas, tecno-cumbia y tecno-corrido. El acompañamiento preferido es el mariachi, que en ocasiones incluye el acordeón. Hay otros géneros (son huasteco) aunque en consistencia con aquellos usados por otros artistas del estilo, merecen destacarse sus valses en tonalidad menor, de estilo peruano pero también con acompañamiento de mariachi. Tal como ocurre con las de Gómez, las producciones de Galiano son muy esmeradas técnicamente y fue el primer colombiano en haber figurado en Billboard a raíz de sus quince millones de copias vendidas. Así como la parranda, como género, es el aporte original al estilo, en el repertorio de despecho también pueden reconocerse aportes semejantes. Por ejemplo, la presencia de numerosos corridos y rancheras en tonalidad menor en este repertorio puede considerarse una significativa reelaboración local de sus modelos mexicanos. Otro aporte local notable son las fusiones en las que participa el vals y el pasillo colombiano y ecuatoriano. Como antecedente tendríamos algunos ejemplos de lo que podríamos llamar «pasillo-bolero» (identificados en su original simplemente como «canciones»), «No se si tu me quieres» y «Fantasmas del ayer» con textos de Sonia Dimitrovna y música de Miguel Bocanegra (1892-1957), grabados en 1938 en Nueva York por Sarita Herrera (1913-87) y el venezolano Raul Izquierdo (Spottswood, 1972; Rico Salazar 2004: 154-55). En ellos son notables varios aspectos, el primero la alternación (típica del bolero) entre el modo menor (A) y mayor (B) en el esquema ABB». El segundo es la presencia del rasgo estilístico, muy característico del bolero, consistente en la transición —en la cadencia final— a la subdominante e inmediatamente a su correspondiente acorde menor. Otro aspecto de tener en cuenta es que en muchos casos, las mencionadas rancheras en tonalidad menor presentan elementos estilísticos del pasillo ecuatoriano y en menor grado del colombiano. Es notoria también la insistencia en la tonalidad menor (en congruencia con la tradición occidental ya citada de su uso en lamentos, etcçtera), ejemplificada por la existencia de paseos en tonalidad menor en el repertorio de parranda, atípico en su repertorio de base de música tropical, en la que la mayoría de ellos son en tonalidad mayor. Por último, hay otros procesos que tampoco agotaremos, como la adopción o tradicionalización del repertorio de parranda en ambientes no urbanos. Esto se observa en la música del conjunto indígena-campesino denominado chirimía (dos flautas traversas, maracas, redoblante y bombo) de La Iberia (Riosucio, Caldas) en la misma zona a la que nos hemos referido en este escrito. Se trata de algo similar a lo que ocurre con géneros de música popular como la ranchera en la provincia de San Juan, Argentina (Goyena y Giuliani), o en Chile (Gonzalez-Rolle). En el repertorio de este conjunto, el genero que denominan pasillo, presenta idénticos elementos musicales (la ambigüedad rítmica ya descrita) a la parranda del repertorio del mismo nombre. 79 Cátedra de Artes N° 4 (2007): 63-89 Egberto Bermúdez 80 Conclusiones El análisis del desarrollo de estilos como los que aquí tratamos o los géneros musicales asociados con ellos no permite apoyar la teoría de un cambio drástico hacia la modernidad en la música latinoamericana de los años 30 y 40 (Knights, Zavala: 67-8). Así sea una hipótesis que en la historia social, política y económica tenga amplio soporte documental, su traslación al terreno de la cultura y de la música (en especial la popular), no parece tener apoyo en el análisis de un corpus musical como el que aquí hemos tratado. Por el contrario, se trata en buena parte de la continuidad del legado colonial (villancico, tono humano, música y baile teatrales) matizada a través del importante papel que tuvo el proceso de adopción (y posterior transformación) de los géneros de canto y baile europeos (canción, vals, polka, etcétera) durante el siglo xix; los que plantean un proceso más complejo, que en el caso de la música vocal, incluyó diferentes influencias, contrastes y debates en el terreno de la poesía y la literatura. Ángel Rama (citado por Guido: xxiii) habla de un «espesor» de la actividad literaria y poética latinoamericana del período entre 18801925, logrado gracias a la «superposición de estratos artísticos», es decir de lo popular y lo no popular. En lo musical, uno de los aspectos más importantes en este proceso —muy a menudo dejado de lado— fue la asociación de los emergentes géneros con el teatro musical popular y la temprana industria del entretenimiento (revistas, sainetes, espectáculos circenses, etcétera), sin duda uno de los claros signos de «modernidad» de nuestra cultura desde el siglo xix (Vega, Guido, Lapique Becali, Estenssoro). Así pues, se ha intentado mostrar a través de su historia común y su cercanía estética, que la conformación de estilos como el de despecho y de parranda forman parte de ese largo proceso a pesar de que los rótulos que los designan sean relativamente recientes. Estos conceptos por su parte (rótulos, géneros y estilos) generan confusión debido a su gran inestabilidad e imprecisión, problema que no se ha solucionado sino hecho más crítico con la introducción de nueva terminología con la pretensión de contribuir a una teoría para su estudio. Sirva como ejemplo el hecho de que he usado el concepto de estilo para referirme a parranda y a despecho con el ánimo de ir mas allá de los análisis de sus textos con los que se pretende agotar su caracterización. Si bien sus textos definen en parte ambos «rótulos» o «etiquetas», he introducido la discusión sobre sus estructuras musicales pues creo que son ellas las que completan el cuadro que permite considerarlos como tales (Middleton: 174). Ambos por ejemplo, son susceptibles —sin perjuicio de sus especificidades— de comprenderse a través de los esquemas analíticos que Horton y Hennion proponen para la canción romántica y los éxitos (hits) en la canción popular. Finalmente, como estilos, parranda y despecho tampoco surgen exclusivamente en Colombia a pesar de que hayan sido bautizados allí y nos Del humor y el amor: Música de parranda y música de despecho en Colombia (ii) Referencias Acevedo Cardona, Darío. (1990). «Los antioqueños, Medellín y el narcotráfico». 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Edición, restauración y notas, Hernán Restrepo Duque, Manlio Bedoya. Medellín: Discos Preludio. Juanes. (2004). Mi sangre.cd. Surco-Universal. vv.aa. (2001). Juglares de la tradición oral. Grito de monte, Canto de vaquería y Décimas de tronco y rama. cd. Montería: Gobernación de Córdoba/Secretaría de Cultura. vv. aa. (1995). La Mejor Música de Carrilera. 20 Grandes Éxitos. cd. Medellín: Victoria. cdv 1003. vv. aa. (1996). The Mexican Revolution. Corridos about the Horoes and Events 1910-1920 and beyond. Historic Recordings made between 1904 and 1974 in the USA and Mexico. 4 cds 7041-44. Edición de Guillermo E. Hernández. El Cerrito (Calif ): Arhooolie. vv. aa. (s. f. ). Nostalgias musicales. Edición, restauración y notas, Jaime Rico Salazar. Bogotá: Club Internacional de Coleccionistas de Discos. Pamperos, Los. (2001). Los Pamperos. Los 20 mejores. Medellín: Codiscos. cd co6342. Zambrano, Florencio y Lucho Bowen. (1999). Florencio Zambrano y Lucho Bowen. A duo con Los Jilgueros del Ecuador. cd. Medellín: Americana de Discos. cda 1007. 89 90 Cátedra de Artes N° 3 (2007): 111-127 Cátedra de Artes N° 3 (2007): 9-19 Sobre los autores publicados en este número Claudia Bahamonde (bahamoj@yahoo.es) deug, Licencia y Maestría en Artes Plásticas, Universidad de París i Panthéon-Sorbonne, ha trabajado una aproximación filosófica de la propuesta plástica personal desde la problemática del tiempo, más precisamente de la duración de las cosas, lo efímero. Y lo ha hecho con el destacado profesor Richard Conte. También ha impartido docencia en las universidades Católica de Chile, Metropolitana de Ciencias de la Educación y en la Universidad de Magallanes. Aldo Enrici (aenrici@uarg.unpa.edu.ar) Doctor en Filosofía, especializado en Hermeneútica Pragmática por la Universidad Autónoma de Madrid. Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Es profesor asociado por concurso de Estética y docente investigador en la Unidad Acádémica Río Gallegos, de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, Argentina. Nils Grosch (www.dva-freiburg.de/members/grosh) Investigador del Instituto de Investigación de Canción Popular (Deutches Volksliedarchiv) de Freiburg, Alemania. Estudió musicología, historia y literatura alemana en Bochum y Freiburg. En 1997 se doctoró con una tesis sobre «Die Musik der Neuen Sachlichkeit» (La música de la nueva objetividad). Publicó sobre música y medios de comunicación y teatro musical del siglo xx en Europa sobre las obras de Kurt Weill, Ernst Krenek, Hanns Eisler y 91 Cátedra de Artes N° 3 (2007): 111-127 92 el musical de Broadway, y sobre la historia de la música popular, particularmente sobre el lied en Alemania. María Delia Martínez (deliacamelia@hotmail.com) Profesora de Estado, licenciada en arte y en estética. Actualmente, realiza su tesis de Magíster en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile. Dicta clases en distintos centros de formación y ha desarrollado trabajos que vinculan el quehacer pedagógico con el arte y la historia. Ellos se han materializado en obras de teatro, documentales, audiovisuales y cuentos, algunos de los cuales han obtenido premios en concursos o han contado con el financiamiento del fondart. Evgenia Roubina (difa@prodigy.net.mx) Violonchelista e investigadora mexicana de origen bielorruso, Philosophy Doctor in Sciences of Art por el Conservatorio Estatal de San Petersburgo (Rusia). Es Profesora Titular de Carrera de la Escuela Nacional de Música (Universidad Nacional Autónoma de México) y forma parte del claustro de formación interdisciplinaria. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores y miembro fundador de la Academia Mexicana de Ciencias, Arte, Tecnología y Humanidades. Su trabajo en el campo de la historia de la música en México ha sido galardonado con el Premio Robert Stevenson de Musicología e Investigación en Música Latinoamericana, 2000-2001 (Washington), mención en el I Concurso Internacional Gourmet Musical de Investigación sobre Música de Latinoamérica (Buenos Aires, 2003), mención especial en la novena edición del Premio de Musicología Casa de las Américas (La Habana, 2003) y el Premio de Musicología Latinoamericana Samuel Claro Valdés 2004 (Chile) Egberto Bermúdez (demusica@gmail.com) Realizó estudios de musicología e interpretación de música antigua en el Guildhall School of Music y el King’s College de la Universidad de Londres. En la actualidad, es Profesor Titular y Maestro Universitario del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional de Colombia. Ha publicado numerosos trabajos sobre la historia de la música en Colombia, la música tradicional y popular y los instrumentos musicales colombianos. Es fundador y director del grupo Canto, especializado en repertorio español y latinoamericano del periodo colonial. En 1992 junto con Juan Luis Restrepo establecieron la Fundación de Música, entidad cuyo objetivo es dar a conocer Cátedra de Artes N° 3 (2007): 9-19 tanto al público en general como el especializado, los resultados de la investigación sobre nuestro pasado musical. Fue presidente de la Historical Harp Society desde 1998 hasta el 2001. 93 Cátedra de Artes N° 3 (2007): 111-127 Normas editoriales 94 Política editorial Cátedra de Artes es un espacio editorial latinoamericano de intercambios y modulaciones docentes e investigativas que, a nivel de posgrado, recibe, registra y emite materias de distintas asignaturas y disciplinas relacionadas con las artes a nivel profesional y académico. Presentación y envío de los artículos • Cátedra de Artes aparece dos veces al año, los meses de junio y octubre. • Los artículos deben ser inéditos. • Los artículos deben incluir título y resumen en español e inglés, tres a cinco palabras clave (también en versión bilingüe), una pequeña reseña biográfica y el correo electrónico del autor. • La extensión máxima es de 8 mil palabras para cada artículo, y 2 mil para las reseñas de libros. • Las imágenes, si las hubiera, deben ser enviadas como archivos independientes, en formato jpg y en una resolución mayor o igual a 250 dpi. • Los artículos deben enviarse vía correo electrónico, en formato rtf, a la dirección de la revista (revistacatedra@uc.cl), adjuntando las imágenes, si las hubiera, como archivos jpg. Además, deberán enviarse dos copias impresas a la dirección postal de la Facultad de Artes de la Pontificia Universidad Católica de Chile (Avenida Jaime Guzmán Errázuriz 3300, Santiago de Chile). • Los artículos pueden ser enviados durante el año académico, y su publicación quedará sujeta a la evaluación de Comité Editorial. Sistema de citas Notas al pie y lista de referencias • Las notas al pie de página con referencias bibliográficas de los textos citados no son pertinentes. Toda información bibliográfica va al final del artículo en un listado de referencias. • Una nota al pie de página se justifica sólo en el caso de aclarar algún concepto o contexto que pueda desviar la temática y forma del artículo. • El listado de referencias final sólo debe incluir aquellos títulos efectivamente citados en el cuerpo del relato. • La manera de citar los títulos varía según el tipo de obra citada: novela, cuento, artículo, texto leído desde internet, video, etc. El orden general de la información es el siguiente: Apellido, Nombre del autor. (Año de publicación). Título. Nombre del editor, traductor o compilador. Edición consultada. Volumen consultado. Lugar de publicación. Nombre de la editorial. Cátedra de Artes N° 3 (2007): 9-19 • Los títulos de novelas, poemarios, antologías, pinturas, películas, libros de fotografía, de pintura, de esculturas, revistas, diarios van con letra cursiva, tanto en el texto como en el listado de referencias. • La fórmula general para citas dentro del texto es mencionado entre paréntesis el apellido del autor, al año de publicación y el número de página si la cita es literal, según la siguiente fórmula: (García Canclini, 1990: 143). • Si en el cuerpo del relato se menciona al autor, su apellido puede aparecer seguido del año de publicación del título entre paréntesis, y con el número de página si la referencia lo amerita: García Canclini (1990: 143) afirma que... • Si el relato no supone ambigüedades respecto al autor y al título que se está citando, sólo hace falta mencionar entre paréntesis el número de página: (143). • Si dos o más títulos de un mismo autor citado en el relato tienen el mismo año de publicación, en la lista de referencias deben ordenarse alfabéti-camente y deberían ser citados en el cuerpo del texto como 1990a, 1990b, etc. • Las citas literales de menos de 40 palabras pueden ir entre comillas en el cuerpo del relato. Las citas literales más extensas deben separarse como un párrafo distinto y justificado a 10 puntos del margen derecho. Si la cita supone un énfasis, indique si pertenece o no al original. • Si la cita se extiende por dos o más páginas en el original, puede utilizar la siguiente fórmula: (288-9). Esto significa que la cita está entre las páginas 288 y 289. • Las elipsis, sean al principio, medio o fin de la cita, deben ir con tres puntos separados por un espacio y entre corchetes: [...]. 95 Cátedra de Artes N° 3 (2007): 111-127 96 Resúmenes y palabras clave • El resumen debe contener la información básica del documento original y, dentro de lo posible, conservar la estructura del mismo. No debe sobrepasar las 120 palabras. El contenido del resumen es más significativo que su extensión. • El resumen debe empezar con una frase que represente la idea o tema principal del artículo, a no ser que ya quede expresada en el título. Debe indicar la forma en que el autor trata el tema o la naturaleza del trabajo descrito con términos tales como estudio teórico, análisis de un caso, informe sobre el estado de la cuestión, crítica histórica, revisión bibliográfica, etcétera. • Debe redactarse en frases completas, utilizando las palabras de transición que sean necesarias para que el texto resultante sea coherente. Siempre que sea posible deben emplearse verbos en voz activa, ya que esto contribuye a una redacción clara, breve y precisa. • Las palabras clave deben ser conceptos significativos tomados del texto que ayuden en la indexación del artículo y a la recuperación automatizada. Debe evitarse el uso de términos poco frecuentes, acrónimos y siglas. Arbitraje y evaluación de los artículos • Los artículos recibidos serán evaluados por dos árbitros, uno interno y otro externo a la Facultad de Artes, quienes pueden aprobar su publicación, desestimarla o solicitar modificaciones. El Comité Editorial puede solicitar artículos a investigadores de reconocido prestigio, los cuales estarán exentos de arbitraje. • El tiempo de evaluación de los artículos recibidos no sobrepasará los seis meses. • La revista no devolverá los originales. La decisión final sobre la publicación del artículo será informada al autor vía carta o correo electrónico especificando las razones en caso de que sea rechazado. • Los autores al enviar sus artículos dan cuenta de la aceptación de entrega de los derechos para la publicación de los trabajos. • Los autores de artículos publicados recibirán dos ejemplares de la revista y un ejemplar quien elabore una reseña. • Las opiniones son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no representan el pensamiento de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Nombres Apellidos Dirección Ciudad Código postal Teléfono Email Valor por ejemplar $ 5.000 Suscripción anual (2 números) con envío certificado: • Nacional $ 12.000 •América Latina y EE. UU. $ 20.000 - US$ 40 • Resto del mundo $ 22.000 - US$ 44 Las suscripciones a Cátedra de Artes son gestionadas a través de Frasis editores, sello que también distribuye esta publicación nacional e internacionalmente. Envíe los datos de este cupón al correo electrónico contacto@frasis, o llame al (56-2) 4367283. Otras publicaciones de la Facultad de Artes: Revista Resonancias Cuadernos de Arte Revista Apuntes Pontificia Universidad Católica de Chile Facultad de Artes Cátedra de Artes N° 3 (2007): 9-19 Cupón de suscripción a Cátedra de Artes 97