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Capítulo 2010: DIÁLOGO ECUMÉNICO E INTERRELIGIOSO 1. Introducción Desde el comienzo deseo manifestar que no soy un experto en el tema y, por tanto, pido disculpas anticipadamente por mi atrevimiento. No obstante, creo necesario recordar que este texto no tiene ni pretende tener un valor en sí mismo, sino que solamente intenta servir como punto de partida para la reflexión y el diálogo. Antes de entrar en materia, también me gustaría expresar mi agradecimiento a nuestra guardiana internacional, Sheana Barby, y al Consejo Internacional de los CDSF, por confiar en mí, sustituyendo al compañero y amigo Göran Werin para redactar este texto sobre el ecumenismo. Los Compañeros de San Francisco nos definimos como “movimiento cristiano de carácter ecuménico y de origen católico (denominado de forma distinta en cada país) formado por movimientos nacionales independientes. El movimiento está inspirado en las vidas de Jesucristo y san Francisco de Asís y fomenta un estilo de vida austero –sus miembros se preocupan por temas como la justicia, la paz y la conservación de la naturaleza.”1. Sin embargo, esta definición no está tan claramente asumida por todas las personas que formamos parte del movimiento de los Compañeros de san Francisco. Como podemos constatar en el capítulo 7 del libro de Van der Putten, titulado ‘¿Quiénes somos? ¿qué queremos?’, se trata de un tema polémico que viene de lejos, a pesar de ser “una cuestión ampliamente debatida”2. En este capítulo del libro se 1 Punto 2 del Borrador de Constitución del Guardianato Internacional “Compagnons de St. François”, en debate desde octubre de 2009. 2 Jan van der Putten (1991). Les Compagnons de Saint-François, Bruselas: L'Apell de la Route, Edición en francés, página 119. cita un artículo de Jean-Pierre Legrand, donde se exponen los siguientes puntos sobre la naturaleza del movimiento: Un movimiento cristiano de origen católico (definición desde el punto de vista ecuménico). Movimiento ecuménico internacional de búsqueda del Evangelio y de peregrinación. Los Compañeros, es un Movimiento de hermanos y hermanas de todos los países, de todas las Iglesias, en marcha hacia la fraternidad universal en la unidad de las Iglesias y de los hombres. Somos ’menore’; el Movimiento cristiano, de origen católico del que no conviene renegar, está abierto a toda confesión monoteísta, en la obediencia de los estatutos de cada Iglesia, en un espíritu de fraternidad franciscana. Es un Movimiento de personas que se toman en serio la vocación del hombre, tal cual se expresa en la naturaleza de la creación o del Evangelio. El Movimiento será llamado ‘The pilgrims of Saint Francis’ y será la rama británica del Movimiento internacional y ecuménica de los Compañeros de San Francisco. El Movimiento es, en principio, de san Francisco, y está abierto a todos los pobres. Jean-Pierre Legrand puntualiza al final de su informe: “… sin duda la situación del Movimiento es actualmente un poco confusa”.3 El ecumenismo ha sido también un tema tratado en el Capítulo de 2007 ¿Quiénes somos? ¿qué queremos?, al cual nos referiremos a continuación en el punto 2 de este texto. Todos estos hechos muestran por tanto la necesidad de seguir debatiendo el tema, al tiempo que justifican la oportunidad y la 3 Misma obra citada, página 120. 1 En general, CDSF es, por sus orígenes, un movimiento católico y, a la vez, también es, a su manera, un movimiento ecuménico. Vemos el ecumenismo como algo que nos enriquece en cuanto a las formas, los contenidos y el modo de vivir la fe; lo vemos como una ampliación valiosa. Consideramos que la fe debe unir a las personas y no separarlas. Normalmente, la vivencia del ecumenismo en CDSF se limita a las actividades internacionales, pero también hay experiencias de participación en encuentros ecuménicos esporádicos a nivel nacional. Para los compañeros de Gran Bretaña el aspecto ecuménico sí que es muy interesante, y dan importancia a que también se viva fuera del cristianismo. El ecumenismo ha influido mucho en el movimiento británico de los CDSF. Los suecos se hacen muchas preguntas sobre el ecumenismo, entre ellas “¿qué pasa con los musulmanes?”. Además, comentan que también participan en CDSF “muchos humanistas”, dicen que es importante “respetar la fe de los demás” y piensan que, aún con todo esto, CDSF sigue siendo un movimiento cristiano. pertinencia de este tema de capítulo sobre el diálogo ecuménico. 2. Ecumenismo y CDSF. Referencias al tema de 2007 Al igual que en el punto anterior, en que citábamos las referencias al ecumenismo que aparecen en el libro de Jean van der Putten, en el presente apartado recogemos los textos del Capítulo 2007 que tratan este tema para que puedan servir como punto de partida para la reflexión. En el punto 5 del apartado A, ‘¿Quiénes somos?’, se constata que la participación en CDSF de cristianos de todas las Iglesias cristianas sigue siendo mayoritariamente católica. En lo referente a la evolución de las Iglesias y su influencia en la vida de CDSF (punto 9 de apartado A) se dice lo siguiente: El Concilio Vaticano II ha supuesto un hito importante en la evolución de las Iglesias, y sus consecuencias saltan a la vista: la apertura hacia otras Iglesias y religiones (no todos lo llaman ecumenismo) y hacia la sociedad. Esto ha influido en que los CDSF también se hayan abierto más a la sociedad. Además, se señala que la apertura y la libertad que surgieron en la Iglesia con el Concilio está retrocediendo últimamente. Como consecuencia de esto, la distancia que los compañeros más jóvenes sienten hacia la Iglesia y sus tradiciones, y hacia los principios cristianos católicos de CDSF, se está haciendo cada vez mayor. En cuanto a la relación de CDSF con las Iglesias cristianas y otros movimientos eclesiales, por lo general, los miembros de CDSF de todos los países participan individualmente en parroquias y son miembros o tienen relación, más o menos puntual o permanente, con la familia franciscana, con Pax Christi, con comunidades cristianas de base, con organizaciones de solidaridad, etc. Concretamente en cuanto al ecumenismo en CDSF se dice lo siguiente: En el apartado B en los puntos 4 y 5 se hacen propuestas más o menos concretas referentes al ecumenismo y que son las siguientes: Conocer mejor las propias raíces para entender mejor al otro. Ser abiertos hacia fuera. Los británicos tienen una experiencia positiva de su apertura a otras religiones y confesiones religiosas. (punto 4) Buscar el diálogo con personas de otra religión para enriquecer la propia fe. El futuro está en abrirse a otras religiones. (punto 4) Tratar de que las diferencias entre las confesiones (cristianas) y religiones no aumenten. Creer en Dios es más importante que la fidelidad incondicional a una Iglesia, y la fe debe unir a las personas y no dividirlas. No juzgar. “Seas quien seas, Dios te llama”. (punto 4) 2 Creemos que CDSF debe convertirse en un movimiento totalmente ecuménico, basado en el respeto, donde prevalezcan los valores éticos sobre los religiosos. (CDSF España). (punto 4) No debemos olvidar que el movimiento ha surgido de la voluntad de suscitar el acercamiento entre personas diferentes e incluso enemigas. (Punto 5) Dada nuestra excepcional combinación de espiritualidad y apertura a los demás ha llegado el momento de acercarnos más a otras religiones y a las corrientes divergentes dentro de la Iglesia, sin olvidar lo esencial, es decir, nuestros principios franciscanos. Los franciscanos podrían ayudarnos en esto ya que están abiertos al diálogo interreligioso, y para hacerlo, algún franciscano tendría que estar vinculado al movimiento de Compañeros. (Punto 5) Apostar por el diálogo, poniendo en práctica una forma de comunicación ‘no-violenta’. (Punto 5) 3. ¿Qué es el ecumenismo? Para centrar la reflexión y el debate de forma que pueda aportarnos nuevas luces, estimo conveniente dar un repaso a lo que es y supone el diálogo ecuménico. Etimológicamente, la palabra “ecumenismo” viene del griego oikoumene, que significa ‘universal’. La palabra oikoumene se comenzó a emplear por las primeras comunidades cristianas para designar todos los países hasta donde llegó la predicación del evangelio y donde habían surgido comunidades cristianas. Más tarde se empleó para designar a la Iglesia en singular: la “Oikoumene cristiana”, a la que pertenecían los cristianos formando la única familia cuyos miembros eran, a la vez, ciudadanos de todas las naciones. También se aplicó el término a los credos ecuménicos que contenían la fe común, y a los Padres ecuménicos que serían los santos doctores, cuyos escritos y doctrinas fueron acogidos por todas las comunidades cristianas, tanto de Oriente y Occidente. Los Concilios Ecuménicos eran las asambleas de los obispos de todo el mundo cristiano que se reunían para deliberar sobre cuestiones dogmáticas, morales o de interés común para toda la Iglesia. Eran los tiempos de la Iglesia unida, en que Oriente y Occidente, mantenían la comunión a pesar de sus culturas y tradiciones tan diferentes. Pero aquella comunión se rompió y llegaron las divisiones de las Iglesias. Primero entre Oriente y Occidente, en los siglos IX y X, y más tarde, en el siglo XVI, la Iglesia de Occidente se rompió también, comenzando una triste etapa histórica, la del cristianismo dividido, la de las guerras de religión, la de las mutuas excomuniones, la de la intolerancia... Una lista interminable de errores con un resultado nefasto: ¿cómo evangelizar estando divididos? ¿cómo poder hablar de comunión con Dios a través de Jesucristo permaneciendo enfrentados y excomulgados? Pero, a pesar de todo, llegaron ráfagas de aire fresco y renovado. Hay una cita del Hermano Roger de Taizé que lo expresa muy bien: A mediados del siglo XX apareció un hombre llamado Juan XXIII. Tuvo una intuición poco común acerca de la reconciliación de los cristianos. La expresó por mediación de esta certeza: “no habrá proceso histórico, no buscaremos saber quién se equivocó ni quién tuvo razón, diremos solamente: ¡Reconciliémonos!”. Es muy difícil definir el ecumenismo, porque es, sobre todo, un movimiento, y los movimientos son difíciles de definir. No obstante hay maneras de describirlo, aquí exponemos dos descripciones, a mi entender, muy acertadas. La primera es de Yves Congar4: “El ecumenismo comienza 4 Yves Congar (1904-1995) está considerado uno de los grandes teólogos 3 cuando se admite que los otros –y no solamente los individuos, sino los grupos eclesiásticos como tales– tienen también razón, aunque afirmen cosas distintas que nosotros: que poseen también verdad, santidad, dones de Dios, aunque no pertenezcan a nuestra cristiandad. Hay ecumenismo [...] cuando se admite que otro es cristiano no a pesar de su confesión, sino en ella y por ella”. La segunda pertenece al decreto de ecumenismo del Concilio Vaticano II5, que “por movimiento ecuménico se entiende el conjunto de actividades y de empresas que, conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos” (UR, 4). 4. De la intolerancia al diálogo entre las Iglesias cristianas Solamente en un contexto de superación de la intolerancia religiosa y de apuesta firme por el diálogo, es posible encontrar una base para el entendimiento entre las Iglesias. El diálogo es parte esencial del ecumenismo. Es necesario insistir que el diálogo es la mejor expresión de las relaciones humanas. Sin diálogo no hay humanización ni socialización. A través del diálogo los individuos nos vamos convirtiendo en personas, descubriéndonos a nosotros mismos, descubriendo a los otros, para finalmente descubrir la vida misma. En juego están, pues, el yo y el tú. En el monólogo, sólo participa el yo, en el diálogo participan: el yo y el tú. Y así ambos se enriquecen. del siglo XX. Dominico, profesor de teología, historiador de la Iglesia, perito en el concilio Vaticano II, impulsor del ecumenismo, vivió comprometidamente su vocación intelectual, siendo un referente para la mayoría de los teólogos del postconcilio. 5 Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio sobre el ecumenismo, nº 14 (en adelante UR). Cabe, pues, aplicar este esquema al mundo de las Iglesias. Mientras las Iglesias divididas entre sí se mantuvieron en el monólogo o se conformaron con vivir de espaldas unas a otras, en realidad vivían empobrecidas, encerradas en sí mismas, sin posibilidad de entrar en contacto con todo aquello que de positivo pudieran ofrecer las otras Iglesias. Por el contrario, cuando las Iglesias empezaron a abrirse unas a otras, a acercarse, a iniciar tímidos diálogos comenzaron a ver riquezas insospechadas, patrimonios comunes y verdades compartidas. Y en el diálogo ecuménico descubrieron no solamente a las otras Iglesias sino que se descubrieron a sí mismas. Descubrieron, entre otras cosas, la dificultad de expresar y decir a los demás quiénes son exactamente. Tuvieron que realizar el esfuerzo de reconocerse a sí mismas, de descubrir cada vez más su propia identidad, sus propias debilidades y miserias, su necesidad de reformarse continuamente para cumplir el deseo de unidad de Cristo. En este descubrimiento de sí mismas, las Iglesias aprendieron a no poder prescindir de la hermandad eclesial. Sentirse Iglesias hermanas, es, seguramente, la mejor aportación que ha promovido el movimiento ecuménico. Pero dialogar requiere un largo aprendizaje. El diálogo tiene su dinámica y condiciones de las que no puede prescindir. Hay que partir de una convicción básica: el diálogo no puede ser impuesto por la fuerza. Sólo una cosa es permanente y necesaria: la voluntad real de dialogar. Cuando la voluntad de dialogar existe, se abren caminos. Las Iglesias que entran en diálogo ecuménico en realidad se ponen en actitud de escucha. Tomar esta actitud significa tomar en serio a la otra Iglesia. Esta es la prueba de fuego del diálogo verdaderamente ecuménico. Sin la humildad que se pide a todo lo cristiano y que se pide, por supuesto, a las Iglesias, no es posible entrar en actitud de verdadero diálogo. Porque las condiciones que requiere el diálogo implican una ineludible carga de humildad que todas deben estar dispuestas a conceder: 1) Saberse colocar en plano de igualdad, 4 2) Tener la convicción de que los otros tienen un mundo espiritual que puede enriquecernos, 3) Saber que la comunión sólo cabe en la diversidad. A continuación analizamos cada una de ellas. 1) Saberse colocar en plano de igualdad. La pretensión de superioridad por parte de alguna Iglesia sobre las demás podría invalidar desde la base todo intento ecuménico. Por eso las Iglesias deben dialogar fraternalmente, sin credenciales prepotentes por su mayor número, mayor prestigio o mayores títulos. Todas las Iglesias saben que sólo en Cristo está la piedra fundamental. 2) Tener la convicción de que los otros poseen un mundo espiritual que puede enriquecernos. Se haría imposible un diálogo ecuménico partiendo de la convicción de que las otras Iglesias encarnan la negación de la verdad y de que solo la propia posee toda la verdad. El diálogo da por supuesto que la otra Iglesia puede completar y enriquecer nuestra propia tradición, concediendo que su misma existencia es ya una riqueza. El problema surge cuando su existencia es contemplada como rival, como opositora. Otros mundos cristianos son también portadores de salvación. Decir que otros son portadores de salvación es reconocer que ninguna de las fronteras confesionales de una u otra Iglesia coinciden perfecta y adecuadamente con las fronteras de la Iglesia de Cristo. De ahí surge el intento de escucha. Escuchar en profundidad supone admitir que la otra Iglesia puede enriquecer la propia. La escucha entonces aparece no como silencio estéril, sino como espacio reflexivo en el que se halla la diversidad complementaria de la Oikoumene. 3) Saber que la comunión solamente cabe en la diversidad. La diversidad es considerada más como presupuesto y condición de la unidad querida por Cristo que como obstáculo para alcanzarla. Los modernos estudios sobre el Nuevo Testamento, por ejemplo, nos indican como dato incontrovertible la diversidad eclesiológica en los escritos bíblicos y que cualquier intento de homogeneización de las Iglesias de los primeros tiempos, suprimiendo sus diversidades, hubiese estado condenado al fracaso. Por tanto, no cabe, como hace años, el recelo ante las diversidades. También el Vaticano II ha admitido su legitimidad. La diversidad es ley escrita en lo más profundo de la Oikoumene y su misma existencia no obstaculiza el diálogo ecuménico sino que lo anima y estimula. Cuando las diversidades se radicalizan, es decir, se fanatizan, pueden surgir, y de hecho surgieron muchas veces en la historia cristiana, las luchas, las condenaciones y las divisiones. 5. Eucaristía y ecumenismo Para hablar de la eucaristía en el contexto del diálogo ecuménico hemos de hablar de dos cuestiones: de la ‘intercomunión’ y de la ‘hospitalidad ecucarística’. El concepto de ‘intercomunión’ surgió en el contexto del cristianismo dividido, es decir, después de haberse perdido la comunión plena entre las diversas Iglesias cristianas. Se refiere a una cierta participación en las realidades espirituales – especialmente en la eucaristía– de los miembros de Iglesias divididas entre sí. En el contexto del diálogo ecuménico cuando hablamos de intercomunión nos referimos a compartir la eucaristía varios cristianos que no comparten la misma fe ni la misma vida eclesial. Las diversas Iglesias cristianas valoran la intercomunión de diversas formas. Algunas ven la unidad de la Iglesia como una federación libre de comunidades relativamente autónomas, y consideran la intercomunión como la meta del movimiento ecuménico. En este caso, la Iglesia habrá llegado a la meta de la unidad cuando los cristianos de cualquier comunidad específica sean admitidos a participar de la eucaristía celebrada por cualquier otra comunidad. Hay amplios sectores de cristianos que no aceptan esta comprensión de la unidad porque piensan que con ella no se intentan resolver las diferencias fundamentales. 5 Pero mientras que muchos rechazan la intercomunión como meta hacia la cual tiende el ecumenismo, un numero considerable de cristianos considera la intercomunión ocasional –celebrada en algunos momentos, como las reuniones ecuménicas– como un medio apropiado para construir una unidad más completa, basada en la fe común y en la vida cristiana que une ya, aunque imperfectamente, a los cristianos. La cuestión teológica que está en juego en este contexto es el hecho de que la eucaristía no es solamente expresión de la unidad de la Iglesia, sino también fuente de esta unidad. Por este motivo, algunas de las Iglesias surgidas de la Reforma están en favor de la intercomunión ocasional como medio para crecer hacia la comunión plena. En general, las Iglesias ortodoxas y la Iglesia católica ponen obstáculos al uso de la intercomunión como medio para superar las divisiones cristianas (UR 8), ya que, según su visión, viola el principio de que la eucaristía es la expresión perfecta de la plena comunión de fe y de vida que une a los miembros de la Iglesia entre ellos y con Dios. Compartir la eucaristía cuando no existe todavía esa comunión plena, viola el mismo significado de la eucaristía como expresión más alta de esta comunión. Sin embargo, la Iglesia católica tiene en cuenta algunas ocasiones en las que es posible la intercomunión. Estas communicationes in sacris entre cristianos, cuyas comunidades están divididas todavía, se justifican no como medios para establecer la unidad, sino más bien sobre la base de una verdadera unidad en la fe y en la vida eclesial ya existente y pensando en las necesidades pastorales que se presentan a veces. Debido a los vínculos tan estrechos que unen ya a las Iglesias ortodoxas y a la católica, en relación con la fe en los sacramentos y con la sucesión apostólica del ministerio, no sólo se permite a veces, sino que se aconseja, compartir la eucaristía, la penitencia y la unción de los enfermos, siempre que se dé una auténtica necesidad pastoral como, por ejemplo, la imposibilidad para un cristiano católico u ortodoxo de recibir los sacramentos de un ministro ordenado por su propia comunidad (cf. UR 15). Dado que la diferencia en la fe y en la sucesión apostólica es mucho mayor entre la Iglesia católica y las Iglesias derivadas de la Reforma, en las Iglesias ortodoxas y en la Iglesia católica se prohíbe, generalmente, la intercomunión en esos sacramentos. No obstante, en el caso de necesidad pastoral urgente, como el peligro de muerte o la cárcel, un sacerdote católico puede dar los sacramentos a cristianos de otras comunidades, si no tienen acceso a su propio ministro y si ellos piden libremente los sacramentos y profesan la fe católica en lo que se refiere a dichos sacramentos (Direttorio per l'applicazione dei principi e delle normne sull'ecumenismo, 1993, 122-136; Communicatio in sacris). A partir del Concilio Vaticano II muchos cristianos creyeron que sería posible dar prioridad a un ecumenismo pastoral, práctico, de la vida cotidiana, que privilegiara la vida de las comunidades. Así nació el concepto de ‘hospitalidad eucarística’ como una ayuda a las experiencias pastorales. En muchas celebraciones de los encuentros ecuménicos se ha practicado la ‘hospitalidad eucarística’ creando así una cercanía en la familia de las Iglesias cristianas. En las actividades internacionales de los CDSF hemos tenido oportunidades de vivir la ‘hospitalidad eucarística’, pero eso sí, no han estado exentas de polémica. Desde 2003 con la publicación de la encíclica de la Iglesia católica ‘Ecclesia de Eucaristía’ (17 de abril de 2003) se ha endurecido la legislación, ya existente con anterioridad, respecto a la ‘hospitalidad eucarística’, que en el número 45 de la citada encíclica asevera que “en ningún caso es legítima la concelebración si falta la plena comunión”; por eso nos preguntamos ¿por qué tanta intransigencia si quien está junto a mí es cristiano, quiere comulgar porque acepta la presencia de Cristo y hay en él un interés por seguir profundizando en el proceso de comunión eclesial? 6 Esta prohibición puede llevar a situaciones como la que de hecho ocurrió ya en Alemania en mayo y junio de 2003, durante la ‘Oecumenische Kirchentagde 2003’ en Berlín, donde el sacerdote católico Gotthold Hasenhuettl, profesor emérito de la universidad de Saarbruecken, fue suspendido de su ministerio sacerdotal por su obispo como consecuencia de haber dado la comunión a no católicos en ese Congreso. Dicha prohibición está concretada en el número 30 de la citada encíclica que dice: “los fieles católicos, por tanto, aun respetando las convicciones religiosas de los hermanos separados, deben abstenerse de participar en la comunión distribuida en sus celebraciones” ¿Estamos seguros de que prohibiciones como esta ayudan a avanzar en el diálogo ecuménico, o más bien lo obstaculizan? En un congreso internacional ecuménico celebrado en Budapest (Hungría) en el verano de 2003, organizado por Amistad Ecuménica Internacional, en la celebración eucarística presidida por el obispo Bábel, responsable de la Delegación Episcopal Húngara para el Ecumenismo y la Comisión de Liturgia, y en la que estaba previsto que la homilía corriera a cargo del pastor Dr. K. A. Bauer, unos minutos antes del comienzo de la celebración, el obispo entregó un aviso para poner a la entrada del templo notificando que no sería posible la ‘hospitalidad eucarística’ y que se leyese antes de la celebración. También, en la sacristía, distribuyó dos comunicados más a los organizadores: la eucaristía sería en latín y el pastor Bauer no daría su sermón en el momento de la homilía sino al final de la celebración. Reproducimos aquí el testimonio de un testigo de esa celebración: Mi sorpresa personal en esa celebración fue constatar cómo llegado el momento de la comunión los amigos de otras confesiones se levantaban de su sitio y se unían a los católicos hasta el comulgatorio y una vez ante el obispo o el sacerdote que le ayudaba en el reparto de la eucaristía, hacían una profunda inclinación de cabeza como gesto de respeto a la presencia eucarística y se marchaban sin comulgar. No me da vergüenza decir que se me saltaron las lágrimas de dolor. Nada de esto había ocurrido en las celebraciones de las otras confesiones (José Miguel de Haro6). Sigue contando José Miguel de Haro, que una vez finalizada la celebración, tras la bendición final y en presencia del obispo, el pastor Bauer dio lectura a su predicación, que antes había sido entregada a cada participante en su idioma, por lo que el obispo conocía el contenido con antelación. El sermón de Bauer se basaba en el texto de san Lucas 22, 24-27. Reproducimos aquí una parte de su sermón: ¡Cuantas divisiones entre nosotros los cristianos y cuantos cismas entre las Iglesias han empezado así! “Entre ellos hubo también un altercado sobre quien parecía ser en mayor”... Luchando por la grandeza y el poder están traicionando a Aquel que con su amor salió al encuentro de nuestra testarudez. Hasta hoy sigue esta lucha vergonzosa entre nosotros cristianos y entre las Iglesias, siendo en general, la forma de pelearse más educada. ¿Quién no se atreve a pensar que tiene derecho al primer lugar, pensando que otros no cumplirían igual? ¿Quién se puede llamar Iglesia y quién sólo comunidad eclesiástica? ¿Quién ha guardado el misterio de la eucaristía en su totalidad y quién no? ¿A quién se invita a la mesa del Señor y a quién no? No son más que variaciones de la lucha que empezaron los apóstoles en la Última Cena, ¡lucha que aún continúa! Y eso que estamos de acuerdo sobre las preguntas básicas de la fe. Mientras seguimos con esta lucha daremos al mundo sólo la imagen del combate por el poder y la influencia.7 6 José Miguel de Haro es misionero redentorista, ha trabajado muchos años en la pastoral con jóvenes. Es autor del libro En el deseo y la sed de Dios. Desde las Cartas del Hermano Roger de Taizé, Madrid: Editorial PPC, 2003. 7 Esta cita y la anterior están tomadas del artículo de José Miguel de Haro, “Eucaristía y Ecumenismo”, publicado en la revista eclesiástica Alandar, marzo de 2004. 7 6. La necesidad del diálogo interreligioso En la reunión de Guardianato Internacional de CDSF se decidió que este tema de capítulo incluyera también, una parte sobre la necesidad del diálogo interreligioso, sin descartar la posibilidad de abordar el asunto en años próximos. Pues bien, dedicamos a ello un capítulo, al menos para introducirnos en el tema. El diálogo entre las diferentes religiones y también con las tradiciones laicas se nos muestra hoy necesario y urgente para romper estereotipos y para no criminalizar al desconocido. Las migraciones económicas han hecho y están haciendo que muchas personas de diferentes iglesias cristianas convivan en la sociedad y esto, en lugar de ser visto como un problema, puede ser vivido como una oportunidad para promover un conocimiento más profundo de las otras religiones, que redunda en beneficio de la profundización en la propia. La humanidad tiene que aprender a vivir identidades relacionales en lugar de cerrarse en identidades aisladas. Por otra parte, es más importante que nunca esforzarse a nivel mundial para impedir la polarización entre comunidades religiosas. El compromiso interreligioso en los conflictos puede ser una contribución esencial a la construcción de la paz y a la reconciliación allí donde haya estallado el conflicto. Construir la paz con justicia tiene que convertirse en una estrategia mundial por parte de todo el mundo, porque el destino de unos es el destino de todos.8 Dicen que los astronautas, cuando contemplan la tierra desde el espacio, durante la primera semana miran sólo su propio país; durante la segunda semana se identifican con su continente, y que a partir de la tercera semana, sienten que pertenecen a un único planeta. Tal vez en ellos se dé de forma condensada el 8 M. Dolors Oller i Sala (2008), “Construir la convivencia. El nuevo orden mundial y las iglesias cristianas”. En Cuaderno Cristianisme i Justícia (CJ), nº 157, página 28. proceso de la humanidad: desde el instinto tribal, cuyo sentimiento de pertenencia a un grupo tiende a ser excluyente de los demás, hacia una progresiva ampliación del horizonte de fraternidad mundial. Del mismo modo que la pertenencia al planeta Tierra no sólo no excluye, sino que necesita de la identidad particular de cada país y de cada cultura, el abrazo de las religiones requiere la singularidad de cada religión, la riqueza de su bagaje histórico y cultural. Porque no se trata de hacer una mixtura de religiones, en la que cada cual se podría servir a su gusto. El carácter liberador de las religiones está precisamente en su capacidad de liberarnos de ese autocentramiento que no nos deja crecer como personas. Cada religión se presenta como un todo compacto, que uno no crea según sus apetencias, sino que lo recibe de una Tradición que se ha ido sedimentando y madurando a lo largo de muchas generaciones. El encuentro entre las religiones supone que se va a dar un intercambio fecundo para todos, compartiendo aspectos de la Divinidad inabordable que podrán enriquecer a las diferentes Tradiciones. Ello requiere, sin embargo, un discernimiento atento y afinado por las diferentes partes. ¿Es vana la esperanza de que podamos ir pasando, como aquellos astronautas, de las divisiones intraconfesionales (países) a la conciencia de pertenecer a una común gran Tradición (continentes), hasta reconocernos hermanados por un mismo anhelo por lo Trascendente, como fuente de comunión universal? Vivimos un tiempo nuevo, como hasta ahora jamás se había dado en la historia de la humanidad. En el inicio del Tercer Milenio en el que va emergiendo cada vez más esta conciencia planetaria, ¿serán las Iglesias cristianas sus precursoras y dinamizadoras o serán las últimas en llegar? ¿Serán capaces de unir a la humanidad entre sí, o serán las últimas instancias en impulsar el abrazo entre los humanos? Sería lamentable para todos los creyentes de las diferentes religiones que ocurriera esto último. Entre estos mutuos enriquecimientos cabría incluir también la 8 postura del no-creyente –a quien en el tema 2007 de CDSF llamábamos ‘buscador’– que aporta a las religiones: su aceptación de la finitud, la opción por lo que se podría llamar el dios de las pequeñas cosas, aspectos que ayudan a las creencias religiosas a purificarse de pretensiones y ensoñaciones que a veces las distraen de lo concreto. En ocasiones, nuestro exceso de palabras sobre Dios es lo que nos aleja de muchos contemporáneos que viven el día a día, tratando de ser honestos en su unión con lo cotidiano. En un plano más elaborado, las religiones están llamadas a promover conjuntamente la paz y la justicia en el mundo. Las religiones deberían ser profetas en este terreno. Gran parte de su credibilidad está en mostrar cómo el vínculo con el Absoluto es fuente de implicación con lo humano. Es más, les corresponde a ellas mostrar que de las entrañas mismas de la experiencia religiosa brota un torrente de ternura por los más pequeños y desprotegidos, y una consiguiente pasión por la paz y la justicia. En este sentido, la religión debería dar testimonio de la generosidad, es decir, mostrar la opción preferencial por los pobres. En esta causa y testimonio comunes, cada religión está llamada a aportar la especificidad de su propia santidad, la riqueza de su modo de proceder. Así, las religiones occidentales deberían contribuir con una palabra audaz y profética, con los medios eficaces propios de su cultura, mientras que las religiones orientales deberían aportar su serenidad y su sabiduría, que es la experiencia religiosa pueden aportar ambas a la causa de la paz y de la justicia: propiciar la mirada interior, la reconciliación y la pacificación del corazón como fuerza y dinamismo para la reconciliación social. El encuentro de Asís (1986) convocado por el Papa Juan Pablo II para orar por la paz mundial con los representantes de las grandes religiones del planeta fue un gesto inspirado y profético que señala por dónde se puede seguir avanzando. Unos años después, el 24 de enero del 2002 tuvo lugar en Asís otro encuentro de oración por la paz en el mundo. En aquel importante encuentro interreligioso, los representantes de las diversas religiones quisieron codificar su deseo sincero de trabajar en la búsqueda común de la justicia y de la paz en el mundo, y lo plasmaron en un «decálogo» proclamado al final de la Jornada, el Decálogo de Asís para la paz, que reproducimos a continuación por el gran interés que tiene y que nos pone en contacto con lo más genuino de CDSF: 1. Nos comprometemos a proclamar nuestra firme convicción de que la violencia y el terrorismo se oponen al auténtico espíritu religioso, y, condenando todo recurso a la violencia y a la guerra en nombre de Dios o de la religión, nos comprometemos a hacer todo lo posible por erradicar las causas del terrorismo. 2. Nos comprometemos a educar a las personas en el respeto y la estima recíprocos, a fin de que se llegue a una convivencia pacífica y solidaria entre los miembros de etnias, culturas y religiones diversas. 3. Nos comprometemos a promover la cultura del diálogo, para que aumenten la comprensión y la confianza recíprocas entre las personas y entre los pueblos, pues estas son las condiciones de una paz auténtica. 4. Nos comprometemos a defender el derecho de toda persona humana a vivir una existencia digna según su identidad cultural y a formar libremente su propia familia. 5. Nos comprometemos a dialogar con sinceridad y paciencia, sin considerar lo que nos diferencia como un muro insuperable, sino, al contrario, reconociendo que la confrontación con la diversidad de los demás puede convertirse en ocasión de mayor comprensión recíproca. 6. Nos comprometemos a perdonarnos mutuamente los errores y los prejuicios del pasado y del presente, y a sostenernos en el esfuerzo común por vencer el egoísmo y el abuso, el odio y la violencia, y por aprender del pasado que la paz sin justicia no es 9 verdadera paz. 7. Nos comprometemos a estar al lado de quienes sufren la miseria y el abandono, convirtiéndonos en voz de quienes no tienen voz y trabajando concretamente para superar esas situaciones, con la convicción de que nadie puede ser feliz solo. 8. Nos comprometemos a hacer nuestro el grito de quienes no se resignan a la violencia y al mal, y queremos contribuir con todas nuestras fuerzas a dar a la humanidad de nuestro tiempo una esperanza real de justicia y de paz. 9. Nos comprometemos a apoyar cualquier iniciativa que promueva la amistad entre los pueblos, convencidos de que el progreso tecnológico, cuando falta un entendimiento sólido entre los pueblos, expone al mundo a riesgos crecientes de destrucción y de muerte. 10. Nos comprometemos a solicitar a los responsables de las naciones que hagan todo lo posible para que, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, se construya y se consolide un mundo de solidaridad y de paz fundado en la justicia. Las religiones están llamadas a promover con audacia causas conjuntas. Por ejemplo, que los musulmanes y cristianos nos unamos con más valentía en Europa para defender los derechos de los emigrantes; y que ello lo hiciéramos a partir de centros comunes de acogida y de oración. De hecho, ya existen tales centros, presencias anónimas en subsuelos donde uno se descalza para entrar, y donde la Biblia y El Corán ocupan juntos un lugar venerable en la sala. Es conocido por bastantes CDSF los gestos, en este sentido, del compañero belga Germain Dufour, de Lieja, que acoge a creyentes musulmanes y cristianos en una misma sala de oración presidida por la Biblia y el Corán. Lo propio de la experiencia religiosa es revelar que todos somos uno en el Uno. En último término, la aportación específica de las religiones en el terreno de la paz y de la justicia es mostrar que una acción injusta o violenta no sólo destruye a la víctima, sino también al agresor; que todos nos hacemos daño cuando vivimos devorándonos mutuamente, porque cuando arrebatamos lo material a los demás o los utilizamos, atrofiamos nuestra capacidad de ser humanos, esto es, de ser hermanos. 7. Dos textos que abren caminos: “Ecumenismo de religiones con vigor” y “¿Unidad de las Iglesias?” Me ha parecido conveniente, como enriquecimiento de este tema, transcribir textualmente el punto 5 de un artículo de Jon Sobrino S.J.9 titulado “Ecumenismo de religiones con vigor”, así como un extracto de una carta escrita por José Arregui OFM10 con motivo de la ‘Semana de oración por la unidad de los cristianos’, titulada “Unidad de las Iglesias”, ya que, en mi opinión, estos dos textos abren caminos, luces y nuevas posibilidades para el debate, sobre el diálogo ecuménico y al diálogo interreligioso, entre los CDSF. Ecumenismo de religiones con vigor11 “Ecumenismo, diálogo interreligioso, me parece bueno y necesario. Y existe. Nairobi y El Salvador están a miles de millas de distancia, y raro es que sus pueblos se conozcan. Sin embargo, algo los une. En una escuelita de Kibera12, una niña me 9 Jon Sobrino S.J. (Barcelona, 27/12/1938). Teólogo jesuita catalán de familia originaria del País Vasco (España) y profesor de la UCA (Universidad Centro-Americana de San Salvador, El Salvador). Prolífico autor que ha desarrollado una contribución importante en la cristología, eclesiología y espiritualidad de la liberación. 10 José Arregui OFM, es franciscano, obtuvo su doctorado en Teología en el Instituto Católico de París, ha publicado varias obras de contenido bíblico y es profesor de Teología en la Universidad de Deusto (Bilbao, España). 11 Este texto pertenece al artículo de Jon Sobrino titulado “Kibera. Sacudida e invitación a la conversión y la liberación”. En Pasos, nº 129, 14 de febrero de 2007. 12 Kibera es uno de los suburbios de Nairobi (Kenia), dicen que es la mayor barriada de empobrecidos de África con más de un millón de habitantes. 10 dijo: “¿El Salvador? La tierra de un obispo”. Se refería a Monseñor Romero. Un compañero jesuita de la República Democrática del Congo me habló de una tesis doctoral, escrita en la Universidad de Lovaina en el 2004, con el siguiente título: “El obispo Munzihirwa, ¿el Romero del Congo?”. Munzihirwa, muy parecido a nuestro Monseñor, fue asesinado en 1996. Y en la clausura del Foro de Teología, al final tuve la oportunidad de saludar a Desmond Tutu. Había tenido una ponencia impresionante, por la hondura de compasión, el hambre de justicia y la profundidad de fe. Se lo agradecí, y sólo añadí que venía de El Salvador, la tierra de Monseñor Romero. Entonces, como ensimismado, comentó con convicción y agradecimiento: “¿Romero?. He inspired us”. Nuestro Monseñor, salvadoreño y católico, estaba presente en la Sudáfrica anglicana. Sin conocerse, Desmond Tutu y Oscar Romero, llegaron a ser hermanos, no sólo dialogantes ecuménicos. Y lo que ahora quiero enfatizar, lo fueron sin dejar ninguno de los dos su Iglesia, y sin buscar, para que prosperase el ecumenismo, mínimos comunes, sino verdaderos máximos: en ambos casos el gran amor por sus pueblos oprimidos, y la disposición a darlo todo por su liberación. Este ecumenismo –o diálogo– debe ocurrir también entre las religiones. Pero quiero mencionar un peligro, tal como lo veo, y apuntar a una solución. El peligro es que el diálogo interreligioso se conciba desde lo que puede ser común a todos, aunque para ello haya que contentarse con mínimos, terminar con religiones diluidas, sin vigor. Entonces, todos podremos estar de acuerdo, pero lo acordado será poco y muy débil para revertir este mundo. La solución, pienso, va por otro lado: que cada religión profundice en lo suyo propio, en lo mejor que tiene y en lo que piensa que más va a transformar a este mundo enfermo. No sé cuánto ecumenismo generará, pero estará basado en la hondura de lo religioso. Es necesario expandir los acuerdos, aunque sean mínimos, pero a la larga es más fructífero profundizar en lo positivo de cada religión. Y no creo que esto dificulte el ecumenismo. Pienso que profundizar en Jesús de Nazaret, en el Gandhi del hinduismo, en el Buda, puede unificar a los hombres y mujeres de buena voluntad. Y me fijo aquí en testigos antes que en textos. Mi esperanza es que coincidamos en lo profundo, en lo que – dicho ahora en terminología del cristianismo– queda expresado por reino y Dios, profecía y utopía, compasión y justicia, praxis y gracia… El ecumenismo que el mundo necesita no es simplemente que todos nos encontremos en algún lugar, sino que nos encontremos haciendo, esperando y rezando por la salvación, la redención y la humanización que el mundo necesita. Y esto se logra cuando una religión –o religiones– es una religión con vigor.” ¿Unidad de las Iglesias? 13 “La semana pasada ha sido entre los católicos la ‘Semana de oración por la unidad de los cristianos’. Fue promovida –hace ya cien años– por beneméritos pioneros del ecumenismo, y cada año se convierte en una oportunidad para el encuentro, la reflexión y la colaboración entre diversas iglesias de todo el mundo. Eso está muy bien. Pero esta semana me provoca interrogantes radicales, empezando por su nombre: ‘Semana de oración para la unidad de los cristianos’. Los cristianos somos muy distintos, no cabe duda, ¿pero estamos por ello necesariamente divididos? ‘Pertenecemos’, sí, a muchas iglesias diferentes, ¿pero qué hay de malo en que sigamos así? ¿Estoy yo realmente separado en mi fe de una familia ortodoxa de Pamplona, o de unos amigos luteranos de Bilbao? [...] Y me digo: si Dios necesitase que le pidiéramos algo, ¿no debiéramos pedirle más bien que podamos sentirnos unidos siendo muy diferentes? ¿No sería, pues, mejor organizar una ‘semana de oración por la diversidad de las iglesias’? [...] 13 Artículo de José Arregui OFM, publicado en el blog Atrio (disponible en www.atrio.org), con fecha 29/01/2009. 11 Muchos católicos muy bien intencionados llaman a los demás cristianos ‘hermanos separados’, pero es una fórmula bastante desafortunada: a los mismos que califica amistosamente de ‘hermanos’ les reprocha sin pudor el estar separados, y les recuerda en el fondo que deben volver a la Iglesia verdadera de la que se han alejado. Si decimos ‘hermanos separados’, se plantean dos cuestiones fundamentales. Primera cuestión: ¿quién se ha separado de quién? ¿Se separó Constantinopla de Roma o Roma de Constantinopla? Segunda cuestión: aun en el supuesto de que una Iglesia se haya separado de otra, ¿quién decide si tenía o no auténticas razones para separarse? En definitiva, tanto en un caso como en otro, ¿quién debe acercarse a quién, para recuperar una verdadera unidad perdida? ¿Los ortodoxos a los católicos o los católicos a los ortodoxos? ¿Los luteranos a los católicos o los católicos a los luteranos? ¿Los anglicanos a los romanos o éstos a aquellos? La pregunta decisiva es: ¿En qué consiste realmente la unidad? ¿La unidad requiere tener todos la misma teología, asentir a los mismos dogmas, someterse al mismo papa? Se lo debiéramos preguntar a Pablo, que se enfrentó a Pedro, y Pedro no fue quién para ‘excomulgarle’ (ni a él ni a nadie de otra Iglesia que no fuese la que él regía, si es que alguna vez rigió alguna Iglesia). Se lo debiéramos preguntar a los cristianos/as que, en los primerísimos años después de la Pascua de Jesús, siguieron haciendo vida itinerante como Jesús y a aquellos otros que, en la misma época, formaron comunidades estables, y no siempre se entendían muy bien entre sí. Se lo debiéramos preguntar a la Iglesia judeocristiana de Jerusalén regida por Santiago y a las Iglesias helenísticas, con sus teologías y cristologías tan diversas, con sus modelos de organización tan distintos. Se lo debiéramos preguntar a las ‘iglesias de Juan’ que siempre reivindicaron su libertad respecto de las ‘iglesias principales’ (que es como decir las más poderosas, las de Pablo y Pedro). [...] O se lo debiéramos preguntar a San Ireneo de Lyón (s. II), que no admitió que el ‘papa’ Víctor impusiera a las iglesias de Asia Menor la fecha romana para la celebración de la Pascua, o a San Cipriano de Cartago (s. III) que se enfrentó al ‘papa’ Esteban en el asunto –para ellos vital– de si había que rebautizar o no a quienes hubieran recibido el bautismo de manos de un hereje. No acabaríamos de preguntar y de sorprendernos. La conclusión es sencilla: no son las diferencias, cualesquiera que sean, sino el modo de vivirlas lo que rompe la unidad. Sigan, pues, las viejas iglesias monofisitas14 siendo monofisitas, y las igualmente viejas iglesias nestorianas15 siendo nestorianas, si eso les ayuda a seguir a Jesús, aun cuando sus cristologías sean opuestas. Sigan las venerables iglesias ortodoxas manteniendo y poniendo al día su fe y sus instituciones, anteriores al papado. Sigan las grandes o pequeñas iglesias inspiradas en los ilustres reformadores (Lutero, Zwinglio, Calvino) dejándose inspirar por sus certeras intuiciones acerca de la gracia y de la palabra. Sigan la ‘Iglesia nacional anglicana’ y su hermana la iglesia episcopal norteamericana siendo buena noticia y levadura para sus sociedades. Y las incontables iglesias bautistas y evangélicas sigan siendo lo que son y transformándose al aire del Espíritu. Y hasta la iglesia de 14 El monofisismo es una doctrina teológica del siglo V que sostiene que en Jesús sólo está presente la naturaleza divina, pero no la humana. El dogma de la Iglesia Católica sostiene que en Cristo existen dos naturalezas, la divina y la humana «sin separación» y «sin confusión». Sin embargo, el monofisismo mantiene que en Cristo existen las dos naturalezas, «sin separación» pero «confundidas», de forma que la naturaleza humana queda absorbida en la divina. 15 El nestorianismo (siglos III, IV y V) es una doctrina que considera a Cristo radicalmente separado en dos personas, una humana y una divina, completas ambas de modo tal que conforman dos entes independientes, dos personas unidas en Cristo, que es Dios y hombre al mismo tiempo, pero formado de dos personas distintas. El nestorianismo fue propuesto por el monje Nestorio, oriundo de Alejandría, una vez entronizado como obispo de Constantinopla. 12 Lefebvre siga con San Pío X, si piensan que así son más fieles a la Buena Noticia en el mundo de hoy. Sigamos siendo diferentes sin estar por ello divididos, dialogando sin anatemas16 y dejándonos transformar por el otro y por la vida. (Y lo que digo sobre las iglesias es aplicable a las religiones). En conclusión, propongo: que el obispo de Roma deponga definitivamente su primado de jurisdicción sobre otros obispos e iglesias, pues hoy no tiene sentido, si alguna vez lo tuvo; que levante todas las excomuniones –a derecha y a izquierda, todas–; que la iglesia católica romana declare unilateralmente que ella se siente en comunión con todas las iglesias por distintas que sean su teología, culto, organización y normas morales; que admita de buena gana que no es necesario que los cristianos estemos más unificados para estar realmente unidos, para ser “Uno en Jesús” y en el Misterio de Dios, pues Dios no es una pirámide rígida, sino la pura Relación de respeto y libertad; y que, en consecuencia, anuncie que ya no organizará más Semanas de oración por la unidad de las iglesias, sino una Semana al año para que cristianos y cristianas de todas las iglesias se reúnan y se reconozcan, celebren la presencia consoladora y universal del Espíritu, procuren ensanchar los márgenes de la comunión en la diversidad de formas y, si quieren, elijan a quienes les vayan a representar en un Consejo Universal de todas Iglesias, un espacio donde gustosamente se acojan unas a otras siendo cada cual lo que es. Como Dios nos acoge. Como Dios te acoge en su santa paz.” Concluyo así con el deseo y la esperanza de que este tema aporte luces para el diálogo sobre el ecumenismo entre los compañeros de san Francisco, y que el diálogo pueda tener resultados prácticos en nuestros encuentros en los que, con frecuencia, participamos cristianos de varias iglesias, ocasionalmente creyentes de otras religiones, y algunos compañeros buscadores (no-creyentes) que comparten con nosotros valores que nos identifican como Compañeros de san Francisco. Pedro Sanz, CDSF España, Valladolid, 31 de diciembre de 2009 16 ‘Anatema’ significa etimológicamente ofrenda, pero su uso principal equivale al de maldición, en el sentido de condena a ser apartado o separado de una comunidad de creyentes. Anatema era una sentencia mediante la cual se expulsaba a un hereje del seno de la sociedad religiosa; era una pena aún más grave que la excomunión. 13